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El trígono.

Libro 5.

La Maldición de Zothar.

Sandra Viglione.
2007
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El mago de negro subía silencioso la escalera caracol que llevaba al mirador.


Desde que ella se había ido, cada atardecer subía allí. Treinta escalones en espiral,
trepados uno a uno. Subidos con ira, subidos con furia, subidos con desesperación,
subidos con miedo. Treinta veces había él trepado los treinta escalones y había
esperado. Treinta noches que había esperado por ella hasta la medianoche, solo en la
oscuridad del mirador de la cabaña. Treinta noches...
Esta noche sería la última. Mañana, primer día del año, los aprendices llegarían
y él no podría permanecer en la cabaña. No hasta... la próxima Puerta. Quizá durante
algún fin de semana, pero... Pero estaba su hija. Y su trabajo. Y Cassandra los había
dejado (lo había dejado a él) sin ninguna explicación, y ella... ¡Ella! Debería haberlo
sabido. Debería haber sabido que ella haría algo así. Habían estado casados menos de
tres meses, y ella huía de esa manera. Pero había dicho que regresaría, y debía creerle...
le creía. Así que continuó subiendo los treinta escalones cada noche, hasta que la
medianoche le decía que ese no era el día, que esa no era la noche.
Esa noche era igual a las demás. Paseó la vista por la cascada, el bosque, el
castillo más allá, las montañas más lejos. Escuchó los ligeros sonidos de la noche, y
esperó. Una brisa perfumada se arremolinó a su alrededor, acariciándolo, su cara, su
cabello. Una brisa más cálida que el aire de la noche. Extendió los brazos. Ella lo
acarició una vez más, envolviéndolo en una corriente de aire dulce y perfumado y
comenzó a tomar forma sólida entre sus brazos. Podía mirarla una vez más.
Todos los días pasados, días de furia, días de ira, días de dolor, días de enojo,
días de espera desesperada se borraron de su mente, y se inclinó a besarla de nuevo.
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Capítulo 1.
El regreso de Cassandra.

El brillo del sol en los ojos lo despertó. Se apoyó sobre un codo para verla, para
tocarla, para mirarla, para asegurarse de que ella estaba todavía allí. Estaban en un nido
de ropas a medio quitar y un enredo de brazos y piernas. Él todavía la miraba como si
no se atreviera a tocarla, cuando ella abrió los ojos.
— Hola, — dijo suavemente. Su voz sonaba como si no la hubiera usado en
mucho tiempo. — Creo que me iré a la cama ahora. Necesito dormir... de verdad.
Un brillo pícaro le iluminó la mirada. Él sonrió y se inclinó a besarla.
— ¿Dónde estuviste? — le preguntó.
Su mirada se aguzó, y una expresión extraña le cruzó la cara.
— Es personal. No puedo decírtelo, — dijo.
Él se enderezó.
— Cassandra... — Había un toque de advertencia en la voz.
Ella le dedicó una sonrisa de esfinge.
— No puedo decírtelo, — repitió. — Y me voy a dormir ahora.
Ella trató de besarlo, pero él retrocedió con el ceño fruncido. Estaba enojado.
Ella se rió de él, y se levantó.

Andrei Leanthross regresó al Trígono la primera semana después de la Puerta


del Otoño. No volvió solo. Cuando bajaba del tren, se sorprendió al encontrar a Javan
en la estación. Lo miró levantando las cejas.
— ¿Qué sucede? — preguntó.
— Ella se fue, — dijo brevemente Javan.
— ¿¡Qué?! — El grito salía del tren. Alessandra estaba allí, todavía a bordo.
— Ella se fue, — repitió Javan, con la mirada apagada.
Alessandra lo taladró con sus ojos color gris piedra. Abrió la boca como si
fuera a decir algo, pero entonces, pensándolo mejor, apretó los labios y no dijo nada.
Andrei la tomó por la cintura para ayudarla a bajar del tren.
— Vamos a algún lugar adonde podamos hablar, — dijo con calma.
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— Así que ella se fue. No pudiste mantenerla quieta ni siquiera por un trimestre,
— le ladró Alessandra a Javan.
— Alessandra, tú la conoces, — le reprochó Andrei. Ella resopló. Estaba
enojada.
— Pensemos con lógica. Después de todo, ella tiene una mente lógica. ¿Qué
estaba haciendo antes de decidirse a huir?
— No lo sé. Se suponía que estábamos de luna de miel... — Javan parecía
derrotado.
— ¿Estaba leyendo algo... extraño? — preguntó Andrei. Miraba fijamente a
Javan. Ambos conocían el desaprensivo interés de Cassandra por cualquier cosa que se
saliera de lo usual. Jamás le había importado si era conocimiento prohibido o no.
— Sólo dijo que tenía que irse pero que volvería pronto, se transformó en viento
y voló, — dijo él en voz baja y tono amargo. Se hizo un silencio.
— No te preocupes, — Alessandra dijo de pronto, dando unas palmaditas en el
hombro de Javan. — Si dijo que volvería, lo hará. — Javan se limitó a lanzarle una
mirada vacía y sombría.

Aquellos días habían sido muy difíciles para él. Alessandra se hizo cargo de la
cabaña y de Kathy mientras la señora Fara permanecía en el Valle. Javan y Andrei
recorrieron la zona buscando a Cassandra. No la hallaron. Comenzaron por registrar
el bosque. Andrei lo conocía bien, por haber trabajado muchos años en él con Keryn, el
centauro. Hacia el oeste y el sur, hacia el arroyo y la cascada de los unicornios, y más
allá, hasta la entrada de la Cueva del Tiempo, registraron uno a uno los lugares
favoritos de Cassandra. Preguntaron a los habitantes del bosque. Lyanne levantó las
cejas con curiosidad, pero Nero sacudió la suya majestuosamente y no pudo (o no
quiso) decirles nada. Hacia el oeste, siguieron los caminos del bosque hasta el viejo
portón de madera, pero ninguna señal indicaba que ella hubiera pasado jamás por allí.
Luego fueron hacia el norte, hacia la zona donde el bosque comenzaba a trepar por las
colinas que se transformaban en montañas un poco más atrás. Ni rastro de ella.
También revisaron el lago, y bajo el lago. Nakhira siseó algo como una risa maligna y
los dejó pasar. No hallaron a Xanara. No hallaron nada. Verdaderamente se había ido.
Entonces, una tarde, cuando Andrei y Alessandra habían ido al castillo y Kathy
pasaba un par de días con la abuela, Javan sintió una extraña urgencia por ir a la
cascada. Salió de la cabaña. Había algo en el aire, vibrando en el crepúsculo. Parecía
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que algo lo llamaba, lo atraía al agua. Entró en el remanso, más y más profundamente,
bajo el agua que caía y la neblina que murmuraba.
Cuando Andrei y Alessandra regresaron, él todavía estaba bajo la cortina de
agua, los ojos en blanco, la conciencia desvanecida. Estaba en trance. Lo llevaron al
castillo caminando como un autómata, y la señora Corent lo cuidó hasta que se
restableció. Se había sentido tan absolutamente desesperado hasta ese día, y ahora
estaba seguro de que ella estaba cerca. Tan seguro. No permaneció en la enfermería
más de un día. Como Cassandra, se escurrió fuera tan pronto como la enfermera se
distrajo. Desde ese día, la esperó en el mirador cada noche.

Cassandra abrió los ojos. Estaba en su cuarto, pensó con un suspiro. De regreso.
Se sentía tan... relajante. Tranquilizador. Apacible. Un bálsamo para los sentidos. Se
sentía tan llena de calma y de paz. Todo aquel cansancio, toda aquella urgencia
desaparecidas. El miedo se había ido. Y escuchó unos sonidos familiares en su puerta.
— Kathy, entra, querida, — dijo en voz alta, sentándose en la cama.
— No es solo Kathy. ¿Podemos entrar? — dijo la voz de Javan.
— Por favor... Estás en tu casa... — dijo Cassandra medio riéndose.
No eran solo Kathy y Javan los que entraron en la habitación. Cassandra ahogó
un grito de sorpresa cuando vio a Alessandra y a Andrei.
— ¡Lessie, Andrei! No los esperaba aquí... — dijo. — Esta es toda una
recepción...
Ellos sonrieron. Kathy había saltado a la falda de Cassandra y estaba
parloteando.
— Cassie, ¿dónde estabas? Te extrañé mucho y papá no quiso...
— Kathy, — interrumpió Javan. — Deja que Cassandra respire.
Kathy miró a Cassandra, y después a Javan, perpleja.
— Está respirando, papi.
Cassandra se rió y la abrazó, y le susurró:
— Hay algo para ti en mis bolsillos.
Javan sonrió mientras miraba a Kathy saltar fuera de la cama para ir a registrar
los bolsillos de Cassandra. Estaba metiendo la manito en el primero que encontró,
cuando Cassandra la detuvo bruscamente.
— No, en ese no. Mira en el de adentro, el de abajo... — le dijo. Algo en su tono
de voz hizo que Javan se volviera a ella y observara cuidadosamente su expresión. Pero
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Kathy ya estaba saltando de nuevo sobre la cama con un gran puñado de golosinas en la
mano, y lo que parecía un gran cascarón gris en la otra.
— Ah, el cascarón de tu prima, — explicó Cassandra sonriente.
— ¿Prima?
— Bueno... algo así. Al fin la Reina Dragón puso otra camada. Tres huevos esta
vez. Los tres que... No importa. Cuando llegué dos estaban saliendo, pero el último
parecía incapaz de romper la cáscara. Reina estaba muy nerviosa, y Gaspar... Nunca lo
había visto tan alterado... y con razón. No podían hacer nada... Pero yo sí. Le hice un
agujerito a la cáscara, y soplé un poco... fuego de Arthuz. No era tan caliente como los
de Gaspar y Reina... y sí fue suficiente como para que Lys rompiera su huevo... Creo
que ella heredó más características de la rama humana de la familia de Gaspar que sus
hermanos... y... Javan... Necesitará un lugar donde aprender... — Ella lo miraba
fijamente ahora. Parecía que le estuviera pidiendo permiso de algo. Él le devolvió la
mirada inquisitivo. Ella se explicó:
— Quiero decir que necesitará un maestro...
Él dijo sin aliento:
— Noo... ¿Quieres que adopte a una chica-dragón como aprendiza?
— No es dragón... Es Ryujin, y sólo a medias... O tres cuartos...
— Medio-dragón entonces... ¿Estás loca?
Alessandra soltó una carcajada.
— Los niños normales se conforman con traer ardillas o pájaros a casa... Tu
mujer te trae dragones... ¿No es linda la vida de un brujo?
— Es hechicero, no brujo, ya te lo expliqué, — corrigió suavemente Andrei.
Pero Javan no les prestaba atención. Tenía la mirada clavada en Cassandra sin saber si
debía besarla o fulminarla. Terminó por decir:
— Lo discutiremos después, — y desvió la mirada de ella. Cassandra sonrió. Ya
conseguiría su asentimiento... a su debido tiempo.
— Cassie, dinos donde estuviste... — interrumpió Alessandra. — Estuvimos
buscándote por todas partes desde setiembre...
— La Puerta del Otoño... Tenía algo personal que resolver, — dijo Cassandra
con tranquilidad. Sabía que no podía evitar las preguntas, pero tal vez pudiera eludir
tener que dar las respuestas. No contaba con Kathy.
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— Por favor, Cassie... Cuéntalo... — pidió mirándola con los ojos grandes y
redondos que reservaba para seducir a su padre. Cassandra los encontraba tan
irresistibles como el mismo Javan. Sonrió, y le acarició el cabello.
— Bueno... — cedió. — Fui a NingunaParte, a ver a Nadie, a pedirle Nada.
Traje Nada pero no exactamente aquí, y me fui otra vez, de vuelta a NingunaParte, a ver
a Nadie, aunque no el mismo, y a pedirle Nada, que no era la misma, y de nuevo aquí,
pero no exactamente... ¿Tengo que seguir? Esto es un trabalenguas.
Javan la miraba arqueando las cejas, y Alessandra contenía la risa. Kathy la
miraba sin pestañear.
— ¿Y donde queda NingunaParte?
— Muy lejos, bichito... Muy, muy lejos...
— ¿Por eso tardaste tanto?
— Ahá...
— ¿Y visitaste a Gaspar?
— Sí, ya te dije...
— ¿Y a quién más?
— Ah... — Cassandra se enderezó. Se había resignado al interrogatorio de Kathy
por considerarlo más inofensivo que el de Javan, pero sabía que él no se perdía ni una
sílaba. — Vi a nuestra amiguita... la amiguita de Andrei en realidad... Me costó bastante
que me dejaran pasar... algo sobre deudas pagadas y rituales cumplidos... No entendí...
— Cassandra se tocó el costado con precaución. Aunque había sucedido hacía casi
quince días, y los moretones no se veían, todavía le dolía. Había tenido que luchar con
los guardias para que le permitieran la entrada al lugar de las hikiris. — Tu amiguita te
envía esto... — dijo mirando Andrei. Y juntando las manos sopló algo en ellas. Una
burbuja se fue formando lentamente, y en la burbuja ardía una llama diminuta. — Lo
lamento, tuve que traerla así, porque me quemaba en los bolsillos... Creo que agujereé el
derecho...
— Cassandra... ¿Sabes qué es eso? — dijo Andrei con un hilo de voz, mirando
fascinado el objeto que Cassandra sostenía entre las manos, y sin tocarlo.
— No...
— Acabas de traerle a Andrei un huevo de hikiri... Y si no estoy recordándolo
mal, sólo la reina pone los huevos... Kathy, no toques eso. Cassandra, deberías estar
quemándote las manos... — indicó Javan con más calma de la que sentía. El huevo de
hikiri estaba demasiado cerca de Kathy.
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Cassandra se encogió de hombros.


— Las Perlas de Fuego quemaban más... creo. ¿Qué vas a hacer con ella,
Andrei?
— ¿Yo? — preguntó el otro, sorprendido.
— Ella dijo que era para ti...
Javan resopló. La hikiri le había hecho un regalo similar a él, aunque de otra
índole. Tenía que sacar ese huevo de delante de su hija.
— Te conseguiré algo donde ponerlo para llevártelo. Lejos de aquí. Cassandra,
¿te recuerdo de qué lado de la frontera estamos?
Cassandra sonrió, tendiéndole el huevo. Realmente estaba muy caliente. Javan lo
tomó entre las manos y lo llevó abajo. Cassandra notó la mirada sorprendida de Andrei.
— ¿Qué sucede? — le preguntó. Alessandra también lo miró.
— No... nada. No tiene importancia... Discúlpenme... — Y Andrei salió tras
Javan.
— ¿Qué les pasa a estos hombres? — comentó Alessandra. — ¿Y qué clase de
bicho trajiste que los puso tan nerviosos?
— Ah, ese es un cuento que sí puedo contar...
Y Cassandra se acomodó entre las almohadas para contar su historia.

La cena de bienvenida de los aprendices resultó sumamente agradable.


Cassandra secuestró a Alessandra en su rincón, y Andrei, por supuesto fue con ella.
Había contado con el apoyo de Javan para convencerla que se fuera en el tren de la
mañana.
— Si tu crees que un solo día me alcanza para agotar las novedades... — le había
dicho. Alessandra se rió.
— Fuiste tú la que no estuvo en casa. Yo tengo trabajo que hacer...
— Una sola noche no te matará... Y tengo unas cosas que preparar para que te
lleves...
— ¿Y la poción asquerosa que tu marido me hace tragar cada vez que vengo?
— ¿Qué? ¿Te la dio la última vez? Lo voy a matar...
— No, tranquila... De la boda me acuerdo... Pero en serio Cassa...
— Entonces te quedas. Tengo seis calderos limpios en el sótano... Tenía... No
sé... Vamos a ver...
Y Cassandra había arrastrado a Alessandra a sus habitaciones en el castillo.
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Ahora, la cena terminaba. En el equipaje de Alessandra iban embaladas


veinticinco muestras para analizar. Conversaban ahora sobre los proyectos para el
invierno, cuando algunos de los muchachos se acercaron. Dorin iba a la cabeza.
— Profesora Troy... — empezó.
— Fara. Ahora es profesora Fara, — dijeron Alessandra y Andrei a la vez.
— Me casé el año pasado ¿recuerdas? — agregó ella. Javan hizo una mueca. —
¿Qué querían?
— Nosotros... quisiéramos pedirle que contara un cuento... Hace años que no
escuchamos una buena historia...
— Sí. El año pasado solo bailaste... — dijo Andrei.
— ¿Y ustedes creen que es hora de otro cuento? — preguntó ella con un brillo
de travesura en la mirada.
— Vamos, sabes que te mueres por hacerlo... — susurró Javan. Cassandra
sonrió. Era cierto.
— Bueno, entonces... ¿qué clase de historia quieren? — preguntó mientras se
levantaba. Los chicos se miraron entre ellos.
— ¿Una del colegio? — propuso un chico bajito. Cassandra torció la boca.
— Si cuento una historia más del origen del colegio, el profesor Amerek me va a
matar... Ya me lo advirtió. ¡Las fuentes! ¡Usted no verifica las fuentes!... Pero... — Sus
ojos volvieron a chispear.
— Lo harás de todas maneras... — murmuró Javan. Ella le dedicó una sonrisa y
siguió a los estudiantes.

Los aprendices más jóvenes la miraron con curiosidad, los mayores con
expectativa cuando ella llegó al centro del comedor con la varita en alto.
— Algunos de sus compañeros me han pedido que relate una historia... — dijo
simplemente. — Aquí está.
Y girando con la varita, dibujó un círculo.
El espacio entre las mesas se había ampliado. Andrei apretó la mano de
Alessandra. Las mesas se desvanecieron. Las paredes desaparecieron. Y se encontraron
sentados en el suelo en un gran círculo, rodeados por un oscuro vacío. Cassandra estaba
allí, en el centro. O no. Ya no era Cassandra. Ahora parecía un enorme pájaro rojo y
anaranjado, del color del fuego, su vestido simulando alas, flotando detrás de ella. El
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pájaro empezó a cantar, la voz de Cassandra era uno más de los sonidos, relatando la
historia.
— Hace mucho tiempo, había una mujer. No era bruja, pero podía entender las
voces de los pájaros y era capaz de hablar con ellos. Vivía en una cabaña en el límite
del bosque... lejos de los humanos, lejos de los pájaros... A medias entre dos mundos...
Dos formas humanas se habían formado en puntos diferentes del círculo. Una
parecía hecha de fuego luminoso. La otra de humo oscuro. Se acercaron a la mujer-
pájaro desde extremos opuestos.
— En el mismo bosque coincidieron también dos hombres. Extranjeros. Los
llamaremos el Fuego, Hoho... y el Humo, Ikinú... — Las figuras destellaron cuando ella
les dio nombre. Continuaron acercándose. — Eran magos, no forasteros, y en aquella
época, la frontera no era tan nítida como ahora. Hoho llegó desde el norte, huyendo de
un profundo dolor, y un terrible secreto...
Fuego se detuvo frente al ave y le hizo una reverencia. La mujer pájaro aleteó.
Juntos comenzaron una danza alrededor del círculo; la danza del fuego que Cassandra
había bailado el año que llegó al castillo. Pero este pájaro tomó fuego en sus alas, y
cayó, sacudiéndose agónicamente. Humo alcanzó al ave, mientras la figura de fuego
giraba y se alejaba en un delicado ballet. Cassandra continuó.
— Cuando Hoho encontró a la mujer, despertó algo en ella, aunque no era su
propósito... Su fuego era demasiado para una mujer mortal. Fue Ikinú quien se hizo
cargo. Hoho no podía ayudara sin hacerle un daño peor. Ikinú la rescató, la cuidó y
ella se enamoró de él.
Mientras Cassandra hablaba, el pájaro de fuego había comenzado a bailar una
vez más, esta vez con la figura de humo. Humo empezó a cambiar de color, del mismo
modo que lo hacía el ave, y se mezclaron en una extraña escultura viviente. Entre el
humo y las llamas se podían adivinar las figuras unidas de un hombre y una mujer.
Cuando se separaron, solo eran el pájaro de fuego y la figura de humo. Fuego se reunió
con ellos una vez más.
— Ikinú quería llevarla a casa. Hoho no quiso permitírselo. No podía, por
razones que no diré. Fuego y Humo pelearon mucho tiempo por esta causa...
Las figuras de fuego y de humo, Ikinú y Hoho, danzaban ahora alrededor del
pájaro de fuego. No era una danza elegante y graciosa como la que cada uno había
bailado con la mujer-pájaro. Poco a poco los espectadores se percataron que no era una
danza sino un duelo. Chispas y llamaradas saltaban y estallaban allí donde las figuras se
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encontraban. Una de las llamaradas alcanzó a la mujer-pájaro. Fuego y Humo dejaron


de luchar inmediatamente, y corrieron a auxiliar a la mujer.
— Los magos trataron de salvarla, pero era muy difícil. Hoho tenía el fuego
todavía adentro, y era de poca ayuda. Ikinú le dijo que se marchara, y Hoho no tuvo
otra opción sino aceptar. No quería dañarla a ella... Cuando regresó, Ikinú había
llevado a la mujer a casa, aunque para ello había tenido que recurrir a todo su poder...
Cassandra no lo dijo. Pero las sombras de Humo oscurecieron las llamas del ave
de fuego, y los dos ardían ahora con una luz rojiza y fría.
— Fuego se dio cuenta de inmediato de lo que había sucedido. La ceremonia
era antigua, difícil, y era muy fácil extraviarse... Ikinú había ido un poco más allá de lo
permitido.
Y entonces, inesperadamente, el ave de fuego se volvió contra Humo. Fuego
corrió en su ayuda. Un fuego blanco, demasiado brillante salió de la figura de fuego y
envolvió a los tres. Cuando la luz volvió a disminuir, notaron que la mujer-pájaro
brillaba ahora con llamas claras. En su pecho había cuatro joyas: topacio, rubí y
esmeralda formando un triángulo, y un zafiro azul en el centro: el emblema del Trígono.
La luz en el ave se desvaneció, y el pájaro se transformó en la figura de una mujer.
‘¿Qué has hecho?’ chilló la voz de Ikinú. Su voz sonaba familiar.
‘Ahora podrán estar juntos,’ suspiró Hoho. Su voz sonaba triste,
inexplicablemente triste, y muy familiar también. ‘Pero tú sabes cuál es el precio de lo
que tú hiciste. Sólo te conseguí algo más de tiempo. En tanto ella conserve las Joyas,
vivirá...’
— El pacto oscuro de Ikinú había condenado a su esposa. Las Joyas de Hoho le
prolongaron la vida casi un año. De todas maneras, ese fue el fin de la amistad entre
Fuego y Humo. Como Hoho había dicho, cuando ella perdió las Joyas, murió. Las
Joyas fueron robadas, y la esposa de Ikinú murió en un terrible accidente. Ikinú y Hoho
no se han vuelto a hablar en al menos mil años...
Las últimas imágenes mostraron una batalla a las puertas de un castillo, y una
flecha amarilla alcanzando a la mujer. Las imágenes se oscurecieron y se desvanecieron
antes que pudieran reconocerla. Cassandra agregó con suavidad:
— Esta es otra de las historias del castillo... Todavía no terminó. Sólo usé los
antiguos nombres, los que usaban lejos de aquí para los amigos Hoho e Ikinú...
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Un silencio pesado había caído en el salón. Lentamente cada uno fue notando
que estaban todavía en el comedor, sentados a las mesas, y deseando irse a dormir. El
fantasma de una adivinanza flotaba en el aire.
— Buenas noches, — los despidió Cassandra.
Los aprendices empezaron a moverse hacia las puertas.
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Capítulo 2.
Javan.

Ella estaba todavía enredada entre sus brazos. Eran las seis de la mañana. Se
estiró perezosamente, y se movió aún un poco más, sólo para sentir su piel temblar a su
contacto. Sintió su mano deslizarse por su cuerpo desnudo y posarse sobre su ombligo.
Tibia. Pesada. Apretada. Suspiró.
— ¿Estás despierta? — preguntó él en voz baja.
— ¿Mm?
— Algo enigmática, tu historia... — insistió.
— Mm...
Él la besó en el hombro. Ella se estremeció y un leve tono rosa se extendió por
su mejilla visible. Él sonrió y la besó de nuevo.
— ¿Quiénes eran? — preguntó al cabo de un rato.
— La mujer era Fiona, y Humo era Zothar... ¿No te diste cuenta?
Lo sintió ponerse tenso y levantarse sobre un codo. Aún así, no separó sus
manos de ella. Estaba, si es posible, más cerca.
— ¿Estás tratando de decirme que la esposa de Zothar era forastera? —
preguntó.
— Igual que yo... Magia prestada. Ella y Zothar guardaron el secreto
celosamente... Nadie lo sabía.
— Hm... ¿Y Hoho? ¿Fuego?
— Ah, él era un amigo de ellos.
— ¿Y tú? ¿Cómo lo averiguaste?
— Me lo dijo Hoho, — contestó ella. Él se dejó caer de nuevo en la cama. Hubo
una pausa, y él comenzó a acariciarla otra vez. Ella se dio la vuelta para mirarlo, y
encontró una mirada pensativa en sus ojos. Esta vez fue ella la que lo besó.
— ¿Me dirás donde estuviste? — le preguntó él muy suavemente.
— Fui a NingunaParte a encontrarme con Nadie y pedirle Nada y traerla aquí...
— Estás diciendo tonterías. Estoy hablando en serio, — protestó él. Ella siguió
canturreando.
— Y otra vez la segunda vez... Fui a Ninguna...
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Ella empezaba a sonar somnolienta otra vez y había cerrado los ojos. Él la
sacudió, la besó y le dijo:
— Hora de levantarse. Vamos a trabajar...
Cassandra abrió los ojos gruñendo y se levantó tras él.

Como los años anteriores, este año sus horarios estaban concentrados en las
tardes. Si uno lo pensaba un poco, era lógico. Eran pocos los hechiceros que requerían
entrenamiento de Viajeros. La mayoría de sus alumnos eran brujos menores. Y por la
mañana, trabajaban con Javan y Norak en el salón de abajo. O mejor dicho, eran
sistemáticamente torturados por Javan y Norak. Ninguno de los dos se caracterizaba por
su flexibilidad y paciencia. Como fuera, ella tenía la mañana libre para ocuparse de sus
asuntos, y lo primero en su agenda era acompañar a Alessandra a la estación. Fueron
juntas, conversando animadamente y riendo en voz alta.
El camino a la estación no era largo, pero a ellas les llevó casi media hora. En
cierto momento, Alessandra miró a Cassandra muy seriamente:
— Cassie, deberías ser más cuidadosa al tratar a tu marido.
Cassandra saltó, sorprendida.
— ¿Qué?
— La pasó muy mal cuando te fuiste el mes pasado... — Cassandra frunció el
ceño. Alessandra continuó: — Un día se metió a la cascada, allá en tu cabaña... Lo
sacamos con Andrei. Parecía... autista. Como si hubiera quedado... no sé. ¿En trance,
dicen ustedes?
— Trance... — Cassandra recordaba bien lo de la cascada. Todavía estaba en
medio de su viaje. Estaba del otro lado de la frontera, entregando Nada a quien podía
guardársela hasta el momento indicado. La frontera era muy delgada aquí, y su deseo de
estar con él la debilitaba aún más. Recordaba haber mirado a través de la frontera, como
si fuera una ventana, deseando volver a verlo, queriendo tocarlo, acariciarlo... Sintió
rebeldía por la misión que le robaba sus momentos con su esposo... Y lo vio salir de la
cabaña. La frontera se adelgazó todavía más. Ella lo había sentido meterse al agua,
acercarse a la cascada, buscándola, aún cuando ella estaba del otro lado. Dudó si
acercarse a él... y la frontera decidió por ella. Simplemente desapareció, dejándola a su
lado, frente a él, rodeándolo... Ella era parte del agua. Se levantó lentamente frente a él,
una figura transparente de agua clara bajo la cortina de agua, y él se acercó. Lo besó, se
fundió con él... Como el año anterior, en la danza del agua, en este mismo lugar. Este
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lugar tenía algo especial para ellos. Parecía que siempre volvían al mismo punto... Pero
tenía que hacer lo que tenía que hacer. Lo dejó en la cascada y siguió su viaje, deseando
que terminara pronto. No podía hacer otra cosa. El año anterior, por su pereza, las cosas
se habían complicado inútilmente. No fracasaría otra vez. No, no esta vez. No podía
decírselo a Alessandra, pero estaba segura que su amiga comprendería. Algún día.
Apretó los labios.
Alessandra la observaba. La vio enrojecer, reprimir una sonrisa y apretar luego
los dientes. No entendía.
— Deberías tenerle algo de piedad, Cassa...
Cassandra ocultó su turbación en la ironía.
— Qué sabrás tú de piedad, Lessa...
Alessandra sacudió la mano, descartando el asunto.
— Estoy hablando en serio, y ése no es el punto. Andrei me contó de él, de los
Malditos... Deberías cuidar de él, no molestarlo...
Cassandra se la quedó mirando. Una sonrisa empezó a dibujársele en la cara.
— Ah, no. No me hagas ese tonto jueguito otra vez, — dijo Alessandra.
Cassandra resopló. No entendía este súbito interés en Javan.
— ¿Desde cuando te preocupa Nag? — preguntó.
Alessandra siguió.
— Tu Nag tuvo una vida difícil, ya lo sabes. Perdió a su novia, o lo que fuera la
hija del Anciano para él; después tuvo que esconder a Kathy, y la perdió... Después tuvo
que vivir disfrazado tanto tiempo que creo que se ha olvidado de quién es. No es un mal
hombre, Cassie... — Cassandra sonrió a medias. Viniendo de Alessandra... — ...Y te
ama, — terminó.
— Golpes bajos, ¿eh? Ya sé que Javan me ama, Lessie. Y yo lo amo a él... Más
de lo que te podría decir. Pero hay cosas que tengo que hacer... No le haría daño nunca,
pero... Tú sabes que siempre elijo lo que considero mejor para todos... Por eso me tuve
que ir...
— ¿Adonde fuiste, Cassie? ¿Qué estuviste haciendo...?
Cassandra apretó los labios, terca. Ya iban cinco o seis veces que se lo
preguntaban, así a quemarropa, tratando de tomarla desprevenida.
— Fui a NingunaParte... — empezó a canturrear.
— No... No otra vez... — gimió Alessandra. Cassandra se rió. Finalmente habían
llegado a la estación.
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El silbato ya anunciaba la partida del tren. El equipaje de Alessandra ya estaba a


bordo. Ella y Cassandra se abrazaron. Entonces, Cassandra sacudió la cabeza para soltar
el cabello. La varita de Metamórfica cayó en su mano. Cassandra la partió a la mitad y
le tendió una a Alessandra.
— Me han dicho que solo tres veces podré compartir esta vara con alguien...
Quiero que tú tengas la primera mitad. Pide las flores que quieras, y la Metamórfica te
las dará... Yo quiero... Mm... Rosas, en una cola de caballo.
La mitad de Cassandra se cerró alrededor de su cabello en un broche de rosas
rojas. Alessandra se conformó con un pequeño arreglo de nomeolvides. Cassandra
sonrió.
— ¿Ves? No es tan difícil pedir magia prestada...
— Gracias, — dijo Alessandra, disimulando su emoción. El broche la hacía
sentirse un poco más cerca de ella... y de Andrei. La abrazó.
— Adiós, amiga... Escribe pronto...
Se besaron de nuevo, y Cassandra continuó moviendo la mano hasta que el tren
se perdió en la distancia.

Javan tuvo un momento de indecisión en la puerta de sus habitaciones. Sólo un


momento. El reloj estaba por marcar el comienzo de las clases, y Cassandra volvería
antes de que terminaran. Tenía poco tiempo. Así que entró, y cerró la puerta tras de sí.
La capa de Cassandra, la de viaje, estaba sobre la silla, donde ella la había dejado la
tarde anterior, cuando vinieron de la cabaña. Del bolsillo interior había sacado Kathy los
dulces. El bolsillo de la derecha estaba quemado, era el del huevo de la hikiri. El otro
bolsillo era el que Cassandra no les había dejado mirar. Tuvo otro fugaz momento de
duda. Y metió la mano en el bolsillo.
Se sorprendió de que estuviera vacío. Cassandra no había tenido tiempo de
guardar o esconder lo que fuera que hubiera en él. De modo que debía ser otra cosa.
Buscó su varita.
— Muestra tu contenido antes de esta hora... — ordenó.
Unas sombras brillantes y otras más oscuras se mostraron brevemente. El reloj
sonó allá arriba, y le hizo volver la cabeza. Cuando volvió a mirar, los objetos opacos
habían ocultado las cosas luminosas, y no podía distinguir de qué se trataba. ¿Qué había
guardado Cassandra en ese bolsillo? Ahora ya no podría averiguarlo. Las voces en el
pasillo le indicaban que ya tenía aprendices a su puerta.
17

Y el semestre comenzó. Cassandra atravesó lentamente esas primeras semanas.


Un día, sentada a la mesa del desayuno miraba a Javan marcharse a clase. Recordó las
palabras de Alessandra, y sin saber porqué se sintió preocupada. Él se veía cansado. Se
volvió a Andrei.
— Le pasa algo ¿no te parece?
Andrei siguió la dirección de su mirada.
— Tuvo un verano difícil. Debe estar cansado...
Cassandra frunció el ceño. No le habían hecho más preguntas, pero el reproche
reaparecía una y otra vez.
— Lessie dijo lo mismo cuando se fue... No fue mi culpa. Tenía que hacerlo...
— No te estaba acusando. Pero él está cansado.
Cassandra lo miró, esperando. Andrei pestañeó.
— ¿Qué?
— ¿No me darás un consejo? ¿Cuidarlo, o algo? Eso fue lo que dijo Alessandra.
La sonrisa se extendió de nuevo por el rostro de Andrei al escuchar el nombre de
Alessandra.
— Bueno... Podrías mimarlo un poco. Llevártelo por el fin de semana... Tal vez
danzar para él...
Curiosamente, un escalofrío sacudió a Cassandra al escuchar mencionar una
danza. Sin embargo sonrió y dijo:
— Quizá una danza...
Pero Cassandra intentó algo diferente.

Era viernes de noche. Cassandra se puso su mejor vestido bajo la túnica.


Cenaron en el comedor de arriba, como le gustaba a él, pero cuando la cena estaba
terminando, ella le tomó la mano y le susurró muy despacio.
— Salgamos a caminar, Javan. Necesito hablar contigo...
Él la miró ligeramente sorprendido. Ella no necesitaba salir afuera para hablar
con él. Andrei la había escuchado. Lanzó una mirada furtiva a la pareja mientras ellos se
deslizaban discretamente fuera del cuarto, y sonrió para sí. En alguno de los años
anteriores se habría sentido perturbado, pero no ahora. Eran sus amigos, los dos, y se
sintió feliz por ellos.
18

Cassandra no llevó muy lejos a Javan. Caminaron hacia el bosque, a la gruta de


los helechos. A ella le gustaba especialmente ese lugar. Ese y la cascada. Los perfumes
de las flores se elevaban mezclados en el aire ya frío. Siempre era primavera en este
jardín. Las flores lo sabían, pero la brisa no. El invierno ya avanzaba sobre ellos. Ella se
sentó en el mismo tronco que solía usar cuando molestaba a Javan con Siddar. Él miró
alrededor y se acercó lentamente a ella. Se quedó de pie unos momentos, hasta que ella
tiró de su mano para hacerlo sentarse.
— ¿Para qué me trajiste aquí? — preguntó él.
— Necesitaba estar a solas contigo... — dijo ella, reclinándose contra su pecho.
Él le pasó el brazo por los hombros, aunque fue un gesto rígido. Ella se acercó más.
— ¿Y no podíamos hablar en el castillo? Es tarde, hace frío...
Ella suspiró. No, no podían hablar en el castillo. Hacía demasiado tiempo que no
hablaban en serio en el castillo.
— ¿Qué te pasa, Javan? — le susurró, deslizando los dedos sobre los botones de
su camisa.
— Nada. — Su voz sonó fría. Cassandra se detuvo y lo miró. Sus ojos había
recuperado aquel tinte indiferente que ella conocía de su primer año en este lugar. Se
estremeció. Él había levantado un muro a su alrededor. Se enderezó un poco, y metió
una mano en el bolsillo. Él volvió la cara hacia ella.
— No confías en mí, — dijo él. — Te fuiste y me abandonaste... Nos
abandonaste, a Kathy y a mí... Entonces yo tampoco puedo confiar en ti...
Cassandra sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas. Una respuesta tan
lógica y fría la desarmaba. Sujetó fuerte el objeto que tenía en el bolsillo, y sintió que el
cristal del envase se rompía entre sus dedos. Algo húmedo y viscoso le tocó la mano.
Tuvo que controlarse para no gritar. Con discreción, sacó el objeto y lo dejó caer entre
las plantas detrás del tronco. Había creído que una porción de la pared de Javan, la que
absorbía las emociones, podría ayudarla, pero... Cuando el objeto abandonó su mano se
sintió mejor. Miró a Javan.
— Sólo hice lo que era mejor para todos... — protestó débilmente. Con los ojos
llenos de lágrimas no podía ver bien. Sintió que algo salía de ella, pero no prestó
atención. La cabeza de Javan se recortaba contra la luz de la luna. La sintió acercarse, y
sintió su respiración tibia cuando él la besó.
— Sabes que me preocupo... No puedo soportar que tengas secretos conmigo, —
dijo él con voz ahogada.
19

Ella sintió algo cálido, un sentimiento que regresaba.


— Te prometo que te lo diré tan pronto como sea posible... Por favor...
— Por favor... — él la besó de nuevo. También él sentía que algo se había
alejado y que un sentimiento nuevo, cálido, regresaba. No sabía qué era, no sabía
porqué... Solo sabía que ella estaba ahí. Volvió a besarla.
— Por favor... perdóname...
— Sh... sh...

Ella estaba acurrucada contra él, dormida. Podía sentir el calor que ella irradiaba.
Le recordó aquel día, en la cueva con la hikiri. Súbitamente sintió el frío, y el dolor en
su costado. Se iba y volvía en los momentos más inesperados. Movió la mano como si
tuviera la varita en ella.
— Fuego... — susurró. La antigua invocación. Un fuego chisporroteante brotó a
sus pies. No había usado la varita. Era magia antigua, el regalo de la hikiri... De nuevo,
sintió algo que se alejaba... pero no prestó atención. Al alejarse lo que fuera, algo cálido
volvió a brotar en su interior con fuerza renovada. Hundió la cara en el cabello de
Cassandra, y el perfume de ella le invadió los sentidos. Ella suspiró en sueños.
— ¿Dónde estuviste, mi amor? — susurró. Realmente no esperaba una
respuesta. Ella se la dio en sueños.
— Las Joyas... debía encontrarlas... reunirlas... devolverlas... — murmuró.
— Sh... sh. Guarda el secreto, mi cielo. Guarda el secreto... — dijo. Ella suspiró
de nuevo y lo abrazó más fuerte.

El sábado de mañana los encontró caminando por el bosque. Ella estaba


cantando una canción de lluvia, y entre los árboles, Javan podía ver las nubes
atravesando el cielo. Iban a buscar la escoba para ir a la granja a pasar el fin de semana
con Ada y Kathy.
La tarde había sido lluviosa. Se habían sentado en el sofá, con Kathy entre ellos,
la cabeza sobre las rodillas de Cassandra y las piernas sobre las de su padre. Estaba
hablando y hablando acerca de su nueva maestra. El año pasado, Kathy había vuelto
rosa al dorfin de la clase. Esta vez, la magia se disparó contra su maestra. No hubieron
felicitaciones esta vez. Cassandra prometió ir a ver a la maestra el lunes por la mañana.
— Y... Cassie, la cáscara que me diste se está derritiendo, — dijo Kathy.
— ¿Qué? — preguntó Cassandra sorprendida.
20

— Se está derritiendo... Vamos, te la muestro...


Cassandra fue con Kathy al cuarto, donde estaba el cascarón. La niña le mostró
un objeto mojado y blando, muy distinto del cascarón gris de huevo de dragón que
Cassandra le había traído unas semanas atrás.
Cassandra frunció el ceño. Las cáscaras, igual que las pezuñas o las escamas de
dragón, estaban entre las sustancias más resistentes que se conocían. Hasta los restos del
cascarón del huevo de la naga Nakhira todavía formaban parte del amuleto de Zothar...
allá en la torre de la Serpiente, mil años después. Ella había pensado que con un
amuleto similar, Kathy estaría protegida del hechicero loco. Todavía temía que él
quisiera atacar a la niña. Aunque, por alguna razón, él seguía ignorándola.
Afortunadamente. Pero Cassandra sabía que eso no duraría por siempre. Solo mientras
ignorara la ascendencia de Kathy la niña podría estar a salvo. Mientras tanto, ella había
querido impregnar las cáscaras con la esencia de Kathy antes de empezar el trabajo...
Pero esto...
Javan estaba detrás de ella. Se volvió a él interrogante. Él fruncía el ceño, tan
extrañado como ella. ¿Qué clase de magia podría fundir un huevo de dragón? Ocultando
sus temores, Cassandra sostuvo el cascarón empapado entre sus manos. Javan apoyó las
manos sobre las de ella. Ella podía sentir su fuerza a través de sus dedos. El antiguo
poder, desbordándose por sus manos, fluyendo a través de ella. Nunca había percibido
esa clase de magia en él. ¿Por qué ahora? Pero debía concentrarse en el cascarón.
¿Quién o qué lo estaba fundiendo? ¿Quién tenía semejante poder?
Kathy los miró frunciendo el ceño. Cassandra había cerrado los ojos, y su padre
también. Ahogando un gesto de disgusto, ella también apoyó sus manitos tocando los
dedos de su padre y de Cassandra. Ellos abrieron los ojos de repente, y la niña vio una
luz en los ojos de ambos. No tenía edad suficiente para saber que era miedo. Las
visiones habían empezado cuando la niña tocó el cascarón.
Cassandra habló primero. Quitando la cáscara de en medio, dijo con un ligero
temblor en la voz.
— Me quedaré con esto... Tal vez pueda arreglarlo.
Estuvo un momento limpiando las manos de Kathy con un pañuelo, y luego se
limpió las suyas, y pasó el pañuelo a Javan. Él también se limpió las manos mientras
volvían a bajar por la escalera. Tiró el trapo a las llamas de la estufa con expresión
abstraída.
21

Kathy había mirado a uno y a otra, y se sentó de nuevo entre ellos. Cassandra
empezó de nuevo a hacerle cosquillas, pero no tenía muchas ganas de jugar. Kathy
tampoco. Así que Cassandra la acomodó en sus rodillas y le contó historias hasta que la
nena quiso irse a dormir.

— ¿Y qué piensas de esto? — preguntó Cassandra mientras volaban de regreso


al castillo.
— No lo sé. Dímelo tú...
Los dos habían tenido la misma visión. Lys, la chica-dragón, y Kathy al oscuro
resplandor de unas llamas negras, haciendo algo... tal vez oscuro. La expresión de
Kathy era terrible. La de Lys... indiferente. Parecía mayor que Kathy, pero los ryujin
crecían deprisa y vivían tanto tiempo... Una sombra estaba de pie detrás de ellas, una
mano sobre el hombro de cada una de las chicas. La amenaza de la Serpiente estaba allí.
— ¿Crees que sea una visión del futuro? ¿Una amenaza, o una advertencia?
Javan se volvió a medias. La luz de la luna iluminaba débilmente. El cielo se
estaba despejando. Cassandra no pudo verle los ojos cuando dijo:
— Lo que sea, lo enfrentaremos cuando llegue, no antes.
Cassandra sacudió la cabeza y se aferró a él. El viento soplaba fuerte.
— No debí haber traído esa cosa conmigo... Creí que podríamos hacer un
amuleto... como el de Zothar... pero más fuerte...
— No importa... — dijo él lentamente. — No puedes repetir la historia del
Viejo... Además el Viejo quería poseer el poder de Nakhira. Tú no quieres que Kathy
posea a nadie... o el poder de nadie... No hubiera funcionado.
— Pero podría haberla protegido...
— Protegido... No, no lo creo.
Cassandra calló unos momentos. No quiso preguntar por qué. Estaba segura que
no quería saberlo.
— ¿Qué clase de magia puede hacer esto? — preguntó en cambio. El suspiró.
— Sólo conozco una...
— ¿Magia oscura?
— No. El destino.
22

Capítulo 3.
Las señales.

De una forma o de otra, Javan recuperó su humor habitual. A la primera


oportunidad, hizo que Cassandra probara una de sus pociones nuevas. Pero era lunes por
la mañana, y ella tenía una cita con la maestra de Kathy. Ada ya le había dicho el año
anterior que tendrían que hacer algo para que la magia de Kathy dejara de dispararse de
esa manera, pero Cassandra no había querido escucharla. Ahora... Bueno, ahora Javan
podría hacerse cargo. Cuando llegó para hablar con la maestra se dio cuenta que el
preparado de Javan era una poción ensordecedora. Maldiciendo para sus adentros se
dispuso a tener una charla con mímica con la maestra de Kathy.
La señora Perkins, la maestra, era una mujer muy comprensiva. Lucía extraña
con ese tentáculo saliendo de su oreja, y el pelo color violeta, ambos efectos causados
por la magia de Kathy. Las manchas fosforescentes habían sido el resultado de tratar de
revertir el encantamiento. Cassandra se rió cuando la maestra dijo que si el padre le
daba pociones ensordecedoras a su esposa, ella podía sentirse tranquila de que Kathy
solo se hubiera metido con su cabello. Cassandra sonrió y no dijo nada del tentáculo,
que ahora se agitaba en el aire alegremente. Pensó en sacar la varita, pero no fue
necesario. Una orden en el antiguo lenguaje alcanzó para que la maestra volviera a la
normalidad.
— Vaya, ni siquiera manchas... — dijo la señora Perkins. Cassandra sonrió,
imaginando el gesto que haría el tentáculo si estuviera todavía ahí.
De alguna manera se las arregló para explicarle a la maestra las fuentes de la
magia predominantes en la familia, y la maestra prometió tener un ojo en Kathy.
Cassandra intentó no pensar en lo que haría el tentáculo ante semejante afirmación. Se
despidió muy risueña de la maestra, y regresó al castillo.

Iba pensando qué iba a hacer con Javan y su poción sorda, cuando algo en el
invernadero llamó su atención. No eran ruidos, no; en realidad no escuchaba nada. Pero
parecía que Sylvia había traído una nueva partida de plantas. Las estaban bajando de
una gran alfombra en ese momento.
Cassandra se acercó al invernadero a paso rápido.
23

Calothar la saludó con la mano. El muchacho se había quedado con Sylvia desde
aquel primer año de Cassandra en el castillo. Sin embargo, ya estaba por terminar aquí.
Tenía uno o dos años más con los profesores del ala norte, los especialistas en vientos; y
un tiempo indeterminado en la Rama de Fuego. Gertrudis no se decidía qué hacer con
él. Ahora estaba ayudando, con otros tres muchachos, a acomodar unas plantas altas y
frondosas en la parte de atrás del invernadero.
— ¿Qué tienes ahí? — preguntó Cassandra, esperando no haber gritado.
Calothar se enderezó vivamente. Dijo algo, pero Cassandra, por supuesto no le escuchó.
Se acercó, y le sostuvo la cara con las manos para leerle los labios.
— De nuevo, — dijo.— Y despacio.
— Beso de bruja... Los encargó la profesora el mes pasado...
Vio que Calothar hacía un gesto, y soltándolo se dio vuelta. Sylvia se acercaba
con una sonrisa.
— Poción para sordos... — la vio decir. Asintió.
— ¿Qué son? — preguntó.
— Ah, querida... No querrás que te lo explique así... son plantas mágicas... para
atraer, atrapar y sujetar... buenas para fabricar colas y pegamentos, o para sellar
hechizos, o puertas... Crecen bien al sol, pero a la sombra producen hojas mayores,
aunque con menos poder. El sellado es casi instantáneo. Y solo tienes que... — Sylvia
hablaba muy rápido, y se movía por todas partes mientras lo hacía. Cassandra perdía
partes enteras de la explicación, mientras la seguía por el invernadero. La vio tomar una
de las plantas más pequeñas y ponerla sobre la mesa, mientras señalaba las distintas
partes y seguía hablando.
— Y para activarla solo tienes que arrancar una hoja, ésta de aquí, y besarla...
Por eso se llama Beso de bruja... Dicen que existe una Beso de mago, pero nunca he
podido conseguirla... Tal vez la próxima vez que vayas a buscar productos al Mercado...
Cassandra asintió. Estaba sorda, no muda, pero le costaba compaginar su falta de
oído en una conversación. En ese momento oyó, sí, escuchó a Javan en la puerta.
— Ah, estás aquí, — dijo él. Cassandra levantó la cabeza de la planta que había
estado observando. Sin querer arrancó la hoja que Sylvia había indicado.
— Pensé que te habías perdido... ¡Cassandra! ¿Qué tienes ahí? No irás a... —
dijo él. Parecía algo sobresaltado. Cassandra escuchó como un rumor, que bien podía
ser la risa de Sylvia, y más por intuición que por lo que había logrado escuchar de las
explicaciones, besó la hoja y la sopló.
24

La exclamación de consternación de Sylvia fue nítida, y traspasó la poción


sorda. Una a una, en un viento verde, todas las hojas de la planta habían volado tras
Javan y se habían pegado sobre él.
— Menos mal que era una planta pequeña, — rezongó él debajo de las hojas.
Cassandra se rió.
— Cuando a mí se me pase el efecto de tu poción, te llevo a que te despeguen las
hojas...
Lo escuchó refunfuñar un poco más, y la poción terminó su efecto.
— Cassandra, — Sylvia le tocaba el brazo. — No puedes esperar tanto. Las
hojas de la Besos tienden a asfixiar a la víctima. No creí que fueras a...
— Yo tampoco. Vamos, Cassandra, empieza a trabajar... Tengo lo que hace falta
para el antídoto contra el veneno... — dijo el montón de hojas. — Pero no puedo
hacerlo así...
— ¿Veneno?
— Tienes que sacar las hojas... calentándolas con tu aliento, una por una... como
un beso, — explicó Sylvia. — Pero al hacerlo, te envenenas. Comites, ¿estás seguro que
tienes todo para el antídoto? Si no...
— No importa, es su primera vez. Tendré tiempo suficiente... Vamos abajo.
Tienes muchas hojas que besar, Cassandra...
Y el montón de hojas se llevó a Cassandra abajo, a sus habitaciones.

