Está en la página 1de 2

Como muchos otros oficios a los que el ensanchamiento del Estado cobijó a lo largo del siglo

XX, como los de maestros, policías y enfermeras, la profesión militar fue siendo copada desde
mediados del siglo por la población mestiza. La oligarquía podía excluir a los indios y mestizos
de sus piscinas, sus aulas y sus salones, pero no podía, ni le convenía hacerlo, de los cuadros
profesionales del Estado. La presión del Partido Aprista y de la expansión demográfica hicieron
que la universidad pública, las escuelas de oficiales de las fuerzas armadas y las escuelas
normales donde se formaba al magisterio, tolerasen, primero, y fuesen tomadas, después, por
los grupos mestizos y provincianos en ascenso. El propio general Juan Velasco era un ejemplo
vivo de que el ejército funcionaba como un eficaz ascensor social. Había nacido en Piura en
1910 en un hogar de clase media baja. Hizo sus primeros estudios en una escuela pública,
enrolándose en 1928 en el ejército como soldado raso. Para esto viajó a Lima como “pavo”
(pasajero clandestino) en un barco mercante que abordó en el puerto de Paita. Los requisitos
sociales para ingresar a la Escuela de Oficiales se sorteaban más fácilmente cuando se había
servido como soldado. Juan Velasco logró graduarse como subteniente en 1934 e inició desde
entonces una exitosa carrera de oficial que lo llevó, tres décadas después, al más alto rango de
las fuerzas armadas del país. La variación en el origen social de sus miembros fue
transformando la ideología de los uniformados. Por razón de su desempeño, los militares
debían trasladarse a aislados puntos del territorio nacional, donde comprobaban las duras
condiciones de vida y percibían los agudos contrastes de riqueza y pobreza en el país. La
derrota en la guerra del salitre les había enseñado que el principal enemigo del Perú, en caso
de una guerra, no era el ejército que se les oponía, sino la falta de solidaridad nacional, que
era, a su vez, la secuela de la desigualdad social y la falta de contacto entre los grupos situados
arriba y abajo de la pirámide social. Los países de sociedades igualitarias tenían mejores
perspectivas de ganar una guerra que los de sociedades más desiguales. De otro lado, como
muchos otros peruanos, los militares pensaban que la evolución económica del Perú había
estado demasiado dependiente de la exportación de materias primas. Como en toda América
Latina, en el país se vivía por entonces la utopía de la industrialización como la panacea de
todos los males. Una nación industrializada contaría con una economía más estable, con
salarios más altos y con una sociedad más igualitaria. Las ideas económicas de la CEPAL
Comisión Económica para América Latina y el Caribe.
y la teoría de la dependencia habían penetrado en el Perú, convenciendo a muchos académicos
de que para conseguir una radical transformación de las condiciones económicas debía
arrebatarse el control de los sectores económicos más boyantes a la oligarquía. Ésta era
percibida como un grupo pequeño de familias egoístas que carecían del sentimiento
nacionalista necesario para emprender un proceso de industrialización e igualación social. Una
diferencia entre el gobierno militar de 1968 a 1980 respecto de gobiernos militares anteriores
fue que combinó el personalismo del presidente con el carácter corporativo de un gobierno de
las fuerzas armadas. No fue un gobierno plenamente corporativo, ya que en dicho caso Velasco
Alvarado debía haber sido relevado en el cargo una vez que le correspondiese pasar al retiro al
cumplir los 35 años de servicio en el ejército. Pero tampoco fue un gobierno totalmente
personalista, ya que cada una de las tres armas en las que estaban divididas las fuerzas
militares: el ejército, la marina y la aviación, recibió ciertas áreas de gobierno (ministerios) en
las que podía manejarse con alguna autonomía. La combinación de personalismo y carácter
corporativo tuvo momentos de crisis, como en 1975, cuando un grupo de jefes militares
derrocó al general Velasco, quien no se resignaba a ceder la Presidencia, a pesar de los siete
años que estaba por cumplir en el poder y de ciertas limitaciones físicas que le habían hecho
perder una pierna un año atrás y lo llevarían a la tumba dos años después. El nuevo presidente
fue el general Francisco Morales-Bermúdez (nieto de quien fuera presidente entre 1890 y
1894), quien también provenía de las filas del ejército, pero había nacido en una familia limeña
de una extracción social más elevada que la de Velasco Alvarado.

También podría gustarte