Está en la página 1de 15

CRISTINA ZILBERMANN DE LUJAN

Destrucción y Traslado de la Capital. La Nueva Guatemala de la Asunción


Introducción
El traslado de una capital en el último cuarto del siglo XVIII fue un hecho extraordinario en la historia
hispanoamericana. Su interés aumenta por el clima polémico en el que se fraguó y ejecutó. En el
proceso del traslado quedó plasmado el sistema colonial y la actuación de los personajes y grupos
sociales que constituían la población de un centro de poder social y político, como lo era Santiago
de Guatemala.

La historia de la capital del Reino de Guatemala estuvo siempre estrechamente vinculada y marcada
por los movimientos sísmicos. En los siglos XVI y XVII se registraron numerosos temblores y
erupciones volcánicas que, según informes de los testigos, causaban serios daños en la ciudad. Pero
ésta, a pesar de todos los contratiempos, siguió creciendo y surgieron nuevos barrios en su periferia.

En el siglo XVIII, el primer terremoto de importancia en Santiago se registró en 1717. Además de la


ruina de los edificios, los habitantes huyeron como resultado de una serie de rumores y patrañas
que corrieron entre la población, y que hicieron creer a los vecinos que la ciudad se hundiría y se
convertiría en una laguna.

Existe cierto paralelismo entre el terremoto de 1717 y el de 1773. En ambos la población se dividió
entre quienes deseaban que la capital permaneciera en el mismo lugar y los que querían su traslado.
Los argumentos esgrimidos fueron semejantes: unos alegaban que la destrucción había sido tan
grande que no quedaba piedra sobre piedra y que resultaría muy caro reconstruir la ciudad. Además,
se decía que la proximidad de los volcanes hacía insegura la situación de la capital. Los otros
respondían que muchos templos habían quedado en buen estado, que los vecinos estaban
reparando sus casas y vivían en ellas y que volcanes y temblores `son plaza común en toda América'.

La primera polémica puede considerarse como un prólogo a la que se suscitó 56 años después. La
discusión se prolongó por unos años, pero la decisión del Rey fue negar la autorización para el
traslado, que era la postura del Presidente Francisco Rodríguez de Rivas.

El Terremoto de Santa Marta


Martín de Mayorga hizo su entrada en la ciudad de Santiago precedido por malos presagios: esa
tarde se sintieron fuertes temblores y el Real Palacio sufrió algunos daños. Desde días antes de su
llegada un fuerte temporal azotaba la ciudad y pueblos del valle, y el Río Pensativo se había
desbordado e inundado el oriente y el centro de la capital.

El 29 de julio a las tres de la tarde se sintió un temblor que hizo salir de sus casas a los vecinos,
circunstancia providencial porque a los pocos minutos sobrevino el gran terremoto, seguido por
continuos temblores y fuertes lluvias que duraron toda la noche.

1
Los primeros problemas fueron la falta de agua, por la rotura de los acueductos, y la escasez de
alimentos porque los indios de los pueblos vecinos que abastecían la capital habían huido a los
montes cercanos, donde se sentían más seguros. Las autoridades dictaron las órdenes consiguientes
para reparar los caminos, arreglar los hornos de las panaderías y componer las cañerías. También
se estableció una carnicería provisional en la plaza mayor, por haber quedado inutilizables las que
venían funcionando anteriormente. En los primeros días, para suplir la falta de pan y tortillas, se
repartieron entre los vecinos, por cuenta del real erario, unas 200 petacas de bizcocho que estaban
destinadas al abasto del Castillo de Omoa.

En el proceso de la traslación se pueden distinguir tres etapas fundamentales. La primera desde el


día del terremoto hasta el 31 de diciembre de 1775, cuando se obligó al Ayuntamiento de Santiago
a trasladarse al nuevo establecimiento de La Ermita. La segunda, desde el 2 de enero de 1776, día
en que se celebró la primera junta de Cabildo en la nueva capital, hasta mediados de 1779, cuando
salieron de Guatemala los dos protagonistas de la polémica, el Presidente de la Audiencia, Martín
de Mayorga, y el Arzobispo Pedro Cortés y Larraz. La tercera etapa corresponde al gobierno de
Matías de Gálvez, de 1779 a 1783, fecha en que se dio por trasladada definitivamente la capital.
Matías de Gálvez dictó órdenes severas de abandonar la antigua capital y de arrasar todos los
edificios, conventos, fuentes y cuanto había quedado en pie después del terremoto. Felizmente, no
se cumplieron tales órdenes.

Las Juntas de Agosto


El 2 y el 4 de agosto se celebraron unas `juntas generales' presididas por Martín de Mayorga y
compuestas por los oidores, miembros del Ayuntamiento, oficiales reales, el Arzobispo, algunos
miembros del Cabildo Eclesiástico y los prelados de las órdenes religiosas.

En ellas se acordó informar al Rey de la destrucción de la ciudad y de la urgente necesidad de


trasladarla a otro paraje que no estuviera tan inmediato a los volcanes, con los cuales se vinculaban
los repetidos temblores. La mayoría de los presentes se inclinó por el traslado provisional a La
Ermita, a la espera de la decisión del Rey y del Consejo de Indias, aunque hubo ya algunos que se
opusieron a la mencionada traslación por considerarla muy costosa.

El maestro mayor de obras, Bernardo Ramírez, a quien se había encargado revisar los edificios de la
ciudad, participó también en las juntas citadas. En su dictamen expuso que todos los templos,
conventos, casas de comunidades y de particulares se hallaban inhabitables y que los fragmentos
de las ruinas amenazaban a cuantos transitaban por las calles. Su opinión era que la ciudad no se
debía volver a edificar en el mismo lugar, por la proximidad de los volcanes y porque sería muy
costoso derribar lo que aún quedaba en pie y quitar los escombros.

También Fray Francisco Gutiérrez, OFM, diestro en materias de arquitectura, después de reconocer
los edificios de la ciudad, informó que para volverla a edificar en el mismo lugar era necesario
desmontarlo todo, y calculó el costo de este trabajo en unos seis o siete mil pesos por cuadra. Su
recomendación era que la ciudad se trasladara a otro lugar. Hay que tener en cuenta que ambos
dictámenes se emitieron a los seis días del terremoto, cuando aún continuaban los temblores y los
ánimos no se habían tranquilizado.

