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©Kristel Ralston 2022.
Veneno en tu piel.
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cualquier forma, o por cualquier medio electrónico, mecánico, fotocopia, grabación u otros métodos,
sin previo y expreso permiso del propietario del copyright.
Todos los personajes y circunstancias de esta novela son ficticios, cualquier similitud con la realidad
es una coincidencia.
 
 
 
“Cuando te acaricié me di cuenta que había vivido
toda mi vida con las manos vacías”.
Alejandro Jodorowsky.
ÍNDICE
ÍNDICE
PARTE 1
CAPÍTULO 1
CAPÍTULO 2
CAPÍTULO 3
CAPÍTULO 4
CAPÍTULO 5
CAPÍTULO 6
CAPÍTULO 7
CAPÍTULO 8
CAPÍTULO 9
CAPÍTULO 10
PARTE 2
CAPÍTULO 1
CAPÍTULO 2
CAPÍTULO 3
CAPÍTULO 4
CAPÍTULO 5
CAPÍTULO 6
CAPÍTULO 7
CAPÍTULO 8
CAPÍTULO 9
CAPÍTULO 10
CAPÍTULO 11
CAPÍTULO 12
CAPÍTULO 13
CAPÍTULO 14
EPÍLOGO
Continúa leyendo: Hermosas Cicatrices
CAPÍTULO 1
CAPÍTULO 2
CAPÍTULO 3
SOBRE LA AUTORA
PARTE 1
 
 
CAPÍTULO 1
 
 
 
 
Seattle, Estado de Washington.
Estados Unidos de América.
Cinco años atrás.
 
 
 
El sonido de los truenos en el horizonte sobresaltó a Kat y el bolígrafo
que sostenía en la mano cayó sobre el escritorio de madera oscura. Dejó
escapar una exhalación, mientras las gotas de lluvia se estrellaban
furiosamente contra la ventana de la habitación, y echó la cabeza hacia atrás
procurando relajarse contra el respaldo de la silla. Se sentía frustrada,
porque no lograba terminar el ensayo que debía entregar al día siguiente en
clases. Aunque no era solo esa su preocupación.
Con dieciocho años, a pocas semanas de finalizar la secundaria y
ansiosa por entrar a la facultad de periodismo, Kat esperaba la carta que le
diría si había sido o no acreedora a una beca completa en la universidad
pública más grande de Estados Unidos: la Universidad de Washington, en
Seattle. Siempre supo que reducir su tiempo con amigos para enfocarse en
sacar las notas más altas, asistir a actividades extracurriculares y vincularse
en asuntos de ayuda social, eran las únicas formas de tener un perfil
académico que le permitiera competir y destacarse entre miles de aplicantes
que también estaban en busca de una beca.
Su padre había muerto de cáncer de colon diez años atrás, así que el
ingreso económico más importante provenía del salario que, desde hacía
dos décadas, su madre recibía como ama de llaves. Kat pagaba sus gastos
básicos con el dinero que obtenía haciendo los deberes a otros alumnos de
cursos inferiores o a sus compañeros de clase. Además, tenía un trabajo
esporádico como camarera suplente en un restaurante que también le
ayudaba, gracias a las propinas. Al final de cada jornada, a Kat le quedaban
escasas horas para intentar no convertirse en una ermitaña.
Su vida social consistía en caminar con algunos amigos por Alki Beach
o el Pier 57 o aceptar alguna invitación a una fiesta una vez por mes.
¿Novios? En absoluto, quizá un par de besos furtivos y unas caricias
encendidas. La curiosidad de experimentar el sexo era grande, pero no
conocía a alguien que le provocara sensaciones suficientemente fuertes para
arriesgarse hasta ese punto.
La mente de Kat divagó en torno al baile de graduación. Dos chicos la
habían invitado, pero ella no lograba decidirse por ninguno, aunque Kiernan
y Jack eran bastante guapos. Esta era una ocasión muy especial y quería
recordarla con alguien que lo mereciera. Además, lo que en realidad le
interesaba era el vestido que iba a comprarse. La suerte es que conocía
tiendas de segunda mano de estupenda calidad y precio, así que podría
conseguir un bonito atuendo sin descalabrar su presupuesto.
La voz de su madre llamándola con un leve quejido de dolor, la sacó de
sus pensamientos. Se apartó de inmediato del escritorio.
A Virginia la habían operado de urgencia dos días atrás para removerle
el apéndice, así que ahora estaba en recuperación. Los gastos de la
operación fueron cubiertos por el seguro social, lo cual era un gran alivio.
Sin embargo, debido a la agitada agenda social de los jefes de Virginia, la
familia Barnett, la posición de ama de llaves no podía quedar muchos días
sin cubrirse.
Kat abrió la puerta de la habitación contigua y encendió la luz.
—Lo siento, se me pasó la hora de tu medicina porque estaba tratando
de terminar un trabajo. Aquí tienes la píldora para calmar el dolor —dijo,
mientras la ayudaba a beber un poco de agua con la medicación—. ¿Te
apetece una gelatina? Dejé varias en el frigorífico; puedes elegir entre mora,
manzana y frambuesa. Ya sabes que no puedes comer sólidos por unos días.
Virginia hizo una mueca como si le hubiesen dicho que tenía que tomar
arsénico. Desestimó la oferta de su hija con un gesto de la mano.
—Preferiría un poco de comida italiana, cariño. —Kat soltó una risa y
meneó la cabeza—. ¿Has pensado en la petición que te hice, después de
salir del quirófano? —preguntó con amor en su voz—. No creo que la
señora Margie acepte pagarme, mientras estoy de baja si pasan demasiados
días. Lo más probable es que me echen. Que aparte me haya torcido el
tobillo es un escenario que agrava todo.
Kat miró el rostro redondo de su madre que, en lugar de su usual
optimismo, expresaba preocupación. Le acomodó la frazada para que
estuviera más confortable y después hizo lo mismo con la almohada.
—La situación en la que te encuentras no es culpa de nadie, mamá,
debes entenderlo e intentar relajarte un poquito. El estrés no te hace bien.
Incluso si esa familia te despidiese, tú podrías demandarlos y ganarías el
caso con toda seguridad —replicó en tono serio, porque si no hubiera
elegido periodismo como la profesión que quería ejercer, entonces habría
escogido abogacía.
Para Kat, la posibilidad de defenderse en una sociedad no estaba
asociada con la carrera profesional que se estudiaba, sino con qué
información lograba recabar y tener en su poder. Saber de leyes y derechos
ciudadanos era una parte básica para poder defenderse ante posibles
injusticias o abusos de terceros.
—El dinero que cobra un buen abogado es un impedimento inicial.
Además, que no se trata de cualquier familia, sino de una que aprecio y
posee muchísima influencia a gran escala. Sería un caso David y Goliat,
cariño. —Kat se contuvo de poner los ojos en blanco, porque era obvio que,
en su convalecencia temporal, Virginia había olvidado quién venció en esa
batalla—. Este trabajo es importante para mí y quiero conservarlo muchos
años. Le he dedicado gran parte de mi vida.
—Lo sé, mamá, pero decir que van a despedirte es exagerar un poco…
—Lo que intento, Kat, es anticiparme y tomar una vía de acción para
evitar un posible despido, en lugar de dar pie a que la idea de echarme se le
cruce por la mente a mi jefa —interrumpió—. Conozco la manera de actuar
de la señora Margie Barnett con los empleados; somos descartables si así lo
dictan sus caprichos. El esposo, Byron, solo está interesado en sus empresas
y sus amantes, así que los temas de un ama de llaves le dará lo mismo que
usar una corbata azul o roja.
—Te acaban de operar ¡por Dios, mamá! Necesitas estar tranquila.
—Ellos tienen una agenda social que cumplir y si no estoy yo, entonces
buscarán otra persona que haga funcionar al personal de servicio como
necesitan.
Kat soltó una exhalación, después arrastró un banquito junto a la cama y
se acomodó en él. Además de Miranda y Bolton, una pareja con la que a
veces cenaban o conversaban, no había familiares a los cuales Kat pudiese
recurrir por ayuda en el caso de una emergencia, o en general, y el motivo
tenía que ver con su madre.
Cuando Virginia se casó con Lennan Stegal, la familia de ella no aprobó
esa relación, porque él era caricaturista. Los Doyle consideraban que ese no
era un trabajo real, sino un pasatiempo sin futuro. Virginia, enfadada,
renunció a su empleo de actriz amateur en un teatro, eligió a Lennan, y
juntos se mudaron de Kansas a Seattle para iniciar una nueva vida. Desde
entonces se rompió para siempre todo contacto.
Gran parte de la intención de Kat de ser periodista tenía que ver con las
historias que le contó Lennan, sobre cómo funcionaba un periódico, cuando
era pequeña. Además, si de casualidad él trabajaba desde casa un fin de
semana, le permitía acompañarlo durante las horas en que dibujaba y luego
le explicaba algunos detalles de cómo un boceto podía resumir un
acontecimiento. El proceso de su padre le pareció siempre mágico a Kat y
lo recordaba con nostálgico optimismo.
—Llevas trabajando años para los Barnett ¿por qué habrían de
desestimar todo tu esfuerzo y dedicación? Entiendo que Margie es engreída
e idiota, pero no es como si hubieras decidido ausentarte por irresponsable.
Ella sabe que fue una emergencia.
La madre de Kat trabajaba largas horas y tenía la responsabilidad de
coordinar las tareas de diez personas que se encargaban de que el
mantenimiento, bienestar y servicios, así como los más mínimos caprichos
del billonario clan Barnett, se cumplieran. La consigna de Virginia, desde
que su hija tenía ocho años y empezó a ir después de la escuela a quedarse
con ella en el trabajo, porque no tenían niñera, había sido que mantuviese
un perfil bajo e hiciera los deberes en la mesita de la cocina. También tenía
prohibido deambular por los jardines o zonas comunes si los propietarios
estaban con visitas o simplemente disfrutando de su privacidad.
Por supuesto, Kat fue una niña rebelde, curiosa, y solía escabullirse en
las inmediaciones de la mansión cuando su madre estaba muy liada de
trabajo. Entre sus pequeñas expediciones y travesuras, sin consecuencias
graves, se hizo amiga de Agatha, la única hija y la menor de la familia; las
dos tenían la misma edad. La chica y Kat tenían un sentido del humor
chispeante y congeniaron desde un inicio, a pesar de que sus mundos eran
diferentes en amistades, ambiciones y responsabilidades.
En el caso de Caleb, el hermano de en medio, la relación era un poco
tirante con Kat. El chiquillo fue siempre caprichoso y ella tenía la
costumbre de decir lo primero que se le venía a la cabeza, sin importar a
quién se dirigía. Incluso hubo una pelea, menos mal los padres de los chicos
estaban fuera de Estados Unidos cuando ocurrió, que involucró tirones de
cabello y la intervención, como mediador, del abuelo paterno que vivía en
un ala privada de la casa, Mason.
El anciano era bonachón, pero muy justo, y terminó dándole la razón a
la hija de Virginia cuando Caleb la acusó de querer robarse unos muñecos
de colección de Star Wars de su habitación. Kat odiaba esas películas y
demostró que las figuritas estaban escondidas en una estantería de la
biblioteca principal. El dato lo supo gracias a que Agatha conocía todos los
trucos de su hermano. Cuando Kat cumplió dieciséis años dejó de
frecuentar a diario el trabajo de Virginia, porque ya tenía edad suficiente
para cuidar de sí misma. Sin embargo, continuó su amistad con Agatha,
aunque el fastidio hacia Caleb no decayó, porque el chico era bastante
insoportable.
El mayor de los hermanos, Tristán, era difícil de descifrar. Le llevaba
siete años a Agatha y tres a Caleb, en edad. Antes y después de graduarse
en Princeton, New Jersey, él combinaba sus horarios de estudio para
trabajar en la sucursal de Barnett Holdings en ese lado del país. Sabía de
Kat porque la había visto en las inmediaciones de la mansión con Agatha,
además de que era la hija del ama de llaves, pero tenía prioridades que no
incluían socializar con las amigas de su hermana menor.
—Sí, pero recuerda que la agilidad de alguien de mi edad es más
reducida. La señora Margie puede empezar a buscar otra persona si cree que
este es el inicio de un declive en mi desenvolvimiento. Este es un período
importante para la familia y no pueden demorarlo porque tuve una cirugía.
Aún quedan detalles por resolver para el gran evento de los Barnett por el
que he trabajado durante incontables semanas —dijo en tono
apesadumbrado—. Hay pormenores que no pueden quedar al azar.
Aparte de la beca académica, que tenía en ascuas a Kat, su otra
inquietud era el empleo de Virginia, porque sabía que perderlo sería un
golpe duro para su madre emocionalmente. Además, la hipoteca del
apartamento en el barrio de Greenwood no era tan elevada y podían costear
los pagos mensuales, pero sería difícil que eso continuase con los escuetos
ingresos de Kat si faltaba el salario de Virginia.
Kat no quería dar voz a sus preocupaciones, así que optó por la calma.
—Nada de lo que ocurra en esa casa es más importante que tu salud,
mamá. Agatha estaría de acuerdo conmigo.
Virginia esbozó una sonrisa y le dio una palmada en la mano a su hija.
—Me alegro que no sea esnob contigo y te acompañe a las pocas fiestas
a las que decides ir. —Kat hizo un asentimiento leve. Si estaban en la calle
y se encontraban con las amigas de la secundaria de Agatha, esta la
integraba con naturalidad. Si las otras chicas se comportaban desdeñosas,
entonces las mandaba a paseo y se alejaba con Kat—. La vida hay que
disfrutarla al máximo.
—Mamá, para disfrutar la vida se necesita dinero, en especial si implica
fiestas o aceptar invitaciones a sitios que suelen frecuentar las chicas como
los Barnett. Agatha siempre intenta obsequiarme ropa o accesorios cuando
hay premier de películas o meet&greet con actores e incluso fotos
backstage con grupos de música o cenas de gala de no sé que cosas a las
que me invita, pero no puedo aceptarlas por más de que ella lo haga de
buena voluntad. Da igual si es una de mis mejores amigas. No puedo
disfrazarme de alguien que no soy tan solo para “encajar”.
Virginia la miró con reproche.
—Para disfrutar la vida, jovencita, se necesita actitud, no dinero. Así
que, la próxima ocasión que te inviten a un sitio que te apetece, sonríes y
aceptas. ¿Queda claro? —preguntó sin esperar respuestas—. La misma
valentía con la que persigues tus metas utilízala para aceptar que no todo es
estudiar. Dios, soy una mamá diciendo esta clase de chorradas, pero es la
verdad, Kat.
—Lo sé… —murmuró con una sonrisa.
La mujer de cabellos rubios asintió. No era una madre liberal, pero
tampoco era obtusa ni estaba ciega ante los cambios generacionales. Sin
embargo, a veces creía que había blindado a Kat en una burbuja demasiado
segura y esa no era la realidad. Necesitaba empujarla un poco a tomar
caminos diferentes e inclusive a equivocarse, porque no se lograba temple
ni fortaleza sin reveses.
—Entonces espero que elijas al chico más guapo para el baile de
graduación. Ese es una de los mejores recuerdos que tengo con tu padre —
dijo señalando el collage de fotografías que tenía en la mesita de noche de
algunos momentos bonitos con Lennan—. Quizá tu acompañante para esa
fiesta sea el amor de tu vida.
Kat, en esta ocasión, soltó una larga carcajada.
—Mamá, por favor —dijo todavía riéndose—, me han invitado
compañeros de clase por los que no siento nada.
—Bueno, pues te lo han pedido con bastante antelación, porque los
bailes de graduación son en mayo, así que de seguro estos muchachos
tienen algún interés especial en ti —le hizo un guiño.
Kat se rio y meneó la cabeza.
—Solo es un evento increíble y no tiene que ver con el amor. En todo
caso, ahora lo que cuenta es que te recuperes con calma, porque te
extirparon el apéndice, no el optimismo. —Virginia se rio, pero luego hizo
una mueca de dolor porque el movimiento agitó la herida—. Deja esta
tontería que se te ha metido en la cabeza que van a echarte del trabajo. No
va a ocurrir. Me pediste que considerara ser tu relevo en la casa Barnett y
eso haré, mamá.
—Gracias, Kat… —dijo con alivio—. Solo será medio tiempo y te
explicaré en detalle cómo funciona la casa. Así, la señora Margie, recordará
que mi ausencia es temporal y continúo comprometida con mi empleo como
ama de llaves.
Kat odiaba a veces el buen corazón de su mamá, porque sabía que la
esposa de Byron abusaba del tiempo de otros si estos se lo permitían. No
entendía cómo su amiga de infancia, Agatha, había salido tan distinta a sus
padres. Un misterio.
—Solo tienes una hija y no voy a fallarte. ¿Crees que la bruja de Margie
acepte mi presencia súbita? —preguntó riéndose cuando su madre soltó un
suspiro.
—Más vale que te guardes tus opiniones de mi jefa para ti misma. Tan
solo necesitas recordar que serán pocas semanas y podrás ver a Agatha más
seguido. Nadie quiere escuchar decir que su madre es una bruja egoísta.
—Oh, pero Agatha sabe que lo es y siempre me lo dice —sonrió—. Por
cierto, háblame más de este evento tan importante que mencionaste y que lo
hace diferente de las decenas de actividades que los Barnett organizan
siempre.
Virginia miró a su hija con una sonrisa leve.
—Se celebra el regreso permanente del joven Tristán a Seattle.
Kat frunció el ceño ante el comentario en tono emotivo de Virginia.
Obviamente, conocía a Tristán de vista, pero sus interacciones eran
escasas. Ella no era una invitada ni iba a esa casa para hacer vida social,
sino porque su madre no podía pagar una niñera. Siempre estuvo más
preocupada en cotillear con su amiga Agatha, ver pelis o terminar la tarea,
en lugar de fijarse en un chico que viajaba constantemente y apenas pasaba
unos meses en Seattle.
Lo que sí notó en las barbacoas que se organizaban, cuando espiaba
junto con Agatha desde algún rincón o cortina sin que las pillaran, era que
las chicas invitadas parecían siempre dispuestas a llamar la atención de
Tristán, pero él se mostraba indiferente como si diera por hecho que esa
clase de comportamiento iba a ocurrir y lo aburriese. A Kat, le pareció
arrogante y nunca tuvo interés por saber más de él, al menos hasta el día en
que la salvó de ahogarse en el lago cuando tenía catorce años.
Ella había desafiado a Agatha a una carrera en kayak, sin mencionar que
no sabía nadar, aprovechando que Virginia salió a hacer diligencias y los
padres de su amiga estaban fuera de casa. El quejica de Caleb se había ido
ese verano con sus amigotes de lacrosse a Europa, así que el terreno estaba
despejado. Sin pensárselo demasiado empezó a remar hasta que perdió el
control de uno de los remos y su kayak se volteó. Tristán, al ver lo que
estaba ocurriendo y considerando que su hermana estaba bastante lejos
como para ayudar, se había lanzado al agua y sacó a Kat de inmediato. La
llevó a la orilla y aparte de darle respiración boca a boca (algo que Kat no
consideraba su primer beso, sino su primer gran bochorno) y reprenderla
por irresponsable, no hubo más interacciones cercanas.
La expresión de vulnerabilidad que vio en Tristán ese día al sacarla del
agua y procurar que estuviera bien, tan distinta a la indiferencia que Kat
observaba cuando él interactuaba con otras chicas o personas en general, la
hicieron sentir curiosidad por saber quién era él en realidad. Sin embargo, lo
dejó pasar, porque lo atribuyó a la adrenalina de la situación que ella creó
con su imprudencia. Agatha, preocupada, no volvió a permitirle usar la
piscina ni invitarla al lago hasta que Kat, de mala gana, aceptó entrar en las
clases de natación gratuitas que daban en la secundaria.
—¿Qué tiene eso de trascendente? —preguntó con desinterés—. No es
como si fuesen a darle el premio Nóbel de viajero frecuente.
Virginia se rio con suavidad.
—El regreso permanente de Tristán coincide con la fiesta en la que se
harán anuncios de los cambios en la empresa. Se trata de una tradición que
lleva mucho tiempo entre los Barnett. El patriarca de la familia, en este caso
Mason, toma decisiones específicas y las anuncia públicamente.
—¿No está retirado? —preguntó frunciendo el ceño.
—De ir a la oficina, sí, pero trabaja desde la casa. Lo sé, porque su
asistente personal va a la mansión en horarios de oficina. Quizá lo hayas
visto en algún momento —sonrió—. Antes de que el señor Mason
enviudara fue su esposa, Faye, una dulzura de dama, quien ejercía de
coanfitriona en esa fiesta —dijo, consciente de que a su hija esa clase de
circunstancias le parecían una bobada.
—No recuerdo a la esposa del abuelo de Agatha…
—Falleció un año antes de que me permitieran que fueses a la mansión
después de clases, tesoro. Los chicos eran muy apegados a ella, porque los
consentía y trataba con calidez. Creo que sienten todavía su ausencia, a
pesar de los años.
Kat hizo solo un asentimiento.
—¿Por qué no hace simplemente el anuncio en las oficinas? —preguntó
acomodándose mechones de cabello lacio y color caoba detrás de las orejas
—. Me parece que se ahorrarían un montón de dinero.
Virginia agarró el vaso de vidrio para beber un poco de agua.
—Seguramente, cariño. Por cierto, estará la prensa local y también
personas influyentes. Soy responsable del equipo de empleados, a los que
ya conoces, y la casa debe quedar impecable. Me siento parte de esa
ocasión especial.
—Ahora comprendo, mamá —dijo con suavidad. No quería ser crítica o
herir los sentimientos de Virginia—. Todo va a estar bien —comentó más
para convencerse a sí misma, porque no tenía idea de cómo iba a salir airosa
de esta situación imprevista—. ¿Cuánto tiempo tengo hasta la fiesta?
—Dos semanas para la fiesta, tres días para aprender todo lo que puedas
sobre el trabajo, cariño. Así que te empezaré a explicar ahora.
—De acuerdo —murmuró elevando ambas cejas.
Kat reajustaría su calendario para no bajar el rendimiento en la
secundaria, encontrar el vestido del baile de graduación y elegir un
acompañante, manejar sus ansias sobre la respuesta pendiente de la beca
universitaria, no perder el trabajo de camarera suplente y, ahora, ayudar a su
madre. Nunca podría haber previsto el giro que tomaría su vida a partir de
ese instante.
 
 

CAPÍTULO 2
 
 
 
Tristán giró el líquido ambarino en el vaso de cristal con un movimiento
lento de la mano, mientras contemplaba las luces de la ciudad. El penthouse
que había adquirido estaría listo dentro de pocas semanas, así que por ahora
se hospedaba en una suite del hotel Four Seasons. Su madre insistió en que
se quedara en la mansión, pero él tenía constantes desacuerdos con su padre
y ácidas conversaciones con Caleb, así que prefirió rechazar esa oferta.
Además, después de pasar casi siete años entre Seattle, New Jersey y Nueva
York estudiando y trabajando, el hotel era la opción más coherente porque
le daba la privacidad a la que estaba habituado.
Por ahora trabajaba de forma remota como coordinador de proyectos,
Barnett Holdings se dedicaba a la construcción basada en diseños
arquitectónicos sustentables, y mantenía reuniones por Meet. Lo anterior se
debía en parte a las decisiones pendientes que tomaría su abuelo en la
cadena de mando de las dos sucursales de la compañía, pero esto no
ocurriría hasta la fiesta que Margie estaba organizando para anunciarlas.
Tristán tenía la intención de ascender por mérito.
No quería convertirse en la réplica de otros millonarios que obtenían
posiciones ejecutivas por el apellido o influencias. Él sabía que si no
conocía bien el negocio era más fácil perderlo a manos de asesores
maliciosos que pretenderían engañar a un CEO, si este carecía de
conocimiento real y profundo de la empresa.
Así que, después de una semana de mudanza y trabajo, esta noche de
viernes Tristán quería despejar la mente y disfrutar su soltería. La última
vez que se acostó con una mujer había sido dos meses atrás en Nueva York.
Cherry era exquisita y complaciente, pero sus conversaciones sosas lo
sacaron de quicio y prefirió terminar el breve, aunque divertido, affaire que
sostuvieron.
Lo que le apetecía ahora a Tristán era relajarse.
Iba a verse con sus amigos para cenar en un restaurante francés y el plan
terminaría en un pub que acababan de inaugurar. «Una idea perfecta para
una noche de diversión, pero al parecer en su vida nada podía ser ameno o
pacífico», pensó contemplando el líquido de su segundo vaso de whiskey.
El motivo de que estuviera bebiendo, antes de poner rumbo al
restaurante, era la llamada que tuvo minutos atrás con su padre. Para olvidar
los momentos amargos con su progenitor ninguna cantidad de licor sería
suficiente. Aunque nadie podría culparlo por intentarlo. La relación con
Byron fue siempre tensa y Tristán no comprendía por qué, desde que tenía
memoria, sus castigos eran más severos que los que recibían sus otros dos
hermanos, cuando cometía errores o se metía en líos.
Durante años trató de hacer todo lo posible para complacer las
exigencias de Byron y recibir un reconocimiento verbal o algún indicio de
que estaba orgulloso de sus logros: fue el mejor alumno de la primaria y el
mejor graduado en la secundaria, quaterback del equipo de fútbol
americano con dos trofeos nacionales gracias a sus destrezas físicas, además
fue aceptado en Princeton y sacó adelante varios proyectos para Barnett
Holdings durante su estancia en Nueva York que fueron halagados por
varias revistas especializadas. En ninguna de esas ocasiones, Byron le dio a
entender que reconocía su esfuerzo. Nada era suficiente.
La sensación de que había fallado en algo, cuya respuesta solo parecía
conocer Byron, era como una espina clavada en el talón.
—Tienes que hacer sacrificios personales como los hice yo para
mantener esta empresa a flote —le había dicho Byron con enfado por
teléfono—. El flujo de capital que se necesita es alto y no pienso vender mis
propiedades cuando existe una vía más rápida. Después de todo lo que he
hecho para mantener esta familia, entre el prestigio y la bonanza, por una
vez en tu puta vida deja de ser obtuso.
Tristán había tratado con todas sus fuerzas de no mandarlo a la mierda.
Aunque sentía rabia por la manera en que lo trataba, Byron seguía siendo su
padre. Sus palabras eran tan injustas que, a pesar de intentar revestirse de
indiferencia, aquel dolor conocido por los desprecios usuales palpitó con
saña.
—No pienso poner en riesgo mi capital personal por errores que
cometiste tú, a pesar de que los asesores te hicieron advertencias dos años
atrás. Perdiste material, no cumpliste con importantes clientes, porque te
negaste a contratar más empleados temporales, y ahora la competencia te
está destrozando. Eres el CEO de la constructora, padre. No puedes echar
todo el peso de tus errores sobre mí. Quizá pueda encontrar una manera de
gestionar alianzas externas, pero no puedo acceder a tu imposición.
—¡Joder, Tristán! No puedes anteponer tu egoísmo al bienestar de
mucha gente en nómina que depende de las operaciones y contratos que
hacemos. Ahora es tu momento de demostrar que estás dispuesto a
esforzarte de verdad para que las promesas de aumento salarial se cumplan.
—Mi egoísmo dices —se había reído con incredulidad—, por favor,
padre. El que gastó más dinero del necesario para congraciarse con sus
amigos empresarios y aceptar contratos ridículos con ganancias bajas fuiste
tú, no yo. El que dio la aprobación para incrementar la oferta de las
licitaciones sin negociarlas, hasta lograr un precio justo en los contratos y
materiales, no fui yo. He hecho todo lo que has pedido durante estos años e
inclusive me dediqué a trabajar como un obrero más, en lugar de llegar y
dar órdenes sin conocer el manejo de campo, así que no voy a echarme la
soga al cuello por ti. Tienes otro hijo y se llama Caleb, además acaba de
graduarse de la universidad, así que encuentra la vía legal para que él te
ayude.
—Escucha bien…
Byron no terminó la frase, porque Tristán le cerró el teléfono. Su padre
quería que cediera a la empresa el fideicomiso de quince millones de
dólares, que su abuela le había dejado en herencia, para inyectar capital y
así evitar sacrificar su fortuna personal. Byron siempre prefería que otros
pusieran las manos al fuego y sufrieran las consecuencias para él evitar
quemarse.
Faye McGrath Barnett, la esposa de Mason de ascendencia irlandesa, no
solo se mostraba decepcionada de su propio hijo, sino que, conociendo el
alcance de su ambición, había protegido financieramente a sus nietos. Lo
hizo dejándoles la misma cantidad de dinero en herencia, así como objetos
de valor. La única condición para acceder a esa fortuna era que tuviesen
veinticuatro años de edad y un título universitario bajo el brazo. Tristán, lo
había cumplido a cabalidad.
A Caleb y Agatha les quedaba algún tiempo para echar mano de sus
fideicomisos. Por eso, Byron estaba irritado, ya que su única vía de dinero
rápido era Tristán y este se negaba a cedérselo. Él solía condicionar a su
hijo mayor con chantajes emocionales, porque sabía cuánto anhelaba el
muchacho obtener su aprobación. Esta última se la daba a cuentagotas. La
dinámica estaba desgastada y ya no surtía el efecto de otros tiempos, lo cual
frustraba a Byron.
Tristán dejó de lado el vaso y se incorporó del cómodo sillón. El clima
en esos meses era todavía frío en la ciudad, así que sacó del clóset una
chaqueta larga color negro y una bufanda blanca. A veces creía que su
padre lo odiaba.
—Eres una pequeña sanguijuela. No sé ni por qué me molesto en darte
una educación de élite cuando es evidente que no la aprovechas —le había
dicho una ocasión cuando sacó una mala calificación, con trece años, en un
examen. La literatura no era el fuerte de Tristán, pero había intentado
escribir con esfuerzo un jodido ensayo sobre los conflictos étnicos y su
relación con la democracia de los años 40´s en el país. La profesora le dio
un ocho—. Lárgate de mi estudio privado, aborrezco el fracaso. A partir de
mañana tendrás un tutor que te enseñe a escribir bien.
Tristán no era estúpido, sino un muchacho brillante que había
sobrellevado muy bien la dislexia. Su padre lo veía como un impedido
mental desde que recibió el diagnóstico. Aún así, contra todo pronóstico de
Byron, Tristán no solo acabó la secundaria con buenas calificaciones, sino
que avanzó con rapidez en Princeton y obtuvo un título de máster en
negocios internacionales. Los únicos que habían celebrado su logro fueron
Margie, Mason y Agatha, además del ama de llaves, Virginia, a quien
Tristán tenía en alta estima. Caleb tan solo le dijo que era un fenómeno y
que tuvo suerte. «¿Acaso no era su hermano una joya de gran valor?».
Estudiar en Princeton le dio la excusa ideal para alejarse de la ira de su
padre, los llantos quedos de su madre, las peleas con Caleb y la presión de
ser un Barnett. Al menos, Agatha era la única, además del abuelo Mason,
que parecía vivir en una realidad totalmente diferente y en la que primaba el
optimismo. Cuando estaba rodeado de esos dos, Tristán se sentía más a
gusto.
Ninguno de sus hermanos había sido testigo de las crueldades verbales
que Tristán desde pequeño recibió en silencio, porque ni siquiera habían
nacido e incluso cuando llegaron al mundo, él seguía siendo mayor por
varios años. Si Margie alcanzaba a escuchar las groserías de Byron,
intervenía. Tristán se alejaba de donde sea que estuviesen sus padres,
mientras la pareja discutía a viva voz, y llamaba a su abuela. Al instante,
Faye iba con Mason a recogerlo, no sin antes decirle unas cuantas cosas a
su único hijo, y se llevaban a Tristán a pasar unos días con ellos.
La abuela lo consentía cocinándole galletas de chocolate, escuchaban
música e iban con el abuelo a pasear en yate, mientras Faye le vaticinaba a
su nieto que un día conocería a una chica guapa e inteligente que iba a
enamorarse de él, porque tenía un gran corazón. Tristán tan solo se reía,
porque obviamente a los nueve años odiaba a las niñas. Ahora, años
después de la muerte de Faye, él seguía echándola de menos. Mason
continuaba alrededor, por supuesto, y desde que enviudó vivía en un ala
especial en la mansión. «Pequeñas victorias».
—Ansel —dijo cuando el chofer respondió su llamada—, no voy a
conducir hoy, por favor, recógeme dentro de diez minutos en la entrada del
hotel.
Ansel Burkar había trabajado en servicios de inteligencia un tiempo,
pero prefirió la seguridad civil privada, porque pagaba mejor y era menos
riesgosa.
—¿Cuál de los dos automóviles prefiere? —preguntó el hombre calvo
que, a veces, solía tomarse la libertad de darle un par de consejos a su jefe y
estos eran bien recibidos. Él era el chofer y guardaespaldas personal de
Tristán.
—El Bentley Bentayga rojo. Recién le hicieron cambio de llantas.
—Muy bien. En diez minutos, entonces.
—Gracias.
Tristán salió de la suite y pulsó el botón del elevador.
A pesar de todos los inconvenientes que implicaba trabajar no solo en la
oficina, sino con personal de campo y las empresas que se vinculaban a
cada proyecto, su profesión como ingeniero en construcción lo apasionaba.
De hecho, ver cómo lograba materializarse cada idea le producía un
subidón de adrenalina.
La semana siguiente sería complicada para Tristán, porque Caleb insistía
en que era él quien, por poseer más conocimientos de la oficina en Seattle,
le correspondía asumir la gerencia financiera de inmediato. Él se había
echado a reír cuando lo escuchó, días atrás en un restaurante, con toda la
familia reunida en una tensa cena, exigirle a Byron que rompiera la
tradición de la fiesta y le decía al abuelo que ya la nueva generación no
necesitaba ceremonias caducas.
—Caleb —le había respondido Tristán, mirándolo con decepción—,
apenas te graduaste en la universidad hace seis meses. ¿Qué experiencia
práctica puedes tener cuando siempre has rehusado trabajar, codo a codo,
con los empleados de oficina y con los de las obras? Jamás te he visto
recorrer las construcciones, ni siquiera por curiosidad de conocer a fondo
cómo funciona el negocio familiar más allá del balance económico. Ser un
Barnett no te acredita un puesto de trabajo. No seas cínico.
—Lo que pasa es que tienes un complejo al parecer —había respondido
Caleb con mofa—, y no logras entender que lo que a ti te ha tomado
aprender, en siete años, otros lo aprenden con más rapidez. Supongo que es
parte de tu deficiencia mental.
—Por esa clase de comentarios inmaduros, Caleb —había replicado
Tristán con sarcasmo—, el mejor puesto para ti es con los albañiles. Para
que te enseñen un poco de humildad y lo que en verdad representa
despertarse al alba.
—¡Ufff, ya cállense los dos! —había intervenido Agatha, mientras su
madre permanecía en silencio y Byron bebía un costoso coñac—. Tristán,
acabas de llegar a Seattle, finalmente, me hace feliz tenerte de regreso. —
Miró al otro chico—: Caleb, no arruines mi cena con tus comentarios
absurdos, porque sabes que Tristán ha tenido períodos difíciles en la
sucursal de Nueva York. Te recuerdo que yo trabajo en Barnett Holdings
como recepcionista a medio tiempo y no soy menos inteligente. Las
tradiciones del abuelo se respetan, ahora ¡quiero comer en paz!
Tristán le dedicó a su hermana una sonrisa afectuosa. Caleb se encogió
de hombros. Byron atendió una llamada de trabajo. Margie cambió el tema
a asuntos de cotilleos. Mason le dio una palmadita amorosa en la mano a su
nieta y después continuó partiendo su filete de carne con patatas.
—La fiesta es mi decisión —dijo Mason al cabo de unos minutos—. El
que lleva la batuta en temas corporativos soy yo, desde mi merecido retiro.
A pesar de que Byron sea el director general, es decir el CEO, te recuerdo
que yo continuó manejando el 51% de las acciones, así que, Caleb, deja de
crear un panorama hostil. Respeta a tus mayores o me encargaré
personalmente de que mis abogados intervengan en la herencia de Faye.
Estás advertido y sabes que no juego con mis amenazas.
—Sí, abuelo… Lo siento —había murmurado Caleb de mala gana. El
dinero era el único idioma que parecía tener sentido para él.
Margie aparentemente estaba siempre más de parte de Tristán, mientras
Byron era indulgente con Caleb, pero tiránico con su hijo mayor, entonces
no era de sorprenderse que los dos hermanos tuvieran emociones
encontradas. La diferencia era que Tristán había aprendido a controlar su
temperamento, pero Caleb lo dejaba explotar con acciones arriesgadas sin
importarle nada.
Ambos eran muy distintos incluso físicamente. Caleb era moreno de
ojos verdes y le gustaba ganarse las cosas por su bonita cara, el apellido y
porque simplemente creía merecerse lo que se le antojaba. Tristán era de
cabello rubio oscuro, ojos aguamarina y de piel besada por el sol, era más
analítico y discreto, pero en su interior reverberaba una pasión intensa
cuando tenía interés en algo o alguien. A pesar de sus juergas alocadas en la
universidad, Tristán disfrutaba más de vencer los obstáculos que suponían
relacionarse con una mujer. El proceso de la conquista le parecía
estimulante y si se lo dejaban fácil, sí, claro que aprovechaba la
oportunidad, pero la persona perdía después su absoluto interés.
El punto medio de los tres herederos Barnett era Agatha, por lo general
obraba de mediadora, pues siempre veía lo mejor en otras personas. Ella
tenía el cabello rubio y los ojos en un tono más oscuro que los de su
hermano mayor. Compartía con Tristán el deseo de ser reconocida por sus
logros; y con Caleb, el sentido aventurero.
—¿Ha tenido una buena semana? —preguntó Ansel.
—Así lo creí hasta hace unos instantes —replicó, mientras las luces de
la ciudad pasaban como borrones. La lluvia exterior era leve, aunque no
implicaba que la gente detuviera la posibilidad de pasarla bien una noche
fuera de casa.
El chofer miró por el retrovisor.
—Le pedí a mi compañía que hiciera una revisión del perímetro del pub
al que va a dirigirse con sus amigos, después de la cena. La zona es segura,
pero los últimos meses se han reportado asaltos de bajo calibre. Nada que
saliera en las noticias, pero lo pongo al corriente porque voy a asignar dos
personas adicionales de seguridad.
Tristán hizo un leve asentimiento.
—Creo que sería lo más prudente, gracias —replicó. Años atrás,
intentaron secuestrarlo sin éxito. Desde esa horrenda experiencia Tristán
exigió un cambio en la compañía de seguridad que custodiaba a los
integrantes de su familia y así fue como llegó Ansel y la firma de la que era
propietario, Security Mood.
Cuando vio a sus amigos se relajó por completo y avanzó a la mesa.
—¡Hey, hombre, al fin te dejas ver! —exclamó Wayne Bricks. Alto y de
cabello rojizo hacía gala de sus raíces irlandesas con orgullo, a pesar de que
había sido blanco del bullying por ese mismo motivo—. ¿Ya te quedas para
siempre, no?
Tristán se rio de buena gana y le dio una palmada a su amigo en el
hombro. El maître, ante la señal de Wayne dándole a entender que ya estaba
la mesa completa, les llevó bebidas de cortesía y también una entrada para
los tres. El hombre les anunció que dentro de breves minutos estaría con
ellos la persona que los atendería.
—Creo que echaré en falta Nueva York y mis amigos, pero supongo que
me puedo conformar con ustedes, par de idiotas —replicó riéndose.
—Al menos ya tenemos quién nos pague las bebidas y la cena hoy —
dijo Carrigan Johnson. Conocía todas las anécdotas vergonzosas de Wayne
y Tristán, además de que siempre que podía las recordaba para fastidiarlos y
reírse a costa de ambos. Llevaba el cabello rubio peinado hacia atrás y era
abogado penalista, una especialidad bastante intensa—. Es bueno tenerte de
regreso, Barnett —dijo bebiendo un poco de vino blanco—. Por cierto
¿cómo fue el primer encuentro en familia?
Tristán se acomodó mejor en el asiento.
La mesa tenía vista al lago Washington, aunque al ser casi las diez de la
noche no se veía nada en el exterior. Este era de los pocos sitios que atendía
hasta las dos de la madrugada en invierno. Una rareza en una ciudad como
Seattle, pero que, debido a la cantidad de dinero que circulaba entre
familias acomodadas y trabajadores de empresas multinacionales se volvía
una necesidad, en especial entre los ejecutivos más jóvenes. No en vano
Seattle era la sede de Microsoft y Amazon. Los salarios competitivos
habían convertido la ciudad en una de las más caras de Estados Unidos,
tanto o más que Nueva York o Miami.
—Una cena desastrosa, aunque lo salvable siempre es la presencia de mi
hermana y mi abuelo o mi madre cuando no parece intimidada por los
comentarios estúpidos de mi padre —replicó Tristán con una mueca.
Sus amigos estaban al corriente de las relaciones complicadas en su
familia, pero no de los detalles. Él confiaba en Wayne y Carrigan, aunque
prefería guardarse los aspectos sensibles, pues no consideraba que se hacía
un bien mencionándolos.
—Qué putada —dijo Wayne—, imagino que quedarte en el hotel es la
mejor decisión. Por cierto, ¿saben cuál es el otro motivo por el que sugerí
este sitio, además del buen vino y la comida? —preguntó, mientras revisaba
el menú.
Él era heredero de una compañía de yates de lujos que hacían viajes por
el Mediterráneo y las costas de Australia y Nueva Zelanda. Su vida era
agitada y divertida, pero llena de estrés, porque los clientes que tenía eran
más demandantes de lo habitual, tal como él, así que solo recibía un poco
de su propia medicina.
—He tenido un día pesado —dijo Carrigan—, así que habla de una
buena vez.
Tristán se rio por lo bajo y optó por no beber la copa de vino, porque ya
tenía whiskey en la sangre. No quería pasar las próximas horas con
recuerdos borrosos.
—Hay una camarera muy guapa —dijo Wayne—, y que ha llamado mi
atención, pero la primera vez que la vi no tuve suerte de que atendiese mi
mesa. Por ella he venido otras ocasiones, a ver si la pillo de turno, pero uno
de sus compañeros rehusó decirme su nombre por asuntos de
confidencialidad. Hoy está aquí —se frotó las manos entre sí—, así que
desplegaré todo mi encanto para pedirle una cita.
—¿Todo tu encanto, dices? —preguntó Tristán con burla, mientras se
llevaba una mini tostada con caviar y nata fresca a la boca—. Pues pobre
mujer si llegase a tener la mala idea de aceptar tus ridículos flirteos, Wayne.
Carrigan soltó una carcajada.
—Por cierto, ¿ya sabes a quién vas a invitar como tu cita para la fiesta?
—le preguntó Wayne. Él y Carrigan asistirían a la celebración del regreso
de Tristán a Seattle y el anuncio sobre los cambios en Barnett Holdings,
pues era un evento de alto perfil entre los empresarios millonarios de la
ciudad.
—Acabo de llegar a la ciudad, no he tenido tiempo de pensar en ello —
replicó Tristán frotándose la barba de tres días, porque era la verdad.
No era un requisito ir con pareja a la fiesta familiar, pero sí sería una
distracción y eso le vendría muy bien debido a la presión invisible que
rondaría esa noche. Él detestaba las grandes celebraciones, aunque a lo
largo de su vida tendría que continuar tolerando esas situaciones porque un
negocio no sobrevivía sin conexiones sociales.
—No estaría mal si llamaras a Peyton —dijo Wayne haciendo alusión a
la chica con la que su amigo solía salir cuando estaba de visita por Seattle
—. Nos has dicho que prefiere una relación no exclusiva, así como tú. Y ya
que estás de regreso —se encogió de hombros—, seguro puedes retomar
donde lo dejaron.
—Mira nada más, Wayne, al parecer tu cerebro funciona bien hoy —
dijo Tristán sonriendo.
Peyton Sandler tenía veinticuatro años y modelaba lencería para una
conocida marca local. El tiempo que pasaban juntos era breve, porque se
limitaba a retozar entre las sábanas y esto era lo único que les interesaba del
otro cuando estaba Tristán visitando la ciudad. No eran exclusivos, sin
embargo, también crearon una amistad distante que no implicaba estar en la
vida del otro, porque no era ese el pacto. Él consideraba que quizá Peyton
podría ser la distracción ideal para el estrés, mientras establecía una nueva
rutina de vida en Seattle—. Quizá la llame, sí.
—Yo iré a tu fiesta con Irene —comentó Carrington con una sonrisa.
Él era el enamoradizo de los tres, así que nunca le faltaba una novia por
la que bebiera los vientos, al menos hasta que descubría que ella solo lo
buscaba por su dinero o por los negocios petroleros de su familia, originaria
de Texas. Ese era parte del complicado escenario de los millonarios. Lo que
brillaba no siempre era oro.
—¿Cuánto llevas con ella? —preguntó Wayne, bebiendo chardonnay.
—Cuatro meses —replicó—, creo que Irene es la definitiva.
—Siempre dices eso —dijo Tristán meneando la cabeza.
En el amor no era cínico, pero con el ejemplo de la complicada relación
de sus padres no tenía el mejor referente, a menos que sus instintos
románticos utilizaran el sólido matrimonio de Faye y Mason, entonces el
panorama parecía menos agreste bajo esa perspectiva. Sin embargo, la idea
de enamorarse le era ajena. Sí, la pasaba bien con las novias que había
tenido, les tuvo afecto, pero no amor. No le apetecía atarse a nadie, porque
su proyección profesional era la prioridad. Tampoco conocía a una mujer
que hubiera logrado conmoverlo más allá del placer. Le quedaban todavía
muchos años para explorar los caminos del sexo y las mujeres.
—Oh, vaya que estoy de suerte. ¿La chica sobre la que les hablé? Pues
viene hacia acá —replicó Wayne en un susurro entusiasmado, mirando
sobre el hombro de Tristán, cuando una camarera se acercó a la mesa—. No
me hagan quedar mal.
Carrigan y Tristán se rieron por lo bajo, meneando la cabeza por el
comentario.
Cuando la camarera se ubicó de tal forma que los tres amigos pudieran
verla, ella se quedó un instante sin poder decir nada, al tiempo que Tristán
fruncía el ceño.
—¿Kathleen? —preguntó al notar el rostro familiar, pero tan distinto en
una forma bella que lo sorprendió.
La mejor amiga de su hermana se había transformado en una mujer más
que solo guapa, cautivadora. Ese rostro de labios llenos era de aquellos
sobre los que las musas susurraban a los escultores griegos. Kathleen,
porque decirle Kat le parecía absurdo, llevaba el cabello lacio, un poco por
debajo de los hombros, recogido a cada lado con una vincha dorada. El
uniforme del restaurante era sencillo, pero en ella resultaba sensual, porque
marcaba sus curvas suaves. Se enfadó consigo mismo. La chica tenía
jodidos dieciocho años y él veinticinco. Apretó la mandíbula.
—Sí —replicó ella con simpleza, porque fue lo único que atinó a decir.
«El único que me llama por mi nombre completo», pensó Kat, porque
siempre había sido así en las pocas ocasiones que coincidían en alguna
parte de la mansión. El tono de voz de barítono le causó un cosquilleo que
no era bienvenido en absoluto, porque era inaudito que su cuerpo se sintiera
de repente más vibrante.
—Mira qué cretino eres, Barnett —dijo Wayne en tono bromista,
interrumpiendo, y dándole un puñetazo suave en el hombro—, ¿de qué la
conoces?
—Amiga de Agatha —replicó Tristán en tono ausente sin elaborar
demasiado su respuesta y con su mirada en la muchacha de ojos castaños—,
su madre trabaja para mi familia desde hace años.
—Muchos trabajan para los Barnett, supongo —intervino Carrington en
tono animado para que Tristán dijera algo más, pero su amigo no amplió la
respuesta y parecía súbitamente molesto. No comprendía esa reacción,
porque Tristán solía ser amable, aunque distante, con otras personas. Sin
embargo, acababa de decir que sí conocía a la camarera e inclusive a la
madre de ella; no era una desconocida.
—¿Amiga de Agatha? Entonces debes tener la misma edad de ella,
¿verdad? —preguntó Wayne frunciendo el ceño. Ella asintió—. Oh —
murmuró decepcionado—, yo creía —hizo una negación—, no importa.
Kat tenía la edad legal para hacer lo que le viniera en gana con su vida y
su cuerpo, pero no podía entrar en un pub o beber públicamente hasta
cumplir veintiún años. Le pareció graciosa la expresión del pelirrojo. Ella
solo esbozó una sonrisa.
No recordaba a este par, porque en la mansión de su mejor amiga
siempre había fiestas con mucha gente. Además, tampoco se fijaba
demasiado en las amistades que iban y venían con Tristán, menos con
Caleb.
Esta noche, ella había tomado un descanso antes de servir la mesa de
Tristán y sus acompañantes, pues instantes atrás experimentó un episodio
incómodo cuando un cliente intentó tocarle las nalgas. Eso la dejó al borde
de las lágrimas, su supervisora la calmó y le preguntó si podía seguir
trabajando, Kat, porque necesitaba el dinero, le dijo que sí. El gerente,
menos mal era una persona decente, echó al hombre y lo vetó de la lista del
restaurante, no sin antes preguntarle a ella si quería denunciar al tipejo, pero
Kat no tenía cabeza para sumar un lío adicional a su vida, así que rehusó.
—Wayne —dijo Carrigan—, ordena la comida, porque la señorita tiene
trabajo por hacer que no incluye escucharte decir otra cosa que no sean
nombres de platillos de comida. —Miró a la chica—: Lo siento, mi amigo
es un poco retardado.
Ella se rio con suavidad. Tristán mantuvo silencio y la observaba con
intensidad como si estuviera tratando de tomar una decisión.
Kat tenía un trabajo que hacer y no consistía en hacer vida social, más
allá de los comentarios usuales o amables entre camareros y clientes, así
que compuso una brillante sonrisa. Le quedaban un par de horas para
terminar su turno.
—Buenas noches, señores, mi nombre es Kat —saludó como era el
protocolo habitual, sin mirar al hombre que parecía no solo dominar la mesa
con su presencia, sino todo el restaurante. Además dejaba claro que nadie la
llamaba Kathleen—. ¿Ya han decidido lo que desean ordenar? —preguntó
señalando el menú electrónico que estaba desplegado en cada esquina de la
mesa, insertado de forma táctil, y que era una de las innovaciones de moda
entre los desarrolladores de software en la ciudad—. Si no es así, me
gustaría poder hacerles sugerencias.
«Tristán Barnett, tan de cerca luego de tanto tiempo, no era una visión
fácil de digerir», pensó. ¿En qué momento se había convertido en un
hombre tan atractivo? O quizá siempre lo fue y ella había preferido
ignorarlo.
Parecía como si él tuviese su propia onda gravitacional que la impulsaba
por completo a querer acercarse, mientras el aire de sus pulmones se
dispersaba en necesidad de más oxígeno y él era la fuente proveedora.
Sentirse bajo el foco de esos ojos aguamarina era similar a lo que
experimentaba un cervatillo al recibir un haz de luz directo en la cara si
salía sin mirar a la carretera. «Estoy trabajando», se recordó, así que no
tenía intención de hacer conversación personal o de reconocimiento.
Desplegó la táblet para tomar el pedido.
—Gracias, Kathleen, pero he perdido el apetito de repente —replicó
Tristán, sorprendiendo a sus dos amigos por el tono hostil, y también a Kat
—. Aquí tienes —dejó un billete de cien dólares sobre la mesa—, por las
molestias.
Esta mujer no tenía comparación con la adolescente que había pasado
gran parte del tiempo en la mansión de su familia haciendo travesuras con
Agatha. Kathleen Stegal ahora era una joven de dieciocho años que robaba
el aliento.
El ligero perfume floral que llegó a sus fosas nasales le produjo una
reacción muy clara en su entrepierna. «Carajo, lo que menos necesito es que
la mejor amiga de mi hermana estuviera causándome un impacto como
este». Además, él le llevaba siete años de diferencia a Kathleen. Su reacción
hacia ella le parecía fuera de lugar.
Se sintió cabreado de repente, alterado de una manera que no formaba
parte de su carácter, porque le parecía ridículo que una chica lo afectara tan
de repente. Necesitaba alejarse de ese lugar lo antes posible.
—Pero… —murmuró ella, al verlo incorporarse y salir abruptamente
del restaurante. Se sintió por completo desconcertada.
—Qué pesar contigo, creo que el regreso de Nueva York atrofió sus
modales —dijo Carrigan poniéndose de pie—. Gracias por tu amabilidad,
Kat. Seguro volveremos, sin Tristán —expresó tratando de aliviar la
situación.
Ella sonrió levemente, confusa, mirando el billete de cien dólares.
—Nos atendiste con amabilidad, lo apreciamos. Además mereces una
mejor propina por el idiota comportamiento de nuestro amigo —dijo Wayne
en tono de disculpa. Tanto él como Carrigan dejaron dos billetes de cien
dólares cada uno.
—Yo… Gracias… —murmuró ella, mientras recogía el dinero de la
mesa y también las bebidas de cortesía y el platillo de la entrada a medio
consumir.
«¿Qué rayos hice mal para que Tristán se marchara así…?», se
cuestionó el resto de la noche, pero claro, no encontró una respuesta.
Continuó su trabajo y aceptó el aventón que le dio Claudette, una camarera
que estudiaba para ser chef.
Apenas llegó a casa, Kat saludó a su madre que estaba mejorando. Su
vecina, Miranda, trabajaba virtualmente y tenía horarios flexibles, y cuando
supo que Virginia estaba recién operada y con el tobillo lastimado, se
ofreció a quedarse con la madre de Kat hasta que la joven regresara de
trabajar.
Lo anterior había representado un inmenso alivio para Kat, pues la
posibilidad de que su madre necesitase algo y no tuviera ayuda, hasta que le
dieran el alta médica y pudiese andar sin dolor o incomodidad, no la habría
dejado concentrarse en su día a día para rendir en toda su capacidad física e
intelectual. Por otra parte, tenía en mente cocinar una lasaña de carne,
porque era lo único que no se le quemaba, y obsequiársela a Miranda y al
esposo de esta como un gesto de agradecimiento.
Luego de preparar un sándwich de queso y beber leche chocolatada fue
a darse una ducha caliente. Una vez que estuvo bajo el edredón de la cama,
cómoda, soltó una larga exhalación y cerró los ojos. Cuando Morfeo la
sedujo e invitó a un mundo de posibilidades, le hizo un guiño con unos ojos
de color aguamarina.
CAPÍTULO 3
 
 
 
La mansión de los Barnett estaba ubicada en la lujosa área de
Laurelhurst y era una infraestructura arquitectónica, blanca con azul de dos
plantas, que robaba el aliento. En el límite del jardín trasero, pasando la
piscina y el jacuzzi, había un acceso en desnivel a una salida privada hacia
la playa de la bahía del lago Washington.
Los atardeceres, desde esa ubicación, eran preciosos. Kat lo sabía muy
bien porque en su niñez le gustaba ir sola o con Agatha a contemplar cómo
el cielo acariciaba el sol antes de dejarlo ir hasta el siguiente amanecer.
Ahora, tanto tiempo después, observaba todo desde una perspectiva
distinta, porque durante las próximas semanas la propiedad ya no sería el
sitio transitorio al que acompañaría a su madre o en donde crearía
momentos para hablar de todo y nada con Agatha, sino su lugar de trabajo.
Su horario empezaba a las cinco de la tarde y terminaba a las nueve de la
noche. No podía optar a tiempo completo, debido a sus clases finales, y esto
lo conversó con Margie. Fue un alivio que la mujer hubiera aceptado de
buena gana que reemplazara a Virginia. Quizá, después de todo, tenía un
poquito de empatía. «A veces puedo concederle el beneficio de la duda».
—Quiero que retomes las tareas que ha dejado pendientes tu mamá
durante estos días de ausencia, Kat; hay mucho trabajo. La fecha de la fiesta
ya la tienes, así como el listado de invitados, las compañías proveedoras —
le había dicho en tono aburrido Margie, una semana atrás cuando Kat se
presentó a trabajar—, las reglas para el staff de la casa y teléfonos de
emergencia. La propiedad debe estar impecable desde el sofá más grande
hasta el último cristal de las lámparas. Ningún proveedor puede marcharse
sin que yo haya dado mi visto bueno final. ¿Queda claro? La organizadora
de eventos tiene instrucciones claras y si ella tiene dudas, las habla
conmigo. En la fiesta tu único trabajo es que, antes de que dé inicio, la casa
quede impecable. La limpieza, al terminar, estará a cargo de una compañía
especializada. No soy una jefa tirana, así que no extenuaré a los empleados
de esta casa con doble trabajo.
«Ah, pues, qué milagro», le había querido responder Kat.
—Por supuesto, Margie —le había respondido, porque así le pidió que
la llamase, ya varios años atrás, cuando notó que con Agatha eran
inseparables—. Mi mamá me ha explicado muy bien el manejo de todo, así
que daré lo mejor de mí. Cuento con la ventaja de conocer a los empleados
y los alrededores.
Los ojos verdes de la esposa de Byron miraron a Kat con malicia. No
era una novedad que a ella le disgustase que el personal de trabajo se
mezclase con la familia, sin embargo, debido a la preferencia de Agatha por
esta muchacha de cabellos castaños a quien llamaba “mejor amiga”, no le
quedaba más remedio que tolerarla.
—No tenemos uniforme para ti, pero…
—Oh, eso no es problema, mamá, y tampoco hace falta. Kat es mi mejor
amiga ¿usar uniforme de servicio? Es algo absurdo, por favor, tan solo está
reemplazando a nuestra querida Virginia —había intervenido Agatha,
cuando vio a su mejor amiga con Margie. Le parecía lo más normal del
mundo formar parte de esa conversación, en especial porque ahora Kat
estaría yendo a diario a su casa, como años atrás, así que aparte de las
salidas juntas, ahora podían compartir más tiempo—. Tengo un montón de
ropa que está sin utilizar en mi armario: pantalones, faldas, y las blusas
quizá no le queden tan holgadas a Kat, porque tiene más pechos que yo,
aunque ella es elegante por naturaleza. Además, mamá, no te voy a permitir
que la excluyas de la fiesta. Ella puede ser una invitada más entre mis
amigas apenas termine su horario.
—Agatha, no… —había murmurado Kat, porque no le gustaba aceptar
obsequios costosos, menos intentar mezclarse en una fiesta en la que no
tenía nada qué hacer como invitada—. Podemos salir otro día a alguna
parte, como hemos hecho siempre, y lo de la ropa no hace falta, pero lo
agradezco.
—Pfff, no digas bobadas, Kat. Claro que te prestaré u obsequiaré un
vestido nuevo. Tengo muchos, así que no cuento con muchas ocasiones para
lucirlos todos. ¡No hay más qué decir! —había expresado Agatha con una
radiante sonrisa.
Margie había hecho una mueca, porque no le gustaba que su hija
desajustara sus planes con invitadas repentinas. A veces, consideraba que
Agatha era demasiado parecida a la difunta Faye, con la que siempre tuvo
diferencias de carácter y elecciones, porque también ignoraba los límites de
la pertinencia.
—No creo que sea una buena idea, Agatha, estoy trabajando… —había
dicho Kat, sonrojada, porque sentía la mirada altiva y la molestia de
Margie.
—¡Ay, por favor, pasadas las nueve de la noche ya no trabajas aquí! —
había exclamado e insistido con una sonrisa. Después miró a su madre—:
¿Verdad que tengo razón, mamá? Mi amiga es como de la familia.
—Kat —había replicado Margie con una leve sonrisa que ocultaba su
burla por el comentario tan ingenuo de Agatha. Existía una abismal
diferencia entre lo que en verdad implicaba formar parte de una familia
como la de ellos y formar parte de una familia corriente como la del ama de
llaves; no tenía que ver con el dinero, sino las conexiones y aspiraciones
basadas en un mundo social distinto—, si te apetece aceptar la invitación de
mi hija, no tengo objeción. Después de que todo el staff haya cumplido su
tarea eres libre de unirte a la fiesta.
—Gracias, Margie —había murmurado Kat, y Agatha sonreía
genuinamente.
—Tan solo te recuerdo que no acepto mediocridad, jovencita, en el
desempeño de trabajo. Ya que eres el reemplazo de Virginia —había
expresado la esposa de Byron, incorporándose del asiento de madera blanca
—, los resultados que entregues con tu trabajo, los mediré como si fuesen
los de ella.
Agatha fue a protestar, pero Kat se había anticipado. Aunque su amiga
actuaba de buen corazón, la verdad era que no lograba comprender que
aquello que consideraba divertido o una ocasión para cotillear, en realidad
para Kat significaba la gran responsabilidad de que su madre no perdiera el
empleo. Margie, en cambio, llevaba muy clara esa diferencia, pero, por
supuesto, era indulgente con su hija.
—Mi madre siempre ha sido excelente en su trabajo, Margie, así que no
voy a bajar los estándares que hubieran esperado de ella para la fiesta,
menos durante la gestión de las actividades usuales de esta casa.
Desde esa conversación ya había pasado una semana.
Coordinar a diez personas era un dolor de cabeza, aunque no tanto como
regresar a casa tan agotada que las letras de sus libros parecían estar
danzando, en lugar de mantenerse estáticas. Necesitaba ser eficiente si no
quería descuidar sus notas. Hasta ahora lo había hecho bastante bien. Las
horas de sueño eran un lujo, en especial si tenía la suerte de que la llamasen,
de vez en cuando, como camarera temporal en el restaurante francés de
moda en Seattle, Les notes sucrées.
Después del incómodo encuentro con Tristán, Kat procuró enviar al
fondo de su memoria el incidente. Mentiría al negar que se sintió insultada
por el comentario que él hizo de haber perdido súbitamente el apetito, al
tiempo que la observaba con una expresión que ella no supo leer. «¿Es que
le sentó mal que fuese camarera en ese sitio? ¿Su atención no iba acorde a
los estándares?». El abrupto comportamiento de Tristán, en especial porque
no eran desconocidos, la dejó enfadada. Claro, no eran amigos, pero se
conocían desde siempre, así que pudo al menos tener la cortesía de
explicarle qué hizo mal o si acaso prefería que lo cambiaran a otra mesa o
de camarera.
Ella no rozaba los mismos círculos sociales de los Barnett, eso era
cierto, salvo que estuviera con su mejor amiga, aunque, claro, había
aprendido a socializar con toda clase de personas, adineradas o no. Además,
sabía que volvería a ver a Tristán más pronto que tarde; la fiesta era en
honor a su regreso perenne a la ciudad. Lo mejor sería pretender que lo
sucedido en el restaurante jamás tuvo lugar.
Kat dejó la taza que acababa de ocupar en el lavavajillas. No era tiempo
de bikini o playa, menos le apetecía aventurarse en el jacuzzi. El clima era
perfecto para abrigarse y tomar algo caliente o bien estar en un sitio bonito
con vistas espectaculares, en Seattle había muchos y no necesitaba dinero
para admirarlos.
Era sábado por la tarde y, en la mañana, había recorrido con Agatha
algunos sitios para comprar vestidos de graduación. Kat logró encontrar un
bonito traje de Valentino que tenía un par de defectos y era suficiente para
que estuviera descartado a una tienda de segunda mano. Un beneficio para
Kat, que pagó por la prenda menos de cuatrocientos dólares, con una rebaja
adicional porque había que surcir la única manga del vestido azul zafiro y
hallar el modo de quitar la pequeña mancha del borde inferior de la falda. El
traje de organza moldeaba sus curvas suaves con delicadeza y el hecho de
que solo tuviera una manga que cubría todo el brazo era un detalle que
llamó la atención de Kat. Ella tenía experiencia con el hilo y la aguja,
cortesía de las enseñanzas de Virginia, así que arreglaría el vestido hasta
dejarlo perfecto.
Agatha, claro, prefirió pasar por una boutique exclusiva y, aunque se lo
pasó bomba curioseando en las tiendas de segunda mano con Kat, compró
un modelo de colección de Carolina Herrera. Las dos amigas se graduaban
el mismo día, por lo que sería imposible estar en la ceremonia o en la fiesta
de la otra, pero se prometieron que hallarían un fin de semana para viajar
juntas a un lugar cercano. Agatha había ofrecido la casa de descanso que
tenía su familia en British Columbia, Canadá. La idea consistía en conducir
desde Seattle hasta la frontera, tomar el ferry, y quedarse unos días
disfrutando del entorno de ensueño de la Isla Victoria y pasarla bien.
—¡Hey, Kat! —dijo Agatha, mientras le daba un mordisco a una
manzana verde—. ¿Dónde está tu cabeza? Te he preguntado si va todo bien
con los preparativos de la fiesta y si acaso necesitas ayuda extra porque
puedo ocuparme. Sé que mamá es un poco demandante y ahora mismo
tienes el trabajo de reemplazo, tus avatares en la secundaria que está a
punto de concluir y tu ansiedad por el resultado de tu aplicación a la beca en
la universidad, yo puedo ayudarte. Soy buena para dar órdenes, al fin y al
cabo, como recepcionista en la empresa familiar he aprendido a sobrellevar
frustraciones —se rio—, y puedo colaborar para los aspectos de la fiesta.
Kat pestañeó y esbozó una sonrisa.
Después de la larga caminata por varias tiendas, un almuerzo ligero y la
gran satisfacción por los vestidos adquiridos, Agatha la invitó a pasar la
tarde y a ver películas en la mansión. En un inicio Kat quiso rehusar, pero
cuando habló con Virginia, esta insistió en que no era justo que se privara
de tener un día para divertirse. Me puedo cuidar sola, jovencita, así que
aprovecha el tiempo y pásala bien, lo mereces. Ante esas palabras, y porque
de verdad estaba agotada por la semana, Kat decidió pasarla con su mejor
amiga. Cuando Agatha organizaba reuniones en la mansión, a veces Kat no
lograba ir porque tenía que estudiar o porque estaba dando clases a sus
compañeros que iban bajos en notas en alguna asignatura; ese era un dinero
extra que no iba a ganarlo yendo de fiesta. Sin embargo, las ocasiones en
que sí podía escaparse un momento y divertirse, la pasaba estupendo. Le
daba igual si tenía la mala suerte de encontrarse con Caleb y escuchar sus
pullas, porque el chico era un dolor en el culo.
A veces, Kat pensaba que Caleb estaba celoso de que Agatha le prestase
más atención a ella que a él. En alguna ocasión, Virginia le había
mencionado que él quería siempre ser el primero en todo y la rivalidad que
tenía con Tristán era fruto de ese egocentrismo; no soportaba que otros
tuvieran más atenciones o quedar relegado.
Caleb Barlett era el clásico bully, así que Kat procuraba no mostrarle
temor y lo enfrentaba sin acobardarse. Ella sabía que a esa clase de persona
solo le bastaba el más mínimo atisbo de debilidad para aprovechar y
convertir la vida de otro en un pequeño infierno. Kat prefería ignorarlo,
porque no solo parecía encabronarlo más, sino que entendía el mensaje de
que ella no se intimidada por sus boberías.
—Temo no cumplir las expectativas de tu madre —replicó. No quería
mencionarle lo sucedido con Tristán, le parecía que no tenía ningún
propósito—. Han sido unos días intensos por aquí —sonrió—. ¿Qué pasó
con Gabriel?
Agatha dejó escapar un suspiro dramático. Kat se rio.
—Mi novio está de viaje con sus padres en San Francisco, no volverá
hasta la próxima semana, así que no tengo idea cómo piensa reunir los
puntos que le hacen falta para graduarse —dijo con una mueca. Gabriel
Reshuan y Agatha eran compañeros en la secundaria, además de que
siempre se habían gustado, pero ella rechazó la posibilidad de una relación
porque eran buenos amigos y no quería arruinarlo. Sin embargo, Gabriel
logró que ella dejara sus miedos de lado y ahora llevaban seis meses juntos
—. Así que más le vale que me traiga un bonito recuerdo si quiere que le
comparta mis notas de las clases.
Kat se echó a reír.
—Oh, por favor, tú y Gabriel son de aquellas parejas que se conocen en
la secundaria, pero podrían durar toda la vida si lo quisieran —replicó,
caminando junto a Agatha, mientras se dirigían hacia el patio trasero.
La casa estaba vacía, porque el personal de trabajo no iba los fines de
semana, salvo los guardaespaldas y los tres choferes (que no eran
responsabilidad del ama de llaves). El silencio reinaba tan solo adornado
por los sonidos de la naturaleza y el agua. El cielo de invierno se apagaba
más rápido que en otras estaciones del año, así que había que aprovechar las
actividades en exteriores, por ejemplo con una fogata.
Kat era romántica, porque alguien a su edad no podía ser cínica sin un
motivo, y ella no lo tenía, menos cuando Virginia la impulsaba a creer que
siempre existía una perspectiva bonita en medio de las dificultades. Claro,
su madre no volvió a casarse al enviudar, pero le aseguró que no tenía que
ver con su falta de sueños o esperanzas, sino que el amor de su vida fue
Lennan y no creía poder amar a otra persona sin compararlo y eso sería
injusto. Con ese referente, Kat no podía conformarse con un amor
cualquiera. Ella quería emociones, adrenalina, pasión y camaradería.
Después de que Kat le mencionara a Agatha sobre su dilema de elección
de pareja para el baile de graduación, entre Kiernan y Jack, finalmente tomó
la decisión de que aceptaría la invitación del primero. No solo porque le
parecía más guapo y carismático, sino porque también fue quien se acercó
antes que Jack a invitarla al baile. Esto último se lo hizo notar Agatha. El
que daba el primer paso tenía más ventaja y era también lo justo. Kiernan
era el capitán del equipo de ajedrez y básquet, además bastante popular. Le
comunicaría su decisión pronto.
Las dos amigas ahora llevaban entre las manos varios trozos de madera
para encender la fogata en el círculo de piedra y así contemplar el atardecer
haciendo malvaviscos. Además, habían preparado termos con chocolate
caliente. Las sillas y las frazadas ya estaban dispuestas en la pequeña playa
privada que daba al lago, lejos de la mirada inclusive de cualquier persona
que estuviera en casa.
El sitio era idílico y creaba una sensación de estar en una burbuja
mimetizada con la naturaleza en la que todo era calma plena. Claro, no
resultaba de esa manera cuando había fiestas y música a toda máquina en la
casa, pero no era el caso.
Kat sabía que no tenía el privilegio de ser adinerada, pero sí el de estar
rodeada de personas que la querían de verdad. La fortuna no estaba en el
brillo de la riqueza, sino en el pálpito que provocaba en el corazón la
certeza de saberse querida.
—Nos quedan muchos años —le hizo un guiño—, pero él es mi segundo
novio. Aunque estoy locamente enamorada de Gabriel ¿cómo puedo pensar
en que será el último? Imposible —se rio, mientras encendía los cerillos
para luego dejarlos sobre los trozos de madera que, pronto, empezarían a
crepitar—, me queda mucho por vivir. Si Gabriel quiere pasarla a mi lado,
genial, si no, me dolerá la posibilidad de que nuestros caminos se corten,
pero no voy a retenerlo.
—Estás muy pragmática hoy, eh —dijo Kat, sentándose y preparó los
palillos para que los malvaviscos se calentaran al fuego y luego ponerlos,
derretidos, sobre las galletas—. Por lo general, al hablar de Gabriel te
brillan los ojos y tu voz se suaviza. Hoy pareces estar un poco más a la
defensiva y enfadada con él. ¿Ocurrió algo?
Agatha se quedó en silencio un instante, mientras contemplaba el
horizonte
—Mmm… Lo hicimos… —murmuró.
Kat abrió los ojos de par en par y se quedó con el malvavisco a medio
comer. El viento estaba frío, pero la frazada térmica las mantenía calentitas.
Los termos con chocolate habían sido la decisión perfecta.
—¿Te acostaste con él? —preguntó y Agatha asintió lentamente—. Oh,
¿cómo fue? ¿Se portó atento contigo o fue un poco rudo ? —indagó con una
mezcla de curiosidad e indecisión, porque la expresión de su amiga era
afligida.
Las dos conocían la vida de la otra bastante bien, entre esos detalles que
existía falta de experiencia sexual en ambas, aunque con lo que estaba
contándole Agatha a Kat era evidente que para una de ellas la virginidad era
parte del pasado. Kat también quería vivir ese placer, porque la vida era un
campo experimental que quería explorar. Dejarse acariciar los pechos sobre
la ropa e inclusive el sexo con los dedos, sin desvestirse, era jugar con lo
prohibido y disfrutarlo, pero la penetración, la absoluta desnudez, resultaba
una tentación que le aceleraba las hormonas.
Ella era arriesgada en ámbitos que implicaban sortear dificultades
propias de su edad, sin embargo, cuando se trataba del sexo opuesto,
aunque aparentaba gran confianza en sí misma al interactuar o expresarse,
se sentía vulnerable. No quería abrir su corazón para que luego se lo
pisotearan, así que prefería besuquearse, acariciar y excitar, siempre que la
persona que estuviera con ella no fuese alguien que cambiara
repentinamente las reglas tomando más de lo que pretendía ofrecer.
—Fue increíble, Kat —dijo sonrojándose, mientras se comía una galleta
con malvavisco derretido—. Jamás pensé que podría ser así… Fue como
volar un instante y querer mantenerte suspendida en esa nube de placer
descubierto. Gabriel me hizo sentir como si fuese la única persona en el
mundo para él. En un inicio, cuando me penetró sentía un dolor fuerte, pero
él me besó hasta que me acostumbré a esa invasión y empezó a moverse…
Todo fluyó y cuando me hizo sexo oral fue… wow.
Kat la miró ojiplática y luego se echó a reír.
—Muy bien por ti, Agatha —sonrió haciéndole un guiño—. Me gustaría
algún día encontrar alguien que me haga sentir así o mejor.
Agatha le dio una palmada en la mano a su amiga.
—Kat, no sé cuántas veces te observas en el espejo, pero si no lo haces
lo suficiente, entonces déjame recordarte que no necesitas maquillaje ni
tantos arreglos para que los hombres se te queden mirando —sonrió—.
Estoy segura de que cuando tengas la experiencia será increíble. ¿Este
Kiernan es material romántico? Quizá no es el amor platónico que esperas
para perder tu virginidad, pero si te atrae —se encogió de hombros—, pues
de pronto practicas un poco con él. Tú pones los límites…
—Nah —dijo Kat—, no me despierta esas mariposillas que Gabriel a ti
sí, por ejemplo. Será solo un baile, pasarla bien y luego unas fotografías.
Cuando pasen los años y estemos viejas, entonces miraremos esas fotos y
reiremos por los estilos y elecciones de ropa. Tal como hace ahora la gente
de la edad de nuestras madres. —Agatha soltó una risa suave—. Entonces,
si todo fue increíble entre ustedes en la cama. ¿Por qué la expresión algo
afligida? —preguntó.
—Gabriel empezó a actuar de manera distinta desde esa noche —dijo
bebiendo del termo—. Al día siguiente, cuando quedamos a tomar algo, me
aseguró que si yo le hubiese dicho que era virgen, él no habría eyaculado
tan rápido la primera ocasión —se encogió de hombros—. No creo que
exista una fórmula para evitar ese paso ¿no? —Kat frunció el ceño—. ¿Debí
decirle que era virgen desde un inicio?
—No es como que tuvieses algo contagioso, así que era tu decisión
decírselo. No por él, sino por ti y tus expectativas. Si preferiste callarte no
tiene nada de malo.
—Tampoco voy a preguntarle a mis hermanos si esta clase de cosas se
deberían decir o no. Joder, qué horror —dijo tapándose el rostro con las
manos. Kat soltó una carcajada—. La verdad fue especial. Fue tan… —
miró a Kat —, perfecto. Después del dolor inicial, me sentía más confiada
en lo que quería y mis ganas de explorar. Creía que él había disfrutado
como yo —murmuró con agobio—. Después de esa salida que tuvimos, no
respondía mis llamadas y tan solo se comunicó, cuatro días más tarde, para
decirme que se iba con sus padres a San Francisco. Me siento dolida…
Odio cuando Gabriel se encierra en su mundo.
—No es justo que se haya comportado así, Agatha, en especial porque te
hace dudar de ti misma en una experiencia tan nueva. Pensé que él era
distinto a los idiotas que siempre han tratado de ligar contigo.
—Kat, cuando llegué a su casa, él me llevó a su habitación. Cuando
entré, Gabriel la había decorado con flores y velas. Me miró a los ojos y me
dijo que se moría por hacer el amor conmigo. Con el paso de los días, y el
comportamiento de Gabriel, entré un poco en pánico, así que no quise
contártelo porque mi cabeza era un caos. Aunque sigue el caos —sonrió con
pesar—, ahora me siento lista para decírtelo.
—Bueno, fue algo muy personal, así que entiendo si incluso no me lo
hubieses mencionado. Agatha —dijo poniendo la mano en el hombro de su
amiga—, los hombres, según mamá, son un poco lentos en general. Dale
tiempo hasta que regrese el funcionamiento de sus neuronas. No justifico
que haya dejado de hablarte de repente y sin darte mayores explicaciones.
Me parece infantil y estás en pleno derecho si quieres terminar las cosas, sin
avisarle.
—¿Ojo por ojo? —arrugó la nariz—. Yo… Yo lo quiero.
Kat soltó un suspiro.
—Si no tuvo la más mínima consideración contigo, entonces no merece
recibirla de regreso, a veces es cuestión de dignidad. Esa estupidez de “sé
mejor persona”, me sirve como reemplazo de un rollo de papel higiénico.
—Ambas soltaron una carcajada por el comentario—. ¿No te parece?
—Sí, llevas razón, y estoy confundida. Él me confesó que se había
acostado con tres chicas antes de que fuésemos novios… Entonces, lo
anterior me lleva a cuestionarme si lo decepcioné en la cama… Antes de
ayer me armé de valor y le dejé un mensaje de voz diciéndole que era un
cobarde y que si iba a comportarse como un tonto, entonces cometí un error
al aceptar ser su novia. Le dije que hubiera preferido acostarme con otro
que supiera utilizar las palabras y no solo su miembro.
—Ouch —murmuró Kat—. Bueno, no fue el discurso más motivador
para que se abriera a ti, pero creo que tenías derecho a expresar lo que
llevabas dentro. Que Gabriel se haya largado sin buscar darte explicaciones
o llamarte, me sorprende porque siempre ha sido muy cariñoso contigo y
lleva enamorado de ti desde que tenemos dieciséis años. ¿Lo invitaste a la
fiesta de tu familia?
La muchacha de ojos verdes hizo un asentimiento.
—Me sentí dolida y le dije lo primero que se me cruzó por la cabeza…
Por supuesto, Gabriel no respondió tampoco a ese mensaje. Ahora mismo
no quiero saber de él. Si acaso tener sexo conmigo era todo lo que buscaba,
más le vale que esté preparado porque no voy a dejar que me trate de este
modo. Y si se aparece en la fiesta, sin antes haberme dado explicaciones,
daré la orden de que lo echen.
Kat hizo un asentimiento.
—Tal vez debas considerar si quieres continuar con una persona que se
comporta de esa manera contigo, después de compartir algo tan íntimo. Fue
tu primera vez, Agatha, ¿qué esperaba Gabriel? Él tiene dos años más que
tú, pero supongo que no el sentido común…
Agatha soltó una exhalación y jugueteó con un palillo sobre la arena.
—Quizá, debí seguir el consejo de Charlenne. —Kat hizo una mueca
ante la mención de la amiga de Agatha, cuyo propósito principal era ser el
alma de las fiestas y clasificar a sus allegados, según la clase de empresas
que tenían los padres y los sitios o clubes que frecuentaban—. Tal vez, ella
tenga razón y el sexo es siempre mejor con alguien que tiene más
experiencia y edad. Gabriel es solo dos años mayor a mí y Charlenne dice
que se ha acostado con chicos que le llevaban cuatro y cinco años.
—Pfff, Charlenne no es una buena fuente de información y creo que a
veces exagera para llamar la atención, aunque en este tema particular quizá
diga la verdad.
—Me contó que con esos chicos mayores la pasó increíble, porque la
hicieron sentir cómoda, a pesar de que era algo pasajero. Según ella los
chicos de nuestra misma edad son distintos y más inseguros —dijo
refunfuñando.
Kat soltó una exhalación y miró el horizonte, pensativa, un breve
instante.
—Si es un hombre mayor, pero no lo quieres o la atracción no supera la
curiosidad de querer experimentar algo nuevo, entonces sería horrible, más
si es tu primera vez. ¿No te parece? Además, la edad no creo que sea un
factor que determine el nivel de placer, sino la experiencia de una de las
partes y que pueda enseñarle a la otra o solo complementarse. —Agatha
hizo un asentimiento lento, absorbiendo las palabras—. Mejor dejemos el
tema del sexo y los hombres mayores —se rio—, pero si tienes dudas,
entonces llama de nuevo a Gabriel. No puedes quedarte con esa rabia dentro
de ti. Tu relación piénsala como en un estado de pausa. Sea lo que sea que
decidas, ya sabes que siempre estoy para apoyarte.
—Lo sé, gracias —dijo Agatha y se levantó de la silla, estiró los brazos.
El cielo ya estaba empezando a cobrar las últimas tonalidades oscuras de
naranja, gris y violeta. El viento soplaba con un poco más de fuerza y el frío
aumentó un poco. Sin embargo, nada podía destruir la belleza de ese
atardecer.
—Qué interesante que parezcas tan experta en el sexo, Kathleen. ¿Es
que hay muchos hombres mayores a ti haciendo fila para conocerte y no
eres capaz de decidirte? O ¿ya te has decidido y te gusta compartir esas
teorías con Agatha?
La voz masculina hizo que Kat y Agatha lanzaran un grito de repente.
En medio de la pequeña playita, ensimismadas en la conversación,
ninguna de las dos había escuchado que a alguien acercándose. “Alguien”,
que Kat sabía muy bien qué nombre tenía y cuyos ojos era tan potentes
como un rayo en la tormenta. Ahora las dos amigas estaban en pie y
sostenían las frazadas sobre sus hombros como una capa. Kat se sentía
mortificada, aunque imaginaba que no tanto como Agatha.
—Si hubiese una lista, no sería de tu incumbencia —replicó Kat
apartando la mirada, porque la intensidad de los ojos aguamarina parecía
quemarla—. Y es de pésimo gusto que alguien esté escuchando a
escondidas algo privado.
Él tan solo se cruzó de brazos.
—Tu opinión es irrelevante en este caso, Kathleen.
—Mi nombre es Kat —rezongó apretando los dientes.
—¡Joder, Tristán! ¿Cuánto de la conversación escuchaste? —gritó
Agatha, roja como un tomate y mortificada, al mirar a su hermano mayor—.
Pudiste haberte anunciado, en lugar de andar fisgoneando. Dios.
—Lo suficiente para saber que Gabriel Reshuan tiene una sentencia de
ganarse un puñetazo la próxima vez que le vea la cara por haberse largado
—replicó con tono hostil—, y por tocarte. Eres mi hermana menor.
—No estamos en el siglo XX, así que tu postura es ridícula —replicó
Agatha poniendo los ojos en blanco—. Soy una mujer, Tristán, y tú no eres
mi padre. Yo tomo mis propias decisiones ¿acaso yo cuestiono las tuyas?
—Sería un despropósito —replicó burlonamente.
—Qué mortificación que hayas escuchado mi conversación —farfulló.
Tristán tan solo enarcó una ceja, mirando a su hermana y luego a Kat.
—Quise aprovechar que Ansel me aseguró que solo estabas tú en casa
para traerte algo que tenía pendiente de darte —dijo entregándole una caja
de terciopelo. No quería discutir con Agatha, pero si veía a Gabriel sí que
iba a dejarle muy clara su postura sobre el trato a una mujer. No permitiría
que nadie se burlase de Agatha y le daba igual lo que ella opinara al
respecto. Si alguien iba a defenderla era él—. Tu piedra favorita, un rubí,
con un diseño exclusivo del joyero. Te dejé otra cosa más en la sala
principal. Felices dieciocho años atrasados —concluyó con una sonrisa.
No había sido su intención escuchar la conversación de ese par, pero
llegó justo en el momento en que su hermana mencionaba que el imberbe
de Gabriel no se había portado a la altura con ella, entonces se quedó de
piedra. No era puritano, por favor, pero Agatha era su hermana pequeña.
¿Cómo se habituaba a la idea de que podía tener sexo cuando hacía apenas
unos años la veía correteando por la casa jugando al escondite o
agarrándose a tirones de cabello con Caleb?
Por otra parte, el comentario de Kathleen sobre los hombres mayores
pareció detonar un botón que lo impulsó a anunciar su presencia y con ello
zanjar la posibilidad de escuchar más intimidades de ambas. No imaginó
que bajaría a la playa para escuchar que Agatha tuvo sexo por primera vez
con un imbécil, mientras Kathleen pretendía ser muy experta en sus
razonamientos sobre los hombres.
Estaba furioso. ¿Qué tanto sabía Kathleen del sexo? ¿Cuántos amantes
se podía tener a esa edad? ¿Era tan ingenua como parecía o solo era una
pantalla? ¿Todo lo que le acababa de decir a Agatha era fruto de su
experiencia personal o de terceras personas y ella las replicaba? Claro, él no
tenía ningún derecho a saber las respuestas a esas preguntas, pero tampoco
podía evitar formulárselas y eso agrió su humor.
—¡Están preciosos, Tristán, gracias! —dijo con una sonrisa, mirando el
interior de la cajita que contenía unos pendientes en forma de pétalos de
rosas. Después abrazó a su hermano y él le devolvió el gesto—. Iré a ver
qué me has dejado en la sala. ¡No puedo esperar! Si es ese boleto al
próximo juego de los San Francisco 49ers ¡muero! —exclamó, porque era
fanática del fútbol americano.
—Tendrás que averiguarlo entonces —replicó Tristán con una sonrisa.
—¿Puedes olvidar lo que escuchaste? —preguntó Agatha cambiando el
peso de su cuerpo entre el pie izquierdo y derecho, abochornada y nerviosa.
—Créeme, Agatha, ningún hermano quiere recordar esta clase de
información. Aunque no me impide intercambiar un par de palabras si llego
a ver a Gabriel.
—Grrrr, ¡no me avergüences! —exclamó mirando al cielo, mientras él
tan solo se encogía de hombros. A continuación, Agatha miró a Kat, quien
parecía una estatua rodeada con la gruesa frazada, mientras el fuego
continuaba crepitando entre el círculo de piedra—: No me tardo nada en
regresar, ya sabes que amo las sorpresas y quiero ver qué me trajo mi
hermano. ¡Comparte los malvaviscos con él!
Sin darle opción a responder, Agatha dio media vuelta y empezó a subir
con celeridad los escalones de piedra que llevaban a la casa dejando a su
mejor amiga y a su hermano a solas en la playa, mientras el cielo ya
empezaba a oscurecerse.
 
***
Tristán llevaba un grueso abrigo negro, bufanda celeste y el cabello
peinado hacia atrás. No se había afeitado la barba en tres días y sus ojos
refulgían con el reflejo  de las llamas de la fogata. Kat se mantuvo en
silencio, porque sus piernas parecían haber tomado la decisión de
convertirse en dos pilares anclados en la arena.
—Quiero que dejes de meterle ideas a mi hermana en la cabeza sobre el
sexo —dijo Tristán acercándose—. Quizá en tu círculo de amigos tengan
por costumbre motivarse a experimentar, pero Agatha no es promiscua y no
voy a permitir que la conviertas en una. Guarda tu experiencia para ti sola.
¿Está claro?
Por simple instinto, las piernas de Kat optaron por retroceder a medida
que el hombre, que medía un metro ochenta y seis de estatura, se acercaba.
Ella quería salir corriendo, pero parecía que sus pies estaban hechos de
plomo. El paso de Tristán fue lento y no se detuvo hasta que la espalda de
ella quedó contra la pared de piedra que cubría esa parte del terreno. Él la
intimidaba en una forma que parecía crearle a Kat leves descargas eléctricas
en los poros de la piel. Algo inusual.
—Agatha es una adulta y puede hacer lo que le dé la gana. Y yo
también. No tienes ningún derecho a decirme lo que tengo la libertad de
expresar con mis amigas y da igual si uno de ellas es tu hermana. Si quiero
hablar de sexo y contarle todo lo que escucho o sé, pues lo haré —dijo
fingiendo seguridad.
Tristán apoyó una mano a cada lado de la cabeza de Kat, inclinó su
cuerpo fuerte hacia adelante para que sus ojos conectasen con los de ella.
—No juegues con fuego, Kathleen, porque si te quemas no va a existir
posibilidad de que puedas apagar las llamaradas —dijo en tono sombrío y
mirándola a los ojos. El aroma a algo parecido a la miel con almendras se
filtró por sus fosas nasales, intoxicándolo de un modo inesperadamente
agradable. El frío permitía que las fragancias se percibieran con más
definición. Debería alejarse, pero no lo hizo.
El aspecto de Kathleen era de inocencia, pero con lo que él acababa de
escuchar, dudaba de esa apreciación. Ni siquiera entendía por qué lo
fastidiaba que siendo tan joven pareciera tener tanta experiencia sexual. No
era machista, ni sexista, pero no concebía posible que alguien tan bella le
permitiera a cualquiera tocar esa piel, que se percibía suave al tacto,
descubriendo sus secretos como si fuese una más en la cama. Una mujer
como esta merecía algo más que un revolcón juvenil inexperto.
La idea de que otros conocieran los gemidos que haría ella al correrse,
lo enervaba. No debería permitir que su mente divagara de este modo
cuando existían otras mujeres, con su misma experiencia sexual y más
sofisticadas, que podían captar su interés. Llevaba años conociendo a
Kathleen, pero nunca la había visto en un papel distinto al de una chiquilla
que era la mejor amiga de Agatha. Ahora, finalmente la observaba como
una auténtica tentación. «Esto es una putada», pensó, porque sabía que su
frustración sexual era lo que estaba causando estas reflexiones absurdas y
sin sentido. La noche anterior, Peyton respondió a su llamada, pero no logró
llegar al pub a tiempo. Así que, después de unas copas con sus amigos, un
par de bailes con unas chicas bonitas, Tristán volvió al hotel, solo.
—¿Tú crees? —preguntó ella con una sonrisa insolente—. No me
conoces.
Jamás había estado tan cerca de Tristán, ni tampoco siendo invadida en
su espacio personal por esa clase de fuerza magnética que emanaba a
raudales de él. Su corazón latía con brío y un ligero pálpito entre sus piernas
le dejó muy claro cuál era la clase de efecto que provocaba la cercanía de
este hombre.
—Estoy seguro —replicó acercándose, hasta que su boca estuvo muy
cerca de la de ella, aunque no tanto para que, al hablar, sus labios se
tocaran.
—Tristán ¿por qué te marchaste del restaurante de forma abrupta? —
preguntó a cambio. Quería una explicación y ahora se le presentaba la
oportunidad de pedirla. Además, le daba una salida a la posibilidad de
quedarse sin palabras y sucumbir a la curiosidad de sortear la distancia y
probar la boca de ese hombre arrogante.
—Tenía otros asuntos que atender —replicó sin apartar la mirada.
Él sentía la necia compulsión de besarla. Quería invadir sus sentidos
dándole una lección sobre lo que era estar de verdad con alguien mayor a
ella; enseñarle que las hipótesis era mejor comprobarlas con alguien que
tuviera autoridad para establecer la práctica que lograra ese cometido. Los
sentidos de Tristán estaban maximizados y la boca sonrosada de la mujer
parecía invitar a probarla.
En el fondo se escuchaba el trino de los pájaros. La fogata era luz y
calor.
—¿Tan importantes que te impulsaron a ser un majadero y dejar un
simple billete a modo de disculpa silenciosa? —preguntó con enfado—. Si
te pareció que mi trabajo no estaba a la altura de lo que esperabas, entonces
pudiste decírmelo, y te habría asignado otra camarera que te atendiese o
cambiado de mesa.
Tristán soltó una risa suave y ronca.
—A tu edad creen que saben mucho y no conocen absolutamente nada.
Kat se cruzó de brazos y apartó la mirada.
—Sé lo suficiente para decir que lo que hiciste fue una grosería. No
somos amigos, pero tampoco soy una desconocida. Merezco una disculpa.
Tristán apartó una mano de la piedra y le agarró el mentón a Kat. El
toque de esa piel lo instó a apretar los dientes. «No hagas algo de lo que
puedas arrepentirte», se dijo a sí mismo. Ella abrió los ojos de par en par y
su boca se entreabrió en una O. Esta era la primera vez que él la tocaba. Su
mano era grande y cálida, pero en ese toque gentil también exudaba fuerza.
Kat empezó a valorar más que nunca el oxígeno, porque en esos momentos
parecía costarle respirar.
La ocasión en que él la tocó de forma clínica, cuando la salvó de
ahogarse en el lago, fue por completo distinta. Antes, ella no era una joven
con las hormonas atentas a la más mínima provocación que la retaba a
experimentar sensaciones nuevas y descubrir hacia dónde la llevaban.
Ahora, todo parecía diferente. El nudo que sentía ahora en el estómago
estaba relacionado al modo en que su sistema nervioso lanzaba emociones
intensas, como si hubiese corrido una maratón en pocos segundos. Nunca
había observado a Tristán de verdad, ni tan de cerca y con plena conciencia
de que ella ya no era una chiquilla, ni él una figura difusa en sus recuerdos.
«¿Qué estaba sucediéndole?». Si su mejor amiga supiera que la colonia
de Tristán, su cercanía y esa voz profunda empezaban a interferir en su
sentido común, lo más probable es que se enfadase con ella. Cuatro años
atrás, Agatha le hizo prometer que bajo ninguna circunstancia se fijaría en
sus hermanos, porque si no llegaban a funcionar las cosas, ella no quería
perderla como amiga, pues sería ingenuo pensar que Kat querría acercarse a
fiestas o reuniones si hubiese un corazón roto de por medio. No le resultó
nada difícil a Kat acceder a esa promesa, porque no tenía interés en el
cizañero de Caleb, y a Tristán casi nunca lo veía.
Hasta ahora.
Frente a frente con el mayor de los hermanos, Kat tenía plena conciencia
de que el tirón de atracción no era imaginario. Necesitaba sacudir su mente,
porque no podía dejarse llevar por la curiosidad que estaba despertando él,
en ella. Esta era la primera vez que sentía un interés tan contundente hacia
un chico. Claro, Tristán no era un pelele, sino un hombre con un futuro
trazado y mucha más experiencia en la vida. Lo que más pesaba en Kat,
haciéndola sentir ligeramente culpable por el súbito anhelo de querer besar
a Tristán, era su promesa a Agatha.
—¿Cuál crees que sería la mejor manera de pedírtelas? —preguntó
Tristán sonriendo de medio lado. Notaba cómo las pupilas de Kathleen
brillaban y cómo se humedecía los labios. Imaginaba que era parte de sus
juegos para provocar a los hombres. Él no era inmune a la expresión en ella
que mezclaba vulnerabilidad, curiosidad y deseo—. Ya que sabes mucho
sobre hombres mayores a ti —dijo con burla—, entonces quizá tengas la
respuesta adecuada.
Ella hizo una mueca ante la referencia de Tristán a la conversación en la
que Kat mencionó a Agatha que tener sexo con un hombre mayor por varios
años, sin sentir atracción real, no era tampoco la mejor opción.
—Verbalizando sería un buen inicio —replicó con sarcasmo—. Además,
resulta de pésimo gusto escuchar pláticas ajenas, en especial cuando no se
tiene el contexto y se empiezan a asumir ideas que pueden ser sesgadas.
Tristán soltó una carcajada. Kat tragó saliva, porque el sonido se sintió
como el eco de un suave tambor vibrando en su piel. De pronto, la
expresión masculina se volvió seria. Él soltó el mentón de Kathleen,
dejando caer la mano a un costado.
—No doy explicaciones de mis acciones, aunque si mi comportamiento
te ofendió, entonces te aseguro que no tuvo nada que ver con tu desempeño
como camarera o porque quisiera que otra persona atendiese mi mesa. —
Ella frunció el ceño, porque no era una disculpa y al mismo tiempo, sí lo era
—. ¿Llevas mucho tiempo trabajando en ese restaurante?
—Solo hago reemplazos cuando me llaman y me pagan buenas propinas
—dijo con ironía y Tristán sonrió de medio lado—. Aunque me gusta
ganármelas.
Él hizo un asentimiento.
—Me parece bien que sepas lo que implica el trabajo honesto —replicó
haciendo caso omiso a la pulla sobre su abrupta marcha. No iba a explicarle
que ella lo había afectado a tal punto que necesitó poner espacio, en lugar
de tomar acciones de las que pudo arrepentirse—. Kathleen, no alientes a
Agatha a hacer tonterías. Mi hermana es bastante ingenua en ciertos
aspectos y la prensa suele entretenerse a costa de personas con un perfil
social prominente, como ella, así que no quiero que tengan motivos para
fastidiarla —agregó con seriedad.
Esta vez fue ella quien soltó una risotada y meneó la cabeza.
—Agatha es su propia dueña —se encogió de hombros—, y yo, la mía.
Si me conocieras, que no lo haces, entonces no asumirías ideas o tendrías
prejuicios.
Él sonrió ligeramente.
—No tengo tiempo para hacer nuevas amistades, Kathleen.
—¿Acaso he dado una pista de que quiero eso de ti? —preguntó con
incredulidad, y abrigándose mejor con la frazada—. Mi prioridad no es
aumentar mi lista de amistades, sino entrar en la universidad y sacar mi
título de periodista. Si en todos estos años no me ha interesado tu
existencia, menos ahora.
Tristán ladeó ligeramente la cabeza observándola. Él sabía que debería
haberse largado hacía ya rato de ese lugar. Esto era peligroso, porque el
deseo que había despertado Kathleen resultaba muy diferente; casi podría
describirlo como refrescante. Lo anterior lo incitaba a querer descubrir más
de ella.
—Las pistas que das son ambiguas, sin embargo, sé leerlas —dijo con
arrogancia haciéndole un guiño—. Mi existencia te puede parecer una
fuente de interesante información, Kathleen. Lástima que no esté pensando
en compartirla.
Kat no sabía qué diablos estaba haciendo con esa conversación. Así que
optó por desviar el tema lo antes posible, pues la forma en que Tristán la
miraba le provocaba un cosquilleo de excitación que necesitaba reprimir.
Todavía debía decidir si él estaba flirteando con ella o tratando de fastidiarla
a ver cómo reaccionaba.
—Tus pensamientos me tienen sin cuidado —replicó con altanería—.
Aprovecho en comentarte que estoy reemplazando a mi madre en el cargo
de ama de llaves durante un par de horas al día, así que si vuelves por aquí,
soy yo quien está a cargo de cualquier requerimiento en las tareas que ella
realiza habiatualmente. Mamá tuvo una operación de apéndice y se lastimó
el tobillo. Está de baja temporal y …
—¿Fue algo grave? —interrumpió Tristán con sincero interés. Ni su
madre ni su hermana le habían comentado de la situación de Virginia—. No
lo sabía.
Ella hizo una negación y bajó la guardia un poco, al notar la sinceridad
en él.
—Acabas de regresar a Seattle y supongo que no es algo que entre en la
agenda para compartir como tópico importante en tu familia. —Él frunció
el ceño—. En todo caso, no fue algo grave, sin embargo, mamá debe
recuperarse por completo.
—¿Qué hay con la secundaria? Si trabajas aquí, te quita tiempo de
estudiar —preguntó frunciendo el ceño—. Debes estar a punto de graduarte,
así como Agatha.
Ella hizo un leve asentimiento.
—Sí, en varias semanas me graduaré—replicó—, así que intento
coordinar todas mis actividades: las clases, ser un buen reemplazo de mamá
en esta casa por unas semanas, llevar a cabo mis actividades
extracurriculares para ganar más puntaje y aceptar turnos de camarera
ocasionalmente, porque así puedo tener dinero extra —concluyó sin saber
por qué estaba dándole esa información.
Tristán la quedó mirando un largo instante sin decir ni una palabra. Por
lo general, las mujeres que lo rodeaban tenían la vida económica fácil y
daban por hecho que siempre sería así, en especial si se casaban con un
hombre que también pudiera proveerles comodidades. Él no tenía
preferencia por la clase social de las personas con las que se rodeaba, ese
era Caleb. A Tristán le gustaba hablar con los trabajadores de cuadrilla en
las construcciones u obras de la compañía, porque los consideraba más
“reales” y aprendía de ellos. Al escuchar a Kathleen, notaba una chispa de
determinación en su voz que resultaba contagiosa. Los separaban años de
experiencia, sin duda. Sería mejor marcharse e ir a cenar con Peyton, así se
olvidaría de esta imprevista y prohibida atracción, y la pasaría bien en la
cama.
—¿A qué universidad planeas ir? —preguntó apartándose por completo.
—Washington…
—Northwestern es una de las mejores para periodismo. ¿Has aplicado?
—No es una opción que descarto, pero está en Illinois. Además, creo
que tengo más posibilidades de ganarme una beca completa en la
Universidad de Washington, al hacerlo permaneceré en Seattle, por ende
cerca de mamá.
Él hizo un breve asentimiento.
—Procura no meter a Agatha en líos —dijo antes de emprender su
marcha.
Ella extendió la mano y la posó sobre el brazo de Tristán, deteniéndolo.
Las chispas volaron entre ambos; nada tenía que ver la fogata. Se miraron
un instante que pareció eterno. Él bajó su atención al sitio en el que la
pequeña mano se apoyaba sobre la tela del abrigo. Kat tragó saliva y apartó
sus dedos despacio. Tristán le tomó el rostro con una mano y lo elevó un
poco hacia él.
—Me juzgas sin conocer en realidad quién soy…
—Quizá, Kathleen, sea por tu propio bien que no intente conocerte —
replicó crípticamente, antes de empezar a subir las escaleras de piedra para
abandonar la mansión y seguir con sus planes iniciales que ya iban
retrasados. No podría pasar un minuto más a solas con Kat sin cometer un
acto del que se arrepentiría.
Kat se arrebujó más en la frazada, como si eso pudiera protegerla de esta
desconocida sensación que le aceleraba el pulso como nunca antes, mientras
observaba cómo Agatha regresaba del interior de la mansión y se
encontraba a medio camino con su hermano charlando algo breve. Pronto,
su amiga estuvo en la playa y sonreía de oreja a oreja, al tiempo que le
extendía a Kat un sobre grueso.
—¡Mira esto! Tristán no solo me dio estos preciosos pendientes, sino
que me consiguió entradas a mis obras preferidas de Broadway y el boleto
para los partidos de la temporada de los San Francisco 49ers. Además, me
dejó un rompecabezas —rio— y cuando lo armé, por eso me demoré un
poco más de lo que habría querido en regresar a la playa contigo, encontré
una tarjeta VIP para un año de tratamientos corporales en Diva SPA, ¡mi
sitio preferido! Tristán es lo más.
Kat esbozó una sonrisa. Sabía que Agatha adoraba a sus hermanos.
—Qué ingenioso lo del rompecabezas. Los obsequios atrasados han
merecido la pena, en especial Broadway que es algo que tanto te gusta. Me
alegra por ti. Quizá algún día yo pueda ir, pero más me llamaría la atención
lo que tengan que decir los actores que la puesta en escena per se —replicó.
—Claro tu espíritu periodista. Por cierto, ¿de qué me perdí en estos
veinte minutos? —preguntó, sentándose, y espoleando el fuego para que
cobrara más fuerza, porque la temperatura había bajado unos grados—. Mi
hermano siempre tiene cosas interesantes que comentar cuando abre la boca
—sonrió—. Le pedí que se quedara un poco más con nosotras a conversar,
algo que nunca hace porque siempre está ocupado, pero me dijo que tenía
una cita romántica. ¡Espero que el día que se case no lo haga con una de
esas bobas que tienen más adornos que cerebro!
Kat soltó una risa que le supo ácida, en especial pensando en el
comentario de que Tristán tenía una cita. «¿Por qué tendría que
importarme?», se reprendió, enfadada. Necesitaba empezar a diversificar
sus actividades e incluir más vida social.
—Tan solo le comenté lo copada que está mi agenda, nada que no sepas
—murmuró, porque no quería elaborar demasiado esa respuesta.
Agatha se comió un malvavisco.
—Por cierto, en la fiesta de la próxima semana estará un amigo que
quiero que conozcas. Tómalo como una cita que no será a ciegas, porque si
quieres te muestro una fotografía. Se llama Nicholas, Nick, Swatz y es muy
inteligente, además de ser carismático. Nos encontramos a veces en el club
o en fiestas. Nunca he escuchado una queja sobre él. ¿Lo mejor de todo,
Kat? Va en el segundo año de periodismo, así que tendrán mucho en común
para conversar a gusto.
Kat necesitaba salir de sí misma y empezar a disfrutar más su vida
juvenil, lejos de los libros, con más frecuencia. Lo que sugería Agatha le
gustaba.
—Debes recordar que hasta las nueve trabajaré para tu familia, porque
el empleo de mamá es importante…
—Por supuesto —sonrió—. Cuando acabe tu turno vas a ponerte el
vestido que más te guste de mi clóset. No, venga Kat, —dijo cuando vio
que su amiga iba a replicar—, no se vale objetar. Queda poco para que
nuestras vidas sean un caos con más responsabilidades. Así que
aprovechemos, en especial tú, para romper la rutina. Sé que Virginia
aprobaría mi moción. —Kat se rio y asintió, porque era cierto, su madre la
impulsaría a aceptar esa cita—. Solo necesitas tener las ganas de pasártela
bien en la fiesta de mi familia y dejar que Nick pueda conocerte. ¿Qué
dices? De todos los chicos que te pretenden, a ninguno le das una verdadera
oportunidad.
—Quizá no hay nadie que me haya convencido de que merece la pena
recibir mi valioso tiempo —dijo esbozando una sonrisa—. En todo caso, no
voy a rehusar tu ayuda con el vestido y acepto la cita.
—¡Será increíble y la pasaremos genial! —exclamó Agatha—.
Apaguemos la fogata y vamos dentro. Te voy a mostrar los vestidos que
tengo para que te los pruebes, además de enseñarte una foto de Nick. Suele
salir en las revistas de sociedad yendo a eventos culturales, porque su
familia patrocina el arte constantemente.
—Suena como alguien con quien quisiera conversar, eso seguro,
Agatha.
—Y tiene un plus, querida amiga: Nick es guapísimo.
Kat se rio e hizo un asentimiento. Esperaba que el chico fuese
carismático y que lograra captar su atención de verdad, pues ella solo quería
pasarla bien. Además, se temía que iba a necesitar suficientes distracciones
para tratar de ignorar, algo complicado, la presencia de cierto hombre que
estaba prohibido y era el centro de la celebración del siguiente fin de
semana en la mansión de los Barnett.
CAPÍTULO 4
 
 
Tristán miró la espalda desnuda de Peyton en la cama. No estaba
exhausta porque hubiesen tenido sexo, sino porque después de la cena de la
noche anterior ella empezó a sentirse mal. Al llegar a la suite del hotel
corrió al baño; los vómitos y la baja presión en ella, lo instaron a llamar a
un médico. El diagnóstico determinó que tuvo una intoxicación alimenticia,
pero Tristán sospechaba que algo estaba ocultándole, pues ahora parecía
más delgada de lo usual, aunque no menos guapa. Sin embargo, no podía
presionar para obtener respuestas porque, a pesar de tener una amistad de
años y ser amantes ocasionales, él prefería mantener distancia en ciertos
aspectos, como este. Con saber que estaba recuperada, le bastaba.
—El chofer del hotel te llevará donde necesites —le dijo, consciente de
que Peyton estaba despierta, pero prefería remolonear un rato entre las
sábanas—. El número del doctor está sobre tu mesita de noche si acaso te
hace falta.
Ella se giró hasta quedar con la espalda sobre el colchón. Los pechos
pequeños de pezones del tono de un capuchino estaban a la vista, aunque su
sexo se hallaba a duras penas cubierto por la sábana de suave algodón. No
existía motivo para cohibirse, porque su vida sexual en general era bastante
aventurera.
—Gracias por haber cuidado de mí —murmuró—. Sé que nuestro
acuerdo sexual es bastante claro, aunque quizá eres la única persona a la
que podría recurrir si llegase a necesitar algo. Mi padre me desheredó como
castigo existencial, al menos eso cree, hasta que yo recapacite y deje de
modelar —dijo con resentimiento—. Mis amigos están a mi alrededor
porque soy famosa, pero tú y yo llevamos muy claro, sin medias tintas, lo
que existe cuando nos encontramos. Esa honestidad, la prefiero a tener un
montón de aduladores que pretenden usar mi fama con descaro.
Él ladeó la cabeza, un poco confuso por el comentario de Peyton. No era
natural en ella hacer esta clase de conversación, pero él la dejó pasar. Sabía
que su amante necesitaba terminar de recuperarse por más de que
aparentase estar del todo bien. Además, él ya había quedado con sus
mejores amigos en el Sand Point Country Club ese domingo. Peyton era
sexi, pero la mente de Tristán estaba inundaba por el rostro y el recuerdo
del aroma de otra persona. Esto lo tenía muy cabreado consigo mismo, así
que extenuarse practicando deporte era una buena alternativa.
—Peyton, no necesitas el dinero de tu padre, aunque sea millonario, tu
carrera es exitosa —replicó con estoicismo—. Aunque, por supuesto, si
llegases a requerir una recomendación de mi parte o un contacto para algún
tema, solo pídelo.
Ella soltó una exhalación suave que él interpretó como alivio. «¿Qué
estaba pasando con Peyton para que hiciera comentarios como estos?». Sus
conversaciones usuales tenían que ver con las sensaciones que estaban
viviendo en la cama, aunque la mayoría de las veces follaban entre jadeos,
sin palabras. Raras ocasiones charlaban de las aspiraciones mutuas a nivel
profesional, pero, eso sí, jamás caían en reflexiones personales. El padre de
Peyton, Gervais Sandler, era dueño de una cadena farmacéutica que
empezaba a abrirse un mercado entre las grandes compañías como Wall-
Greens y CVS. A Tristán le parecía una ridiculez que Gervais hubiese
desheredado a su hija, hasta que ella eligiera otra carrera que no fuese el
modelaje.
—Gracias, Tristán —dijo la rubia ya en un tono más ameno y
desenfadado. Más acorde a su usual estilo—. Lamento que la noche en que
finalmente te vuelvo a ver, después de un largo tiempo, haya terminado
conmigo indispuesta de salud —sonrió de medio lado, mientras su melena
sedosa y abundante le caía sobre los hombros—. Procuraré no pedir
langosta la próxima ocasión —bromeó.
—Quizá puedas compensarlo —replicó recorriéndola con la mirada.
—Por supuesto —dijo Peyton—. ¿Vendrás a mi desfile? Se trata de la
nueva colección de lencería de la marca para la que trabajo, Astralma.
Después del evento quisiera modelar toda esa ropa para ti —sonrió con
coquetería.
Tristán agarró el reloj Breitling y lo ajustó en su muñeca. Sus músculos
definidos y esa expresión determinada eran magnéticos en cualquier sitio al
que iba y, a pesar de ser consciente de ello, la situación ya había perdido el
encanto tiempo atrás.
—Suena tentador, Peyton —dijo con simpleza—. Lo consultaré en mi
agenda. Por cierto ¿qué era lo que querías preguntarme anoche?
—Nada importante —replicó saliendo de la cama para ir a la ducha,
pero antes se acercó a Tristán y le dio un beso en la comisura de la boca—.
Nos vemos pronto.
Él tan solo asintió antes de salir de la suite. Agradecía el servicio de
limpieza del hotel porque, cuando regresara del club, todo estaría pulcro y
no habría huella de Peyton. Esta era una estupenda manera de no tener
recordatorios físicos y visibles, en su entorno personal, de la mujer con la
que se acostaba. Cuando vivía en la costa este, no llevaba a ninguna
conquista a su casa, sino que prefería ir a la casa de ella o utilizar hoteles;
su intención, apenas le entregasen el penthouse en Seattle, no iba a cambiar.
El acto sexual debería ser considerado algo importante, pero para
Tristán solo era un medio de desfogue del estrés para saciar una necesidad
física y la lujuria. Cuando tenía una amante dejaba muy clara su filosofía,
así nadie tenía opción a quejarse. Le quedaban muchos años por
experimentar y su prioridad no podía ser otra que la compañía familiar.
Sabía que su padre iba a continuar presionando para que le entregara el
fideicomiso que le dejó su abuela, así que necesitaba hallar un plan que
contrarrestara, coherentemente, esa estupidez.
Barnett Holdings necesitaba una inyección extra de capital, si se lograba
ese propósito el éxito de la empresa podría dispararse al tener más vías de
inversión al vencer los obstáculos que Byron había creado. Tristán ya había
conversado con su abuelo al respecto y este le exigió no ceder a la presión
de su padre.
—El fideicomiso fue la herencia de Faye para ti, así que mi hijo tendrá
que apañárselas como CEO, en lugar de intentar exigir algo que no le
corresponde ni por moral ni por derecho. Mis resoluciones generales para la
compañía las sabrás en la fiesta, porque si las menciono ahora, no tendría
sentido y no me gusta repetirme —le había dicho con su habitual sentido
del humor y dándole un abrazo fuerte—. Me alegra tenerte de regreso en
Seattle, muchacho. Estoy orgulloso de ti.
Las palabras de su abuelo lo habían emocionado. Mason jamás decía
algo que no sintiera de verdad. Tristán lo adoraba, porque había sido un
punto de apoyo medular toda su vida. De hecho, fue la influencia de Mason
y Faye la que contribuyó desde temprana edad a moldear su carácter, quizá
era el motivo de que, a sus veinticinco años, tuviera más madurez para
afrontar ciertos aspectos de la vida.
Tristán sabía que, de alguna forma, hallaría la solución para Barnett
Holdings. Lo que necesitaba por ahora era crear su plan de trabajo, una
rutina de ejercicios más dinámica, expandir el alcance de su gestión como
parte de la compañía y disfrutar su soltería a gusto. Además de manter su
atención lejos de Kathleen Stegal.
 