Besar todas las hojas le llevó media tarde. Las hojas debían ser despegadas en el
exacto orden inverso en el que se habían adherido. Tres veces erró el camino, y las hojas
volvieron a pegarse a Javan. Cuando al fin terminó, tenía la boca verde y un molesto
sabor a tierra.
— Puaj... Esto es asqueroso... ¿Por qué no me lo dijeron?
— Porque estabas sorda hoy de mañana... ¡No bebas agua! Eso activará el
veneno de la Besos.
— ¿Y cómo funciona? — preguntó ella, curiosa, siguiéndolo al salón. Norak
estaba con algunos de los aprendices. La miraron con curiosidad cuando pasó.
— No toques nada con tierra o con agua... Echarías raíz. El veneno funciona
transformando... lentamente. Las primeras dos o tres intoxicaciones no son muy
intensas... No sé de nadie que haya sobrevivido a una cuarta... Ah, el antídoto dorado.
— ¿Ese es? Pensé que...
25

— Es un antídoto universal... Ya no queda mucho...


— Tendrás que hacer más.
— ¿Hacer? ¿Creías que esto se... hace? — Javan la miraba divertido. — Sigues
pensando sin magia.
— ¿Qué vas a hacer entonces?
— Ahora nada. En otras circunstancias... iría a buscar más. No te haces una idea
de lo útil que es esta cosa...
Cassandra asintió, mientras dejaba que él midiera una cucharadita del antídoto
dorado y guardaba el frasco. Iba a beberla, pero él la detuvo.
— Espera, no es tan sencillo... No puedes beberlo puro a menos que ya estés
muerta... Tu antídoto estará listo en doce horas...
Y encendiendo el fuego debajo de uno de los calderos pequeños, empezó a sacar
cosas de los estantes.

Y otra semana más pasó y se fue. Mañana sería de nuevo sábado, y Cassandra en
lugar de suspender las actividades de la biblioteca de abajo, le pidió a Solana que se
hiciera cargo. Demoró lo justo para decirle a Dríel lo del veneno de la Besos, y la
pequeña dríade asintió muy interesada. Llevaba dos o tres años trabajando en una
poción que permitiera transformar a una planta en humano o a un humano en planta.
Esto parecía... una buena opción. Hecho esto, Cassandra se llevó a Javan y a Kathy de
picnic.
— Así que... ¿volvemos a la cabaña, Cassie? — preguntó Kathy cuando, tomada
de la mano de Cassandra y Javan saltaron sobre una zanja. Cassandra no les había dicho
adonde iba a llevarlos.
— No.
— Pero... éste es el camino.
Cassandra sonrió y le dijo:
— No.
Kathy se detuvo en seco, tironeando de Javan y Cassandra.
— ¿¡Qué?! — protestó Javan. Kathy miraba a Cassandra fijamente.
— No daré otro paso hasta que me lo digas, Cassie... — dijo. Cassandra la miró
fijo unos segundos y rompió a reír. Kathy pestañeó, terca. Javan gruñó:
— ¿Quieres dejar de molestarla, por favor?
26

— Está bien. Vamos a la cascada de los unicornios... Parece que es el mismo


camino de la cabaña, pero no lo es. Para ir a la cascada debes tocar este árbol aquí...
Vamos, tócalo... — Y Cassandra, todavía riendo, levantó a Kathy hasta el nudo en el
viejo árbol. Kathy lo acarició.
— Oh... — La niña miró alrededor asombrada. La sonrisa de Cassandra se
ensanchó.
— ¿Lo ves? ¿Lo puedes sentir? No es el mismo camino... Sólo unos pocos
magos pueden sentir la diferencia...
— Quiero ir ahí... — dijo la nena. Cassandra la dejó en el suelo y Kathy corrió
adelante, siguiendo el borrado sendero.
— Nita, síguela, — dijo Cassandra con tranquilidad. Algo parecido a una araña
se desprendió de su sombra y salió tras la chiquilla. Cassandra las miró alejarse entre los
árboles.
— ¿Te parece que una edom sea compañía adecuada para una niña? — le
preguntó Javan, retomando la caminata.
— ¿Prefieres que la deje sola? Nita es más traviesa que Kathy... Se llevan bien.
— Eso es lo que me preocupa...
Cassandra sonrió, y no dijo nada. Él le apretó la mano y ella lo miró. Había
puesto tantas excusas como pudo, pero ella le había sonsacado el asentimiento al final.
Así que dejó una gigantesca pila de trabajo en el escritorio y estaba paseando de la
mano con su esposa.
— No veo porqué debe preocuparte...
— Cassandra... — suspiró Javan sacudiendo la cabeza. — ¿Qué sabes de los
edom?
— Que no hablan, menos Nita, y que no tienen nombre... menos Nita. Y que
viven en tu sombra... menos Nita.
— Ese es el problema.
— ¿Nita?
— Los edom viven en grandes grupos familiares, en una misma sombra. Mueren
cuando la sombra que los alberga deja de existir. No el mago, sino la sombra. Había
pensado llevarlos al interior y dejarlos bajo otra sombra... pero tú llegaste antes.
— ¿Y yo qué tengo que ver? No hice nada...
— Atrapaste a Nita en la cocina. Ella vive en tu sombra ahora.
— ¿Y?
27

— Que ahora hay dos grupos familiares de edoms, relativamente cercanos. Mi


grupo, y Nita.
— ¿Y? — Cassandra seguía sin ver adonde quería llegar él.
— Que cuando dos grupos familiares se acercan tanto como el tuyo y el mío,
despierta en los edom el deseo de reproducirse.
Cassandra ahogó una risita. Javan la miró, serio.
— Cassandra ¿qué sabes de la reproducción de las arañas?
— ¿Que ponen muchos huevos?
Javan asintió.
— Miles. Ahora multiplícalo por los diez mil edoms que hay en mi sombra... y
tu Nita.
— Bueno, seguramente, ella elegirá solo a uno.
Javan sacudió la cabeza.
— Pero... les llevará tiempo...
De nuevo, Javan sacudió la cabeza, serio.
— Pero... podremos dejarlos en la sombra de alguien más... Lejos... donde sus
instintos reproductivos no... no se despierten.
— Si tú o yo nos quedamos ahí tal vez. Cassandra, los edoms son plaga. Han
sido deliberadamente exterminados de los lugares que habitaban. Hace varios años,
cuando me enteré que había quedado un grupo de ellos en la India fui a buscarlos... No
quería que desaparecieran... Los guardé a todos en mi sombra y dejé que los demás
creyeran que habían sido... liquidados. Pensaba esconderlos del otro lado de la Puerta de
Zothar, pero no quisieron abandonarme. Se lo dije al Maestro, y él convino que se
podían quedar en la cocina, si se comprometían a no causar problemas. Hasta ahora no
lo habían hecho... Hasta ahora.
— Pero... Debe haber algo que podamos hacer...
— Si, cruzar los dedos y esperar que Nita no haga capullos. Puede demorar unos
diez años en hacerlo... Y cruzar de nuevo los dedos y esperar que Kathy no quiera
atrapar un edom para ella sola. Y que el edom de mi hija no quiera tejer capullos
también... Esto es como una infección... La única solución sería dejar que los
exterminadores...
— ¡No! No, no. Hiciste bien en salvarlos... No los podemos entregar ahora.
Buscaremos una solución... Después de todo, tu idea de llevarlos al otro lado no era tan
mala.
28

Javan la miró, mordiéndose los labios. ¿Para qué se lo habría dicho? Ella estaría
preocupada ahora. Miraría a Nita con desconfianza... Quizá intentara... No. No se le
ocurriría semejante cosa. Ella le tiró de la mano.
— ¿Qué?
— ¿Y si vuelves a atrapar a Nita?
Javan hizo una mueca.
— Ya la malcriaste demasiado. Ella no va a querer regresar.
— ¿Y si se lo pregunto?
— No te preocupes más. Ya pensaremos en algo...
Ella lo miró, entre nerviosa y confiada. Él se detuvo, y se inclinó a besarla antes
de seguir caminando.

La tarde había pasado en calma. Javan y Kathy habían estado jugando ping pong
en la hierba, y Nita había estado desviando silenciosamente las pelotas para que Kathy
ganara. Malcriada, había dicho Javan. Y sí, no podía negarlo. Había malcriado a Nita, a
la hikiri y al glub. Por suerte no tenían una niebla negra o un magma en el castillo. La
tentación hubiera sido... intensa. Después de jugar un rato, habían merendado, y Kathy
se había estado hamacando en un columpio que Javan había hecho aparecer para ella.
Después había ido con Nita a la cima de la cascada. Javan había sacado uno de sus
libracos hacía un rato, y ahora leía, completamente concentrado. Cassandra se aburría,
mirando las nubes que cruzaban el cielo azul.
¡Poc! Un coquito golpeó el libro de Javan. Él lo sacudió con la mano, y siguió
leyendo. ¡Poc! Levantó la vista. Cassandra miraba soñadoramente al cielo. ¿Podría
ella...? No. Trató de volver al libro. ¡Poc! Esta vez captó el movimiento en su dirección.
La miró molesto. Ella se enderezó.
— ¿Qué?— dijo con risa contenida.
— Termina con eso, — le advirtió.
— ¿Qué? — se rió ella. — No estoy haciendo nada, aquí, aburriéndome,
mientras tú lees, y lees...
Sus ojos se volvieron al libro. ¡Poc!
— Te la estás buscando, — dijo él en voz baja. Había sacado la varita. —
¡Piedra!
Ella rodó fuera de su alcance, y se transformó en serpiente. Se lanzó hacia él
como un ariete y lo derribó, envolviéndolo en sus anillos. Javan se transformó en agua y
29

salpicó fuera de su abrazo. Cassandra cayó al piso. Javan de agua estaba todavía de pie
cuando Cassandra se transformó en un chorro de fuego y trató de envolverlo de nuevo.
Él solo chapoteó de nuevo y el fuego se apagó. Cassandra regresó a su forma normal y
Javan la derribó. Rodaron por el suelo, riendo, en formas mezcladas de fuego, agua y
tierra. Se detuvieron justo junto al agua del remanso, con Cassandra encima. Ella lo
miró sonriendo, con una expresión extraña en la cara, como si estuviera por decir algo.
Se inclinó para besarlo, y él, tomó impulso y dio una vuelta más, para zambullirla en el
agua clara. Un relámpago de luz verde recorrió el agua como una ola cuando ella la
tocó. La risa se congeló en la garganta de Javan. Sólo pudo forzar una sonrisa, y
levantándose, ayudó a Cassandra a salir del remanso.
— ¿Qué fue eso? — dijo en voz muy baja. — ¿O no debería preguntar?
— No preguntes, — dijo ella en el mismo tono y bajando la vista. Él le sostuvo
el mentón y la obligó a mirarlo. La besó lento, muy lento. El sonido de una tos llamó su
atención.
— Hedrik, ¿cómo estás? — saludó Cassandra, soltando a Javan. Era un
centauro, el mensajero de la Hija del Viento. Javan se limitó a una inclinación. —
¿Sucede algo?
— Guardiana... Escuchamos la llamada. Vimos la señal. La Hija del Viento me
envió a hablar contigo. Esperaba hallarte a solas.
— Yo no envié ninguna llamada, Hedrik. Ni aquí ni al Interior... Lyanne debe
haberse confundido.
El centauro gris se inclinó, respetuoso.
— No hay error. La llamada está escrita en los cielos, — dijo.
— ¿Qué está sucediendo? — preguntó ella. De pronto sentía miedo. La mano de
Javan en su cadera no pudo evitar su estremecimiento.
— El Gran Signo, la formación de estrellas, comenzará pronto. Debes leer los
signos en el cielo.
Cassandra frunció el ceño.
— ¿Cuál cielo, Hedrik? ¿Este o el del Interior? ¿O el del otro lado de la
frontera?
— Todos los cielos, Guardiana. Todos los signos coinciden. Las señales apuntan
en la misma dirección...
30

— ¿Qué dirección, Hedrik? — preguntó Javan desde atrás de Cassandra. Había


hablado con voz calma y clara, la misma que usaba para callar a un auditorio y llevarlo
a la atención absoluta. Hasta los pájaros en los árboles habían callado.
— La luna negra en la balanza, contra el sol oscuro... El Guerrero y el Vigía, el
Sabio y el Curador se dividen los cielos... Cuando la luna nueva se levante, y ocupe su
sitio en medio de los cielos, será el momento de la Serpiente de levantarse en todo su
poder...
Javan se estremeció, pero Cassandra habló con suavidad.
— Ya pasamos por todo esto antes, ¿no? ¿Qué pasa con las constelaciones
madre?
— El Dragón declina ahora, y el Cazador se levanta con nueva fuerza... — fue la
respuesta. Cassandra inclinó la cabeza, y se llevó la mano a la frente con un suspiro.
— Bueno... — dijo. — Necesitaré algo de tiempo para hacer mis propios
cálculos, si no te importa. Entonces estaré complacida de discutir el significado con la
Hija del Viento... y con los ancianos de los centauros. Pero, Hedrik... Dile a Lyanne que
no importa lo que digan las estrellas, yo me quedo.
La mano de Javan se sintió más pesada sobre su cintura. Él también se quedaría.
Ella se volvió a mirarlo, y él dijo:
— Ambos nos quedaremos.
El centauro se inclinó y desapareció en las verdes profundidades del bosque.

— Ya no tienes más ganas de jugar, — observó Javan unos momentos después.


Se habían sentado en uno de los troncos caídos.
— ¿Mm? — Cassandra lo miró pensativa.
— Fuego, — susurró él, señalando un punto cerca de sus pies. Cassandra estaba
todavía mojada, y el tiempo no era tan cálido. Ella lo miró con atención.
— No usaste la varita, — dijo. No era una pregunta, y Javan no la contestó.
— Una atención de una amiga... — dijo. Y golpeó en el suelo a su lado. — Ven,
siéntate conmigo. Está más abrigado abajo...
A pesar de estar todavía pensando en la advertencia de los centauros, ella se
sentó a su lado y reclinó la cabeza contra su hombro.
— ¿Qué amiga?
Él frunció los labios.
— Guarda tus secretos, que yo guardo el mío.
31

— ¿Estás tratando de chantajearme? — soltó ella en tono de advertencia. El giró


la cabeza para verla. En ese momento, Kathy corría de vuelta de la cascada con Nita.
— ¡Hey! ¡Se metieron al agua! ¡Y sin mí! ¡No es justo! — gritó. Nita hizo un
ruido en apoyo de Kathy.
— Hace frío para meterse al agua, corazón... Yo solo me caí... Vamos, ven y
siéntate. Vamos a tomar un café, y tú tomarás un chocolate, y después esperaremos para
ver a los unicornios, si prometes estar muy callada...
— ¡Ver unicornios! ¡Genial! — dijo la nena a toda voz.
Cassandra se rió, sacudiendo la cabeza. Estaba agradable junto al fuego, y para
pasar el tiempo, Kathy pidió un cuento.
— Cuéntame del árbol junto al camino, el que abre el camino para venir aquí...
— ¿El árbol? Sólo es un árbol, corazón. No conozco ningún cuento acerca de
ese árbol...
— ¿Y por qué dijiste que abre el camino?
— Bueno, lo hace. Verás... Hay una frontera, un límite que separa el mundo
mágico del de los forasteros... Desearía que no estuviera ahí, pero no todos los magos
comparten mi idea... Los magos, aún los buenos como tu padre o tu abuelo, son
incapaces de ver la línea, o de encontrarla. Ellos llevan su magia consigo, y la frontera
está siempre lejos de ellos. Los forasteros, como Alessandra, tampoco pueden
encontrarla... Ellos llevan no-magia con ellos, una especie de anti-magia, y la línea está
siempre lejos de ellos. No es una frontera física, no es una línea quieta...
Javan la miraba fijamente ahora. Su concepto de la frontera era diferente. Abrió
la boca para preguntar, pero no lo hizo. Cassandra miraba las llamas pensativa, y Kathy
estaba absorta en la historia.
— La mayoría de los magos, como el Alcalde, y los ancianos del Círculo... y tal
vez hasta tu maestra, y la mayoría de los profesores del Trígono... Todos creen que esta
es la Frontera. En realidad, toda esta es la región por donde pasa la frontera, un poco de
este lado, un poco del otro... Es una zona de transición, donde los mundos se mezclan y
se cruzan...
Javan asintió lentamente para sí. Por eso era tan fácil atravesar la frontera aquí.
Cassandra miró un poco más el fuego, y continuó, en voz más baja.
— Pero hay personas, en este lado y el otro... Personas-frontera... No son
completamente forasteros, como los de allá, ni completamente magos como los de
aquí... Personas que pueden ver ese límite, y pueden ver las marcas de paso... como el
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árbol del camino. Es un mojón. Si eres forastero, vas por el camino de los forasteros y
llegas a la cabaña. Si eres mago, y si se lo haces saber al mojón tocando el nudo en el
tronco, entonces el camino mágico se abre para ti, y puedes venir a este lugar. Magos
con poco poder se han perdido del otro lado por no ver los mojones... Y hay lugares
escondidos... Lugares a los que no puedes entrar si no tienes magia suficiente...
Kathy suspiró.
— Quiero ir ahí, — dijo. — Llegar a todas partes...
Cassandra sonrió, y le acarició la cabeza.
— Cuando seas mayor, mi cielo... Cuando seas la hechicera más poderosa de
este lado, y todos los magos se inclinen a tus pies...
Kathy sonrió con los ojos entrecerrados. Cassandra miraba las llamas en
silencio. Javan no quiso romper el encanto. Las estrellas empezaron a salir. El canto de
los últimos pájaros, el chirrido de algún grillo, el crepitar del fuego eran los únicos
sonidos. Kathy estaba casi dormida. A través de la niebla de un sueño vio a los
unicornios bajando por la orilla opuesta para beber.

El pájaro de alas rojas volaba de nuevo de este a oeste. Cassandra se puso de pie.
Estaba sola en medio de los jardines. No se veía a nadie. Se apresuró hacia la Cueva,
debía llegar a tiempo. El bosque estaba oscuro e indistinto. Se metió en la cueva casi
corriendo, sacó la llave y la dejó girar en la cerradura. El terraplén estaba tan desnudo
como siempre en las reuniones. Cassandra todavía sentía esa extraña urgencia, y el
ligero olor a humo no apaciguó sus temores. Aún así, caminó cautelosamente hacia la
vacilante luz del fuego. No había nadie allí. Miró nerviosa alrededor. Si ellos no estaban
allí ¿quién había encendido el fuego?
De pronto sintió un ruido a su espalda. Se volvió, sintiendo crecer su temor. Era
Javan. En sus ojos brillaba una luz blanca. Otro Javan salió de atrás de un árbol, y otros
dos más a su derecha. Diferentes edades, misma mirada en sus ojos. Todos los Javanes
avanzaron hacia ella, y ella empezó a retroceder hasta que algo la detuvo. Algo tibio,
con dos manos que la sostuvieron. Se volvió. Era el anciano Javan.
— No esperes a la Puerta, Cassandra... Hazlo ahora...
—Hazlo ahora... Hazlo ahora... — murmuraban los otros Javanes. Cassandra dio
uno o dos pasos hacia atrás, se dio la vuelta y corrió.
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Abrió los ojos de golpe, tratando de recuperar la respiración. Había sido una
pesadilla. Claro, una pesadilla. Podía sentir el calor de Javan (un solo Javan) a través de
la sábana. Se sentía raro no tener el peso de su mano sobre la cadera, la cintura o el
ombligo. Se volvió y miró su espalda. Deslizó un dedo por su omóplato y le besó la
nuca.
— ¿Estás despierto? — susurró.
Él gruñó en sueños. Ella lo besó otra vez, y trató de volver a dormirse. Faltaba
un mes para la Puerta del Invierno.
34

Capítulo 4.
El Triegramma.

Cassandra se levantó tarde aquella mañana. Tarde y de muy mal humor. Rechazó
a Javan cuando él intentó besarla en la mañana temprano, y de nuevo cuando trató de
llevarle el desayuno a la cama. Él estaba perplejo. Nunca la había visto así. Y
preguntándose qué le podría estar pasando, se fue a su oficina a ocuparse de sus propios
asuntos.
Cuando volvió al mediodía, por si ella quería que almorzaran juntos, no la
encontró en su cuarto. Miró en la habitación interior, la de los aparatos forasteros; una
habitación que ella había revestido con tres metales diferentes: plomo, plata y oro; y
cuando hacía pasar corrientes de alta frecuencia, diferentes, sincronizadas según
patrones determinados que dependían de no se sabe qué factores... como fuera, ella
lograba un campo de interferencia que permitía que sus extravagantes aparatos
funcionaran... casi normalmente. El verano anterior, uno de sus aparatos estalló de
pronto en una nube de humo y chispas, y Cassandra salió hecha una furia. Alguien había
cambiado la posición del artefacto dentro de la habitación, y el flujo mágico interferido
lo hizo estallar. Ella se enojó con él, hasta que averiguó que Kathy y Nita habían estado
jugando en la habitación... Pero todo eso había sido antes de que desapareciera en la
Puerta del Otoño. Después de que regresó...
Habían estado sucediendo cosas extrañas. Nada demasiado obvio, pero...
pasaban cosas. Primero los extraños objetos que había entrevisto en sus bolsillos. El
hechizo era claro: el bolsillo debía mostrar lo que contenía, claramente y sin
adivinanzas. Evidentemente, había otra magia interfiriendo. Luego, el cascarón de
dragón para Kathy. No había nada extraño en las golosinas que le trajo a la niña, pero...
¿esa idea de fabricar un amuleto de protección para Kathy? ¿Por qué? ¿Y por qué
ahora? El relámpago verde en el agua del remanso solo había sido una señal más
evidente. Le había parecido ver otros relámpagos antes. Pero cuando miró, Cassandra ya
se alejaba, y no pudo verificarlo. Y por último, la advertencia de los centauros... Un
momento estaba jugando como una niña, y de pronto apareció Hedrik. Y ella se
convirtió de nuevo en la mujer. La sabia, poderosa, extraña, atrevida Guardiana del
Trígono. La luna negra y el sol oscuro... ¿Por qué usarían los centauros una analogía
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tan... críptica? Por lo que él sabía, Cassandra no había ido aún con los Tenai.
¿Constelaciones madre? ¿Quién, aparte de los centauros o los Abba-Tenai las llamaba
constelaciones madre? El Dragón, el Cazador, el Rey y la Reina, el Rebaño... Alrededor
del cielo, en posiciones prefijadas, solo los más avanzados observadores del cielo sabían
de ellos. Sólo mostraban su influencia a través de un brillo creciente o una declinación
de él. El Dragón declina, el Cazador se levanta... No presagiaba nada bueno. Tendría
que ir a ver a Lyanne. Antes de que el asunto se saliera de control. Y aunque amaba a su
esposa cuando era poderosa, pensó ahora que la prefería infantil otra vez. Y entonces,
no encontrando nada mejor que hacer, subió las escaleras para almorzar.

Encontró a Cassandra conversando tranquilamente con Andrei. El viejo


desagradable sentimiento lo invadió otra vez. Nunca le había gustado la manera como él
la miraba. De todas maneras, se las arregló para sonreírles cuando se sentó a la mesa.
— Perdón por lo de esta mañana, — le dijo ella volviéndose.
— No importa, — dijo simplemente. No era algo que quisiera discutir en
público.
— Necesito terminar un... eh... trabajo para mañana por la mañana... ¿Podría
usar tu estudio esta noche?
— ¿Si podrías? Lo que es mío, es tuyo, no necesitas preguntar. ¿En que clase de
trabajo te metiste ahora?
Ella sonrió.
— Te lo mostraré cuando esté terminado. Los cálculos no son sencillos, me
dijeron...
— Cálculos... ¿Por qué no usas la computadora? Alessandra dice... — intervino
Andrei.
— Ojalá pudiera. No puedo usarla durante el semestre de clases...
— ¿Y por qué no buscas ayuda? Alessandra dice que cuando no puedes solo
debes buscar ayuda profesional...
— Sí, pero eso lo dice antes de darle un puñetazo al espectrofotómetro... — se
rió Cassandra. Javan gruñó:
— Creo que pasas demasiado tiempo con ella, Andrei.
Andrei se sonrojó.
— Pero la idea es buena... ¿Quién es el profesional de los cálculos del Trígono?
Javan frunció los labios, incómodo; pero Andrei contestó primero.
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— Tenai.
— ¿El profesor Tenai de la Rama de Fuego? Él se encargó de la decoración con
Sylvia y el profesor Bjrak... en nuestra ceremonia, — aclaró volviéndose a Javan.
— Tenai no es un él.
— Ah, es una ella... Bueno, nunca la vi personalmente... Pero como todos le
dicen ‘profesor’ y no ‘profesora’...
— Tampoco es ella.
Cassandra calló, confundida. Miró a Javan, y luego a Andrei. No, no le estaban
haciendo ninguna broma.
— ¿Y entonces?
— Abba-Tenai es un poliser. Una entidad múltiple. Son varias identidades,
reunidas en un solo individuo.
— ¿Como un trastorno de personalidad múltiple?
— Ahí va la forastera, — se quejó Javan. — Los casos de personalidad múltiple
son en su mayoría abba-tenai menores, que desafortunadamente cayeron en los registros
médicos forasteros. ¿Es que nunca has estado en la clase de Amerek?
— Realmente, no. Él no me soporta. ¿Y qué pasa con nuestro abba-tenai?
— El nuestro, como tú dices, ha ido rescatando los fragmentos de los otros, y
ahora es el Abba-Tenai, con mayúscula. El más... múltiple.
— Te podrás imaginar lo que eso puede hacer con la inteligencia de un ser... —
dijo Andrei tranquilamente. — Sobre todo, considerando que la conciencia es común, y
que cada uno puede acceder a los conocimientos de los demás.
— ¿Y cómo...?
— Sería de mal gusto poner a uno de tus compañeros de trabajo en estudio,
Cassandra. Uno no va por ahí preguntando a las criaturas inteligentes qué comen o
cómo se reproducen.
— No, iba a preguntar qué hacen las identidades que no están funcionando.
— Nada. Están inactivas, nada más. Esa es la teoría. Como dice Javan, cuando
descubrimos que los tenai eran criaturas inteligentes, no se los siguió estudiando... de la
manera que se solía hacer.
— ¿Y eso fue...?
— Hace un par de milenios. No te preocupes, Tenai no lo recuerda, y no te lo va
a reprochar. Podrás hacer una cita con ellos el lunes por la mañana... Ahora, ¿cómo es
eso que la computadora no funciona?
37

— Ah, eso. Durante la época de clases hay demasiada gente aquí, y los patrones
de magia se vuelven muy inestables... No puedo interferirlos.
Javan la miró ligeramente sorprendido.
— Nunca lo dijiste, — protestó.
— Sí, lo hice, pero no entendiste mi explicación. No te gusta la física.
— Claro que no, soy mago, — dijo él con altanería.
Ella lo observó cuidadosamente.
— Todavía estás enojado conmigo por lo de la mañana ¿no? — le dijo
suavemente.
— No. Yo no...
Ella se limitó a mirarlo, hablando en el mismo tono suave.
— Lo estás, pero sabes que tengo que hacer lo que tengo que hacer. Y a veces...
es demasiada presión.
Javan hizo una mueca.
— Eso es lo que me preocupa. Te exiges demasiado. ¿Estás bien?
Ella le sonrió, y le acarició la rodilla bajo el mantel.
— El Trígono sobrevivirá... Te lo prometo.
Javan pensó, como lo había hecho varias veces antes: No es el Trígono lo que me
preocupa; eres tú...
Ella había seguido explicando cosas acerca de campos magnéticos y aparatos
forasteros, de manera que él evitó toda referencia acerca de sus temores. La maldición
de Zothar tendría que esperar. Las constelaciones madre, incluido el declinante Dragón
también. Cuando el almuerzo acabara, se llevaría a Cassandra a la granja. Lejos de todas
las amenazas, para ver si podían pasar el domingo en paz. Lejos de los signos en el cielo
y de todos los Abba-Tenai.

El entrenamiento de los Viajeros progresaba satisfactoriamente. Cassandra había


planificado el curso en módulos independientes para el semestre obligatorio, y trabajo
con proyectos en la segunda mitad. Por ahora, estaba sondeando los intereses del grupo.
Las preguntas y las propuestas eran variadas, y Cassandra estaba pensando en cursos de
nivelación para realizar estudios de perfeccionamiento del otro lado de la frontera.
— ...Y esa es la diferencia entre la explicación forastera y la explicación
mágica... ¿Tienen preguntas? — estaba diciendo.
Una chica levantó la mano.
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— ¿Cuál es la verdadera? — preguntó. Cassandra sonrió. Otra buscadora de


absolutos.
— Las dos. Dependiendo de lo que eres, es lo que puedes llegar a entender... o
creer. Si eres forastera, solo aceptarás explicaciones forasteras, científicas. Todo lo
demás es solo fantasía, no forma parte de tu realidad. Tu realidad se termina donde se
termina tu ciencia...
— No entiendo... — dijo la chica. Por las caras, Cassandra se dio cuenta que los
demás tampoco. Pensó un poco. Después buscó su varita y la movió.
Un gran espejo apareció frente a ella. Lo giró para que la clase pudiera verlo.
— Esto es un espejo. Un vidrio común, cubierto con una delgada película de
plata por un lado, y con un marco de madera. ¿De acuerdo?
Un suave sonido fue la respuesta.
— Las imágenes en él no son reales, y allá, del otro lado las llaman imágenes
virtuales. Explican que son causadas por los rayos de luz, rebotando en la superficie de
plata y reuniéndose de nuevo en sus ojos para formar la imagen. Ellos explican que la
imagen virtual está solo en sus cerebros; para ellos tiene una realidad limitada.
Cassandra hizo una pausa. La clase permaneció en silencio.
— Esa es la explicación forastera para los espejos y los reflejos. Es la única
realidad. ¿Me siguen?
Ella observaba la clase a través del espejo. Un ligero asentimiento apareció en él.
— Bien, entonces... ellos nunca podrían explicar cosas como ésta. Serían...
alucinaciones, algo que no es real.
Cassandra movió la mano sobre la superficie del espejo. Ésta tembló un poco y
cambió ligeramente de color. Unos segundos más tarde estaban mirando una habitación
llena de gente muy anciana. La chica que había preguntado saltó de su asiento, y lo
mismo hizo uno de los reflejos. Ella y su reflejo se miraron una a la otra, asombradas.
El reflejo de Cassandra no había cambiado para nada, y le sonrió a la chica,
aunque Cassandra no se había movido todavía. El reflejo siguió con la explicación.
— Cosas como esta no se supone que sucedan. Un espejo no debe mostrar ni
pasado ni futuro, ni lugares lejanos; solo el lugar donde son colocados, a tiempo
presente. Cosas como estas no suceden más allá de la frontera.
El reflejo sonrió. La verdadera Cassandra movió su mano frente al cristal y el
espejo volvió a reflejar normalmente la habitación.
39

— Así que, — continuó, — supongo que ahora querrán ustedes la explicación


mágica.
— Por favor... — pidió la chica sin aliento, sentándose otra vez.
— De este lado de la frontera, los espejos no son solo cristal azogado. Son
ventanas y aún portales para otros lugares y tiempos. Ciertamente, una explicación muy
simple. La magia abre la ventana y ustedes...
Cassandra pestañeó como si hubiera visto algo.
— ¿Profesora?
— Lo siento. Ustedes ven a través de él... — Cassandra fruncía el ceño ahora.
Fue hacia la ventana y se asomó, mirando hacia el lago y la delgada cinta de campos
que se podía ver desde aquí.
— ¿Profesora, está bien?
— Sí... Sí. — Cassandra sacudió la cabeza y trató de concentrarse de nuevo en la
clase. — ¿En qué estábamos?
— La explicación mágica para los espejos...
— Ah, sí. Espejos... Los espejos se pueden usar para ver otros lugares y tiempos.
A veces pueden usarse como puertas... Pero eso es... Es magia oscura, me han dicho.
Hay demonios y criaturas de la oscuridad en el otro lado, así que mejor no lo intenten...
En cuanto a los forasteros... esto no existe para ellos. Estas posibilidades no existen.
— ¿Cuál es mejor? ¿Magia o ciencia? — preguntó uno de los chicos.
¿Thorogor? En este momento, Cassandra no podía decirlo.
— Bueno... Eso me lo dirán ustedes. — Tarea. Hubo un murmullo de
descontento. Cassandra casi nunca ponía tareas. — Tienen que encontrar una forma en
que la magia mejore a la ciencia forastera, y otra en que la ciencia ayude a la magia...
Piensen en varias posibilidades como para poder elegir su proyecto de allí... Este año los
proyectos serán sobre combinación de magia y técnicas forasteras...
El reloj de abajo dio las cuatro. Cassandra hizo desaparecer el espejo, mientras
miraba a los chicos salir del salón. Volvió a la ventana. ¿Qué había sido ese reflejo de
color que había visto? Había estado hablando de espejos, de reflejos, nada raro en eso, y
de repente vio, o creyó ver un reflejo de luz verde. ¿Sería del lago? Pero el sol no tenía
la inclinación adecuada. Otra vez estás mezclando las explicaciones científica y mágica,
se dijo con una sonrisa. Tal vez no sea ninguna de las dos. Permaneció mirando los
reflejos de luz blanca en la superficie del lago un largo rato.
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— ¿C’ssie? — la llamó una voz.


Cassandra se volvió. Javan estaba en la puerta. El cuarto estaba curiosamente en
penumbras.
— C’ssie... ¿Estás bien?
— Sí... ¿Qué pasa? Tienes clase como hasta las seis... — Ella se fue hasta el
escritorio a buscar sus papeles.
— Son más de las seis, querida. Subí para ver porqué demorabas tanto... No
viniste a tomar el té como de costumbre... — Él parecía preocupado. Cassandra
pestañeó y lo miró seriamente.
— Estaba dando clase. Terminé a las cuatro... fui a la ventana, y estuve mirando
el lago un rato... No pueden ser las seis ahora. Es muy raro, ¿no?
Él se había acercado y la abrazaba más estrechamente de lo usual. Su voz sonó
tranquila.
— Es un blanco... una laguna. No es raro en un lugar como este, y tu eres muy
sensible a las efusiones de poder... Alguien pudo haber estado intentando algún hechizo
nuevo... o alguno de los aprendices pudo haber desarrollado alguna capacidad
inesperada... — No mencionó a los Tenai. Cassandra no había ido con ellos aún. — ¿No
recuerdas nada más?
— Me pareció que veía una luz verde en el agua... No lo sé.
— ¿Has ido a ver a Xanara?
— No. ¿Crees que pudo haber sido ella?
Javan sacudió la cabeza.
— Los centauros hablaron de un signo en el cielo. Realmente, Cassandra, ¿te
sorprenderías si hubiera un signo en las aguas?
Cassandra hizo una mueca.
— No hemos visto ningún signo en la tierra, — objetó sin convicción.
Javan la miró, serio.
— ¿No? ¿No sabes porqué Silvestra ha estado trayendo plantas como la Besos
de afuera?
Cassandra sacudió la cabeza.
— Sus plantas han estado marchitándose inexplicablemente. Vino a verme hace
unas semanas para que le preparásemos algo... Dijo que tus chicos estaban trabajando
en proyectos con fertilizantes.
Cassandra apretó los labios.
41

— Algo anda mal... — susurró.


— No lo sé, mi amor. Pero no te preocupes... todo estará bien, lo prometo...
Cassandra sacudió la cabeza, mientras se apretaba contra él.
— Necesitaremos ayuda con esto... — murmuró. Él se limitó a cerrar el abrazo.

Cassandra se encerró en la oficina de Javan después de la cena. Dijo que tenía


que terminar el trabajo, y que no podía esperar a los expertos. Javan la vio marchar,
francamente aliviado de que los Tenai quedaran fuera del asunto. Pero ella se marchó
preocupada. Y cuando finalmente estuvo a solas, y el pesado silencio viviente inundó de
nuevo el castillo, se sintió incapaz de trabajar. Se sentó en la silla de Javan, mirando la
pared. Los minutos o las horas pasaron, y ella permaneció allí, quieta, callada, inmóvil,
silenciosa. Era medianoche cuando se levantó y desapareció a través de la pared hacia el
bosque.

Medianoche. La habitación estaba oscura, y ligeramente fría. Javan tanteó en


busca de su ropa. Cassandra no estaba allí. Se vistió y fue a la oficina. Forzó la entrada.
No le sorprendió que la habitación estuviera también vacía. Sobre el escritorio había un
enorme pedazo de pergamino. Curioso, dado que ella casi nunca lo usaba. Prefería el
papel común, los cuadernos y los anotadores pequeños que se perdían en los bolsillos
mágicos. Siempre estaba encontrando alguno a medio usar.
El enorme pergamino estaba abierto. Unas leves líneas se insinuaban en él, como
un mapa. Un mapa del Trígono. Las líneas se desdoblaban en distintos colores, tonos
luminosos para los lugares mágicos, y un gris desvaído para los lugares del otro lado. La
cabaña estaba allí. Y la estación del tren. Las colinas, y la porción de la frontera que
atravesaba el bosque. Mientras él miraba, vio con creciente temor, que otras líneas se
estaban formando en el dibujo. No las líneas claras del otro lado. Líneas brillantes, del
lado mágico. Líneas que iban trazando el lado mágico del bosque, el lago, el castillo.
Superponiéndose a las líneas grises, por encima, por debajo, por en medio,
interpenetrándose como lo hacían en la realidad, toda la región estaba siendo dibujada
en este papel; los dos mundos, profunda e intrincadamente unidos.
Javan permaneció examinándolo un largo rato, observando como se desarrollaba
ante sus ojos. Desarrollar un mapa así requería un conocimiento que... Que Cassandra
no tenía. Y la Guardiana tampoco. Alguien la estaba ayudando. Pero... Observó con más
atención, reprimiendo el deseo de sacar la vara y detenerlos, detener a quien fuera.
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Buscó, con detenimiento, hasta que encontró los débiles destellos en el claro de las
esporinas. Ellas... Sí, era de esperar que Cassandra recurriera a Lalaith, esporino-elka.
Ellas... Kathryn trataría de ayudar a la Guardiana, pero... ¿Lalaith? ¿Las otras? No. Con
una sensación helada en el estómago, Javan volvió al dormitorio para salir por la
claraboya como un viento fuerte.

Cuando despertó a la mañana siguiente, Cassandra no recordaba nada. Javan


trató de hacerla quedarse en la cama, pero ella no quiso. Así que fueron a desayunar
arriba. Cassandra hablaba incesantemente, Javan apenas respondía, y Andrei los miraba
con curiosidad. No actuaban muy normales.
Cuando preguntó, Cassandra se encogió de hombros y sonrió, pero Javan dijo
que quería hablar con él. En tu oficina, había dicho. Así que hacia allá fueron.
Cassandra se sintió aliviada. Javan había estado tan... fastidioso esa mañana.
Todo lo que ella decía, todo lo que hacía era un problema para él. Afortunadamente se
había ido a molestar a Andrei. Tenía toda la mañana libre.
Esperó a que el comedor empezara a vaciarse. Necesitaba una mesa grande para
trabajar, y la de su patio era estrecha. Aquí podía juntar todas las que quisiera. Había
levantado el pergamino del escritorio de Javan, y sabía que debía completarlo. Cuando
el último estudiante se marchó, ella cerró las puertas desde adentro, y juntó tres mesas
en centro del salón.
—Tinta azul, —dijo, sosteniendo la varita como si fuera una pluma. Y comenzó
a dibujar un círculo hacia el oeste, rozando el ala norte.
— Tinta roja. — El nuevo círculo estaba sobre el bosque, centrado en la roca del
árbol a la que había ido con Siddar una vez. — Tinta verde. — una pequeña mancha
cayó cerca de los portones. — No, esto no está bien... — No se dio cuenta de que estaba
hablando en voz alta. Apuntó con la varita, y la mancha desapareció. Un gran círculo
rodeó gran parte del lago y el embarcadero. Su centro: la Roca Negra.
— Dorado. — Un triángulo apuntaba al norte, con las esquinas en los
invernaderos y en el huerto de Keryn.
— Plata. — El nuevo trazado envolvía la cascada de los unicornios, y el claro de
las esporinas.
— Cobre. — El dibujo estaba casi terminado. Unas marcas en los círculos, los
tres colores unidos, y una elipse tocando los otros trazados, como el último pétalo de
una flor. Cassandra se echó hacia atrás, la mano temblorosa.
43

— Guau... — susurró una voz a su espalda. — Es el más completo y maravilloso


Triegramma que he visto en casi veinte años...
Cassandra se volvió. Era Tenai.
— Profesor... profesores... No sé cómo dirigirme a ustedes...
El hombre sonrió. No había nada múltiple en su aspecto.
— ¿Qué es lo que parezco? ¿Uno o muchos? Solo uno de los Abba-Tenai está
activo cada vez, así que cada vez soy solo uno...
Cassandra le sonrió, a medias avergonzada.
— ¿Confundida? Todos mis aprendices se acostumbran al cabo de un tiempo.
Para algunos es más sencillo, para otros menos... Tómalo como es.
El profesor Tenai se había vuelto al trazado otra vez.
— Perfecto... ¿Puedo ver tus cálculos?
Cassandra pestañeó.
— No... no hice ninguno. Me... me dijeron que eran muy complejos, y pensaba ir
a verlo... verte... pero...
Cassandra se encogió de hombros sin terminar. Tenai la miró con la mitad de una
sonrisa. Algo estaba cambiando indefiniblemente en sus ojos y su expresión.
— Lo hiciste de memoria, entonces... — dijo. Su voz era ligeramente diferente
ahora.
— ¿Eres el mismo de hace un minuto? — dijo ella retrocediendo. Tenai levantó
las cejas.
— Siempre soy el mismo. Pero si te refieres a que acabo de cambiar la
personalidad activa, sí. Puedes considerarte afortunada de darte cuenta.
— ¿Y tú eres...?
El hombre sonrió.
— Tenai. Siempre soy Tenai. Es un gentilicio, no un nombre propio. ¿Por qué
quieres complicarlo?
Ella bajó los ojos hasta el dibujo. Algunas de las líneas empezaron a brillar.
— ¿Qué es esto? — dijo, más para sí que para su extraño compañero.
— Es un Triegramma, Guardiana. Un diagrama tridimensional que muestra los
flujos de energía mágica de una especie y otra... — El dedo de Tenai señaló una línea
negra que salía de la Roca Negra como una cicatriz. Y algo fue cambiando en ese dedo
y en la voz de Tenai cuando repitió: — Es el más completo que... Perdón. Ya lo había
dicho, pero me sorprende, realmente.
44

— Volviste a hacerlo.
— ¿Cambiar? Sí. Todas mis abbas quieren ver el Triegramma. Estoy realmente
impresionado...
— Tus abbas... ¿tus partes, tus personalidades activas?
Tenai asintió, y el imperceptible cambio volvió a producirse. Tres veces en una
misma exclamación de asombro.
— ¿No te cansa?
Tenai se rió con ganas.
— Cuando un abba se cansa, otra la sustituye. Pero nunca me había sucedido
que todas quisieran estar presentes a la vez. Es una sensación extraña. Gracias.
— ¿Por qué?
— Por provocarla. Es verdaderamente estimulante...
— En cuanto al Triegramma...
— Ah, sí. — la voz volvió a cambiar. Parecía que la primer abba había
regresado. — Es magnífico que no hayas olvidado las tendencias más oscuras de la
magia, pero lo que me sorprende es que hayas incluido los flujos de ambos lados. ¿Ves
el lado forastero? Allí también hay nodos premágicos. Casi nadie puede calcularlos hoy
por hoy. En cuanto a los nodos mágicos propiamente dichos... Es un excelente trabajo.
Los nodos cambian de lugar con el tiempo... Y a veces cambian incluso de signo.
— ¿Cambiar de signo? ¿Qué significa?
— A veces algunos nodos pasan de una forma de magia a otra. Cambian su
fuente de poder.
— ¿De magia blanca a magia oscura, quieres decir?
Tenai asintió, serio.
— Este año esperamos un cambio simultáneo en varios nodos, como tú sabes...
— ¿Qué?
Tenai la miró, y Cassandra no supo interpretar su mirada.
— Este año, varios de los nodos se acumularán aquí... cerca del Trígono. En ese
momento, las fuerzas de uno y otro lado lucharán por la supremacía. Supongo que sabes
lo que significa...
Cassandra volvió a mirar el Triegramma. Significaba peligro, pero no quería
discutirlo con alguien tan perturbador como Tenai.
— Y, dime, profesor... ¿Por qué tuve que dibujar esto? ¿Para qué me va a servir,
si ni siquiera puedo leerlo?
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— Lo harás a su tiempo, supongo. Lo hiciste bien antes... y este Triegramma es


perfecto...
Cassandra volvió a mirar a Tenai. El cambio se produjo de pronto, y la cara del
hombre se contrajo. Los ojos se abrieron muy grandes, y la voz salió casi estrangulada:
— El Triegramma permite usar, aunque solo una vez, el poder concentrado en
los lugares que representa... Si lo usas mientras es blanco lo debilitarás un poco antes
del cambio... de alguna manera...
Tenai le apretó la mano.
— Las otras abba no querían que te lo dijera... — La cara volvió a contraerse, y
el cambio volvió a producirse.
— ¿Por qué? — preguntó Cassandra al Tenai presente, que le soltó la mano.
Tenai suspiró.
— Habíamos acordado no influenciarte, pero algunas abbas me hacen más
impulsivo de lo que quisiera. El daño ya está hecho. Lo lamento.
— ¿Por qué?
— Porque usar el poder de semejante Triegramma podría matarte, Guardiana. Y
porque usar los nodos en el momento mismo del cambio puede alterar la esencia de tu
magia... Aunque seas la Guardiana, no eres más que una mujer mortal. No quiero esa
carga en mi conciencia.
— Bueno... De todos modos, la decisión es mía, — dijo ella. Tenai le hizo una
pequeña reverencia y se retiró. Casi en la puerta, se volvió a mirarla. Por un segundo
Cassandra miró a los ojos al abba que la había advertido, y el abba le sonrió.
46

Capítulo 5.
El Bosque del Corazón.

Sin importar cuántas preocupaciones guardara Cassandra para sí, las semanas
siguientes fueron desgranándose una tras otra, y la Puerta del Invierno estaba ya a la
mano. Cassandra le había hablado a Javan del Triegramma y de Tenai, pero Javan la
tranquilizó, considerando que el peligro ya había pasado. La había interrogado sobre los
blancos en su memoria, y el hecho de que no se repitieran después de la visita a las
esporinas y después de hacer el Triegramma y hablar con Tenai, le hicieron asumir que
no se volverían a repetir. Los extraños resplandores también se habían ido espaciando, y
el invierno parecía presentarse con normalidad. Cassandra no le contó de la pesadilla
hasta que se repitió, la víspera de la Puerta.