2
En otra junta general, celebrada el 9 de agosto, se acordó nombrar comisiones que estudiaran los
valles de Jalapa y de La Ermita, para decidir cuál podría resultar más conveniente como posible
asiento de la nueva ciudad. A los miembros de estas comisiones se les entregaron instrucciones
sobre la forma de llevar a cabo los reconocimientos y los diversos aspectos que debían considerar.
Estas instrucciones reflejaban lo estipulado en la Recopilación de las Leyes de Indias sobre fundación
de ciudades, en que a su vez se recogían las Ordenanzas de Población de 1573 dictadas por Felipe
II. El 12 de agosto marcharon al establecimiento provisional de La Ermita los miembros de la junta
de la Real Hacienda, custodiando parte del dinero de las Cajas Reales.

El paso de los días fue calmando los ánimos y a fines de agosto muchos de los que al principio
estuvieron de acuerdo en abandonar la ciudad cambiaron de parecer ante las dificultades e
incomodidades que ello implicaba. El encarecimiento del transporte y de la mano de obra, la escasez
de madera y de otros materiales de construcción, así como de operarios, disuadió a algunos de los
partidarios del traslado. Los vecinos que en los días inmediatos al terremoto se habían marchado a
Villa Nueva, Petapa, Mixco y otros lugares, para ponerse a salvo de los continuos temblores,
regresaron poco a poco a la capital y comenzaron a reparar sus casas. Sin el empecinamiento del
Presidente Mayorga, es posible que la idea del traslado hubiera quedado olvidada como en
ocasiones anteriores. Pero dicho alto funcionario salió de Santiago el día 6 de septiembre para
establecerse en La Ermita. Dejó en la ciudad a 130 hombres de milicia.

El 13 de diciembre se sintieron en Santiago dos nuevos temblores, que cortaron el camino hacia La
Ermita, arruinaron varios de los hornos construidos desde julio y dislocaron nuevamente los
conductos de agua. Los sismos continuaron en los días sucesivos, con lo cual se fortalecieron los
argumentos del grupo partidario del traslado.

A fines de enero de 1774, el Consejo de Indias, después de recibir los informes de lo acontecido en
la capital de Guatemala, aprobó el traslado interino a La Ermita resuelto por Mayorga y advirtió a
dicho funcionario que no permitiera que se hicieran obras formales en el nuevo sitio, y tampoco en
la capital arruinada, hasta que el Rey no determinara lo más conveniente. En un informe del 30 de
abril de 1774, el Ayuntamiento de Guatemala expuso que, si bien en el primer momento todos
habían votado por el traslado, pasados los meses ya no se veía la conveniencia de éste, porque los
temblores también se experimentaban en el establecimiento provisional de La Ermita y que si no
hacían estragos era porque no había edificios.

El Arzobispo y las órdenes religiosas también expresaron su renuencia al traslado aunque aún no se
oponían abiertamente al mismo. Pero cuando se recibió la real cédula del 21 de septiembre de 1775
en que se ordenaba expresamente `...que ninguna clase de censo impuesto en las casas de la
Antigua Guatemala pueda recaer ni subrogarse en parte alguna sobre los solares ni edificios de la
nueva ciudad', la postura de los religiosos sobre el traslado se hizo más radical y se opusieron
tenazmente al proyecto.

Terronistas y Traslacionistas
Poco a poco se perfilaron dos grupos entre la población de Santiago: los `terronistas', que no querían
abandonar la ciudad, y los `traslacionistas', partidarios de cambiar el lugar de la capital. Al primer

3
grupo pertenecían el Arzobispo, el Cabildo Eclesiástico y las órdenes religiosas, que perdían sus
iglesias, conventos y propiedades y con ellas los censos, capellanías y obras pías, de las cuales
dependía buena parte de su poder económico. También eran parte de este grupo las familias criollas
acomodadas, algunos de cuyos miembros conformaban el Ayuntamiento, que se veían obligados a
alejarse del solar de sus mayores, y a perder casas y rentas. La misma posición adoptaron los
artesanos, que debían abandonar sus talleres, y los indios, forzados a dejar sus pueblos, tierras y
siembras. Todos ellos se opusieron tenazmente al traslado y expusieron al Rey y al Consejo de Indias
sus razones sentimentales, económicas y jurídicas.

Los principales representantes de la postura traslacionista fueron el Presidente Mayorga, los oidores
de la Audiencia y otros funcionarios menores llegados de España, además de los vecinos que tenían
comprometidos sus haberes en censos y otros gravámenes y que con la mudanza esperaban liquidar
sus deudas.

Ambos bandos utilizaron abundantes argumentos para defender y promover sus posiciones. La
mayoría de la población no permaneció al margen de la polémica, pero no se comprometió por lo
menos abiertamente con los bandos en pugna. Los sectores populares no educados ni organizados
en grupos de interés o de presión, no estaban en capacidad de expresar claramente sus puntos de
vista. Indudablemente el sector terronista fue el que contó con mayores simpatías, pero la tradición
de obediencia a la autoridad hizo que los vecinos aceptaran, aunque a regañadientes, las
disposiciones del gobierno, sobre todo después de la llegada de la real cédula que ordenaba el
traslado definitivo.

Cesión de la Renta de Alcabalas


Para los gastos del traslado el Rey cedió la renta de alcabalas por un período de 10 años, contados
a partir de 1774. Destinaba una cuarta parte a obras públicas y las otras tres al socorro de los vecinos
necesitados. La distribución de esta renta debía hacerse por medio de una junta compuesta por el
Presidente de la Audiencia, el Arzobispo, el Oidor decano, el Fiscal de la Audiencia, el Deán de la
Catedral, los alcaldes ordinarios y el Procurador del Común. Para compensar a las comunidades
religiosas por la pérdida de los censos, obras pías y capellanías, se propuso que de las tres cuartas
partes de aquella renta, se ayudara a cada una en proporción a sus necesidades.