***
—¿Estás segura de que no se me ve muy ajustado el vestido? —
preguntó Kat, mientras giraba sobre sí misma y el bajo de la elegante
prenda color negro se agitaba en un leve frú-frú sobre los zapatos de tacón
—. Este escote da la impresión de que mis pechos van a quedar al aire de un
momento a otro, cuando menos lo espere.
—No digas tonterías —se rio Agatha. Estaba usando un vestido rojo de
organza con una marcada abertura en V en la espalda—. Ese es el efecto
que busca crear este Valentino. A mí no me habría quedado bien, porque
mis pechos son más pequeños que los tuyos, así que estoy contenta de que
lo luzcas tú. Además, creo que será una excelente primera impresión con
Nick —le hizo un guiño—. No fallará.
Kat se sonrojó, porque no era la opinión que su cita de esa noche
pudiera tener la que le causaba curiosidad, sino la de Tristán. Le parecía una
locura que la perspectiva de verlo le provocara anticipación, especialmente
cuando habían pasado tantos años sin que le importase lo más mínimo su
existencia.
En esos instantes, las dos amigas estaban en medio del walking-in clóset
de la habitación de Agatha. Kat no protestó cuando su amiga le dijo que una
maquilladora profesional y una estilista iban a acicalarlas para la fiesta.
Necesitaba un break.
A lo largo de esa semana, Margie estuvo insoportable y demandante; la
persona del catering se enfermó y retrasó toda la producción, así que la
llegada de un nuevo proveedor implicó un cambio en el menú que no le
gustó a la anfitriona. En clases, el profesor de física le puso una C, porque
entregó un trabajo mediocre. La razón fue que Kat se levantó tarde el día de
esa clase, ya que la noche previa tuvo que reemplazar a una camarera en el
restaurante francés; la tarea la hizo en el bus.
La buena noticia era que ya había aceptado ser la pareja de baile de
Kiernan. Él celebró de una forma bastante inesperada: besándola en pleno
pasillo de la secundaria. Kat, por simple instinto, le devolvió el beso. Sin
embargo, lejos de sentir las mariposillas que hubiera esperado, el
intercambio le pareció anecdótico, pero en ningún momento se sintió
incómoda. Tan solo se rio por la reacción impulsiva. Al menos, le sirvió
para reafirmar su teoría de que Kiernan no era material romántico, pero de
seguro la pasarían bomba en la fiesta de graduación que estaba muy cerca.
—Dejaré que me convenzas, porque me siento genial con este vestido
—murmuró Kat mirándose en el espejo—. Por cierto, ahora que Gabriel y
tú se han reconciliado, espero que no intentes continuar con tus intenciones
de Cupido, conmigo, en el caso de que esta cita con Nick no funcione.
—¿Por qué no habría de funcionar? No tienes novio, eres lista, guapa,
así que vas a tener a Nick a tus pies más pronto que tarde. Además,
tampoco es como si estuvieras esperando a otro hombre secretamente —
sonrió, sin notar el sonrojo de Kat, mientras bajaban las escaleras de la casa
para unirse a la celebración.
Ambas se mezclaron entre los invitados, cuya lista había aumentado a
doscientos cincuenta en las últimas cuarenta y ocho horas. Kat no tenía idea
de los cambios exactos, porque eso lo manejaba la organizadora de eventos,
pero sí había escuchado quejarse a las personas del catering porque les
dieron a conocer la información sobre el excedente de comensales con
poquísima antelación.
Kat podía apreciar ahora, ya no como empleada temporal en esa casa,
sino como una invitada más, lo precioso que había quedado todo. Sintió una
punzada de tristeza, porque sabía que a su madre le habría gustado estar ahí
esa noche. El riesgo de perder el puesto de ama de llaves ya no existía, pues
Kat se había esforzado al máximo para estar a la altura del trabajo de
Virginia y dar una buena impresión.
Entre los invitados estaban integrantes de la alta sociedad de Seattle y
que influían en cómo se movían las fichas de poder en la ciudad. El patio,
decorado con exquisitez y sobriedad, estaba rodeado de calefactores
portátiles muy potentes que no dejaban que el frío fuese un factor que
impidiese divertirse. La gran sala interior de la casa también se había
adecuado para que los invitados pudieran acceder a ella, en el caso de que
lo prefiriesen en lugar de socializar todo el tiempo en el exterior.
Los dos amigos de Tristán: Carrigan y Wayne no tardaron en llegar con
sus acompañantes. Ambos saludaron a Kat cuando la vieron, mostrándose
amables, aunque pronto se dispersaron para buscar a su mejor amigo y a
otros conocidos. A Kat le parecieron igual de agradables que en el
restaurante y en ningún momento la miraron como si ella no perteneciera en
esa celebración.
En los alrededores ya se encontraban algunos miembros de la prensa
social y financiera. Los periodistas invitados trataban de entrevistar a
Mason, porque el hombre no solo era un filántropo y genio de los negocios,
sino que se dejaba ver muy poco en la esfera social desde la muerte de su
esposa. Al ser Barnett Holdings una compañía familiar con gran alcance en
el área de la construcción, sí que era interesante para la prensa un reportaje
que diera a conocer el acontecimiento de esta noche. La empresa era una de
las líderes del mercado en una ciudad que cada vez se expandía y creaba
más proyectos habitacionales, así como de corte empresarial.
Byron y Margie eran buenos anfitriones y sabían vender muy bien la
imagen de una pareja exitosa; sonreían y dialogaban con una naturalidad
que sorprendió a Kat. De hecho, cuando ambos la vieron, le dedicaron una
sonrisa y remarcaron el buen trabajo que había realizado reemplazando a
Virginia. Los padres de su mejor amiga no eran proclives a hacer
conversación con ella, salvo los usuales comentarios que se tenían con
cualquier persona que no era parte de un círculo social afin. A Kat le daba
igual siempre que a su madre la trataran bien y mantuviese el empleo. El
único que siempre la trató como si fuese parte de la familia fue Mason
Barnett; cuando ella y Agatha eran más pequeñas les contaba historias, las
impulsaba a ser buenas estudiantes y cuando era preciso, si las pillaba en
una travesura, las reprendía. Él era, al menos para Kat, lo más parecido al
abuelo que nunca llegó a conocer.
—Por cierto, Agatha, Caleb no ha aparecido todavía por aquí ¿será que
cumple la promesa que hizo el otro día de que no vendría?
Caleb seguía viviendo en la mansión, pero Kat lo había visto muy poco
en esas dos semanas. Él la ignoraba y ella hacía lo mismo. Eso era lo que
había conseguido que no discutiesen. Sabía que Caleb era una persona
conflictiva y vengativa, así que intentaba no cruzarse en su camino, y si lo
hacía, entonces lo ignoraba salvo que se dirigiese directamente a ella, lo
cual no ocurría. Kat suponía que los seres humanos no necesitaban un
motivo para actuar de una u otra manera, a veces se nacía siendo tarado y
ella creía que él pertenecía a ese grupo.
—Sí, va a venir, pues mi abuelo y mi padre amenazaron con
desheredarlo si faltaba. Además, ahora tiene una nueva novia que es igual
de presumida que él —se rio—, así que probablemente quiera presentársela
a mis padres. Como ya tiene una persona que está al pendiente de su
existencia, entonces se olvida de ser un quejica. Espero que dure mucho con
la tal Lizzie, porque así vivo en calma.
—Larga vida a Lizzie, entonces —replicó riéndose.
—Ahora, hay algo más importante de qué hablar —dijo Agatha al cabo
de un rato, mientras Gabriel la abrazaba de la cintura y ella hacía un gesto
con la mano saludando a alguien—, y es que acaba de llegar Nick. De
hecho, ya viene hacia aquí.
—Ufff, quizá esta cita debió ocurrir en otro sitio —murmuró Kat algo
nerviosa—. Hay demasiadas personas, no creo que salga bien…
—Bah, como futura periodista debes estar lista para cualquier situación,
en especial una en la que tu cita está sonriendo al verte desde lejos —
interrumpió en tono cómplice—. Por cierto, Nick sabe que eres tú la que
está a mi lado —dijo mientras el apuesto hombre se acercaba—, porque me
tomé el tiempo de describirle el vestido que ibas a usar esta noche. No
intentes decir que me estoy inventando cosas cuando te aseguro que a él, le
gusta mucho lo que está observando. Y cuando empiece a conversar
contigo, entonces querrá verte otra vez.
Kat se echó a reír, porque sabía que su mejor amiga la quería de verdad.
—Me gusta tu optimismo.
—Simple sentido común, mi querido Watson —dijo Agatha sonriendo.
Al cabo de unos segundos, un hombre alto y de contextura atlética,
cabellos negros y ojos cafés, se acercó. No era guapo de una manera
convencional, pero su rostro angular y la expresión de serena confianza lo
hacían interesante a la vista.
Después de las introducciones y una breve charla para romper el hielo,
Agatha y Gabriel los dejaron a solas, argumentando que en una salida de
dos, no funcionaban cuatro. Ese último comentario de Gabriel los hizo reír.
«Solo es una cita, cálmate», se dijo Kat cuando Nick le dedicó toda la
atención.
—Agatha me ha hablado tanto de ti que siento que ya te conozco —le
dijo Nick a Kat con una sonrisa que iluminó su mirada—. Aunque, por
supuesto, las palabras no hacen justicia ahora que te veo personalmente. Me
alegra haber aceptado conocerte. Nuestra amiga en común es bastante
convincente.
Ella soltó una risa suave y se relajó.
—Lo es, sin duda —replicó con un asentimiento.
Poco a poco, empezaron a conversar de sus aficiones mutuas y ella se
sintió interesada en la experiencia de Nick como becario en una estación
local de televisión en el puesto de asistente de redacción. Le comentó que
su familia podía conseguirle un cargo estable y de mayor rango en donde
quisiera, pero que no quería convertirse en uno de esos periodistas que
figuraban sin tener algo sólido para aportar a la sociedad. Nick estaba
cursando la carrera de periodismo en la Universidad de Washington, por lo
que Kat quiso saber quiénes eran los profesores más prominentes en el área
de investigación, cultura y globalización, nuevas tecnologías y narrativa,
porque eran las materias que llamaban su atención.
Los temas fluyeron y Kat dejó que sus iniciales dudas se desvanecieran
por completo. Cuando la banda de música reemplazó al DJ, él le hizo un
gesto hacia la pista de baile instalada en el inmenso patio.
—Me gustaría aprovechar todos los beneficios de esta cita poco
convencional —dijo con un toque de humor—, en especial porque incluye
música estupenda en vivo, así que ¿bailamos, Kat? —le preguntó
extendiendo la palma de la mano.
—No podemos desaprovechar la música —replicó aceptando.
Nick la tomó de la cintura para empezar a moverse al compás de lo que
marcaba la banda. A diferencia de otras personas, a ella no le gustaba ser el
centro de atención, así que le parecía genial que ya hubiese varias parejas
alrededor. La música cambiaba constantemente y ellos se movían juntos,
pero no demasiado apegados.
—He tenido un par de malas experiencias recientemente, así que ese fue
el motivo por el que hice un plan de contingencia por si esta cita no iba
bien. Claro, mi estrategia me ha explotado en la cara —dijo Nick—, porque
quiero quedarme más tiempo esta noche contigo, pero unos amigos me
esperan en un pub —miró el reloj—, más o menos a esta hora, pero puedo
cancelarlo. Prefiero conversar con una chica guapa, en lugar de ver a mis
amigotes pasados de copas —le hizo un guiño—. No quiero intermediarios,
así que ¿me darías tu número de teléfono?
Ella sonrió y se lo dictó. Nick lo registró en el móvil.
—Me halaga que te sientas a gusto conmigo. Sin embargo, que dejes a
tus amigos plantados, tampoco sería justo. Además, ya tienes mi número —
sonrió.
—Quiero volver a verte, Kat, seguro. Una segunda cita y prefiero
pedírtela ahora que te tengo frente a mí. Creo que tenemos aquí algo que
podemos explorar y me gustaría darle una oportunidad. ¿Opinas igual?
Ella empezó a esbozar una sonrisa.
—Yo…
Su respuesta fue interrumpida cuando una inconfundible presencia
masculina se detuvo a su lado. La expresión de Tristán era neutral, pero Kat
notó que había un brillo indescifrable en su mirada que la instó a fruncir el
ceño.
—¡Hey, Tristán! Qué bueno verte, después de tanto tiempo.
Enhorabuena por tu regreso —dijo Nick estrechándole la mano, porque se
conocían, aunque no eran amigos. El círculo social de los Barnett era
amplio y exclusivo. Nick también era parte de ese grupo—. Creo que no
alcanzaré a quedarme para el discurso de tu abuelo. Seguro me enteraré
mañana. Por cierto, la fiesta realmente está genial.
Tristán hizo un asentimiento.
—Gracias por venir —replicó con distante amabilidad. Conocía bastante
bien el grupo de amigos que Nick frecuentaba, porque entre esos estaba
Caleb. Su hermano menor jamás se rodeaba de personas que no siguieran su
filosofía: la gente millonaria se debe vincular con gente afin. Imaginaba que
Nick no sabía la realidad de Kathleen, esta tampoco podría comprender que
el idiota flirteaba con ella, porque era hermosa, claro, pero también creía
que pertenecía a su mismo círculo social al estar en la fiesta —. Mi madre
se sentirá complacida de saber lo que opinan sus invitados.
—Oh, por cierto, te presento a mi cita de esta noche. Estaba a punto de
decirme que va a aceptar una segunda cita —dijo con una sonrisa—. Ella se
llama…
—Sé muy bien su nombre —zanjó Tristán. Después miró a la mujer que
lo había distraído en más de una ocasión esa noche, pues estaba en su visión
periférica cada que él iba charlando de grupo en grupo. Kathleen lo
observaba en ese momento con curiosidad, como si estuviera tratando de
descifrar qué diablos pasaba con él.
Con ese jodido vestido que parecía sostenerle los pechos por mágica
gravedad evitando que quedaran expuestos, y cuya tela delineaba una figura
de curvas tentadoras, a él le costó quitarle los ojos de encima; sin embargo,
se obligó a hacerlo. Al menos así fue hasta que vio a Nicholas charlando y
bailando con ella en una dinámica demasiado íntima para su gusto.
No tenía ningún motivo o derecho a acercarse o interrumpir, pero la
compulsión de hacerlo fue más fuerte, en especial cuando era el
homenajeado y saludar a los invitados era parte del protocolo usual. Al
menos, la anterior fue la excusa que se dijo a sí mismo para intervenir sin
más. Por otra parte, Peyton le había dicho que llegaría tarde. Su amante, a la
que no había visto esa semana, habría sido la distracción perfecta para
evitar acercarse a Kathleen.
—Por supuesto, qué absurdo de mi parte —dijo riéndose—. Seguro la
conoces, después de todo esta es tu celebración…
—De hecho —dijo interrumpiéndolo, pero al hablar estaba mirando a
Kat a los ojos—, no sé si ella te habrá contado que sus horarios de la
secundaria son complicados. No solo trabaja como camarera de reemplazo
en un restaurante, sino que también está ejerciendo el papel de ama de
llaves en esta casa. Dudo que tenga tiempo para esa cita que mencionas.
Kat se cruzó de brazos, indignada, porque él no tenía derecho a divulgar
esa información por ella u opinar de asuntos que le incumbían. Sin
embargo, cuando miró a Nick para decirle que, a pesar de sus tiempos
complicados, hallaría una manera de encajar en sus horarios esa cita con él,
se quedó con las palabras en los labios.
La expresión masculina no era solo de incredulidad, sino de
condescendencia. Fue como ver una metamorfosis de un príncipe
convirtiéndose en renacuajo; todo lo inverso a lo que ocurría en las
películas ñoñas de Disney. Él la observó de arriba abajo, pero en sus ojos ya
no había calidez, sino algo muy parecido a cuando pedías un plato de
comida y te lo daban en estado de descomposición. Rechazo.
—Eres la mejor amiga de Agatha, los trabajos que Tristán mencionó no
suelen ser los que me gustarían en una chica —murmuró Nick—. Creía
que…
—¿Qué creías? —preguntó Kat, verdaderamente cabreada, porque
comprendía muy bien a qué estaba tratando de hacer alusión—. No todos
necesitamos dinero para tener valía ante otros, ni amistades. Los trabajos
dignifican sin importar el salario, siempre que sean honestos. Agatha tiende
a ver lo bueno en las personas y qué pena que se haya equivocado contigo
al pactar este encuentro. He perdido mi tiempo esta noche —dijo meneando
la cabeza con irritación.
—Creía que Agatha se rodeaba de personas de nuestro mismo círculo
social e influencia. No sabía que… —meneó la cabeza—. Esto no va a
funcionar.
—Estoy de acuerdo —dijo Kat—, así que apártate de mi vista.
Nick se encogió de hombros y empezó a alejarse.
Ella abandonó la pista de baile dejando de lado a Tristán, que pronto fue
retenido por otras personas, enfadada y decepcionada en partes iguales.
Optó por recorrer el camino que solía utilizar el personal de servicio de la
casa para ir al interior de la propiedad y no concidir en su marcha con la de
Nick. Estaba segura de que perdería los estribos y le daría un puñetazo. No
era una persona violenta, pero su capacidad de autocontrol estaba a punto
de volar por los aires.
Ya no quería estar en esa jodida fiesta.
Desde un inicio debió oponerse rotundamente a las ideas de Agatha. Se
limpió las lágrimas, fastidiada. Que un chico la rechazara por la clase de
trabajo que tenía y por su falta de ceros extras a la derecha en la cuenta
bancaria, le parecía una imbecilidad. ¿Es que Tristán demostró ser siempre
tan parecido a Agatha al no importarle la clase social de quiénes lo
rodeaban, pero en realidad pensaba igual que Nick? ¿Era por eso que, a
pesar de haberla visto esa noche, fue incapaz de saludarla hasta que creyó
que estaba haciéndole un favor al tonto de Nick advirtiéndole que ella no
era parte “real” de la celebración? ¿Es que pensaba que era una
cazafortunas? La posibilidad anterior, le causó una punzada de pesar.
Fue a buscar, a la habitación de Agatha, su pequeña maletita de nylon en
la que había guardado la ropa de diario. Ya había acordado con su madre
que se quedaría a dormir ese sábado con su mejor amiga. Subió las
escaleras, entró en el cuarto y luego cerró la puerta tras de sí echando el
seguro para cambiarse de ropa.
Primero, se quitó los zapatos y se sentó un instante en la cama. Soltó
una larga exhalación. Estaba decepcionada. Se quitó todas las joyas que su
amiga le había prestado para lucir esa noche y las guardó en la cajita
correspondiente.
Al cabo de unos minutos, llamaron a la puerta. Ella sabía que Agatha ya
habría notado su ausencia, porque ya habían pasado al menos quince
minutos desde lo sucedido en la pista de baile. Preparó mentalmente una
explicación, porque no quería que su amiga se sintiera culpable por el fiasco
con Nick.
—Dame un segundo, Agatha —expresó, mientras abría la puerta. Sin
embargo, no era su amiga la que estaba ahora frente a ella. Se cruzó de
brazos y miró a Tristán con altivez. Sin tacones, la diferencia de estatura era
más evidente—. ¿Por qué me has seguido? ¿Querías cerciorarte de que no
estuviera con algún otro amigo al que quisieras prevenir de acercarse a mí,
porque no bebo en tacitas de oro? —preguntó en un tono sarcástico.
Él se acercó, su mirada era un mar embravecido, pero ella no se movió.
—Te has ido antes de que pudiera hablar contigo —dijo Tristán.
El largo pasillo del segundo piso estaba desolado, porque no se permitía
que ningún invitado subiera. Las luces eran tenues y el ruido exterior no
alcanzaba esa área, principalmente porque la habitación de Agatha estaba al
final del corredor.
Tristán llevaba el cabello rubio oscuro recortado con precisión y peinado
hacia atrás. Su traje negro moldeaba los hombros anchos y acentuaba su
cuerpo musculoso, masculino. La nariz era clásica; los pómulos angulosos y
definidos; y la boca estaba creada a la perfección e incitaba a preguntarse
cómo sería ser besada por esos labios. Cada aspecto físico de él poseía una
fuerza que dejaba una impresión contundente en los demás. A Kat le
parecía el hombre más guapo que recordaba haber visto, y eso era bastante
decir considerando que Agatha siempre estaba tratando de presentarle tipos
atractivos o siempre se le acercaba alguien para tratar de flirtear.
Kathleen sabía que era guapa, no necesitaba tanta reafirmación. Sin
embargo, los halagos que recibía eran por lo general de chicos de su misma
edad o le parecían insulsos; los halagos que pudieran provenir de un
hombre como Tristán, estaba segura, cobrarían un sentido totalmente
distinto. No obstante, en esos momentos no estaba de humor para
escucharlo. Solo quería ponerse el pijama, desmaquillarse y dormir. Le daba
igual si anunciaban que la compañía iba a lanzar un cohete espacial.
—No hay nada que pudieras decirme que yo pudiera considerar
relevante —replicó—. Has dejado muy claro, con el atrevimiento de dar
una información que no te correspondía y en un tono de advertencia a Nick,
lo que piensas de mí. Creía que tu forma de percibir a las personas era
similar a la filosofía de Agatha: el verdadero valor está en la esencia de los
otros, más no en sus fortunas. Pensé, erróneamente me doy cuenta, que ese
era uno de los motivos por los que ustedes dos son tan unidos.
Él ladeó la cabeza ante el comentario tan equivocado de Kathleen.
Tristán había creído que estaba haciéndole un favor a ella al comentarle a
Nick sobre las actividades que realizaba de forma cotidiana, pero la
situación se había tergiversado. No podía discutir que era su culpa. Así que,
apenas se largó Nick de la casa, Tristán intentó seguir a Kat para hacer una
aclaración. Sin embargo, un par de personas que acababan de llegar a la
fiesta lo detuvieron haciéndole conversación. Le fue imposible deshacerse
de esos invitados sin quedar como grosero en su propia fiesta. A pesar de
escuchar esas chácharas insulsas, Tristán había observado a Kathleen
entrando a la casa por el camino de gravilla, que solía utilizar el personal de
servicio regularmente, para llegar con más rapidez al interior de la mansión.
Sabía que el único sitio en el que podía encontrarla, si no era el ala de
huéspedes, era en la habitación de su hermana.
—Me pareció necesario que te dieras cuenta que Nick Swartz no busca
una relación con alguien si la persona de su interés no puede aportar dinero
a su fortuna o conexiones para sus ambiciones privadas. Le da lo mismo si
la chica es inteligente o no. Lo más probable es que te hubieras enterado
que a Nick le importa un bledo tu personalidad demasiado tarde, así que
decidí darte una atajo y evitar que tengas un mal rato a futuro con él —dijo
en tono severo—. Así que, Kathleen, lo que pienso de ti no tiene nada que
ver con lo que haces para ganarte unos dólares extras o para ayudar a
Virginia. De hecho, me parece encomiable y noble.
Ella hizo una mueca, pero su pulso se aceleró por estas últimas palabras.
—¿Se supone que debería agradecerte? —le preguntó cruzándose de
brazos —. Puedo cuidar de mí misma. Soy una mujer con todas mis
facultades y puedo hacerme cargo de mí. No me hace falta un hombre
prepotente que se crea en el derecho de intervenir en las decisiones posibles
que yo pudiera tomar. Tal vez, Nick sea un tonto, pero yo era quien tenía la
potestad de descubrirlo, sin tu intervención, fuese esta de buena fe o no. Me
salvaste de ahogarme, lo cual te agradecí en su momento, pero no me
consideres un caso de damisela en apuros. Además —presionó el dedo
contra la chaqueta de Tristán; sintió la dureza de los músculos que la tela
cubría—, no sé si lo has notado, pero he crecido. Soy una persona adulta.
Tristán tan solo podía experimentar la necesidad de agarrar ese dedo
delicado, que ahora se había apartado, y poner sus labios sobre los de ella.
La manera en que su torrente sanguíneo parecía llevar fuego vivo a su
cuerpo, lo desconcertaba. No solo eso, sino que su intención de alejarse de
Kathleen era cada vez más débil, pues sus instintos le pedían hacer algo
para liberarlos.
Para él, Kathleen lucía tentadora en ese vestido, descalza y con el rostro
bañado en una mezcla de enfado e intento de discernimiento sobre la súbita
tensión que existía entre ambos. Le parecía fuerte y frágil a la vez; una
combinación explosiva si la asociaba a su belleza. Esa fragancia de miel
con almendras, tan sutil bajo el delicioso perfume, le que empezaba a
causar estragos en su voluntad de dejarla sola.
—Todo lo contrario —replicó Tristán dando otro paso adelante. Ella,
por lógica del equilibrio y espacio, tuvo que retroceder. Él repitió la misma
acción un par de veces más, hasta que ambos quedaron en el centro de la
habitación—. He notado, desde la noche de la fogata, que eres una adulta,
Kathleen. Ese es un gran problema.
Kat tragó saliva; sentía una mezcla de intriga, enfado, deseo y anhelo
que no podía explicar. La combinación de esas sensaciones causaba que sus
sentidos estuvieran más alertas. Podría jurar que era posible escuchar cómo
las vibraciones entre Tristán y ella parecían murmurar sutilmente como si
auguraran posibilidades de algo secreto y prohibido gestándose; era el
viento que anticipaba la tormenta.
—¿Por qué? —preguntó con el corazón acelerado.
La incapacidad de Tristán de quitarle los ojos de encima, acompañada
de esa potente energía que irradiaba, la hacían sentir como si sus rodillas
fuesen a ceder ante su peso de un momento a otro. No quería apartarse,
aunque tuviera campo suficiente para poder hacerlo en esos instantes. Se
sentía atrapada y si alguien le ofreciera las llaves de esa jaula de oro, no la
aceptaría. Una contradicción enervante e inusitada; eso era lo que estaba
experimentando con exactitud.
La boca de Tristán estaba curvada en una ligerísima sonrisa que
prometía algo que ella anhelaba, pero era incapaz de descifrar por completo.
Kat no se consideraba cobarde y, a pesar de la promesa que le hizo a
Agatha, nada se le antojaba más que probar la boca de Tristán. No era
ingenua y podía notar el brillo de interés en él, pero le resultaba complicado
delimitarlo. Ella no sabía cómo actuar, aunque sus entrañas tenían la plena
certeza que, si probaba la boca de Tristán, su vida no volvería a ser la
misma; ni tampoco existiría una fórmula para borrar la experiencia de su
memoria.
—No pareces la clase de persona que se alejaría sin saciar su curiosidad
y creo que siempre ha sido así ¿o me equivoco? —replicó Tristán,
observando cómo ella se mordía el labio inferior, en una mezcla de desafío
y curiosidad.
—Jamás me has prestado atención realmente. Siempre has estado
ausente e incluso cuando me veías alrededor, tu interacción conmigo
siempre ha sido cortés y distante. No me conoces, Tristán, así que puedes
equivocarte mucho haciendo presunciones sobre la persona que soy ahora.
Él sonrió de medio lado acariciándole la mejilla, tan suave al tacto, con
el dorso de la mano. Kat contuvo la respiración por unos segundos por ese
toque cálido que pareció despertar a todas sus terminaciones nerviosas.
—¿Sería una equivocación asumir que te sientes atraída por mí? —
preguntó con la confianza de un hombre que sabía conquistar y leer las
señales femeninas.
—Es una pregunta tan pretenciosa, como tú —replicó con falsa certeza.
Tristán soltó una carcajada, profunda y envolvente, que instó a Kat apartar
la mirada.
—No me has respondido —dijo él—, pero puedo comprobar mi teoría.
Sin embargo, antes, quiero que respondas a una pregunta muy importante,
Kathleen.
Ella hizo una mueca, porque su nombre completo en labios de Tristán
sonaba a la sinfonía más aplaudida de Strauss. Conmovedora, potente y
perfecta.
—Considerando que soy yo la que va a estudiar periodismo, tu
inclinación a cuestionarme me hace pensar que quizá te equivocaste de
profesión —murmuró.
Él se rio por lo bajo. La tomó de la cintura con suavidad, sin apegarla
tanto a él, tan solo como si estuviera probando la solidez del terreno que
pisaba con Kathleen; dándole la opción de apartarse si así lo quería. Se
quedaron mirando varios segundos, pero ella, en lugar de marcar distancia,
extendió la mano con timidez y la posó sobre la mejilla que tenía vestigios
de una barba sin afeitar de tres días.
Ella se sentía osada de pronto. El enfado había dado paso al deseo. El
ligero picor de antelación que sentía en los labios solo podía ser apaciguado
de un modo.
—Te llevo siete años, Kathleen, pero también eres la mujer más guapa
que he visto en mucho tiempo. Tengo más experiencia que tú, en todo
aspecto, aunque la elección no es mía en esta ocasión por más de que mi
autocontrol esté a punto de colapsar —dijo poniendo su mano sobre la de
Kat para que no la apartara de su mejilla—. Si no me dices en este instante
que me largue de aquí, entonces voy a hacer algo de lo que probablemente
me arrepienta, pero no te presionaría.
—¿Y si no te digo que te largues de aquí, Tristán, qué harías? —
preguntó en un susurro. En esta ocasión fue ella quien acortó la distancia en
un gesto valiente.
Kat fue consciente con un brutal crudeza de cómo sus pechos se sentía
un poco más pesados y sus pezones erectos se sensibilizaron contra la tela
del sujetador. Si el vestido hubiese sido de otro tono, él habría logrado ver
la reacción de su cuerpo. La electricidad que se fraguaba en el aire agitó sus
sentidos, pues su experiencia consistía en ávidas caricias eróticas que le
provocaban emociones de gusto, por supuesto, pero con ninguno de esos
dos chicos tuvo algo similar a esta trepidante necesidad, que inclusive
conseguía que su corazón bombeara con más rapidez. Lo que sentía era una
combinación de excitación y fascinación.
—Besarte hasta que solo seas capaz de recordar mi nombre cuando
pienses en la idea de un beso —replicó con seguridad.
—Esa es una sentencia muy arrogante —dijo cuando las manos de
Tristán envolvieron su cintura, en esta ocasión sus cuerpos estaban muy
unidos, y ella podía sentir la prominente virilidad presionando contra su
abdomen—. Sin embargo, mi curiosidad me impulsa querer probar o
descartar esa hipótesis, en especial porque siempre he creído que la
diferencia de edad es solo un número.
—¿Qué decides entonces, Kathleen? Quiero una respuesta clara.
—Bésame, Tristán —susurró.
Con un ligero gruñido, él dejó salir la frustración que llevaba guardada
durante toda esa semana desde que la había visto de nuevo aquel atardecer.
Sus dedos se enterraron entre los cabellos sedosos, halándolos ligeramente,
antes de posar su boca sobre la de ella. «Dios, esta mujer sabe a inocencia y
pecado». Ella abrió los labios con un gemido suave y sus lenguas
empezaron a juguetear.
Kat sintió su mundo cobrar un tono diferente, más brillante y potente.
Su piel estaba llena de fuego y su boca recibía las caricias más increíbles
que pudiera recordar. Tristán le mordió el labio inferior, al tiempo que la
apegaba más contra su cuerpo fuerte y grande, para luego volver a
profundizar el beso con fiereza. Jamás había sido besada de esta manera,
tan concienzuda y vehementemente, como si él no pudiera tener suficiente
de ella; pero la sensación era compartida.
El eco, a lo lejos, de alguien llamando a Tristán por micrófono rompió la
pequeña burbuja de placer que empezaba a volverse más envolvente. Las
manos de Tristán ya habían abandonado los cabellos de Kathleen para
recorrerle la espalda y dejarlas justo sobre el inicio de las nalgas. Quería
tocarla, conocerla y poseerla, como si el instinto animal que solía domar se
hubiese rebelado ante la idea de controlarse e ir con más calma. A
regañadientes, consciente de que su tiempo había terminado por esta noche,
rompió el beso, no sin antes mordisquearle el labio inferior a Kat.
—¿Qué ocurre…? —preguntó ella bajo el influyo del placer. Pestañeó
varias veces, apoyó ambas palmas de las manos sobre los pectorales de
Tristán, y lo observó con el ceño fruncido. Sus sentidos estaban tan
concentrados que no registró el silencio roto, ligeramente, por un eco
distante que parecía la voz de Mason.
—Me están llamando para acercarme, porque mi abuelo va a dar su
discurso corporativo —dijo apoyando la frente contra la de Kat, le acarició
el labio inferior con la lengua, inflamado por sus besos. Quería devorarla,
pero esa noche tenía implicaciones trascendentales para el futuro de Barnett
Holdings.
—Oh —murmuró—. Creía que no…
—Me alejé de ti en el restaurante, sin darte explicaciones, porque me
sentí atraído por ti y no me gustó la idea.
—¿Te arrepientes de haberme besado? —preguntó bajando la mirada.
Él le elevó el mentón para que volviera a mirarlo.
—No, Kathleen, en absoluto —dijo con determinación, porque no
quería que ella tuviese dudas al respecto—. Me siento contrariado, porque
eres la mejor amiga de mi hermana y porque, a pesar de que dices que siete
años representa solo un número, sé que llevo la ventaja de la experiencia. El
deseo que inflamas en mí no lo he vivido con nadie y la situación es
complicada para mí. Sin embargo, quiero que sepas que da igual lo que yo
quiera, no estoy dispuesto a tomar nada que no pretendas darme
voluntariamente. Es muy importante que lo tengas claro.
Ella hizo un ligero asentimiento.
—¿Sientes que tienes ventaja sobre mí en experiencia sexual o de vida?
—preguntó con desparpajo.
—Experiencia en general, sí —replicó con seguridad. En ese instante no
tenía intención de averiguar sobre el repertorio sexual de ella, así que
prefería no agitar las aguas que de por sí ya estaban bastante convulsas en
vibrante deseo. Su miembro viril no iba a calmarse si continuaban tan cerca
y a solas.
—Quizás sea mutuo y no tiene que ver con lo que hayas vivido —dijo.
En el fondo volvieron a llamar el nombre de Tristán. Él hizo una mueca,
la tomó a Kathleen de la cintura y la volvió a besar con profunda rapidez.
Ella soltó una ligera risa cuando lo escuchó maldecir por tener que acortar
lo que sea que hubieran empezado. Kat hubiera preferido no detenerse para
dejarse guiar por las sensaciones tan a flor de piel que todavía palpitaban en
su interior. De hecho, la humedad de sus bragas necesitaban un alivio y
estímulo físico. Estaba frustrada como nunca antes.
—Quizás —dijo antes de inclinarse y morderle el lóbulo de la oreja.
La sintió temblar y se regocijó por la manera en que reaccionaba a él. Le
parecía francamente estimulante, porque era espontánea y sin artificios.
—No quiero que esto se convierta en un evento incómodo… Yo nunca
imaginé que algo así podría suceder contigo… —dijo en un tono que
mezclaba ingenuidad con esperanza y deseo.
A Tristán se le agotaba el tiempo para ir a la fiesta y escuchar a su
abuelo. Sin embargo, le parecía importante atajar las dudas en Kathleen.
Solo había un modo.
—Dices que no te conozco de verdad, lo cual es cierto, pero quiero
rectificarlo. ¿Aceptarías remediar la situación saliendo conmigo?
—Creía que solo sería un beso… —dijo con un tono sincero, porque así
era, ya que nada había sido planeado—. Además, asumes que quiero volver
a verte, después de hoy —declaró con una mezcla de altivez y burla. No le
gustaba mostrar debilidad, pero él había conseguido que gimiera su nombre.
Ella nunca gemía el nombre de un hombre al besarse—. Tal vez, ya tenga
una línea de pretendientes esperando por mí y primero debo elegir con cuál
quedarme.
Tristán perdió por completo la sonrisa con ese comentario. La
contradicción que sentía entre lo correcto y la lujuria, en especial después
de escuchar los suaves gemidos de Kat y la forma en que se había derretido
entre sus brazos, era algo con lo que lidiaría más adelante. No le agradaba
la idea de unos chicos idiotas intentando conocer lo que él acababa de
paladear. Quizá era la novedad del candor que percibía en ella, sumado a
que fue él quien propició el beso, lo que estaba causando este efecto tan
súbito de posesividad y fuera de su carácter habitual.
—¿Es así? —preguntó tomándole el rostro con ambas manos.
Ella se encogió de hombros.
—Luego me puedes decir el día y la hora de esa salida que tienes en
mente y, si logro hacer un espacio entre mis actividades académicas y
demás, accederé. No solo eso, sino que podría responder a tu duda sobre mi
lista de pretendientes —sonrió.
Tristán meneó la cabeza ocultando una sonrisa por el descaro de
Kathleen.
—Intenta que solo la respuesta a esa lista de imbéciles sea negativa,
pero que sea positiva para la cita conmigo —dijo mordiéndole el labio
inferior.
Cuando él cerró la puerta tras de sí, Kathleen se quedó varios minutos
digiriendo lo que acababa de suceder. No sabía qué rumbo iba a tomar toda
esta inesperada situación, pero lo que le impidió conciliar el sueño fue la
certeza de que acababa de romper la promesa a Agatha. Sin embargo,
confiaba en que todo iría bien con Tristán. Después de todo sería solo una
cena y quizá un par de besos. «Mentirosa, tú sabes que quieres mucho más
que besos», le dijo una incómoda vocecilla, pero Kat la apartó hundiendo la
cabeza bajo la almohada.
 
 
 
 

CAPÍTULO 5
 
 
Kat decidió regresar a la fiesta, porque consideraba que sería egoísta
anteponer sus emociones a una celebración a la que fue invitada para
compartir un momento importante. Además, Agatha había sido muy
generosa al obsequiarle ese traje de Valentino. El apoyo entre ambas jamás
fallaba; y este no sería el día para cambiarlo.
Cuando llegó la inevitable pregunta de su amiga sobre Nick, Kat le
respondió que no hubo química como para una segunda cita. Darle
explicaciones no habría tenido sentido, porque ¿para qué revivir momentos
incómodos? Por otra parte, Agatha y Gabriel parecían haber zanjado sus
diferencias, pero Kat conocía muy bien a su amiga y lo más probable era
que él todavía estuviese pagando el precio de las dos semanas que se
comportó como un idiota.
La cantidad de personas en la fiesta parecía haber aumentado en el corto
tiempo que Kat estuvo ausente, en el interior de la casa. A pesar de ese
hecho, su mirada instintivamente encontró con facilidad a Tristán, pero le
habría gustado no hacerlo, porque lo que vio le provocó una punzada de
enfado y súbitos celos. Él estaba bailando con una mujer que lo sujetaba del
cuello como si le perteneciera y tuviese todos los derechos. Alrededor,
Carrigan y Wayne también se divertían e intercambiaban risas en la pista de
baile. Quizá Kat fuese menor, pero no era imbécil y entendía bastante bien
el lenguaje corporal. El de Tristán y la mujer gritaban que la conexión entre
ambos provenía de un intercambio más allá de la amistad. Kat jamás había
experimentado celos y estos la tomaron desprevenida.
La sensación de tener un vacío en el estómago, el corazón agitado y las
ganas de acercarse a pedir unas explicaciones que, aunque no se las debía,
deseaba escuchar, la incomodaron. Ni siquiera cuando vio a Bobby, un
chico que le gustaba y con el que se había dado un par de besos dos años
atrás, flirteando con otra, le importó.
—¿Quién es la mujer que está bailando con Tristán? —le había
preguntado a Agatha en un tono que pretendía ser casual, mientras comían
el delicioso bufet. No quería dar indicios a su amiga y quedar en evidencia,
así que era un gran alivio que Gabriel mantuviese distraída la atención de
Agatha.
—Ah, esa es Peyton Sandler —replicó, terminando un bocado de
gambas con una salsa de maracuyá y miel—, una modelo conocida de
lencería.
—No sabía que Tristán estaba de novio —murmuró bebiendo Coca-
Cola. Se preguntaba si la bebida tenía algún nuevo ingrediente con sabor a
vinagre, porque era incapaz de que en ese momento sus papilas gustativas
fuesen coherentes.
—¿Novia? ¿Tristán? Ja-ja-ja, imposible. Mi hermano es difícil de
atrapar. Peyton y él se conocen desde hace un tiempo, eso seguro —se
encogió de hombros —, supongo que tienen uno de esos arreglos sin
ataduras que él prefiere.
Kat estuvo a punto de escupir la comida, pero hizo todo lo posible por
masticarla y tragar. Contempló cómo el vestido aguamarina de la tal Peyton
combinaba con los ojos de Tristán. Se preguntó si acaso habría sido a
propósito y el hermano de Agatha tan solo estuvo jugando con ella, hasta
que llegase la persona a la que de verdad estaba esperando. «¿Y qué con la
invitación a salir? ¿Fingió todo lo que expresó con palabras y en ese
beso?». Se sintió disgustada.
La rubia parecía un ser etéreo, bajado de alguna galaxia, y su forma de
moverse era grácil. Kat estaba enfadada ante la hipocresía de Tristán que
intentó prevenirla de Nick, pero él resultó peor. La bonita y breve burbuja
creada con él explotó.
—Ah, ya entiendo —fue todo lo que Kat atinó a decir conteniendo las
ganas de dar media vuelta para largarse. Después de dos semanas sin lograr
tener un sueño reparador, la única certeza que le quedaba era que esta noche
no iba a ser diferente, porque su cerebro poseía la condenada tendencia a
analizarlo todo, a veces demasiado. Esperaba que Morfeo no le hiciera una
jugarreta y volviese a aparecer con las carácteristicas físicas del idiota que
era el homenajeado de esta velada—. ¿Por qué retrasaron el anuncio? Creí
que estaban a punto de darlo hace unos momentos.
—No encontrábamos a Tristán y mi abuelo lo llamó por micrófono —
dijo riéndose—, ya sabes que a su edad no le importa lo que otros hagan o
piensen. Si quiere que algo suceda, mi abuelo agarra la vida por los
cuernos. Cuando al fin mi hermano mayor dio de nuevo la cara, lo hizo con
Peyton del brazo. Imagino que la fue a recibir a la puerta o qué se yo.
Aparte, Caleb está retrasado, porque el automóvil se quedó sin batería
cuando estaba de camino, después de pasar por su nueva novia. Aunque ya
está por llegar, pues uno de los choferes fue a buscarlo en otro coche.
—Vaya lata —murmuró.
—Por eso todos siguen cotilleando a gusto, los ejecutivos de la empresa
están más nerviosos —se rio—, y mi padre aprovecha para fingir que adora
las fiestas y bailar con mamá. Ya te he contado en varias ocasiones que mis
padres son unos seres bastante complicados, pero al menos aparentan
unidad y eso es bueno para el negocio. Quisiera que fuese de otra manera,
pero esa es la vida.
Kat hizo un asentimiento.
—Al menos sabes a qué atenerte con tus padres y creo que es mucho
más de lo que pueden decir otras personas de nuestra edad. Por cierto, quizá
no le haga gracia a tu abuelo lo de Caleb, aunque haya sido accidental —
replicó Kat.
—Oh, claro que no, pero espera el anuncio y seguro se las va a hacer
pagar —replicó Agatha con una sonrisa—. ¿Sabes? Los cambios que
mencione el abuelo hoy me dan bastante igual. La compañía, al ser tan
grande, es una constante fuente de problemas y, como futura arquitecta,
dañaría mi paz mental.
—Estoy de acuerdo contigo. Tú cuentas con la herencia de tu abuela que
será un gran soporte para que hagas lo que quieras con ese dinero —sonrió.
—¡Ufff, me quedan algunos años para reclamarlo! Sin embargo, te
prometo que apenas tenga ese dinero en mi cuenta bancaria nos iremos de
viaje a Sidney.
—¿Por qué a Australia? —preguntó Kat frunciendo el ceño—. Nuestra
idea era reunir dinero para viajar a Roma y visitar los monumentos.
—¡Querida, porque en Australia existen réplicas fabulosas de los
Hemsworth! Si hasta esa edad no tienes un novio increíble, entonces es la
ciudad perfecta. Y si tienes novio, y yo también, entonces nos servirá para
repensar esa relación.
—¡Hey! —intervino Gabriel fingiéndose ofendido—. Si planeas de aquí
a varios años, entonces tengo que asumir que estaré en ese proyecto de
viaje.
—En persona, no; en mi mente, claro. No me pidas arruinar Australia.
Kat soltó una carcajada.
—Hipotéticamente —replicó Gabriel agarrando a Agatha de la cintura,
haciéndola reír, antes de darle un beso firme.
El resto del tiempo, Kat hizo un gran esfuerzo por no volver a mirar a
Tristán ni a la mujer que lo acompañaba. «¡Menos de treinta minutos atrás
estaba besándola a ella y pidiéndole que se conocieran de verdad!».
Después de un rato llegó Caleb con una muchacha muy elegante. Mason,
según la percepción de Kathleen, lucía enfadado ante la entrada tardía de su
nieto, pero no lo hizo notar, sino que agarró el micrófono para pedirles a
todos la atención y empezar su anuncio.
Ella decidió ubicarse lo más discretamente posible entre la gente. Desde
su posición tenía una buena vista de los Barnett al completo; la familia era
imponente y elegante en conjunto. Además, al menos doce altos ejecutivos
de la compañía, tanto de la central de Seattle como la de Nueva York,
estaban en la primera fila del público, alrededor del escenario, porque era
un instante importante para sus carreras. El resto de invitados consideraba a
esta tan solo una celebración más de la clase alta.
Los aplausos no se hicieron esperar cuando Mason terminó de
comunicar los nuevos ascensos de rango empresarial. El anciano asignó el
cargo de asistente de gestión de riesgos ambientales a Caleb. Por supuesto,
él no se mostró entusiasmado, porque aspiraba a un cargo ejecutivo de más
alta jerarquía, sin embargo, esbozó una sonrisa para las cámaras y los
invitados. Margie, como nunca en su vida había trabajado y nació con los
mismos privilegios de la cuenta bancaria que la familia de su esposo, tan
solo se mostraba complacida. Para ella esta clase de eventos no tenían
ninguna relevancia, pero le daban un espacio para socializar y eso le
gustaba.
En su discurso, Mason dejó claro que, cuando Agatha concluyera la
carrera universitaria de arquitectura, tendría la libertad de elegir si quería
trabajar para la empresa familiar o abrirse su propio camino. La muchacha
se emocionó y le sonrió a su abuelo, porque ella quería trabajar en Barnett
Holdings solo para adquirir experiencia. En el pasado le había confesado a
Mason que prefería tener su propia empresa consultora. Que públicamente
su abuelo la apoyara la hizo feliz.
Finalmente, el anuncio más esperado llegó.
—Mi hijo y heredero, Byron, ha realizado una labor encomiable a lo
largo de estos años a cargo de Barnett Holdings. —El aludido hizo un
asentimiento con una sonrisa arrogante y hubo aplausos—. Nuestra empresa
ha crecido gracias a ti, hijo. Sin embargo, los tiempos han cambiado y con
ello las tendencias de trabajo. Quiero que disfrutes más la vida, la bonanza
que has creado, tus hijos y la familia.
Todos se miraron entre sí con una expresión de intriga.
—Lo hago siempre que puedo, padre, pero la empresa ha sido siempre
la prioridad —respondió Byron en un tono sereno y sonriente.
Mason paseó su mirada sobre el público de nuevo.
—Mi nieto mayor ha demostrado su inteligencia y me da confianza de
que su formación ética, así como su sentido de responsabilidad, inyectará
una visión innovadora a nuestra compañía. Tristán —dijo mirándolo,
mientras Caleb torcía la boca con rabia y Byron permanecía estático—, he
tomado la decisión de nombrarte como nuevo CEO de la compañía. Serás el
relevo de tu padre quien continuará en el directorio como accionista con
plena capacidad de voto y estará para asesorarte. Esta es mi voluntad, que
entrará legalmente en vigencia inmediata a partir de hoy, como propietario
mayoritario. Me satisface compartir estas noticias en una noche tradicional
para los Barnett, y que ocurre una vez en cada generación, entre amigos que
aprecian la empresa y con aquellos que colaboran para que crezca en
prestigio. ¡Felicitaciones, Tristán, y felicitaciones a todo el equipo de
Barnett Holdings!
La ola de murmullos se entremezcló con aplausos y choque de copas.
Kat se quedó sorprendida, porque Mason le acababa de quitar las
riendas de la empresa a su hijo y consideraba a su nieto, con mucha menos
experiencia y edad, mejor candidato. Byron tenía una expresión de
consternación, que matizó con una sonrisa, mientras le daba una palmada en
el hombro a su hijo mayor. Kat, que conocía más o menos bien a los
Barnett, notaba la tensión que irradiaban Caleb y Byron hacia Tristán, así
como la alegría e indiferencia de Agatha y Margie, respectivamente. «Este
será el probable inicio de una batalla de poderes en esta familia».
Mason no tenía ni una fibra de sutileza y lo acababa de demostrar ante
todos. Su imparcialidad en el manejo de negocios era lo que había
duplicado la fortuna Barnett cuando ejerció como CEO y su decisión, en
este evento, no era al azar. Kat conocía el lado bonachón y amable del
abuelo de Agatha, pero esta noche tenía un vistazo del hombre con carácter
de hierro que era capaz de remover a su primogénito de un cargo para darle
la posición a una persona más idónea, en este caso Tristán.
La banda empezó a tocar de nuevo, las fotografías se retomaron y todos
se acercaron a felicitar a Tristán. Caleb agarró a su novia de la mano y
desapareció de la fiesta. Margie y Byron continuaron fingiendo que todo ese
anuncio era perfecto, aunque el rostro del padre de familia lo desdecía.
Agatha abrazó a su hermano mayor, después a su abuelo, antes de ir a bailar
con Gabriel.
En algún punto del final de esa velada, la mirada del nuevo CEO de
Barnett Holdings se cruzó con la de Kat y se mantuvieron conectadas. En
un inicio, la expresión de él fue de sorpresa al verla de regreso en la fiesta.
A pesar de que algunas personas le hablaban, él respondía con frases
coloquiales sin prestarles atención de verdad, porque su enfoque estaba en
Kat, así como en la forma que ella enarcaba una ceja con referencia
silenciosa a la presencia de Peyton que lo acababa de abrazar para
felicitarlo. «¿Qué puedes decir ahora, metiroso?», pensó Kathleen
rompiendo el contacto visual, resentida, abandonando la fiesta de una buena
vez por todas.
 
***
Tristán estaba en shock por el anuncio de su abuelo. Lo que menos se
hubiera esperado era algo como aquello, en especial porque acababa de
regresar a la ciudad y su experiencia profesional sí era importante, pero
carecía del alcance de alguien con más años de trabajo en una corporación
tan grande como la de su familia. Sin embargo, también se sentía confiado
en su capacidad de liderazgo y honrado por la confianza de su abuelo y
haría todo lo que estuviera en sus manos para no defraudarlo.
Este nuevo estatus profesional lo dejaba en una posición bastante
complicada con su padre. La expresión de incredulidad, y luego desdén, de
Byron le dejó claro que la transición no sería muy pacífica. Tristán también
notó la rabia en Caleb, al recibir el rango más bajo dentro del departamento
de responsabilidad ambiental. Los frentes que Tristán iba a tener que
manejar implicarían no solo destreza mental y capacidad de gestión de
negocios, sino astucia para que, al ser un director tan joven en una
compañía tradicional, los gerentes no intentaran pasarse de listos.
—Tristán —llamó Mason al cabo de un rato a su nieto—, por favor,
acompáñame al estudio unos instantes. Hay algo que quiero conversar
contigo.
Una vez que estuvieron en el interior de la casa, el crepitar de las llamas
de la chimenea los recibió en el estudio privado de Mason, y se sentaron
frente a frente en los sillones de cuero negro. El anciano sirvió un vaso de
whiskey, pero Tristán declinó la oferta de beber el costoso licor. Se hizo un
breve silencio.
—Gracias por confiar en mí, abuelo, pero no comprendo por qué
decidiste hacer público algo como esto, en lugar de anunciarlo en una junta
directiva. Creía que tu discurso estaría enfocado en los ejecutivos
gerenciales y la asignación de cargos a nosotros, tus nietos, en general, más
no imaginé que fueses a remover a mi padre de la posición de director, a
pesar de alabar su gestión al hacerlo. Notaste su expresión… —meneó la
cabeza—, la situación va a ser otro punto de conflicto conmigo.
Mason esbozó una sonrisa que su bigote blanco acompañó.
—Byron necesitaba un baño de realidad, mi querido muchacho, y su ego
estaba dañando las gestiones que realizaba en la compañía. Removerlo era
necesario y también una lección pública sin humillarlo. Como escuchaste,
yo mencioné que la idea era quitarle peso laboral para que se dedicara a la
familia, no hice nada para ofender a tu padre abiertamente. No lo llamé
incompetente como me hubiera gustado. —Tristán se rio por lo bajo. Su
abuelo era impredecible—. No hay más que se pueda hacer o cambiar. Los
abogados tienen toda la documentación lista.
—Menos mal no vivo en esta casa, porque de lo contrario, sería un
verdadero caos lidiar con mi padre, mientras cree que he usurpado lo que le
corresponde.
Mason bebió dos tragos de whiskey con gusto.
—Estás ocupando el puesto que te compete, Tristán. Tú eres el más
preparado para el cargo; sabes escuchar consejos. Da igual que seas joven,
pues no es un problema lo que veo con tu edad, sino una gran ventaja.
Aprenderás con más rapidez y lograrás que la empresa tome un rumbo más
moderno, porque lo necesita. Además, Tristán, debes saber que tu nuevo
cargo tiene una condición.
El apuesto heredero soltó una carcajada.
—Por supuesto que la tiene, abuelo, no tendría tu sello personal si
faltara un haz bajo la manga —replicó de buen humor—, ¿cuál es esa
condición?
—He revisado la contabilidad y los informes no son nada alentadores.
Los podrás ver por ti mismo cuando los abogados te entreguen tu cargo y
sus implicaciones legales para que gestiones con libertad y respaldo. Tu
padre ha descuidado aspectos medulares que han costado cientos de miles
dólares a Barnett Holdings —dijo en tono severo—. La compañía necesita
un flujo inmediato de dinero, pero eso lo sabemos. Byron vino a pedirme
que reinvirtiera mi fortuna en la compañía —soltó una carcajada al
recordarlo—, se lo negué. Faye y yo apostamos demasiado por él, pero no
ha sabido estar a la altura.
—Tal como me sugeriste, no voy a ceder a su exigencia para que yo le
entregue la herencia que me dejó la abuela…
—Esa es la condición, Tristán —interrumpió Mason ante la expresión
confusa de su nieto—. Cuando veas la complejidad de los informes
financieros y entiendas la magnitud del daño de las operaciones estúpidas
que ha hecho mi hijo, entonces tú tendrás que hallar la forma de conseguir
el dinero para mejorar las gestiones. Bajo ninguna circunstancia puedes
utilizar tus fondos personales y bajo ninguna circunstancia puede existir una
deuda bancaria. La compañía no puede asumirla, porque los intereses a
largo plazo van a disminuir la posibilidad de rentabilizar los contratos,
impidiendo que generen un flujo de dinero adecuado.
Tristán abrió y cerró la boca. Que él pusiera a disposición los millones
del fideicomiso, claro, no estaba en discusión, pero ¿no poder hacer un
préstamo bancario a nombre de Barnett Holdings? Esto le parecía inusitado.
—¿Entonces, abuelo?
—Tu permanencia en la posición de CEO está sujeta a que encuentres,
con los recursos que ya existen, solución al tema económico. Si no
consigues dar un giro positivo a esta situación, en menos de tres meses,
entonces exigiré convocar a una junta extraodinaria de directorio para
contratar un director general externo.
—Abuelo, si eso ocurriese, Barnett Holdings no tendría a ningún
integrante de la familia en el cargo principal, algo inaudito.
—Claro, implicaría la ruptura de la tradición de nuestros predecesores
en la familia, pero sería peor que las personas que trabajan para nosotros se
queden sin empleo por una falta de liderazgo adecuado y estrategias
funcionales.
Tristán se pasó la mano por el rostro e hizo un asentimiento.
—Estás poniendo un gran peso sobre mis hombros, no solo por el
tiempo que me das para gestionar, sino por el impedimento de pedir un
préstamo bancario.
Mason esbozó una sonrisa y asintió.
—Los retos de la vida te hacen más fuerte, Tristán. Por cierto, noté el
modo en que observabas a Kat —dijo con seriedad.
—¿Qué? —preguntó al ser tomado por completo desprevenido con un
cambio de tema tan rotundo e inesperado.
—La hija de Virginia, muchacho, no eres tan viejo como yo para fingirte
sordo. La conozco desde que era una cría y venía a esta casa, su corazón no
está hecho como el de las sanguinarias que se acercan para echar mano de
tu fortuna o la de Caleb. No la lastimes ni la subestimes. ¿Queda claro?
Tristán tan solo meneó la cabeza con incredulidad. Su abuelo era
demasiado observador, aunque cualquier podría confundirlo con un
inofensivo anciano.
—No vamos a discutir ese tema en particular, porque no existe nada
sobre lo que quiera hablar al respecto —replicó incorporándose y
ligeramente incómodo—. Abuelo, haré todo lo que esté en mis manos para
sacar adelante la compañía y preservar los empleos tanto de los ejecutivos
como de la plantilla base —expresó con convicción, porque sabía que era
capaz de enrumbar Barnett Holdings hacia una dirección próspera. Su
mente numérica era pragmática y la emplearía en la toma de decisiones—.
Ningún esfuerzo va a ser descartado en el proceso. Da igual los sacrificios o
decisiones difíciles que tenga que tomar durante mi trabajo como CEO.
Mason tan solo lo miró un instante, con aquellos ojos sabios, y asintió.
 
***
 
Cuando Tristán regresó a la fiesta, Peyton se le acercó para reiterarle lo
increíble que era saber que lo habían nombrado director general y le sugirió
que fuesen a festejar en privado. En otra circunstancia, él habría accedido
de inmediato y de buena gana, pero ahora tenía impregnado el sabor de la
boca de Kathleen en su memoria, así como las ganas de verla de nuevo en
esa cita que esperaba concretar.
Sin embargo, no lograba quitarse de la mente la imagen de Kathleen,
momentos atrás en el patio de la mansión, presenciando de lejos cómo
Peyton lo abrazaba con entusiasmo apenas acabó el discurso del abuelo.
Verla de nuevo entre los invitados, primero, lo sorprendió porque creía que
ella no tenía la intención de salir de la habitación de Agatha; segundo,
reparó en que Kathleen lo observaba con una ceja enarcada y una acusación
silenciosa.
De hecho, notó la expresión enfadada de la preciosa mujer, como si él la
hubiese decepcionado de algún modo. La verdad era que no le debía nada,
sin embargo, experimentaba una punzada incómoda. Eso lo cabreó consigo
mismo. No planeó besarla, ni escondía secretamente a otra mujer en su
vida.
Sí, Peyton era su amante ocasional, más no su pareja; ni siquiera habían
tenido sexo en meses, porque él acababa de regresar a Seattle. Además,
después del fiasco del fin de semana anterior, cuando Peyton estuvo
enferma, él no logró que sus agendas coincidieran, así que optó por invitarla
a la fiesta familiar. La intención era regresar a su suite del hotel con Peyton,
una vez terminada la celebración, pero todo se trucó desde el momento en
que vio y besó a Kathleen.
Su conciencia tenía en estos momentos dos jueces. Uno, que le exigía
mantenerse alejado de la mejor amiga de su hermana. Otro, que lo instaba a
seguir sus instintos y conquistarla sin importar nada. La posibilidad de lo
prohibido, porque el fruto que estaba a su alcance era una tentación
absoluta, era un afrodisíaco.
Cuando su mirada y la de Kathleen se habían cruzado, una hora atrás, él
sintió como si estuviese cometiendo una falta por haber tenido a otra mujer
entre sus brazos. Lo más probable era que Kathleen también los hubiera
visto bailando y riéndose muy a gusto. «¡No debería importarme!», pensó,
cabreado.
—Hace tiempo no escuchaba esta canción, me apetece mucho bailar
¿vamos? —le preguntó Peyton sacándolo de sus pensamientos—. Después
de hoy, Tristán, me gustaría tener una conversación personal contigo —dijo
apoyando la mano en el hombro masculino. Él la miró con el ceño fruncido
y enarcó una ceja.
—¿No te parece personal que estemos hablando ahora? —preguntó en
un tono irónico, mientras la canción de ese momento se volvía un remix.
—¡Hey, nuevo directo general de la compañía más grande de
construcción en Seattle y Nueva York, venga a celebrar! —exclamó
Carrigan, acercándose e interrumpiendo la respuesta que Peyton iba a darle
a Tristán—. ¡Enhorabuenaaa!
—Mucho whiskey, un ascenso a la cúspide del poder familiar, baile y
mujeres guapas que nos acompañan ¿qué otra excusa necesitamos para
pasarla bien? —dijo Wayne que llevaba del brazo a una bailarina brasilera
como acompañante.
—¡Pues a celebrar! —exclamó el nieto de Mason Barnett.
Tristán decidió que seguiría disfrutando esa fiesta, porque ser CEO era
un triunfo profesional importante y quería brindar por ello con sus mejores
amigos. Por otra parte, él no era de los que jugaba con las mujeres y le
parecía necesario que Kathleen lo supiera. Estaba dispuesto a hacer lo que,
por lo general, no le concedía a ninguna persona: dar una explicación. Sin
embargo, no sería esa noche.
Él todavía necesitaba asimilar todo lo ocurrido con cabeza fría, más
ahora que tendría de seguro que manejar una renovada hostilidad de su
padre y Caleb. No existía mejor estratega que aquel capaz de analizar
pragmáticamente el escenario, las posibilidades y ángulos en los que podía
ganar o perder. Ese análisis incluía a Kat.
CAPÍTULO 6
 
 
Kat continuaba disgustada con Tristán porque la dejó en la posición de
ser “la otra”. O al menos así lo consideraba ella y eso era suficiente para
sentirse indignada. «¿Cómo se atrevía a besarla y a pedirle una cita, cuando
él ya tenía una relación?». Daba igual si la mujer en cuestión estaba bajo el
estatus de ser amante o novia. El muy sinvergüenza la había utilizado tan
solo para aumentar su ego masculino.
Por razones obvias, ella tenía registrados los números telefónicos de
toda la familia Barnett, así que reconoció las llamadas perdidas de Tristán,
dos días atrás. A Kat, simplemente, no le dio la gana de responder.
 
T.Barnett: Hola, Kathleen. Hay una cita pendiente entre los dos que
merece concretarse lo antes posible. Dime qué horarios tienes libre para
ajustarlos a los míos. Quiero verte.
 
Él le envió un mensaje de texto esa mañana. Sin embargo, ella tampoco
se dignó a contestar. No solo porque prefirió ignorarlo, sino porque estaba
en clases cuando recibió la alerta en el teléfono y su profesor de física era
un tirano si alguien osaba distraerse con un aparato electrónico. Además,
necesitaba un alto puntaje en el siguiente examen y la física no era uno de
sus fuertes. Debía prestar atención.
Le quedaban todavía un par de horas para terminar con esa jornada en la
secundaria y relajarse. Los días jueves eran los menos pesados de todos,
además ya no tenía actividades extracurriculares. En esta etapa eran muy
pocos los eventos académicos en firme, pues la institución se preparaba
para las graduaciones.
Después de pasar casi toda la secundaria bajo un horario en el que
apenas tuvo espacio para su vida social ahora Kat, al fin, tenía más tiempo
libre. Al menos hasta que entrara en la universidad, pero mientras eso
ocurriera ella quería seguir ganando dinero extra. Cada día estaba a la
espera de que la llamaran de Les notes sucrées. Para su decepción,
Claudette le dijo que por ahora no había posibilidades en el restaurante,
porque los camareros estaban cumpliendo todos los turnos, pero le aseguró
que apenas supiera de un espacio se lo comentaría como solía hacer.
Kat iba bastante adelantada con sus proyectos de fin de curso, así que
tenía ese jueves libre para hacer lo que quisiera. No solo eso, sino que
Kiernan se le había acercado en uno de los recesos para preguntarle si
quería ir al cine. De hecho, le dio la opción de elegir la película que ella
quisiera. Kat estaba considerándolo seriamente, porque Chris Pine era un
bombonazo y nada sería mejor que verlo en pantalla gigante. La trama de la
nueva película de Pine, obviamente, le daba igual.
Otro motivo por el que Kat ya tenía las tardes libres era el hecho de que
Virginia hubiera recibido el alta médica. De hecho, el día anterior se había
reincorporado al puesto de ama de llaves. Antes de que Kat terminara el
último turno como reemplazo de su madre, Mason Barnett la llamó al
estudio privado.
No era inusual que el patriarca de la familia conversara con ella. Le
gustaba que le hubiese dado siempre acceso a la invaluable biblioteca,
además parecía interesarse de verdad por sus progresos como estudiante. El
hombre decía sus opiniones con convicción, pero jamás utilizaba palabras
que pudieran generar inseguridad o una sensación de incompetencia en
otros.
No era difícil sentirse cómoda en su presencia, y quizá algo tenía que
ver el hecho de que Agatha siempre llevaba a Kat a escuchar al abuelo tocar
el piano, comer galletas o chocolate caliente de niñas; cuando crecieron, las
charlas de Mason era sobre la vida y sus reflexiones. Sin duda, él era el que
lograba que la dinámica de los Barnett funcionara adecuadamente. Kat no
tuvo oportunidad de conocer a Faye, pero por las historias de los viajes a
Irlanda, que Mason relataba con un tono de añoranza, era evidente que su
difunta esposa había sido el amor de su vida.
—Kat ¿continúas interesada en estudiar periodismo? —le había
preguntado el anciano, mientras compartían un té.
El estudio era una de las estancias más bonitas de toda la casa, porque
guardaba un encanto debido a varios elementos de madera pulcramente
tallada, la amplia colección de libros, muchas primeras ediciones, y el
detalle de un violín en una esquina. El instrumento había pertenecido a
Faye, una amante de la música.
—Sí, Mason —había replicado con entusiasmo, pues él siempre le dijo
que podía llamarlo por su nombre de pila—, de hecho, estoy esperando la
respuesta para la beca a la que he aplicado. Ya están tardando un poco,
aunque tengo confianza que puedo conseguirla. Apliqué a la Universidad de
Washington, pero envié, ya fuera de fecha de recepción, una aplicación a la
de Northwestern en Illinois.
—Siempre has sido una buena estudiante como mi nieta —había
expresado con un asentimiento de reafirmación—. Si tu perfil es bueno, les
dará igual la fecha de envío, querrán tenerte entre sus estudiantes. En todo
caso, quería conversar contigo porque jamás me has pedido un favor, pero
quiero que sepas que te considero como una más de esta familia. Si algún
día llegases a necesitar mi ayuda, por favor, muchacha, ven a verme de
inmediato o llámame. ¿Está claro?
Kat le había sonreído con gratitud. Jamás pidió o pedía favores, porque
era orgullosa y también porque tenía ciertos recelos de que pudieran
considerar que estaba aprovechándose de la amistad que tenía con Agatha.
Ella prefería no dar a pie a murmuraciones y Virginia le había enseñado a
ser independiente.
—Mason, usted ha sido el abuelo que nunca tuve. Siempre me ha hecho
sentir bienvenida en esta casa. Mi amiga tiene suerte de compartir su ADN
—había replicado con voz emocionada—. Gracias por ese ofrecimiento, lo
aprecio, pero estoy habituada a salir de mis embrollos o conseguir mis
recursos por cuenta propia.
—Querida muchacha, no me equivoco cuando digo que eres distinta a
las amigas sin muchos sesos que tienen mis nietos —había replicado con
una carcajada, pero Kat tan solo frunció el ceño, porque no sabía a qué se
refería con el comentario—. Que busques mi ayuda considéralo una
exigencia. Por cierto, gracias por haber colaborado en la fiesta de mi
familia. Tu madre debe estar orgullosa.
Kat había hecho un asentimiento para luego marcharse, pero no sin
antes pasar a despedirse de Agatha y hacerla prometer que se verían pronto
para ir a la última clase de cocina de sushi y sashimi. Su mejor amiga se iría
en un viaje de fin de secundaria a las Cataratas del Niágara, así que esta
etapa probablemente sería en la que menos se verían, pero seguro en la que
más datos celulares y Wi-Fi iban a utilizar.
El timbre de final de la última clase sonó y Kat abandonó el salón.
Fue al cuarto de baño y se acomodó la coleta. Ese día llevaba un jean,
botas negras, una blusa celeste y una chaqueta oscura. Le gustaba verse
bonita cuando tenía oportunidad de acicalarse, en especial si estaba un poco
relajada. Se pintió los labios de rojo y luego se aplicó delineador solo en el
párpado superior. Sonrió a su reflejo.
Que no tuviera intenciones románticas con Kiernan, no implicaba que
iba a desperdiciar la oportunidad de ver a su amor platónico en pantalla
gigante. Le apenaría que Chris Pine pudiera pensar que no tenía fans muy
leales, pensó y luego se rió por esa tontería. Sacó el móvil y le envió un
mensaje a su amigo para confirmar que iría con él al cine. Después se
encontró en el pasillo con algunas amistades y se quedó charlando un rato.
Luego cruzó la puerta para salir a la calle y se encontró con Kiernan, quien
la recibió con un abrazo y una sonrisa.
Ambos estaban caminando en el parqueadero buscando el coche de él.
—¿Conoces al dueño de ese Bentley? —preguntó de repente, agarrando
la mochila de Kat y echándosela al hombro, mientras hacía un gesto con la
cabeza—. Lleva un rato aquí afuera y parece que tiene su atención en
nosotros.
Ella frunció el ceño y miró en la dirección que le indicaba.
Tristán estaba apoyado contra la puerta de un automóvil rojo, a varios
metros de distancia. El Bentley relucía con derecho propio y su dueño
también. Kat no podía ver lo que traslucía la mirada del mayor de los
Barnett, porque él llevaba gafas de sol.
Tristán era el hombre más imponente que conocía. Esta tarde llevaba un
traje de Tom Ford a medida en tono gris marengo, el cabello peinado hacia
atrás y la barba de tres días sin afeitar que le daban un toque sombrío y
sensual. El corazón no debería acelerársele, pero ¿cómo impedírselo cuando
su memoria la llevó a la noche del sábado y la forma en que él había,
prácticamente, devorado su boca?
Alrededor de ellos, los estudiantes iban de un lado a otro, riéndose,
haciendo bromas y yendo hacia sus respectivos coches. Otros, que optaban
por el transporte público, caminaban hacia la estación más cercana. Aunque
cada cual iba a su rollo, la presencia de un automóvil como el Bentley no
pasaba desapercibida, así que Kathleen tenía la intención de marcharse
rápidamente del parqueadero con Kiernan.
—Me suena de alguna parte, aunque no estoy segura. Imagino que tiene
algún asunto que resolver alrededor —mintió, porque no le apetecía dar
explicaciones. Apartó la mirada de Tristán y dijo—: No quiero llegar tarde
a la función. Vamos.
El muchacho frunció el ceño sin moverse.
—Kat, el hombre viene hacia aquí y su andar no parece dudar que te
conoce…
Ella contó mentalmente hasta diez. No esperaba que la gente en su
escuela conociera la identidad de los Barnett, aunque salieran en la prensa
social, porque a los chicos de su edad les interesaban otras cosas y no los
negocios. Además, aunque la de Tristán fuese una familia adinerada, no era
famosa a nivel popular, sino más bien en un rango más exclusivo y elitista.
Obviamente, no eran los Clinton o los Obama.
—¿Vamos a ir al cine o no, Kiernan? —preguntó, porque sentía la
proximidad de Tristán en el modo que su piel se erizaba. No entendía por
qué su amigo no se daba prisa—. Dime en qué dirección aparcaste para
caminar más rápido hacia allá.
—Claro que vamos, pero…
—Buenas tardes, Kathleen —dijo Tristán con su voz profunda de
barítono.
No le gustaba ser ignorado y entendía que ella no hubiera respondido su
mensaje ni tampoco sus llamadas. Así que había despejado su agenda para
pillarla a la salida de clases y zanjar cualquier interpretación que hubiera
hecho de Peyton. Su chofer estaba en otro automóvil, porque Tristán
prefirió manejar, pues no quería que Kathleen se sintiera intimidada por
terceras personas, aunque las conociera.
Esa semana había sido un pequeño infierno en la oficina. Apenas tuvo
oportunidad de dormir ocho horas completas y fue un milagro que esas
horas de sueño hubieran sumado cuatro. La gestión de traspaso de poderes
legales y financieros como nuevo CEO, las discusiones con su padre porque
este le aseguró que fracasaría al no tener carácter para ejercer un cargo tan
esencial, el recorrido por las oficinas para presentarse con todo el equipo,
las llamadas con gerentes de ambas sucursales, la delegación de nuevos
cargos y el análisis del déficit presupuestario, lo tuvieron a Tristán
bloqueado de dedicarse a temas personales. Una buena noticia era que ya no
estaba viviendo en una suite del Four Seasons, sino en su cómodo
penthouse.
El lunes se convirtió en jueves en un instante. Los siguientes meses iban
a ser brutales, lo sabía. Tristán llevaba muy clara la gran responsabilidad
con su abuelo por la confianza que había depositado en él y no iba a quedar
mal. Así que su prioridad era Barnett Holdings. No obstante, su interés en
Kathleen era genuino y no quería que transcurriesen más días sin concretar
la salida con ella.
Solo sería capaz de descubrir el alcance de su atracción por Kathleen si
la conocía mejor. Sabía que no podría jamás tratarla como a Peyton o sus
amantes, es decir, con simpleza o pragmatismo, pues, a pesar del temple
que Kathleen tenía para responder y actuar a ratos, también poseía un halo
de inocencia difícil de ignorar. Imaginaba que tenía que ver con la edad y la
certeza de que, al ser amiga de Agatha y conocer a Virginia, no era una
joven carente de neuronas.
Lo enfurecía que en las dos últimas veces que la había visto, ella tenía a
algún idiota tratando de acaparar su atención. En este instante, de pie en el
concreto del inmenso parqueadero, con esos labios rojos que él había
probado con tanta avidez, la actitud desafiante y el cabello recogido en una
coleta, le apetecía tomarla del cuello y volver a besarla hasta escucharla
gemir su nombre.
Su reacción era instintiva y muy diferente a cómo él se comportaba con
otras mujeres. Por lo general, la lujuria lo enredaba instándolo a conquistar
a la persona de su interés y cuando lograba el acercamiento inicial ese
interés perdía fuerza. Por eso le resultaba tan fácil, después del sexo,
desentenderse de sus amantes. Con Kathleen estaba ocurriendo lo opuesto;
ni siquiera era su amante y quería explorar más en ella.
—No son tan buenas, porque estás retrasando mi salida con Kiernan —
replicó mirándolo—. Acabo de terminar mis clases, así que tengo prisa por
marcharme.
—Ella está conmigo y si no quiere saber de ti, pues, hermano, me da
igual —intervino el chico con aspereza. Llevaba la chaqueta con la insignia
del equipo de básquet de la secundaria—. ¿Por qué no regresas a tu lujoso
automóvil?
Tristán lo miró como si fuera una mota de polvo en su zapato.
—No recibo órdenes —replicó en tono letal. El chico no era ningún
rival, aunque no por eso le agradaba ver cómo tomaba a Kathleen de la
cintura—. Te voy a dar cuatro segundos para que le quites las manos de
encima. —Le arrebató a Kiernan con facilidad la mochila de Kat—. A
menos que no te importe que el entrenador de básquet de esta secundaria,
Guilliard Forton, se entere que la familia que patrocina los juegos estatales
está decepcionada por las actitudes hostiles de ciertos jugadores. Guillard es
un excelente entrenador y una agradable persona. ¿No opinas igual?
Kat abrió la boca con sorpresa, porque, aunque sabía que los Barnett
donaban dinero a escuelas o universidades públicas y privadas, ignoraba
que la suya fuese una de la lista. Además, no le parecía bien que Tristán
utilizara ese argumento ridículo tan solo porque Kiernan estuviese
sujetándola de la cintura. Ella no le pertenecía, sin embargo, el tono
posesivo le provocó cosquilleos en la piel.
—¡Ese comentario está tan fuera de sitio! —dijo ella con incredulidad.
En alguna ocasión escuchó decir que el mayor de los Barnett solía jugar
sucio, aunque con elegancia. Ahora comprendía a qué se había referido esa
persona. Este hombre era capaz de todo con tal de conseguir lo que su
voluntad determinaba y, al parecer, lo que le interesaba era ella.
—Así que eres uno de los Barnett —dijo Kiernan con incredulidad y en
un tono de voz sin tintes de la altanería inicial, mientras apartaba las manos
de la cintura femenina. Para él eran más importante sus entrenamientos
finales y sus compañeros de equipo que una muchacha. Después miró a Kat
—: Si ya tenías una relación o estás tratando de repararla, al menos pudiste
decírmelo, en lugar de aceptar ir al baile y, hoy, al cine conmigo —dijo
torciendo el gesto, apartándose de ella, con el orgullo herido, meneando la
cabeza—. Te veré mañana alrededor, supongo.
Kat soltó una exhalación y se cruzó de brazos.
—¡No estoy saliendo con nadie! Así que iremos al baile juntos, Kiernan.
Kiernan miró a Kat y luego a Tristán e hizo una negación.
—Creo que mejor arreglas este asunto. Todavía estoy a tiempo de
conseguir otra pareja y no arriesgar una reprimenda de mi entrenador, eso
seguro —dijo, mientras se alejaba para ir a buscar su Fiat azul.
 
***
Kat se acomodó de mala gana en el asiento del copiloto en el Bentley.
Las opciones que le dio Tristán fueron: tener una conversación en el
parqueadero, algo que a ninguno de los dos les apetecía, o charlar como
personas civilizadas en un restaurante porque ya era hora del almuerzo.
Ella, a regañadientes, y porque su traicionero estómago gruñó ante la
mención de comida, eligió la segunda opción. Seguía enfadada y ahora más,
porque, por la arrogancia de Tristán, se había quedado sin pareja para el
baile de graduación. Además, la decepcionó que Kiernan fuera tan tonto
para tenerla en bajo concepto como persona, al creer que ella tenía una
pareja romántica, pero aceptaba invitaciones de otros chicos.
La calefacción estaba encendida y el asiento de cuero era comodísimo.
Ella observó por la ventana, mientras iban atravesando las calles de Seattle,
el paisaje. Le encantaba su ciudad, no solo porque siempre había algo qué
hacer en temas culturales, sino que también existían suficientes áreas
naturales para todos los gustos.
—¿No te gustan las flores que te compré? —le preguntó él, mientras
giraba en una curva con dirección a Canlis, un restaurante local que tenía
setenta años de tradición. Ahora estaban en las inmediaciones del barrio
Queen Anne. A él le gustaba el sitio, porque la vista a las montañas
Cascade era muy bonita—. El silencio no le sienta bien a una persona que
siempre tiene algo que decir y opinar.
—No sabía que habías estudiado psicología clínica —replicó evadiendo
la primera pregunta a propósito.
Tristán soltó una carcajada tan deliciosa como la sensación al paladar de
un exquisito chocolate caliente y que hizo temblar a Kat ligeramente. Con
la temperatura exterior baja, la risa de este hombre parecía más efectiva que
la calefacción.
Ella lo miró de reojo.
No podía dejar de respirar, así que se resignó a aspirar el delicioso
aroma de la colonia masculina. Acostumbrada a ver lujos por doquier,
gracias a su mejor amiga y las salidas ocasionales a sitios pijos con ella, no
se sentía deslumbrada por la opulencia de los Barnett. A ella, el dinero le
parecía la peor carta de presentación que podía utilizar una persona para
tratar de ganarse el aprecio de otra, así que por eso apreciaba los gestos que
no implicaban un gran gasto financiero.
El anterior era uno de los motivos por el que las flores tan bonitas que le
había entregado Tristán la conmovieron. El segundo motivo para sentirse
menos hostil con él, era que nunca había recibido flores de alguien del sexo
opuesto. No le demostró a Tristán la alegría que significó el detalle para
ella, porque no se lo merecía. La fuerza de voluntad para fingirse inmune a
la sonrisa masculina, cuando él le dio los crisantemos amarillos y blancos,
mirándola a los ojos, seguro merecía algún reconocimiento si ella hubiese
sido actriz.
—Elegí este arreglo floral personalmente —había dicho en un tono de
satisfacción, porque era evidente que esta clase de obsequios no formaban
parte de su repetorio usual—. Espero zanjar posibles malas interpretaciones
de ciertas circunstancias ocurridas en la fiesta del sábado.
—¿Hay malos entendidos entre los dos? Vaya, no lo sabía —había dicho
con sarcasmo—. Gracias por los crisantemos.
Él se había inclinado hacia ella en el asiento, hasta que sus labios
estuvieron cerca, pero no la besó. Los ojos aguamarina la capturaron en sus
reflejos misteriosos. A pesar del enfado, Kathleen sintió un cosquilleo de
anticipación, aunque prefirió no hacer nada al respecto, porque él ya tenía a
la tal Peyton. Tristán era un descarado y eso la convertía a ella en
masoquista por acercarse a la flama que podía quemarla.
Kat decidió que disfrutaría el almuerzo, luego le diría a Tristán que se
fuese a freír papas al infierno, porque le fastidiaba la doble moral con la que
él había actuado. Después, saldría del restaurante e iría a la línea más
cercana del King County Metro para ir a casa y disfrutar de su paz mental.
Si él quería tener varias mujeres pendientes de su existencia, ella no se
uniría al club de esas pusilánimes.
—Eres una tentación ¿lo sabes, verdad? —le había preguntado,
momentos antes de apartarse para ajustarse el cinturón de seguridad.
—Lo que ahora me apetece es disfrutar del silencio. Además, tengo
hambre y estás tardando en salir del parqueadero ¿no eres ahora un director
general muy ocupado? —había replicado, antes de conectar la música del
móvil al bluetooth del coche.
Él tan solo le había hecho un guiño y luego encendió el motor.
Kat había apartado su mirada y dejado las flores sobre el regazo. El
ramo llevaba una tarjeta con su nombre escrito a mano. «Seguro mi
curiosidad sirve para el periodismo, pero con este hombre puede ser un
arma de doble filo».
 
No he dejado de pensar en ti,
Tristán.
 
Ella había guardado la tarjeta en el interior de la base del arreglo.
Tristán era dueño de las riendas de una vida de trabajo prometedora y
ante las que no se acobardaba, su forma de actuar era segura y decidida; no
estaba en la etapa de experimentar qué le convenía estudiar o dependía de
sus padres. No. Lo anterior era un enganche invisible para Kat, pues él era
muy distinto a sus amigos del instituto que solían ser indecisos o actuaban
de forma ridícula, como “emborracharse hasta morir”. Al ser una chica que
siempre supo lo que quería, la desenvoltura, seguridad y osadía de Tristán la
atraían. Su madre solía decirle que ella tenía una alma vieja.
—No entiendo por qué me das flores cuando tienes una novia —dijo al
cabo de un rato, cuando ya habían transitado varias calles. En el GPS notó
el sitio hacia el que estaban dirigiéndose. Nunca había visitado ese
restaurante, pero sabía que Tristán tenía excelente gusto en el aspecto
gastronómico, al igual que todos los Barnett—. Tampoco comprendo por
qué saboteas mis citas, Tristán. No solo eso —dijo apretando los dientes—,
sino que me has dejado sin pareja de baile. Estoy segura de que, después de
tu amenaza de hoy, Kiernan no volverá a acercarse a mí.
Él esbozó una sonrisa y aparcó a pocos metros del restaurante.
Apagó el motor y se quitó el cinturón de seguridad. Después se inclinó
hacia Kat, le quitó las flores para dejarlas en el asiento trasero y luego
desbrochó el cinturón de ella. En esa transición aspiró el aroma que lograba
que su miembro cobrara vida; se preguntaba si también saborearía
almendras y miel en el sexo de ella. Tristán le acarició la mejilla, pero Kat
le apartó la mano y le lanzó una mirada que, si pudiese expedir fuego,
entonces él ya hubiese ardido en llamas.
Él soltó una exhalación y dejó caer la mano.
—Peyton no es mi novia, Kathleen. Los celos son malos acompañantes
—replicó. Ella rodó los ojos—. La invité a la fiesta de mi familia, porque
no tenía planeado nada de lo que sucedió entre tú y yo. No me va ese asunto
de tener varias amantes. Esas idioteces ya las hice en mis años
universitarios.
—¿Los celos son malos acompañantes? —preguntó con sarcasmo,
mirándolo—. Asumo que lo dices por experiencia.
—Una experiencia reciente, sí. Contigo —replicó con sinceridad, antes
de inclinarse y besarla en la comisura de la boca.
El corazón de Kat dio un vuelco. Su respiración empezó a perder el
ritmo normal y una ola de calor acarició su sexo. Esa ola era ligeramente
húmeda. La respuesta física a las palabras o toques de Tristán empezaban a
desarmarla.
—Pfff, no sé por qué me das explicaciones cuando dejaste claro que no
eres la clase de persona que lo hace. Imagino que tu amante se sentirá
desilusionada…
—Fue mi amante, sí, nuestro arreglo era ocasional y no exclusivo. Las
fiestas de mi familia, a diferencia de otras, no implican que si voy del brazo
con una mujer es porque representa algo importante para mí. Si así fuese,
entonces lo dejaría muy claro. Eso no ocurre con Peyton a quien conozco
desde hace algún tiempo. Además, no me he acostado con ella en varios
meses —replicó—. Tampoco tengo la intención de hacerlo, porque la mujer
que me interesa de verdad está ahora mismo frente a mí. Esa es la verdad,
Kathleen. Lo que viste fue un hombre que recibía el cargo de director
general celebrando con sus amigos.
—No me gusta que jueguen conmigo, Tristán —dijo al cabo de un
instante. No quería creerle, pero su intuición estaba afilada y le gritaba que
él era sincero—. ¿Te atrae la idea de lo prohibido y por eso te intereso,
súbitamente? No soy un reto a alcanzar y que luego se descarte para pasar a
otra cosa sin mirar atrás.
Él desplegó una sonrisa sensual y amplia para ella. Kat frunció el ceño.
«Condenado hombre con su arrogancia y encanto».
—Me atrae lo prohibido —sonrió—, sin duda, y tengo la impresión de
que tenemos eso en común. —Kat soltó un bufido, pretendiendo
indiferencia, y él le hizo un guiño—. Me gusta que me digas lo que piensas
y contigo tengo la certeza de que no eres una cazafortunas. Además, soy yo
quien intenta acercarse a ti, no lo contrario. Te he visto a lo largo de mi
vida, pero no sé de ti en realidad. El haberme reencontrado contigo en ese
restaurante, semanas atrás, me impactó.
—A tal punto que te largaste sin más —dijo ella con ironía.
—Te expliqué el motivo —replicó Tristán—. Así que, tal como te dije la
noche del sábado, quiero conocerte. Si seguimos en este automóvil
conversando voy a anticiparme a tomar ciertas acciones que preferiría
reservar para un lugar privado y con más tiempo —concluyó en un tono
aterciopelado.
Él solía tener mucho autodominio, pero Kathleen parecía crear un efecto
visceral que lo impulsaba a querer romperlo. Quería imaginar que la
experiencia sexual de Kathleen no había sido merecedora de guardarse
como referente o evento especial. No le gustaba pensarla en brazos de esos
imberbes que de seguro no la habrían tratado como una mujer se merecía
entre las sábanas.
Cuando él tuvo dieciocho años sus destrezas en el sexo consistían en
algo tan básico como chupar tetas, agarrar culos, penetrar con
desesperación la carne mojada de la chica, y correrse. Si la muchacha
también tenía un orgasmo era genial, si no, Tristán intentaba dárselo, pero
primero se corría él. Sí, claro que había sido un pelele egoísta, pero ahora
era un hombre y tenía la práctica que le había enseñado a conocer, explorar
y cautivar, el cuerpo de una mujer para que las notas de la música del sexo
fuesen las adecuadas para ambos. Él tenía la intención de que Kathleen
recordara quién sería el artífice de un placer inconmesurable. La atracción
iba en doble vía con ella. Tristán sabía que sus avances eran bienvenidos,
pero no lo asumía como absoluto.
—Quizá te estás anticipando a mis decisiones o a eventos que pudieran
o no suceder —replicó ella sonrojándose.
—¿Tú crees? —preguntó retóricamente y con un toque de suficiencia en
su voz—. No me gustó ver a Nick ni a ese niñato del equipo de básquet,
tocándote.
—La persona que permito que se acerque a mí es mi problema, no tuyo.
Tristán apretó los dientes conteniendo una réplica mordaz y optó por
otro ángulo. Una perspectiva menos cavernícola y más suave.
—Kathleen, a pesar de mi agenda complicada en estos días, el
pensamiento recurrente en mí, eres tú. Quiero tus besos solo para mí —dijo
con tono firme.
Ella sintió un aleteó en el pecho. No movió la cabeza, porque si lo hacía,
entonces sus labios iban a toparse con los de él. Por más tentador que fuese,
lo evitó.
Las intenciones claras de Tristán la impulsaban a querer probar hasta
qué punto la deseaba o quería conquistarla. ¿Si acaso ella deseaba algo más
que solo besarlo? Absolutamente, pero su falta de experiencia sexual la
contenía. Lo anterior, no implicaba que no fuese a hallar maneras de flirtear
y provocarlo. Sentía interés por conocer las reacciones que obtendría de él,
porque Kat no consideraba a este hombre alguien común y corriente. Lo
había visto toda su vida y, al mismo tiempo, no sabía de él más allá de cosas
súper básicas. Quería descubrir facetas suyas en ámbitos que, tenía la
certeza, solo él podría sumergirla.
Intentaba mostrarse resuelta y audaz, pero la verdad era que estaba fuera
de práctica ante un hombre que conocía más de la pasión y la vida que ella.
Sabía que él la quería en su cama, no necesitaba ser una genia, y Dios la
escuchara, pero Kat deseaba lo mismo. Le había bastado probar su boca,
escuchar sus gruñidos de gusto y sentir las manos sobre su piel, para que
sus sentidos hubieran colisionado.
Tristán era la fantasía masculina de cualquier chica que supiera
comprender que la literatura mitológica y clasica, al fin, había encontrado,
en la modernidad, el espécimen perfecto para encarnar a un dios del
Olimpo. Esa voz tan varonil de Tristán que la envolvía con su tono
cadencioso, mientras la miraba como si quisiera desnudarla, le provocaba
un homigueo en la vagina hasta el punto de querer volver a casa tan solo
para acariciarse pensando en él. Todas las emociones que se agolpaban en
ella eran un remolino inconexo y a la vez coherente.
—No te has ganado ese derecho —replicó, apartando la mirada, pero de
inmediato los dedos elegantes y fuertes le tomaron el mentón, instándola a
regresar su atención a Tristán—. ¿Qué?
—Quiero ganármelo entonces, Kathleen.
Ella carraspeó y se mordió el labio inferior. Los ojos de Tristán
siguieron el gesto con avidez, pero se mantuvo en el asiento sin moverse.
—¿Cómo sé que no me estás mintiendo sobre Peyton o sobre otras? Los
hombres con tal de salirse con la suya pueden decir cualquier cosa.
—No sé de otros hombres con los que hayas estado, Kathleen —dijo
con seriedad—, pero solo puedo referirme a mí. Jamás hago espacio en mi
agenda de trabajo para verme con una mujer que me interese, así que la veo
a mi conveniencia y no a la de ella. Mis negocios son mi prioridad. En este
período de transición como CEO estoy utilizando una hora de mi tiempo
para pasar a buscarte y aclarar cualquier mal entendido que hayas podido
concebir de mi interacción con Peyton. Mírame a los ojos y dime si crees
que te he mentido.
Kathleen había perdido la batalla contra su propia testarudez. Elevó la
mirada y soltó una exhalación. Después hizo una negación.
—No, no creo que estés mintiendo.
Él hizo un asentimiento.
Salió del coche para rodearlo y abrirle la puerta a Kat. El gesto de
caballerosidad la hizo sonreír y extendió la mano para tomar la que él le
ofrecía. Después, Tristán la guio al interior del restaurante.
Él no flirteó con ella, pero no perdía la oportunidad de tocarle la mano
con los dedos imperceptiblemente cada tanto. Ella se sintió cómoda
conversando sobre su pasión por el periodismo, las ganas que tenía de viajar
para conocer otras culturas y dar a conocer las historias de aquellas
personas que no podían expresarlas al mundo.
Le contó que anhelaba hacer una pasantía en la BBC de Londres,
aunque eso podría concretarse tan solo en un futuro distante al final de su
carrera universitaria. Intercambiaron anécdotas. Él le habló sobre lo
complicado que había sido combinar sus estudios en New Jersey con el
trabajo en la sucursal de Nueva York, pero también lo satisfactorios que
habían sido los proyectos en los que estuvo involucrado, porque varios
pertenencían a organizaciones sin fines de lucro.
La comida era deliciosa, pero Kat estaba absorta en las historias que
Tristán le contaba. Él le habló sobre los días en que empezó a trabajar en las
obras, no como supervisor o ejecutivo, sino como un obrero más y cómo,
los que eran sus compañeros, le relataban historias durísimas de vida. Le
explicó cómo, a lo largo de su preparación académica y profesional, esas
interacciones lo habían marcado y aumentado su empatía para abrir los ojos
a un mundo más real que no tenía que ver con privilegios, sino con trabajo
y supervivencia.
Kat tenía la facilidad de poder imaginar rápidamente, al escuchar un
relato, cómo organizaría esa información en un texto periodístico. El
proceso para ella era orgánico y casi mágico, por eso, a medida que Tristán
hablaba, Kat pensaba en la introducción del primer párrafo. No podía
evitarlo cuando una historia la atrapaba.
Después de que él pagó la cuenta y la guio hacia el automóvil, el
teléfono de Tristán no paró de sonar. Él murmuró una disculpa, pero Kat le
dijo que ya era pasada la hora de la comida y que no se preocupara si tenía
que atender las llamadas.
Los gerentes le preguntaban detalles de operaciones por cerrarse, los
contratistas querían saber los márgenes de tiempo para uno de los grandes
proyectos que estaba llevando a cabo Barnett Holdings, el departamento
legal quería que llegara rápido a la oficina para firmar documentos. A
medida que él iba respondiendo utilizando el altavoz por motivos obvios, el
camino hacia el edificio en el que vivía Kat se hacía más corto. Ella observó
el perfil masculino, el reloj elegante en la muñeca izquierda y la
concentración con la que intentaba escuchar a sus empleados, al tiempo que
guiaba el Bentley por las avenidas.
Tristán no tenía que decir palabras encantadoras para serlo. Ahora
comprendía por qué las chicas que solían ir a las fiestas, años atrás, en la
mansión, intentaban capturar la atención de él. El hombre era magnético.
Al cabo de diez minutos, cuando ya eran casi las tres de la tarde, Tristán
cerró la última llamada y aparcó lo más cerca posible del edificio de Kat en
Greenwood. No dudó en tener el mismo gesto de hacía una hora atrás y
abrir la puerta del copiloto.
—Kathleen —dijo él tomándola del rostro cuando estuvieron en la
entrada principal—, ¿sales mañana a la misma hora de clases?
Ella tragó saliva e hizo un asentimiento.
—Son mis últimas semanas, así que nos envían menos proyectos, pero
pronto será tiempo de exámenes finales y estaré más liada. Te lo comento
por si tienes intención de aparecerte de nuevo en el parqueadero de la
secundaria. No sería una buena idea si quieres que yo responda tus llamadas
o mensajes —dijo, seria.
—Tomo nota, guapa —expresó con suavidad.
—Más te vale —replicó con una media sonrisa.
Tristán le mordió el labio inferior, halándolo ligeramente, pero lo soltó
de inmediato. Los ojos de Kathleen brillaron con deseo, le rodeó la cintura
con los brazos, elevando el rostro hacia él. Tristán cerró los ojos
momentáneamente tratando de mantener la compostura. El gerente de
adquisiciones necesitaba su aprobación para una proforma de cien mil
dólares que debía enviarse dentro de una hora, así que, desde Greenwood
hasta la oficina, le quedaban casi cuarenta minutos de traslado.
No podía demorarse más tiempo y perder la cabeza, porque su compañía
necesitaba de  sus neuronas para tomar decisiones que no tenían nada que
ver con sus fantasías sexuales y cierta mujer de ojos castaños. Sin embargo,
al sentir a Kat con más confianza para acercarse a él, le parecía un avance
más importante que la jodida proforma. Necesitaba hacer que el sentido
común prevaleciera, pero tampoco iba a privarse del calor que ella irradiaba
y el gusto de tocarla en esos segundos.
—¿Virginia sigue trabajando hasta las cinco de la tarde? —preguntó,
acariciándole las mejillas con los pulgares. Le gustaba la suavidad de esa
piel.
—No, tu madre le pidió que mañana se quedara hasta las nueve, porque
ha invitado a unas amigas suyas a tomar el té —replicó—. Pretendes que lo
que sea que pueda ocurrir entre los dos sea un secreto ¿es eso? —indagó
con indecisión.
—Kathleen, no existen pretensiones ni intento usar etiquetas.
—Ah, sin ataduras —dijo ella enarcando una ceja—. Yo puedo verme
con otros chicos sin importar…
Tristán la calló con un beso que había querido evitar, porque sabía que
no sería suficiente, pero la mención de que ella creyera que podía salir con
otros era una provocación que no iba a dejar pasar. Le mordió los labios,
deslizó las manos hasta dejarlas sobre las nalgas firmes, y la apegó más
contra su cuerpo. Su miembro estaba erecto presionando contra su pantalón
y era consciente de que ella lo notaba, a pesar de la chaqueta que llevaba,
imposible que no lo hiciera.
La besó con dureza y su avariciosa lengua empezó a explorar la de
Kathleen. La escuchó gemir y devolverle la misma caricia con fuerza. Se
enlazaron en una danza que no tenía música, porque la melodía surgía de
los ligeros gemidos de ella y los gruñidos de placer de él. Un súbito sonido
de un claxon rompió la pasión. Tristán la soltó a regañandientes y el viento
frío que empezó a correr, pareció devolverlo a la realidad de la que había
pretendido escapar un poco más de tiempo.
Cuando él abrió los ojos, Kat notó el ardor de la pasión en la
profundidad de esa mirada. El impacto llegó a todas sus terminaciones
nerviosas y estas parecían haber recibido una descarga eléctrica brutal, pero
al mismo tiempo se sentían ansiosas por volver a recibir otra. Sentía una
excitación como nunca antes.
—Tus besos, Kathleen, son míos —dijo con un gruñido.
—Imagino que debería ser en doble vía este asunto —replicó
sonriéndole en un tono de flirteo—. ¿No te parece?
Él dejó escapar una exhalación y apoyó la frente contra la de ella.
—No podría ser de otra manera. Kathleen, no eres un secreto sucio que
deba mantenerse bajo la alfombra. Quiero que entiendas que mi intención
es manejar esto con cautela. Entiendo que tu amistad con mi hermana es
importante, así como el puesto de trabajo de Virginia, porque mi madre
podría reaccionar desproporcionadamente si supiera que estoy interesado en
ti. —Ella hizo un leve asentimiento, porque él parecía leerle la mente
verbalizando sus temores con facilidad —. Dejarte marchar sin explorar
esto —la señaló a ella y luego a sí mismo—, me parecería un crimen
imperdonable. Tú dictas los pasos. ¿Quieres que sepan las personas que te
importan que vas a salir conmigo?
—Ah ¿es eso lo que voy a hacer? ¿Explorar restaurantes y sitios
alrededor? —preguntó con descaro y un brillo de humor en su mirada.
—Kathleen…
—Prefiero manejarlo en bajo perfil, porque sé que la prensa suele
buscarte o a tus hermanos, y yo no quiero estar expuesta —dijo con
sinceridad—. De hecho, estás más seguro y lejos de los paparazzi sociales
aquí en mi barrio que en tu oficina, a pesar de la cantidad de guardias de
seguridad que tienen contratados.
Él esbozó una sonrisa.
—Probablemente. En los próximos días hará buen tiempo, según el
reporte climático y quisiera llevarte a cenar en mi yate. ¿Te gustaría o
prefieres ir a otro sitio?
—No me he subido a un yate en muchos años, porque la única ocasión
que lo hice con unos amigos me dio mareo. El agua y yo no somos muy
amigas —dijo en un tono que hacía alusión a la ocasión en que él la salvó
de ahogarse, años atrás—. Sin embargo, creo que la mejor forma de vencer
el temor es enfrentándolo.
Él hizo un ligero asentimiento.
—Te compraré medicación y la llevaré por si eso ocurre, pero ya sabes
que las aguas alrededor son calmadas. Pasaré a recogerte en el sitio que tú
prefieras, en especial si no estás segura de que quieras que Virginia sepa
que estarás conmigo —expresó mirándola a los ojos—. ¿Qué opinas?
Tristán había estado tan obnubilado, por su atracción hacia Kat, que no
pensó en quiénes podrían o no saber que estaban empezando a salir. Ni
siquiera él podía definir o encajar la situación porque, a pesar de las ganas
de estar con Kat, sabía que los dos estaban en etapas diferentes de sus vidas.
Ella le acababa de decir que prefería que fuesen discretos y Tristán
coincidía en ese aspecto.
Kat era una joven muy inteligente y, después de que le hubiera contado
cómo había manejado su vida para lograr tener un perfil académico que
pudiese competir con otros, no dudaba que conseguiría esa beca. Él, por
otra parte, tenía una vida lista para arrancar en una expansión inimaginable
y cientos de familias que dependían de que tuviera la cabeza bien puesta
sobre los hombros para responder a las exigencias de Barnett Holdings. Su
estrategia era explorar y ver qué rumbo tomaba todo sin crear demasiadas
expectativas, pues estaba atravesando profundos cambios profesionales. No
era su intención lastimar a Kathleen y procuraría ser sincero.
—Ella siempre está presionándome para que deje los libros y viva un
poco. Mi madre confía en mi criterio —sonrió con dulzura— y, aunque no
sepa que eres tú con quien saldré, te conoce. Tú tampoco serás un secreto,
claro, pero tienes razón al decir que me preocupan algunas situaciones con
personas que conocemos y que son importantes. Por eso insisto en que lo
mejor es mantener un perfil bajo. Es todo.
Él le dio un beso en los labios breve, aunque firme.
—Tú dictas la pauta en ciertas circunstancias, Kathleen.
—¿Porque tú intentarás seducirme y querrás probar a ver si me resisto?
—preguntó con una carcajada—. Si es así, el yate, en estas semanas, es
mala idea. Me congelaría como un cubito de hielo.
—No voy a responderte con un cliché a esa última frase —dijo
sonriendo—. Te llamaré a ver si el día y horario en que tengo libre, tú
también lo tienes disponible. Lo que sí te anticipo es que podría retrasarme
a pesar de pactar una hora, debido a los asuntos de la oficina, pero te lo
compensaría. ¿De acuerdo?
—Sí —murmuró con el corazón acelerado—. Tristán ¿tu guardaespaldas
no le rinde cuentas a Byron, verdad? No quisiera que…
—No, Kathleen, Ansel trabaja directamente para mí y es discreto —dijo
observando el otro automóvil, un Range Rover, en el que estaba el
encargado de seguridad. Ansel no se metía en asuntos que no le incumbían.
—Hasta pronto, entonces —murmuró Kat, entrando en el edificio y
cerrando la puerta principal de vidrio tras de sí.
Ella tenía la certeza de que las siguientes semanas iban a ser
inolvidables, así como también que los nubarrones nunca dejaban de estar
al acecho. No quería ser fatalista, pensó, mientras se desnudaba para
meterse a la ducha. Su vida y la de Tristán eran diametralmente distintas,
pero se sentía tan atraída por él que, incluso la promesa que le hizo a
Agatha, perdía peso ante las emociones que él le provocaba.
Al caer la noche y después de cenar con su madre, Kat revisó de nuevo
su correo para saber si tenía noticias de las universidades. Cero. Nada.
Apagó el ordenador y después se metió entre las cobijas. En el exterior
estaba lloviendo.
Antes de dormir, en el silencio de la noche, Kat cerró los ojos.
Dejó que sus manos vagaran sobre sus pechos, acariciándolos, al tiempo
que su mano derecha se apartaba para tocarse los labios íntimos y húmedos.
En su mente imaginó cómo sería tener sexo con Tristán, cómo la besaría,
cómo la tocaría y qué tan profundo podría llegar en su cuerpo. ¿Qué tanto
dolería esa primera penetración? ¿Cómo reaccionaría si supiera que era él
su primer amante? ¿Debería decírselo? Entre más preguntas se hacía, más
rápido movía sus dedos.
La posibilidad de que el placer y el dolor pudieran ser uno solo, la
impulsó a introducir dos de sus dedos en la vagina. Kat tenía la certeza de
que Tristán sería un amante dedicado, así como también deseaba que fuese
él su primera vez. Aquella que nunca se olvidaba. Sus dedos continuaron
tocando y penetrando.
La sensación de ebullición en su piel aumentó. Se haló los pezones
erectos con fuerza y cuando alcanzó el orgasmo, el nombre de Tristán fue
una silenciosa plegaria, mientras las olas de placer remitían poco a poco
dejándola laxa. 
CAPÍTULO 7
 
 
 