La víspera. Las semanas anteriores habían pasado en relativa calma, y mucha


actividad. Cassandra había estado intentando ver a los profesores del ala norte buscando
un experto en astronomía. Necesitaba además, un interpretador de signos. La biblioteca
de abajo no le servía. La mayoría de los libros de adivinación de abajo los tenía Norak.
Pensó en hablar con Nero, pero un sentimiento vago la detuvo. Tal vez el unicornio
negro no quería ser interrogado. Pero el recuerdo de Nero trajo otra idea a su mente.
Cuando ese domingo, Solana, Drovar y Calothar llamaron a su puerta, ella los
estaba esperando. Estaba sola. Había enviado a Javan solo a ver a Kathy a la granja,
para disponer de una tarde libre.
— Cassandra, dijiste que querías mostrarnos algo... — dijo Solana. Cassandra
asintió lentamente, sonriendo.
— Vengan, pasen... — Miró a ambos lados del corredor, y cerró la puerta con
cuidado.
— ¿Por qué el misterio? — preguntó Drovar. — ¿Qué es lo que...?
— Sh, — Solana lo hizo callar.
Cassandra los miró por unos momentos.
— ¿Tienen hambre? ¿quieren una taza de té o café?
— No, gracias. Acabamos de almorzar, — dijo Calothar. Cassandra lo miró con
aprobación. El día del incidente con la Besos no había reparado en lo mucho que el
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muchacho había madurado desde... Mm. Desde que lo conocía. Desde que se había
parado frente a una casi-hikiri y le había hecho frente al mismísimo señor de la Rama de
Plata. El pajarillo de fuego... Sonrió.
— Bueno, entonces vayamos al punto. Necesito mostrarles algo. ¿Cuánto
recuerdan de mi primer año aquí, cuando obtuve el Huevo de Zothar?
— Era la última prenda. Ya habías entregado las otras dos... Las perlas y la
Metamórfica... Desapareciste tres días, y después volviste con Rhenna, — dijo Solana.
— Y entonces, el fantasma de Zothar bajó de su estandarte y te reclamó las
piedras. Tenías tres, Fara tenía otra... —Los ojos de Cassandra centellearon con el
recuerdo. Calothar interrumpió la historia de Drovar.
— Y él te puso una adivinanza... Una quinta piedra, que estaba dividida en
pedacitos...
— ¡Excelente! Lo recuerdan todo, — dijo Cassandra. — Pero hay más. La
piedra blanca es el Corazón del Trígono. Es un símbolo de la unión de todos los
habitantes y las distintas formas de magia que cada uno representa... Pero además es una
llave. — Cassandra se detuvo, pensativa. — ¿Saben? No es un lugar físico. Es... el
Corazón. Es diferente para cada Guardiana. El mío es un bosque. Y... — Cassandra miró
a cada uno de ellos antes de seguir. — Y quisiera mostrárselos.
Hubo un silencio. Solana lo rompió.
— ¿Por qué? — No había desconfianza. Sólo curiosidad.
— Porque ustedes, más que otros, tendrán necesidad de saber ciertas cosas. Y
estar preparados. Desearía que no fuera este año precisamente, pero... No tengo
opciones. Ustedes están entre los más preparados... ¿Quieren venir?
Los tres se miraron entre sí. Drovar habló por los tres.
— Por supuesto que sí, Cassandra.
Ella sonrió.
— Vamos, entonces, — y se levantó con energía.

Los tres entraron en el ropero de Cassandra temblando de excitación. Ella tocó la


pared de la derecha con la piedra blanca de su collar y la pared desapareció. Pasaron a
través de un estrecho corredor y de repente se encontraron en medio de un camino que
llevaba a un bosque. Hasta donde alcanzaba la vista, cada árbol tenía una cinta atada a
su tronco. El aire claro estaba inmóvil y fresco como un cristal, y el cielo brillaba con
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una luz azul y blanca. Cassandra olfateó el aire y frunció la nariz, pero haciendo a un
lado su temores, sonrió y dijo:
— Vamos, por allá. Parece que el Jardinero no está aquí... Una lástima, me
hubiera gustado mostrárselos...
Cassandra silbó. Cuatro pegasos volaron hacia ellos. El negro saludó a
Cassandra con una pequeña inclinación.
— ¿Caballos alados? — preguntó Solana.
— Pegasos, así es... Blanco para la voladora, ésa eres tú... Rojo para el pajarillo
de fuego... — dijo alcanzando las riendas a Calothar, — y el dorado es para el que hace
su propio camino... — y se volvió a Drovar, que la miró frunciendo el ceño.
— ¿Por qué no nos llamas por nuestros nombres, G... G... Guardiana?
Cassandra sonrió.
— Por la razón que acabas de experimentar... No tenemos nombres aquí. Traté
de darte un buen título. ¿No te gustó?
Calothar sonreía, pero Drovar frunció la nariz.
— Hubiera preferido ‘el poderoso’ o algo así...
Cassandra lo miró, de pronto seria. Sacudió la cabeza.
— No, no es un título adecuado en este lugar. Aquí construyes lo que eres.
Aprendes, creces... ‘El poderoso’ es alguien que ya creció. No tiene nada que hacer
aquí...
Drovar la miró un momento, y asintió.
— Tienes razón, — dijo simplemente. Cassandra volvió a sonreír, y con un gesto
lo invitó a montar el pegaso dorado.

Cassandra había montado a Nero. Lo azuzó un poco, y el enorme y negro


unicornio saltó hacia adelante, tomando el camino del bosque. En pocos minutos
llegaron a una bifurcación. Cassandra se inclinó hacia adelante, y susurró algo en la
oreja del animal. Nero tomó hacia la derecha, y en un momento se detuvo junto a un
enorme árbol, rodeado por una cinta dorada.
— ¿Ves? El dorado elige su propio camino. Este es el Jardinero... — dijo
Cassandra, desmontando de un salto. Tocó el árbol a la altura de su cara, y escuchó el
suspiro de asombro de los muchachos.
— Es... Él es...
— El Jardinero. Cuida de todos... Vamos. Nero dice que es por aquí.
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Y llevando al unicornio por las riendas, Cassandra se internó en el sendero que


se abría desde el camino principal. Cassandra iba explicando mientras caminaba.
— Cada árbol en este lugar representa a alguien que vive o ha vivido en el
Trígono. Encontrar a alguien aquí no es sencillo... pero siempre te enseña algo sobre ti
mismo...
— ¿Y ahora vamos...?
— A buscarlos a ustedes.
Hojas rojas y doradas tapizaban el sendero.
— ¿Otoño? — preguntó uno de los chicos. Cassandra sonrió.
— No. El árbol de fuego de Arthuz. Sus hojas cubren todo este cuadrante del
bosque... Normalmente los cuadrantes se mezclan, así como se mezcla el poder en los
magos... un poco de fuego, un poco de aire, un poco de agua... Últimamente se están
separando. Creo que atravesaremos otra de las zonas antes de llegar...
Los muchachos se miraron entre sí. Cassandra aceleró el paso hasta llegar a un
pequeño claro rodeado de árboles rojos. La mayoría tenían cintas doradas a su
alrededor.
— Ah, hemos llegado. Estos son familia. Mira...
Cassandra se acercó a un árbol pequeño y frondoso. Su sombra era realmente
acogedora. Los tres muchachos se acercaron, y se sintieron refrescados.
— Verás, — dijo Cassandra. — Siempre creíste que ella no era suficiente, ¿no?
Pues... ninguno de los árboles de este claro tiene una sombra mejor que ésta...
Y Cassandra tocó el tronco. Desde la madera, la cara de Dromelana, la bruja
menor del clan Dro los miró sorprendida, y pareció que se sonrojaba. Cassandra sonrió
al ver la perplejidad de Drovar.
— Entonces, los otros son...
— Tu familia, — dijo Solana. Y se volvió a Cassandra. — ¿Podemos mirar?
— Por supuesto, para eso los traje...
Cassandra dejó que los chicos se entretuvieran un rato bajo los árboles. Sonrió
cuando uno de los árboles dejó caer unas hojas como una corona sobre la cabeza de
Solana. Solana rió en voz alta, pero las hojas se habían deslizado más como una caricia
que como una broma. Al cabo de un rato, Cassandra los volvió a llamar.
— ¿Y los nuestros? — preguntó Solana.
— Y el tuyo... — dijo Drovar. Había guardado una de las hojas de Dromelana en
su bolsillo, para recordarse su valía.
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— Vamos a ver qué encontramos...


Y Cassandra tomó otro de los senderos que salía del claro.
El árbol de Solana se encontraba junto a un arroyito. Cassandra miró a la
muchacha con una sonrisa extrañada.
— ¿Qué? ¿Qué sucede?
— No... Nada... — dijo Cassandra, acercándose al árbol.
No había dudas. Las raíces del árbol se hundían profundas en el agua barrosa de
la orilla. La cinta dorada estaba destiñéndose. Pronto cambiaría de color. Pero no era
fácil adivinar de qué color sería. Solana estaba cambiando la fuente y la dirección de su
magia. Ya no era solo una voladora de fuego, como ella había supuesto el primer año.
Había adquirido otros poderes... Cuando volvieran, tendría que hablar con Javan de ella.
Necesitaba un maestro más poderoso. Iba a ser una hechicera de la talla de Adjanara,
por lo menos. Y de pronto lo recordó. Iba a ser una digna sucesora de Adjanara. Sonrió
ampliamente cuando les indicó a los muchachos un camino pedregoso que subía una
colina.
— Me preguntaron cuál era mi lugar aquí... — dijo al llegar a la pelada cima. —
Bien, no tengo árbol. Sólo soy la Guardiana. Pero mi lugar está por allá...
Cassandra señalaba un árbol solitario en la cima de la colina, alto como un
centinela, a medias cubierto por una enredadera de flores blancas.
— ¿Saben quién es?
Drovar empezó a sacudir la cabeza, pero Solana le dio un codazo.
— Es tu esposo, — dijo. Cassandra sonrió con orgullo.
— Él me dio un lugar aquí. Él me albergó, y temo que querrá ser mi escudo
cuando venga la tormenta...
Cassandra señaló las nubes que se amontonaban en el horizonte. Una ráfaga de
viento puso un sabor amargo en sus bocas.
— Vámonos, por favor... — pidió Calothar en voz baja. Cassandra lo miró y
asintió en silencio. Llamó a los pegasos, y montaron de nuevo. Pero Nero no los llevó al
castillo todavía. Abrió las alas y los otros tres animales lo imitaron. Cassandra escuchó
la exclamación de sorpresa de los muchachos.
Nero empezó a volar en círculos en torno a un punto escondido en una bruma
rojiza. Cassandra se estremeció. Los círculos fueron estrechándose más y más, y Nero
empezó a descender. El maravilloso árbol de fuego de Arthuz estaba frente a ellos.
Nunca, en todas las veces que había entrado en el Corazón, Nero la había traído tan
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cerca del Fuego. Sentía el calor en la cara y en las manos, pero no la quemaba. Quizá...
Pero al darse vuelta, vio las caras maravilladas de Drovar y Solana, y supo que ellos
tampoco sentían el calor. Nero no descendió. Pero el pegaso rojo de Calothar sí lo hizo.
Estrechando sus círculos más y más, Cassandra lo vio hundirse con el muchacho en una
nube de hojas de oro rojo.
Nero empezó a abrir sus círculos otra vez. Cassandra intentó decirle que bajara,
que tenía que cuidar de Calothar, pero el unicornio negro no le prestó atención. Tres
vueltas después, el pegaso rojo volvía a subir, y Nero los volvía a guiar, esta vez hacia el
castillo.

El castillo era muy similar al del Trígono. De hecho, era su exacta réplica.
Cassandra entró confiada al vestíbulo. Un hombre los esperaba al pie de la escalera
principal. Se parecía al Anciano Mayor.
— Veo que has traído compañía, Guardiana, — dijo.
— Necesitarán saber, y más pronto de lo que yo esperaba... — dijo ella. — Este
pajarillo de fuego necesita respuestas. La biblioteca estará bien. — Ella tenía ambas
manos sobre los hombros de Calothar. El hombre se inclinó.
— El que elige su camino necesita elegir su camino... en el aire. La torre de los
vientos sería adecuada... — continuó ella, señalando a Drovar. Drovar la miró
sobresaltado.
— ¿Qué? Yo no... — Por un breve momento la cara del hombre pareció cambiar
a la de otra persona. Fue en ese momento que los muchachos se dieron cuenta que no se
trataba en absoluto de un ser humano.
— ¿Quién...?¿Qué es él?
— Nuestro Guía. No te preocupes, está bien... — Cassandra sonó
tranquilizadora. — Y por último, esta voladora verá el cuarto de los espejos.
— Una buena elección, Guardiana, — estuvo de acuerdo el Guía.
— ¿Dónde irás tú? — preguntó Solana, mirando a Cassandra.
— Iré con ustedes... todos ustedes, — dijo Cassandra, y súbitamente se dividió
en cuatro. Una Cassandra de fuego se paró junto a Calothar, y tomándolo del brazo,
empezó a subir las escaleras. Cassandra de aire se inclinó hacia Drovar, le hizo
cosquillas y lo empujó hacia la torre. Cassandra de tierra le sonrió a Solana, y movió
una mano en gesto de invitación hacia una puerta lateral.
Solana se volvió.
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— ¿Y tú? ¿Adónde irás?


Cassandra de agua la miró acuosamente y con misterio.
— Tengo mis propios asuntos aquí, — dijo, y chapoteó perdiéndose de vista.

Cuando por fin llegaron a la cima de la torre de los vientos, Drovar estaba muy
cansado. La habitación estaba vacía. Las ventanas estaban todas abiertas, y hacía frío.
— Te estaba esperando, — dijo una voz. Drovar miró en todas direcciones pero
no vio a nadie. Escuchó una risita de Cassandra de aire.
— ¿Quién está ahí?
— Yo. Soy el único que está aquí... aparte de ti y de la Guardiana.
— Muéstrate.
El búho gris que estaba en la percha aleteó bruscamente.
— Estoy aquí, — repitió.
— ¿Una lechuza?
— ¡Soy un Búho! ¿Tenías que traerme a un muchacho ignorante, Guardiana?
— Perdónalo, Señor. Él... todavía no distingue bien las cosas de este lado... Es
nuevo para él...
Drovar se volvió a Cassandra. ¿Le había dado el título de Señor a este
bicharraco? El Señor de las Nubes era Ara, un fénix majestuoso, poderoso, bello... y
amigo personal de Andrei. Este... bicho, este búho polvoriento parecía a punto de caerse
de la percha.
— ¿Qué...? — Drovar sacudió la cabeza. De nada le valdría preguntar. — ¿Para
qué estamos aquí, Guardiana?
— Esa es mejor actitud, — sentenció el Búho. — Estás aquí para aprender a
volar.
— Y para volar necesitas... alas, — dijo Cassandra con una risa. Drovar sintió
que ella lo envolvía en un remolino, y que su cuerpo se cubría de plumas. Sus brazos se
transformaron en alas, y de pronto el piso se alejó de sus pies.
La sensación de mareo se desvaneció pronto. Tomó súbita conciencia de él
mismo como pájaro, y empezó a aletear furiosamente para no caer. Pudo escuchar la
ligera risa de viento de Cassandra, y notó que ella todavía lo sostenía. Aleteó con más
calma. El viejo Búho estaba frente a él ahora, enseñándole a volar.
Fue asombroso. Fue la mejor, la más maravillosa lección de vuelo que nunca
había tenido. Acompañado por el Búho y Cassandra de aire, salieron volando de la torre
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y del castillo. Volaron sobre los campos, sobre el lago y sobre el bosque. Drovar pudo
notar la separación en el Bosque, tal como Cassandra lo había explicado. Parecía que lo
hubieran cortado en cuatro con un cuchillo...
Pero no prestó demasiada atención. La sensación de volar era fantástica. Sentía
que el mundo era suyo... por unos pocos, maravillosos momentos. Embriagado de placer
en su vuelo, no se dio cuenta que estaba acercándose demasiado a las nubes de tormenta
que se apretaban sobre el rincón de Zothar.
Una niebla espesa envolvió de pronto sus alas nuevas. Un jirón de nube
traicionera y pegajosa lo enredó y trató de atraparlo. Era fuerte, y tiró de él hacia atrás y
hacia abajo. Cassandra de aire lo alcanzó justo a tiempo. La nube también la enredó,
pero ella estaba hecha de aire, y la niebla, en su urgencia por atraparla dejó ir a Drovar.
Cassandra sopló más fuerte, y volaron de regreso a la torre.

Cassandra de tierra guió a Solana a la habitación de los espejos. Era una gran
habitación circular, completamente llena de espejos de todos los tamaños, colores y
formas. La atención de Solana fue rápidamente atraída por un brillante grupo de ellos en
una mesa a su derecha. Se acercó a ellos lenta y cautelosamente. Miró el primero de
ellos y dio un paso atrás, impresionada.
— Sí, — le confirmó Cassandra de tierra. — Muestran a las personas
relacionadas con nosotros, de uno u otro lado...
— ¿Y de afuera? — preguntó la muchacha con un hilo de voz.
— Por allá... Allá están los del otro lado de la frontera... El pequeño que está un
poco aparte muestra a mi hija... — Pero Cassandra no se movió hacia la mesa.
— ¿Y... y mis padres?
— ¿Están del otro lado?
Solana asintió.
— Mi madre era Viajera, mi padre es forastero.
— Ah... Debe ser uno de los de la mesa grande... Las parejas mixtas... Cada vez
son más... Por suerte, — sonrió Cassandra de tierra. Y esta vez, se acercó a la mesa que
señalaba y ayudó a Solana a buscar en los espejos.
Era un pequeño espejo doble. Solana lo tomó entre sus manos temblorosas y
miró en él.
La mujer dejó caer un florero.
‘¿Qué pasa, querida?’ preguntó el hombre. Era un prolijo living forastero.
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‘Sol...’
‘Está en ese colegio, mi cielo... Como tu querías...’
‘Está en peligro...’ La mujer se había acercado a su marido y lo miraba
preocupada.
‘Mi amor... Ella es casi una hechicera ¿no? Es seguro que sabrá defenderse...’
‘Estoy preocupada...’ insistió la mujer.
‘Está bien,’ cedió él. ‘Yo cuido la ventana, y tú envías uno de esos...
instantáneos.’
Las imágenes mostraron al hombre corriendo las cortinas mientras su esposa
sacaba la varita.
Solana suspiró.
— A mi padre no le hace ninguna gracia la magia... — se excusó. Cassandra de
tierra la miró.
— Muchas personas rechazan lo que no entienden, — dijo. — No deberías
avergonzarte de él. Al menos está haciendo el intento.
— Yo no me... — Y Solana bajó la vista. — Tienes razón, me avergüenzo. Tal
vez si yo fuera más tolerante con él... Si me interesara en lo que él hace...
— Pruébalo, — le dijo Cassandra de tierra con una sonrisa.
Solana dejó el espejo sobre la mesa. Los otros espejos estaban desapareciendo
ahora, y lo mismo hizo el espejito doble. Solana miró a Cassandra.
— Queda otro espejo... — dijo Cassandra moviendo la mano. A su espalda,
cubriendo toda la pared había un enorme espejo oscurecido. No reflejaba nada ahora,
pero mientras ellas se giraban para mirarlo, empezó a mostrar un remolino de colores
que se disipaba lentamente.
Solana lo miró boquiabierta. Mostraba algo inconcebible. Ella, Drovar y
Calothar corriendo por los jardines del castillo, envueltos en un hechizo de invisibilidad.
Una sombra oscura los seguía de cerca. Más formas oscuras salían de distintos lugares.
El castillo detrás de ellos se había vuelto oscuro y amenazador. Algo andaba muy mal
allí. En unos pocos flashes, pudo ver al Anciano derrotado, a Andrei y a Javan muertos,
y el resto prisioneros de la Serpiente. No podía apartar la mirada del terrible cuadro, y
empezó a temblar.
Cassandra de tierra apoyó dos manos tibias en sus hombros y la hizo mirar a otro
lado. La muchacha tenía una expresión aterrorizada.
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— Esto es lo que podemos llegar a enfrentar, — le dijo Cassandra suavemente.


— Pero no puedes decírselo a nadie... No todavía.
La muchacha abrió la boca, pero no logró decir nada.
— Necesitas estar preparada, — le dijo Cassandra.

Cuando volvieron al vestíbulo, los otros ya estaban allí. Sin una palabra, las
cuatro Cassandras se fundieron una en otra para volver a ser ella de nuevo.
— Volvamos a casa, — dijo. Su sonrisa, aunque no mostraba alegría, calmó los
nervios de los muchachos, y partieron hacia el Bosque.
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Capítulo 6.
El Libro de los Secretos.

Para cuando salieron del ropero de Cassandra, todos estaban impacientes por
escuchar las historias de los otros.
— Volviste, al fin, — dijo una voz desde la mecedora. Era de noche. Un fuego
bajo entibiaba el cuarto, y Javan leía un libro junto a él.
Los muchachos se detuvieron bruscamente. Cassandra se acercó para besarlo y
movió la mano hacia los chicos.
— Vengan, siéntense aquí. Me muero de hambre. ¿Crees que se pueda conseguir
algo en la cocina? — le dijo a Javan.
— Es medianoche, — dijo él. — ¿Dónde has...? No, ya sé donde. ¿Qué estuviste
haciendo todo el día?
Cassandra sonrió.
— Estuve trabajando. ¿Qué hiciste tú? — contestó, burlona. Los muchachos se
relajaron un poco.
— Está bien. — Los penetrantes ojos de Javan escudriñaron la expresión de
Cassandra unos momentos. — Si te doy de cenar ¿me lo dirás?
— Si no, tendré que buscarme la comida yo sola, y vas a estar fastidiándome por
siempre jamás... De acuerdo, te lo diré, — dijo ella.
De nuevo, la sombra de la burla en su tono. Javan no se levantó. Solamente sacó
su varita y apuntó a la mesa. Una bandeja de sándwiches y una jarra de chocolate
caliente aparecieron de inmediato.
— ¿Café? — pidió Cassandra. Javan sonrió y movió la varia otra vez. La taza de
café apareció en sus manos.
— Gracias. — Ella se sentó a sus pies, recostándose contra sus rodillas.
— Bien, — dijo él. — ¿Y la historia?
— Fuimos al Corazón, ya lo sabes, — dijo ella.
— ¿Por qué nos llevaste allá, Cassandra? — preguntó Solana. Javan reprimió un
gesto de disgusto. Cassandra siempre había sido demasiado familiar con sus alumnos.
— Creí que debía ofrecerles algo... que necesitarán más adelante. Que todos
necesitaremos...
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— ¿Y eso era...?
— Drovar necesitaba dirección, Solana visión y Calothar conocimiento.
Solana se volvió a Drovar.
— ¿Qué hiciste en la torre de los vientos?
Él se atragantó con un bocado demasiado grande y tosió. Cassandra le alcanzó
un vaso de agua.
— Cuéntales, por favor...
Todavía tosiendo, Drovar contó su historia. Cuando terminó, le preguntó a
Solana.
— ¿Y tú? ¿Qué hiciste tú?
Solana pareció incómoda. Aún así, también relató su historia. Cuando trató de
relatar su visión en el Espejo del Futuro, encontró que no tenía palabras. Miró a
Cassandra, que le devolvió una sonrisa fugaz.
— Es un sencillo hechizo de discreción... No podrás contar esa parte... hasta que
sea necesario que lo hagas. No te preocupes.
Solana asintió en silencio.
— ¿Qué fue lo que ella vio, Cassandra? — preguntó Javan en tono grave.
— Un futuro posible... Que tal vez nunca suceda... Sólo eso, — suspiró
Cassandra.
— ¿Y tú, Cassandra? ¿Qué hizo la tú de agua? — preguntó Drovar.
— Fui al lago. Necesitaba ver a alguien... Y mi yo-de-agua, como tú dices, es la
más adecuada para estas cosas. Primero fui al fondo del lago. Ella me esperaba allí...
Hablamos. Lo lamento, muchachos, pero lo que ella dijo no puede ser repetido fuera del
Interior... Lo que puedo decir es que me dijo que debía seguir las tres corrientes que
desembocaban en el lago. Así que tomé la primera...
— Espera, — interrumpió Javan. — ¿Quién es ella?
— La Primera Guardiana... Alice.
— Está bien, continúa.
— La primera de las corrientes era pequeña y estrecha, apenas un arroyo. La
seguí un rato. Pasé junto a los árboles de ustedes, y continué. Al fin, llegué a la fuente.
Estaba en el fondo de una cueva... como la cueva de los helechos, en el jardín de
Ingelyn... — Cassandra torció la cabeza para mirar a Javan. — Había algo allí. Algo
peligroso. Y es mi culpa que eso haya invadido el Corazón... ¡Como si no tuviéramos
suficientes problemas!
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Javan le apoyó la mano en el hombro y la miró con el ceño fruncido a medias.


— ¿De qué estás hablando?
Cassandra volvió a mirar al fuego.
— ¿Recuerdas cuando fuimos allá... cuando comenzaron las clases? No
estábamos muy bien... — Javan asintió en silencio. — Llevé algo de ayuda...
— ¿Ayuda?
— Un poco del fluido de tu pared... la que absorbe las emociones negativas... El
recipiente donde la llevaba se rompió... y creo que el fragmento tomó las emociones
equivocadas. O tomó otras cosas. No pude recuperar el fluido después...
— ¿Y por qué crees que eso tuvo algo que ver con lo que viste en el Corazón?
— Había algo allá... en el Corazón. Se parecía a un Niebla... pero no era
exactamente eso. Tenía... otras cosas. No puedo explicarlo mejor... Era más lo que se
sentía que lo que vi... — Cassandra suspiró. Lo que había visto la perturbaba. — Sí,
principalmente una Niebla negra, aunque esta era violeta... con algo de glub y algo de
hikiri... y algo de fuego como un magma... un híbrido de todas esas cosas.
Javan apretó el hombro de Cassandra.
— ¿Cómo sabes qué aspecto tiene una niebla, Cassandra? — preguntó lenta y
desconfiadamente.
— Había Nieblas Negras en los laberintos de donde trajimos las Perlas de
Fuego... ¿Recuerdas, Sol?
— Cuando te caíste de la escoba...
— Ah, la caída. Sí, me tiré de la escoba para que la Niebla no llegara con
ustedes. La espanté con fuego... En aquel momento no tenía magia, usé el fuego de
Ryujin... Pero en el Corazón no tenía nada de fuego. Así que cuando vi que no podía con
el híbrido huí en la corriente...
Javan fruncía el ceño. Ella había apoyado la cabeza en sus rodillas, y estaba de
nuevo mirando las llamas. ¿Así que había luchado con Nieblas Negras en los laberintos
aún antes de poseer el poder de la Guardiana? ¡Con razón la habían elegido! Ella era
capaz de todo. Le acarició el cabello con suavidad, aunque el gesto de preocupación no
desapareció.
— Continúa, por favor.
— Bueno, volví al lago y seguí la segunda corriente. Ésta era un poco más
ancha. Corría por lugares desiertos. No había árboles que señalaran el camino. Y si no
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hubiera sido por la corriente, se hubiera parecido al... lugar detrás de la puerta de
Zothar.
Javan reprimió un estremecimiento. Ella continuó:
— Llegué a la fuente. El arroyo brotaba de una roca negra, sin marcas. O al
menos eso me pareció al principio. El sol subió, y la luz aumentó. Pensé que iba a
achicharrarme. Empecé a caminar, buscando alguna pista. Se suponía que había un
mensaje al final de cada corriente, y aquí no encontraba nada. Caminé un poco, y me
interné en el valle. Había otra roca negra, como la del manantial. Esta tenía un ramillete
encima: siemprevivas. Cuando toqué las flores, un hilo de agua empezó a manar de la
roca, y fue a reunirse con el otro arroyo. Miré alrededor y encontré otras rocas negras...
— ¿Con más flores?
— Sí.
— ¿Qué flores eran, Cassandra? Las siemprevivas no aparecen en las pociones,
— observó Solana.
— No creo que sea una receta. Dejen que continúe.
— La primera, siemprevivas. La segunda, flores de noctaria. La tercera una sola
flor de hierba sol. La siguiente, pétalos de nomeolvides. La última, unos tallos de ajenjo.
Cada vez, un hilo de agua se reunía con la corriente principal, así que volví a ella. Sobre
la roca encontré esto.
Cassandra sacó algo de su bolsillo, que dejó sobre la rodilla de Javan. Una flor
negra, marchita, a la que Cassandra dio forma con la mano.
— Orquídea negra.
— No me suena a poción, — repitió Solana. — Ni a amuleto.
— No lo es, — dijo Javan, quitando la flor de su pierna y enviándola al
escritorio. — Es un símbolo. Vida y muerte, dolor y curación. Pero no han sido muy
específicos.
— No, y terminar la primera roca con la Orquídea de la muerte... Tampoco me
parece muy alentador.
— Termina tu historia, Cassandra, por favor.
— Volví y tomé la tercera corriente. Era la más ancha y oscura de las tres. Y
estaba muy fría. Tan pronto como entré en la corriente supe donde nacía. La seguí, y me
llevó al círculo, detrás del árbol de Zothar. Salí justo junto al árbol de la Serpiente.
El silencio se había hecho pesado. La mano de Javan recorrió su cabello otra
vez, y quedó sobre su hombro.
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— La tormenta comenzaba allí, justo sobre su árbol. Lo pude ver bien... ¿Sabes?
— ella bajó la voz. — Nunca había estado tan cerca. El tronco, todo lastimado,
cayéndose, pudriéndose... las hojas, negras, marchitas, sucias... Es horrible... No
entiendo como alguien puede hacerse algo así a sí mismo... Estaba destilando su veneno
como siempre. La sabia goteaba hasta el suelo y corría en arroyitos hasta los árboles del
círculo, sus sirvientes... Los estaba alimentando. Los alimenta con su odio.
Cassandra dejó escapar un suspiro.
— ¿Te habló? — preguntó Javan en un susurro.
— No. Trató de atraparme, como cuando volamos con Drovar. En realidad, no sé
si no fue al mismo tiempo. Estaba muy nublado, y no pude ver lo que hacía allá arriba...
— Pero entonces, su poder en el Interior... — dijo Drovar.
— Se multiplica, como el mío. Son sólo símbolos, Drovar. Cualquier Hechicero
que los pueda interpretar los puede manipular. Y en el Corazón los símbolos valen más
que los hechos. Si hay un lugar peligroso, ese es el Corazón del Trígono.
— ¿Y qué hiciste, Cassandra? — preguntó Javan.
— Lo único que podía... Huí, — dijo ella tranquila.— Nos reunimos y volvimos.
Se produjo otro silencio. Javan los miró uno a uno. Sabía, por su propia
experiencia en el Interior, que el Corazón debía haberles dado algo más que lo que
acababan de compartir. Algo más allá de la magia o del conocimiento. Pero no era
momento de interrogarlos. Algunas cosas necesitaban tiempo para madurar. Y otras eran
estrictamente privadas.
— Y todavía falta una historia. Mago Calothar, si eres tan amable...
Calothar lo miró entre dudoso y desafiante. Era la primera vez que el Comites
Fara de la Rama de Zothar lo reconocía como mago y no como aprendiz. Sabía que le
había concedido esa distinción a Drovar un par de años antes, pero ¿a él? ¿ahora? ¿por
qué? Drovar también miró a Javan un poco sorprendido, pero desvió la vista a
Cassandra. Parecía pensar que era ella la autora del cambio.
— Cassandra-de-fuego y yo fuimos a la biblioteca. Sólo leímos un libro, — dijo
al fin.
Cassandra sonrió a medias desde las rodillas de Javan.
— Cuéntalo todo, Calothar. De otra manera, tus preguntas permanecerán sin
respuestas.
61

— Está bien, — cedió el muchacho. — La Guardiana de fuego me llevó a la


biblioteca. Estaba vacía. Tú me envolvías en fuego... se sentía raro. Tus llamas
iluminaban y entibiaban la habitación. Y vi el libro. Era... Creo que era...
— El Libro de los Secretos del Trígono, — completó Cassandra.
— Él dijo que no era para nosotros, — protestó Javan.
— No era para nosotros el año pasado. Era para Calothar, hoy... Sigamos con la
historia.
— El libro se abrió solo, y su luz me llamó. Me acerqué y leí... Leí sobre muchas
cosas... Principalmente de mi familia... — Calothar calló.
— Él sabe, — dijo Cassandra. — El pegaso rojo se lo mostró.
Drovar y Solana se movieron, incómodos de repente.
— Lo noté cuando entraron. ¿Cuándo lo supiste tú? — preguntó Javan.
— Creo que cuando Nakhira trató de matarlo la primera vez... ¿Y tú?
— Desde antes que naciera. — El tono de Javan era seco. — Soy el Vigía.
— ¿Qué es lo que sabe Calothar? ¿Qué le mostró el pegaso rojo? — preguntó
Solana, exasperada. No había entendido nada de la última parte de la conversación.
— Calothar del Valle es el último descendiente de un antiquísimo e importante
clan, que se ha visto obligado a vivir en secreto por muchos siglos... Una serie de
hechizos y maldiciones los protegen de ser descubiertos, pero hace tres generaciones, su
enemigo los descubrió. Aquí, en el Trígono. El enfrentamiento es famoso, todos han
oído hablar de él. Uno o dos hechiceros de valía resultaron mancillados, y el Trígono
Interior se cerró por bastante tiempo. Absolutamente cerrado, hasta para los Comites...
El Comites de la Rama de Zothar intentó varias cosas, pero él era uno de los
mancillados. No resultó. Sólo cuando el Primera Vara, Aurum se convirtió en Anciano
Mayor, el Interior volvió a abrirse. El Comites de la Rama de Zothar desapareció.
— ¿Y entonces la tomaste tú? — preguntó Cassandra. Javan resopló.
— Sólo si la hubiera podido tomar antes de nacer. Tres magos más pasaron por
la Rama antes de mí.
— ¿Qué pasó con la familia de Calothar?
— Sobrevivieron. Los que apoyan a su familia eran más numerosos antes, y de
una u otra forma, lograron esconderlos. La Serpiente les perdió el rastro.
— ¿La Serpiente? — preguntó Drovar.
— Claro, — dijo Solana. — ¿Quién te crees que es el enemigo de todo el
mundo?
62

— Está bien, es cierto... El problema de la abuela Lanara fue con un joven


llamado Althenor. Pero eso pasó hace muchísimo tiempo...
— La línea sigue viva, — dijo Javan, mirando al fuego.
— Vive en ti, — dijo Cassandra. — Eres el Heredero.
— ¡No lo quiero! ¡Yo nunca pedí ser del clan Huz!
— ¿Clan Huz? ¿Están diciendo que Calothar es descendiente de Arthuz, el
mismo de la Rama?
Cassandra asintió con tranquilidad.
— Línea directa de padres a hijos, excepto un par de rupturas. Una jovencita que
huyó de casa en el siglo quince, justo a tiempo para no ser encontrada, y la joven
Lanara, que fue descubierta. Dime, Calothar... ¿Cuál fue el problema de tu abuela con
Althenor?
— Si te digo que era por copiar en un examen, no me lo vas a creer, ¿no?
— No, — sonrió Cassandra. Calothar suspiró.
— La Serpiente quería que ella participara en un ritual con él. Algo con un
espejo y sangre mezclada en el bosque... — Cassandra se estremeció bajo la mano de
Javan. — Una muchacha había desaparecido hacía poco tiempo, y Althenor le dijo que
era un hechizo o un ritual para encontrarla. Mi abuela sospechó algo raro, y se negó a ir.
Él se puso furioso... Y cuando llegó la prueba para pasar a hechicera, él se la arruinó...
— Tu abuela hizo bien. Ese ritual es para compartir el poder.
— Apostaría que la Serpiente quería quitárselo todo, — observó Drovar.
— Es lo más probable. Pero él era joven entonces, y... bueno, todavía no había
cruzado algunos límites... Tal vez eso salvó a tu abuela.
Javan frunció los labios. Permaneció un rato mirando al fuego, pensativo. Solana
preguntó:
— ¿Y qué fue lo que te mostró el pegaso rojo?
— Ah... eso. El pegaso bajó junto al árbol de fuego. Las raíces eran gigantescas,
muy gruesas... y rojas. Brillaban como brasas. El pegaso me llevó a lo largo de una de
las raíces, trotando sobre ella como si fuera un camino. Al final de la raíz había un
arbolito.
— El tuyo.
Calothar asintió en silencio. En ese momento, Javan le clavó una mirada
indescriptible. Era como si toda su persona se proyectara en esa mirada. Calothar
retrocedió un poco, pero enseguida se enderezó, y levantó su escudo mental.
63

— Bien, — dijo Javan. — Lo haces bien, pero tardas demasiado en reaccionar.


Tendrás que entrenarte mejor. Se lo diré a Mydriel. Además...
— No me va a poner más tarea... — protestó el chico. El Heredero del clan Huz
volvía a ser un chico asustado. Javan hizo una mueca.
— Realmente, creo que te haría bien. Pero supongo que el Libro ya te la dio, ¿no
es así?
Cassandra miró a Javan con curiosidad. Pero Javan solo miraba a Calothar. Lo
tenía clavado en el asiento con el poder de su mirada. No le permitió eludir la respuesta.
— El Libro tenía una adivinanza, — admitió Calothar de mala gana. — El agua
y el fuego se unirán para dar fin a la amenaza... algo así. No recuerdo las palabras
exactas.
Javan lo presionó solo un momento más, y lo dejó ir. Calothar se sacudió como
un perro que sale del agua.
— Realmente eso no era necesario, Javan, — dijo Cassandra desde el suelo.
— ¿Lo crees? He lidiado con los asuntos de la Serpiente desde hace más de
veinte años. Él siempre mancha lo que toca.
— No tocó el Libro de los Secretos.
— Pero podría haber tocado la conciencia de Calothar cuando salió del Corazón.
Tenía que asegurarme.
— Tendrías que disculparte... Pero en fin... Lo lamento, Calothar del clan Huz.
Mi marido no se disculpará por proteger al Trígono, a cualquier precio y contra quien
sea... Y volviendo al punto...
— ¿Qué crees de las visiones que tuvieron? — Javan hablaba con ella como si
los muchachos no estuviera ahí.
— Mm. No lo sé. Confío que el Corazón sabe más que yo lo que necesitamos.
La tormenta sobre el árbol de la Serpiente no es buena señal...
— ¿Qué significa, Cassandra? — preguntó Solana.
— Que seremos atacados. Sigo buscando ayuda con el Gran Signo... pero el
significado es claro.
— ¿Vamos a ir a ver a Lyanne?
Cassandra sacudió la cabeza.
— Todavía no sé lo suficiente. Necesito un experto.
— ¿En qué, Cassandra? — preguntó Drovar.
— Astronomía, o astrología... Observación de las estrellas... Eso.
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— Tenai.
— ¿Qué?
Solana lo había dicho. Javan reprimió un mal gesto. Tenai otra vez.
— ¿Tenai sabe de astronomía?
— Claro. Todo lo que tenga que ver con cálculos... Mm, excepto el Tenai de la
Rama de fuego, que es algo diferente de los otros... Es más...
— Impulsivo, — completó Cassandra.
— Sí, impulsivo. Es una buena manera de describirlo.
— Bueno, — las cortó Javan algo molesto. — Resumiendo, seremos atacados en
breve por la Serpiente. Ya hemos pasado por esto, si puedo citarte...
Cassandra no lo miró.
— Pero nunca como ahora, — susurró. Y agregó de nuevo con voz normal: —
Muchachos, deben estar tan cansados como yo, y mañana es día de trabajo, Puerta o no
Puerta... ¿Por qué no se van a dormir? Ya tienen sus regalos y...
— ¿Regalos?
Cassandra se apoyó sobre un codo, en las rodillas de Javan.
— ¿Todavía no lo entendieron? — Movió la mano, y un espejo apareció frente a
ellos. — Bien, Drovar, transfórmate.
— ¿Qué? ¿Cómo? — El muchacho la miraba perplejo. Cassandra se llevó la
mano a la frente en gesto de desesperación.
— Como te dijo el Búho. Mueve tus brazos hasta que sean alas... Y concéntrate.
Drovar hizo lo que ella decía. Tres o cuatro movimientos alcanzaron para
transformarlo en un gran búho castaño.
— ¡Qué bien te quedan las plumas! — se rió Solana, — ... lechuza.
— Soy un Búho, no una lechuza... ¿Qué, no sabes nada? — dijo Drovar
volviéndose a transformar, muy rosa en la cara. Cassandra se rió.
— Puedes pedir a Andrei que llame a Siddar para que te de unas lecciones
extra... Pero yo en tu lugar guardaría el secreto. Puede ser una herramienta valiosa si nos
atacan. Depende de ti... — Y Cassandra se volvió a Solana. — Ahora tú. Párate frente al
espejo, y pasa la mano frente a él. Concéntrate en lo que quieres ver.
Solana hizo lo que le indicaban. La luna se oscureció de repente. Estaban
mirando como por una ventana, el dormitorio de una casa forastera.
La mujer decía:
‘¿Estás seguro que ella estará bien?’
65

‘Sí, querida, ella está bien... Te llegará su pájaro de papel en cualquier


momento...’
El espejo volvió de nuevo a la normalidad.
— Creo que debería contestarles de inmediato... — murmuró Solana.
— ¿Tus padres? — preguntó Calothar. Ella asintió.
— Y tú, Calothar... Acabas de reconocer y reencontrarte con tus raíces. No es un
regalo vistoso como los de tus amigos, pero llegado el momento conocerás su valor. Es
un conocimiento que no se puede borrar...
Los muchachos se miraron entre sí. El tono de ella había sido peculiar.
— Buenas noches, — dijo Cassandra. Ellos se movieron hacia la puerta. Con
una mano en el picaporte, escucharon su voz, clara, fría, poderosa, viniendo desde las
rodillas de Javan. — No recordarán el resto de las cosas hasta que el momento haya
llegado.
Captaron una última imagen de Cassandra apoyada contra las rodillas de su
esposo, y a él acariciando su cabello antes de que la oscuridad cayera sobre sus últimos
recuerdos.
66

Capítulo 7.
Aparatos forasteros.

La pesadilla había llegado ese día. Cansada como nunca, Cassandra no se había
querido levantar a la hora de siempre. Volvió a quedarse dormida en la mañana, acunada
por los rítmicos sonidos que llegaban desde el salón de al lado. Y la pesadilla vino. Se
despertó con un grito. La puerta se abrió de un tirón.
— ¿Qué pasó? — Javan estaba en la puerta.
Cassandra se sentó en la cama, mirando confundida alrededor.
— Solo un mal sueño, creo. No te preocupes. Vuelve a clase...
Ella fruncía el ceño. Y él también. Los sueños de ella solían ser... peculiares. En
su primer año aquí había estado soñando pesadillas ajenas la mitad del año. Ahora... Se
volvió.
— Mago Norak, ¿quieres hacer el favor de hacerte cargo de la clase? Gracias...
— dijo en voz alta, y entrando en el dormitorio, cerró la puerta tras de sí.

— Creo que es tiempo de hablar con el Anciano Mayor, — dijo él cuando ella
terminó. No había tenido otro remedio que contarle la pesadilla. Sin embargo, ella negó
con la cabeza.
— No. Esta pesadilla no es sobre el Trígono...
— Y entonces ¿sobre qué es?
Ella esquivó su mirada, negándose a contestar. Él se sentó más cerca, tomándola
por los brazos y forzándola a mirarlo. Ella lo miró.
— ¿De qué se trata? — preguntó él otra vez.
— Hoho e Ikinú, — murmuró ella. Él levantó las cejas. — Somos la primera
pareja en siglos capaces de romper la maldición para siempre... La maldición de Zothar.
Javan no respondió. Sólo la miró.
— Quiero decir... que somos exactamente como ellos fueron. Si pasamos este
año, la maldición se rompe...
— Y el ataque de la Serpiente justo ahora...
Cassandra asintió.
67

— Es tan... inconveniente. Parece como si la historia fuera a repetirse. Por eso es


que ellos dicen que no espere a la Puerta...
— ¿Cuál Puerta?
— La del Verano. Iba a hacer... algo en la Puerta del Verano... Justo antes de
nuestro aniversario.
— ¿Algo como qué?
Ella sacudió la cabeza.
— Tiene que ver con lo que hice en el verano...
Para su sorpresa, él asintió y no hizo preguntas. El reloj de arriba sonó lejano,
como llamándolos desde otro mundo. El le sonrió, las preocupaciones todavía
agazapadas en el fondo de su mirada.
— ¿Estás segura de que estás bien? — dijo.
— Sí. Y tengo trabajo que hacer... Y se está haciendo tarde.
— Ahá. Deberíamos estar trabajando. — La besó antes de agregar: — Me voy a
clase.

Y los días siguieron pasando. Las clases llenaban todo su tiempo y su mente,
empujando fuera las otras cosas. El Triegramma había quedado fuera de sus
consideraciones hacía varias semanas, y la nueva cita con Tenai para analizar el Gran
Signo quedó en el olvido. El entrenamiento de Viajeros continuaba, y sin darse cuenta,
Cassandra se había metido hasta el cuello en el terreno de la física. Había empezado el
día del espejo. De las explicaciones forasteras sobre el mundo había pasado a la
mecánica clásica, y de ahí al electromagnetismo... Terminó enredada en comparaciones
entre campos magnéticos y campos mágicos, y formas de energía. Y entró de lleno en el
estudio de los aparatos forasteros. La línea de proyectos que había planteado al
principio del ciclo había generado ideas de lo más insólitas. Así que, una mañana, ella y
tres de los aprendices; Drovna; Sonja, la hermana de Solana, y Gherok, uno de los
chicos más nuevos; entraron en el salón de abajo cuando la campana llamaba a todos a
almorzar.
— ¿Podemos pasar, profesor? Tenemos un trabajo que hacer aquí... — preguntó
Cassandra desde la puerta. Javan la miró con un dejo de la antigua mirada de
desconfianza.
— Adelante, por favor. ¿Qué va a hacer, profesora? — dijo con una suavidad
engañosa. Ella lo miró con falsa expresión de inocencia.
68

— Revisar las corrientes de aire aquí abajo y diseñar un buen sistema de


extracción...
— ¿¡Un qué!? — ladró él, poniéndose de pie. Ella no le había dicho nada ni
parecido a eso.
— Estoy cansada de la humedad aquí abajo, profesor... Mi ropa se está llenando
de hongos. Y tenemos este proyecto con los chicos...
Ella se había acercado, con la misma expresión inocente. Él sacudió la cabeza.
— No quiero ningún artefacto forastero en mi clase, profesora, — advirtió.
— ¿Artefacto forastero? Los artefactos forasteros no combinan con los pases
mágicos... Usted me lo ha dicho cientos de veces.
— Y usted tiene una computadora funcionando en el cuarto de atrás, — dijo él.
Estaba haciendo su mejor esfuerzo para mantenerse serio. Ella se encogió de hombros.
— Por favor, sabes que no funciona este semestre...
— Está bien, está bien... Haz lo que quieras. Asumo que ya tienes la connivencia
del Anciano Mayor...
Ella hizo un gesto indefinido al que él respondió con una mueca. Suspiró, y se
volvió a los aprendices:
— Procedan, por favor... Pero que su profesora no incluya ningún artefacto de
afuera en este recinto...
Y dándoles la espalda, se retiró al escritorio. Por nada del mundo se hubiera
perdido de lo que seguiría.
Cassandra y sus estudiantes habían sacado sus varitas y las hacían humear.
— Lo he visto hacer con humo de cigarrillo, — comentó Cassandra. —Ahora,
ustedes ven que aquí parece no haber corrientes de aire que se lleven los vapores.
— Pero, ¿y el aire caliente? — preguntó Sonja.
— El aire caliente sube, el aire frío baja... Tenemos que ver qué sucede durante
un turno de funcionamiento normal...
A la vez, como si estuvieran sincronizados, los chicos encendieron los fuegos
bajo los calderos.
— ¿No habría que llenarlos con algo, si lo que quieren es ver vapores? — dijo
Javan desde su escritorio, sin levantar la cabeza. Fingía estar concentrado en su propio
trabajo.
— Tienes razón, — dijo Cassandra, y movió su varita otra vez. Un ligero humo
púrpura se levantó hacia el techo. Cassandra lo miró con la mano en el mentón. Sus
69

aprendices con curiosidad. El vapor subía recto hacia arriba y formaba una especie de
nube allí, sobre la viga que atravesaba el salón de lado a lado. Ella retrocedió mirando
hacia arriba, y tropezó con el escritorio.
— ¡Hey! Ten cuidado, — protestó Javan.
— Lo siento, — dijo ella distraída. Él la miró.
— ¿Qué te sucede, profesora?
— Se queda ahí, como si hubiera... Profesor, ¿podría haber un escape de aire
allá? — Ella se había vuelto hacia él.
— No lo creo. Se supone que este lugar está sellado. Era un calabozo, — dijo él.
— Pero muy viejo... podría haber una grieta, causada por algún deslizamiento de
tierra, o un movimiento en los cimientos... Aunque sea un lugar mágico, la física todavía
funciona, — dijo ella, lanzando al aire y dejando caer un pequeño pisapapeles del
escritorio para ilustrar su idea. Javan detuvo el pisapapeles en el aire con un gesto de su
mano, y la miró levantando las cejas.
— ¿Ah, sí? — dijo en voz baja.
— No hagas trampas, — le sonrió ella. Y siguió: — Tiene que haber un agujero
allá arriba...
— Revísalo, pues, — dijo él. Era imposible discutir con ella. Así que le puso el
mismo hechizo levitatorio que le había hecho a la piedra hacía un momento.
— ¡Aaayyy! — gritó. Ella odiaba esos hechizos, y él lo sabía. — ¡No hagas eso!
— Ella sacudía las piernas como si tratara de caminar o nadar. Él la envió arriba, al
cielorraso, mientras ella seguía gritando y protestando, y los aprendices se reían en voz
baja. De pronto, ella se calló.
— Guau, —murmuró. — Interesante...
— ¿Qué pasa ahora? — preguntó él.
— Encontré a Louisse... O al menos su piel.
— ¿Louisse? ¿Ahí arriba? — La boa había desaparecido hacía casi un año.
Cuando Cassandra adoptó el glub. Javan subió al techo usando el mismo encantamiento
que Cassandra.
Ella se sostenía de la viga con una mano, mientras con la otra tironeaba de la
piel.
— No necesitas sostenerte, — le dijo él. — Puedes usar las dos manos...
Ella lo miró y le sacó la lengua en un gesto infantil. Él sonrió, y tiró un poco de
la piel. ¿Por qué Louisse habría subido a la viga? Normalmente era un animal tranquilo,
70

excepto cuando cambiaba de piel. Pero esta tenía un aspecto extraño, como si la hubiera
cambiado aprisa y no por razones naturales precisamente. Unas costras de barro negro
en el costado llamaron su atención, y empezó a tironear de la piel.
— Cuidado, no la rompas... — le dijo a Cassandra.
— ¿Qué pasa?
— Mm. Que debería desprenderse, eso pasa... Y no lo ha...ce.
Con un último tirón, la piel vieja de la boa se soltó. Había estado enganchada en
una pequeña ranura en la pared, al final de la viga. La ranura daba al patio de Cassandra,
justo encima del estante de las bromelias. Cassandra gateó por la viga hacia allí. Había
pedazos de piel en los bordes.
— Curioso... Hubiera jurado que la boa no cabía por este agujero.
Javan la miró, y no le dijo nada. Ese agujero no debería estar ahí. Y sin dudas,
Louisse no cabría jamás en él. Además, las manchas de barro...
— Termina tu trabajo, después discutiremos esto, — le dijo. Y tomando la piel,
volvió a descender.
— Suban, — les dijo a los aprendices cuando llegó abajo con la piel de boa. —
Y llévense su humo rosa.
Los muchachos lo miraron perplejos. Su habitual mal humor había regresado,
tan vivo como antes. No hicieron preguntas. Allá arriba, Cassandra se había sentado en
la viga, y les hacía señas con la mano.