Fundación de la Nueva Guatemala


El 1º de diciembre de 1775 se recibió en Santiago de Guatemala la real cédula que aprobaba el
traslado formal al Valle de la Virgen. Desde esa fecha Martín de Mayorga hostigó al Ayuntamiento,
al claustro de la universidad y a los vecinos renuentes, para que se trasladaran a la nueva capital.
Fue en vano que los miembros del Ayuntamiento alegaran que no había viviendas suficientes y que
no podían abandonar a los vecinos que quedaban en la ciudad arruinada. Mayorga fue inflexible, y
el 29 de diciembre se abandonó la que fue la Muy Noble y Muy Leal ciudad de Santiago de
Guatemala.

4
El 30 de diciembre se promulgó un bando por medio del cual se ordenaba que todos los vecinos
indicaran en el término de un mes la casa o casas que tenían en la arruinada ciudad, la calle de cada
una y el área o sitio que ocupaban, para proceder al reparto de solares de la nueva capital. Si pasado
este plazo no se cumplían tales exigencias, se debía pagar por los nuevos solares su justo valor. Con
la salida del Ayuntamiento finalizó lo que puede considerarse como la primera etapa del traslado de
la capital del Reino de Guatemala. El 2 de enero de 1776 se llevó a cabo la primera junta de Cabildo
en la nueva capital y en ella se tomaron las providencias necesarias para la introducción del agua,
construcción de cañerías, cárcel, casas de Cabildo y aseo de las calles. Por real orden del 23 de mayo
de 1776, la nueva capital recibió el nombre de Nueva Guatemala de la Asunción, y se mandó desde
entonces usar este nombre en las datas, fechas y autos públicos.

En la segunda etapa del proceso de traslado (1776-1779) continuó la resistencia de los vecinos a
cambiar su lugar de residencia. Pasados los temores del primer momento, deseaban restaurar sus
casas y continuar viviendo donde tenían todas sus comodidades y haciendas. El traslado significaba
grandes gastos, aun para las familias acomodadas, con frecuencia compuestas por numerosos
miembros, y tales gastos resultaban más difíciles de cubrir para las personas de escasos recursos, a
pesar de la ayuda otorgada por el Rey.

Actitud de los Miembros del Ayuntamiento


Fueron los miembros del Ayuntamiento quienes, entre protestas de lealtad y obediencia al monarca,
expusieron con mayor claridad su oposición al traslado y las dificultades que éste conllevaba para
los vecinos.

Como resultado del sistema de venta de oficios públicos, que tan perjudicial fue en la administración
indiana y peninsular, los cargos municipales en Guatemala también eran vendibles y renunciables.
Sus poseedores los consideraban como un derecho propio que podían abandonar cuando conviniera
a sus intereses. No es extraño, por lo tanto, que ante la actitud asumida por Mayorga en cuanto a
no permitir que los funcionarios se ausentaran de la nueva capital, algunos decidieran renunciar a
sus cargos y dejar a beneficio de la Real Hacienda el valor íntegro de su oficio. Mayorga los acusó de
entorpecer el traslado y buscar excusas para no cooperar con el gobierno en las obras de la nueva
capital.

Ante tal denuncia, José de Gálvez, Secretario de Despacho Universal de Indias, ordenó al
Ayuntamiento que acatara las disposiciones del Presidente de la Audiencia. Los miembros del
Cabildo respondieron que habían contribuido con todos sus arbitrios para la mayor prontitud de la
traslación y que se señalaran sus faltas para enmendarlas. Al mismo tiempo se quejaban que el
Presidente y los oidores, como transeúntes en el Reino, no tenían `aquel dulce amor a la patria que
es bien que alienta a los nacidos en ella'.

Resistencia del Arzobispo


Desde el 22 de agosto de 1773 se pusieron de manifiesto las divergencias de opinión sobre el
traslado, entre el Arzobispo y el Presidente. Cortés y Larraz no se oponía aún totalmente, pero

5
declaraba que era necesario esperar a que los ranchos de La Ermita estuvieran construidos y que se
pudieran celebrar los Santos Oficios en una iglesia decente. Su actitud fue cambiando: en un
principio se mostró reacio al traslado provisional, por considerarlo un gasto inútil. Después, cuando
llegó la orden del traslado definitivo, presentó una franca oposición y, aunque nunca lo expresó
abiertamente, puede suponerse que la razón fundamental se refería a la prohibición real de que a
la Nueva Guatemala pasaran los censos impuestos en los edificios y solares de Santiago y la pérdida
consiguiente de las rentas eclesiásticas. Falta hacer una evaluación exacta del monto de estas
rentas, pero se sabe que el mismo era elevado.

Después de decidido el traslado definitivo, en un informe enviado al Rey en octubre de 1776, el


Arzobispo insistió en la posibilidad de reparar algunos monasterios e iglesias. Ofreció que si le
entregaban 20,000 pesos de lo correspondiente al ramo de alcabalas, la obra estaría lista en dos
años. Trató por todos los medios de obstaculizar el traslado, y cuando se opuso específicamente al
de la Catedral, adujo que sólo el Pontífice podía dar permiso para ello. Esto provocó divergencias de
parecer entre los prebendados: unos decían que era necesario obtener licencia del Papa por tratarse
de un cambio de sede. Otros argüían que se trataba de la misma ciudad, que sólo cambiaba de lugar.
El Consejo de Indias fue de esta última opinión, pero la Catedral no se trasladó formalmente sino
hasta 1779, después de que el Arzobispo Cortés y Larraz había abandonado la Diócesis.

Otra manera de oponerse al traslado fue la de retrasar el nombramiento de párrocos para los
nuevos pueblos fundados en las cercanías de la Nueva Guatemala. La resistencia al traslado fue tan
manifiesta que Martín de Mayorga escribió al Secretario de Despacho Universal de Indias: `Me
animo a manifestar a V.S.

I. que no removiéndole de este arzobispado se caminará con mucha lentitud, por la adhesión de
estas gentes al brazo eclesiástico, siendo cada clérigo declamador contra las providencias del
gobierno'. La actitud asumida por el Arzobispo determinó que el Consejo de Indias dictaminara que
era preferible apartarlo de la mitra de Guatemala y nombrarlo para otra Diócesis. El Rey, siguiendo
este consejo, decidió aceptar una antigua renuncia que Cortés y Larraz había presentado en 1769 y
lo nombró Obispo de Tortosa. Le asignó una pensión de 4,000 ducados de vellón.