El cielo estaba estrellado y la promesa de una tarde en el yate, para
contemplar el ocaso, se había convertido en noche, porque Tristán se
demoró en la oficina a causa de un imprevisto. El yate, denominado Croí
por su dueño, era color blanco con dorado y tenía dos pisos. En la parte
superior había un jacuzzi y tumbonas; en la parte inferior estaba la pequeña
cocina, una salita, y un gigantesco camarote equipado con las comodidades
que el dinero podía comprar para un lugar como aquel. La embarcación
había sido anclada a varias millas de Alki Beach. La vista hacia la lejana
orilla y el fondo de la ciudad iluminada era bonita. En algún lugar estaba la
Space Needle.
Tristán se demoró más de lo esperado para esa cita, porque no pudo
terminar su reunión más temprano. El cargo de CEO implicaba unos
horarios muy cambiantes por más de que él intentara estabilizarlos. No
podía priorizar a una mujer, por más fantástica o tentadora que fuese, por
encima de la responsabilidad de su legado empresarial. Lo tenía muy claro
y esas eran sus reglas.
Además, estaba renegociando un contrato muy importante para una
nueva cadena de supermercados que abriría sucursales en Seattle. Este era
un proyecto que su padre había dejado con datos imprecisos, así que estaba
rearmando el rompecabezas. En lugar de ayudar, Byron interfería con esa
negociación, porque enviaba mensajes contradictorios al vicepresidente de
Hunter&Niels Supermarket. El departamento de relaciones públicas de
Barnett Holdings estaba todavía en el proceso de informar, a los
proveedores, contratistas y demás, que Tristán era el nuevo CEO. La
demora estaba siendo utilizada por Byron para fastidiar las gestiones.
Lo anterior, le parecía a Tristán una completa imbecilidad, porque su
padre estaba saboteando a la familia. Así que, para aplacar al vicepresidente
de los supermercados y explicarle sobre la nueva administración, Tristán
organizó una videollamada que lo llevó a alargar las horas de trabajo y por
ende retrasar su cita con Kathleen. Una cita que, después de algunos días de
solo hablar por teléfono o enviarse mensajes de texto, había tardado en
concretarse por sus horarios difusos.
Ahora, finalmente, la tenía frente a él en el interior del yate disfrutando
de un menú que mezclaba la comida italiana y española con unos toques de
fusión. Tristán le pagaba varios miles de dólares al chef, así que se alegraba
de ver la expresión complacida de Kathleen, mientras probaba la comida.
—La cena está deliciosa, gracias —dijo ella mirándolo. Se sentía
cautivada por él. No existía forma de negarlo. Además, había pasado casi
una semana desde que se vieron por última vez. Todo ese tiempo su mente
estuvo distraída creándose diferentes escenarios de cómo sería la
experiencia de esta cita—. El chef merece un premio —dejó los cubiertos
sobre el plato—. No creo ser capaz de probar otro trozo de comida, pero
este postre se ve exquisito, así que dentro de un momento va a ganar la gula
—dijo de buen humor—. ¿No hay más tripulación? Imagino que Ansel no
cuenta, porque solo me acompañó al muelle hasta que tú llegaras.
Tristán esbozó una sonrisa.
—La tripulación es escasa en esta embaración. Hoy solo está el chef,
pues pedí que dejasen todo preparado para darnos privacidad —le hizo un
guiño y Kat se sonrojó—. Además, puedo manejar el yate sin problemas.
Lo he hecho antes.
—¿Tienes licencia?
—Claro. Todas las precauciones han sido consideradas. Nunca te
pondría en riesgo —dijo él en un tono serio—. Me comentaste que te da
temor el agua en mar abierto, pero ten la certeza de que no estás en peligro.
Si en algún momento necesitas volver a tierra firme o sientes náuseas,
dímelo y yo me encargaré de solucionarlo.
Kat le dedicó una sonrisa y asintió.
Ella le había dicho a Virginia que saldría con un amigo, aunque no de
quién se trataba. Un ligero aleteo de culpabilidad la invadió, pues sabía que
estar con Tristán implicaría el riesgo de que su madre tuviera problemas si
Margie llegaba a enterarse. Además, esta misma tarde Agatha le escribió
para decirle que estaba libre y que sería genial tomar algo juntas. Kat
respondió que ya tenía planes, pero que el domingo podrían verse sin
problema. Ambas situaciones con su madre y su mejor amiga le sentaron
fatal. Al menos así fue hasta que tuvo de nuevo a Tristán frente a ella.
—Tan solo bromeaba, pero aprecio que sepas escuchar cuando te
comento algo —dijo con suavidad y él asintió—. ¿Qué significa Croí?
—Ah, las curiosidades de Kathleen —dijo con humor—. Croí es una
palabra gaélica que significa corazón y era el apodo que solía decirme mi
abuela, así que lo consideré un justo homenaje cuando envié a construir este
yate. Suelo venir aquí incluso en los meses fríos, aunque más en verano
para darme un respiro.
Ella ladeó ligeramente la cabeza.
—Entonces ¿estilas traer a tus citas aquí? —preguntó con fingida
indiferencia. Que él pudiera llevar a las mujeres que conocía a los mismos
lugares, no le gustaba. No se consideraba pretenciosa, pero quería que esto
no fuese parte del guión de conquista de Tristán y que ella estuviese
repitiéndolo.
Él sonrió de medio lado.
El problema con Kathleen, para ella no para él, consistía en tener un
rostro bastante expresivo y sus emociones podían descifrarse con rapidez.
En este momento era evidente que sentía celos. No debería complacerle esa
noción, pero después de que él los hubiese experimentado también cuando
los dos petrimetes la habían tocado, lo consideraba justo. ¿Absurdo?
Quizás.
—Este es mi lugar de desconexión del mundo —aclaró. No estaba ahí
para jugar con las emociones de ella—. No traigo “citas” a mi yate,
Kathleen.
—Oh —murmuró bajando la mirada—. Solo era una curiosidad.
Tristán dejó escapar una risa suave.
Ella introdujo la cucharita en el pie de frutos rojos y cerró los ojos al
saborearlo. En su boca hubo una explosión de texturas y sabores. Cuando
miró a Tristán, la expresión de él era casi primitiva y fiera. La observaba
como un cazador. Kathleen no se consideraba una presa, pero en este
instante se sentía como una.
—¿Qué…? —preguntó en un susurro.
—Kathleen, si vuelves a hacer ese sonido —dijo con tono gutural y
consciente de que su miembro estaba tan duro que dolía—, no respondo de
mis actos.
Ella soltó una carcajada. Poco a poco tomaba más confianza y sus
deseos de obtener una reacción de Tristán, como esta, la estimulaban.
Horas atrás, él se había retrasado en ir a recogerla a la librería
Dreamstrands Comics & Suck. Ella escogió ese lugar como punto de
encuentro, porque tenía pendiente comprar la última novela de Susan
Elizabeth Phillips. Se decepcionó cuando el dependiente le dijo que estaba
fuera de stocks. En ese lapso, Tristán le había escrito diciéndole que, por
favor, lo esperase.
Cuando treinta minutos dieron paso a sesenta, él la llamó para pedirle
que aceptara que Ansel pasara por ella y así podrían coincidir directamente
en el muelle. Le explicó que estaba concluyendo una junta de último
minuto. Kat consideró cancelar la cita, pero sabía que la demora no había
sido intencional.
—Mmmm ¿qué actos podrían ser esos? —preguntó sin esperar
respuesta, y agregó de inmediato—: Creo que esas amenazas parecen más
bien una provocación de tu parte hacia mí, pero tengo la impresión que, sin
yo proponérmelo, el efecto está en la vía contraria —dijo con descaro.
—Y eso es mucho más peligroso —murmuró mirándole la boca—. Si
empiezas a jugar con dagas, entonces puede que termines cortándote.
—Creo que he terminado el postre —dijo sonriendo—. ¿El dolor y el
placer van de la mano? —preguntó de repente. Sentía los pezones erectos y
el sexo latiendo. El recuerdo de su fantasía en la que se corrió pensando en
él, la hizo sentir osada.
—Kathleen…—dijo en tono de advertencia.
Esta cita no la planeó con el fin de acostarse con ella, pero tampoco
podría evitar tocarla, eso seguro. Quería seducirla, crearle un deseo que la
enloqueciera, hasta que estuviera convencida de los pasos que daba con él.
Acariciar a Kathleen era una necesidad. Empezaba a conocer que la mujer
disfrutaba flirteando. Eso le gustó.
—Fue una pregunta inocente —murmuró, pero la curvatura hacia arriba
de su boca sonrosada desdecía el comentario. Ella no podía beber
legalmente, así que tenía una taza de café y bebió dos sorbitos—. Eso es
todo.
Tristán la observó unos segundos, después agarró la copa de vino y dio
un largo trago. Estaba muy tenso, pero no quería que sus instintos tomaran
la delantera. Pretendía tener con Kathleen una cita sin saltarse los pasos. La
pasión estaba latente, notaba el deseo en esos ojos castaños, pero quería
hacerla esperar. La ligera agonía, previa a la lujuria desencadenada, creaba
sensaciones más potentes al momento de dejar que las pulsaciones
contenidas salieran al unísono.
—Supongo que lo fue —dijo riéndose—. Por cierto, lamento que
tuvieras que esperar en total una hora y media para esta cena —cambió el
tema—. Salgamos a la baranda para que observes el horizonte. Yo tengo
una frazada térmica que puede abrigarte más si acaso te hiciera falta —
comentó haciendo el gesto para levantarse, pero al notar que Kathleen no se
movía, Tristán volvió a acomodarse en su asiento. Elevó una ceja a modo
de pregunta.
Ella ladeó la cabeza y se recostó contra el respaldo de la silla. En el
amplio camarote había una mesita para dos, una cama, una pequeña
colección de caracoles grandes de mar y un gabinete surtido de licores.
Resultaba íntimo y acogedor.
—Ya te has disculpado —replicó con una sonrisa. Al parecer, Tristán
pretendía marcar la dinámica entre ellos. Sin embargo, esa idea no le
agradaba a Kat. Cuando quería algo lo buscaba y esa noche lo quería a él—.
La verdad, no me apetece salir de aquí. Estoy muy a gusto y la calefacción
es perfecta.
Kat había elegido para esta cita un vestido azul oscuro, con cuello en V,
que le llegaba hasta la rodilla y lo complementó con botas altas. Su abrigo
era también azul y largo, bordeando los tobillos. En un intento de sentirse
con más confianza decidió usar una ropa interior sexi que había comprado
en un impulso, meses atrás. No se la había puesto nunca. Tristán la
observaba con ardor, aunque parecía estar conteniéndose de hacer un
avance, y ella se sentía impulsada a romper ese control.
No se consideraba una mujer insegura, pero en asuntos de seducción, sí
que lo era, en especial con alguien que poseía más mundo como era Tristán.
Tal vez, sus comentarios o gestos de esa noche no conseguían el efecto que
provocaría que él dejara de contenerse y la besara. Si la Kat del pasado se
hubiera imaginado que iba a estar deseando las atenciones de este hombre,
se habría reído.
—El punto de venir era que disfrutaras el paisaje nocturno…
Él se había quitado la corbata y la chaqueta quedándose con la camisa
gris, tres botones desabrochados, y las mangas recogidas aunque no hasta el
codo. Esto último le permitió a Kat ver el atisbo de un tatuaje que la intrigó.
No se imaginó que alguien como Tristán fuese propenso a marcar la piel
con tinta.
—Háblame de ese tatuaje —replicó a cambio.
—Me lo hice hace varios años y es algo referente a mi familia.
—¿Byron incluído? —preguntó—. No quiero ser grosera, pero la
relación que tienes con él parece bastante tirante. Ni qué decir de Caleb,
pero tu hermano es un caso aislado y bastante extraño. Claro, para alguien
que no ha pasado tantos años alrededor de los Barnett, la situación sería
imperceptible, no es mi caso.
Tristán hizo una mueca.
Ese tema no era uno que quisiera comentar en esa cita o en ninguna otra,
pero tampoco iba a evadirlo. Kathleen era de las pocas personas que
conocía su familia fuera del ojo público. Imaginaba que inclusive habría
escuchado las peleas monumentales que solían tener sus padres. «Qué
pesadilla».
—Mi padre es ególatra y rehúsa aceptar que ya no sigo su voluntad —
expresó, porque era la misma explicación que se daba a sí mismo, al no
lograr comprender qué demonios habría hecho mal para que su padre fuese
tan antagónico—. Inclusive consideré crear mi propia compañía paralela a
Barnett Holdings, pero me detuvo mi abuelo. El legado que él y los suyos
construyeron no puede perderse con el mal liderazgo de mi padre. Así que
he aceptado que esas son las circunstancias.
Ella soltó una exhalación. No quería verbalizarlo, porque solo eran
divagaciones suyas, pero tenía la impresión que detrás de esa rivalidad
ridícula de Byron con su hijo existía una explicación importante. ¿Qué
sería? Kathleen tenía la convicción de que siempre había una historia o un
secreto entre la gente, algo que los marcaba, y era eso lo que un periodista
profesional lograba extraer. Se preguntaba cuál de las dos opciones podría
aplicar en este caso. Optó por ignorar su curiosidad.
—Bueno, no se puede ganar todo en la vida. La lotería no siempre
incluye salud, dinero, armonía y amor —dijo con seriedad, intercalando su
mirada entre Tristán y el tatuaje. Estaba muy bien hecho en tinta negra.
Unas pequeñas hojitas y un dije con unas iniciales estaban en colores—. Al
menos podemos aceptar lo que el universo nos ha puesto en el camino e
intentar construir algo mejor a partir de ello. Al final, la forma en que
miremos la vida no tiene que ver con los otros y lo que estos digan de
nosotros, sino con nuestra propia manera de entender y vivir.
Él esbozó una sonrisa.
Si antes le había parecido hermosa, ahora, al escucharla, comprendía
cuán especial era esta mujer. Él podía dejarla marchar y decirle que quizá
existía un hombre con menos complicaciones laborales, líos emocionales
con su familia o responsabilidades que se traducirían en grandes sacrificios
a corto o largo plazo; que ese hombre no era él. Sin embargo, la parte
posesiva que ella despertaba en sus instintos se negaba a romper este lazo
que empezaba a cobrar fuerza.
—¿Estás segura que tienes dieciocho años? —preguntó impresionado
por la madurez del razonamiento de Kathleen.
Ella se encogió de hombros.
—Cuando devoras libros de todas las corrientes literarias o filosóficas
para enriquecer tu futura carrera como periodista —sonrió—, también te
topas con aspectos de reflexión sobre la existencia humana. Mi vida no ha
sido fácil, Tristán, yo solo tengo a mamá. Mi padre falleció cuando yo tenía
diez años, así que entre mi madre y yo tuvimos que ajustarnos para salir
adelante. No he pasado hambre, claro, aunque tampoco he tenido
abundancia. Lo que he vivido hasta ahora tan solo me motiva para redoblar
mis ganas de superarme. Supongo que maduré a la fuerza.
Él hizo un asentimiento lento.
—Todo lo que acabas de decir tiene mucho sentido. Has simplificado
algo complicado con palabras sencillas y eso es muy interesante —dijo en
un tono de admiración—. Gracias por compartirlo conmigo.
Kathleen se mordió el labio inferior. No solía dejar que su verborrea
hiciera presencia porque, salvo Agatha o alguna otra amiga o amigo, la
mayor parte de sus compañeros o amistades la solían mirar como un bicho
raro si empezaba a expresar en voz alta sus reflexiones. Ella no tenía
ninguna religión y quizá era el motivo por el que podía absorber
información de diferentes culturas y abrir su mente, en lugar de encerrarla
en preceptos que enclaustraban la expansión de aprendizaje.
—Yo… De nada —murmuró mirando de nuevo la tinta—: ¿Qué
representa?
Tristán se levantó la manga izquierda hasta el codo. El dibujo era una
cadena con varias hojas pequeñas en forma de trébol, entre las uniones, y
terminaba con un dije de ese mismo trébol de tres hojas un poco más
grande. Alrededor del dibujo principal había espinas, además del rostro de
un león con las fauces abiertas.
—Mi abuela me enseñó las tradiciones de su país de origen, Irlanda, y
me dijo que esta era su simbología favorita, porque a pesar de que es un
trébol de la suerte, en realidad ella lo consideraba un signo del buen destino
y la familia. Mi abuelo le obsequió una cadena como esta el día en que le
dijo que la quería. Las hojas con espinas representan lo que mi abuela solía
decir: En cada rincón del mundo, sin importar la aridez de la tierra,
siempre habrá una hojita rebelde que hará todo lo posible por crecer en la
adversidad. Este otro tatuaje, el león, fue una elección que para mí
representa el coraje y la tenacidad para afrontar los momentos más oscuros.
—Oh, Tristán, eso es muy lindo —dijo extendiendo la mano y
acariciando la ruta del dibujo, a lo largo del brazo, mientras sentía los
músculos de él tensarse bajo su toque. Continuó el recorrido, con la vista
fija en la tinta, hasta que llegó al final y apartó los dedos. Después elevó la
mirada y esta colisionó con la de Tristán con un ímpetu que le robó la
respiración—. Yo…
Él no podía controlarse más tiempo. La mujer iba a acabar con sus
intenciones de ir con calma. Tristán se incorporó de la silla con lentitud, sin
perder el contacto visual de Kathleen, quien lo seguía con los ojos abiertos
de par en par. Se detuvo junto a ella y la instó a ponerse de pie. Al ella
hacerlo, sus cuerpos quedaron muy cerca, sus respiraciones se aceleraron y
el pálpito de sus corazones enloqueció.
—Kathleen —dijo en un tono profundo, tomándole el rostro entre las
manos y acariciándole las mejillas—, eres una tentación imposible de
resistir.
Ella lo observó con anhelo en su rostro. Extendió la mano y empezó a
desabotonar la camisa de Tristán, pero él la detuvo e hizo una negación.
—No quiero que te resistas…—susurró.
—Eso no va a ocurrir, pero quiero disfrutar contigo —replicó contra la
boca femenina, apropiándose de ella, y dándole la clase de beso que Kat no
sabía que necesitaba, pero que Tristán estaba seguro que le hacía falta. Un
beso impregnado de ardor, reverencia y lujuria. Un beso que los envolviese
a ambos en una estela sensual; un preámbulo para lo que iba a hacer con
ella durante los siguientes minutos.
Kat dejó ir toda la tensión del día, los meses, los años. En ese instante
solo existía Tristán Barnett para ella, así como el deseo que la consumía
desde lo más profundo de sus sentidos e inocencia. Gimió contra esa boca
que estaba asaltando la suya con sensaciones y emociones que sacudían la
mente. Sus lenguas se entrelazaron, buscando un goce que conocían y no
estaban dispuestos a ignorar. El choque de sus dientes, por el desespero de
querer más del otro, se unió a los gemidos.
Los dedos de Tristán se deslizaron por el cuello femenino y bajaron por
la espalda para apegarla contra él. La sostuvo de las nalgas firmes,
apretándoselas, porque ese vestido no era un impedimiento para sentir la
carne generosa. Su cerebro estaba tratando de no perder la razón ante el
sabor exquisito de Kat.
La sintió frotarse contra su erección, varias veces. La escuchó ronronear
contra su boca, mientras esas manos curiosas le acariciaban la espalda para
después deslizarse hasta su trasero del mismo modo en que estaba haciendo
él con ella.
Tristán sonrió contra la boca de Kathleen. Le gustó notar que tomaba lo
que quería y devolvía la pasión con la misma intensidad con la que estaba
recibiéndola. A pesar de estar a solas en alta mar, escuchando como única
melodía sus gemidos, con el roce de sus cuerpos aún vestidos, acompañados
del sonido de sus bocas colisionando y saqueándose al unísono sin nadie
que los interrumpiese, Tristán no iba a perder el control. Quería deleitarse
con Kathleen y también que ella lo hiciera con sus caricias. Le mordió el
labio inferior y se apartó un instante.
Ella abrió los ojos, impregnados de un velo de pasión, y lo miró
expectante. Él no pudo resistirse a recorrerle el labio inferior con el pulgar.
Kathleen lo sorprendió mordiéndoselo y luego pasándole la lengua.
—Kathleen —dijo con la voz ronca.
—¿Qué…? ¿Por qué te detuviste? —preguntó en un susurro. Sus bragas
estaban mojadas, por supuesto, y al frotarse contra la erección de Tristán
había caldeado todavía más su ardor y necesidad.
La respuesta de Tristán fue una sonrisa pícara, después tomó las mangas
del vestido y empezó a tirar hacia abajo. Los ojos de reconocimiento de Kat
brillaron con satisfacción, mientras permitía que él le deslizara por
completo la prenda de algodón hasta la cintura. Él la recorrió con la mirada
dejando estelas de fuego sobre su piel. Esta era la primera vez que ella
estaba en una posición tan vulnerable con un hombre. Sin embargo, se
sentía cómoda, excitada y a salvo con Tristán.
—Cuán irreprochablemente bella eres —dijo mirándola al rostro y
después admirando los pechos grandes, respingones, sostenidos por una tela
color celeste, casi transparente—. ¿Planeabas seducirme? —preguntó,
acariciando el valle de los senos con el dorso de la mano. Los pezones
estaban erectos y el apretó uno de ellos con suavidad. La escuchó gemir y
fue como si su pene hubiera recibido una caricia.
Kat tragó saliva, cautiva de la mirada de Tristán, inflamada de una
necesidad que sabía que él podría aliviar. Quería que dejara de torturarla y
la tocara toda.
—Quería sentirme bonita para mí misma y pensé que quizá tú podrías
apreciarlo… No sabía qué podría ocurrir hoy, pero anhelaba esto —susurró.
Él sonrió de medio lado.
—No solo lo aprecio, sino que me fascina lo que veo —dijo, mientras
tomaba un tirante del sujetador para bajarlo, después hizo lo mismo con el
otro. Luego tomó ambos pechos y los acarició sobre la tela; con los
pulgares jugueteó con los pezones. Ella soltó una jadeo y susurró el nombre
de Tristán. Sin apartar la atención de Kat, él se deshizo de los broches y al
instante dos preciosas tetas desnudas, coronadas por pezones rosáceos y
areolas más oscuras, quedaron a su merced—. Dios, Kat, eres exquisita —
murmuró, antes de inclinarse para tomar uno de esos picos deliciosos entre
sus labios, paladeándolo con la lengua, para después succionarlo.
Kathleen enterró los dedos entre los cabellos de Tristán, echó la cabeza
hacia atrás, mientras se deleitaba con la forma en que le chupaba los
pechos. Él le recorría los contornos con la lengua, los amasaba con las
manos, jugueteaba con ellos, atormentaba sus pezones con los pulgares,
hasta que dolían, entonces los lamía calmando la sensación y potenciándola
al mismo tiempo. La boca de Tristán era caliente, insistente, conocedora y
sensual.
—Tristán, necesito que me toques… más… —murmuró.
Él consideraba que cualquier mujer con la que hubiera estado antes
palidecía en comparación con esta hermosa criatura, receptiva y voluptuosa,
que tenía ante él. Podría convertirse en un adicto a esos pechos y a su
dueña. Un terrible peligro.
—Lo sé, hermosa —replicó besándole los labios—. Quiero verte, Kat.
—¿Me dejarás verte también? —preguntó desabrochándole la camisa, al
tiempo que él tan solo la observaba y la dejaba hacer.
Él se quitó los zapatos, Kat se sacó las botas, mientras su exploración
femenina continuaba hasta dejarlo en boxers. Cuando ella quiso tocar el
miembro viril, Tristán hizo una negación agarrándole la mano y besándole
los nudillos.
—Hoy es para ti —dijo Tristán con voz ronca.
Iba a enloquecer por lo que estaba haciendo, pero esta noche no se
trataba de él. No quería que quedara como una experiencia más para ella, en
especial si otras relaciones de Kathleen habían sido apresuradas por la
torpeza de sus amantes. Lo anterior lo cabreaba, pero por ahora iba a
ignorar esa rabia causada por el hecho de saber que hubo otros que tuvieron
el privilegio de estar con ella.
—¿Por qué? —preguntó contemplando los abdominales definidos, la
firmeza de los músculos de Tristán, la evidente y gruesa erección que ella
quería tocar, las piernas evidentemente ejercitadas con disciplina. Hizo un
gran esfuerzo por no quedarse boquiabierta—. Es justo que sea mutuo ¿no?
Él le besó el cuello y aspiró su aroma.
—Sí, pero es más justo si tú lo disfrutas primero —le hizo un guiño,
mientras empezaba a desnudarla, al hacerlo iba besando cada trozo de piel
que quedaba expuesta, después la tomó en volandas y la acostó sobre el
colchón. La dejó en bragas—. Ahora, señorita Stegal, solo tienes que sentir
y gemir.
Ella dejó escapar el aire y se apoyó sobre los codos. En un inicio pensó
que podría sentir vergüenza de estar tan expuesta físicamente ante otro ser
humano, un hombre que la atrayera tanto o con el que le interesara explorar
el sexo, sin embargo, con Tristán se sentía tan deseada que su autoconfianza
se reforzó.
—¿Es una orden? —preguntó ladeando la cabeza y con el movimiento
sus cabellos lacios se agitaron. Los ojos de Tristán relampaguearon.
—Por ahora considéralo una petición, porque a partir de este momento
te vas a olvidar de cualquier otro hombre que haya osado tocarte antes que
yo.
Kat fue a replicar para aclararle que no había otros, pero su intención se
desvaneció cuando él la cubrió con su cuerpo y la besó largamente. Lo
rodeó con los brazos, pero, poco a poco, Tristán empezó a descender por su
cuerpo. Lo sintió sonreír contra su piel, mientras le acariciaban el torso con
las manos; jugueteaba con sus pezones y ella gemió arqueando la espalda.
—¿Podrías correrte conmigo solo chupando y acariciando tus pechos?
—le preguntó Tristán con voz ronca.
—No lo sé… —murmuró excitada.
Él tan solo hizo un asentimiento, continuó descendiendo y dejando
besos en el camino, hasta que llegó a las bragas. Solo en ese instante elevó
la mirada, como si estuviera pidiéndole permiso de desnudarla por
completo. Ansiosa por continuar conociendo más sensaciones en su cuerpo,
ella asintió.
Lo siguiente que Kat supo fue que el aire cálido del camarote acarició su
sexo desnudo, mientras Tristán le separaba los muslos. La abrió totalmente
para él, la contempló con avidez y anhelo descarnado.
—Tristán ¿qué haces? —preguntó en un tono inseguro y que él asoció a
la anticipación del momento.
—Te voy a dar placer, Kathleen, mucho —dijo mirándola a ella primero
y después los labios íntimos, húmedos. Aspiró su esencia y no pudo
contenerse más tiempo—. Dime si quieres que me detenga ahora mismo…
—No te atrevas, Tristán, no te atrevas —jadeó. Al instante, la boca de él
cubrió su vagina inflamada de deseo.
Ella quería más de esa lengua, lo quería todo. Jamás creyó que recibir
sexo oral fuese algo tan increíble, pero la forma en que Tristán lamía sus
labios íntimos la tenía al borde del orgasmo; la mordisqueaba con cautela,
pero con determinación; la chupaba con ansias y luego soplaba un poco de
aire haciéndola temblar para luego volver a darle el calor de su lengua. Kat
se aferró con fuerza a las sábanas.
—Me fascina tu sabor —jadeó Tristán, absolutamente concentrado en
devorar esa deliciosa cavidad que tanto placer prodigaba y era capaz de
recibir. Extendió la mano para agarrarle un pecho y pellizcarle el pezón.
Ella gritó de gusto, removiéndose sobre la sábana, y también moviendo la
pelvis pidiéndole sin palabras más placer.
—Por favor… Tristán… —gimió pidiendo algo que quería, pero no
tenía idea de cómo exigir que fuese inmediato—. Yo…
—Lo sé —dijo él, introduciendo un dedo con suavidad en el canal
delicado, entrando y saliendo de ella, sin dejar de lamer y succionar con su
lengua—. Córrete, preciosura —expresó con voz grave y al instante
Kathleen explotó de placer.
 Kat sintió cómo su cuerpo vibraba una y otra vez; oleada tras oleada.
No se dejó ni un gemido ni un jadeo de lado. Lo expresó todo con la misma
libertad con la que hablaba y sentía, vivamente. Su cuerpo estaba saciado y
a la vez quería más. Se sentía exultante; esbozó una sonrisa y mantuvo los
ojos cerrados un instante.
Al cabo de unos segundos, el peso de Tristán estuvo sobre ella de nuevo.
—Hola, Kathleen —dijo él en un tono que casi parecía de dolor.
—Tú no has… —murmuró mirando que Tristán continuaba llevando el
bóxer y una gruesa evidencia de que no había tenido alivio—. ¿Puedes
dejarme intentar darte el mismo placer? —preguntó con súbita timidez,
porque era un terreno desconocido, pero siempre tenía que existir una
primera vez. Como ahora, para ella.
Él la besó, haciéndola consciente de su propio sabor; lejos de sentir
repulsión, Kat recibió el beso con impaciencia. La mezcla de sus bocas fue
una locura y estuvieron un largo rato besándose. Tristán cambió el ritmo de
sus besos poco a poco, volviéndolos más calmados, para así apaciguar su
ardiente deseo no satisfecho.
Claro, esto último era bastante complicado cuando la voluptuosa mujer
que estaba bajo su cuerpo lo estaba tocando y movía las caderas generando
fricción con su pene. Estaba seguro de que, si continuaba en esa posición,
iba a eyacular dentro del bóxer y eso sería terrible para alguien que ni se
contenía para tener placer, ni se había corrido en la ropa interior desde que
tenía al menos doce o trece años.
—Me matarías, la verdad —dijo apartándose de ella con suavidad—. No
soy altruista en el sexo, Kathleen, pero esta noche se trataba solo de ti.
Ella dejó escapar una risa suave meneando la cabeza. No consideraba
que el sexo pudiera tener una pizca de altruismo, porque al fin y al cabo
cualquier movimiento estaba encaminado a una finalidad: placer. El placer
podía ser concebido de diferentes maneras, dar o recibir o solo dar porque
eso ya era recibir al provocarlo. Kat no era versada en lo anterior y sus
pensamientos eran más bien reflexiones o conclusiones de todos los libros
que se leía. La práctica, una vez más, jamás podría compararse a la teoría.
Lo acababa de verificar, porque ninguna descripción sería capaz de hacer
justicia al deleite que había provocado en ella ese orgasmo.
Él la ayudó a levantarse de la cama del camarote y le empezó a pasar
una a una las piezas de ropa. «Existe más intimidad en vestirse frente a un
hombre que en desnudarse», pensó Kat. Después, Tristán se vistió también
y le dijo que el baño estaba disponible por si lo necesitaba. Ella le pidió que
fuese él primero.
Cuando Kathleen entró al baño, ella usó ese momento para mirarse al
espejo: sus ojos estaban brillante, las mejillas sonrosadas, sus labios
inflamados y el cabello hecho un desastre. ¿Sería la misma sensación
cuando Tristán penetrara su cuerpo?
—Tristán, quizá no tenga tanta experiencia como tú —dijo ella cuando
él le pidió que lo acompañara al cuarto de control para poner rumbo al
muelle—, pero quería conocer cómo sería darte el mismo goce que me diste
tú esta noche.
Él soltó una risa de incredulidad. Kathleen lo sorprendía a cada instante.
—Quizá, más adelante, podamos cambiar la dinámica. ¿Qué te parece la
sugerencia? —preguntó, mientras miraba el pequeño panel digital y
empezaban a moverse sobre las aguas calmadas de la noche.
—Quizá yo tampoco sea altruista y prefiera que solo me complazcas a
mí —replicó con una renovada sensación de feminidad.
Tristán soltó una carcajada y la besó con suavidad.
 
***
Cuando estuvo acostado en su cama tamaño Alaskan King, mientras la
lluvia caía en Seattle, Tristán revisó los mensajes pendientes de la oficina.
Ya era la una de la madrugada. No podía dejar para el lunes o cualquier otro
día la resolución de pedidos urgentes, porque la compañía siempre tenía
varias obras en curso. El negocio era competitivo y al ser ahora el CEO,
además de investigar a fondo las gestiones de su padre, para crear un plan
coherente de trabajo, tenía que priorizar.
Por otra parte, Peyton lo había llamado varias veces en los días
posteriores a la fiesta. Tristán supuso que querría retomar el acuerdo sexual
y por eso la ignoró. No solía ser grosero, porque su examante también era
en parte una amiga, pero simplemente no le apetecía hablar con ella. Su
atención estaba en otra mujer, en afianzarse como CEO, además de trabajar
para cumplir su más grande ambición a largo plazo: abrir una nueva
sucursal de Barnett Holdings en Oregon.
Tristán abrió el correo del gerente financiero, Arnold Colbert, a quien le
había solicitado el informe detallado del estado de la compañía. Cuando
empezó a leer el documento soltó una maldición y, a medida que avanzaba
la lectura, aumentaba su cabreo y agobio. No eran en absoluto buenas
noticias. La situación económica de Barnett Holdings era peor de lo que le
había dicho su abuelo.
Necesitaba encontrar una solución urgentemente o su empresa y todas
las familias que dependían de ella empezarían a sufrir las consecuencias del
agujero económico que había creado Byron. Los préstamos a terceros, los
exhorbitantes costos de viáticos, el despilfarro en cenas de negocios,
contrataciones innecesarias y la mala gestión de cobranzas, eran ahora un
severo problema.
«No puedo ni voy a defraudar a mi abuelo».
Solo Tristán podía resolver este caos, sin préstamos bancarios y sin
utilizar la herencia de Faye, caso contrario Mason aplicaría la cláusula de
entregar el legado familiar a un CEO externo si, en tres meses, no existía
una solución. Tristán sabía que, en realidad, no tenía tanto tiempo. «Serán
unas semanas de mierda».
CAPÍTULO 8
 

 
 
Después de la increíble noche en altamar, Kat y Tristán volvieron a
verse varias veces, pero de manera breve y no con el tiempo suficiente para
disfrutarse sin prisas. Ella estaba estudiando para sus exámenes finales y él
intentaba salvar la compañía del hoyo económico creado por Byron. Tristán
analizaba todas las posibilidades para generar recortes de presupuesto que
no afectaran los salarios ni incurriesen en despidos, sin embargo, cada día
parecía menos posible cumplir con la meta trazada. Él era el primero en
llegar a la compañía y el último en marcharse. Lo usual.
A pesar del escaso tiempo para su vida personal, Tristán no quería que la
primera vez que tuviera sexo con Kathleen fuese con el reloj marcando los
segundos disponibles. Sin embargo, en cada una de esas salidas, que sabían
a poco, Tristán se las ingeniaba para enloquecer a Kat. Le devoraba la boca,
le besaba los pechos, succionaba sus pezones tal como había aprendido que
le gustaba y le acariaba el sexo con los dedos, hasta que ella gemía de
placer.
Por supuesto, solía terminar frustrado, porque no faltaba la llamada de la
oficina que los interrumpiese y él tenía que acortar los treinta o cuarenta
minutos con Kat para ir a alguna junta empresarial o visitar obras de
construcción. No recordaba haberse masturbado tanto como en las últimas
semanas pensando en la tentación de cabellos oscuros. Después de sus citas,
con la adrenalina sin aliviar a rebosar, vertía toda esa energía en trabajar
hasta el agotamiento.
Uno de los aspectos que más le gustaban de Kathleen, no solo era su
sentido del humor y audacia, sino esa mezcla sutil de inocencia y
sensualidad. Ella no tenía ningún temor en replicar u opinar cuando no
estaba de acuerdo con él. No lo trataba como harían otras personas por el
hecho de ser millonario y un Barnett: complacientes y dóciles. Ella era
decidida y cuando se empecinaba en algo iba a por ello.
Lo anterior lo había comprobado cuatro días atrás cuando estaban a
punto de bajar del coche para caminar por el Arboreto de Washington Park,
pero Kathleen decidió revertir la tortura que él le había aplicado.
—¿No quieres recorrer el parque, nena? —le había preguntado cuando
Kat volvió a poner los seguros en las puertas, después de apartar el cinturón
de seguridad e hizo lo mismo con el de él. Los últimos rayos de sol estaban
mezclado con ligeros nubarrones para indicar que pronto daría paso la
noche en la ciudad.
Ella le había sonreído como una gata que sabía que su presa no tenía
escape. La presa, por supuesto, era él mismo. El cambio de papeles le había
parecido novedoso, pues generalmente era Tristán quien solía mantener el
dominio.
—Lo he recorrido otras veces y podemos volver otro día. Sin embargo,
creo que ya he dejado que lleves el mando suficiente tiempo ¿no te parece,
Tristán? —lo había mirado con un brillo lujurioso en la mirada.
—Kathleen…
—Quiero probarte con mi boca —había dicho en tono gutural
empujándolo ligeramente con la mano para que él moviera el asiento hacia
atrás. No era imbécil ni masoquista y la idea de esos labios seductores en su
pene era una sugerencia imposible de negar—. Muéstrame —le había
pedido, pero en realidad sus manos ya estaban quitándole la chaqueta del
traje, removiéndole el cinturón y él la ayudó con el pantalón y luego el
bóxer, hasta que la erección surgió en plena gloria—. Eres impresionante…
Wow, Tristán yo… —había murmurado rodeándole la base con la mano y
acariciándolo de arriba abajo. Estuvo a punto de detenerla, pero ese era su
juego y él ya había tenido su parte. Le tocaba a ella tomar explorar más—.
Me encanta…
—Dios, Kathleen —había gruñido de gusto cuando esa boca empezó a
lamerle el glande. Lo hizo con indecisión, pero no se detuvo—. Sí, así,
nena… Joder…
Las manos de Kat le habían acariciado los testículos con suavidad al
tiempo que le exploraba la gruesa longitud. Sin embargo, había sido esa
boca que chupaba, lamía y mordisqueaba sin lastimar, la que lo hizo perder
la razón. Ella parecía estar experimentando qué clase de movimientos lo
excitaban y gustaban más; él la había animado diciéndole verbalmente el
ritmo. Kathleen había empezado a bajar y subir la cabeza a medida que
aumentaba la succión; sus lametazos eran puro fuego. Los sonidos que
había hecho de gusto, dándole placer, habían sido su perdición.
—¿Te gusta…? —le había preguntado cuando él estaba tan ciego de
placer que sus neuronas quisieron rebelarse a unir palabras y formar una
frase coherente.
—Me encanta, Kathleen… Si sigues así voy a eyacular en tu boca...
Estás a tiempo de apartarte si no quieres que eso ocurra…
En lugar de desanimarla, el comentario había logrado que arremetiera
con más pasión en sus caricias. Los dedos recorrían su grosor tratando de
abarcarlo todo, algo complicado. Sin embargo, habían sido esos labios
pecaminosos los que aniquilaron el último sentido de control en él. Tristán
había enterrado sus dedos entre los cabellos de Kat, afianzando su agarre,
cuando el orgasmo barrió su último vestigio de conciencia, mientras ella
succionaba su simiente, hasta la última gota.
Este era el sexo oral más erótico que había recibido en años.
Al cabo de unos segundos, ella se había lamido la boca mirándolo,
expectante.
—Nunca le había hecho esto a otro hombre… —había murmurado,
mientras él la sentaba en su regazo para besarla, después de haberse subido
los pantalones. El comentario le había provocado una euforia aún mayor—.
No sabía cómo…
—Me siento privilegiado, gracias —había interrumpido, acariciándole la
mejilla—. Me has dado tanto placer que necesitaré unos momentos
adicionales para recuperar la razón —había sonreído—. Ahora esperemos
que las cámaras del parque no nos hayan captado y nos denuncien por
comportamiento indebido.
Ella había soltado una carcajada, acurrucándose contra él.
  Después de ese ocaso, todo pareció complicarse. A pesar de que
hablaban cada día, él tuvo que hacer un viaje a British Columbia, Canadá, y
otro a San Francisco, California, para atender galas de premiaciones
corporativas, convocadas meses atrás. Esa clase de actividades ahora eran
parte de su rol de CEO, aunque podía delegar, sería una pésima movida
estratégica no empezar a marcar su espacio y su presencia con otros
empresarios. Resultaba indispensable hacer vida social, porque al ser su
ámbito de trabajo la construcción, las posibilidades de engachar clientes y
proyectos era amplísima. Los viajes implicaron una semana completa sin
ver a Kathleen.
Ella había empezado a hacerse un espacio en su corazón sin
proponérselo, con su sonrisa, picardía y arranques de espontaneidad. No
sabía en qué instante ocurrió, aunque tampoco tenía idea de cómo manejar
la situación. Estaba en un posición complicada para asimilar sus
sentimientos y todavía más para pensar en analizarlos.
Cuando regresó a Seattle de esos viajes, las malas noticias empezaron a
llegar. El presupuesto continuaba siendo insuficiente para afrontar los retos,
algunos empleados renunciaron, Byron insistía en retomar el cargo y pedía
al directorio que votaran en contra de la gestión de Tristán. Caleb subía a la
oficina regularmente para exigirle que le diera un mejor cargo y le subiera
el salario, porque lo que estaba recibiendo no le parecía suficiente para su
ritmo de vida. Margie le quería presentar a las hijas de sus amigas para que
se casara pronto. Agatha, que había dejado de trabajar temporalmente como
recepcionista en la compañía para enfocarse en el final de la secundaria y el
inicio de la universidad, le preguntaba por qué casi ya no hablaba con ella y
Tristán tan solo le respondía que iba liado con el trabajo.
El momento más tenso fue una tarde en que pasó a visitar a Mason. Su
abuelo le recordó que iba contra reloj. “Sé que puedes encontrar el modo de
salvar la situación, querido muchacho. Quizá estás un poco sobrepasado de
trabajo, pero sé que lograrás girar las tornas. Para tomar buenas decisiones
necesitas tener la cabeza fría y las emociones al margen”, le había dicho con
una palmada en el hombro.
Ahora, sentado detrás de su gigantesco escritorio y observando en la
pantalla la lista de proyectos fallidos, licitaciones perdidas, estaba confuso y
frustrado. Llevaba un mes tratando de arreglar toda esa mierda que había
dejado Byron. Incluso había creado un equipo especial de analistas
financieros, pero la única respuesta que tenían era sugerirle hacer un
préstamo o cancelar proyectos en curso.
—Knock, knock —dijo una voz femenina, que él conocía muy bien,
desde el umbral de la puerta de su oficina—. He decidido venir, ya que
ignoras mis llamadas.
Eran las nueve de la noche y él había quedado con Kathleen a cenar,
aunque no estaba seguro de llegar a tiempo. Virginia ya sabía de la relación
de ambos, porque Kat había decidido decírselo días atrás. Él era lo
suficientemente adulto para enfrentar a cualquier persona, familia o no,
aunque entendía si Kathleen necesitaba más tiempo o espacio. De hecho,
ella estaba tratando de hallar el momento adecuado para hablar con Agatha,
porque el lazo entre las dos era importante.
Tristán se temía que esta noche tendría que postergar la cena, por
primera vez.
A veces, él llegaba retrasado, pero no fallaba a sus citas con ella.
Siempre le obsequiaba flores, ahora que sabía que le gustaban y claro, un
detalle que era la debilidad de Kathleen, clásicos de la literatura griega en
diferentes ediciones e idiomas. No creía posible pasar un solo día más sin
hacer el amor con ella. Necesitaba encontrar el tiempo, porque la tortura
que había estado fraguando para enloquecerla, se había revertido contra él.
Entre los dos no existían etiquetas de si eran una pareja o dos amantes o
amigos con derechos de exclusividad. Tristán estaba demasiado agotado
para incluir más dilemas a su lista de pendientes por resolver. De lo que sí
tenía certeza era que Kathleen estaba dejando una huella imborrable en él.
Se pasó los dedos entre los cabellos y apartó la mirada del ordenador.
El cabello rubio de Peyton estaba suelto en ondas suaves, llevaba
pantalones y una blusa fucsia que destacaba la cintura fina. Los tacones la
hacían más estilizada. Ciertamente, pertenecía a los catálogos de belleza y
anuncios publicitarios. Catálogos que a él no le interesarían en absoluto,
porque estaba prendado de otra mujer.
—Peyton, creía que no responderte era un mensaje claro —soltó una
exhalación y apoyó los brazos sobre la superficie de vidrio—. He estado
muy ocupado —expresó y le hizo un gesto con la mano para que se sentara.
No era patán—. Imagino que Ansel te dejó subir, porque el equipo de
seguridad del edificio sabe muy bien que pasadas las ocho de la noche nadie
entra sin anunciarse. —Comprobó el teléfono de escritorio. Lo había dejado
en silencio. Sí que había dos llamadas de la extensión del jefe de seguridad.
Se tragó una maldición—. Salvo que el CEO esté demasiado sobrepasado
de trabajo que olvide activar el sonido.
Peyton soltó una risa suave y meneó la cabeza.
—Lo que quiero decirte es muy importante —dijo en un tono cauto—.
Sin embargo, ya que te veo tan agobiado no puedo dejar de preguntar
primero a qué se debe. Porque inclusive tu expresión, usualmente más
serena y distante, está tensa.
Él se recostó contra el respaldo de su silla de cuero.
Estaba saturado. No dormía bien. Los contratos empresariales que
empezaba a negociar tardarían al menos dos semanas en concretarse, si es
que no había cambios de último momento. Ya era una suerte no caer en
números rojos. Además, sus planes de expansión hacia el Estado de Oregon
seguirían estancados un largo tiempo.
A pesar de todo el jodido esfuerzo, no veía resultados. Empezaba a
cuestionarse su idoneidad para el cargo, aunque sabía que era el fantasma
de la voz de desaprobación constante de Byron haciendo mella en él. Le
quedaban pocas semanas para que se cumpliera el plazo que había
establecido su abuelo.
La posibilidad del fracaso, le parecía inconcebible. Además, Tristán
tenía un factor que jugaba en su contra y era su dislexia. Él seguía
batallando con esa condición, pero se había entrenado con herramientas y
tutores a lo largo de su vida para domarla, así que detestaba que, cuando lo
que necesitaba era concentrarse más y ser más rápido, su cerebro le hacía
malas pasadas que lo hacían invertir el doble de tiempo.
—Temas de financiación que intento resolver sin éxito —replicó,
torciendo el gesto con enfado por dejar salir su frustración con Peyton. Lo
que menos hubiera esperado era ver que su examante, ante la respuesta,
esbozar una amplia sonrisa como si le hubiese contado una noticia
magnífica—. ¿Dije algo optimista y me lo perdí?
Ella hizo una negación y soltó el aire que estaba conteniendo.
—Me alegro de haberte preguntado qué te pasaba, porque hace un poco
menos difícil el motivo de mi presencia aquí. —Él encarcó una ceja—. Tal
vez, Tristán, tengas la solución perfecta frente a ti —dijo extendiendo una
carpeta color azul, que había llevado consigo, sobre el escritorio—. Lo que
quería comentarte hace semanas es que necesito tu ayuda. Sé que no tienes
interés en atarte emocionalmente a nadie a largo plazo, menos a nuestra
edad, y que te gusta tu vida de soltero tal como la llevas. Fue por eso que
nuestro acuerdo siempre funcionó muy bien.
—Debe ser mi falta de sueño, pero no entiendo un bledo —contestó.
—En esa carpeta está el estimado de la fortuna que poseo, gracias a los
contratos con marcas importantes de lencería y maquillaje. Además, consta
el monto que mi padre me devolvería si abandono mi carrera de modelo y
me dedico a hacer algo “más respetable”, es decir, me quitaría el estigma de
estar desheredada.
Tristán vio la cantidad. Alrededor de dos millones de dólares eran de
ella. Gervais tenía retenidos siete millones y una casa de verano en Lake
Tahoe.
—Tú jamás has querido abandonar tu carrera de modelo, Peyton, porque
el dinero te da igual. ¿Cómo crees que puedo ayudarte con Gervais?
¿Quieres que te recomiende abogados que busquen vías de apelar a la razón
legal con tu padre? ¿Un mánager financiero? Porque, créeme, estos últimos
abundan en Barnett Holdings —dijo con aburrimiento en su voz.
Ella hizo una negación.
—Jamás he querido abandonar mi carrera, pero ahora es distinto. Si algo
me llegase a ocurrir, entonces mi fortuna pasaría a manos de mi padre. No
quiero que eso ocurra. Aunque deje estipulado que se done el dinero a una
fundación, él tiene muchas formas de jugar con la ley y quedarse con todo.
Tú eres la única persona en quien siento que puedo confiar. No tengo
amigos sinceros y mis supuestas amigas tan solo quieren reemplazarme en
la pasarela o quedarse con mis contratos —dijo con una mueca—. Así que,
ahora que mencionas que tienes asuntos de financiamiento que resolver,
creo que mi idea inicial de pedirte protección tiene más sentido.
Tristán se pasó la mano sobre el rostro.
—Nada de lo que dices tiene sentido para mí en estos instantes, Peyton
—dijo casi enfadado—. Creo que es mejor que te vayas —hizo amago de
levantarse, pero ella dejó rodar una lágrima que lo detuvo al instante—.
¿Por qué demonios estás haciendo este teatro, Peyton? Habla claro —
exigió.
Peyton apretó los labios y se limpió la mejilla.
—Tristán, lo que ha cambiado es que me detectaron hace dos meses
cáncer de mama en estado 4. Mi tiempo de vida es máximo de tres años.
Él la miró con asombro y se quedó en silencio. Meneó la cabeza.
—Mierda, Peyton, lo siento… Me apena muchísimo lo que me cuentas.
—No quiero la pena de nadie —dijo recuperando la serenidad—. Quiero
luchar, aunque los doctores no me dan tan buen pronóstico, porque hay
indicios de cáncer en mi otra mama. Por eso quiero tu ayuda. No tengo
verdaderos amigos y estoy sola, soy hija única. Tristán, tú siempre has
tenido las cosas claras conmigo y yo también contigo. No nos engañamos ni
tenemos falsas pretensiones. Confío en ti.
Tristán hizo un leve asentimiento.
—¿Cómo puedo ayudarte? —preguntó desconcertado—. Mi familia y tu
padre, Gervais, tienen conexiones similares y acceso a los mejores médicos.
—A cambio de que heredes todo mi dinero, incluída la herencia de mi
padre, porque renunciaré a mi carrera de modelo por obligación más no por
voluntad o convicción, te pido que me acompañes durante mi
convalecencia.
—No necesito dinero para eso, por Dios. Aunque estoy a rebosar de
trabajo, claro, Peyton, haré lo que pueda para acompañarte a tus
quimioterapias o…
—No, Tristán —interrumpió—. Ayúdame, casándote conmigo.
Él se quedó de piedra. Atónito y consternado por esta conversación.
—¿Qué dices, Peyton? Simplemente, no.
—No tendrías ningún compromiso emocional ni de fidelidad ni nada
conmigo, tal como ha sido siempre, tan solo cambiaría a un estatus legal.
Solo quiero asegurarme de tener un amigo a mi lado y me da igual si eso
implica esta locura —interrumpió en tono casi desesperado que él jamás
había escuchado—. Tristán, apenas firmemos los papeles todo el dinero es
tuyo, inmediatamente.
—Eres guapa y exitosa puedes encontrar a alguien —dijo totalmente
fuera de su zona de confort. La propuesta era descabellada.
Ella negó fervientemente.
—Tú eres la única persona que sé que cumplirá los términos sin intentar
hacerme una jugarreta. Tienes el poder, el dinero y el nombre. Me sentiría
segura contigo en ese aspecto. No quiero que mi padre se quede con nada
que no sea de él, pero sí pretendo que me entregue los millones que
merezco por haber soportado sus humillaciones y malos tratos por años. —
Él tan solo la miró con incredulidad—. La única condición sería que,
mientras yo esté viva, se mantenga solo entre los dos la verdadera razón del
enlace y seas mi esposo hasta el día en que… Hasta el final. Esa es la
protección de tu nombre que pido, la ayuda. A cambio te entrego mi
fortuna, porque no estoy segura de que logre disfrutarla como tenía
planeado. Es una transacción de negocios —dijo con solemnidad—.
¿Aceptas este acuerdo?
 
***
 
Kat, a medida que pasaban los días, empezaba a sentirse más segura con
Tristán. Quizá había caído en la trampa de la que sus amigas decían que era
difícil escapar e imposible de evitar sucumbir: el amor. «Pero ¿era en
verdad amor? ¿Estaba enamorada de Tristán? ¿Y qué pasaba si la respuesta
a esas preguntas era afirmativa, y él no sentía algo similar por ella?», se
preguntó con inquietud.
Él era encantador, atento y sus caricias la deleitaban. Las experiencias
que habían tenido juntos habían despertado sus sentidos en una forma
impresionante. Su cuerpo se sentía más vivo, anhelante y consciente del
éxtasis que era capaz de recibir. Jamás se sintió tan mimada y deseada por
alguien del sexo opuesto.
No solo eso, sino que cuando ella le hablaba de su intención de
convertirse en editora de un periódico, él la animaba. Inclusive, le dijo que
su familia tenía contactos en la prensa londinense y quizá por esa vía podría
enviar su candidatura para que hiciera las pasantías en la BBC. Kat se había
lanzado a sus brazos, agradeciéndole por la oferta, pero le dijo que solo
aceptaría ayuda si su vida colapsaba a tal punto que no fuese capaz de
actuar con coherencia por sí sola.
Kat había aprendido muy gustosa lo entretenido que podía ser seguir
órdenes de Tristán si estas incluían que ella se desnudara y se tocara como
él se lo decía, durante las videollamadas nocturnas, cuando no lograban
verse, tal como había suedido los últimos dos días. No se quejaba, pero
echaba en falta verlo y besarlo.
Esta noche iría al penthouse de Tristán, pero ya no de visita para cenar.
Él le había pedido que pasara la noche a su lado. Ella sabía que sería un
momento especial, así como un punto de no retorno para ambos. Lo que iba
a pasar estaba claro. No más citas a medias, no más provocaciones ni
momentos robados.
Días atrás, a ella le pareció que fue lo más honesto decirle a su madre
que el chico con el que llevaba semanas viéndose era Tristán. Lo hizo,
porque le parecía ridículo ocultarle algo así más tiempo, porque le daría
más libertad con él. Además, era imposible ocultar su sonrisa idiota en casa
cuando veía que era él quien la llamaba. Su madre era suspicaz y seguro lo
habría descifrado, porque un Bentley o un Range Rover o un Porsche eran
imposibles de pasar desapercibidos por más de que Virginia estuviera
distraída, en algún momento los habría pillado bajo el edificio.
Kat ya había rendido sus exámenes finales, lo había festejado con sus
compañeros de clase y también invitó a Agatha. Se sentía eufórica y ahora
tan solo esperaba la ceremonia de graduación y, claro, el baile. Quería que
Tristán estuviera con ella, en ambas ocasiones, así que no podía decirle a su
madre que él, por simple designio del destino, había decidido aparecerse en
la sesión solemne.
—Así que has preferido mantenerte callada, porque pensabas que podría
perder mi empleo si la señora Margie se entera que estás saliendo con su
hijo ¿fue así? —le había preguntado Virginia, en la mesa de la cocina,
mientras cenaban.
—Sí, mamá. Sé que es un riesgo…
—Kat —había interrumpido—, si Margie me despide, entonces necesita
encontrar un motivo lo suficientemente fuerte para hacerlo. Que su hijo esté
saliendo con mi hija no es argumento en ningún tribunal. ¿Acaso el amor ha
nublado tu visión? —le había preguntado dándole un beso en la mejilla.
—No, mamá, pero sé que ella quiere que Tristán esté con alguien de su
mismo círculo social y que comparta millones, no que los obtenga de él.
—Eso es lo que ella quiere ¿qué es lo que Tristán quiere, Kat, y qué es
lo que tú quieres de verdad? Esas son las preguntas que debes hacerte. El
resto, pues son asuntos de la vida que tienen solución.
—Tengo miedo de no ser correspondida… Lo quiero, mamá —había
susurrado—. Él ya dejó de traer a colación que me lleva siete años de
diferencia, pero a veces, solo a veces, siento que su vida y la mía son tan
diferentes. Sin embargo, la idea de no volver a verlo me provoca una
angustia terrible en el pecho.
Virginia le había sonreído con cariño.
—Tu padre me llevaba ocho años. Disfruta lo que sea que estés viviendo
con él, pero procura no entregar tu corazón a toda máquina como es tu
estilo cuando algo te apasiona. El amor es hermoso, aunque hay que usar un
poquito la razón.
Ahora, sentada frente a su mejor amiga, en un local de bebidas
japonesas, Kat pensaba en que le quedaba una hora para llegar al penthouse
de Tristán. La perspectiva de pasar la noche juntos la emocionaba. Por otra
parte, a lo largo de ese rato con Agatha ideó varios argumentos para
sincerarse, pero ninguno le pareció oportuno. Las palabras parecían
atascarse en su garganta. Sabía que en algún momento tendría que zanjar
esa situación. ¿Cómo se disculpaba por romper una promesa?
—¡Hey, Tierra a Kat! —exclamó Agatha, al tiempo que chasqueaba los
dedos frente al rostro de su mejor amiga—. Aterrizaaa.
—Lo siento —murmuró con una sonrisa—. Me alegra que nos hayamos
podido encontrar, al fin. He estado ausente, pero ahora que terminé los
exámenes, pasé de curso, ¡yei!, pues mi agenda es menos complicada.
La chica de ojos verdes hizo un asentimiento, sonriendo.
—¿En qué estabas pensando hace un rato, eh? —preguntó—. Has
pasado distraída casi toda la noche. Cada vez que suena la alarma de
mensajes de tu teléfono tienes una sonrisa especial. Te conozco, así que
estoy segura de que estás hablando con algún chico —elevó ambas cejas al
mismo tiempo—. Debe ser importante, porque nunca antes había visto que
alguien conseguiera capturar tu atención de este modo. ¿Quién es…?
¡Follaste con Kiernan! ¡Eso es!
«Si supieras», pensó Kat con remordimiento.
—Shhh, Dios, Agatha. Qué vergüenza —dijo meneando la cabeza
cuando unos clientes las quedaron mirando—. No, no me he follado a
Kiernan. Por cierto, no me aceptaron en la Northwestern. Me queda esperar
la Universidad de Washington. No tienes idea lo estresada que eso me hace
sentir.
Agatha soltó una exhalación.
—El abuelo tiene amigos en la Northwestern, porque él es exalumno y
el bisabuelo también estudió allí, y nuestra empresa dona dinero a la de
Washington. ¿Quieres que hable con él para que interceda?
—No, claro que no, Agatha. Solo tengo que esperar un poco más y
cruzar los dedos, pero gracias por ser siempre tan linda conmigo. Te quiero
un montón —dijo mirando el reloj—. Quisiera quedarme más tiempo, pero
me tengo que marchar.
—Obvio que te quiero también, duh, eres mi mejor amiga, pero
cuéntame sobre este chico, porque estás saliendo con alguien ¿verdad?. —
Kat soltó una exhalación e hizo un asentimiento resignado, porque Agatha
era súper insistente cuando algo se le metía entre ceja y ceja—. ¡Lo sabía!
—exclamó riéndose—. No te puedes ir, eh. Ahora tienes que contarme
quién es y cuándo podemos salir en parejas con Gabriel. Sería increíble, la
primera vez que tenemos pareja al mismo tiempo.
Kat se terminó de beber el té de burbujas de matcha. Fue una suerte que
no se le hubiera atorado en la garganta ante el comentario de su amiga.
—No sé si pueda definirlo como pareja —dijo con inseguridad, porque
era cierto. Jamás lo habían hablado y ella no quería crear tensión. Quizá en
unos meses podría sacar el tema a colación, pues por el momento su
intuición la instaba a esperar. Al menos contaba con la certeza de que él no
estaba saliendo con otra mujer—. Te lo contaré después ¿vale? —sonrió.
—No, no se vale —hizo un puchero—. Llevamos apenas una hora
conversando, porque los otros días que pudimos vernos tú ya estabas con
otros planes. Imagino que con este chico ¿a que sí? —Kat asintió—. ¡Já!
Debes realmente estar enamorada, porque jamás en todos estos años te has
guardado información. —Kat tragó salvia—. Al menos dime ¿lo conoceré
pronto?
Kathleen se sintió fatal.
—Sí, Agatha, aunque antes de que interactúes con él, yo quiero hablarte
explicarte sobre mis motivos para haber decidido salir con él —dijo
tratando de utilizar palabras que no la hicieran sentir como una mala amiga.
—Está bien, pero más te vale que ningún detalle se te escape ¡me los
debes! Por esta vez, te doy carta blanca —replicó Agatha riéndose antes de
beber té. Kat esbozó una sonrisa leve—. Quédate una media hora más.
Veeenga, Kat, que pronto vienen otros amigos y también Gabriel.
—Mejor veámonos mañana ¿puedes? —preguntó, porque ya no podía
continuar postergando más su confesión—. Sin interrupciones.
—Oh, Diablos, mañana no puedo, porque saldré con mamá —replicó
con pesar—. Si ya tienes que marcharte, entonces te puedo echar un
aventón a donde sea que vayas. Les digo a mis amigos que me esperen un
rato. Voy contigo y regreso —dijo bajando el tono de voz con expresión
conspiratoria—, salvo que vayas a la casa de ese chico a hacer cosillas de
las que no me has hablado.
Kat, que estaba masticando un pedazo de yōkan, casi se atora.
—Dios, Agatha —murmuró, mientras su amiga soltaba una carcajada—.
Prometo que nos veremos pronto, si no es mañana, entonces el domingo
¿vale? El transporte no es problema para mí hoy, pero gracias por el
ofrecimiento —dijo, porque Ansel la estaba esperando dos calles más abajo.
No quería retrasarse más tiempo y tampoco dejar abierta la posibilidad
para que su amiga lograra sacarle información antes de estar preparada para
decírsela, en sus términos y con explicaciones. Agatha le dio un abrazo y
Kat se lo devolvió.
—Nos vemos pronto. ¡Pórtate muy mal si ves a tu noviooo! —exclamó
riéndose, mientras Kat tan solo meneó la cabeza saliendo del local. «Si
supieras».
CAPÍTULO 9
 
 
 
Apenas él abrió la puerta del penthouse, Kat se echó a sus brazos.
Tristán sonrió y la besó con pasión. Esta era la primera ocasión en que
estaban sin la presión de tener actividades por cumplir o en el caso de Kat,
turnos en el restaurante y exámenes finales de la secundaria, pues ya los
había terminado. La cabeza de Tristán era un remolino de conjeturas y
decisiones pendientes que podrían cambiar el rumbo de su vida, así como la
de otras personas, para siempre. Sin embargo, lo único que le interesaba en
este momento era Kathleen.
—Hoy, mi ama de llaves dejó una comida colombiana que se llama
bandejita paisa —dijo mientras servía los platos y luego se sentaba—.
Pruébala.
Kat estaba un poco nerviosa, además presentía que algo no iba bien con
Tristán. No podía descifrar de qué podría tratarse, pero su atención, aunque
la besara con la misma pasión de siempre, parecía en otro lugar. Ella no
quería arruinar el momento comentándolo, porque esta noche era para
disfrutar.
—Soy pésima cocinera, pero sé cuándo una comida es deliciosa —elevó
el tenedor con un poco del contenido del plato—, como ésta. ¡Mmm! —
masticó la comida y tragó—. Sé que de hambre no me he de morir. —
Tristán se rio—. ¿Qué pasó con el contrato que me dijiste que estabas
negociando? —preguntó en tono casual, porque le gustaba escucharlo
hablar de sus planes. La forma de expresarse de Tristán era elocuente. En
alguna manera ella lo admiraba, porque él había conseguido crearse una
reputación en su área profesional bastante importante.
Ella leía todas las secciones de los periódicos digitales y los físicos que
encontraba. En negocios, la compañía de la familia Barnett solía destacar.
En la parte social, sí, también había detalles, en especial de las juergas
alocadas de Caleb. A Tristán lo pillaban saliendo de reuniones en
restaurantes elegantes con hombres y mujeres por trabajo. La prensa social
parecía especialmente fascinaba por el mayor de los Barnett porque era más
distante o menos accesible que Caleb, a este último le daba igual si lo
pillaban borracho o en situaciones bochornosas a la salida de un bar.
—Lo empezaremos dentro de una semana —replicó sonriéndole—.
Creo que marcaremos una gran diferencia para esos adultos mayores al
renovar la residencia en la que viven y de paso contribuimos siendo menos
contaminantes con nuestros materiales. De hecho, Caleb es parte de este
proyecto porque el jefe de gestión de riesgos ambientales lo involucró, al
ser uno de los asistentes. No sé si deba confiar del todo en él, pero quiero
darle la oportundidad. Quizá entienda que no somos competencia y que
podemos trabajar, aunque no congeniemos del todo, para sacar adelante la
empresa, cada uno en su papel y con sus responsabilidades.
—Sí, quizá Caleb solo necesita retarse a sí mismo —sonrió.
—Cuéntame de ti, nena —dijo Tristán, mientras empezaban a poner a
funcionar el lava-vajillas—. Mis asuntos en la oficina son tediosos y
aburridos.
Ella le habló de los clientes exigentes y un poco bordes que tuvo que
atender la noche anterior en el restaurante. Le contó que, después de recibir
la carta de rechazo en Northwestern, ella seguía confiando en que recibiría
la beca para la Universidad de Washington. Mientras Kat le relataba sus
anhelos y sueños, él entendía cada vez más que, en este aspecto en
particular, la diferencia de edad sí marcaba un contraste importante. Sus
prioridades eran muy diferentes. Ella empezaba a soñar apenas con una vida
universitaria y, cuatro años después, empezar a abrirse un camino sólido
profesionalmente. Kat llevaba impregnada la ilusión de la inocencia sobre
la vida. Tristán ya había pasado esas etapas mucho tiempo atrás y le
parecían muy lejanas.
Él tenía a cargo un legado por mantener para futuras generaciones. Su
objetivo era más complicado: guiar un gigante de la construcción como
Barnett Holdings de un puerto seguro a otro sin hundir a la tripulación ante
los obstáculos. Su sueño era abrir una sucursal en la zona costera del Estado
de Oregon, en Manzanita Beach y Pacific Ocean Surf, porque amaba el mar
y había visitado varias veces esa área; le parecía perfecta para construir a
una escala más elitista que en Seattle. Le quedaban muchos años, pero su
rumbo ya estaba encaminado.
Emocionalmente, él no estaba listo para una relación a largo plazo. De
hecho, este asunto de la monogamia, cuando las ofertas de otras mujeres no
dejaban de llamar a su puerta, sí era una novedad en su rutina. La
posibilidad de alejarse de Kat, le sabía amarga. Por los gestos y expresiones
era consciente que ella sentía por él mucho más de lo que las palabras
podrían comunicar. No quería intentar averiguar más allá de sus sospechas,
porque eso lo obligaría a exponerse a sí mismo a un autoescrutinio.
—¿Cuándo es tu graduación, Kathleen? —preguntó.
La calefacción los acompañaba, porque abril seguía siendo algo frío.
—Los primeros días de mayo. Este año la decidieron adelantar, porque
somos menos estudiantes en la promoción. Me gustaría que vinieras
conmigo. Y como me dejaste sin pareja para el baile de graduación,
entonces estás condenado a bailar conmigo —dijo con una sonrisa optimista
—. Caso contrario, me tocará ir con mis amigas que no tienen pareja y
perderme la foto tradicional para el recuerdo.
Él se echó a reír y la abrazó de la cintura con una mano, apegándola
contra su cuerpo. Kathleen llevaba una falda negra y una blusa beis que
destacaba su silueta. Llevaba leggins negras y botas de tacón hasta el
tobillo. Una seductora.
—No puedo prometerte eso, cariño —dijo acariciándole la mejilla—.
Sabes que mis jornadas laborales son bastante largas. —Al notar la
expresión de decepción, agregó—: Kathleen, eres importante para mí, lo
sabes ¿verdad? —Ella hizo un breve asentimiento—. Te has colado bajo mi
piel como ninguna otra mujer en mi vida.
El corazón de Kat iba a mil por segundo. Esa confesión tan sencilla y
tan profunda al mismo tiempo, la conmovió. Él no era proclive a decir
palabras de afecto, pero su cuerpo era elocuente con ella. Cuando él la
tocaba, aunque fuese el gesto más inocente, todo su cuerpo parecía
encenderse. La cercanía de Tristán la fascinaba y en esos momentos, la
forma en que la quemaba con sus bellos ojos aguamarina, le provocaba un
cosquilleo en su zona sur. Lo deseaba.
—Tú también eres importante para mí... —susurró, mientras se colgaba
del cuello de Tristán atrayéndolo para besarlo. Sus bocas chocaron con
ardor y se perdieron en las sensaciones de sus sentidos. Kat quería mucho
más. No le interesaba ver series con él o dialogar de tonterías. Ella anhelaba
compartir su cuerpo y dejar volar sus deseos—. Muy importante.
—Te deseo, Kathleen —dijo mordiéndole el labio inferior. Ella gimió
contra su boca y le acarició la espalda con fuerza, como si no quisiera
dejarlo ir jamás—. No quiero más seducción y erotismo, si no estoy dentro
de ti.
Kat tragó saliva e hizo un asentimiento.
—Yo quiero lo mismo —dijo con suavidad. Ni bien terminó de hablar y
Tristán la agarró en volandas. Ella soltó un grito de sorpresa y se rio—. No
puedo conversar contigo si me estás llevando en brazos como si no tuviese
piernas.
Él sonrió, mientras avanzaban hasta la habitación. La dejó en medio del
inmenso espacio. Desde el ventanal amplio se veía la ciudad, una noche
soberbia.
Tristán no iba a apagar las luces, porque quería ver a Kathleen sin
restricciones cuando al fin estuviera en lo más profundo de su cuerpo;
cuando la memoria de ella no lograra registrar cualquier otro amante que
hubiera estado antes de él.
—No es conversar lo que quiero, cariño —le dijo al oído, mordiéndole
el lóbulo de la oreja. La sintió temblar. Él sonrió contra la piel suave.
—Lo sé… —susurró.
Tristán la empezó a desnudar poco a poco. Sus ojos se deleitaron con la
ropa interior de seda negra que acunaba a la perfección los exquisitos
pechos femeninos y hacían poco para cubrir el pubis. Kathleen había
llegado para enloquecerlo, así que él iba a devolverle ese estímulo a punta
de caricias y orgasmos.
Kat le quitó la ropa a Tristán y él terminó de hacer lo mismo con ella en
un mutuo frenesí. Las prendas volaron por doquier, mientras se besaban,
mordisqueaban y acariciaban. Cuando estuvieron desnudos frente al otro,
ella quiso besar el grueso y largo miembro, pero Tristán la detuvo haciendo
una negación con la cabeza.
—Creía que ya no habrían más juegos seductores —dijo Kat con
confianza.
La risa gutural de Tristán afloró.
—No, cariño, solo quiero admirarte completa —replicó, mientras le
acariciaba los pezones con los dedos. Después recorrió el vientre suave y
probó lo que escondían esos labios íntimos—. Kat, qué bella eres y estás tan
húmeda —dijo llevándose el dedo con el que la había tocado, a la boca—.
Quiero más de esto.
Kat lo miró con la boca ligeramente abierta.
Él la tomó de la nuca y empezó a besarla. La llevó a la cama y la cubrió
con su cuerpo. Kat le acarició la espalda. Ella movió las caderas tratando de
que el miembro viril, que se sentía cálido y duro contra su cuerpo, entrara
en su centro íntimo.
—No tienes paciencia —dijo Tristán en un tono ronco, mientras le
agarraba un pecho con la mano y succionaba el pezón. Ella arqueó la
espalda y soltó un gemido—, pero supongo que tenemos eso en común.
—Tristán —susurró en tono suplicante cuando la boca de él aplicó la
misma caricia al otro pecho—, sí, me gusta lo que haces conmigo…
Mucho…
La siguió besando con reverencia.
El cuerpo femenino estaba recubierto de piel de seda y ondulaciones
pecaminosas. Él quería ser un pecador sin redención en lo que se refería al
cuerpo de esta mujer. Tristán le abrió los pliegues íntimos y empezó a
tocarla con precisión. Estaba tan deliciosamente húmeda que su pene
vibraba. Mientras succionaba esos montes exquisitos coronados de pezones
erectos, la miraba a los ojos, podía notar cómo los ojos castaños parecían
más oscuros y llenos de lujuria. Las amantes de Tristán no solían lograr que
en él se removieran fibras emocionales, salvo que dichas emociones
estuvieran vinculadas solo a lo carnal y sexual. Este no era el caso.
La lengua de Tristán en sus pechos enloqueció a Kat y pronto estuvo
gimiendo por más, pero él, cuando ella estaba a punto de lograr el orgasmo,
se detuvo súbitamente y dejó de tocar los pliegues mojados con los dedos.
Kat soltó un gemido de frustración cuando lo vio apartarse, pero entendió
que no estaba deteniéndose del todo, sino para colocarse protección. Ella le
recorrió la erección con intensidad y se mordió el labio inferior, pues sabía
que él no iba a permitirle maniobrar por ahora.
¿El físico de Brad Pitt en la película Troya? Sí, Tristán era exactamente
así, pero con un rostro más bello, al menos para Kat. Él se arrodilló para
ubicar el miembro justo en la entrada de sus muslos que estaban separados.
No sentía vergüenza. No se sentía cohibida. Ella había imaginado esta
experiencia cientos de veces, pero ninguna hacía justicia a la realidad. Se
sentía como una mortal siendo reverenciada por un dios pagano con rostro
de Adonis.
—Tómame, Tristán —pidió extendiendo los brazos para que él se
acercara a ella y la besara—. Quiero esto tanto como tú...
—Quiero que recuerdes mi cuerpo en el tuyo. Solo el mío, Kathleen —
dijo en tono posesivo, al tiempo que posicionaba el glande abriendo los
labios húmedos superficialmente. Cuando estuvo listo se inclino hacia
adelante para besarla, pero sin entrar en ella aún—. ¿Está claro? —preguntó
lamiéndole el contorno de la areola.
Ella lo miró a los ojos con desnuda sinceridad.
—Solo tú… —murmuró, porque sabía que jamás podría olvidarlo.
Tristán, con una sola y potente embestida, penetró la carne de Kat. Sin
embargo, una vez que estuvo profundamente en ella, al sentirla tan estrecha
y por la mueca de dolor en su expresión, se detuvo por completo. Sus
manos estaban apoyadas a cada lado del cuerpo de ella y notaba cómo a Kat
le costaba respirar. No era placer, sino todo lo opuesto. «No puede ser».
Kathleen era virgen y él acababa de romper su barrera sin ningún tipo de
contemplaciones. Maldijo en silencio y salió brevemente.
Consternado por haberle causado dolor, él intentó apartarse por
completo. Sin embargo, Kat hizo una negación con la cabeza, le rodeó las
caderas con las piernas y lo instó a entrar de nuevo en ella. Controlando su
cuerpo al máximo, Tristán se quedó anclado en la cálida y humeda cavidad
que guardaba los secretos del placer y la vida. Quería que se acostumbrara a
su tamaño e invasión. Estaba sin palabras.
De hecho, a juzgar por la forma en que ella había respondido a sus
flirteos y la manera de responder a sus diálogos sensuales, él pensó que Kat
tenía experiencia. Esta situación lo tomaba por completo desprevenido. No
sabía por qué le había dado a él ese privilegio ni tampoco se creía
merecedor de ello. Al mismo tiempo se sentía exultante; como un hombre
que acababa de conquistar el planeta más lejano lleno de tesoros que solo
serían para él. ¿Súbitamente posesivo? Quizás.
—Kathleen —dijo en un tono torturado—, ¿por qué no me lo dijiste? —
preguntó besándola con suavidad—. Yo creía que ya habrías estado con
otros por la conversación que escuché en la fogata aquel viernes en la casa
de mis padres…
—Ah, el problema de escuchar y asumir —murmuró moviéndose
ligeramente para intentar acoplarse al ligero escozor entre sus muslos.
Él bajó la cabeza y la meneó en una negación lenta.
—Todas estas semanas quería que olvidaras a cualquiera que hubiera
estado contigo, pero he sido un imbécil, porque nos he estado torturando sin
cesar. —Ella esbozó una ligera sonrisa—. Pudiste haberme dicho que eras
virgen.
—Tu ego no necesita más alicientes —replicó, mientras él le besaba el
cuello, las mejillas y los labios—, y no hubieras querido seguir conmigo —
dijo al cabo de un instante con la voz llena de incertidumbre. Quería
moverse en búsqueda de aquella parte en la que el dolor y la incomodidad
eran reemplazados por el éxtasis.
Él meneó la cabeza con incredulidad.
—Imposible —dijo besándola—, eres una mujer extraordinaria. Le has
dado una luz diferente a mi existencia. Has conseguido que, en medio de
este caos que habito, pueda reír y tener una ilusión tan solo por la
perspectiva de verte.
Ella sintió el corazón ensancharse de algo muy claro: amor. Estaba
irrevocablemente enamorada de este hombre.
—Tristán —susurró—, no voy a romperme… —elevó las caderas—,
por favor. No te detengas más —lo atrajo para morderle la boca—, hazme el
amor.
—Me cautivas, Kathleen… —gruñó y empezó a moverse poco a poco,
con profundidad, abriéndola cada vez más para habituarla a su tamaño—. Y
no sé por qué decidiste darme este honor de ser el primero, pero me siento
privilegiado. Gracias.
Ella le acarició el rostro, sumergida en esa dulce locura sensual. Se
sentía segura entre esos brazos que la abrazaban de la cintura, mientras sus
caderas bailaban en un vaivén que sobrepasaba cualquier explicación. Le
acarició la espalda a Tristán con las uñas, aferrándose a su carne, sintiendo
cómo entraba y salía de su cuerpo.
—La respuesta es muy fácil… —dijo, pero antes de que pudiera
concluir su frase, él bajó la boca para besarla y barrer con sus sentidos. Él
se movía lentamente, enseñándole el ritmo y aprendiendo lo que ella quería.
—Estar dentro de ti es increíble, Kathleen…
—Más rápido, Tristán, más rápido —jadeó, sintiendo cómo él
redimensionaba su cuerpo, amoldándolo y transformándolo—. Oh, sí, eso
se siente muy bien… —dijo cuando él giró las caderas ligeramente.
Tristán la tocaba como si quisiera grabarse en la piel de ella y dejar que
Kathleen hiciera lo mismo con la suya. Amasaba su piel, succionada y
mordía. Ella hacía otro tanto, mordiéndole el hombro, hundiendo las manos
en sus cabellos con fuerza e instándolo con los talones sobres sus nalgas a ir
más de prisa.
Él aumentó la urgencia de sus embestidas, bajó la cabeza y chupó los
pezones; le mordisqueó el cuello y después sus labios se unieron a los de
ella en un intercambio primitivo. Los gritos de goce de Kathleen eran la
música que confirmaba que estaba disfrutando tanto como él. «No podía ser
real sentir tanto con alguien en el sexo, no podía», pensó, desesperado al
mirarla a los ojos y confirmar que Kathleen sentía mucho más por él de lo
que era capaz de corresponderle. La potencia de esa emoción y certeza lo
asustó en partes iguales. Tampoco podía detener lo que estaba haciendo con
ella. El placer tomó el sitio de la razón.
—¿Estoy siendo muy rudo contigo…? —preguntó.
—No. Me gusta, mucho… —gimió—. Creo que… Tristán…
—Lo sé, nena.
Ella no necesitó terminar de elaborar esa frase, porque su cuerpo le dio
la pauta que necesitaba Tristán. Él embistió una última vez y soltó un
gruñido perdiendo por completo el control en el mismo instante en el que lo
hizo ella.
El orgasmo los empujó de la cima al vacío. Un vacío que los recibió con
espasmos de éxtasis, arrancándoles gemidos incontenibles y luego silencio.
El silencio que era la antesala de la parte menos agradable del sexo: la
realidad.
Al cabo de un instante Tristán se apartó de ella y fue al cuarto de baño a
quitarse el condón y al hacerlo vio los restos de la sangre de Kat. Soltó una
exhalación. Le habría gustado que ella hubiese compartido que nunca había
estado con otro, entonces quizá él no hubiera con tanto ímpetu en un solo
empellón.
Regresó con una toalla húmeda y la limpió con mimo. La besó esta
ocasión con suavidad, largamente, mientras ella lo rodeaba con sus brazos y
dejaba una pierna torneada entre las de él, salpicada de vellos y músculos.
—Gracias, Kathleen por darme una parte de ti —murmuró.
Ella elevó la mirada y lo abrazó más fuerte. Después se acomodó mejor
en la almohada más confortable que recordaba haber tenido: los brazos de
Tristán.
—Te quiero, Tristán —susurró cerrando los ojos, laxa y satisfecha, sin
darse cuenta que su boca había verbalizado su pensamiento.
 
***
Kathleen se había despertado sin Tristán a su lado. Ella imaginó que
estaría en el gimnasio del penthouse, pues le había dicho que solía
ejercitarse a diario. Fue a darse una ducha y sonrió al mirar el cardenal que
le había quedado sobre el pecho izquierdo y otro sobre la cadera derecha.
Lo que había sucedido la noche anterior la hacía sentir como si estuviera
caminando sobre las nubes.
En medio de la madrugada, ella se había despertado y se encontró con la
mirada de Tristán que la observaba, concentrado. Como si estuviera
tratando de tomar una decisión. «¿Si acostarse de nuevo con ella o no?»,
había pensado. Indistintamente de cuál pudo ser la respuesta, ella tomó la
iniciativa.
Le hizo sexo oral, disfrutando de los sonidos que salían de la garganta
masculina y la forma en que ese cuerpo respondía a ella. Claro, como
Tristán era dominante, volvió a tomar el control y la deleitó penetrándola
profundamente, preguntándole siempre si estaba cómoda. Ella le había
dicho que solo necesitaba que él no tratara de controlarse, que ella estaba
bien y solo necesitaba sus caricias. Esta segunda vez, las sensaciones de
incomodidad fueron inexistentes. Sus cuerpos fluyeron como si fuesen la
extensión del otro, y el éxtasis fue mejor que el primero.
El plan que tenía Kat para ese día era desayunar con Tristán en el
penthouse y luego visitar una exposición de un nuevo artista plástico en la
tarde. No creía que él tuviese trabajo en la oficina, pero de todas maneras
iba a consultarlo.
Salió de la habitación justo en el momento que Tristán regresaba. Estaba
vestido con un short y sin camisa. El sudor del ejercicio y la visión de cada
músculo que parecía más marcado le provocó una sonrisa y se acercó para
besarlo.
—Voy a ducharme, Kathleen —dijo mirándola de arriba abajo. Ella
llevaba su camisa como única prenda—. El desayuno está listo, así que
puedes servirte si te apetece o puedes esperarme que no tardo. ¿Dormiste
bien? —le acarició la mejilla.
—Muy bien —replicó y su respuesta lo hizo reír.
Una vez que Tristán se alejó, ella buscó un poco de queso en el
frigorífico y luego encendió la máquina de hacer café. El día estaba
soleado, algo inusual en la ciudad, pues Seattle era la urbe, en clima, más
parecida a Londres.
Empezó a untar mermelada de moras a una tostada y luego en otra.
Desde el comedor, en medio del silencio del penthouse, podía escuchar que
Tristán parecía estar hablando o discutiendo con alguien, luego un portazo.
Imaginaba que no eran tan buenas noticias si habían conseguido alterar al
sexi CEO.
Cuando estaba echándole azúcar al café y moviendo el líquido oscuro
con una cucharita, llamaron a la puerta. Kat frunció el ceño, porque Tristán
no le había notificado que estuviera esperando la visita de alguien. Ella
ignoraba los horarios del ama de llaves, tan solo sabía que se llamaba
Lourdes. «Tal vez trabaja hoy».
Sin pensarlo demasiado, mirándose a sí misma, notó que la camisa de
Tristán le llegaba hasta las rodillas. Estaba descalza, sí, pero presentable.
Abrió la puerta con una sonrisa. Sin embargo, esa sonrisa se perdió al
instante.
Ante ella estaban Margie Barnett y Agatha.
Durante breves segundos, ninguna de las tres fue capaz de emitir un
sonido, pero eso cambió pronto cuando lo hizo la madre de Tristán. La
mujer la miró de arriba abajo con tal expresión de asco que Kat quiso
esconderse.
—Sé que mi hijo tiene muchas mujeres que buscan estar a su alrededor.
Lo que jamás pensé fue que él tuviera tan mal gusto y falta de escrúpulos
como para elegir, nada más y nada menos, a la hija rebelde de la mujer del
servicio para divertirse un rato —soltó una risa venenosa—. Jamás me has
gustado Kat y tampoco me equivoqué al catalogarte como una mosca
muerta que buscabas el momento para ser una Barnett —dijo con desdén y
mofa en su voz—. Quizá Virginia y yo necesitemos tener una conversación.
—Kat sentía las lágrimas a punto de rodar por sus mejillas, pero también
sentía rabia por la forma en que esta bruja estaba hablándole.
—¡Usted puede pensar todo lo que quiera de mí, pero mi madre se
queda fuera de cualquier tontería que se le pueda venir a la cabeza, señora!
—replicó.
Margie sonrió de medio lado con crueldad.
—¡No tienes voto aquí, mujercilla atrevida! —expresó con desprecio—.
Has utilizado a Agatha y la supuesta amistad todos estos años, porque
esperabas el momento a ver a cuál de mis dos hijos lograbas atrapar. Te vas
a llevar un tremendo fiasco si crees que Tristán te va a dar más horas de su
tiempo cuando se aburra de ti. No nos mezclamos con el servicio, salvo
para que nos sirvan como se pueda —dijo insultante con esa última
insinuasión, antes de entrar al penthouse, mientras llevaba un adorno entre
las manos que había traído para su hijo mayor.
Kat sentía que le picaban las manos por abofetear a Margie, pero
necesitaba arreglar un asunto más importante en esos instantes y que de
verdad valía la pena: su mejor amiga. Agatha la observaba boquiabierta y
con una expresión dolida.
—Entonces ¿ha sido mi hermano todo este tiempo, eh? —preguntó con
una mueca y cruzándose de brazos—. Durante las semanas que evadías
verme, rechazando los planes que te sugería para quedar —meneó la cabeza
—. Ayer, nada menos, Kat, lo hiciste de nuevo. Claro que no necesitabas un
aventón, porque de seguro mi hermano te había enviado a Ansel, su leal
guardaespaldas y chofer, para que te fuese a recoger donde tú quisieras —
puso las manos en las caderas—. Tan solo te pedí una sola cosa, una sola
promesa, y la rompiste.
En ese momento las lágrimas de Kat empezaron a rodas por las mejillas.
—Agatha, lo siento muchísimo —murmuró acercándose, pero ella se
echó hacia atrás evitando el contacto. Kat apretó los labios, entendía lo que
su amiga estaba sintiendo. No había otra persona culpable que ella misma
por haber dejado pasar demasiado tiempo—. Mi amistad contigo es lo más
importante y no quería que esto ocurriera —se pasó los dedos entre los
cabellos—, por eso me tardé tanto en hablarlo, porque quería planearlo
bien, pero no encontraba el modo o las palabras o el momento. Si de algún
consuelo te sirve, lo que siento por Tristán es…
—¡Ahórrate el comentario, Kat! —exclamó, cortante y resentida,
Agatha—. Las mejores amigas no se mienten sobre algo así ¡es mi hermano
y prometiste no acercarte a ninguno de ellos!
—Te lo iba a decir, Agatha —susurró con un nudo en la garganta—. Ni
siquiera sé que soy para Tristán. Si su amiga con derechos exclusivos, si su
novia o no sé —elevó las manos al aire—. Ayer te aseguré que te hablaría
para quedar, antes de que supieras quién era la persona con la que estaba
saliendo, y explicarte.
—Pfff, pues demasiado tarde —dijo señalándola con el dedo—. En
lugar de mirar hacia otro lado y elegir otro chico y continuar siendo
indiferente con Tristán, como lo fuiste toda la vida, tú tomaste la decisión
de esconderme todo esto.
—Agatha…
—No quiero hablar contigo, porque hacerme a la idea de que eres la
amante de mi hermano, la razón por la que seguramente él me ha ignorado
también, me cabrea —dijo en tono hiriente—. ¿Crees que mi hermano
tendría interés en atarse a ti?
—Jamás he querido atar a nadie —susurró dolida, porque la insinuasión
de que quizá ella no era lo suficientemente buena para Tristán, proviniendo
de la boca de Agatha, le causaba una herida en el corazón.
Agatha soltó un bufido de burla.
—En verdad, tu idealismo te ha jugado una mala pasada. Mi hermano es
mujeriego, pero discreto. Cuando dije que no se querría atar a ti —aclaró,
consciente de que Kat la había mal interpretado y, aunque quería herirla por
haberle mentido, no podía hacerlo menospreciándola—, no lo mencioné
porque no fueras digna de él, sino poque Tristán no es de los que se
compromete. —Kat hizo un asentimiento por la aclaración de Agatha—.
Por tu culpa, si algo sale mal no querrás vernos.
—Eso no va a ser así…
—Estoy muy enfadada, Kat, no quiero saber de ti por ahora.
La menor de los Barnett pasó de largo y entró en el penthouse, mientras
Kathleen cerraba la puerta principal. Su ropa estaba en la habitación de
Tristán, así que no podía largarse como deseaba con todas sus fuerzas.
Al cabo de unos minutos apareció Tristán, tan solo con una toalla
anudada a la cintura, porque nada más salir de la ducha había escuchado
una discusión. Sabía que Kathleen estaba sola y de inmediato marcó a
Ansel. Sin embargo, al avanzar por el pasillo vio a su madre, Agatha y Kat,
en la sala. Ninguna de las tres parecía muy contenta y él entendía el motivo.
Le dijo a su guardaespaldas que no subiera.
—Madre, Agatha ¿qué hacen aquí? No me avisaron que vendrían —
dijo, mientras observaba a las tres. Consideró ir junto a Kathleen, pero sería
una terrible estrategia considerando la tensión que emanaba de cada una de
las tres mujeres.
No se necesitaba ser un genio, en especial con él usando solo una toalla,
y Kathleen, su camisa, para que su madre y su hermana supieran qué había
ocurrido allí. Joder, se sentía como si le hubiesen tendido una emboscada.
—Claramente era una sorpresa —dijo Margie con altivez—, porque te
traíamos un obsequio para la mesa de centro de tu sala —señaló el adorno
de cristal que había dejado en el lugar en el que creía que debía posicionarlo
—, sin embargo, nosotras hemos sido las sorprendidas al ver a la hija de
Virginia aquí.
—Gracias por el obsequio, madre, pero quizá sea mejor si nos vemos en
otra ocasión. Por cierto, en relación a Virginia y el hecho de que Kathleen
sea su hija, no voy a tolerar que tomes decisiones absurdas como echarla o
multarla porque haya pasado conmigo. Sabes que tampoco mi abuelo va a
contemplar absurdos, así que, si tienes intenciones de crear líos, piénsalo
dos veces.
—Querido, pudiste buscar alguien mejor ¿no te parece?
—Lo que me parece es que será mejor para todos si te marchas, mamá.
— Tristán se pasó la mano sobre el rostro. Este drama con su madre y su
hermana menor, que acababan de descubrir que Kathleen y él estaban
acostándose juntos, le parecía un absurdo. Él no tenía paciencia para estas
idioteces—. Gracias por el obsequio que me has traído, luce bastante
simpático.
—¡Tristán! —exclamó Agatha, llamando la atención de su hermano,
cruzada de brazos con expresión decepcionada—. ¿Por qué no pudiste
decirme que estabas con mi mejor amiga? ¡Son un par de mentirosos!
—Mi vida personal no la discuto contigo, Agatha —zanjó—. Te adoro,
pero hay un límite. Además, era decisión de Kathleen cuándo iba a decírtelo
por no sé qué promesa que te ha hecho y que la ha tenido agobiada. Baja el
tono, por favor.
—Pfff —farfulló—. Será mejor que me marche.
—Esta chica es demasiado joven para ti, Tristán. Necesitas alguien que
de verdad sea compatible con tu educación y tu mundo. Lo entenderás
cuando te aburras de ella —dijo Margie, mientras se despedía de Tristán
con un beso en la mejilla. En ningún momento miró a Kat. El gesto dejaba
claro que no reconocía ni su presencia ni su existencia—. Espero que
puedas visitarme pronto.
—Ya veremos, mamá.
Agatha no se despidió de ninguno de los dos y se marchó con Margie.
Una vez que Kat y Tristán estuvieron a solas, él la abrazó. Le acarició la
espalda y la dejó llorar. Estuvieron un largo rato abrazados.
—Kathleen, me apena que Agatha se haya enterado así —dijo
limpiándole las lágrimas con los pulgares—. En cuando a mi madre, no te
preocupes por ella.
Kat soltó una exhalación.
—¿Qué voy a hacer ahora si Agatha me odia? —preguntó en un susurro.
—Tan solo está dolida. La conozco y sé que va a pasársele. Dale
tiempo… —dijo agarrándola de la mano y llevándola hasta la habitación.
Una vez que estuvieron dentro, él la miró—: Me gustaría quedarme contigo,
pero ha surgido una emergencia en una obra. Solo quiero saber si vas a estar
bien.
—Sí —susurró—. Hay algo que quiero decirte y es importante.
Él ladeó la cabeza con una expresión de intriga. El tiempo estaba
corriendo en su contra, porque tenía que marcharse a supervisar una obra.
Sí, un puto sábado.
—¿Qué ocurre, Kat? —preguntó mientras ella lo abrazaba de la cintura
y elevaba el rostro para observarlo con dulzura.
Kathleen necesitaba decirle lo que llevaba dentro. Porque no era una
experiencia cualquiera la que habían tenido juntos. No para ella y, por la
forma en que él la había tratado, sabía que tampoco para él. Ahora que
Margie y Agatha sabían de su relación, además de Virginia, sabía que sería
una cuestión de tiempo para que la situación se hiciera más pública de lo
que le gustaría. Sin embargo, si él estaba tan dispuesta como ella para que la
relación funcionara, entonces todo valdría la pena.
—No creí que se pudiera sentir que el mundo daba un vuelco de 360
grados y experimentar las sensaciones más increíbles con un orgasmo.
Contigo. —Él le acarició la mejilla y sonrió—. A pesar de que tú has tenido
otras personas a tu lado, y yo no, no carezco de la claridad para conocer mis
sentimientos. —Él sintió la presión de las palabras que llegarían a
continuación como un mazazo en el pecho. Se quedó callado y tan solo
observó a Kat—. Estoy enamorada de ti, Tristán. Te quiero. Estoy dispuesta
a todo con tal de estar contigo, a pesar de las dificultades que haya en el
camino.
Él se quedó por completo sin palabras, mientras ella lo miraba
expectante.
Unos momentos atrás, lo había llamado el jefe de una de las obras para
decirle que ocurrió un accidente durante el turno de la noche. Le aseguró
que no hubo muertos, sino solo tres heridos graves sin repercursiones
fatales. Los afectados eran civiles que pasaron en el momento en que uno
de los trabajadores se descuidó.
Ese descuido ocasionó que varios implementos de trabajo, filosos
algunos, así como sacos de cemento a medio usar, cayeran sobre esas
personas. Tristán se había cabreado, porque la zona necesitaba estar
acordonada y con una persona vigilando. Se dio de gritos, absolutamente
consternado, con el jefe de obra.
Lo peor de todo, ni siquiera era la probable demanda que entablarían
esos civiles afectados contra Barnett Holdings, pidiendo miles de dólares en
daños y perjuicios, además de gastos médicos, no. Lo que de verdad había
desconcertado a Tristán era que el jefe de obra, cuando le reclamó por qué
lo llamaba al siguiente día del accidente, le había informado que intentaron
contactarlo varias veces, pero tenía el teléfono apagado. Entre llamar a
Byron y Mason, el hombre eligió a Mason. Este último había resuelto la
logística con bastante rapidez. Los abogados ya estaban gestionando para
evitar posibles problemas o llegar a un acuerdo. Los obreros causantes del
accidente habían sido removidos de sus cargos. Las medidas de seguridad
se habían restablecido y la obra detenido, hasta esta mañana.
Tristán había soltado una palabrota, cabreado porque su abuelo,
justamente el hombre que más confiaba en su capacidad de gestión y
responsabilidad, tuvo que salvarle el trasero al atender un asunto que no
tenía por qué asumir. ¿Todo por qué? Porque Tristán había apagado el
teléfono porque quiso disfrutar su tiempo con Kathleen sin interrupciones.
Su mente empezaba a distraerse demasiado y lo ocurrido en la obra era un
ejemplo. Estaba perdiendo la perspectiva de sus prioridades, actuando como
un jodido irresponsable cuando acababa de iniciar su gestión de CEO. Le
parecía imperdonable. Necesita restablecer el foco de su objetivo principal.
—Kathleen —dijo tomándole el rostro entre las manos—, solo puedo
decirte que eres especial para mí y es un privilegio haber sido tu primer
amante.
Ella notó el súbito cambio, muy sutil, en Tristán. Sintió un hueco en el
estómago al haberse apresurado a confesar sus sentimientos, pero ¿cómo se
guardaba uno lo que sentía? ¿Acaso no era el amor una fuente de
espontaneidad?
—Lo que se traduce en que no me correspondes… ¿Es así?
Tristán soltó una exhalación. El problema era que sí la correspondía.
Mierda, estaba perdiendo toda perspectiva porque había roto su regla de oro
y se había enamorado de ella. Sin embargo, confesárselo traería más
problemas. Necesitaba zanjar la situación de una vez por todas. Aunque no
ahora.
—Estás equivocada —replicó, antes de besarla apasionadamente. Ella se
dejó llevar por sus caricias y gimió con abandono. Se separó de Kat—.
Necesito marcharme urgemente, Kathleen. Hubo un accidente anoche y
debo acercarme a comprobar las últimas actualizaciones en persona.
Ella abrió la boca en una O.
—¿Están bien todos?
—Los obreros, sí. Unos civiles, heridos, pero precisamente por eso
necesito estar pronto allá —dijo mientras sacaba la ropa y se cambiaba,
consciente de la mirada ávida de Kat y sí, claro, su miembro erecto. Ese era
el efecto que ella provocaba—. No hace falta que te des prisa. Puedes
quedarte aquí el tiempo que necesites.
Ella meneó la cabeza.
—Me cambiaré de ropa y me marcharé contigo —replicó.
Tan solo cuando estuvo esa noche en su habitación, Kathleen se dio
cuenta de un detalle importante: Tristán no le dijo que la quería ni que
estaba enamorado. Antes de que ella hubiera podido preguntarle si era
correspondida, sus sentidos se volvieron de algodón cuando él la besó
profundamente.
Kat decidió relajarse, porque había sido un día demasiado complicado.
Solo esperaba que Agatha la disculpara pronto. Sobre su madre no se
preocupaba, pues Tristán dejó claro que no iba a permitirle a Margie que
actuara incorrectamente. En ese, y muchos sentidos, Kathleen confiaba en
Tristán.
CAPÍTULO 10
 
 
 
—No sé si sea la mejor opción, Tristán —dijo Carrigan, cuando su
amigo terminó de contarles sobre Kat, mientras Wayne escuchaba y comía a
gusto su spaghetti—. Por todo lo que hemos conversado, la situación es
más complicada, porque ella te ha confesado que está enamorada de ti —se
rascó la cabeza, pensativo— y con Kat rompiste tus propias reglas. Aparte,
ella no es alguien que conociste de repente, sino que ha estado en tu entorno
más privado durante años y es la mejor amiga de Agatha. Esta mujer ha
logrado lo que ninguna otra en ti. De hecho, es la primera vez que estás
emocionalmente involucrado. Vaya lío.
Tristán hizo una mueca.
—Estás enamorado de ella, pero no se lo has dicho —acotó Wayne,
después de dejar de bromear sobre el hecho de que Tristán no quiso que
flirteara con Kat, porque la quería para él—. Imagino que nunca imaginaste
que ella iba a impactarte tanto, ¿verdad? —bebió un poco de cerveza, poque
a veces la prefería al vino.
—Fue bastante osado de mi parte creer que podría manejar mi atracción
por ella, como lo hice con otras mujeres, pero Kathleen ha cambiado todo.
—Vaya, hombre —dijo Carrigan—. El problema es que entrarías en una
ruleta rusa si optas por el trato con Peyton, porque no tendría un tiempo
exacto en el que vaya a acabar. Todo sería acorde a la evolución de su salud.
Tristán bebió de la copa de vino blanco hasta acabarla. Asintió.
—Tu abuelo te ha puesto en un dilema al darte solo tres meses. O cree
que eres superdotado o quiere enseñarte una lección extraña de vida —dijo
Wayne con incredulidad—. El precio que te tocaría pagar a cambio de
cumplir las metas trazadas de Barnett Holdings no es cuantificable en
dinero... Sin embargo, no habría otra aparente salida que sea tan rápida y
efectiva como esta. Me sabe mal por ti.
Tristán le había confiado a sus dos amigos, el asunto de su examante y
la cláusula de su posición como CEO, así como lo que estaba ocurriendo
con Kathleen. Entre él y sus amigos existía un pacto de silencio, los tres se
guardaban confidencias como si se tratase de una misión militar secreta,
como ahora.
—De cualquier manera pierdo algo importante: Kathleen o mi legado
familiar —replicó en tono torturado—. Estoy en constantes reuniones por
asuntos de Seattle y Nueva York, entonces mi trabajo no se limita a un solo
lugar. No he viajado todavía a la costa este, pero será cuestión de días. Cada
vez me queda menos espacio libre.
Tristán se había reunido con sus mejores amigos en el pub de un club
privado, porque no le apetecía rodearse de demasiada gente. En esta clase
de ocasiones agradecía tener ciertos recursos para garantizar comodidades y
excesos. Les había hablado a sus amigos de su relación con Kathleen, pero
omitió la parte en que descubrió que era virgen, porque no le parecía bien
compartir algo como aquello.
Llevaba cuatro días poniendo excusas a la belleza de ojos castaños para
verse. Todas eran ciertas, porque tenía mucho trabajo acumulado y
problemas por resolver; el asunto era que, en realidad, no había hecho el
esfuerzo por abrir un espacio en la agenda para quedar con ella. Daba igual
que se estuviera muriendo de ganas por besarla, abrazarla y volverle a hacer
el amor. Necesitaba tener la cabeza fría y una retroalimentación sincera para
poder enfrentar la decisión que iba a tomar, así que las únicas voces de la
razón, en las que confiaba, eran Carrigan y Wayne.
—Sí, apenas te hemos visto la cara estas semanas…—dijo Wayne—.
Aunque, claro, ya sabemos que aparte de trabajar, ejem, te las has pasado
bien con Kat.
—Idiota…
—Tristán, Kathleen no tiene que ser la Reina que debe dar un paso atrás
en tu complicado tablero de ajedrez —interrumpió Carrigan en tono serio.
Tristán soltó una maldición. Frustrado. Dejó los cubiertos sobre la mesa,
porque ya no le apetecía comer más por esa noche. Estaba enamorado de
una mujer a la que no podía tener y a la que no lograría remover de su alma.
—La única solución que tengo, para no perderlo todo y no defraudar a
mi abuelo, es poco convencional y me genera un absoluto rechazo a nivel
personal —dijo con una mueca—. La otra opción es fracasar y aceptar que
el legado de generaciones de Barnett pase a manos de terceros, porque fui
un inepto. Así que, Carrigan, no pretendo que Kathleen dé un paso atrás.
Precisamente por eso me está costando tanto esta encrucijada. Da igual si la
quiero, porque quedarme con Kathleen implicaría también cortar sus alas.
La conozco y sé que su idealismo la llevará a buscar el modo que la
relación funcione, podría inclusive priorizarnos como pareja, en lugar de
hacerlo con ofertas de empleos o pasantías o viajes que son parte de sus
sueños. Si la dejo ir, al tener ella la libertad de vivir su vida universitaria al
máximo, entonces aprovecharía todas las oportunidades sin pensar en
priorizar nuestra relación o sentir que debe detenerse por nosotros. Esto
último es lo que quiero para ella.
—Y pensar que tú decías que nunca ibas a enamorarte —dijo Carrigan.
Tristán soltó una risa agridulce. Estaba cada vez más frustrado y tenso.
—Quizá más adelante pueda explicarle…
—Un absurdo —dijo Carrigan con solemnidad.—. ¿Qué garantías tienes
de que, mientras esté estudiando y viajando, Kat no se va a enamorar de
otro? No podemos tenerlo todo. Siempre hay algo o alguien a quien tendrás
que perder.
Tristán dio un puñetazo sobre la mesa, furioso. La mirada de los demás
clientes se desvió ligeramente hacia ellos, pero al cabo de un instante los
ignoraron. Que ella estuviera con otros era su pesadilla más grande.
Detestaba esta situación en la que se había metido por no haber sido capaz
de resistir las ganas de conquistarla. Pero ¿cómo demonios habría podido
hacerlo si Kat era la única mujer para la que tenía ojos, la única que su
cuerpo clamaba y su corazón necesitaba? Ahora estaba en una encrucijada
en la que solo veía una salida.
—Joder —dijo Tristán apretándose el puente de la nariz—. Que se
pueda enamorar de otro me causaría la misma desesperación que mirarla a
la cara y decirle que no puedo seguir con ella. Sé que vería a través de mi
mentira si intento ponerle excusas; ella es muy suspicaz… —murmuró.
—Entonces deberías practicar concienzudamente lo que vas a decir si
quieres ser convincente y que ella no note que estás mintiendo —intervino
Carrigan.
—Tristán —dijo Wayne con pesar—, solo te queda una solución, porque
es evidente que ya has tomado el camino que vas a seguir de ahora en
adelante.
—Maldita sea… —murmuró mirando a sus dos amigos.
—Kat se sentirá herida por un tiempo, lastimada, pero cuando tenga que
ocuparse en sus estudios y sus sueños, entonces se sobrepondrá —dijo
Wayne.
Tristán soltó el aire que no sabía que estaba conteniendo.
—Quizá, ella, algún día pueda perdonarte —murmuró Carrigan, pero los
tres sabían que sus palabras no guardaban ninguna convicción.
 
***
Kat estaba inquieta, porque Tristán parecía distante. La trataba con
amabilidad y dulzura, pero presentía que algo radical había cambiado en él.
No quería hacerse ideas absurdas en la cabeza, menos después de la
increíble noche juntos. Todavía podía sentir el cosquilleo en la piel al
recordar cómo se había abierto camino en su cuerpo para hacerla
experimentar un éxtasis sin igual. Claro, no tenía con quién compararlo,
pero sí tenía sentido común y sabía que la química entre los dos era puro
fuego. Sin embargo, en estos últimos días, sus videollamadas con Tristán
carecían de la chispa de sensualidad habitual o las bromas. Lo que veía era
la expresión de un hombre agotado y distante, después del trabajo, mientras
conversaban.
Ella sabía que Tristán tenía una gran responsabilidad con su familia, así
que no quería convertirse en la clásica mujer reclamona. Quizá solo eran
etapas y no tenía nada que ver con ellos, sino solo con asuntos de la oficina.
Kat esperaba ansiosa la salida de esta noche porque, después de seis días sin
verse, lo extrañaba. Cuando Tristán la rodeaba con sus brazos su mundo se
volvía más colorido y seguro.
Por otra parte, Agatha continuaba sin responder sus mensajes de texto ni
sus llamadas. Kat comprendía que se sintiera defraudada, hasta cierto punto,
pero ella no planeó enamorarse de Tristán. Solo esperaba que su mejor
amiga recapacitara pronto y entendiese que exitían las promesas hechas con
sinceridad, pero no se podía mandar en los sentimientos. Eso sí, reconocía
que su culpa en todo eso fue dejar pasar demasiado tiempo para crear una
explicación coherente y hablar con Agatha. La situación la afligía porque,
ella y Agatha, no se habían peleado nunca de este modo. Si acaso discutían,
pues lo normal, se solucionaba. ¿Cortar la comunicación? Nunca.
Kat metió el chapstick en la bolsa, porque nunca salía a la calle sin uno.
Cuando Tristán le mandó un mensaje de texto para decirle que ya estaba
esperando por ella, Kathleen comprobó su imagen en el espejo y sonrió. El
corazón le latía con emoción, porque iban a verse. Todo estaría bien y los
fantasmas, que le pedían que fuese más maliciosa y menos confiada,
desaparecieron. Después bajó en el elevador y abrió la puerta principal del
edificio.
—Buenas noches, Kathleen —dijo Tristán con las manos en los
bolsillos.
Ella estaba preciosa con un vestido violeta, zapatos de tacón y una
chaqueta negra. Llevaba el cabello recogido en una coleta y el maquillaje
destacaba sus ojos castaños que, en esos instantes, lo miraban rebosantes de
amor. Tristán no pudo evitar tomar a Kathleen de la cintura, apegarla contra
su cuerpo, y devorar su boca como había añorado, luego de tomar una
decisión sobre ambos. Besarla era tocar el cielo con la punta de los dedos
consciente de que iba a caer al abismo, en cuestión de horas, y no había una
red que pudiera evitar el desastre premeditado.
—Tristán —susurró, mientras se perdía en las sensaciones de su boca, le
enredaba los brazos al cuello y se dejaba ir entre sus brazos—, te quiero.
Sus palabras se perdieron, porque él no le permitió decir nada más, sino
que utilizó sus labios para capturar esas palabras, tan sinceras y profundas,
que jamás volvería a escuchar de la boca de esta mujer. Él la besó con
desesperación, mientras bajaba las manos por la espalda para agarrarla de
las nalgas como le gustaba hacer, además, sabía que ella lo disfrutaba. Fue
recompensado con un gemido. Sus caderas se movieron como si solo
estuvieran ambos en el planeta.
Fueron interrumpidos cuando uno de los residentes del edificio abrió la
puerta principal y los encontró obstaculizando el paso. Kat se sonrojó y
murmuró una disculpa, mientras iba de la mano con Tristán riéndose por lo
ocurrido.
Una vez que estuvieron en el bar, ella le contó sobre su visita a un centro
de ayuda para mascotas rescatadas y le comentó que estaba buscando la
manera de trabajar en una peluquería de animales. Además, le dijo que ya
habían entregado los promedios finales de la secundaria oficialmente y que
obtuvo 9.36. Él la felicitó con una sonrisa, pero Kat lo notó incómodo.
Frunció el ceño.
Aparte, le pareció inusual que Tristán hubiera elegido sentarse en la
barra, en lugar de una mesa regular. Claro, tal vez le apetecía una copa, pero
es que él estaba actuando, salvo por el colosal beso en el portal del edificio,
diferente. «Mi sexto sentido no puede estar averiado», se dijo a sí misma.
Esperaba él pudiera comentarle qué estaba sucediendo. Obviamente, ella no
comprendía de procesos transaccionales de construcción o gerencia
empresarial, pero al menos podría escucharlo y quizá eso lo relajase un
poco. Tristán, por lo general, era de los que se guardaba muchas cosas para
sí y solo cuando ya no podía sobrellevarlas, entonces las conversaba. Quizá
era este el caso, tal como ya había ocurrido en otras ocasiones. Por
supuesto, él no le mencionaba temas confidenciales, pero bordeaban ciertos
aspectos.
Siempre era interesante escucharlo. A ella le encantaba saber que
Tristán había logrado dos títulos académicos, aún con la dislexia causándole
estragos. No podría haberse enamorado de un hombre, en este caso Tristán,
si no lo admiraba.
—¿Crees que te alcance el tiempo entre la universidad, trabajar de
camarera y también en una peluquería de mascotas? —preguntó Tristán
mirando el teléfono—. Tus notas son excelentes, así que quizá quieras
mantener ese ritmo en la universidad. No creo que sea posible si tienes
tantas actividades extras.
Kat esbozó una amplia sonrisa e hizo un asentimiento.
—Por supuesto, porque soy organizada. No serían actividades diarias,
obviamente —dijo de buena gana—. Además, cuando uno quiere algo
siempre halla la manera de tener tiempo. ¿Vas a pedir una bebida o algo así?
—preguntó mirando la lista de bebidas que había dejado el barman—. Has
estado un poco críptico estos últimos días. Así que cuéntame más de ti y
quizá podamos resolverlo juntos.
Tristán le dedicó una mirada intensa, oscura y también difícil de
interpretar. Ella frunció el ceño, porque le recordaba al Tristán que solía
ignorarla o saludarla con la misma indiferencia que le aplicaba a todo el
mundo. La miró no como su pareja, indistintamente del título o etiqueta
porque eso daba igual por ahora, sino como una mortal común y corriente
con la que se había topado en un bar.
—No, Kathleen no voy a tomar nada —dijo. «Cómo dolía mirarla en
esos momentos». Si pudiera cambiar las circunstancias, lo haría, pero no era
posible. Al escucharla y verla tan animada y cariñosa, él se sentía como un
gusano por lo que iba a hacer—, pero ¿quieres algo que alguien de tu edad
pueda beber? ¿Una soda?
Ella frunció el ceño por el comentario absurdo.
—¿Mi edad? —preguntó como si le hubiesen puesto limón en la lengua
—. Tristán, no es gracioso lo que comentas, creo que dejamos claro que la
edad entre nosotros no es ningún problema. Da igual el hecho de que yo
estoy empezando la universidad y tú ya tengas establecida tu vida. Así que
mejor dime ¿qué te ocurre?
Él pretendió sentirse aburrido. La tentación de embriagarse antes de esa
conversación era bastante fuerte, pero se contuvo. Él no merecía esa
indulgencia.
—Exactamente a eso me refiero, Kathleen. La diferencia de nuestros
caminos y la edad es solo un factor. —Ella se acomodó los cabellos detrás
de la oreja, sin comprender—. Quiero a mi lado una mujer que haya vivido
más y pueda aportar su experiencia en todo sentido; alguien que tenga su
vida establecida como la mía y que ya haya pasado la etapa del embeleso
universitario. Necesito a alguien que me estimule con sus proyectos
profesionales no con sueños universitarios. Sin embargo, esa mujer no eres
tú y tampoco la estoy buscando. Mi empresa demanda mucho de mi tiempo
y es una prioridad. Kathleen, nunca fue mi intención llevar esto tan lejos
hasta el punto de que te enamoraras de mí, así que no quiero lastimarte.
—Tristán —susurró con un nudo en la garganta y lágrimas si derramar.
Sentía como si le estuviesen hundiendo un hierro caliente en el tórax—,
¿por qué me estás diciendo todo esto? Me buscaste, me invitaste a salir, me
enamoraste ¿y ahora pretendes echarme la culpa a mí? Durante estas casi
ocho semanas me has escuchado y me has dicho que apoyabas mis metas.
Incluso te ofreciste a ayudarme y yo rechacé esa ayuda —dijo mientras un
temblor le recorrió el cuerpo—. Cuando te pregunté si acaso no me
correspondías, me respondiste que estaba equivocada. ¿Por qué estás
actuando como si no sintieras nada por mí cuando yo sé que sí? —preguntó.
Él envió un mensaje de texto como si Kat no le importara. Ella agarró el
móvil y lo plantó con fuerza sobre el tablero de la barra exigiendo su
atención. Estaba furiosa, dolida y quería lanzarle el aparato por la cabeza.
Tristán notaba que Kathleen lo miraba fijamente, tratando de analizar
sus expresiones, como si fuese a encontrar las verdaderas razones por las
que él estaba actuando como un cretino. Él había calculado esta
conversación en su cabeza varias veces desde que habló con sus dos
amigos. En ninguno de sus ensayos mentales le dolía menos saber que iba a
lastimarla. Sin embargo, sabía que era lo mejor para ambos. Lo mejor para
Barnett Holdings, su reputación, su expansión y su legado.
¿Qué podía hacer con su corazón? Nada, porque no necesitaba las
emociones para trabajar, pues ya había empezado a notar, con el accidente
en el que tuvo que intervenir su abuelo, cómo su concentración empezaba a
perder la perspectiva. Peyton sería una amiga a la que ayudaría a cambio de
una fortuna; mutuo beneficio, pero sin los aspectos sexuales. ¿Cómo iba a
considerar acostarse con Peyton, indistintamente de lo que hubiese ocurrido
entre ellos meses y años atrás, cuando la única mujer que le interesaba era a
la que ahora él estaba destrozándole el corazón?
Odiaba su posición en esos instantes, pero no existía otra solución. Le
quedaban tres semanas en el tiempo otorgado por su abuelo.
—¡Quiero una explicación, Tristán! —expresó con la voz entrecortada.
—No quiero seguir esta relación contigo, Kathleen.
—¿Lo demuestras besándome como lo hiciste hace un rato? —preguntó
dando un manotazo sobre la barra de madera. El barman no se inmutó,
porque estaba acostumbrado a los exabruptos, como estos, de clientes en
general.
—Se llama placer y no es una declaración de amor. He aprovechado
estos días sin vernos para reflexionar y creo que es momento de terminar
esta aventura —contestó, aunque cada palabra que salía de su boca clavaba
más la daga en él.
—Una aventura… —repitió ella con incredulidad—. ¿Y qué hay de las
caricias, las palabras susurradas, las reverencias en tu boca, los halagos de
éxtasis, las conversaciones interminables, los paseos, nuestra noche en el
yate, las risas compartidas, es todo eso la definición de una aventura para ti?
—preguntó atónita.
«Cada palabra, cada momento, cada beso y cada caricia fueron
jodidamente sinceros», pensó Tristán, pero no podía decírselo. El beso de
hacía un rato con Kathleen había sido su despedida; su última gota de elíxir.
—Ha sido divertido, una novedad interesante, un placer indiscutible y
ser el primero en tu cama un honor, no lo niego, pero eso es todo —dijo
indiferente—. En el mar hay muchos peces y la variedad siempre me ha
gustado.
Ella abrió y cerró la boca. Las palabras de Tristán sonaron como los
bordes afilados de un cristal lleno de veneno clavándosele en la piel. Se
sentía aturdida como si estuviese en una dimensión en que otra persona
estaba viviendo esta pesadilla.
—Entonces todo lo que me has dicho son puras mentiras, las mismas
que seguro les decías o les dices a todas las chicas que quieren tener un
poco de ti —dijo riéndose con incredulidad por haber sido tan crédula,
idealista e ingenua.
—Nunca te hice promesas ¿qué esperabas de mí?
—Sinceridad —dijo Kathleen con dureza y dolor en su voz—.
Respóndeme Tristán: ¿acaso también me has engañado y no he sido la única
mujer estos meses?
—Los caballeros no tenemos memoria —dijo encogiéndose de hombros.
«¿Cómo podía pensar que podría mirar a otra cuando la tenía a ella entre
mis brazos?». Si estaba sacando esas conclusiones, él no iba a corregirla.
No podía detener lo que ya había empezado, así que tenía que acabarlo. ¿El
ácido que le corroía las entrañas? Quizá con el paso del tiempo fuese
posible calmarlo. 
—Es que no eres un caballero —dijo en un tono mordaz, pero su cuerpo
seguía temblando en una mezcla de rabia, impotencia e incredulidad, pero
sobre todo por una profunda decepción. Él ni siquiera estaba negando que
se había acostado con otras. Le dolía tanto—, sino un malnacido.
Él se encogió de hombros.
—Ahora estoy siendo más sincero que nunca, Kathleen. No estoy
enamorado de ti, la novedad ha perdido su efecto y es mejor si sigues tu
camino, porque yo haré lo mismo con el mío —replicó, mientras hacía un
esfuerzo sobrehumano para no agarrarla a besos y limpiar las lágrimas que
rodaban por sus mejillas. Él tenía que estar haciendo un trabajo soberbio en
esos momentos, porque Kat estaba creyendo cada palabra y cada mentira
que estaba diciéndole para romper su relación y alejarla—. Ve a la
universidad, disfruta tus experiencias, viaja, aprende y conoce. Olvídame.
Él notó cómo se hacía trizas el corazón de Kathleen ante sus ojos, pero
no podía deshacer lo que había iniciado. La tarde anterior había ido a ver a
Peyton para aceptar el acuerdo. Estaba eligiendo a su empresa, su legado
familiar y su reputación; al hacerlo, renunciaba a la posibilidad de estar con
Kathleen. No era un acto altruista, al contrario. Él había decido que Barnett
Holdings era su prioridad.
Sin embargo, su vena posesiva iba a mantener la esperanza de que, tal
como dijo Carrigan, quizá algún día podría llegar la oportunidad de decirle
a Kathleen la verdad y obtener su perdón por todo el dolor que estaba
causándole ahora. Un dolor que no era solo de ella, pero él sabía que este no
era el tiempo para ambos.
—Tristán… —susurró con la voz rota y sin más capacidad de esconder
cuán devastada estaba—, eres el más arrogante, egoísta y detestable ser
humano con el que he tenido la desgracia de estar —se limpió las lágrimas
con el dorso de la mano, furiosa e incapaz de escuchar si su corazón latía o
no, porque estaba segura de que las piezas que él había aniquilado no
podrían encontrarse de nuevo—. Así que —agarró su bolsa y se la echó al
hombro—, no te preocupes de mí, porque a partir de hoy dejas de existir en
mi memoria. Que te aprovechen tus ganas de tener una mujer con todas las
cualidades que, aparentemente, no poseo —se rio sin alegría—, y que te
diviertas con la variedad. Puedes tener la seguridad de que no vas a volver a
verme y tú, para mí, serás un lejano borrón sin rostro ni importancia en mi
vida.
Una vez que terminó de hablar, Kathleen hizo algo que jamás creyó
posible. Extendió la mano y le cruzó la cara a Tristán de una bofetada. Él se
la quedó mirando, sin reaccionar, como si creyera que se lo mereciera. A
ella le dio igual. Sin mirar atrás, salió del bar en búsqueda de un taxi,
porque no quería saber de Ansel ni nada que estuviera relacionado con el
canalla de Tristán.
—¿Le sirvo algo, señor? —preguntó el barman.
Tristán había ganado mucho dinero e iba a salvar la empresa, pero había
perdido algo que era imposible de comprar ni recuperar. ¿Cómo iba a
sobrevivir los siguientes meses o años sin Kathleen? No tenía idea. Su
suerte estaba echada y él había sido el artífice de sus propias decisiones.
—Un vaso de Macallan 1926. Lleno. Sin hielo. Cuando lo acabe, me
gustaría dos rondas adicionales —replicó. Después llamó a Ansel y le pidió
que siguiera discretamente a Kathleen hasta asegurarse de que llegaba bien
a casa.
—¿Mala noche? —preguntó el barman sirviendo la orden.
—Encontré el infierno.
 