Un rato después los chicos se habían marchado. Cassandra se acercó al escritorio


de Javan. Él levantó la vista de sus papeles. La piel de boa había quedado a un lado.
— ¿Qué estás tratando de hacer? — le dijo él.
— Hacerlos pensar por sí mismos... Con más ayuda de la que les das tú. ¿Nunca
leíste un libro de pedagogía?
— Prefiero el nuevo tratado sobre pociones para cambiar la edad. Me refería a
los artefactos forasteros. Estás llenando de basura todo el castillo...
— Te dije que mi ropa se está llenando de hongos. Y tiene un olor horrible. Hay
demasiada humedad aquí abajo, y un extractor no te hará daño...
— Un extractor... — suspiró Javan.
— Y... conseguí que me traigan un homogeneizador manual y un equipo de
destilación la semana próxima...
— ¿Para qué? ¿No tienes suficiente trabajo?
71

— ¡Por favor! Quiero preparar unos extractos y necesito el homogeneizador para


unas mezclas cosméticas de Anika... Esa chica tiene en verdad talento.
— ¡Mezclas cosméticas! — se escandalizó Javan.
— Cremas de belleza, ungüentos rejuvenecedores... Esa clase de cosas. No
creerías lo que Anika es capaz de lograr con unas cuantas hierbas y un mortero...
Cuando vaya a ver a Alessandra la semana que viene voy a pasar por el Mercado para...
— Siempre vas al Mercado en esta época.
Cassandra se encogió de hombros.
— Es la mejor época en los dos lados. Miriam está a punto de enviar sus
pedidos, y no le doy tiempo de hacer preguntas. Y en el Mercado, en esta época, el
Alcalde está fuera, y no me molesta...
Javan echó la cabeza hacia atrás y se rió.
— No te rías. Ese enano presumido me tiene harta...
— ¿Ahora es un enano presumido? Pensé que solo era un incompetente... — Y
Javan se levantó.
— ¿Adonde vas? — preguntó ella sorprendida. Él sonrió.
— Primero voy a abrazar a mi esposa, que llama enano presumido la máxima
autoridad secular de este lado de la frontera... Y después me la voy a llevar a almorzar...

Y la semana fue pasando. Cassandra y Javan habían estado discutiendo sobre


artefactos forasteros durante todos los almuerzos de la semana. Él trataba de ganar a
Andrei para su causa, y Cassandra para la suya.
— Es una escuela de magia. No puedes llenar este lugar con cosas de afuera, —
decía él. Andrei abría la boca, pero en general no llegaba a decir nada.
— ¡Por favor! Te dije que no estamos tratando de llenar nada con nada. Sólo
estamos comprobando como la tecnología puede ayudar a la magia y vice-versa.
— ¡Somos magos, Cassandra! No expertos en basura forastera... Explícaselo,
Andrei, ¿quieres?
— ¡Basura! ¡Basura tus narices! ¡Andrei, por favor, hazlo razonar!
— ¡Olvídalo! — decía él terminante.
— ¡Oh, qué testarudo y prejuicioso! Necesitamos un destilador y lo sabes... Lo
sabes. ¿O te lo tengo que deletrear?
— Nunca en mi vida usé un destilador, y estoy seguro que no lo necesito, —
decía él en tono bajo y amenazador.
72

— Dijiste que necesitabas un extracto purificado de belladona ¿no? Eso implica


una extracción y posterior destilación. Necesitarás un Soxhlet y un...
— ¿Un qué, perdón? — Andrei pudo interrumpir.
— Un aparato para extracciones en caliente. No podemos seguir esperando por
el Mercado. Ya nos fallaron una vez, — dijo ella.
— Y sobrevivimos, — dijo Javan. — Salimos de esa.
— Pues yo no quiero ir al mercado de la villa del Templo a cada rato. Una sola
vez me bastó, — dijo ella. Se estaba empezando a enojar. Había empezado por juego,
pero él era tan testarudo.
— Y yo no quiero artefactos de forasteros en mi clase.
Ella golpeó la mesa con la mano. Sus ojos echaban chispas.
— Está bien, — dijo. —No los tendrás. Veremos cómo te las arreglas para
conseguir tu jugo de belladona sin un Soxhlet.
Y salió del salón a grandes pasos.
— ¿Qué está pasando? — preguntó Andrei.
— Ha estado insistiendo en traer algunos aparatos químicos al castillo. Le dije
que no, pero ya sabes como es ella...
Andrei lo miró gravemente.
— ¿Por qué no la dejas salirse con la suya? Es solo un destilador y un Sox... lo
que sea.
— Sí. Y un sistema de extracción, y una computadora, un cromatógrafo, un... no
me acuerdo el nombre. Está convirtiendo el salón de abajo en un laboratorio.
— ¿Y que hay de malo en eso? — se atrevió a preguntar Andrei. Javan lo miró
fijamente.
— Pasas demasiado tiempo con Alessandra, — dijo. Andrei se rió.
Estaba a punto de decir algo, pero un tremendo rugido de dragón rasgó el aire e
hizo temblar los cristales. Varios de los nuevos aprendices levantaron la cabeza
alarmados.
— Ryujin, — dijo Javan con voz apagada. — Pensé que ella había dicho que
saldría para el Mercado mañana.
— Sí, yo entendí lo mismo... — Encogiéndose de hombros, Andrei se levantó.
— De todas maneras, tengo que hablar con él. Disculpa.
Encontró a Gaspar y a Cassandra en el vestíbulo. Ella se colgaba de su brazo
como siempre.
73

— Bienvenido, Gaspar. ¿Cómo estás? — saludó Andrei. Gaspar se adelantó a


estrecharle la mano.
— ¿Qué tal? Le decía a Enna que salíamos mañana temprano, y si no
necesitaban nada más...
— Yo sí tengo algunos extras... — dijo Cassandra. — Pero si pasarás la noche
aquí, tendremos que arreglar...
— No será necesario. Tengo una cita para esta noche...
Cassandra se quedó quieta un momento.
— ¿Una cita? — repitió.
Gaspar dijo con naturalidad:
— Las esporinas. Ellas me pidieron que viniese...
— ¿Para qué?
— Enna, querida... Eso es asunto de ellas y mío. Es privado, no puedes ir
metiendo las narices donde no te han llamado.
— Qué buen consejo, — dijo Javan, que se había acercado silenciosamente al
grupo. — Deberías escucharlo.
— Comites Fara, buenas tardes, — saludó Gaspar formalmente. Javan levantó
una ceja. — Una amiga suya le envía saludos y espera que se encuentre bien.
— Estoy bien, gracias, — dijo Javan con brusquedad.
— ¿Qué amiga? —preguntó Cassandra mirando a uno y a otro. Gaspar miró a
Cassandra.
— Si tu esposo no te lo dijo, yo no lo haré, Enna. Deberías mostrar algo más de
respeto en su presencia, — dijo.
— Anticuado, — dijo ella de mal humor. — Él es un...
— Él es tu marido. El que tú elegiste. Y no me meterás en medio de su
discusión. Hablemos de negocios si no te importa...
— Está bien. Necesito un Soxhlet, un destilador y algunas otras cosas para la
próxima semana. No nos venderán más belladona, ni extractos líquidos ni esencias
alcohólicas. Tengo que preparar unas alcoholaturas, las infusiones no son problema...
Creo que las restricciones seguirán con los productos animales, y necesitaré hacer los
estándares yo misma. — ella había hablado en el tono serio que empleaba para los
negocios.
— ¿Qué estás diciendo? — preguntó Javan.
Ella sonrió con amargura.
74

— Realmente creíste que estaba jugando, ¿no? Tenemos un verdadero problema


con el extracto de belladona. Y escuché que hay otros productos a punto de ser
restringidos... lo que significa que todos podrán tenerlos menos nosotros. Ya conoces al
señor Alcalde.
— ¿Por qué no lo dijiste? — Javan estaba perplejo.
— Te lo dije. Pero además, esperaba que me tuvieras un poco más de confianza.
En el fondo sigues pensando que soy una tonta forastera que no sabe nada del mundo
mágico...
Él la miró frunciendo el ceño.
— Te ruego que me perdones. Yo no sabía...
La sonrisa amarga estaba todavía ahí.
— Soy una profesional. Sé cómo manejar esto. Si no puedo comprar el extracto,
haré yo misma la extracción. Y si tengo que purificarlo personalmente, lo haré. Tendrás
tu belladona a tiempo, — dijo ella. El reloj sonó, llamándolos a clase.
— Discúlpenme, tengo que irme. Gaspar, siéntete como en tu casa. — Y salió.

La cena en el comedor principal fue tan magnífica como siempre. Parecía que de
alguna manera, los edoms siempre adivinaban cuando había visitas y se esmeraban más.
Cassandra pasó la velada entre las conciliadoras atenciones de Javan, y la usual simpatía
de Gaspar. Evitó el antiguo lenguaje, como forma de respeto a su esposo, excepto en
una ocasión.
— ¿Andiro en’Sporina? — preguntó. Gaspar asintió.
— ¿Enquie onomon endulave te kir? — Ella se mordía el labio inferior.
— Nokiro anté, valinaro. Y deja de preocuparte, andarienna. No tiene nada que
ver contigo ni con los tuyos, y todo saldrá bien...
Ella frunció los labios, pero no volvió a usar el antiguo lenguaje de nuevo.
Después de la cena, Gaspar agradeció con una reverencia, como de costumbre,
pero no presentó ninguna historia. Se despidió de Cassandra y partió en la noche hacia
el bosque.
— ¿Estás preocupada por él, no? — le susurró Javan un rato después. Ella
asintió.
— ¿Te importaría que camináramos un rato antes de dormir?
— Será un placer, — le susurró él suavemente.
75

Ella no quería ir al bosque, así que se encaminaron hacia el lado norte de los
terrenos del castillo. Un sendero empezaba donde la hierba no estaba cortada, y se
perdía en los campos sin cultivar. Lo siguieron un rato, caminando en silencio a la luz
de la luna.
— ¿Qué hora es? — preguntó ella.
— Casi las dos, — dijo él. Hubo una pausa. Los matorrales eran escasos, y
estaban en la cima de una pequeña colina. Algunas piedras rodaron cuando las pisaron.
— C’ssie... — la voz de Javan sonó muy suave en la noche silenciosa. Ella se
volvió a él. — ¿Puedo pedirte algo?
Ella asintió con la cabeza. No se atrevió a romper el silencio alrededor.
— Quisiera que bailaras para mí... La danza del fuego, — pidió él en un ligero
susurro.
Ella sonrió. Él soltó su mano, y ella giró, alejándose de repente. Frente a sus
ojos, su vestido se transformó en llamas vivientes, y mientras ella bailaba, el círculo
comenzó y se completó. Giró a su alrededor, en círculos, en espirales, ora más rápido,
ora más lento, y de nuevo, otra vez. Dibujó cintas de llamas, arcos y círculos en
cambiantes colores. Y entonces lo llamó. Cerrando ojos de fuego lo besó, y se fundieron
en un estallido de llamas.
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Capítulo 8.
La Poción Envejecedora.

Cassandra partió para el Mercado a la mañana siguiente. Necesitaba hablar con


Gaspar tranquila y a solas, así que lo llevó con la caja de Dherok a su casa en la
frontera. Habían planeado regresar en el tren. Pero la mañana en la casa fue curiosa.
Cassandra no lograba hablar de lo que le preocupaba, y se movía por toda la casa,
poniéndola de cabeza, una y otra vez. Al fin, Gaspar la llamó a la cocina.
— ¿Por qué no me dices de una vez lo que te molesta, Enna? Me estás crispando
los nervios.
Curiosamente, él parecía cómodo en la cocina forastera, sentado a la mesa,
mirando tranquilamente el juego de luces del sol en la mesada y en el piso. Nita se las
arreglaba para mantener la casa de la frontera perfecta, aún cuando ellos estaban en el
castillo, o en la cabaña. Cassandra se dejó caer en la silla frente a él. Él le sonrió,
tranquilizador.
— ¿Y bien?
— ¿Qué querían las esporinas de ti? — preguntó ella de un tirón. Él hizo una
mueca.
— Ah, ¿eso es lo que te preocupa? No es nada relacionado con el Trígono, Enna.
Puedes quitártelo de la cabeza... Tal vez en el futuro... pero no inmediatamente. No te
preocupes por ellas...
— Pero, Gaspar...
— Ellas querían que hiciera de juez. Necesitan un mediador imparcial en un
asunto... inusual.
— ¿Qué asunto?
— ¡Kierenna, ino antulave ité! ¿Es que nunca dejas de preguntar cosas?
Cassandra sonrió. ¡Se lo habían dicho tantas veces! Aunque nunca en el antiguo
lenguaje. Gaspar se resignó a contestar.
— Esta Puerta del Verano, varias de las estrellas del cielo mágico se reunirán
sobre la Casa. La Casa es una de las constelaciones madre más amplias y difusas, tanto
que la mayoría de los observadores suelen ignorarla. En este momento, el brillo de la
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Casa va desde el Dragón hasta el Cazador, y para la Puerta, el Cazador quedará adentro
de la Casa también.
— ¿Eso es parte del Gran Signo?
— ¿Gran Signo? ¿Ya has oído hablar de él, entonces?
— Desde que el año empezó hemos estado recibiendo advertencias. Los
centauros, Xanara en el lago... todas las criaturas del Trígono... Los Tenai me dijeron
que en esta ocasión, los tres cielos, el del Interior, el de la frontera y el forastero tienen
las mismas señales... Y que eso es un presagio poderoso.
— Creo que no quiso decirte que para ti es un mal presagio. El Dragón declina
en este signo, y tu eres la profesora Dragón, ¿recuerdas?.
Cassandra sacudió la cabeza, como queriendo alejar la insinuación.
— ¿Qué tiene que ver con las esporinas?
— El Signo coincide con uno de sus ciclos de crecimiento... Tienen previsto un
cambio importante... del cual no me está permitido hablar.
— ¿Y por qué te llamaron a ti?
— Porque soy más viejo que ellas, nada más... No te preocupes por ellas. Lo que
ellas hagan no tiene nada que ver con el Trígono.
Ella se resignó a aceptar lo que él decía.
— Aún así, el Trígono corre peligro... — murmuró ella al cabo de un rato de
mirar los parches de sol. — Ven, te lo mostraré...
Mientras Gaspar la miraba, ella tomó la piedra blanca de su gargantilla y la
desprendió. La sostuvo entre las puntas de sus índices, frente a Gaspar. Él la reconoció.
Era una porción de la Piedra del Corazón, la última prueba que Zothar había puesto en
el camino de Cassandra para convertirse en la Guardiana. Aunque era tan solo una
pequeña parte de la piedra original, que según sabía, custodiaba el Anciano Mayor.
La piedra comenzó a brillar con una luz blanca que no vacilaba. Gaspar se
inclinó hacia ella, y apoyó los dedos en los otros lados de la piedra. El brillo se hizo más
intenso, y los encegueció. De pronto, Gaspar se encontró en un lugar en el que nunca
había estado antes.
— ¿Dónde estamos? — susurró.
— El Corazón del Trígono... Un lugar privado del Interior. — Ella estaba de pie
ahora, y ya no era la forastera que él había conocido. Toda el aura de poder de la
Guardiana brillaba en ella. La vio moverse hacia la derecha, y la pared de luz blanca se
desvaneció para mostrar la reja de un balcón. Ella se apoyó allí, y Gaspar la siguió.
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Estaban mirando el rincón de Zothar, en el Bosque. El cielo normalmente azul


estaba negro, cubierto de espesas nubes de tormenta, y de tanto en tanto, la luz de los
relámpagos mostraba el perfil del Bosque. Un trueno amenazador sonó a lo lejos.
— Se está haciendo más fuerte, y será todavía peor... — dijo ella. — ¿Sabes lo
que significa, no?
— Atacará pronto. Este año, es seguro...
Cassandra se volvió a mirarlo.
— Cuando el Gran Signo destelle en todos los cielos... — dijo ella.
Gaspar asintió.
— De modo que has hablado con los Abba-Tenai...
— Sí. Hice un Triegramma... A mi esposo no le gusta demasiado.
— ¿El Triegramma o los Abba-Tenai?
Ella hizo una mueca.
— Ninguno. ¿Sabes por qué?
Gaspar sonrió.
— Sí. — Ella lo miró inquisitiva, y él dijo con tranquilidad: — Abba-Tenai no
tiene problemas en sacrificarte para salvar al Trígono. Y usar un Triegramma puede ser
muy peligroso para ti. Ninguna de esas cosas resulta tranquilizadora para él ¿no te
parece?
Ella sonrió a su vez, con una sonrisa triste, y volvió a mirar afuera, a la tormenta.
— También tengo una pesadilla que se repite... Pero eso no es sobre el Signo. Es
sobre la Maldición.
— Tampoco te preocupes por ella. Es un viejo cuento, y con lo del otoño
bastará...
Cassandra suspiró.
— A veces me pregunto si valdrá la pena intentarlo.
Gaspar se acercó y la tomó por el brazo, curiosamente tenso.
— ¿Por qué dices eso?
Ella lo miró.
— Esa... amiga que le envió saludos. Esas reuniones que tiene con el que venció
a su maldición... No me dice lo que hace, y... yo no sé qué pensar...
Esta vez Gaspar no reprimió la sonrisa. Ella hablaba de nuevo con voz infantil.
— Estás celosa, — dijo. — Eso es bueno.
— ¿Celosa, yo? No, yo no...
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— Enna, eres peor que él. Más celosa y más posesiva que él. Si pudieras hasta
filtrarías el aire que respira para que nada le llegara sin que tú te enteraras. Te conozco.
— Ella hizo un ruido de fastidio. — Y te diré que eso es bueno. Estabas demasiado
confiada, con esas escapadas al futuro que te haces. Demasiado segura... Ahora le
prestarás más atención... en el presente.
— ¡Qué tontería! — resopló ella. Gaspar se limitó a reír y se acercó a ella.
— Créeme, el presente es lo único que en realidad tienes...
El siguiente relámpago cayó demasiado cerca, e hizo estremecer a Cassandra.
Gaspar la sostuvo y la retiró del balcón. La luz blanca se cerró tras ellos como una
cortina.
— Enna... Te ayudaré en cualquier problema que tengas, ya lo sabes... — le dijo
de repente. — Aún cuando no nos afectase a nosotros...
— Lo sé. Estás ligado al Trígono. — Había una especie de melancolía en la voz.
— Y a ti, — dijo él. Y la miró a los ojos, sin pestañear.
— Lo sé, — dijo ella sonriendo débilmente. Él la abrazó. — Lo sé...

Las paredes blancas del mirador se habían desvanecido, y se encontraban de


regreso en la casa. Cassandra estaba trabajando en los formularios que debía entregarle
a Miriam. Gaspar la miraba desde el sillón en que se había instalado, perdido en sus
propios pensamientos.
Reina se lo había dicho. Las esporinas se lo habían repetido. El Signo en el cielo,
en los tres cielos, empezaba a verse claro. El peligro era cierto, y por un momento deseó
tener el poder de alejarlo de Cassandra. Lo que ella tendría que enfrentar... Sin duda,
cuando se habían conocido en el claro del bosque, ella no tenía la fuerza. Después de
compartir su magia con él, tampoco. Medio poder no alcanzaría. Pero le bastó para
convertirse en la Guardiana. Hoy había comprobado cuánto había crecido, pero se
preguntó si sería suficiente.
Por mucho que Cassandra fuese su amiga, y por mucho que la quisiera, tenía una
responsabilidad con el lado mágico. Y ella era la única herramienta que el Signo les
dejaba contra el Cazador. ¿Qué pasaría si ella fallaba? Se repitió que era lo único que
podía hacer, y se dijo de nuevo que tal vez era la única forma que ella pudiera
sobrevivir. ¿Un ataque de la Serpiente y la Maldición de Zothar en el mismo año? No,
sin duda era demasiado para una forastera. Siguió mirando a Cassandra por un largo
rato, envuelto en una profunda preocupación.
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— Cassie... ¿Adónde vamos? — Estaba oscuro.


— Necesito noctarias...
— ¿Dónde vas a conseguir...?
— ¡Sh! Casi llegamos. Es el lugar de la otra vez. ¿No te acuerdas?
— ¡Auch! Sí. Recuerdo esta maldita piedra.
Cassandra se rió en voz baja.
— Sí. La última vez también te tropezaste en ahí...
El cementerio de la iglesia estaba oscuro. No había luna que iluminara el
camino. Cassandra no usó la varita, ni permitió que Alessandra llevara una linterna.
Gaspar no había venido. Tenía otros asuntos, había dicho. Ellas se deslizaron entre las
tumbas abandonadas por una calzada desierta. Sus pasos resonaban tétricos en el
silencio. Finalmente alcanzaron un pozo medio derruido al otro lado de los edificios.
— Es aquí. Sostén la cuerda con fuerza... No quiero caerme, — dijo Cassandra.
Alessandra hizo una mueca.
— Me siento como una violadora de tumbas, — dijo.
— Será de pozos en todo caso. Esto es sólo un aljibe...
Cassandra bajó por el pozo, casi hasta tocar el oscuro espejo de agua. Junto a un
ladrillo suelto, cerca de la superficie del agua había un agujero, y en él, había
encontrado las semillas de noctaria la primera vez. Así que bajó en busca de otra
muestra.
Estaba vacío. Su gemido de consternación subió hasta Alessandra allá arriba.
— ¿¡Qué?! — gimió, aflojando la cuerda. Hubo un chapoteo, y un grito
ahogado. Luego de unos tirones, Cassandra emergió completamente empapada, pero
con una sonrisa.
— ¿Estás bien? — preguntó Alessandra.
— Sí. El primer hueco estaba vacío. Pero había otro hueco, unos ladrillos más
abajo... No lo vi la otra vez.
— Salgamos de aquí. No me gusta este lugar. Es fantasmagórico...
— Sí, vamos a casa...

El último día que Cassandra pasó en la frontera, Gaspar la llevó a un lugar


especial. El viejo castillo estaba algunos kilómetros afuera de la ciudad. Gaspar condujo
perezosamente hacia él. El camino era nuevo para Cassandra. El paseo, inesperado.
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Entraron con los demás turistas, como si ellos también lo fueran. Pero en el momento en
que su pie tocó el umbral, ella supo exactamente para qué estaban allí.

El silbato anunciaba el arribo al Valle. Cassandra abrió los ojos. En sus rodillas,
tres macetas de nomeolvides se balanceaban precariamente. Las miró extrañada. No
recordaba cómo había llegado al tren, ni ningún momento del viaje. No había nadie con
ella. ¿Dónde estaría Gaspar? Se sentía cansada y somnolienta. Bostezando y
pestañeando trató de darse cuenta de dónde estaba ahora. El tren se detuvo. Ella estaba
todavía mirando la pared cuando escuchó unos golpecitos en la ventanilla. Era Javan, y
un poco más allá estaba Andrei. Les sonrió algo desorientada.
— Ryujin envió un mensaje. Dijo que llegarías a esta hora... — Javan habló
despacio, eligiendo con cuidado las palabras. — Andrei se ocupará de las cosas.
— Ah... gracias... Cuida de mis plantas, An... — el resto se perdió en otro
bostezo. Ella sacudió la cabeza. Andrei miró los nomeolvides con curiosidad, pero lo
que preguntó fue:
— ¿Estás bien? — Javan lo miró con el ceño fruncido.
— Eh, sí... Bien... algo dormida todavía... — Cassandra se movía con lentitud.
Javan le presentó el brazo, y ella se apoyó en él. — Gracias...

Ella no habló mucho en el camino al castillo, y Javan no intentó que lo hiciera.


Caminaba con los ojos casi cerrados, casi dormida, casi inconsciente. Había pensado
que la caminata la despejaría.
Ryujin se lo había dicho, sí. En la carta. Lo siento mucho por su esposa,
Comites, ¡Qué fácil lo arreglaba!, pero que ella tiene que enfrentar es demasiado
grande. Tengo que prepararla por su bien y por el del Trígono. Y el del mundo
mágico... No había sabido qué pensar.
El medio-dragón le decía que la había llevado a un antiguo lugar sagrado, donde
la magia antigua que ella canalizaba se vería aumentada y reforzada. No decía por qué
había decidido hacerlo. Explicaba que Cassandra estaría muy cansada por mucho
tiempo, y que tendría que vigilarla. Javan resopló. ¿Qué otra cosa había estado haciendo
desde que la conoció? Y sin embargo, cuando la vio en el tren, pálida y más desmayada
que dormida... Parecía que no podía ni siquiera moverse. Se sintió preocupado.
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— Javan... — Cassandra se había detenido al pie de las escaleras que llevaban a


sus habitaciones. — Por favor, dile a Sylvia que venga cuando termine de cenar. Tengo
algo para ella...
— ¿No vas a cenar con los demás?
— No, mi amor, estoy muy cansada, y quisiera recostarme... Pero tenemos que
sembrar las noctarias esta noche.
Él solo asintió con un gesto.
Cuando volvió a bajar, acompañado por Sylvia, la encontraron dormida en la
mecedora. Javan la sacudió con suavidad, y ella abrió los ojos con dificultad. Otra
lánguida sonrisa le curvó los labios.
— Bien, — dijo. — Vamos.
— Cassandra, podríamos hacerlo mañana... — empezó Sylvia.
Cassandra sacudió la cabeza.
— No, — dijo. — Las necesito crecidas para mañana y floreciendo la semana
que viene... Tengo mucho trabajo pendiente...
Javan la miró intrigado. ¿cómo conseguiría noctarias crecidas para mañana?
— ¿Te importaría venir, Javan? Necesito ayuda, – dijo.
— Claro, — murmuró él.
Se dirigieron al gran calabozo bajo el castillo, la enorme sala de tortura
abandonada, ahora sellada, tapiada y prohibida a los aprendices. Cassandra se las había
ingeniado años atrás para obtener la ayuda de Javan y guardar allí una explosiva
colección de batilaris igneas, las babosas de fuego; y más tarde, para adoptar el glub
que encontró en el pozo sin fondo. Era tan solo una larva del tamaño de un puño cuando
ella y Kathy lo encontraron, pero lo cuidó y lo alimentó hasta que fue demasiado grande
para su fuente, y tuvo que devolverlo al pozo. El mismo glub los había ayudado a
buscar las Prendas robadas el año anterior, y así las había rescatado. El año anterior...
Habían pasado tantas cosas, y aún así parecía que el tiempo corría tan lento. Sylvia sacó
esos pensamientos de su cabeza.
— ¿Qué es eso? — preguntó de repente.
— ¿Qué? Ah, es un Triegramma. Es muy grande para la oficina...
— No está abierto. ¿Por qué no lo abriste?
— ¿Abrirlo? — Cassandra estaba sorprendida.
— Es un diagrama tridimensional... te mostraré. — Sylvia avanzó hacia el
dibujo, que estaba extendido sobre el potro como un mantel. Cassandra la siguió.
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— ¿No deberías concentrarte en las noctarias? — preguntó Javan desde atrás.


Parecía tenso.
— Después. Ahora, observa: apuntas al centro con tu varita y sigues la línea
principal diciendo: Tridimus apertis obli. Eso es todo.
— ¿Cuál es la línea principal?
— Cuando lo vayas a abrir, es la que se vea más brillante. Ahora es... Esta.
Cassandra empezó a hacer como Sylvia le había indicado. Con un relampagueo,
el dibujo empezó a abrirse en un estallido de color, pero la luz bajó y se oscureció
pronto.
— Estás muy cansada para hacerlo esta noche, Cassandra. Concéntrate en tus
noctarias. — Extraño como pudiera parecer, Javan sonaba aliviado.
Cassandra asintió. En realidad tenía dificultades para mantenerse despierta y en
pie. Y lo que iba a hacer no era algo sencillo.
Sylvia descendió al pozo usando la escala de seda que tenían para eso. Por
supuesto, un pozo sin fondo no tenía un fondo que pudieras alcanzar (al menos con
vida). Pero esta escala de seda permitía alcanzar la superficie del agua al final de las
paredes de ladrillo. Había también una estrecha repisa donde uno se podía sostener. A
ese lugar llegó Sylvia, apretando contra su pecho la cajita que contenía las semillas de
noctaria.
— Ya llegué, — gritó a la oscuridad. — Empieza.
Cassandra asomada sobre el brocal, la oyó claramente.
— Muy bien, — murmuró. Como había hecho en su cocina, allá lejos,
desprendió la piedra central de su collar y la hizo flotar sobre la boca del pozo. Empezó
a moverse alrededor de él, moviendo las manos y los brazos, girando de manera que
siempre miraba a la piedra redonda. Se parecía a la danza de las esporinas, y era, sin
embargo diferente; menos libre, más ritual. La piedra blanca comenzó a brillar con una
luz similar a la de la luna. Luego de unos segundos, Sylvia gritó desde abajo:
— ¡Está empezando, lo lograste!
La piedra blanca simulaba una luna llena. A la tercera vuelta de Cassandra
alrededor del pozo, la pequeña luna comenzó a menguar. La danza cambió de ritmo,
más lenta, más pesada, más... Javan no supo si se trataba del cansancio de Cassandra, o
el ritmo que la luna menguante le exigía a las esporinas, criaturas de las sombras y el
plenilunio. La danza se iba enlenteciendo a medida que la falsa pequeña luna menguaba.
Llegó a la media luz, y siguió menguando. Por tres veces más, Cassandra giró alrededor
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del pozo, moviéndose cada vez con más lentitud. Al fin se detuvo. Javan se acercó a
ella; la luna falsa todavía no era nueva. Cassandra apretó los ojos, y se apoyó en él. Y
cambió al antiguo lenguaje. El esporinio no le respondería en la oscuridad.
— Indokiro-loo, anna’tenn omaro indokiro... — repetía, en una voz que decrecía
progresivamente, junto con la luz. Y la luz se apagó. Luna nueva. La voz de Cassandra
casi no se distinguía de una respiración. — Indoki-anna, loo’tenn omaro...
La frase había cambiado. La luna nueva nacía. El brillo en la falsa luna comenzó
a aumentar una vez más, mientras Cassandra hacía un esfuerzo para hacer sonar su voz
un poco más fuerte cada vez. Javan la sintió temblar, y la abrazó. Al cabo de lo que
pareció un largo rato, cuando la falsa luna ya había pasado el creciente y se acercaba a
la plena luz una vez más, la cabeza de Sylvia asomó por el borde del muro.
— Por fin. Ella no hubiera resistido más, — dijo Javan enojado. Sylvia miró a
Cassandra sorprendida.
— Yo... Yo no pensé que...
— Está bien, — dijo Cassandra. Simplemente extendió la mano y la Piedra del
Corazón voló de nuevo hacia ella. — Sólo llévame a nuestras habitaciones. Una noche
de descanso será suficiente. Sylvia, ¿qué pasó con...?
— Las noctarias crecieron todo un mes allá abajo. Ya tienen botones, y llenan
casi todo el pozo. Florecerán en dos o tres días... — dijo con calma. — Fue prefecto.
Javan ya se la estaba llevando al cuarto. Ella no se preocupó de nada que no
fueran sus brazos alrededor de su cintura.

Después de eso, Cassandra durmió por dos días sin despertarse. En la segunda
mañana, abrió los ojos y se volvió para darle un beso de buenos días a Javan, pero él no
estaba allí. Gateó fuera de la cama, sintiéndose curiosamente vacía. Él estaba dormido
en la mecedora. Parecía haber pasado la noche allí para no molestarla.
Ella sintió de nuevo ese viejo sentimiento creciendo dentro de ella. No había
manera de sofocarlo. Ni tampoco tenía sentido hacerlo. Se sentía rara, febril. Se acercó a
la mecedora lenta y sinuosamente. Se apoyó en el respaldo, se inclinó y lo besó.
Su respuesta fue clara y apasionada. Se había despertado. Sus brazos se estiraron
para ceñir su cintura, y atraerla hacia sí. La mecedora siguió hamacándose un largo rato
mientras ellos se besaban.
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Más de la mitad de enero había quedado atrás, y la semana estaba a punto de


terminar. Cassandra trabajaba en su patio. Orquídea negra trenzada con tallos de
noctaria para formar el símbolo de la vida. Pétalos de nomeolvides y de siempreviva
pegados a la trenza con sabia de hierba sol y ajenjo. El amuleto necesitaba ser secado en
corriente de aire caliente, y luego ella debía probarlo. Pero... ¿Y si no funcionaba? Ella
no quería lastimar a nadie.
Cassandra movía las manos lentamente sobre la trenza, secándola con los fuegos
de Arthuz. Pensaba...
La puerta del salón se abrió de golpe.
— ¡Profesora! — la llamó Norak. — ¡Necesito poción revertidora urgente!
Cassandra se levantó con un mal presentimiento.
— No queda más revertidora. Javan sabe que... — Miró al muchacho a la cara.
— ¿Qué pasa?
— Venga. ¡Rápido! — Los nervios le hacían perder sus modales. Él había sido
siempre escrupulosamente formal con Cassandra.
Ella lo siguió. La clase estaba congelada por el horror. Javan (o lo que quedaba
de él) estaba sentado en una silla frente al escritorio. Parecía un cadáver viviente.
— ¿Qué...?
— Pociones envejecedoras... Estaba demasiado fuerte... — dijo Norak con voz
ahogada.
Cassandra aterrizó sobre sus rodillas, a los pies de Javan y le tomó las manos. Él
la miró, pero sus ojos estaban cubiertos por una película blanquecina. Estaba ciego. Ella
habló lentamente.
— No hay más revertidora, tonto.
Él murmuró algo ininteligible, pero apretó fuerte las manos de Cassandra. Ella
frunció los labios y miró al suelo. En ese momento se dio cuenta que tenía el amuleto
todavía en la mano. Ella no lo pensó dos veces. ¿Probarlo? ¡Más valía que funcionara!
Apoyó la trenza contra el pecho de Javan, cubriéndola con las dos manos. Nadie vio lo
que era. Murmuró algo en el antiguo lenguaje, pero nadie entendió lo que decía. Pero
todos vieron el desello de luz casi azul, casi verde, y el efecto de inversión de la poción
que se hizo de pronto visible. El cabello de Cassandra se volvió completamente blanco
y recuperó su color, junto con el de él. La piel de sus manos se volvió apergaminada y
arrugada, para inmediatamente recuperar su textura, igual que lo hacía la de él. Casi
como si ella hubiera absorbido o canalizado el efecto de la poción. Pero ella no prestaba
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atención a nadie más que a él. Lo miraba fijamente, murmurando, mientras él


recuperaba su edad natural. Sus ojos recuperaron su color habitual, y pestañeó.
— Gracias, — dijo él. Su voz sonó ahogada, pero normal. Ella se levantó.
— No lo vuelvas a hacer, — le dijo, furiosa. Y lo besó delante de toda la clase.
— O te mataré personalmente...
La trenza que ella tenía en las manos era ahora irreconocible.
— Está inservible ahora, — gruñó. — Tendré que empezar de nuevo.
Y sin embargo, había un claro tono de satisfacción en su voz.
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Capítulo 9.
El lugar en la Frontera.

Y febrero comenzó. En los invernaderos, la hierba sol florecía destellando en sus


macetas, mientras las orquídeas negras colgaban del techo en cestos adecuados para
ellas. Las noctarias estaban todavía en el pozo sin fondo, y Cassandra mantenía los
nomeolvides y las siemprevivas en su patio cerrado, el que usaba como oficina. Las
plantas continuaban floreciendo fuera de estación, porque estaban siendo regadas con
unos preparados de floración continua diseñada por Dríel. El sistema funcionaba a la
perfección.
En cuanto a las clases, Cassandra guardaba sus aparatos forasteros arriba, en el
salón de los Viajeros, hasta que Javan se rindiera. Ella había esperado que lo hiciera
antes, pero cuando volvió del Valle, la interminable discusión por el extracto de
belladona siguió como siempre. Él declaró que se las arreglaría sin él. Cassandra se
encogió de hombros y abandonó la discusión. De todos modos, tenía demasiado trabajo.
Hoy nevaba. Era tal vez la última nevada, y Cassandra miraba melancólica cómo
la claraboya se iba cubriendo con un manto blanco. Una sensación de incomodidad la
había estado invadiendo desde diciembre. Y cada vez que la pesadilla volvía, el veinte,
o el veintiuno de cada mes, la sensación se incrementaba. Había algo allí afuera, y ella
tenía que salir a buscarlo. Hoy era veinte. La pesadilla no tardaría en aparecer.
Al atardecer no soportó más la inquietud. Si no salía del castillo iba a empezar a
gritar. Así que convenció a Javan de llevarla a ver a Kathy.
— ¿Por qué quieres ir justo hoy? — gruñó él, tomando la escoba. Ella sonrió,
feliz.
— Falta solo un mes para las vacaciones, y...
— Y justo hoy. Está nevando. Nos vamos a congelar. — Él no la escuchaba de
todas maneras, así que ella se calló. Montó tras él, abrazándolo fuerte, envuelta en una
capa de piel gris. Él pateó el suelo y despegaron.
El viejo juego de hacer saltar la escoba para molestarla seguía estando allí. Ella
asomó un poco la cabeza y lo besó en la oreja.
— Lo hago de nuevo si vas suave... — le susurró. — Si no, te muerdo.
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Él detuvo la escoba en medio del aire. Ella lo pellizcó, balanceando los pies en el
vacío.
— Déjame pensarlo, — dijo él. La escoba comenzó a caer, perfectamente
horizontal. Ella cerró los ojos con fuerza y lo apretó.
— ¡Por favor! — gritó.
El volvió la cabeza y la besó.
— Está bien. No jugaré, — dijo, y arrancó de nuevo con un vuelo suave,
controlado y perfecto.

Cassandra pasó un rato haciendo deberes con Kathy en la cocina. Ada y Javan
conversaban en el living. Después de eso, tuvieron una especie de picnic frente a la
estufa. Kathy estaba feliz. Tanto, que decidió que quería bailar. Así que apartaron la
mesa, despejaron el espacio, y Kathy se paró en medio de la habitación, mirando el
suelo por unos momentos. Luego, levantó los brazos y comenzó a bailar.
No se parecía a nada que hubieran visto antes. Era una danza totalmente
inventada. Pero en su intuición infantil, Kathy dibujaba los símbolos arcanos, apenas
esbozados en el movimiento de las manos y de los pies. Cassandra reprimió un
estremecimiento. La niña no podía saber lo que estaba diciendo en su danza. Pero ella
podía leer los signos.
Arriesgó una mirada a Javan, pero él observaba embelesado a su niña. No
contaba con el Vigía para esta tarea. Miró a Adjanara, pero Ada se limitaba a sonreír.
Ella tampoco leía nada anormal en ese aletear de palomas que Cassandra veía en las
manos de Kathy, ni escuchaba nada en el susurro de la ropa de la niña al moverse. Pensó
que estaba imaginando cosas que en realidad no estaba ahí. Pero una y otra vez, en cada
una de las evoluciones de la niña en la habitación, ella volvía a detectar los viejos
signos. Miró a Kathy, y en un momento, su mirada se cruzó con la de la niña. Un
destello apenas, pero creyó ver los ojos de la bruja fénix otra vez. Prestó más atención.
Tierra. El salto y la inclinación se le antojaban la siembra y el crecimiento de
una semilla. Aire. Ese peculiar balanceo de los brazos... Fuego. Giraba cada vez más
aprisa, y la serie de inclinaciones le dijeron a Cassandra que ese fragmento era una
proto-danza del fuego. No estaba completa... pero se podían distinguir los elementos
principales. Agua. Los últimos giros eras más suaves, acompasados. Luego de girar y
arder en un frenesí, llegaba la calma. Un vaivén suave, y un giro etéreo, y la danza
acabó en algo que a Cassandra se le antojó la lluvia cayendo sobre la tierra sedienta.
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Cassandra disimuló su desazón aplaudiendo y tendiendo los brazos a la


chiquilla. Kathy la abrazó como siempre. Sus ojos eran exactamente los de una niña de
seis años. Pero el mensaje de Kathara había sido entregado. Se quedó con ella hasta que
la nena se durmió.

— Realmente tuviste una buena idea, — dijo Javan cuando estuvieron de nuevo
a solas en el castillo. Se oía satisfecho. Cassandra lo miró meterse a la cama. Ella
también se sentía bien. La impresión que la danza le había causado... Bueno, podía
esperar a la mañana. El Libro de Inga tendría algo que decir a ese respecto seguramente.
Se acurrucó contra él.
— Todavía tienes esa quemadura, — susurró ella luego de un rato. La tenía
desde el hechizo revertidor contra la poción envejecedora. La única solución que habían
encontrado había sido ordenarle a Zerhan que hiciera todas sus pociones diluidas a la
mitad. Siempre hacía sus pociones demasiado fuertes.
— Tuve suerte que funcionara, C’ssie, — dijo, y cuando la besó pudo sentir sus
labios curvándose en una sonrisa. — ¿Qué?
Había enderezado la cabeza para mirarla. Ella lo miraba con una expresión
extraña.
— Nada... — dijo ella. La volvió a besar.
— C’ssie... — dijo él un rato después. Ella estaba casi dormida entre sus brazos.
— ¿Mm?
— Quisiera que tomaras esto conmigo... — Ella sintió su mano correr por su
espalda, lenta e insinuante.
— ¿Qué cosa? — preguntó, empezando a despertarse.
— Poción intercambiadora... Quisiera saber cómo te sientes cuando nosotros...
Ella estaba alerta ahora. Lo miró con atención. Una vaga sonrisa empezó a
dibujarse en su cara. Se estiró sobre él hacia la mesa, rozándolo deliberadamente con
todo su cuerpo al hacerlo, y tomó la botellita del cajón.
— ¿Es ésta? — preguntó, todavía sobre él. Él asintió con los ojos brillantes. Ella
la destapó con los dientes y bebió la mitad del contenido. Luego se la pasó, dejándole
lugar para enderezarse lo suficiente para beber. La botellita vacía rodó sobre las mantas
cuando ella lo besó otra vez.
Fue la más extraña de las noches. Las emociones y sensaciones conocidas, sus
propias emociones y sensaciones cambiaron de repente cuando la poción empezó a
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actuar. La fuerza de su pasión la golpeó y la sobrepasó cuando la experimentó por


dentro. Era un mundo distinto. Sus sensaciones, sus vivencias eran extrañas, ásperas,
violentas, fuertes... Casi no sabía lo que hacía. Pudo entreverlo cerrando los ojos y
sonriendo, y supo lo que él sentía. Podía experimentarse a sí misma besando y siendo
besada, acariciando y siendo acariciada, abrazando y siendo abrazada... Un sentimiento
penetrante, casi desgarrador, creciendo dentro de ella le hizo perder el aliento, y la
siguiente ola de emociones les hizo perder por completo el control. Fue la más extraña
de las noches, y al final, se durmieron juntos, abrazándose más fuerte que nunca.

El sueño había cambiado. Era la pesadilla otra vez, y no era la misma. Estaba en
una habitación llena de espejos, que la reflejaban oscuramente, y no era ella, sino Javan.
Aún dentro del sueño recordó la poción intercambiadora. Los reflejos la miraban con
ojos rojos. Ella retrocedió asustada. Los reflejos, no. Avanzaron hacia la luna y la
alcanzaron. Cuando estaban a punto de alcanzarla el sueño cambió. Estaba huyendo de
una multitud de Javanes de diferentes edades en un bosque oscuro. Su propia pesadilla.
Abrió los ojos, jadeante, completamente despierta ahora. Luego de un momento, tanteó
en busca del brazo de Javan, y lo escuchó respirando de forma irregular.
— ¿Pesadilla? —preguntó. Él hizo un ruido vago.
— No me dijiste que tú también tenías pesadillas, — le dijo. Se había sentado en
la cama, y él le deslizaba la mano por la espalda, tratando de hacer que se acostara otra
vez. Ella se reclinó de costado, mirándolo. Sus ojos aparecían ausentes, aunque sus
manos no.
— Basta. Quiero una respuesta, — dijo ella. Él enfocó la mirada en ella.
— Tuve ese sueño dos veces. El día que te fuiste, y el día que trajiste las
noctarias. En el sueño ellos se unen, se funden en uno, se transforman en ti y tú me
asesinas.
— Yo nunca...
— Lo sé. Es sólo un sueño.
Ella apoyó la cabeza en su hombro y pasó el brazo sobre su pecho. Él la acarició
una vez más antes de decir quedamente:
— Trata de dormir ahora...

Cuando se despertó la siguiente mañana, se sentía descompuesta. Se tiró afuera


de la cama y corrió a la pileta.
91

Se había apoyado en el borde, todavía tratando de respirar, cuando Javan la


alcanzó. La sostuvo firme, con manos frías y continuó sosteniéndola hasta que el ataque
pasó. Incluso le lavó la cara y las manos y la llevó de vuelta a la cama.
— Yo no... No quería que tú vieras... — murmuró ella.
— ¿Qué? ¿Que a fin de cuentas eres un ser humano normal? A veces te
enfermas, como el resto de nosotros... — dijo él. Ella estaba de un feo color gris, y
empapada en un sudor frío. Él le secó la cara con una toalla, y esperó a que se volviera a
dormir.
El reloj de arriba y el sonido de las clases que comenzaban la volvieron a
despertar. El malestar había desaparecido por completo. Se encogió mentalmente de
hombros mientras se levantaba y se vestía. Fue arriba a la cocina en busca de alguna
tostada olvidada y algo de té. Estaba decidido. Ya sabía lo que tenía que hacer para
acabar con las pesadillas.

— ¿C’ssie? ¿Estás bien?


Ella detuvo el tenedor a mitad de camino y levantó la vista.
— ¿Por qué me lo preguntas? Estoy bien, — dijo ella, bajando el tenedor y
enderezándose.
— Esta mañana... — Él parecía preocupado.
— Trabajé en la biblioteca toda la mañana después de eso. Tres proyectos
diferentes para el próximo semestre. — Ella volvió su atención al almuerzo.
— ¿Qué pasó esta mañana? — preguntó Andrei.
— Me sentí mal, — dijo ella encogiéndose de hombros, y sin darle demasiada
importancia al asunto.
Andrei la miró, y luego a Javan, y de nuevo a Cassandra. Una curiosa sonrisa
apareció en su cara. Los ojos de Javan centellearon.
— ¿No creerás...? — empezó. Él también miró a Cassandra.
Ella dejó de comer y los miró a los dos.
— ¿Qué? No... No, no. Tenemos muy poco de casados. No podemos...
— Oh, vamos. Eres una mujer adulta. Sabes que basta una vez para tener un
bebé, — dijo Andrei encogiéndose él también de hombros. Pero todavía la miraba con
una sonrisa divertida en la cara.
— No, — dijo ella. — De ninguna manera.
— C’ssie... — dijo Javan tratando de tranquilizarla. Sus ojos todavía brillaban.
92

— No me toques. Ya tuve suficiente de ustedes dos, — dijo ella, dejando la mesa


muy alterada.
— ¿Qué le pasa? — gruñó Javan, perplejo.
— Yo que sé. Es mujer, — se encogió de hombros Andrei.