El Arzobispo se mostró aparentemente dispuesto a acatar la disposición real e informó al Presidente


Mayorga que se marcharía el 31 de agosto de 1778. No salió del Reino, sin embargo, y a los siete
meses regresó a la ciudad de Santiago, donde fue recibido con gran júbilo por los vecinos, que
celebraron en su honor luminarias, fuegos artificiales y una serenata la noche de su llegada.

Repartimiento de Indios para las Obras de la Nueva Guatemala


El traslado de la capital demandó el empleo de mucha mano de obra indígena. Para conseguirla, las
autoridades tuvieron que utilizar el sistema de repartimientos forzosos. En las cercanías del nuevo
establecimiento no existían suficientes pueblos de indios y fue necesario recurrir a los que acababan
de trasladarse, que estaban ocupados en sus propias construcciones.

6
Este trabajo forzado no constituyó una novedad. Todas las ciudades españolas de las Indias se
construyeron con el esfuerzo obligatorio y semigratuito de los indios. Los `servicios personales'
prestados por éstos tomaban formas muy variadas: repartimiento para obras públicas y para
construcciones privadas, y suministro de materiales, como madera, tejas, ladrillos, cal, etcétera. En
estos casos, la remuneración era menor que los salarios de los trabajadores libres o los precios de
los productos.

De acuerdo con este secular sistema, inmediatamente después de los terremotos, y sobre todo
desde que el traslado adquirió su carácter obligatorio, las autoridades reales y municipales forzaron
a los indios del Corregimiento del Valle primero, y de otras alcaldías mayores después, a contribuir
con su trabajo a la construcción de la nueva capital (véase Ilustración 89).

A causa del repartimiento forzoso se distorsionó todo el sistema de disposiciones fijadas por las
Leyes de Indias para proteger a los indígenas. Para las obras de la Nueva Guatemala se repartieron
indios de jurisdicciones más alejadas de las 10 leguas que fijaba la ley, y se obligó a esos trabajadores
a permanecer en dichas obras por más de ocho días, bajo amenaza de no pagarles el viaje de vuelta.

Indígenas de tierras bajas y cálidas tuvieron que trasladarse al Altiplano, con graves consecuencias
para su salud. Tampoco se respetó el número de indios que cada pueblo debía aportar a las obras
públicas. La ley establecía que debía ser la cuarta parte de los tributarios, pero ya que no se hacían
tasaciones anuales, la proporción de los `repartidos' era mayor que la de los que permanecían al
cuidado de los cultivos, lo cual ocasionaba pérdida en las siembras y cosechas. Estas irregularidades
motivaron frecuentes quejas de los indígenas, y reiteradas peticiones para que se les exonerara de
los trabajos en las obras de la nueva capital, para poder dedicarse a sus cultivos. Además, tenían
que atender otras obligaciones, como los servicios de cofradías, asistencia a los conventos, arreglo
de caminos y transporte de mercancías cuando llegaban los barcos procedentes de España,
etcétera. Incluso se llegó a no respetar el descanso del domingo y en ocasiones se les obligó a
trabajar después de oír misa, y se abusó de las horas fijadas para el trabajo sin que recibieran pago
extra por ello.

Una de las consecuencias de la situación descrita fue la despoblación creciente, al menos por un
tiempo, de muchos lugares de donde huían los habitantes para evadir el trabajo forzoso. También
eran constantes las muertes por las enfermedades contraídas durante el viaje o en trabajos a los
que no estaban habituados los indígenas, o bien por los cambios de clima y de alimentos. Muchas
epidemias se propagaron a lugares lejanos, llevadas por los que regresaban de la capital. La
despoblación ocasionó también la disminución de las cantidades recaudadas por concepto de
tributo. Los granos básicos se encarecieron porque la falta de trabajadores en el campo provocó
bajas en la producción. A todo ello habría que añadir las plagas de chapulín que azotaban el país
periódicamente.

La gran demanda de mano de obra en la capital originó la subida de los salarios y el desplazamiento
de muchos indígenas de sus lugares de origen porque una vez terminado el período de su trabajo
obligatorio se quedaban en la ciudad, donde les resultaba más fácil mezclarse con la población
ladina y escapar al pago del tributo.

7
El trabajo forzado de los indígenas en las obras de la nueva capital tuvo importantes implicaciones
sociales, como la dispersión y desintegración familiar, puesto que el cabeza de familia se veía
forzado a alejarse de su hogar por períodos que a veces se prolongaban indefinidamente. Asimismo,
tuvo consecuencias económicas, porque en los pueblos se redujo el número de tributarios.
Finalmente, el problema tuvo repercusiones sociopolíticas, porque poco a poco convergió en la
ciudad una masa de trabajadores no especializados que, al disminuir el ritmo de trabajo en las obras
públicas y particulares, se encontraron sin empleo ni otras posibilidades de subsistir a no ser la
mendicidad o la rapiña. Eventualmente surgió así un elemento levantisco y descontento, propicio a
dejarse manejar por los grupos que en los inicios del siglo XIX comenzaron a adoptar posturas
políticas definidas frente al gobierno metropolitano.

Mención aparte merece otra forma de trabajo forzado que también se utilizó en las obras de la
capital: el empleo de los presos por delitos menores. El Fiscal de la Audiencia propuso a comienzos
de 1776 que se utilizara a los presos en obras públicas o de particulares por un real al día. Se buscaba
así socorrer al público con jornaleros más baratos que los trabajadores libres. Se dispuso que al
salario de estos jornaleros se debían agregar dos comidas diarias y si todavía quedaba algún
sobrante se podía emplear en vestirlos. La propuesta fue aprobada por la Audiencia y se destinó a
los presos a las tareas más duras de la construcción, como la extracción y acarreo de piedras para
las obras.