***
Cuando regresó a casa, Kathleen lloró hasta que su cuerpo no tuvo más
lágrimas y quedó exhausto y laxo en la cama. Los siguientes días, actuó en
modo automático. Su madre le decía que no podía permitir que una ruptura
amorosa la llevara a ese estado, porque seguro vendrían mejores amores a
su vida.
—¿Amores? —se había carcajeado, antes de llorar de nuevo—. Mamá,
Tristán era el amor de mi vida y me trató como si fuese un trapo sucio
cuando decidió que se había aburrido de mí. No quiero saber del amor ni
sus idioteces.
—Es solo una etapa de tu vida, Kat, no toda tu vida. Todavía hay
capítulos que quedan por contarse, vivirse y disfrutarse. Te prometo que
esto pasará.
Kathleen tan solo asintió, porque no le había apetecido discutir con la
única persona que siempre estaba para apoyarla. Además, para su alivio,
Virginia le había confirmado que el empleo como ama de llaves se mantenía
sin contratiempos. Lo anterior había tranquilizado a Kat. Le daba igual si
ese hecho era consecuencia del día en que Tristán le dijo a Margie que no se
metiera con su madre.
Si tener el corazón roto era un caos, entonces lo que ocurrió a
continuación tan solo podría describirse como pesadillas continuas.
A las setenta y dos horas del horrendo episodio en el bar, ella recibió la
noticia de que no había sido acreedora a la beca en la Universidad de
Washington, pero sí estaba admitida como estudiante. Así que tenía un poco
de tiempo todavía, antes de que empezaran las clasas, para hallar la forma
de financiarse y poder pagar las mensualidades. Necesitaba analizar qué
bancos le darían un préstamo a alguien que, como ella, no tenía un historial
crediticio con puntos tan elevados como para hacer frente al pago del total
de su carrera profesional.
Agatha seguía sin hablarle y, después de Tristán, la verdad era que
tampoco le apetecía saber de su amiga. «¿Seguían siendo amigas?». La falta
de esa certeza la apenaba. Se sentía tan herida en todos los aspectos que
estaba adormecida de dolor.
Sin embargo, se armó de toda la fortaleza de la que era capaz y asistió a
la fiesta de graduación. Le tocó ir con otras amigas que tampoco tenían
pareja. Su foto del recuerdo fue diferente a aquella tradicional que había
anhelado siempre, pero no por eso menos importante o memorable. Aquella
fue la primera ocasión en que se emborrachó, tal como lo hacían las
personas que ella criticaba, y comprendió que, a veces, no se bebía hasta
perder la razón por encajar en un grupo, sino que se utilizaba la oportunidad
para tratar de cubrir un dolor subyacente.
Dos semanas, después de su graduación, mientras creía que su serenidad
había regresado y empezaba a construir una nueva rutina, Kathleen vio en
todos los periódicos, en el área de sociedad, la fotografía de Tristán y
Peyton. Él sonreía, tan guapo que dolía verlo con un esmoquin negro,
mirando a la rubia que era su amante. Aunque, según los titulares, Kat ya no
podría llamar amante a la insípida de Peyton, porque ahora era la esposa de
Tristán.
«La rubia quizá jamás dejó de acostarse con él, mientras Tristán la
invitaba al yate, la cortejaba y penetraba su cuerpo con mentiras de
devoción», pensó Kat con desprecio. ¿Fue siempre Peyton la mujer que él
de verdad quiso? ¿Fue Peyton la causa de que Tristán siempre tuviera poco
tiempo y sus citas fuesen fugaces? ¿Cómo no se dio cuenta de que él la
había convertido, oficialmente, en “la otra”, aún cuando ella le dijo que no
consentiría jamás algo así? Qué ciega había sido cuando él le aseguró que
eran exclusivos y lo creyó. Le creyó todo. «¿Cómo podría volver a confiar
en un hombre?», pensaba y se preguntaba. Agobiada. Traicionada.
En una de las fotografías estaba la familia Barnett al completo, menos
uno. El abuelo Mason. Kat imaginaba que el anciano habría aplicado uno de
sus usuales comporamientos de mandar al Diablo a los que pretendían hacer
un circo de su vida familiar. Al patriarca no le gustaba salir en la prensa y,
cuando era CEO, antes que Byron y Tristán, enviaba a su vicepresidente
ejecutivo a dar declaraciones o, si ya no tenía salida, concedía entrevistas a
regañadientes.
Tristán y Peyton se habían casado en una ceremonia íntima en un hotel
en las afueras de Seattle. Según las notas de prensa, la flamante novia era
una modelo millonaria, pero al casarse renunciaba a su carrera para
dedicarse a formar un hogar con el CEO de Barnett Holdings. Se
mencionaba que ella mantendría el apellido de soltera, pues argumentaba
que la mujer moderna no necesitaba llevar el de su esposo.
Kat se quedó un largo rato viendo esa fotografía, hasta que su madre se
acercó para quitarle el móvil y remover los periódicos dispersos en el suelo
del apartamento. Ignoraba cuánto tiempo estuvo mirando la misma foto.
«¿Cómo podía Tristán estar con otra mujer, cuando ella sentía que se estaba
muriendo por dentro?».
Kat corrió al baño y vomitó. Su madre le puso una compresa de agua
fresca en la frente y se quedó con ella hasta que finalmente se durmió.
A la mañana siguiente, cuando se despertó, encontró sobre la mesita de
noche una prueba de embarazo y una notita de su mamá: No pasa nada,
hija, lo superaremos juntas, sea lo que sea. Kat rompió a llorar de nuevo.
Estaba asustada, porque había bajado de peso, no comía y lo único que
calmaba su ansiedad era salir a caminar.
Esto último también representaba un esfuerzo, porque a veces podían
más sus ganas de quedarse en la cama acurrucada bajo la manta, leyendo o
embotándose el cerebro con películas de terror en Netflix. Fue al baño y
contó en el calendario los días desde su último período; dos veces. «¿Qué
posibilidades existían de que ella fuese parte del porcentaje de los casos de
condones que fallaban?». Después orinó sobre la prueba, para la
confirmación, y esperó los cinco minutos más eternos de su vida.
Negativo. Soltó un largo suspiro que no sabía si correspondía a tener
alivio o más decepción. Su cabeza era un torbellino.
Kat se dio un baño y tomó una decisión. No volvería a pertimirle a
ningún hombre que la lastimara tanto como lo había hecho Tristán. No
volvería a confiar.
Además, entendió que no podía continuar viviendo en Seattle y
mantener su sanidad mental al mismo tiempo. La herida era demasiado
reciente y estaba en carne viva. Si llegaba a tener la mala suerte de ver a
Tristán con o sin su mujer, entonces no quería tentar a la suerte, porque sus
reacciones, al menos ahora, eran imprevisibles. La cárcel no sería un lugar
bonito para descansar, aunque quizá por eso Kat prefería matar con las
palabras. Sabía que Virginia entendería su posición e iba a apoyarla.
Kathleen consideraba ya había perdido suficiente.
Fue a buscar el móvil y marcó el número de la única persona a la que
nunca esperó llamar, pero que tenía su salvación mental y profesional en las
manos.
PARTE 2
 
CAPÍTULO 1
 
 
 
Seattle, Estado de Washington.
Estados Unidos de América.
Cinco años después.
 
 
La redacción estaba en su absoluta gloria a las cuatro de la tarde:
conversaciones telefónicas, comentarios a viva voz, porque ya se acercaba
la hora de cierre; risas en la pequeña cafetería en la que se intercambiaban
cotilleos, el sonido de las teclas de los ordenadores, música en algunos
cubículos, el timbre del elevador cuando entraba o salía alguien, la sala de
juntas siempre ocupada, expresiones de frustración, pero, en especial,
adrenalina. Esto último era lo que impulsaba a Kat a levantarse cada
mañana para ir al periódico en el que trabajaba desde hacía un año en
calidad de redactora. Ah, y claro, no faltaba una humeante taza de café.
  Seattle era la última ciudad a la que ella hubiera querido regresar a
vivir. De hecho, durante sus años en la Universidad de Northwestern, en
Evaston, Illinois, tan solo la visitaba durante el cumpleaños de su madre,
Navidad y el Día de Acción de Gracias. El resto del tiempo se dedicaba a
quemarse las pestañas estudiando, mientras combinaba los horarios de la
universidad con dos empleos. El primer empleo era en un consultorio dental
como recepcionista y el segundo, como redactora freelance para una revista
indie sobre inclusión cultural en Estados Unidos.
Durante sus cuatro años en Evanston, Kat intentó hacer todo lo posible
para sacar partido de sus clases y crear una red de contactos. Al estar lejos
de casa, sumado el corazón roto en los primeros meses desde su partida de
Seattle, todo pareció más complicado. Sin embargo, a medida que
transcurrió el tiempo fue creando un grupo de amigos, aprendiendo a
divertirse de verdad y abrirse a nuevas posibilidades. Entre estas últimas
contaba una acampada en las afueras de la ciudad. Ella no era proclive a
hacer actividades al aire libre, pero quiso obligarse a salir de su zona de
confort, así que se apuntó entre los asistentes. Fue ese día que conoció a
Cédric Landon.
Cédric y ella estudiaban periodismo, pero él iba un año adelantado en la
carrera, y durante esa acampana, a la que asistieron quince personas, ellos
congeniaron de inmediato. A lo largo de la noche, mientras todos estaban
alrededor del fuego comiendo hamburguesas y derritiendo malvaviscos, él
le contó que su novia le había puesto los cuernos una noche antes de que se
mudara desde Nueva York a Evanston; Kat le habló de su historia personal,
brevemente, y cómo acabó estudiando al otro lado del país. Desde ese día la
amistad de ellos no hizo más que crecer.
Él se convirtió en su confidente, amigo, y también compañero de piso.
No solo eso, sino que la ayudó a postular su candidatura para una pasantía
profesional en Italia, después que ella no lograra entrar en la BBC, en
Londres. Cédric y ella descartaron la posibilidad de cualquier atracción
mutua, hablándolo con mucha sinceridad, y acordaron que la amistad valía
más que un experimento.
Antes de acabar el tercer año de la universidad, Kat pasó tres meses
como becaria en el prestigioso periódico italiano Corriere della Sera, en
Milán. Lejos de todos, y sin nadie que la conociera, aceptó los flirteos y
avances de uno de sus compañeros becarios en el periódico. Paolo fue una
experiencia diferente, le enseñó a confiar de nuevo en sí misma y en su
sensualidad.
Juntos recorrieron lugares bellísimos de Italia, en coche y tren. Paolo y
ella siempre dejaron claro que no serían más que una aventura. Este breve
idilio fue para Kat una forma de reencontrarse con aquella alegría que la
incitaba a ilusionarse de nuevo, pero esta vez sin poner su corazón. Su paso
por Italia implicó un aprendizaje importante como periodista y ser humano.
Sin embargo, la sombra del recuerdo de Venom, como prefería referirse a
Tristán, aparecía súbitamente, como si su cuerpo se negara a entender que
podía recibir atenciones de Paolo. ¡La había descartado sin reparos! Ella
tenía todo el derecho de intentar dejarlo atrás.
Kat se dio a la tarea de aprovechar la mejor pasta del mundo y cerró
esos tres meses en Europa con una excelente carta de recomendación del
editor que supervisaba sus prácticas. Sin embargo, odiaba que Tristán
continuara estando presente en su vida a la distancia, silenciosamente. No
tenía idea, ni le importaba, cómo había descubierto la dirección de piso en
Evanston.
Cada cumpleaños y cada fin de año universitario, Kathleen recibía una
edición ilustrada o de colección de la Odisea de Homero. La nota era la
misma: Felicitaciones, Kathleen. Lo mereces todo. Ese era el único libro
que, de todos los clásicos griegos, le enviaba. No iba a fingirse imbécil,
porque sabía que era él quien conocía sus gustos y siempre le había
obsequiado esa clase de ejemplares.
Le parecía egoísta y osado que le enviara libros o la contactara, en
especial cuando estaba casado. Dios, el solo recordarlo la ponía fatal.
¿Acaso el idiota se creía Odiseo? Porque ella no era ninguna Penélope ni
estaba esperando a que un malnacido regresara o se apareciera en su vida.
No tenía ningún derecho a fastidiarla.
Claro, Kat no era asesina del arte, así que guardaba los libros. Si alguien
la juzgaba por no echar a la basura las bellísimas ediciones de La Odisea,
porque era Venom quien las enviaba, esa persona era la que tenía un
problema mental, no ella.
Agatha, después de llamarla hecha un mar de lágrimas, cuando Kat ya
tenía seis meses viviendo en Illinois, y disculparse por haber sido tan idiota,
habían empezado a retomar su amistad. La única condición de Kat fue que
no se hablara de Tristán. Así, al final de cuentas, recuperó a su amiga, ganó
otro amigo en Cédric, obtuvo su título universitario con honores, viajó y
cumplió sus sueños juveniles. Ahora, por supuesto, tenía otras aspiraciones
que incluían conseguir reconocimiento profesional y un ascenso en el
periódico para el que trabajaba.
¿Por qué estaba de regreso en Seattle? Su madre era la principal razón.
La echaba de menos y verla solo tres veces al año, al ser su única familia, la
afligía.
La segunda razón era porque una profesora en Northwestern, Corinne
Morris, había leído varios ensayos sociales y culturales de Kat. Le preguntó
si querría trabajar como freelance para el periódico Seattle News Today,
enviando entrevistas, porque era amiga del editor de cultura y estaba segura
de que le gustaría su narrativa fresca y consistente. Kat aceptó con mucha
ilusión.
Al cabo de unos meses de trabajar en esa modalidad, una de las
entrevistas de Kat ganó un reconocimiento importante en Seattle, así que el
editor en persona la llamó para ofrecerle un contrato de trabajo presencial
en el periódico. Un mes después de graduarse, Summa Cumme Laude, Kat
se despidió de su vida en Illinois. Por supuesto, Cédric y ella mantenían el
contacto.
—Ven a mi oficina de inmediato, por favor, hay algo urgente que
necesitamos que cubras de último momento —le dijo Ramona Atwell, la
jefa de toda la redacción, mientras pasaba por su cubículo sin nisiquiera
mirarla. Menos mal el suelo de la oficina era todo alfombrado, porque o si
no, tendrían que escuchar los taconeos de esos estilettos de punta fina, una y
otra vez. La mujer se vestía como si estuviera a punto de reunirse con algún
Ministro de Gobierno y tenía actitud de diva. Ramona era de aquellas
mujeres que confundían empoderamiento con petulancia.
—¿Me puedes anticipar al menos de qué se trata para ir preparada? —
preguntó consiguiendo que la pelirroja de cuarenta y seis años se detuviera
para mirarla.
—Nada que hayas hecho anteriormente y por eso es urgente que vengas
a mi oficina. Claro, salvo que prefieras que tenga una charla amistosa en
medio de la redacción, mientras interrumpimos a tus colegas, porque
necesitas una explicación antes de acceder a reunirte con tu jefa —dijo
cruzándose de brazos.
—Ahora voy, claro —murmuró, mientras agarraba el iPad. Cuando la
mujer se alejó por completo, Kat fue hasta la oficina de su editor y asomó la
cabeza por la puerta—: ¿Sabes qué tema es el que Ramona se trae entre
manos? Pasó por mi oficina hace unos segundos y me dijo que quería hablar
urgentemente conmigo. Yo estaba por empezar la reportería que me
encargaste con los actores de la obra El Fantasma de la Ópera de Nueva
York que han venido a Seattle.
El hombre meneó la cabeza calva y se recostó contra el asiento negro.
Siempre tenía una Coca-Cola y unos chocolatines en el escritorio. Le
gustaba su equipo de trabajo, que consistía en tres periodistas de cultura,
porque sus edades oscilaban entre veintitrés y cincuenta años. Ese rango le
permitía cubrir eventos culturales con diferentes visiones periodísticas que
se reflejaban en una narrativa más versátil.
—Sé que estuvo en reunión con el director del periódico, pero acabaron
de salir, así que desconozco los detalles todavía —replicó Rick,
colocándose el lápiz sobre la oreja. El hombre tenía sesenta años, no solo
era muy listo, sino que su trayectoria era de treinta y cinco años en el
periodismo cultural—. No pasa nada, Kat, le diré a Saskia o Taddeo que se
encarguen de tomar esa nota.
—De acuerdo, Rick —dijo soltando una exhalación—. A veces quisiera
que Ramona entiendese que no todo es números o estrategias con los de
marketing.
—Somos el barquito a la deriva en esta redacción —dijo Rick riéndose
—. Ve, muchacha, ve. Después me cuentas cuál era la prisa de Ramona.
—Vale —replicó Kat, antes de cruzar el pasillo hacia la oficina más
grande de toda la redacción y que tenía una vista espectacular a la ciudad.
Ramona era analista política y financiera, pero había dejado de ejercer el
periodismo de campo desde hacía más de seis años. Al parecer eso había
afectado su capacidad de empatía con la redacción, porque era una tirana.
Como jefa de redacción su función era definir la portada diaria, así como la
línea de temas con los editores.
Sin embargo, la mujer colapsaba todo cuando anteponía las exigencias del
subdirector y el director, que tenían amigos políticos o de la élite social, sin
considerar lo más importante: la opinión de los editores de cada sección,
quienes, a la vez, eran los jefes de los redactores. La lucha era entre las
noticias que merecían contarse, porque hacían una diferencia, y aquellas
que generaban ingresos publicitarios. Una jungla.
Además, Ramona no aprobaba todavía que el editor de Kat pudiera darle
el ascenso a ella como redactora exclusiva de cultura, como lo eran Taddeo
y Saskia, en lugar de tener el cargo de redactora general. Lo anterior
impedía que pudiera especializarse en una sola área, ganar más experiencia
en ella, y poder agregar dicha especialidad en su currículo, por ende, ser
más competitiva.
Sí, Kat ganaba un salario que le permitía pagar lo que le quedaba del
crédito universitario, un apartamento de dos habitaciones en la zona de
Bellevue y tener las cuentas básicas al día. Sin embargo, con el cambio de
cargo, considerado un ascenso en esa redacción, no era dinero lo que
buscaba, sino reconocimiento profesional. Ella había trabajado duro para
demostrar que lo merecía. Tan solo por eso sabía que tenía que ser paciente
con su jefa y encontrar la forma de seguirse destacando.
—Siéntate, por favor —dijo Ramona señalando los asientos blancos—.
Seré breve, porque tengo muchos pendientes por resolver.
—De acuerdo…—murmuró. Los días de verano en la ciudad eran
hermosos y la mejor parte era que anochecía tarde, así que, a pesar de salir a
última hora de la redacción, a Kat le quedaba tiempo para disfrutar un
poquito del ocaso—. Escucho.
—Layla Molina, la periodista que hace los reportajes de la sección
Perfiles se ha puesto de parto y tuvo que marcharse de emergencia. Su cita
es en el Hotel Faimont Olympic con un empresario joven y gran
inversionista, Marcus Senyon, dentro de una hora. Él va a firmar un
contrato con una compañía local. Ya sabes que ella suele hacer las
publicaciones bimensuales de sus reportajes, pero este es un caso especial,
pues no es un reportaje como tal, sino tan solo una nota destacada.
—Ramona, pero ¿por qué es una emergencia? —preguntó fruciendo el
ceño.
—Porque la compañía de pesca de Senyon es una de las que pauta
regularmente publicidad con nosotros, así que tenemos que cumplir con
nuestros auspiciantes, que pagan los salarios, en esta clase de temas
específicos. La nota no tiene corte político ni polémico. Simplemente
pregúntale sobre datos de su inversión, motivaciones, proyecciones y qué
hace distinto este acuerdo de otros. Rick te contrató porque según él eras la
nueva promesa del periodismo, pero todavía no has escrito un artículo que
genere suficiente ruido como para darte un asceso.
Kat contó mentalmente hasta cinco. Le quiso gritar que cómo diablos
iba a escribir un artículo importante cuando le daban entrevistas que eran
para publicidad, como ahora, o postergaban la publicación de sus notas,
porque siempre surgía algo más coyuntural, según Ramona, no Rick. Su
jefa era una mujer incoherente.
—Entiendo la consigna —se incorporó mirando el reloj—. Llevaré la
cámara profesional y haré las fotos, porque los fotógrafos ya están fuera en
otros eventos.
—Muy bien. Quiero esas seiscientas palabras antes de las nueve de la
noche en la bandeja de entrada de Rick con copia a mí. Sale mañana en la
página web. Se imprime en la tirada del siguiente día, así replicamos el
beneplácito de Marcus.
—De acuerdo —farfulló Kat. ¿Qué le importaba a ella la alegría o
amargura del tal Marcus o si sus barcos pesqueros encayaban en una luna
de Júpiter?
Una vez que estuvo en el interior de su Chevrolet Malibú, que había
conseguido de segunda mano y funcionaba a las mil maravillas, Kat sacó
los maquillajes y empezó a retocarse. Por lo general, a esta hora, el esfuerzo
de lucir bien desde la mañana se desvanecía. Si iba a una actividad más o
menos formal, le parecía importante mostrar una buena imagen. Ella iba en
representación del periódico, pero también de sí misma. No quería ser como
aquellas reporteras que parecían pelearse fieramente con el cepillo de
cabello o haber tenido una batalla con la paleta de maquillajes desterrándola
de sus vidas.
Desde que jefedzilla empezó a asignarle eventos de diferentes áreas, Kat
prefería estar preparada y vestir más neutral, como ahora. Llevaba un traje
ejecutivo sencillo que funcionaba para cualquier ocasión: falda, blusa
interior y chaqueta. Los tacones solía dejarlos en el coche por si la enviaban
a un sitio elegante. Después de aplicarse labial rosado, Kat se arregló el
cabello. Ahora le gustaba darle forma de ondas a su melena, aunque ya no
quedaban tan marcadas a esta hora.
Estaba a punto de salir del garaje del edificio cuando le entró una
llamada del hombre que quería salir con ella desde hacía unos meses.
Hunter Wagner era galante con ella, abogado de profesión, y nieto de un
Senador del Estado. Lo había conocido durante una rueda de prensa en la
que era el expositor principal sobre temas de protección de inmigrantes
menores de edad. Desde entonces, él quería invitarla a cenar. Kat lo
rechazaba con cortesía, siempre, sin darle esperanzas.
Hunter reunía todos los requisitos que podrían atraerla, así que prefería
correr en dirección opuesta. No solo era inteligente y guapo, sino que
también tenía una posición de poder como socio principal de un bufete de
abogados muy famoso. ¿Acaso no era un buen partido? Totalmente. No
obstante, la posibilidad de estar con otra persona en una relación
comprometida, le causaba rechazo inmediato. Esperaba que, con el paso del
tiempo, pudiera cambiar de parecer.
Claro, podía elegir tener una noche de placer con Hunter, pero ¿qué le
quedaba? La vacía sensación post-orgasmo sin ninguna clase de
recompensa emocional. La memoria física del clímax se olvidaría y, al final,
ella podía darse placer a sí misma sin tener que lidiar con los problemas de
una relación.
Ella era de la teoría que cada vez que alguien tenía sexo con una persona
diferente, iba dejando una parte de sí en el otro. Después de Paolo, que fue
especial, y los otros dos chicos, sin importancia, entendió que no podía
acostarse con alguien por calentura, porque sentía que se quedaba con una
horrible sensación de que le faltaba algo. ¿Partidaria de besos y caricias? Sí,
probablemente. ¿Sexo con penetración con alguien por una noche de
placer? No. Y ya que no estaba interesada en involucrar sus sentimientos,
entonces por ahora prefería enfocarse en ese condenado ascenso.
—Hola, Hunter —dijo guardando los maquillajes y encendiendo el
motor—. He estado muy ocupada. Lamento no haberte respondido antes.
¿Cómo estás?
—Lo importante es que ya estamos hablando y claro, me encanta
escucharte —replicó de buen humor—. Por cierto, leí la nota que hiciste el
otro día sobre los niños autistas que realizan manualidades y las venden en
un mercadillo durante los meses de verano. Muy conmovedora —expresó
con su tono de voz diáfano—. Dime ¿qué necesito hacer para que
finalmente aceptes salir conmigo?
Ella sonrió a su propio reflejo, meneando la cabeza.
—No estoy buscando un romance…
—Una cena, Kat, solo eso. Sé que la pasarás muy bien y, quién sabe, la
próxima ocasión tú seas quien me invite a salir. Estoy dispuesto a romper
mi dieta por ti.
Kat soltó una risa, porque Hunter era seductor.
—Me tengo que ir a cubrir una nota, lo siento. Estoy corta de tiempo.
—¿Ese es otro no, eh? —preguntó riéndose sin amargura.
—Lo siento. No estoy interesada en una relación, mi opinión al respecto
no ha cambiado. Por ahora tengo el enfoque en mi carrera periodística.
—No lo sientas, Kat. ¿Te llamo pronto? En mi profesión he aprendido a
ser persistente, el encanto, eso sí, ya es innato.
Kat se volvió a reír y luego cerró la llamada.
Él no era el primer hombre que intentaba invitarla a salir en Seattle, pero
sí el más persistente. En las noches, cuando la ciudad se preparaba para
dormir, miraba el lado vacío de su cama, y se preguntaba cuándo sería
capaz de estar con alguien de nuevo sin mantenerse a la defensiva. No había
estado con nadie en años. Su mejor aliado para desahogar su deseo solía
tener baterías, no causaba problemas, hacía lo que ella quería y a la
velocidad que ella quería. El pensamiento podría considerarse deprimente
para unos, pero, para ella, era mejor que la alternativa, pues esta implicaba
ser vulnerable de nuevo. Su capacidad de involucrarse emocionalmente
parecía oxidada. Ella sabía de quién era la culpa de su crónica desconfianza.
Su madre no le mencionaba a Venom, así había decidido llamar a
Tristán, porque lo acordaron de ese modo. Virginia continuaba trabajando
como ama de llaves y estaba enterada de los detalles de los Barnett. Sin
embargo, mantenía silencio, salvo que Kat quisiera saber algo en particular
y siempre era sobre Agatha o Mason.
A pesar de no querer enterarse de nada sobre Tristán, por simple hecho
de trabajar en una redacción de periódico con una sección sobre empresas, a
veces escuchaba a Thomas Peltz, el editor de Negocios, comentar que
Barnett Holdings había logrado expandirse hasta Oregon o que la compañía
era la más sólida del mercado.
Kat supo que Peyton había fallecido dos meses atrás de cáncer de mama,
pero la prensa no tenía acceso a más información. Algunas personas en la
redacción cotilleaban diciendo que las circunstancias de ese matrimonio
parecían extrañas. Sus compañeros periodistas especulaban diciendo que
había algo más que solo dos personas guapas atraídas la una por la otra o
amor, porque Tristán siempre dijo que no iba a casarse tan joven y que
prefería disfrutar su vida. Kat procuró ser empática con el deceso, pero
también hacerse de oídos sordos. Agatha, cuando se reunían a comer sushi
o ir al cine, mantenía su promesa de jamás hablar de Tristán.
Por otra parte, la periodista de Sociedad, Myrka Leuven, siempre
mencionaba sobre las fiestas, galas, conciertos y eventos VIP, en las que
captaba a los solteros más codiciados de Seattle con mujeres del brazo.
Apenas Myrka mencionaba a Tristán, Kat agarraba sus cascos y escuchaba
música en alto volumen. Prefería quedarse sorda. Si él le había sido infiel a
Peyton en el matrimonio, no era su problema. Por ella, Venom podía follarse
a la galaxia entera y esperaba que su miembro tuviera disfunción eréctil.
Porque así de maduros eran sus pensamietos. Lo odiaba con todo su ser.
—Buenas tardes, señorita. Por favor ¿me entrega su credencial
profesional? —pidió la recepcionista del hotel. Le parecía muy gracioso
poder ir a todos los sitios elegantes a los que tiempo atrás no hubiera tenido
acceso por sí sola. La cantidad de personas interesantes a las que había
entrevistado enriquecían su comprensión de cómo giraba el mundo. El
periodismo era, en verdad, un profesión maravillosa.
—Buenas tardes. Sí, aquí tiene —le dio el plástico con su nombre, foto
y datos del periódico—. ¿Ya empezó la reunión del señor Senyón? Esta
entrevista es importante —murmuró pensando en jefedzilla.
—Sí, pero está todavía a tiempo —sonrió al notar la inquietud de la
periodista—. De todas formas, el señor alquiló el salón porque tiene otra
reunión después de la primera, así que lo encontrará de seguro para
entrevistarlo. Por favor, diríjase al final del pasillo, por las escaleras, al
elevador. Es en salón Gloucester.
—Muchas gracias por la información —dijo con alivio. Porque sí,
estaba un poco retrasada, pero el dato de la recepcionista la calmó por
completo. Al menos sabía que Senyón no iba a marcharse del salón del
hotel tan rápido.
Kat subió en el elevador.
Cédric le había confirmado que la visitaría apenas su jefe en la radio le
aprobara las vacaciones. La perspectiva la alegraba un montón. Llevaba
todo ese año sin verse con su mejor amigo. Kat le había dicho a Agatha que
quería presentárselo, en especial ahora que su mejor amiga anuló el
compromiso matrimonial con Gabriel cuando se enteró que el tarado le
puso los cuernos con algunas chicas. Así que, aunque Cédric y Agatha
viviesen en ciudades diferentes, a juicio de Kat, sus dos amigos tenían
mucho en común y quizá podría surgir una chispa de atracción. El resto lo
dejaría al destino. 
Con una sonrisa en el rostro, la cámara fotográfica colgada al hombro y
la grabadora digital con micrófono, Kat entró y se rodeó de algunos colegas
de otros medios de comunicación. Ella sentía siempre un subidón de
adrenalina cuando tenía una noticia que cubrir, aunque la cobertura que
hiciera no revistiese mayor importancia. Su principal motivación era contar
historias. Para ella existía una magia especial en transmitir con las palabras
escritas y dar voz pública a otros.
La sesión duró treinta minutos y le gustó saber que la otra compañía
firmante tenía como directora general a una mujer. Por supuesto, aunque
Ramona no estaba interesada en ella, Kat la entrevistó, porque consideró
que aportaría a su nota. Cuando le tocó el turno para entrevistar a Marcus
Senyon, ya era la última periodista en el salón. Los camareros estaba
retirando las tazas de café, pero le sirvieron una a ella.
Marcus era agradable en sus modales, agudo en sus respuestas y
educado. La inversión que acaba de realizar con Úrsula Patronsky, la dueña
de la corporación de tratamiento de productos orgánicos, era de cuarenta
millones de dólares. El meollo de la transacción era crear una línea
industrial de productos agrícolas ecológicos, generados a partir de la
transformación de los desechos orgánicos de la empresa pesquera de
Senyon, para agricultores, que sería comercializada por la de Úrsula.
—Realmente es un proyecto interesantísimo. Qué pena que no haya
podido venir mi compañera, porque le habría gustado conocer estos datos
—dijo Kat de espaldas a la puerta principal, mientras le hacía una fotografía
a Marcus. Con el fondo del ventanal, en tonos bajos de naranja y amarillo,
quería genial, pensó ella—. Haré todo lo posible por destacar los ángulos
que me ha pedido y sí —dijo guardando la tarjeta de negocios de Marcus—,
le daré su nueva tarjeta a Layla, a su regreso.
El hombre hizo un asentimiento breve. Él tenía treinta y seis años. Su
actitud relajada era también hermética, así que Kat necesitó ser recursiva
para instarlo a responder con frases más extensas. Ese era parte de su
trabajo, claro.
—Señorita Stegal, muchas gracias por su tiempo. Mi equipo de prensa
en la corporación estará esperando esta nota con entusiasmo.
Esa era la silenciosa petición en que más le valía a ella hacer un buen
trabajo si quería que la compañía siguiera pagando publicidad en Seattle
News Today. Kat se guardó las ganas de decirle que no hacía relaciones
públicas, sino periodismo, pero prefirió evitar un conflicto que, la verdad,
no necesitaba con Ramona.
—Por supuesto, pero me queda una última pregunta, señor Senyon.
—Lo lamento, señorita Stegal. Le di a cada periodista un tiempo
prudencial. Además, ahora —miró el reloj de muñeca—, estoy esperando a
otra persona que es muy difícil de localizar por lo general. Oh, acaba de
llegar. Que tenga buena noche —dijo con amabilidad, apartándose de Kat,
mientras se dirigía hacia la salida.
Por un simple acto reflejo, ella guardó sus herramientas de trabajo en la
bolsa, con la intención de seguir a Senyón. Antes de dar un paso, su
respiración se cortó al instante, su cuerpo se tensó y la piel empezó a
vibrarle como si tuviese estimulación de impulsos eléctricos. No necesitó
que sus ojos le confirmaran la causa de todo esto. Sintió la presencia
masculina con tanta fuerza que se detestó a sí misma, porque, después de
cinco años, su cuerpo no era capaz de dejar de reaccionar a él.
Quiso salir corriendo, pero eso hubiera sido una actitud de la antigua
Kat. Así que se acomodó, metafóricamente, sus bragas de mujer adulta para
hacer frente a la situación. Se recordó todas las experiencias que tuvo que
atravesar para estar mejor, así como los logros que empezaba a cosechar
poco a poco. Ya no era la misma chica ingenua y dulce que procuraba
encontrar luz en la oscuridad de otros. No.
Ella siempre supo que llegaría el momento en que volvería a verlo,
porque, indistintamente de qué tanto hubiera podido evitarlo, su profesión y
su cargo de redactora general, le impedían elegir qué coberturas aceptaba y
cuáles no. Sin embargo, esta situación la tomaba por completo
desprevenida. Ella se había informado muy bien de los asistentes a esta
reunión. Ni en sus más remotas conjeturas habría podido imaginar que
había otro empresario con el que Senyón iba a encontrarse, menos que fuese
el hombre que la había herido y traicionado años atrás.
Un cretino sin corazón. El veneno en su piel.
 
CAPÍTULO 2
 
 
 
A sus treinta años, Tristán estaba más guapo que nunca. Su rostro
continuaba siendo besado por los Dioses griegos, lucía más sensual y lo
rodeaba un aura oscura, distante. Él era la clase de hombre que convertía
cualquier traje de diseñador en una obra de arte textil; eso no había
cambiado. Estaba vestido con un traje negro, impecable, corbata gris y el
cabello peinado hacia atrás. Llevaba una barba sin afeitar de tres días. Su
presencia era imponente y su cuerpo parecía más musculoso. Todo en él
irradiaba dominio y confianza en sí mismo.
Él era la forma física de todo aquello que Kat una vez tuvo: amor,
pasión, ilusiones; después, tristeza, decepción y dolor. Su corazón estaba
latiendo ahora con una mezcla de ansiedad, desprecio y rabia. No era una
combinación particularmente alentadora, pero tampoco podía evitarla en ese
instante. Para salir del salón, Kat necesitaba pasar cerca de Venom y,
evidentemente, este no tenía intención de moverse, pues sus zapatos de
Salvatore Ferragamo estaban bien plantados sobre la alfombra y su postura
masculina era de determinación. «Ugggh».
El director general de Barnett Holdings pareció decirle algo a Senyón y
este miró a Kat brevemente, luego hizo un asentimiento y se marchó del
salón dejándolos a solas. El silencio los envolvió, pero también una muy
vieja amiga que Kat creía que habría desaparecido: química brutal. «Qué
suerte la mía», pensó con sarcasmo.
—Qué desgracia verte de nuevo, Tristán Barnett —dijo mirándolo con
indiferencia—. Apártate de mi camino, porque tengo cosas importantes en
mi agenda.
Hasta ese instante había olvidado lo alto que era en comparación a ella.
El aroma de su costosa colonía la rodeó. Una colonia que le trajo
demasiados recuerdos de un solo golpe, pero intentó concentrarse en que
tenía una nota por escribir al salir de ese hotel para entregarla antes de las
nueve de la noche.
—Kathleen —dijo en un tono profundo, su voz de barítono. La recorrió
con la mirada, como un alpinista que finalmente encuentra la cumbre de la
montaña coronada por el sol; una montaña que había transitado en medio de
avalanchas y desastres por demasiado tiempo—, siempre has sido
desafiante. Mis recuerdos de tu belleza no te hacen justicia, porque ahora
estás mucho más hermosa.
Ella maldijo cuando sus pezones se tensaron bajo el sujetador, pero la
chaqueta la cubría muy bien. Él jamás podría saber cómo, el hecho de que
pronunciara su nombre con esa magnífica voz, la estaba afectando. Llevaba
un conflicto entre sus neuronas empoderadas y su cuerpo falto de sexo.
¡Vaya día que estaba teniendo!
—Y tú pareces que saliste de un hoyo oscuro, porque luces agotado y la
edad te sienta fatal —dijo, cuando sabía que esto último no era cierto.
Él soltó una risa suave y aterciopelada. Sus sentidos parecían de repente
muy alertas y conscientes de Kathleen: verla de nuevo había despertado a
su cuerpo de un largo invierno. Los últimos años tan solo sobrevivió en una
niebla de ambiciones, responsabilidades y éxito profesional, pero al final
del día, el oxígeno que respiraba no era suficiente. Kathleen era el
complemento que le había faltado desde que la alejó de su lado. Ahora,
mirándola tan magnífica y orgullosa, su deseo lo golpeó con tanta fuerza
que tuvo que apretar los dientes para no hacer una estupidez. Sabía que ella
lo detestaba, no le faltaban razones, así que él estaba en terreno minado.
Debía ir con cautela, pero no iba a dejar de luchar, no esta vez, por
Kathleen. 
—¿Podemos hablar, por favor? Le he dicho a Marcus que mañana
pasaré por su oficina para discutir los temas que íbamos a tratar hoy. —Ella
enarcó una ceja—. Kathleen, te invito un café. Lo podemos tomar en este
salón, bajar a la cafetería o ir al sitio que tú prefieras. Si acaso quieres cenar
tan solo dime el lugar.
Kat lo sorprendió con una carcajada cínica.
—No sé que clase de drogas estás utilizando, Tristán, pero es evidente
que no te sientan bien, en especial si el efecto que buscan es que te
funcionen las neuronas. No tengo nada de qué hablar contigo. Todo lo que
necesité decirte te lo dije cinco años atrás, así como también lo hiciste tú —
le dio un empujón contra el pecho, sin causar ningún efecto. Las chispas
saltaron cuando él capturó su mano y la apegó contra su cuerpo con un
movimiento rápido. Kat se quedó estática, pero reaccionó al instante—. Mi
tiempo es valioso, así que no voy a desperdiciarlo contigo.
Las respiraciones de ambos se volvieron entrecortadas. El aire se llenó
de tensión y sus pulsos se aceleraron. No era difícil saber por qué. El
tiempo no había pasado entre sus cuerpos que se reconocían perfectamente,
sin embargo, sus conciencias y aprendizajes, sí entendían que hubo una
larga separación.
Tristán notó el calor de la anatomía femenina contra la suya, la sintió
temblar ligeramente y supo que, en este aspecto, todo seguía igual. Tocarla
de nuevo, esa pequeñísima porción de piel de la mano, era lo más sublime
que había tocado desde la última vez que la besó. El cuerpo de Kathleen
conocía a quién pertenecía, pero Tristán no iba a hacer ningún movimiento
osado, porque entendía que necesitaba darle tiempo. Él no volvería a
apartarla ni apartarse. Además, necesitaba resarcir el daño que había
causado. Dar una explicación.
Él supo que Kathleen estaba viviendo en Seattle, pero no pudo ir a
buscarla antes, porque Peyton estaba en sus últimas etapas de
convalecencia. Eran incontables las veces, a lo largo de esos años, que
quiso romper su contrato y buscar a la única persona que significaba todo
para él. Sin embargo, Tristán cumplió hasta el último día, tal como fue el
acuerdo, el compromiso con su esposa. La reconocía como tal, porque era el
título que legalmente se daba, pero jamás la sintió de esa manera.
Cuando enviudó, ocho semanas atrás, se trasladó de emergencia a
finiquitar asuntos en la central de Nueva York. De hecho, acababa de
regresar a Seattle hacía solo cinco días. No imaginó que en su ausencia, la
compañía iba a empezar a ser el objetivo de una campaña de desprestigio
que empezaba a causar estragos. Esto era algo que necesitaba arreglar con
urgencia y ya estaba trabajando en ello con su equipo.
Además, quería ponerse al corriente con todas las reuniones pendientes
de negocios en la ciudad, por ejemplo, la de Sanyón. Que hubiese
encontrado a Kathleen, sí era una casualidad o como decía su abuela Faye:
causalidad. Aquellas cosas que el destino tenía previstas y confabulaba para
que ocurriesen.
—Estar contigo en este instante es más valioso que cualquier otro asunto
para mí —replicó Tristán con convicción.
—Ay, por favor ¿con todas las mujeres que seguro van de tu brazo en
fiestas y eventos? No me vengas con idioteces.
—La prensa social, lo sabes bien, puede inventar cualquier tontería.
Ella resopló con desdén.
—No sé cómo habrá tolerado Peyton tus infidelidades. En todo caso,
deberías estar recordando su memoria, en lugar de fastidarme. Será mejor
que me sueltes en ese mismo instante —dijo en un tono impaciente y
colérico.
Tristán apretó los dientes y la soltó a regañadientes.
—No quiero hablar de ella, porque estoy aquí contigo —zanjó a cambio
—. Hay muchas circunstancias de mi vida que ignoras, a pesar de que sé
que tú y mi hermana retomaron su amistad. Imagino que es leal contigo y
conmigo, pues no te ha contado nada. Si lo hubiera hecho, entonces, quizás
me odiarías un poco menos.
Nunca amó a Peyton, pero a lo largo de esos años se habían convertido
en amigos. Amigos de verdad. Sin embargo, ese no era un tema del que
quería hablar con la mujer a la que quería a su lado para siempre: Kathleen.
El camino era espinado y venenoso, lo tenía muy claro, pero él era la chispa
que detonaba la llamarada en ella. Lo comprobaba ahora. Cinco años sin
ella habían sido un Infierno absoluto. Una agonía en soledad, en la que tuvo
todo, pero se sintió incompleto.
Notaba ahora cómo, con la mirada, Kathleen quería acribillarlo y
rasgarle la cara con las uñas. Si él pudiera regresar el tiempo y cambiar las
cosas, no lo haría, porque era consciente de que Kathleen había florecido y
expandido sus alas como merecía. A pesar de su inmerecida crueldad, ella
había salido adelante. Tristán no habría esperado menos de una mujer que
era puro fuego y determinación.
La química entre ellos seguía siendo igual o más potente que la existió
años atrás. Además, decirle que estaba hermosa era un halago estúpido,
porque Kat lucía radiante, llena de una chispa de seguridad y sensualidad
burbujeante; su cuerpo seguía siendo de la forma de un violín, cuya melodía
él no había podido tocar ni escuchar.
Él nunca dejó de estar pendiente de Kathleen. En su egoísta intento de
que no lo olvidara, le enviaba el único libro que representaba con exactitud
lo que había vivido durante los años en que ella vivía lejos. Tristán tenía
amigos en muchos sitios, por ejemplo, Illinois. Sabía que ella no entró en la
BBC de Londres, pero consiguió pasantías en Italia. Sabía que había
viajado por Europa y algunas partes de Centroamérica. Se sintió orgulloso
cuando se enteró que le dieron el grado Summa Cumme Laude. El día en
que también supo que estaba de regreso en Seattle, su mente se preparó para
armar una estrategia y su corazón pareció bombear con más brío.
Ahora, Tristán, al fin era libre.
Kat elevó el mentón con petulancia.
—Tengo trabajo y me estás haciendo perder el tiempo —replicó con la
intención de marcharse—. Vete a alguna reunión o lo que sea que hagas por
la vida.
—Kathleen —dijo en tono firme. Ella lo miró enarcando una ceja—. Mi
disculpa llega muy tarde, pero quiero que sepas que siento mucho el dolor
que te causé con mis palabras y con mis mentiras aquella noche en el bar.
Lo siento, Kathleen.
—Creí todas las cosas que dijiste de mí, que no me querías y que me
engañaste todo ese tiempo. —Él hizo una negación, porque jamás aclaró
este último punto—. ¿Eran mentiras? Mira nada más, entonces deberías
trabajar en la política, porque los políticos tienen tendencia a decir mentiras
que son verdades y verdades que son mentiras, pero al final ellos mismos se
confunden. Tus disculpas no me importan, porque tú dejaste de importarme
hace años.
Tristán soltó una exhalación y se pasó la mano por la nuca. Sí, había
sido muy convincente con ella. Ahora necesitaba quitar el peso de esas
mentiras.
—No te engañé, Kathleen, tan solo evadí responder y dejé que
asumieras lo que querías de mí o sobre lo que pude haber hecho. —Kat
sentía que la cabeza le daba vueltas—. No fui justo con mis palabras, sin
embargo, sabía que hallarías la fortaleza para salir adelante. No me
equivoqué, lo has hecho. Kathleen, tuve que hacer una elección, mi vida
personal o mi vida profesional de la que dependía un legado de
generaciones de Barnett y cientos de familias.
Ella abrió de par en par los ojos cuando él se acercó y le acarició la
mejilla. Por un instante sintió la tentación de recostarse en esa palma cálida,
pero fue más inteligente y la apartó de un manotazo. Aunque no se podía
ver, ella sentía que la piel que acababa de tocar la suya había dejado una
marca a fuego. «Maldito sea».
—¿Me estás pidiendo disculpas y a la vez haciéndome consciente de
que elegiste por mí, que no me diste la oportunidad de luchar y aparte que
preferiste una corporación cuando yo te dije todo lo que sentía por ti a
corazón abierto? No te importó romper mi corazón, sino tu forma egoísta de
pensar por mí, porque tu compromiso empresarial fue más importante. Ya
veo, entonces ¿también me estás pidiendo disculpas cuando negaste que me
quisiste y argumentaste que preferías una mujer distinta, porque, al parecer,
yo no fui suficiente? ¿También te estás disculpando por haberme dejado,
porque no me querías, para, a las dos semanas, casarte con otra? —soltó
una risa sin alegría y meneó la cabeza—. Vete a la mierda, Tristán. Dejaste
de ser parte mi vida hace mucho y no tengo interés en incluirte de nuevo.
—Kathleen… —murmuró, consciente de que los reclamos de ella tenían
razón; consciente que la había lastimado mucho.
Notó en ella la desconfianza, la actitud de estar a la defensiva, la falta de
esa dulzura, la carencia de la chispa de optimismo en su tono de voz, las
palabras impregnadas de rabia y la forma en que sus ojos le impedían ver
sus verdaderas emociones. Si lo anterior ocurría solo con él, entonces
aceptaba la penitencia, pero buscaría la redención. Si ella actuaba a la
defensiva, en general, para que otros no lograran acceder a sus emociones,
entonces el daño que él había causado era brutal y, ante la posibilidad, se
sintió miserable. Ni siquiera era capaz de leer las emociones de Kathleen,
aquellas que subyacían bajo la rabia, aquellas que mantenían viva la esencia
de la mujer que adoraba y jamás dejó de querer. Esta conversación no
estaba jugando a su favor, aunque esperaba no hundirse del todo.
Kat extendió la mano para que se callara, pero procuró no tocarlo. No
podía tocarlo, porque entonces la poca entereza que la sostenía en pie
fallaría.
—Tus disculpas caen en saco roto. No solo llegan demasiado tarde, sino
que no las necesito, no me hacen falta, tampoco cambian nada. Eres
despreciable. Así como destruiste mi vida, si yo tuviera la oportunidad,
entonces hallaría la forma de destruir la tuya si intentas acercarte de nuevo a
mí. Estás advertido. Ah, y no vuelvas a enviarme libros de la Odisea que, si
yo fuera Penélope, ya te habría asesinado.
Kathleen salió con rapidez, pero no se perdió el eco de la risa profunda y
masculina. «Imbécil», pensó todavía temblorosa por ese encuentro que
había sacudido todo su ser. Sentía como si tuviera fuego en los tacones,
porque no se detuvo ni un instante hasta que estuvo detrás del volante.
¿Cómo era posible que todavía deseara a un hombre al que, al mismo
tiempo, odiaba?
Ella ya había superado el duelo, el sufrimiento, las etapas de impulsos
en el afán de dejar atrás a Tristán. Se debatió consigo misma y había
entregado toda su pasión en sus estudios. El conflicto en su corazón dejó de
ser una herida abierta el día que decidió que ya había sido suficiente; el día
en que decidió reconstruir su fortaleza interior. Ahora, al verlo de nuevo, el
hilo de resiliencia que había cosido esas heridas, parecía haber sufrido un
tirón, dejándola inquieta.
Kathleen tomó una profunda respiración y luego encendió el motor de
su coche para marcharse a casa. Escribiría la jodida nota, lograría de algún
modo su ascenso y, después, tal como había hecho con éxito estos cinco
años, volvería a refundir el recuerdo de Tristán en lo más profundo de su
memoria.
Cuando llegó a casa llamó al teléfono privado de la persona que había
cambiado su vida. Le debía su rehabilitación emocional y también su
acceso a la Universidad de Northwestern. Ella hablaba regularmente con él
y hoy era también su cumpleaños. Claro, Kat había recibido una invitación
para la cena de celebración, pero someterse voluntariamente a la tortura de
la posibilidad de volver a ver Tristán, en especial después de hoy, no le
apetecía para nada.
Al cuatro timbrazo, la voz de Mason Barnett se escuchó diáfana y
amable.
—Mi estudiante favorita de Northwestern. ¿Cómo estás, querida
muchacha?
De imediato, Kat se relajó, y esbozó una sonrisa, mientra esperaba a que
la cafetera terminara de colar el remedio a su cansancio.
—Estoy muy bien ¡feliz cumpleaños, Mason! —dijo con alegría—. Son
ochenta vueltas al sol, pero usted parece tener un pacto para no envejecer.
La risa amena del anciano resonó en el auricular.
Él y Kat quedaban a veces en un bonito café con un aire bohemio
parisino, al menos una vez al mes, en el centro de Seattle. Ella le hablaba
sobre sus anécdotas como periodista, mientras Mason la aconsejaba sobre la
clase de situaciones que debería permitir y aquellas que no cuando pactaba
una entrevista. Le daba, básicamente, clases de economía y finanzas por si
ella tenía que escribir algún tema al respecto y no tenía idea qué preguntar o
cómo comprender terminologías. La dinámica era la de un abuelo con su
nieta. En ocasiones, a ese café, se sumaba Agatha. Este lazo de amigas se
había estrechado muchísimo y habían perdonado el pasado.
El día en que Kathleen llamó a Mason, temblorosa, con tan solo
dieciocho años, le preguntó si podía acogerse a la oferta que él le hizo en
que le dijo que lo buscara si necesitaba un favor. Mason le respondió que
por supuesto, luego le preguntó el motivo de su necesidad de alejarse de
Seattle.
Kathleen le explicó a Mason, con la mayor sinceridad y sin entrar en
detalles, que tuvo una relación romántica con Tristán, pero que no funcionó
y que ahora estaba demasiado dolida para continuar viviendo en la ciudad.
Le mencionó que no obtuvo la beca para la Universidad de Washington y
fue rechazada en Northwestern. Finalmente, le preguntó si él tendría alguna
posibilidad de poner una buena palabra sobre ella en Northwerstern para
que la aceptaran. Ese era el gran favor.
Mason no ahondó en el tema de Tristán, pues la llamada de Kathleen
había llegado después del matrimonio de su nieto, así que solo necesitó
sumar dos más dos y entender la cagada de Tristán. Por supuesto, no lo
comentó con la muchacha, pero sí que tuvo, después, una conversación con
el idiota de su nieto mayor.
A los cuatro días de esa llamada, Kathleen tenía ya una beca del 75% de
cobertura para su carrera en la Medill School of Journalism, Media,
Integrated Marketing Communications, en Evanston, Illinois. La residencia
universitaria estaba cubierta durante los primeros seis meses, por lo que
Mason dejó claro el mensaje de que tampoco iba a ponérselo tan fácil. Ella
sabía que ese era el modo de operar del patriarca Barnett y le parecía que
dignificaba ese favor.
Ella le agradeció profusamente. Mason le dijo que lo único que ella
tenía que hacer era convertirse en la mejor periodista que hubiera concebido
ser. Le comentó a Kat que él no estaba dándole nada que ella no mereciera.
No era un regalo, sino una compensación, porque había visto cuánto se
esforzaba, ella y Virginia, por salir adelante. Mason le reiteró que siempre
podría contar con él.
Por supuesto, después de aquella llamada, Kat rompió a llorar. Cuando
le contó la noticia a Virginia, su madre se apenó de que tuviera que
marcharse, pero la apoyó cada minuto. El día que tuvo que montarse en ese
avión fue la despedida más amarga, poque a medida que se elevaba la nave
en el aire, dejaba todo atrás.
—Lo que me tiene joven son las imbecilidades que hace mi familia,
pero yo intento resolver aún a mi edad —dijo con su habitual humor negro
—. ¿Vendrás a mi cena, muchacha? Sería un gran gusto. Por la estirada de
mi nuera ni te preocupes; está en Suiza haciéndose un tratamiento de
belleza. Pfff, como si el alma se corrigiese con bisturí —dijo carcajeándose
de su propio comentario—. Seguí las notas que publicaste esta semana, muy
buenos ángulos y precisión. Esa tal Ramona no tiene dos dedos de frente.
Tú deberías tener un ascenso y dedicarte a ser la mejor periodista de
cultura.
Kat soltó una carcajada. Sí, le había contado a Mason sobre Ramona. El
anciano tenía posturas muy determinadas sobre su jefa. Si siguiera los
consejos de Mason, que básicamente la instaba a decirle jefedzilla que tenía
el cerebro de un simio amaestrado, ahora estaría buscando un nuevo
empleo.
—Estoy tratando de encontrar la manera de dejar mi huella. Sé que
merezco ese ascenso. Además, necesito tener ese cargo de redactora
exclusiva de cultura o no podré exigir mejoras salariales al no contar con
una especicialidad de trabajo.
—Lo comprendo, pero sé que vas a conseguirlo.
—Solo estoy buscando la oportunidad…
—Llegará o la encontrarás cuando menos lo esperes. Entonces,
muchacha ¿te espero por aquí en la mansión Barnett?
—Mason, no creo que sea buena idea…
—El tontorrón de mi nieto mayor probablemente venga dentro un rato,
pero no creo que venga mañana a la cena de celebración, porque ahora tiene
otro caos por resolver —interrumpió, riéndose—. Lo tiene merecido por
tomar decisiones estúpidas, pues a ver cuándo se le ilumina la cabeza,
porque solo de números y millones de dólares no se disfruta en la vida —
dijo en tono críptico—. Así que, ni te inmutes por Tristán. Además, he
pensado que el nieto de uno de mis grandes y viejos amigos sería un
perfecto acompañante para ti. ¿Qué opinas?
Kat se rio de buena gana.
—Ignoraba que entre sus habilidades estuviera hacer de Cupido —dijo
riéndose—. Ahora puedo entender de dónde sacó Agatha semejante
habilidad y capacidad de organizarme citas a ciegas. Mason, no estoy
interesada en complicarme la vida en temas románticos; ya sabe que solo
me interesa mi carrera.
—¡Patrañas de juventud! —exclamó en tono irreverente—. Ven a mi
cena mañana. Estoy seguro que el nieto de mi amigo es perfecto para
acompañarte y hacer una conversación que merezca la pena. Ahora no
recuerdo su nombre, pero ven, ven a celebrar conmigo ¡habrá banda
musical en vivo!
Kat no podía negarle eso a Mason.
—De acuerdo, será un gusto, gracias por invitarme.
El anciano esbozó una sonrisa que Kat no podía ver, mientras se
recostaba en su mullida silla de su estudio personal y observaba el jardín de
la mansión. Después fijó la vista en el violín que había sido de Faye. «Mi
idea es estupenda», pensó.
—Mi amigo Cyril es un hombre de principios y ha criado a sus nietos
con el mismo estándar. Le diré a su nieto, cuando recuerde su nombre —se
carcajeó de su propio olvido—, que pase por ti a las siete. La cena es las
ocho.
—Duerma bien, querido Mason. ¡No olvide sus píldora de la presión!
—¡Bah! Yo estoy fuerte como un roble. Los médicos están mal de la
cabeza —dicho esto, el hombre cerró el teléfono.
Kat tan solo se rio, pero su risa se perdió cuando asimiló a lo que
acababa de acceder: iba a volver a la mansión Barnett, después de cinco
años. Agatha, por supuesto, ya no vivía con sus padres, sino en un piso
propio muy bonito. Por otra parte, a ella le parecía genial que Margie no
estuviera en el país, así que esperaba que su némesis tampoco mostrara su
presencia en la cena.
Kat tenía confianza en el criterio de Mason y sabía que no iba a
presentarle a un chico si no creyera que ella estaría segura con esa persona
o que fuese alguien agradable o educado. No iba a estresarse dándole
demasiadas vueltas al tema. «Solo era una cena, un acompañante para una
fiesta, y nada más allá de eso».
Con esa reflexión en mente, Kat puso azúcar en el café, abrió la
MacBook Air, entró en el perfil de la página de interna del periódico y abrió
la caja, así se llamaba el espacio especificado para llenar cada texto, y
empezó a teclear. El resto del mundo, tal como sucedía cuando se sumergía
en el trabajo, desapareció.
 
***
—Esta es la opción más efectiva y viable —dijo Tony Malone, el
director de relaciones públicas. Estaba sentado en la mesa larga de la sala de
juntas de Barnett Holdings—. No sería difícil de conseguir, ya sabes que es
parte de mi trabajo, pero necesito que me des tu autorización, porque si
aceptas, entonces implicaría tener a una persona conociendo este entorno
más de cerca. A ti, básicamente. Por eso la sección se llama Perfiles. No se
enfoca en números o transacciones, sino en encontrar el lado “humano” a la
compañía, a partir de conocer la historia y su propietario o CEO en este
caso. —Tristán asintió—. Layla Molina es una gran periodista. No dirá
mentiras ni utilizará sesgos narrativos. Esa sección es una de las más leídas.
—¿No estaríamos arriesgándonos? —preguntó Tristán, pensativo—. Sé
que Layla hace esos reportajes, los he leído, son excelentes. Sin embargo,
también corremos un riesgo, porque no estamos pagando una publicidad.
Esto es periodismo puro, lo que ella encuentre, lo va a publicar. Dará igual
si nuestra intención es dar a entender la verdad: somos éticos, honestos y
trabajamos compitiendo bajo la ley. Tony, sería como activar una bomba y
ponerla en casa. Estaríamos en manos de esa periodista. Si la situación no
sale bien, consideremos que todo será basado en la percepción de Layla,
entonces saldremos más perjudicados.
Tony escribió varios apuntes en su iPad.
—Seattle News Today es el único periódico, a gran escala y con
excelente reputación, que puede desdecir las mentiras de esos pequeños
tabloides y de lo que circula online. No creo que pueda perjudicarnos,
porque, tal como mencionas, nuestra ética corporativa es legendaria.
Necesitamos opacar esos rumores falsos.
—Demonios, lo sé. Si dejamos que sigan esparciéndose nos irá
corroyendo. Tu solución es la única para hacerle frente de manera discreta y
sin armar una campaña directa de oposición. No necesito agitar el avispero.
—Exactamente, Tristán, además, también hemos creado publicidades
aleatorias en ciertas revistas especializadas y renovamos la página web para
destacar la labor social que hace la compañía. Vamos bien encaminados.
—Bien, bien —dijo frotándose el mentón con los dedos, pensativo—.
No podemos controlar la libertad de expresión, así que, Layla nos puede
terminar perjudicando, en lugar de hacernos bien si elige un ángulo
desfavorecedor.
Tony hizo una leve negación.
—No, necesariamente. Tristán, la buena reputación de Barnett Holdings
nos precede. Layla Molina hará un buen trabajo. Tiene quince años de
trayectoria profesional y sabe su oficio. De hecho, su sección Perfiles ha
sido premiada varias veces entre el gremio periodístico local. Sé que no soy
el único relacionista público que busca tener un reportaje publicado, a dos
páginas a colores, con ventana de portada en papel, y titular destacado en
digital en Seattle News Today.
—Entiendo, sí, que hay muchos empresarios que quisieran este espacio.
—Entre más rápido actúe, entonce más rápido conseguiremos salir de
este atolladero. Así que depende de ti. Confiemos en que es el paso
adecuado, porque, como experto en la situación, sé que lo es.
Tristán se frotó el puente de la nariz.
—Está bien, Tony, nunca has fallado en tus juicios de valor profesional.
Si crees que esta mierda de rumores se va a terminar con el trabajo que
publique tu colega periodista, entonces llama a Layla y convérsalo.
—Perfecto, Tristán.
—Ahora, si ella acepta hacer el reportaje ¿cómo funcionaría este
asunto?
—Le darán dos meses para recorrer la compañía, entenderla, entrevistar
clientes, obreros, staff de oficina y lo que a ella necesite para recabar
información. No será intrusiva. Tan solo pedirá asistir a ciertas reuniones o
eventos en los que tú estés para entenderte y captar aspectos de tu
personalidad que, quizá, pasen desapercibidos para otros, pero que podrían
enriquecer y mejorar la visión que tienen sobre ti. La sección se llama
Perfiles por ese mismo motivo. Va más allá de la empresa.
—No me agradaba particularmente este asunto de que intente
conocerme, porque soy muy privado con mis asuntos. Aunque por la
empresa podría hacer una pequeña concesión no-intrusiva —dijo renuente.
—Iremos ajustando los detalles. Por ahora, déjame hacer esa llamada.
Además, contamos con una ventaja. Durante años, los periodistas han
buscando una entrevista con Mason, pero si tu fuiste elegido por él como
director general, entonces van a aprovechar esta oportunidad para, a través
de ti, preguntarte sobre tu exitoso abuelo.
—Mi abuelo te mandaría al diablo si le dieras este argumento.
Tony, que conocía al anciano, soltó una risa.
—Lo sé, lo sé. En todo caso, a partir de la publicación del reportaje, que
bajo ningún motivo necesita nuestra aprobación, podremos medir
resultados.
Tristán apretó los labios e hizo un asentimiento.
—Encárgate de que esta campaña de desprestigio acabe.
Tony se incorporó y salió de la inmensa sala de juntas.
Lo que estaba sucediendo en la empresa no lo sorprendía a Tristán,
aunque lo cabreaba, porque Barnett Holdings se hallaba en un proceso muy
competitivo para ser la compañía oficial del diseño y construcción de cinco
proyectos de viviendas sostenibles en South Lake Union. Estas viviendas
serían para altos ejecutivos, extranjeros, que llegaban a trabajar para las
grandes compañías de la ciudad.
El monto detrás de ese contrato ascendía a los noventa millones de
dólares. Cada uno de los cinco edificios tendría diez pisos de dos unidades
cada uno, y tomaría al menos cuatro años en terminarse. Barnett Holdings
era la que siempre lideraba el mercado, pero también, por ese mismo
motivo, se había ganado varios enemigos.
Lo anterior tenía que ver con el hecho de que Tristán no era la clase de
persona que se amedrentaba ante otros. Él expresaba lo que sus
convicciones y moral de trabajo lo impulsaban a decir. No se andaba con
medias tintas y su implacable gestión, a diferencia de otros constructures
corruptos, no contemplaba sobornos. Él se ganaba los contratos
limpiamente, así que esta campaña estaba ensuciando el nombre de su
familia, su empresa y sus empleados. Lo tenía muy cabreado.
Estas acusaciones falsas, esparcidas en la sección de negocios en
tabloides de poca monta, con sus respectivos sitios de internet, generaban
ruido y daño. Lo acusaban de utilizar materiales de baja calidad e inflar los
precios de las cotizaciones. En pocas palabras, estaban retratándolo ante la
sociedad empresarial como un CEO abusivo que no tenía ética y que le
daba igual qué materiales utilizaba; alguien que obviaba la seguridad de los
empleados, y los propietarios que encargaban sus proyectos personales y
corporativos, con tal de seguirse haciendo millonario.
La central de Nueva York no estaba sufriendo estragos. El encargado de
esa sucursal llevaba la gestión sin ningún contratiempo. Un alivio. Tristán
solía alternar los meses entre una ciudad y otra, pero ahora confiaba más en
Mitchel Lewis, el vicepresidente ejecutivo elegido por él, en la Gran
Manzana. Así que Tristán viajaba solo por temas puntuales a la costa este y
durante pocas semanas.
Tristán cerró los ojos y recostó la espalda contra el asiento.
No podía concentrarse esa noche, menos después de haber visto a
Kathleen la noche anterior. En lugar de haber ido a su penthouse, porque la
casa en la que había vivido con Peyton ahora estaba a la venta, que acababa
de ser renovado, prefirió regresar a la oficina. Tristán no quería repetir el
pasado con Kathleen. Lo que él deseaba era, en el presente, crear un nuevo
comienzo para ambos. Lo único que no había cambiado en todo esos años, a
pesar de lo que otros pudieran pensar, incluída la misma Kathleen, era lo
que sentía por ella. Seguía enamorado y con el paso del tiempo, a pesar de
que no podía abrazarla o hablar con ella, ese amor se había convertido en
una certeza plena sumada a la esperanza de que volvería a verla y podría
retomar su relación. ¿Cómo era posible después de cinco años seguir
prendando de una misma persona? Fácil, Kathleen era la mujer de su vida.
Ahora, por supuesto, el gran conflicto era que ella lo veía a él como la
pesadilla de su existencia.
El móvil sonó y vio el nombre de su hermana.
—Vaya, mi hermanita ha decidido llamar esta noche ¿a qué debo el
honor?
Agatha se rio. Ella trabajaba con el equipo de arquitectos de Barnett
Holdings y estaba encantada. Su intención de abrir su propia consultora
había cambiado, porque los retos que su hermano mayor le permitió asumir
eran fantásticos. Además, tenía independencia para hacer propuestas
innovadoras. Estaba encargada de aceptar proyectos de restauración
histórica y le fascinaba.
El único dolor de cabeza para ella y Tristán era Caleb. Su hermano era
un caos y su irresponsabilidad se había extendido al consumo de sustancias
ilegales. Algunos días llegaba a la oficina temprano y otros casi al final de
la jornada. Tristán y Agatha estaban hartos, así que le dieron un ultimátum.
Si no iba a una clínica de rehabilitación, entonces contratarían un comité de
abogados para que le quitara lo incapacitara para tomar decisiones legales y
convertir a su hermano mayor en guardían del dinero y su vida. Caleb sabía
el poder que tenía Tristán, así que, de mala gana, aceptó la condición.
Ahora estaba en uno de esos centros para desintoxicarse. Era la tercera
recaída.
Lo anterior, claro, fastidiaba a Byron, porque defendía a morir a su hijo
y trataba de hacer lo posible para que saliera del centro, porque decía que
podía curarse en casa y que no era un animal para estar encerrado. Byron
continuaba siendo una piedra en el camino y, por lo general, en cada sesión
de directorio encontraba una nueva manera de poner a Tristán a resolver
más problemas, en lugar de crear soluciones. A pesar de la férrea defensa de
su padre a Caleb, Tristán se había dado a la tarea para que su hermano
menor firmara un poder notarial, en el que lo autorizaba a tomar decisiones
sobre su rehabilitación de la adicción a las drogas. Desde esa perspectiva, la
situación estaba controlada. Por ahora.
Además, tenían que lidiar con la nueva postura bohemia de Margie que
había decidido vivir una vida paralela y dedicarse a tener aventuras
románticas. Byron estaba deprimido, pero sus hijos sabían que ahora
estaban los roles invertidos y era Margie la que le era infiel. Ese par era la
toxicidad encarada. Ni Tristán ni Agatha querían lidiar con ese mierdero y,
menos mal, no vivían desde hacía años en esa casa.
—Hola, Tristán —dijo con una sonrisa en la voz—, sé que eres un
adicto al trabajo, pero recuerda que hoy en la noche es la cena de
cumpleaños del abuelo. Ya he contratado a su banda de música preferida y
conseguí que un pianista tocara Claro de Luna de Debussy que es su
melodía favorita.
—Suena soberbio, no sé si me desocupe temprano, pero haré un
esfuezo, seguro. Anoche fue oficialmente su cumpleaños y pasé a saludarlo
un momento. Lo vi de buen ánimo. Por cierto ¿qué hacemos con Caleb? —
preguntó.
—Lo llamé a la clínica de rehabitación, Muving, y me comentó que está
mejor, aunque le ha tocado más fuerte la desintoxicación en esta ocasión. El
abuelo notará su ausencia, aunque no sepa los detalles, sabe que Caleb no
está en sus cabales.
Tristán soltó una exhalación, cansada. Su vida personal era un
desbarajuste.
—Le estamos ahorrando un gran dolor a mi abuelo con los últimos
episodios de nuestro hermano. Quisiera llamarlo a la clínica de
rehabitación, pero ya sabes…
—Sí, lo sé —dijo ella con tristeza—, no necesitas mencionarlo. La
situación es bastante dura y nos mantiene en tensión constante. Solo nos
queda esperar que, otra vez, salga de esta y no deje el tratamiento
psiquiátrico al salir.
—Exactamente —soltó una bocanada de aire. No quería recordar el
episodio que había llevado a Caleb al estado en el que estaba ahora—.
Agatha… Me encontré ayer con Kathleen y tuvimos una charla bastante
ácida. El panorama no pinta nada optimista para mí, lo cual comprendo. Sin
embargo, no voy a apartarme de nuevo.
Agatha se quedó un instante en silencio, mientras escuchaba a su
hermano relatarle lo sucedido en el salón del hotel Fairmont Olympic. Ella
sabía que, más pronto que tarde, su mejor amiga la llamaría para contarle lo
ocurrido.
—Tristán, sé que la quieres todavía y entendí el motivo de que
continuaras enviándole libros, flores el día de su graduación, pero necesitas
recordar que ella está muy dolida. Esos obsequios quizá fueron importantes
para decirle que seguía en tu memoria, sin embargo, no es por lastimarte,
pero lo que menos quería Kat era volverte a ver. Yo guardo tus secretos y
también los de ella. No quiero estar en la mitad, porque sería muy difícil
para mí —dijo con suavidad—. Solo dale tiempo…
—¡Han pasado cinco jodidos años! —exclamó, frustrado.
—Deja que se acostumbre a la idea que quieres reconquistarla y que esta
vez no vas a cagarla. Kat tan solo está protegiéndose. Dale motivos para
confiar. ¿Okey?
—Lo sé… —se mesó los cabellos—. Lo sé. Hablamos pronto.
—Adiós, hermanito. —Cortó la llamada.
Tristán soltó una exhalación.
Unas semanas después de que se casara con Peyton, él y Agatha habían
sostenido una importante conversación. Ella entendió que no debió nunca
actuar como lo hizo con Kathleen, al apartarla y darle el trato del silencio,
en especial cuando Tristán le aseguró que el cupable de esa ruptura y ese
romance era él.
Agatha aceptó que había sido inmadura e injusta con su mejor amiga y
prometió que la buscaría para disculparse. Le había preguntado a él si de
verdad quería a Kathleen, así que Tristán dijo la única verdad. Amo a
Kathleen. Su hermana quiso indagar los motivos por los cuales había rotó
con Kat, si tanto la quería, para casarse a las pocas semanas con otra mujer,
pero él simplemente le respondió que existían instantes en la vida en que los
tiempos no era los correctos.
Claro, Agatha había hecho una mueca, pero no dejó el tema.
—No entiendo, Tristán, a ti nunca te gustó Peyton como alguien para
una relación a largo plazo. Así que, cuando nos anunciaste que te casabas,
me pareció que algo no encajaba en esa ecuación. Fue chocante. Vamos, el
abuelo rehusó asistir y eso es más elocuente que si te hubiera dicho que
escribes con los pies. A él le importaba un pepino si te casabas con una
heredera millonaria o con la heredera de una tienda de dulces hechos en
casa. A él le importa la gente, no lo que poseen.
—Peyton y yo tenemos un acuerdo —había respondido con renuencia
mirando a su hermana. Estaban caminando por la playa y luego se
detuvieron en restaurante a comer ostras—. No es romántico.
Agatha se había agarrado de los cabellos y soltó un sonido frustrado.
—¿Me estás diciendo que tu relación con Peyton es transaccional? —
había preguntado con los ojos abiertos de par en par—. ¿Me estás diciendo
que preferiste un matrimonio de conveniencia, aparte que seguro que te
gusta la boba esa, en lugar de luchar por la relación con Kathleen cuando,
carajo estoy segura, ella te lo dio todo? Y no solo me refiero, ewww odio
hablar de esto contigo, en la parte física, sino con su tiempo, sus
ocurrencias, sus sueños. Kat es de las personas que cuando quiere lo hace
de corazón y hasta el final. Qué necio eres, en serio. Jamás se habría
acostado contigo si no te amara de verdad, pero ¡hey! El mundo está hecho
de hombres tontos.
Tristán no había negado esta última parte, porque sí era un tonto que no
encontró otra sálida inmediata para cumplir con los términos draconianos
de su abuelo. Un abuelo al que, bajo ningún motivo, habría osado defraudar.
—Es más complicado que eso, pero si tu enfado de amiga ofendida
quiere saberlo, mi relación con Peyton no es por amor ni atracción. Ahora,
me prometiste no hablar de lo que conversamos con otras personas. Y, si
pasara el tiempo y se diera la oportunidad, esa persona incluye a Kathleen.
Hasta que yo pueda explicárselo.
Ella había soltado una exhalación de frustración.
—Dudo que te dé la hora, en el caso de que acepte escucharte. No
soporto a tu esposa y rehúso llamarla “cuñada”.
Tristán se había reído con suavidad.
—No voy a hablar más de Peyton ni de Kathleen. Es suficiente.
Ante las cámaras, los círculos sociales y demás, el matrimonio de
Tristán y Peyton era la representación de la pareja perfecta. En privado,
ellos eran examantes atados por un acuerdo económico que, ni siquiera, era
un matrimonio real. Dormían en habitaciones separadas, porque él no iba a
renunciar a su independencia, su espacio y ganas de hacer otras actividades
o viajar, si podía, con Carrigan y Wayne.
Los primeros dos años con Peyton fueron en su mayoría un calvario.
Ella intentaba romper la franja que Tristán había marcado: no había sexo
entre ellos. Intentaba seducirlo, como había ocurrido tantas veces cuando
eran tan solo amantes esporádicos, y utilizar el cáncer como moneda de
cambio para generarle remordimiento si él quería salir con otras mujeres.
Ambos tenían un trato de negocios y él se lo dejaba muy claro. Siempre.
Peyton, ante los reiterados rechazos de Tristán, terminó comprendiendo que
sus rabietas no la llevarían a ninguna parte.
Él puso su penthouse en alquiler antes de casarse, porque en su cama no
quería el recuerdo de Peyton o ninguna otra mujer que no fuese Kat.
Compró una casa en la que instaló una habitación con implementos para los
tratamientos médicos. Costeó enfermeras y un equipo solo para que cuidan
de ella. El dinero no era problema, en especial cuando Peyton quería ocultar
al mundo su enfermedad. Todos los empleados firmaban un acuerdo de
confidencialidad. Nada quedaba al azar.
Cuando Peyton estuvo mejor y el cáncer pareció controlado, iban juntos
a eventos, por supuesto, pero más allá de las sonrisas y abrazos públicos, en
privado cada cual iba a su aire. No la dejaba sola si necesitaba alguien para
charlar.
Su convivencia se volvió menos tirante cuando ella dejó de exigir y
empezó a aceptar que no volverían a ser amantes. Con el paso del tiempo,
ella empezó a interesarse por su entrenador físico, Roxwell. Tristán, al que
no le importaba, le dijo que si quería estar con él, necesitaba que firmase un
acuerdo de confidencialidad. Al menos sabía que Peyton se había
enamorado y vivía su tiempo sin enfocarse solo en el cáncer, porque tenía a
alguien que la miraba y mimaba como ella anhelaba.
Su matrimonio fue una transacción y ambos eran libres de hacer lo que
les apeteciera. En el caso de Tristán, hubo un momento en el que llegó a
anhelar algo similar a lo que tenía Peyton con Roxwell. Lo que le habría
gustado tener era una compañera de cama y por la que se sintiera atraído;
alguien que le diera el sosiego que había perdido años atrás; alguien que se
sentía interesada más allá de su físico o cetros en sus cuentas de
inversiones. Si embargo, a veces creía que exigía demasiado, porque jamás
existiría una mujer capaz de sustituir a Kathleen.
Tristán empezó a salir con otras mujeres, discretamente, porque siempre
había prensa en sitios concurridos y no quería salir en publicaciones
ridículas. Se trató de cenas o visitas a museos en horas en que estos
cerraban. Quedaba en la casa de ellas, pero no intimaba. Solo era la
compañía, en un inicio. Cuando se decidió a hacer una movida más física y
sexual, se encontró con un inconveniente. De hecho, empezó a creer que
quizá tenía una maldición, porque cuando la mujer que tenía en la cama,
dispuesta, le extendía los brazos para que él la cubriera con su cuerpo, le
llegaban flashbacks del mismo gesto con el rostro de Kathleen. De
inmediato su interés se perdía por completo y terminaba la velada,
frustrado.
La única ocasión que se corrió con una mujer fue cuando una rubia de
tetas pequeñas y un culo respingón le hizo sexo oral en la parte trasera de
un bar elegante, pero en un área privada. Cuando ella le insinuó para ir a su
casa y concluir la faena, porque estaba mojada y quería tenerlo dentro,
Tristán salió de su bruma de lujuria. Se disculpó y salió petando del bar. Esa
noche se alivió físicamente, pero pasó días sintiéndose miserable; como si
hubiese traicionado a alguien. «¿Qué carajos le pasaba?», se había
preguntado incontables ocasiones. La culpa que llevaba a cuestas por cómo
alejó a Kat había sido su torturadora por excelencia.
Durante un año, el cáncer de Peyton remitió por completo, pero a los
cuatro meses volvió con más agresividad y amenazaba con esparcirse al
resto del cuerpo. Ella tuvo una mastectomía de ambas mamas. Tristán
intentaba hacerla sentir bien, abriéndose más a ella, porque al final era la
única persona que estaba más tiempo a su alrededor. Incluso le había
hablado de Kathleen. Fue entonces que Peyton, finalmente, entendió el
precio real que él había pagado por Barnett Holdings.
—Siento mucho que hayas tenido que elegir la empresa, en lugar de esa
mujer que tanto amas, Tristán —le había dicho una noche, después de que
los médicos la hubieran desahuciado— . A pesar de nuestros desencuentros,
quiero que sepas que eres un hombre y un amigo maravilloso. Estoy
agradecida por la paciencia que me has tenido, aún con mis injustos
reclamos y rabietas. Claro, no voy a elevar tu ego, así que te diré que
también has sido el mejor amante que he tenido, después de Roxwell.
Tristán había soltado una carcajada.
—Tu dinero me permitió salvar mi empresa, expandirla, mantener los
salarios de cientos de familias, salir de un déficit que empezaba a crear
graves problemas, y a afianzar mi reputación como CEO. No defraudé a mi
abuelo —había dicho con sinceridad—. Además, he podido descubrir que
no eres tan mala cantante como parecías en los karaoke a los que solíamos
ir cuando éramos unos chavales. Sobre mi bella Kathleen… —había bajado
la mirada—, tan solo estábamos en momentos distintos de nuestras vidas.
Tuve que alejarla. La buscaré de nuevo.
—¡Ah! Yo sabía que te gustaba mi voz —había dicho riéndose—.
Escucha, Tristán, yo te he atado mucho tiempo —lo había agarrado de la
mano y mirado a los ojos con seriedad esta vez—: Gracias por haber
tomado mi oferta, por haber sido mi compañía y mi amigo. Tan solo
prométeme que buscarás a esa chica e intentarás sanar su corazón y aliviar
el tuyo; pídele otra oportunidad. Pero no me lo prometas a mí, prométetelo
a ti, porque mereces ser feliz, mi querido amigo.
A partir de ese día, la condición de ella decayó. El cáncer empezó a
tomar otros órganos de Peyton, su cuerpo se debilitó, pescó una neumonía.
Después de cuatro años y diez meses de lucha, Peyton Sandler perdió su
batalla contra el cáncer.
—Tristán ¿puedo pasar? —preguntó Tony.
Él parpadeó, preocupado, porque no se había dado cuenta que estuvo
mirando el horizonte, un largo rato, mientras recordaba a su amiga Peyton,
la vida que llevaron y esa última conversación. El reloj marcaba la seis de la
tarde. «Carajo, la celebración del cumpleaños de mi abuelo», pensó
inquieto. Mason iba a darle una reprimenda si no llegaba a tiempo; él no
aceptaba idioteces de nadie.
—Sí, hombre, pasa. ¿Me vas a decir que otro titular nefasto sobre
nosotros ha sido publicado? —preguntó, mientras apagaba el ordenador.
Quería pasar comprándole a su abuelo un cake de ron con frambruesas
que hacían en una pastelería francesa y era su favorito. El día anterior,
después de ver a Kathleen, no alcanzó a llegar a tiempo a la pastelería, pero,
por supuesto, pasó a darle un abrazo a Mason. Sin embargo, su abuelo,
durante la conversación que tuvieron, lo había mirado con una expresión
indescifrable y casi burlona al despedirse. A veces, Tristán creía que su
abuelo estaba perdiendo un trabajo como escritor de intrigas.
—No —dijo con una sonrisa—, de hecho, Tristán, tengo estupendas
noticias. Me contacté con Ramona Atwell, del Seattle News Today, y me ha
dicho que está interesada en sacar una nota con Barnett Holdings en
Perfiles, porque no solo es una compañía tradicional exitosa y nativa de
Seattle, sino que nunca otro medio de prensa ha tenido un acceso tan
cercano a la empresa. ¿Qué tal con eso?
Tristán se incorporó con una amplia sonrisa.
—Vaya, Tony, son grandes noticias. Buen trabajo —dijo con seriedad.
—Esta será una gran oportunidad para limpiar el nombre de la empresa
y hundir, con un reportaje de un medio creíble y respetado, los rumores
daniños.
—Totalmente —replicó, mientras agarraba la chaqueta del perchero y se
la ponía. Iba justo de tiempo. Llamó rápidamente a Felicity, su asistente
ejecutiva, para que le dijera a Ansel que estuviera listo con el Tesla en la
entrada principal del edificio—. ¿Algo más, Tony?
El hombre de cabello negro y barba espesa hizo un asentimiento.
—Sí, necesito tu autorización para una petición de Ramona.
—¿De qué se trata?
—Me preguntó si no tendrías problema en que ceder a la periodista una
oficina en el edificio para que así pueda tener un acceso más in-situ y captar
mejor el ambiente de trabajo. Claro, ella puede ir a su antojo y coordinará
contigo o con Felicity ciertas cosas. Ramona me aseguró que es tan solo
para que tenga un sitio, como una doble oficina, mientras desarrolla la
investigación y trabaja en el texto.
Tristán hizo un asentimiento.
—Por supuesto, casualmente tenemos la oficina que dejó Ralph cuando
se trasladó a la central de Nueva York. Está al final del pasillo, en este piso.
Necesitamos acomodar a la periodista en un buen sitio. Serán solo dos
meses —dijo de buen humor—. Tony, hay algo que no comprendo ¿quién
es Ramona?
—Oh, claro, la jefa de toda la redacción —dijo Tony—. Ella decide lo
que se publica y lo que no se publica. Después del director y el subdirector,
ella es la tercera a bordo de ese barco —sonrió—. Y tiene fama de ser muy
estricta.
—¿No era potestad de Layla decidir el reportaje? —preguntó,
confudido.
Tony se golpeó la frente con la palma de mano.
—Ah, qué torpe —se rio—, olvidé un detalle adicional. Cuando llamé al
periódico me contactaron directamente con Ramona, porque ayer, mi amiga
Layla, dio a luz. Entonces enviarán un reemplazo a hacer esta nota.
—¿Sabes si está a la altura de Layla Molina? —preguntó Tristán.
—Sí, claro. He leído textos suyos y hace un buen trabajo. Muy
talentosa. Además, si Ramona le ha asignado este reportaje es porque confía
en su capacidad.
—Ya veo ¿quién es la periodista?
—Se llama Kathleen Stegal.
«Mierda», pensó Tristán. La única mujer que lo odiaba lo suficiente para
utilizar esta oportunidad y hundirlo. Soltó una carcajada y meneó la cabeza
por la ironía de la vida. Todo pasaba factura, sí, pero quizá podría utilizar
esta situación a su favor.
CAPÍTULO 3
 
 
 
Kat estaba esperando a que el nieto del tal Cyril la contactara.
No tenía ni un número ni un nombre, así que asumía que recibiría una
llamada. Mason no la había contactado tampoco para darle más
información, pero daba igual. Por ahora, su mente estaba tratando de
ignorar el día agotador en la oficina.
Rick le había asignado asistir a la inauguración de un nuevo concepto de
librerías que incorporaba clases de yoga, cafetería y pintura, todo en un solo
sitio, para los amantes de los libros. Ella se había emocionado, porque,
además, a los periodistas asistentes les darían una tarjeta especial de
descuento durante seis meses. Sin embargo, su burbuja literaria explotó,
porque jefedzilla la envió a cubrir una noticia que era la antítesis de la
alegría. Kat tuvo que asistir a la instalación de un nuevo sistema integrado
para el manejo de las aguas servidas en las zonas periféricas de la ciudad.
¿Qué tal con esa emocionante aventura? Pues fatal.
El viaje le tomó, junto con el fotógrafo, casi ochenta minutos. En el
lugar hubo una demostración, básica y sencilla, sobre lo rápido que se
conseguía regenerar el agua. Durante la actividad Kat trastabilló y se cayó
de culo en la parte que estaba sucia. Después del bochorno ante sus colegas,
ella tuvo que ir a comprar ropa de segunda mano en un sitio que quedaba de
camino a la redacción. Cuando regresó al periódico, fastidiada y oliendo a
muerto, Ramona la llamó a la oficina.
—¿Qué es ese aroma tan particular? —le había preguntado tapándose la
nariz.
Kat nunca había sentido ganas de abrazar tanto a alguien como en ese
momento. «Lo que hubiera dado por dejar residuos de agua sucia en
Ramona». Y es que intentar lavarse el pelo en el baño y limpiarse los brazos
no fue suficiente.
—Tuve un accidente y por eso tardamos en volver —se había mirado a
sí misma. Ni ella se soportaba con ese asqueroso aroma de aguas
putrefactas—, así que necesito marcharme a casa y ducharme. ¿Puedes
autorizarlo, por favor? La nota de Senyón es una de las más leídas hoy. No
sé si revisaste las estadísticas de la web.
—Para ser una nota corta, la verdad estuvo bastante decente —había
replicado, pero haciendo la silla del escritorio hacia atrás para que no le
llegara la porquería que todavía tenía Kat adherida a la piel. Cambiándose
de ropa había logrado una mejoría, pero su cabello apestaba aún—.
Envíame el texto del nuevo sistema de manejo de aguas servidas por correo
antes de la hora de cierre.
—No hay problema —había dicho, incorporándose—. Por cierto,
mañana es el concierto de la Orquesta Sinfónica de Chicago. El repertorio
es hermoso y…
—Un momentito —había interrumpido—, tengo contemplado otro
trabajo para ti. Aunque ahora mismo no puedo hablarte al respecto, porque,
de verdad, Kat, necesitas darte una ducha. Vete a casa si lo necesitas a
limpiarte, no tengo problemas. Mañana, a primera hora, ven a mi despacho
para darte detalles. Te anticipo que serás el reemplazo de Layla Molina,
hasta que ella regrese de su permiso materno.
Kathleen había asentido y luego se marchó de la redacción.
No estaba contenta con la decisión de Ramona, porque eso implicaba,
una vez más, que su ascenso estaba en el limbo. Rick dejaría de asignarle
reportajes culturales de trascendencia y solo le daría notas breves, al menos
mientras escribía en Perfiles.
Procuró olvidar el trago amargo de esa noticia para enfocarse en la cena
de Mason. Estaba decidida a ir a con o sin acompañante. La cita era a las
ocho de la noche y el reloj marcaba quince minutos pasadas las siete. No
había recibido ninguna comunicación de la persona que sería su pareja,
identificándose como tal. No le gustaba que la hicieran esperar. Enfadada,
se calzó los tacones de tono beis y bajó en el ascensor del cuatro piso, en el
que vivía, para ir al lobby del edificio.
Se acomodó en el pequeño sofá y saludó al encargado de la recepción.
Uno de los detalles que le gustaba de este edificio era la excelente
seguridad. Aunque Seattle no era una ciudad peligrosa, las precauciones
nunca estaban de más.
Kat sacó el móvil para pedir Uber, pero vio una llamada de Hunter. La
ignoró, porque no tenía ganas de hablar con él, pues tenía cosas más
importantes de las cuales preocuparse, por ejemplo conseguir un coche.
Aceptó la sugerencia del conductor que se mostraba más cercano; estaría en
su edificio de Bellevue en doce minutos. «Si el coche toma los atajos
correcto, entonces llegaré a tiempo», pensó.
No iba a encontrarse con su madre, porque ella ya no trabajaba en los
eventos nocturnos de los Barnett, sino que se limitaba a su horario habitual
de ocho a cinco o de nueve a seis. La hora de almuerzo, que en realidad
eran dos, Virginia solía aprovecharla para salir a hacer algún recado
personal. Además, ese era el tiempo en que desconectaba por completo de
los dramas de Margie o Byron.
Kat se acomodó los pendientes de cristales rosados. No era ese su color
preferido, pero le daba un realce especial a sus ojos y a su piel. Uno de sus
pasatiempos en sus años en Illinois fue aprender maquillaje, así que ahora
disfrutaba arreglándose y sacando partido a los ángulos de su rostro, porque
ya sabía cómo destacarlos.
Esa noche había elegido un vestido negro que le llegaba un poco sobre
las rodillas, con tirantes finos, escote en forma de corazón, y que abrazaba
sus curvas favorablemente. La etiqueta era traje de cóctel para todos los
invitados. Se había dejado el cabello lacio bajo los hombros. Se sentía
genial.
Al cabo de un instante, Hunter volvió a llamarla. No era habitual en él
insistir tanto, pues salvo una o dos llamadas cada dos semanas o un mensaje
de texto ocasional, él no era tan vehemente. Frunció el ceño y respondió,
porque aparte de querer salir con ella, él era también una de sus fuentes de
información en temas migratorios, al menos cuando Ramona le asignaba
esa clase de asuntos. El hombre podría ser profesor universitario si lo
quisiera, porque poseía la capacidad de explicar con palabras concretas una
ley extensa o complicada.
Kat revisó la aplicación de Uber y vio que el coche estaba más cerca.
—Hola, Hunter —dijo a la tercera llamada. Su cita no daba muestras de
vida. «Puntos menos», pensó—. Si es una emergencia por la cual me estás
llamando, dime qué ocurre, caso contrario, la verdad ahora mismo no puedo
atenderte. Me pillas en un mal momento, porque estoy a punto de salir a un
compromiso.
—Kat, de hecho, creo que si no sales ahora mismo al portal de tu
edificio, entonces llegaremos tarde a la cena de cumpleaños de Mason
Barnett.
Ella se había quedo un instante sin habla y luego soltó una risa.
—¿Tu padre es Cyril? ¿El amigo de Mason? —preguntó tapándose la
boca y luego meneando la cabeza. Se incorporó del sofá del lobby.
—Estamos destinados —se rio Hunter—. Te llamé varias veces, porque
no puedo aparcar en doble fila, pero vi, a través de la puerta de vidrio, que
estabas en el lobby. Menos mal que respondiste. Así que, señorita Stegal,
soy su cita de esta noche.
Kat se rio por la situación, canceló el Uber y luego salió a la calle.
Vio un BMW, y a Hunter detrás del volante, con luces de parqueo y
varios coches sonando el cláxon detrás. Cuando iba a acercarse, él se bajó
con una orquídea en la mano y se la entregó; después le abrió la puerta del
automóvil.
Ella se quedó de piedra. No se había esperado un detalle como este.
Hunter lucía un traje azul marino, el cabello rubio peinado hacia un lado
y sus ojos verdes acompañaban la sonrisa de su dueño. Kat se apenaba de
que su corazón no latiese desbocado ni su boca sintiera la urgencia de
probar la de este apuesto abogado. «Quizá sea mejor así», pensó. Además,
después de ver a Tristán el día anterior, todo parecía haberse agitado en su
memoria.
No solo eso, sino que su cuerpo pedía a gritos volver a estar cerca de la
persona que, maldita fuese, tenía el interruptor para agitar sus sentidos. Ella
era una mezcla incoherente de lo que su cabeza dictaba y lo que su cuerpo
quería. Sin embargo, ya no era la Kat de dieciocho años que quería
experimentar. No, la Kat de ahora sabía el alto coste que representaba su
curiosidad e ingenuidad.
A veces, se preguntaba si el alcance del daño que le había causado
Tristán la habría arruinado para encontrar la felicidad con otro, después de
él. Su mayor miedo era que la historia se repitiese con otra persona: no
sentirse suficiente; no ser correspondida; no recibir la misma lealtad fiera
que podía entregar; no sentir que podía ser elegida, en lugar de pasar a
segundo plano por una empresa u otra mujer como si fuese otro simple
detalle en la vida de otro.
—Estás muy guapa esta noche —dijo mirándola de reojo, mientras se
adentraban en las calles de la ciudad—. Me tardé, porque me detuve a
recoger la orquidea en la florería —sonrió—. Llegaremos a tiempo, no te
preocupes.
Kat hizo un leve asentimiento.
—Gracias por la flor… Es muy bella. —Él asintió—. Al final de cuentas
has conseguido una cita conmigo, mira nada más, Hunter —dijo con humor.
Él soltó una carcajada.
—Cuando mi abuelo, Cyril, me dijo que Mason quería conversar
conmigo, me pareció algo extraño, considerando que yo manejo temas
migratorios, más no corporativos. Lo llamé y me sorprendió al preguntarme
si querría estar en su cena de cumpleaños. Le contesté, por supuesto, que
sería un honor. El hombre es una leyenda en Seattle y amigo de mi familia
hace muchos años, así que ¿cómo iba a negarme?
—Mason es una persona que no contempla negativas… —sonrió.
—Exactamente. Antes de cerrar la llamada me comentó que tenía una
nieta a la que quería que yo conociera esta noche, una a la que apreciaba
mucho, que no solo era muy guapa, sino por demás inteligente. Después me
dio tu nombre, pero no quise hacerle preguntas sobre tu parentesco con él,
y, porque soy muy listo, acepté.
Ella esbozó una amplia sonrisa, mientras llegaban al destino final.
—A Mason, lo considero como un abuelo y él siempre me ha dicho que
soy parte de la familia. Su única nieta de sangre es Agatha —le explicó—.
Mi madre lleva años trabajando como el ama de llaves en la mansión de la
familia Barnett. Cuando yo era pequeña, y hasta mi adolescencia, pasé en
los alrededores, después de las horas de escuela y secundaria. Así fue como
Agatha y yo terminamos siendo amigas.
—Ah, ahora entiendo. Una bonita historia —dijo, mientras guiaba a Kat,
con la mano apoyada en la espalda baja femenina, hacia el interior de la
casa.
—¿Por qué no me dijiste desde temprano que eras mi cita de esta noche?
—preguntó cuando los recibió Jillian, la señora que ahora atendía los
eventos nocturnos de la familia, con una sonrisa. Les indicó que los
invitados estaban en el gran salón y que dentro de veinte minutos iba a
servirse la cena—. Creo que me habría ahorrado el enfado con “la persona”
que llevaba quince minutos de retraso.
Kat fue a dejar su obsequio en la mesita destinada para ese propósito.
Ella envió a hacer a Mason una réplica, en miniatura de madera, del violín
que había sido de Faye. Además encontró, en una tienda de ítems vintage,
una pequeña caja musical que reproducía una melodía irlandesa. Todos los
años, hubiese celebración o no del cumpleaños de Mason, ella siempre le
obsequiaba algo.
Hunter dejó una botella de whiskey bastante lujosa, por el año de la
edición, junto a los otros regalos. Después, la miró a la cara.
—Quería que te sorprendiera, así como me pasó a mí cuando Mason me
dio tu nombre y tu dirección personal —rio y le partó un mechón de cabello
del rostro —. Me siento contento de llevarte esta noche del brazo, Kat.
Ella tomó la mano que se había quedado sujetándole la mejilla y la bajó
despacio. Él entendió el mensaje y tan solo esbozó una sonrisa leve, casi
resignada. Kat no quería ser brusca, porque Hunter no lo merecía.
—Gracias —murmuró—, pero quiero reiterarte que, a pesar de esta
bonita coincidencia, mi postura sobre tener una relación sentimental es la
misma. No puedo darte una oportunidad en ese aspecto, pero me gustaría
continuar siendo tu amiga si también estás de acuerdo. ¿Podrías aceptar
eso?
Él la quedó mirando con una mezcla de comprensión y pesar. Asintió.
—Sí, Kat, pero ¿al menos me concedes por hoy imaginar que esta cita
tiene posibilidades y disfrutarla conmigo? —preguntó en tono encantador.
Ella se rio en voz baja. Si las circunstancias fuesen otras, en otro tiempo,
quizá le habría dado la oportunidad a Hunter. Pero no podía filosofar sobre
el pasado.
—Sí, pero solo porque es el cumpleaños de Mason y porque fue él quien
consideró que eres una excelente compañía y no se ha equivocado —se rio
—. Vamos saludar al homenajeado, además ya quiero ver qué delicias han
hecho para cenar.
Hunter esbozó una sonrisa y caminó junto a Kat, adentrándose en el
pasillo que llevaba al salón. Lo hizo, esta vez, colocando el brazo femenino
sobre el suyo.
Los dos fueron ajenos al hombre que acababa de llegar a la mansión y
había presenciado el intercambio sintiendo que Hades acababa de encarnar
en él.
 
***
Cuando aparcó fuera de la casa de sus padres, Tristán todavía estaba
asimilando la idea de que Kathleen sería la persona que podría hundir o
salvar la reputación de su compañía con un sencillo conjunto de palabras y
hechos investigados para Perfiles.  No dudaba de su profesionalismo, pero
también podría comprender si existía una vena vengativa que consideraría
utilizar para destruirlo y con ello dar crédito a los falsos rumores que ya de
por sí circulaban. Si ocurría lo anterior, Tony lograría solucionarlo, pero
implicaría muchísimo más tiempo, pérdida de posibles contratos, pues un
artículo nefasto en Seattle News Today tendría ese efecto.
Tristán poseía un reto único y complejo: en el proceso de recuperar a la
mujer que amaba, también pondría la reputación de su compañía en la línea
de fuego, por lo que necesitaba dosificar la información que quedaba a la
vista. El reportaje de Kat podría definir el curso de Barnett Holdings los
próximos meses, así que Tristán necesitaba armar un juego sólido de
equilibrio que implicaría ser cauteloso, aunque sincero. Amaba a Kathleen,
pero también seguía siendo el CEO de una compañía. Necesitaba conciliar
ambos aspectos para que no volviese a ocurrir la destrucción de hacía cinco
años, pero, esta vez, él haría lo imposible para retener a Kathleen.
Llevaba claro que ella había erigido una muralla con el único propósito
de protegerse. No obstante, cuando se trataba de ganar una batalla a muerte
con el corazón, había que encontrar las fisuras para entrar en territorio hostil
y enamorar poco a poco a la contraparte. En este caso, la fisura era el deseo
en Kathleen y que todavía palpitaba como si jamás se hubiese extinguido.
Sus reacciones no mintieron a Tristán la noche anterior. El modo en que los
ojos relampaguearon de lujuria y rabia al mismo tiempo fue muy claro.
Ahora ambos eran personas diferentes, pero lo único que no era distinto en
él eran el deseo y el amor por la belleza de ojos castaños.
Sabía que tendría que demostrarle a Kathleen que confiaba en ella al
abrirle la puerta de su compañía y también dar pie a que le hiciera toda
clase de preguntas. Sin embargo, era muy consciente que no podía dejar
desprotegidos ciertos secretos que debían mantenerse resguardados;
secretos que no eran suyos para contar, pero que lo afectaban. Desde que lo
nombraron CEO y se casó con Peyton, por razones muy obvias, él se volvió
mucho más hermético con su vida privada. Incluso había tenido una charla
muy seria con sus hermanos y sus padres, a pesar de las protestas de Byron,
sobre la necesidad de mantener cualquier exabrupto fuera del ojo público.
Tristán prefería el apellido Barnett como referencia de trabajo y progreso,
más no de aspectos privados que a la gente no tenía por qué importarles.
Tristán se ajustó la cobarta y tocó el timbre de la puerta principal de la
mansión. Lo recibió la encargada de eventos nocturnos de la familia, Jill
Rodríguez.
—Joven Tristán, buenas noches, bienvenido.
Él solía conversar con el personal de servicio, en cualquiera de las
propiedades de la familia. Sin embargo, en esta ocasión su intención de
hacer cháchara no propsperó porque, al mirar hacia el interior de la casa,
ante sus ojos se desarrollaba una escena que logró enfurecerlo. Apretó la
mandíbula.
—Buenas noches, Jill. Dígame ¿quién es ese tarado y qué está haciendo
en la cena de cumpleaños de mi abuelo? Esto era solo de personas cercanas
y, evidentemente, él no lo es —preguntó Tristán, apretando los puños a los
costados, cuando vio a Kathleen, vestida para ponerlo de rodillas, riéndose
por algo que un rubio estaba diciéndole demasiado cerca al oído. Ambos
estaban en la antesala, el sitio designado para dejar los obsequios,
demasiado cerca del otro para gusto de Tristán.
—Es el señor Hunter Wagner —replicó con amabilidad—, fue invitado
por su abuelo y es el acompañante de la señorita Stegal.
—Gracias, Jill —murmuró.
«Mi abuelo ahora anda de casamentero», pensó con enojo, mientras
caminaba hacia el gran salón en donde iba a llevarse a cabo la cena para
veinte personas. En lugar de apreciar lo prístina que estaba la casa, Tristán
estaba tan celoso que veía sangre rodando por las paredes. Una furia
caliente subió por su columna vertebral.
No iba a mantener la distancia cuando alguien estaba tocando lo que era
suyo. Porque, le gustara reconocerlo o no a Kathleen, ambos se pertenecían.
Solo era un asunto de tiempo que ella lograra interiorizar esa realidad o él
se la recordaría de una manera que no necesitaba palabras, a veces, sino tan
solo gemidos.
Su intención de poner un alto a Hunter se fue al traste, porque nada más
dar unos pasos se topó con Alynne y Xavier, unos ancianos que habían sido
amigos de Mason y Faye, durante décadas. Tristán no podía hacerles un
desaire, así que charló con ambos al menos diez minutos. Cuando
terminaron la conversación, Kathleen y el mequetrefe ya no estaban
alrededor. Claro que conocía de vista a Hunter Wagner, se movían en
círculos similares, pero no eran amigos; ni le interesaba.
Tristán apresuró el paso hacia el salón y cuando entró sus ojos
localizaron de inmediato a Kathleen. Ella ni siquiera se inmutaba por lo que
pasaba alrededor, porque estaba muy enfrascada en una conversación que
parecía ser la noticia del siglo, a juzgar por la emoción en sus gestos y la
cara de idiota que tenía Hunter escuchándola. Quiso acercarse y separarlo
de ella, pero mantuvo el control.
Cuando finalmente apartó su atención de Kat y se sentó, Tristán notó
que su abuelo, ubicado a la cabecera de la mesa, lo observaba con una
sonrisa. «Embustero», pensó de inmediato. No sabía qué jueguito estaba
ideando el maquinador de Mason, pero iba a tener unas palabras con él. Eso
seguro.
Años atrás, a los pocos días de anunciar públicamente y a su familia que
iba a casarse con Peyton, Mason lo había convocado al estudio. Tristán
sabía que no sería una agradable conversación, pero ya había perdido a Kat,
así que el resto le daba igual.
Mason, que no podía por su salud, había encendido un habano. Dio
varias bocanadas, tomándose su tiempo y solo cuando le dio la gana se
dirigió a su nieto mayor. En el fondo del estudio sonaba la canción preferida
de Faye, Danny Boy.
—He recibido noticias financieras y al parecer Barnett Holdings goza
ahora de una excelente salud económica. Algo que, según entiendo, ha
ocurrido hace cuestión de horas —había dicho en un tono burlón—. ¿Crees
que debería felicitarte?
Tristán lo había mirado con desconcierto.
—Deberías sentirte orgulloso, porque encontré la única manera de
resarcir los daños causados por mi padre y, con este dinero, reinvertiré y
expandiré la empresa de una manera exponencial, abuelo. No te defraudé.
Cumplí tu consigna.
Mason se había echado a reír de buena gana, mientras su nieto lo
observaba con absoluto desconcierto. Después, el anciano había meneado la
cabeza.
—Vamos a ver si lo he entendido, Tristán —había dicho, recostándose
contra el respaldo del sillón y fumando con calma—. Te vas a casar con una
mujer a la que, evidentemente, porque no soy estúpido, no amas ni quieres.
Debió existir un acuerdo mutuo, porque el aporte de ella a esa sociedad
conyugal tuvieron que ser esos millones, que tú no podrías haber obtenido
para Barnett Holdings sacándolos de tus fondos personales o bancos,
porque así lo estipulé como condición para que mantuvieses el cargo de
director general. Así que, mejor dime, muchacho ¿qué imbecilidad de
contrato es el que firmaste con esta mujer?
Tristán había apretado los dientes.
—Es confidencial…
Mason había dado un manotazo sobre el brazo del sillón. Furioso.
—¡A mí no me vengas con esa burrada, Tristán Barnett! Habla de una
vez.
Entonces, Tristán le había contado todo a su abuelo. A medida que su
relato había avanzado, explicándole la condición de Peyton, el enfado de
Mason pareció disminuir, pero no desapareció por completo.
—Eso es todo, abuelo. Mi libertad a cambio de la compañía.
—¿Y qué hay de Kat? —le había preguntado. Sí, directo a la yugular,
porque su abuelo no se andaba con rodeos—. No tengo tantas décadas de
vida y experiencias para ser incapaz de entender, con solo mirarlos, que esa
chica y tú iban a terminar juntos. Te advertí que el corazón de Kat no era
como el de las fulanas que tú y tu hermano prefieren tener de compañía. ¿Y
qué haces? ¡Te casas con otra! Menudo idiota tengo por nieto —había
meneado la cabeza—, menudo idiota.
Tristán había mirado a su abuelo, enfadado, y se incorporó.
—Estamos en una etapa diferente de nuestras vidas —había admitido
abiertamente su relación con Kathleen—. Le llevo siete años de diferencia.
Yo estoy construyendo un futuro para las generaciones por venir, pero ella
apenas está empezando a conocer el mundo. ¿Qué de justo tenía retenerla?
Luego, Peyton me dio la salida más eficiente para no dejar la compañía en
manos de otros. Cumplí tu consigna y te dije que no iba a detenerme; que
no iba a fallarte. No lo hice.
Mason lo había mirado con aquella expresión que parecía observar
mucho más allá de lo que su familia quería entender. Sus ojos eran sabios
como el tiempo.
—Salvaste la compañía, Tristán, pero de cualquier manera la compañía
iba a salvarse, contigo a la cabeza o sin ti. —Tristán había abierto y cerrado
la boca—. Solo que estabas empecinado en demostrar algo, no a ti, sino a
mí. Querido muchacho, la persona a la que tenías que serle fiel era a ti
mismo. Te ganó el orgullo y la arrogancia, no la humildad de aceptar que no
lo puedes todo. No comprendiste la lección principal del motivo por el que
te di ese tiempo y por la que te ajusté esas condiciones tan draconianas:
aprender a dar un paso a un lado, no atrás ni adelante, a un lado.
—Aprendí que a veces hay que hacer grandes sacrificios para obtener
grandes recompensas, aún a costa de los sentimientos —había respondido,
mesándose los cabellos, desesperado—. ¡Hice el mayor de los sacrificios
que jamás creí posible!
—¿Qué hubieras perdido si decidías, al final, que era mejor que otra
persona asumiera el cargo de CEO? Nada, Tristán. No hubieras perdido
nada tan grande como lo que has perdido ahora: tu libertad. No, no me
fallaste a mí. Tampoco le fallaste a esas cientos de familias que dependen de
nuestra bonanza y éxito. Elegiste la empresa, el éxito y su reputación, en
lugar de elegirte a ti; en lugar de elegir tus sentimientos. No usaste un
balance. ¿Estás enamorado de Kathleen?
—Abuelo…
—¡Responde! —había exclamado dejando a un lado el habano.
—Sí… —había replicado con absoluta certeza—. Sí, lo estoy.
Mason había hecho una mueca negando con la cabeza.
—Querido nieto, no necesitabas demostrarme nada a mí. Ni lo necesitas.
Siempre me he sentido orgullo de ti. Ninguna corporación, familiar o no,
merece el sacrificio de tu identidad o tu corazón. Pasarás los siguientes años
junto a una mujer que no amas, porque elegiste con la cabeza, pero no
quisiste encontrar la solución para el corazón, entonces, lo sacrificaste.
Perdiste el equilibrio cegado por el ego.
Tristán se había quedado de pie mirando a Mason, completamente
pálido.
—¿Me tendiste una trampa?
—No, Tristán, te enseñé una lección. Jamás vuelvas a sacrificarte por
algo material. Mírame, lo tengo todo, pero el día en que se fue Faye, todo
dio igual. Gracias por salvar la compañía con la solución que llegó a tus
manos, lo agradezco como antiguo CEO de Barnett Holdings. Sin embargo,
como tu abuelo, el que te adora y te quiere tanto, no te agradezco que te
hayas atado a una mujer que no quieres, hayas dejado ir a la que de verdad
amas, tan solo por no querer dar un paso a un lado. Renunciar, después de
haber hecho todo el esfuerzo, Tristán, a veces también es ganar. Renunciar,
sin luchar, hasta el último aliento, no dando importancia a cada aspecto por
mérito y derecho, esa es la derrota. Si te hubieras hecho a un lado, si me
hubieses venido a ver para decirme que hiciste lo posible, pero no lograste
sacar adelante la empresa, ¿sabes lo que yo hubiera hecho?
—No…
—Yo habría desembolsado parte de mi fortuna y tú habrías continuado
como CEO. Ahora tendrás que lidiar con las consecuencias de tus
decisiones. Son lecciones que te harán más fuerte, Tristán, y reforzarán tu
determinación.
—¡Perdí a la mujer que amo por seguir tus malditas condiciones! —le
había dicho fuera de si, temblando de rabia, indignado—. Tú y tus
condenados juegos. No sé si eres peor o mejor que mi padre.
—Tu padre quiere vivir, a través de ti, lo que jamás ha conseguido. Yo,
querido nieto, quiero que vivas tu vida consciente de que el dinero no te
hace frágil, ni ser frágil te hace débil; consciente de que el amor es un
regalo, a cualquier edad, no una carga. En todo caso, si Kat es la mujer de tu
vida hallarán el camino de regreso.
Después de esa conversación, Tristán se sumió en una vorágine de
reflexiones y se distanció de Mason durante varios meses. No le sorprendió
que su abuelo no hubiera ido a su ceremonia de matrimonio. Por ese
motivo, y otros, sus primeros años de casado fueron un calvario emocional
y mental, al darse cuenta que, aunque había sido brutal, la lección de su
abuelo no iba a olvidarla nunca.
Tristán destrozó sus posibilidades con Kathleen cinco años atrás, pero
ahora, con treinta años edad, no era el mismo imbécil. Sí, era orgulloso y
arrogante, aunque eso no implicaba que volvería a sacrificar su corazón. La
lección de Mason, le había permitido forjar su carácter, aprender a ser
flexible, a tomar decisiones más mesuradas y eficaces, a convertirse en un
líder que odiaba perder, pero si eso ocurría no era por falta de esfuerzo, sino
porque sopesaba las situaciones con más claridad y aceptaba dar un paso a
un lado y luego asumir un mejor proyecto.
Alguien empezó a afinar los instrumentos musicales en el salón.
—Si sigues mirando a Hunter como si quisieras matarlo —le dijo
Agatha en voz baja—, la gente va a empezar a darse cuenta que algo ocurre
y a ti no te gusta dar explicaciones, menos si son asuntos particularmente
personales. Somos veinte personas, Tristán, así que dedícate a mirar tu plato
de comida.
—¿Y por que habría de importarme la opinión de ese imbécil u otros?
—Bueno, porque Hunter Wagner es el hijo de Cyril, Senador por el
Estado de Washington —dijo riéndose bajito—, y mi abuelo tiene en alta
estima al Senador. Entonces, si le rompes la cara a Hunter, no solo sería un
escándalo local, sino nacional. No te apetecería lidiar con algo así, menos
ahora que la empresa está sufriendo esa campaña de desprestigio. En la
oficina lo comentan y saben que eres un buen CEO, hermano, pero no creo
que opinen lo mismo si destruyes la cara de Hunter.
—Tengo la ligera impresión de que verme cabreado te divierte.
—Oh, no, Tristán, lo que me divierte es entender que de verdad sigues
enamorado de mi mejor amiga y verla con Hunter está desquiciándote, pero
no puedes hacer nada al respecto —dijo riéndose, mientras servían el
postre.
Tristán procuró no mirar hacia el sitio en el que estaba Kat, pero su risa
llegaba para embrigarlo. Una risa que no tenía por qué provocarla otro. Sí,
estaba fuera de lugar su actitud y tan absurda considerando que, por ahora,
no tenían ninguna relación. Simplemente, no podía evitarlo con ella.
Cuando retiraron todos los platos, le cantaron el cumpleaños a Mason, y
algunos invitados empezaron a despedirse, Tristán notó que Kat se
levantaba también de la mesa. Después, le dijo algo al mequetrefe de
Wagner y este se quedó sentado. Tristán se puso de pie, pero su hermana lo
agarró del brazo.
—¿Qué? —preguntó mirándola.
—No hagas ninguna idiotez, Tristán.
—Depende cómo definas esas palabra, Agatha —dijo antes de salir del
salón.
 