Javan no pudo encontrar a Cassandra esa tarde. Cuando uno de los aprendices de
ella bajó a la biblioteca de abajo fuera de turno, se dio cuenta que algo iba mal.
Interrogó al muchacho, y le dijeron que ella había suspendido sus clases de esa tarde.
¿Todas? Sí, todas, las tres... ¿Y donde está ella? No lo sé, comites, no lo sé... Norak se
hizo cargo de la clase, y él subió a buscar al Anciano Mayor. Pasaron por Andrei, y
Drovar se hizo cargo de la clase de arriba. Los tres salieron en busca de Cassandra.

Era casi dos luces cuando al fin la encontraron. Ella estaba sentada en un
barranco desnudo, mirando el bosque allá abajo, y las ruinas del castillo más allá.
Ruinas... Era el otro lado, y a la vez no lo era. El terreno era pedregoso y polvoriento, y
la helada no evitaba que el viento levantara el polvo en pequeñas nubecillas. Una franja
de luz color miel escapó por entre las copas de los árboles, y cruzó el suelo unos pasos
delante de ellos, separándolos de Cassandra. La imagen se difuminó, y las ruinas a lo
lejos, volvieron a ser un castillo. Era el lado mágico, y a la vez, no lo era. La luz cambió
de color.
— ¡C’ssie, por fin! ¿Estás bien? ¿Por qué no...? — Javan se interrumpió. Había
empezado hablando alto y rápido, pero la extraña expresión en la cara de ella no le
permitió seguir.
— ¿Estás bien? — repitió con más suavidad. Ella tenía los ojos enrojecidos,
como si hubiera estado llorando, aunque no había rastros de lágrimas en su cara.
— Sí... — dijo ella en voz baja y ahogada. — Lo encontré...
— ¿Qué encontraste? ¿Qué estás haciendo aquí? — Él la había alcanzado. Los
otros se quedaron un poco más atrás.
— La línea de la frontera. El verdadero límite... —susurró ella. — Tú no lo ves
¿o sí?
Javan miró alrededor.
— No, — dijo lentamente. Se había arrodillado frente a ella. Ella pestañeó y lo
miró.
93

— He estado pensando, toda la tarde... Y estuve observando esta frontera... La vi


temblar y moverse cuando ustedes se acercaban... Maestro, ¿usted puede verla?
— No, Cassandra. Nunca he sido capaz de ver la frontera, — dijo el Anciano.
Javan lo miró.
— ¿Usted sabía de esa cosa? Pensé que solo era otra de sus historias...
— No. Hace años que sé de ella, — dijo el Maestro. — Siempre pensé que no
debería existir...
Cassandra lo miró y sonrió.
— Lo mismo yo, — dijo. — Déjame mostrarte, querido. Mira por mis ojos.
Ella había gateado hacia él, y se arrodilló a su espalda. Cerrando los ojos, cubrió
los de Javan con sus manos. Luego abrió lentamente los suyos. El color de los ojos de él
destelló un momento en los de ella. Dio la vuelta lentamente, siempre cubriendo los
ojos de Javan. Él tomó aire ruidosamente cuando ella miró la línea de la frontera.
— Ahora la ves, — dijo ella, — como yo la veo... Andrei, ¿Puedes verla tú?
Él respondió con lentitud.
— Veo un cambio de luz y color. Más opaco allá, y más brillante de este lado.
— Sí, lo es. Allá es el lado forastero. Yo podría desaparecer allá, y no me
encontrarían jamás, ni con todos los rastreadores del mundo mágico... La otra vez me
quedé demasiado cerca... En la zona intermedia... No, ni siquiera Vlad me podría
encontrar del lado de allá...
— ¿Qué Vlad? — preguntó Andrei. Javan dio un respingo.
— El murciélago. Javan lo envió tras de mí hace un par de años...
Javan había tomado las manos de Cassandra y los nudillos se le pusieron blancos
por la presión. Tiró de los brazos de ella y se envolvió en su abrazo.
— ¿No estarás pensando en huir otra vez? — preguntó, tenso.
— No lo he decidido, — dijo ella con voz opaca. No había burla; estaba
hablando en serio. Él la apretó un poco más.
Ella lo miró sin una queja.
— Sabes que elegiré lo mejor para todos nosotros... Lo mejor para ti, para todos
ustedes... Siempre.
Él aflojó un poco las manos, y acarició las marcas rojas que había dejado en las
muñecas de ella.
— ¿Para qué vino aquí, Cassandra? — preguntó el Anciano cono voz tranquila.
— Necesitaba encontrar este lugar... Necesitaba recordar algo...
94

Ella calló unos momentos. Ellos no quisieron romper el silencio. El sol había
desaparecido bajo el horizonte, y los últimos rayos rojos eran fríos.
— ¿Qué querías recordar? — preguntó Javan finalmente. Cassandra apoyó el
mentón en su hombro.
— Una historia que escuché hace tiempo... En el principio, decían que el
universo era solo pensamiento... Muchos pensamientos, puros y transparentes como
cristales... Había uno en particular, una idea más grande y maravillosa que las otras, un
cristal enorme, blanco, brillante... y otro, tan grande y maravilloso como él, pero hecho
como de fuego... Aunque tal vez esa comparación no sea la adecuada... Creo que
representa la energía vital, el deseo o la posibilidad de hacer... y el cristal blanco, la
esencia de lo que existe... No estoy segura... Cuando el cristal de fuego se unió al cristal
blanco, ambos estallaron en pedazos, miles de pedazos... Algunos de ellos cayeron de
este lado, y otros, del otro lado de la frontera... Dice la historia que los pedazos de los
cristales, un poco de cada uno, se transformaron en las almas de los hombres. Me
dijeron que los pedazos de cristal siempre se están buscando unos a otros... Y que
cuando algo les impide unirse, vuelven a caer a la tierra una y otra vez hasta
encontrarse...
— Es una bonita historia, Cassandra, — dijo el Anciano con suavidad. Javan la
miraba, tratando de leer sus pensamientos.
— ¿Qué es lo que querías recordar, Cassandra? ¿Esa historia? — preguntó en
voz baja.
— No, no la historia... Trataba de recordar si la frontera siempre estuvo aquí...
— ¿La frontera?
Ella asintió lentamente, mientras su mirada volvía acariciar la invisible línea.
Javan la sintió apoyarse sobre sus hombros.
— Cuando llegué aquí hace cinco años pasé por otro lado, no por este... punto.
Pero no logro ver si la frontera también estaba aquí hace mil años...
— ¿¡Hace mil...?! — empezó Andrei. Javan lo calló con un gesto. Habló en voz
muy suave.
— ¿Cómo podrías recordar dónde estaba la frontera hace mil años? — susurró.
La voz de Cassandra fue todavía más suave cuando respondió.
— Fiona recibió las Joyas en la frontera... En este mismo lugar... Yo... a veces
puedo escuchar sus recuerdos... La vibración de su cristal... Si la historia es cierta...
Estaba tratando de hacer que mi cristal vibrara con el suyo... para escuchar sus
95

recuerdos ¿sabes? Aquí escucho el eco de la voz de Hoho cuando le dio la Joya de
Fuego... Antulave Ikinua, tannen kemir... Aquí te traigo el Fuego, esposa de Ikinú... Sí,
creo que fue en este lugar, a esta misma hora... ¡Qué lejos que están...!
Cassandra había cerrado los ojos ahora. Javan miró al Anciano y a Andrei con el
ceño fruncido. El Maestro asintió ligeramente.
— Vámonos a casa, Cassandra. Está haciendo frío.
Cassandra pestañeó un poco, confundida. Miró a su alrededor extrañada.
— Vámonos a casa, — repitió Javan. Ella asintió.
En el suelo, en el lugar en que ella había estado sentada, quedaba un ramito de
nomeolvides, atado con un tallo de noctaria, marcando el camino encontrado,
temblando levemente en el viento frío.
96

Capítulo 10.
Las Joyas de Nadie.

Ni Cassandra ni Javan pudieron dormir esa noche. La sintió moverse y volverse


a un lado y al otro. Trató de abrazarla para clamarla un poco, pero ella le dio la espalda,
y siguió removiéndose por horas. Al fin él se durmió.
Ella se despertó sintiendo sus manos deslizarse por su cintura como cada
mañana. Se desperezó sensualmente y se dio la vuelta para verlo, todavía medio
dormida y con los ojos entrecerrados. Las manos se escurrieron bajo el camisón. Ella lo
acarició con los pies. Él había tironeado del camisón hacia arriba, enredándole las
manos sobre la cabeza con él. Ella sonrió, pero él se detuvo bruscamente. Ella abrió los
ojos.
— ¿Qué es esto? — preguntó él.
— ¿Qué?... Ah, lo olvidé. No se suponía que lo vieras...
— Pero lo estoy viendo. ¿Cómo te hiciste esos cortes? — exigió él. Cassandra
tenía cuatro marcas en el cuello, cerca de la garganta, como un collar de sangre, justo
bajo la gargantilla de la Guardiana. Ella no contestó. Sólo rodó a un lado y volvió a
ponerse el camisón, cerrándolo hasta el cuello.
— Será solo por unos días... Hasta la Puerta de la Primavera... — trató de decir,
pero Javan quería una respuesta.
— No. Estoy realmente cansado de esto, Cassandra. Exijo saber qué estás por
hacer.
Ella apretó los labios y se levantó silenciosamente.
— Cassandra. Te fuiste en el otoño y nunca me dijiste adonde. Lo acepté.
¿Ahora te vas por un solo día, y vuelves con esas marcas? Solo la magia oscura produce
heridas como esas...
Cassandra golpeó la mesa con las manos, haciendo saltar las tazas y los platillos
del desayuno. Él la había seguido al patiecito.
— No es magia de la oscura, — dijo.
Javan la retuvo por los hombros.
— ¿Qué es entonces? — preguntó escudriñándola con la mirada. Ella cerró los
ojos y bajó la cabeza.
97

— Está bien, —dijo en voz baja. — Te lo diré...


Esperó a que el agua hirviera y el té estuviera listo. Sólo cuando tuvo la taza
caliente en las manos empezó a contarle, muy suavemente.
— Arthuz ya nos había dicho que había que buscar las verdaderas Joyas, hace
tiempo ¿recuerdas?
Él la miró interrogante. Ella hizo un gesto vago.
— En el Interior, cuando me encomendaron que restaurara la Puerta del
Bosque... — Él asintió. Ella continuó. — Las Joyas... No sabía por donde empezar, de
verdad. La víspera de la Puerta del Otoño encontré a Nero en el bosque. Me dijo que le
preguntara al hombre-dragón... Pensé que sólo podría estar hablando de Gaspar, así que
me fui. Fui a verlo, y logré que me contara la historia de las Joyas. Había visto algo en
la mirada de Gaspar cuando habló con Zothar el año pasado, y conocía la historia pero a
medias... Y pensé que había llegado el momento de averiguar la verdad...
— ¿La verdad sobre qué?
— La historia de las Joyas, la que conté al principio del año. ¿La recuerdas, no?
— Por favor, refresca mi memoria, — pidió él. Cassandra suspiró.
— Bien... Gaspar y Fiona se encontraron en el bosque, de la misma manera que
él y yo nos conocimos. Sólo que no había Althenor en aquel entonces. Fiona cruzaba la
frontera de vez en cuando. Creo que ni siquiera sabía lo que hacía. Era una persona-
frontera, ni totalmente forastera, ni completamente bruja. Los del pueblo de ella la
creían una loca... En fin, conoció a Gaspar y se hicieron amigos. Ella le hablaba de
pájaros y él de plantas. Un día, Zothar los siguió y la vio a ella. Los espió mucho
tiempo, porque se sentía atraído por Fiona. Creo que se sentía celoso de Gaspar
también. Hasta que un día hubo un accidente. Gaspar no me dijo exactamente lo que
pasó, pero Fiona resultó herida. De alguna manera, fue Zothar y no Gaspar el que la
salvó, y ella se enamoró de él. Gaspar nunca se lo perdonó a Zothar. Él y Fiona se
casaron y vivieron en el bosque un tiempo, pero Zothar no podía seguir con la doble
vida, el Trígono y Fiona... Así que buscó una solución, y se la llevó al castillo...
— ¿Una solución?
— Zothar usó una variación de un antiguo encantamiento para compartir el
poder, su propia magia, con su esposa. Pero hubo un error. El encantamiento requiere de
un mediador. Y Zothar... eligió a alguien del lado oscuro.
— ¿A quién? ¿La Dama de blanco?
Cassandra sacudió la cabeza.
98

— Eso hubiera sido afortunado, créeme. No tenía de donde elegir, necesitaba a


alguien poderoso, y llamó a uno de los Horrores de NingunaParte.
Javan la miró helado. Un Horror común era mala idea, pero uno de los de
NingunaParte... Era terrible. Los primeros de los horrores, los más terribles y
ancestrales de los demonios de un elemento... ¿Cómo había podido hacer algo así? Ella
continuó.
— El Horror actuaría como guardián del pacto, y al cabo de un año, regresaría a
reclamar su pago. Supongo que Zothar pensaba conformarlo con alguna cosa... Sangre,
un sacrificio, o dilatar el compromiso hasta que pudiera engañar al Horror de alguna
manera...
» Gaspar me dijo que había habido un cambio en Fiona, pero no sé hasta dónde
creerle. El Horror pudo muy bien contaminar la porción de magia que era para ella...
Pero Gaspar tampoco es imparcial. Todavía lamenta todo el asunto...
» Cuando Gaspar volvió, los encontró en el castillo. El Trígono era muy joven
todavía, demasiado joven para prevalecer ante una amenaza de ese tipo. Gaspar temía
que el Horror quisiera apoderarse de todo el Interior... O de Fiona. Así que ideó con
Reina todo el asunto de los Guardianes... La Guardiana. Plantó la idea en forma de
sueños en los Tres, y también en Scynthé... que es la más sensible, y según Gaspar la
que podría haber arruinado su plan.
— ¿Y las Guardianas qué tienen que ver con esto? — preguntó Javan. Estaba
escuchando con toda su atención. Las historia era mucho más complicada que al
principio, cuando ella la contó por primera vez.
— Se suponía que Fiona sería la primera de las Guardianas. ¿No lo ves? La
única forma en que ella hubiera podido quedarse hubiera sido canalizando el poder
ajeno, como yo. Así que con Reina... No sé cómo lo hicieron, y no sé de dónde salieron
las Joyas... Pero Gaspar y Reina las consiguieron y las trajeron aquí. Se suponía que las
iban a entregar a los Tres y a Scynthé, para que ellos eligieran a Fiona. Zothar no sería
problema... Y los otros no eran demasiado difíciles de convencer. No sospechaban nada.
Pero cuando Gaspar llegó con las Joyas, el Horror ya se acercaba, y... bien... No podía
esperar. Entregó él mismo las Joyas a Fiona, en el lugar que fuimos ayer. Los Tres y
Scynthé se enojaron mucho con Gaspar, pero al final él logró convencerlos que era lo
mejor, sin delatar el secreto de Fiona y Zothar. El demonio estaba cerca, pero las Joyas
lo detuvieron un tiempo... Casi un año. Al final, el Horror envió emisarios para robar las
Joyas.
99

— ¿Emisarios?
— Criaturas de un elemento, creo. Del lado oscuro de NingunaParte...
— ¿Y esas cosas entraron en el Trígono? — Javan estaba atónito.
— No lo sé. Por algo los Tres no los admiten aquí, ¿no te parece? La cuestión es
que las Joyas fueron robadas, las cuatro en la misma noche, y Fiona murió en las
mismas puertas del castillo, a la mañana siguiente. El resto lo recordarás...
— Las Prendas...
— Son sustitutos de las Joyas robadas. Como el collar de la Guardiana. Un
símbolo del poder perdido...
— ¿Y tu viaje?
— Fui hasta NingunaParte. Hacia el norte, lejos, muy lejos, y después del último
glaciar, puedes encontrar una pequeña depresión y un agujero. Si te arrastras por él,
cada vez más profundo, llegas a NingunaParte. Me encontré con Nadie, que me dio la
primera de las Joyas, y me indicó cómo llegar al siguiente NingunaParte... Hay cuatro
de ellos, uno en cada punto cardinal. Encontré un Nadie en cada uno, y cada uno de
ellos me dio una de las Joyas perdidas.
— Así que decías la verdad...
Cassandra sonrió.
— Nunca te mentiría...
— ¿Hubo algo de magia prohibida en esto?
Ella sacudió la cabeza.
— ¿Y la hikiri? ¿Para qué fuiste ahí?
— Fui sólo porque estaba cerca... Quería ver como estaba... Pero tuve que luchar
con los guardias... hasta que llegó ella. Dijo que había pagado su deuda, y que no tenía
nada que reclamarle. Le dije que no le estaba reclamando nada, que solo había ido a ver
si todo estaba bien... Y entonces me dio el huevo para Andrei. ¿Por qué crees que...?
— Creo que es un trofeo para su Vara.
— ¿Como los bebés de Joya en la vara de Kendaros? No entiendo ese tipo de
regalos.
Javan sonrió y se encogió de hombros. Se sentía mucho más tranquilo que una
hora antes. El desayuno debía estar empezando arriba.
— ¿Y lo de ayer? Y esas marcas... — dijo sin embargo. Ella lo miró, pero no
intentó eludir la respuesta. También debía sentirse aliviada.
100

— Antes de volver a la cabaña oculté las Joyas, — dijo ella. — Sabía que no
podía llevar esas cosas encima sin que se notara. La Esmeralda de Agua la escondí en la
cascada de los unicornios... y tú viste los destellos cuando toqué el agua, el día del
picnic... El Rubí de Fuego estaba en uno de los lugares de Arthuz, en el bosque. El
Zafiro del Viento lo escondí en una de las torres deshabitadas, cerca del ala norte. ¿No
escuchaste quejarse a Bjrak del viento?
— No, pero vi los destellos cada vez que te acercas demasiado allá.
Ella asintió gravemente.
— Y el Topacio de Tierra lo escondí en el jardín de Ingelyn y Scynthé. El jardín
de la Amistad. Ayer los fui a buscar a todos, y los escondí en mí misma.
Ella se levantó. Caminó hacia el centro del patio y movió las manos. El fuego de
la estufa rugió y se levantó, y el agua de la fuente saltó hacia arriba, entusiasta. Una
brisa helada entró por la claraboya y movió su camisón. Las espirales en el suelo
destellaron un momento, y Javan pudo ver las Joyas brillando en su cuello a través del
camisón.
— Ahora, — siguió ella, — debo devolverlas a los señores de las Ramas...
Pensaba hacerlo en la Puerta del Verano, antes de nuestro aniversario... Pero las
pesadillas...
— No esperes a la Puerta, — citó Javan.
— Voy a hacerlo en la Puerta de la Primavera, cuando comienzan todos los
ciclos. Las insinuaciones de Andrei me convencieron.
— ¿Andrei? — Javan se enderezó, en tensión.
— Sí, — dijo ella mirando al piso. — Tú y él insinuando que podría estar... — Y
miró a Javan directo a los ojos. — Si hay un bebé, no permitiré que le pase nada.
— Tampoco yo, — dijo él, acercándose a ella. — Ni a él ni a ti.
— Iré a la frontera en la Puerta... al lugar donde Fiona recibió las joyas, y las
devolveré a los señores de las Ramas, — dijo. Él solo la abrazó, deseando poder
retenerla allí, protegida para siempre. — ¿Vendrás conmigo? — preguntó.
— Iré contigo, — dijo él.
El reloj de arriba sonó, llamando a todos a sus tareas. Faltaba exactamente un
mes para la Puerta de la Primavera.

El día de la Puerta de la Primavera Cassandra se levantó en silencio antes del


amanecer. Deslizó una almohada en su lugar de la cama. Javan gruñó en sueños y puso
101

el brazo alrededor de ella aún antes de que ella tuviera tiempo de dejar el cuarto. Lo
miró y se sonrió.
Por supuesto, ella recordaba perfectamente bien que le había pedido que la
acompañara, pero la noche anterior lo había pensado mejor. El día sería largo y
agotador. Nita le llevaría una merienda al lugar en la frontera, y quizá Javan se les
uniera más tarde... Si no decidía ir con Lyanne al Interior. Hacía tiempo que no usaba la
entrada de los muchachos. Así que tomó la capa de piel gris que él le había regalado, y
se fue sin hacer ruido.
La Danza de la Tierra estaba prevista para el amanecer. Como Kathara le había
indicado: primero la tierra, como una semilla que despierta a la vida junto con el sol.
Las estrellas todavía brillaban cuando ella llegó a la pendiente rocosa. Buscó un refugio
más resguardado, y encendió una fogata. Luego caminó hacia la cima, y se detuvo justo
en la línea que dividía los mundos. Dibujó un círculo con la varita de los Tres. Un
círculo de Tierra. Luego sostuvo la varita en equilibrio sobre su palma. Las tres hebras
de color, y el etéreo hilo de Scynthé se separaron hacia los cuatro puntos cardinales y se
clavaron en el suelo como extraños tallos de colores. Podía ser el Trígono, pero las
Joyas eran cuatro.
Cassandra se paró en el centro, esperando al sol. Se quitó la capa y la envió al
refugio. Traía su vestido amarillo con lentejuelas. El viento frío la envolvió y ella
tembló. Y la primera luz dibujó líneas amarillas en el suelo. La danza comenzó.
No había nadie observando, pero si lo hubiera habido, seguramente hubiera
pensado que era muy similar a la danza del año anterior, en el vestíbulo del castillo al
amanecer, como hoy. El sol se levantó, lento y majestuoso sobre los árboles. La neblina
le daba sombras rojizas que se reflejaban en las lentejuelas del vestido de Cassandra.
Chispas de luz tocaban las rocas cercanas, y los árboles, más lejos. Un giro, una
inclinación, y otro giro. La luz jugaba con la bailarina en dulces toques y rápidos
relámpagos, y la danza continuó hasta que el sol fue un círculo completo sobre los
árboles. En ese momento, la hebra cobriza se convirtió en una columna de luz. Saliendo
de ella, apareció Ingelyn, señora de la Rama de Cobre. Cassandra le hizo una reverencia
y se acercó. El relámpago de luz, y el subsiguiente dolor la dejaron inconsciente unos
minutos. Cuando Cassandra volvió en sí, estaba helada. Se arrastró hasta el refugio, y,
envolviéndose en la capa de piel, se acurrucó junto al fuego y volvió a dormirse.
102

Cuando Javan la encontró, todavía dormía. La sacudió, y ella abrió los ojos. Ella
sonrió.
— Creo que me dormí de nuevo mientras te esperaba, — dijo, sentándose. —
¿Trajiste comida?
— ¿Por qué no me despertaste? — preguntó él.
— El día será largo... Tengo hambre, — dijo ella con tono infantil.
— Está bien. Vamos a comer. ¿Estás segura que estás bien? — dijo él.
— Estoy perfectamente... hambrienta. ¿Qué trajiste?
Ella no esperó. Arrebató la bolsa de las manos de Javan y sacó los sándwiches.
— ¿Otra vez? — protestó.
Javan la miró. Se había sentido preocupado, al principio, pero ahora... No pudo
reprimir la risa. Ella se detuvo y lo miró.
— ¿Qué?
— Eres... increíble, — le dijo.
Ella se encogió de hombros.
— Por supuesto. De otra manera nunca hubieras posado tus lindos ojos en mí...
Él se rió de nuevo.

La Danza del Aire se llevaría a cabo a mediodía. Cassandra se levantó y fue


hacia el círculo, soplando sobre él, y se paró en el centro, esperando. Una brisa fresca se
levantó exactamente a mediodía. Ella se había vuelto a quitar la capa, y estaba vestida
ahora con un vestido blanco y azul, seda y gasa, que flotaba y se movía con el viento.
La danza comenzó.
Cassandra se movía como una hoja en el viento, corriendo en círculos, girando,
flotando, y el viento soplaba alrededor de ella, casi tomando cuerpo para bailar con ella.
Javan nunca había visto algo como esto antes. Se quedó muy quieto, mirando
asombrado la danza, tan diferente de la que había visto en la fuente del suero de la
visión. Ahora la danza estaba completándose. Se podía dar cuenta por la forma en que el
viento se apagaba y los movimientos de Cassandra se enlentecían. Ella se veía cansada.
Y se detuvo. La hebra transparente de la varita estalló en una columna de luz blanca.
Algo blanco y maravilloso aleteó unos momentos en la luz, y dio paso a Ingarthuz, la
hechicera. Ella se deslizó, leve y sin peso hacia Cassandra, que se inclinó ante ella. Un
relámpago azul, y Cassandra cayó al suelo. El viento y la luz habían desaparecido.
103

Javan se apresuró hacia ella y la llevó de nuevo al refugio. Dos de las marcas rojas
habían desaparecido ahora. La envolvió en la capa, y la acunó por un largo rato.

Ella abrió los ojos, y la primera cosa que vio cuando miró hacia arriba fue el
mentón de Javan.
— Me pregunto por qué es que me agota tanto esto... — suspiró. Ella se
enderezó, y él la dejó ir.
— Es que eres una forastera, — le dijo él tan tranquilamente como si hubieran
estado hablando de ello por largo rato. — ¿Té?
— Gracias. Hace tiempo que no me dices eso.
Él levantó una ceja.
— ¿Decirte qué?
— Llamarme forastera. Y nunca dijiste que esa fuera la razón de que me cansara
tanto.
Él sonrió.
— Pero lo eres. Y te dije cientos de veces que juegas con cosas demasiado
fuertes para que tú las manejes.
Ella se encogió de hombros.
— Salí adelante. Salimos adelante... — dijo. El té era reconfortante.
— Ése es el problema. Siempre sales adelante. — Él calló unos momentos y
Cassandra lo miró. — Se te dijo que no podías hacer funcionar aparatos forasteros en el
castillo, y tienes una computadora en el cuarto de atrás. Se te dice que no se puede hacer
algo, y solo vas y lo haces... — Él no parecía enojado, sin embargo. Lo habían discutido
muchas veces antes. — Es difícil seguirte el paso.
Ella solo siguió mirándolo.
— Creo que voy a enamorarme un poco más de ti, — le susurró.
— Tonta...
Ella se acercó, y lo besó.

La Danza del Fuego iba a realizarse a la caída del sol. El último rayo tocó el
círculo, y éste se encendió en llamas. Y Cassandra bailó. Javan había visto esta danza
antes. Tres veces, y las tres diferentes. La primera vez, cuando ella todavía era forastera.
Y ella usó trucos falsos para hacer lo que ahora hacía con magia: jugar con anillos de
fuego y envolverse con cintas, y moverse como una llama con su vestido de seda
104

blanca, amarilla y roja. Bailaba como una llama desnuda en la brisa del crepúsculo.
Mientras la oscuridad crecía alrededor, Javan recordó la segunda vez. Estaban en la
cabaña, y él le había pedido que le mostrara cómo había liberado el poder del fuego. En
un resplandor rojo-verdoso, había visto aquella danza. Cassandra, mitad bailando, mitad
jugando, había luchado con una hikiri de cincuenta metros. Ella había cambiado de
elementos tan rápido que Zothar no la pudo seguir. Y ella ganó. Ahora ella giraba
alrededor del círculo en una luz amarilla, naranja, roja. La miró y recordó la última
danza. Había sido apenas unos meses atrás. Le había pedido que danzara para él, y ellos
se habían fundido en fuego, después. Se preguntaba si ella sabría lo que le estaba
haciendo. Se había fundido con él en agua, el año anterior. Y en piedra, o tierra, aunque
no fue adrede. Ellos habían tenido que ocultarse de los sirvientes de la Serpiente, antes
de rescatar las Prendas muertas. Y la última vez, en fuego. Si ella... No, cuando ella,
porque estaba segura que ella lo haría; cuando ella le entregara el aire, él poseería los
mismos poderes que ella. La hikiri se lo había advertido. De alguna manera, sabía que
esto iba a ocurrir. Volvió su atención a Cassandra y su danza.
Ella giraba en el centro, en una alta llama de oro. Los otros fuegos se apagaron,
y la hebra del fuego se abrió en una columna de luz para que Arthuz entrase al círculo.
El acostumbrado relámpago se produjo, y Cassandra cayó al suelo envuelta en llamas.
Javan saltó dentro del círculo y las sofocó. Luego llevó a Cassandra al refugio. La brisa
nocturna era realmente fría ahora.

Eran casi las once cuando Cassandra logró despertar.


— ¡Al fin! — dijo Javan. — Ya pensaba llevarte a la enfermería y dejar pasar el
asunto de Zothar.
— ¡No! — Su voz sonó urgente. — No podemos dejar pasar la última Joya.
Todo el asunto quedará terminado a medianoche.
— Y yo podré enterrarte. Estarás muerta para esa hora.
— No exageres. Y dame una taza de té. ¿Para qué te casaste conmigo, en ese
caso? — dijo ella de mal humor.
Él retuvo sus manos cuando le tendió la taza.
— Porque soy tan estúpido que me enamoré de ti, — gruñó.
Ella lo miró. Se sentía tan cansada que estaba lista para toda clase de preguntas
tontas.
— ¿Por qué?
105

— ¿Por qué, qué?


— ¿Por qué lo hiciste?
Él resopló. Su enojo se había evaporado. Ella estaba casi normal ahora, diciendo
las mismas tonterías que solía decir cuando quería que la mimaran. Había estado
durmiendo tan profundamente que temió que no volviera a despertar.
— Bueno... Llamaste mi atención al pronunciar mi nombre del Interior... antes
de que te lo dijera nadie. Después... Mm. La lista es larga. Me forzaste con miradas de
dragón, estropeaste mi pared, insultaste mi didáctica, me envenenaste con una
intercambiadora...
— Hey, esa no fue mi idea.
— Sh, me haces perder la cuenta. ¿Íbamos en los venenos? El sporino-sepass,
por supuesto. Me faltan los encantamientos... A ver, si no me equivoco... ojos de dragón
para que olvide, ojos de dragón para que obedezca... lluvia sobre mí para que acceda a
tus caprichos...
— ¡Despetrificarme en el día no era un capricho! Y tú me drogaste
sistemáticamente con esa maldita poción para olvidar...
— Sólo mientras fue necesario. Y me haces perder la cuenta... Ah, ya recuerdo;
llamaste incompetente y enano presumido al señor Alcalde, le tomaste el pelo en sus
narices a la Serpiente en persona, sin mencionar que le arrebataste a uno de sus
criados... Ungiste una Vara de hechicero, y una Marca de Fuego. Descubriste mis
secretos, y eres capaz de perturbar a la misma Adjanara, la Grande. Y salvaste a tres
Malditos... ¿Te parece poco? Porque hay más...
— Mm. Estás olvidando la parte que la Serpiente me secuestró...
— Ah, ya vamos llegando a eso. Movilizaste tú solita a todos los Rastreadores
del Trígono, hiciste salir a los Tres, y sobreviviste a una Red Púrpura, cosa que nadie
había logrado nunca... Después inundaste el Trígono con basura forastera, me mostraste
una frontera que nadie sabe que existe, hiciste revivir la leyenda de las Joyas, y las del
protector alado... Me mataste, me restauraste... No lo sé. Considerando todo esto... y es
menos de la mitad... creo que me enamoré de ti.
Él se había recostado contra el árbol, y estiraba las piernas. Ella se acurrucó
contra él como de costumbre. Él le pasó el brazo por los hombros.
— Así que solo es por las tonterías que hago... — dijo con voz infantil.
— Y por esta increíble piel que tienes, y esta boca tan dulce... — murmuró él,
deslizando la mano por su hombro y brazo, bajo la capa de piel.
106

— Ya habías dicho eso... — dijo ella.


— No, no lo hice. Pero si tú lo escuchaste, es seguro que te lo voy a decir...
Ella cerró los ojos, y dejó pasar el resto de la hora en un silencio confortable.

La medianoche había llegado al fin. La hora de la Danza del Agua, según el


mensaje de Kathara. Cassandra se dirigió hacia el centro del círculo por última vez,
sintiéndose más tranquila que las veces anteriores. Sólo faltaba una danza. Sólo faltaba
una Joya.
El rocío cayó blandamente, llenando la línea del círculo. Cassandra, ahora
vestida de verde, se movía lenta, sinuosamente. Una danza del agua diferente. La danza
salpicó, se reunió, llovió, rodó, giró y se movió en lentas ondas hasta su final. La hebra
verde se abrió en la columna de luz plateada para dar paso al señor de la Rama de Plata.
Cassandra, y también Javan, miraron con la boca abierta al espíritu que tenían
delante. No era el viejo Zothar. El espíritu les sonrió.
— ¿No lo habían adivinado, entonces? — dijo.
— No, — dijo Cassandra sin aliento. — ¿Quién eres?
— Soy Zothar. De la manera que él debió ser. El Zothar que ustedes conocen, su
figura, su imagen, fue realizada por mí. Yo hice el papel de Protector cuando el
verdadero Zothar se marchó, luego de la muerte de Fiona.
— Pero, ¿quién...?
— Esta es la imagen del tío Solothar, si es eso lo que intentas preguntar. Los
otros señores de las ramas personifican ellos mismos a sus Protectores, pero yo debí
hacer el de Zothar. El se fue, y jamás regresó. Aún así, la Rama debía sobrevivir, y ellos,
los tres que quedaban me apoyaron. El encantamiento para hacer vivir al Protector de la
Rama de Plata fue demasiado fuerte para Solothar. Casi muere. Pero el Protector, o sea
yo, todavía perdura. Soy una mezcla de Zothar y Solothar, puede decirse. El poder de
uno, y la voluntad de construir, aprender y enseñar del otro. Y la mezcla es tan poderosa,
que yo, de entre los Tres, soy el único que puede adoptar diferentes formas, a mi gusto.
Cassandra lo miró completamente impresionada.
— No podíamos mantener esto en secreto de la Guardiana y el Vigía, — dijo.
Javan había entrado en el círculo. Estaba detrás de Cassandra, sosteniéndola por
la cintura.
107

— Toma la Joya, por favor. Creo que todo esto es demasiado para mí hoy, —
dijo ella en un susurro. Hubo un frío relámpago de luz, y ella cayó sin fuerzas en los
brazos de Javan. No había ninguna marca en su cuello ahora.
108

Capítulo 11.
Abril.

La semana siguiente a la Puerta de la Primavera pasó en calma. Como otros


años, muchos de los habitantes del Trígono estaban en el Interior. Hacia la mitad de la
semana, Cassandra aceptó la sugerencia de Javan, y fueron al Interior también ellos.
Ella había estado evitando hacerlo.
Entraron al atardecer, y la pradera de mar se abrió ante ellos. Javan miró a
Cassandra levantando una ceja.
— ¿Qué?
— Así que esta es tu entrada. Bonita, aunque algo solitaria ¿no?
— Ah, miren quien habla, el señor de la cueva de la Madre de las Serpientes...
— Bueno... Vino con el título, ¿sabes? No la elegí.
— ¿Y por eso le estuviste escapando tanto tiempo? — Ella discutía por gusto,
pero él respondió en serio.
— No. Fue por Kathy. Es muy difícil guardar secretos en el Interior, sus
habitantes son muy perceptivos...
— Entiendo. Yo había creído que era por las puertas... Una vez Joya me dijo que
nunca habían podido atravesar la tercera, — dijo ella con suavidad.
Javan la miró, e hizo una mueca.
— Has hecho una chismosa de Joya, — dijo. Y luego agregó: — Las puertas me
resultaron perturbadoras, al principio... Después que desentrañé su significado, intenté
atravesar las tres. Pasado fue dolorosa, pero la pasamos. Presente... No sé lo que fue
para ti, pero para mí era tan solo un túnel oscuro. Al menos hasta que tú llegaste. Las
puertas me hablaban en símbolos simples, excepto la última. Una serpiente con el
corazón de fuego... No sé lo que es.
— ¿Una hikiri?
Javan sacudió la cabeza.
— No, estoy seguro que no es algo tan sencillo. Es una persona... Y esa persona
no quiere que yo averigüe quién es.
Cassandra le apretó la mano.
— Estaré contigo, — le susurró. Él la miró y sonrió.
109

— Más te vale, — dijo.

Aquella noche la pasaron en el Interior, observando las estrellas. El Gran Signo


se mostraba nítido para todos los que quisieran levantar la vista y mirarlo. Cassandra,
recostada en la hierba de la enorme y solitaria pradera, le mostró a Javan las
constelaciones madre, dibujándolas con líneas de colores en el aire. La Casa, y dentro
de la Casa, el Dragón. El Cazador, acechando siempre, presto a entrar en la Casa. El
Rey, y la Reina, vigilando de lejos, su tenue luz visible solo desde aquí. Cassandra dejó
escapar un suspiro, pero no quiso entrar en interpretaciones. Salieron del Interior al
amanecer, sin haber hablado con nadie de adentro.

Para celebrar el comienzo de las vacaciones, se celebró una cena especial. La


caja de música de Dherok apareció como por encanto, traída por no se sabía quién, y la
música llenó el salón enseguida de los postres. Kathy, que hoy pasaba la noche con
ellos, se había ido con Solana un rato antes, y ahora discutía con Taran. Cassandra los
miraba con aire ausente, muy silenciosa.
— ¿Lo extrañas? — preguntó Javan.
— ¿A quién?
— Andrei. No está aquí para invitarte a bailar. — Su mirada tenía un brillo
desagradable. Todavía estaba celoso. Cassandra buscó a Andrei con la mirada.
— ¿Dónde está? — preguntó.
— Del otro lado. Se fue con Alessandra...
Cassandra sonrió.
— Esos dos... ¿Debí haberlo adivinado, no? Pero tenía otras cosas en la cabeza...
— Las insinuaciones de Javan no podían dar en ningún blanco. Un rato después, Javan
le tocaba el brazo para preguntarle, algo avergonzado:
— ¿Quieres bailar?
— No, gracias... Estoy muy cansada esta noche...
— Hm... entonces te tengo malas noticias. Allá viene tu brujito favorito con cara
de profesora-cuéntanos-un-cuento...
Cassandra hizo un gesto de desesperación. Realmente, Taran y tres de sus
amigos se acercaban a la mesa de Cassandra. Javan se levantó y la ayudó a ponerse de
pie.
— Vamos. Te llevaré a tu cuarto... — le susurró. — Antes de que él llegue.
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Ella le sonrió.
— Quédate un poco más. Seguramente Kathy no quiera irse a dormir todavía...
— le dijo ella al besarlo, y se marchó hacia las escaleras. Javan la miró alejarse, y
volvió a la mesa.

Cuando bajó a sus habitaciones, con Kathy dormida en los brazos, Cassandra no
estaba.
— Realmente, no debería sorprenderme, — gruñó mientras acostaba a la niña.
Luego fue hacia la mecedora y se sentó a esperarla. Apenas había estirado las piernas
cuando Cassandra entró en el cuarto.
— ¿Javan? — llamó en un susurro. — ¿Estás aquí?
— ¡Al fin! Dijiste que estabas cansada. ¿Dónde...? — empezó a rezongar.
— Por favor... Hay.... hay algo que debes ver. Ven, vamos... — Ella estaba
curiosamente alterada. Si pudiera ser, diría que estaba asustada, con una expresión de
miedo mezclada con excitación en la mirada. Frunció el ceño.
— ¿Qué...?
— Por favor, sólo ven... — Ella tironeó de su brazo y lo arrastró hacia el
corredor.
Él la siguió, preguntándose qué podría estar pasando ahora. Ella lo llevó al
calabozo clausurado.
— Me estaba peinando frente al espejo, — dijo en un susurro, — y me pareció
ver una mancha. Me incliné a limpiarla, y la Piedra del Corazón tocó el cristal... El
espejo se abrió, y vi unas luces en la mazmorra... Tuve que venir, Javan.
Ella señalaba el Triegramma. Estaba extendido en el suelo ahora, ya abierto,
brillando con chispas de colores que saltaban hacia arriba en chorros de luz.
— Dijeron que es un diagrama tridimensional mágico de los flujos de energía.
Lo abrí como dijo Sylvia... y puse la Piedra Arco Iris sobre el castillo... — ella le apretó
el brazo nerviosamente. — Javan, esa cosa empezó a crecer. Los dos, el mapa y la
piedra.
Javan suspiró. Esto estaba más allá de lo que él esperaba, pero aún dentro de los
límites de sus temores. Recordó la carta de Ryujin. Había sido hacía unos meses ya,
pero... Primero las esporinas y Tenai le hicieron dibujar un Triegramma. Luego el
dragón reforzó su magia. Luego aprendió a abrir el Triegramma. Miró a Cassandra unos
111

momentos, considerando si todo esto no se estaría saliendo de cauce, y volvió a suspirar.


No tenía otro remedio que enfrentarlo.
— Está bien, Cassandra. Tienes que pararte sobre él. Tú también tienes que
tomar tu lugar, — dijo con voz apagada.
Ella lo miró con ojos asustados. Él sonrió, tranquilizador.
— Has llegado tan lejos que... Quiero decir, sólo es un paso más allá.
Él le dio unas palmaditas en el hombro y la empujó un poco. Ella pisó el dibujo
con un estremecimiento. Pero continuó. Pisando cuidadosamente entre las cambiantes
líneas de luz, llegó a su sitio y se paró allí. Hubo un estremecimiento mágico todo
alrededor, y las líneas se levantaron como brillantes curvas de luz sólida, en todas
direcciones. Las líneas danzaban en el aire a su alrededor, temblando, moviéndose,
cambiando de dirección, cruzándose, tocándose unas a otras y centelleando en los
puntos donde se encontraban. Luego, todas juntas se reunieron sobre Cassandra y la
atravesaron. Ella tragó aire y se estremeció, pero logró mantener la posición todavía
unos momentos. Javan tuvo que hacer un tremendo esfuerzo para no arrancarla de ese
Triegramma. Duro solo unos pocos instantes, y todo se completó. El Triegramma se
oscureció otra vez, aunque no estaba cerrado. La Piedra Arco Iris brillaba oscuramente
en su sitio. Javan subió al mapa y sacó a Cassandra de allí. Estaba inconsciente. La llevó
a la enfermería sin vacilar.

— ¿Qué le sucedió a su esposa, profesor? — Una voz femenina.


— Se sobrecargó de flujo mágico. ¿Usted sabía que ella hizo un Triegramma?
— Tenai me lo comentó, sí. Pero eso no sería suficiente para... — Una voz de
hombre.
— Puso la Piedra Arco Iris en él. Y las flores. Creo que no sabía lo que hacía
cuando dejó caer las flores sobre el mapa. También vi la red... Creo que hay que
interrogar a Tenai.
— Antes quiero que termines tu historia, Javan.
— Cuando ella me llevó allá, ya estaba centelleando, esperándola. Así que le
dije que ocupara su lugar. ¡Ni siquiera tuve que explicarle! Sólo fue y se colocó sobre
los círculos... Tenai tiene algo que ver con esto...
— Javan...
— Cuando ella se puso en su lugar, todos los flujos convergieron sobre ella. Y
ella se desmayó.
112

— ¿Qué pasó con el Triegramma?


— Está todavía allá. No se puede cerrar.
— Hm... Vamos a hablar con Tenai. Pero solo si me prometes permanecer
calmado.
Las voces venían de una lejana oscuridad. Una nube sin color cubrió sus
pensamientos. Estaba sobre algo tibio, suave, cómodo, y no tenía idea de dónde podía
ser. Las voces eran irreconocibles, todas menos la de Javan. Volvió a sumergirse en la
oscuridad de otro sueño.

Una mañana soleada de primavera llenaba la ventana. Cortinas color marfil,


paredes color celeste, piso y cielorraso de madera, cubrecama azul... Era la cabaña.
Saltó de la cama y miró confundida alrededor.
— Ah, estás levantada. Baja a desayunar entonces. El café se enfría, — dijo
Javan desde la puerta.
— ¿Qué día es hoy? ¿Qué pasó?
— Tres de abril, mi cielo. Llevas dos días durmiendo en la enfermería, y anoche
me harté, te secuestré y te traje aquí. Kathy está abajo, y esta tarde llega tu amiga
Alessandra con Andrei. Será mejor que te vistas y comas algo.
— ¿Y el Triegramma? ¿Qué pasó con...?
Él hizo un gesto de impaciencia.
— Todo está exactamente donde y como lo dejaste. ¿Vas a venir a comer? Kathy
ya desayunó, pero yo me muero de hambre.
— Ya voy. — Era algo extraño, pero Cassandra descartó su inquietud. Después
de todo, ella también tenía hambre.

Kathy y Javan habían ido a la estación a recoger a las visitas. Cassandra se


quedó en casa. Se sentía algo extraña, como si algo no anduviera del todo bien. Por
momentos, la invadía una sensación perturbadora, una inquietud que no sabía bien a qué
atribuir... como no fuera al Triegramma. El mapa había quedado abierto en el castillo,
había dicho Javan. Eso debía ser lo suficientemente lejos como para que no la afectara.
Después de todo, era del otro lado de la frontera...
Cassandra trepó al mirador, y observó las ruinas allá lejos. Sonrió, pensando que
Javan nunca vería ruinas, sino el Trígono en todo su esplendor. Era como ser ciego, pero
al revés. Él nunca podría estar por completo del otro lado. Pero era el Segunda Vara. No
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podía desprenderse de su magia; sería como dejar de respirar. El caso de ella era bien
diferente.
Dejó que su mirada vagara por el bosque. Se veía normal. Las hojas nuevas de la
primavera, y el perfume de las flores... No, no había nada de malo aquí... salvo ese olor
almizclado... Cassandra olfateó el aire con más atención. No parecía venir de afuera.
Cassandra se volvió, y siguió el rastro. ¿Venía de atrás? ¿De la escalera? ¿De su propia
ropa? No, no era la ropa. Pero el perfume era más intenso... tras ella. Se acercó a la
pared que había a su espalda, y al hacerlo, su sombra se recortó, nítida contra ella. El
perfume almizclado venía de la pared, o mejor dicho, de su sombra.
— ¿Nita?
El susurro la tomó desprevenida. Se suponía que los edoms no hablaban. Pero
había palabras en ese susurro. Tal vez palabras de alguno de los lenguajes prohibidos.
— ¿Nita, eres tú?
El susurro parecía un cántico. Cassandra sintió como la canción tanteaba sus
sentidos, tratando de penetrar en ellos. Se estremeció. Sabía que los edoms eran
criaturas mágicas, pero no sabía hasta donde podían llegar sus poderes. Levantó un
escudo mental, tal como Javan le había enseñado. Cassandra oyó un quejido, y el
cántico que se retiraba. Y entonces intentó algo que nunca había intentado antes.
Dijo las palabras en un susurro tan suave que su sombra no pudiera oírla. Dio un
salto hacia atrás y se separó de ella. La sombra quedó adherida a la pared, prisionera de
la pared, en tanto ella no le abriera la puerta para que pudiera deslizarse escaleras abajo.
Cosa, que por supuesto no pensaba hacer. Las siguientes palabras las dijo en voz alta, y
la sombra se estremeció y se sacudió en su plana prisión. Cassandra avanzó, y entró en
su propia sombra.
Lo más sencillo sería decir que era un lugar extraño, pero en realidad era mucho
más que eso. Era planamente extraño. Dos dimensiones... por donde se lo mirara.
Cassandra ocupaba casi todo el espacio de su sombra, y no había lugar para Nita allí.
Así que debía haber otra respuesta. Demoró un poco en dar forma a sus pensamientos
planos, pero al fin halló una respuesta. La sombra no era el lugar de los edoms. Los
edoms usaban la sombra como puerta a otro espacio. Ésa tenía que ser la solución. Así
que forzó su paso a través de la sombra y alcanzó el otro lugar.
El otro lugar era oscuro. No estaba dentro de la pared, ni dentro de la sombra.
Podía sentir a su sombra tratando de volver a pegarse a su espalda... lo que en este
momento sería más que inconveniente. Si lo hacía, ella no podría regresar al lado
114

correcto. Había cosas aquí, o más bien la sombra de las cosas. Un mundo en negativo.
Cassandra reconoció partes del mirador, y partes de la cocina de la cabaña, partes de la
casa en la frontera, y algunos lugares donde había estado... Como en un cuadro cubista,
los fragmentos de lugares conocidos se mezclaban en una realidad irreal. Intentó
recorrerlos, pero pronto se dio cuenta que los fragmentos se mezclaban como un
calidoscopio. Empezó a perder su sentido de la orientación.
— ¡Nita! ¿Dónde estás?
El olor a almizcle era más intenso aquí. El cántico había cambiado. Parecía
llamar a alguien. Cassandra se guió por el oído, ya que tenía el olfato casi embotado por
el perfume.
— Nita... Te estoy buscando... ¿dónde estás? — El sonido parecía más fuerte en
la dirección de los fragmentos de la cocina del castillo. Cassandra se estremeció. —
Nita...
Y de pronto se tropezó con ellos. Tres hermosos y bien formados capullos
obstruían el pasaje a las cocinas. La seda era suave al tacto, tersa, de un color
indescriptible, nacarado, cambiante... Cassandra tuvo la tentación de tocar esa seda,
meter la mano en el capullo y hundirse en él.
La pata negra de Nita la detuvo. La edom la miró con los ojos facetados
característicos de su forma arácnida. El olor de almizcle se convertía aquí en un tufo
sofocante, y venía de Nita y de sus tres capullos. Cassandra retiró la mano, y retrocedió
un paso.
No puedes entrar aquí.
— No puede ser... Javan dijo que demorarías al menos diez años en tejer
capullos...
No puedes estar aquí. Es mi lugar.
Cassandra retrocedió otro paso.
— Si tus capullos empollan tendremos problemas. No podemos ocultar a tantos
de ustedes... Javan dijo...
Mi antiguo amo no sabe. Los capullos son necesarios. Los pequeños llegarán.
— ¿Cuándo? — Cassandra estaba sin aliento. Nita no respondió. O si lo hizo,
fue con una medida de tiempo que Cassandra no logró traducir.
— Tengo que hacer algo... — dijo Cassandra. — O Javan ya no podrá
protegerlos.
115

Mis pequeños llegarán, se limitó a decir Nita con sus impresionantes ojos. Pero
el tono había cambiado. Ahora tal vez pedía ayuda.
Cassandra la miró.
— Oh, Nita... ¿Qué vamos a hacer? Javan me va a matar... Necesito...
Tiempo.
Nita había tenido la idea al mismo tiempo que ella. Tiempo. Eso era lo que
necesitaba.
— Bien, escucha. El próximo menguante, antes que Javan se de cuenta o tus
capullos se abran, vamos a llevarlos a la cueva del Tiempo... podemos dejarlos en algún
momento de la historia donde estén seguros y a salvo de los cazadores de edoms...
Nita le envió una imagen muy clara a su mente.
Hogar.
Cassandra la miró. ¿Qué le había mostrado? ¿Algún momento específico de la
historia, o algún lugar lejano? Había visto el cielo azul y violeta, y los árboles altos,
pero no sabía de qué lugar o tiempo provenía la imagen. Pensó preguntarle algo más a
Nita, pero desechó la idea. Su sombra tironeaba de ella en forma insistente.
— No dejes que Javan lo sepa, — le dijo antes de irse.
Y diciendo las palabras mágicas al revés, salió de su sombra y la despegó de la
pared.