Traslado de los Pueblos de Indios


Los indígenas de los pueblos cercanos que abastecían a la capital de muchos de los productos de
consumo se opusieron a su traslado. Ello planteó un problema muy difícil de resolver, porque el
suministro comprendía productos, como carne, verduras, frutas, flores, etcétera. Dichos indígenas
ejercían además varios oficios, como albañiles, carpinteros, alfareros, tejedores, herreros, etcétera.
El ex prepósito de San Felipe Neri opinó al respecto:

...que lo que piensan algunos de trasladar también los pueblos es sin hacerse cargo de los
inconvenientes de pérdidas, daños y gastos que se seguirán a los tributarios del Rey en dejar sus
solares, sembrados, casas y temperamentos en que están ya habituados y en fin todo redunda
contra el Real Erario y servicio de nuestro Rey.

El traslado obligatorio de los pueblos de indios fue uno de los aspectos más crueles de toda la
operación. Se trató de una imposición injusta que motivó la huida de los indígenas a los montes, el
despoblamiento de los antiguos pueblos sin que llegaran a poblarse los nuevos, la pérdida de
tributos y un motivo más de enfrentamiento entre el Arzobispo que los defendió y las autoridades
civiles que los presionaban. El 24 de abril de 1776 se asignaron 10,000 pesos de la renta de alcabala
para la traslación de los pueblos que habían abastecido a la ciudad y que tenían que seguir sirviendo
a la nueva capital. Posteriormente, el Rey concedió por 10 años la gracia de que los tributos de los
pueblos que tenían que trasladarse, se aplicara en la construcción de los nuevos.

Las quejas de los indígenas fueron abundantísimas. Uno de los pueblos que ofreció mayor
resistencia fue Jocotenango. Sus habitantes se regresaban cuando por la fuerza los llevaban al nuevo
pueblo. Otros huían a los montes, y dejaban de pagar tributo y de cumplir con los `preceptos

8
pascuales', según queja del párroco. Los vecinos de Almolonga, al oponerse a su traslado, alegaron
que éste significaba violar los fueros y privilegios que les había otorgado el Rey en reconocimiento
a su calidad de conquistadores, puesto que eran descendientes de los tlaxcaltecas que habían
acompañado a Pedro de Alvarado.

Algunos pueblos se agregaron a otros en el traslado, como sucedió con San Juan Gascón, que se
unió a San Pedro Las Huertas. También se unieron en el nuevo establecimiento Santa Isabel, Santa
Ana y Santa Inés. En el Cuadro 30 se puede apreciar la forma en que se ordenó la `agregación' de
pueblos, con la población que tenían en septiembre de 1776. Hay indicios que algunos de dichos
pueblos, especialmente los que se unieron, aprovecharon las circunstancias para no trasladarse.

A comienzos del siglo XIX todavía se formaron expedientes de pueblos que pedían que se les
señalara lugar para trasladarse, porque el que se les había asignado en 1776 ya estaba ocupado por
otros menos reacios al cambio.

El Gobierno de Matías de Gálvez


Matías de Gálvez llegó a Guatemala en 1778, como Inspector General de tropas y milicias y Segundo
Comandante General del Reino. Al año siguiente fue nombrado Presidente de la Audiencia,
Gobernador y Capitán General, y le entregó los cargos Martín de Mayorga, quien por muerte del
Virrey de México, Antonio María Bucarelli, pasó a Nueva España a ocupar ese cargo según
nombramiento que constaba en el `pliego de providencia' o `mortaja'.

Durante la tercera etapa del traslado, el cual estaba sin concluir todavía, los vecinos y religiosos
poco a poco fueron deponiendo su resistencia, talvez porque ya la consideraban inútil, o porque con
la marcha de Cortés y Larraz habían perdido su máximo apoyo, puesto que el nuevo Arzobispo
Cayetano Francos y Monroy fue un decidido colaborador de las autoridades civiles.

A poco de tomar posesión del gobierno, Gálvez mandó publicar un bando en que ordenaba cerrar
las tiendas de Santiago para evitar la entrada clandestina de productos que no pagaban alcabala.
Desde el 1º de enero de 1779 se había prohibido que toda clase de mercadería entrara por las garitas
de la antigua capital, y se suponía que si las tiendas continuaban abiertas era porque pasaban la
mercadería clandestinamente sin pagar impuestos. También señaló un plazo de 15 días para el
traslado de los comerciantes. Pasado este tiempo se decomisarían sus mercancías. Por la misma
orden se prohibió el ejercicio de todos los oficios públicos, y se conminó a los artesanos a que se
mudaran a la nueva capital, donde se les daría alojamiento en casas provisionales.

A despecho de las autoridades, la ciudad nunca se despobló por completo y muchos de los vecinos
que salieron, amedrentados por la drasticidad de los bandos, regresaron al no hallar habitación en
la Nueva Guatemala. La guerra contra Inglaterra (1779-1783) y la defensa de las costas del Reino,
que significó un importante esfuerzo militar, ocuparon la atención de Gálvez, que dejó a un lado sus
propósitos de arrasar y despoblar totalmente la ciudad de Santiago.

9
La Nueva Guatemala de la Asunción
Es obvio que la construcción de una capital de la importancia de la de Guatemala no podía realizarse
en 10 años, como idealmente pretendieron Mayorga y Gálvez en un principio. Era imposible hacer
simultáneamente tal cantidad de construcciones, que incluían los edificios reales y religiosos y las
obras públicas. Ni la disponibilidad de materiales, ni los recursos económicos (públicos y privados),
ni la mano de obra asequible lo permitían. Uno de los problemas iniciales fue precisamente la
escasez de materiales de construcción, así como de suficiente número de arquitectos y maestros
albañiles. De ahí que para las principales construcciones se decidiera traer arquitectos españoles.

La ayuda asignada a los vecinos para su traslado, proveniente de las tres cuartas partes de la renta
de alcabalas, tenía que distribuirse poco a poco, conforme esta renta ingresaba en las cajas reales,
y por supuesto la misma no fue suficiente, ni todos los vecinos pudieron beneficiarse de ella. Todavía
en 1790 algunos de estos vecinos se quejaban porque aún no habían recibido la ayuda prometida.