CAPÍTULO 4
 
 
Durante toda la velada, Kat sintió la penetrante mirada aguamarina
sobre ella. Su única táctica era fingir que no veía a Tristán, pero ¿cómo se
ignoraba a un hombre que estaba tan insufriblemente guapo con el cabello
peinado hacia atrás, el traje negro que parecía una armadura, y cuya energía
era un centro gravitacional? Además, en una cena para veinte personas, era
ridículo no notar a los otros.
Kat procuró prestar atención a las anécdotas que le contaba Hunter de
algunos clientes. La hizo reír y pasar un buen rato. La comida estaba
deliciosa y el discurso de Mason fue muy emotivo. Agatha se acercó a
conversar y el tiempo pasó de prisa. Le gustaba que su amistad con ella
hubiera logrado reconstruirse.
—Hunter, mañana tengo una reunión temprano con mi jefa en la oficina.
Me gustaría volver a casa pronto, pero antes voy al aseo. ¿Vale? —preguntó
Kat.
—Por supuesto —replicó con una sonrisa—, aquí estaré esperándote.
Ella caminó hacia el lavabo que estaba al final del pasillo, casi cerca de
las puertas francesas que daban al patio. Le gustaba porque era más amplio
que el que usualmente utilizaban las visitas en casa. La última ocasión que
había deambulado por la propiedad fue cuando Mason anunción quién sería
el nuevo CEO de la compañía.
«Tantas cosas han cambiado desde entonces», pensó. Uno de los
misterios para Kat era Caleb. El hermano menor de Agatha ya no aparecía
en los tabloides, aunque según su amiga seguía trabajando en la compañía,
pero era como si la Tierra lo hubiera escondido. Claro, el tonto ese le caía a
ella tan bien como podría caerle un vaso de vinagre a una persona con
gastritis. Tan solo le parecía curiosa su ausencia social.
Kat estaba a punto de cerrar la puerta del baño cuando Tristán agarró la
manija de hierro, impidiéndoselo. Por lo general, fuera de la oficina, él solía
llevar el cabello a su aire: sedosos cabellos ligeramente ensortijados de tono
caoba bañados por el sol. Sin embargo, cuando estaba en horarios de oficina
o en eventos, como el de esta noche, peinaba todo el cabello hacia atrás.
Ella se quedó estática por unos segundos y se puso en alerta.
—¿Estás huyendo de Wagner en plena cita? No parece un buen augurio
—preguntó en un tono que mezclaba celos y contrariedad.
Acortó la distancia y entró al baño cerrando la puerta tras de sí. Después
echó el pestillo ante la mirada atónita de Kat. Plantó los pies con firmeza
frente a ella.
—Lo que yo decida es mi problema, así como también con quién estoy.
Y tú, no tienes nada qué hacer aquí ¡vete ahora mismo, Tristán! —exclamó,
respirando agitadamente. Sus ojos castaños eran dos gemas ardientes de
enojo.
—Mmm ¿crees que tu intención de estar con otro hombre es tu
problema, pero no el mío? —preguntó avanzando, paso a paso, al tiempo
que ella retrocedía, en un movimiento instintivo—. Tsk, tsk —chasqueó la
lengua—, vaya error. Puede que haya pasado un largo tiempo, pero la
situación es diferente ahora. La noción de que otros se acercaron a ti,
mientras estuvimos lejos, me cabrea profundamente, aunque asumo por
completo mi responsabilidad.
Ella se rio con incredulidad. Se cruzó de brazos.
—Qué caradura eres, Tristán. ¿La situación es diferente? ¡Claro! Porque
no me apetece que te cruces en mi camino de nuevo, menos que te dirijas a
mí como si tuvieses algún derecho a ello. Mal para ti si has pasado estos
años practicando a ser un buen cavernícola, porque no estoy interesada en
escucharte. ¡F-u-e-r-a de aquí!
Él no podía largarse de allí, porque su necesidad de Kathleen era
demasiado fuerte. Asumía que ella probablemente no se hubiera quedado
tan solo con la experiencia que tuvieron juntos, pero, maldita sea, no podía
concebir que ahora, ahora que finalmente era libre y podía emprender su
cruzada para reconquistarla, ella estuviera con otra persona. No quería
confirmación de lo anterior. Jamás le preguntó a Agatha si Kat estaba con
otra persona, porque esa habría sido su ruina.
Si su hermana le hubiera dado una confirmación, él habría roto el
contrato con Peyton y se hubiera largado para buscar a Kat; habría olvidado
sus responsabilidades y dejado la empresa a la deriva para que se hundiera
con todo. Los pensamientos de Kat con otro hombre, habían sido parte de
su tormento. Él tomó la decisión que la apartó, con plena conciencia de lo
que hacía, y en ese proceso, sí, los lastimó a ambos.
—Si tanto quieres que me vaya de este sitio ¿por qué no me obligas a
ello? —preguntó enarcando una ceja y abriendo los brazos dándole a
entender que, para salir de esa estancia, primero Kat tendría que acercarse,
tocarlo y obligarlo. Quería sus manos en él, joder, quería todo de ella. No se
conocían desde hacía cinco minutos ni dos días, no, separados o no, su
amor por ella se contaba en años.
El pálpito acelerado del corazón de Kat se incrementó cuando no tuvo
más remedio que apoyar la espalda contra la pared, ante cada paso que daba
Tristán avanzando hacia ella con premeditada lentitud, mientras él ponía las
palmas de las manos a cada lado de su cabeza. El delicioso perfume Armani
Code la envolvió por completo; no era solo la fragancia, sino la ligera
tonalidad del olor innato y varonil de Tristán lo que enloquecía a sus
hormonas. Ningún hombre que hubiera conocido lograba mezclar tan bien
el artificio con la naturalidad.
Ella echó la cabeza hacia atrás para mirarlo.
—Me tendrían que llevar detenida por intento de homicidio —dijo
mirando de reojo un pequeño jarrón de cristal. Él siguió la mirada femenina
—, y también sería un gran desperdicio considerando que ese es un adorno
bonito.
Tristán soltó una carcajada ronca y bajó la cabeza, hasta que su boca
estuvo cerca de la oreja de Kathleen y aspiró el sutil destello de almendras
con miel. Su miembro viril pulsó más contra sus pantalones. La deseaba
con una necesidad que rayaba en la locura. La tela de ese vestido destacaba
las curvas femeninas en esplendor. Quería volver a probar sus pechos,
regodearse en la textura de su piel, acariciarla y perderse en ella. Años,
habían pasado años, desde que su cuerpo había sentido esta sacudida tan
fuerte, lo cual era natural, porque solo Kathleen tenía ese efecto en él.
—¿Qué clase de relación tienes con Wagner? —preguntó mordiéndole
el lóbulo de la oreja. Ella tembló ligeramente y Tristán sonrió contra la piel
de su cuello—. Deberías saber que es un mujeriego.
—Si lo fuese, entonces tú y él tienen más en común de lo que crees —
replicó apretando los dedos de ambas manos, hasta formar un puño a los
costados.
—Eso no es posible, preciosa Kathleen —dijo recorriéndole el cuello
con los labios—, porque existe una gran diferencia entre él y yo. Para mí
solo has existido tú. Aún cuando intenté acostarme con otras, no resultó, no
pude hacerlo.
—No me vengas con tonterías, por Dios, que no soy ingenua —replicó.
Su cerebro estaba gritándole a sus pies que se movieran, a sus rodillas que
le dieran un golpe a Tristán en sus partes nobles, y a su cuerpo que saliera
de ese baño. No, nadie en su equipo llamado anatomía femenina parecía
interesado en escuchar. Joder—. Además, ya sabemos que la fidelidad no es
tu fuerte, Tristán, así que da igual.
Él se apartó y le tomó el rostro con una mano.
—Jamás te fui infiel, aunque fui un imbécil al dejar que lo asumieras —
le acarició la mejilla con el pulgar—. Las mujeres que conocí estos años
fueron simples acompañantes a eventos puntuales, más no me acostaba con
ellas. Tampoco le fui infiel a Peyton, porque nuestro matrimonio fue
diferente —dijo con sus ojos fijos en los de Kathleen. Quería explicarle,
pero no esta noche.
Notaba cómo ella estaba tratando de luchar contra la inevitable química
y el ardor que se fraguaba entre ambos, pero fallaba. Tristán se daba cuenta
que Kat trataba de descifrar si estaba mintiéndole o diciéndole la verdad.
Kathleen apretó los labios y después le apartó la mano.
—No me interesa hablar de tu matrimonio ni de tu vida —dijo entre
dientes.
Tristán había pasado cinco años sin ella; cinco años sin estar con otra
mujer. ¿Fue una penitencia autoinfringida? Sí, por supuesto. Aunque su
cuerpo hubiera reaccionado, como era el lógico instinto primitivo ante una
mujer bonita, no surgió el fuego que solo Kathleen podía domar. Sus
emociones habían restringido cualquier posibilidad de perderse en el cuerpo
de otra persona, porque no quería olvidar a Kathleen; no podía quitarla de
su mente. Ella estaba grabada con ardor en su alma.
—Para mí, la única mujer has sido siempre tú. Serás siempre tú. Llévalo
claro —replicó con fiera convicción. Ella puso los ojos en blanco—.
Después de la muerte de Peyton, hace dos meses, me trasladé a Nueva York
varias semanas y regresé hace seis días a Seattle. Si no hubieses ido anoche
a la entrevista con Marcus, entonces te habría ido a buscar. Solo era
cuestión de tiempo.
—Si ya terminaste tu explicación no requerida, apártate —exigió.
—¿Quieres que me aparte cuando tiemblas de deseo, Kathleen? —le
preguntó en un tono profundo y le acarició el labio inferior.
Ella contuvo las ganas de morderle el dedo, porque eso habría dado paso
a una incorrecta interpretación. Sin embargo, él pareció leerle el
pensamiento y sonrió. El muy cretino esbozó una de aquellas sonrisas moja
bragas.
—Lo último que me apetece es que tú pongas tus manos en mi cuerpo.
Lo que hubo entre nosotros es ceniza, el viento se la llevó para siempre. ¡Ya
no hay nada!
—Ah, ahí es cuando te equivocas. Este es nuestro nuevo inicio,
Kathleen —dijo en voz profunda, sensual y firme.
Kat lo empujó con ambas manos, pero él no se movió. Ella golpeó el
pecho de Tristán, con los dedos hecho puños, embravecida, ciega de rabia,
porque él se había atrevido a invadir su espacio, a tocarla, y porque su
maldito deseo estaba atormentándola. Lo quería lejos, pero también lo
quería cerca. Detestaba la confusión que Tristán provocaba en su sentido
común. Al cabo de un instante, él detuvo los puños, entre sus manos
grandes y elegantes, deteniéndola con calma.
—Te odio, Tristán —dijo con fervor.
Él soltó una exhalación suave. Le acarició los dorsos de las manos con
los pulgares y ella poco a poco, sin darse cuenta, fue deshaciendo los puños.
Tristán comprendía que lo destestara, lo había asumido como algo con lo
que tendría que lidiar cuando volviera a verla. Sin embargo, en este instante
Kathleen deseaba apartarlo, sí, pero deseaba todavía más que la tocara.
Cuando ella estaba enfadada, las murallas se disolvían y entonces él, como
ahora, podía ver que lo subyacía tras la rabia.
—Lo sé, mi vida —replicó con calma—, pero quiero un nuevo
comienzo contigo en el que puedas darme la oportunidad de hablar y
explicarte tantas cosas.
—No te mereces nada de mí —dijo con voz trémula, al escucharlo
llamarla con ese apodo cariñoso que antes jamás había utilizado con ella. La
mirada masculina era brillante, no solo de deseo, porque ella reconocía eso
muy bien, sino con algo muy parecido a la sinceridad. Sin embargo, ella ya
había caído en esa trampa aguamarina tiempo atrás; ahora, tan solo dudaba
—. Eres un hombre que quiere aquello que ya no puede tener, me buscas
por orgullo y arrogancia. Estoy acompañada esta noche de otra persona,
porque, precisamente, tú ya no me interesas. Dejaste de importarme.
—Qué contraste —dijo presionando su cuerpo contra el de Kat,
haciéndola muy consciente de él—, tú has sido y serás la única que me
interesa.
Ella apretó la mandíbula sintiendo la erección. Apretó los dientes.
—¿Y piensas demostrarlo con tus celos estúpidos y desubicados?
Tristán esbozó una sonrisa leonina. Kat tragó saliva al darse cuenta de
su desliz, porque le acababa de poner un reto y él no era de los que dejaba
pasar uno.
—No, cariño mío, te lo voy a demostrar de otra manera —replicó, antes
de bajar los labios para capturar los de Kat. Ella fue a protestar, pero al abrir
su boca tan solo salió un gemido en el instante en que la lengua de Tristán
tocó la suya.
Los labios de Kat eran tan dulces y sensuales como él los recordaba. Ese
tiempo sin ella, él había habitado en un desierto y ahora, al fin, estaba
bebiendo del manantial. Sus bocas se devoraron con avidez y descontrol.
Ella mordió el labio inferior de Tristán con fuerza y pronto sintió el sabor
metálico de la sangre, pero no le importó, lo estaba castigando y al mismo
tiempo exigiendo que continuara.
Este no era un beso romántico, ni muchos menos. En este intercambio se
vertían el resentimiento, el enfado, la lujuria contenida, el amor destrozado
años atrás, el amor que buscaba resurgir, las dudas, el dolor, la tristeza,
pero, en especial el sabor amargo de una traición que continuaba destilando
su veneno tenuemente. 
Él le rodeó la cintura con los brazos y deslizó las manos hasta las nalgas,
las apretó entre sus dedos fuertes; ella movió las caderas contra su pelvis. Él
gruño, mientras Kat se aferraba a la solapa de su chaqueta negra con fuerza,
como si dudara de arrancársela o empujarlo tan fuerte hasta que la dejara en
paz. El beso solo se volvió más demandante; un torbellino que amenazaba
con destrozar todo a su paso.
Los mordiscos de Kat iban acompañados del choque de sus dientes
contra los de él. Quería herirlo, pero al mismo tiempo sentía que esta no era
ella; tan llena de rencor y de un dolor que parecía resurgir de los confines al
que lo había enviado. Sabía que era un lapsus que desataba lo que había
estado guardándose todo este tiempo. Las protestas quedas, los reclamos
jamás dichos, pero ahora transformados en un intercambio que era una
lucha de su voluntad de seguir odiándolo y la que pedía detenerse para no
hacerse más daño o hacérselo a él. Sin embargo, no se detuvo.
—Kathleen —murmuró con reverencia agarrando los tirantes del
vestido y halándolo hacia abajo. La fuerza de los dientes de Kat hasta
romperle el labio, no le importó; le devolvió el daño con pasión, pero no
lastimó el labio femenino; eso pareció embravecerla. Él entendía esa lucha
y por eso no la combatía con brutalidad, pero arremetía con lujuria y ardor a
raudales.
Tristán añoraba tocar cada palmo de ese cuerpo y hacerla suya en ese
instante con una urgencia que lo sobrepasaba. No podía pensar en nada que
no fuese ella. ¿Cuándo había sido de otro modo desde que la conoció? Ella
era tan suave, femenina y el modo en que la pasión la consumía era el
mismo que lo consumía a él.
Ella tembló cuando le apartó las copas del sujetador de seda.
—Maldito seas… —jadeó cuando lo sintió morderle el pezón, primero
con suavidad y luego con dureza, pero al instante calmó su piel con la
lengua. Tristán le amasó un pecho, mientras le succionaba el otro con
ansias.
Él se sentía en el séptimo cielo. Kathleen tenía las tetas más bonitas que
conocía, tan sensibles, grandes y perfectas. Como toda ella. Apretó ambos
montículos con las manos y succionó los pezones alternando las caricias,
mientras ella le agarraba el cabello con fuerza. Él chupó la parte baja de uno
de los pechos, porque quería marcarla; quería que esa noche, cuando se
mirara al espejo, recordara lo que acababa de ocurrir entre los dos. No se
había equivocado al reconocer el deseo en ella. Quizá era poco para llegar a
recuperar su amor, pero era un paso.
—Qué tetas tan perfectas, Kathleen… —dijo antes de apartarse para
volver a besarla en los labios. Le subió la falda del vestido hasta la cintura y
le apartó las bragas—. No sabes cuánto te he echado de menos, no sabes…
Dios, no sabes… Estás tan mojada. Kathleen. Tu sabor es mi única droga —
murmuró probándola con los dedos para luego llevárselos a la boca y
lamerlos—, y he estado falta de ella demasiado tiempo. Si pudiera
embotellar tu esencia, para mí, lo haría.
—Cállate, Tristán, no quiero escucharte —dijo jadeando.
Él sonrió de medio lado y bajó la cabeza para volver a disfrutar de esos
pechos. Le gustaba lo rosáceos y duros que estaban los pezones. Mientras la
acariciaba con su boca, también lo hacía con sus dedos, entrando y saliendo
de ella. Una y otra vez.
—Mi dulce, Kathleen —dijo cuando ella echó la cabeza hacia atrás.
Su erección era dolorosa, pero daba igual, porque escucharla, tocarla, le
parecía por ahora suficiente. Nunca existiría otra mujer para él. Nunca.
—¡Haz silencio, no quiero tus palabras… ! Solo no te detengas… Sí…
Te detesto, Tristán… —gimió y lo sintió sonreír sobre la piel de sus pechos,
luego recorrerle a besos el cuello. No tenía idea de qué carajos estaba
haciendo, pero la necesidad de aliviar el implacable deseo, mezclado con
rabia y odio, la superaban.
Él soltó una risa suave y la sorprendió acuclillándose. Ella podría estar
experimentando un delicioso cumplido de caricias a su cuerpo, pero su
corazón continuaba cerrado. Quién habría pensando que un día ella podría
permitirse algo como lo que estaba haciendo ahora y precisamente con el
culpable de su desdicha juvenil. La gran diferencia era que la Kat del
pasado ya no estaba a cargo.
Para Tristán, desde su posición, el cuadro que representaba Kathleen con
las generosas tetas a la vista, las piernas torneadas, las bragas fuera de sitio,
sumado a los jadeos que emitía, podría capturarse en un video que Tristán
difícilmente dejaría de ver a diario. Sin embargo, iba a confiar en que su
memoria no olvidaría esta imagen.
—Solo tienes que sentir placer —dijo arrancándole las bragas con
facilidad, elevando una pierna de Kat sobre su hombro, ubicándola en el
ángulo correcto, antes de hacerle un guiño y empezar a lamerle el sexo—.
Nadie va a tocar lo que es mío —expresó con vehemencia—, ¿lo entiendes?
—Si no terminas esto de una buena vez…
Él sonrió de medio lado, porque tenía mucho que enmendar con ella, sin
embargo, esta vez, él sería el que mantuviera el control en la parte sexual.
Porque iba a enloquecerla, deleitarla y grabar su toque en ella, con sus
caricias.
—Shhh —murmuró antes de succionar los labios íntimos con fuerza.
Lamió, acarició y luego introdujo dos dedos en el interior, entrando y
saliendo, jugueteando con el botoncito sensible—. Mírame, mira quién está
dándote placer.
Ella rehusó y mantuvo los ojos cerrados, entonces Tristán se detuvo.
—¡Eres un malnacido manipulador! —dijo abriendo los ojos llenos de
una tormenta que estaba a punto de desatarse y barrer con los sentidos de
ambos. En ella, al recibir placer, y en él, al dárselo y tener el deleite de
saborearla—. Termina esto.
—¿Puedes decir por favor?
—Por favor, vete a la mierda, y termina lo que empezaste, Tristán.
Él soltó una carcajada antes de lamerla de arriba abajo, masturbarla con
los dedos, juguetear con ella hasta que empezó a sentir que iba a explotar.
Kathleen era sensible y poseía una voluptuosa sensualidad; su cuerpo
seguía siendo bello, más curvilíneo y lo tenía fascinado. Quería explorarla;
no acabar nunca. Deseaba tenerla en su cama, besar cada pequeño recodo
de piel, dejarse consumir en ella.
—Córrete, Kathleen —dijo y al instante, los labios íntimos succionaron
sus dedos, mientras su boca continuaba acariciándola.
—Oh… Estoy a punto de… Oh… —jadeó incoherencias, al tiempo que
sus paredes suaves se contraían, la sangre en sus venas fluía como lava
volcánica y todo su cuerpo vibraba con un frenesí que había olvidado que
existía.
Él la siguió besando con suavidad en la boca y acariciándole los pechos
con el dorso de la mano. Cuando los sentidos de Kat regresaron a la Tierra,
matuvo la espalda apoyada contra la pared, la cabeza echada hacia atrás,
intentando recuperar el aliento. No sabía cuánto tiempo había pasado.
Pudieron ser minutos u horas desde que toda este demencia empezó con él
besándola.
Tristán estaba muy excitado y cuando Kat lo agarró de nuevo de las
solapas, él se sintió eufórico, porque necesitaba el alivio que solo ella podía
otorgarle. Sus sentidos estaban alertas, el pulso le iba a mil, en especial
después de escucharla gemir, después de saborearla de todas las formas que
le apeticieron en ese momento.
Sin embargo, ella lo sorprendió apartándolo. Se acomodó rápidamene la
ropa y se arregló el cabello con los dedos. Después, agarró la bolsa con la
intención de irse.
—¿Kathleen? —preguntó apretando los dientes, porque su erección era
dolorosa en esos instantes. Su chaqueta estaba arrugada, su camisa interior
en igual condiciones y su cobarta torcida. Frunció el ceño— . Cariño…
Ella tenía la mano sobre la manija. Lo miró con frialdad y altivez.
—No soy tu cariño, Tristán. Gracias por el sexo oral. Me ha parecido un
bonito entretenimiento nocturno —le hizo un gesto hacia la bragueta del
pantalón que tenía la marca rígida del pene—, pero no me apetece
continuar. Puedes aliviarte solo. Eres un hombre adulto y con experiencia,
si mal no recuerdo. ¿Verdad?
Él la observó con incredulidad por este súbito cambio, no porque
asumiera que harían lo que él necesitaba en estos instantes, que era entrar
en ella, sino por la frialdad en Kathleen. Parecía como si, esta mujer que
hacía solo unos instantes se había derretido bajo sus caricias, hubiera sido
reemplazada por otra.
Tristán se pasó los dedos entre los cabellos y caminó hacia ella.
—Kathleen, no te marches. Da igual si no quieres continuar esto aquí…
—Oh, pero, Tristán, no quiero continuar nada aquí, ni en ningún sitio.
—Sal a cenar conmigo mañana, por favor.
—¿Por qué habría de hacer semejante estupidez? —preguntó.
Tristán soltó una exhalación contenida. No podía esconder nada, el
momento de pensar o analizar sus emociones ya había pasado. Solo
quedaba la verdad. Una verdad que ella merecía saber y que él jamás debió
ocultársela.
—Porque te amo, por eso —dijo con determinación—. Jamás dejé de
hacerlo.
Kathleen abrió los ojos de par en par y, a continuación, soltó una
carcajada. Él apretó los dientes, dolido y enfadado, pero no apartó su
mirada de ella.
—¿Cuál es el chiste, Kathleen, al decirte que te amo? —preguntó.
—Creo que tienes un problema con el tiempo en que dices o confiesas
ciertas cosas, Tristán —dijo colgándose la bolsa en el hombro. Abrió la
puerta—. Me parece que se llama anacronismo. Y tú no me amas. Solo te
amas a ti mismo o a tu empresa, así que no me vengas con mentiras que la
Kathleen que alguna vez pudo haberte creído ya no está alrededor. Esa Kat
del pasado necesitaba un cierre emocional y se lo has dado. Sin embargo,
yo, la mujer a la que estás mirando en este momento, lo único que necesito
de ti es que me dejes tranquila. Puedes quedarte con tus palabras de amor,
porque a mí no me conmueven ni las creo.
—Kathleen… —dijo en un tono firme, mientras la agarraba de la
muñeca. Las palabras de ella habían cortado tajos profundos. Recordaba
claramente cuando Kat le había dicho que lo amaba, pero él se quedó
callado. Se quedó callado, joder. Menudo imbécil había sido con esta mujer
que ahora era tan diferente. No quedaban huellas de esa dulzura y marcada
inocencia que él arrebató. Ahora comprendía todavía más la extensión del
daño. Lo que acababan de hacer no significaba nada para ella, pero para él,
había significado tantísimo—. Jamás le he dicho esas palabras a ninguna
otra mujer —aseguró con una expresión atormentada.
Ella se zafó con facilidad y notó la fugaz expresión de dolor que pasó
por esos ojos aguamarina a causa de sus palabras, pero Kat no estaba para
demostrar empatía con alguien que cuando le abrió su corazón, no la tuvo
con ella. No creía en la confesión de Tristán. No creía en nada que saliera
de su boca. Lo que hubiera dado por escucharlas cuando ella le confesó que
lo amaba. Ya era tarde.
—Pues entonces tendrás que practicarlas para que puedas repetirlas para
alguien a la que sí le interese escucharte —replicó con igual mordacidad—.
Gracias por el orgasmo, aunque los he tenido mejores. Adiós, Tristán.
Él la quedó mirando con una mezcla de sorpresa y tormento por las
implicaciones de sus palabras y el tono desapasionado. Un tono que
contrastaba completamente con los gemidos y jadeos que había emitido
bajo el toque de su boca y sus manos. No podía intentar conquistar a la
Kathleen que una vez dejó atrás, le quedaba muy claro; lo que necesitaba
era ganarse la confianza y enamorar a la mujer en que se había convertido
esa Kat del pasado, la versión que le acababa de dar una bofetada a su ego y
había desdeñado su confesión. Sin embargo, Tristán consideraba que este
revés tan solo fortalecía su intención de recuperarla. No iba a claudicar.
 
***
Ella abadonó el cuarto de baño y cerró con fuerza la puerta. Lo hizo,
porque sabía que él no iba a seguirla, pues su ventaja era que Tristán no
regresaría, con una erección pulsante y la ropa hecha un desastre, a la
celebración del salón.
Se marchó de la fiesta, pero no sin que antes su mejor amiga la mirase
de un modo peculiar. Kat tan solo le dijo con un gesto que hablarían en otro
momento. Después de tanto tiempo de ser amigas, ya sabían cuando la otra
estaba atravesando alguna situación o complicada o simplemente ocurría
algo que necesitarían conversar. Sin embargo, en este caso, el tema era el
hermano de Agatha. Otra jodida vez. Ya eran adultas, así que lo hablarían
como tales. Le diría la verdad: Tristán era un imbécil, discutieron y no tenía
intención de volver a verlo, tal como había hecho esos años.
Hunter la llevó a casa, pero antes de bajarse del automóvil la miró con
pesar.
—¿Es Tristán el motivo por el que no quieres una relación sentimental?
Kat se quedó unos minutos en silencio y bajó la mirada para posarla
sobre la orquidea que reposaba entre sus manos en esos instantes. La noche
de verano estaba fresca, aún no llegaba el mes más caluroso. Juguetó con
los pétalos blancos.
—Hunter…
—Es una pregunta simple —dijo con una sonrisa—. No es un reclamo,
vamos, no tengo ningún derecho haciéndolo. Solo siento curiosidad.
Ella soltó una exhalación.
—¿Por qué lo preguntas?
—Aunque creas que no me daba cuenta, no es una recriminación por un
caso, tan solo una respuesta a tu pregunta, sé que hacías un gran esfuerzo
para no prestarle atención durante la cena. Sin embargo, Tristán no tenía
problemas en acribillarme con la mirada. De hecho, es un milagro que yo
esté vivo, en especial cuando su saludo fue un apretón de manos de esos
que pretenden romper los huesos, en lugar de hacerte sentir bienvenido —
dijo esto último con una carcajada—. No fue difícil sumar dos más dos,
Kat. ¿Pasó hace mucho tiempo lo de ustedes o es reciente?
Kathleen se sintió fatal por Hunter. No se merecía lo que había ocurrido,
aunque no supiera la extensión de la situación.
—Sí, bastante tiempo… Fue complicado.
—Entiendo —replicó con su usual tono afable—. Fue un bonita velada,
Kat, gracias por haber sido mi cita de esta noche. —Se bajó del coche y
luego la acompañó a la entrada del edificio—. Estaré alrededor si alguna
vez me necesitas, aunque no sea solo para temas de migración —le hizo un
guiño—. ¿De acuerdo?
—De acuerdo, gracias —dijo en un murmullo, antes de subir al cuarto
piso.
Después de desmaquillarse y ponerse el pijama, Kathleen se acostó en la
cama. No iba a arrepentirse de las palabras que le lanzó a Tristán. Se las
merecía todas. Ahora, finalmente, esperaba no volver a verlo y continuar
con su vida en calma.
Aunque la esperanza no siempre se presenta en los momentos que se
requieren, y así lo comprobó al día siguiente cuando se reunió con Ramona.
CAPÍTULO 5
 
 
Kat había tenido un sueño reparador. Quizá la noche anterior dejó ir los
últimos residuos de rencor, porque expresó el enfado acumulado de tantos
años. Ahora, a la luz del día y ya más serena, Kat no se sentía
particularmente orgullosa por cómo manejó la situación cuando él le
confesó que la amaba, ni tampoco cuando lo dejó botado como si solo
sirviera para un alivio sexual. La verdad era que le costaba asimilar las
palabras dichas por Tristán. No las creía.
¿Se arrepentía de haber tenido un orgasmo con él? Por supuesto que no.
Se rehusaba a sentirse culpable por haber tomado lo que en ese instante
quería. Por otra parte, su enfado había disminuido, pero no sus ganas de
pasar la página. Le hubiera gustado que Hunter hubiese aparecido en su
vida mucho antes, porque, quizá, todo habría sido distinto y su corazón no
estaría lleno de desconfianza. «Es lo que es».
Ahora estaba en la oficina de jefedzilla, así que le tocaba esperar qué
nuevas ideas tenía planeadas esa bruja para ella. Solo esperaba que no
hubiese más eventos sobre alcantarillados, porque le gustaba contar
historias, mas no coleccionar accidentes desastrosos que terminaban con
ella pasando vergüenza.
—Ayer tuve una reunión con los editores —dijo Ramona. Estaba vestida
con un impecable traje de oficina color blanco y tacones azules. La oficina
tenía placas y reconocimientos de su trayectoria profesional—. Rick me
expuso, nuevamente, la idea de que mereces un ascenso para que solo te
especialices en el área de cultura, en lugar de suplir eventualidades de otros
temas. Lo he estado considerando.
Kathleen observó a su jefa con interés.
—El área cultural es lo que me apasiona, aunque procuro expandir mis
aprendizajes con los reportajes que realizo para otras áreas —dijo con
cautela. Sí, quería ese ascenso como su próximo aliento, pero no podía
mostrarse pretenciosa. Al final, si llegaba otra periodista que quisiera hacer
su trabajo actual y sin quejarse, la reemplazarían. Su mundo laboral, como
todos, era competitivo. Kat no era idiota.
—Has realizado una tarea bastante sólida para ser una profesional que
apenas empieza esta larga caminata. Tu ascenso dependerá del resultado de
tu próximo trabajo. —Kat sentía el corazón latiéndole con gran emoción.
Lo que había estado esperando todo ese año iba concretarse—. Tal como te
mencioné ayer, Layla está de baja por maternidad y tú vas a reemplazarla en
Perfiles.
—Por supuesto, lo puedo hacer sin ningún problema…
—No he terminado, Kat —interrumpió—. Hace varios años, la prensa
de negocios ha estado interesada en una corporación local, cuyos
propietarios son parte de la realeza social y financiera. Sin embargo, ellos
nunca han concedido entrevistas de carácter personal o acceso a sus vidas
privadas. Eso va a cambiar, porque el relacionista público llamó ayer.
Quieren ser parte de la próxima edición de Perfiles que debe publicarse
dentro de ocho semanas. Esta es una oportunidad única que nos ayudaría a
destacar más entre la competencia, porque es una familia con mucho
prestigio y poder. En especial el CEO. Esta es una nota exclusiva.
—Suena estupendo, Ramona —dijo sacando el bloc de notas y un
bolígrafo. Su mente estaba ya trabajando ángulos de inicio e ideas para las
entrevistas—. ¿Es este el reportaje que quieres que yo haga?
—Exactamente. De este trabajo periodístico depende tu ascenso.
Kat quería levantarse y dar saltos de alegría. Sin embargo, se contuvo.
Agarró el vaso de agua y dio varios tragos para serenarse. «¡Al fin, tengo
mi oportunidad!».
—Utilizaré todos los recursos que estén a mi alcance, Ramona, puedes
estar segura de ello. No voy a dejar de lado ningún esfuerzo.
Ramona sonrió, complacida, y luego asintió.
—Me gusta esa actitud. Pedí que te facilitaran una oficina en la empresa
para que pudieras hacer las entrevistas a diario. Aceptaron dártela, lo cual
es un indicio de que estarán dispuestos a colaborar contigo de verdad.
—De acuerdo, entonces trabajaré desde las oficinas de la compañía,
hasta que termine de recabar la información. ¿Cómo defino mis horarios si
voy a pasar la mayor parte del tiempo fuera de la redacción? —preguntó
frunciendo el ceño.
—Tus horarios los definen las actividades de la empresa. En caso de que
hubiese eventos: fiestas o premiaciones o salidas locales, entonces debes
asistir. Los gastos los cubrirá el periódico —dijo, mientras bebía varios
sorbos de café con leche—. La empresa ahora mismo atraviesa una
campaña brutal de desprestigio de parte de la competencia. No me equivoco
al creer que ese es el motivo por el que llamaron. Nuestro periódico puede
redimirlos o destruirlos —sonrió—. Ese el poder de un periodismo bien
hecho y respaldado con investigación.
Kat asintió y tomó nota para revisar el tema de la reputación.
—Si ellos están en manos de Seattle News Today, entonces se mostrarán
más colaboradores. ¿Qué enfoque requieres que asuma para esta
investigación? —preguntó. No veía la hora de empezar a trabajar y lograr el
bendito ascenso laboral. Seguro la pasaría estupendamente coordinándolo
todo.
—Lo que busco es rasgar el hermetismo del CEO. Lo perciben como
alguien frío e inalcanzable. Quiero que indagues y encuentres los secretos
que vuelven vulnerable a esta familia; si hay pugnas de poderes y qué se
esconde detrás de todo el éxito que se ha retratado por décadas. Todas las
familias tienen algo qué ocultar —dijo, mientras Kat tomaba nota—,
encuentra qué oculta esta. El resto de la información: reputación,
proyección, opiniones de los empleados, y trayectoria es lo común. Lo que
te pido hacer es algo fuera del usual toque de Layla. Una mezcla.
—Bien —dijo Kat, porque le gustaba el reto de hacer algo diferente—.
Entonces, mi punto de conexión directa es el CEO. ¿Correcto?
—Tu contacto principal es el relacionista público, Tony Malone, y este
aseguró que el CEO se mostrará disponible cuando necesites hacerle alguna
consulta. Ellos entienden que se trabajará desde el punto de vista de la
trayectoria y la reputación, porque es lo que les interesa. Ningún CEO va a
aceptar que indaguen su vida personal o entregar esa clase de información,
así que te dará las migajas que le convengan. Quiero que hurgues en esa
superficie y no te conformes.
Kat iba a hacer el mejor reportaje que Ramona hubiera leído para
Perfiles. No era competencia para Layla, porque lo único que Kat quería era
su ascenso. Punto.
—Por supuesto. ¿Algún otro detalle?
—Lo que busco es un texto que impacte y que rompa la percepción de
que en esa familia son perfectos, porque al hacerlo los harías encajar de
verdad en Perfiles. Solo podrás tratar una compañía como “más humana”, si
logras humanizar a sus dueños. —Kat asintió—. La compañía tiene un alto
estándar moral, así que la campaña de desprestigio es solo para fastidiarlos,
pues hay un proyecto en juego de varios millones de dólares. En todo caso,
necesito un reportaje que me cuente una historia con matices reales. Aquí
tienes la tarjeta de Tony —dijo entregándosela.
Cuando Kat leyó el nombre de la compañía se le fue el alma a los pies.
Barnett Holdings. Esto tenía que ser una cruel broma del destino. Su mayor
anhelo estaba ligado a pasar ocho semanas en las inmediaciones de la
compañía del hombre al que no quería volver a ver. Su némesis. Necesitaba
calmarse.
Respiró profundamente.
—¿Quieres que investigue los secretos de Tristán Barnett y los exponga
en Perfiles? —preguntó en un susurro.
Debería argumentar conflicto de intereses y cederle el reportaje a otro
periodista, pero al hacerlo renunciaba a su ascenso. Ella no iba a declinar
esta oportunidad, a pesar de que el único lío era pasar tiempo con Tristán,
porque no habría forma de evitarlo. Él quería salir en Perfiles y ella
necesitaba la información para construir el texto. Vaya desastre. «¿Debería
aprovechar y utilizar esta coyuntura para vengarse de él?». Su conciencia
hizo una mueca de desaprobación.
—Sí, Kat, los dueños de Barnett Holdings —dijo con aburrimiento—.
¿Tienes algún problema y prefieres que le asigne esta tarea a otro
periodista? —preguntó recostándose contra el asiento y cruzándose de
brazos.
—Ninguno —dijo con una sonrisa—. Muchas gracias por la
oportunidad.
«Condenada sea mi suerte», pensó consternada.
—Necesito tus cinco sentidos en este encargo. Si estás dudando…
—Para nada. Tan solo me ha sorprendido porque, tal como tú
comentaste, he escuchado que los Barnett son muy herméticos. Que sean
ellos los que quieren el reportaje, pues me pareció curioso —mintió, porque
las únicas explicaciones que le debía a Ramona eran las laborales. Jefedzilla
no tenía que conocer su vínculo personal con la familia Barnett—. ¿Cuándo
debo empezar?
—Dentro de cinco días. Rick me comentó que hoy iba a asignarte ir a la
premiere de una película que fue premiada este año en el Festival de
Cannes, así que ve a hablar con él. Eso es todo —dijo antes de ignorarla por
completo, porque se sumergió en la bandeja de entrada llena de emails
pendientes de responder.
Kat abandonó la oficina de su jefa con una mezcla de euforia e
incertidumbre.
 
***
Tristán salió agobiado de la clínica de rehabitación en la que estaba
Caleb. Al verlo ojeroso, más delgado y con una expresión de desesperación,
la carga de sentirse responsable por lo que le había ocurrido, lo sacudió. A
él le daba igual que la psicóloga que trabajaba con la familia de los
pacientes le hubiera dicho que la decisión final siempre sería de cada
individuo y que él no era culpable de los errores de Caleb.
Todo había empezado tres años atrás, cuando los dos tuvieron una fuerte
discusión, pues Caleb insistía en recibir el cargo gerencial que Mason le
había negado. Tristán, en respuesta, lo mandó a trabajar en la oficina que,
en ese tiempo, estaban construyendo en Portland, en Manzanita Beach. La
zona era aislada y de una comunidad pequeña. Tristán le dijo que si no
lograba sacar adelante el proyecto en esa ciudad, entonces lo despediría y
tendría que hallar la forma de buscarse el bonito título gerencial que quería
en otra parte.
Caleb le dijo a su hermano que era un pendejo, pero que iba a darle en
las narices porque tendría éxito. Sin embargo, no fue así. Con la herencia de
Faye ya en su cuenta bancaria, a él solo le importaba el cargo gerencial en
Barnett Holdings más no el dinero, y dio rienda suelta a su libertad al estar
lejos de Seattle y los paparazzi. A sus veintisiete años, él se creyó
invencible. Empezó a rodearse de malas compañías y olvidarse que estaba
en Portland para demostrarle a su hermano mayor que podía asumir
responsabilidades y merecía el puto cargo gerencial.
Los reportes de los guardaespaldas de Caleb a Tristán consistían en
listas de sitios de apuestas, club de caballeros y drogas. El proceso de
construcción del edificio de la empresa en Portland iba retrasado y su
hermano aparecía cuando le daba la gana. Cabreado, no solo por Caleb, sino
porque tenía a Peyton demandando más de él, Tristán viajó a Portland con
Agatha para intervenir.
Los tres discutieron, gritaron y se mandaron al carajo, pero, al final,
Caleb aceptó volver a Seattle y entrar en una clínica de rehabilitación.
Byron, por supuesto, al enterarse exigió que su hijo estuviera en casa con
médicos privados, más no en una clínica con un montón de alimañas.
Margie entró en una crisis de nervios. Mason dio un ultimátum a Caleb y le
dijo que, si no se desintoxicaba, entonces hallaría la manera de declararlo
legalmente incapaz de tomar decisiones y se convertiría en su tutor, por
ende, en administrador de toda su fortuna. A nadie tenía más temor que a su
abuelo.
Lo anterior consiguió que Caleb reaccionara. Tan solo por un tiempo.
De hecho, esta era la cuarta ocasión en que Caleb estaba internado en
una clínica, y la primera vez en que estuvo a punto de morir por una
sobredosis de heroína. La situación era brutal y Mason ya había empezado
los trámites para ser el tutor y poner orden a su nieto menor, porque Byron
era incapaz. Tristán se culpaba por haberle dado un ultimátum a su hermano
y decirle que se fuera a Portland. Parecía como si no pudiera dar con la
manera idónea de manejar esa tóxica relación competitiva que Caleb había
sembrado entre los dos, la cual le parecía ridícula.
En la compañía, el staff administrativo creía que su hermano estaba en la
central de Nueva York, porque así lo había informado él y lo reafirmaba
Agatha. La condición de Caleb se mantenía fuera de los tabloides, pues se
pagaba mucho dinero a un equipo especial de relaciones públicas para que
así ocurriese. El gran problema, a juicio de Tristán, ni siquiera era que lo
pillara algún paparazzi, sino que, a la mínima oportunidad, Caleb siempre
se ingeniaba el modo de conseguir la jodida droga.
Solo le quedaba esperar que esta fuese la última vez.
—Señor Barnett —dijo su asistente, Felicity, sacándolo de sus
pensamientos —. Necesito revisar la agenda de la tarde con usted. ¿Puedo
pasar?
Después de la visita a su hermano tuvo un almuerzo con unos clientes
que solían trabajar con la compañía en Nueva York, pero ahora querían
empezar nuevos proyectos en Seattle. Al menos, le gustaba que estos
empresarios ya conocían la seriedad de su trabajo y no se inmutaban por los
rumores.
—Por supuesto. ¿Qué novedades hay?
Felicity Hoffman era muy pragmática y eficiente. Llevaba trabajando
con él desde que fue nombrado CEO por su abuelo. La mujer no aceptaba
idioteces y estaba habituada a trabajar en un entorno dominado por
hombres. Se había ganado el respeto de los demás empleados, porque no se
metía en cotilleos y era buena profesional.
—La oficina que asignó a la periodista ya está decorada y con todos los
materiales que podría necesitar para trabajar incluyendo impresora,
papelería y las dos estanterías altas que me pidió que consiguiera. La
señorita Stegal llegará dentro de cinco días, según me comunicó Tony. El
equipo de IT está terminando de instalar la parte tecnológica, pero es
cuestión de unos minutos —explicó en su tono serio usual—. Los
presupuestos que usted aprobó ayer ya fueron enviados al departamento
financiero. La cotización del nuevo lote de excavadoras está en su bandeja
de correos electrónicos. Solo le queda un asunto, pero es de corte personal.
—No tengo nada personal que atender por hoy, Felicity.
Ella se aclaró la garganta.
—Hoy es la cena de gala de la Fundación Deseos Cumplidos Para
Todos. Usted aceptó asistir al evento con la señorita Olivia Clermont, la
tesorera de la fundación, hace un mes. La tintorería ya dejó su traje en el
penthouse con su ama de llaves y Ansel ya tiene el itinerario.
Tristán se pasó los dedos entre los cabellos. Mierda, esto era lo último
que necesitaba. Salir en los periódicos con una mujer del brazo cuando
sabía muy bien quién podría ver la foto y empezar a hacer conjeturas
equivocadas. Necesitaba ver a Kathleen y empezar su cruzada para
recuperarla. No se podía ganar siempre, lo llevaba claro, aunque podía
aprender de sus errores. Él lo había hecho.
—¿Me recuerdas la causa que persigue la fundación? —preguntó. En su
plato de responsabilidad tenía bastante con lo cual lidiar. Sin su asistente
ejecutiva estaría más estresado de lo usual. La mujer merecía un aumento
salarial por su capacidad de diligencia. Definitivamente—. Ya sabes que si
son aspectos que no me parecen tan trascendentales o vinculados a mi
gestión diaria, los tiendo a olvidar.
La mujer de ojos negros y ligeras arruguitas alrededor esbozó una
sonrisa.
—La fundación Deseos Cumplidos Para Todos hace realidad los sueños
de los niños que tienen enfermedades terminales. La cena recauda fondos
anuales para que esta causa sea posible de llevar a cabo. —Tristán hizo un
asentimiento—. La señorita Clermont lo llamó un mes atrás para invitarlo.
Usted, aceptó.
Tristán hizo un leve asentimiento.
—Llama a la oficina de la ONG y dale mis disculpas a Olivia.
Coméntale que surgió un imprevisto, pero que haré una donación por veinte
mil dólares a título personal y veinte mil como CEO de Barnett Holdings.
Eso sería todo. Gracias.
Una vez que Felicity se marchó, Tristán se apartó de la silla.
No iba a arriesgarse con Kathleen dándole opción a creer que no iba en
serio con ella. Se ganaría su confianza de nuevo, porque eso era más
importante. Con respecto a la fundación, no le afectaba en nada cancelar su
presencia. Si no fuese por Felicity lo más probable es que hubiera dejado
plantada a Olivia, porque su mente estaba ocupada en otros temas más
trascendentales. Él sabía que a las personas de esa fundación lo que les
interesaba era el dinero y pronto recibirían su donación económica. Su
trabajo filantrópico estaba cumplido. Por ahora, se tenía que largar de la
oficina porque había quedado con Wayne y Carrigan.
Agarró su chaqueta y salió en su Bugatti  Spartacus color azul. Le
fascinaba la velocidad y los coches, por eso la mayoría de las veces prefería
conducir, en lugar de pedirle a Ansel que lo llevase de un lugar a otro.
Cuando entró en el restaurante del Rainier Club, uno de los más exclusivos
de la ciudad y que había sido construido en 1888, sus amigos ya estaban en
la mesa con un vaso de whiskey cada uno.
Ordenaron algo de comer y pronto se pusieron al día, pues no veían a
Tristán desde que este se fue a Nueva York más de dos meses atrás. La vida
de todos había cambiado radicalmente en los últimos años. Wayne estaba
divorciado, pero feliz. La mujer lo había dejado por ser adicto al trabajo, así
que ahora él vivía la vida bohemia como le gustaba. Carrigan se había
casado con su novia de hacía años, Irene, y tenía dos hijos: Duke y Moses.
Tristán era padrino del primero y Wayne del segundo.
—Finalmente, la volviste a ver —dijo Carrigan con una sonrisa. Él y
Wayne apoyaron a Tristán durante el tiempo en que Peyton lo sacaba de
quicio, así como después de que ella muriera, y ahora lo hacían con el tema
más importante: Kathleen—. Qué putada que te haya lanzado su veneno,
pero ¿qué esperabas? ¿Un recibimiento glorioso y lleno de ojos batiendo
pestañas? —preguntó riéndose—. Cuando Irene se enfada conmigo, Dios,
mis argumentos de abogado no sirven para maldita cosa. Esa mujer tiene la
capacidad de desbaratarlos. Así que no quiero ni imaginar cómo habrá sido
de brutal escuchar las palabras de Kat. Siendo periodista, pufff, su lógica y
uso de palabras deben ser potentes.
Tristán hizo un asentimiento y sonrió, porque Kathleen era muy lista.
Claro que había leído sus artículos. Ese había sido uno de sus pequeños
placeres, así como un modo de sentirse cerca de ella durante el tiempo en
que sabía que ya estaba en Seattle, pero él no podía acercarse porque
continuaba casado. Le daba igual si el tema que publicaba era de una
creación de palitos de helados o la inauguración de un nuevo restaurante. Se
trataba de Kathleen y eso era suficiente. Su estilo narrativo era ágil, directo
y sabía capturar el ángulo que informaba con precisión.
—Meh, hermano, si tanta complicación te causa ¿por qué no buscas otra
persona? A veces —dijo Wayne con simpleza—, es mejor disfrutar la
variedad que nos ofrece la vida. Cometí el error de casarme, no lo vuelvo a
hacer —rio tomando un trago de whiskey—. Vamos, estamos en nuestros
30´s y hay un montón de coños con los cuáles podemos pasarla bien sin
firmar un documento o amargarnos.
—Mira que eres cínico —dijo Carrigan—. Seguro te enamoras de nuevo
por andar diciendo pendejadas —se rio de buena gana—. Idiota.
—Kathleen —dijo en tono acerado mirando a Wayne—, no es un puto
coño. Ella es la mujer de mi vida, así que cierra el pico.
Wayne elevó ambas manos en son de paz.
—Vale, no intenté insultarla ni mucho menos. Cálmate —replicó.
Tristán se pasó los dedos entre los cabellos y meneó la cabeza.
—Mierda, me consume el hecho de que no me haya creído... Sé que al
apartarla le di todos los motivos para odiarme, pero lo de ayer no dejó de
afectarme.
—No puedes llegar a su vida como un huracán y pretender enmendar
todo de un plumazo —dijo Carrigan—. Además, ahora la verás casi todos
los días si va a hacer ese reportaje para Perfiles. Esta es tu única
oportunidad de hacer las cosas bien esta vez. Tendrás que serás paciente.
Hazle comprender que no vas a renunciar a ella.
—O puedo presentarte a unas amigas que estarían dispuestas a
entretenerte hasta que Kathleen entre en razón —ofreció Wayne, y en
respuesta recibió la seña del dedo medio de Tristán—. O no —se rio de su
propio comentario, mientras Carrigan meneaba la cabeza en desaprobación.
—No pienso perderla de nuevo ni dar paso a que otro imbécil como
Hunter Wagner intente robar lo que es mío —dijo Tristán, frustrado.
—Hunter tiene una lista de mujeres detrás de él. Se vuelve un circo
cuando está en la Corte trabajando algún caso —dijo Carrigan—. Algunas
amigas de Irene, cuando se enteraron que somos colegas, me pidieron que
se los presente. Ya te digo, el hombre parece un imán ambulante con su
imagen de abogado que trabaja por los derechos de los inmigrantes y
también ayuda con muchos casos pro-bono.
—Qué ayuda tan útil estás prestándome —replicó Tristán con
mordacidad, mirándolo con fastidio. Sus dos mejores amigos se echaron a
reír.
Carrigan terminó de comer el último trozo del filet mignon.
—Tienes que ganarte la confianza de Kathleen de nuevo —dijo Carrigan
—. Me tocó hacerlo cuando le pedí a Irene que nos diéramos un tiempo y
luego me di cuenta que había sido un imbécil. Así que con Kat solo puedes
ganártela persistiendo. Hazle saber que puede confiar en ti y que no vas a
volverle a hacer la misma idiotez de la vez anterior. Es normal que esté
herida, Tristán, lo que le dijiste aquella noche —meneó la cabeza—,
cumplió su propósito. Poco a poco, si no haces alguna imbecilidad, se dará
cuenta que está a salvo contigo y te dará una segunda oportunidad. Cuando
llegue el momento adecuado, y se preste la ocasión para hablar, entonces
podrás decirle toda la verdad sobre Peyton.
—Supongo que lo dices tiene sentido. Deberíamos agradecer a Irene que
te haya hecho comer fango cuando tuviste la torpe idea de pedirle “espacio”
—se rio—. Gracias, Carrigan —dijo Tristán, mientras digería las palabras
de su amigo.
—Intenta mantener el miembro en tus pantalones y demuéstrale que no
solo quieres sexo con ella o que solo es deseo —dijo Wayne.
—No lo es —farfulló Tristán. Iba por su segundo vaso de whiskey. Esta
vez no era Byron el que lo impulsaba a beber, sino sus propios errores—.
Con ella, no.
Pronto cambiaron el tema a asuntos deportivos, laborales y los planes de
Carrigan para pasar el último mes del verano en Lake Tahoe. Tristán los
puso al corriente de la situación con Caleb, así como el hecho de que
tendría que esperar cinco días hasta que Kathleen llegara a la oficina para
empezar el artículo. Serían cinco días infernales a la espera de volver a
verla, pero necesitaba darle este espacio antes de empezar su reconquista.
Quizá el no estaría estos días cerca, físicamente, sin embargo, iba a hacerle
sentir que estaba presente de otra manera.
Cuando Tristán regresó a casa, se sintió menos agobiado. Carrigan y
Wayne, cada cual en su propia forma, tenían razón en sus sugerencias.
Mucha razón.
Él podía ser paciente y demostrarle que no iba a lastimarla de nuevo,
porque así sería, sin embargo, restringir la pasión que sentía por Kat era casi
imposible. Ayer había ratificado lo que ya sabía: juntos creaban
combustión. ¿Cómo controlaría las llamaradas que surgían tan solo con
estar en el mismo espacio que Kathleen, en especial cuando, de ahora en
adelante, iban a pasar tanto tiempo juntos?
CAPÍTULO 6
 
 
 
Una humeante taza de café con toques de almendra, un cruasán de
jamón y queso y una botellita de agua Evian. Cada día, durante los últimos
cinco días, ese era el menú que le entregaba el recepcionista de turno a Kat
cuando ella bajaba al lobby de su edificio antes de ir al periódico. El primer
día se quedó de piedra, porque generalmente ella desayunaba de forma muy
frugal, pues solía ir corta de tiempo, así que el aroma de ese café la hizo
sonreír. Al menos así fue hasta que entendió qué era lo que estaba
ocurriendo. No necesitaba ser Agatha Christie para descifrar misterios.
Tristán era un cretino persistente que conocía, para mala suerte, sus gustos.
Ahí no acababa todo, porque cuando regresaba de la redacción, la
esperaba un crème brûlée que el recepcionista del turno de la noche le
entregaba junto con una pequeña libretita de apuntes. Cada libreta de
apuntes tenía una frase distinta de algún escritor famoso. Antes de las diez
de la noche él le escribía; ella, no contestaba. Ni siquiera pensaba perder el
tiempo intentando saber cómo habría encontrado su dirección ni su número
telefónico. Él poseía recursos informativos muy amplios.
Venom (así tenía registrado el nombre de Tristán): Hola, Kathleen. No
dejo de pensar en ti. Quizá pueda empezar a tomarle el gusto al café con
almendras que tanto te gusta… Si lo pruebo de tu boca. Dulces sueños.
Ese era uno de sus mensajes. «¿Es que acaso él intentaba
enloquecerla?», se preguntó, mientras, en esos instantes, subía al noveno
piso en el elevador de Barnett Holdings. Llevaba su laptop, porque estaba
conectada a la intranet de la redacción y era la forma en que los redactores
que trabajaban de forma remota temporalmente, como ella, podían justificar
sus horas laborales para que fueran registradas y pagadas. Cada periodista
tenía un usuario que le permitía subir los apuntes a la plataforma, así como
dejar listo el texto borrador y final para que el editor lo revisara.
Kat estaba ligeramente inquieta, porque lo que Ramona le había pedido
era delicado de manejar. Ella tenía mucha información de los Barnett,
aunque ninguna relacionada a secretos familiares como tales. Sabía que
sería un proceso rápido o lento dependiendo de las actividades a las que
tuviera acceso. La confianza o apertura que tuvieran en la empresa para
responder a sus preguntas era importante. Aunque, por supuesto, a veces no
se necesitaba preguntar, sino tan solo ver y escuchar con atención un
entorno. Para esto último, ella estaba bien entrenada.
—¡Hey, Kat! —exclamó Agatha cuando la vio. Ella trabajaba en el piso
ocho, pero solía subir al noveno para consultar, con el líder del equipo de
arquitectos del que era parte, algún cambio en los diseños o las maquetas de
los proyectos que todavían estaban pendientes de ejecutarse—. Me encanta
que volvamos a estar tan cerca más frecuentemente —sonrió.
—Y yo —replicó mientras agitaba el teléfono—, me detuve en tu piso,
pero como no estabas ya iba a llamarte. ¿Te parece si almorzamos juntas?
—Por supuesto —dijo—. Por cierto, acabo de pasar por la oficina que
han adecuado para ti. ¡Qué envidia siento! —rio—. Es perfecta y con una
vista hermosa de Seattle. Es la tercera puerta de la izquierda al final del
pasillo. La asistente de mi hermano se llama Felicity. Sé que vas a estar
trabajando en el artículo para exponer la verdad sobre nuestra empresa y no
sabes qué alivio siento que seas tú la periodista. Estamos cansados de la
mala prensa y la mala leche de la competencia.
Kat no podía discutir los términos de las exigencias de Ramona.
—Haré mi mejor trabajo, Agatha —replicó con sinceridad—. Todo este
proceso representa gran importancia. ¿Sabes que, después de este artículo,
si a mi jefa le parece que he hecho un buen trabajo me darán el ascenso?
La chica de ojos verdes esbozó una sonrisa amplia y abrazó a su amiga
con fuerza. Después se apartó y dio unos saltitos de alegría.
—¡OMG! Me parece fantástico, Kat. Te lo mereces, porque esa jefa que
tienes ya se está tardando en dártelo. Sé que vas a hacer un trabajo muy
bueno.
Kat se rio, porque Agatha, en ese aspecto, no había cambiado.
Continuaba siendo alegre y optimista, pero, en especial, le daba todo su
apoyo.
—Gracias por el voto de confianza —sonrió.
—Sé que será un poco complicado trabajar con Tristán, por el pasado
entre ustedes, pero hay detalles que todavía desconoces —dijo con suavidad
—. Si alguna vez decides que hay un espacio para dejar la desconfianza de
lado y escucharlo, por favor, hazlo. Eso es todo lo que voy a decirte, porque
no puedo ser juez y parte.
Kat hizo un ligero asentimiento.
—Después de lo que pasó la semana anterior, pues prefiero dejar el
pasado atrás y enfocarme en lo que ahora me hace feliz; eso es mi
profesión.
Sí, le había contado a Agatha que se encontró con Tristán en el Hotel
Fairmont Olympic, la discusión que tuvieron durante la cena de Mason,
pero omitió todos los detalles que una hermana no quiere saber sobre un
hermano y su mejor amiga.
—Lo puedo entender —murmuró Agatha.
—Por cierto, mi mejor amigo de la universidad, Cédric. ¿Lo recuerdas?
—Agatha hizo un asentimiento, porque Kat siempre le mencionaba las
fiestas, salidas y su vida durante su estancia en Illinois con Cédric—.
¡Vendrá dentro de pocas semanas a visitarme a Seattle! No puedo esperar a
que lo conozcas. Te va a caer muy bien.
—Oh, Kat, suena genial. Ya llevas un año sin verlo.
—Creo que sería perfecto para ti —dijo Kat haciéndole un guiño—.
Cédric tiene veinticuatro y está soltero. Tú tienes veintitrés y estás soltera.
¿Qué tal?
—¿Estás ejerciendo de Cupido? —replicó carcajeándose—. A
diferencia tuya que siempre eres renuente a las citas a ciegas, yo me apunto
a salir con Cédric cuando venga a verte a Seattle. De las fotos con él que me
compartías, pues parece que está muy guapo. Así que no me vendría mal
conocerlo mejor en persona. Si está lejos, da igual. Los avatares del destino
se encargarán de arreglarlo.
—Eso mismo digo yo, aunque no sería una cita taaan a ciegas, porque
ya lo has visto en fotos, así que tienen ventaja los dos —replicó riéndose—.
El detalle está en que personalmente se lleven bien, será el reto, pero estoy
segura de que van a tener mucho de qué hablar. —Agatha sonrió, antes de
despedirse de su amiga.
Kat caminó a lo largo del pasillo recubierto de alfombra con oficinas a
ambos lados, así como en un área más amplia en la que había cubículos. El
edificio, al completo, era de Barnett Holdings. Entendía que cada piso tenía
un área de especialidad de la compañía constructura con sus respectivos
ejecutivos.
Cuando llegó al escritorio de Felicity, la mujer sonrió con amabilidad.
La señora era elegante, llevaba gafas para ver, el cabello recogido en un
moño delicado, además que lucía impecable. No era intimidante, sino que
destilaba calidez.
—Buenos días, mi nombre es Kat Stegal del Seattle News Today —
saludó.
—La estábamos esperando —sonrió—. Encantada de conocerla,
señorita Stegal, soy Felicity, la asistente del señor Barnett. Él no se
encuentra en el edificio aún, pero yo me encargaré de mostrarle alrededor.
Por favor —dijo incorporándose del asiento que estaba tras un gran
escritorio de caoba—, sígame y la guiaré hasta su oficina. El señor Tony
Malone se reunirá con usted dentro de quince minutos.
Kat notó que la puerta que decía Tristán G. Barnett. CEO estaba
cerrada, sí. Los vidrios tenían un material que impedía ver el interior. Sintió
curiosidad por conocer el espacio en el que un hombre como él comandaba
una compañía millonaria. Sin embargo, apartó la mirada y avanzó hasta el
sitio en el que estaba su despacho temporal y se quedó sorprendida apenas
abrió la puerta.
Dos estanterías blancas llenas de libros: biografías, novelas, textos de
periodismo especializado y demás, cubrían una pared de lado a lado. El
escritorio era de vidrio y la silla detrás de color azul oscuro. En otra esquina
había una pequeña estación de café y té, además de una mini salita con
mesa de centro. En otra área estaba una impresora, fotocopiadora, tres
bolígrafos MontBlanc y post-its. El espacio no era inmenso, pero la
distribución era idónea. Estaba boquiabierta.
—Esta oficina es preciosa —dijo en un susurro, emocionada—. Wow.
—Me alegra que sea de su agradado, el señor Barnett dio instrucciones
muy claras sobre lo que debía hacerse para que usted estuviera a gusto
trabajando —dijo con simpleza, pues no podría jamás comprender cómo
esta información impactaba en Kathleen—. La estación de café tiene tres
variedades, aunque no hay problema si no le gustan y prefiere otras. En la
cafetería, en el piso cinco, estarán encantados de traerle lo que hiciera falta.
El equipo de IT ya ha dejado las conexiones listas.
—Muchas gracias —murmuró, contemplando cada detalle.
Su sorpresa no era por la belleza de la oficina, sino porque este lugar era
la representación de lo que una vez ella le había descrito a Tristán como el
sitio en el que le gustaría trabajar cuando fuese periodista. La vista a la
bahía era un plus que no tenía que ver con sus fantasías juveniles. «¿Cómo
se acordaba él de sus balbuceos, después de tantos años?». Kat no quiso
dejarse afectar por el gesto.
Lo más probable es que este gesto respondiese al hecho de que él quería
ganarse su buena voluntad, porque haría esa nota periodística de la cual
dependía una gran ayuda para la reputación social y empresarial de Barnett
Holdings. «Sí eso es todo, no es porque yo le importe». Ella había leído los
datos referentes a los rumores sobre compra de materiales de baja calidad
para construcción, poca seguridad en las obras, falta de pago justo de horas
extras de los obreros e incumplimiento de normas ecológicas. No era nada
agradable lo que se decía, había notado Kat. Así ella recabaría información
de la empresa para contrastar y tomaría su propia decisión.
Imaginaba que Mason estaba al corriente de lo que estaba ocurriendo y
de seguro estaría enfadado. El anciano ya no intervenía en la empresa, se lo
había comentado varias veces durante sus conversaciones, pero Kat sabía
cuánto le importaba a él que la familia estuviera bien en general.
Kat no podría pensar en cuál sería la posición de Byron sobre toda esta
situación, cuando, según lo que, a veces, Agatha le contaba, estaba en las
oficinas del piso siete para fastidiarle la existencia a Tristán. Su mejor
amiga siempre decía que la mejor decisión que tomó fue comprar un piso
lejos de la mansión, porque no soportaba la toxicidad de sus padres y
además su independencia era importante.
Kathleen, cuya madre era una mujer a la que no le gustaba el drama, se
sentía afortunada de no tener esa clase de problemas familiares. En algunas
ocasiones, experimentaba la nostalgia de no tener a su padre. Se preguntaba
cómo se habría sentido Lennan al saber que ella era periodista; que había
seguido sus pasos. ¿Se habría sentido orgulloso? ¿Habrían compartido
anécdotas de la profesión?
Esas serían siempre preguntas sin resolver. En alguna ocasión, ella
buscó el periódico en el que Lennan había trabajado, pero este ya había
cerrado sus oficinas, así que fue imposible contactar con algún
excompañero de su padre. «Esta es la vida».
—Felicity —dijo, mientras dejaba sus pertenencias sobre el escritorio—,
esta oficina es el sueño de cualquier escritor. ¿De quién era antes de que yo
llegara?
La mujer esbozó una sonrisa.
—Uno de nuestro ejecutivos que se trasladó a Nueva York hace varios
meses, así que estaba vacía. El señor Barnett contrató un equipo de
decoradores.
—¿Decoraron todo esto en cinco días? —preguntó sentándose en la silla
azul. Era comodísima. Justo lo que su espalda necesitaba.
La mujer hizo un asentimiento.
—La dejo para que se ponga cómoda —sonrió—. Si tiene cualquier
requerimiento, mi extensión es la 104. Bienvenida a la empresa.
—Gracias… —murmuró Kat sin salir del shock, mientras miraba
alrededor. Se incorporó y revisó los libros. Sintió un nudo en la garganta
cuando notó ediciones especiales con cobertura de cuero e interior de
páginas decoradas a mano, porque eran los clásicos griegos. Cuando abrió
La Iliada vio la letra de Tristán.
 
Como el mito de Prometeo, que le dio fuego a la humanidad,
tú eres la flama de mi existencia. Lejos o cerca. Siempre.
Con amor,
T.G.Barnett.
 
Kathleen se quedó mirando la dedicatoria y no se dio cuenta de que
estaba llorando hasta que una gota salada desvirtuó la tinta. Se limpió las
mejillas y sacudió la cabeza. «No, no voy a creerle nada, menos por unos
libros o palabras bonitas o una oficina hecha a la medida de mis sueños».
Con ese pensamiento, rabiosa por cómo él conseguía fastidiarle su día,
entró en la intranet del periódico para responder emails y también porque
necesitaba idear un título para su nota. Esa era la primera parte que tenía
lista cuando había un artículo por desarrollar. Daba igual si contaba o no
toda la información, así funcionaba su cerebro creativo y periodístico. Si
había, luego, que hacer una modificación, pues no tenía problema.
Al cabo de quince minutos se acercó a la oficina Tony Malone.
El hombre tenía aproximadamente cuarenta y cinco años. Se mostró
afable. Le aseguró que le brindaría todas las herramientas y facilidades para
que ella hiciera su reportaje, pues tan solo querían un texto honesto que
reflejara la verdad de Barnett Holdings. Le entregó una lista con los
nombres de los gerentes y jefes de sección.
Kat le preguntó detalles sobre el rol de la junta directiva y Tony le
explicó que estaba presidida por Byron, aunque había otros seis accionistas
minoritarios y expertos en diferentes ramas corporativas. Él le comentó que
Mason ya estaba retirado por completo de los asuntos de la compañía, pero
si a ella le apetecía entrevistarlo no habría problema. Kat tan solo sonrió,
pues no iba a contarle la clase de vínculo que tenía con el patriarca de la
familia.
Con respecto a Mason, él la había llamado para preguntarle qué tal había
ido su cita con Hunter. A ese anciano bonachón y severo no se le escapa
nada.
—A veces creo que usted hila demasiado fino. ¿Qué es lo que se trae
entre manos? —había preguntado Kat por teléfono, riéndose.
—No quería que se desperdiciara la oportunidad que conocieras a
Hunter, así que consideré que mi cena de cumpleaños era el momento
perfecto. ¿No lo creíste igual? —le había preguntado fingiendo que no
recordaba que tenía un nieto mayor con el que Kat tuvo una historia
agridulce—. Entonces, necesitas una segunda cita con el muchacho. Creo
que harían una bonita pareja.
Kat había soltado una carcajada.
—Mason, no habrá segunda cita. Mis objetivos son laborales, no
románticos.
—Qué mal, muchachita, qué mal. Si no es Hunter, entonces debe ser que
tu corazón está en manos de otra persona todavía ¿verdad? —había
preguntado con inocencia. Aunque Kat sabía que él era muy astuto y
siempre estaba ideando planes.
—Mason…
—Ay, esta juventud, tan necia —había contestado—. Te llamaba para
agradecerte también por el obsequio. Fue un lindo detalle. Nos vemos
pronto.
Kat había cerrado la llamada con la misma sensación de siempre: Mason
sabía algo en específico sobre su pasado con Tristán. ¿Pero, qué? Ahora,
después de lo que acababa de decirle Agatha en el pasillo, sintió más
curiosidad. Sin embargo, había sido, precisamente, esa curiosidad la que
consiguió que terminara con el corazón roto. Prefería entonces quedarse con
la duda de lo que sabían Mason o Agatha.
—Los más jóvenes de la empresa, el área administrativa y rangos
medios, suelen tener after-office los viernes —le dijo Tony en ese momento
—. Quizá puedas considerar unirte y utilizar esa experiencia para dar un
matiz adicional al reportaje. Claro, les tendríamos que preguntar, aunque no
creo que haya problema.
—Suena interesante, Tony, lo voy a analizar —replicó. En esa clase de
situaciones las personas solían estar más dispuestas a contestar preguntas
sin la presión de un horario por cumplir o la presencia de una autoridad
alrededor.
Una vez que Tony se marchó, Kat fue a la estación de café. Notó que
había polvo de canela, vainilla y esencias de avellana y también de
almendras. No le hacía mal a su orgullo tomar café, pensó preparándose
uno. Sonrió y abrió su portátil. Un ligero exceso de cafeína era perfecto
para empezar esta aventura.
Necesitaba analizar un texto que Rick le envió y enriquecer el artículo
con otros puntos de vista, porque el periodista que tenía que entregar el
trabajo se había enfermado, así que lo envió a medio terminar. El tema era
sobre una marca de ropa confeccionada por indios americanos de Arizona y
que estaba vendiéndose en malls y tiendas de ese Estado. Kat hizo dos
entrevistas telefónicas, contrastó las fuentes del otro periodista, editó el
texto y se lo mandó de regreso a su editor.
Ella estaba en otra locación y con un trabajo especial encargado por
Ramona, pero Rick continuaba siendo su jefe inmediato. Si de un momento
a otro le pedía ir a otra premiere cinematográfica, una obra de teatro, una
exposición o lo que fuese, ella tendría que salir para cumplir con la
consigna.
Cuando Kat se sumergía en su trabajo, el mundo dejaba de girar. Como
ahora.
—Me habría gustado darte la bienvenida personalmente, pero tuve una
reunión muy temprano con unos clientes. ¿Qué te ha parecido la oficina?
Ella se asustó y dejó de teclear de inmediato; elevó el rostro en un acto
reflejo.
Tristán estaba con el hombro apoyado en el marco de la puerta, con los
brazos cruzados y un pie sobre el otro. «¿Cuánto tiempo habría estado
mirándola?», se preguntó. A juzgar por la cómoda postura de él, al parecer,
llevaba ahí un buen rato. Tristán exudaba poder y pura energía sexual que le
llegaban a ella en oleadas. Menos mal, Kat había aprendido a nadar, así que
trataría de no ahogarse.
No pudo evitar el ligero temblor que le recorrió el cuerpo y el aleteo en
el estómago. Sabía que este mentiroso era el causante de sus reacciones.
Kat entrelazó los dedos y los apoyó sobre el escritorio. Esta mañana llevaba
el cabello recogido en media coleta y maquillaje sencillo, aunque diseñado
para realzar sus ojos y pómulos. En los labios se aplicó solo chapstick.
«Profesional e indiferente», se repitió.
—Está bonita, gracias por adecuarla para que pueda trabajar a gusto —
dijo con simpleza—. Aunque si intentas sobornarme con un sitio como este
para condicionar el ángulo de mi reportaje, entonces estás perdiendo tu
tiempo.
Tristán se apartó del umbral y avanzó hasta el escritorio. Absorbió la
imagen de Kat con avidez. Estaba hermosa como siempre. Su expresión
distante no era razón suficiente para mantenerlo alejado. Sin ningún
impedimento giró la silla de Kat hasta que ella estuvo frente a él, después
apoyó ambas manos sobre los reposabrazos.
Ella enarcó una ceja pretendiendo que no la afectaba. Pero él leía su
cuerpo, en especial cómo el pulso del cuello le vibraba con insistencia.
—Intento que estés a gusto, no sobornarte —replicó sonriendo al notar
cómo Kat parecía debatirse entre clavarle las uñas o empujarlo. Se inclinó
hasta que su rostro estuvo muy cerca del de ella—. Me habría gustado
encontrar un elefante de madera de la India para ponerlo sobre tu escritorio
y así la oficina habría sido como me la describiste el día en que fuimos a
cenar a ese restaurante de fondue. ¿Lo recuerdas? —le preguntó y se
aproximó, hasta que sus labios quedaron a milímetros de distancia.
Kat tragó saliva, por supuesto que lo recordaba. Esa noche se habían
besado con una pasión intensa; él la había acariciado íntimamente con los
dedos, mientras ella jadeaba y le rogaba que no se detuviera. Él la hizo
gemir y, claro, no se detuvo.
—No, no recuerdo nada —replicó con altivez—. Tengo trabajo por
hacer y tú también, salvo que el cargo de CEO ahora esté vacante, así que
déjame sola.
Tristán se rio con suavidad.
La había echado de menos. No la llamó mentirosa por fingir que no
recordaba lo que juntos habían hecho, al salir de ese retaurante de fondue
años atrás. No obstante, la mirada de ella daba a entender que sí recordaba a
la perfección esa noche. Si acaso esos ojos intentaban mentir, entonces el
ligero sonrojo la traicionaba. Él había tenido suficiente tiempo en esos años
para evocar sus momentos con ella.
—Te invito a cenar conmigo esta noche, Kat —dijo a cambio, moviendo
el rostro con lentitud como si fuera a besarla en los labios; la sintió contener
el aire, pero él dejó tan solo un beso en la mejilla, deteniéndose unos
segundos de más, y luego volvió el rostro para mirarla a los ojos—. ¿Qué te
parece?
—Ya tengo planes y compañía —dijo con rapidez.
Un destello fugaz de furia pasó por los ojos de Tristán y Kat enarcó una
ceja. Estaba hincando a una pantera con la punta de una lanza, lo sabía, sin
embargo, no quería detenerse. «Estoy mal de la cabeza o el perfume de este
hombre está enloqueciéndome», pensó con la respiración agitada.
—Entonces tendré que darte un motivo para que analices si de verdad
merece la pena salir con esta persona —dijo controlando sus celos. Sus
amigos le habían dicho que estaba dolida y que no confiaba en él, así que
era lógico que prefiese seguir a la defensiva. Sin embargo, lo anterior no lo
hacía inmune, en absoluto, a querer arrancarle la cabeza a cualquiera que
hubiera osado pedirle a Kat una cita—, en especial ahora que estoy falto de
cafeína.
—Tristán… —dijo en tono de advertencia.
—¿Te gustó el café? —preguntó recorriéndole el cuello con besos
suaves—. Imaginé que quizá no apreciarías que te lo llevara personalmente,
así que Ansel fue el encargado de dejar todo listo para ti. Recuerdo que
tiendes a desayunar poco cuando tienes muchos pendientes. No es un paso
muy acertado pasar la mañana sin comer suficiente, menos cuando vas de
un sitio a otro para conseguir tus entrevistas.
Ella hizo una mueca y lo miró con fastidio.
—Mi rutina y mi alimentación es asunto personal, así como lo que hago.
Estás empezando a parecer un acosador —replicó y lo sintió sonreír contra
su piel. «Apártalo, Kat, apártalo», le gritaba su sentido común—. No quiero
que me envíes detalles, no quiero que recuerdes cosas sobre mí, no te quiero
cerca de mí.
Él se apartó de cuello, pero no sin antes darle un ligero mordisco. Ella
contuvo la respiración. No podía moverse, porque estaba atrapada en la
silla, con los brazos y el cuerpo masculino rodeándola, por completo; podría
empujarlo, pero la silla se movería y él seguiría sin apartarse. Kat era
obstinada y rehusaba darle a entender que la afectaba; Tristán era alguien
persistente y que sabía lo que provocaba en ella.
—En cambio, Kat, yo solo te quiero a ti —dijo mirándole le boca.
Después la miró a los ojos con intensidad—: Todo de ti.
Él sentía un gran alivio de saber que su cercanía la afectaba a ella tanto
como ella a él. El ambiente entre los dos estaba sobrecargado de partículas
eléctricas. Eso nunca iba a cambiar. Ella lo había enamorado sin
proponérselo y desde entonces su corazón jamás volvió a pertenecerle; de
hecho, no lo quería de regreso, porque estaba en manos de la persona que le
importaba.
Kat le había enseñado a amar y que podía ser amado por quién era de
verdad, más no por su apellido o sus conexiones sociales, tal como les
ocurría a los hombres de su posición; a varios de sus amigos. No podía
dejarla ir, porque sería el equivalente a bucear en aguas cristalinas y
profundas, pero quedarse sin oxígeno. Él no quería revivir el pasado, sino
crear nuevas memorias con Kat.
—Mala suerte, Tristán, tu tiempo ya pasó hace mucho. Lo dejé muy
claro la semana pasada. Un rato entretenido y fue todo —replicó.
—Sé que estás lastimada, sé que hice mal, mi vida, lo sé. Creía que
estaba tomando la decisión correcta, pero fue una decisión egoísta. Me
equivoqué, Kat —dijo en un susurro—. He pagado mi error con creces.
—Me alegro —replicó con frialdad. Él apoyó la frente contra la de ella
—. Estás perdiendo tu tiempo conmigo cuando puedes estar con otra
persona.
—¿Es eso lo que quieres de verdad? ¿Quieres que esté con otra mujer, a
pesar de que te he dicho que eres tú la única que me interesa? No quiero
perderte, Kat, cuando acabo de encontrarte de nuevo.
Kat estaba agotada de estar enfadada y dolida, porque era
completamente incómodo cargar con algo así por tanto tiempo. Y ahora,
aunque su mente intentara conjurar ideas de paz y alegría, no lo conseguía,
pues su urgencia de besar y abofetear, en parte iguales a Tristán, eran
fuertes. Iba a pasar los siguientes días alrededor de él, así que ignoraba qué
rayos iba a hacer para mantener el control.
—No puedes perder lo que no tienes, Tristán, no seas ridículo —zanjó
sin responder esa pregunta, porque la respuesta no le gustaba—. Durante los
últimos cinco años tú no has existido para mí. No te voy a permitir que
vuelvas a jugar conmigo, a mentirme o utilizarme, y luego me descartes
como una pieza de ajedrez que, en tu tablero, ya no es de utilidad. No soy la
segunda opción de nadie.
—Kathleen, eres la única opción para mí —replicó con fervor—. Me
destroza la idea de que, por haberte herido tanto en el pasado, no seas capaz
de darme una segunda oportunidad. No encuentro la forma de dejar de
pensar en ti. No puedo concebir la idea de mi vida sin ti. Cinco años fueron
un infierno.
—Tú eres responsable de tus propios actos, yo no puedo redimirte —
replicó con los ojos a punto de derramar las lágrimas que no quería ni iba a
dejar escapar—. Si pudiste follar con otras mujeres sin problema, entonces
encontrarás así mismo el camino de elegir una de ellas para darle tus
atenciones y tiempo.
—¡Jamás tuve sexo con otras mujeres! —exclamó con el rostro muy
cerca al de ella. Al hablar sus labios se rozaban. Le costaba calmarse y su
pulso era incontrolable—. Lo intenté, carajo, lo intenté, pero en cada una
veía tu rostro, y no eran tú. Estás grabada en mi piel, Kathleen.
Él le agarró el mentón y notó los ojos llovidos de Kathleen. Su
expresión era una mezcla de vulnerabilidad y también tristeza; como si no
supieran si pedirle que se marchara o que se acercase más. Sintió un
mazazo directo en el plexo solar.
—No compliques mi existencia, Tristán —dijo—. Reconstruí mi vida,
construí mis sueños, viajé y conocí muchas experiencias maravillosas. Pasé
muy bien en estos años en que no estuviste a mi alrededor. Escucho lo que
me dices, pero es todo.
Él soltó una larga exhalación.
—¿Es verdad que tienes una cita? —preguntó a cambio—. Porque si no
es así, por favor, cena conmigo esta noche. —Ella se encogió de hombros
porque no iba a responder esa pregunta, cuya respuesta era un no rotundo.
Le daba lo mismo si se quedaba con una duda o si lo incomodaba o lo que
fuese—. Kathleen, siempre has sido tú —le acarició los labios con los
suyos, sin besarla, era un contacto suave y casi reverencial—. Seré paciente
hasta que estés lista para escuchar mis explicaciones sin que las condenes o
no las creas. Puedes odiarme si quieres, culparme, pensar lo peor de mí, lo
que te apetezca, pero, por favor, no te apartes.
—Necesito trabajar, Tristán —replicó con la voz firme—. A menos que
quieras que escriba sobre cómo el CEO de Barnett Holdings intenta
condicionar la nota de una periodista al atormentarla con sus sinsentidos.
Ella sintió un nudo en la garganta. Apartó la mirada, porque sentía deseo
e impotencia. ¿Cómo podía ser él tan increíble y tan enfurecedor al mismo
tiempo? ¿Cómo podía tener los detalles de estos cinco días y haberle
diseñado la oficina, una oficina que era temporal, después de decirle, años
atrás, que ella no era suficiente?
—Voy a estar en tu edificio a las ocho de la noche. Si no quieres cenar
conmigo, al menos acepta la comida que voy a llevarte. ¿Puedes lidiar con
eso? —preguntó con suavidad, mientras se erguía y rodeaba el escritorio
para dirigirse hacia a la puerta. Le quedaban muchas reuniones y todas eran
fuera de la oficina, él había cambiado el horario de una de ellas para ver a
Kathleen.
Ella se cruzó de brazos.
—Depende qué comida —dijo con una mueca, porque cuando llegaba
de la redacción lo último en lo que pensaba era cocinar. A veces, por simple
cansancio, a duras penas se hacía noodles de microonda—, pero no quiero
verte.
Él le regaló una sonrisa deslumbrante.
—¿Puedes considerar responder mis mensajes?
—No presiones, Tristán —replicó antes de desentenderse de él, mientras
trataba que sus manos dejaran de temblar y su pulso recuperase el ritmo
normal.
Tristán hizo un asentimiento y salió de la oficina dejando una estela de
perfume que la acompañó a Kat el resto de la jornada.
 
CAPÍTULO 7
 
 
Durante las siguientes cuatro semanas, la dinámica entre ellos fue muy
similar a ese primer día. Sin embargo, no hubo más interacciones en la
oficina de Kat, porque Tristán pretendía mantener su miembro en los
pantalones. ¿Cuánto tiempo iba a durarle la proeza de intentar no seducir a
Kathleen? Esa era la pregunta del millón de dólares, porque la mujer lo
tentaba de todas las formas posibles; no necesitaba hacer nada en particular
para lograrlo. Se trataba simplemente de ser ella. Punto.
Él le enviaba el desayuno con Ansel, y pedía a la cafetería Great Minds
Coffee que variaran el cruasán por un quiche de queso o jamón o le
agregasen una danesa con frutas. Sabía que ella disfrutaba esas atenciones,
porque un par de veces la había pillado en la oficina con el envase del café.
Kathleen, al darse cuenta, dejaba la bebida a un lado y pretendía que no
había visto a Tristán. Él tan solo le decía buenos días y le hacía un guiño,
pero ella volteaba el rostro hacia el ordenador o se alejaba por el pasillo de
la oficina para ir a reunirse con quien sea que estuviera en la agenda.
Al llegar la noche, él, personalmente, elegía comida italiana o japonesa
e iba al apartamento de Kat. Los primeros días, ella abría la puerta, tomaba
los empaques de la cena, le agradecía y le daba con la puerta en las narices.
Él tan solo se reía y, como también tenía que comer, se sentaba en el suelo
apoyando la espalda contra la puerta de Kat y conversaba sobre el día que
había tenido. En un inicio, ella no le contestaba, así que Tristán asumía que
estaba en el comedor y lejos de él. Cuando terminaba de comer se despedía
y era el único instante en que recibía una respuesta de Kat.
—Espero que te haya gustado la cena. Que duermas bien, cariño.
—No soy tu cariño, Tristán. La comida estuvo deliciosa. Adiós.
Sin embargo, las siguientes noches ella se sentaba contra la puerta,
escuchándolo, Tristán lo sabía porque, cuando le respondía alguna cosa, su
voz era más cercana. La única barrera para compartir cara a cara solía ser
ese elemento de madera color blanco y la determinación de Kat de no
dejarlo entrar.
A veces, cuando él dejaba de decirle lo mucho que la extrañaba y cuánto
añoraba tenerla entre sus brazos, ella conversaba sin destellos de enfado en
la voz. Le comentaba cómo iban las entrevistas entre los empleados y
ejecutivos, así como alguna anécdota, aunque, por supuesto, no le revelaba
qué ángulos había empezado a redactar en el texto o qué clase de datos iba a
elegir como referencias para darle soporte al reportaje. A la cuarta semana,
Kathleen había empezado a contestar sus mensajes de texto. Respuestas
simples, pero que él consideraba todo un avance.
Una tarde, el coche de Kathleen se había quedado con una llanta baja.
Así que él le ofreció llevarla a la casa. El trayecto fue silencioso, pero su
simple compañía le pareció suficiente. Le ofreció que Ansel fuese a
recogerla a casa para llevarla a la oficina a diario, pero ella, claro, rehusó.
Tristán la invitó a ver obras de teatro, al cine, a caminar por la playa, a
cenar, a ir un brunch, a dar un paseo fuera de Seattle, a juegos de hockey
sobre hielo, a conciertos de bandas que eran las favoritas de Kat: Coldplay
(con esta casi la convence), Red Hot Chili Peppers, Taylor Swift, Shakira y
hasta Rihanna. Nada. No aceptó ninguno. Su Kathleen era un hueso duro de
roer.
Kat no iba todos los días a la oficina, porque a veces tenía que hacer
otras actividades que su editor le pedía. Sin embargo, esta mañana estaban
de camino a una de las obras dirigidas por Barnett Holdings.
El objetivo era que ella aprendiera de primera mano cómo eran los
protocolos de seguridad, un día de trabajo normal en el proceso de
construcción, la dinámica de los empleados de campo, los roles de cada
persona, así como también la cadena de procesos, que hablara con los
ingenieros y jefe de obra. En general, él le quería brindar a Kat la
posibilidad de que tuviese un panorama más amplio y una aproximación de
los estándares de calidad y el funcionamiento del equipo externo de la
empresa.
Tristán aparcó el Bugatti Spartacus en las inmediaciones de la
construcción, su cliente esta vez era una empresa que se dedicaba a
organizar actividades de veraneo al aire libre, en las afueras de Seattle. El
proyecto era un conjunto de cabañas familiares de lujo para acampar que se
fusionaran con el medio ambiente sin alterarlo o dañarlo; es decir, un estilo
de recursos más bien ecológicos y, por eso, el costo era mucho más elevado.
Siempre era así cuando involucraba temas de preservación medioambiental.
Barnett Holdings tenía que entregar las cabañas en dos meses.
La ubicación estaba cerca de un lago, así que era bastante privilegiada.
El terreno de construcción estaba todavía en los inicios y el movimiento de
los empleados, de un sitio a otro, era dinámico y acelerado. También había
gritos y carcajadas, así como el ruido de las retroexcavadoras. Unas oficinas
improvisadas se habían instalado para que fuera posible hacer el trabajo
administrativo.
—Pude haber utilizado mi automóvil —refunfuñó Kat.
—No hubiera sido una decisión pragmática, además —dijo mirándola,
mientras apagaba el motor—, eres la primera mujer que sube en este
automóvil y viene conmigo a uno de los sitios de trabajo que visito
diariamente.
—Ay, Tristán, no me interesa —replicó calibrando la cámara
fotográfica.
El fotógrafo del periódico que iba a ir con ella para hacer las tomas, al
final le tuvo que cancelar, porque hubo un incendio forestal y toda la prensa
estaba cubriendo ese desastre. A ella no le importaba ir a la redacción para
buscar la cámara, sin embargo, Tristán la pilló con la intención de
marcharse y le preguntó qué ocurría, porque ya habían acordado ir a
recorrer una zona de trabajo.
Kat le explicó que no estaba cancelando la visita, pero que tardaría en
llegar al sitio, porque necesitaba ir al periódico. Le pidió que le mandaran
un mensaje de texto con las instrucciones de cómo llegar e iría sola en el
coche. Él no quiso escuchar excusas y la llevó hasta el periódico, la esperó,
y luego puso rumbo a las afueras de la ciudad. Estar en el mismo vehículo
que Tristán la puso inquieta.
El hombre se había dado a la tarea de mostrarse encantador y detallista
todo ese tiempo. Ella procuraba no darle demasiada importancia y, al estar
en la empresa yendo de un sitio a otro constantemente, tampoco podía
ignorarlo. Sí, había entrado a la inmensa oficina del CEO, era espectacular
con las vistas más bonitas desde todo ángulo hacia la ciudad, pero solía ir
solo cuando Felicity estaba dentro. Le pedía a la mujer que no se molestara
en marcharse, porque sus preguntas serían breves. Tristán, al notar lo que
estaba haciendo para no quedarse a solas con él, tan solo sonreía. Esto
último la enfurecía, así que salía de esa oficina echando humo por las
orejas.
Kat optaba la mayoría de las veces hablar con él lo menos posible. De
hecho, para comunicarse prefería enviarle un correo electrónico. Sin
embargo, cuando lo hacía, el embustero se aparecía en el umbral de la
puerta de su oficina para responderle. Ella nunca sabía si iba a aproximarse
como lo hizo el primer día; a veces, quería que lo hiciera, otras, agradecía
que mantuviese la distancia.
Él no había tratado de besarla, pero sus roces aparentemente inocentes,
sus miradas penetrantes o la maldita manera en que ese traje de oficina le
quedaba tan bien, la mantenían en un estado de inquietud. Sentía que sus
barreras empezaban a debilitarse. Incluso cuando sabía que él llegaba con la
cena, cada noche entre las ocho y las nueve y media de la noche, el corazón
se le agitaba de anticipación.
La conversación de Tristán siempre era envolvente y, aunque en un
principio rehusó decirle más que cuatro o seis palabras, pronto se encontró
respondiendo sus comentarios e inclusive riéndose de sus anécdotas. Los
destellos del hombre que había amado alguna vez estaban presentes y era
un poco aterrador, porque empezaba a deshielar todos los recuerdos bonitos
que ella quería mantener alejados.
Durante las horas de oficina, Kat había notado que la actitud fría y
calculadora de Tristán, cuando lo escuchaba dando órdenes o enfadado por
alguna situación que lo frustraba, cambiaba por completo cuando estaba
alrededor de ella. La mirada aguamarina dejaba de ser turbulenta y se volvía
calmada, como si estuviese invitándola a zambullirse en ella, garantizándole
que no corría peligro. Cada día, la tentación de acercarse un poco y
comprobar que así era se volvía más fuerte.
Ambos se bajaron del coche con rapidez.
—La información nunca está de más, en especial si eres periodista y,
además, desconfías de mí —replicó haciéndole un guiño. Ella fue a
responder, pero él continuó—: El protector de la cabeza es indispensable —
dijo, mientras saludaban a Johnny, el jefe de obra, mientras este les proveía
los implementos de seguridad—. No creo que venir con vestido y zapatos
deportivos haya sido lo más acertado, así que te sugiero que mires bien
dónde pisas, Kathleen —dijo guiándola hacia el interior de una de las
cabañas. No tenía techo, pero las divisiones de lo que sería la cocina,
comedor, habitaciones y la escalera al segundo piso ya estaban cimentadas.
Ella frunció el ceño. Su ropa estaba en la lavadora, así que ese vestido
azul cielo de mangas cortas y las zapatillas deportivas fueron el atuendo que
encontró a la mano. Su aspecto era informal, pero cómodo. La semana
había sido muy agitada, entonces no tuvo tiempo de hacer la colada.
¡Menos mal era viernes! Al terminar la jornada iría al aeropuerto a recoger
a Cédric. La emocionaba poder ver al fin a su mejor amigo.
—No necesito que me cuides —replicó, mientras sacaba su bloc de
notas y la grabadora—. Voy a trabajar, así que procura no interrumpirme.
Él tan solo hizo un asentimiento y se alejó para ir a hablar con el capataz
en las oficinas improvisadas. Tristán no llevaba traje de oficina, sino ropa
propia de trabajo de campo: jean, botas de plantillas gruesas, camisa blanca
remangada hasta los codos, y gafas de sol. Le dijo al jefe de obra que no
perdiera de vista a Kathleen y se asegurara de que no anduviese por las
áreas riesgosas, mientras él revisaba informes.
El tiempo pasó rápido y Kat se ocupó haciendo preguntas a los obreros.
Tomó algunas fotografías. Consideró que ya tenía suficiente información
estructural para el reportaje, pero le faltaban los datos específicos que
Ramona le pedía.
Ninguno tenía quejas de la compañía y aseguraban que los Barnett, a
diferencia de otros empresarios, sí pagaban un valor competitivo por obra
trabajada. Le explicaron cómo se usaban algunas maquinarias pesadas y ella
se lo pasó estupendo aprendiendo y tratando de seguir las instrucciones. Le
gustaba aprender.
En esas semanas, ella había logrado también recabar información sobre
los aspectos financieros de la empresa. Nada confidencial, pero sí servían
para referencia y luego necesitaba agregar los datos globales de la
competencia para hacer una estadística comparativa. Esto último la aburría
soberanamente, porque no era una mujer de números, sino de letras. Lo que
sí había notado era que el crecimiento de Barnett Holdings desde que
Tristán había tomado el mando era increíble.
Todos los datos que ella obtenía iba subiéndolos en su carpeta personal
de la intranet del periódico. Le gustaba tener sus notas en un solo sitio, así
que le parecía más coherente registrar a diario sus impresiones, porque así
su proceso de escritura era más rápido. De hecho, ya había empezado los
primeros párrafos del reportaje.
Uno de los aspectos que no le gustó, porque no comprendía el motivo de
la ponzoña que destilaba Byron contra su hijo, fue cuado tuvo que
entrevistar al exCEO de Barnett Holdings. Este le dijo sin tapujos que no
confiaba en la gestión de Tristán. De hecho, lo culpaba de esa campaña de
desprestigio, argumentando que su hijo mayor no se había ganado el respeto
de sus pares.
—¿Cómo puede aseverar algo así, señor Barnett, si las cifras dejan muy
claro que su hijo es un administrador con gran capacidad de gestión y
visión? Lo he comprobado con las entrevistas que he realizado a varios
gerentes en Seattle, así como los resultados que me permitieron conocer los
de la sucursal de Nueva York —había preguntado, atónita, por el tono
despectivo de Byron.
—No hace nada bien. Por cada proyecto que aparentemente es rentable
llegan cinco que son un desastre. Además, no tiene sentido común y cree
que regalando el dinero a las ONGs para niños disléxicos, tal como él, por
si quieres mencionarlo en tu reportaje, hace algún bien. Menudo tonto —se
había reído—, regalando el dinero cuando eso pueden hacerlo otras
corporaciones. En lugar de preservar esas cantidades para asuntos de
nuestra compañía, lo gasta. Tú conoces bien a nuestra familia, entonces más
te vale que hagas un reportaje a la altura.
Ella había enarcado una ceja por la amenaza.
—Lo que escriba o no dependerá de la información que obtenga, señor
Barnett. Quizá sea la mejor amiga de Agatha o me lleve bien con Mason,
pero jamás crearía un ángulo narrativo perjudicial basándome en una
enfermedad o condición o síndrome físico o mental de una persona. Eso es
asqueroso. La condición de Tristán me parece que es una fortaleza, más no
una debilidad —había sentido rabia por las palabras de Byron—. Se graduó
de la secundaria y la universidad con honores e hizo una maestría. Si quiere
colaborar con esos niños, entonces lo pondré en el reportaje como algo
loable. Debería estar orgulloso de su hijo.
Byron se había reído.
—Sé que tuviste un amorío con Tristán —había dicho con mofa—, así
que imagino que eso será suficiente para que hables bien o mal de la
compañía, según qué tanto te haya afectado que te dejara por Peyton
Sandler.
Kat lo había observado con incredulidad por la osadía de traer a
colación temas personales que no tenían ningún tipo de relevancia. Además,
le parecía ofensivo.
—Mi vida privada no juega ningún rol en mi trabajo. Ahora —había
dicho levantádose, indignada—, tengo más entrevistas enriquecedoras por
realizar.
—No te dejes engañar por Tristán de nuevo. Él haría todo por esta
empresa ¿acaso crees que le importó Peyton, en realidad? —se había reído
—. Ese matrimonio fue un fracaso desde el primer instante. Seguro lo hizo
solo por el dinero.
Kat se había quedado desconcertada.
—¿Por el dinero? —había preguntado, confusa.
El hombre se había puesto de pie, mientras agarraba la chaqueta gris.
—Te he dado los datos sobre los próximos proyectos, así como la
cronología de nuestros predecesores Barnett y los cambios que gestionaron
en la compañía —había replicado sin dar más explicaciones a su comentario
sobre el matrimonio de su hijo mayor con la famosa modelo—. Es
suficiente. No tengo más tiempo para ti.
—Byron, lo que dice no tiene sentido. ¿Por qué se habría de casar un
hombre millonario con una mujer tan solo por dinero? Es absurdo.
Él había soltado una risa condescendiente.
—Qué ingenua eres, Kat, ahora entiendo por qué a mi hijo le dio lo
mismo si seguías con él o no —replicó meneando la cabeza con la risa
bailándole todavía en los labios. Kathleen había apretado con fuerza la
mano alrededor de la grabadora.
Asumía que Margie se habría ido a quejar con Byron cuando la encontró
en el penthouse usando la camisa de Tristán, aquella mañana cinco años
atrás, porque de otro modo, Agatha, aunque enfadada, jamás hubiera hecho
comentarios al respecto. «Qué bochorno», había pensado Kathleen.
—¿Qué hay de Agatha y su gestión aquí, Byron? —había preguntado a
cambio, porque no quería indagar sobre Tristán y Peyton—. He revisado
sus propuestas arquitectónicas y han recibido varios premios. Tristán estuvo
detrás de las respectivas aprobaciones y financiación. Fueron un éxito.
—Golpes de buena suerte. Le he pedido a la junta directiva, varias
veces, que impugnemos la designación de mi padre sobre el CEO y me
vuelvan a dar el mando. Que me suban el salario no es suficiente. Tristán y
Agatha no son buenos hermanos, así que eso dice mucho del carácter de
ambos como adultos. Ese par abandonó a Caleb y ahora todo es un caos. Un
hombre que envía a su hermano a una ciudad remota con una promesa que
jamás va a cumplir ¿te parece noble?
Kat no comprendía el comentario. No entendía qué tenía que ver Caleb.
Byron parecía lanzarle información inconexa. Las acusaciones que hacía
eran ridículas, además, por supuesto estaba siendo ofensivo con ella. Quería
golpearlo con lo primero que tuviera alrededor, pero luego tendría que
rendir cuentas al respecto. No con sus jefes, sino con la policía, porque este
idiota era capaz de denunciarla.
—¿Me puede explicar? —había indagado, confusa. Byron respondía lo
que le daba la gana, en lugar de ceñirse a la pregunta—. Quería conocer sus
impresiones del mercado, el clima laboral y proyectos importantes. Sin
embargo, ahora usted está refiriéndose a aspectos familiares…
Claro, lo que él había estaba diciéndole era lo que buscaba Ramona,
pero eran solo frases sin contexto que no podían ser utilizadas salvo que
tuviera la historia completa. Kat de todas formas había registrado esta
charla en su usuario del periódico. Toda la información, por más ridícula
que pareciera, al final serviría para armar el rompecabezas. Todo era parte
del trabajo: organizar, dar un enfoque y narrar.
—No tengo más que aportar, salvo que las únicas gestiones que
funcionaron fueron las mías, y desde que Tristán asumió el cargo, sí, existe
una expansión, pero mediocre como todo lo que este muchacho hace en la
vida —replicó con hastío—. Me parece de mal gusto que estés aquí como
otra reportera más detrás de la sangre que han dejado otros tabloides,
mientras intentas vender tu historia usándonos como cebo. A Margie nunca
le caíste bien. Ahora puedo comprender.
Kat había mirado a Byron sin esconder su enojo.
—Estoy aquí porque ustedes llamaron a Seattle News Today con la
finalidad de obtener un reportaje en Perfiles y dar a conocer la verdad de su
empresa, utilizando un periódico de buena reputación, el mío, para que
acalle los rumores cizañosos. Así que baje la intensidad de sus ataques sin
sentido contra mí, Byron.
—Me da igual. Lo que he dicho ahora es todo lo que voy a compartir
contigo, seas periodista o mejor amiga de Agatha —había replicado
yéndose de la sala.
Kat, simplemente, respiró varias veces. Esta conversación no se la había
comentado a Tristán ni a Agatha. No quería crear inconvenientes o
conflictos.
Byron continuaba siendo déspota, arrogante y no le importaba otra
persona que no fuese él. Le parecía una terrible deslealtad que hablase mal
de su propio hijo. Si otra hubiese sido la periodista, como Layla, entonces
habría elegido este enfoque de pugna padre-hijo para arrancar a escribir. Sin
embargo, Kat no podía hacer algo así. Averiguaría más detalles de la
empresa, eso sí.
Por otra parte, se sentía intrigada por Caleb. Cuando fue a preguntar
dónde podía encontrarlo para saber si podría aportar en su nota, ya que él
trabajaba en el área de cuidado de riesgos ambientales, le comentaron que
estaba en la sucursal de Nueva York. Eso no parecía ser cierto, porque en
algún momento Agatha le comentó que tenía que ir a visitar a Caleb para
llevarle unas vitaminas. Kat no creía que su mejor amiga hiciera un viaje a
Nueva York solo para ese fin por más millonaria que fuese. ¿Qué era lo que
estaba ocurriendo entre los hermanos?
Cuando fue a preguntarle a Agatha si era verdad que Caleb estaba en
Nueva York, ella le aseguró que era cierto. Kat conocía a su mejor amiga y
sabía que estaba mintiendo. ¿Cuál era el misterio del paradero de Caleb?, se
había preguntado, intrigada. Sabía que, más pronto que tarde, hallaría la
respuesta que buscaba.
—Si camina hacia la villa que estamos construyendo hacia la izquierda,
entonces desde el interior podrá divisar el lago, pero tenga cuidado —le dijo
Johnny, sacándola de sus pensamientos—. Mire bien por dónde pisa, porque
a veces hay ciertos materiales que sobresalen y podría tropezar.
Ella asintió con una sonrisa amable.
—Gracias, Johnny, una pregunta: ¿Por qué los acusan de utilizar
materiales de mala calidad? Yo he comprobado, porque hice mi
investigación al respecto, que todos los sacos de cemento, el cableado, los
empastes y demás, todo, tienen los registros que están exigidos para que se
garantice un permiso de construcción en Seattle. No hay elementos baratos,
sino que, al contrario, noto una gran inversión.
El hombre de cabellos entrecanos se acomodó el casco.
—Somos varios jefes de obras. —Ell asintió—. Siempre hay entre diez
u ocho construcciones al mismo tiempo en diferentes puntos geográficos de
la ciudad, incluso en Portland. Uno de esos jefes aquí en Seattle, Mick
Leandro, tuvo un inconveniente con el señor Barnett. Este lo descubrió
maquillando las cifras de las facturas de adquisiciones, inflándolas y
revendiendo los materiales. —Kat elevó ambas cejas—. Le estaba robando
a la empresa y fue denunciado. A partir de ese día empezaron los rumores.
Por la denuncia del señor Barnett, Mick dejó de ser contratado en otros
empleos similares. La palabra del jefe tiene mucho peso. Nadie se mete con
él, menos intenta robarle. Mick cometió un grave error.
—Muy enriquecedora su explicación, gracias —murmuró Kat, mientras
se alejaba hacia la cabaña que estaba más cerca del lago.
Las ideas de todo lo que iba acumulando en sus apuntes estaban
fusionándose en su cabeza. Kat empezó a deambular por la construcción y a
hacer más fotografías del entorno: los hombres trabajando, las estructuras,
el fondo. Vio a Tristán a lo lejos con las manos en la cintura dando
explicaciones. No siempre solía verlo con esta ropa de trabajo, menos con
suciedad en sus prístinas camisas, así que encontrarlo en un ambiente
diferente, pero tan cómodo como si fuera una sala de juntas, merecía una
fotografía. «¿Si acaso él lucía sexi?». Oh, sí. Ella tendría que estar ciega y
carente de un sentido de estética visual para no notarlo. El hombre parecía
estar posando para salir en uno de esos calendarios de ropa. Acomodó el
enfoque de su cámara y capturó varias fotos. El tiempo solo había
conseguido que fuese más atractivo. Uno de los aspectos que siempre la
atrajo de Tristán era la seguridad en sí mismo que exudaba.
Kat miró el cielo. Llevaban varias horas alrededor; horas que se habían
pasado muy rápidamente. Ya era hora de marcharse, así que salió de la
cabaña en la que estaba, mientras el agua del lago se movía al compás del
viento. La vista era soberbia.
Si no hubiera sido por el ruido de las maquinarías, la sensación de
plácida calma habría sido completa. Kat caminó sobre el césped, al tiempo
que revisaba el visor de su cámara. La foto de Tristán era perfecta para la
portada de su nota, pensó.
Siguió caminado hasta que lo último que sintió fue una rama
rompiéndose bajo su pisada y ella dándose de bruces contra el suelo. Soltó
un chillido, más de sorpresa que de dolor, al tiempo que su cámara volaba
por los aires, junto con su bolsa. «Mierda». Solo esperaba que el vestido no
se le hubiera subido dejando su culo al aire. A parecer, su nueva habilidad
era o caer de culo o enseñarlo, pensó abochornada.
Tristán, al escuchar a Kat soltando un grito, dejó a Gideon, uno de los
albañiles, a quien le estaba pidiendo razones, porque estaba tardándose en
levantar los tabiques, paredes y muros, de las cabañas. Fue corriendo hacia
Kathleen. Cuando Johnny quiso acercarse a ayudar, al igual que otros
empleados, él les hizo un gesto para que se apartaran. Lo obedecieron y
cada cual regresó a su oficio.
Se acuclilló, pero ella ya estaba levantándose con una mueca de dolor.
—Kathleen —dijo con preocupación al notar que le sangraba la rodilla
—, vamos. En mi oficina hay un botiquín de primeros auxilios.
—Puedo caminar —replicó haciendo una mueca cuando él la agarró en
volandas sin ningún esfuerzo—. ¿Qué van a pensar tus empleados? —
preguntó en un susurro, porque odiaba ser el punto de atención.
—Que estoy ayudando a una persona —contestó llevándola al interior
de la oficina. Sentía que era su responsabilidad el más pequeño malestar
que ella pudiera sentir al estar en un sitio como aquel. La acomodó sobre el
escritorio, no sin antes despejarlo rápidamente. El acondicionador de aire
estaba encendido, lo cual se agradecía en pleno verano—. Quédate aquí
sentada —dijo con firmeza. Fue al baño y sacó el botiquín. Agarró los
implementos básicos y volvió con Kathleen.
En esa oficina no había nadie más que él, porque, en cada obra, había un
espacio para el CEO y otro para el jefe de obra. En este caso, Johnny estaba
fuera dando órdenes a los cuarenta hombres que tenía a cargo.
—Mi cámara… —murmuró consciente del silencio que reinaba, a
diferencia del exterior. Le molestaba el ardor en la rodilla izquierda. ¿Cómo
era tan torpe para darse de bruces utilizando zapatillas deportivas?
—No le va a pasar nada. Los trabajadores saben que es tuya y la
guardarán hasta que regresemos y tú vayas a por ella. ¿Conforme? —Ella
asintió—. Por ahora, solo quédate quieta mientras te curo la rodilla.
Kathleen soltó una exhalación y aceptó.
Los dedos Tristán eran suaves y ágiles, mientras le limpiaba el corte y le
aplicaba desinfectante. La herida no era tan superficial, pero tampoco
requeriría de puntos. Al parecer un par de pequeñas rocas se habían
inscrutado en la piel. Él las sacó con una pinza. Después utilizó un líquido
para cicatrizar rápido y un polvito secante. Finalmente, le aplicó una gasa.
Le movió la pierna preguntándole si le dolía, varias veces, y ella le dijo que
ya estaba todo bien.
Él se incorporó y apoyó ambas manos a cada costado de las caderas de
Kat.
—Eres necia, Kathleen, te pedí que fueses cuidadosa —dijo cerca de su
boca—. Darle un vistazo a la cuadrilla de tus nalgas, con ese tanga negro,
no fue una situación de mi particular agrado.
«Oh, mierda, entonces sí que había tenido el culo al aire», pensó
abochornada.
—Me bajé rápidamente el vestido —argumento, sonrojada—. Diablos.
El calor del cuerpo de Tristán, tan cerca, actuaba como un desfibrilador
sobre su corazón que de por sí ya estaba a mil por minuto. La corriente
eléctrica que subyacía entre los dos pareció cobrar fuerza y espacir
chispazos alrededor.
A Kat la asustaba la manera en que su cuerpo rápidamente cambiaba su
química para que hiciera sinergia con la de Tristán; como si reconociera, en
el físico masculino, el sitio al que siempre había pertenecido y al que
finalmente podía regresar. «Cuerpo necio y traicionero, no me falles ahora».
Ella hizo el amago de bajar del escritorio, pero Tristán se acomodó entre
sus piernas, separándolas, y la falda del vestido se subió hasta exponer sus
muslos. El hombre era intenso y todo vestigio de autocontrol, aquel que Kat
había notado durante esos días, ya no estaba. Lo que observaba era una
necesidad primaria. Y ella, por supuesto tan necia, sentía las bragas
mojadas.
—¿Dónde piensas ir, Kathleen? —le preguntó en tono sensual,
acariciándole la mejilla con el dorso de la mano.
—De regreso a recuperar mi cámara y luego largarme de aquí. Puedo
llamar un Uber ¿sabes? No soy un damisela en apuros —dijo con altivez.
Él soltó una risa suave.
—No, eres una mujer valiente e independiente, pero de vez en cuando es
bueno dejar que te cuiden o te ayuden —replicó.
—Cualquier otro, menos tú —dijo elevando el mentón.
—No va a haber otro, Kathleen —replicó con su mirada aguamarina
volviéndose densa y profunda, mientras se entremezclaba con esos ojos
castaños que lo perseguían en sus sueños y fantasías—. Solo yo.
Ella se rio con ironía, meneando la cabeza.
—Tú nos arruinaste, Tristán, años atrás. Así que te superé y no necesito
de ti.
—Eso es un montón de mentiras, Kathleen. No nos podremos superar
nunca, porque ese comentario no se aplicará jamás a nosotros —dijo
poniendo las manos sobre los muslos desnudos de Kat; sintió la piel
erizándose y ella conteniendo la respiración—. Tú eres mía y yo soy tuyo.
No hay vueltas que darle.
—No me digas ¿y todas las mujeres que te follaste en estos años, qué?
—preguntó cruzándose de brazos, mientras los dedos de Tritán avanzaban
creando círculos sobre su piel e iban subiendo, hasta empezar a mover la
falda más hacia arriba.
—Siempre vas a ser mía, Kathleen, porque estás anclada en mi alma y te
necesito. Sí, he reconocido ya que cometí un terrible error. Lo eché a perder
todo contigo, te lastimé, y he pasado años viviendo miserablemente por
ello. Me arrepiento y me he disculpado —la miró con sinceridad—. Nunca
hubo otras mujeres, porque solo le pertezco a una belleza de ojos castaños
—sonrió con dulzura—. Dame otra oportunidad, Kathleen, de demostrarte
que esta vez es diferente.
—Quiero que ruegues y te arrastres ¿estarías dispuesto a ello? —
preguntó con malicia en su voz, pero su respiración era agitada.
Tristán le terminó de levantar la falda hasta que tuvo un vistazo de las
bragas negras. Se moría por agarrarla y apoyarla contra la pared de espaldas
a él. Bajarle el vestido, desnudarla, tomar esa tetas perfectas desde atrás,
apretándole los pezones, mientras la penetraba. Quería escucharla gemir su
nombre. Quería probar todo con ella, disfrutar los años que él mismo se
había robado como un imbécil.
—Estoy dispuesto a todo por ti, Kathleen, pero no respetarías a un
hombre que pierde su dignidad por una mujer. Así como yo no respetaría a
una mujer que pierde su dignidad por un hombre. El amor no es un castigo
—dijo con franqueza.
—¿Quién ha hablado de amor? —preguntó ella, riéndose.
—Si no me quisieras, aunque sea solo un poco todavía ¿me permitirías
tocarte? —le preguntó mientras sus dedos agarraron el elástico de las
bragas.
Kat lo quedó mirando, porque su sentido de preservación se había ido de
vacaciones. Ella no tenía idea de cómo aceptar el deseo que la quemaba por
dentro con el temor de aceptar de nuevo a este hombre. El mismo hombre
que una noche la miró, así como ahora, directamente a los ojos para decirle
que no la amaba; para decirle que no era la mujer que necesitaba y que
había sido un entretenimiento; el mismo hombre que se había casado con
otra a las dos o tres semana de romper el vínculo que Kat creyó que era
único e irrepetible.
—He madurado, Tristán, y no me he acostado con otras personas porque
las quisiera precisamente —replicó. Notó cómo él hizo una mueca como si
lo hubiera abofeteado. Kat soltó una exhalación—. No quise… —meneó la
cabeza—. Lo siento. Tristán, no tiene sentido continuar con esta
conversación.
Él tragó saliva y apretó la carne bajo sus dedos con firme suavidad.
—¿Acaso crees que lo que acabas de decir no me duele? Si tú no me
importaras, me diera igual saber que te acostaste con otros hombres,
Kathleen —dijo con fiereza y los celos recorriéndole el torrente sanguíneo.
Kat tragó saliva y bajó la mirada, porque sí, empezaba a creer en él. Si los
papeles fuesen invertidos y él le estuviera diciendo que se acostó con otras,
mientras ella le confesaba que seguía enamorada de él, luego de haber
cometido una falla brutal como la que Tristán perpetró, le habría dolido
muchísimo, en especial si estaba tratando de disculparse de la única forma
en que podía o conocía—. Que confirmes lo que he asumido que ocurriría,
cuando rompí contigo, me jode y me atormenta, pero sé que soy el único
culpable por haberte apartado. No puedo hacer nada para recuperar el
tiempo perdido, ya se fue, no me interesa meter a terceras personas en
nuestras conversaciones. Descarga tu rabia sobre mí, pero no utilices las
posibilidades o hechos con otros de tu pasado para un argumento entre los
dos —dijo con brutal honestidad—. Mi corazón solo late de verdad cuando
estás alrededor. En algún momento, Kathleen, no tendrás más remedio que
creerme.
—Tristán…—susurró sintiéndose confusa al notar, en el tono de voz
masculino, que sí, en verdad, lo que ella acababa de comentar lo afligía—.
Yo… —soltó una exhalación temblorosa—. No es nada fácil estar aquí o en
cualquier sitio contigo. ¿Podrías ponerte en mis zapatos por un instante y
comprenderme?
Él en ningún momento apartó las manos de sus muslos, pero tampoco
las volvió a mover. Tan solo se apoyaba en ellos, hablándole fieramente,
mientras su mirada acompañaba la fuerza de sus palabras.
Tristán hizo un asentimiento breve y firme.
—Lo hago, mi vida —replicó con pesar, porque entendía el dilema que
ella atravesaba, pero no podía darse por vencido—. Kathleen, no te aparté
porque tuviera dudas de que tú fueras la mujer para mí. Los últimos cinco
años no te busqué, porque estaba unido a una promesa que no podía romper.
Una promesa que no era de amor, sino de solidaridad. Una promesa de
negocios. —Ella quiso preguntar, pero cerró la boca y lo dejó seguir—.
Elegí Barnett Holdings, porque era joven y orgulloso, estúpido, pero
también porque merecías algo mejor que un hombre que te diera migajas de
su tiempo cuando tú podías abrir tus alas para conquistar los sueños que
siempre tuviste. Y lo hiciste. Estoy jodidamente orgulloso de ti, Kathleen.
—Me rompiste el corazón —dijo en un susurro—, me quebraste hasta el
punto que no pude continuar en esta ciudad, a pesar de que mi madre era lo
único que tenía como soporte. Seattle representaba todo lo que fui y lo que
perdí. Intenté durante años olvidarte, hasta que creía que así había sido;
hasta ese día en el hotel… ¿Qué tal si otra decisión de negocios te lleva a
elegir todo, menos a mí? —preguntó en un tono preocupado y con una
mezcla de añoranza y temor—. Confiar en ti no es sencillo, Tristán. Odiarte
siempre ha sido mucho más fácil.
Él sintió un nudo en la garganta ante esas palabras.
—Porque detrás de ese odio también existe una emoción más profunda
que no has dejado ir del todo —replicó apoyando la frente contra la de ella
—. Kathleen, dame otra oportunidad. Sal a cenar conmigo o a contemplar el
ocaso o lo que tú quieras. Un café si prefieres o un dulce, lo que sea, pero
hazlo.
Ella cerró los ojos un instante.
—No lo sé, Tristán…
—Por favor, cariño. Prometí que sería paciente y lo he sido, pero estoy
loco por ti. Me puedo pasar el resto del año tratando de ganarme tu
confianza de nuevo, aunque no depende de qué tanto haga, sino de la
voluntad que tengas de aceptarme.
Kathleen estudió la expresión de Tristán en silencio; bebiendo y
absorbiendo cada detalle de su hermoso y sensual rostro; sintiendo el calor
de su proximidad. La verdad que ocultaban sus palabras estaban ahí, así
como la sinceridad que ella sabía que existía, pero que rehusaba ver por
simple terquedad.
Sí, lo que él decía era cierto. Ambos podrían estar en ese tira y afloja por
meses, hasta que uno de los dos se diera por vencido, hasta que uno de los
dos hiriera más al otro y se trastocaran todavía más los frágiles lazos que
apenas surgían como tímidas hojas naciendo en verano. ¿Qué podría
traerles eso a los dos? Miseria. Solo eso.
—No sé qué tanto puedo perder o ganar esta vez —expresó.
Tristán sentía el suelo tambalearse ante la indecisión de Kathleen.
Sus palabras conseguían que cada respiración que él tomaba fuese más
dolorosa, pero no tenía otra opción que esperar a que ella decidiera. No iba
a darse por vencido, por supuesto. Sin embargo, la tarea se volvería más y
más compleja. Llegaría el día en que rogar o intentar convencerla ya no
sería suficiente ¿qué ocurriría entonces? Porque la posibilidad de perderla
estaba latente. Él podría tener los más grandes gestos e intentar
reconquistarla, pero si la voluntad de Kathleen era solo de hacerlo pagar por
el pasado, hasta que el orgullo de ella se sintiera satisfecho, sin de verdad
considerar darle una oportunidad, entonces su propio corazón se apagaría.
La amaba con toda el alma, pero, tal como le había dicho instantes atrás,
dejaría de respetarse a sí mismo si ponía anulaba su dignidad. No era
orgullo, sino amor y respeto a sí mismo. Él ya había reconocido sus errores.
El amor dignificaba y cuando este era rechazado una y otra y otra vez,
entonces se volvía un calvario y no un placer.
Tristán no permitiría jamás que eso ocurriese, porque inclusive
denostaría la memoria de lo que fueron juntos y la ilusión de lo que podrían
construir de nuevo. Prefería apartarse, dar el paso a un lado como le había
enseñado la lección de su abuelo años atrás, en lugar de crear una situación
en que él y Kat salieran lastimados.
—El amor es un riesgo cuando no sabes lo que la contraparte siente,
Kathleen —replicó besándole los labios con suavidad, luego se apartó para
frotar su nariz contra la de ella—. Sin embargo, yo a ti te amo. No eres un
capricho. Lo eres todo.
Ella tomó una decisión muy difícil, porque no podía continuar
peléandose con él. Sabía que Tristán no se daría por vencido y, lo más
importante de todo, era que Kathleen no quería que lo hiciera. Tampoco
sería justo mantener abierta la esperanza si ella, en verdad, no quería nada
con él. El asunto era que su corazón anhelaba ser reparado, que se unieran
sus piezas, poco a poco, pero nadie había podido conseguirlo, porque solo
Tristán tenía ese poder.
Estaba nuevamente ante un abismo, pero esta vez, al parecer, Tristán
había trazado una fuerte malla de contención para sujetarla si caía. ¿Sería
real?
—No me siento orgullosa por haberme burlado de tus palabras la otra
noche… Simplemente…
Él soltó una exhalación.
—Te cuesta creerme, lo sé —replicó.
Ella le tomó el rostro entre las manos. El gesto lo sorprendió, porque era
la primera ocasión en que voluntariamente tomaba la iniciativa de tocarlo.
—Quiero creerte, Tristán… Dame tiempo.
Tristán sintió que su cuerpo era elevado del Infierno y regresaba a la
posibilidad de recibir un indulto en la Tierra. Una nueva oportunidad con
Kathleen. Notaba la incertidumbre en ella, pero también esa fuerza que la
convertiría en su igual.
No iba a volver a cometer el mismo error.
—Oh, Kathleen, no vas a arrepentirte —dijo con emoción.
—Eso espero… —murmuró, antes ver la deslumbrante sonrisa
masculina. Lo siguiente que sintió fueron los labios de Tristán sobre los
suyos.
Ella soltó un gemido suave y él la agarró de la cintura con una mano y la
nuca con la otra. Profundizó el beso. Paladeó el sabor de Kat entremezclado
con los toques de almendra y las tonalidades fuertes del café que había
comprado para la oficina de ella. Sus lenguas se enredaron, acariciándose.
Si ellos fuesen una caja de fusibles, entonces esa pequeña oficina estaba
en peligro de estallar. Todos los sentidos de Kat estaban llenos de
adrenalina y su piel vibraba por recibir las caricias masculinas, pero él tan
solo le acariciaba las mejillas, mientras su boca la paladeaba y devoraba con
un ansia que equiparaba la de ella. Se moría por tenerlo en su interior, en lo
más profundo. Se sentía viva. Él le murmuraba palabras de cariño, a medida
que sus bocas se volvían más insistentes y ambiciosas.
Los dedos de Tristán se deslizaron bajo las bragas y tocó el centro de
Kathleen. Murmuró sobre lo deliciosamente húmeda que estaba y le frotó el
clítoris con tortuosa lentitud. Ella dio un respingo cuando lo sintió
penetrándola, primero con un dedo y luego con otro. Los ojos masculinos
brillaron de satisfacción.
—¡Jefe, hay un problema eléctrico! —gritó alguien tocando la puerta.
Kathleen esbozó una sonrisa, mientras Tristán gruñó de frustración. Lo
podía sentir duro a través del jean, pues ella tenía la falda del vestido hasta
la cintura y las piernas enredadas alrededor de las caderas masculinas.
—Mierda —farfulló Tristán acomodándole la ropa y apartando los
dedos del interior de Kathleen, no sin antes lamerlos como le gustaba hacer
cuando tenía la esencia femenina en él—. Esto no se va a quedar así, estás
advertida, ¿queda claro? Voy a tomarme un largo tiempo contigo.
Ella se echó a reír, pero estaba tan excitada que, si él volviese a tocarla,
tan solo un breve instante, explotaría. Por primera ocasión, en años, no
sentía resentimiento. Liberar esa emoción era fantástico, porque estaba
siendo reemplazada por una mejor: el deseo carnal en su máxima expresión.
Un deseo sin culpa. Un deseo que implicaba una segunda oportunidad. Esta
vez no se lanzaría con todo, sino que iría poco a poco. Lo anterior no
implicaba que, si se acostaba con Tristán, no se abandonaría al placer por
entero. Con él, en ese aspecto, no existió ni creía que existiera otra manera.
—El trabajo llama, Tristán —dijo, mientras él la ayudaba a bajarse del
escritorio, pero antes de salir le dio un cachete en las nalgas.
Ella lo miró por sobre el hombro.
—No provoques si no puedes terminar lo que has empezado —replicó.
—Lo voy a terminar, cariño, porque tengo cinco años que recuperar
contigo.
CAPÍTULO 8
 