— ¿Qué es todo ese ruido? —preguntó Alessandra, acercándose a Andrei.


Habían llegado en el tren de la tarde. La insistencia de Javan de que se quedaran
en la cabaña era tan inusual que aceptaron. De todas maneras, era mucho más cómodo
para Alessandra. Las barreras de protección solían ser agotadoras. Tan pronto como los
vio, Kathy se zambulló sobre Alessandra y comenzó una avalancha de conversación.
Habían simpatizado mucho el otoño anterior, cuando Cassandra estaba fuera. Pero aún
cuando tuvieron tiempo a solas con Javan más tarde, él no les dijo por qué los había
llamado.
Habían tenido una buena cena, aunque Cassandra parecía un poco distraída. Pero
ella cruzó una mirada de inteligencia con Andrei, y no hicieron comentarios. Tomaron el
café junto a la estufa, y ni Cassandra ni Javan dijeron nada. Andrei y Alessandra se
habían ido a la cama sin respuestas.
116

Ahora, Andrei leía el diario en uno de los sillones. El ruido provenía del jardín.
Él levantó la vista del diario, y miró por la ventana. Los últimos rayos del sol
coloreaban el cielo de rojo.
— Parece una nevada fuera de estación, y una guerra de nieve entre tu madura
amiga y su serio esposo.
Se escucharon algunos gritos, y el sonido de una explosión llegó a través de la
ventana.
— Y eso parece el hombre serio repeliendo el ataque, — dijo Andrei volviendo
al diario.
— No sabía que ustedes podían construir paredes de fuego, — observó
Alessandra mirando por la ventana.
— No podemos. Sólo Cassandra puede.
— Pues, Nag acaba de hacerlo, — dijo ella. Andrei levantó la cabeza, frunciendo
el ceño y se acercó a la ventana. Había supuesto algo así, pero... No estaba seguro. La
discusión con Javan acerca del huevo de hikiri no estaba zanjada ni por asomo. Él
quería criarlo, y Javan que lo uniera a su vara. Incluso le ofreció su ayuda, algo por
demás significativo. Llevaban medio año discutiéndolo.
— ¡Ah! ¿Guerra de nieve? ¡Espérenme! — gritó Kathy desde la escalera. Cruzó
el cuarto a la carrera antes de que nadie pudiera detenerla, y salió al jardín.
— ¡Hey, cuidado! — gritó Alessandra saliendo tras ella. Pero Kathy ya estaba
afuera de la cabaña. Corrió hacia el inestable límite que separaba la tormenta de nieve
de Cassandra de la pared de llamas de Javan. La envolvieron las llamas, y gritó.
— ¡Detente! — aulló Javan. Había escuchado a la niña.
Una montaña de nieve medio derretida cayó sobre Kathy con un sonido hueco.
Ahora fue Cassandra la que gritó.
— ¡Kathy! — y corrieron hacia el lugar donde ella estaba, ahora cubierta por la
nieve. Andrei y Alessandra salieron corriendo de la cabaña.
— No deberíamos haber estado jugando así... — murmuraba Cassandra,
escarbando la nieve con las manos. Alessandra la hizo levantarse.
— Usa viento, — dijo Javan, pálido. Cassandra lo hizo.
Un torbellino se llevó la nieve y la hizo desaparecer. Javan levantó a Kathy en
brazos y la llevó a la cabaña. Alessandra se llevó a Cassandra, murmurando palabras de
consuelo.
— ¿Cómo está? — preguntó Andrei cuando todos entraron, y él cerró la puerta.
117

— Desmayada...
Cassandra se veía asustada. Se acercó a la nena y la observó cuidadosamente.
— Demasiado fría, — murmuró. Y sin consultar con nadie, se transformó en
vapor caliente y entró en la niña por su boca y su nariz.
— ¿¡Qué estás haciendo?! ¡Cassandra! — Javan estaba horrorizado. — ¡No le
hagas eso a Kathy!
Alessandra los miraba sin comprender. Sacudió la cabeza y retrocedió unos
pasos.
— No... No, esto no puede ser... — murmuró, sacudiendo la cabeza. Andrei la
miró sorprendido. No esperaba que ella hiciera una reacción de incredulidad a la magia
justo ahora. Javan se volvió a él.
— Atiéndela en la otra habitación. Yo ya tengo suficiente con las mías...
Andrei no tuvo ánimo para festejar la ironía. Se acercó casi cautelosamente a
Alessandra, que retrocedía alarmada, y la llevó a la cocina. Sabía que en un lugar
razonablemente familiar podría calmarla. Siempre había sido muy ecuánime, y tomaba
las cosas con mucha más naturalidad que los otros forasteros que conocía. Logró hacer
que se sentara, y le preparó un té.
En la otra habitación, Javan depositó a Kathy en el sofá, mientras pensaba qué
hechizo sería conveniente para sacar a Cassandra de ella. Cuando estuviera afuera la
mataría. ¿Cómo había podido invadir así a otra persona? Era uno de los trucos más
inhumanos y desagradables que se podían hacer. Tenía ya la varita en la mano, cuando
Cassandra salió de la niña, tal como había entrado. Miró a Javan.
— No tiene heridas internas... Estará bien... y yo voy a... — se desplomó. Javan
no atinó a sujetarla, y el ruido de su caída trajo a Andrei y Alessandra del otro cuarto.
Alessandra se veía más controlada.
— ¿Cassandra?
— Desmayada, — dijo Javan guardando la varita. — Ella...
— ¿Mamá? — llamó Kathy en sueños. Javan la miró. Los ojos de Kathy
brillaban afiebrados entre sus pestañas. Tendió la mano hacia Cassandra. — ¿Mamá?
— Ayúdame a ponerlas juntas, — le dijo a Andrei, y después de cubrirlas con la
misma manta, se dejó caer exhausto en un sillón.
— Trae ese té, — dijo Alessandra, mirándolo. — Él lo necesita más que yo.
118

Javan estaba en el sillón, y Alessandra, de nuevo dueña de sí misma, le había


puesto la taza de té en las manos. Andrei se sentó frente a él y le preguntó llanamente.
— ¿Por qué nos querías aquí?
Javan posó sobre él una mirada astuta.
— Ella hizo un Triegramma.
Andrei lo miró sin comprender.
— ¿Y?
— Tenai dijo que era el más perfecto y completo que había visto en casi veinte
años. Sylvia le enseñó a abrirlo. Lo hizo hace tres días.
— Sigo sin ver a qué quieres llegar.
Javan miraba a sus dos mujeres. Kathy respiraba profundamente ahora que
estaba junto a Cassandra. Se había dado la vuelta y la estaba abrazando. Javan se
preguntó si ella no habría hecho uno de sus nudos mágicos, como Kathara. Desechó la
idea. Kathy parecía tener un sueño normal.
— Ella puso la Piedra Arco Iris sobre el Trígono en el mapa.
— No entiendo, — dijo Alessandra. Andrei se volvió hacia ella.
— La Piedra es un colector de energía. Y el Triegramma es como un mapa que
enfoca el flujo de magia del lugar que representa. ¿Sabía Cassandra lo que estaba
haciendo?
— No lo creo. Tenai nos dijo que él no le había enseñado cómo potenciar un
Triegramma. En realidad todas las abbas con las que hablamos parecían igualmente
sorprendidas. Ella... incluso puso las flores en sus lugares... la hierba sol y las noctarias.
No olvidó ni un solo símbolo...
— Bueno, pero...
— Ella lo abrió, y tomó también su lugar en el mapa. Los flujos se movieron,
como siempre.
— Eso es normal, la magia no es algo estático, — dijo Andrei en beneficio de
Alessandra.
— Pero esta vez, todos, todos los flujos convergieron sobre ella. Se sobrecargó,
se desmayó, y estuvo tres días durmiendo en la enfermería. Hoy era el primer día que
pasaba levantada. Sabes que ella siempre...
— Y ahora lo hizo otra vez.
Alessandra volvió a mirar interrogante a Andrei. Él hizo una mueca.
119

— Ese truco de convertirse en vapor... Exige mucho poder... O mejor dicho,


control. Si ella estaba tan agotada...
— ¿Por eso se desmayó?
— Eso, o que trató de atar a Kathy con algún lazo mágico, — dijo Javan en tono
seco. — De todos modos se hubiera desmayado. No era momento de jugar...
— Javan, ella lo hizo para ayudar...
— ¡Ayudar! ¿Te parece una manera adecuada de ayudar?
— Claro, —dijo Alessandra. — Convertida en vapor caliente, ingresa al torrente
sanguíneo por los pulmones y en unos pocos ciclos, si el ritmo cardíaco es adecuado,
puede reparar todo el organismo... Calentarla desde adentro, y sin los riesgos de un
calentamiento desde el exterior... Mecánica de fluidos, y algo de biología, Javan.
Javan la miró indeciso. Andrei se dio cuenta que había algo más. Miró a Javan.
— Presumo que eso no fue todo ¿o sí?
Javan bajó la vista.
— No, no lo fue... Hace un mes...
Javan dejó escapar la historia de las Joyas. Sin saber por qué, después que lo
hizo se sintió mejor.
— No te preocupes, — dijo Alessandra. — Ella está cansada. Supongo que es
demasiado esfuerzo para una sola persona.
Inesperadamente, Javan estuvo de acuerdo con ella.
— Espero que sea solo eso. Ella está acumulando poder más allá de su
resistencia.
— ¿Crees que ella está esperando algo? ¿Un ataque?
Javan asintió lentamente.
— ¿Y qué piensa el Maestro?
— El Anciano Mayor está de acuerdo. Todo eso del Gran Signo...
Hubo un silencio.
— Sí... — murmuró Andrei. — Todo converge en el mismo punto...
Alessandra frunció el ceño sin entender. Pero Javan entendió perfectamente.
Todo convergía en la maldición de Zothar.
120

Capítulo 12.
Las señales se cumplen.

Cassandra se despertó con frío. Tembló. Todavía estaba en el sofá, y el fuego no


estaba encendido. Javan dormía en un sillón. Kathy no estaba allí.
— ¡Chist! Javan, ¿dónde está Kathy? — llamó Cassandra en un susurro. Javan
se despertó con un sobresalto.
— ¿Eh?
Ella repitió la pregunta.
— Ella está bien. La llevé a su cama, y Nita la está cuidando.
Los ojos de Cassandra brillaron.
— Ven aquí, entonces... hace tanto frío... — Y sacudió la manta. Javan dudó
unos pocos segundos. Había atravesado todo el espectro emocional desde la pasada
noche. Había sentido miedo, repulsión, preocupación, ternura, amor. Y las dudas
huyeron ante la invitación. Él la apretó contra su cuerpo.
— ¿Papá? ¿Cassie? ¿Qué están haciendo?
Kathy estaba en la puerta, medio dormida, barriendo el piso con el camisón.
Cassandra se rió desde debajo de la manta.
— ¡Vamos Kathy! ¡Bienvenida a bordo!
— ¡No! ¡Ay, ese es mi pie! ¡No me pises! — gruñó Javan.
Cassandra se rió más fuerte, y Kathy le hizo eco.
— ¡A él! — dijeron de repente, y un enredo de brazos y manos trataron de asir a
Javan. Rodaron del sofá al piso.
Cassandra todavía se reía cuando trató de sentarse y encender el fuego con
magia. No pudo. Cuatro manos la arrastraron de nuevo bajo la manta y le hicieron
cosquillas. Ella gritó, pero no la dejaron escapar, así que repelió como pudo el ataque,
devolviendo las cosquillas con una mano a Kathy y con la otra a Javan. Kathy se
defendió tan bravamente que Cassandra tuvo que usar las dos manos para reducirla. Y
Javan aprovechó la oportunidad, y ganó simplemente enredando a sus dos chicas en la
manta.
— Está bien, ¡me rindo! — dijo Cassandra.
— ¡No, no! ¡No quiero! ¡Yo no! — protestó Kathy.
121

— Corazón, me estoy ahogando acá abajo... — Cassandra estaba sofocada, ya


fuera de risa o por la falta de aire.
— Muy bien, las dejaré ir. Sin revancha, se los advierto, — dijo Javan.
— Y te saldré de testigo, si es que necesitas uno.
Alessandra estaba en la puerta. Su expresión divertida indicaba que había
presenciado toda la escena.
— ¡Oh! — fue la desilusionada exclamación de Kathy.
— Vamos, busquemos algo para desayunar. — Alessandra extendió la mano y
Kathy corrió hacia ella.
— Creo que deberías tener algunos propios, — le dijo Cassandra con picardía.
Alessandra se puso roja, pero replicó:
— Te lo dejo a ti. Me dijeron que diste una falsa alarma.
Cassandra hizo un gesto de disgusto.
— Dijeron demasiado, — soltó. — Y la falsa alarma se quedará así: ¡falsa!.
Dejó el cuarto y fue hacia su dormitorio, y Javan miró perplejo a Alessandra.
— Hay veces que no la entiendo...
— ¡Hombre! Sólo está asustada. ¿No te das cuenta?
Él pestañeó, todavía más perplejo.

Pasaron la última tarde de las vacaciones deslizándose por una pendiente


herbosa detrás de la cabaña. Kathy suspiró por la nieve, pero Javan no quiso saber nada,
y en lugar de trineos, usaron bolsas de arpillera. A la mañana siguiente, Andrei se llevó a
Alessandra con la caja de Dherok, una vez que Cassandra la convenció de que era un
medio de transporte de lo más seguro, y mucho más rápido que el tren. Cerraron la
cabaña, y caminaron de regreso al Trígono. Las vacaciones habían terminado, y el ciclo
optativo daba comienzo.

La mayor parte de mayo pasó sin incidentes. Fue un período tranquilo, donde
parece que no sucede nada que no sea rutina, y nadie quiere que suceda. Las ominosas
advertencias habían quedado en el pasado, y nadie quería recordarlas.
En el menguante, Cassandra fue en secreto a la Cueva del Tiempo, y se llevó a
su sombra consigo. La Llave la dejó en un bosque de cielos violetas y helechos
gigantes. Nita susurró Hogar... con sus facetados ojos, y sacó ella misma los capullos de
122

la sombra de Cassandra. Los dejaron allí, y Cassandra no preguntó ni donde ni cuando


era. Le había parecido escuchar unos curiosos rugidos en la lejanía.
La mitad de junio pasó de la misma manera, y una mañana cualquiera, antes de
la Puerta del Verano, Cassandra notó que había perdido su collar. Lo buscó por todo el
castillo sin encontrarlo. Al final, se rindió. Como le dijo Javan, aunque lo más
importante era la capacidad de abrir el pasaje al Bosque del Corazón, el collar
aparecería por sí mismo cuando fuera necesario. No pareció preocupado.
En su interior, Javan pensaba que cuanto más lejos estuviera el Triegramma,
tanto más feliz se sentiría. Esa cosa lo ponía nervioso, dadas sus características. Era la
fuente de poder más concentrada que hubiera visto. Y permanecía abierto allá en el
calabozo, sin que nadie hubiera podido cerrarlo. Ni siquiera el Maestro, ni siquiera
Tenai... Teóricamente, podía ser usado cuando Cassandra quisiese. Ella no lo sabía. Y él
esperaba de todo corazón que no lo necesitara jamás. En cuanto al collar... Cassandra ya
había entregado las verdaderas Joyas. Supuso que el collar no importaría demasiado ya.

Cassandra había estado trabajando duro. Sus investigaciones en cuanto al


Triegramma habían quedado en punto muerto. Se concentró en el Gran Signo. Concertó
una cita con Tenai, a espaldas de Javan, por supuesto, y luego fue con Isadora. Tuvo que
esperar dos largos aullidos desde el círculo de silencio antes que la banshee pudiera
hablar con ella.
— ¿Qué es eso que tienes ahí?
Isadora se llevó la mano al cuello. Llevaba un pequeño colgante, un ojo turquesa
con una incrustación roja.
— Es un amuleto que me dieron hace años... Me evita la parte más dolorosa de
las visiones... lo encontré hace tres meses, y pensé volver a usarlo...
— Así que elegiste permanecer un poco ciega...
Isadora enrojeció, y pareció que iba a quitarse el collar. Cassandra la detuvo.
— No, no te lo saques... Si eso te permite disfrutar de un poco de paz...
Isadora sonrió agradecida.
Después de eso, habían estado hablando largo rato de la interpretación de los
signos en los tres cielos. En el cielo forastero, una desacostumbrada conjunción de
planetas; Sol, Luna, Mercurio... en directa oposición a Marte y Urano. En el cielo
fronterizo, la Señora de luto y el Heraldo oscurecido. Las Gemelas ya no estaban en el
cielo, Cassandra las había reclamado el año anterior. Había un gran vacío en el cielo del
123

Trígono. Y en el cielo del Interior, la Casa aumentando de tamaño hasta envolver al


Cazador. Y el Dragón que declinaba día por día. Isadora no quiso decir mucho, pero con
un dedo pálido, le señaló las similitudes en los tres mapas estelares.
Además de sus estudios personales, los proyectos de los Viajeros continuaban.
Gherok, Sonja y Drovna instalaron en el salón de Javan una serie de tubos con boca de
embudo, pintados de negro para que no se vieran desde abajo, e interconectados de tal
manera que solo necesitaran una salida. La salida era a través de la grieta que Cassandra
había encontrado, ensanchada mágicamente para dar cabida a los tubos, coronada por un
propulsor de hélice que funcionaba mediante un conjuro de movimiento perpetuo... La
mazmorra se volvió menos húmeda, y algunos la notaron menos fría. Javan no hizo
comentarios.
Otro de los proyectos era sobre música. La caja de música de Dherok no servía
para eso. Cassandra, muy complacida, sacó a relucir su viejo grabador, y la colección
del viejo profesor. A ella le encantaba esa colección de música vieja. Así que eligieron
una tarde para hacer una recorrida completa por la historia de la música forastera.
Eran las seis y media cuando, cansado de esperar a Cassandra para el té, Javan
decidió subir al salón de los Viajeros. Mientras se acercaba al salón, escuchó el
acostumbrado zumbido que producía el grabador forastero cuando ella lo forzaba a
funcionar en ambientes mágicos. Suspiró. Se había olvidado del proyecto, aunque ella
había estado hablando de él por semanas. Se detuvo un momento, pensando si debía
interrumpir, cuando escuchó una risa de hombre. De hecho, la risa de Andrei. Espió en
el salón desde la penumbra del corredor.
Había una ronda de chicos y chicas bailando, todos en ropas forasteras... de
diferentes épocas y estilos. Cassandra bailaba en el centro, con Andrei. Bailaron juntos
unos momentos, y él retrocedió al círculo. Cassandra quedó sola en el medio. Miró
alrededor, buscando un compañero, y eligió un chico... (¿Podía ser Ryzhak, de su propia
Rama?) y bailó con él unos momentos. Luego lo dejó solo. Él eligió una chica,
Membrill, de la Rama de Cobre, y la dejó sola. La escena se repitió. Parecían pasarla
muy bien. Una de las chicas eligió de nuevo a Andrei, bajo un coro de risitas. Cassandra
se rió con ellas.
— Es la tercera... — le dijo.
Él, por supuesto, la eligió a ella.
— Para ti, es la quinta, — le contestó.
124

Bailaron un momento, pero él vio a Javan en la puerta, y dejó a Cassandra


rápidamente.
— Lo lamento. Se está haciendo tarde... Gracias por la invitación, — dijo,
dejando la rueda. Cassandra lo miró extrañada.
— ¡Por favor...! — empezó, y entonces ella también vio a Javan. — Guau... —
Su voz tomó un tono burlonamente ronco. — Otro hombre...
El coro de risitas no podía faltar, y Javan la miró enojado. Ella le sonrió. Le
divertía provocarlo, y siempre había sido así. Extendió los brazos para invitarlo.
— Puedes venir si te cambias de ropa...
Él no hizo ningún movimiento. Ella no había dejado de bailar.
— Oh, vamos... — le suplicó, acercándose. El círculo se abrió, y ella lo arrastró
dentro, todavía bailando. Ella se movía sinuosa a su alrededor.
— Nunca te había visto bailar así, — dijo él, parado rígidamente y observándola.
— Raíces étnicas. No es danza ritual. Bailo para divertirme... Y todavía tienes la
ropa equivocada... — Ella giró otra vez a su alrededor y movió la varita. Las ropas de
Javan se transformaron en ropas forasteras.
— Ah, así está mejor, — dijo ella. — Muévete.
— Está bien, — gruñó él. Pero bailar con él era muy diferente de bailar con
Andrei. Javan era mucho más posesivo. Era capaz de bailar los pasos más rápidos, y aún
así, mantener una mano en su cintura o tomarla de la mano.
La pieza terminó, y el reloj de abajo dio las siete. La habitación estaba bastante
oscura ahora.
Cassandra estaba por apagar el grabador, pero él no la dejó. Movió la varita, y
cambió la música a la colección de piezas lentas. Cassandra sonrió.
— La clase terminó. Nos vemos la semana que viene... — dijo, sacudiendo la
mano por detrás de Javan. Suaves luces llenaron el cuarto, y ella cerró la puerta detrás
del último estudiante con otro gesto de la mano.

Cassandra se recostó en el asiento y cerró los ojos. Esa noche, cuando se metió
en la oficina de Javan, buscando un poco de calma, había suspirado pensando que esa
noche ella sería capaz de terminar los cálculos de Tenai. Y tenía razón. Había terminado
con todos ellos. Esa noche, había pensado que eso la tranquilizaría, y ahora sabía que
había estado equivocada. ¡Y cuánto! Apoyó la cabeza entre las manos.
125

— ¿Ya essstá? — preguntó Joya desde el aguamanil. — ¿Puedo dormir ahora,


sss?
Cassandra levantó la cabeza. No se había dado cuenta que la mascota de su
esposo estaba allí. La culebra verde la miraba con sus pequeños ojillos brillantes.
— Sí, Joya... — dijo ella en voz baja. — Vete a dormir...
— ¿Y tú que harásss?
Cassandra volvió a levantar la cabeza.
— No lo sé.
Joya se limitó a mirarla desde la húmeda palangana. Parecía capaz de decir
mucho más con la mirada que con las palabras.
— ¿Tú qué crees que deba hacer? — le preguntó al cabo de un silencio.
— ¿Bussscar ayuda? Esss lo que siempre hacesss...
Cassandra asintió con lentitud. Joya tenía razón. No podía con esto sola.
Necesitaba ayuda.
Se acercó al aguamanil y volcó un poco de agua fresca sobre la serpiente. Joya
siseó de satisfacción. Cassandra sonrió, apagó las luces y se dirigió al comedor.
Las antorchas se apagaron a medida que ella pasaba. El comedor estaba oscuro y
silencioso. Serían las tres o las cuatro de la madrugada, y no había luna que se asomara
por los ventanales. La próxima luna nueva... Ese sería el momento del ataque; en el
eclipse. Se dirigió al centro del salón con un estremecimiento. ¡Quedaba tan poco
tiempo!
Levantó los brazos en una silenciosa y oscura invocación, y se movió en silencio
entre las sombras. Ninguna luz la iluminó. Ninguna luz podía encontrarla en donde ella
se encontraba. Cada movimiento de sus manos permaneció en el secreto de las sombras.
La danza terminaba, y se escuchó el sonido de la puerta al abrirse.
— ¿C’ssie? — susurró Javan a la oscuridad. Los brazos de ella cayeron a los
lados, laxos.
— Sí. ¿Por qué no estás durmiendo, querido? — murmuró ella.
Podría haberle dicho acerca de la creciente desazón que sentía, la garra fría en su
interior, la pesadilla, la inquietud... En su lugar dijo:
— Te extrañaba. Ven, vamos a dormir...

Otra noche había llegado. Cassandra se había sentido indispuesta una o dos
veces en la semana anterior, pero había logrado disimularlo. No quería que Javan la
126

mirara esperanzado. Él quería tanto ese bebé que no tenían. En cuanto a ella, no estaba
segura. De todas maneras, el malestar se debía a otras causas. Sabía que tenía que
encontrar el collar ahora, antes de que fuera demasiado tarde. Las instrucciones no
dejaban dudas al respecto. Y si para obligarla se valían de ese malestar... Bien. Tenía
que hacer lo que tenía que hacer. Y nadie parecía poder ayudarla. Una extraña ceguera
se había apoderado de todos.
Trató de hablar con Tenai de sus nuevos cálculos, pero ninguno de las abbas
parecía dispuesto a escuchar. Uno tras otro se iban, y ella debía volver a explicarlo todo
otra vez. Fue a ver a Sylvia, después de la danza, pero ella estaba extrañamente relajada,
ahora que el preparado de Dríel mantenía a sus plantas en perpetua floración. Isadora
mantenía una calma antinatural, inducida seguramente por el extraño talismán que había
encontrado. Ni siquiera gritó cuando fue a verla. Fue a ver a Andrei, pero él estaba muy
ocupado en algún asunto y se limitó a fruncir el ceño con interés amistoso, y a no hacer
nada. Aún Javan, quien, al menos desde que estaban casados solía prestarle atención,
solo dijo: ‘Lo enfrentaremos cuando llegue, no antes...’ Era en verdad extraño como
todos parecían cegados y permanecían indiferentes a las advertencias. Y era aún más
extraño cómo ella sentía el deseo de hacer como los demás.
Al fin decidió ir a ver a Lyanne esa noche. Las primeras advertencias provenían
de la Hija del Viento. Y a las esporinas. La primera ayuda que había recibido en el
mundo mágico provenía de ellas. Pero no quiso decirle a Javan, y toda la velada sintió
sus ojos pendientes de cada uno de sus movimientos. Sospechaba algo, presentía el
peligro.
Salieron juntos del comedor.
Ella se estaba poniendo el camisón, y él estaba a punto de meterse a la cama,
pero la sensación de peligro era aguda.
Ella sonrió con expresión culpable, y se acercó con un par de copas. Se movía
sensualmente, las copas llenas de algo dorado y burbujeante.
— ¿Te gustaría...? — susurró con los ojos brillantes y los labios húmedos. Él
aceptó la copa, pero primero la besó. Luego levantó la copa. Bebieron. O eso creyó él.
Ella le retiró la copa de la mano, y lo besó a su vez, lentamente. Cayó completamente
dormido antes de que ella hubiera terminado.
La expresión culpable era más nítida ahora.
127

— Lo lamento, — murmuró, haciendo rodar a Javan dentro de la cama y


cubriéndolo con las mantas. Después se vistió otra vez y se deslizó fuera del castillo
silenciosamente.

Aunque era junio y la Puerta del Verano estaba al alcance de la mano, el aire
sabía amargo. Caminó de prisa hacia el bosque. Había demasiado que hacer para una
sola noche. Fue hacia la cascada de los unicornios. Era probable hallar allí a los
centauros, y era el único lugar para hallar a las esporinas. Se apresuró, temiendo perder
el rayo de luna de la medianoche. Al fin, llegó al lugar.
Como siempre, todos los sonidos murieron cuando entró en el círculo de árboles
negros. Fue hacia el centro con la luna. Una inclinación, un giro, una reverencia, y
cuando giró otra vez, un brazo arriba y cerró la mano, la otra mano, una mano de brisa y
hierba, estaba allí para ser tomada.
— Cassandra Troy, viniste, — dijo la esporina.
— Lalaith... — dijo Cassandra. — Necesito respuestas.
La esporina se inclinó un poquito. No dejó de moverse.
— Sabes que él viene... — dijo Cassandra. La esporina giró a su alrededor.
— Necesitaré tu ayuda, — dijo Cassandra. La esporina se detuvo.
Estiró los brazos y movió las manos como hojas en el viento, mientras miraba a
Cassandra con expresión sombría.
— Está bien, — dijo Cassandra. — Entiendo. Gracias.
Cassandra se inclinó, y la esporina desapareció en la luz de la luna.

Lyanne de los centauros, y Hedrik, su emisario la esperaban junto a la caída de


agua. Cassandra la miró con cansancio, y fue a sentarse sobre las rocas.
— Acabé mi investigación. ¿Es el Eclipse?
— Eres lenta, Guardiana, — dijo Hedrik. — El Eclipse es solo la señal exterior...
— ¿Les importaría llevarse a los unicornios y esconderlos en el Interior, como la
otra vez? — dijo ella. Se estaba sintiendo muy cansada ahora. Lyanne la miró con
expresión sombría.
— No has leído bien los signos, si crees que el Interior estará a salvo, Guardiana.
Cassandra levantó la vista. La mujer centauro pateó en el suelo con sus cascos.
— Cuando los nodos que dibujaste cambien de signo, y se acumulen sobre las
tres puertas de las Ramas, el Interior también cambiará de signo...
128

— Y será poseído por Althenor.


— En la medida que algo así puede ser poseído. En realidad, el Interior devorará
al Hechicero... Es la Casa la que cubre al Cazador.
— ¿Pero a qué precio? Mientras el Interior lo devora, será devorado por la
locura de la Serpiente... No es algo que esté dispuesta a negociar, Lyanne, — dijo
Cassandra.
— La Hija del Viento está de acuerdo contigo. Y todo el Interior. Los Tres han
hablado, — dijo Hedrik, solemne.
Cassandra miró directamente a Lyanne.
— ¿Qué quiere decir eso?
— Que todos nosotros, los que podemos cruzar las Puertas, estaremos aquí
cuando nos llames.
Cassandra miró a la mujer a los ojos.
— Gracias, — dijo. — Espero estar a la altura de sus expectativas.
La Hija del Viento, Señora de los Centauros del Interior, se inclinó, y
desapareció entre los árboles seguida de su emisario.

La última cosa que le quedaba por hacer era encontrar el collar.


Pensó que lo había perdido en la cabaña, pero allí no estaba. Fue hacia la colina
donde habían estado jugando el último día de las vacaciones en trineos de bolsa. La luz
de la luna le daba un aspecto extraño al lugar. Ella recordaba una pendiente herbosa
brillando al sol. Frente a ella tenía una pendiente llena de piedras y matorrales
espinosos. ¿Qué le había sucedido a este lugar? La hierba se había secado y ahora las
piedras puntiagudas apuntaban al cielo. Un lugar fantasmagórico y helado. Cassandra
revisó la cima, y después bajó lentamente, buscando el collar. La primera vez que había
notado su falta fue cuando regresaron de la cabaña.
Se resbaló una o dos veces sin llegar a caer. Unas piedras sueltas rodaron por la
pendiente. La tercera vez, perdió pie y cayó ahogando un grito. Rodó junto con las
piedras hasta que unos arbustos la detuvieron.
Esperó a que se hiciera de nuevo el silencio y trató de levantarse. Le dolía el
tobillo. Rengueando se puso de pie y lo vio. La avalancha de piedras había arrastrado el
collar, y estaba justo donde ella había caído. Lo levantó y se lo metió en el bolsillo.
Todo estaba listo para lo que fuera.
Un maullido sonó en los árboles, un poco más allá de ella.
129

Capítulo 13.
Polvos de indiferencia.

En el sueño, ella corría ciegamente. Podía sentir las ramitas de los arbustos
arañando su piel. Podía sentir el aire tratando de escapar de sus pulmones. No podía
respirar. En el sueño tropezó con algo cálido que no alcanzó a ver. Podía sentir la
suavidad del contacto de este algo, las manos de este algo tocándola, acariciándola,
sanando sus cortes y rasguños. En el sueño empezó a aparecer la luz, como en un
amanecer. Este algo tibio la abrazaba con fuerza, y ella podía sentir su respiración
cálida, cerca, muy cerca, en su hombro y en su cuello. En el sueño, la luz se hizo más
fuerte, y ella pudo ver. La cosa tibia era un hombre, y se dio cuenta que no era su
marido. Abrió los ojos y salió del sueño.
Le tomó unos segundos recordar dónde estaba. Sintió el peso tranquilizador de la
mano de Javan en su cadera. Aún en sueños, él siempre estaba ahí. Se volvió para
besarlo, y el peso cayó. No era su mano, después de todo. Era el gato. Miró por unos
momentos los ojos amarillos del animal, y lo empujó fuera de la cama.
Javan dormía hacia el otro lado. Miró su espalda por un rato, escuchándolo
respirar. Contuvo las ganas de acariciarlo para no despertarlo, y silenciosamente se
levantó.

El comedor estaba vacío a esta hora. Era domingo, y probablemente nadie se


levantaría antes de las nueve. Se dirigió al centro del salón, pensando cuánto habían
cambiado las cosas en los últimos años. Sonrió para sí.
— Aldakiro aha endotenna amba nir. Emba ikirowe ontiro te kir...
De pie en el centro del salón, podía sentir todo el poder del lugar fluyendo sobre
ella. Se sentía como una ola gigantesca rompiendo sobre su cabeza. Respiró
profundamente.
Una luz, en realidad, tres luces de colores brillaron en los estandartes. Golpeó las
manos por sobre su cabeza, y cuando las separó, un arco iris de luz sólida apareció entre
ellas como una cinta. Giró e hizo unos pasos de baile, y la cinta de arco iris se movió en
ondas hacia los estandartes en las paredes. La Joya correspondiente brilló en ellos.
Cassandra giró una vez más y se detuvo. Aunque sin aliento, todavía sonreía.
130

Caminó hacia el estandarte de Arthuz. El Rubí de Fuego brillaba en su pico, y el


Zafiro de Viento lo hacía a sus pies. Cassandra acercó una silla, y tocó las Joyas con las
correspondientes piedras del collar de la Guardiana. Un relámpago, y ambas piedras
quedaron restauradas. Cassandra arrastró la silla hacia el estandarte del unicornio. La
luz del Topacio de Tierra la llamaba desde el cuerno de la figura. Otro relámpago
restauró la piedra correspondiente. Cassandra miró desde donde estaba la Esmeralda de
Agua. No necesitaba restaurar la piedra de Zothar, pero necesitaba que estuviera
igualmente cargada de poder. Así que empujó la silla hacia el último estandarte.
El relámpago plateado fue más brillante que los otros. Esa Prenda, esa piedra y
esa Esmeralda habían permanecido intactas, mientras que las otras... Las otras habían
sido robadas el año anterior, y las Prendas habían tenido que ser reconstruidas desde sus
cenizas. Aún, y seguiría siendo así por algún tiempo, el elemento de Zothar era el más
fuerte. Eso representaba un problema en estos días, pensó Cassandra. Porque el Gran
Signo se fortalecía en ese elemento. Pero no había nada que ella pudiese hacer.
Quedaban pocos días para la Puerta del Verano, y para el Eclipse.
La luz plateada parecía no morir. Cassandra notó que los otros estandartes
comenzaban a brillar de nuevo. Retrocedió al centro del salón. Los Tres querían
hablarle.
— Guardiana, — llamó Arthuz. Se volvió a él, escuchándolo.— El tiempo ha
llegado.
Ella lo miró. Como siempre, le resultaba difícil hablar cuando ellos lo hacían
primero, así que lo hizo con lentitud.
— ¿Tiempo para qué? — preguntó.
— Tiempo de ver. Tiempo de elegir. Tiempo de salvar lo que pueda ser salvado.
Tiempo de ser la Guardiana, — dijo Scynthé.
Cassandra la miró. Ingelyn se adelantó y le presentó el Cetro. Cassandra frunció
un poco el ceño. Estaba algo... diferente que la última vez.
— Sí, — dijo la bruja. — Las Joyas han regresado a su sitio. Este Cetro será tu
Vara cuando la necesites. Úsala con sabiduría.
Cassandra retrocedió un par de pasos, y tropezó con Zothar. Su voz careció de
piedad cuando habló:
— Es tiempo de ser fuerte, Guardiana. Estás sola ahora.
Cassandra tembló. De repente sentía frío.
131

Scynthé avanzó un paso. Tomó la mano de Cassandra, y dejó un nomeolvides en


ella antes de retirarse. Ingelyn también se adelantó. Tenía una siempreviva en la mano.
Arthuz ató las dos flores con un tallo de hierba sol y se volvió. Cassandra miró a Zothar.
Él también tomó el ramillete, y también lo ató, pero con un tallo de noctaria. Devolvió
las flores a Cassandra.
— Es para protección, Guardiana, — dijo. No había sonrisas en ninguno de sus
rostros cuando desaparecieron. Cassandra miró el ramillete por un largo rato.

— Profesora Troy... — Una voz amable llegó a ella desde lejos. Pestañeó, y
percibió las lágrimas. Se las secó sorprendida.
— Maestro... Prefiero usar el apellido de mi marido, — sonrió.
— Una vieja costumbre. ¿Qué hace aquí tan temprano? El desayuno es a las
ocho.
Cassandra miró alrededor. Las Joyas estaban de nuevo ocultas en los estandartes,
el Cetro escondido, y no quedaba rastro de los Tres.
— Sólo vagando por ahí... — dijo, evitando los ojos del Anciano.
— Cassandra...
Ella torció la boca. Conocía muy bien ese tono, exigente, autoritario... Jamás lo
había podido resistir.
— Hablé con los Tres... Ellos sólo... — estuvo a punto de decir “me
condenaron” pero se limitó a decir: — Sólo dijeron que llegó el tiempo de elegir.
— ¿Y eso fue todo?
Ella asintió con la cabeza.
— Ya veo... — Él fruncía el ceño. — ¿Dónde está su esposo?
— Dormía hace media hora. Creo que yo también voy a dormir un rato más
antes del desayuno.
— ¿Cree usted que él...?
Cassandra lo miró con súbito temor.
— No, — dijo con brusquedad. — Si hay un espía no es él. ¿Qué les pasa a
todos ustedes? Todo el mundo aquí parece ciego...
Una expresión de disgusto cruzó la cara del Anciano.
— No sé de qué está hablando, profesora Troy, — dijo.
Ahora fue Cassandra la que frunció el ceño. Acababa de decirle que no quería
usar ese nombre nunca más. El Anciano Mayor nunca hubiera olvidado un pedido como
132

ése. Estuvo encantado cuando ella y Javan se comprometieron y se casaron. Lo miró un


momento. Algo muy malo estaba sucediendo.
— Estoy muy cansada, Maestro. Lo lamento... — dijo. Se levantó de la silla en
la que se había sentado y mostrando una vaga sonrisa salió del comedor.

Javan la despertó besándola y haciéndole cosquillas bajo la manta. Ella abrió los
ojos con una risita. Él parecía demasiado ansioso. La estaba lastimando. Lo miró.
Mientras deslizaba los dedos por sus mejillas, mentón, garganta, lo miró a los ojos, y
encontró aquella fría indiferencia que creía haber dejado atrás en el pasado. Un vacío
helado que había creído adivinar en los ojos del Maestro, más temprano. Y que había
visto en los ojos de otros, antes... ¿Cómo no se había dado cuenta antes? Todos los
demás, todos en el castillo tenían la misma mirada... Después de terminar los cálculos,
Tenai parecía molestarse cuando la veía. Andrei parecía mantener una discreta
vigilancia sobre ella y Javan. Sylvia... parecía que no le importaba nada más que sus
nuevas plantas. Y Gertrudis, y el Anciano... todos en el castillo. Y ella no se había dado
cuenta hasta... ¡Hasta que recuperó el collar! ¿Por qué Javan no había querido ayudarla
a buscarlo? Se sintió súbitamente incómoda, pero la blanda respuesta que le había dado
a su marido lo había tranquilizado un poco, y ahora él apoyaba la cabeza sobre su
pecho. Ella torció la suya para susurrarle algo.
— ¿Qué dijiste? — se sorprendió él, y la miró con los ojos brillantes.
Ella se lo pidió otra vez. La besó profundamente antes de aceptar.

La sala de los baños era un amplio espacio cerrado. Había tres bañeras para
elegir: la de mármol negro, muy llana, en el rincón, adecuada para sentarse y meditar
bajo un delicado rocío perfumado y tibio. La bañera rosada se parecía más a la piscina
de un parque acuático que un lugar donde higienizarse. Cuando alguien se metía en ella
aparecían dos deslizadores de agua, uno de ellos con tirabuzón, y cuatro o cinco
surtidores, uno de ellos de espuma. No era el lugar más adecuado para relajarse.
Cassandra eligió la última piscina. Rodeada por cuatro columnas blancas, y
separada del resto de la habitación por delicadas cortinas de gasa. Era la más tradicional,
la más sencilla, y la más adecuada. En uno de los lados de la habitación, discretamente
separados del resto, estaban los vestidores. Cassandra cerró la puerta desde adentro para
no ser molestados, y dejó la muda de ropa limpia en el banco. Un solo pase de la varita
solucionó el problema.
133

Le hizo meterse a la bañera, y ella se sentó en el borde, las piernas chapoteando


a cada lado. Traía una enorme esponja con ella. Él trató de abrazarla, pero ella no lo
dejó. Empezó a friccionarlo y masajearlo con esa cosa áspera, riéndose y besándolo de
vez en cuando, hasta que él se cansó de jugar y la zambulló en el agua. Ella cayó entre
la espuma todavía riéndose. Pudo sentir el agua tibia y espumosa deslizarse entre ellos,
cuando el tapón se salió. Pero no le importó. Se abrazó a él, y se dejó llevar.
Cuando pudieron dejar de resbalar lo suficiente como para tapar el desagüe y
abrir de nuevo los grifos, ya había pasado un rato. Ella flotó a su lado, perezosa y
relajada.
Él la acarició de nuevo. Ya no le daba la sensación que quisiera lastimarla, como
en la habitación, más temprano. Se atrevió a espiar en sus ojos, y la indiferencia
también había desaparecido. Suspiró y lo besó. Y salió de la bañera, envolviéndose en
una toalla. Él la siguió.
— ¿Qué pasó, Cassandra? — preguntó.
— Sh... No hables tan alto, — susurró ella. Él levantó las cejas. Ella continuó:
— Algo anda mal por aquí, Javan. Todos parecen cegados por alguna clase de hechizo...
A nadie le importa nada. No sé qué les pasa...
Ella se había sentado en el banco, en los vestidores. Él se sentó a horcajadas,
rodeándola con los brazos.
— Continúa. ¿Dices que me afectó a mí también?
Ella asintió con la cabeza.
— ¿Y a ti no?
Ella sacudió la cabeza.
— Yo también. Pero anoche recuperé el collar de la Guardiana, y esta mañana
restauré las piedras. El Anciano me encontró allí. Aún él estaba afectado... Insinuó...
cosas... como para que desconfiara de ti.
— ¿Cosas? — Él la apretaba contra sí ahora.
— Que tú podrías ser espía...
Javan hizo un gesto de disgusto. No era una suposición demasiado irrazonable.
Él había elegido abandonar a la Serpiente. Ella continuó con voz infantil.
— Te traje aquí porque pensé que podía ser algo así como los polvos de
Metamórfica... Quitan los poderes a los magos... — Él hizo una mueca.
— Puede que tengas razón, — murmuró. — Me siento diferente ahora... ¿Cómo
nos mantendremos protegidos?
134

— Los Tres me dieron esto... Quédatelo tú, yo tengo el collar...


Ella lo miraba expectante, tendiéndole las flores. Quizá esperaba que él tuviera
las respuestas. La besó, tratando de infundirle confianza.
— ¿Cómo limpiaremos a los otros? — preguntó ella desde debajo de sus labios.
— No podemos, supongo. A menos que quieras jugar a la Mata Hari con todos
ellos...
Ella soltó una risa nerviosa y se refugió contra él.
— ¿Y entonces?
— Tus tres encantadores socios... — empezó él en tono de duda. — Para algo los
preparaste... — El súbito ruido de violentos arañazos en la puerta lo interrumpió. —
¿Qué es eso?
— El gato... Li’am. Lo encontré en el bosque, anoche... — dijo ella.
— ¿Trajiste un gatito perdido del bosque? ¿Estás segura de que es gato? — Él
fruncía el ceño.
— Sí, claro. Cuatro patas, maúlla... no es perro, no es pájaro... Debe ser gato. —
Ella se encogió de hombros con total inocencia. El ruido se hizo más fuerte.
Javan se enderezó y empezó a vestirse. Ella lo miró.
— Vamos, vístete. Vamos a desayunar.
Ella estaba perpleja por el súbito cambio. Pero antes de abrir la puerta, él tiró de
su brazo y murmuró:
— No hagas ni digas nada importante delante del gato.

Tan pronto como Cassandra salió del cuarto, Li’am, el gato saltó a su hombro y
se acurrucó allí, alrededor de su cuello. Javan lo miró con una expresión de fastidio que
recordaba a la que ponía cuando veía a Siddar en forma de águila. Cassandra abrió la
boca para preguntar, pero no lo hizo.
— Vamos a desayunar, — dijo, con coquetería.
Él sonrió y la siguió.

La mesa del desayuno estuvo más extraña que nunca. Cassandra se sentía como
si ella y Javan hubieran entrado en una casa de zombis. Se sentía incómoda, y no pudo
comer mucho. Javan se comportaba con normalidad, pero era el único.
— Discúlpame, — dijo de pronto. — No me siento bien...
135

Andrei se volvió hacia ella, solícito, pero ella creyó ver un brillo metálico en sus
ojos.
— ¿Pasa algo malo? — preguntó. Su voz sonaba normal.
— No... Sólo... No me siento bien... — dijo ella parándose con la servilleta sobre
sus labios. — Discúlpame.
Y se retiró rápidamente, dejando caer al gato por el camino.

Javan encontró las habitaciones cerradas con llave cuando bajó de nuevo. Llamó
a la puerta.
— ¿Sí? — respondió Cassandra con la voz quebrada.
— Soy yo, — dijo él.
Ella abrió la puerta, miró a ambos lados del pasillo y cerró rápidamente.
— Me estoy volviendo paranoica, — se disculpó.
— No. Los dos nos estamos volviendo cuerdos, — dijo él sombríamente.
— Encontré esto en mi ropa, — dijo ella mostrándole un pañuelo manchado de
algo que parecía hollín. Javan tomó cautelosamente el olor, e hizo un gesto de disgusto.
— ¿Metamórfica muerta? — preguntó dudoso. Cassandra asintió.
— Quizá... ¿Se fueron ya a sus habitaciones?
Javan asintió.
— Necesito estar sola. Usaré el espejo. Creo que es tiempo de despertar a mis
socios, como tú dices...
Él sonrió.
— Estaré en mi estudio.