Por otro lado, la renta de alcabalas disminuyó mucho a causa de la guerra con Inglaterra y la
consiguiente reducción en el comercio. Todo ello motivó que el Ayuntamiento, en 1782, solicitara
al Rey prorrogar la cesión de dicha renta por otros 10 años, porque la mayoría del vecindario se
hallaba aún alojada en casas provisionales, pero la petición no fue atendida.

El Ayuntamiento perdió con el traslado gran parte de sus ingresos: la renta del agua y cobros en las
tabernas, carnicerías y en el mercado. El abasto de la nueva capital presentó también grandes
problemas por la lejanía de los lugares habituales de abastecimiento. Los alimentos escasearon y
subieron de precio, lo cual provocó penurias y descontento entre los vecinos. El Presidente acusó a
los miembros del Ayuntamiento por las estrecheces señaladas, y a ellos los consideró culpables
porque sólo se ocupaban de que Santiago estuviera bien abastecida.

Por lo tanto, a pesar de los esfuerzos de las diversas autoridades superiores, encabezadas por los
presidentes y la Audiencia, y luego por el Ayuntamiento, fue muy lento el desarrollo y el
mejoramiento de las instalaciones y los servicios de la nueva ciudad. Las optimistas previsiones de
los partidarios del traslado resultaron sin fundamento. Muchos problemas que previeron o
minimizaron se mantuvieron sin solución o se agravaron en el correr de los años, y cuando por fin
se resolvieron esto se hizo muy tarde. La ciudad no sólo perdió habitantes sino que sus patrones
sociales se transformaron profundamente. Poco a poco se recuperó el nivel de población y se
reconstruyeron las estructuras urbanas y en realidad pasaron alrededor de 50 años antes de
alcanzar los niveles que se tenían en 1773.

Los efectos socioeconómicos y socioculturales fueron muy profundos y afectaron aspectos que no
previeron las autoridades responsables del proceso. Si en un principio pensaron ingenuamente que
era más fácil construir de nuevo la urbe que hacer reparaciones, pronto deben haberse convencido
de lo contrario. La inversión financiera y la cantidad de obras fueron imposibles de afrontar. El
resultado fue que las construcciones tuvieron que realizarse en forma paulatina y selectiva. En un
principio se concedió prioridad a las obras reales y públicas, y el ritmo de construcción disminuyó
en cuanto los edificios pudieron ponerse en funcionamiento aunque sin estar terminados.

10
Las circunstancias hicieron que se pospusiera o se retardara la construcción privada. Sólo las
personas con mayores recursos económicos pudieron enfrentar los elevados costos de edificación
en las primeras décadas. Las familias principales, que se concentraban en los alrededores de la plaza
mayor, construyeron los exteriores de sus casas y dejaron sin terminar aspectos interiores. Las casas
de los barrios periféricos se hicieron con materiales de poca calidad, a la espera de que bajaran los
costos de la mano de obra y los materiales. Igual sucedió con los desagües y las calles. En los barrios
periféricos la mayoría de éstas permaneció sin empedrado por muchos años. En la época seca se
llenaban de polvo y en la temporada de lluvias se convertían en lodazales intransitables.

Un grave problema en el nuevo establecimiento fue la escasez de agua, ya que las fuentes estaban
muy lejos y había que conducirla por cañerías desde más de tres leguas, lo cual elevaba los costos.
La construcción de los acueductos resultó especialmente lenta y costosa, por la distancia de los ríos
de Pinula y Mixco, que se usaron en la introducción del agua. Las obras de introducción, a cargo del
maestro mayor de obras Bernardo Ramírez, se iniciaron en 1776 y no estuvieron concluidas sino
hasta una década más tarde, lo cual indica las penurias que pasaron los habitantes de la ciudad por
falta de agua. Sin embargo, todavía en 1820 el servicio de la parte norte era muy deficiente. En la
nueva capital el número de casas era menor que en Santiago y, por lo tanto, aumentó la cantidad
de personas y de familias que vivían juntas. Según Inge Langenberg, la década de mayor
construcción privada fue de 1800 a 1810, cuando se alivió un poco la situación y se redujo como
consecuencia el número de habitantes por casa. Como era de esperarse, la situación mejoró primero
en la clase alta, y después en los sectores medios y bajos. En estos últimos no se alcanzaron los
niveles de 1773 sino hasta en los años cercanos a la emancipación.

La `normalización' de la vida urbana, por lo tanto, fue muy lenta. Además, en el proceso se
produjeron cambios en la estructura étnica y profesional de la ciudad. Ya se dijo que la oposición al
traslado fue general, pero una vez se hizo obligatorio, el comportamiento o respuesta de los
diferentes estratos étnicos y sociales fue diverso. En la documentación se aprecia que en general las
clases altas tuvieron que aceptar el cambio, y no les quedó otro recurso que mudarse si querían
seguir cercanos a los núcleos de poder y mantener su posición. Sólo muy pocos optaron por
permanecer en la antigua urbe, probablemente por carecer de recursos suficientes o por tener
mayores compromisos. Los grupos emergentes, entre los que destacaban algunos comerciantes
vascos y navarros, aprovecharon la coyuntura para aumentar sus ganancias y obtener casas de
habitación en áreas de mayor prestigio (cerca de la plaza mayor y en los barrios cercanos a La
Merced y Santo Domingo).

La situación de los sectores medios fue variable, desde la de aquellos que tuvieron que mudarse
para mantener sus oficios, cargos, etcétera, hasta los que se quedaron en Santiago. La mayor
resistencia y el porcentaje más alto de permanencia se encontró en los estratos más bajos de la
población, los cuales incluían a grandes sectores de los pueblos cercanos a Santiago de Guatemala.
La mayor parte de esos poblados continuaron existiendo en las proximidades de la Antigua, lo cual
es indicio de que los niveles demográficos conservaron una relativa importancia en la zona. En la
documentación de la época parece reflejarse que las autoridades disminuyeron poco a poco su
presión e insistencia en el traslado total, probablemente en la medida en que se resolvían los
problemas de mano de obra y de abasto de la Nueva Guatemala.