 
Cuando Kat vio el cabello usualmente despeinado de Cédric, mientras
este iba saliendo de las puertas del aeropuerto, por simple ilusión y ganas,
corrió hacia su mejor amigo. Él se echó a reír dejando caer la bolsa y
descuidándose de la maleta de mano, mientras la agarraba de la cintura a
Kat y giraba con ella, abrazándola entre risas. Luego la dejó en el suelo para
darle un beso en la mejilla.
—¡Bienvenido a Seattle, Cédric! —dijo ella con una gran sonrisa.
—Gracias, princesa —replicó, porque así le decía de cariño, pues debido
a sus buenas calificaciones era la consentida de todos los profesores de la
universidad—. Mira nada más que guapa estás, Kat. Me encanta verte al
fin.
—Esta princesa —intervino la voz colérica de Tristán—, tiene dueño.
Soy yo y no me gusta que otro le ponga las manos encima.
Después de salir de la construcción, Tristán la había llevado de regreso a
la oficina, porque Kat necesitaba la portátil. En el camino, él intentaba no
desviarse para terminar lo que habían empezado en la oficina de la obra. Su
intención era invitarla a cenar y pasar con ella la mayor cantidad de tiempo
posible esa noche. En su cama preferiblemente. No obstante, Kat le informó
que su mejor amigo de la universidad vendría de visita unos días y que tenía
que ir a recogerlo al aeropuerto.
A él, la situación, no le hizo ni poco de gracia. Este amigo llegaba en el
peor momento, porque interrumpía un tiempo que Tristán quería compartir
a solas con Kat. Como no tenía intención de perderla de vista, y no conocía
a este “amigo”, había llamado a Ansel para que los llevara al Seattle
Tacoma International Airport.
—Ah, tú debes ser el famoso Tristán Barnett —dijo el recién llegado,
soltando una carcajada, cuando su amiga le dio un codazo—. Soy Cédric
Landon, encantado de conocerte, y gracias por venir a recogerme con Kat.
Para Tristán, el hecho que ella se hubiera apartado de su lado para
abrazar a Cédric fue el equivalente a ver pintura roja chorreando de una
prístina pared blanca recién renovada. Sin embargo, Tristán tenía modales y
no era un bruto o desadaptado, así que extendió la mano y estrechó la del
tonto este que venía de visita.
—Hola, Cédric —replicó, ligeramente satisfecho de que Kathleen,
seguramente dejándolo como la peor escoria y no la culparía, le hubiera
hablado de él—. ¿Tuviste un buen vuelo? —preguntó, recuperando su lado
civilizado, mientras salían de la terminal. Ansel esperaba con el BMW X7,
este era el coche que Tristán solía utilizar cuando necesitaba ir de viaje
porque tenía más espacio para equipaje.
—Sí, ya sabes es un poco largo desde Illinois, pero todo bien —replicó
el rubio de ojos cafés con una sonrisa—. Esta señorita se ha hecho extrañar
mucho, aunque menos mal hay Telegram y videollamadas o Zoom.
—Claro, comprendo la sensación —replicó Tristán con indiferencia—.
¿Ya has decidido en qué hotel vas a hospedarte? Ansel te llevará sin
problemas. Si acaso tienes hambre, entonces podemos pasar por un
restaurante. Si no estás muy cansado, claro. Conozco sitios muy buenos que
seguro rivalizarán con los de Illinois.
Tristán había instado a Cédric a sentarse en el asiento de adelante, junto
a Ansel. El motivo era obvio: no lo quería cerca de Kathleen.
—Puedo cocinar algo para ti, Cédric —dijo Kat—, lo que sí tienes que
saber es que o estará muy salado o sin sabor —rio—, pero con mucho
cariño siempre.
—Lo sé, princesa —replicó sonriendo—, la cocina no es tu fuerte.
Tristán gruñó algo por lo bajo sobre la tontería de que ella quisiera tener
ese detalle con otro hombre cuando, a él, seguramente le daría comida de
perros.
—Me voy a quedar en el piso de Kat —replicó Cédric a Tristán—. Lo
habíamos conversado antes de venir. Claro, salvo que haya un cambio de
planes, entonces no tengo problema en buscar un AirBnb —dijo con
amabilidad.
Kat miró a Tristán en tono de advertencia, en especial cuando la tomó de
la mano, entrelazando los dedos, como si fuese lo más normal del mundo.
Bajó la mirada a sus dedos, después enarcó una ceja, pero él tan solo elevó
las manos de ambos y le besó los nudillos. Después, le dedicó una sonrisa
deslumbrante. Kat meneó la cabeza con incredulidad por esta clase de
gestos posesivos.
Ella todavía estaba tratando de asimilar el hecho de que podrían
reconciliar lo que una vez hubo entre los dos. No se trataba de sexo o deseo,
porque ese ámbito era una certeza y no una duda; tenía que ver con saber
hasta dónde podría confiar en la sinceridad de las emociones de Tristán, así
como también establecer qué ocurría con las suyas. Al menos había
aceptado que el amor que una vez creyó extinto no lo estaba del todo. Si
hubiera sido así, entonces él ni siquiera la afectaría o su corazón no latiera
como lo hacía al tenerlo cerca en cada ocasión.
El amor que sentía por Tristán estaba ligeramente marchito, pero no
muerto. Los gestos y detalles que había tenido a lo largo de esas cuatro
semanas, así como la paciencia, sí habían marcado una diferencia en ella.
Tampoco quería hacerse altas expectativas, así que iría transitando ese
camino con él paulatinamente. Si él le fallaba, entonces no habría más
oportunidades. Ella dejaría todo sin mirar atrás y jamás volvería a darle ni
la hora. Su postura era tajante y definitiva al respecto.
—Oh, seguro que no querrás pasar todo el tiempo solo —dijo Tristán—.
Antes de que aterrizaras llamé a reservar una suite en el Four Seasons. —
Cédric se giró sobre el siento para mirar a Tristán boquiabierto—. Una
cortesía de mi parte.
—Vaya, yo…
—Claro que no —intervino Kat mirando a Cédric, apartando los dedos
de Tristán. Imaginaba que habría hecho la llamada cuando ella fue al
counter a preguntar porqué se había retrasado una hora el vuelo de su amigo
—. No hace falta que te quedes en el hotel. Tal como lo hablamos, mi
habitación de huéspedes está lista para tu estancia de dos semanas. Sin
problema. Cuando yo regrese de trabajar, entonces iremos a explorar los
sitios que no alcanzaste durante el día. Incluso podemos ir a la playa
aprovechando que es verano. ¡Tomaremos el sol en la arena!
Cédric no sabía qué hacer, pero era consciente que el hombre por el que
su amiga había derramado tantas lágrimas quería recuperarla y este veía en
él un obstáculo para pasar tiempo con ella. Él comprendía la situación y no
planeaba ser una molestia. En las últimas conversaciones que tuvo con Kat,
ella le mencionó todos los gestos que Tristán tuvo para tratar de que lo
escuchara o le diera una segunda oportunidad para redimirse. Al parecer
esto ya había ocurrido y se alegraba por ella.
Un hombre podía comprender a otro sin ser amigos.
En algún momento, Cédric llegó a creer que estaba enamorado de
Kathleen, pero luego aclararon el panorama y acordaron que siempre serían
amigos. Así que esa era la realidad de los dos. Por otra parte, la oferta de
Tristán de ofrecerle una estancia en el Four Seasons, un hotel que bajo
ninguna circunstancia podría pagar con su salario de productor y locutor de
radio, durante dos semanas, le sonaba fabuloso. Conocía a Kat y sabía que
no iba a resentirse por elegir el hotel.
—Si Tristán me está ofreciendo tan amablemente el Four Seasons…
—Absolutamente —intervino el CEO de Barnett Holdings, cuando
Ansel aparcó en el exterior del hotel. «¿Kathleen en bikini con otro hombre
a solas en la playa? Ni en sus pesadillas más remotas iba a pasar», pensó. Si
quería ir a la playa a broncearse, le parecía perfecto, pero él la acompañaría
si era verano o la llevaría a pasear en su yate. ¿En invierno u otra estación
en la que no se necesitaba bikini? En ese caso, le parecía perfecto que fuera
a la playa con Cédric a tomar chocolate caliente, bien abrigada, sin duda—.
Todos los gastos pagados para el mejor amigo de Kathleen. Además, no
siempre viene alguien de tan lejos a visitarla.
En ese instante, Kat dejó de lado el enfado y soltó una carcajada. No
podía creer que los celos de Tristán llegaran al punto de pagar dos semanas
en un hotel, en el que cada habitación costaba diariamente ochoscientos
dólares, con tal de que Cédric no se quedara a solas con ella en el
apartamento. Meneó la cabeza.
—No puedo creer esto —murmuró mirando a Tristán.
—Solo quiero que él la pase bien y se lleve bonitos recuerdos de Seattle,
en especial, cuando es la primera vez que viene —replicó fingiendo
inocencia.
—Sí, claro —replicó riéndose de nuevo. Él la agarró de la mano y, sin
importarle quién estuviera en el BMW, le dio un beso breve, pero profundo.
Cuando se separaron, ella bajó la voz solo para que él la escuchara—: Sé
que no estás pagando este hotel para que mi mejor amigo se sienta más
cómodo.
—Obviamente, no —dijo Tristán, sin dudarlo, con un brillo pícaro en la
miraada—. Dime algo, cariño, si yo tuviera una mejor amiga, con la que he
pasado muchas situaciones personales y me conoce muy bien, y viniese a
quedarse a pasas varias noches en mi casa, aunque exista también la
posibilidad de que pueda ir a un hotel ¿preferirías que se quede conmigo o
en el hotel?
Kat tan solo soltó un suspiro. No iba a responder esa pregunta, porque
ambos sabían la respuesta, así que abrió la puerta y bajó del coche, seguida
por Tristán. Acompañaron a Cédric a registrarse en la recepción.
Tristán extendió su tarjeta American Express Centurion y el cobro pasó
de inmediato e hizo el papeleo con su firma. Kat aprovechó ese momento
para charlar con su mejor amigo sobre los últimos acontecimientos en
Evanston, así como los detalles de la clase de narrativas periodística que
estaban imponiendo en la radio para la que él trabajaba. Al cabo de unos
minutos, la recepcionista hizo la entrega de la llave digital y un brazalete
azul para que Cédric accediera a todas las áreas con las que contaba el
hotel: sauna, canchas de tenis, la piscina y el gym.
—Hombre, muchas gracias —dijo el periodista, cuando subieron a la
suite. La habitación tenía vistas al Museo de las Artes, así como todos los
lujos que un huésped pudiera desear—. Esto es fenomenal. No hacía falta,
pero gracias, Tristán. Voy a quitarme la suciedad del avión. Me daré una
ducha rápida —dijo sacando un par de prendas de la maleta—. Por favor, no
se vayan, aunque estoy algo cansado, sí, pero de verdad me gustaría
conversar con ambos.
—No hay problema —dijo Tristán rodeando los hombros de Kat con el
brazo—. Aunque si prefieres nos podemos marchar y regresamos mañana.
Así te relajas, Cédric. ¿Te parece mejor?
Kat contó mentalmente hasta cinco.
—Date tu ducha con calma —intervino Kathleen con una sonrisa—.
Disfrútala. Yo me quedaré aquí esperando, porque tenemos mucho qué
conversar.
Cuando se cerró la puerta del cuarto de baño, ella, en serio, se cabreó.
Le apartó a Tristán la mano de su hombro con firmeza. Lo miró y se cruzó
de brazos.
—Basta con tus celos —siseó—, Cédric fue la persona que estuvo para
mí cuando no tenía a nadie lejos de casa, me apoyó, me ayudó y me ha dado
su amistad desinteresadamente durante estos años. Deja de mostrar tu
actitud de alfa dominante, Tristán, no es necesario y no tiene razón de ser.
Ya hablamos hace unas horas en la construcción, entonces, las decisiones
que yo tome las tienes que respetar. Yo no hago comentarios sobre las
mujeres con las que te acostaste, y seguramente con las que sigues
hablando, así que deja de poner tus fantasmas en mi vida. ¿Quieres que
confíe en ti? Entonces, gánate esa confianza, primero, devolviéndome el
favor.
Tristán apretó los dientes y asintió. Aunque su problema no era la falta
de confianza en ella, sino en los tipos que la miraban como si estuvieran
deseando tenerla para ellos. Ya había ocurrido varias ocasiones en la
oficina, él lo había notado, así que sacaba su frustración en el gimnasio,
porque era irracional reclamar a un ejecutivo por mirar de lejos a otra
persona, en especial si era tan bella como Kathleen. La situación era
subjetiva, aunque igual se enfadaba, porque ella era la única mujer con la
que alguna vez se sintió, se sentía, ridículamente territorial.
—Ya te he dicho que no he estado con nadie. Esa es la verdad y por eso,
a medida que pasan los días, la tortura de no tenerte crece. No quiero a otra,
te quiero a ti en mi cama y en todas las formas posibles que puedan existir.
Esto no es un capricho o un pasatiempo —dijo mirándola con dureza—.
¿Estamos claros?
Kathleen se frotó el puente de la nariz con los dedos. Menos mal, el
agua de la ducha estaba todavía cayendo, así que su mejor amigo no los
podía escuchar.
—Se me hace difícil creer eso cuando hubo fotografías tuyas por toda la
prensa —dijo con hastío—. En todo caso, Tristán, él solo es mi amigo. Si
hubiera querido que ocurriese algo, entonces ya habría pasado, pero no ha
sido así. ¿Okey?
—No me gusta cómo te mira…
—Pues me mira como alguien a quien no ha visto hace un año; un
amigo que está tratando de saber si me he vuelto loca al llegar a recogerlo al
aeropuerto junto al hombre al que juré no volver a ver. ¿Te queda más claro
el asunto? —preguntó.
Él la agarró de la cintura y la apegó contra su cuerpo. Ella elevó el
rostro, porque Tristán era mucho más alto.
—Lo siento si te ha parecido que he pasado el límite… —murmuró.
Kathleen apoyó la frente contra el pecho de Tristán y soltó una
exhalación. Después volvió a mirarlo y esbozó una sonrisa. Él se la
devolvió.
—Por favor, vete a casa, Tristán. Yo me quedaré conversando con
Cédric…
Él se inclinó para capturar la boca de Kat con la suya. Le delineó los
labios con su lengua, lentamente, como si estuviera conteniéndose. Quizá sí
lo estaba haciendo, porque no quería empezar algo que no podría terminar.
Ella soltó un suspiro suave y le dio la bienvenida a esa lengua pecaminosa,
arqueó su espalda, rindiéndose a la dulzura de la boca con la que había
entablado una guerra verbal por largos días.
Kat enterró sus dedos entre los cabellos de Tristán y profundizó el beso.
Lo sintió duro, a través de la tela del jean. Ella, con su vestido, no podía
ignorar lo que provocaba en este hombre sensual, jodidamente inteligente y
posesivo. El tiempo se detuvo y solo existían las manos de él recorriéndole
la espalda, las nalgas, las caderas, los pechos. Ella se aferró a sus cabellos,
abandonándose al beso, porque había decidido darle una nueva oportunidad.
Tristán rompió el contacto al cabo de unos segundos. Kat parpadeó, nublada
de deseo, y lo miró sin entender.
Él le hizo un gesto hacia la puerta del baño que estaba al final de la
suite, a la derecha, ya no estaba el sonido de la ducha. Tristán le sonrió.
—Kathleen, no puedo pasar una noche más sin ti. —Ella se mordió el
labio inferior—. No tienes que decidirlo en este momento —sacó del
bolsillo un manojo pequeño de llaves—, aquí tienes la copia de la llave de
mi penthouse.
—Tristán… No quiero estar en el mismo sitio en el que estuviste con
Peyton —dijo con dolor en la voz, meneando la cabeza—. No podría. Yo…
—Shhh —dijo acariciándole los labios con los suyos brevemente—. No
es como tú piensas, Kathleen. El penthouse, antes de casarme, lo puse en
alquiler. Hace varios meses, los inquilinos, que eran unos actores de
Hollywood, lo dejaron libre. Lo remodelé y regresé. No hay recuerdos para
mí de otra persona, en ese penthouse, que no seas tú. Jamás viví con Peyton
allí. ¿De acuerdo?
Ella miró la llave entre los dedos.
—Hay muchas cosas que no entiendo de tu matrimonio… —murmuró
—. Comentarios que he escuchado de tu propia familia, pero que no tienen
sentido…
Él hizo un asentimiento. Sí, ya era momento de quitarse el peso de ese
secreto. Quizá, ahora que Kat ya no estaba tan a la defensiva, era el tiempo
para los dos.
—Te lo contaré todo ¿estarías dispuesta a escucharme de verdad? —Kat
notó la franqueza de Tristán e hizo un asentimiento—. Le diré a Ansel que
regrese a esperarte en el hotel para que te lleve a donde tú elijas. Tu
apartamento o mi penthouse. La decisión es tuya y yo voy a respetarla.
Quédate con la llave, por favor. Si no es hoy que puedes o quieres hablar,
entonces cuando estés lista.
—De acuerdo —dijo con una tenue sonrisa.
Él la besó una última vez y luego salió de la habitación.
Ahora, la decisión estaba en manos de Kathleen.
Sabía que él estaría esperándola cuando estuviera lista. Esta última era
una nueva certeza que le otorgaba una gota adicional de confianza en él.
La llave no solo abriría el penthouse, sino que era una muestra de
absoluta confianza de él en ella; también era el simbolismo, cuando se
pusiera en práctica, que dejaría libre los secretos que tantos años la habían
atormentado. Sería el final de sus preguntas sin respuestas y el inicio de
algo nuevo.
 
***
Tristán terminó de ducharse y fue a la sala con la portátil para leer los
informes de los ingresos financieros. El flujo era bastante consistente y se
sintió satisfecho de las gestiones que estaban emprendiendo. La oficina en
Portland iba muy bien, la inversión estaba recuperándose a paso acelerado.
La gerente regional había sido una excelente contratación y confiaba en que
la buena racha no desistiera.
El reloj ya marcaba las once de la noche, así que empezó a apagar las
luces para ir a su habitación a descansar. Le preocupaba la situación de
Caleb, pero acababa de llamar a clínica y le dijeron que necesitaría estar
una semana más antes de que el médico le diera el alta. El caso de su
hermano lo afligía, aunque más allá de darle asistencia, a través de una
clínica de desintoxicación, no podía hacer otra cosa. A Mason, el juez ya le
había aprobado el tutelaje, a pesar de las protestas de Byron que quería
tenerlo él. Menos mal no era su padre el que iba a tener el control de la
fortuna de su hermano menor, porque la despilfarraría. Su madre ya estaba
de regreso en Seattle y, según le había comentado su abuelo días atrás, las
peleas entre sus padres continuaban siendo igual de iracundas y llenas de
acusaciones como siempre.
Por otra parte, Tristán sentía su corazón menos atormentado. Esta era la
primera ocasión en muchos años que experimentaba una sensación de
esperanza que nunca creyó volver a sentir en lo referente a Kat. Sabía que la
única vía para llegar a ella y recuperar por completo su confianza era
romper el secreto sobre Peyton. Nunca más volvería a poner a Kathleen
como una posibilidad a elegir. Ella siempre sería su única elección y el resto
del mundo podía irse a la mierda.
Ahora se sentía libre, porque no lo ataba ya una promesa ni un contrato.
Le apenaba que una mujer tan vibrante como Peyton hubiera visto su luz
apagarse entre el dolor y la resignación de una enfermedad que, no
importaba cuánto dinero hubiese en la cuenta bancaria, no tuvo cura.
Algunos tenían suerte y otros, no. Al menos, él se alegraba de haber hecho
memorables los últimos días de Peyton. Ella quiso celebrar la Navidad,
porque sabía que no llegaría a diciembre, así que él contrató una compañía
para que decorara la casa, creara nieve falsa e incluso llevó unos cantantes
de villancicos. El novio de Peyton estuvo presente en todo momento y la
hizo bailar, sosteniéndola entre los brazos sin dejar que ella pisara el suelo
porque estaba demasiado débil, y reír. Aquella fue la última ocasión en que
su ex sonrió, porque a los pocos días el cáncer le robó la vida.
Se arrepentía de haber sido muy rudo con ella los primeros años, pero
mentalmente, Tristán estaba destrozado por la cantidad de presión que
recibía para tener éxito. La presión ni siquiera era de su familia, sino de sí
mismo. A veces creía que se extenuaba hasta el cansancio para intentar
cubrir con resultados profesionales extraordinarios, el gran vacío que había
dejado la ausencia de Kathleen en su vida.
Tristán fue a su habitación y abrió las cortinas.
No llovía y era una pena, porque entre los detalles que más le gustaban
de su ciudad natal era el clima. Algunos se quejaban de que llovía
demasiado o era muy frío. Él prefería dormir en bóxer y así, al amanecer,
era más rápido vestirse para ir al gimnasio. Abrió el edredón para
acomodarse. Al menos eso fue lo que intentó, porque el sonido de la
cerradura de la puerta principal lo detuvo en firme.
—¿Hola? ¿Tristán? —preguntó Kat con suavidad.
Al entrar en ese penthouse, después de tanto tiempo, muchas emociones
se entremezclaron. El sitio lucía diferente. Tal como le dijo Tristán estaba
remodelado. Los muebles, los sofás, la pintura en las paredes, todo, era
distinto. Eso le quitó peso a la ansiedad que había experimentado, mientras
subía en el elevador.
Después de hablar las últimas dos horas con Cédric, ella había
comprendido que no podía continuar dilatando este encuentro, este cara a
cara, con Tristán. Si de verdad estaba dándole una nueva oportunidad a él
para estar en su vida, entonces necesitaba enfrentar la situación, más no huir
escudada en el resentimiento.
Si no podía dejar ir el pasado, lo mejor sería que le dijera a Tristán que,
sin importar cuánto se esforzara, ella no quería saber de él en un plano
personal o romántico. Por eso necesitaba escuchar lo que él tenía que
decirle y zanjar sus diferencias de una buena vez. Si no, ella no podría
avanzar. Con o sin Tristán.
El cierre emocional era necesario y no podía dejárselo al azar o a las
casualidades del tiempo. Eso era de cobardes y ella había aprendido a tener
las bragas bien puestas para salir adelante, abrirse camino en su carrera, y
lograr la independencia económica que siempre quiso. Su ascenso laboral
continuaba siendo el enfoque principal y ya había empezado a escribir el
texto para Perfiles. Así que las piezas de las distintas áreas de su vida
empezaban a encontrar su sitio poco a poco.
A los pocos segundos, vio a Tristán avanzar por el pasillo y detenerse en
la sala donde ella estaba. No llevaba camisa, solo bóxers e iba descalzo.
Kathleen tragó saliva. Todo en él era virilidad absoluta y una belleza
masculina que la dejaba boquiabierta. Ella tenía en su memoria el físico
desnudo de Tristán como un tatuaje invisible, así que podía notar los
cambios en su magnífica anatomía.
Los músculos abdominales eran más definidos, el torso más fuerte, los
hombros anchos y los brazos estaban más esculpidos. Esos ojos
cautivadores la observaban con avidez y Kathleen lo contemplaba de igual
forma.
Antes de ir al penthouse, le había pedido a Ansel que la llevara a casa
para bañarse y ponerse ropa limpia. Sí, tuvo que hacer la colada y por eso
tardó más de lo pensado. Alcanzó a lavar un vestido rojo oscuro. Llevaba
sandalias bajas.
Tristán era increiblemente atractivo, tentador y fuerte. Los tatuajes de su
brazo le daban un aspecto rebelde y menos civilizado; lo hacían parecer
diferente al hombre que comandaba una compañía millonaria siempre con
rectitud. Este Tristán, sin camisa ni zapatos, tenía un aura de peligro que, en
lugar de ahuyentarla, provocaban el efecto contrario. Su barba de tres días
sin afeitar y su boca sensual eran dos elementos que le encantaban. Él no
necesitaba un traje para lucir imponente.
—Kathleen —dijo en tono profundo aproximándose. Le quitó la bolsa y
la dejó a un costado. Después le tomó el rostro entre las manos y apoyó la
frente contra la de ella—, gracias por haber venido hoy.
Ella esbozó una sonrisa leve y asintió.
—Creo que esta es una conversación que no puedo postergar, no si en
verdad quiero seguir en esta idea de que podamos intentarlo de nuevo —
replicó.
—Ven conmigo —dijo tomándola de la mano y guiándola por todo el
penthouse. Después del recorrido por toda la propiedad regresaron a la sala
—. ¿Te incomoda si no estoy usando más que esto? —preguntó haciéndole
un guiño.
Kat soltó una risa.
—Tristán, eres un hombre muy guapo, no me incomoda verte. No
necesitas de mis halagos —dijo acomodándose en el sofá, mientras él se
sentaba a su lado—. Todo aquí luce diferente y creo que has conseguido
darle mucha calidez.
Él le apartó un mechón de cabello del rostro y lo acomodó detrás de la
oreja.
—Ahora que estás aquí, sí, el penthouse es más acogedor —sonrió.
Ella entrelazó los dedos de sus manos y los dejó sobre su regazo. Tomó
una profunda inhalación consciente de que, lo que sea que él pudiera decirle
esta noche, cambiaría su percepción del pasado. Sería su propio corazón y
su cerebro, ambos esta ocasión, los que decidirían si la explicación de
Tristán merecía un indulto o una condena. No, no se creía jueza de la vida
de otros, pero sí cuando los actos o palabras de terceros afectaban, o habían
afectado, su vida. Como en este caso en particular.
—Tristán, no flirtees conmigo —dijo y él borró la sonrisa del rostro—.
Después de que me marché de aquí, años atrás, la vida tal como la conocía
cambió, así que he venido a buscar respuestas. Quiero saber los porqués y
no quiero que me mientas o me ocultes nada. Dime: ¿Por qué te casaste con
Peyton? ¿Por qué la elegiste a ella cuando yo te dije que te amaba? —
preguntó con melancolía y contrariedad.
Tristán tomó una profunda respiración y apartó la mano del rostro de
Kathleen. Se pasó los dedos entre los cabellos, luego asintió, más para sí
mismo. Como si estuviera diciéndose que había llegado el momento de
hablar de verdad.
—Cuando me nombraron CEO de la compañía, mi abuelo había
estipulado una cláusula confidencial: si yo quería mantener esa posición,
entonces necesitaba sacar a Barnett Holdings de la cloaca financiera en que
mi padre la había dejado. Estábamos rozando números rojos. La condición
era que, para reslver todos esos problemas administrativos y económicos,
yo no usara el fideicomiso que me dejó mi abuela Faye, ni tampoco hacer
préstamos bancarios.
—¿Por qué? —preguntó frunciendo el ceño—. No tiene sentido.
Tristán soltó una risa amarga.
—Porque mi abuelo quería que, con los recursos que ya tenía,
aprendiera a armar un nuevo rompecabezas para tener resultados. Me dio
tres meses. Si no lo conseguía, entonces iba a removerme del cargo y
contratar un CEO externo. Lo anterior hubiera implicado que el legado de
mi familia se perdería por mi culpa si yo no lograba hallar una solución
urgente. Iba contra reloj. Además, tenía el recuerdo de la voz severa,
constante, de mi padre sobre las veces en que me decía que lo había
decepcionado, martilleándome en la cabeza. Así que no quería decepcionar
también a mi abuelo, porque él siempre confiaba, y confía, en mí. Me había
dado la oportunidad, con solo veinticinco años, de dirigir la empresa
construida por generaciones de Barnett. Yo quería que se sintiera orgulloso.
Ese hombre que fui, a los veinticinco años, necesitaba aprobación, una
reivindicación a su capacidad, así que le prometí que haría todo para sacar
adelante la compañía. Todo.
Ella hizo un leve asentimiento, porque empezaba a entender la
profundidad psicológica de las acciones de Tristán. Todavía le quedaba
conocer el resto de la historia para cerrar el círculo y llegar a una
conclusión.
—Por eso casi no tenías tiempo para vernos —murmuró.
—Sí, cariño, mi cabeza estaba contando los días, armando estrategias,
reuniéndome con profesionales que me asesoraran, tanto en Seattle como en
Nueva York, al menos estos últimos por teléfono. Intentaba restructurar las
finanzas, pero nada daba resultado. Todo iba a peor. Sin embargo, un día,
Peyton fue a buscarme a la oficina. —Kat apretó los labios y apartó la
mirada. Tristán extendió la mano y tomó la de ella, instándola a mirarlo—.
No pasó nada con ella en esa visita. Conversamos y yo le comenté tan solo
que estaba agobiado por temas financieros.
—¿Para qué fue a buscarte?
—Me quería hacer una propuesta de negocios. Quería casarse conmigo,
porque estaba enferma de cáncer y no creía que pudiera sobrevivir
demasiado tiempo. Me dijo que confiaba en mí y quería que la acompañara
en sus últimos momentos, cuando llegaran, porque no quería morir sola si la
enfermedad ganaba la batalla. A cambio de ser mi esposa, ella me entregaba
nueve millones de dólares. Ese era una cantidad extraordinaria, que no
rompía la cláusula de mi abuelo por la forma en que iba a obtenerla, y que
lograría que yo pudiera maniobrar y liberar a Barnett Holdings de los
efectos de las decisiones equivocadas que mi padre había tomado. No solo
eso, sino que me garantizaría seguir como CEO. No habría otro en ese
cargo, sino yo.
Kat se llevó la mano al pecho con una mezcla de consternación y pena.
—Tristán… Lo que me cuentas suena tan complicado y absurdo.
—Estaba desesperado, Kathleen, porque no quería fallarle a mi abuelo.
No podía ser un fracaso y ver cómo se perdía todo el legado de mi familia.
—Entonces te casaste con ella… Y preferiste fallarme a mí —dijo con
el corazón dolido. Él no pudo soportar su mirada triste y le tomó el rostro
entre las manos con dulzura. Le dio un beso suave en los labios que Kat
devolvió sin entusiasmo, ella se apartó e hizo una negación con la cabeza
—. Por favor, sigue, Tristán. Necesito que termines esta parte —dijo
tragando saliva.
Él tan solo hizo un asentimiento y se apartó un poco. Tantas veces se
imaginó la posibilidad de este escenario, aunque no consideró lo difícil que
sería para ambos. Abrir sus emociones e inseguridades era desgarrar su piel
y dejarla expuesta.
—La condición para casarme con ella fue que no seríamos esposos con
los derechos que eso implicaba. Nunca me acosté con Peyton durante ese
matrimonio. De hecho, ya había pasado mucho tiempo sin que fuésemos
amantes, inclusive desde antes que yo te hubiera besado por primera vez.
Jamás te engañé, Kathleen. Yo le dejé claro a Peyton que ella y yo seríamos
amigos con un documento matrimonial y que era un negocio. Solo eso. Yo
buscaba los mejores médicos y la acompañaba en su lucha, y ella me daba
el dinero para salvar mi compañía y mi legado familiar.
Kat no podía creer lo que escuchaba.
—El tiempo de ella pudo ser toda la vida… —susurró.
Él hizo una negación.
—El tiempo máximo, así lo solicité en el contrato, era de cinco años. Si
ella sobrevivía el cáncer o seguía enferma, después de ese tiempo, nos
divorciaríamos de todas maneras, pero yo trataría de que no le faltaran los
cuidados. Fue el tiempo que le di, porque consideré que era más que
suficiente. Necesitaba verte y explicarte lo que estoy, finalmente, diciéndote
ahora. Peyton falleció antes de que se cumplieran los cinco años exactos,
entonces, fui libre para buscarte —dijo con sinceridad.
Kathleen no se había dado cuenta de que estaba llorando hasta que sintió
las gotas cayendo sobre sus manos. Él le limpió las lágrimas con los
pulgares.
—No me elegiste, Tristán —dijo con tristeza—. Todas esas palabras
horribles que me expresaste aquella noche, todas, fue por el prestigio y por
una compañía… Me sacrificaste a mí, el amor que te tuve, por el orgullo de
no perder un legado.
Él apretó los labios, porque sí, lo había hecho.
—Lo hice y pagué un alto precio —replicó con pesar—. Perdí al amor
de mi vida, tú. Mi único consuelo fue saber que estabas cumpliendo tus
sueños.
—¿Qué cambiaría esta vez entre los dos, entonces? —preguntó
elevando el rostro, bañado en lágrimas, mientras él sentía que su corazón se
partía en dos por ella. Por ambos y por su culpa—. Llegarán más retos para
ti, sé lo ambicioso que eres y necesitarás esa adrenalina que te impulsa a
querer ganar siempre. ¿Qué pasará cuando uno de esos objetivos sea
demasiado grande e importante y tengas que elegir? Nuevamente tendrías
ante ti la responsabilidad de velar por quienes dependen de un salario, la
reputación que tan indispensable y valiosa es para tu corporación, y si estoy
contigo, entonces ¿quién saldría en último lugar? —preguntó respirando
con dificultad—. Merezco ser la primera opción de un hombre si este dice
amarme; merezco amor y consideración; respeto y confianza. No me
conformaré con menos, porque sé mi valía. Entonces, Tristán, piensa bien
lo que estás pidiendo de mí. Tengo más experiencia y podré ver a través de
tus mentiras.
Tristán la agarró con facilidad y la sentó sobre sus piernas a horcajadas.
Le tomó el rostro entre las manos con firmeza para que no apartara la
mirada.
—Todo es diferente esta vez, Kathleen, todo —dijo con vehemencia en
su voz—. Te elegiré siempre a ti como debió ocurrir siempre; como ocurrirá
siempre. Sé que eres una mujer de palabras y textos, pero yo soy más un
hombre de acción. Te demostraré cada día que quiero ganarme el derecho a
estar contigo.
Ella se mordió el labio inferior ahogando un tenue sollozo.
—¿Qué tal si Mason decide que necesita probar tu valía de nuevo?
—Mi abuelo me dio una lección de vida, me enseñó a aceptar que no
soy infalible y que, si lucho hasta cansarme y no consigo resultados, a veces
es necesario dar un paso a un lado. Contigo, cariño, no quiero dar un paso a
un lado. Mi abuelo me dijo que si yo le hubiera dicho que no creía posible
que pudiera salvar Barnett Holdings, entonces él habría puesto su dinero y
yo habría seguido siendo el CEO. Me dijo que me había negado a mí mismo
y mis emociones, a ti, así que tendría que pagar el precio de mis decisiones.
Eso fue no tenerte a mi lado cinco largos años. Ha sido suficiente. Sé que
soy valioso por simplemente ser. No necesito demostrar nada.
Kathleen esbozó una tenue sonrisa, porque esto último era cierto. No se
necesitaba demostrarle a otras personas lo que ellas esperaban de ti. Solo
bastaba con ser fiel y leal a uno mismo. Su corazón se inflamó de esperanza
por Tristán.
—Mason tiene unas formas muy duras de aleccionar a las personas —
dijo meneando la cabeza—. ¿Sabes? Fue él quien me ayudó a entrar en la
universidad de Northwestern. Cuando me rechazaron y me quedé en un
foso emocional complicado, lo llamé. Tu abuelo movió sus influencias, me
salvó, y abrió la puerta para salir de Seattle y cumplir mis sueños —dijo
entre sollozos y risas, porque Mason tenía unas formas muy extrañas de
manejar la vida de sus seres queridos.
—Ah, mi abuelo es un viejo manipulador —replicó soltando una
exhalación —, pero sé que lo que hizo por mí me cambió la vida. Ahora, a
pesar de todo, soy una mejor persona porque aprendí y entendí lo que es
elegirse a uno mismo antes que un bien material. Entendí lo que es perder a
alguien a quien amas y saber que no quieres volver a repetir los mismos
errores.
Ella hizo un asentimiento lento, mientras Tristán le acariciaba la
espalda.
—¿Por qué no le diste tu apellido a Peyton?
—Porque no era mi esposa de verdad. No tenía que ver con su
feminismo cuando mencionó sobre la independencia de no querer llevar mi
nombre junto al de ella, sino con mi rechazo a darle mi apellido, porque
nuestros términos eran muy claros —replicó, mientras ella se dejaba
abrazar.
Estuvieron en esa posición, ella a horcajadas sobre él, mientras él la
abrazaba de la cintura contra su cuerpo, un largo rato. Como si el peso de
todos esos años se hubiera evaporado. Él la dejó llorar y le acarició la
espalda con dulzura, murmurándole al oído lo mucho que significaba para
él. Poco a poco, el llanto de Kathleen remitió y se quedó en silencio con el
rostro apoyado con el hombro de Tristán.
Él creyó por un segundo que quizá se habría quedado dormida, pero ella
se removió al cabo de un instante para mirarlo.
—Te odié tanto tiempo… —dijo mirándolo—. Nos pudiste haber
evitado este dolor si hubieras hablado conmigo, Tristán, habríamos hallado
la forma. Inclusive te habría podido hacer ver lo que trataba de hacer
Mason. Habríamos hallado la forma —repitió con un suspiro—. Tantos
años, tanto dolor, tanta tristeza.
—Tanto amor, Kathleen —replicó él, mirándola con su alma desnuda—.
Tanto amor, porque sigo locamente enamorado de ti. Eso no ha cambiado.
Ella no podía corresponder esas palabras por más de que su rencor y
resentimiento se hubieran desvanecido. Necesitaba tiempo. Quizá él lo
intuyó, porque, en lugar de esperar a que le contestara de regreso, le dio
besos en los párpados, en las mejillas y suavemente en los labios.
—Gracias por habérmelo dicho… Este era el cierre que necesitaba.
—¿Eso qué significa? —preguntó, asustado.
—Que no puedo empezar una nueva oportunidad contigo sin que antes
me prometas que no volveremos a hablar de Peyton ni este estúpido
acuerdo que firmaste. No quiero regresar a esa oscuridad, Tristán. Si
vuelves a hacer una idiotez como esta, si vuelves a excluirme u ocultarme
cosas, entonces no solo me habrás perdido para siempre de una vez por
todas, sino que pondré una orden de restricción para que nunca te vuelvas a
acercar a mí.
Él soltó una larga exhalación de alivio. Sabía que ella estaba diciendo la
verdad. La creía muy capaz de hacer algo como aquello.
—Qué bueno que no tenga intención de volver a equivocarme de ese
modo. Siempre te elegiré a ti. Confío en ti, Kathleen. Sé que no puedes
decir que me quieres o me amas, tampoco esperaría que lo hicieras tan
pronto, pero al menos ¿podrías intentar confiar en mí?
Ella se quedó un largo rato en silencio y luego asintió con suavidad.
—Sí, sí puedo hacerlo, Tristán.
Él le acarició las mejillas y le acercó el rostro al suyo para besarla. Ella
tenía los labios más suaves y cálidos que alguna vez había paladeado. Fue
un beso lento, sin ninguna prisa, sus lenguas divagaron en la boca del otro.
Las manos de Tristán la sostuvieron de las caderas, mientras Kat se
acercaba todavía más al cuerpo de él acariciándole la espalda, sintiendo
cómo los músculos se tensaban bajo su toque.
Estuvieron besándole un largo, largo, rato. Como si ese beso fuese el
que tuviera la capacidad de empezar a sellar las heridas. En cada fusión de
sus labios, en cada gemido y cada sollozo que emanaba de la garganta de
Kathleen, se iban cerrando las llagas dejadas por el ayer. Poco a poco, el
beso se ralentizó más y eran las gotas de rocío que acariciaban la cicatriz
del dolor que había desaparecido.
Ahora, tan solo quedaba la piel, lista y presta, para empezar de nuevo.
Un beso podía sellar el destino, destruirlo o, como en este caso, dar pie a un
nuevo inico.
—Te adoro, Kathleen Stegal —dijo cuando ambos necesitaron respirar
de nuevo y mirarse a los ojos. Ella le sonrió y frotó su nariz contra la de él.
—Lo sé y supongo que vas seguir demostrándolo —replicó y él se rio.
—Me alegro entonces que eso quede claro —dijo—. Sabes que te deseo,
pero no quiero asumir. Así que dime si quieres que Ansel te lleve a tu piso o
quieres pasar la noche en una de las habitaciones de huéspedes de este
penthouse. Dime qué quieres —dijo muriéndose por besarla otra vez, pero,
iría al ritmo que ella quisiera marcar.
Kathleen empezó a trazar con los dedos el rostro de Tristán.
—No quiero dormir en mi cama ni en un cuarto de huéspedes —dijo
sonrojándose, mientras se movía sobre la erección de Tristán que era más
que evidente bajo la tela del bóxer—. Creo que a ti tampoco te agradaría la
idea. ¿No?
Tristán esbozó una sonrisa y se incorporó con ella en brazos.
—He esperado años por esta noche contigo —dijo mordiéndole el labio
inferior. Se sentía jodidamente afortunado, mientras iba con ella a su
habitación.
CAPÍTULO 9
 

 
 
Tristán dejó a Kat en la mitad de la habitación excitado y fascinado de
tenerla a su lado. Le empezó a desbotonar el vestido en la parte frontal,
hasta terminar con el último botón, y luego apartó la tela. Ella movió
ligeramente los brazos y la prenda cayó en un silencioso fru-frú a sus pies.
Tristán se quedó boquiabierto. Esta mujer, su Kathleen, era despampanante.
Los pechos ahora eran más llenos, la cintura suave, las caderas más
pronunciadas. Su cuerpo era una obra de arte; tantas veces, él se había
burlado de esa comparación, pero ahora comprendía que era real. Kat era
real.
—Kathleen —susurró en tono reverencial acariciando la piel tersa de los
hombros, luego deslizó los dedos por el contorno del valle de los pechos y
llegó hasta el abdomen suave; viajó un poco más al sur y presionó,
levemente, su dedo medio sobre la tela de seda que cubría los labios íntimos
—, eres una belleza. Jamás podría otra mujer afectarme de la manera en que
lo haces tú.
Ella contuvo el aliento ante la exploración, mientras notaba la
respiración agitada de Tristán. Extendió la mano yS ahuecó la mejilla
masculina.
—Tú también eres hermoso —replicó con una sonrisa. Se sentía deseada
y embargada por la fuerza de la lujuria, además de otro sentimiento que, por
ahora, sería mejor dejarlo descansar. No quería complicarse la existencia—.
Tristán, ningún otro hombre podría compararse contigo. Tu cuerpo es
impresionante.
Él soltó una risa ronca. Su mirada estaba velada de ardor y locura por
ella.
—No tendrás otro hombre para hacer esa comparación, mi vida, llévalo
claro —replicó con arrogancia y Kathleen soltó una carcajada, pero al
instante las manos de Tristán le quitaron el sujetador. Ella cambió la risa por
un gemido cuando sus pechos quedaron expuestos y él bajó la cabeza para
lamerle un pezón—. Deliciosos —murmuró con un gruñido de placer,
porque estaba alimentándose del sabor y la dulzura de ella—, ¿te gusta que
te chupen los pechos, cariño, eh?
Ella gimió cuando Tristán le mordió un erecto botón y luego, el otro.
Kat se sostenía apenas en pie, porque sentía las rodillas débiles, así que
mantenía las manos entre los cabellos sedosos y abundantes de Tristán. El
hombre conocía su cuerpo. A pesar del paso de los años eso no había
cambiado.
—Sí, oh, sí, Tristán —contestó, cuando él movió su boca al otro pecho.
—Mmm —murmuró y dejó de mirarle las tetas para conectar su ojos
con los de ella. Lentamente trazó círculos con su lengua alrededor de la
areola y luego tomó el pezón erecto entre los dientes, dándole mordisquitos;
después llegó un mordisco más fuerte. La lamió y disfrutó de esos
montículos que eran su perdición.
Kat tenía todos sus sentidos en alerta. Llevaba demasiado tiempo sin
permitir que un hombre la tocara como lo estaba haciendo Tristán.
—Así… Me encanta lo que haces… No te detengas… —sollozó de
gusto. No pudo seguir manteniendo la mirada con la de Tristán. La de él le
parecía demasiado intensa, quemaba con rapidez su resistencia, así que
cerró los ojos abandonándose a las sensaciones. Él le mordió la piel bajo la
areola; ella abrió y cerró la boca. Tristán quitó el ligero dolor con su lengua,
aunque continuó chupándola y acariciándola con las manos, sosteniendo los
pechos llenos y ligeramente pesados, codiciosamente.
—He extrañado este par de tetas, tan perfectas, como no imaginas —
dijo besándolas, una vez más, antes de poseer la boca de Kathleen. Puso los
dedos en el elástico de las bragas de seda negra y las arrancó si problema.
Ella no protestó, porque estaba demasiado ocupada sintiendo cómo los
dedos de Tristán frotaban su Monte de Venus para luego tantear su humedad
—. Mierda, nena, estás tan mojada —dijo en un tono que parecía estar
padeciendo un suplicio. Y sí, lo estaba, porque podría apresurar las cosas,
pero no quería; necesitaba darle este placer a ella.
Kathleen apartó la boca de la de Tristán.
—Desnúdate, quiero verte —exigió, mientras esos dedos pecaminosos
se hundía en su interior—. Tristán… Quiero…
—Solo disfruta, Kathleen, solo disfruta —replicó antes de volver a
besarla. Le gustaba escuchar los gemidos sensuales que ella emitía. La
sentía contoneando las caderas sobre sus dedos, buscando el alivio con
desesperación. Los sonidos que salían de la garganta femenina eran eróticos
y él estaba a punto de correrse en el bóxer—. Eso es, así, muévete al
compás de mis dedos.
Con una mano le amasaba los pechos a destiempos y con la otra
jugueteaba con la lubricada intimidad. Le frotó el clítoris con el pulgar; dos
de sus dedos entraron y salieron de ella, simulando la penetración que haría
su miembro. Pronto.
Kat echó la cabeza hacia atrás y aferró sus manos sobre esos hombros
fuertes, mientras él le besaba el cuello, le acariciaba y la masturbaba. No
recordaba haber sentido nada igual: la química, el placer, la anticipación, la
demencia, el pálpito alocado del corazón y la lava en su torrente sanguíneo.
«Solo con él». Tristán había puesto un hechizo en su cuerpo, un lustro atrás,
así que era él quien ahora rompía al fin todas las cadenas que le habían
impedido sentir esta euforia. Su cuerpo era masilla en las manos del alfarero
que sabía cómo moldearlo, reconstruirlo y tocarlo.
—Tristán… —gritó con sus paredes empezaron a contraerse alrededor
de los dedos traviesos. Él absorbió su grito con la boca, besándola con
voracidad. La siguió acariciando, hasta que ella dejó de succionarle los
dedos con su sexo, hasta que la sintió, poco a poco, ralentizar la respiración.
—Eres preciosa —dijo él sonriéndole.
Kathleen quería verlo, así que no iba a esperar a que él dictara los
términos. Le acarició el miembro duro sobre la tela y luego quitó la única
prenda que impedía que lo viera por completo. El pene erecto, en toda su
gloria, vibró al quedar expuesto. Las manos de Kat lo agarraron con codicia
y lo acariciaron.
—Tristán, te quiero dentro de mí —expresó mirándolo. Notaba cómo el
rostro masculino era una mezcla de tensión, lujuria y afecto.
—No me he acostado con nadie desde que nos separamos, Kathleen, así
que es probable que no dure tanto como esperarías…
—Solo espero placer —replicó, mientras él la acomodaba en la mitad de
la cama. A él solo le bastaba tener a esta mujer sobre su cama, en sus brazos
y en su vida, pensó—. Tristán, si lo que quieres saber es de mi pasado, solo
te puedo decir que no ocurrió nada trascendental emocionalmente. Ya han
pasado años sin estar con alguien. —Él apretó la mandíbula, porque
entendía lo que estaba diciéndole. Sí, había estado con otros. Lo agobiaba,
pero era el pasado. Ella tenía derecho a uno, le gustara a él o no—. Estoy
tomando la píldora para controlar ciertos aspectos hormonales.
Él soltó el aire que no sabía que estaba conteniendo. Asintió.
—No quiero ninguna barrera entre los dos —murmuró contra su boca.
—Yo tampoco —replicó con una sonrisa. Sus cabellos estaban
esparcidos sobre la almohada como una cortina de seda—, hazme el amor,
Tristán.
Él notaba que el pulso en la garganta de Kathleen latía con rapidez. Los
labios carnosos estaban inflamados por sus besos y los contornos de los
pechos ligeramente rojizos por sus atenciones; en pocas palabras, lucía
soberbia. Una diosa.
—Seguir tus órdenes sí es un placer —dijo acariciándole los pezones.
Luego bajó la cabeza para devorárselos—. Eres un espectáculo para mis
sentidos.
Se deslizó por el cuerpo de Kat, besándole los brazos, el plexo solar, el
abdomen, las caderas, le lamió el sexo y la escuchó gemir. Llevó las manos
bajo las nalgas y le separó ligeramente ambos globos firmes; los apretó con
fuerza.
—Tristán… Dios…—murmuró—. Me encantan tus caricias…
Él la llenó de besos y se perdió en el sabor de sus labios. Ella respondió
con entusiasmo y la misma fuerza que él estaba entregándole. Al cabo de un
instante, él se posicionó entre los muslos suaves, los separó, mientras ella se
apoyaba sobre los codos para mirarlo. Lo quería dentro de ella, aunque
Tristán parecía tener la intención de recuperar el tiempo perdido tomándose
su tiempo. Ella no tenía nada que objetar, por supuesto. Le gustaba sentirse
tan deseada y experimentar el recorrido del cuerpo de Tristán sobre el suyo;
con sus manos y boca, tan posesivo.
—Cuando sea mi turno te voy a torturar igual —dijo gimiendo cuando
él introdujo la lengua entre sus pliegues henchidos—. ¡Dios! —exclamó.
Él apartó el rostro de ese néctar de sensualidad y sonrió, mirándola. Ella
tenía las mejillas sonrosadas y los ojos brillantes de ansia.
—Cuento con ello, mi vida —replicó, antes de morderle los labios
íntimos con suavidad, separándoselos con los dedos, abriéndola más para él.
Aspiró el aroma del deseo y se llenó de Kathleen. Su boca le devoró el
sexo y usó el pulgar para tentar el clítoris. Ella se arqueó contra su lengua y
gimió. Le fascinaba verla dejarse llevar por el gozo. Quería escucharla
gritar su nombre cuando le diera un orgasmo, otra vez. No se cansaría jamás
de Kathleen.
—Más Tristán, más… —se aferró a las sábanas con los puños,
moviendo las caderas, tratando de alcanzar el clímax. Echó la cabeza hacia
atrás y soltó un jadeo. En la antesala del éxtasis, él se detuvo. Kat soltó una
maldición que hizo reír a Tristán.
—En cuatro, Kathleen —dijo él. Ella obedeció comprendiendo en qué
posición la quería tener. No tenía objeción. Se apoyó en los antebrazos y
elevó el trasero—. Joder —le dio una nalgada—, toda tú, mujer, toda tú, me
vuelves loco.
Ella lo miró por sobre el hombro.
—Lo sé —replicó haciéndole un guiño.
Él soltó una risa gutural. Le separó un poco más las piernas y ante él
tuvo expuesta la más deliciosa pieza de piel rosácea y húmeda, erótica.
Apoyó ambas manos, una en cada nalga, y le lamió el sexo. Ella sollozó su
nombre. Tristán la atormentó un largo rato con la lengua, después extendió
la mano hasta alcanzar el pecho derecho para apretar el pezón duramente.
Cuando Kat estaba a punto de correrse, él se detuvo de nuevo. Ella lo
mandó al diablo, pero Tristán se rio.
—Quédate tal como estás. Si te mueves no habrá más de mi boca.
—Eres un cretino —replicó, frustrada, mirándolo mientras él se iba
hacia una esquina de la suite, abría un mini frigorífico, y regresaba—. ¿Qué
rayos haces?
Él no dijo ni una palabra y le dio otra nalgada, antes de besarle los
labios íntimos de nuevo. Ella jadeó cuando sintió la lengua, esta vez,
helada. Tristán había ido a agarrar un trozo de hielo para jugar con las
sensaciones. Alternó el cubito helado para después calentarla solo con sus
dedos. Cuando supo que Kathleen había tenido suficiente, no solo porque él
también estaba perdiendo el control, sino porque ella empezaba a
amenazarlo con castrarlo, haciéndolo reír, dejó caer el hielo a un lado.
La agarró de la cintura para afianzar sus caricias, pero ella quería
conectar sus ojos con los de él, maldición. Le gustaba esta dinámica, porque
tomaba lo que quería y cómo lo quería, pero el tormento sexual era
demasiado. Sabía que, si entraba en ella desde atrás, sería magnífico, pero
necesitaba mirarlo. Cambió de postura y apoyó la espalda en el colchón.
Extendió los brazos para atraer el rostro de Tristán hacia ella.
Él le mordió el labio inferior.
—¡Deja de torturarme, demonios! —exclamó, frustrada, mientras lo
veía sonreír con picardía y malicia. Él la besó, profunda, erótica y
ávidamente.
Kathleen se saboreó a sí misma en él, una mezcla de ambos. A Tristán le
gustaba sentir que ella era frágil y fuerte al mismo tiempo. Entendía que a
Kathleen le gustaba recibir órdenes en la cama, aunque cuando creía que
estaba cediendo mucho, como hacía unos instantes, ella intentaba tomar el
mando. Él la dejaba, porque lo fascinaba verla pedir, exigir y demandar.
—Estoy disfrutando de ti —dijo antes de acomodar su miembro en la
entrada de Kat. Ella lo miró con las pupilas dilatadas y la respiración, al
igual que la de él, agitada. Se inclinó para darle otro beso en los labios.
—Tómame —le susurró al borde del colapso. Le rodeó las caderas con
las piernas y lo atrajo hacia ella—. Tómame, Tristán.
Sus ojos se encontraron y él se introdujo en ella, centímetro a
centímetro, dejando que el apretado calor rodeara su miembro y lo acogiera.
Ella dejó escapar un sonido delicioso de gusto. Por un instante todo se
detuvo. Solo existía el tiempo de ellos, porque era el único que importaba.
No había nada más valioso que la experiencia que ahora estaban creando
con la fusión de sus cuerpos del modo más íntimo.
—Eres exquisita y te deseo y te amo tanto —dijo moviéndose en ella y
afianzando su empuje. Le acarició los pechos, apretándole los pezones.
Después ella lo abrazó y hundió las uñas en su espalda con abandono.
—Me encanta sentirte dentro de mí —susurró, mientras se movía con él
—. Tristán… Yo también te extrañé —confesó con sinceridad.
—Las palabras más dulces de este instante —replicó él con humildad.
El movimiento de sus cuerpos era una danza coordinada de sentidos
enlazados por el instinto. La emoción era extraordinaria. Un hormigueó le
recorría la piel a Kat y cada parte de su cuerpo estaban en sintonía con
Tristán. Abrió más los muslos, porque quería tenerlo en ella, sin posibilidad
de que se marchara esta vez, y la realización de la fuerza de sus emociones
la hizo temblar.
Kathleen sentía la carne dura y caliente, a medida que él entraba y salía
de su cuerpo. El glande abriéndola y llegando hasta sus profundidades más
íntimas era una experiencia tan erótica como deliciosa. Ambos eran una
mezcla de carne ardiente y húmeda; gemidos y exigencias; palabras crudas
de deseo; besos embebidos de desesperación; movimientos de caderas
ansiosas; pálpitos de corazones anhelantes.
—Kathleen… —dijo con un gruñido, arreglándoselas para mover sus
dedos entre sus cuerpos y frotarle el clítoris. Ella se estremeció.
Se inclinó y la besó largamente. Sus cuerpos estaban desesperados por
llegar a esa cúspide prometida desde tanto tiempo atrás. Este no era un
encuentro sexual, sino el reencuentro de dos almas perdidas que acababan
de reencontrarse en el camino para conectarse de la forma más potente.
Única.
—Tristán… —gimió contra los labios de él. Su cuerpo se apretó
alrededor del miembro que invadía deliciosamente su interior.
El gruñido masculino resonó al unísono con el grito de Kathleen. El
orgasmo los sacudió e impulsó a que ambos se sostuviesen mutuamente,
mientras la ola más increíble de placer los envolvía para, al cabo de unos
instantes, dejarlos laxos en brazos del otro como única red de soporte.
Jadeante, Tristán se quedó con el rostro hundido en el cuello de
Kathleen, y ella lo mantenía fuertemente abrazado. Se quedaron en esa
posición un largo rato. Minutos eternos, pero también tan cortos. Paz y
absoluta saciedad. Poco a poco, él se apartó a regañadientes. La miró a los
ojos.
—Hola, Kathleen —dijo frotando la nariz de ella con la suya, sonriendo.
Su satisfacción masculina era tan potente que Kat la sintió en cada poro de
la piel.
Ella se echó a reír con suavidad. Le echó los brazos al cuello.
—Hola, Tristán —replicó.
—Te extrañé mucho más de lo que jamás podré expresar con palabras
—dijo, antes de girar con ella hasta acomodarla sobre su cuerpo.
—Has hecho un buen trabajo sin necesidad de las palabras —le hizo un
guiño y la risa masculina reverberó contra su piel. Se quedaron en silencio,
mirándose a los ojos. Acababan de hacer el amor, pero mirarse, así, era
todavía más íntimo.
Ella apoyó la cabeza contra el sitio en el que latía el corazón de Tristán.
—No voy a fallarte de nuevo, Kathleen —le susurró abrazándola con
fuerza.
Kat esbozó una sonrisa, porque, sí, le creía. Elevó el rostro para mirarlo.
—¿Sabes qué me gustaría? —Él enarcó una ceja—. Una ducha.
Tristán no necesitó que se lo dijera dos veces.
Se levantó con ella en brazos, haciéndola reír, mientras entraba en el
inmenso cuarto de baño y ajustaba la temperatura del agua. Después la
abrazó de la cintura, apegándole la espalda contra su cuerpo, antes de
besarle el cuello. Le agarró los pechos desde atrás, pellizcándole los
pezones. Su erección presionaba sobre el inicio del vértice de la hendidura
en la que empezaba la división de las perfectas nalgas femeninas; ella
movió el trasero, pícaramente.
—Las manos contra la pared, Kathleen —ordenó.
Ella soltó una carcajada dándose la vuelta entre sus brazos. Lo miró con
un desafío perspicaz en la mirada, mientras con la mano le agarraba el
miembro. Por supuesto, no podía abarcarlo todo, así que decidió tomarlo
con ambas manos.
—Estás equivocado, Tristán Barnett —replicó con autoridad en su voz.
Él enarcó una ceja y apretó los dientes cuando la vio acuclillarse. Ella le
lamió el glande, mirándolo a ver si se atrevía a protestar. Él no era imbécil,
así que se quedó callado —. Las órdenes, ahora, las doy yo. Estoy en
cuclillas, pero ¿sabes quién está realmente a mis pies? —preguntó
haciéndole un guiño, al tiempo que empezaba a acariciarlo con las manos,
de arriba abajo, y su boca lo succionaba con destreza.
—Joder… —murmuró cuando los labios se apretaron alrededor de su
pene, domándolo. El movimiento de la boca y las manos hacía que los
pechos de Kat se bambolearean. Él le agarró el cabello húmedo para guiarla
con suavidad y dándole a entender el ritmo que más lo enardecía. Con la
otra mano se apoyaba en la pared para poder mantener el equilibrio. Esta
mujer lo tenía embelesado.
Kat se detuvo cuando lo sintió a punto de tener un orgasmo. Él apretó
los dientes y la fulminó con la mirada. Ella sonrió, consciente de lo que
estaba haciéndole. «Se lo tenía merecido por lo que hizo con su cuerpo en la
cama».
—Me torturaste demasiado, Tristán, así que ahora vas a llegar al clímax
cuando yo te lo diga. ¿He sido clara? —preguntó lamiéndole los contornos
del miembro.
Tristán sintió la adrenalina con potencia en su torrente sanguíneo. Esta
versión desenfadada, pícara y sensual de Kathleen, lo tenía fascinado, pero
si ella creía que iba a vencerlo en su propio juego iba lista. Le quedaba toda
la noche, y mucho tiempo por delante, para darle una lección sobre lo que
ocurría cuando lo retaba en un campo en el que él tenía más experiencia. Un
campo en el que iba a moldear el fuego en Kathleen para luego dejarlo salir
hasta que los consumiera a ambos.
—Me queda claro que por ahora tienes el control, cariño, pero te
prometo que pronto solo vas a gemir… —replicó con un brillo similar al de
un cazador que daba tiempo a su presa para acostumbrar al entorno, sentirse
en confianza, antes de abalanzarse sobre ella y devorarla—. Diablos,
Kathleen… —gimió cuando ella a modo de respuesta succionó su virilidad.
—Puede ser, pero ahora, lo harás tú… —dijo antes de envolverlo con su
lengua, sus ansias y caricias. Él no tuvo más remedio que callarse y cederle
el mando, porque estaba a merced de su mujer; en la que confiaba
plenamente. «Mía».
Durante el resto de la noche y madrugada, Tristán, cumplió su promesa.
 
***
El momento del desayuno fue tan natural como si lo hubieran
compartido infinidad de ocasiones. Los besos de Tristán eran parte del
menú, por supuesto. Kathleen notaba que él parecía más feliz ahora y
entendía la sensación, porque era también la suya. Para ella, la sombra que
la había perseguido por años, por fin, se había largado. Su cuerpo estaba
ligeramente adolorido; la clase de dolor que podría experimentar una y otra
vez con gusto. Tristán era un amante generoso y también lograba alternar la
dulzura y la rudeza en una fórmula deliciosa.
Después de la increíble noche juntos, no quería salir de ese penthouse,
pero la realidad llamaba. Necesitaba continuar el reportaje, pues su tiempo
empezaba a acortarse. Ramona la había llamado para pedirle
actualizaciones, lo cual era normal, considerando que esta era una nota
exclusiva y especial en Perfiles.
—Llevas un mes en las instalaciones de la compañía, investigando, Kat
—le había dicho con su irritante voz—, los avances que me envías me
gustan. Sin embargo, quiero que sepas que he decidido mover la fecha de
publicación.
—No comprendo —había comentado con incertidumbre—. Los
reportajes de Layla se publican cada dos meses. Me quedan…
—Tres semanas, porque hay un reportaje especial desde Oriente Medio
sobre los derechos de las mujeres. Nos ha tomado muchísimo lograr que
una de las fuentes allegadas al gobierno Sirio hable con el periodista. El
texto nos llegará justo para la semana que teníamos planeado subir Perfiles,
así que ha cambiado la prioridad. Consigue datos interesantes de la vida
privada de los Barnett que puedan generar empatía en los lectores. Es
importante —le había dicho, antes de cerrar el teléfono.
Eso había ocurrido dos días atrás.
Kat aceptaba, en un acto de conciencia más personal que profesional,
que había empezado a escribir el artículo con enfado. Así que ese borrador
inicial representaba su frustración con Tristán. Ella terminaría el texto, lo
corregiría y después, cuando estuviera muy segura, le pondría el estatus de
final para que Ramona lo pudiera descargar de la intranet. Kat quería darle a
Barnett Holdings el reportaje que se merecía porque, sin importar su
relación con ellos, se había dado cuenta que la calidad de trabajo, el aprecio
de los empleados, el respeto de otros empresarios, era gracias a la gestión
de Tristán y su equipo de gerentes.
Ella había llamado a la oficina de Portland y le gustó saber que la mayor
parte del staff de esa división era solo de mujeres. Esto era un punto que iba
a destacar en el reportaje: la compañía era de una rama eminentemente de
corte profesional masculino, pero de todas las demás empresas de
construcción de Seattle (lo había investigado) era la única que contaba con
una nómina de empleados que contrataba basándose en preparación y
capacidad, no en género.
Kat era la clase de periodista que reunía todos los datos, incluso aquellos
que se consideraban sin importancia o no pertinentes y luego, poco a poco,
iba descartando lo que no serviría para sus propósitos o enfoque. Al ser
empleada de un periódico, todo lo que recababa, a nombre de Seattle News
Today, era propiedad del medio de comunicación. Lo llevaba muy claro; ese
era el proceso.
Después de poner los platos del desayuno en el lava-vajillas, Tristán la
agarró de la cintura y la abrazó. La mantuvo así, contra su cuerpo, un largo
instante. Cuando la soltó, Kathleen se giró entre sus brazos y elevó el rostro
hacia él.
—¿Ocurre algo? —preguntó con una sonrisa.
—Quiero llevarte a cenar esta noche a mi yate. —Ella lo miró con
ilusión—. Lejos de todo el agobio de la ciudad. ¿Podrás despejar tu agenda?
Kat le hizo un guiño.
—Creo que puedo considerar hacer un pequeño esfuerzo —replicó.
—Estupendo —sonrió—. Y este viernes hay una fiesta en la casa de
unos amigos. El propósito es hacer networking, así que es importante.
Quiero ir contigo ¿aceptas acompañarme? —preguntó besándole las
mejillas y luego los labios.
—No sé, Tristán, te recuerdo que estoy escribiendo un artículo sobre tu
familia y mi nombre aparecerá como la autora. Si empiezan a vernos juntos
besándonos o abrazándonos, entonces invalidarían mi texto al leerlo, así
como mi capacidad de ser imparcial. Después de publicar el reportaje,
entonces será diferente. ¿Me explico?
Él hizo un leve asentimiento, decepcionado, porque era cierto.
—Lo comprendo, cariño…
—Sin embargo, si me aseguras que no vas a actuar en modo neandertal
—se rio cuando él apretó sus dedos en la cintura e inclinó la cabeza
mordiéndole el cuello—, tengo una idea que puede funcionar, si quieres que
te acompañe a esta fiesta o a algún otro sitio público, al menos durante las
semanas antes de que salga Perfiles.
—Cariño —dijo subiendo las manos para sujetarla de los hombros—,
me gustaría que vinieras conmigo a todos los sitios posibles. La tontería de
escondernos o mantenernos en secreto, no va conmigo a esta edad. Sin
embargo, entiendo la posición profesional en la que te encuentras. Ahora,
dime ¿cuál es la idea que me ibas a proponer hace unos instantes?
Ella hizo un asentimiento y le rodeó el cuello con los brazos. Le gustaba
tener esta libertad de abrazarlo; le gustaba el calor de su cuerpo. Durante la
madrugada, después de la cuarta o quinta ocasión en que Tristán la llevó a
un estado maravilloso de placer, le había contado sobre sus periplos como
redactora general. Le explicó lo importante que era para ella el ascenso que
esperaba, no solo por el dinero, sino por las implicaciones en su carrera y
reputación.
Tristán la escuchó con atención, consciente de que no podían discutir el
ángulo que ella iba a utilizar, por razones obvias, sin embargo, le dio
ánimos. Él le comentó que era muy amigo de Haynes Tricket, el dueño de
Seattle News Today, pero que jamás le había pedido ningún favor, sin
embargo, por ella intervendría para que revisaran su perfil y le dieran un
trato profesional más justo. Kat, le agradeció, pero declinó la oferta. Le dijo
que ella podía alcanzar sus propias metas. Tristán solo asintió para después
abrazarla con fuerza, como si temiera que fuese a esfumarse de un momento
a otro. Kat se dejó consentir y durmió apaciblemente entre sus brazos.
—Agrégame a la lista de invitados de esa fiesta, pero también agrega a
Cédric…—Él empezó a protestar, pero Kat fue más rápida y lo calló con un
beso. Al cabo de un instante, cuando los dos estaban recuperando el aliento,
ella sonrió—: Tristán, escucha primero. No me dejaste terminar la idea.
Quiero que mi mejor amigo conozca a Agatha, porque creo que tienen
mucho en común. Si estamos todos en la fiesta, entonces podré conversar
contigo…
—O bailar conmigo y besarme.
—¡Tristán! —replicó meneando la cabeza con una carcajada—. Mi idea
cumpliría varios propósitos: una cita entre Agatha y Cédric, algo que tenía
en mente desde hace muchísimo tiempo. —Él esbozó una sonrisa ante el
comentario y calmó sus celos por completo. No iba a empezar a controlar
con quién salía Agatha, pero si Cédric era buena persona, como Kat
mencionaba (siempre que no fuese ella el objeto de su interés), entonces no
tenía problema—. Al ser una fiesta, no habría mucha presión para ellos,
además, nos divertiríamos un rato. Aparte, yo podría interactuar a tu
alrededor, no como alguien que sale contigo o está contigo, sino como
periodista. Parte del reportaje es darles a los lectores una visión sobre el
CEO: tú.
Él dejó escapar un gruñido de frustración.
—Soy una persona que resguarda su privacidad y lo has sabido siempre
—dijo acariciándole la mejilla. Su tono era firme—. No me gusta sentirme
expuesto por asuntos que nada tienen que ver con la compañía. Por eso
contraté a Tony.
—Te recuerdo que Tony llamó al periódico en el que trabajo consciente
de que Perfiles busca un ángulo más personal —replicó. Su ética no le
permitiría publicar situaciones que estaban off-the-record, pero podía jugar
con los límites. Quería su ascenso tanto o más que su próximo aliento—. Iré
perfilando algunos datos sobre ti, un bosquejo de tu personalidad y tu forma
de trabajar. Lo sumaré a aquello que logre encontrar. Lo que sí te puedo
asegurar es que no escribiré nada invasivo.
—Kathleen, lo sé —dijo. Entendía que necesitaba confiar en Kat, tal
como estaba haciendo ella con él—. Confío en ti. Sé que harás un buen
trabajo, indistintamente del ángulo que elijas narrar, porque siempre has
tenido sensibilidad para hallar los puntos importantes y exponerlo con
fluidez en tus notas. El reportaje que harás retratando Barnett Holdings sé
que será fiel a tu estilo fresco y conciso.
Ella abrió los ojos de par en par y esbozó una sonrisa.
—¿Has leído mi trabajo? —preguntó con emoción y un aleteo en el
pecho.
—Fue la única forma de tener un poco de ti, además de mis recuerdos.
—Oh, Tristán eso es… —Lo abrazó con fuerza y luego elevó la mirada
—: Ese es el mejor cumplido que puedes haberme hecho hoy.
Él enarcó una ceja y le dio una nalgada.
—Si eso es cierto, entonces, necesito darte otros cumplidos más notorios
y que incluyan tus gemidos ¿no lo crees? —preguntó con sensualidad y ella
se rio.
—Por cierto, no respondiste sobre el tema de la fiesta, Tristán. No has
objetado ¿eso significa que pedirás que nos pongan a Cédric, Agatha y a mí
en la lista?
Él hizo un asentimiento breve y guardó el móvil en el bolsillo. Después
agarró la bolsa de Kathleen que estaba en uno de los sillones de la sala. Iban
retrasados para empezar el día, pero Tristán no cambiaría ni un jodido
minuto de las últimas horas.
—Eso significa, cariño, que voy a cobrarte este favor con creces.
—¿Es una promesa? —preguntó, sonriendo, mientras él la tomaba de la
mano y salía con ella del penthouse. La respuesta de Tristán incluyó detener
el elevador un par de veces, mientras la escuchaba, efectivamente, gemir a
causa de sus cumplidos.
CAPÍTULO 10
 
 
 
La fiesta en la casa de los amigos de Tristán era espectacular. La terraza
amplísima con vistas únicas a todo el panorama más pintoresco de Seattle.
El viento veraniego soplaba con suavidad, la música y la comida eran de
lujo. Se divirtió con sus mejores amigos bailando y mezclándose entre los
invitados. Le gustó saber que no se había equivocado, porque cuando
presentó a Cédric y a Agatha, la química de ellos fue instantánea. Kat
podría calcular alrededor de setenta personas en esa reunión. Algunas
estaban en la terraza y otras en el interior. El ambiente era animado.
—Tienes varios días para intentar conquistarla —le dijo Kat a Cédric al
oído, mientras estaban sirviéndose comida del bufet.
—¡Hey, escuché eso! —exclamó Agatha, roja como un tomate.
Kat se rio y luego se encogió de hombros. Tristán charlaba con unos
amigos en otra área de la terraza. Ambos habían acordado no tener muestras
de cariño públicas debido al trabajo que ella estaba haciendo. Uno de los
aspectos que la hacía sentir más ligera era que Agatha, cuando Kat le contó
que estaba saliendo con Tristán de nuevo, la había abrazado con alegría.
Lejos quedaban las niñerías y promesas tontas de años adolescentes. Me
hace feliz que hayas finalmente hayan aclarado todo. No ha existido otra
persona para él más que tú; eres perfecta para mi hermano, le había dicho.
—No hay chicas tan guapas como Agatha en Illinois —dijo Cédric
mirando a la menor de los Barnett—, así que de seguro vendré más seguido
a Seattle.
—Vendrías por Agatha y no por mí, vaya, mejor amigo traicionero —
dijo Kat, riéndose. Llevaban un rato en la fiesta. La etiqueta de la reunión
era vestido cóctel, así que ella optó por un vestido turquesa strapless y
tacones rojos. Llevaba el cabello recogido en una coleta para destacar los
ángulos de su rostro. Sabía que Tristán quería quitarle ese vestido más
pronto que tarde, así que estaba disfrutando de la tortura que representaba
para él tener que contenerse al estar en público.
—Si veo a Agatha sé que te veré a ti también, así que considéralo una
ganancia fabulosa para mí —dijo Cédric en tono encantador, mientras le
sonreía a Agatha,  y esta se reía—. Por cierto, me llamó mi jefe para
decirme que vamos a hacer un podcast en Spotify sobre política. Sé que no
te gusta mucho ese aspecto del periodismo, pero te enviaré el enlace. —
Miró a Agatha—: ¿Te gustaría escucharme cuando salga al aire?
—Oh, claro, Cédric. A diferencia de Kat, a mí sí me gusta la política,
porque mi familia suele estar vinculada con personas bastante afines a esos
tópicos.
Kathleen dejó que ese par se enfrascara en una interesante conversación
y disfrutaran a gusto. No quería ser mal tercio y, además, creía que ya había
cumplido su parte al presentarlos. Un éxito que esperaba que continuara así,
pensó.
Sin embargo, la sonrisa de Kat se borró cuando miró hacia el lado
opuesto del sitio en el que se encontraba. Una mujer de cabellos negros,
cuerpo esbelto y un atuendo que parecía necesitar un poco más de tela,
parecía muy divertida conversando con el grupo en el que estaba Tristán. La
pelinegra tenía una mano sobre el brazo de él y se apoyaba con
familiaridad. No había sentido celos como esos en muchísimo tiempo. La
emoción llegó con una fuerza que la dejó sin aliento.
Como si sintiera la enfadada mirada femenina sobre él, Tristán miró en
su dirección. La mujer que seguía pegada a su costado, ajena a ese cruce de
miradas, continuaba hablando, riéndose y gesticulando, como si el tema que
trataban era la hostia. Él hizo una negación ligera con la cabeza hacia
Kathleen, como si le diera a entender que no era nada importante, pero ella
tan solo se encogió de hombros y salió de la terraza para ir al bar interior en
el que se ofrecían unos cócteles deliciosos.
En teoría, Kat estaba trabajando, aunque ya tenía lo que había ido a
buscar: nombres de los amigos de Tristán, un par de palabras con ellos,
impresiones de la rutina de un CEO cuando hacía vida social, blablablá. No
era algo relevante, sino que ocuparía una línea o dos en su texto. Esta era la
clase información que se usaba para darle “color” a las notas. Pidió al
barman un mojito y lo bebió con lentitud.
—Kathleen —dijo Tristán besándole el hombro, rompiendo las reglas
que había aceptado cumplir—, ¿puedes venir conmigo?
Ella no quería ser infantil, así que intentó con todas sus fuerzas no poner
los ojos en blanco, pero falló. Luego hizo una negación.
—No gracias, Tristán, puedes continuar haciendo “networking” —dijo
haciendo el gesto de las comillas con los dedos.
Él giró el asiento alto para que ella lo mirase. Kat se cruzó de brazos.
—¿Estás celosa? —preguntó con sorpresa—. Porque no hay razón.
—No, no estoy celosa, así que regresa por aquí cuando estés listo para
irnos o si prefieres quedarte un poco más conversando con tu amiga, me
voy en Uber. De todas formas, no tengo que preocuparme por Agatha y
Cédric, ellos están entretenidos y tampoco voy a cortarles la diversión si me
marcho antes.
Tristán no pudo aguantar la risa, le tomó el rostro a Kat entre las manos
y luego le acarició las mejillas. Después se apartó un poco y la miró con
dulzura.
—Kathleen… —meneó la cabeza—, cariño, ven conmigo.
Ella miró alrededor, no quería llamar la atención, porque Tristán tenía
extendida la mano. Él sí era conocido, entonces prefería no generar rumores
tontos. Se terminó de beber el mojito y luego, a regañadientes, extendió su
pequeña mano y aceptó que él la guiara de regreso hacia la terraza.
Él rompió el círculo de varias personas con las que había estado
conversando, al acercarse. Por supuesto, le hicieron espacio. El tema que
estaban tratando era la posibilidad de crear una sociedad de inversores en
una nueva corporación que iba a explotar petróleo noruego. El negocio sería
establecido para Europa y los porcentajes de ganancias, en términos
generales, eran bastante buenos.
—Señores, les quiero presentar a una persona que no solo puede hablar
de negocios, sino de cualquier tema trascendental —dijo con orgullo en su
voz. Este grupo de empresarios acababa de llegar y era distinto a los
anteriores en los que ya había introducido a Kat como periodista del Seattle
News Today—. Hace un rato cuando Marleen —miró a la mujer de cabellos
negros—, me preguntó por qué siempre vengo solo a esta clase de fiestas, le
contesté que no me apetecía mostrar mi vida privada. —Sus pares lo
miraron con una sonrisa y, otros, asintieron. Kat, por otra parte, sentía el
pulso corriendo una maratón. «¿Qué estaba haciendo él?».—. No terminé
de explicarle que hoy era diferente, porque el motor de mi vida privada está
aquí —dijo abrazando a Kat de la cintura—. Ella es Kathleen, mi novia.
—Qué bueno, Tristán, te felicito —dijo uno de los empresarios. Se
trataba de Gregory Perkinson, el propietario de una compañía de desarrollo
web.
—Una mujer que sabe de negocios es una mujer con la que merece la
pena tener una conversación —dijo otro hombre con amabilidad.
El resto de los jóvenes empresarios saludaron a Kat y le hicieron
preguntas sobre su trabajo. Claro, no podía negar su profesión, pero omitió
dar su apellido y el periódico para el que trabajaba. Tan solo mencionó que
era periodista freelance, una pequeña mentira necesaria. Marleen, aunque su
expresión era de decepción porque un partidazo como Tristán tenía pareja,
saludó a Kat con amabilidad.
La conversación fluyó con facilidad, pero la mente de Kathleen también
tenía un espacio para tratar de analizar la declaración pública de Tristán. Él,
un hombre hermético con sus emociones y vida personal, había roto su
regla de la privacidad. No solo eso, sino que la escena reivindicaba lo que él
siempre le negó: su cariño público por ella. El gesto tocaba su corazón de
una manera que no podría explicar.
Después de la fiesta, Cédric y Agatha fueron con ellos al penthouse. Se
quedaron platicando un largo rato, pero antes de la medianoche se
marcharon. Una vez a solas, Kathleen se acercó a Tristán que estaba
mirándola con una sonrisa.
Él sabía que ella tenía el cerebro trabajando a mil tratando de abordar lo
ocurrido con el grupo de empresarios. Kathleen se había contenido todo ese
tiempo para hablar, porque estuvieron rodeados de otras personas. Ahora,
estaban en su cama. No había interrupciones posibles, así que Tristán tan
solo sonrió, porque esperaba lo que llegaría a continuación: Kathleen,
curiosa y preguntona.
—¿Soy tu novia? —preguntó reptando sobre el colchón. Él la giró hasta
quedar sobre ella—. Una declaración interesante.
Él se echó a reír.
—No, Kat, no eres mi novia. Tú eres mi todo —replicó.
—Oh —murmuró echándole los brazos al cuello, con los ojos llovidos e
hizo un asentimiento, antes de besarlo con dulzura—. No debiste hacer esa
declaración pública, pero me siento contenta de todas maneras que me
reconocieras.
—Cariño, uno de mis errores fue no exigirte que mandáramos todo al
Diablo, años atrás, y dejemos la cautela de lado. Ahora, por tu trabajo en
este artículo, parece ocurrir la misma necesidad de secretismo. No puedo
anunciar que eres mi novia en la oficina ni en todas partes como quisiera,
todavía, pero no dudes de que lo haré en cuanto ese bendito reportaje salga
a la luz. Hoy, en particular, no me gustó la idea de que pudieras considerar
que iba a flirtear o que podría flirtear con otra mujer.
—No estaba celosa —replicó con altivez.
Tristán soltó una carcajada y la besó apasionadamente.
—Por supuesto que no lo estabas, nena —dijo con humor. Ella hizo una
mueca—. Tan solo por si tienes dudas, tú y yo somos exclusivos, no te
quiero con nadie más y yo no quiero a nadie más ¿todo claro, verdad?
Ella sonrió de medio lado.
—Muy claro, señor Barnett —replicó antes de que él bajara las copas
del vestido, seguido del sujetador, antes de inclinarse y succionar sus
pechos—. Oh…
—¿Kat, te has quedado sin palabras? —preguntó succionando más
fuerte.
—Sí… No… Oh —gimió cuando él lamió sus tetas de nuevo.
Tristán sonrió contra la piel tersa y suave. Le subió la falda del vestido,
ella le quitó la camisa y pronto, ambos, fueron un torbellino de manos y
ropa volando por la habitación. Él la besó frenéticamente y le acarició los
pliegues del sexo húmedo, después entró en Kat con urgencia. Ella le rodeó
las caderas, apoyando los talones en las nalgas, para instarlo a profundizar
más en su cuerpo. Lo necesitaba.
Se mecieron con ansias, sus cuerpos fusionados, sus sexos creando
fricción. Ella arqueó la espalda cuando sintió la pulsación contundente que
era la antesala de su orgasmo. Tristán siguió embistiendo duro y profundo,
una y otra y otra vez. Su boca recorría la de Kat, bebiendo de ella, sintiendo
cómo el canal íntimo empezaba a succionar su miembro con insistencia. Se
vertió en ella con un gruñido. Kat le clavó las uñas en la espalda y soltó un
gemido con el nombre de Tristán.
Él se quedó dentro de Kat un rato, mientras las oleadas de placer
remitían poco a poco, besándola con dulzura. Cuando se apartó, a
regañadientes, lo hizo tan solo porque le gustaba sentirla sobre su cuerpo.
Así que la acomodó y ella apoyó la mejilla sobre sus pectorales cerrando los
ojos. Estaban saciados y plenos.
—Te amo, Kathleen, y espero que algún día vuelvas a decirme esas
palabras que tanto anhelo escuchar —dijo en un susurro cuando ella se
quedó dormida.
 
***
Los siguientes días pasaron con rapidez, aunque quizá mucho tenía que
ver el hecho de que Tristán y Kat estaban creando un lazo que se volvía más
fuerte cada día. La cena en el yate, así como las que le siguieron en
restaurantes discretos o en la casa de ella o en el penthouse, fueron
especiales. Hubo momentos de pasión, pero también otros de
conversaciones profundas que los llevó a compenetrarse más y permitirse
mutuamente ser vulnerables. Tristán accedió a que escribiera sobre la lucha
de Peyton con el cáncer, para generar conciencia, le habló de los procesos
que su ex atravesó, desde un estado de calma, y Kat lo escuchó sin
resentimientos.
Agatha y Cédric habían tenido una química especial, sí, pero debido a la
distancia consideraron mantener la situación como un affaire, aparte así
sabían a qué atenerse sin crear malos entendidos. Lo anterior fue importante
para los dos, porque estaba de por medio la amistad mutua con Kathleen y
sabían que podría ser un poco caótico si llevaban esa aventura a otros
términos más formales y no funcionaba.
En la primera semana de estancia de Cédric en Seattle, después de la
fiesta, Tristán organizó una cena en parejas, en el yate. El sol había estado
radiante ese sábado, así que los cuatro se dieron un chapuzón en el mar.
Aquella fue una de esas salidas que Kat nunca olvidaría. Fueron varias
ocasiones en que pudieron compartir en grupo, al menos cuando Tristán y
ella no estaban tan ocupados.
La noche antes de que Cédric se marchara, Kat organizó en su
apartamento una cena de despedida. Saber que tendría que esperar un largo
tiempo para volver a ver a su mejor amigo, le supo mal, pero esa era la vida.
Ni modo.
—Llevas un par de semanas en la que tu voz parece más alegre que de
costumbre —dijo Virginia a su hija, mientras cenaban en el apartamento de
Greenwood—. Así que, señorita, quiero saber el nombre de la persona
responsable.
Kathleen terminó de masticar el delicioso cordon blue que hacía su
mamá. Durante el tiempo que llevaba trabajando para Perfiles, además de
pasar con Tristán casi cada noche, sus horarios eran más limitados que de
costumbre. Sin embargo, procuraba hacer un espacio para cruzarse de
Bellevue a Greenwood, al menos una vez cada semana, para ver a Virginia.
En esta ocasión, ya llevaba quince días sin verla.
Virginia le había comentado que Margie ya estaba de regreso en Seattle
y que tenía el capricho de comprar una casa en Houston, porque, al parecer,
tenía interés en un billonario petrolero. Byron no le hacía caso a su mujer y
continuaba su usual comportamiento de tener amantes. Las peleas entre ese
matrimonio seguían igual.
—Tristán —replicó con simpleza y con una sonrisa. La noche anterior él
había tenido que volar a Nueva York, pero regresaría al día siguiente—,
aunque todavía intento asimilar la vorágine de situaciones que hemos
vivido en tan poco tiempo. Todas las conversaciones que hemos tenido
mamá… Nunca creí que pudiera ser capaz de perdonarlo, menos darle una
segunda oportunidad.
Virginia la observó amorosamente.
—Él no la pasó muy bien cuando terminó la relación contigo, se sintió
muy culpable. Sin embargo, me da gusto que las circunstancias los hayan
unido.
—Mamá, pero ¿qué dices? ¿Cómo sabes si la pasó bien o mal? —
preguntó frunciendo el ceño por la seguridad con la que Virginia hablaba.
—Cuando te marchaste a Northwestern, Tristán fue a la mansión a
hablar con Mason, ya sabes lo usual entre abuelo y nieto, pero se encontró
conmigo en la sala. Se acercó a mí, me pidió disculpas por haberte hecho
sufrir y me dijo que si pudiera cambiar las circunstancias que lo llevaron a
tomar la decisión de casarse con Peyton, lo habría hecho sin pensárselo. Me
aseguró que te amaba y que prefería que guardara la conversación solo para
mí y te dejara volar para que cumplieras tus sueños hasta que, él, pudiera
hallar la forma de encontrarte de nuevo e intentar reconquistarte —dijo
agarrando la mano de su hija con cariño—. Él siempre te amó, Kat.
Kat se quedó boaquiabierta. Quiso hablar, pero no salían palabras de su
boca. Agarró el vaso de limonada y bebió todo el contenido con lentitud. Se
frotó las sienes.
—Mamá… ¿Por qué no me lo dijiste? —preguntó con tristeza—. Me
escuchabas llorar por él, me viste con el corazón roto y…
—No podía romper la promesa que te hice a ti de que no te hablaría de
él; ni podía romper la promesa que le hice a él de no mencionar esa
conversación que tuvo conmigo. Así que decidí dejarle a la vida y al
destino, a ustedes, lo que pudiera o no ocurrir. Si te lo hubiera dicho ¿qué
habría cambiado? Tú ya habías llamado al señor Mason y la universidad
esperaba por ti. Ser periodista era tu sueño. Un corazón roto no podía
interponerse en el camino. Tristán nunca me comentó las circunstancias de
ese matrimonio, pero asumo que tú ahora lo sabes y por eso lo perdonaste.
Kathleen apretó los labios. Su madre tenía razón. Después de todo, ella
fue enfática en pedirle que, bajo ninguna circunstancia, le hablara de
Tristán. Virginia tan solo había cumplido con una promesa a dos personas.
—Llevas razón mamá —dijo con resignación—. Si me lo hubieras dicho
entonces, no habría cambiado nada. Y sí, él habló conmigo y me explicó
todo lo que yo necesitaba saber —sonrió—. Ahora estamos en un momento
distinto.
—¿Lo amas todavía? —le preguntó Virginia.
—Quizá más que antes y en una forma más madura —dijo Kathleen con
certeza. Llevaba días dándole vueltas a sus sentimientos—. Tan solo no sé
si, al decírselo, pueda cambiar la dinámica que tenemos ahora. No quiero
romper la burbuja, mamá, porque esas dos palabras harían todo más real.
Virginia ladeó la cabeza.
—No es posible que mi hija se haya convertido en una cobarde —dijo
enarcando una ceja—. ¿No crees que él también necesita escuchar tus
palabras? Quizá es un hombre fuerte y seguro de sí mismo, pero la fuerza
del amor no está en callarlo.
CAPÍTULO 11
 
 
 
Kat tenía todavía un par de párrafos del borrador final por escribir para
el reportaje. En su carpeta abundaban los apuntes. A veces, la agobiaba
cuando tenía demasiada información, porque el proceso más difícil era
depurarla y elegir la que de verdad cumplía el propósito del texto que le
solicitaban. Por otra parte, las fotografías estaban completas. Una de ellas
era de Tristán en el yate y otra, en la oficina. Las tomas las había realizado
el fotógrafo del periódico una semana atrás. El hombre hizo un trabajo
fantástico, porque capturó el aura dominante del CEO.
Ella estaba considerando quedarse con una copia de esa sesión
fotográfica.
Le quedaban poquísimos días para enviar el reportaje final y eso le
generaba una sensación agridulce. Una vez que cumpliera su tarea, ya no
iría a Barnett Holdings ni tampoco estaría rodeada de Tristán
constantemente. Les quedarían, seguro, los espacios libres en sus agendas,
las noches o madrugadas, pero no sería igual. Se había acostumbrado a la
certeza de su presencia, al aroma de su perfume cuando pasaba a saludarla
en la oficina, las conversaciones breves en la tarde y los besos robados
cuando no había nadie alrededor. Por otro lado, tenía la expectativa de que
Ramona se sintiera satisfecha con su trabajo y le diera el ascenso que tanto
merecía.
El anterior era el motivo principal por el que Kat estaba en el edificio de
la empresa constructora en esos instantes, a las seis de la tarde, muy
concentrada, mientras ya todo el noveno piso se había vaciado. Ni siquiera
había tomado un snack. Cuando se olvidaba de todo lo que no fuese teclear,
en las oficinas del periódico, algunos de sus compañeros, que sufrían del
mismo síntoma, le dejaba una barrita de granola o una taza de café en el
cubículo. Ella solía murmurar un agradecimiento, aunque no apartaba la
mirada del ordenador hasta terminar y entregar el artículo.
Kat había decidido titular este reportaje Barnett Holdings, una fortaleza
generacional. Quería dar a conocer las causas sociales que apoyaba, a título
personal, Tristán, por ejemplo las fundaciones para niños con condiciones
especiales de aprendizaje; organizaciones que ayudaban a jóvenes de
escasos recursos con altas calificaciones académicas; instituciones de
preservación de la fauna marina local. El dinero salía de las cuentas
privadas del CEO. Sin embargo, nada de esto conocía la prensa. Por eso Kat
consideraba importante mencionarlo.
Ella tenía lista la información de la dinámica de los empleados, el caso
de Peyton, la dislexia de Tristán, la relación abuelo-nieto, la viculación de
Agatha en la parte arquitectónica, las actividades extracurriculares que
acercaban al CEO a otros empresarios, la pasión de Tristán por el mar y su
vínculo con Faye, los sueños cumplidos (Portland) y aquellos por cumplir
(una nueva oficina en Los Ángeles).
Kat iba a dar un giro a la imagen de hombre altivo y distante que tenía la
sociedad sobre Tristán, porque era lo justo. Él era mucho más que un
millonario hermético o ambicioso o exitoso. Sobre los problemas entre
Byron y su hijo mayor, ella retrataría el asunto como el conflicto de una
generación caduca y restrictiva con una más abierta y flexible. La anterior
era su manera, personal, de vengarse de Byron; lo dejaría como un hombre
idiota y corto de miras.
El legado y las lecciones de éxito que le contó Mason en una entrevista,
a la que accedió tiempo atrás, también estarían incluídas. Ella quería que los
lectores comprendiesen que, antes de ser una compañían, esta era una
familia que velaba por otras y hacía esfuerzos para que todos ganaran. Los
instantes bajos existían: pérdidas de contratos, querellas legales, temporadas
de crisis y números rojos en el balance. Si el enfoque de Ramona era
humanizarlos, Kat ya lo estaba haciendo.
El timbre del teléfono la sacó de su concentración.
Se enfurruñó porque había olvidado dejar el aparato en silencio, pero al
ver de quién se trataba esbozó una sonrisa.
 
Venom: Kathleen, hay algo que necesito discutir contigo de inmediato.
No, no le había cambiado el apodo a Tristán en su teléfono. Cuando le
contó que lo llamaba así, él la agarró a besos, riéndose.
Kat: ¿Todo bien en Nueva York? ;)
Venom: En este momento debería continuar tal como la dejé o eso
espero…
 
Kathleen entendió el mensaje, se apartó de la silla y fue con paso rápido
hasta la oficina del CEO. La luz estaba encendida; entró con rapidez.
Tristán estaba apoyado contra el escritorio, un pie sobre el otro y el móvil
en la mano. Sonriendo.
—Hola, mi vida —dijo mirándola de arriba abajo. Ella estaba guapísima
con una falda que favorecía a esas curvas enloquecedoras; tacones altos de
color rojo y una blusa blanca; el cabello recogido en media coleta—. No me
escuchaste llegar, porque supongo que estás trabajando en tu artículo.
¿Verdad?
Ella se echó a reír, asintió, y corrió a los brazos que se abrían para
recibirla.
—Te extrañé, Tristán —murmuró—. Dos días se han hecho largos.
Él la sujetó de la cintura y sintió cómo el cuerpo de Kathleen parecía
más vibrante entre sus brazos. Le gustaba escuchar que lo había echado en
falta. Cada día que pasaba las barreras de ella eran menos visibles. Se sentía
como un gladiador, después de haber conquistado el favor del César en el
Circo Romano.
—No más que yo a ti —replicó besándola con fervor, emitiendo un
gruñido, y ella le devolvió el beso con la misma pasión. Ella era dulzura y
suavidad, pero también una corriente de alto voltaje que hacía vibrar sus
sentidos.
Sus lenguas se encontraron y sus gemidos eran primitivos, feroces y
ávidos del otro. Ellos eran dos humanos que estaban dejando que sus partes
salvajes tomaran el control. El miembro de Tristán vibraba contra los
pantalones y pulsaba ante el deseo de liberarse del confinamiento y penetrar
a Kat. Durante todo el puto viaje, él no hizo más que pensar en que
necesitaba perderse en ella. Nueva York había sido un caos.
Uno de los gerentes de planificación había tenido una aventura con una
subalterna. La mujer entabló una demanda contra la compañía, por abuso de
poder, cuando se enteró que el ejecutivo se había acostado también con otra
colaboradora. Tristán tuvo intensas horas de discusión con los abogados y el
vicepresidente ejecutivo de Barnett Holdings en la costa este, Mitchel
Lewis. Al final, la mujer retiró la demanda, el gerente fue despedido, y el
equipo legal quedó a cargo de resolver el resto del asunto durante las
siguientes semanas. Un completo circo.
Kathleen enredó los dedos en el cabello de Tristán. Él le recorrió el
cuerpo con las manos, apretando y acariciando sus curvas. Después le
agarró la blusa y se la quitó; le siguió el sujetador. Le subió la falda negra
hasta la cintura. Ella se deshizo de las bragas, al tiempo que quitaba de su
paso el pantalón y el bóxer de Tristán para agarrar la cálida dureza entre sus
manos. Él gimió y ella le mordió el labio inferior; lo empezó a acariciar con
destreza; sabía cómo tentarlo y enloquecerlo. Era mutuo.
—Tristán…
—Tú eres todo lo que necesito —dijo él ciego de deseo.
Él le apretó los pezones duros con los dedos y se bebió el gemido de
dolor que exclamó Kat. Después bajó los labios para chuparle los pechos
como sabía que a ella gustaba. Quería tomarse más tiempo, pero la urgencia
era ineludible. Tristán barrió con la mano todo lo que estaba sobre el
escritorio. Le daba igual.
—Podemos usar ese sofá —murmuró ella, agitada, pero él la agarró de
la cintura y la dejó casi al borde al superficie—. O no… —dijo con una
sonrisa.
—No puedo esperar, cariño —dijo Tristán, mientras Kat se apoyaba
sobre las palmas de las manos y separaba más los muslos para él—. Mojada
y lista. Dios…
El sexo rosáceo y bañado de humedad, las tetas firmes y de pezones
respingones, la expresión de ensueño y lujuria de Kat, lo excitaron más. En
el exterior, la ciudad continuaba iluminada por los rayos de sol de verano
que pronto se extinguirían. Estaban solos en su burbuja sensual y aislados
del mundo.
Él la sujetó de las caderas y la penetró con fuerza.
Ella gimió y arqueó la espalda, mientras se sostenía de los hombros
sólidos todavía cubiertos por la camisa de color azul marino. La boca de
Tristán poseyó la suya y sus cuerpos se movieron con frenesí. El vaivén de
sus caderas creaban los sonidos de la lascivia. Kat le mordía la boca como
si también quisiera marcarlo, porque se sentía posesiva con él; lo quería
todo de Tristán. Sus jadeos llenaron el espacio, mientras sus pieles vibraban
con cada roce. Pronto, sus músculos se tensaron, el nivel de adrenalina se
disparó, sus pupilas se dilataron y el fuego líquido que surgía de cada uno
se entremezcló en un solo. El orgasmo disolvió la realidad y solo existieron
las pulsaciones convulsas de sus sexos; el alivio; la petite mort.
Cuando las succiones de la vagina remitieron alrededor del grueso
miembro, Tristán empezó a besar la boca sonrosada, con dulzura; la
mordisqueó con suavidad. Ella le devolvió las caricias con profunda
emoción. A ratos, cuando se besaban, lo hacían mirándose; diciéndose, con
la boca y el cruce de miradas, las emociones que no necesitaban palabras.
Él salió del cuerpo de Kat con lentitud y fue al baño de la oficina para
limpiarse. Al cabo de unos segundo regresó con una toalla con agua tibia y
removió la huella de su deseo de los muslos tersos.
—¿Estás bien, Kat? —le preguntó tomándola de la cintura para ayudarla
a estar en pie sobre la alfombra. Ella se rio e hizo un asentimiento.
—Más que bien —murmuró, sonrojada—. A lo mejor esta idea de que
viajes a Nueva York más seguido sea una a tomar en consideración para
repetir.
Él soltó una carcajada y la besó fugazmente cuando estuvieron vestidos.
Tristán le propuso ir a cenar a un restaurante cercano y luego dar un paseo
por la playa, pero ella tan solo hizo una negación y le dijo que no quería
marcharse todavía. De repente estaba nerviosa y sentía el corazón latiéndole
con rapidez. Sabía que sus emociones no eran posibles de mantenerse
ocultas más tiempo.
—Kathleen —dijo con curiosidad tomándole el mentón entre los dedos
para obligarla a que lo mirase—, ¿ha pasado algo? ¿Fui muy rudo?
Ella hizo una negación. Sí, esta vez había sido un encuentro casi salvaje,
sentía un ligero ardor, aunque le gustaba lo que hacían juntos.
—La que te dejó marcas de sus uñas fui yo —murmuró.
—No me he quejado, no tienes de qué preocuparte. Me gusta tu marca
en mí.
Kat tomó una profunda respiración ante la mirada inquisitiva de Tristán.
—Lo sé, pero no es eso… —dijo clavando su atención en los ojos
aguamarina que la habían invitado a sumergirse en ellos para no dejarla
salir jamás. Ella tampoco quería emerger a la superficie, porque en esas
lagunas de calma y tempestad, al unísono, eran el sitio en el que más segura
se sentía; en el que sabía que era protegida.
Él ladeó ligeramente la cabeza. La sentía inquieta y también insegura.
No comprendía la razón cuando acababan de tener un sexo increíble. Como
era lo usual. Tocar a Kathleen era ir en caída libre directo a una llamarada.
Quemarse en el fuego de esta mujer era para él expiación, redención y
felicidad.
—Ha pasado tanto entre los dos —dijo abrazando a Tristán de la cintura
y elevando su rostro para mirarlo. Él la sentía temblar, pero no era deseo,
sino ¿incertidumbre? Frunció el ceño—. He crecido, madurado y cambiado
a lo largo de estos años. Reencontrarme contigo fue amargo, pero fuiste
paciente, aceptaste tus errores, me demostraste que, además de deseo y
placer, me escuchas de verdad, te interesan mis sueños, mis arrebatos, mis
anhelos. Me desmostraste que me quieres…
—¡Te adoro, Kathleen! —zanjó con un gruñido—. ¿Es que tienes
dudas?
Ella extendió las manos y le acarició el rostro. Meneó la cabeza.
—Solo ha existido un hombre en mi vida al que le he confesado mis
sentimientos —tragó saliva—, pero esa ocasión no salió nada bien. —
Tristán apretó los labios y asintió con firmeza—. Sin embargo, ese mismo
hombre regresó a mi destino. Nunca podré amar a otro. —Él sintió el
corazón a punto de explotar de regocijo—. Siento haberme tardado en
decirte las palabras que mereces —dijo con lágrimas en los ojos y él aferró
sus manos a la cintura suave—. Te amo, Tristán. Te amo tanto. No vuelvas
a apartarme de ti.
El sonido de satisfacción que salió de la garganta masculina fue
parecido al rugido de un león poderoso que acababa de recibir el regalo más
grande. Acababa de conquistar el mundo con dos palabras. Dos palabras
que no tenían precio.
—Jamás voy a dejarte ir, Kathleen. Estás condenada a pasar conmigo un
largo, muy largo, tiempo —replicó con ímpetu—. Gracias por amarme de
nuevo. Me siento honrado —dijo antes de besarla posesivamente.
Este no fue un contacto carnal y primitivo, no. Este era un beso en el
que dos almas, desnudas por completo frente a la otra, sellaban el pacto más
importante: amar, ser amado, corresponder, cuidar y preservar. Se quedaron
abrazados porque finalmente, después de tantos años, estaban completos.
 