Le tomó largo rato a Cassandra encontrar suficientes nomeolvides para rodear el


espejo. Aparentemente, Javan tenía razón acerca del gato. Parecía haber destrozado
todas las plantas en el patio de Cassandra. Al fin, y luego de bastante trabajo, tuvo el
espejo rodeado con una doble corona de nomeolvides. Los últimos los tuvo que sacar de
la ramita de Metamórfica que llevaba en el cabello.
Cuando todo estuvo listo, se paró frente al espejo. No estaba encantado, como
aquel primer espejo suyo que Javan había destruido, ni como el segundo, que ella había
roto para que el Consejo de Ancianos perdiera el rastro de Javan. Este espejo, con marco
de oro, plata y cobre en una trenza que se anudaba en la parte superior era nuevo. Se lo
habían regalado el verano anterior, y Cassandra sabía que al canalizar la magia a través
136

de él, como ya lo había hecho muchas veces este año, el espejo acumulaba energía y se
transformaba en una puerta. Lo que había sucedido antes por accidente, lo hizo ahora a
propósito. Tocó el cristal con la Piedra del Corazón en su collar.
Su propio reflejo fluctuó y se transformó en el de Solana, que en este momento
se peinaba distraída, mirando al espejo como si esperara algo. Cassandra se llevó un
dedo a los labios, entró en el espejo, y tomó la mano de Solana para que hiciera lo
mismo.
Estaban en un corredor estrecho, revestido de espejos. Los de ellas, frente a
frente, estaban oscurecidos. Los nomeolvides rodeaban al de Cassandra. Cassandra
retiró la segunda corona, y la dejó alrededor del espejo de Solana.
— Este es un espacio virtual, abierto para nosotras ahora... Tenía que hablar
contigo, — dijo en voz baja.
Solana la miró asustada.
— Sonja dice que tú les enseñaste que este es...
— Un lugar prohibido. Este no es el verdadero recinto tras el espejo, no te
preocupes. No contaminaría tu magia adrede.
— ¿Y entonces?
— Tenía que hablar contigo. Estamos en peligro. Tienes que recordar el
Corazón... Y Calothar y Drovar también...
Solana retrocedió, frunciendo el ceño. El hechizo de indiferencia no se rompía
aquí. Cassandra buscó en sus bolsillos.
— Toma, guarda esto... — dijo, tirando de la mano de la muchacha para dejar en
ella tres ramilletes de flores. — Uno para cada uno de ustedes tres.
Cuando la mano de Solana se cerró sobre las flores, su primera expresión fue de
perplejidad. Sacudió la cabeza como si fuera a negarse, y la volvió a sacudir como un
perro que sale del agua.
— ¿Qué... qué me pasa? Me siento diferente.
— Había un hechizo sobre ti. Todavía está sobre los demás. El ramillete lo
desvía. Sol, tienes que despertar a Drovar para que consiga ayuda, y a Calothar también.
No lo deben atrapar.
— Pero...
— No discutas. Tu ya viste de qué se trata en el espejo del Corazón. Ustedes
huirán, y buscarán ayuda. Drovar sabe a quién recurrir.
137

Solana abrió la boca, a medida que las imágenes regresaban. Apenas logró
articular:
— En el espejo tú...
— Asesinaré a Javan. Lo sé. Haré lo que sea necesario. Soy la Guardiana... —
Los ojos de Cassandra relampagueaban helados. — No te preocupes. El Trígono
sobrevivirá. Solo estén preparados.
Solana se limitó a una mueca de duda.

Los días que quedaban hasta la Puerta del Verano fueron todavía más extraños.
Nadie parecía darse cuenta de lo cercana que estaba la fecha. Todos trabajaban como
autómatas. Cassandra quitó las flores del espejo y cuidó de sus plantas como si nada
hubiera sucedido. Javan se comportaba como los demás. Solana no era tan buena actriz,
y empezaron a vigilarla. Cassandra misma se sentía observada.
Drovar fue repentinamente reclamado por los Dro; al parecer su hermana
Dromelana estaba enferma. Pero Cassandra notó que había un búho pardo rondando las
torres. Calothar parecía ajeno a todo.
Cassandra se sentía aislada y vigilada. Javan no le hablaba ni siquiera cuando
estaban solos, y el gato no se separaba de ella.
El día de la Puerta, pensó que no lo soportaba más. Estaba pensando en llevarse
a Javan a la cascada de los helechos, o a la cabaña, o a cualquier otra parte, y contárselo
todo de nuevo. Lo que fuera, pero que todo volviera a ser como antes. Subió a la cena
pensando en eso, con el gato alrededor de su cuello como siempre.
Sintió un frío extrañamente familiar cuando subió las escaleras. Se detuvo junto
a las puertas del comedor. Aquí, hacía unos años, había encontrado a seis horrores y a
Sirviente, entregándole el ultimátum al Anciano Mayor. El Anciano se había negado.
Esta vez el frío era el mismo, pero el desenlace sería diferente.
Encendió las luces mecánicamente, y le sorprendió la cantidad de personas
estaban ya en el comedor. Se dirigió a su lugar, tratando de no mirarlos demasiado.
Parecía que estaban todos. Amerek, que jamás bajaba de su torre; Bjrak, Tenai,
Gertrudis, Sylvia, Keryn... ¿Keryn? ¡Si Keryn nunca entraba en el castillo!
Buscó a Javan con la mirada, y encontró la de Andrei que la vigilaba con el ya
habitual destello plateado. Se estremeció cuando halló el mismo destello en los ojos de
Javan. Estaba sola. Llegó a su lugar, y bajó la vista hasta su plato vacío.
138

No tuvo que esperar demasiado. La silenciosa cena apenas había comenzado


cuando las puertas se abrieron de golpe. Cassandra levantó la cabeza, sintiendo que el
estómago se le contraía y la sangre se le helaba. Y vio lo que había estado temiendo
desde la advertencia de los centauros.
Seis Sirvientes encabezaban la partida. Luego venía Portavoz. La máscara cayó
ante los ojos de Cassandra: era Hafnak, el Tercera Vara. Luego venía Althenor en
persona, y otro de sus servidores cerraba la marcha, posiblemente Brekor, el portavoz
degradado la vez anterior.
El Anciano Mayor se levantó con elegancia. Cassandra se puso también de pie.
Nadie más se movió. Althenor caminó a lo largo del corredor central. Se detuvo frente
al Anciano. Sus ojos expresaban franco desprecio. Miró lentamente a su alrededor.
— Bien, bien, bien... Aquí estamos otra vez...
El Anciano habló con una voz estrangulada, como si estuviera luchando para no
decir lo que dijo.
— Bienvenido al Trígono, mi señor.
— Siéntate, — contestó la Serpiente. El Anciano se dejó caer pesadamente en su
lugar. Althenor se rió y notó a Cassandra, todavía de pie, y en una postura para nada
rígida.
— Ah, mi querida pequeña Troya, — dijo. Cassandra experimentó una sensación
de deslizamiento. Todos los miedos y las dudas pasaron. El tiempo de elegir. Ella era
fuerte, era poderosa. Y ella era todavía la Guardiana. Torció la boca en una sonrisa
malvada, y rodeó la mesa lentamente. Se inclinó ante Althenor.
— Mi señor, — dijo.
La sonrisa de la Serpiente se ensanchó.
— Mi señora, — contestó.
En el silencio subsiguiente, solo unos cuantos jadeos roncos se podían escuchar.
139

Capítulo 14.
La Serpiente.

— Como siempre, llegas fuera de tiempo, —dijo Cassandra con lentitud. — No


te esperaba hasta dentro de tres días.
Althenor la miró desde arriba. Ella continuó.
— Pero, debo admitir que tenías razón... esta vez. Tus polvos de indiferencia se
están agotando.
Una risa aguda se escapó de Althenor.
— Eres siempre tan divertida, Troya... — dijo. Cassandra puso una expresión
entre inocente y coqueta.
— ¿Divertida? ¿No útil? ¿No rescaté a tu sirviente descartado y lo restauré? ¿No
recuperé las Prendas que tú destruiste para nada? Desde el comienzo te dije que haría
las cosas a mi manera, no a la tuya. Pero tú no escuchas...
Ella se fingió ofendida. Althenor volvió a reírse.
— ¿Y qué tienes que decir esta vez? ¿Qué ofreces esta vez, Troya?
Ella se volvió a él. Una fría sonrisa apareció en sus labios.
— Bueno, mi señor. Tus polvos se están consumiendo. No serás capaz de
mantenerlos bajo control sin mi ayuda.
— Yo no creo, mi señor, que debamos confiar... — empezó Brekor.
— Ese es el problema, Felpudo. Tú nunca piensas, — replicó Cassandra. — pero
tu amo es un poco más inteligente... tal vez. Ahora comprueba por sí mismo lo que su
espía le ha estado diciendo desde que llegó: que el Anciano Mayor es demasiado fuerte
como para ser detenido por un poco de ceniza. Ha estado luchando, sigue luchando y
finalmente vencerá el efecto de los polvos. Aún mi dulce esposo ha sido capaz de
vencerlos. Tuve que controlarlo por mí misma.
Hubo un movimiento detrás de ella. Javan se había levantado y la miraba
horrorizado. Ella continuó sin mirarlo.
— También reconoció a tu espía.
— ¡Oh, vamos! ¿Cómo podría? — empezó el sirviente.
140

— Cállate, Felpudo, — indicó Althenor, sin apartar la vista de Cassandra. Ella


sonrió. Con un sacudón, hizo caer al gato que había estado sobre sus hombros toda la
noche.
— Muéstrales, corazón, — le dijo al gato.
El gato miró a Althenor como pidiendo su permiso, y luego se transformó en un
hombre.
— Karl, — soltó Javan en un gruñido bajo.
— Li’am como gato... Lilien como hombre... o Louisse.
— ¿¡Louisse!? — jadeó Javan.
— Sólo después del secuestro, querido. No te preocupes. Me vigilaba a mí, no a
ti.
Althenor levantó las cejas.
— De modo que lo sabías.
Cassandra se encogió de hombros.
— Te dije que trabajaba sola. Pero tuviste que intentar dominarme. Te he
demostrado mi punto, creo, y con creces. Domino sobre los Tres, y ellos hacen lo que
yo quiero... con o sin poderes. Y también sé deshacerme de los espías que rondan mis
habitaciones. ¿Qué pasó, Louisse? ¿El Glub fue demasiado para ti?
— Esa maldita criatura me siguió hasta los viveros, — dijo el mago con un gesto
de disgusto. — No se interesó en ninguna otra de las serpientes. Me seguía a mí. Al
final tuvimos una pelea, arriba, en el techo. Le enseñé a no meterse conmigo.
— Y esa fue la razón de que el Glub insistiera en salirse de la fuente. Te estaba
buscando, — concluyó Cassandra. — Tendría que disculparme con él, no era tan
desobediente después de todo.
Mientras hablaba, Cassandra mantenía la mirada en los ojos vacíos de la
Serpiente. Era como una caída en la nada. Pero ella no tenía miedo ahora.
— Luego de deshacernos de él como hombre, me casé. La mejor manera de
tener a Javan bajo control. Supongo que tomó demasiado de mi tiempo. Debí haber
notado a tu espía, todo el año por allí, llenando cada rincón con tus polvos negros...
Efecto lento y acumulativo, si tengo razón.
— La tienes, Troya. Cenizas de Metamórfica muerta, tallos de noctaria, robados
de aquí. Polvos de carbón de Arthuz, y arenas de las Grietas del Viento. Los mantuvo
cegados, fríos e indiferentes a todos.
141

— Él solo reconoció la Metamórfica... — dijo Cassandra señalando a Javan. —


Aunque sigo pensando que tiene buen olfato.
Los labios de la Serpiente se curvaron otra vez.
— ¿Y cuál es tu propuesta, mi señora? — preguntó burlonamente.
— Controlaré a esta gente para ti hasta que tu signo brille en el cielo. Entonces,
si eres capaz de retener el premio, es tuyo.
Althenor la miró un momento. Los sirvientes también. Ninguno de ellos se
atrevía a hablarle así al Amo.
— ¿Y qué pedirás a cambio? — dijo finalmente.
Cassandra lo miró y se rió. Largamente, y en apariencia, divertida. Luego se
detuvo bruscamente.
— Soy más poderosa de lo que tú eres, Serpiente. Más que cualquiera de los de
aquí... — dijo con un frío destello en la mirada. — No hay nada que tú puedas darme.
— Pensé que pedirías la vida de tu marido.
Cassandra lo miró en suspenso unos segundos. Luego se rió.
— ¿Para qué? No puedes tomarla, — dijo ella.
Javan estaba completamente pálido. Althenor había sacado la varita. La movió
un poco hacia él, murmurando algo que hizo palidecer a todos los que lo escucharon.
Una luz oscura, tenebrosa, imponente, se levantó desde la varita y amenazó llenar el
salón. Cassandra no se inmutó. Se limitó a levantar la mano abierta y cerrarla sobre la
punta de la varita. La luz se disipó. Cassandra se estremeció y respiró ruidosamente,
pero Javan pestañeó, todavía vivo. Todos estaban ahora espantados.
— Nadie puede hacer eso... — dijo alguien. Las palabras cayeron en un denso
silencio. Cassandra dio vuelta la mano, y un arenilla negra cayó hacia el suelo,
desvaneciéndose antes de tocarlo.
— Te dije, — dijo ella lentamente, — que él es mío. — Nubes de vapor salían de
su boca, como si estuviera muy fría por dentro. — Pero tienes razón. Empieza a
volverse molesto, — agregó.
Ella sacó su varita de colores, y dijo las palabras. Una vez más, la luz que no era
luz se levantó, y Javan cayó, golpeando el piso con un ruido hueco. Hubo algún
movimiento en las mesas de los magos adultos. El horror estaba sacudiéndoles el efecto
de los polvos.
142

— Tal vez quieras comprobar su muerte por ti mismo, — dijo ella, y con un
movimiento de la varita, hizo volar el cadáver hasta la mesa más cercana. Cassandra se
acercó, y se sentó a su lado, tomándole la mano como si estuviera vivo.
— En cuanto a lo demás... ¿Qué podrías darme, mi señor? ¿Qué, que yo no
tenga o pueda obtener por mi cuenta? — Cassandra miró a la Serpiente a los ojos sin
pestañear. — ¿Todavía no sabes lo que quiero?
— No, Troya. ¿Qué es lo que quieres? — La diversión se había desvanecido de
sus ojos. ¿Podría ser que tuviera miedo?
— Lo quiero todo. No puedes darme más poder mágico, así que quiero todo lo
demás.
Althenor la miró, todavía sin comprender. Cassandra se rió sin ganas.
— Conocimiento. Inmortalidad. Dominio. Control. El tiempo y el espacio para
ejercer el poder de la Guardiana, sin las trabas que los Tres están siempre interponiendo
en mi camino... ¿No lo ves? Quiero que elimines a los Tres, eso es lo que quiero...
Hubo un silencio, solo roto por el sonido de la respiración de los espectadores.
Althenor clavó sus fríos ojos en ella, evaluándola.
— De acuerdo, — dijo finalmente.
Cassandra torció la boca.
— Muy bien, — dijo. Movió la mano libre, y dijo unas palabras en el antiguo
lenguaje. Los ojos de los aprendices se cerraron. — Los enviaré a sus dormitorios.
Puedes poner un par de tus inútiles sirvientes en los pasillos, si quieres. No harán nada
sin una orden mía.
Agregó un par de palabras más. A una, los muchachos se levantaron y
comenzaron a caminar hacia las puertas. Algunos de los sirvientes de Althenor los
siguieron.
— Sáquenles las varitas, idiotas, — dijo Althenor.
— Sí, no queremos un motín, ¿verdad? — se burló Cassandra. — Y hablando de
varitas...
Buscó entre las ropas de Javan, y tomó la varita negra. La partió en dos.
— ¡Espera! Dame los Ojos...
— Demasiado tarde, mi señor, — dijo ella mostrando los pedazos. — Los Ojos
del Vigía buscarán un nuevo dueño...
143

Althenor hizo un gesto de agresivo disgusto, pero el recuerdo de la maldición


fulminante estaba demasiado cerca. Necesitaba pensar en ello. Ella se encogió de
hombros.
— Cuando elimines a los Tres, nombraremos otro Vigía, y le sacarás todos los
Ojos que quieras. — Luego ella tocó la mano de su esposo de nuevo. — Se está
enfriando. Ya es la hora. Adiós, esposo.
Bajó de la mesa de un salto, y dejando las astillas de la varita sobre su pecho,
sopló fuego sobre él y la mesa. Las llamas subieron altas en la habitación, y el humo
salió por las ventanas. Miró las llamas un momento, y se volvió a los que todavía
estaban en el salón: los estudiantes más avanzados y los profesores.
— ¿Necesitarás a alguien más esta noche, mi señor?
— No, puedes despedirlos, — dijo Althenor fríamente. Cassandra empezó a
repetir las palabras.
— ¡Alto! ¿Donde está el pequeño Huz? — dijo de repente. Cassandra miró con
atención a los estudiantes que se aprestaba a despedir. Ni Calothar, ni Solana estaban
allí.
— ¿Cómo puedo yo saberlo? Tenías tus espías, ¿no? Y yo tengo mis propios
asuntos aquí, — dijo furiosa. Pronunció la invocación, y los jóvenes se levantaron de
sus lugares. Media docena más de sirvientes los siguieron para escoltarlos a sus
cuarteles y asegurarse que se quedaran ahí.
— Y por último, los profesores... — Cassandra miró a Althenor. — ¿A menos
que te apetezca otro asesinato hoy?
Él hizo una mueca.
— Uno es suficiente. Quiero que todos vean mi señal subiendo en las estrellas,
como tú dices, antes de que mueran.
— Bien. — Ella pronunció la invocación por tercera vez. Esta vez fue un poco
más larga. Los magos que habían desarrollado ya su potencial eran más difícil de
controlar. Ellos, obviamente, partieron.
— Bueno, estamos solos, Troya...
Ella lo miró, y volvió a reírse de él.
— No. Tú estás solo. Yo me voy a dormir. Siéntete como en tu casa, mi señor.
Y ella se volvió y salió del salón.
144

Cassandra llegó a sus habitaciones, cerró la puerta con llave y las piernas
dejaron de sostenerla. Cayó al suelo, la espalda contra la puerta, jadeando. Estaba a
punto de gritar de desesperación. Se agarró la cabeza con las manos y se desahogó en
sollozos de miedo y angustia. Luego de unos momentos pudo controlarse lo suficiente
como para trabajar. Se levantó y fue hacia el espejo. Solana la estaba esperando. Había
visto todo en el cristal, acompañada por Calothar.
— Lo hice, — dijo Cassandra al espejo.
El reflejo abrió la boca horrorizado.
— Sólo asegúrate que Calothar llegue a la cueva de los helechos, como te dije.
Drovar ya debe haber contactado a Siddar y los otros... Buena suerte.
Hubo una pequeña pregunta desde el espejo.
— Estaré bien. Él estará ocupado conmigo y no mirará en los jardines, ni en el
bosque. Pero deben darse prisa. Tengan cuidado.
Cassandra cerró el espejo. Primera etapa cumplida. Escuchó cuidadosamente el
corredor. Todavía no venía. Se transformó en una brisa suave, y voló afuera por la
claraboya hacia la ventana de Andrei.

Se sentó junto a él en la cama. Él yacía despierto, no se había molestado en


ponerse ropa de dormir, o quitarse los zapatos. Todavía estaba bajo el hechizo de
obediencia de Cassandra. Sólo sus ojos delataban lo que sentía, y ahora mostraban una
mezcla de miedo e incredulidad. No entendía. No podía creer lo que había visto.
Cassandra le tomó la mano, y la sintió fría.
— Andrei, — murmuró. — Por favor, tienes que entender... — No hubo cambio
en su mirada.
— No tengo tiempo para esto. Vendrá a buscarme pronto, y si no soy bastante
fuerte... ¿Sabes? Sólo quiere el poder, y le puse adelante una carnada muy sabrosa...
Mañana probablemente tendré que hacerte lo mismo que a Javan. Usa esto para
protegerte. Cuando estés con él, él te lo explicará todo. Y oculta esto...
Cassandra lo besó en la mejilla y se levantó. Los ojos de Andrei mostraban un
intenso asombro. Ella acababa de devolverle la varita, y una cosa hecha de flores.
— Cassan...dra... — llamó. Ella se dio la vuelta.
— No trates de luchar contra el hechizo. Te debilitarías... Y si lo retiro, él se
daría cuenta. Tiene que creer que lo voy a ayudar. Por favor, confía en mí...
145

Se transformó en brisa otra vez, y paso por debajo de la puerta para revisar los
corredores.

Los corredores estaban desiertos. Las voces venían del comedor, donde los
sirvientes de la Serpiente se hacían servir por los edoms. Los edom obedecían en
silencio. No se dejaron ver ni se hicieron sentir en ninguna forma. Cassandra respiró
tranquilizada.
No entró en el comedor. Temía que Althenor pudiera verla. Ahora caminaba
lentamente frente a los estandartes, balanceando su varita, y mirando con los ojos
entrecerrados el bordado de la Naga. Una débil sonrisa curvaba sus labios como si
pensara...
Sí. Tú me traicionaste, abuelo. Ahora yo te traicionaré a ti. Y hasta que el Gran
Signo no se resuelva, no puedes intervenir...
Cassandra sacudió su cabeza de aire, perturbada. Los pensamientos de la
Serpiente le resultaban punzantes como agujas. Sopló lejos de las ventanas del comedor,
y no logró ver al búho rojo por ninguna parte.

La ventana del Anciano Mayor estaba abierta, tal como ella esperaba. El anciano
estaba sentado a su escritorio, buscando algo pacientemente en un gran libro. Cassandra
se sentó frente a él, de nuevo en forma humana.
— Liberé a Solana. Ella y Calothar huirán esta noche. Buscarán a Drovar y la
ayuda que él haya podido conseguir. Supongo que Siddar, tal vez Adjanara, los
centauros... No sé con qué otros contaremos... Pero tenemos que resistir solos hasta el
Eclipse... — dijo.
El Anciano la miró.
— Mató a Javan, — dijo el Anciano.
Cassandra sacudió la cabeza vigorosamente.
— ¡No, no! La Guardiana no puede matar... No lo maté... Lo cambié. Lo envié
lejos, y sustituí su cuerpo por uno falso. Por eso lo quemé cuando la figura estaba por
destruirse. No podía dejar que Althenor lo revisara... Ni que tomara los Ojos del Vigía...
No se me ocurrió otra manera de protegerlo...
Los ojos del Maestro relampaguearon.
— Usted sabe que él quiere matarlo, que lo considera un traidor, — agregó ella.
El Anciano asintió gravemente.
146

— Así que se le adelantó.


Cassandra se encogió de hombros.
— Hice un escudo primero, después lo envié al otro lado. Es una suerte que
Althenor no conozca el antiguo lenguaje. Maestro; si la Guardiana contamina su magia,
la pierde. Althenor no sabe eso, por eso he podido engañarlo.
— Cassandra, yo también he hablado con Tenai. Cuando los nodos cambien de
signo...
— Eso es lo que cree Athenor. Que cuando los nodos cambien de signo podrá
forzar las Puertas con magia oscura. Y aniquilar a los Tres como yo le pedí. No sabe que
yo lucharé en su contra, para que los nodos no cambien, y para salvar el Trígono tal
como es ahora. Tenía que decirle algo que él pudiera creer...
— Cassandra, también a mí me dio miedo.
Cassandra sonrió, y bajó la vista. Sacó varios de sus ramilletes de entre sus
ropas.
— Tengo que estar en mis habitaciones. Pero ellos bajarán la guardia hacia la
madrugada. Estarán abajo, atendiendo al llamado de su señor... Entonces, usted podrá
escapar un momento y entregar esto a todos los que pueda. Tal vez hasta puedan
preparar un escape, los más débiles... no lo sé.
— No es buena idea que los dejemos solos y a cargo.
— Pero los más chicos... La Caja de Dherok está en el salón de los Viajeros.
El Anciano asintió. Miró los ramilletes que ella le había dado con simpatía.
— ¿Un amuleto podrá contra las maldiciones de la Serpiente? — preguntó.
Cassandra sonrió.
— Magia antigua. Más antigua que los Ryujin. Nomeolvides para encontrar,
siempreviva para resistir, hierba sol para preservar la luz, noctaria para soportar el
dolor... Me las dieron los Tres. Funcionó bien con Javan.
— Las usaremos, no tema. — El anciano Maestro miró como ella se levantaba
para irse. La detuvo con otra pregunta.
— ¿Por qué estarán ocupados en la madrugada, Cassandra?
Ella lo miró con los ojos llenos de miedo.
— Él vendrá por mí esta noche. Intentará... sacarme el poder, como lo intentó
con Kathryn. Lucharé. Pero si yo fallo, todo dependerá de usted. Tendrá que matarnos, a
mí y a... la cosa. No quisiera pedírselo a Javan. Él ya tuvo que hacerlo una vez, y... Yo
no soy bruja-fénix. No deje que se entere siquiera, por favor...
147

— Cassandra...
— No. Todo saldrá bien, Maestro. Sólo tenemos que ser más fuertes y astutos
que él...
El Anciano bajó la vista a los ramilletes que aún tenía entre las manos. Cuando
levantó la cabeza, ella ya se había ido.

Su habitación estaba vacía y a oscuras cuando entró de nuevo en ella. La


oscuridad era agradable y tranquilizadora. Siguió el ejemplo de Andrei y se acostó sin
desvestirse. Sólo se sacó los zapatos. Golpearon la puerta ventana más allá. La
oscuridad era suave, blanda, calmante.
No debes dormir, se repetía. No debes...
La oscuridad penetró sus sentidos y se durmió.

Se despertó en la mañana temprano. Cada centímetro de su cuerpo le dolía.


Tanteó la cama a su lado. Fría y vacía. Había ganado la primera batalla. Debía resistir
solo dos noches más.
Hizo un esfuerzo para recordar, pero la oscuridad, la misma amistosa oscuridad
de la noche anterior había sumergido todo en el olvido. ¿Qué podría haber pasado?
¿Había Althenor invadido su cuarto? Abrió las cortinas que separaban la cama del resto
de la habitación. El desorden en el cuarto parecía indicarlo así.
Había una larga rajadura en el espejo, y un vaso con flores estaba volcado. El
agua se había secado ya. No podía recordar cómo había escapado. Por un momento,
deseó poder quedarse en la cama hasta que todo hubiese terminado. Luego se levantó.
Tenía un largo día por delante. Tenía que saber de Solana y los otros. Y proteger a los
que se quedaban.
148

Capítulo 15.
La Bailarina.

Subió a los pisos superiores a las nueve. Tomó las escaleras de servicio hacia las
cocinas, y ordenó a los edoms que sirvieran a los aprendices y profesores en sus
habitaciones, y a los “invitados” en el comedor. Se comportó como si fuera la dueña de
la sombra de todos ellos. Delante de ellos llamó a Nita, y le ordenó alimentar al Glub
del calabozo cerrado. Ahora, dijo con altivez, y encárgate personalmente.
Los demás no intervinieron. Normalmente ella dejaba que se repartieran las
tareas como quisieran, y nunca, nunca los había tratado así. Pero ahora... Bien, no
podían hacer nada, en tanto ella cuidara de los capullos de Nita. Ella se acercó a darle
unas palmaditas entre los facetados ojos, y deslizó una piedra blanca en su pata. Nita la
miró un segundo, y luego desapareció a través de la pared.
— El desayuno del señor es para las diez, — ordenó antes de salir. Los edom no
respondieron.
Eran las once cuando Nita apareció frente a ella, en su dormitorio. Ella levantó
la vista del pergamino que estaba leyendo.
— ¿Ha desayunado ya el señor?
Sí, señora, dijeron los ojos.
— ¿Han llevado a alguien de los profesores o de los alumnos ante él?
No, señora.
Ella detuvo la mano en el aire, y miró profundamente en los ojos de Nita. Leyó
lo que necesitaba saber.
— Entonces, Nita, tráeme un té, por favor, — dijo con una pálida sonrisa.

Subió de nuevo las escaleras cuando ya era mediodía. Pasó por la biblioteca
principal, y tomó uno de los libros del fondo; uno negro y plateado. Luego se dirigió al
comedor.
Los gritos que venían de allá la hicieron estremecerse. Era Andrei. Y la voz de
Sirviente... Brekor, Felpudo, como lo había bautizado ella, lanzándole una maldición.
Más gritos. Escuchando cuidadosamente, también se oían respiraciones entrecortadas.
¿Podían haber traído al resto de los profesores para presenciar la tortura? ¿Y para qué?
149

¿Matar el tiempo? Tuvo que controlarse cuidadosamente para no correr y detenerlos.


Tenía que resistir dos días más. Así que caminó indiferente hacia una de las mesas,
cerca del estandarte de Zothar.
Sintió varios pares de ojos que se posaban en ella. No los miró. Se limitó a
desenrollar su pergamino y sacar una pluma. Desde que ella había entrado al comedor,
el único sonido era el jadeo agónico que venía del piso, frente a la mesa central. Ella
tampoco miró en esa dirección. Sabía que se trataba de Andrei.
Sirviente se volvió hacia él, apuntándole con la varita, pronto a empezar de
nuevo. Hubieron algunos murmullos entre los otros secuaces de la Serpiente. El
chasquido de la luz azul fue audible, pero pronto quedó disimulado por el aullido de
Andrei. Algunos de los otros se rieron. Cassandra miró a Sirviente fríamente.
— Basta. Estás haciendo mucho ruido, — dijo lentamente y con suavidad.
— No lo haré. No puedes darme órdenes, — dijo el mago. Nuevos aullidos
llegaron desde el suelo.
Cassandra dijo un par de palabritas, en el mismo tono suave, y la luz oscura que
habían visto el día anterior volvió a sobrevolar el comedor. Felpudo se tiró al suelo,
temblando, pero la maldición fulminante pasó de largo y cayó sobre Andrei. Los
aullidos y jadeos cesaron. Ella tenía los ojos clavados en él.
— Tú sigues. Déjame hacer mi trabajo, — dijo. Los ojos de Brekor se abrieron
de terror: ella ni siquiera había tocado la varita.
En ese momento entró Althenor. Ella miraba de nuevo al pergamino,
profundamente concentrada en su trabajo.
— ¿Qué estás haciendo, Felpudo? — dijo. — ¿Matando a mi público?
— Yo... yo no fui, mi señor... ¡Fue ella! ¡Ella lo hizo! — tartamudeó Sirviente.
Althenor volvió una mirada helada hacia ella.
— Linda cortada, — saludó ella sin levantar la vista de sus papeles. Él se llevó
la mano a la cara. Una fea cicatriz, todavía fresca, cruzaba su mejilla.
— Buenos días, mi señora, — dijo con falsa dulzura. Ella le echó una rápida
mirada.
— Buenos... — dijo ella. Y abrió el libro.
Una niebla oscura y helada nacía de las páginas, y se arrastraba pesadamente por
la mesa y el suelo. Los sirvientes empezaron a retroceder. La niebla se dirigía a ellos en
primer término. Y en la oscuridad había voces, voces muertas que los reclamaban por
sus nombres.
150

— ¡Cállenlo! ¡Cállenlo! ¡Que alguien lo deten...! — Uno de los sirvientes,


histérico, fue devorado por la niebla oscura. Ella miró el bulto que se debatía, y habló
con una voz extraña, diferente de la suya normal.
— ¡Rajputk nadiro-o! ¡Elaven-pok! Entulave te-kir, ona miri oka’najh, — dijo.
La niebla se retiró un poco, como escupiendo al sirviente, que quedó en el suelo,
aterrorizado. La niebla comenzó a formar remolinos en torno a Cassandra. Althenor
sonrió.
— ¿Necotés? — preguntó.
— Neferés, — rectificó ella. — Necotés es masculino, neferés es femenino. Es
un lenguaje dual, ¿sabes?
— Estás llena de sorpresas, —dijo él, sentándose frente a ella. Parecía no
importarle los remolinos de niebla negra que intentaban subir por sus piernas y
ahogarlo. — Pero, mi señora, estás asustando a mis sirvientes, — agregó en tono de
advertencia.
— Ya casi termino... ¡Ah! Aquí está. — Ella garrapateó algo rápidamente en el
pergamino y cerró el libro de golpe. La niebla se inmovilizó, pero quedó estancada a sus
pies. Ella la miró con indiferencia, y luego a Althenor.
— ¿De qué te sirven sirvientes que se asustan tan fácilmente? — se burló. Y
luego, el mismo extraño cambio de tono. — Endiro te-kir. Nadiro-a elaven pok.
La niebla oscura retrocedió hasta el libro y volvió a meterse en él. Ella puso el
libro a un lado.
Althenor preguntó:
— ¿Qué buscabas en el Libro de la Muerte, pequeña Troya?
— ¿Qué tal si almorzamos? —replicó ella. Los ojos de él se endurecieron. No
estaba habituado a que lo contradijeran.
— Pregunté qué...
— Y yo quiero comer algo. Después de eso, tal vez te muestre lo que encontré.
— Ella lo enfrentaba con total sangre fría.
Sus ojos centellearon con furia. Sus manos temblaron un poco, como si quisiera
la varita. Le hubiera encantado maldecirla, pero sabía que no podía. Lo había
averiguado anoche, y de la manera difícil. Así que dejó que su voz se deslizara,
seductora y peligrosa como una serpiente, y dijo:
— Por supuesto. Podríamos almorzar primero...
151

Althenor casi no comió. La estuvo observando, con el ceño a medias fruncido,


mientras ella almorzaba. Parecía tan forastera. Su manera de vestir, sus modales... Pero
en el fondo de sus ojos brillaba una llama. Ella lo odiaba, y él lo sabía. Él la aborrecía, y
aún así, parecían condenados a ser socios. Ella tenía poder más allá de las posibilidades
de una bruja, cuánto más de las de una forastera. Y si ella podía acumular poder de esa
manera, ¿qué no podría hacer él? ¿Qué límites no podría él atravesar, si hacía suya esa
capacidad?
Ella no temía a la oscuridad. O era muy buena actriz. Pensó, divertido, que
debería probarla. No, era imperativo que lo hiciera. En todas las ocasiones anteriores,
ella lo había traicionado y servido al Trígono. ¿Por qué habría de ser diferente ahora?
Ella lo haría otra vez. Seguramente. Casi seguro... Aún quedaba esa pequeña sombra de
duda. Ella había matado a Javan Fara, el Comites de la Rama de Plata, su propio
marido. ¿O no? También había matado a Andrei Leanthross. Había desaparecido el
cadáver al sentarse a la mesa. Althenor la había mirado con algo de sorna, y ella dijo
que le molestaba el olor. ¿Olor tan pronto? ¿O estaba escondiendo alguna otra cosa?
¿Mataría a...? No. Matar al Anciano Mayor Aurum no sería una prueba adecuada. Si
había sido capaz de parar una maldición fulminante con la mano desnuda, y de eso no
tenía dudas, también podía fingir todas las otras muertes. ¿Qué prueba podría ponerle?
Le quedaba sólo un día para asegurar su posición frente a ella. Sobre ella. Necesitaba
dominarla. Esta noche tenía que tomar posesión de ella, y de su poder. Todo su poder.
O, de otra manera, matarla. Nunca podría soportar un enemigo potencial tan poderoso a
su lado.
Los reflejos rojos de luz en la copa le dieron la idea. Ella había estado jugando a
eso con Javan Fara desde el comienzo. ¿Por qué no darle un trago de su propia
medicina? Sólo necesitaba unas pocas cosas, y todos los armarios de los profesores,
incluido el del mismo Fara, estaban a su disposición.

Cassandra demoró el final de la comida tanto como pudo. No era que tuviese
hambre; era que temía lo que seguiría después. Pero inevitablemente, el almuerzo
terminó. Ella trató de escapar de Althenor, pero él no se lo permitió. La había estado
vigilando durante todo el almuerzo. Las expresiones cambiantes en su cara delataban el
rumbo de sus pensamientos. Desconfiaba, y quería asegurarse de su lealtad. Cassandra
estaba preparada. Por eso, ella no se sorprendió demasiado cuando él le dijo, con una
especie de diversión en su voz.
152

— Por favor, mi señora. Ahora bailarás para nosotros. Una danza ritual, como
las que has danzado para ellos. Me dijeron que eres muy buena bailarina...
Cassandra lo miró y sonrió, pero no trató de excusarse. No hubiera funcionado.
Él andaba tras algo, y ella debía evitar que eso terminara en alguna muerte. Así que le
hizo una pequeña reverencia y fue hacia el centro del salón. Sabiendo cómo afectaba
eso a los servidores de la Serpiente, movió la mano para abrir un espacio entre las
mesas, y de nuevo para dibujar el círculo. No hubiera sido tan impresionante su hubiera
usado la varita.
Y dejó caer agua en el círculo por entre sus manos vacías; y sopló una brisa fría,
mientras giraba una segunda vez. Y luego de eso, dejó caer polvo de cristales, y en la
última vuelta, chispas rojas encendieron las llamas.
Golpeando las manos sobre su cabeza, sacó dos cintas de la nada, una de luz y
otra de sombras; y las cintas flamearon y ondearon tras ella, siguiendo sus movimientos,
salpicando en ondas de luz y oscuridad. Mientras bailaba no sonreía, concentrada en el
poder que debía mostrar pero no liberar hacia los espectadores. Si hubiera podido, lo
hubiera dejado fluir hacia sus amigos, pero no estaba en condiciones de seleccionar a
quién del auditorio iba dirigido el flujo mágico. Casi flotaba ahora, como una pluma que
caía. Y terminó girando agazapada contra el piso. Las cintas de luz y sombra cayeron y
se disolvieron en silenciosas ondas, y Cassandra levantó el brazo. Un destello de luz lo
anunció, y más de uno de los espectadores se estremeció. Cuando ella se levantó, tenía
en sus manos el Cetro. Las cuatro Joyas estaban engarzadas en su cabeza: el triángulo
con el zafiro al centro, centelleando al sol. Cassandra se detuvo, se enderezó, y saludó
con una inclinación.
Clap, clap, clap. Althenor aplaudía lenta y burlonamente. Ella sonrió otra vez. Él
extendió la mano.
— ¿Qué es eso? Déjame ver, — dijo él.
Ella frunció los labios. Era tan predeciblemente igual a Zothar.
— Es mío. Ven por él... si te atreves, — le dijo.
Althenor se levantó. Ella le apuntó con el Cetro. Las Joyas chisporrotearon y
empezaron a acumular luz peligrosamente. Él se detuvo, y ella se rió.
— Es el Cetro de los Tres. Pertenece a la Guardiana. No puedes tomarlo, y no
puedo dártelo... aún si lo quisiera.
— Muy bien, — dijo él en voz baja, pero cada músculo de su cuerpo era una
amenaza.
153

Ella retrocedió instintivamente, todavía apuntando con el Cetro; y él avanzó.


— Detente, — dijo ella. Pero su voz sonó insegura. Él siguió avanzando.
— ¡Alto! — dijo ella ahora con una nota aguda de histeria en la voz.
— Está bien. — Él sonreía ahora. Ella tenía miedo, por lo tanto no era
invencible. — Tú te lo buscaste...
Y ella se transformó. Perdido el autocontrol, tomó la forma de una hikiri como la
de Zothar, cuarenta o cincuenta metros de largo, alta como todo el salón y gruesa como
el tronco de un árbol. Los sirvientes de la Serpiente saltaron hacia atrás y huyeron como
si hubieran sido dispersados por un viento fuerte. Althenor se detuvo. Ella lo miró
siseando. Y aún así, él se sintió complacido de notar el miedo en el fondo de sus ojos.
De modo que dijo:
— Muy bien. — Ahora su tono era diferente. Tranquilizador, aunque tan frío
como siempre. — Transfórmate, por favor. Tenemos que hablar...
Ella se transformó de mala gana. Tuvo que reprimir un escalofrío cuando él la
tomó del brazo, pero él se limitó a conducirla a una oficina vacía. Antes de ir, Cassandra
envió a los profesores a sus habitaciones y selló el hechizo para que no pudieran
sacarlos de allí sin que ella lo supiera.

Cassandra se había encerrado en su habitación. Se sentía tan cansada... Pero


todavía no era el momento de descansar. Tenía unas pocas horas hasta la noche. Corrió
por dentro de las paredes hasta el calabozo cerrado.
— C’ssie... — La voz sonó ahogada.
— Javan... — susurró ella. Se fundieron en un abrazo cálido. Pero ella lo soltó
rápidamente. — ¿Y Andrei?
— Está aquí. ¿Qué le...?
— Lo asesiné igual que a ti. Pero lo estuvieron torturando un rato, antes... Temí
que no resistiera...
Javan hizo una mueca.
— Ven a verlo, — dijo.
Andrei estaba junto a la rueda, en el suelo. Javan lo había cubierto con su capa, y
una manta que faltaba del armario de Cassandra.
— Como ves, no está muy bien, — dijo en voz baja.
— Lo torturaron., — dijo Cassandra. — No lo pude evitar.
154

Ella se arrodilló a su lado, y le tomó las manos. Estaban frías. Tocó su frente y
sus mejillas sacudiendo la cabeza.
— Ojalá no estuviera tan cansada, —murmuró. — ¡Fuego de Arthuz! Dale
nueva fuerza a este servidor de tu Rama...
Un destello de llamas brilló brevemente bajo sus manos, en la frente, el corazón
y las manos de Andrei. Él abrió los ojos y pestañeó.
— ¿Estás bien?
— Sí... ¿Qué... qué pasó?
— Te maté, como te dije que lo haría... Pero ahora ustedes dos tienen trabajo que
hacer. Andrei, ¿podrás...?
— Si tú puedes, yo puedo, — le dijo Andrei, haciendo un esfuerzo para ponerse
de pie. Cassandra lo ayudó. — ¿Qué pasó contigo?
— Vino anoche... pero yo no recuerdo nada. Tiene una cicatriz en la mejilla que
creo que le hice yo...
Javan la hizo volverse en redondo, la tomó de las manos y la miró a los ojos.
Había miedo en los suyos, cuando Cassandra lo miró. Movió la boca, pero no dijo nada.
Cassandra sonrió apenas y lo besó.
— No te preocupes, — le susurró. Javan se estremeció.
— Ven a ver esta cosa, — logró decir él con voz ronca. Y la llevó donde el
Triegramma. — Anoche estuvo centelleando, llameando y chisporroteando toda la
noche, en especial en la madrugada. Está quemado en algunos lugares.
Cassandra miró lo que él le indicaba. Tenía razón.
— Supongo que utilicé el poder para rechazar a Althenor. Creo que él trató de
hacerme lo mismo que a Kathryn...
Javan le apretó los brazos tan fuerte que ella se quejó. Pero él no podía decir
nada.
— Seguiremos luchando, sabes que tenemos que hacerlo... Estaré bien.
Él sólo la rodeó con los brazos y la abrazó fuerte, sin una palabra.

Andrei y Javan se habían ido. Cassandra le había encomendado a Javan que


ocultara a Kathy de nuevo. Temía por la niña más que por ella misma. Ya era bastante
extraño que Althenor no la hubiera buscado aún. Pero Cassandra le estaba dando mucho
en qué pensar. Después de todo, Kathy era solo una niña, y para poder usarla, tendría
que esperar a que el poder madurase en ella. Cassandra, por otra parte, le ofrecía el
155

poder ya maduro. Tenía que seguir distrayéndolo. Javan había protestado y discutido
mucho rato su plan. Libre ahora de los polvos de indiferencia, como casi todos en el
castillo, no quería dejarla sola con la Serpiente. Luego de una larga discusión,
Cassandra lo convenció. Tenían que salvar a Kathy primero.
Cuando Andrei pudo moverse con más soltura, él y Javan habían usado el pasaje
a la cabaña y habían regresado desde el otro lado. Cassandra los hizo pasar a través de la
frontera. Debían llegar al jardín de Ingelyn lo antes posible. Allí, le habían dicho a
Drovar que llevara los refuerzos. Allí... Por un momento, Cassandra pensó que qué
harían si no había nadie. ¿Podrían vencer solos? Javan le apretó la mano en las sombras
de la mazmorra a oscuras. Él estaría con ella al menos. No tenía noticias del Interior,
pero Javan le prometió contactarse con la Hija del Viento. Él suponía que Lyanne era
más que suficiente para levantar a todo el bosque de los centauros, y Nero y Ara harían
lo mismo con los otros habitantes del Interior si lograban comunicarse con ellos. Como
sea, en el bosque sería más fácil encontrarlos. No sabía qué haría Nakhira, pero de todas
maneras, la Dama de blanco era un ser extraño, tan propenso a la traición como el
mismo Zothar, o Althenor. No iban a bajar al lago para buscarla.
Viendo su preocupación, Andrei se acercó a ella.
— Si te sirve de consuelo, tenemos algo más para defendernos... — dijo, casi
avergonzado. Javan lo miró y asintió. Cassandra los miró con curiosidad.
Andrei sacó su varita, el bastón blanco que usaba cuando estaba ciego, y lo
sostuvo entre las manos como hacía Javan cuando quería llamar a la Vara del Vigía. La
Vara de Andrei creció, se torneó sobre sí misma como una llama, y de pronto fue
también la Vara de un hechicero.
— El regalo que me trajiste... — dijo Andrei, — es en verdad poderoso...
Cassandra miró la vara. En el lugar de la piedra de poder, centelleaba una
burbuja de cristal con una flama roja dentro. El huevo de hikiri.
— Ahora Andrei tiene poderes similares a los tuyos, al menos en cuanto al fuego
y al agua, — dijo Javan. — Aunque nadie viniera, podríamos defendernos...
— No, no en este momento. En el Eclipse. Hasta ese momento, cualquier cosa
que hagamos será para mal. El Signo debe formarse y llegar a su plenitud antes de que
podamos revertirlo. Javan, Andrei... Confío en ustedes.
Javan la abrazó y la besó. Andrei se limitó a darle unas palmaditas en el hombro.
— Confía también en los otros. Siddar no nos dejará, ni Adjanara, ni los otros
Varas del Círculo.
156

— Pero Hafnak...
— Hay otros Varas aparte de ese traidor, — dijo Andrei con los dientes
apretados.
Javan la estrechó de nuevo contra él, pero no hizo comentarios.
Se habían ido hacía unos momentos, y ella les había encomendado que se
reunieran con los otros en el bosque, en el jardín de los helechos de Ingelyn... A ella le
quedaba una hora, y pensando en ellos se recostó un momento. Se quedó dormida.

Un par de labios helados y llenos de deseo la despertaron. Estaba muy oscuro.


Una lengua fría, sondeando, tratando de abrirle la boca. Un cuerpo pesado sobre ella.
Estalló en llamas, y él saltó fuera de la cama, apagando las chispas en su ropa. Ella se
sentó, alerta y desafiante.
— ¿Qué estás haciendo aquí? Te dije que esto no te lo daría, — dijo ella con
frialdad.
— Me lo darás todo, mi señora, por grado o por la fuerza.
— Eso será solo en el caso que logres retener tu premio, mi señor.
Allí estaba, sin lugar a dudas, el tono burlón que ella siempre ponía en la
palabra. Debía doblegarla. A cualquier costo.
— Mañana daré una clase, — dijo.
— ¿¡Qué?!
— Esto es un lugar de conocimiento, como una escuela ¿no?
— Sí, pero... — Ella no sabía qué decir. — Estamos de vacaciones.
— No seas estúpida. Daré una clase de Magia Oscura. Convocarás a todos los
estudiantes al comedor mañana a las nueve.
Ella estaba aturdida. Debía protegerlos.
— No puedes darle una clase a tanta gente. Te daré solo a los de nivel superior,
— dijo ella con altivez.
Él lo pensó unos segundos. Un puñado de estudiantes eran suficientes para sus
fines. Ella estaría tan preocupada por ellos que bajaría la guardia. Y al final estaría tan
cansada que podría hacerle lo que quisiera. Doblegarla. Quebrarla. Tomar su poder. Y al
final, aplastarla. Pero no sin antes enseñarle a quién se había atrevido a desafiar.
— Está bien para mí, mi señora. Mañana a las nueve, no lo olvides.
Y se fue sin más discusión, para asombro de Cassandra.
157

Capítulo 16.
Magia oscura.