11
Quizás sea ilustrativo del cambio de actitud gubernamental el proceso iniciado en Santiago por el
Justicia Mayor Guillermo Macé en contra de varios artesanos (herreros, tintoreros), a quienes se
acusaba de permanecer en la Antigua, en contravención de las órdenes de traslado y
específicamente de un bando del 29 de junio de 1779. En un primer momento los artesanos fueron
reducidos a prisión, pero al final se les puso en libertad y sólo fueron amonestados. En opinión de
Héctor Samayoa Guevara, la traslación a la nueva capital acarreó la `desorganización,
empobrecimiento y la casi total extinción de muchos gremios' y arruinó a numerosos artesanos,
principalmente los de recursos más modestos.

La traslación tuvo además otros efectos socioculturales. La composición indígena de los poblados se
debilitó o disminuyó. Esto parece haberse producido por dos factores fundamentales: la reunión en
un mismo poblado de personas procedentes de diferentes lugares (pueblos, aldeas y hasta
regiones), y la reorganización institucional que provocó una general adaptación a las nuevas
condiciones, siempre precarias al principio. Los pueblos perdieron algunas de sus festividades y
otros elementos culturales específicos, incluyendo los trajes distintivos, que sólo conservaron los
pobladores de más edad. En general, se puede apreciar que los pueblos aledaños a la Nueva
Guatemala se hicieron más mestizos y consiguientemente menos indígenas en un período
relativamente corto. Sin duda se trataba de un proceso que ya se observaba en el Valle de Panchoy,
pero que no sólo se aceleró con el traslado sino que se modificó al recibir nuevos grupos
provenientes de otras etnias indígenas, tanto de las áreas rurales como de las urbanas.

En suma, la traslación produjo muchos efectos nocivos para toda la población, pero en especial para
la de escasos recursos. Uno de los más graves se refiere a la integración familiar. La falta de vivienda
y las dificultades de trabajo redujeron o retardaron los matrimonios. En 1795 el Fiscal de la
Audiencia opinó que la falta de matrimonios se debía al `horror' con que las mujeres de las clases
populares veían el casamiento, ya que en lo posible se resistían a contraerlo, y eran `muy pocas las
que se casa[ban] si no [eran] apremiadas por los jueces, o persuadidas por los curas'. En ciertos
casos, preferían huir de maridos ociosos y borrachos, o unirse `por una temporada', a mantener una
prolongada unión formal. El Fiscal Bataller indicaba que era notorio el deterioro de las clases
populares por la falta de trabajo y hacía referencia a una `muchedumbre de ociosos' en la capital,
así como a una `total corrupción de las costumbres', en la cual las mujeres llevaban `todo el peso
del matrimonio'. Estas gentes no tenían `con qué comer ni con qué vestir', si no lo hurtaban.

La situación aludida se mantuvo más o menos igual con el correr de los años. Las obras de la ciudad
atrajeron una cantidad de trabajadores que abandonaron sus anteriores oficios para dedicarse a la
construcción y labores relacionadas con la misma. Cuando disminuyó el ritmo de las nuevas
actividades, aquellas personas no volvieron a sus antiguos oficios o ya no pudieron desempeñarse
en ellos. A principios del siglo XIX los problemas se agravaron con la quiebra y cierre de muchos
talleres de tejidos, resultado de la competencia de los textiles procedentes de Inglaterra e
ingresados por Belice, en buena parte de contrabando. La cantidad de desocupados se acrecentó,
lo mismo que su peligrosidad.

En 1812 el Oidor decano de la Audiencia, Joaquín Bernardo Campusano, dijo que los barrios de la
ciudad estaban `sumergidos en una desesperada pobreza, condenados a la ociosidad', llenos de
`pendencias sanguinarias', `continua borrachera', `andrajosa desnudez', `costumbres más groseras'
y `la corrupción de los inocentes indios forasteros'. En forma similar se expresó, en un documento

12
reservado de 1814, el Presidente Bustamante y Guerra, quien llegó a afirmar que no había visto en
todos sus viajes `país tan sanguinario como éste'. La situación no mejoró, ya que El Editor
Constitucional, en febrero de 1821, se refería preocupado a la poca vigilancia y reducido número de
jueces, a pesar de la cantidad de delitos. En 1819 ingresaron en el hospital 476 hombres, 158
mujeres y 70 soldados, todos sufriendo de heridas, y hubo 19 muertos en casos registrados en un
total de 704 causas criminales que en 1820 pasó de 900.

En la Nueva Guatemala se repitió la distribución de la ciudad en las mismas cuatro parroquias:


Catedral (El Sagrario), San Sebastián, Los Remedios y Candelaria. Por supuesto, la distribución de las
áreas asignadas a cada una fue diferente, aunque se les ubicó en forma similar a la que tenían en
Santiago. Según Domingo Juarros, las dos primeras se trasladaron en 1780 y las otras en 1784. En
cuanto a la división administrativa y para propósitos de vigilancia, la ciudad se organizó en 1791 en
seis cuarteles: San Agustín, Plaza Mayor, Santo Domingo, La Merced, Candelaria y Uztariz. Cada uno
de éstos se dividió a su vez en dos barrios, los que hicieron, por lo tanto, un total de 12. En Santiago
no se había organizado la ciudad en esa forma, la cual respondía ahora no a las dimensiones físicas
propiamente, sino al sentido racionalista de la época, y por otra parte a los problemas de orden y
delincuencia.

Conclusiones
Santiago de Guatemala siempre estuvo estrechamente vinculada a los terremotos, que
condicionaron muchas de sus características, desde su misma ubicación hasta su arquitectura. Los
terremotos de 1773, sin ser los más fuertes, fueron los más determinantes en el destino de la urbe,
puesto que provocaron su mismo abandono y traslación. En la documentación correspondiente y
en la magnitud que suele darse al hecho cuando se alude sólo al traslado de la capital, no siempre
se reconocen otras implicaciones importantes, como la mudanza de los pueblos inmediatos, la
reconstrucción de todo el sistema de relaciones socioeconómicas de la extensa región que estuvo
directamente dedicada al servicio y abasto de Santiago. Además, la traslación hizo que tal sistema
de relaciones de la ciudad se recuperara mucho más lentamente y con más dificultad que si la capital
se hubiera reconstruido en el mismo sitio. Por otra parte, el traslado impuso un mayor grado de
inversión, estatal y privada, en un tiempo relativamente corto, ya que fue necesario construir de la
nada toda la infraestructura urbana: edificios públicos, casas particulares, etcétera.