***
La comida en el restaurante hindú estaba deliciosa. Las especies hacían
explosión con una sutileza en el paladar. Tristán tenía planeado invitar a Kat
al yate en una de las próximas noches, porque Nueva York había sido un
viaje de trabajo, pero también de carácter personal. Lo anterior no podía
comentárselo a ella todavía, hasta que le enviasen el encargo que él había
dejado pendiente en Manhattan.
Tristán entendía lo difícil que había resultado para Kathleen confiar de
nuevo, en especial decirle que lo amaba. Nunca daría el amor de esta mujer
por sentado; no quería volver al Infierno. Un hombre, en ocasiones,
necesitaba perderlo todo para comprender la magnitud de su arrogancia y
estupidez. Él había aprendido su lección; no cometería el mismo error dos
veces.
—Tristán —dijo ella, al notar que el móvil se había encendido con
varias llamadas durante la cena—, ¿no vas a responder?
—Estoy contigo, no hay nadie o nada más importante, Kathleen.
—Mmm ¿puedes contestar de todos modos? Me parece haber visto que
una de esas llamadas era de tu hermana —murmuró. Después su propio
teléfono sonó con la alerta de un mensaje. Leyó el texto—. Agatha me está
escribiendo que, por favor, respondas el teléfono de manera urgente.
Tristán frunció el ceño. Él había dejado el teléfono en silencio, porque
esta noche era importante para los dos. Quiso tener una comida sin
interrupciones, sin recibir mensajes, correos o llamadas de trabajo. ¡Para
eso existían los gerentes! No era posible que se pretendiera que el CEO
resolviese personalmente todos los enredos.
Su historial tenía cinco llamadas perdidas de Mason, tres de un número
desconocido y diez de Agatha. Se inquietó pensando que podría ser algo de
Caleb.
—Hey, lo siento, estoy cenando con Kathleen ¿qué pasó? —le preguntó
a su hermana cuando ella respondió al primer timbrazo—. ¿Ocurrió algo en
la clínica?
Kat notaba la expresión de Tristán cambiar de serena a consternada.
Cuando cerró la comuniación, dejó dos billetes de cien dólares, un monto
exhorbitante comparado con el valor real de la cuenta, y se puso de pie. Le
pidió que lo acompañara al hospital. Sus movimientos eran casi automáticos
y conducía con rapidez, aunque prudentemente. Lo que llenaba el silencio
en el coche era la voz de Artic Monkeys.
—Tristán, por favor, háblame. ¿Por qué estamos yendo al hospital? —
preguntó con sus sentidos inquietos. Aunque él no era un hombre de
muchas palabras con otras personas, sí lo era con ella. El hecho de que se
mantuviera en silencio, como si estuviese perdido en sus cavilaciones, la
ponía nerviosa. Quería darle tiempo a asimilar lo que sea que le hubiera
dicho Agatha, pero ya no podía continuar en ese lapsus de mutismo—.
Dime qué pasa —dijo con suavidad.
—Mis padres acaban de sufrir un accidente en la carretera —dijo con la
voz agitada—, y los llevaron en helicóptero al University of Washington
Medical Center. Dice Agatha que mi madre está golpeada, pero estable. Mi
padre ha perdido mucha sangre y su condición es reservada. Mi abuelo y
Agatha están ya en el centro médico… —dijo, mientras tomaba un atajo en
la autopista.
Cuando llegaron al centro médico, Tristán tenía entrelazados sus dedos
con los de Kat con firmeza. Se dirigieron a la habitación en la que estaba
Margie. En el interior se encontraba Mason, lo saludaron; y la menor de los
Barnett. Esta última, al ver a su hermano mayor, fue a abrazarlo y él la
envolvió en sus brazos protectoramente; empezaron a hablar entre ellos y
discutir con un tono discreto.
Kat se acercó al patriarca de la familia. Él le sonrió con amabilidad.
—Mason —dijo Kathleen en voz baja, porque Margie estaba dormida
—, ¿quiere que le traiga algo de tomar? ¿Cuánto tiempo lleva aquí?
—Ah, muchacha, no hace falta. Mi chofer me trajo hace poco.
Ella se sentó juntó al anciano y le tomó la mano entre las suyas.
—Me apena verlo en estas circunstancias, en lugar de hacerlo en nuestro
usual café —dijo en tono suave. Aunque Mason era un hombre que
mostraba fortaleza, ya tenía ochenta años, las emociones fuertes solían
afectar más a los adultos mayores.
—Mi hijo es un tonto —meneó la cabeza—, al menos mi nieto mayor es
el que ha sacado el cerebro funcional. Logró reconquistarte —sonrió y
Kathleen se rio, porque el anciano no perdía oportunidad de decir lo que
pensaba o notar detalles y mencionarlos—, ¿se porta bien o tengo que darle
coscorrones como cuando era crío?
—Tristán se comporta muy bien estos días —replicó con una sonrisa y
Mason asintió—. ¿Cuándo vendrán los médicos a dar información sobre
Byron?
—En unos minutos supongo, al parecer están estabilizándolo. Es todo lo
que nos han dicho. No comprendo a los médicos estúpidos que reservan
información cuando los familiares necesitamos claridad, en lugar de
confusión. Idiotas.
—Estoy de acuerdo con usted —murmuró—. ¿No le dijeron qué fue lo
que ocurrió con exactitud? Porque al menos eso deberían decirles ¿verdad?
Kathleen no cubría nunca el área médica, porque para eso sí existían dos
reporteros especializados. Lo anterior no era usual en los periódicos, sino
un lujo que Seattle News Today podía darse porque el dueño, Haynes
Tricket, era billonario y su intención era mantener el periódico entre la élite
de la prensa escrita y digital.
—Sí, al parecer Byron iba discutiendo con Margie y perdió el control
del vehículo, porque iban a alta velocidad. Se estrellaron contra un árbol.
Mi nuera tiene golpes, pero su condición no es grave como notas. Mi hijo
recibió todo el peso del accidente en el lado del conductor y debido a las
heridas perdió mucha sangre. No sabemos si sus órganos están bien o si ha
sufrido contusiones o huesos rotos. Así que nos toca esperar a saber qué
rayos pasa con él.
Todos permanecieron un largo rato en la habitación. Tristán caminaba de
un lado a otro, mientras Agatha conversaba con Kat en voz queda. Mason
parecía haber sucumbido al cansancio y se había quedado dormido en el
sofá.
—¿Familiares de Byron Osmond Barnett? —preguntó el médico al
entrar en la habitación. La interrogante era más un protocolo de
confirmación. Los Barnett asintieron—. Buenas noches, soy el doctor Laslo
Brucov, lamento informarles que el paciente necesita tres pintas de sangre
de manera urgente. La pierna derecha sufrío un corte profundo al igual que
el brazo del mismo lado. No hay daños cerebrales Su condición es delicada,
aunque estable. El grupo sanguíneo del paciente es o-negativo, así que solo
puede recibir transfusiones de su mismo grupo. En la lista que me entregó
la señorita con los datos requeridos por el hospital —dijo mirando a Agatha
—, se informa que son tres hijos. Agatha Millicent Barnett, Caleb Jeremiah
Barnett y Tristán Greyson Barnett. Los señores tienen el grupo sanguíneo o-
negativo. La señorita es a-positivo. El señor Mason no puede donar porque
está consumiendo medicación.
Tristán y Agatha se miraron en una comunicación silenciosa. Kathleen
era a-positivo también, aunque quisiera donar, no podía hacerlo. No era
compatible.
—Yo soy Tristán —dijo el CEO de Barnett Holdings—, puedo donar sin
problemas. En el caso de mi hermano, Caleb, es imposible.
—¿Algún motivo en particular? —preguntó Laslo con voz de
impaciencia, porque Byron estaba débil y siempre el primer recurso era la
familia.
—Se encuentra en un centro de rehabilitación. Caleb es adicto a la
heroína —replicó como si las palabras, al expresarlas, fuesen vidrios rotos
en su garganta.
—Entonces vamos a recurrir al banco de sangre de forma urgente para
las pintas restantes. Señor Tristán ¿está dispuesto a donar una pinta de
sangre?
—Sí, por supuesto —replicó sin dubitar.
—Bien, la enfermera vendrá pronto para llevarlo a realizarse el
procedimiento y comprobar que todo está en orden. ¿Ha bebido alcohol en
las últimas setenta y dos horas? —Tristán hizo una negación—. Perfecto.
Gracias.
El médico abandonó la habitación que estaba ahora en silencio. Lo
único que rompía ese mutismo era la máquina que monitoreaba los signos
vitales de Margie.
Kathleen estaba por completo sorprendida de conocer lo que en verdad
ocurría con Caleb. Todos decían que estaba en Nueva York. Ella
comprendía que, a toda costa, la familia hubiera mantenido esa mentira para
proteger al hermano de la mitad. Jamás se hubiera imaginado algo como
esto y se apenaba de verdad. Levantó la mirada y Agatha tan solo bajó la
suya con pesar; cuando Kat posó sus ojos castaños sobre Tristán, él tenía
una expresión de tormento y preocupación.
Ella se apartó de Mason y fue hasta Tristán.
—Tu papá va a ponerse bien, cariño —dijo abrazándolo de la cintura.
—Siento no haberte hablado de Caleb —murmuró apoyando la cabeza
sobre la de Kathleen—. Ha sido un tormento constante del que me siento
culpable.
Kat se apartó con el ceño fruncido.
—¿Por qué habrías de sentirte culpable? No comprendo.
—Él envió a Caleb a Portland para darle una lección, para intentar
enseñarle que, si quería ganarse un rango más elevado en la corporación,
necesitaba hacerlo con esfuerzo. Caleb despilfarró la fortuna que le dejó la
abuela en drogas, mujeres y estupideces. Su estancia en Portland fue en
realidad una temporada de juerga —dijo Agatha en tono monótono mirando
a su mejor amiga, mientras esta apoyaba la espalda contra el torso de
Tristán y él la abrazaba de la cintura como si fuese el ancla que lo ataba a
Tierra. Y, en cierto modo, era así.
—¿Lleva Caleb mucho tiempo en esta situación? —preguntó Kat,
mientras ponía sus manos sobre las de Tristán.
—Esta es la cuarta ocasión que está en rehabilitación… Si alguien se
hubiera enterado en Seattle de su adicción, le habrían hecho la vida una
miseria más grande de lo que ya era y es… —dijo Agatha—. Tristán cree
que es su culpa que Caleb haya caído en el vicio, en lugar de entender y
aceptar que es un adulto con capacidad de decisión. El abuelo ahora tiene
control de la fortuna de Caleb, es el tutor, así que con eso esperamos que se
detenga la racha de despilfarro en drogas y salga de esto.
Kat se sentía terrible por Tristán. No podía imaginar lo que esa culpa
había hecho en él. Su mejor amiga le dedicó una sonrisa débil y luego se
sentó en silencio.
—No tengo palabras… —murmuró Kathleen—. Me apena tanto, pero
también es verdad que nadie es responsable de las decisiones de otras
personas. Supongo que al ser el hermano mayor —dijo girándose en los
brazos de Tristán para mirarlo—, tu necesidad de no fallar es imperiosa,
pero no puedes abarcarlo todo.
Él la soltó y se mesó los cabellos. Después hizo un asentimiento.
—Lo sé, Kathleen… Ahora, lo sé… Aunque sigue siendo mi hermano
menor y yo —apretó los labios—, pues siempre he tenido esta necesidad de
romper la rivalidad que existe entre los dos. Creía que le estaba haciendo un
bien, pero…
Kat puso los dedos en los labios de Tristán. Le sonrió con amor.
—Tal como dijo Agatha, la decisión fue de Caleb no tuya.
Él tan solo hizo un asentimiento.
Al cabo de veinte minutos, una enfermera entró para guiar al mayor de
los hermanos a la sala en la que se extraían las pintas de sangre. Kathleen
permaneció con Mason, que seguía dormido plácidamente, y Agatha. Con
su mejor amiga hablaron de naderías para tratar de quemar el tiempo y
aliviar la incertidumbre.
En ese lapso, Kat pensó que esta situación redimensionaba su reportaje.
Agregaría un enfoque sobre el lazo tan fuerte y la lealtad para protegerse
entre hermanos. Porque esa misma necesidad de proteger se extendía a la
compañía: para los empleados y sus familias. Encontraría la perspectiva
adecuada. Este era el cierre perfecto que había estado buscando para
Perfiles. Estaba convencida de que los Barnett quedarían retratados como
una familia norteamericana tan normal como otra que buscaba, y conseguía,
resultados extraordinarios.
Cuando Agatha se incorporó para ir al baño Kat abrió la aplicación del
periódico en el móvil e ingresó en la intranet con la finalidad de escribir sus
últimas notas y no olvidarse sobre estos nuevos detalles, entre esos la
adicción de Caleb, como referencia, aunque no fuese a publicar al respecto.
Solo necesitaba el recordatorio.
 
***
Tristán regresó a la habitación. La certeza que Kathleen estaba a su
alrededor evaparó de inmediato la sensación de angustia. Byron había
ingresado al quirófano, porque le detectaron una apendicitis. Parecía como
si todo hubiera explotado de un momento a otro. Mason no protestó cuando
Agatha insistió en que abriera el sofá-cama, para que acomodara mejor la
espalda, y aceptó una taza de té.
Al cabo de un rato, Margie parpadeó y miró a su hijo, le sonrió
débilmente.
Tristán llamó a la enfermera. Agatha se acercó para saludar a su madre,
aliviada. La enfermera analizó el monitor, tomó los signos vitales y ajustó el
suero. Le dijo a la paciente que, aparte de algunos golpes, que ya habían
comprobado que no tenían repercusiones graves, le darían el alta al
siguiente día. La única indicación era que debía regresar para quitarle los
puntos de sutura de la mano derecha en la que había sufrido una herida
bastante profunda. Le aseguró que, con el yeso de la pierna, requería utilizar
muletas y seguir las indicaciones del traumatólogo.
La alegría de Margie al ver a sus dos hijos, la mujer entendía el motivo
por el que Caleb no estuviera alrededor, se apagó cuando reparó en la mujer
que estaba sentada en uno de los sillones de la habitación. Frunció el ceño.
—¿Qué está haciendo esta muchacha aquí? —preguntó con hostilidad
—. Creía que estaba viviendo en otro Estado. No la quiero en este sitio.
¡Por Dios! ¿Es que se ha perdido la capacidad de separar, otra vez, la
familia de los intrusos? Lo que necesito al despertar es a mis hijos y
privacidad, pero me encuentro con esta chica.
Kathleen se incorporó del asiento, no le apetecía inquietar a una persona
convaleciente y que había sufrido un accidente de tránsito solo horas atrás.
Su intención era marcharse, porque tampoco se iba a quedar a escuchar los
agravios verbales de Margie. Sin embargo, cuando pasó cerca de Tristán él
la tomó de la mano y la acercó contra su costado sin ningún atisbo de duda
en sus acciones.
Margie observó el gesto, horrorizada. Agatha tan solo miraba a su madre
con decepción. Con el paso de los años había comprendido que era una
mujer que vivía amargada, porque no tenía el amor de Byron y, ahora, se
dedicaba a imitiar las mismas actitudes de su padre: tener amantes. No solo
eso, sino que las apariencias y el dinero se habían convertido en lo único
que tenía valor para ella. En esos instantes, quiso refutar el comentario de
su madre, pero su hermano mayor se adelantó.
—Madre —dijo Tristán en tono acerado mirando a su progenitora—, la
mujer de la que tú hablas tiene el derecho a estar en el sitio que le plazca.
—¿Es que nuevamente te ha dado esta idiotez de buscar un
entretenimiento con la clase baja? —preguntó como si Tristán hubiese
cometido un crimen—. ¡Hijo, por favor, con la cantidad de candidatas
idóneas para formar una familia y estás perdiendo el tiempo de esta manera!
—exclamó en tono dramático.
Kat giró el rostro a otro lado y apretó los dientes. Contó mentalmente
hasta diez. No quería ser parte de esta discusión; no quería escuchar las
ofensas de Margie. Su ira empezaba a crecer y era capaz de mandarla al
demonio; no quería estar en esta posición de conflicto por más que la bruja
esta se lo mereciera. La mujer era la madre de Tristán y Agatha, así que Kat
prefería evitar irrespetarla. Su autocontrol estaba en niveles bajos. Intentó
zafarse del agarre de Tristán, pero él la retuvo con firmeza.
Tristán apretó la mandíbula ante la expresión inquieta de Agatha. Mason
se había despertado, el muy bribón, pero mantenía la boca cerrada, porque,
finalmente, él estaba escuchando a su nieto poner en su sitio a Margie. Le
gustaba ver que Tristán había entendido de verdad su lección. «Menos mal,
menos mal».
—No está aquí por ti, no te confundas. Ella está aquí por mi hermana,
mi abuelo y por mí. Kathleen es la mujer que yo elegí, madre —expresó
con una convicción absoluta mirando a Margie con determinación—.
Kathleen es la mujer que yo amo y he amado siempre. Si no eres capaz de
aceptarlo y respetar mis decisiones, y a ella, entonces me tendré que
marchar. No voy a tolerar tus salidas de tono. Si quieres verme te tocará
aceptar que Kathleen es parte de mi vida ahora.
Kat se quedó en absoluto silencio y sus ganas de apartarse de Tristán se
desvanecieron. Su corazón era un tambor que vibraba con un eco que podría
escucharse a kilómetros de distancia, estaba segura de ello, y el nudo en la
garganta era consecuencia de una indescriptible emoción. Él estaba
marcando un límite y dejando claro sus sentimientos y posición ante
Margie. La estaba defendiendo.
—Increíble —farfulló la esposa de Byron con decepción. Ella adoraba a
su hijo mayor y la mínima posibilidad de no tener contacto con él, le daba
pánico. Además, como madre, con la situación de Caleb ya tenía suficiente.
—Tú decides madre ¿quieres que nos quedemos o no? —preguntó
Tristán.
Margie cerró los ojos y le tomó tres largos minutos volver a abrirlos.
Mason, en el sofá-cama, tan solo se carcajeó y miró a su nieta. Agatha le
hizo un guiño a su abuelo dándole a entender que, al fin, Margie iba a dejar
de fastidiar con su esnobismo.
La mujer pareció mutar de una cobra venenosa a un amable monito.
—Kat —dijo Margie como si esas tres letras representaran beber
arsénico, pero intentó con todas sus fuerzas disimularlo—, lamento mi
exabrupto. Supongo que el accidente me ha afectado emocionalmente.
Gracias por venir hoy.
—Me alegro que hayamos llegado a un entendimiento —dijo Tristán
relajando su cuerpo sin soltar a su novia.
—No pasa nada —murmuró Kathleen mirando a Margie.
 
***
Casi a las once de la noche, Byron salió de cirugía, el efecto de la
anestesia pasó a la medianoche y fue cuando los médicos autorizaron a la
familia a visitarlo en la habitación. La suite del hijo de Mason estaba junto a
la de Margie. Kathleen se sentía bastante agotada, pero no podía dejar solo
a Tristán cuando la necesitaba. Ella habría esperado que él la acompañara si
Virginia hubiera estado convaleciente.
Cuando entraron en la habitación de Byron, Kat tan solo lo saludo de
lejos y prefirió dejar espacio a la familia, así que se quedó de pie a un
costado. El hombre, a diferencia de Margie, le dedicó un asentimiento. Él
no era tan esnob como su esposa y le daba igual con quiénes estaban sus
hijos; sin embargo, su actitud era déspota y sus palabras ofensivas, porque
creía que su apellido y fortuna le daban ese derecho. Byron estaba
interesado, al igual que Caleb, en el poder que podía alcanzar. Eso era todo
lo que de verdad lo motivababa. Resultaba impresionante cómo algunos
aprendizajes tóxicos y erróneos de los padres eran heredados por los hijos.
—Hola, papá —dijo Agatha a Byron—. Me alegro que finalmente nos
hayan dejado verte. Sé que eres un poco vanidoso, así que te diré que esas
heridas sanarán pronto y el corte de la mejilla se arregla con un cirujano
plástico. Por cierto, mamá está bastante bien. —Él asintió—. Mañana le
darán el alta. A ti, en cuatro días.
Byron esbozó una sonrisa mirando a su hija.
—Ya estoy viejo para estas tonterías de hospitales —murmuró.
—Entonces más te vale que dejes de ser un imbécil —intervino Mason.
El sueño en el sofá-cama al parecer le había dado las fuerzas suficientes
para esperar a que su único hijo estuviera despierto y fuera del quirófano. El
anciano era fuerte como un roble—. Pudiste haberte matado, Byron. Si tu
madre viviera estaría decepcionada.
—Ahora estoy bien —replicó con una mueca.
—Me alegra que estés fuera de peligro, padre —intervino Tristán.
Byron le dedicó una mirada indiferente.
—Papá, Tristán te donó una pinta de sangre, agradécele —dijo Agatha
en tono dulce, porque sabía la tensión que existía entre su hermano y su
padre.
Byron se rio, pero al hacerlo sintió dolor e hizo una mueca. No debería
estar hablando tanto, aunque no le importaba. Estaba cabreado por el
accidente e irritado por las molestias físicas. Si no hubiera sido por Margie
su vida habría sido mejor.
—No tengo nada qué agradecerle a un hijo defectuoso. Que me donara
sangre era su obligación. Lo mínimo que podría hacer para retribuir su
existencia —expresó destilando veneno en sus palabras, mientras miraba a
Tristán—. Cuando tu madre quedó embarazada de ti, le pedí que te
abortara. Éramos muy jóvenes, pero ella insistió en tenerte. Las tradiciones
y exigencias sociales de esa época me impidieron abandonar a Margie y me
tuve que casar; tuve que aceptar que tenía un hijo y luego —se rio con
repulsión—, darme cuenta de que no solo había arruinado mi posibilidad de
conocer a una mujer con la que de verdad hubiera querido casarme, sino
que nació defectuoso. —Tristán apretó los puños a los costados. Las
palabras de Byron eran equivalentes a puñetazos, uno tras otro, en sus
costillas—. Necesitaste tutores y ayudas para tu dislexia. Un defecto de
fábrica —se burló—. Usurpaste el lugar que me correspondía en Barnett
Holdings como CEO. Me habría gustado que Caleb hubiese sido el
primogénito, aunque a él también lo arruinaste, atormentándolo y
exigiéndole, cuando es más capaz que tú. Ahora mi pobre hijo está en una
clínica de rehabilitación. Así que, dime tú, Tristán ¿qué tendría que
agradecerle yo a un inútil como tú? —preguntó con saña—. Porque desde
mi perspectiva solo te has dedicado a robarme tiempo, dinero, poder,
posición y mi libertad.
Kat contuvo el aliento, consternada por la forma en que un padre
hablaba de su propio hijo; sentía dolor por Tristán y hubiera dado cualquier
cosa para evitarle ese dolor. Agatha se llevó la mano a la boca con horror.
Tristán apretó los labios y observó a su padre con una profunda decepción.
Sus palabras le dolían, pero finalmente lograba entender por qué
antagonizaba tanto con él.
—¡Papá! —exclamó Agatha enfadada y con los ojos llenos de lágrimas
por esta escena—. Mi hermano es un ser humano noble y maravilloso.
Siempre me ha protegido, cuidado y aconsejado. ¿Cómo te atreves a decirle
algo tan horrible? ¡Si Caleb está en la clínica de rehabilitación es por su
propia irresponsabilidad! Tristán ha tenido que sacrificar su propia felicidad
para corregir las burradas que cometiste en Barnett Holdings, cinco años
atrás, pero tú no puedes entenderlo. Mi hermano es la clase de persona que
no alardea de sus esfuerzos o lo que hace por otros. ¡Estoy tan enfadada
contigo ahora mismo, padre, tan enfadada! —dijo paseándose de un lado a
otro, mientras trataba de respirar con calma, pero no podía.
—Siempre has sido una niña protegida, Agatha. La obligación de este
muchacho —dijo refiriéndose a Tristán—, es cuidarte. No hay nada
extraordinario.
Agatha fue a responder, pero su abuelo tomó la batuta.
—Byron —dijo Mason. Su voz era un trueno en la habitación—. Tristán
no te ha usurpado ni robado nada, menudo hijo majadero e inhumano que
tengo, tú creías que yo era igual que los padres de tus amigotes. No. Mi
imperio está en las manos de quien lo merece: por capacidad, esfuerzo y
nobleza. Todo eso lo tiene mi nieto.
—Por favor, padre, deja la tontería —dijo Byron.
—¡Te callas, carajo, y respetas a tus mayores! Tú, mi único hijo, eres la
decepción más grande de mi vida. No porque seas incapaz de hacerte cargo
de tus propios problemas, sino porque como ser humano has fallado a los
que deberías proteger y dar seguridad emocional: tus hijos. A los tres, en la
misma medida. Tristán es mi orgullo y se ha ganado su espacio. Un espacio
que tú no quisiste aprender a trabajar, porque has pasado la vida
menospreciando a las personas que te rodean. Tu hijo no es defectuoso, sino
un muchacho brillante. Me apena que nunca lo hayas valorado. Mi último
veto, Byron, será removerte de la junta directiva de Barnett Holdings —
meneó la cabeza y los años parecieron ser demasiados esta noche.
Después, junto a Agatha, salió de la habitación.
Tristán estaba temblando de furia. Las palabras le quemaban la garganta.
Kat no se había movido de su sitio. Jamás habría pensado que un padre
pudiera sentir tanto desprecio por un hijo. La inmadurez y el egoísmo de
Byron eran brutales. ¿Cómo podía culpar a un bebé de sus elecciones de
vida y decisiones? ¿Cómo era capaz de decirle a Tristán que quiso que
Margie lo abortara? ¿Cómo pudo haberlo tratado tan mal por simples celos
enfermizos y por creer que había usurpado un sitio que creía que era suyo?
A pesar de que Tristán estaba recibiendo toda esta mierda de Byron, Kat
notaba que, aparte de estar enfadado, parecía también aliviado.
Ella suponía que de alguna manera, ahora, Tristán estaba
comprendiendo los motivos por los que su padre se había comportado tan
hostilmente todos esos años. Quizá esta noche estaba recibiendo el cierre
emocional que nunca supo que necesitaba, pero que había llegado de esta
dolorosa manera.
Kathleen comprobó su teoría cuando escuchó a Tristán hablarle a Byron.
—Padre, te agradezco finalmente que digas lo que piensas sobre mí, te
has tardado demasiado. Me lo pudiste decir, años atrás, en lugar de haberme
golpeado e intentado menoscabar mi valía cuando era un crío y necesitaba
tu apoyo, pero a cambio me diste agravios. La libertad siempre estuvo en
tus manos, pero optaste por no luchar por ella y no hacerte cargo de ti.
Preferiste culpar a otros. A mí. Espero que te recuperes, así como también
no volverte a ver en lo que te resta de vida.
Tristán entrelazó sus dedos con los de Kat, le dio la espalda a Byron y
salió de ese hospital con la certeza de que había cerrado una etapa de su
vida. Su padre estaba muerto en vida para él y no tenía la intención de
cambiar su decisión.
CAPÍTULO 12
 

 
 
Tristán sentía que, luego de la ácida experiencia en el hospital, al fin
encajaban todas las piezas del rompecabezas de su compleja relación con
Byron. Ningún hijo quería escuchar la clase de ofensas que su padre había
lanzado contra él, no solo días atrás, sino a lo largo de toda su vida, pero
comprendía que no habría ocurrido de otro modo. Lo aceptaba y por eso
podía romper el círculo de la culpa, frustración y resentimiento con su
progenitor. Esa etapa estaba cerrada.
Por otra parte, Kat lo había acompañado a visitar a Caleb en la clínica de
rehabilitación. Su hermano los recibió, curiosamente, con una sonrisa y un
rostro menos demacrado. Al parecer, el asunto de la desintoxicación ya
estaba cobrando efecto. Caleb se había mostrado amable con Kat, le hizo
conversación e incluso, para sorpresa de ambos, le pidió disculpas por haber
sido tan petulante con ella.
—Todos tenemos nuestros altibajos —había dicho Kathleen extendiendo
la mano para posarla sobre la de Caleb dándole un apretón afectuoso—.
Acepto tus disculpas. Espero que, cuando te den el alta, puedas construir
nuevos sueños.
—Gracias a mis hermanos y sus incansables apoyos, sé que lo haré —
había contestado—. Voy a estudiar otra carrera y descubrir poco a poco lo
que de verdad me apasiona. Será un viaje largo el que me espera, pero
superaré mi adicción. Además, mi abuelo ahora es mi tutor, y no quiero
defraudarlo.
—Ah, esa frase me suena muy conocida —había intervenido Tristán con
una sonrisa, recordando el día en que Mason lo nombró CEO—. Me alegra
verte mejor, Caleb. El abuelo es un hombre justo, aunque sus lecciones sean
duras de asimilar.
La despedida había consistido en un abrazo fuerte entre los hermanos y
una promesa de que, cuando Caleb saliera de la clínica, tendrían una larga
conversación. 
Después de esa visita, Tristán se volcó de lleno en el trabajo, en
Kathleen y en incontables reuniones para ocuparse del proceso de apertura
de la oficina en Los Ángeles. Ese era un mercado muy competitivo y en el
que grandes firmas constructoras ya tenían ganados a los clientes que solían
tener los proyectos más rentables. Sin embargo, Tristán vivía para los retos,
la adrenalina y los desafíos.
Él todavía estaba a la espera de la decisión sobre la compañía que
ganaría la licitación para construir los cinco proyectos de viviendas
sostenibles en South Lake Union. Los noventa millones de dólares de pago
eran un aliciente muy importante. Barnett Holdings había ofrecido la mejor
cotización de trabajo, así como un detalle del proceso por fases, el tiempo
que llevaría cada una, usando un simulador digital.
Aunque ese era el proyecto más lucrativo del año, Tristán sabía que no
sería el único. Sin embargo, quería ver el nombre de su empresa por todo lo
alto y callarles la boca a los que seguían esparciendo mentiras sobre su ética
de trabajo. Por eso, el reportaje de Perfiles era un aspecto importante para
poner un alto a esta campaña de desprestigio. Tony y el resto de empleados
habían colaborado en cada petición, por más pequeña que hubiera sido, para
el artículo. Tristán confiaba en el profesionalismo de Kat, así como en la
clase de empresa que él dirigía con firmeza.
La tarde anterior había sido la última de Kathleen en las oficinas de
Barnett Holdings como reportera de Seattle News Today. Después de
despedirse de todos los empleados del piso nueve y agradecerles, ella se
había marchado a casa para terminar el artículo y enviárselo a su jefa.
Tristán le dijo que podría trabajar desde el penthouse, después de cenar y
hacer el amor con él; ante su picardía, ella se había reído, echándole los
brazos al cuello para besarlo. Después, le dijo que no podía acompañarlo.
—Mis brazos estarán vacíos sin ti entre ellos, Kathleen —le había dicho,
devolviéndole el beso con ardor, afuera de la puerta del apartamento de ella
en Bellevue. Ambos sabían que, si él ponía un pie en la casa de Kat, no
saldría hasta la mañana siguiente—. ¿Estás segura de que no quieres venir
conmigo? Si lo que necesitas, antes de editar, es la cabeza despejada y el
cuerpo relajado para concentrarte mejor, cariño, creo que un baño de agua
caliente juntos es una idea perfecta.
Ella se había reído, mirándolo con un brillo sensual. Kathleen era la que
podía tener más autocontrol, la mayoría de las veces, cuando de resistirse al
otro se trataba, en especial cuando ya habían acordado una salida al cine,
compras o algún paseo lejos de la ciudad. Tristán, en cambio, solo
necesitaba una frase o un movimiento sugestivo de Kat y no perdía tiempo
en llevarla a la cama, aunque, por supuesto, cualquier superficie
funcionaba. Le gustaba estar con ella de cualquier forma.
—Tristán, si voy al penthouse no voy a entregar la nota, porque tú eres
muy convincente y tengo una ligera adicción a tus caricias —había
respondido. Él compensó ese comentario besándola un largo rato. Ella había
sonreído, pero mantuvo su negativa—. No puedo ir esta noche, aunque
quiera. ¿Cómo le explico a la jefa de la redacción que me he retrasado,
porque mi novio estaba entreteniéndome con un sexo increíble y varios
orgasmos? Además, recuerda que tengo un ascenso en el horizonte que es
mi mayor ambición profesional a corto plazo. Me he esforzado muchísimo
para que este texto refleje todo lo que Ramona me encargó.
Él había hecho un asentimiento.
—Creo que exigiré una compensación, señorita Stegal.
—Estaré encantada de proporcionártela, Tristán, con intereses —había
contestado antes de besarlo una última vez—. Después de que salga
publicada la nota, entonces todo será diferente para los dos.
Él se había marchado a casa y trabajó online hasta antes de la
medianoche. Nunca hubiera creído que esas palabras de Kathleen fuesen
casi proféticas.
Al despertar, lo hizo de mal humor, muy temprano. No le gustaba esta
dinámica de continuar buscando los días compatibles para amanecer con
Kathleen a su lado. No creía que fuese a durar muchos meses en esta
situación, así que pensaba ponerle remedio. Sin embargo, sus intenciones de
pensar en gestos románticos se fueron al demonio en el momento en que
revisó la tablet y leyó el artículo de Perfiles.
 
Barnett Holdings, rivalidad, adicciones y éxito.
 
El titular era un preámbulo bastante claro de lo que seguía. Tristán
empezó a leer con avidez y a medida que avanzaba cada línea, su enfado iba
en aumento, así como su consternación. Todo lo que había en ese texto
(aparte de los datos numéricos que resaltaban los millones anuales que
ganaba la compañía, la ética profesional de sus empleados y la disciplina
moral de él como CEO), era un retrato de su familia como un grupo de
individuos privilegiados con problemas emocionales severos.
A Margie se la mencionaba como una mujer absorbida en un mundo de
apariencias y cuya mayor contribución era gastar el dinero en frivolidades.
Se mencionaba la adicción de Caleb a la heroína y su fallido desempeño en
Barnett Holdings, la rivalidad de Byron y Tristán, el accidente de tránsito de
sus padres como preámbulo de una ruptura familiar, el matrimonio con
Peyton como una lección de humildad para un hombre egoísta que tuvo que
cuidar a su mujer enferma hasta los últimos días, y Mason como única voz
de la razón. Algunas líneas parecían haber sido escritas con veneno. Él
lanzó la tablet contra la pared y la pantalla se hizo trizas.
«¿Cómo era posible que Kathleen hubiera escrito un artículo tan
aborrecible?», se preguntó lleno de cólera, mientras su teléfono parecía
explotar con tantas llamadas. Se paseó, como un león enjaulado, de un lado
a otro mesándose los cabellos; el corazón le iba a mil por segundo y su
cabeza era un hervidero de pensamientos nocivos.
Si todo este tiempo ella había estado fingiendo la relación con él,
usándolo para obtener información y conseguir su ascenso, entonces iba a
tirar de todos los hilos con tal de obtener una reparación. Sabía que en ese
proceso desgarraría lo que estuviera a su paso. Su corporación estaba en el
ojo del huracán, los secretos de su familia expuestos como una vulgar
noticia de periódico amarillista, cuando en realidad había sido publicado en
las páginas de uno de los medios más respetados.
«¿Qué era toda esta mierda que Kathleen había echado sobre su
compañía?», se preguntaba con la bilis en la garganta. Él estaba seguro que
había roto la superficie de protección emocional en ella y alcanzado de
nuevo su corazón al dejar expuesta su propia vulnerabilidad e intenciones
de reconquistarla, poco a poco. Le dijo que la amaba y ella le había
correspondido. No era capaz de asimilar que una mujer dulce y fuerte,
determinada y frágil, que podía mirarlo a los ojos mientras penetraba su
cuerpo y le confesaba que estaba enamorada de él, le hubiera hecho esta
jugarreta.
Por todo esto, la situación le parecía más dolorosa e incomprensible. Él
era un hombre pragmático, aunque en estos instantes corría el riesgo de
dejarse guiar por los instintos que lo impulsaban a destruir, vengar y
condenar. Quizá el hecho de que no hubiera amanecido con ella en la cama
era lo mejor, porque no sabía cómo habría reaccionado al leer el artículo y
tenerla frente a él. ¿No habían dejado sus rencores de lado? ¿Acaso no le
dio una segunda oportunidad, sincera? Dios, nunca se había sentido tan
confuso ni tan atormentado como en estos momentos.
La sensación de haber sido traicionado le sabía amarga. No era un golpe
a su orgullo, sino directo al sitio que solo latía por la mujer que había
escrito ese jodido texto. Un reportaje que le hacía un favor a su ética
profesional, pero exponía a su familia con información que solo Kat
conocía de primera mano. Sentía como si le hubiesen rasgado la espalda
con una espada afilada.
Su jodido imperio estaba en boca de todo el mundo, ya ni siquiera por
sus logros, sino por lo que había protegido a toda costa: la privacidad de su
familia. Daba igual si sus padres eran un par de seres inadecuados para criar
bien a sus hijos o si Caleb tenía adicciones o Agatha estaba dedicada a
comprar frivolidades o si su matrimonio con Peyton estuvo marcado por la
infelicidad al estar atado, a una mujer enferma, por obligación. Esa era su
vida y a nadie tenía por qué importarle. Sin embargo, Kathleen se había
dado a la tarea de publicar ese puto reportaje.
Solo había una persona con la que necesitaba hablar en esos momentos,
pero no podía hacerlo sin herirla hasta dejarla sangrando tan solo con sus
palabras. Llevaba tanta furia que no tenía la capacidad de controlarse. La
imposibilidad de pensar con claridad podría empujarlo a tomar decisiones
erráticas. La única manera de serenarse era tomar acciones y resolver este
caos de una buena vez.
Su primera decisión fue proteger a Caleb, así que llamó a Ansel para
que la empresa de seguridad reajustara la protección en la clínica de
rehabilitación. Después se contactó con Kenso, el jefe de seguridad de
Barnett Holdings, y le exigió que no dejara pasar a ningún periodista.
Llamó a Felicity y le ordenó cancelar todos sus compromisos del día, así
como rechazar peticiones de entrevistas.
—Tristán, no tengo idea cómo es posible que la periodista haya tenido
acceso a esta clase de datos —dijo Tony cuando estuvieron sentados en el
despacho del CEO. Eran las siete de la mañana, la entrada del staff era a las
ocho, pero se necesitaba hacer control de daños, así que el relacionista
público prácticamente se saltó varios semáforos para ir a la oficina y acudir
a la reunión—. No creo que tu padre haya informado contenido que pudiera
perjudicarlo públicamente, así que…
—Kathleen es mi novia —interrumpió con fastidio al tener que
mencionar esa revelación bajo estas circunstancias—, esa es la razón. Ella
tuvo acceso a todo lo que publicó, porque tenía un vínculo con la fuente
principal: yo. Este no es un tema que voy a discutir contigo ni con nadie. El
punto medular es que utilizó una información que no le correspondía
publicar y ha dejado mi apellido en boca de todos.
Tony se rascó la cabeza e hizo un leve asentimiento. No ocultó su
sorpresa al saber que Kathleen y Tristán eran una pareja, pero no comentó
al respecto. Su trabajo no era aleccionar al CEO, porque no conocía las
motivaciones de Kathleen para haber utilizado una narrativa que exponía
los conflictos personales de los Barnett.
Desde su punto de vista, como relacionista público, el objetivo del texto
sí había sido cumplido. De hecho, con argumentos sólidos se dejaba claro
que Barnett Holdings era una compañía que seguía las normativas de
seguridad en la construcción, pagaba bien, competía limpiamente, seguía
las leyes y estaba respaldada por la trayectoria del CEO. Retrataba a Tristán
como un hombre visionario, apasionado por su trabajo, asertivo y
consciente de las demandas de un mundo cambiante.
—Creía que su ética de trabajo era diferente —murmuró sintiéndose un
poco fuera de sitio—. De camino a la oficina mi equipo elaboró un rápido
informe de percepción sobre la noticia —le extendió el documento—, en
realidad, le han dado peso a la trayectoria de tu empresa. El asunto familiar
hace ruido, genera cotilleos, pero no es lo que va a quedar en la retentiva de
quienes importan para nosotros: los clientes y la comunidad empresarial. Se
limpió el nombre de Barnett Holdings con sólidos argumentos. Eso puedo
concederle a Kat. Sin embargo, resultará imposible, al menos por hoy,
desviar la atención sobre tu familia.
—A mí, Tony —dijo incorporándose y apoyando las manos en puño
sobre su escritorio—, me importa un culo lo “imposible”. Te pago mucho
dinero para que me des resultados. Se ha limpiado el nombre de mi
empresa, pero ahora hay información confidencial de mi familia esparcida
por todo el Estado. Así que mueve los contactos que tengas y empieza a
trabajar para enterrar los cotilleos.
—Mi equipo está gestionando, por supuesto, desde que supieron que
salió el reportaje y su contenido. Ahora, las estrategias que tenemos que
desarrollar y aplicar tomarán un poco de tiempo que surtan efecto, porque
lo que se ha publicado es bastante impactante —replicó eligiendo las
palabras con cuidado.
Tristán dio un puñetazo sobre el vidrio y este vibró.
—Te voy a dar cuarenta y ocho horas para que arregles esta situación.
El ejecutivo se incorporó e hizo un asentimiento antes de salir del
despacho.
Después de responder varios correos electrónicos, prácticamente ladrar
órdenes por teléfono a dos de sus jefes de obra, exigir al equipo legal y de
presupuestos que hicieran seguimiento al proceso de licitación para South
Lake Union, Tristán llamó a Ansel para que pasara por él. Su rabia ya era
un poco menos encendida, así que consideró que estaba lo suficientemente
civilizado para enfrentar la siguiente parte del día. Necesitaba hablar con la
autora de sus sueños y, ahora, pesadillas.
 
***
Después de enviar su nota a Ramona, la mujer la había llamado, antes de
la hora de cierre de la noche, para decirle que el artículo estaba perfecto y
solo necesitaría un par de ajustes. Le garantizó que el ascenso cobraría
efecto inmediato al día siguiente, porque los datos que aportaba el reportaje
no tenía precedentes.
—Gracias, Ramona —había dicho con emoción—. Sobre esos ajustes
que mencionas ¿requieres algo adicional de mi parte? Puedo comprobar
alguna duda.
—No, tan solo necesito modificar un par de palabras y será todo. El
equipo de publicidad ha vendido muy bien los espacios para este reportaje,
así que vamos a generar mucho ruido que beneficiará económicamente al
periódico.
—Esas son grandes noticias —había replicado, aunque a ella le
importaba un carajo el área de publicidad—. Me alegra poder contribuir en
algo.
—Mañana llegaré a la oficina un poco antes de mediodía, pero
notificaré al departamento de recursos humanos sobre tu ascenso para que
lo ejecuten.
—¡Suena estupendo!
Kathleen se había ido a dormir eufórica. Consideró llamar a Tristán para
que estuviera al pendiente de la publicación en las primeras horas de la
mañana, pero había tenido un día agotador y prefirió ir a dormir. Sin
embargo, al despertar y abrir la página web de Seattle News Today sintió
como si alguien hubiera activado un switch que consiguió que su mundo
girara en el sentido contrario.
El café de la mañana le supo a mierda y estuvo a punto de vomitar. Fue
a bañarse. Se quedó un rato recibiendo el chorro de agua caliente sobre su
cuerpo en la tina blanca. A pesar del vaho y el calor, ella temblaba, mientras
sostenía las rodillas apretadas contra el pecho. Sus lágrimas de
desesperación se mezclaban con las gotas de agua. Kat había leído y releído
su nombre en el crédito del reportaje con incredulidad. «¿Cómo era posible
que Ramona hubiera publicado esta basura?», se preguntó, mientras la
sensación de culpa se hacía espacio entre sus poros.
La culpa era suya, en parte.
Necesitaba hablar con Tristán y explicarle, pero ¿cómo iba a creerle? La
información que estaba publicada sobre los Barnett solo la conocía ella. Sin
embargo, no fue quien escribió esas líneas ni ese tono narrativo que parecía
una sátira mezclada con un intento de humanizar a una familia y su
negocio. Tan solo imaginar que él pudiera dejarla para siempre, le
provocaba un dolor lacerante.
Con dedos temblorosos salió de la tina y se cambió de ropa. Sus nervios
estaban a flor de piel, quería salir corriendo y al mismo tiempo esconderse.
Sudaba frío, así que fue a agarrar un vaso de zumo de naranja, porque
inclusive creía que iba a desmayarse de un momento a otro. El pecho lo
tenía frío en el sitio en el que latía su corazón. Ella había leído en alguna
parte que estos eran los síntomas de un ataque de pánico. Se sentó en el
suelo y empezó a racionalizar la situación.
Respiró profundamente, varias veces, procurando no agregar más carga
mental a la debacle a la que se enfrentaría. No le importaba su ascenso.
Agarró el teléfono y marcó a Tristán. Esperó y esperó, pero fue directo
al buzón de voz. Lo intentó varias veces más y el resultado fue el mismo.
No quería preocupar a Virginia, así que llamó a su mejor amiga.
—¿Cómo publicaste algo así, Kat? —le preguntó Agatha a modo de
saludo —. Dejaste claro que no somos corruptos y que hemos logrado el
éxito con honestidad, pero al exponer algunos aspectos tan delicados de mi
familia nos afecta de todas formas. La gente empezará a especular y a crear
cotilleos estúpidos, ¡y Caleb! Gracias a Dios está internado en esa clínica
sin acceso a internet ni medios de comunicación. Esto es un verdadero caos,
no para mi empresa, sino para mi familia. No sé cómo estará mi hermano,
porque no responde ninguna de mis llamadas, pero puedo asegurarte que no
quieres ver a Tristán cabreado.
Kat contuvo un sollozo. Ella sabía que Tristán podía llegar a ser muy
cruel con sus palabras, porque lo había experimentado en carne propia. Un
lustro atrás, aún diciéndole que lo amaba, él la alejó de su lado. Ahora, con
un reportaje que rompía la privacidad que él tanto protegía ¿qué podría
esperar? Tristán iba a aniquilar su corazón hasta dejarlo incapaz de revivir.
No existiría otra culpable que ella misma.
—No es lo que piensas —susurró limpiándose las lágrimas—, mi
editora cambió la información y utilizó las notas que dejé en la plataforma
del periódico para arreglar el documento como ella quiso. Inclusive ese
titular no fue el que yo utilicé. Pfff, tengo mejores gustos para elegir las
palabras —dijo de mala gana—. Agatha, yo jamás haría algo así contra tu
familia.
El silencio en el otro lado de la línea fue de varios segundos.
—Debo confesarte que me siento dolida, porque es muy delicado lo que
salió publicado. Sin embargo, te creo, porque sé lo mucho que amas a
Tristán, cuánto quieres a mi abuelo y la amiga incondicional que has sido
siempre para mí, a pesar de mis errores contigo. —Kat soltó una exhalación
y murmuró un agradecimiento—.Si tu editora tergiversó todo tu texto,
entonces deberías extender tu reclamo o hacer escuchar tu inconformidad.
No sé cómo funciona tu profesión. ¿Es eso posible?
—No lo sé —dijo con sinceridad—. La nota ya salió, así que el efecto
remitirá con el paso de los días. Soy una redactora, cuyos contactos no son
tan influyentes o poderosos como los de un editor o un director de
redacción ¿cómo puedo rebatir a una mujer que tiene tanto poder como
Ramona sin perder mi empleo? —preguntó retóricamente con amargura—.
Te voy a enviar ahora mismo el documento original en pdf, porque, menos
mal, lo guardé en mi carpeta de documentos.
Estar en el Seattle News Today era la aspiración de cualquier periodista
nacido en el Estado de Washington. No solo era el medio de comunicación
impreso y digital más prestigioso, sino el que mejor pagaba.
—Gracias por haberme explicado todo —dijo Agatha, al cabo de cuatro
minutos, cuando terminó de leer—. Tu artículo original es estupendo y justo
en todos los sentidos. Lo que hizo tu jefa es imperdonable, Kat. Dime ¿hay
algo que yo pueda hacer por ti? —preguntó con suavidad.
—Consigue una máquina del tiempo —murmuró con pesar, antes de
despedirse de su amiga sintiendo que su cuerpo estaba más en equilibrio.
Necesitaba enfrentar esto de una vez por todas. Fue a lavarse la cara y
luego agarró su bolsa y la mochila con la portátil. Este era el ascenso que
había esperado y sabía que merecía, pero el precio que iba a pagar era
demasiado elevado.
Cuando llegó a la redacción, el primero en acercarse a ella fue Rick.
—¡Kathleen, felicitaciones por tu ascenso! Esta mañana, Ramona envió
un correo electrónico informando a toda la redacción —dijo el hombre con
una sonrisa—. La página web está recibiendo más visitas que nunca y tu
reportaje es el más leído del día. Si continúa con esa racha será el más leído
del mes o el año.
Ella había imaginado este escenario incontables ocasiones:
felicitaciones, reconocimientos y el ascenso, gracias a un texto bien
redactado. Lo que nunca imaginó fue cometer un error que ya le estaba
pasando una factura, y cuyo coste podría continuar pagando durante el resto
de los años por venir.
—Rick, esto está mal —dijo tratando de contener sus lágrimas. Se sentía
nerviosa y a punto de desmayarse de la angustia—. Ese artículo no es el
mío, Ramona hizo cambios sin mi consentimiento.
—Es la jefa de la redacción, ella tiene la potestad de hacer cambios,
como yo los hago —comentó pasándose la mano por el rostro—. No sé a
qué te refieres.
—No, Rick, esto es diferente. Tú haces edición de erratas y mejoras del
texto, al igual que los otros editores, pero Ramona cambió por completo mi
reportaje.
Ella había continuado llamando a Tristán, le envió mensajes de texto
pidiéndole que se vieran para hablar, pero no recibió respuesta. Su siguiente
reacción fue ir a buscarlo al penthouse, todavía tenía la copia de la llave
principal, sin embargo, conocía la rutina de él y a esa hora estaría en la
oficina.
—¿De qué hablas? —preguntó frunciendo el ceño.
Kathleen iba a responder cuando los murmullos en la redacción
cobraron más fuerza de lo normal. Al seguir el curso de la mirada de sus
compañeros, ella vio a Tristán caminando por el pasillo principal. La
expresión de él era hermética, su mirada inescrutable y el traje negro de
Armani completaba la imagen del hombre poderoso e inalcanzable. Un
hombre al que ella le había fallado sin intención.
El apuesto CEO escaneó con la mirada alrededor hasta que encontró a la
persona que buscaba. Dio unos pasos más y se detuvo frente Kathleen,
mientras le decía un breve saludo a Rick quien, consciente que no era
bienvenido en lo que sea que iba a ocurrir, se marchó a continuar su trabajo.
Kat contuvo la respiración. No sabía qué hacer, si abrazarlo y pedirle que la
escuchara un instante o salir corriendo, porque si alguien era capaz de
convertir a otro ser humano en polvo en ese momento era él. Los ángulos de
ese rostro estaban tensos y la boca parecía incapaz de sonreír.
—Buenos días, Kathleen —dijo en un tono firme y serio. La forma en
que pronunció su nombre pareció más bien un insulto—. Son buenos para ti
¿no?
Al verla, su enfado pareció disolverse, sin embargo, necesitaba aclarar
esta situación. La había ido a buscar al apartamento, pero ella ya no estaba
ahí. Él no le respondió las llamadas ni los mensajes, porque esta era una
conversación que se necesitaba tener cara a cara. Tony le había pedido que
no cometiera un exabrupto, menos al estar rodeado de tantos periodistas, y
que era mejor si invitaba a Kathleen a la compañía. Tristán no seguía
consejos de nadie cuando estaba enfadado. En esta ocasión, en que se sentía
confuso y dolido, no fue diferente. No solo ignoró la recomendación de
Tony, sino que amenazó con despedirlo si, en lugar de darle consejos
paternalistas, no empezaba a trabajar para tratar de arreglar la situación.
Antes de llegar al periódico, Mason lo había llamado instándolo a
recordar que era mejor pensar bien antes de actuar como un imbécil.
—¿Qué vas a hacer con este asunto, muchacho? —le había preguntado.
—Deberías estar enfadado, pero te noto muy tranquilo.
—Lo estoy, porque tengo más sesos que tú en algunas ocasiones —le
había dicho riéndose—. Se trata solo de un artículo, bastante tóxico y con
un enfoque diferente del esperado, aunque cumple con el propósito medular
que buscabas: reivindica la ética de trabajo de Barnett Holdings. El resto,
pues es una novedad para los cotillas, seguro, pero se perderá en poco
tiempo. Lo usual. ¿Qué opinas tú?
—Llevo claro lo de la ética y el propósito conseguido, abuelo. Acabo de
reunirme con Tony para discutirlo. Sin embargo, los secretos de la familia
están expuestos y el reportaje fue escrito con un tono malicioso. Inclusive
vengativo me atrevería a decir —había respondido con enfado en la voz,
pero no dirigida a su abuelo, por supuesto—. Nadie conocía esa
información confidencial fuera de los Barnett, solo una persona. Así que, en
este preciso instante, lo que voy a hacer es hablar con Kathleen para que me
dé una explicación.
—¿Vengativo? No me hagas reír más de lo necesario. Mejor sé el
hombre que ella merece, Tristán. No te defraudes a ti mismo de nuevo —
había respondido con simpleza y sin comentar en profundidad sobre los
argumentos de su nieto.
—Abuelo, no entiendo…
Claro, Mason le había cerrado el teléfono, como solía hacer cuando le
aburrían las preguntas de otros que, bajo su propio juicio, no eran rápidos
en captar las cosas. Tristán había procurado aclarar su mente durante el
trayecto hasta el periódico y poner los últimos dos meses en perspectiva. No
era una tarea tan fácil.
La rabia no era buena compañera y nublaba sus pensamientos.
—Tristán… —murmuró Kathleen—. No, no son tan buenos como
podrías creer —dijo entrelazando las manos entre sí—. Intenté llamarte y
escribirte.
Él hizo un breve asentimiento, consciente de que su presencia llamaba la
atención de varios periodistas que no disimulaban la curiosidad. Tristán
comprendía que era el protagonista de la noticia local del momento y estaba
conversando con la mujer que había firmado el reportaje que exponía
asuntos demasiado personales.
—Antes de atender tus llamadas o mensajes necesitaba tratar de calmar
el jodido desastre que creaste con tu artículo. —Ella apretó los labios y
asintió—. Estoy aquí, porque tenemos que aclarar este asunto ¿no te
parece? —preguntó.
Odió notar que los ojos de Kathleen estaban irritados. Algo no iba a
bien. Ella debería estar eufórica o sonriendo o mirándolo con satisfacción,
al menos si la venganza había sido su motivo principal. Y si no lo fue,
entonces debería sonreír tan solo porque, tal como decía uno de sus
mensajes (antes de que él leyera el artículo) había obtenido el ascenso. Sin
embargo, lo que notaba en ella era desesperación. Su instinto era abrazarla,
pero su cerebro le gritaba prudencia. Obedeció al cerebro.
—Sí, claro —replicó con el corazón inquieto y unas enormes ganas de
que él la abrazara—, hay una sala de juntas que está diseñada para aislar el
ruido o si lo prefieres podemos bajar a la cafetería que está a pocas cuadras
de la redacción. No hay otro lugar en el que pueda tener privacidad o que
esté cercano —replicó tragando saliva. Imaginaba que él no solo iba a
pedirle explicaciones, sino que terminaría su relación de una buena vez.
Agarró su bloc de notas.
—La sala de juntas es suficiente —zanjó—, no he venido a hacer una
visita social, Kathleen. Quiero escuchar lo que tengas que decirme. Después
me iré.
Ella no pudo evitarlo, le daba igual si sus compañeros notaban la
cercanía que existía con Tristán, extendió la mano y la posó sobre el brazo
masculino. Él estaba imponente y distante. Una estatua de mármol con ojos
aguamarina. No existía en Tristán ni un brillo de calidez hacia ella. Nada. A
Kat le era imposible leer las emociones más profundas en él, pues tan solo
transpiraba enojo.
El corazón se encogió en su pecho. A ella le parecía un milagro que
latiera.
—Tristán, quiero decirte que lo siento muchísimo, no fue…
—Kathleen —dijo agarrando la mano femenina y apartándola con
suavidad. Las chispas de pasión estaban allí, aunque ahora se mezclaban
con incertidumbre y un colosal enojo. El rechazo le sentó a ella como una
bofetada y él lo notó, pero era demasiado tarde para remediarlo. «Mierda, la
situación es imposible de manejar», pensó Tristán. Nunca había estado en
una circunstancia como esta, porque jamás había amado tanto y jamás había
sido traicionado a unos niveles indescriptibles—, estás rodeada de tus
compañeros de trabajo y esta no es una visita personal.
Ella tan solo hizo un asentimiento, apretando los labios para contener un
sollozo. Le dio la espalda y lo guio al final del pasillo en donde ya no había
cubículos o posibilidad de que interrumpiesen los sonidos de los teclados.
El área de la sala de juntas estaba en una esquina, aislada, menos mal no
había nadie dentro.
Una vez dentro, Tristán miró a Kathleen, bañada con la luz de la
mañana, que entraba por los ventanales de la sala, sobre la espalda. Hoy
llevaba un vestido largo floreado y flats. Con el cabello suelto, la mujer
parecía un ángel. «¿Vengativo?», le preguntó una vocecita socarrona a
Tristán.
—Entonces —dijo él, apoyando la espalda contra la puerta de vidrio,
mientras Kat permanecía también de pie a pocos pasos—, ¿qué demonios es
este artículo? Parece que hubiera sido escrito por una persona envenenada.
El tono es tan miserable que, a medida que leía, me causaba más decepción.
Te llevé a conocer los demonios que habitan en mí y en mi familia. No
entiendo cómo pudiste escribir esto, Kathleen. ¿Era acaso, todo este tiempo,
tu real intención vengarte de mí?
Un latigazo de dolor cruzó la expresión de Kathleen, pero duró
milisegundos. Sin embargo, esa fracción de tiempo fue suficiente para que
Tristán sintiera como si un puño de hierro se hubiera estrellado contra su
plexo solar dejándolo sin aliento. La situación en la que se encontraban era
frustrante e incómoda.
—Tristán —dijo acercándose, acortando la distancia, pero no se atrevió
a tocarlo de nuevo—, me conoces muy bien. Bajo ninguna circunstancia
podría vengarme de alguien, menos del hombre que yo amo.
—¿Me amas? —preguntó con dolor en su voz y la tomó del rostro con
ambas manos—. ¿Me amas, pero me expusiste públicamente?
Ella meneó la cabeza. Sus lágrimas, incontenibles, empezaron a rodar
por las mejillas. Tristán no podía lidiar con las lágrimas de Kat. No podía.
Sin embargo, tampoco le era posible salir de este estado confuso. Soltó una
maldición y le limpió las lágrimas con los pulgares. Apretó la mandíbula.
—Sé que te sientes enfadado y yo también lo estaría si fueran invertidos
los roles —dijo con la voz entrecortada—. Sin embargo, no escribí ese
artículo. Te lo prometo, Tristán, ese texto no fue el original que subí a la
plataforma.
Él soltó una carcajada y se cruzó de brazos. Ante la pérdida del contacto
de Tristán, Kat sintió que se desvancía algo valioso. Se abrazó a sí misma.
—¿Mágicamente apareció tu nombre en el texto y surgió la información
sobre mi familia? Una información a la que solo tú tuviste acceso, por
cierto.
Ella agarró el bloc de notas, en el que tenía todos sus apuntes, y se lo
extendió.
—Suelo escribir mis notas, párrafos, en un bloc; luego, las paso a mi
perfil de usuario en la intranet, aunque a veces las escribo directamente en
la red del periódico —dijo limpiándose el rastro de las lágrimas con el
dorso de la mano—. Cuando termino un texto doy clic en la opción que
permite al editor encargado, el que autorizó un reportaje o envió a hacer la
cobertura, acceder a él para publicarlo o editarlo. Así funciona en toda la
redacción. —Tristán la escuchaba sin interrumpir y sin hacer comentarios
hirientes o sarcásticos. Su intención no era lastimar a Kat, porque el efecto
repercutía en sí mismo. Solo quería una explicación para hallar el modo de
conciliar esta situación—. Ayer cometí un error y no borré mis notas de la
intranet del periódico. Al activar la opción de disponible para Ramona, ella
accedió a esa información: personal y no personal del reportaje. Mi
intención era borrarla, como siempre hago, porque las notas solo me sirven
de forma referencial. Jamás iba a publicar datos tan privados de tu familia
—concluyó en un susurro, aplaudiéndose porque había logrado explicarle
sin quebrar la voz.
—Entiendo —dijo Tristán, frunciendo el ceño, mientras leía el bloc y
miraba a Kathleen—. ¿Estás diciendo que tu editora escribió otro texto con
tus datos?
Ella hizo una ligera negación, porque en teoría era el mismo documento.
—Ramona, la jefa de la redacción, cambió totalmente mi artículo. Dejó
la base del texto que resaltaba la ética de Barnett Holdings, pero borró el
resto. Ella utilizó esas notas que no borré de la intranet y rearmó el reportaje
tal como tú lo leíste hoy. Ramona modificó el ángulo e inclusive utilizó un
titular diferente al que envié. Mi texto original es otro. Lo tengo guardado
de respaldo… ¿Lo leerías?
Él le devolvió el bloc de notas a Kathleen.
—¿Es eso ético periodísticamente? —preguntó ignorando la oferta.
—Ella es la jefa y tiene años trabajando aquí. El artículo tiene mucha
publicidad y también sería mi palabra contra la suya.
—¿No reclamaste que el texto no fuera el tuyo? —quiso saber. No le
gustaba ver a Kathleen agitada y nerviosa. Esta no era ella en absoluto.
Tomó una profunda respiración, porque necesitaba llegar al fondo de este
asunto.
Ella, a medida que le daba explicaciones, en lugar de que Tristán se
mostrara más cercano o convencido, parecía más remoto. «¿Qué podía
hacer para remediar todo esto?», se preguntó con un vacío en el estómago.
El traje de Tristán era el que lo había visto utilizar como armadura en
fiestas o reuniones; el que lo hacía elegante y peligroso; un tigre hambriento
vestido con ropa de humano; frío. «¿Volvería a ver la devoción y amor de
Tristán en sus ojos aguamarina?». La posibilidad de que esa respuesta fuese
negativa la asustaba.
Se sentía en un limbo, porque no sabía a qué atenerse. Solo decir la
verdad.
—Sí, le pregunté por mensaje por qué había cambiado el reportaje. Ella
comentó tan solo que es su trabajo mejorar los textos y que debo aprender a
no apegarme a las cosas que escribo, porque todo es perfectible —dijo con
fastidio. Jefedzilla era una hija de puta que le había arruinado su vida
personal. La mujer era una sanguinaria solo interesada en la publicidad—.
Esa es la verdad Tristán. Las formas de trabajar de un periódico a otro
pueden variar, pero así funciona el mío…
—Comprendo toda tu explicación, Kathleen —replicó, mientras su
cabeza empezaba a organizar ideas. Iba a hablar con sus abogados. Lo que
más anhelaba era tomar a Kathleen en brazos, llevarla a su cama y amarla.
Sin embargo, no podía tocarla ni besarla estando disgustado. Necesitaba su
mente clara y eso solo podía conseguirlo poniendo distancia con ella de
forma inmediata—. Ahora debo marcharme.
Ella se acercó y puso la mano en la mejilla de Tristán. No pudo evitarlo.
Él la miró con intensidad, pero esta vez no la apartó, aunque tampoco
descruzó los brazos.
—Te pido disculpas por el daño que he causado, pero te conté toda la
verdad. Nunca podría traicionarte —dijo dibujándole los labios con sus
dedos y con los ojos llovidos—. ¿Podrías considerar creerme? —preguntó
en un hilillo de voz.
—Hoy, no estoy en un estado mental en el que pueda responder
preguntas personales. Mi edificio está atestado de periodistas, mi equipo de
relaciones públicas va a tope, las obras necesitan ser supervisadas, así que
necesito tomar decisiones.
Tristán no podía continuar viendo a Kat con esa expresión devastada,
pero tampoco le era posible quedarse en esa sala de redacción. Necesitaba
hacer algo para arreglar todo este desastre que estaba viviendo y no podía
hacerlo enfadado.
—No sé qué significa ese comentario, Tristán. ¿Estás terminando
nuestra relación? —preguntó temblando— ¿Estás pidiéndome tiempo? —
bajó las manos de ese rostro mimado por las musas y los dioses griegos—.
¿Vas a analizar si merece la pena considerar creerme? ¿Nos veremos esta
noche? ¿Nos veremos simplemente? ¿Tendré que guardarme los te amo?
¿Los volveré a escuchar de ti?
Él se pasó las manos entre los cabellos y después la extendió para
acariciar el labio inferior de Kathleen. Su móvil estaba vibrando, desde
hacía rato, en su bolsillo. Necesitaba salir de este embrollo y hablar con sus
abogados.
—Tiempo, Kathleen —replicó bajando la mano—. Dame tiempo. ¿Sí?
—Okay… —susurró con profunda tristeza. El tiempo no era medible.
Podían ser horas o semanas o meses o años sin él. Sin embargo, comprendía
lo que Tristán estaba pasando junto a su familia. Ella ya había dicho su
parte y pedido disculpas. No existía otra cosa que pudiera hacer sin perder
la dignidad. Ambos ya habían coincidido en que no respetarían al otro si
llegaban a perderla en el afán de retenerse mutuamente—. Okay —repitió.
Él hizo un asentimiento y abrió la puerta para salir de la sala.
Kathleen no recordaba cuánto tiempo más se había quedado de pie
observando, a través del vidrio, cómo desaparecía la figura de Tristán. El
resto del día pasó en modo automático y con la sensación de que había
echado a perder, por un error involuntario, lo mejor de su vida. Su cuerpo
clamaba por ser abrazada por Tristán. Necesitaba regresar a ese sitio en el
que su mundo estaba bien: él.
Cuando llegó el final de la tarde, Ramona seguía sin aparecer en la
redacción. Kat decidió que no le importaba perder este empleo por defender
su reputación profesional, no por la sociedad (porque esa estaba muy feliz
con el artículo que creían que ella escribió, disfrutando de saber que los
millonarios tenían falencias y dolores más graves o iguales que el común de
los mortales), sino por sí misma. No podía permitir el abuso de confianza y
la falta de ética profesional que se habían cometido.
Fue hasta la oficina de su editor. Rick la miró con una sonrisa
bonachona.
—¿Qué tal te fue en la cobertura de la premiere de la nueva película de
Disney? —la preguntó, haciéndole un gesto a Kat para que se sentara.
—Muy bien —replicó, porque haber salido a hacer esa nota le había
alegrado el día—. De hecho, escuché el rumor de que Brendan Fraser, el
actor de La Momia, está dispuesto a aceptar un rol si la franquicia regresa a
la pantalla grande.
—Oh, son noticias interesantes, ponlo en la nota. En otro orden, Kat
¿qué ha pasado con el tema de Tristán Barnett? Las visitas siguen subiendo
en la página web. Se me hizo muy raro que un hombre de su posición venga
a reclamar algo…
—No estaba reclamando algo a lo que no tuviera derecho —interrumpió
con suavidad—. De hecho, he querido hablar con Ramona sobre ese
reportaje. Ella me comentó que vendría antes del mediodía, pero ya son las
seis de la tarde. La asistente me ha dicho que vendrá pronto, aunque me da
la impresión que ni ella misma sabe si su jefa regresará o no. ¿Es esto algo
inusual o es normal en Ramona? Es la primera vez que, al menos para mí,
que se ausenta a la hora de cierre de la sección Política.
—Solo sé que la llamaron de urgencia a una reunión en la oficina del
dueño, antes del mediodía —replicó comiéndose una chocolatina.
Kat frunció el ceño y ladeó la cabeza.
—¿Haynes Tricket? —preguntó con intriga.
—Sí. La verdad es curioso, porque Tricket solo habla con nosotros para
Navidad —soltó una carcajada—. Quizá haya nuevos proyectos a la vista,
porque también está reunida con el director y el subdirector. Seguro nos
enteramos mañana. Debe ser un proyecto importante para el periódico.
—Debe ser… —murmuró Kat, frustrada al no poder reclamarle a
Ramona.
 
***
Kathleen había soportado el día de trabajo con entereza. Claro, salvo las
ocasiones que fue al baño para retocarse el maquillaje, porque las lágrimas
arruinaban, pasando cierto número de horas, su intento de cubrir el rastro de
tristeza.
Cuando abrió la puerta de su apartamento su estado anímico era
deplorable, así que llamó a su mejor amiga. Agatha respondió de inmediato
y le dijo que harían pijamada como en los tiempos de secundaria. Llegó con
comida japonesa, una caja de kléenex y un montón de optimismo. Después
envolvió a Kat en un abrazo.
—Me ha pedido tiempo —susurró Kathleen, mientras veían Bridgerton.
Ambas sabían a quién estaba refiriéndose.
—No he visto a Tristán en la oficina en todo el día —replicó con pesar
—. Ni tampoco contesta mis mensajes desde el mediodía. Mi hermano es
un hombre complejo, Kat, lo sabes, pero también leal hasta la médula. Lo
que ocurrió hoy, lo ha tenido muy consternado, ni siquiera es por la
compañía, sino por nosotros. La familia.
—Es muy protector… —murmuró sonándose la nariz.
—Solo necesita aclarar su mente. Cuando Tristán está ofuscado no toma
las mejores decisiones. ¿Confías en él? —preguntó abriendo el envase de
sushi.
Kat asintió y miró la comida. Su estómago protestó y fue corriendo al
baño. Se había alimentado a base de café y galletas, porque no le apeteció
ningún otro tipo de comida ese día, así que fue eso lo que vertió en el
inodoro.
Agatha le pasó una toallita húmeda.
—Creo que estoy enferma —dijo Kat reptando hasta la cama—. Anoche
pedí comida tailandesa. Efecto tardió de indigestión. Ufff, vaya día el mío.
—Mmm, Kat ¿y has tenido otra de estas indigestiones últimamente? —
le preguntó con suavidad acostándose en el otro lado de la cama, mirándola.
—Sí, qué desastre, es el estrés. De hecho… —se quedó a medio
terminar la frase cuando entendió la pregunta de su mejor amiga—. No. No,
no, no —murmuró y rompió a llorar—. Eso no puede ocurrir justo ahora,
Agatha. ¡Mira todo este desastre en el que me encuentro! ¡Grrr! —exclamó.
—Kat… —dijo extendiendo la mano y poniéndola sobre la de su amiga,
mientras esbozaba una sonrisa—. ¿Te parece bien si voy a la farmacia y
compro una prueba, para quitarnos la dudas, y saber si voy a ser tía o no?
CAPÍTULO 13
 
 
 
Tristán, después de salir de la redacción y de reunirse con sus abogados,
fue al yate durante dos horas. En el silencio del mar, temprano en la
mañana, logró recuperar la serenidad que le había hecho falta. La
conversación con Kat, sus expresiones y sus lágrimas, se repitieron varias
veces en su mente hasta que, finalmente, entendió lo que necesitaba hacer
para resolver este caos. Además tuvo la certeza de que ella era tan víctima
de la situación como él. Así que, apenas estuvo de regreso en el muelle,
llamó a un buen amigo de la familia que necesitaba entender que los
negocios, por más importantes que fuesen a la hora de respetar la libertad
de expresión, necesitaban ciertos correctivos ante el abuso de autoridad y
falta de ética.
Ese era el motivo por el que ahora estaba en la inmensa oficina de
Haynes Tricket, el propietario del Seattle News Today, ubicada en la Terry
Avenue. De hecho, ya tenía cuarenta minutos en los que, además de las
usuales cortesías de una conversación, le había expuesto su absoluto
rechazo al reportaje publicado. No solo eso, sino que también le explicó el
trasfondo de su visita: se había cometido un perjuicio contra una periodista
y, en el camino, también contra los Barnett.
Tristán creía en la palabra de Kathleen. Ella había confiado en él de
nuevo, aún cuando sus acciones fueron reprochables en el pasado, así que
este era el momento de demostrar que esa confianza era recíproca. Ese fue
el motivo principal que lo llevó a la oficina de su amigo para pedirle que se
hiciera una auditoría interna en el periódico de los procesos detrás de la
publicación de Perfiles. Le dejó muy claro a Haynes que sus abogados
estarían encantados de intervenir, no solo a favor suyo, sino a favor de
Kathleen (claro, no podía decirle que ella no sabía nada al respecto), porque
se había cometido una grave falta de ética.
Por otra parte, su hermana le había enviado el pdf con el texto original
que Kat iba a publicar. Al leerlo, de camino a la oficina de Hayes, Tristán
soltó un improperio. El artículo era fantástico. En ningún momento lo
favorecía o perjudicaba, sino que exponía hechos con la esencia de lo que
era la imparcialidad periodística.
Los datos eran claros, los ángulos sensatos, la narrativa prolífica y un
toque muy humano. En ninguna parte se mencionaba a Caleb, pero sí se
dejaba entrever que la relación con Byron era complicada, que su padre era
estrecho de miras y demasiado ambicioso para dirigir una corporación que
requería más sentido común que avaricia. Ante esa parte del reportaje,
Tristán había sonreído. Kat poseía una sutileza especial para mandar a la
mierda a la gente, a través de sus letras.
—Te acabo de enviar el artículo original a tu Telegram —dijo Tristán
mirando a su amigo—. Léelo y compáralo con el que está publicado y
explícame cómo es posible que un periodista envíe su nota y el editor, en
lugar de hacer ajustes, transforme un documento en algo completamente
diferente.
—¿Cómo conseguiste el original? —preguntó frunciendo el ceño.
—No necesito revelarte mi fuente, Haynes —sonrió—. Así que haz tu
parte como dueño de ese periódico. Cuando los resultados salgan a la luz,
entonces quiero una reparación pública para la periodista y mi familia. Esto
es lo mínimo que puedes hacer, además de re-publicar el artículo original.
Ya sabes que tratar con abogados, cuando podemos conversarlo entre
amigos, es bastante molesto.
Haynes tomó un trago de café e hizo un asentimiento.
—Solicitaré una auditoría, pero los resultados no llegarán hoy, sino en
unos días —replicó el hombre con amabilidad. Él era partidario de un trato
justo sin importar el rango de los periodistas en la redacción, así que lo que
estaba exponiéndole Tristán lo enfadaba—. No es la primera ocasión que
recibo quejas de amigos por publicaciones en Seattle News Today, pero sí
una de las pocas en las que existen pruebas para corroborar y en las que, al
parecer, se traspasa la línea de la ética.
—Dos días, Hayes, o los que tendrán el gusto de tomarse un café
contigo serán mis abogados —replicó Tristán con seriedad y firmeza. No
podía pasar más tiempo sin Kathleen a su lado, así que le importaba muy
poco lo que Hayes pensara.
—No me gustan las amenazas, amigo mío —contestó el rubio de ojos
celestes—. Sin embargo, tengo en alta estima a tu familia y comprendo que
la situación no tiene que ver con la libertad de expresión, sino con un
atropello en el nombre de esta. Procuraré que el proceso sea lo más rápido
posible.
Tristán hizo un asentimiento.  
—Sabes muy bien que a mí en las publicaciones, a pesar de la campaña
de desprestigio que he sufrido los últimos meses, no me gusta participar.
Accedí a la sugerencia de mi relacionista público, porque sé que tu
periódico tiene buena reputación. Lo que menos esperaba era que ocurriese
este desastre.
—Lo sé, Tristán. Si estuviera en tu posición también me habría cabreado
—replicó. Le pidió unos minutos e hizo una llamada al periódico exigiendo
la presencia de los tres altos cargos del Seattle News Today—. He
convocado a Ramona Atwell, la jefa de redacción; Edgar Horton, el director
y Steven Lithgam, el subdirector del periódico. Estarán aquí dentro de
media hora, así que te dejaré saber la resolución final. No puedo darte
detalles de la auditoría, porque son procesos internos.
—Estoy conforme, Haynes, me alegra haber llegado a un acuerdo.
Tristán se marchó con la finalidad de visitar las obras pendientes y
quemar el resto de las energías, después de esta jornada complicada,
trabajando. Necesitó extenuar su cuerpo, así que cambió su traje de Armani
por un jean, botas y camisa. Decidió ayudar a los albañiles levantando
materiales y con los cimientos de una edificación. No se podía ser jefe sin
conocer las actividades de primera mano, así que él estaba al corriente de
todos los procesos en su empresa; de campo y de oficina.
Después de cenar algo ligero y darse una ducha, Tristán se quedó
dormido. Sin embargo, quizá por simple inercia, en medio de la noche,
extendió la mano y se encontró con la sábana fría al otro lado del colchón,
soltó una maldición. Quería a Kat a su lado, pero sabía que necesitaría
espacio para lidiar con la auditoría interna en el periódico. Lo más probable
es que estuviera agobiada y él, por más que lo necesitara, no quería
intervenir más de lo que ya lo había hecho.
Esperaba que Hayes actuara pronto.
Tristán sabía que Kat se defendería sola, porque era capaz de ello, pero
él también quiso hacer su parte. Por los dos y por su familia. Le había
pedido tiempo esa mañana, porque se sintió muy enfadado y su mente
necesitó encontrar el modo de lidiar con las circunstancias y hallar una
solución. Confiaba en ella, y esperaba que Kathleen así lo comprendiese
cuando todo esto acabara. Ese tiempo serviría también para ajustar los
asuntos con Tony y desviar la atención de la prensa.
Ahora le quedaba esperar el resultado final.
Si en dos días no existía una disculpa pública del Seattle News Today, él
enviaría a sus abogados. Ninguna amistad, ni siquiera la de Hayes, podría
ser más importante que reparar una injusticia, especialmente si era contra la
mujer que Tristán amaba, además de su propia familia. Tristán tenía claras
sus prioridades, así como también un plan para terminar esta tediosa
situación de no amanecer con Kat su lado.
 
***
A la mañana siguiente, Kathleen fue a la oficina con los argumentos
preparados para enfrentar a Ramona. Su intención era ser escuchada y
exigir una disculpa por la terrible situación en la que la había dejado. Su
meta era hacer carrera varios años en el Seattle News Today, pero ningún
sueño podía forjarse permitiendo que abusaran de ella como profesional.
Esto último fue lo que hizo Ramona, así que le diría un par de cosas. Sin
embargo, antes de que pudiera ir al despacho de jefedzilla, Kat recibió la
llamada de la gerente de recursos humanos.
—Buenos días, Kat —dijo la mujer regordeta. Elizabeth Laurens era una
persona que destilaba amabilidad. Aunque también podía ser estricta en el
cumplimiento de las políticas de la compañía—. Primero, quiero felicitarte
por tu ascenso. —Le extendió el contrato. Kat lo observó un instante—.
¿Algo va mal? —le preguntó al notar la expresión dubitativa de la
periodista.
—No sé si firmarlo, porque primero necesito hablar con Ramona.
Después de lo que tengo que decirle, lo más probable es que ella solicite
que no me renueven el contrato y por consiguiente se retracte sobre mi
ascenso —murmuró.
Elizabeth la miró con curiosidad.
—Sabes que puedes recurrir a mí ¿verdad? Estoy para velar por el
bienestar de los empleados de esta compañía, Kat. Cuéntame qué ha
ocurrido con Ramona.
—En pocas palabras: manipuló un texto con información que no debía
utilizar. Me dejó en una pésima posición y afectó a la familia sobre la que
hice un reportaje.
—Ah, es que casualmente el motivo de mi llamada no era solo por el
contrato. —Kat frunció el ceño—. Te pedí que vinieras, porque se ha
abierto una auditoría con respecto a la nota —miró en la pantalla para leer
bien—, Barnett Holdings, rivalidad, adicciones y éxito. Necesito que me
expliques con lujo de detalles lo que ocurrió, me entregues pruebas de que
tu archivo final no es el que consta publicado, así como también necesitaré
que me cedas las grabaciones de las entrevistas que recabaste a lo largo de
las semanas que investigaste. Todo lo que conversemos es de carácter
confidencial. ¿Qué te parece si empiezas a contarme lo que sucedió?
A Kat tan solo le tomó diez minutos sintetizar, en pocas palabras, los
hechos. Después, le entregó las pruebas que Elizabeth estaba pidiéndole.
Inclusive firmó el contrato, porque confiaba en que la que saldría airosa de
todo esto era ella. Las auditorías en los periódicos no eran inusuales. De
hecho, solían hacerlas cada cierto tiempo para constatar que los periodistas
estuvieran escribiendo con pruebas sólidas y que estas, para respaldo legal
del periódico, quedaran registradas.
—Ahora ¿qué va a pasar? —preguntó Kat cuando concluyó todo.
—No puedes hablar con Ramona, si tu intención es hacer comentarios
sobre este tema en particular, hasta que se aclare porqué tu texto es
diferente del que se publicó. Tu trabajo no está en riesgo, así que no tienes
de qué preocuparte —dijo—. Al ser este un tema específico no creo que
tarde mucho en tener una conclusión.
Kat soltó una exhalación de alivio. «¿Cómo llegó esto a los altos
mandos?», se preguntó ella, asombrada. En ningún momento le comentó a
nadie en el trabajo lo sucedido. No creía que Ramona, por sí misma,
hubiera llamado al director, en un acto de conciencia, para confesarle la
jugarreta y el atropello moral que cometió.
—Elizabeth, yo no he mencionado a nadie el tema del cambio en mi
reportaje ¿cómo es posible que se hayan enterado que el texto no es el
original?
—La petición viene directamente del dueño del periódico. No puedo
darte razones. Solo cumplo órdenes, Kat, así que, por ahora, eso sería todo.
—¿Qué decisión es la que esperan tomar con la auditoría? —preguntó,
porque no podía irse sin tener la certeza.
—Se tomarán medidas si hubo una infracción ética en este proceso. Si
debes saber algo, lo sabrás. Caso contrario cualquier resolución será
manejada de forma confidencial. ¿Deseas comentar o consultar algo
adicional?
—No, creo que no. Gracias, Elizabeth.
Kathleen salió de la oficina con un nudo en el estómago.
Intentó mantener el buen ánimo en el trabajo al regresar a su cubículo,
pero no podía forzarse. Su anhelo por ver a Tristán era tan grande que dolía.
De hecho, revisaba el móvil con frecuencia para saber si, tal vez, se habría
perdido una llamada o inclusive un mensaje de texto. Nada. La noche
anterior le costó conciliar el sueño, porque sus pensamientos e hipótesis de
su situación no la dejaban tranquila. Sin embargo, el cansancio emocional
hizo su parte y, alrededor de las dos de la madrugada, se quedó dormida a
pesar de sentir el corazón afligido.
En la siguientes horas de trabajo en la redacción, Kat vio pasar a
Ramona, pero la mujer fingió no verla. «Bruja desalmada», pensó, mientras
se enfocaba en crear una nota que su editor le había pedido. Después salió a
la Librería Suzzallo, ubicada en el University District, porque un famoso
jugador de hockey sobre hielo, retirado, iba a hacer la presentación de un
libro de cuentos infantiles dedicado a sus hijas.
Cuando regresó a casa, Kathleen se sentó en la cama y contempló el
libro que el deportista había firmado para ella.
Le parecía un guiño de la vida que tuviera, en lugar de sus usuales
novelas de thrillers, un cuento infantil. La tentación de utilizar la llave del
penthouse, y romper el pacto de darle tiempo a Tristán para resolver lo que
sea que necesitaba resolver, era muy grande. Sin embargo, se resignó a no
actuar acorde a sus impulsos. Su anhelo de ser abrazada por él, escuchar su
voz cautivadora diciéndole que todo estaría bien y que la amaba, ya no tenía
solo que ver con ella.
Después de que Agatha se marchara, la noche anterior, dando saltitos de
alegría, Kat se rio y le hizo prometer que tenía que guardar el secreto a la
familia, hasta que hablara con Tristán. A regañadientes, aceptó mantener la
boca cerrada. Kathleen sabía que decirle a Tristán que iban a ser padres
redifiniría todo en la relación, sin importar ese estúpido artículo. Sin
embargo, no sabía cómo podría asimilar él una noticia como aquella, en
especial, porque entre los temas que conversaron jamás estuvieron las
posibilidades de ser padres. Kat estaba un poco nerviosa.
Al pasar por el espejo, antes de darse un baño, se miró el cuerpo
desnudo y apoyó ambas manos en la panza. Quizá no era el mejor momento
para ella, pero mantenía la certeza de que ese bebé había sido concebido
con amor. Confiaba en que Tristán se diera cuenta que ella nunca lo
traicionaría; confiaba en que, una vez que él resolviera los enredos que ese
artículo podrían haber ocasionado, las aguas turbulentas volverían a su
cauce. Lo echaba de menos terriblemente.
A la mañana siguiente, cuando salió del elevador del edificio y las
puertas se abrieron, la redacción la recibió bullendo de murmullos, el aroma
a café, risas, llamadas y cotilleos. «Al menos su empleo estaba seguro»,
pensó, caminando.
Ya había reservado cita con la ginecóloga para los próximos días. Por
ahora, tan solo esperaba que sus compañeros no llevaran comidas que
tuvieran olores que le pudieran provocar náuseas. Todavía no había llamado
a su madre para darle la noticia, porque el que tenía que saberlo primero era
Tristán. Kathleen sabía que Virginia siempre estaría a su lado apoyándola
sin importar el resto.
Se acercó al umbral de la puerta del despacho de su editor.
—¡Buenos días, jefe! —saludó Kat con una sonrisa. El trabajo la
ayudaba a tratar de mantener la mente distraída y ocupada.
—Kat, quiero decir que estoy orgulloso de que trabajes conmigo —dijo
Rick, haciéndole una seña para que entrara en la oficina. Ella se sentó—.
Hay muchos periodistas talentosos que podrán ocupar el puesto de Ramona,
así que no creo que la echemos en falta en esta redacción, en especial con lo
que hizo.
Ella lo miró con el ceño fruncido.
No tenía, ni podría consumir, su dosis de cafeína en el sistema. Iban a
ser unos meses muy largos para mantenerse alerta. «¿Cómo sobrevivían sus
colegas periodistas cuando estaban embarazadas, sin cafeína?». Solo podría
atribuir la falta de comprensión al comentario de Rick a la falta de su taza
diaria de café.
—¿A qué te refieres? —preguntó dejando la bolsa en el asiento de al
lado.
Rick se rascó la barba.
—Una periodista que no lee su propio periódico —dijo riéndose,
mientras agarraba la edición del día y se la extendía a Kat—. Lamento que
tuvieras que experimentar una situación injusta con Ramona. Por suerte,
ella ya no estará aquí. Nos ha tomado a toda la redacción por sorpresa, pero
nos alegramos de que una persona tan mala leche haya dejado un cargo que
necesita, ante todo, integridad.
Kat abrió la versión impresa del periódico. En la sección de Perfiles
estaba publicada una disculpa pública emitida por el periódico para ella y la
familia Barnett.
Fe de erratas – Perfiles
Utilizamos este espacio para expresar nuestras sinceras disculpas
a nuestra colaboradora, Kathleen Stegal, por haber publicado un
texto, que no escribió, con su nombre. Adicionalmente, le expresamos
a la familia Barnett, propietaria de Barnett Holdings, nuestras disculpas
públicas por el daño moral causado por dicho reportaje. Las
medidas correctivas del caso ya fueron aplicadas de manera interna.
El texto original para Perfiles, escrito por la periodista
Kathleen Stegal, será publicado mañana íntegramente.
 
Steven Lithgam
Director General
Seattle News Today – Tricket Corporation
 
 
  Kathleen dejó el ejemplar con lentitud sobre el escritorio y después
miró la web del periódico. Sí, también había sido replicada la disculpa en
digital. Elevó el rostro a su editor con una expresión que mezclaba sorpresa,
alivio y desconcierto.
—Wow, Rick, yo no entiendo qué pasó aquí… Antes de ayer iba a
comentarte lo de Ramona, pero una situación dio paso a otra y el día entero
se fue con el ajetreo de trabajo. Ayer, me llamaron a Recursos Humanos
para decirme que harían auditoría, pero no me garantizaron que sabría
detalles o resoluciones. Les entregué todo lo que solicitaron y expresé con
claridad lo que había ocurrido con ese artículo. Preferí no comentarlo con
nadie, porque es la primera ocasión que tengo una experiencia con una
auditoría. Ahora, tú me dices que despidieron a Ramona. Estoy sin palabras,
pero también impresionada por lo rápido que se tomaron medidas —meneó
la cabeza—. ¿Tienes idea de cómo llegó esto hasta Lithgam en primera
instancia? —preguntó.
Rick agarró su taza de café y bebió varios sorbos.
—Más o menos, sí. ¿Recuerdas que te comenté que Ramona se había
reunido con el dueño del periódico? —Kat asintió—. Bueno, al parecer,
también estuvieron Lithgam y Horton. Se sabía que iba a realizarse una
auditoría, porque es medio complicado esconderle información a una
empresa de periodistas ¿no lo crees? —preguntó carcajeándose. Kat sonrió
—. Lo que no sabíamos era con relación a qué exactamente. Hoy ya
tenemos todo claro —dijo señalando el periódico que Kat había dejado a un
lado—. Ramona, al parecer, regresó en la noche y desocupó la oficina.
—Merece que la hayan sacado por no tener ética —murmuró—. Sé que
todos tenemos intereses que necesitan dinero para solventarse, pero ella fue
demasiado lejos. Lo único que me frustra es no habérselo dicho en la cara.
Rick jugó con la esferográfica.
—Eso da igual, lo importante es que Barnett no se quedó de brazos
cruzados. Que un empresario se queje no es inusual, pero que llegue hasta
la oficina del dueño y consiga que su petición sea revisada de forma
inmediata requiere una alta influencia. Además, claro, que el reclamo tenga
una base sólida. En este caso era así.
Kat elevó ambas cejas.
—¿Qué quieres decir? —preguntó con interés, la sola referencia a
Tristán la puso de buen humor, porque era obtener un pedacito de
información de él, a través de otros. «Caso de enamoramiento extremo»,
pensó—. Explícame, por favor.
—La secretaria de Haynes Tricket le comentó a Garret, el mensajero que
compartimos con la oficina del dueño, que Tristán Barnett en persona había
ido a reclamar por el atropello cometido contra su privacidad. Si hubieras
llegado cinco minutos más temprano, hoy, habrías escuchado el cotilleo
completo —se rio—. El hombre le dijo a Tricket que tenía cuarenta y ocho
horas para tomar acciones en relación a ese reportaje o la próxima visita que
iba a recibir sería de sus abogados.
Kat abrió y cerró la boca.
—Oh ¿sabes si pidió mi renuncia? —preguntó en un hilillo de voz.
—No, al contrario, pidió que se investigara, porque no solo se vulneró la
privacidad de su familia, sino que se había cometido una injusticia contra la
periodista que redactó el texto original: tú.
Ella se llevó la mano al pecho y tomó una respiración.
—Estoy sin palabras —murmuró con una emoción que amenazaba con
llevarla a las lágrimas. «Tristán la había elegido y creído en ella».
—Kat, lo que importa es que limpiaron tu nombre ante esa familia y se
ha pedido disculpas públicas a los Barnett. Entonces —dijo frotándose las
manos—, ¿estás lista para tu próxima cobertura periodística como redactora
exclusiva de cultura?
CAPÍTULO 14
 
 
 
Tristán había estado al pendiente de las gestiones de Tony. La presión
que ejercía sobre él no iba a disminuir, porque necesitaba que esas
estrategias empezaran a cobrar efecto lo antes posible. Ahora, que estaba
más calmado, comprendía que tomaría tiempo, pero no por eso iba a dejar
de exigir. Él era un jefe justo, aunque también demandante y pagaba
salarios competitivos para obtener resultados.
El día anterior la creadora del proyecto inmobilario de South Lake
Union informó que Barnett Holdings había ganado la licitación. La noticia
fue un gigantesco alivio para Tristán y una celebración entre los
colaboradores que trabajaron en la propuesta para conseguir este logro. Con
el dinero que obtuviera de esa construcción, él tenía planeado invertir en la
apertura de la sucursal en Los Ángeles.
Por otra parte, en la clínica de rehabilitación, gracias a la empresa de
seguridad de Ansel, el perímetro no había sido traspasado por la prensa.
Caleb, por ahora, seguía seguro y ajeno al exterior. Tristán esperaba que,
cuando le dieran el alta médica, la novedad de la adicción de su hermano ya
no fuese de interés social.
En el caso de Margie, ella se mostró escandalizada por el reportaje y le
reclamó argumentando que esa clase de información iba a arruinar su
imagen ante sus amigas. Tristán ignoró las quejas y le advirtió que ni se le
ocurriera culpar a Kathleen. Byron, la verdad, no le importaba. Lo que
contaba para Tristán era la disculpa pública del Seattle News Today
publicada esa mañana. «Al menos ya no necesito enviar a mis abogados»,
pensó cuando terminó la lectura. Llamó a Haynes para agradecerle por
haber sido tan rápido en cumplir con la solicitud que le hizo dos días atrás.
Dos días sin Kathleen.
Ahora, él llevaba en la mano unos contenedores con la comida que había
cocinado. Esperaba que Kat no creyera que quería envenenarla. Él siguió
las instrucciones que le dejó el ama de llaves, al pie de la letra, para
preparar el souflé de queso y el spaghetti al pesto. Se tardó tres horas. Tres
puñeteras horas.
En su mente había planeado este experimento tiempo atrás, pero tan solo
ahora resultaba posible ponerlo en práctica. No tenía idea cómo iba a
resultar la situación y se sentía como un hombre en su primera cita con la
chica que le gustaba, pero no sabía si iba a corresponderle. Agarró el móvil
y llamó a Kat. Cuando escuchó la voz cálida del otro lado de la línea sintió
que su mundo volvía a estar bien.
 —Hola, Tristán…—murmuró con un tono que tenía anhelo y dulzura.
—Mi vida —dijo a modo de saludo—, siento haberme tardado en volver
a hablar contigo. Han sido dos días complicados y te he extrañado. ¿Estás
bien?
—Por un momento creí que nosotros ya no … —soltó un suspiro—. No
sabía cuándo volvería saber de ti. —Él soltó una maldición, porque era el
causante de ese tono intranquilo. El espacio que le pidió fue más que
necesario y esperaba que así lo pudiera comprender, pero no le molestaría
en absoluto explicarle y convencerla de ello—. Hoy me enteré que estuviste
en la oficina de Haynes Tricket. Gracias, aunque tenía pensado hablar con
la jefa de redacción para encararla. Supongo que ahora que sabes la verdad
estarás un poco más tranquilo con tu compañía y tu familia.
Tristán suspiró quedamente, aliviado, porque ella sabía lo de Haynes.
¿Cómo? No tenía idea, pero no sería difícil para los periodistas enterarse lo
que ocurría frente a sus narices. Al fin y al cabo, esa era la profesión:
indagar y exponer.
—Cariño, sé que eres capaz de lidiar con tus propias batallas, pero esta
no era solo tuya —replicó—. Kathleen, me muero por verte ¿qué te parece
si cenas conmigo y así conversamos y me dejas llenarte de besos? Hoy
cociné para ti.
Ella soltó una risa suave.
—¿Sí? —preguntó—. Lo que has hecho suena como todo un reto para
ti.
Kathleen acababa de ponerse el pijama cuando empezó a sonar el móvil.
Su corazón dio un vuelco al ver el nombre de Tristán, pero esto también
implicaba que tendría que contarle su pequeño secreto. Se puso nerviosa,
porque no era una noticia cualquiera ni que podía decirla por teléfono. No
veía la hora de abrazarlo.
Para algunas parejas, dos días sin verse o hablar les podría parecer una
cantidad de tiempo breve o normal, pero para ella y Tristán, que habían
atravesado una historia complicada emocionalmente y con años de
separación de por medio, implicaba mucho más. Lo anterior, sumado a la
canallada creada por Ramona y las demás circunstancias, convertía la
situación de los dos en una bastante peculiar.
—Lo ha sido, pero no más que la conversación que necesitamos tener
hoy. Así que ¿por qué mejor no me abres la puerta? Estoy afuera de tu
apartamento.
—¿Qué…? Oh —expresó con sorpresa y dejó de lado el teléfono.
Ella apagó la pantalla en la que estaba viendo una serie y salió de la
cama como si hubiera sido activada por un resorte. Fue corriendo al baño y
se miró en el espejo. ¡Su cabello era un desastre! Se cepilló los dientes, el
cabello y luego cambió el pijama por un vestido morado sencillo de andar
en casa y que, menos mal, tenía el sujetador incorporado. Por el apuro de
verse más presentable casi se cae y soltó una maldición. No encontró
zapatos, pero le dio igual andar descalza.
—¿Kathleen? —preguntó, esta vez no era desde el teléfono, sino Tristán
llamando a la puerta con firmeza—. ¿Estás ahí?
Ella abrió y contuvo el aliento.
El hombre que estaba de pie, extendiéndole un ramo de crisantemos
color rubí, no tenía traje de oficina. No usaba su armadura del día a día,
sino que llevaba el cabello naturalmente ondulado, sin gel; la barba de tres
días, irresistible en él; una camisa azul, con tres botones sueltos, remangada
hasta los codos; un pantalón informal color camel y mocasines a juego. Este
era, simplemente, el Tristán que se mostraba vulnerable, juguetón, dulce,
sensual y divertido con ella. Solo con ella.
Tristán dejó caer a un lado los contenedores con la comida y el resto de
pertenencias que tenía consigo. Los crisantemos quedaron olvidados, agarró
a Kathleen en volandas abrazándola con fuerza, cerró la puerta tras de sí
con el pie, luego la dejó en el suelo con suavidad. Kat era suya de todas las
formas posibles, pensó. En su alma ella era la única; nunca hubo otra; nunca
habría otra mujer.
Le acarició las mejillas y la miró con adoración, embebiéndose de ella,
antes de bajar la boca y besarla ávidamente. Kathleen aceptó la lengua de
Tristán con ansias. Los cuerpos de ambos crearon combustión y las chispas
se esparcieron.
Ella deslizó la mano sobre el miembro endurecido y lo acarició sin
tapujos sobre el pantalón. Le gustó capturar en su boca el gemido que
surgió de Tristán, profundo y lujurioso, que hizo vibrar todos sus sentidos
como un desfibrilador. Él le subió la falda del vestido y le acarició el sexo
cubierto por las bragas.
—Diablos, estás mojada —gruñó, mordiéndole la boca, cuando sintió la
tela humedecida. La sintió moverse ligeramente para tratar de acomodarse
sobre sus dedos—. Eres tan sexi, Kathleen —murmuró apartando la mano
de la zona más sensible. Con ambas manos la agarró de las caderas, subió
por los costados, le ahuecó ambos pechos con fuerza; ella se arqueó contra
él y jadeó con abandono. Luego, Tristán le sostuvo el rostro, mientras la
besaba con profundidad.
—Me gusta tenerte así de nuevo —susurró Kat y le recorrió la espalda
con las manos, disfrutando la calidez que traspasaba la tela azul, los
músculos esculpidos y la fuerza que la resguardaba de toda debacle externa.
Cuando Tristán rompió el beso para recorrerle el cuello, Kat tembló bajo
sus caricias. Al cabo de unos segundos, él dejó las manos quietas, sujetando
las caderas de Kathleen, para mirarla a los ojos. Ella tenía los labios
inflamados por el beso. Sin una gota de maquillaje, los pies descalzos, el
cabello suelto y la expresión de deseo, Kat honraba la descripción perfecta
de lo que era una voluptuosa sensualidad.
—Hey, cariño —dijo frotando su nariz contra la de ella—. Quisiera
seguirte besando ahora, pero lo retomaré en un instante —sonrió, mientras
procuraba que su respiración recuperara el ritmo normal. Necesitaban
hablar, no con sus cuerpos por más elocuentes que fuesen, porque era
importante—. Además, traje la cena y esas flores —se rio al ver los
crisantemos esparcidos por la alfombra.
Ella esbozó una sonrisa, mientras las ponía en un jarroncito con agua.
—Gracias por los detalles —replicó mirándolo. Él le hizo un guiño.
Entre los dos pusieron la mesa, después se sentaron frente al otro. La
comida estaba bastante bien, pensó Kat, y fue un enorme alivio que no le
causara náuseas. Esto la relajó un poco, porque antes de hablar de su
embarazo le hacía falta que entre ellos no quedaran cabos sueltos ni dudas
de otros temas.
—¿Qué tal mi destreza de chef, eh?
—No he muerto envenenada, así que eso dice bastante —replicó
haciéndole un guiño y Tristán soltó una carcajada.
—Hoy leí la disculpa pública, así que decidí venir, porque asumí que
con esa publicación ya estarían también resueltos los aspectos internos y tú
ya no tendrías preocupaciones dentro de la redacción ¿verdad? Salvo que
me haya equivocado, pero la verdad es que tampoco pretendía pasar más
tiempo sin ti.
Ella ladeó ligeramente la cabeza.
—Despidieron a Ramona, no me quitaron el ascenso, pero eso no es lo
importante ahora. Lo que de verdad me dio tranquilidad fue cuando entendí
que me creíste en el momento que te confesé que no había sido yo quien
publicó esa información de tu familia —dijo Kat, mirándolo.
Él extendió la mano y acarició la de ella sobre la mesa.
—Sí, lo hice. Claro que te creí porque, a pesar de todo lo ocurrido, yo
decidí confiar en ti. Sin embargo, estaba demasiado enfadado, Kathleen —
apretó la mandíbula—. Siento haber apartado tu mano cuando intentaste
tocarme en la redacción. Siento la incertidumbre y siento las lágrimas que
derramaste si pensaste por un minuto que no iba a creerte —se pasó los
dedos entre los cabellos—. Mi cabeza no estaba en un buen sitio. Tocarte o
besarte con el nivel de rabia que sentía, antes de ayer, hubiera sido ultrajar
lo que tú representas para mí.
Ella analizó sus palabras e hizo un asentimiento leve.
—El tiempo lo necesitabas para…
—Para serenar mi mente. No podía pensar con calma, porque mis
mundos estaban colisionando al unísono; lo que buscaba eran respuestas y
explicaciones a una situación que me explotó en la cara. Me fui al yate,
después de dejar órdenes específicas en la compañía y hablar con mis
abogados. Al regresar del mar me acerqué a la oficina de Haynes —
interrumpió apretando de nuevo los dedos de Kat.
Ella apartó la mano de Tristán y bebió un poco de zumo de limón.
—Lo comprendí, aunque eso no implicó que dejara de dolerme —
replicó. Tristán agachó la cabeza, cerró los ojos unos instantes y al abrirlos,
asintió—. Si en un futuro llegase a ocurrir otra situación que enfrente
aspectos que consideres medulares o trascendentales en tu vida ¿qué pasaría
si, a diferencia de lo que sucedió en esta ocasión, no obtuvieses las
respuestas pronto? ¿Podrían pasar semanas sin que sepa de ti? —preguntó
con el ceño fruncido—. Yo también podría necesitar tiempo, pero no dejaría
la posibilidad abierta; te diría exactamente cuánto: días u horas. La
incertidumbre es algo con lo que no puedo lidiar. Duele, Tristán.
Él sintió el comentario como un martillazo en el pecho.
—No me alejaré —zanjó—. Si necesitara tiempo, entonces te diré
cuánto, pero primero intentaré resolverlo contigo a mi lado —replicó con
sinceridad, mientras se levantaba de la silla para acercarse a Kat—.
Lastimarte era lo que menos querría.
—Me gusta escuchar eso —murmuró. Ella valoraba el esfuerzo de
Tristán de haber cocinado cuando, bien sabía, aborrecía la idea. La comida
estaba bastante decente considerando que era la primera vez que él hacía
esto. El detalle de los crisantemos era un recordatorio del día en que fue a
buscarla a la secundaria, años atrás. No podía reprochar nada; solo
necesitaba cerrar este capítulo—. Lastimarte es algo que, a propósito, yo
tampoco haría. Eso lo sabes muy bien ¿cierto?
Él esbozó una amplia sonrisa y la instó a levantarse. Asintió.
—Hay algo que quiero conversar contigo —dijo, mientras sacaba de la
mochila, en la que había traído la comida, un estuche plano y rectangular de
terciopelo. La tomó de la mano y la instó a que se sentara en el sofá.
—¿Tristán? —preguntó en un susurro cuando él le tomó la mano e hincó
una rodilla en la alfombra, mirándola con sus brillantes ojos aguamarina.
Hoy esas gemas eran dos lagunas profundas, cuyas aguas ondeaban en
calma y transparencia.
—Kathleen, el día en que te besé por primera vez no volví a ser el
mismo —expresó tragando saliva. Nada lo había puesto tan inquieto como
este momento—. Te elijo a ti por sobre todas las cosas, porque eres mi
corazón y sin ti el resto pierde completo sentido. Sé que tienes sueños por
cumplir, pero quiero que los cumplas conmigo. Quiero ser el apoyo cuando
te haga falta; el refugio que espera por ti ante las tormentas; el ardor que
calma el tuyo con placer y deseo. No puedo continuar siendo solo tu novio,
cariño, porque es imposible pretender que estoy explorando una relación
cuando, en realidad, tú eres la mejor parte de mí.
—Oh, Tristán… —murmuró con lágrimas en los ojos cuando él abrió el
estuche de terciopelo. Lo que contenía era una preciosa cadena de oro con
un dije en forma de trébol. El mismo dije que tenía él tatuado en el brazo—.
Este es el gesto más hermoso… —dijo con emoción al recordar lo que
significaba. Él le estaba entregando su corazón con este simbolismo—. La
cadena es bellísima.
Tristán esbozó una amplia sonrisa.
—Te amo y no quiero presentarte ante otros como novia; no quiero
continuar despertando cada mañana sin tenerte entre mis brazos y sin que
seas mía para siempre. Kathleen, hazme el honor de convertirte en mi
esposa. Dime que sí, mi vida.
Ella dejó las lágrimas rodar por sus mejillas y se rio.
—Yo también te amo, Tristán. Sí, claro que acepto casarme contigo —
susurró.
Él se levantó y le puso la cadena con delicadeza. Después, le besó el
cuello.
 
***
Desnudarse fue un arrebato de besos quedos, risas y roces.
Tristán se acomodó sobre Kat, que estaba en la cama gloriosamente
desnuda llevando tan solo el dije de trébol entre los pechos, y la besó con
dulzura en los labios. Lass manos de ella se enredaron en sus cabellos,
mientras le devolvía la misma pasión.
—Eres preciosa y mía por entero —dijo en tono posesivo antes de tomar
uno de los pezones erectos entre sus labios. Lo lamió y después lo mordió
con fuerza; repitió las caricias en el otro pecho y sonrió, contra la tersa piel,
cuando Kathleen arqueó la espalda pidiendo más, gimiendo—. Me
encantas.
—Te necesito dentro de mí, Tristán… —jadeó cuando él deslizó la
mano para entreabrir sus pliegues mojados y empezar a acariciarla. La
enloqueció al girar los dedos sobre el clítoris, recorriéndola y lubricándola
con su propia humedad; después la penetró con un dedo y luego dos. Le
besaba las mejillas, el cuello, los pechos, el torso y el abdomen; luego
volvía a repetir, pero esos dedos torturadores no paraban de estimularla y
enloquecerla—. Sí, así… —susurró.
—Estás más que lista —dijo antes de apartar los dedos para posicionarse
entre esos muslos tersos y suaves. Agarró su miembro con la mano y lo
movió de arriba abajo entre los pliegues húmedos sin entrar en ellos, porque
le gustaba torturar a Kathleen, la mujer que sería su esposa. Esa certeza lo
excitaba más que nada.
—Sí, así que date prisa —replicó frustrada—. Si piensas casarte
conmigo, entonces más te vale que me complazcas.
Tristán soltó una carcajada ronca.
—A tus ódenes, siempre, Kathleen —replicó inclinándose e
introduciéndose en ella poco a poco. Le gustaba sentir cómo la iba
ensanchando para él, a medida que se abría camino en su cuerpo—. Tan
estrecha y perfecta…
Kat arqueó la espalda cuando él llegó a lo más profundo de su cuerpo.
Le rodeó las caderas con las piernas y el cuello con los brazos, mientras sus
bocas se fundían en un beso largo, sensual e impregnado de amor. Sus
cuerpos estaban tan compenetrados, unidos por el invisible lazo del placer y
la pertenencia mutua, que era imposible decir en dónde empezaba o
acababa el uno o el otro.
Se movieron al ritmo que conocían, el que marcaba las olas y el tiempo,
pidiendo y exigiendo. Kathleen le mordió la boca a Tristán con fuerza y él
gruñó algo sobre las prometidas mandonas antes de embestir en ella de
nuevo. Su pene vibró y sintió cómo las paredes de Kat empezaban a
contraerse a su alrededor.
—Voy a correrme, Tristán… Oh, Dios… —gimió contra la boca
masculina. Estaba rodeada de lo único que le importaba; protegida y
deseada.
—Mírame, Kathleen, mira todo el deseo que provocas en mí y déjame
sumergirme en el tuyo —exigió con los dientes apretados.
Cuando ella accedió, Tristán soltó un gruñido de placer y con una última
embestida los impulsó a ambos hasta la cúspide y pronto alcanzaron juntos
esa exquisita libertad bañada de una emoción que rivalizaba con el deseo:
amor. Al cabo de un rato, cuando las pulsaciones de sus cuerpos remitieron,
él permaneció en el interior de Kathleen, pero acomodó su propio peso en
los brazos para no aplastarla.
Kat era una sirena que podía conjurar cualquier melodía con su voz y él
encontraría siempre el camino para seguirla. Después de todo lo que habían
vivido juntos, Tristán se sentía un hombre muy afortunado.
—Kathleen adoro hacer el amor contigo —le susurró al oído, luego le
besó la mejilla, antes de mirarla—: La cadena es algo simbólico. No quería
asumir que dirías que sí, así que dejé el anillo en el penthouse.
Ella agarró la joya con delicadeza, luego lo miró con una sonrisa.
—Me encanta que me hayas pedido matrimonio con este trébol que
significa tanto para ti. Aunque, con o sin una joya, Tristán, te habría dicho
que sí. Ahora, si quieres pedirme matrimonio de nuevo, con ese anillo o con
lo que quieras, no me molestaría siempre que te escuche declarándome tu
amor otra vez.
Él soltó una carcajada y la besó con pasión.
—¿Kathleen? —preguntó cuando ella se apartó de un momento a otro,
agarró la sábana para cubrirse, y corrió al cuarto de baño.
Tristán se levantó hecho un bólido detrás de ella, al verla vomitando se
sintió falta. No había pensado que su comida le hubiera hecho daño. La
acompañó y la cuidó hasta que Kat se sintió mejor. Se sentía culpable por
sus experimentos culinarios.
—Necesito una ducha —murmuró cuando terminó de cepillarse los
dientes. Ahora que estaba todo claro entre los dos, le habría gustado decirle
de su embarazo en otras circunstancias, pero al parecer no iba a ser posible.
—Qué pena, en serio, cariño —dijo pasándose las manos entre los
cabellos  —. Podemos pedir algo a la farmacia para que te hidrates o estés
mejor. ¿Quieres vomitar de nuevo? Te prometo que cociné ese jodido souflé
tal como me dijo mi ama de llaves; seguro fue ese y no el spaghetti lo que
te hizo daño…
Ella soltó una carcajada, sorprendiéndolo. Tristán la miró con el ceño
fruncido.
—Aunque no eres el mejor chef, sí reconozco tu esfuerzo —dijo
mordiéndose el labio inferior—. Sin embargo, ese no es el motivo por el
que haya vomitado —sonrió—. No encuentro otro modo de decírtelo —
murmuró agarrando la mano de Tristán con las suyas dejando caer la sábana
al suelo y quedándose desnuda, tal como él lo estaba, y la posó sobre su
panza—. Tristán, en ese matrimonio habrá una persona extra que va a
necesitar que le prometas que vas a quererlo o quererla siempre.
Él abrió los ojos de par en par.
—¿Vamos a ser padres? —preguntó con una sonrisa brillante.
—Sí… Lo supe hace poco, en medio del asunto del periódico, y no sabía
cómo decírtelo, porque jamás hemos hablado de la posibilidad de tener
hijos y…
Tristán la calló con un beso, hambriento, reverencial y posesivo. Le
sostuvo la cabeza con una mano, mientras la otra le acariciaba la pancita.
Ella sonrió contra la boca experta que la dejó jadeando al apartarse. Él
apoyó su frente contra la de Kat.
—Lo quiero todo contigo, Kathleen, lo quiero todo. ¡Vamos a ser padres
y vas a ser mi esposa! —expresó con una risa de júbilo—. Debes estar
preparada, cariño, porque si antes no tenía pensado dejarte ir de mi lado,
ahora, menos.
Kathleen se echó a reír y lo abrazó.
—Yo tampoco pienso dejarte ir, Tristán —dijo con el mismo tono
posesivo —. Además, considerando las circunstancias creo nuestra boda
será pronto.
Él la agarró en volandas y la llevó a la cama. La sostuvo entre sus
brazos y dejó la mano en el vientre que escondía la pequeña vida que juntos
habían creado.
—Quiero estar contigo para siempre —le susurró al oído.
—Para siempre —repitió Kat cerrando los ojos. 
EPÍLOGO
 
 
Seattle, Estado de Washington.
Estados Unidos de América.
Tres años después.
 