De julio de 1773 a fines de 1775 se abrió un período extremadamente largo de incertidumbre para
los moradores de la capital. Si bien en los primeros días la opinión mayoritaria favorecía el traslado,
poco a poco las dificultades inherentes al mismo indujeron a los habitantes a continuar en el mismo
lugar. Durante dicho período, el Presidente Mayorga no pudo aplicar las medidas del traslado con
todo rigor, puesto que el mismo se consideraba provisional y sujeto a la decisión final del monarca.
Después de recibir la aprobación real, el Presidente se propuso llevarlo a cabo rápidamente pero,
con todo y sus esfuerzos, ello fue imposible. En diversas ocasiones el Ayuntamiento expresó su
opinión contraria al traslado con base en el examen de los problemas que conllevaba, como por
ejemplo las pérdidas y gastos que implicaba para los vecinos, la Iglesia y la Real Hacienda.

13
Matías de Gálvez, al asumir el cargo de Presidente, mantuvo la misma postura intransigente de
Mayorga. Ambos concibieron el traslado como abandono total y completo de Santiago, e inclusive
pensaron en arrasar la arruinada capital. Los vecinos de ésta opusieron una resistencia lenta y
pasiva, y en algunos casos se quedaron o se trasladaron momentáneamente para regresar al poco
tiempo. Cuando Gálvez partió hacia Nueva España en 1783, promovido al cargo de Virrey, el
establecimiento de la capital en la Nueva Guatemala de la Asunción era un hecho consumado
aunque no completo. Gálvez dejó una ciudad a medio hacer, que tardó muchos años en acercarse
a la prestancia arquitectónica y urbana que tuvo Santiago de Guatemala, aun con una población
menor. La arruinada capital, que ya comenzaba a llamarse la Antigua Guatemala, nunca se
abandonó del todo. Al parecer su población disminuyó a 5,000 ó 6,000 habitantes, algunos de los
cuales provenían de los pueblos cercanos. La construcción de la Nueva Guatemala siguió un proceso
mucho más lento de lo que se pensó al principio. La capital tardó cerca de 50 años en alcanzar la
población que tenía Santiago en la época de los terremotos, y tomó casi 100 años terminar algunos
de los edificios más importantes.

El factor determinante en la decisión de trasladar la capital fue el respaldo que el Consejo de Indias
y el Rey dieron a Mayorga, sin atender las razones presentadas por el Arzobispo, el Ayuntamiento y
muchos vecinos. El grado de destrucción no fue tan amplio como se afirmó en un primer momento.
Tanto la Corona como los particulares se hubieran beneficiado económicamente si sólo hubieran
hecho las reparaciones necesarias, lo cual además pudo haber sido más rápido.

El enfrentamiento entre el Arzobispo y el Presidente de la Audiencia tuvo consecuencias graves para


la población, que se vio obligada a tomar partido por la autoridad civil o por la religiosa.

Varios autores, como Antonio Batres Jáuregui, J. Antonio Villacorta, José Mata Gavidia y José
Joaquín Pardo, han señalado que el traslado estuvo motivado únicamente por factores económicos:
privar a la Iglesia de las abundantes rentas de que gozaba por los censos que poseía en Santiago
sobre solares y casas provenientes de donaciones, dotes, capellanías, aniversarios, obras pías,
etcétera. En suma, se intentó una desamortización de los bienes eclesiásticos para que privada la
Iglesia de su poder económico disminuyera también su importancia social y política. En efecto, éste
fue uno de los resultados, pero el mismo no fue buscado a priori. En los expedientes y resoluciones
del Consejo de Indias no se encuentra la menor alusión sobre el particular, por lo que parece dudoso
que tal hubiera sido el propósito.

El traslado afectó de manera profunda y prolongada a la población, principalmente en sus


actividades económicas. El comercio sufrió grandes pérdidas por la dispersión inicial de los vecinos
en los pueblos cercanos, derivada ésta de la confusión creada por el traslado provisional y por el
encarecimiento del transporte de mercaderías. El traslado también provocó la decadencia de otros
sectores de la población, como los gremios que llegaron a su casi total extinción. Muchos artesanos
tuvieron que abandonar sus talleres y empresas, y se arruinaron en la nueva ciudad.

Por otra parte, surgió una gran demanda de albañiles, carpinteros y herreros, que indujo a los
artesanos de otros oficios a dedicarse a la construcción, en la cual obtenían mejores salarios. Con
posterioridad, al disminuir las edificaciones, estas personas representaron un problema económico
y social en la nueva capital, puesto que muchos pasaron a engrosar los sectores de gente pobre,
ociosa, hambrienta, sin trabajo fijo, pendenciera, dedicada a riñas o delitos. La situación de violencia
y desintegración se mantuvo más o menos igual durante varias décadas. Aumentaron los hijos

14
ilegítimos, se postergaron o disminuyeron los matrimonios, tanto por problemas de vivienda como
por el deterioro general de la situación familiar, sobre todo en los niveles bajos de la población, que
constituyó una `plebe' agresiva e inconforme.

La resistencia al traslado entre los indios procedentes de los pueblos que circundaban Santiago dio
como resultado que los nuevos pueblos fueran menores que los anteriores.

En resumen, el traslado tuvo un alto costo humano, económico y político, por la pérdida de prestigio
que sufrió la capital frente a las otras provincias del Reino y por el resentimiento que creó en éstas
la elevada inversión de recursos en la construcción de aquélla en una época de crisis, que se agudizó
en todo el Reino a partir de 1790.

La Nueva Guatemala de la Asunción pudo mejorar su diseño urbanístico (calles más anchas, más
plazas y de mayores dimensiones), pero todo ello a costa de una disminución de su prestigio y de
poder demográfico, político, etcétera, en un proceso de crecimiento y de construcción que tomó
muchas décadas.

15

También podría gustarte