 
Desde el umbral de la puerta de su habitación, Tristán contemplaba a su
hija, Iris Faye Barnett, dormida boca abajo en la cama king-sized. Junto a la
pequeña estaba la mujer que había llenado sus años de risas y sensualidad,
Kathleen. Tarareando con suavidad, ella sostenía a Phillip, su hijo de dos
meses de nacido, contra el pecho, mientras el niño mamaba con avidez. Esa
imagen llenaba su corazón, al igual que había ocurrido en cada experiencia
compartida con su esposa durante los últimos tres años. La vida sexual de
ambos continuaba siendo fogosa y adictiva; las peleas monumentales,
aunque la reconciliación siempre era la mejor parte; sus conversaciones
divertidas y también profundas. Ambos se convirtieron en el apoyo
incondicional del otro, pero de igual forma en críticos constructivos. No
solo eran una pareja de amantes esposos, sino también compañeros y
aliados.
Durante el embarazo de Kat, ella estuvo más insaciable que nunca en la
cama; se volvió mandona y demandante. Tristán se reía de las amenazas
que expresaba si él la hacía esperar demasiado para llevarla al clímax;
después, tan solo se embrigaba de sus besos y la complacía hasta que ambos
jadeaban en éxtasis.
El cuerpo femenino estuvo muy sensible durante la gestación. Las
caricias la excitaban todavía más, sus hermosos pechos crecieron, y él podía
llevarla al orgasmo solo con chupar los pezones. La experiencia había sido
una maravillosa locura y a medida que avanzaban los meses y la anatomía
femenina iba cambiando, Tristán encontraba una nueva manera de venerar,
con su amor y toques sensuales, a la mujer que había robado por completo
su corazón.
Aunque no todo fue sensualidad en los dos embarazos, por supuesto.
Los primeros meses, Kat la pasaba bastante mal con los vómitos y náuseas,
pero, gracias al cielo, todo se reguló al final del tercer mes. A él le gustaba
acompañarla a las visitas ginecológicas y poder escuchar los latidos del
corazón de cada uno de sus hijos. Por otra parte, los estados de ánimo de
Kathleen fueron más volubles. Sus antojos, a las tres de la madrugada,
solían ser platillos gourmet de mariscos. Tristán tuvo que hacer uso de su
influencia, en un inicio, para que los dueños de los restaurantes tuvieran lo
que le gustaba a Kat y así poder cubrir los antojos de su esposa. Al final,
terminó contratando un chef que, durante los dos embarazos, tenía como
trabajo cocinar para complacer el apetito súbito de Kathleen en las
madrugadas. Tristán imaginaba que su esposa siempre rompía los
convencionalismos, inclusive embarazada.
Cuando ella estuvo en las últimas etapas de gestación, en cada
embarazo, insistió en ir a trabajar al periódico, a pesar de que el nuevo jefe
de redacción le había dicho que podía tomarse el último mes libre porque
temía que, de un momento a otro, pudiera rompérsele la fuente y no sabrían
cómo ayudarla con rapidez. Tristán, preocupado por ella, le asignó un
guardaespaldas y una enfermera para que fueran a todas partes por si los
necesitaba. Kat se puso furiosa y le dijo que era suficientemente fuerte para
trabajar hasta el último día posible, pero a él no le importó ese argumento.
Para él, lo único que contaba era que ella estuviera protegida y cuidada.
Tristán podía lidiar con los enfados de Kat y borrarlos a punta besos.
El matrimonio de ambos había sido celebrado dos meses después de que
él le pidiera a Kat que fuera su esposa. La ceremonia se había celebrado en
uno de los salones del Hotel Four Seasons y acudieron Wayne con su novia
de turno, Carrigan con Irene, toda la familia Barnett con excepción de
Byron, algunos colaboradores de Barnett Holdings y Cédric, que llegó
desde Illinois. La celebración había sido íntima y muy bonita. La luna de
miel incluyó un viaje a Tailandia, Francia e Inglaterra; fueron tres semanas
de erotismo, diversión, paseos y recuerdos.
Contrario a lo que Tristán hubiera pensado, Margie había comprendido
que, si no aceptaba y empezaba a apreciar a Kathleen, perdería todo
contacto con él y, por añadidura, con sus primeros nietos. Así que ella
empezó a comportarse mejor y con más amabilidad hacia Kat. Virginia se
había jubilado como ama de llaves, así que ahora gozaba de su pensión y
pasaba más tiempo con los nietos.
Virginia y Margie, poco a poco, llegaron a forjar una amistad, no tan
cercana, pero bastante llevadera. Byron no formaba parte de la familia, le
había pedido el divorcio a Margie y se casó con una mujer veinte años más
joven para después largarse a vivir a Nueva York. Nadie lo echaba en falta,
aunque, Tristán, a veces, notaba cierta tristeza en su abuelo cuando se
hablaba de repente de Byron. Ahora que era papá comprendía el amor hacia
un hijo, sin importar qué tan mal pudiera comportarse; así que podía sentir
empatía con Mason. Sin embargo, todos sabían que no había oportunidad
para Byron de reintegrarse a la familia o hacer las paces, porque él se
encargó de destruir todas sus posibilidades de reconciliación.
—Aunque no te vea, mi apuesto esposo —dijo Kat con toda la tención
fija en su pequeño bebé, sonriendo y ligeramente adolorida, porque Phillip
era muy hambriento. Sus pezones estaban inflamados, así que le costaba dar
de lactar—, sé que me estás observando con esos maravillosos ojos
aguamarina. Te siento, siempre.
Él se apartó de la puerta, riéndose con suavidad, y se acercó a la cama.
—¿Te he dicho, hoy, cuánto te amo? —le preguntó acomodándose junto
a ella. Kathleen le hizo un espacio, en el colchón, sin dificultad.
—No que yo recuerde —replicó con una sonrisa pícara.
—Te amo, Kathleen, con todo mi corazón —dijo, mirándola a los ojos.
—Lo sé —replicó y se rio cuando él soltó un gruñido por esa respuesta.
Después soltó un suspiro y se perdió en la expresión de calidez de
Tristán. Para ella, su esposo, seguía siendo el hombre más sexi y guapo que
conocía. Además, él continuaba cumpliendo la promesa de enfrentar juntos
las dificultades y aceptar la necesidad de espacio del otro sin dejar atisbos
de incertidumbre de por medio. Tristán siempre, por encima de sus hijos, la
elegía a ella. Los niños eran magia y amor, pero el compromiso, hasta el
final de sus días, había sido hecho por Tristán y por ella.
No iban a caer en el error de otros matrimonios de olvidarse que siempre
fueron, primero, una pareja y un equipo. Un hogar no podía forjarse en
función de los hijos, olvidando a quienes los trajeron al mundo; ella
rehusaba olvidar que además de madre era una mujer con necesidades
profesionales, emocionales, sexuales y de aventuras. Tristán pensaba de
igual manera, Kat lo sabía, porque él también tenía sueños por cumplir,
tanto en familia, como de forma individual.
Ambos, siempre, les darían toda su atención y amor a Iris y a Phillip,
pero sin olvidarse que su matrimonio era igual de importante. Las
dificultades que habían atravesado no solo los impulsó a madurar como
seres humanos, sino como una pareja, así que pretendían fortalecer ese
vínculo tan especial siempre.
—Kathleen —dijo en tono de advertencia, aunque ambos sabían que
tener sexo en esos instantes era imposible. No solo por Phillip y por Iris,
sino porque tenían invitados que esperaban en el patio—. Esa respuesta no
me gusta.
Ella soltó una carcajada y le besó la mejilla.
—Yo también te amo, Tristán, muchísimo —susurró con dulzura.
—Bien, eso está muy bien —dijo él y agachó la cabeza para capturar los
labios de Kathleen entre los suyos.
La pasión de ese beso, los mordiscos a esos labios sensuales, el jugueteo
de sus lenguas siempre era una fuente de gozo y deleite. La ávida respuesta
de esa boca deliciosa y traviesa de Kathleen, lo fascinaba; una boca que era
capaz de enloquecerlo y también llevarlo a un delicioso placer. La forma en
que sus cuerpos se conectaban, con el más simple roce, equivalía a
encender un cable de alta tensión que creaba descargas eléctricas potentes.
Los años solo parecían haber incrementado el nivel de intensidad del fuego
que ardía entre ambos.
Él quería hacer el amor con ella, en ese instante, y sabía que Kathleen,
por la manera en que jadeaba contra su boca, tenía la misma idea. A
regañadientes, Tristán, con suavidad, ralentizó el beso y luego frotó la nariz
con la de ella. Después extendió la mano y le acarició el pecho desnudo con
reverencia, obnubilado por la maravilla que era la naturaleza femenina y la
capacidad de alimentar a otro ser vivo con su propio cuerpo. Tristán deslizó
sus dedos hasta la cabecita de su hijo y la tocó con un amor gigantesco que
no sabía que existía en él.
Iris y Phillip eran una razón adicional por la que siempre estaría
agradecido con Kathleen. Su esposa le había dado la familia que nunca supo
que necesitaba, pero que, ahora que la tenía, no creía posible vivir sin ella.
Sus hijos eran una maravilla que habían sido creados con afecto y pasión,
sin embargo, Kat y él no querían tener más descendencia. Consideraban que
dos pequeños era más que suficiente.
Sí, él era millonario, pero el dinero no compraba la calidad del tiempo y
atención que se le podía dar a otro ser humano; llenarse de hijos, porque
tenían recursos económicos para pagar colegios, lujos y niñeras, tampoco la
consideraban una apuesta coherente en un mundo tan complicado. Preferían
enfocarse en darles a Iris y a Phillip todo el amor, tiempo, cuidados y
apoyo, a la par de combinar sus profesiones del día a día; disfrutar de las
experiencias en familia y continuar esta montaña rusa de emociones que era
el matrimonio.
—¿Quieres que lo lleve a la cuna? —la preguntó y ella hizo un ligero
asentimiento. Se acomodó el sujetador y después se cercioró que Iris
estuviera bien.
Cuando Tristán regresó de la habitación infantil, con el monitor en la
mano, fue a agarrar con suavidad el cuerpo frágil de su hija y la llevó a la
cama en el cuarto que compartía con Phillip. Le dejó instrucciones a
Harriet, la niñera, que cualquier novedad le comunicara de forma inmediata.
—Nos hemos tardado más de lo previsto —dijo Kathleen acomodándose
el cabello. Llevaba un vestido largo de flores y sandalias bajas. Su
maquillaje era suave. Aún mantenían las curvas del embarazo, pero estaba
conforme con su cuerpo y Tristán se lo hacía saber siempre con sus palabras
o cuando hacían el amor—. ¿Crees que Mason esté enfadado? Sé que no le
gusta esperar —murmuró.
Tristán se rio e hizo una negación, mientras la abrazaba de la cintura.
Esa tarde la familia estaba celebrando que Caleb tenía tres años sobrio.
Salir de la adicción le había costado muchísimo, pero Tristán se convirtió
en su mayor apoyo, al igual que Agatha. Los hermanos hicieron las paces.
Parte de ese apoyo de familia consistía en celebrar cada año de sobriedad
con una barbacoa. Caleb era ahora una persona totalmente diferente y había
descubierto su pasión por los animales, así que estaba por terminar su
especialidad de veterinario en el área cardíaca.
La barbacoa se estaba llevando a cabo en el patio de la mansión que
Tristán y Kathleen tenían en el barrio de Broadmoor. La casa tenía una sola
planta, pero estaba dividida de tal forma que garantizaba silencio y
privacidad en todas las áreas. Claro, esto último no incluía los gritos de los
niños cuando estaban inquietos.
—Tuvimos que ausentarnos un instante, porque necesitabas dar de
comer a Phillip y nuestra hija también quiso venir —sonrió—. Ya sabes que
Mason adora a sus bisnietos y, a diferencia de mis hermanos y yo, a ellos sí
les perdona todo. Incluso creo que, si mal no recuerdo, él ha sido tu
espadachín toda la vida.
Kathleen le echó los brazos al cuello y esbozó una sonrisa.
—Alguien necesitaba ponerte en sintonía con tus neuronas, mi amor, así
que Mason se dio a la tarea de que tomaras conciencia de tus errores —le
hizo un guiño.
Él la besó con suavidad y luego se apartó, a regañadientes porque
Margie, Virginia, Agatha y su prometido, Caleb y Mason, esperaban en el
patio. Menos mal era inicios de verano, así que el clima de la ciudad era
perfecto y fresco. El aroma de la comida ya estaba en el aire, así como la
música de fondo.
—Todavía no sale del regocijo que mi hijo se llame Phillip Mason —
dijo entrelazando los dedos con los de Kathleen, mientras avanzaban por el
pasillo.
Kat hizo un asentimiento; sonrió.
Ambos habían acordado que el niño llevaría el nombre del bisabuelo
porque, al fin y al cabo, fue el anciano la voz de la razón, el soporte de la
familia y el que siempre tuvo la mejor intención para que Kat y Tristán
encontraran el camino de regreso, juntos. Sin Mason habría sido
complicado que dos personas, testarudas y orgullosas, hallaran la manera de
enfrentar el pasado y dejarlo ir.
—Tu abuelo es un hombre increíble.
—De tal abuelo tal nieto —dijo Tristán con arrogancia. Kathleen soltó
una carcajada y le dio un empujoncito con el hombro—. ¿Acaso no es
cierto? —preguntó,  fingiéndose ofendido—. ¿Eh?
Ella elevó la mirada y se perdió en esos ojos aguamarina que tanto
adoraba.
—Es cierto —susurró.
Él le hizo un guiño y asintió brevemente.
—Hay algo que quiero darte antes de que nos reunamos con la familia
de nuevo —dijo guiándola hacia la oficina.
El despacho de la casa de ambos era una réplica de la que él construyó
para Kat en Barnett Holdings, cuando ella estuvo escribiendo el reportaje
para Perfiles. De hecho, cuando Kat terminaba su jornada como la nueva
editora de cultura en Seattle News Today, luego de que Rick se retirara, iba
a la oficina de su esposo para terminar el trabajo pendiente y luego
regresaban juntos a casa.
—¿Qué es? —preguntó con curiosidad.
Él le dio una nalgada e hizo una negación. «Su Kathleen siempre tan
curiosa».
—Cierra los ojos o no hay regalo —dijo besándole la punta de la nariz.
—Pfff —rezongó, pero obedeció.
Al cabo de pocos segundos, luego de escuchar a Tristán sacando quién
sabría qué y quién sabría de dónde, su esposo regresó a su lado.
—Extiende las manos, mi vida —pidió. Ella así lo hizo. El reflejo de la
luz de la tarde, que se filtraba por la ventana, hizo brillar el anillo de
diamantes y zafiros que él le había dado cuando le pidió, sí, por segunda
vez, que se casara con él. El dije de trébol, que colgaba en el pecho de
Kathleen, era visible porque el vestido que llevaba esta tarde era strapless
—. A la cuenta de tres abres los ojos.
—Tú y tus misterios —murmuró.
Él se inclinó y le besó el cuello.
—Misterios que te gustan, cariño, venga. Tres… dos… uno… ¡Mira!
Ella abrió los ojos y encontró una caja de madera. La agitó con
curiosidad, mirándolo, él le hizo un guiño. Kathleen la abrió con
entusiasmo y se quedó en shock, mientras se sentaba en el sofá color azul.
Una a una, con cuidado, sacó las caricaturas que tenían una firma que ella
conocía muy bien. L.S. Las iniciales de su padre, Lennan Stegal. Observó
con avidez cada caricatura y no pudo evitar llorar de alegría. Cuando
terminó de revisar el último boceto, cerró la caja y la dejó a un costado, y
elevó la mirada. Tristán la observaba, apoyado contra el escritorio, y un pie
sobre el otro.
—¿Cómo…? —preguntó levantándose y acercándose para abrazarlo. De
inmediato él la rodeó con sus brazos. Kat levantó el rostro hacia él.
—Me contaste una ocasión que no tenías nada del trabajo periodístico
de tu papá y que el periódico para el que Lennan trabajó ya no existía. Así
que decidí contratar un detective privado y mover ciertos hilos para
conseguir esta información, porque era importante para ti. Lo que te hace
feliz es todo lo que me importa —replicó con simpleza, mientras le
limpiaba las lágrimas con los pulgares.
—Oh, Tristán —murmuró atrayéndolo para besarlo lenta y largamente.
Se apartó con suavidad y le acarició la mejilla—. Gracias…
—Las gracias te las tengo que dar a ti —replicó dándole un beso fugaz,
mientras entrelazaba los dedos con los de ella para guiarla hacia el patio—.
Cambiaste mi vida y me diste un propósito, pero sobre todo, me amas por
quién soy.
Ella abrió las puertas de vidrio y salieron para ver a toda su familia,
porque todos lo eran, riéndose, conversando, bebiendo y esperándolos con
una sonrisa.
—Tenemos el privilegio de amarnos, Tristán, eso es todo lo que
necesitamos.
Él iba a responder, pero su abuelo se puso de pie.
—¡Ustedes dos, si no me van a dar otro bisnieto, entonces dejen de estar
haciendo ojitos y vengan a celebrar otro año de sobriedad de Caleb!
Con una carcajada, Tristán abrazó a su esposa de la cintura y caminó
con ella hacia el sitio en el que los esperaban las personas que de verdad
importaban. El veneno en la piel que una vez los separó, al final, se había
transformado en un elíxir de vida gracias a la magia del amor.
 
¡Espero que te haya encantado la historia de Kathleen y Tristán!

Si tienes un instante disponible, quizá 30 segundos, te agradecería mucho si


dejas tu reseña de VENENO EN TU PIEL.
Las reseñas, para una autora indie como yo, son una ayuda muy importante.
           Besazos,
Kristel.
 

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Email: kristelralstonwriter@gmail.com
 
 
Continúa leyendo: Hermosas Cicatrices (Autoconclusiva):
Hermosas Cicatrices
Sinopsis
 
Brooke Sherwood tiene a su nombre varias deudas, una licencia de
conducir caducada y ansias de abandonar su ciudad. Cuando una súbita
oportunidad de trabajo llama a su puerta, ella no duda en aceptarla y se
traslada a un rancho de Texas para intentar remontar su vida desde las
cenizas. Lo que menos imagina es que el mayor obstáculo para tener éxito
en su empleo, mide un metro ochenta y tres de estatura, posee una actitud
arrogante y tiene fieros ojos azules que consiguen despertar emociones
peligrosas que ella prefiere ignorar. Su insufrible vecino, "el cretino",
intenta conseguir que la despidan, pero Brooke está dispuesta a encararlo,
aún si eso implica acercarse al fuego que podría acabar quemándolos a
ambos.
Lincoln Kravath es un obstinado empresario que ha crecido entre la élite
ranchera de Texas. Su experiencia con las mujeres le recuerda de forma
constante que las emociones son un lujo innecesario. Con la intención de
consolidar su legado familiar, él empieza a negociar la adquisición del
rancho que colinda con el suyo. El día en que llega una nueva
administradora, "la princesita", el plan de Lincoln se tambalea, pues ella
intenta retrasar el proceso de compra. El apuesto cowboy tirará de los hilos
necesarios para que Brooke fracase y regrese a Los Ángeles, llevándose así
la irresistible tentación de instarlo a romper los límites que él se prometió
no volver a cruzar jamás por una mujer.
En el caos hay belleza y aún en la oscuridad existe un tenue brillo.
Cuando Brooke y Lincoln descubran la verdad que guarda el otro ¿podrán
lanzarse en caída libre y creer en un futuro menos hostil para ambos o
vencerá la huella dejada por las decepciones?
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

 
 
 
 
 
 
 
 
CAPÍTULO 1
 
 
Los Ángeles, California.
Brooke.
 
—Lo lamento, señorita Sherwood —murmuró la enfermera al notar la
expresión devastada y los ojos llenos de lágrimas de la joven. Le dio una
palmadita en la mano, aquella que no tenía la vía que estaba pasando suero
—. En el hospital hay un grupo de apoyo para las mujeres que han vivido
algo similar... ¿Desea que le traiga la información?
Brooke hizo una negación y volvió a cerrar los párpados.
Lo último que le apetecía era compartir con extraños el dolor que la
consumía en esos instantes; ni siquiera era capaz de asimilar la situación
por completo. Llevaba dos días en esa cama y dentro de unas horas más
iban a darle el alta, pero no importaba el diagnóstico médico, porque no
creía que hubiese medicina para sanar su pesar.
Unos días atrás estaba rebosante de optimismo, haciendo planes y
buscando su vestido de bodas; los siguientes, intentaba comprender el
sangrado, los calambres y la desgarradora angustia. Sus padres, Vera y
Nicholas, estaban viajando desde Londres hacia Los Ángeles, pero no
llegarían a tiempo y tampoco eran la clase de personas que tenían
inclinación a dar cuidados parentales, pues a juicio de ambos para eso le
pagaban al personal de servicio en la casa.
Después de que su hermano mayor falleciera por sobredosis de heroína,
el vínculo de por sí frágil de ella con sus progenitores se resquebrajó, pero
la relación no era hostil. Los Sherwood jamás fueron unidos, aunque de
algún modo Raffe consiguió ser la amalgama que sostenía las partes para
que no se rompieran. Ahora, sin él, eran solo una familia americana bonita
que salía en fotografías o repetía un script con las palabras correctas para
los amigos.
Parecía como si vivir en Los Ángeles implicara estar en un plató de
televisión imaginario, en el que sus residentes necesitaban acoplarse a las
expectativas intangibles creadas por la fantasía de estar rodeados de
multimillonarios y empresas que jugaban a crear sueños o recrear historias
con un giro fantasioso. La fama o la promesa de esta era un veneno que, en
la meca del cine, se consumía a raudales como opiáceos. 
Kristy, la mejor amiga de Brooke, solía estar siempre apoyándola en los
momentos difíciles y también en aquellos llenos de irreverencias, pero
llevaba una semana filmando en un set en Estambul y no podía regresar a
California de inmediato. Al menos, por teléfono y cuando la diferencia
horaria lo permitía, lograban hablar un rato.
Sin embargo, la única persona que debería estar, sin excusas válidas o
no, cruzando ese arduo puente con Brooke era Miles Laurentis, el padre del
bebé que ella acababa de perder a causa de un aborto espontáneo a las once
semanas de gestación. El insensible hijo de perra le había dicho, cuarenta y
ocho horas atrás con absoluta frialdad, que estaba en las últimas
conversaciones para firmar el contrato musical del año para su compañía
productora y si la de ella era una operación sin riesgos, entonces él podría
enviar a su asistente personal para que la acompañara de regreso a casa. Le
aseguró que al ser ella tan joven la vida continuaba y que juntos tratarían de
tener otro hijo, agregando que este embarazo había sido un accidente,
entonces los siguientes serían un poco menos traumáticos si sabía a qué
atenerse.
—Nena, el mundo no puede detenerse y tú eres fuerte —le había
comentado Miles en tono condescendiente, mientras de fondo se
escuchaban voces que lo instaban a darse prisa para entrar a una reunión de
negocios—. En menos de lo que crees te habrás recuperado, volveremos a
disfrutar de la vida y tendremos otros bebés. Te olvidarás de este episodio…
—¡Mira qué imbécil eres, Miles! Es un ser vivo ¡no un accesorio que si
se extravía se recupera o se puede comprar o reemplazar! —le había
gritado, ante la mirada preocupada de las enfermeras que iban a prepararla
para retirarle los restos del feto que no habían sido expulsados del todo—.
Es nuestro bebé… era… nuestro bebé… Su vida era importante, aunque no
hubiera llegado a concretarse del todo hasta su proceso final… Dios…  —
había susurrado rompiendo a llorar, porque fue inevitable.
—Considera la factura del hospital pagada. Ahora no puedo seguir
hablando, cariño. Sé que debes estar triste, pero nada más salir de esta
reunión te llamaré. Quiero casarme contigo, no lo dudes, nena. Seremos la
próxima pareja de élite de esta ciudad.
—Vete a la mierda —había dicho cerrando la llamada con profunda
decepción.
Qué ingenua fue al creer que un anillo de compromiso, un año y medio
de relación, y decenas de románticas fotografías esparcidas en los medios
sociales de Los Ángeles serían suficientes para garantizar que Miles sería el
ancla emocional que sus padres jamás le ofrecieron. La encandiló con su
experiencia y sembró la certeza de que podía confiar en él.
Jamás pensó que Miles fuese capaz de abandonarla a su suerte, en
especial cuando más lo necesitaba. Prefirió anteponer una negociación, en
lugar de velar por la mujer a la que le había puesto un anillo en el dedo con
la promesa de casarse y cuidarse mutuamente.
Después de esa llamada, Brooke entendió que había dado más de lo que
recibió, obnubilada por la fantasía del amor. Fue incapaz de ver la realidad
sin los filtros propios de las expectativas, pero no porque hubiera sido
imposible quitarse la venda de los ojos, sino porque su vanidad romántica
no la dejó entender. Las veces en que quiso hacer algo por su carrera como
ingeniera en desarrollo de software, Miles le dijo que era muy joven para
estresarse y que sacaría más provecho yendo con él a eventos corporativos
como su prometida.
Qué idiota había sido al creerle, entregar sus ilusiones, y apostar por el
amor. «Jamás volveré a cometer ese grave error». Se limpió las lágrimas
con el dorso de la mano, en el preciso instante en el que la enfermera se
aclaraba la garganta. El leve sonido trajo a Brooke de nuevo al presente,
instándola a ignorar sus tristes reflexiones.
—Déjeme sola, por favor… Gracias por todo… No creo que por ahora
me haga bien conversar con otras mujeres o grupos… —susurró en un
hilillo de voz, mientras escuchaba el “clic” que daba cuenta de que su única
compañía volvía a ser el tono blanco de las paredes, el aroma a
desinfectante, la ventana que daba la vista hacia un cielo que empezaba a
adormecerse al ocaso y el sonido de la máquina que controlaba sus signos
vitales.
Brooke colocó ambas manos sobre su abdomen y contuvo un sollozo.
El ginecólogo le había asegurado que, a pesar de que existía la
posibilidad de un nuevo aborto espontáneo, lo importante era que ella se
mantuviese saludable y monitoreándose con más frecuencia cuando
volviese a quedar embarazada. Brooke no sentía que estuviera preparada
para tener otro bebé en un futuro, porque el trauma emocional de perder al
primero había sido doloroso y el temor de atravesar otro episodio similar
era más grande todavía.
 
***
Siete meses después…
 
Los meses posteriores a la pérdida de su bebé, Brooke había logrado
sobreponerse poco a poco a la sensación de culpa, gracias a la terapia
psicológica; el vacío y la ansiedad también fueron desapareciendo. Después
de abandonar la casa que compartió con Miles, a pesar de los ruegos de él
para que le diera otra oportunidad y mantuviesen el compromiso
matrimonial, ella optó por alquilar un pequeño estudio en Santa Mónica y
llevarse todas sus pertenencias. Con la venta del anillo de compromiso hizo
una donación a la clínica de rehabilitación que, incontables ocasiones, había
sido el refugio para su hermano Raffe.
Los Sherwood no siempre fueron una familia acaudalada, pero cuando
el dinero empezó a llegar a raudales, Vera y Nicholas cambiaron por
completo y su naturaleza sencilla se vio trastocada por los incontables
accesos privilegiados que su nuevo estatus de millonarios les concedió.
Raffe pagó el precio de los beneficios ilimitados y el libertinaje desmedido.
Sus padres empezaron a tener affaires y peleas monumentales. Brooke
intentó mantener un equilibrio, porque los desastres familiares habían
calado profundo en sus emociones. Quizá por esto último, a pesar de ser
ella la menor de la casa, llevaba claro que no quería repetir la historia de
otros ni contaminarse con esa clase de toxicidad.
Por lo general, ni Vera ni Nicholas tenían tiempo para Brooke, pero este
año habían insistido en organizar la fiesta de su cumpleaños veinticinco. La
fecha coincidía con el lanzamiento de la nueva tienda de ropa de la
compañía familiar, LuxTrend. Dos celebraciones juntas que implicaban un
guiño a la prensa, aumento de reputación empresarial, el aplauso de la
gente, la llegada de personajes famosos y bebidas a raudales. Sus
intenciones no eran maliciosas, pero sí calculadoras y enfocadas en asuntos
financieros.
—Veeenga ¡a menear el cuerpo que hoy cumples veinticinco años y hay
que celebrarlo, bailando, a lo grande y no solo por esta noche! Tus padres,
al menos tienen un poco de conciencia y han organizado esta fiesta para ti
—dijo Kristy acomodándose las sandalias de tacón. Llevaba un vestido
negro cortito que resaltaba su figura esbelta—. Suma a ello que el idiota de
Miles tiene prohibida la entrada a esta propiedad, así que podrás pasarla
bien y quién sabe, tal vez encuentres al hombre de tu vida entre los modelos
tan guapos que trabajan para la firma de ropa de tu familia —esbozó una
sonrisa—. Ten en consideración que uno se parece a Jamie Dornan. Nunca
se sabe cuándo será el momento de comprar sábanas nuevas.
Brooke soltó una carcajada y meneó la cabeza. El sonido de su propia
risa parecía haber empezado a resurgir con más frecuencia y tenía la
intención de habituarse a él. En esos momentos estaban en el cuarto de
baño, que más bien parecía un vestidor debido a la amplitud y el excelente
sistema de iluminación. Se habían tomado un break de la fiesta para
retocarse.
Ella y Kristy se habían conocido en clases de ballet cuando eran muy
pequeñas. Ambas eran muy distintas en todo aspecto, pero su compás moral
era alto. Mientras Brooke tenía el cabello rubio, piel blanca y los ojos
verdes, Kristy tenía el cabello y ojos negros, así como la piel canela
herencia de su madre armenia; una disfrutaba las comedias románticas, la
otra prefería las películas de terror; Brooke optaba por los enredos
matemáticos y lógicos, Kristy disfrutaba encarnando personajes diversos a
través de sus roles como actriz.
—El amor está vetado por el resto de mis veintes —replicó con seriedad
y acomodándose el broche en forma de mariposa que recogía sus cabellos
dorados hacia un lado—. Sobre el sexo, la verdad no sé todavía cómo
asumirlo. Durante año y medio, el único hombre en mi cama fue Miles. —
Se retocó el labial rojo—. La idea de estar con otra persona no me
desagrada, pero soy incapaz de lograr visualizar algo así ahora mismo.
Kristy ladeó la cabeza, mirándola.
—Eso es un asunto de química, compartir fluidos, divertirse y luego
olvidarse. No necesitas estar enamorada ni hacer ejercicios de visualización,
lo sabes bien, porque sí has tenido un par de amoríos de ese estilo. Es solo
ceder a la atracción mutua. Al menos el idiota de Miles no fue tu primer
amor. Será un borrón en tu memoria con los años.
Brooke se tocó el pendiente de zafiros que le había regalado, muchos
años atrás, su abuelo paterno, Charlie. Lo echaba en falta a él y a Melody,
su abuela, porque los recuerdos creados en esa mansión con ellos eran todos
de amor y risas. Fue de las épocas más felices de los Sherwood. Su
reticencia a visitar con frecuencia a sus padres no solo se debía a la
superficialidad de la que ahora hacían gala, sino porque en la casa estaban
las memorias de su hermano, los años con sus abuelos, las risas que jamás
volverían.
Enfrentar esos recuerdos cada tanto no era fácil. En esta ocasión había
aceptado celebrar su cumpleaños en la casa y dejar de lado los
sentimentalismos, porque estaría rodeada de gente y no existía ese opresivo
silencio de las paredes que guardaban historias.
—No soy tan aventurera o quizá sea que la persona que puede lograr
captar mi interés es de otro planeta y no ha llegado a la Tierra.
Kristy se rio y le dio un empujón suave con el hombro.
—Si volvieses a ser consciente de lo guapa que eres, en plenitud, te
darías cuenta la cantidad de hombres que te devoran con la mirada, Brooke.
Si les prestaras atención, entonces sabrías si hay o no química, pero pasas
de ellos. El sexo es carnal y tiene que haber una mirada o un roce o una
sensación intensa; si miras a otro lado, pues obviamente no encontrarás
química con nadie, tontita. Esta noche, antes de venir a retocarnos, durante
las horas que hemos pasado bailando y disfrutando, yo te podría señalar
cuántos hombres estuvieron a punto de invitarte a la pista, pero desistieron,
porque los ignoraste. —Brooke la miró con curiosidad, porque quizá era
cierto, no se había fijado—. Es momento de quebrar todas las murallas que
te resistes a romper en ese aspecto. Deja a Miles de lado de una vez por
todas.
Brooke suspiró con resignación.
Miles había sembrado una huella de inseguridad sobre su capacidad de
elegir a los hombres correctos. No se negaba a la posibilidad de un affaire,
pero tampoco había encontrado en ese tiempo a una persona que
consiguiera despertar una llama que lograse consumirla de anhelo sexual.
¿Era esa sensación algo real o una proyección propia de las aspiraciones
que creaba el marketing sobre la atracción? Debía reconocer que Miles
había sido un amante decente, pero su piel no ardía con sus toques. Quizá la
llama nunca se encendió del todo y ella tan solo se aferró a la idea de hacer
funcionar esa relación por el miedo al fracaso, a la ruptura. Sin embargo, su
relación terminó siendo una casa de naipes.
—Quizá necesite un poco más de tiempo —replicó Brooke con tono
suave.
—Es un buen inicio: reconocer una posibilidad, sin rechazarla, y abrir
un espacio.
—Por cierto, Kristy —dijo bajando la voz, aunque no era necesario
porque estaban solo las dos, poniéndose más guapas, antes de regresar al
patio principal para que cantaran el cumpleaños feliz—, he visto a mi padre
escabullirse en su estudio con un grupo de hombres que parecían ir de pocas
pulgas. No me dio la impresión de que fuese una reunión muy amistosa.
¿Crees que debería acercarme? Mi madre parece distraída en otras cosas.
Sus ojos verdes refulgían con el delineador negro, pero eran sus labios y
curvas los que conseguían darle la apariencia de aquellas bellezas de
Hollywood de los años 60´s, al estilo de Anita Ekberg. Incontables
ocasiones su mejor amiga le sugirió que hiciera casting de cine, pero
Brooke amaba más los desafíos que implicaba conectar sistemas de redes y
software.
El sueño de Brooke consistía en abrir su propia oficina de consultoría en
seguridad informática y desarrollar softwares personalizados para mejorar
procesos en entornos corporativos. Iría gestando todo poco a poco, pues lo
primero que tenía que hacer era adquirir práctica profesional más profunda.
Al menos poseía, gracias al círculo social en el que se desenvolvía, una red
de contactos amplia con la que podría contar para encontrar un sitio de
trabajo que le pudiera dar experiencia y posibilidades de expansión.
—Esta también es la celebración de la apertura de una nueva tienda y
colección. Entonces tu padre debe estar recibiendo consultas, aunque
prefiera no hacerlo, en la oficina como algo de última hora. De seguro no es
nada inquietante.
Brooke soltó una exhalación.
Ella presentía que algo no iba bien y la incomodaba no ser capaz de
quitarse esa sensación. Sin embargo, no quería abrumarse por simples
sospechas que, tal como decía Kristy, no tenían razón de existir. Además,
quería empezar un nuevo año de vida diferente para trazar un nuevo
capítulo; las hipótesis fatalistas no formaban parte de esa intención.
—Quizá estar rodeada de tanta gente, después de estar meses evitándolo
por todo lo que me ocurrió, me ha hecho sentir un poco agobiada —acordó
Brooke.
—Ya estás preparada para emprender tu retorno al ruedo social —dijo
Kristy riéndose—, así que sigamos aprovechando tu cumpleaños como la
excusa y motivo perfecto.
Las dos empezaron a caminar hacia el patio.
La decoración de la fiesta era increíble, pues mezclaba el concepto del
libro favorito de Brooke, Alicia en el País de las Maravillas, con elementos
de la ropa de LuxTrend para los camareros y demás personal. El resultado
era atractivo y fascinante. Los asistentes no estaban llamados a seguir ese
concepto, pero algunos optaron por unirse a la tendencia.
Vera le hacía señas a su hija para que se acercara rápido y soplara las
velitas. A ella le gustaba usar el dinero, pero no le importaba cómo se
lograba amasarlo, así que estaba satisfecha con los resultados de esa noche.
Adoraba las fotografías y lucir sus alhajas.
Brooke, a medida que avanzaba a lo largo del patio, hacia el lugar en el
que Vera esperaba, también buscó con la mirada a su padre. Este no estaba
por ningún lado. Le fue imposible no preguntarse quiénes serían esos
hombres de expresión críptica, así como el por qué estaban tardando tanto
en salir del estudio de Nicholas.
—Querida amiga, te prometí que mi obsequio para ti sería uno especial
—dijo Kristy en tono divertido—, así que después de que toda esta
muchedumbre se marche de este fiestón, nos quedarán cinco horas para ir al
aeropuerto. —Brooke la miró intrigada—. ¡Tengo boletos para Las Vegas!
Nos iremos a ver Magic Mike en primera fila. ¿Qué tal con eso?
Brooke se echó a reír y luego empezó a dar saltitos de alegría, ante la
mirada risueña de los invitados que creían que a ella le hacía ilusión
compartir ese día con ellos. Tontos. Los boletos al espectáculo de Channing
Tatum solían agotarse al instante, así que el hecho de que Kristy los hubiera
conseguido era increíble. Ambas se abrazaron, eufóricas.
—¡Eres la mejor, oh por Dios, veré a esos bombonazos en vivo!
—Lo sé, lo sé, hoy se acaba toda la mala racha —replicó, terminándose
por completo la copa de champán. Un camarero llegó al instante para darle
otra—. ¡A tu salud!
Brooke estaba exultante como no lo había estado en meses. Sus padres
parecían incluso más generosos que de costumbre y le entregaron semanas
atrás, como obsequio anticipado de cumpleaños y como parte de su
herencia, el cinco por ciento de las acciones en LuxTrend. Desde entonces,
ella intentaba tomar una decisión profesional: trabajar un año para la
empresa familiar o lanzarse de lleno a la aventura de buscar empleo en otras
compañías.
—Brindo por un nuevo inicio —dijo Brooke con la certeza de que,
finalmente, el universo había dejado de castigarla con lecciones de vida
demasiado complejas y dolorosas. Todos se merecían un respiro y ahora
tenía el suyo—. ¡Y por Magic Mike!
Kristy soltó una carcajada, mientras Vera detenía la cháchara de ambas
al golpear la copa de cristal para pedir la atención de los presentes. Los
murmullos se apagaron de a poco.
Los invitados pertenecían a los usuales círculos sociales que
frecuentaban los Sherwood, a excepción de Brooke que prefería mezclarse
con ellos solo si era indispensable o para mantener vivos los lazos de
amistad. Vera sabía que esa fiesta sería la ocasión social de la que se
hablaría durante los próximos días, así que había calculado muy bien
quiénes eran sus invitados. Entre los asistentes constaban populares
columnistas de espectáculo, reconocidos empresarios, un par de personajes
famosos y también inversores. Vera quería que ellos recordaran y replicaran
el mensaje de que LuxTrend estaba para quedarse.
—Quiero celebrar a mi hija en su cumpleaños, agradecerles por estar
aquí para festejar a Brooke, así como a la nueva tienda de LuxTrend que
abrimos esta mañana en Rodeo Drive. Gracias por estar aquí y compartir un
momento tan especial para los Sherwood y sus socios corporativos. ¡Por
más años y más éxitos! —dijo levantando la copa. Llevaba un vestido
crema de Valentino que resaltaban la belleza que continuaba luciendo con
aplomo a sus sesenta años—. Ahora, señores —miró a los músicos y al DJ
—, vamos a cantar el cumpleaños feliz.
Los invitados empezaron a corear las primeras notas. Brooke sonreía de
corazón y miraba a su mejor amiga, emocionada, porque pronto irían a Las
Vegas. ¡Sería épico!
A los pocos segundos, Nicholas llegó al patio y le dio un abrazo
inesperado a su hija que ella, por acto reflejo y también sorpresa, devolvió.
Él empezó a cantar siguiendo el buen ánimo de todos, pero Brooke lo sintió
un poco tenso. Ella no le dio importancia y pretendió que todo iba bien,
hasta que no lo estuvo y su vida se desmoronó para siempre.
CAPÍTULO 2
 

 
Seis meses después.
 
 
—Esta es la última caja —dijo Giles, el hombre a cargo de coordinar
que se ejecutara la orden de embargo de todos los bienes de la familia
Sherwood; esta mansión era el último tramo de un prolongado proceso.
Miró a la mujer joven de expresión inquieta que estaba ante él—: Ya debe
marcharse, señorita, o llamaremos a la policía para que la escolten. Esta
casa le pertenece al Estado. Que usted se aparezca aquí ya es un
inconveniente.
Las palabras del hombre le escocieron a Brooke, a pesar de que eran
ciertas. Ella no tenía por qué estar en ese instante alrededor, pero quería
cumplir el objetivo que la había impulsado a acercarse a la mansión.
Cuando el abogado de la familia, Yves Janison, le informó que el cierre
oficial y definitivo tendría lugar esa mañana, ella supo que esa era su única
oportunidad para recuperar los pocos recuerdos que tenían importancia.
No se trataba de bienes con valor monetario, no. Se trataba de dos
pequeños álbumes de fotos en los que Brooke había guardado capturas de
especiales de su vida, así como también resguardó, entre los folios de
plástico, las cartas que su hermano le escribía cuando él estaba en las
clínicas de rehabilitación.
Las semanas que Raffe había estado internado recibiendo tratamiento
médico y psicológico, no solo eran devastadoras para Brooke, sino también
que resultaban ser los pocos momentos en que él parecía más abierto a
mostrar sus emociones. No lo hacía con palabras, sino con cartas. En esas
cartas vertía sus pensamientos, le pedía disculpas por haberla puesto en una
situación complicada al ser testigo de sus exabruptos; le decía cuánto la
quería y que se pondría bien. No eran muchas cartas, pero sí muy
significativas.
Cuando Brooke se mudó a vivir con Miles quiso dejar atrás todo lo que
lastrara la posibilidad de crear algo fresco y esperanzador, así que dejó sus
álbumes e incluso gran parte de sus cosas. Compró todo nuevo. Nunca hizo
un esfuerzo por recuperarlos, porque sabía que siempre podría encontrarlos
en casa cuando estuviera lista para abrirlos de nuevo.
Sin embargo, el día en que el infierno le dio la bienvenida a su familia,
aparte de tratar de sobrevivir al caos, lo último en lo que pensaba eran
álbumes o cualquier otro aspecto distinto a equilibrar su frágil economía. Si
no hubiera sido por la llamada del abogado, esa mañana, ella habría perdido
la única oportunidad de buscar esos recuerdos tangibles.
—Lo sé, no es mi intención interrumpir esta diligencia, solo…
—¿Qué es lo que quiere entonces, señorita? —interrumpió, cruzado de
brazos. Le quedaban varias diligencias por delante y no le apetecía perder el
tiempo.
—Saber si es posible revisar, entre lo que ha quedado de las
habitaciones o el sótano inclusive, si hay unos álbumes de fotos que son
importantes para mí. No tuve opción de buscarlos antes por razones que le
aburriría escuchar —murmuró—. Esta es mi última oportunidad. Necesito
encontrarlos antes de que los destruyan o comprobar que todavía no lo
hayan hecho —replicó con inquietud al considerar que esto último fuese un
hecho.
Ella entendía que los tesoros en la vida no brillaban ni tenían seguros
contra robos. Su madre solía decirle que carecía de ambición y perspectiva,
pero a ella no le importaba. Vera se hubiera enfurecido si hubiese visto a su
hija yendo a pedir un favor por algo que, a sus ojos, era simplemente
basura. Brooke ya no tenía que soportar las opiniones de sus padres en
especial desde el día en que, por culpa de ellos, se convirtió en una paria
social.
Después de que terminaron de cantar la última nota de su cumpleaños
25, los hombres que estuvieron reunidos en el estudio con Nicholas
irrumpieron en el patio, entre la exclamación consternada de Vera y las
fotografías que captaban los invitados, para esposar al accionista
mayoritario de LuxTrend: Nicholas James Sherwood. Brook supo después,
durante el proceso legal, que esos individuos eran agentes encubiertos y que
arrestaron a su padre bajo la acusación de lavado de activos por más de
ochenta millones de dólares. Lo que habría sido una memorable ocasión de
celebración se convirtió para Brooke en caos y vergüenza.
A partir de ese momento sintió que ya no existía un puerto seguro, más
que aquel invisible al mundo: su espíritu de supervivencia.
No hubo Magic Mike, sueños renovados o posibilidades de tener días
medianamente serenos. Todos sus planes profesionales se anularon. Nadie
quería contratarla. Brooke era el daño colateral de su padre. Incluso la
dueña del estudio le pidió que desalojara la propiedad, argumentando que la
prensa había empezado a perturbar a los vecinos con preguntas.
Los titulares en los periódicos machacaron a los Sherwood, en especial
cuando se anunció que no habría opción a fianza para Nicholas. Todas las
sucursales de LuxTrend cerraron y los empleados iniciaron juicios
laborales. Los bienes fueron sometidos a un proceso de embargo: casas de
verano, yates, la residencia secundaria en Seattle, además de congelar todas
las cuentas bancarias. Gracias a un amigo de Vera, la mansión en Los
Ángeles fue dejada para embargarse de última, pero no se logró impedir la
pérdida.
Brooke tenía una tarjeta de crédito, que no estaba asociada a un banco
norteamericano, y con la que estaba subsistiendo. El cupo ya rozaba el
límite permitido. Ella tenía usados varios miles de dólares, porque su madre
había rehusado quedarse en un hotel sencillo o ajustarse a un presupuesto.
Vera era manipuladora cuando quería salirse con la suya y Brooke, al verla
llorar como nunca desde la muerte de Raffe, no se sentía capaz de negarle
algo.
Necesitaba trabajar con urgencia, pero nadie quería contratarla. «¿Cómo
diablos iba a salir de esta?». Kristy estuvo a su lado manteniendo un perfil
bajo y la ayudó en lo que pudo, pero a las tres semanas de que hubiera
empezado el juicio a Nicholas, se mudó a Phoenix, Arizona, porque le
dieron un papel secundario para una serie de Netflix. Aparte de ella, un
amigo con el que la unía un lazo agridulce, Matteo Sarconni, la había
contactado para ofrecerle su ayuda, incontables ocasiones. Cuando Brooke
no respondió las llamadas, él le envió varios mensajes de texto diciéndole
que contara con su apoyo para lo que hiciera falta.
Matteo había sido el mejor amigo de Raffe, pero ya no vivía en L.A.
desde hacía años. Sin embargo, antes de marcharse de la ciudad le aseguró
que siempre estaría en deuda con ella por el pasado que compartían.
Llamarlo cuando estuvo sola en la clínica, además de que el tema era
privado y doloroso, habría sido absurdo y por completo incómodo, porque
la relación de amistad entre los dos no iba de contar intimidades. Además,
vivían en ciudades diferentes y, aparte del mensaje usual de Navidad, poco
hablaban.
No la sorprendía que la hubiera buscado para ofrecerle su ayuda, pero
tampoco quería ser el caso de caridad de nadie. Sabía que Matteo tan solo
estaba movido por la culpa o el deber de una promesa. No era soberbia de
Brooke, pero el torbellino tan doloroso de esos meses, no necesitaba traer
otro ingrediente adicional que removiese momentos que, a pesar de haber
sido bonitos, habían sido empañados por la decepción.
Nicholas Sherwood no solo había estado involucrado con la mafia
irlandesa, sino con la italiana, lavando dinero para unos y otros. LuxTrend
fue la tapadera perfecta y exitosa durante años. Brooke y su madre
testificaron en el juicio, a favor de Nicholas, aunque lo hicieron reacias. Las
dos fueron investigadas, por supuesto, pero no recibieron cargos en su
contra al no hallar pruebas que dieran cuenta de que tenían conocimiento de
los negocios o asociaciones del acusado. El jurado deliberó y la condena
impuesta fue de cuarenta años de prisión, sin opción a apelar, para el
patriarca Sherwood.
Vera, mientras Brooke buscaba desesperadamente un empleo sin éxito,
había tenido suficiente tiempo para encontrar un amante: un incauto con
dinero que la invitó de vacaciones a Oriente Medio. No dudó en abandonar
a su hija, a las pocas semanas de que se dictara la sentencia contra Nicholas,
y desentenderse de todo. Su despedida y explicación fueron un escueto
mensaje de texto impregnado de indiferencia: Hija, he encontrado el amor
de nuevo y estaré viajando por Emiratos Árabes Unidos. Buena suerte,
aunque seguro no la necesitas.
Para Brooke, encontrar que en su madre existía una vena pérfida al
punto de dejarla sin mirar atrás, fue un golpe más a la lacerada armadura
que intentaba por todos los medios de mantener en pie en medio de esa
batalla de supervivencia. Quería olvidar todos esos capítulos turbulentos, y
también necesitaba con desesperación algo que le devolviese las ganas de
vivir y la confianza en la humanidad. No sabía qué era peor: que te fallaran
tus padres o la persona que creíste amar o perder a un bebé. ¿Todo junto?
Sí, todo junto era la respuesta correcta.
Después de una larga lucha consigo misma, entre aceptar la realidad y
pretender que solo vivía una pesadilla, finalmente logró organizar sus
mínimas pertenencias en una maleta y abandonar esa mañana el motel en el
que llevaba viviendo desde hacía varias semanas a base de comida china
barata y promociones de 2x1 en McDonalds, café, té y agua.
Claro, cualquiera diría que era una reina porque, en medio de su tirante
presupuesto, tenía la posibilidad de comer. Ella no se quejaba, tampoco
podía decir que estaba deshidratada, eso seguro, pero necesitaba una
alimentación más saludable. Lo que se ahorraba en comida o transporte ¿iba
a gastárselo en ir al médico por si pescaba una anemia o gastritis? Obvio,
no.
Los anuncios de empleos que encontró más tentadores llegaron a ser de
escort e incluso stripper. Cuando empezó a considerar seriamente quitarse la
ropa para ganar dinero, Brooke supo que tenía que recoger sus piezas rotas
y reconstruirse lejos de esa ciudad en la que el precio de beber agua
equivalía, en otros países, a una comida personal completa. Así que había
tomado la resolución de elegir un nuevo destino fuera de Los Ángeles ese
mismo día. Lo incierto y desconocido la asustaba un poco, sin embargo, ya
no tenía otra salida.
Durante la llamada de esa mañana, el abogado de la familia, Yves, no
solo le mencionó sobre el cierre definitivo de la mansión, sino que le pidió
mantener el contacto. Según él, todavía quedaban algunos temas de
Nicholas por resolver, para la familia, pero ella replicó que no quería saber
nada de eso y que buscara el modo de hablar con Vera.
Brooke había sido despojada de todo, menos de su dignidad, y no podía
ponerla al servicio de la desesperación. Al terminar con esta visita en la
mansión necesitaba echar la suerte y elegir una ciudad para sembrar nuevos
caminos lejos de todo lo que había conocido.
—Le doy treinta minutos para buscar esos álbumes de los que habla,
señorita —dijo el hombre, mientras daba órdenes a sus subalternos y hacía
gestos con las manos regordetas.
—¡Gracias! —exclamó Brooke. No perdió tiempo y se adentró en la
casa.
Fue corriendo escaleras arriba, hasta la que había sido su habitación.
Entre todas las cajas amontonadas con objetos sin valor, sábanas, lámparas,
encontró un álbum de fotos. Le tembló la mano al abrirlo, porque solo en
uno de los dos álbumes guardaba las cartas de Raffe. Cuando vio las últimas
páginas con los pocos papeles, escritos a mano, contuvo un sollozo.
Si consideraba que su madre era reacia a guardar cosas de las épocas en
las que el dinero no fluía a raudales, al menos apreciaba que no hubiera
hecho una redecoración exhaustiva y enviara todo a la basura. Vera se había
convertido en una persona casi indolente.
Ahora, la mansión estaba libre de objetos de valor, pues eran parte de lo
que se consideraba como parte del pago de Nicholas a las autoridades. Ya
solo quedaban bagatelas o cosillas sin importancia alrededor. La suciedad
opacaba el brillo de las lámparas de cristal, además de algunas superficies,
en un panorama que provocaba pesar por todo lo que alguna vez fue esa
casa, indistintamente de los acontecimientos en su interior.
Brooke bajó las escaleras.
Estaba lista para marcharse cuando reparó en un detalle. Se aclaró la
garganta para hacerse notar ante Giles. Él la miró con actitud de pocas
pulgas y tan solo enarcó una ceja, porque incluso hablar parecía demasiado
generoso ahora.
—¿Esa muñeca de porcelana? —preguntó con un hilillo de voz,
señalando el adorno revestido de vibrantes colores que estaba sobre una
preciosa consola de madera. La pequeña estatua fue un obsequio de su
abuelo cuando ella tenía nueve años y era un milagro que Vera no la hubiera
botado—. No forma parte de los bienes declarados por mi padre y…
—Si la quiere, llévesela —zanjó con impaciencia—. Hemos terminado
aquí, así que es momento de que usted también se marche.
El último de los hombres a cargo del embargo, que ya llevaba cuatro
horas retirando cada objeto de la casa de Los Ángeles, salió por la gran
puerta de madera oscura. Solo quedaron en el interior Brooke y Giles. El
silencio de la inmensa propiedad, que otrora fue el escenario de risas y
grandes fiestas que incluyeron a la realeza de Hollywood, tan solo era
interrumpido por los ruidos lejanos de los automóviles.
—Sí, gracias, por esto —agitó la estatuilla con una sonrisa triste. Con un
suspiro de resignación, Brooke dio media vuelta y salió a la calle.
El clima de Los Ángeles era perfecto todo el año. No necesitaba los
grandes abrigos que hacían falta en otras ciudades durante el invierno. Esto
quizá era una gran ventaja para poder ir de un lado a otro con su equipaje
sin que pesara o estorbara demasiado.
Brooke caminó por las calles amplias de Beverly Hills, aquellas que
conocía de toda la vida. Ahora, le parecían insípidas y tan lejanas de su
realidad. A medida que avanzaba con su maleta de 23 kg y un pequeño
carry-on, la tristeza empezaba a apoderarse de ella como la tinta negra que
se vertía en un vaso de prístina agua de manantial.
La risa de unos niños jugando despreocupadamente, en el jardín de una
mansión, le hizo recordar aquellos días en que fue feliz, porque sí que lo
fue. Días en que ignoraba lo que era la carencia, la destrucción, la
incertidumbre y también la traición y la soledad. Poco a poco, Brooke
aprendió a ser discreta con los sueños o planes que tenía en mente, no los
conversaba con otros, porque entendió que los demás se regocijaban con la
desgracia ajena y disfrutaban hablando mal del soldado herido en combate.
La experiencia de su familia, a partir del juicio de Nicholas y la pérdida de
todos los bienes, ratificó ese aprendizaje sobre la bajeza humana.
Ahora, mientras le dolían los pies con la caminata, porque tomar un taxi
a la estación de buses era un lujo, lo que menos tenía era esperanza.
Brooke solo contaba con cuatrocientos dólares americanos en efectivo y
debía usarlos sabiamente. Sus posesiones consistían en un teléfono, un iPad,
prendas de vestir de diseñador pasadas de temporada, la estatuilla de su
abuelo, el certificado de sus estudios, su récord médico, el álbum de fotos,
la licencia de conducir caducada y su identificación. No era una rubia tonta
y frívola como algunas publicaciones quisieron exhibir. Sin embargo,
entendía que su buen nombre fue usurpado y reemplazado por la reputación
de su padre: corrupción.
Desconocía el alcance real de los crímenes de Nicholas, en especial
porque involucraban a la mafia, pero al menos consideraba que la justicia
había sido ejecutada. En su caso, el precio de la libre conciencia era el
despojo absoluto de lo material.
Brooke quería empezar de cero y eso solo podría conseguirlo en una
ciudad en la que no la conocían, una como San Diego. Le daba igual si tenía
que limpiar pisos. Pero, antes de optar por subirse al bus que la llevaría a la
terminal de transporte tomó una decisión de último momento. Kristy le
había insistido en incontables ocasiones que llamara de regreso a Matteo,
Sarconni, pero Brooke se resistía a hacerlo porque estaba abrumada por
todo lo que le ocurrió. Ahora entendía que él era el único amigo que quizá
tendría los recursos para apoyarla.
Sus opciones eran quedarse en Los Ángeles y empezar a vivir de
cupones de descuento, optar por aventurarse en San Diego a la buena del
destino o preguntarle a Matteo si, después de ignorarlo, la opción de
obtener ayuda de él seguía siendo viable.
Tomó una larga respiración y marcó el número.
Al cabo de cuatro timbrazos respondió Matteo.
—La mujer más bella de California —contestó la voz varonil a modo de
saludo y con un innegable acento italiano—. ¿A qué debo el honor de esta
llamada, al fin, Brooke?
Ella sonrió de manera inevitable. Que no hubiera borrado su número era
buena señal. Su historia con Matteo tenía pasajes algo complicados de por
medio, pero no existían resentimientos, aunque no por eso llamarlo costaba
menos.
—Hola, Matt —replicó un poco inquieta, y usando el apodo de toda la
vida—. Sé que ha pasado mucho tiempo desde la última ocasión que
hablamos y también que no he devuelto ni tus mensajes ni llamadas, así
que…
—El tiempo es relativo —interrumpió con suavidad—. Me alegra
mucho saber de ti y lamento lo ocurrido con tu familia… Supe de todo esto
por amigos de Los Ángeles. Apenas me enteré, no pude dejar de ofrecerte
mi ayuda, pero entiendo que hayas decidido excluirte un poco del mundo y
no responder. ¿Cómo estás con respecto a todo esto?
Brooke soltó una leve exhalación. Fuera de California, su familia no era
popular, entonces no existía riesgo de que las grandes cadenas de medios de
comunicación se hubiesen interesado por darles un titular. Por este motivo
sabía que podría optar por un nuevo inicio, al menos eso era a lo que
aspiraba.
—Hoy se ejecutó el último embargo por completo —susurró,
observando cómo pasaban los automóviles de marcas lujosas en la calle—.
El de la residencia principal.
—Oh, mierda, lo siento —replicó pasándose los dedos entre los
cabellos. Se recostó contra el respaldo de su silla de cuero en su oficina en
Austin—. ¿Te quedarás en L.A.?
—No. Y no quiero que tomes esto como un favor a cambio de otro favor
ni tampoco como una deuda a pagar… Solo una ayuda…
Matteo soltó una carcajada despreocupada.
—Eres la hermana del que fue mi mejor amigo. Sé que Raffe habría
querido que estuviera cerca de ti en el caso de que me necesitaras, pero ya
sabes que después de todo… —Se hizo un ligero silencio en ambos lados de
la línea. Matteo carraspeó y agregó—:  Por favor, dime ¿puedo ayudarte en
algo?
Ella miró su reflejo en la publicidad, que consistía en un espejo y
purpurina de colores con el eslogan “Los colores que tú eliges son los que
definen tu vida” en el marco, y frunció el ceño. Se trataba de una marca de
maquillaje. Su cabello estaba recogido en una coleta, sus pómulos altos
destacaban en un rostro de brillantes ojos verdes, pero cuyo fulgor había
disminuido en los últimos tiempos. Brooke consideraba que en su vida el
color predominante era el gris. ¿Muy dramática? Solo cuando alguien
viviese los meses de angustia, acoso de la prensa y demás, entonces podrían
coincidir con su elección.
—La última ocasión que nos vimos, antes de que regresaras a tu natal
Texas, me dijiste que ibas a ejercer como corredor de bienes raíces, porque
recibiste en herencia un surtido portafolio al que podías sacar partido. Me
preguntaba si tal vez existe alguna posibilidad de que pudieras ayudarme
dándome un empleo. Cualquiera, la verdad —susurró.
La risa explotó del otro lado del teléfono.
—¿Cualquiera? Brooke, con ese cerebro para los algoritmos y sistemas
de información creo que tu llamada me beneficia más a mí que a ti —dijo
—. Estoy a punto de vender una propiedad en las afueras de Austin, pero
quizá tú puedas evitar que eso suceda.
—¿Sí? Te escucho —dijo agarrando con fuerza el teléfono.
—Se trata de un rancho que lleva tiempo desatendido, pero tiene un gran
potencial. Tú puedes ser la persona llamada a devolverle la funcionalidad,
porque es un caos administrativo. Necesito una persona que lo administre
bien. Gran parte de la tierra ha sido bastante abandonada a su suerte. Las
áreas en pie son productivas en una medida que permite que los sueldos se
paguen sin generar que yo saque dinero de mis cuentas provenientes de
otros rubros. En conclusión, lo que genera el rancho sirve para reinvertirse
en sí mismo y el personal que trabaja ahí desde hace años.
—Oh, comprendo. Dime ¿sería muy complicado encontrar un sitio de
alquiler alrededor de la propiedad? —preguntó en un tono curioso.
—El rancho tiene una casa. No es lujosa, pero está limpia y puedes
usarla el tiempo que decidas trabajar para mí. Claro, si es que aceptas la
propuesta.
Brooke tenía ganas de llorar de la emoción.
—¿Aunque no tenga ni la más mínima idea sobre ranchos? —preguntó
en un susurro.
—No necesito que seas una cowgirl y hagas tareas de campo, no te
vayas a confundir —se rio—, tan solo requeriría que organices la
administración para que todo vuelva a funcionar de manera fluida. El
administrador anterior era de la localidad, así que no vivía en Blue Oaks.
Recibió una mejor oferta laboral y la tomó, así que no he abierto una
convocatoria para el puesto porque, como te comenté, tenía en mente
ponerlo a la venta. La señora Mildred Ferguson es el ama de llaves y vive a
pocos minutos del rancho. Ella se encarga también de coordinar un equipo
de limpieza para la casa.
—Entiendo —sonrió—. ¿La casa sería para mí…?
—Sí, correcto. La casona es sencilla y está diseñada para una estancia
de campo propiamente. Nunca me he quedado en ella, te soy sincero,
porque siempre tuve en mente vender el rancho, así que la idea de
rediseñarla era inexistente. Estás en la libertad de decorarla. Los hombres
del rancho pueden transportarte si hace falta. Son buenas personas. Aunque,
si lo prefieres, también está la camioneta que usaba el administrador
anterior…
—Mi licencia está expirada —farfulló.
—Blue Oaks queda en la zona de Lago Vista, a menos de una hora del
centro de Austin, alrededor hay tiendas, así que no estarías lejos de los
principales comercios. Puedes optar por un Uber. Hasta que tengas la
licencia en regla, entonces mi empresa, Wild Homes, cubriría ese rubro de
transportación por temas de trabajo.
—Todo suena estupendo, Matt —replicó con sinceridad—, pero siento
que estás dándome demasiados beneficios cuando no tengo experiencia. Y
no quisiera…
—Si no fuera por ti, yo habría terminado en prisión la noche en que
Raffe murió. Te debo mi libertad —interrumpió—. Lo menos que puedo
hacer es ayudarte. El dinero para mí es una bagatela. Te ofrezco esta
oportunidad, tómala. 
Cuando él le dijo el salario, Brooke se quedó un instante en silencio. La
cantidad era suficiente para, en unos dieciocho meses, pagar casi toda la
tarjeta de crédito, el préstamo que le hizo Kristy, la cuenta que la
desconsiderada de Vera había abierto a su nombre en Bloomingdale´s y
Cartier, y luego pensar en crear su propio negocio.
—Eres la primera persona, además de Kristy, que me ofrece su
confianza a pesar de todas las idioteces que han plasmado en la prensa —
soltó una exhalación sonora controlando un sollozo—, en especial cuando
llevamos tanto tiempo sin hablarnos.
Matteo bebió lo que quedaba de su taza de café. Él y Brooke tenían una
conversación pendiente, pero había sido cobarde y evitó llamarla durante
todos esos años. Al parecer, las circunstancias nuevamente los ponían en
contacto. En esta ocasión no iba a fallarle.
—Las personas que importan en la vida no tienen tiempo de llegada o
partida o regreso, sino tan solo dejan huellas. Tú dejaste una en mí —dijo,
solemne.
—Matt…—murmuró cerrando los ojos.
—Esta no es una contratación porque sienta que te deba un favor,
aunque te debo mucho más que eso, sino que estoy honrando una promesa a
Raffe —dijo con honestidad—. Brooke, los asuntos de Blue Oaks no son lo
mío y apenas tengo tiempo de visitarlo para supervisar, pero ahora tú
necesitas un trabajo y el rancho requiere de alguien de mi confianza para
que lo administre. Es un acuerdo idóneo.
—Soy muy persistente si de tener éxito se trata —dijo Brooke con una
sonrisa.
—Sé que eres una mujer recursiva, sin duda. ¿Debo asumir que aceptas
mí oferta?
—Totalmente y puedo empezar hoy mismo —expresó con alegría,
mientras mentalmente intentaba pensar en la aerolínea que sería menos
costosa para llegar desde California a Texas—. Dame la dirección, por
favor. Muchísimas gracias. No sabes… Gracias.
—Mi asistente, Georgia, te llamará y coordinará tu traslado desde el
aeropuerto de Los Ángeles hacia Austin. Antes de que cambies de opinión,
el boleto de avión estará esperando por ti. —Brooke soltó una risa suave. Si
él supiera lo difícil que había sido su vida más allá del juicio de su padre,
entonces entendería que ni loca se retractaría—. Salvo que tengas algún
pendiente que prefieras resolver en Los Ángeles y requieras más días, claro.
Brooke sintió un nudo en la garganta similar al que anticipaba un
sollozo, lo contuvo.
—No hay nada por resolver para mí —susurró. Quería huir lo antes
posible de esa ciudad, no le importaba ya nada—. ¿Te veré en tu oficina
mañana?
—Me marcho a Miami esta noche, pero estaré al pendiente de ti.
Tendremos tiempo de vernos a mi regreso, así como hablar de temas que no
son necesariamente de trabajo —dijo en un tono relajado, aunque ambos
sabían que aquello implicaría reabrir viejas heridas.
—Eso me gustaría —murmuró con gratitud, aunque también algo de
nerviosismo por lo que sería cuando hablaran sobre los temas que habían
tocado fibras sensibles cuando él vivió en California—. Espero que no creas
que te llamaré “jefe” ¿eh? —dijo en tono ligero.
—Recuerdo que tienes poca tolerancia por la autoridad, así que no se me
ocurriría —dijo riéndose—. Brooke, tengo un cliente esperando. Estaremos
hablando. ¿Vale?
—Sí… Gracias —replicó con sinceridad.
—Bienvenida a Texas.
Cuando cerró la comunicación, ella tomó una gran bocanada de aire y se
puso de pie. Estaba en la quiebra, pero su espíritu de lucha no tenía
fracturas. Esta era una vida que ella pretendía remontar desde las cenizas.
CAPÍTULO 3
 
 
Austin, Texas.
Lincoln.
 
 
Nada detestaba más que ponerse una jodida corbata y pasar la semana
en una oficina atendiendo reuniones ejecutivas o frente al ordenador
analizando hojas de cálculo con esquemas de proyecciones financieras. A
sus treinta y cuatro años, Lincoln Kravath manejaba con pericia el negocio
familiar de distribución de productos agrícolas y ganaderos. De hecho, su
apellido era legendario entre los criadores de reses en Austin.
El éxito que acompañaba las gestiones empresariales que él ejecutaba
también venía de la mano con serios problemas por resolver a diario,
además de una vida social dinámica que consumía tiempo. Este último era
un recurso que él necesitaba administrar con precisión, porque su agenda
era siempre bastante agitada. De hecho, las fiestas o cenas por negocios
eran algo que él aborrecía, sin embargo, no podía eludirlas.
A pesar de la eficiencia con la que se movían los hilos en el
conglomerado Golden Enterprises, que abarcaba el rancho Golden Ties y el
resort Golden Light, la rutina en el despacho amplio y elegante con vistas al
casco comercial de Austin no entusiasmaba a Lincoln. Él estaba habituado a
la aventura y adrenalina de las tareas en el rancho, a la interacción con los
animales, y a pasar horas trabajando la tierra con su plantilla de obreros;
permanecer demasiado tiempo en las oficinas centrales lo hacía sentir como
un animal enjaulado. Menos mal contaba con un equipo de colaboradores
muy eficientes en los que podía delegar y, en los días que tenía suerte,
trabajaba desde la oficina que había habilitado en su casa del rancho.
Golden Ties había estado con los Kravath por generaciones y era
legendario entre empresarios. El alcance financiero que le había dado
Lincoln, cuando a raíz de un accidente que dejó paralítico a su padre fue
nombrado como director general de Golden Enterprises, no tenía
precedentes. La forma de conducir la producción y su ética profesional le
habían conferido el respeto de sus pares. Su palabra era garantía de honor
en ámbitos de negociaciones, pero, así como podía construir alianzas,
también podía destruirlas. Esto último lo había hecho con la competencia
desleal que trató de arruinar su reputación con calumnias pensando que, al
ser joven, iba a equivocarse y aceptar acuerdos dudosos.
Incluso hubo un juicio por difamación, que Lincoln interpuso por un
millón de dólares y que posteriormente ganó, contra un tabloide local. La
nota se había publicado basándose en el testimonio de un empresario, que
luego se descubrió que pagó al periodista para que sacara el reportaje, en la
que se aseveraba que Golden Ties vendía carnes de reses enfermas a los
supermercados y saltaba los procesos con coimas. Limpiar el daño causado
por la nota le tomó tiempo a Lincoln y a su equipo. El juez había obligado
al tabloide a escribir un artículo en la portada, física y digital, rectificando
los hechos y disculpándose con la familia Kravath.
Lincoln y sus hermanos habían sido criados con estándares morales
altos.
La infancia de los Kravath había transcurrido entre el fulgor de los
caballos, el ajetreo de las tardes soleadas a campo traviesa realizando
trabajos bajo el mando de los capataces, el arreglo de cercas hasta que los
dedos no soportaban más, ayudando a cargar mercadería y materiales,
además de aprender administración financiera y de negocios para que el
rancho Golden Ties mantuviera el éxito del que gozaba. Sin embargo,
Samuel y Tristán, los hermanos de Lincoln, al final optaron por la carrera
de medicina. De todas formas, no todo fue preparación profesional o
trabajo, porque Lincoln también disfrutó de los amoríos de verano con las
chicas guapas que se desvivían por llamar su atención. Llevarse a la cama a
una mujer representaba un viaje exploratorio, desde su adolescencia, que
había disfrutado a raudales.
Aquellas fueron las épocas en las que no conocía el nivel de perfidia al
que podía llegar una mujer por ambición o rencor. Ahora elegía ser distante
y le bastaba con alguien que fuese inteligente y emocionalmente
desapegada. Él era un amante generoso, pero una vez que acababa el placer
también era el primero en abrir la puerta y largarse sin mirar atrás. En el
pasado cometió errores que le habían costado demasiado. No tenía tiempo
para dramas. Su familia, amigos, y los negocios eran la única prioridad para
Lincoln.
De hecho, esa tarde había hecho un espacio en su agenda para quedar
con su mejor amigo en Jeffrey´s, un famoso restaurante de carnes en la calle
Lynn. Estaba intrigado, porque generalmente se reunían con otros amigos a
tomar unas copas, al menos una vez por mes, así que la llamada de Jonathan
para verse en persona, a mitad de la semana, era inusual.
—¿Cómo va el tema de la compra de Blue Oaks? —preguntó el hombre
de ojos negros y cabello café, después de que el camarero llevó el plato
principal. Él tenía una consultora de inversiones y solía asesorar a Lincoln
para que tuviese mejores rendimientos de los bienes que poseía—. Si
adquieres ese rancho vas a triplicar en seis años tu inversión. Será brutal.
El proyecto más ambicioso de Lincoln, para afianzar su poder e
influencia en Texas, era sembrar un viñedo. No se trataba de un proyecto
netamente profesional, sino también personal. La posibilidad de tener
botellas de vino con el emblema de su familia, distribuido a nivel nacional,
era su anhelo desde que podía recordarlo, y para cumplirlo necesitaba
expandir Golden Ties. Lo anterior solo sería posible si compraba el rancho
contiguo al suyo.
Blue Oaks llevaba años en un aparente abandono y era poco rentable.
Ahora que estaba a la venta, Lincoln sabía que era la oportunidad idónea
para ser el nuevo propietario y remontar su rentabilidad, pero enfocado tan
solo en temas vinícolas. Él había estudiado los puntos fuertes y débiles de
esas tierras con bastante anterioridad y por eso tenía la convicción de que su
plan del viñedo era posible. Blue Oaks había sido de su abuelo materno,
pero este lo había perdido, décadas atrás, en una partida de BlackJack con el
abuelo del actual propietario. Lincoln sentía rechazo por cualquier actividad
que implicara juegos de azar.
—Estoy dando un nueve por ciento más de lo se pide como valor final
para vender —dijo convencido—, así que veo este tiempo de espera como
un proceso a punto de consolidarse. Estoy haciéndole al dueño un favor con
mi oferta.
—¿No crees que sería más beneficioso si vas a hablar personalmente
con Matteo? De seguro pueden ser civilizados sin intermediarios —dijo en
tono bromista.
Lincoln hizo una mueca, porque Matteo Sarconni no le agradaba. Le
parecía un bocazas y no creía que hubiese cambiado en el tiempo que
llevaban sin verse: años. Aunque tampoco estaba interesado en
comprobarlo. Él y Matteo habían sido rivales en el equipo de fútbol de la
secundaria, se robaban las novias, se liaban a puñetazos y competían por lo
más mínimo, por ejemplo, quién lograba beber más cervezas o ganar
carreras ilegales de motocicletas. Durante esos años habían sido osados e
irresponsables. La competencia entre los dos duró hasta que Matteo se fue,
cuando tenía quince años, de Texas, y Lincoln siguió siendo el
rompecorazones de la secundaria y también el quarterback con más partidos
ganados.
—Los abogados son los que están gestionando la negociación de mi
lado para llegar a un acuerdo, para eso les pago. Así que veré a Matteo
cuando tenga que dar la rúbrica como nuevo propietario —replicó bebiendo
su pinot noir sancerre. Le gustaban los buenos vinos y le daba igual el
precio—. No tengo tiempo para intercambiar cordialidades innecesarias.
Jonathan se rio recostándose contra el respaldo de la silla. Ese
restaurante estaba a tope siempre. Él había ordenado un bone-in ribeye,
mientras Lincoln, un porterhouse. Cada plato costaba casi doscientos
dólares, pero valía cada centavo y para ambos eso era una bagatela.
—Curioso cómo el círculo de la vida te pone en contacto con tu
archienemigo de la secundaria y es, nada menos, quien tiene el título de la
propiedad que puede cambiar el rumbo de tu negocio a un nivel mucho más
elitista y exclusivo —dijo en tono bromista.
—Son asuntos del pasado —replicó llevándose un pedazo de carne a la
boca—. De hecho, no he visto a ese tarado desde que Sussy-Jane decidió
hacerle una mamada cuando todavía era mi novia, en secundaria. —
Jonathan soltó una carcajada—. Se quedó con ella, pero también con la
nariz rota del puñetazo que le di —dijo con suficiencia.
Si de algo se jactaba Lincoln, en su versión juvenil y ahora de adulto,
era de no tener reparos en reclamar lo suyo o pelear por una causa en la que
creía. En esa época de la secundaria su causa era que Sussy-Jane le debía
lealtad y que Sarconni nunca debió abrirse la bragueta en un territorio
carnal que no le correspondía.
—Lo recuerdo, sí. En temas de mujeres, si contamos esa última ocasión,
entonces podría decir que Matteo te lleva la delantera —dijo para tomarle el
pelo a Lincoln, pues parecía no reaccionar a nada ajeno a los negocios. Le
apenaba que las circunstancias lo hubiesen instado a ser cínico y negar el
beneficio de la duda a las mujeres concretamente; su amigo era terco como
una mula cuando tenía una idea preconcebida y, considerando los meses de
devastación que vivió años atrás, no creía que eso fuese a cambiar—. Qué
mal, eh.
—No sé si te has dado cuenta de un detalle —dijo con sarcasmo—, pero
es que ya pasamos los treinta años como para seguir con esas pendejadas de
llevar registro de las mujeres que follamos. ¿Las competencias idiotas con
Sarconni? Pasaron hace más de una década —dijo con irritación por las
bobadas de Jonathan—. Además, las mujeres me dan igual siempre que no
busquen un compromiso que implique exigencias no sexuales.
Jonathan sonrió por el cinismo de Lincoln, pero al cabo de un instante se
puso serio.
—Ese es el motivo por el que quería quedar a comer hoy contigo, Linc
—dijo llamándolo por el apodo que la gente cercana solía usar con su
amigo—. Una mujer.
Lincoln se pasó los dedos entre los espesos cabellos castaños. Cuando
posó brevemente su mirada en la barra del restaurante, una pelirroja que
vestía un bonito traje ejecutivo lo observaba con frontal interés. Ella levantó
el cóctel que estaba tomando con una media sonrisa, pero él tan solo enarcó
una ceja. Le parecía una mujer bonita, aunque no generó la curiosidad para
pensar en acercarse al terminar de comer con su amigo.
Devolvió su atención a Jonathan.
—¿Problemas con Renatta? —preguntó frunciendo el ceño—. Porque si
es así, entonces te aseguro que no existe una mujer única o especial. Todas
están hechas del mismo patrón. Solo procura que la próxima conquista no te
convenza de que es diferente.
La cicatriz que llevaba Lincoln a cuestas certificaba la validez de su
discurso de precaución ante las imbecilidades que conseguía, en un hombre,
el supuesto amor de una mujer. Lo acusaban de hostil y obcecado, todo lo
opuesto a la persona que él era cinco años atrás, pero la opinión de los
cotillas de la alta sociedad en esos temas, le daba lo mismo.
—No, Linc, no tengo problemas con Renatta —dijo soltando una
exhalación ante la obvia crítica velada—, todo lo contrario. Ella sí que es
diferente y me hace feliz. ¿Sabes cuál fue el secreto? —Lincoln tan solo lo
miró con impaciencia—. Que, a pesar de que mis relaciones por lo general
terminan en decepción, no juzgué a Renatta bajo los estándares previos. Si
me hubiese dejado guiar por ellos, entonces habría perdido una gran mujer.
La vida no da opción a recuperar las oportunidades que dejas pasar, y no
quería unirme a las estadísticas de tontos que se arrepentían de haber dejado
marchar al amor de su vida.
—No sabía que estabas tomando un curso para reemplazar a Oprah —
replicó ante el comentario de Jonathan—. En todo caso, explícame a qué se
debe todo este discurso. ¿Qué demonios es lo que pasa? Siempre has sido
como esas viejas cotillas que les gusta tardar en hablar. Suelta de una buena
vez lo que tienes en la cabeza.
Jonathan se rio de buena gana.
—Le he pedido a Renatta que se case conmigo —dijo en tono
convencido, ante la expresión incrédula de Lincoln—. Sé lo que opinas del
matrimonio o las relaciones a largo plazo, pero eres mi mejor amigo.
Entiendo que preferirías cambiarle las herraduras a un caballo e incluso
limpiar la mierda de un granero antes de ir a una ceremonia o fiesta de
compromiso, pero quisiera que fueras el padrino el día de mi boda. No era
algo que podía decírtelo como cualquier noticia, porque el paso que voy a
dar con Renatta es muy importante.
Lincoln era de los que creía que los amigos se apoyaban en los errores
no forzados y también en aquellos cometidos a conciencia, en este último
caso era el matrimonio. Sabía que Jonathan sonreía más cuando estaba con
Renatta e incluso había dejado de fumar en esos dos años que llevaba con
ella. Suponía que en ese aspecto la mujer era buena influencia, aunque si
algo podría recomendarle sería que jamás dejara la guardia baja, porque en
el momento menos pensado todo se torcía y entonces las consecuencias se
volvían irreversibles.
Por otra parte, Jonathan era como parte de la familia Kravath. El hecho
de que sus convicciones sobre las relaciones sentimentales estuviesen
marcadas por vivencias diametralmente opuestas no implicaba que Lincoln
se iba a comportar como un imbécil. Sus formas de pensar no tenían por
qué ser las de otros.
En el caso de sus hermanos, mayores a él por tres años, Tristán, y dos
años, Samuel, estaban casados ya desde hacía tiempo. Sus cuñadas eran
unas mujeres encantadoras, pero Lincoln imaginaba que jamás podría tener
algo similar a esas uniones de confianza y amor sincero. Suponía que pocos
entraban a ese club privilegiado.
Él era la excepción en la familia y no tenía problemas con esa certeza.
El tema de los hijos era un camino que no pretendía recorrer. Además, tenía
tres sobrinos que eran su debilidad y podía verlos cuando se reunían en
familia. En la vida se podían contar los puntos positivos y hacer un balance.
Lincoln ya había hecho el suyo y aceptaba el resultado.
—Será un honor acompañarte como padrino en tu boda, Jonathan —dijo
con sinceridad—. Prometo no hacer un discurso que te avergüence
demasiado.
—Esa es una promesa que necesito que cumplas, porque vendrá toda la
familia de Renatta desde Georgia —dijo riéndose. Pagaron la cuenta y
salieron del restaurante—. Ella se quedó fascinada con tu mansión del
rancho, desde que nos invitaste a la fiesta de cumpleaños que organizaste
para tu padre el año pasado. Linc, quiero saber si podrías alquilarnos las
inmediaciones de Golden Ties para la recepción —dijo, mientras esperaban
a que los valet parking les llevaran el automóvil a cada uno—. Ese era el
otro motivo por el que quería conversar contigo, aunque hubieras rechazado
la invitación a ser mi padrino.
Lincoln le dio una palmada en el hombro, riéndose.
La casa del rancho la ocupaba solo él, pues sus padres se mudaron al
centro. Lincoln remodeló la propiedad que tenía dos pisos, seis
habitaciones, cinco baños, dos salas de estar, un salón de cine en casa, un
patio amplísimo y piscina. Le dio toques modernos, la pintó de nuevo,
cambió los muebles y sofás, puertas y techo. La casa había salido en la
reconocida revista Architectural Digest por su magnífico aspecto y
ubicación en torno al río Colorado.
—No seas idiota, Jonathan, eres como uno de mis latosos hermanos, así
que no habría rechazado tu petición para ser tu padrino. Que yo no crea en
el romanticismo no implica que pueda convencerte de lo opuesto y rehusé
apoyarte. Sería una imbecilidad de mi parte —dijo con una sonrisa—.
Cuenta con Golden Ties para que Renatta organice lo que necesite. Solo
dime la fecha exacta cuando la hayan decidido y así mi equipo coordinará
que cierren las operaciones no esenciales para que tengas un entorno libre
de interrupciones. Puedes decirle a tu futura esposa y a sus amigas que
tienen un fin de semana gratis en el Golden Light por si quieren hacerse
tratamientos y esas chorradas estéticas. Ya sabes que mi madre es la
encargada de esa área del negocio, así que de seguro estará encantada de
recibir a Renatta.
—Vaya, hombre, gracias. Lo aprecio mucho.
—Serán mis regalos de boda para ustedes —dijo dándole un abrazo
fraterno—. Ahora, ya vete a trabajar que tienes que hacer rendir mis
inversiones personales.
Jonathan soltó una risotada y asintió, luego ambos se despidieron.
El reporte del clima había anunciado que se avecinaba una tormenta
eléctrica y no sería nada bonito estar en la calle cuando el cielo quisiera
expulsar toda su furia. Mayo era uno de los meses más húmedos en Austin,
así como también el más peligroso porque podía traer consigo inundaciones
que desembocarían en la pérdida de animales o cosechas. Lincoln subió a su
camioneta cuando las primeras gotas de lluvia empezaron a caer.
Maldijo en silencio, porque eso implicaba que habría jaleo en el rancho
y él no podía hacer nada para contribuir en los protocolos establecidos para
salvaguardar los animales con rapidez. Siempre se tomaban medidas, pero
para él nada era suficiente cuando se trataba de la seguridad de su gente, sus
animales y su rancho. No podía ser imprudente al conducir. Llamó a
Candace, su asistente personal, y le pidió que postergara los pendientes.
Lincoln puso rumbo a Golden Ties, pero a medida que avanzaba en la
carretera, la visibilidad disminuía debido a la densa cortina de agua, así que
tuvo que desacelerar. Encendió la radio y pronto la voz de Tim McGraw lo
acompañó en el trayecto.
—¿Qué novedades hay en el rancho, Ben? —le preguntó al
administrador cuando este lo llamó. Encendió la opción de manos libres.
Lincoln ejercía como supervisor y heredero del rancho, pero no era
Superman para estar en dos sitios al mismo tiempo. Debido a su ajetreado
ritmo de gestiones, él se apoyaba en el trabajo diario de campo con su
hombre de confianza que era Ben Price.
Ben tenía a cargo tres coadministradores que ya no manejaban la parte
numérica o financiera, sino la concerniente a la cadena de mando: capataces
y jefes de operaciones en diferentes áreas. Lincoln admiraba a su padre,
Osteen, por haber sido capaz de llevar el negocio familiar durante tantas
décadas, al igual que su abuelo y bisabuelo, cuando no existía tecnología
que agilizara los trabajos o permitiera ganar tiempo con una comunicación
digitalizada.
—Ya ha empezado a llover —dijo Ben—. No esperábamos un temporal
como este, la verdad. Hemos cancelado la visita de los estudiantes de
agronomía de la Universidad Concordia Texas. Dos pagos a proveedores no
se lograron completar, porque hubo una caída en el sistema. Hay un faltante
considerado en el envío de carnes a los supermercados en San Antonio, ya
estoy investigando la línea de logística con los repartidores.
—Mierda. Necesitamos cambiar esa empresa, porque no puede ser que
estos hijos de puta que tienen como empleados roben. Hay que cortar de
raíz el problema, a la primera.
—Bien. Los despediré ahora mismo y mañana encontraré otra compañía
de repartición y logística. ¿Quieres que le diga al abogado que entable una
demanda o exija un pago?
Un relámpago en el horizonte llegó seguido de un trueno.
—No, tan solo haz un análisis del total del faltante y descuéntalo del
valor total de la factura de los servicios del mes. Asegúrate de que sepan
que, si intentan jodernos por terminar el contrato antes de tiempo, les
enviaré a Elister Reynolds y el resto de sus abogados para que arreglen la
inconformidad o queja que pudieran tener. ¿Algo adicional?
—Espero que sea todo, aunque hay que ver cómo se presenta la
situación cuando llegues. La plantilla está al corriente que debe recorrer el
rancho en busca de animales que puedan extraviarse o áreas que pudieran
inundarse debido a la lluvia y obstruir la circulación de los tractores
mañana. Los cultivos sensibles están protegidos.
—Okey, gracias por actualizarme. Nos vemos al rato.
Si Lincoln creía que el informe de Ben y la lluvia serían el mayor
problema, lo que estaba por llegar iba a demostrarle que estaba equivocado.
 
***
Los pocos días que llevaba en Texas, le habían servido a Brooke para
acoplarse a la dinámica de un sitio que era muy diferente a California.
Después de meses de desesperación y angustia, al fin podía sentir un poco
de calma e ilusión. Las personas parecían más amables en Austin. El clima
era una locura eso seguro, pero lo que más le gustó fue tener un propósito:
como administradora evitar que fuese vendido Blue Oaks.
La casa del rancho era limpia, tenía dos plantas y contaba con todos los
implementos necesarios para habitarla. El internet funcionaba estupendo,
según había comprobado. La cocina, el saloncito y el comedor eran
modestos, pero funcionales. No había nada lujoso, tal como Matteo le
aseguró, y la casa estaba un poco descuidada. Nada irreparable.
En la máster suite había una cama king-size, un ropero amplio de
madera, un escritorio pequeñito y funcional con su silla giratoria, así como
una ventana que daba al amplio terreno trasero lleno de trigo. El cuarto de
baño ofrecía una preciosa tina blanca, además de suficiente espacio para
maniobrar cómodamente. Sin embargo, las sábanas tenían agujeros, las
almohadas estaban viejas y no había cortina de baño alrededor de la tina.
—El último administrador se marchó un mes atrás, señorita Sherwood, y
por eso la asistente del señor Sarconni, Georgia, asumió a distancia las
funciones básicas. Sin embargo, no es lo mismo que tener una persona aquí
en el rancho y nos alegra tenerla a usted en Blue Oaks como nueva
administradora —le había dicho Mildred Ferguson, al darle la bienvenida.
La mujer era pelirroja, bajita y regordeta con una sonrisa brillante. El
esposo, Pete, era el capataz agrícola y ya se había acercado a saludar a
Brooke, además le hizo un recorrido rápido por una parte del rancho. El
lugar robaba el aliento y, sí, estaba descuidado, porque las áreas sin
sembrar, que eran muchas, estaban secas y con maleza. El aspecto de los
cuatro graneros era un poco desaliñado, en ellos no había animales, sino tan
solo heno. Todo podría corregirse, pero sería preciso hacer un inventario
concienzudo.
—Estoy contenta de empezar este empleo.
—Es refrescante que una mujer tome el mando para organizar a esta
panda de tontos. Por favor, llámeme Mildred. ¿Sí?
Brooke había sonreído por la franqueza y calidez de la señora.
—Muchas gracias, lo aprecio de verdad. Mi trabajo aquí es administrar
las cuentas y procesos. No tengo experiencia, lo confieso, pero sí muchas
ganas de que salga todo bien.
—Eso es muy válido. Por cierto, mi esposo y yo vivimos a pocos
minutos de distancia, no dude en llamarnos —dijo extendiéndole la tarjeta
de presentación—. El grupo de limpieza viene tres veces por semana, pero
no son invasivos, así que no se preocupe por su privacidad. Siempre tendrá
comida disponible, porque ese es mi trabajo. Si prefiere ordenar a
domicilio, le he dejado en el corcho de la cocina una lista de buenos
restaurantes. La zona es muy tranquila gracias al encargado de seguridad,
Philip. Lo único que le recomiendo es no deambular hasta muy tarde en los
alrededores sin una linterna y una escopeta.
Brooke se había echado a reír, pero su risa murió pronto al darse cuenta
de que Mildred estaba hablando muy en serio. De hecho, abrió la puerta del
cuartito del hall en el que se guardaban las chaquetas y botas de trabajo, le
mostró tres armas de diferentes calibres. Agarró una de ellas y le dio breves
instrucciones de uso como toda una experta.
—Errr, señora Ferguson, en Los Ángeles jamás usé un arma —había
replicado con expresión inquieta, mientras la mujer sacaba las municiones y
ajustaba el gatillo como si se tratara de un simple llavero o un
rompecabezas de cinco partecitas—. No soy partidaria…
—Tiene que aprender, porque si algún animal salvaje llegase a aparecer,
entonces deberá defenderse —había sonreído—. El rancho más cercano es
Golden Ties y está conectado con el nuestro, a través de un camino común
que empieza a pocos metros del patio trasero de la casa, pero no lo hemos
cruzado desde que el nuevo dueño asumió el control, seis años atrás. Una
persona encantadora y solidaria al igual que sus padres y hermanos, pero
disfruta su privacidad y nosotros no tenemos por costumbre ir hacia allá.
Brooke se había sentido intrigada, pero no hizo más preguntas.
A medida que se fuese adaptando al trabajo también lo haría a su vida
social. No iba a quedarse en el rancho todo el tiempo, porque había
escuchado que Austin era genial y quería experimentar la ciudad en todo su
esplendor. Pretendía dejar sus temores de lado en lo referente a crear nuevos
lazos de amistad.
Intentaría recordarse que, si bien las personas de su círculo social en Los
Ángeles le habían fallado colosalmente, no sería justo aplicar la misma
referencia en otra ciudad. Se inscribiría en actividades grupales para irse
integrando en la comunidad. Poco a poco crearía pequeños cimientos e iría
asentándose en Austin para echar raíces. Esto último era un clamor de su
corazón. Necesitaba sentir que pertenecía a un lugar y experimentar la
sensación de cobijo y conexión de un sitio al que podría llamar como suyo.
—Lo del arma lo dejaré para más adelante, pero le agradezco la
sugerencia, Mildred. Por cierto, noté que no hay lavadora ni secadora. ¿Se
limpia todo a la vieja usanza?
La mujer se había reído y meneado la cabeza.
—Se averiaron, así que a más tardar en veinticuatro horas tendrá un
nuevo juego de implementos de lavado y secado, además de un nuevo
frigorífico. La asistente del señor Sarconni envió esta tarjeta de crédito —le
había entregado el plástico— para que usted haga las compras de lo que
requiera la casa. Llenar la alacena y alimentar a todos en el rancho sigue
siendo mi trabajo. Aquí hay veinte empleados rotativos que hacen
diferentes tareas de tierra, y fijos somos solo cinco. Pete es quien supervisa,
junto a la plantilla de hombres, el trigo y el maíz, porque es lo único que se
está cosechando desde hace años. Joseph, el encargado de las caballerizas,
se dedica por completo a la escuela infantil de equitación que es el área de
Blue Oaks que tiene más éxito. Él tiene dos asistentes: Douglas y Malcolm.
Phillip es el de seguridad.
—Oh, suena muy bien que haya clases de equitación. Quizá pueda
practicar un poco, pues hace muchísimos años que anduve por última vez a
caballo.
—Claro que sí. Los niños vienen dos veces por semana a clases y se les
ofrece un refrigerio. Las áreas sin usar, que son muchas lastimosamente,
solían ser criaderos de cerdos y aves. Los establos están vacíos y se utilizan
solo para guardar heno, herramientas de trabajo o para guardar maquinaria.
Al tener tantas áreas abandonadas, el trabajo de seguridad que hace Phillip
con su equipo es importante. A veces hay ladronzuelos de la zona, pero
jamás hemos tenido problemas. Haremos todo lo posible para ayudarla,
señorita Sherwood.
—Gracias —había contestado. Lo más probable era que la mujer no
supiera que, si Brooke fallaba como administradora, entonces todos se
quedarían sin empleo porque el rancho sería vendido—. Mi licencia de
conducir está expirada, así que no puedo usar la camioneta destinada a la
persona que hace de administradora en Blue Oaks. ¿Es muy costoso ir a la
tienda de abastos más cercana o un Lowe´s Home, inclusive?
—No, salvo que vaya al centro de Austin, y hasta allá son casi cuarenta
y cinco minutos de trayecto. Aunque claro, el coste lo puede cargar a la
tarjeta de crédito. Todos tenemos una con cupo limitado para esta clase de
situaciones. El dueño es generoso. O, si prefiere, avísele a Joseph con
antelación que necesita un aventón. Si no está entrenando a los caballos, la
llevará con gusto, en especial porque aprovecha para comprar suplementos.
—Gracias, me alegra que Matteo sea un buen jefe —había dicho con
sinceridad.
—Ah, un detalle importante —había comentado con una sonrisa, antes
de dirigirse a la cocina para empezar a preparar la comida—, le sugiero que
compre unas botas, porque los zapatos de tacón o las sandalias le van a
dificultar caminar en exteriores.
Brooke decidió ir al centro de la ciudad.
No contaba con demasiado tiempo para explorar el centro de Austin, así
que recorrió lo que más pudo para hacerse una idea. Joseph se ofreció a
acompañarla a hacer las compras, porque tenía que llevar unos documentos
a la Notaría y le quedaba de camino.
El jefe de las caballerizas era un hombre barbudo, calvo, corpulento y
muy alto, que parecía intimidante, pero bastaba que empezara a gastar
bromas para que dejara entrever su personalidad bonachona. Llevaba nueve
años en Blue Oaks; la esposa era dueña de una pastelería artesanal en los
alrededores de Lago Vista, la zona en la que estaba el rancho.
—Señorita Sherwood —dijo Joseph, mientras cargaba en el asiento del
pasajero los suplementos que Brooke compró esa tarde: almohadas,
cubrecamas y cubre almohadas nuevas, edredones, cortina de plástico para
la tina de baño, jabón, champú, una alfombra para su habitación y un bote
de basura pequeño, así como una silla de escritorio y un surtido grupo de
útiles de oficina para trabajar—, tengo que nivelar unas monturas para los
niños que vendrán a la clase de equitación pasado mañana. Mi esposa
acababa de escribirme que quiere que la ayude con unas entregas. ¿Va a
necesitar algo más aquí o nos marchamos?
Brooke miró sus sandalias de tacón y recordó que todavía le quedaba
pendiente comprar las botas. Esa tarde, su ropa consistía en unos jeans de
diseñador, una camiseta blanca de Gucci y bolsa de Versace; estaba vestida
para deambular en las tiendas o restaurantes bonitos de Austin, pero no para
caminar en la tierra, en especial si sentía curiosidad por recorrer el resto del
rancho y que Pete no alcanzó a mostrarle.
Ella había decidido que iba a ser la mejor versión de sí misma y por eso
quería que mirarse al espejo implicara un motivo para sonreír, en lugar de
observar sus ojeras y la expresión de derrota que la habían acompañado,
desde la pérdida de su bebé y el juicio de su padre, como un estandarte de
miseria. El proceso de recuperación personal, al menos el que le sugirió la
psicóloga en una de sus últimas consultas, fue mimarse un poco y no
machacarse sin razón. Dejar de lado el auto-sabotaje era una tarea de
conciencia diaria. Complicada.
Brooke resolvió que se maquillaría con cariño, se arreglaría el cabello
con esmero, aunque no saliera del rancho y usaría vestidos o jeans, según le
apeteciera. La resolución más importante era que disfrutaría cada paso. En
estos momentos también era consciente de que necesitaba calzado
apropiado e iba a utilizar un poco del escaso dinero que tenía en su cuenta,
porque sabía que a final de mes recibiría su primera paga.
Matt había extendido su viaje de negocios desde Miami a Europa y
volvería dentro de unas semanas a Texas. Entre ambos quedaba una
conversación pendiente, el elefante en la habitación. Pronto sería imposible
continuar ignorándolo. Su amigo no le había dado una fecha de retorno,
pero Brooke asumía que no sería tan lejana, después de todo necesitaba
supervisar que la inversión que había hecho al contratarla estaba dando
resultados.
—La verdad es que debo comprar un par de cosillas todavía. El jardín
está descuidado y quisiera intentar cultivar mis flores favoritas —sonrió—.
Los guantes que me probé estaban bastante desgastados y no me quedaban,
así que buscaré un par. No quiero detenerlo, así que puedo regresar al
rancho en un Uber. Gracias.
Joseph elevó la mirada al firmamento. No pintaba nada bien. Frunció el
ceño.
—Se ha anunciado mal clima para hoy, señorita —miró el reloj— y
todavía son las cuatro de la tarde. Yo llevaré estos suplementos a la casa y
se los dejaré a buen recaudo en el hall. No tarde demasiado que aquí no
llueve como en otras ciudades. En Austin una tormenta es como el diluvio
universal: sin parangón —dijo tocándose el sombrero café.
Brooke se despidió con un gesto de la mano y cuando vio que la
camioneta desaparecía en el tráfico, ella se adentró en un centro comercial.
Después de probarse varios pares de botas, al fin encontró unas que le
gustaron. En el espejo, agregando el detalle de un bonito sombrero azul,
parecía una mujer nacida en Texas, en lugar de California. Quizá algo tenía
que ver el color de sus ojos y el cabello rubio. Cuando encontró un Home
Depot fue directo a la isla de utensilios de jardín y compró los guantes.
Cuando subió al Uber, llevaba la bolsa de plástico de las compras que no
solo incluían las botas, sino también una caja de bombones y unas funditas
de semillas para empezar a plantar flores en el jardín delantero. El único
detalle fue que olvidó cargar la batería del móvil, y ya le quedaba muy
poca. El conductor, se llamaba Gorik, era un anciano parlanchín que la
mantuvo entretenida con la conversación un buen rato; aprovechó para
darle consejos sobre cómo evitar las picadas de mosquitos, las mejores
técnicas para cultivar un rancho ecológico y luego pasó a hablar de sus
aventuras de sus días como soldado en el ejército.
Hicieron una parada en un invernadero, porque Brooke quería comprar
semillas de girasol. Esa era su flor preferida. En Los Ángeles era muy
costoso tener flores todos los días, así que iba a aprovechar que tenía un
jardín a disposición para hacer lo que quisiera en él. Después de pagar
regresó al Uber, no sin que antes la sorprendiera un relámpago en el cielo.
Quedaban quince minutos para llegar a su destino cuando el firmamento
se oscureció por completo. La lluvia empezó a caer. Los primeros segundos,
las gotas eran gruesas, pero en un instante se convirtieron en una cortina de
agua tan densa que el conductor disminuyó la velocidad. No era posible
tener buena visibilidad y Brooke empezó a inquietarse, porque el tarifario
aumentaría sin importar que hubiera o no lluvia.
No quería abusar de la tarjeta de crédito e iba a pedirle a la asistente de
Matteo que le descontara el valor de esa salida, pues al haber rehusado
volver al rancho con Joseph, la compra de zapatos, guantes y semillas,
implicaba que era una visita personal. Ella no tenía idea de dónde se
encontraba, pues era la primera vez, desde que había llegado al rancho, que
lo abandonaba. Necesitaba salir más seguido para familiarizarse mejor con
la zona.
—Lo siento, señorita —dijo el hombre mirándola por el espejo
retrovisor cuando el automóvil se detuvo de pronto—, pero creo que no
puedo avanzar más.
Brooke elevó ambas cejas.
—¿Qué ocurre? —preguntó retóricamente, porque era obvio que el
coche no encendía. Gorik trató de devolverle la vida al motor varias veces,
pero no dio resultados.
—El motor de mi coche no arranca y bajarme a revisarlo será
infructuoso. Si intento llamar a alguien que venga a chequearlo sería en
vano. La lluvia no va a detenerse al menos en las próximas dos horas y
nadie se va a aventurar a pasar por aquí. Me queda encender las luces de
parqueo y rogar que no me choquen. Acabo de apagar el taxímetro, así que
no se preocupe, tan solo se le cargará el importe hasta ahorita. ¿De acuerdo?
No se vaya a preocupar.
Brooke soltó un suspiro de alivio ante el comentario.
—Gracias, señor Gorik.
El anciano se tocó ligeramente la frente con un leve asentimiento.
—Supongo que los otros conductores comprenderán que no haya
logrado ubicar el coche más cerca de la orilla… —murmuró, contrito,
porque él se consideraba un buen chofer—. Qué pesar. La lluvia en Austin
es un problema.
—Oh, sí, ya lo veo —murmuró. Miró a ambos lados o al menos lo
intentó, porque era complicado divisar algo más allá de dos metros—.
Mmm, ¿cuánto queda para llegar al rancho?
—Unos ocho minutos en coche, lo que serían quince caminando o un
poco más, pero la verdad, señorita, le pediría que se quede. No creo que sea
seguro que salga. Así incluso podría contarle los secretos para tener un buen
jardín. ¿Qué opina? —preguntó. Él tenía dos nietas jovencitas y le sabría
fatal que, si estuviesen en esas circunstancias, tuvieran que salir a la densa
lluvia para caminar hasta su destino—. Me apena que se averiara mi coche.
Brooke esbozó una sonrisa. Se observaban desde el espejo retrovisor.
—Lo aprecio, en verdad, pero quedarme aquí, hasta quién sabe cuánto
tiempo, va a ser más bien una molestia. Usted me dice que solo son unos
quince minutos hasta el rancho, entonces quizá me haga bien respirar aire
fresco. No será trágico mojarme —dijo con humor.
Ella necesitaba ir pronto a Blue Oaks, porque quería continuar
depurando la lista de clientes que tenían pagos pendientes con el rancho,
por el trigo y maíz que habían recibido en los últimos meses. El anterior
administrador nunca llegó a cobrar esos rubros. No le sorprendía a Brooke
que el balance de ganancias estuviese bajo.
Quería tener el monto exacto adeudado por cada cliente, los tiempos de
mora, y luego proceder a idear una forma de cobro efectiva. Este era el
principio de un montón de tareas que debía organizar, al tiempo que iba
aprendiendo. Le parecía un camino fascinante, aunque al ignorar casi todo
lo que se hacía en un rancho, salvo por el manejo del ordenador, los
números y tareas lógicas, la ponía en una posición en la que tenía que estar
dudando constantemente de sus decisiones por temor a equivocarse.
—Para nada, señorita, pero puede pescar una gripe —dijo mientras
escribía un mensaje—. Le acabo de enviar un WhatsApp a mi hijo para que
venga a auxiliarme. Le puedo obsequiar mi sombrilla, al fin y al cabo, yo
me quedaré aquí dentro —dijo con amabilidad.
—Acepto la sombrilla, gracias —dijo tomándola con una sonrisa—. Se
la pagaré agregando la propina en la aplicación.
—¡Vaya con cuidado, señorita!
Ella asintió y se quitó el sombrero, lo guardó en la bolsa de plástico. Al
menos sus nuevas botas no iban a estropearse, porque estaba usando las
sandalias todavía. Gorik le dijo que tenía que avanzar derecho, luego girar a
la izquierda y después de nuevo a la derecha si quería cortar camino al Blue
Oaks. Ella le agradeció y bajó del coche.
Nada más abrir la puerta, el agua la recibió con fuerza y también el
viento a modo de compañía. Brooke soltó una carcajada y abrió la
sombrilla. No iba a quejarse.
Procuró apearse a la orilla por seguridad y empezó a caminar.
El jean lo tenía bastante húmedo, porque con el movimiento al caminar
era imposible que fuera de otro modo. Al menos su cabello no estaba hecho
un desastre y su camiseta blanca seguía seca. «Pequeños triunfos», pensó,
mientras tarareaba la letra de una canción de Amy Winehouse. Le apetecía
una taza de café bien caliente, así que era lo primero que prepararía nada
más abrir la puerta de la casa de Blue Oaks.
Seguir direcciones no era su mejor talento, pero se las ingenió para
encontrar la señalética que indicaba la curva de la izquierda que Gorik le
sugirió utilizar. En el camino se habían formado charcos de lodo, así que los
evitó al rodearlos. Los coches pasaban bastante cerca de ella, pero al
hacerlo disminuían la velocidad.
La lluvia, en lugar de disminuir su fuerza, aumentó.
Brooke vio un tramo alternativo. Imaginaba que llevaría al rancho de
sus vecinos. No había recorrido la zona aún, así que no tenía una idea
acertada de las distancias con otras propiedades rancheras. Le causaba
alivio saber que podría solicitar ayuda, que le dieran la posibilidad de
secarse, y cargar el teléfono hasta que lograra hablar con Mildred.
Desde que bajó del Uber ya llevaba dos kilómetros recorridos.
Decidió adentrarse por la vía desconocida y que se abría hacia otro
camino, uno interno y largo, paralelo al de la carretera principal. La
velocidad de sus pasos era la que le permitían sus pies mojados y
resbaladizos. Si sacaba las botas en ese momento se echaría a perder el
resto de cosas que había dentro de esas bolsas. Prefería aguantar la lluvia.
Brooke procuraba mantenerse en la orilla del camino y buscar una
señalética o una curva que le diera a entender en qué momento debía
cambiar de dirección para entrar al rancho vecino. Todo el trayecto estaba
flanqueado por árboles de gran follaje. Ella apretó los dedos alrededor de la
sombrilla procurando ponerla contra la dirección del viento.
Lo que ocurrió a continuación no lo vio venir, menos pudo haberlo
imaginado.
Una camioneta inmensa color negro, seguramente como el alma del
imbécil conductor al que no alcanzó a ver bien, pasó justo sobre un gran
charco que ella estaba tratando de evitar. La mojó por completo. Por acto
reflejo Brooke soltó las bolsas y estas cayeron, pero de inmediato las
recogió y, al hacerlo, la sombrilla agarró un poco de viento del lado
equivocado y salió volando. El agua descendió sobre ella como cascada.
—¡Cretino, hijo de la lluvia! —le gritó a todo pulmón, consciente de
que no la escuchaba y, probablemente, ni siquiera le importaba lo que
acababa de sucederle. La camioneta se alejó y se perdió en el camino—.
¡Desconsiderado, bastardo y salvaje!
Con los pies mojados y resbaladizos, la ropa empapada con lodo, el
cabello también sucio, pegado al rostro, y las compras en mano, Brooke
continuó maldiciendo todo el trayecto. Casi se cae de bruces cuando se le
enredó la sandalia en un trozo de tierra hundida, pero siguió caminando.
Estaba furiosa. ¿Cómo era posible que la gente fuese tan hija de puta para
no detenerse si veía a alguien en el camino, en especial si llovía como si el
cielo estuviese clamando que construyesen una nueva Arca de Noé?
Como al final no siguió las instrucciones de Gorik, sino las propias,
empezaba a creer que quizá fue una terrible idea hacerlo. Soltó una
exhalación y levantó la cabeza. Quiso echarse a llorar de impotencia. Casi
arrastrando los pies llegó hasta una entrada inmensa de metal con un letrero
elegante, a su izquierda, que decía Rancho Golden Ties. Soltó una larga
exhalación. La puerta estaba abierta de par en par. Brooke avanzó por el
caminillo largo de grava, flanqueado por césped recortado a la perfección.
Se sorprendió por la inmensidad del terreno. No se parecía en nada a Blue
Oaks. Este rancho lucía señorial y soberbio.
El ruido de la tormenta se sumó a la de varios trabajadores de alrededor
que se hablaban a gritos e iban de un lado a otro, pero lejos de ella. Alguno
la vio, pero en lugar de cuestionar los motivos por los que estaba en una
propiedad privada, le hizo un saludo tocándose el sombrero y siguió su
camino. Brooke suponía que era usual que desconocidos entraran y salieran
de Golden Ties a pie; quizá si fuese un coche, entonces la habrían
cuestionado. Daba igual, pensó, mientras avanzaba hasta la preciosa
mansión de dos pisos que estaba iluminada y parecía acogedora. La
angustia, ante la posibilidad de haberse perdido en un entorno tan ajeno a
ella, empezó a disminuir poco a poco.
No recordaba haber visto una propiedad más bonita en un ambiente que
parecía sacado de una postal de Hollywood moderno. Se veían las
caballerizas amplísimas, varios graneros, y ella suponía que todo el terreno
que se extendía en el horizonte, ya imposible de dilucidar para sus ojos
bañados de gotas de agua, pertenecería a los cultivos. Tampoco es que
sintiera particular interés por hacer mayores análisis cuando tenía prisas por
algo más importante: su cuerpo necesitaba calor. Llamó con insistencia a la
puerta principal, tiritando.
No recibió respuesta. Así que volvió a llamar. Pasaron un par de
minutos. Nada.
Abrazándose a sí misma, sintiéndose un poco osada, rodeó la casa para
ver si existía quizá una puerta adyacente, y así hacerse notar. Los truenos y
relámpagos eran estridentes. Ella no había experimentado esa clase de
tormenta en Los Ángeles. Le parecía inquietante y hermoso cómo la
naturaleza era capaz de proveer tantos sonidos disímiles a la humanidad.
Al cabo de un momento vio la puerta que parecía ser la entrada a la
cocina, a juzgar por lo poco que podía observarse, a través de las ventanas.
Tocó con los nudillos varias veces. Al instante notó una sombra en
movimiento en el interior, y soltó un suspiro quedo de alivio.
—¡Hey! ¿Puede ayudarme? ¿Hola? —preguntó en tono firme y
esperanzado.
Con el rabillo del ojo notó algo que, hasta hacía solo unos segundos, no
había visto. La camioneta gigante color negro, cuyo conductor le echó lodo
al pasar, estaba aparcada de forma descuidada. Si ella no hubiera rodeado la
casa hasta llegar al patio trasero, entonces no se habría enterado que la
persona infame, culpable de su estado actual, vivía en ese rancho.
—Buenas tardes —dijo la voz profunda, contrariada, y masculina. El
dueño de esa deliciosa voz la miró con intensidad al abrir la puerta con
firmeza—. ¿No tiene reloj?
Ella apartó la mirada de la camioneta Ford y la enfocó en el hombre que
estaba en frente. Le habría gustado estar preparada para una contestación
ingeniosa, pero su boca no fue capaz de articularla. Se quedó de pie, las
bolsas de plástico con las compras a cada lado, chorreando agua y con frío,
mientras observaba al espécimen masculino más atractivo que recordaba
haber visto en mucho tiempo. Ella no se sorprendía con facilidad, en
especial porque había vivido en una ciudad que tenía hombres guapos por
doquier como marca registrada y parecía lo más común del día a día toparse
con algún actor de cine o televisión.
—Buenas tardes —dijo con sarcasmo—. ¿Cómo se atreve a…?
El hombre se pasó los dedos entre los cabellos.
—Tiene diez minutos de retraso y el doctor Tarah está esperándola las
caballerizas, luego debe recorrer el establo con él para hacer control de
daños, en el caso de que los hubiese —interrumpió sin dejarla explicarse,
mientras le entregaba apresuradamente una toalla gruesa—. Séquese y
cámbiese de ropa en el baño, por favor, al final del pasillo —espetó.
—¿El doctor? —farfulló confundida y también enfadada por el tono
mandón. Se quedó con la toalla en la mano como si no fuese capaz de
entender para qué servía.
Él tenía la camisa gris desbotonada, como si hubiera dejado de hacer
algo a toda prisa, y las firmes abdominales estaban a la vista, además de que
las mangas daban cuenta de bíceps definidos. La fuerza que de él emanaba
no tenía parangón e iba más allá del físico imponente.
La quijada masculina estaba cubierta de una barba de tres días y la boca
era sensual. El pantalón negro se ajustaba a las piernas como si estuviese
hecho a medida; probablemente así era. Lo que menos hubiese esperado
Brooke era ver un hombre de rancho con traje de Armani, menos a uno tan
atractivo de ojos azules y que esperaba una contestación. Brooke no tenía
idea de qué podría responderle, porque ignoraba el tema sobre el cual él
preguntaba.
—Señorita, no me gusta repetirme. Sé que es novata, pero debe saber
que esta no es una pasarela de camisetas mojadas. Bajaré dentro de pocos
minutos y nos iremos. Así que dese prisa con su indumentaria —dijo él
señalando las bolsas de plástico—. Mi tiempo es dinero y el del doctor
también. Pídale algo caliente de tomar a mi ama de llaves que yo tengo que
cambiarme de ropa todavía. —Después le dio la espalda y desapareció por
el pasillo.
Brooke se quedó sin saber qué hacer por unos segundos, pero nada más
escuchar un portazo en la planta superior pareció reaccionar. «Qué hombre
tan insufrible». No vio a ninguna ama de llaves alrededor, así que fue
directo a buscar el cuarto de baño.
No tenía idea de por quién la habría tomado ese hombre, pero no
perdería el tiempo preguntándolo ahora que tenía la posibilidad de secarse y
entrar en una casa con calefacción. Cuando encendió la luz del baño abrió
los ojos de par en par, horrorizada, ante su reflejo. La camiseta blanca era
prácticamente transparente, sus pezones sobresalían del sujetador de seda
blanco y el jean parecía tallado sobre su piel. Si hubiese salido de su letargo
y utilizado la toalla que él le dio al abrir la puerta, entonces se habría
evitado un bochorno. «No podía culpar a ese ranchero de haberle dicho que
parecía salida de un concurso de camisetas mojadas. Dios».
 
OTROS TÍTULOS DE LA AUTORA
Disponibles en varios formatos en plataformas internacionales: Amazon,
AppleBooks, Scribd, Kobo, Tolino, OverDrive, Barnes & Noble, etc.
 
Sueños Robados.
Pasión Irreverente (Bilogía Sombras 1)
Silencio Roto (Bilogía Sombras 1.5)
Pasión Sublime (Bilogía Sombras 2)
Los Mejores Planes
El placer del engaño
Seduciendo al destino
Bajo tus condiciones
Hermosas Cicatrices
Regresar a ti
Lazos de cristal
Entre las arenas del tiempo (Maktub 1)
Estaba escrito en las estrellas (Maktub 2)
El llamado del desierto (Maktub 3)
Más allá del ocaso
Un capricho del destino
Desafiando al corazón
Un orgullo tonto
Brillo de luna
Oscura redención
Mientras no estabas
El precio del pasado
La venganza equivocada
Si hubiese un mañana
Un hombre de familia
Tentación al amanecer
La última princesa del desierto
El último riesgo (Match Point 1)
Un acuerdo inconveniente (Match Point 2)
Punto de quiere (Match Point 3)
Reckless.
Votos de traición.
Antes de medianoche.
Cálido Invierno.
 

SOBRE LA AUTORA
 
 

Escritora de novela romántica y ávida lectora del género, a Kristel


Ralston le apasionan las historias que transcurren entre palacios y castillos
de Europa. Aunque le gustaba su profesión como periodista, decidió dar
otro enfoque a su carrera e ir al viejo continente para estudiar un máster en
Relaciones Públicas. Fue durante su estancia en Europa cuando leyó varias
novelas románticas que la cautivaron e impulsaron a escribir su primer
manuscrito. Desde entonces, ni en su variopinta biblioteca personal ni en su
agenda semanal faltan libros de este género literario.
En el 2014, Kristel dejó su trabajo de oficina con horario regular en
una importante compañía de Ecuador, en la que ejercía como directora de
comunicación y relaciones públicas, para dedicarse por completo a la
escritura. Desde entonces ya tiene publicados diecinueve títulos, y ese
número promete continuar en ascenso. La autora ecuatoriana no solo trabaja
de forma independiente en la plataforma de Amazon, KDP, sino que posee
también contratos con editoriales como Grupo Editorial Planeta (España y
Ecuador), HarperCollins Ibérica (con su sello romántico, HQÑ), y Nova
Casa Editorial.
Su novela "Lazos de Cristal", fue uno de los cinco manuscritos
finalistas anunciados en el II Concurso Literario de Autores Indies (2015),
auspiciado por Amazon, Diario El Mundo, Audible y Esfera de Libros. Este
concurso recibió más de 1.200 manuscritos de diferentes géneros literarios
de 37 países de habla hispana. Kristel fue la única latinoamericana, y la
única escritora, de novela romántica entre los finalistas. La autora también
fue finalista del concurso de novela romántica Leer y Leer 2013, organizado
por la Editorial Vestales de Argentina, y el blog literario Escribe Romántica.
Kristel Ralston ha publicado varias novelas como Sueños Robados,
Seduciendo al Destino, Pasión Irreverente, Pasión Sublime, Silencio Roto,
Seduciendo al Destino, El Placer del Engaño, Los Mejores Planes,
Tentación al amanecer, Votos de traición, Un hombre de familia, Reckless,
Estaba escrito en las estrellas, Entre las arenas del tiempo, Brillo de luna,
Mientras no estabas, Punto de quiebre, La venganza equivocada, El precio
del pasado, Un acuerdo inconveniente, Lazos de cristal, Bajo tus
condiciones, El último riesgo, Regresar a ti, Un capricho del destino,
Desafiando al corazón, Más allá del ocaso, entre otras. Las novelas de la
autora también pueden encontrarse en varios idiomas tales como inglés,
francés, italiano, alemán, hindi, y portugués.
La autora fue nominada por una reconocida publicación de Ecuador,
Revista Hogar, como una de las mujeres del año 2015 por su destacado
trabajo literario. En el mismo año, participó en la Feria Internacional del
Libro de Guadalajara, en el estand de Amazon, como una de las escritoras
de novela romántica más vendidas de la plataforma y en calidad de finalista
del II Concurso Literario de Autores Indies. Repitió la experiencia,
compartiendo su testimonio como escritora de éxito de Amazon KDP en
español, en marzo del 2016, recorriendo varias universidades de la Ciudad
de México, y Monterrey.
Kristel ha sido jurado del Concurso Literario Indie de Amazon,
ediciones 2020 y 2021. Ella es la primera escritora ecuatoriana de novela
romántica reconocida nacional e internacionalmente. Ella ha fijado su
residencia temporal en Guayaquil, Ecuador, y cree con firmeza que los
sueños sí se hacen realidad. La autora disfruta viajando por el mundo y
escribiendo novelas que inviten a los lectores a no dejar de soñar con los
finales felices.

Instagram: @KristelRalston
Grupo VIP de Facebook: Entre Páginas con Kristel
Email: kristelralstonwriter@gmail.com
 

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