Cassandra se despertó temprano. Demasiado temprano. Trenzó varios ramilletes


de siemprevivas y nomeolvides, hierba sol y noctarias, y se preparó para llevarlos a los
estudiantes avanzados, los que estarían en el comedor más tarde. Fue a buscar a Ryzhak,
pero se tropezó con Norak en el camino. El muchacho la miró y se sonrojó. Ella frunció
el ceño.
— Pro... fesora... Guardiana... Yo...
El muchacho había sacado su varita. Cassandra lo miró. ¿Los traicionaría de
nuevo?
— ¿Por qué estás afuera, Norak? Se supone que no pueden salir.
— Mi varita... Mi Vara...
Cassandra miró a ambos lados del pasillo, y tomó a Norak del brazo para
arrastrarlo al salón de Javan. Sintió un cosquilleo familiar en la mano cuando lo tocó.
— ¿Qué pasa con tu varita? ¿Cómo es que estás afuera?
— Esta mañana... Mi varita había regresado. Estaba en mi mesa. La tomé, y la
revisé para ver si no tenía nada anormal... Y empecé a ver cosas. Cuando toqué la
puerta, se abrió y me dejó salir.
— Déjame ver, — dijo ella.
Cerró los ojos, y se puso a la espalda del chico. Le cubrió los ojos con las manos
y abrió los suyos. Miró a su alrededor, y vio el bosque, los centauros que se
congregaban, un par de figuras embozadas que se reunían en un campamento, los
sirvientes de la Serpiente moviéndose por todo el castillo. Prácticamente no había
barreras, salvo en una dirección. Cassandra miró unos momentos la pared de nube
blanca que se había levantado ante sus ojos.
— En esa dirección está la Serpiente. No trates de mirarlo todavía. Te
descubriría demasiado pronto...
— Pero... ¿qué es? ¿Por qué...?
Ella le sonrió.
— Los Tres te han dado un regalo... y una misión, si decides ayudarnos.
158

El muchacho la miraba pálido. Ella tomó la varita de sus manos y la acarició un


con la punta de los dedos, desde la punta hasta la base. La varita se alargó unos
centímetros, pero en su cabeza brillaban dos pequeñas esmeraldas.
— Los Ojos del Vigía, — susurró Norak sin aliento. — Pero... son más
pequeños...
— Claro, — sonrió Cassandra. — Crecerán contigo. No creerás que puedes
alimentarlos con la misma fuerza que a mi esposo le llevó toda una vida cultivar. Eres el
nuevo Vigía, Norak.
Los ojos del muchacho brillaron.
— ¿Qué tengo que hacer?
— Por ahora, evitar que la Serpiente lo sepa. Y si ves algo, trata de ponerte en
contacto conmigo... Si quiero contactarte, te enviaré primero el perfume de alguna flor...
— ¿Jazmín?
— Bueno. Pensaré en jazmines y luego te hablaré a tu mente. Javan me está
enseñando a hacerlo...
La sonrisa de Norak se ensanchó.
— A mí también.
En ese momento, Cassandra se dio cuenta que su nuevo Vigía sabía
perfectamente que Javan y Andrei estaban en el bosque, incluso con más claridad que
ella. Sonrió.
— Lleva esto a los muchachos del piso de abajo... Y si puedes, contacta al
Maestro... Aunque es peligroso. La Serpiente podría ‘escucharnos’.
Norak asintió, mientras tomaba los amuletos.
— Creo que hablaré con mi padre... — dijo. Cassandra entreoyó las hebras de un
plan en la mente del muchacho.
— Está bien, pero no corras riesgos... Gracias, Vigía.
— A tu servicio, Guardiana.
El muchacho se retiró del salón como una sombra. Cassandra regresó a sus
habitaciones y salió como una brisa por la claraboya para ir al encuentro del Maestro.

A las ocho y media de la mañana, todos los aprendices avanzados estaban


desayunando en el comedor. El resto de los aprendices permanecían encerrados en sus
dormitorios. Cassandra no sabía, ni quería preguntar a cuántos de ellos habían logrado
evacuar la primera noche. Los miraba comer, preguntándose qué pensarían ellos. Los
159

veía mirar alrededor, asustados, y deseaba ir con ellos y tranquilizarlos. Vio a Norak
acercarse a Ryzhak como por descuido, y decirle algo. Luego se alejó hacia otro
muchacho. Ryzhak continuó comiendo con tranquilidad, y Cassandra miró a otro lado.
Cuando volvió a mirar, Ryzhak se había levantado y hablaba con Membrill. Más tarde,
vio a Membrill inclinándose hacia Anika. Sí, Norak había pensado algo, y se alegró de
no saber de qué se trataba. La Serpiente podría espiar sus pensamientos.
A las nueve, las mesas habían sido vaciadas, y Althenor entró en el salón con
aspecto de estar sumamente complacido. Traía al Anciano Mayor consigo, y le indicó un
asiento, separado de los estudiantes.
Cassandra reprimió un escalofrío. Él era poderoso, lo suficiente como para
romper el sello con que ella había cerrado su hechizo de obediencia. Se estremeció,
pensando que lo estaba subestimando. Sintió que se hundía en la desesperación. Miró a
Norak, pensando decirle que mejor no intentara nada, y la visión de un jazminero
florido inundó su mente, junto con la voz de Norak. La desesperación es una trampa,
no te dejes arrastrar... Y luego nada. Cassandra desvió la mirada, confortada por la luz
que vio en los ojos del muchacho. Tenían que resistir. Miró al Anciano Mayor, y detectó
un ligero asentimiento en su mirada también. Apretó los dientes y continuó.
Althenor había empezado su clase. Se había vuelto a los aprendices, y los
examinaba con aire de superioridad. En esto, al menos, tenía razón: nadie estaba más
cerca de la magia oscura que él.
— Bien, pequeños magos y brujos; llegó el momento de que aprendan algo útil
al fin... — dijo, barriendo el salón con una mirada malévola. Los muchachos lo
miraban, muchos de ellos pálidos, muchos de ellos nerviosos, muchos de ellos
aterrorizados. Todos ellos habían escuchado de la Serpiente, y tenerlo ahí adelante era
más de lo que muchos podían soportar.
— Como primera lección, — dijo, — aunque no es sobre magia... Como primera
lección, aprenderán a no tratar de engañarme.
Estaba ahora mirando a Cassandra, que le devolvía la mirada. Su voz había
sonado dura y fría. Metió la mano en su bolsillo y sacó un ramillete de flores. Lo mostró
a sus servidores, detrás de los estudiantes.
— Esto es un absurdo amuleto de protección. Inútil ahora, — dijo. Sopló sobre
las flores y el ramo se ennegreció y marchitó. Las flores se deshicieron en cenizas. De
los bolsillos de la mayoría de los estudiantes otros puñados de cenizas salieron y se
unieron al remolino que se formaba frente a Cassandra. Ella notó que de algunos
160

bolsillos no salía ceniza. Alguien los había traicionado, pensó, cuando los jazmines
invadieron su mente otra vez. Esta vez no hubieron palabras. Solo la imagen del ramo
que Althenor había sostenido. Había algo mal en ese ramo; no era el mismo que ella le
había dado a Norak y a los otros muchachos. La imagen desapareció antes de que ella
pudiera llegar a ninguna conclusión. Ocultó como pudo su confusión.
— Bonito truco, — dijo a la Serpiente, fingiendo calma absoluta. Y a su vez,
sopló sobre las cenizas que se arremolinaban en la brisa. Las cenizas cambiaron de color
y desaparecieron. — Bonito truco. ¿Y ahora qué?
— Trataste de engañarme otra vez, pequeña Troya, — dijo él. Ella se encogió de
hombros.
— Claro. ¿Qué otra cosa esperabas de mí? Sigue con tu clase, profesor...
La burla impregnaba su voz de nuevo. Él la miró unos momentos más, furioso.
No pudo evitar que la mano que sostenía la varita temblara. Pero se contuvo antes de
levantarla.
— Tienes razón, Troya, — dijo finalmente. — Tenemos cosas importantes que
hacer hoy. — Y se volvió a los estudiantes.
Cassandra se sentó allí, escuchando. No hizo ningún movimiento. Observó al
Anciano, sentado frente a ella y leyó la preocupación en su cara cansada... Pero también
vio la fuerza en el fondo de sus ojos. No sonrió, pero la hizo sentir mejor. Volvió su
atención a los aprendices. Algunos lo escuchaban ansiosamente, sin perderse una
palabra. Otros, con miedo. Para algunos de los aprendices, este era un mundo nuevo, y
Cassandra sabía cuánto atractivo tiene lo desconocido. El salón parecía dividido. Había
un grupo, a la derecha, cuya expresión era de lo más perturbadora. Una mirada de
superioridad hacia sus compañeros, y de tranquila aceptación a lo que la Serpiente iba
diciendo. Estaban en su elemento, y la magia oscura no les era ajena. Cassandra se
estremeció. Norak estaba precisamente junto a ellos. A la izquierda, estaban los otros,
con Drovna y Sonja al centro. En ellos, la expresión era de franco rechazo. Por un
segundo, Cassandra creyó ver la sombra de una llama en el estandarte detrás de ellos: el
fénix de Arthuz. Miró hacia el otro lado, pero el estandarte de Zothar permanecía
indiferente. Como los Tres habían dicho, estaba sola. Se movió en su asiento, incómoda.
Él se volvió hacia ella.
— ¿Crees que es una clase demasiado teórica? — preguntó. Ella se encogió
ligeramente de hombros. Una clase práctica podría ser mucho peor.
— Me han dicho que te especializas en espejos. ¿Te gustaría mostrárnoslo?
161

Él hizo un amplio movimiento con la mano, en gesto de invitación. Ella se


levantó, y no tuvo que fingir que estaba complacida. Si ella controlaba el espectáculo,
nadie saldría herido.
Althenor mostró los dientes. Eso era exactamente lo que estaba esperando.
Cassandra caminó hacia él, al centro del salón.
— Muy bien, — dijo. — Espejos... — Vio la expresión de desilusión del grupo
de la derecha, y la de alivio de los de la izquierda, y pensó que pronto ambos grupos se
sentirían confundidos y decepcionados. Miró brevemente a Norak, pero el chico no hizo
ningún movimiento. No sabía lo que vendría. — Pueden hacer muchas cosas con
espejos. Algunas son lícitas, otras no tanto... y otras están directamente prohibidas. Si
son lo bastante poderosos, pueden abrir el espejo para mirar adelante o atrás en el
tiempo. Eso es magia lícita.
Increíblemente, una mano se estaba levantando. Era Sonja, la hermana de
Solana.
— ¿Sí? — sonrió Cassandra.
— ¿Cómo se hace, profesora? — Ella parecía estar en una clase normal. Hasta
Drovna la miró extrañada, pero la mayoría de sus compañeros se sintieron refrescados.
Un ligero movimiento recorrió el salón.
Como en la clase de los Viajeros, Cassandra golpeó las manos y un espejo
apareció frente a ellos.
— Magia antigua. Yo uso una invocación en el antiguo lenguaje. Emba anatella
o’miro... — el espejo se oscureció, y volvió a aclararse. — Hay otras posibilidades. La
magia antigua no está al alcance de todos... y los espejos tampoco. Para algunos
hechiceros, basta con concentrarse en lo que quieren ver. En la mayoría de los casos, el
espejo se debe activar primero con unos rituales... — Cassandra calló. No porque no
hubiera leído sobre los rituales de activación y apertura, sino porque nadie la estaba
escuchando. Todos miraban atentos el espejo, que ahora reflejaba una cena de
bienvenida. Las velas iluminaban el comedor, un comedor lleno de aprendices, y las
ventanas estaban oscuras, como si fuera de noche.
— Es el banquete de bienvenida, el primer día de este año... — aclaró
Cassandra. — Y si vamos más atrás, O’miro antelien...
La escena cambió otra vez. La gente del espejo lucía extraña, la ropa era
anticuada, y los peinados. Las mesas estaban ubicadas en forma de triángulo, y cada
lado estaba presidido por una pareja de magos. Todos miraron el espejo con curiosidad.
162

— Hace mil y pocos años... — sonrió Cassandra. Los magos a la cabeza de las
mesas se levantaron. Cada uno sacó su Vara, y apuntaron al centro del espacio dejado
por las mesas. Una de las varas estaba formada por tres serpientes entrelazadas. De los
rayos unidos de las tres varitas se originó la visión de un árbol, el Árbol de las Tres
Ramas. — En esa época, los Tres solían abrir el Interior de esa manera. Sólo mucho más
adelante construyeron las Puertas...
— ¿Es la Puerta de la Primavera? ¿Van a entrar? — soltó Drovna. Althenor hizo
un gesto de disgusto.
— No. La tradición de abrir el Interior solo en Primavera es mucho más reciente.
De hecho data de una... intromisión que se dio en una prueba de hechicero... ¿No es
verdad, mi señor? — preguntó Cassandra de improviso. La Serpiente asintió,
complacido al ver el miedo de nuevo en las caras de los muchachos. Cassandra se
volvió a ellos, para que él no pudiera verle la cara a ella.
— Estás perdiendo el tiempo, mi señora, — dijo él con aspereza.
— No. Estoy enseñando. Enseñar y aprender lleva tiempo, — dijo ella. — Ahora
la invocación para ver el futuro es...
— ¡Basta! Muéstrales lo que ellos nunca les enseñarán. — Él ordenaba ahora.
Cassandra se encogió de hombros y dio la espalda a la Serpiente y al Anciano Mayor.
Habló en el mismo tono tranquilo que usaría si hubiera estado a solas con ellos en su
salón de viajeros.
— He tenido esta discusión con mi esposo y el Anciano docenas de veces. Ellos
me prohibieron muchas veces hablar ciertos lenguajes, sobre todo para hacer ciertas
cosas. Como abrir un espejo. Creía entonces, y creo ahora, que las raíces de la magia
oscura y la magia blanca son las mismas; ramas de un mismo tronco. Y no necesitan
tener miedo de las sombras... si son fuertes.
La expresión del Anciano Mayor era de verdadero espanto ahora, según
Cassandra notó al volverse. Althenor la observaba complacido. Ella estaba a punto de
hacer lo que él quería. Ella se paró frente al espejo y murmuró unas palabras. La
superficie se puso muy oscura de pronto, y onduló como agua. Hubo un destello de
fuego blanco, y el espejo volvió a reflejar la habitación. El cuarto, no la gente. Ella
habló en un susurro, como temerosa de llamar a los demonios del espejo.
— Ahora este espejo es un pasaje hacia otros espejos, otros lugares. Incluso el
Interior, si tienen el poder para mantener el portal. El encantamiento para transformar el
espejo en un pasaje en el tiempo está fuera de mi alcance. Tal vez, pero no estoy segura,
163

la Llave de Adjanara pueda hacerlo. No lo sé... y de todas maneras, no tenemos esa


Llave. — Ella hizo una pausa, y miró alrededor lentamente. Parecía asustada por algo.
— Ahora pueden probar el pasaje, y creo que tú querrás hacerlo primero, mi
señor...
Ella se había vuelto a él de repente, y lo tomó desprevenido. Él se sobresaltó.
— Creo que no, gracias. ¿Por qué no lo haces tú, mi señora? — dijo él.
— No soy tan estúpida, — le dijo ella. — Si entran ahí, encontrarán una
habitación similar a ésta. Detrás del espejo habrá tres puertas, y si quieren ir a algún
otro lugar, tienen que elegir. Cada vez que abren una puerta, algo sale de ella y les exige
un precio para dejarlos pasar.
La mano de Sonja se había levantado otra vez. Drovna intentaba hacerle bajar el
brazo, y el forcejeo distrajo a los aprendices. Cassandra no podía permitirlo, los
necesitaba concentrados.
— ¡Sonja! ¡Drovna! ¿Qué pasa ahora? — preguntó, áspera.
— ¿Qué clase de precio, profesora?
Cassandra resopló.
— Una víctima, un sacrificio o un pacto. Les vendes una parte de tu cuerpo, de
tu vida o de tu alma. En todo caso será un pacto del que no podrás retroceder. Y... esta
vez no voy a pedir voluntarios. Norak, de la Rama de Plata. Ven aquí.
El muchacho se levantó más empujado que ayudado por sus compañeros. Sus
piernas no parecían sostenerlo. Algunos chicos que estaban junto a él parecían
asustados. Pero uno o dos, se veían complacidos. Aún entre ellos, los de la camarilla de
Zothar no eran buenos compañeros. Entretanto, Althenor la miraba satisfecho.
¿Arriesgaría a uno de los estudiantes? Realmente no lo creía.
Ella apoyó las manos en los hombros del muchacho y lo miró a los ojos.
Contacto mental, adivinó la Serpiente. No lo bloqueó. Necesitaba que ella creyera que
podía engañarlo, como con las flores de la mañana. El mismo Norak le había traído el
ramito a su padre. Ahora, de nuevo Norak. El muchacho era todo un interrogante. Se
había resistido hasta que secuestró a su madre. Y luego había conseguido que lo
rescataran y lo aceptaran de nuevo. Nunca entendería a los del Trígono. O eran ciegos o
eran decididamente estúpidos. Un gruñido grave y rabioso, proveniente del Anciano
Mayor lo sacó de sus pensamientos. El viejo estaba a punto de romper el hechizo que lo
encadenaba a la silla. Lo miró un segundo, y luego a Cassandra, preguntándose si el
viejo sería capaz de atacarla a ella. Después de todo, estaba yendo demasiado lejos.
164

Cassandra levantó la cabeza y lo miró. Una mirada fría y extraña. El Anciano se


quedó súbitamente quieto. Althenor levantó las cejas. Esto se ponía cada vez más
interesante.
— Ahora me traerás la vela amarilla, — dijo, y empujó a Norak hacia adentro.
El muchacho tropezó con el marco del espejo, pero entró, tambaleándose. Atravesó el
cristal. El silencio era tan denso que se podía cortar con un cuchillo. Althenor observaba
a Cassandra cuidadosamente. Ella escuchaba con todas sus fuerzas, no atendiendo a
nada más. De inmediato aprovechó la oportunidad, y ella no notó lo que él hacía.
De repente, la expresión de ella cambió. Saltó hacia la luna oscurecida y metió la
cabeza en el espejo. Se zambulló a través del cristal, y unos segundos después, Norak
caía de espaldas fuera de él. Cassandra salió con la vela amarilla encendida en su mano.
Otra mano salió del espejo, tratando de asirla. Ella se volvió.
— ¡Quédate quieta! — le siseó. Aquellos que estaban mirando, vieron el reflejo
de Cassandra en el vidrio. Pero el reflejo parecía tener vida propia. Su cabello era más
claro, y sus ojos más oscuros. Estaba luchando para salir del espejo. Cassandra la miró,
y lenta, despreciativamente, levantó la vela hasta sus labios y la sopló. El espejo se
oscureció otra vez.
Sin una mirada al Anciano o a la Serpiente, ella se inclinó hacia Norak y lo
ayudó a levantarse. Él estaba blanco como un papel.
— No trates de hablar por un par de horas, — aconsejó, y lo empujó de nuevo a
su sitio.
— Bien. Ahora, esta vela es la llave a las puertas que les mencioné. Me fue
quitada el día que el Comites Fara rompió el hechizo de mi espejo. — Ella se limitó a
deslizar la vela en su bolsillo.
— ¿Preguntas?
No las había.
— Entonces, estamos listos para ver la habitación detrás del espejo. No se
preocupen, estarán a salvo... Casi tanto como yo.
Cassandra se paró frente al espejo otra vez. Dijo unas palabras en un suave
murmullo, y el espejo creció para envolverlos a todos. De pronto se encontraron en una
habitación diferente. El espejo reflejaba oscuramente el comedor. Detrás de él, tres altas
puertas negras.
— Aquí estamos, detrás del espejo. Lugar no permitido para magos blancos...
165

— No tienes demonios aquí, mi señora. Francamente, dudo que estés haciendo


realmente magia oscura, — se burló Althenor.
— ¿Dudas de mí? ¿Realmente quieres ver demonios? Abre la puerta de la
derecha. Creo que quedaron allí la última vez... — Ella movió una mano.
— ¿Dejaste qué, mi señora?
— Abre la puerta, mi señor, — dijo ella mirándolo.
— Está bien, te creo.
— ¿Podrías, por favor, abrir la puerta de la derecha? — repitió ella.
— No. No lo haré. ¿Qué hay detrás de ella? — Ahora aún sus sirvientes notaron
su tensión.
— Espera y verás, — dijo ella con brusquedad. Avanzó hacia la puerta y la abrió
de un tirón. Una ola gigantesca, como una ola rompiente, pero de sombras, se levantó en
el umbral. Cassandra se volvió a la clase.
— Les presento a mis Horrores... Una variedad de demonios personales, — dijo
con calma. La ola parecía estar hecha de muchas criaturas de aire, oscuras, viscosas,
moviéndose repulsivamente unas sobre otras, retorciéndose, deslizándose, cambiando
amenazadoramente de forma y tamaño.
— Cuatro de ustedes, vayan y muéstrenle cuán reales son, — dijo con voz
calmada y fría, mientras señalaba a Althenor. — Si no los cree auténticos debería ser
lastimado...
Cuatro bolas de aire y sombras rodaron y se deslizaron lentamente hacia él. Él
dio un paso atrás.
— Creo que tus Horrores son reales. Detenlos, — dijo. Ella lo miró,
evidentemente disfrutando del espectáculo.
— Te dije que soy más poderosa que tú. De manera que dejarás de probarme, —
dijo ella. Los Horrores estaban ahora a los pies de la Serpiente y parecían arrastrarse
sobre sus piernas. Su cara era ahora una máscara del terror.
— ¡Alto! — gritó. — ¡Retrocedan!
— Alto, — dijo ella.
Los Horrores se detuvieron, y se retorcieron, como si estuvieran volviendo las
cabezas que no tenían hacia Cassandra.
— Regresen. Ahora, — dijo ella. Las cosas retrocedieron de mala gana a la
movediza ola. Cassandra empujó la ola hacia la puerta. Los Horrores se enroscaban en
166

su túnica, y trepaban a ella como lo haría cualquier mascota. Ella los empujó y cerró la
puerta.
— Si no quieres ver lo que hay detrás de las otras puertas... volvamos al castillo,
— dijo ella.

— Realmente tienes un don para los espejos, mi señora, — le decía Althenor


unos minutos después. El espejo había desaparecido, y con él la amenaza. Él le tendió
una copa con un licor ligeramente coloreado, y levantó la suya.
— Por nosotros, — dijo. — Por nuestro futuro.
Ella levantó la copa, pero mojó apenas los labios.
— Estoy cansada. Terminemos la clase aquí, — dijo.
— Como lo desee mi dama; haz como desees. — Todo el temor que ella había
visto en su cara había desaparecido ahora. Él controlaba de nuevo la situación. Ella dijo
las viejas palabras en el antiguo lenguaje, y los estudiantes partieron hacia sus
dormitorios.
Él la obligó a almorzar con él, y no la dejó ir en toda la tarde. Sabiendo que ella
protegería a cualquiera de los habitantes del Trígono, siguió trayendo a uno u otro de los
profesores a su presencia, y mantuvo a Cassandra vigilante y tensa hasta el atardecer. A
las seis, la dejó retirarse a sus habitaciones, diciendo:
— Deberías tratar de descansar y relajarte, mi señora. Mañana es el gran día. Me
darás el Cetro y todo el poder que guardas, y yo te daré la recompensa que pides y
mereces.
Ella se limitó a inclinarse en una ligera reverencia. Se sentía exhausta. Él la
había empujado hasta el límite, y ella tenía que resistir todavía una noche más. Él había
despedido al último testigo de los profesores y ella quedaba libre por el momento. Bajó
las escaleras sintiéndose muy extraña. Mareada. Se había sentido así desde el almuerzo.
Pensó que algo en la comida podría haberla indispuesto. No recordó el licor.

Entró en sus habitaciones casi tropezando con sus propios pies. Cerró la puerta,
pero no la trancó. Cayó sobre la cama, dormida antes de tocar la almohada con la
cabeza. Un ligero temblor en la superficie de piedra de la pared precedió a la salida de la
sombra. Él cerró la puerta con llave, y después de cubrir a Cassandra con una manta, se
sentó en la mecedora a velar su sueño.
167

Capítulo 17.
El Equilibrador.

Hacia las dos de la mañana, el silencio en el castillo era tan profundo que todos
los ruidos sonaban claros y definidos. La respiración rítmica de Cassandra, el crepitar
del fuego, los siseos de desagrado de Joya, todavía vagando por el castillo, las pisadas
en la escalera. ¿Pisadas? Él venía. Debía actuar con rapidez. Se levantó y fue hacia la
cama. Ella no resistiría otra noche. Lo que sea que él le hubiera hecho, lo había hecho
bien. Estaba más agotada que la vez que trató con los del Escarabajo, Abajo. Así que
reforzó el hechizo de la cerradura, y envolviendo a Cassandra en la capa de piel, se
metió en el ropero.
La piedra blanca abrió la puerta al Corazón, y el Jardinero estaba allí, justo junto
al camino de entrada.
— Cuídala, — murmuró, dejando a Cassandra recostada contra el tronco. El
árbol bajó un par de ramas y cubrió a Cassandra con una espesa cortina de follaje. Él se
volvió para irse. Un susurro de hojas le detuvo, y se dio cuenta, sorprendido, que
comprendía.
— ¿Qué? ¿Esperar? ¿Para qué? — Él miraba al árbol con cierta indignación. —
Realmente, no tengo tiempo que perder...
El cielo tormentoso se veía negro, y el viento soplaba frío y húmedo. Miró en
dirección al bosque. Un relámpago lejano, en el cuadrante de Zothar le permitió ver
algo que volaba hacia él. Los objetos planearon y se posaron en su mano. Eran tres
hojas: una de oro, una de cristal, una de cobre. Las miró: otro símbolo: fuego de Arthuz,
viento de Ingarthuz, tierra de Ingelyn. Sólo faltaba una. ¿A quién apoyaría Zothar? Otro
relámpago, y vio la hoja de plata que flotaba, reluctante hacia él. La atrapó en el aire, y
la metió en el bolsillo con las otras tres.
— Gracias, — gruñó, y volvió al ropero de Cassandra, reteniendo el collar de la
Guardiana.

Estaba todavía transformándose en ella, cuando escuchó los ruidos en la puerta.


La imagen de Cassandra, hábilmente imitada, le devolvió la mirada desde el espejo. Se
puso el collar y uno de sus vestidos, y cambió con ella una mirada de desesperación.
168

Pero en el fondo de los ojos de ella encontró su propia determinación de salvarla, a


cualquier costo. Se sentó de nuevo en la mecedora y esperó, quieto, en el cuarto
oscurecido.
Althenor entró finalmente. Estaba solo. Javan no se movió de la mecedora; se
limitó a observarlo ir hacia la cama y correr las cortinas. Como ella le había dicho antes,
lo que él quería era el poder, no a ella. Lo único que le importaba era doblegarla a su
voluntad. Pudo escuchar su gruñido de descontento cuando no la encontró allí.
— ¿Buscas algo, mi señor? — dijo Javan con la voz de Cassandra. El tono de
burla era más evidente que nunca. Un áspero toque de odio impregnaba la voz. Debía
controlarlo.
— ¿Estás despierta, mi señora? — dijo Althenor en un tono suave que apenas
ocultaba su sorpresa.
— Lo estoy, — respondió la voz de Cassandra desde las sombras.
Althenor se acercó a la mecedora. Había esperado encontrarla dormida e
indefensa, y ser capaz de tomar su poder sin lucha. Ahora debía cambiar de táctica. Pero
¿cómo había podido resistir la poción? Estaba seguro de haber hecho una lo
suficientemente fuerte.
— Te estaba buscando, mi señora, — dijo con calma. — Pensé que te gustaría
ver las estrellas sobre el lago. Están preparando la señal para mañana... Creí que te
gustaría ver las luces señalando el camino de nuestro futuro... — Él hablaba en un
susurro ronco, inútilmente fingiendo un trato que no estaba dispuesto a respaldar.
— Creo que estoy mejor aquí, mi señor. Mañana es el día, no esta noche. — La
voz de Cassandra sonó tan fría como la nieve.
La mano de Althenor asió el respaldo de la mecedora y la detuvo. Había perdido
la paciencia. Enfrentó a Cassandra.
— Debes ser mía esta noche, y lo sabes, — le dijo.
— No esta noche, — repitió Javan con la voz de Cassandra y lo miró a los ojos.
Un relámpago de ira los atravesó, y él la tomó por los cabellos arrastrándola fuera de la
silla.
Javan pensó con rapidez, e hizo lo que ella solía hacer: cambió de agua a aire, a
tierra, a fuego, estallando en llamas y salpicando fuera del alcance de Althenor. Se paró
a pocos pasos de él, riendo con la voz de Cassandra. Althenor se enderezó lentamente.
Tenía una mano quemada, y la ira lo cegaba. Se lanzó hacia ella, deseando solo
desgarrar, quebrar y destruir. Ella lo detuvo con la mano; estaba curiosamente fuerte
169

esta noche. Él le retorció la muñeca, y sus dedos se cerraron sobre el collar de la


Guardiana. Se lo arrancó. Ella ahogó un grito.
— No puedes hacerle esto a la Guardiana, — gruñó, tratando de recuperarlo con
las manos. En el fondo, Javan se sentía desnudo sin su vara. No estaba habituado a la
magia antigua, aún después del regalo de la hikiri. Pero sabía que ella la usaría, así que
también lo hizo.
Althenor la vio dudando, y la aferró con más fuerza. Estaba luchando muy raro
esta noche. No usaba los trucos de las noches anteriores... Y de golpe lo hizo. Estalló en
llamas y se convirtió en una Magma, una criatura de tierra y fuego. La primera noche
fue un glub. La siguiente tarde, una hikiri. La Magma lo envolvió en altas llamas
oscuras, y apretó, tratando de sofocarlo. Podía sentir su respiración ardiente en la cara.
Y la Magma habló con voz humana, lanzando la maldición fulminante, condenándolo a
muerte, y escupiendo fuego a su alrededor.
Una sombra más oscura que la noche, una oscuridad más negra que las sombras
se levantó de todas partes a la vez, cerrándose sobre ellos, y aturdiendo a los dos magos.
Althenor no estaba muerto. Javan se levantó, todavía mareado, pero bajo la forma
humana de Cassandra. La doble transformación era peligrosa, pero además, agotadora.
Miró al lugar donde yacía la Serpiente con un profundo sentimiento de odio.
— No puedes matarlo, — dijo una voz fría desde la puerta.
Javan miró hacia allí.
— Karl, — dijo.
— Javan, — fue la respuesta. — Sabía que defenderías a tu esposa a cualquier
precio.
— ¿Cómo supiste? La transformación...
— Es una larga historia. Ya no soy más el Karl Lilien que tú conociste. No desde
el otoño. Soy un Equilibrador. Tengo que mantener el balance entre lo blanco y lo
negro, entre la luz y la oscuridad... Tu esposa lo entendería.
— Pero yo no, Explícate, — dijo Javan con brusquedad.
— Conocías a Karl. Le gustaba meterse en lugares extraños. Un día se metió en
un lugar del que no pudo salir después. Todavía está ahí... Bueno, al menos una parte de
él...
— ¿Quién eres tú, entonces? — En la oscuridad, Javan tuvo la sensación de que
veía unas sombras como tentáculos que salían del hombre frente a él. La voz cambió
ligeramente.
170

— Vivimos en NingunaParte, la del Este. Tu esposa vino a nosotros, después de


la Puerta del Otoño, y le entregamos la Esmeralda. Después que ella se fue, llegó Karl.
Iba tras ella, y no sabía de nosotros hasta que lo atrapamos. — Un sonido como de
muchas risas salió de las sombras. En la oscuridad, Javan no podía verle la cara.
Reprimió un estremecimiento.
— Lo atrapamos, y Nadie, el del Este, quiero decir, nos envió a proteger el
equilibrio. Eso hemos estado haciendo todo el año.
— ¿Cómo? No los vimos en ningún lado.
— No puedes vernos. Somos más sutiles que eso... Este año hemos estado
advirtiéndoles a todos en pesadillas, presentimientos, sensaciones... Hicimos que la
Guardiana entregara las Joyas. Le devolvimos el collar cuando lo perdió en el bosque.
Le dimos el Triegramma. Y los otros, también de los nuestros, cuidaron del grupo de
Althenor. Haya un Signo en el cielo o no, necesitaba de nosotros...
— No entiendo, ¿De qué lado están?
— Ambos. Y ninguno. Mantenemos el balance entre el bien y el mal. Eso es lo
que ustedes pueden entender, ya que viven en un mundo bipolar y tienen una mente
bipolar. Necesitan de la lucha entre el bien y el mal para continuar creciendo. No
podemos permitirle a ninguno una victoria completa. — La sombra frente a Javan hizo
una pausa. Luego agregó: — Tu esposa lo habría entendido.
— ¿Qué hay de Karl? ¿Está muerto?
— No. No realmente, no todavía. Es un prisionero. Retuvimos una parte de él,
de su mente y recuerdos allá, en NingunaParte. El resto está aquí, con nosotros.
— No entiendo para qué están aquí, — dijo Javan. — ¿Por qué evitaron que lo
matara?
La sombra rió otra vez.
— No, no lo entiendes. Evitamos que tu propia maldición te matara, al no poder
tomarlo a él... Sabes que hay solo una persona que puede matar al heredero de Zothar. Y
todavía tiene que adquirir el conocimiento para hacerlo.
— Calothar de los Huz, — gruñó Javan. La sombra asintió.
— No tomarás venganza por tu propia mano, Javan Fara. Deberás ayudar al
heredero de Huz para que ejecute tu venganza, — dijo con cierta crueldad. — Ahora ve
y sana a tu esposa. Ella tiene un rol que jugar mañana, y es la única que puede hacerlo.
Javan vio cómo la sombra de Karl Lilien tomaba el cuerpo de Althenor y lo
llevaba arriba. Entonces, cerró de nuevo la puerta y se metió en el ropero.
171

El Jardinero se había trasladado a la orilla del lago. El color del cielo, aquí en el
corazón, anunciaba el amanecer. Cassandra estaba probablemente a punto de despertar.
Caminó hacia el árbol del Anciano Mayor y el árbol hizo sus ramas a un lado para
mostrar a Cassandra, todavía dormida.
Javan se sentó junto a ella, acariciándole las mejillas y el cabello. Ella se movió
en sueños. Él la acarició un poco más, y ella abrió los ojos.
— Hola, — dijo con un hilo de voz. — ¿Dónde estamos? ¿Qué pasó?
— Él te drogó, para poder hacer lo que ha estado intentando las dos últimas
noches. Tomé tu lugar. Se fue.
Ella frunció las cejas.
— ¿Tomaste mi...?
— Me transformé en ti. Estamos en el Corazón. Pensé que sería lo más seguro...
Javan la observó. Ella no había tratado de levantarse. Parecía totalmente carente
de fuerzas. Como si se lo estuviera confirmando, ella volvió a cerrar los ojos.
Él buscó en sus bolsillos. Las cuatro hojas, que le habían dado una capacidad de
transformación parecida a la de ella, estaban todavía ahí. Las puso en la palma de la
mano, formando un cuenco, tocándose una con otra, y las hojas se fundieron par formar
una copa. Se inclinó hacia el lago, y llenó la copa con agua clara. Las aguas de la
Primera Guardiana debían ser curativas. Levantó la cabeza de Cassandra y le hizo beber
un poco. Ella tosió, y entonces bebió el resto.
— Gracias, — dijo. Estaba completamente despierta ahora, y notó la expresión
sombría de Javan. — ¿Qué pasó?
Javan volvió a sentarse junto a ella y empezó a contarle.
— ...y dijo que tú habrías entendido, — terminó.
— Bueno, no lo entiendo. ¿No dijo lo que era? — preguntó ella.
— No. ¿No lo sabes? — preguntó él a su vez.
— No. A menos que fuera un Horror. Uno de veras, no como los que le mostré a
la Serpiente.
— ¿Hiciste qué, perdona? — Él la miraba con los ojos muy abiertos.
— Él quería que hiciese magia oscura frente al Jardinero y a los muchachos. No
sé para qué. Así que usé un espejo... Pero en lugar de abrirlo, les hice creer que lo abría,
y usé un encantamiento para mostrar temores... Les conté algo de una habitación con
tres puertas, y cuando puse en marcha el encantamiento, eso fue lo que apareció...
172

— Pero, Guardiana... ¿Y si alguien hubiera pensado en algo diferente?


Cassandra sonrió.
— Tenía al Jardinero guiando sus mentes hacia el cuento que yo les había
contado... Cuando abrí una de las puertas salieron unas cosas de aire... Dije que eran
horrores de aire. No se me ocurrió que otra cosa pudieran ser. Envié cuatro de ellos
sobre la Serpiente, y él realmente entró en pánico. No podía dejarlos atacar realmente,
pero me hubiera gustado ver lo que hacía él...
Una expresión divertida pasó por la cara de Javan.
— Así que lo engañaste otra vez, — sonrió.
— No creo que podamos seguir haciéndolo mucho más, — dijo ella. Él estuvo
de acuerdo.
Hubo una pausa. Cassandra deseó que durase para siempre. No quería enfrentar
lo que venía.
— Él dijo que el joven hijo de Huz necesitaba aprender algo, — dijo Javan al
fin. Cassandra lo miró.
— Tenía la sensación que el pajarillo de fuego necesitaba conocimiento. Por eso
lo traje aquí. Pero el libro solo le mostró su genealogía... y esa adivinanza del agua y el
fuego...
Javan la miró. La sombra de una idea, largamente sumergida se abría camino en
su mente. Ella esperó.
— ¿Y qué tal si...? — susurró. — ¿Qué si el Libro de los Secretos muestra sus
secretos a determinadas personas en ciertos momentos, cuado están preparados, o algo
así? ¿Qué crees que sucedería si el secreto era para él pero no para ti? El Libro no
podría mostrárselo. Creo que él debería venir solo, y mirar solo en el Libro.
Ella dejó vagar la vista por el lago y el prado florecido.
— ¿Tú qué crees, Jardinero? — preguntó mirando arriba, al árbol que los
protegía. Se oyó el susurro de las hojas. Cassandra miró a la distancia un momento.
— ¿Qué dijo? — preguntó Javan. Ahora que ella estaba despierta y tenía el
collar, él ya no entendía las palabras del árbol.
— Está de acuerdo contigo. — Ella volvió a darle el collar. — Quédatelo y
tráelo aquí. No esperes a la batalla... Si algo nos pasa... El Heredero de Arthuz, el hijo
del clan de Huz, tiene que saber lo que debe hacer.
— La batalla... Guardiana, ¿cuándo...?
173

— A mediodía. Durante el Eclipse danzaré de nuevo, mientras el Signo se


completa. En el punto más oscuro, llamaré al Cetro. Él cree que se lo entregaré... En ese
momento, ustedes podrán entrar... y será lo que deba ser. Debemos mantener el signo de
nuestros nodos... — En ese momento miró a Javan. — ¿Por qué no estás con ellos? —
preguntó alarmada.
— Los dos Malditos se hicieron cargo de todo.
— ¿Y tu madre? ¿Ella pudo venir, o está con la niña?
— Ella está aquí. Pero como deberías saber, a ella no le afecta el signo de
nuestros nodos, en su Torre se maneja magia de los dos signos.
Cassandra se estremeció. No comprendía cómo Adjanara podía tratar con magia
oscura, y aún así estar del lado del Trígono.
— ¿Y la niña?
— A salvo.
— ¿Y por qué no estás con ellos, con ella?
— Volví atrás por si me necesitabas, para ayudarte.
— Y lo necesité. Gracias... ¿dónde estabas?
— En la mazmorra secreta un poco, y luego me deslicé por dentro de las
paredes... Hablé con los edoms... Dicen que te han estado obedeciendo, que era su
obligación...
Cassandra asintió, pero no quiso entrar en detalles.
— Y no he podido recuperar mi Vara.
Cassandra enrojeció.
— Tuve que quebrar tu varita y liberar los Ojos cuando te asesiné... — dijo ella.
— Hay un nuevo Vigía.
Ella esperaba que él se enojara, pero él se limitó a menear la cabeza.
— Está bien, — dijo. — No te diré que me alegro, pero desde hace un año lo
estaba esperando...
— ¿Un año?
— Pronto será nuestro aniversario. El haber perdido los Ojos del Vigía es quizá
el signo más prometedor que hemos recibido desde el otoño.
Ella lo miró interrogante. Él hizo una mueca.
— Si tu no me dices cómo has dominado a los edoms, a mis edoms, no te
explicaré nada.
174

Ella sonrió y se reclinó contra él. No necesitaba explicaciones. El Vigía no podía


distraerse cuidando de Adjanara, Cassandra y Kathy a la vez. Y ella no quería hablarle
de los capullos de los edoms. Él la abrazó en silencio unos momentos. El sol salía tras
las nubes de tormenta en el Bosque del Corazón.
— Es hora de regresar, — dijo ella. — Tenemos que ser fuertes, más fuertes...
— Somos más fuertes ahora, — dijo él con calma.
— Tal vez eso era lo que el Equilibrador quería decir. La lucha, la vigilancia, el
desafío, es lo que nos hace desarrollarnos y fortalecernos. Si no estuviéramos
amenazados, no hubiera tenido que regresar tan a menudo a este lugar...
— ¿Y no hubieras desarrollado todo tu potencial?
— Ni tú. Ahora usas magia antigua. Creo que tenías algo de eso aún antes de que
nos fundiéramos en agua en la cascada...
— No, — dijo él pensativo. — Ella me dio la magia antigua...
— ¿Ella quién?
— No importa. Ella nos ha fortalecido a todos con un propósito, aunque no sé
cuál, si en nuestro beneficio o en el suyo... Fue después de lo de la cascada, pero antes
de fundirnos en piedra... o fuego. ¿Sabes lo que me estás haciendo, no? — Él la miraba.
— Sí, — dijo ella. — Te estoy amando con todas mis fuerzas. — Y ella se
acercó a besarlo una vez más.
175

Capítulo 18.
El Gran Signo.

El día del Eclipse amaneció envuelto en nieblas, pero durante la mañana, las
nubes se aclararon y el sol se levantó, brillante en un cielo límpido. Ella había revisado
arriba, el comedor y los salones de clase, pero Althenor no estaba allí. No apareció en
toda la mañana. Los sirvientes del señor no se le acercaron. Algunos estaba atareados,
llevando diversos objetos a la Puerta del Interior. La Serpiente planeaba entrar apenas
tuviera el poder que el Signo habría de otorgarle. El Signo y el Cetro de Cassandra.
Suponía que podía o bien entrar y realizar alguna clase de conquista militar, o
simplemente tomar el poder de los Tres. Cassandra no sabía los detalles de su plan, y
mientras vigilaba, se reprochó no haber prestado más atención. ¿Qué harían si fallaban?
¿Cómo lo detendrían?
Cassandra arriesgó una mirada hacia Lilien, pero él reaccionó exactamente como
cualquier otro de los sirvientes: con miedo. El recuerdo de los horrores los tenía a todos
trabajando en silencio, lo más lejos posible de la Guardiana. Así que ella pasó la mañana
en una solitaria vigilancia sobre los habitantes del Trígono.

Al mediodía, todos fueron llamados al comedor. Aprendices jóvenes, que


marchaban automáticamente a sus mesas; aprendices avanzados, que caminaban
mecánicamente entre ellos; magos recién reconocidos, que solo tenían uno o dos
aprendices a su cargo, porque este era su primer experiencia como profesores, y magos
experimentados, con los ojos relampagueando de furia e impotencia, y sin embargo,
igualmente obedientes.
Cassandra había empleado los últimos minutos de la mañana en desdoblarse e ir
a visitar uno a uno a los profesores. Había recuperado algunas de las varitas, pero no
todas. Había trenzado nuevos ramilletes y los distribuyó entre aquellos a los que no les
podía devolver la varita. Visitó al Anciano y habló con él de lo que se avecinaba. El
Maestro la tranquilizó lo mejor que pudo. El enfrentamiento era de todos modos
inevitable, y no podían volverse atrás ahora. Cassandra se retiró un poco más calmada.
Detrás de ella, cuando salía de la oficina del Anciano Mayor, Li’am bajaba las escaleras.
176

Al verla, el gato se sentó en un escalón y comenzó a lavarse una pata, mientras ella
descendía. No hizo ningún otro movimiento, y ella no lo vio.

El sol del mediodía brillaba en las ventanas. Brillaba sobre los vasos y las copas
y los platos. La fiesta solo necesitaba del señor para empezar, y a pesar de ello, no había
expectativa, no había murmullos, no había conversación en las mesas. Y el señor entró
al salón. Como había hecho tres días atrás, Cassandra se levantó y rodeando la mesa, le
hizo una reverencia.
— Mi señor, — dijo con suavidad.
— Mi señora, — fue la fría respuesta. Aceptó la reverencia con una ligera
inclinación. Tenía un brazo envuelto en apretados vendajes. Ella no hizo comentarios. El
banquete empezó.
Nadie parecía tener mucho apetito, pero Cassandra se comportaba como si esta
fuera una verdadera fiesta. Sirvió a Althenor ella misma, prodigándole toda clase de
atenciones.
Él la observaba divertido, sin notar la llama helada que le iluminaba la mirada.
Pensó que ella estaba, posiblemente, tratando de enmendar su error de la última noche.
Pensó que ella, muy probablemente, se había dado cuenta que no tendría otra
oportunidad y que no podría evitar su destino. Su juicio y su condena. Pensó, ya
saboreando la victoria, que la usaría para obtener un nuevo receptáculo, un heredero, y
luego la mataría. No podía, de ninguna manera, admitir un enemigo tan poderoso a su
lado. Debía morir. Era imperativo, antes de que pudiera traicionarlo otra vez. Y ella
probablemente lo sabía. Así que estaba usando toda esa basura femenina para seducirlo.
¡A él! Su sonrisa se ensanchó, y ella le respondió con otra sonrisa. Se sentía divertido.
¿Cómo podía una mujer presuntamente inteligente caer en un juego tan estúpido? ¡Y
creer que funcionaría! Era demasiado. Y recibió el último plato de sus manos con una
sonrisa.
— Bien, mi señora. El tiempo ha llegado, — dijo cuando hubo terminado.
Todos en el salón habían dejado también de comer. Ella lo miró otra vez, y la
sonrisa que le dedicó esta vez fue real, diferente.
— ¿Un brindis? — dijo ella, levantando su copa, e indicando a los demás que
hicieran lo mismo. — Por el juicio y el destino. ¡Por el futuro, y el camino que conduce
a él! — dijo. Su voz era fría y sus ojos brillaban.
177

Aún queriéndolo, no hubieran podido rechazar aquel brindis. La voz que lo


pronunció era fría, pero la bebida en sus gargantas lo fue más. Fría, refrescante,
renovadora. El trago les aclaró las mentes, y se sintieron más fuertes, más alerta que
unos momentos antes. Cassandra se levantó.
— Ahora es el tiempo, — dijo. — Vamos a los círculos, al encuentro del destino.
Y moviendo la mano, hizo levantar a profesores y aprendices, y los dirigió hacia
los jardines.

Cuando llegaron allá, la luz del sol tenía una extraña cualidad en ella. Ya no era
blanca. Se veía amarillenta y oscurecida. Algunos levantaron la cabeza. No había nubes,
ni signos de tormenta, aunque unas aves giraban en círculos allá arriba. El Eclipse había
comenzado.
Cassandra los ubicó alrededor de los Círculos de Protección, pero ella misma
entró en ellos y fue hacia el centro. Ella levantó los brazos, con las manos vacías
abiertas hacia el cielo y empezó a danzar otra vez. Un giro, una vuelta, y una reverencia
hacia el norte. Un relámpago de luz cobriza iluminó el círculo de Tierra. Unos giros
rápidos y un salto, una reverencia hacia el oeste, y otra hacia el sur, casi en un solo
movimiento. El círculo de Fuego se llenó de una luz dorada. La brisa se levantó, como
para avivar las llamas. Otro giro en derredor, una última reverencia hacia el este, y la luz
de plata iluminó también el círculo de Agua. Las luces crecieron hacia arriba, formando
la imagen del Gran Árbol alrededor de Cassandra. Ella se volvió y giró entre las raíces
de luces y sombras, casi flotando a sus pies, y de pronto levantó la mano. Las luces se
concentraron sobre el Cetro mientras ella giraba más despacio y se detenía. El sol se
había desvanecido. Estaba completamente oscuro ahora.
Althenor entró en los Círculos. Saltaban chispas a su paso, como si lo que
quedaba de los Tres lo rechazara, ya casi sin fuerzas. Cassandra lo miró acercarse,
erguida y fría. Sostenía el Cetro con las dos manos, los nudillos blancos. La única luz
que iluminaba la escena provenía de las Joyas en él.
— Entrégamelo, — dijo la Serpiente con la voz llena de deseo. Nunca había
visto el objeto tan de cerca. Emanaba poder por cada una de sus líneas. — Entrégamelo,
mi señora...
Los ojos de ella se volvieron súbitamente más oscuros y fríos. Una sonrisa
torcida, burlona, oscura, le curvó los labios. Su voz sonó alta y clara como cristal.
178

— No. El tiempo ha llegado, dijiste. Y es cierto, sí. El tiempo ha llegado... ¡el


tiempo de luchar!
Ella había casi aullado las últimas palabras. Súbitamente el hechizo sobre los del
Trígono se quebró. Saltaron de pie y se movieron, invadiendo el círculo. Las luces se
volvieron más intensas, a medida que los Tres tomaban poder de quienes los
sustentaban. Las llamas se alzaron en el círculo de fuego, y un remolino de niebla se
hizo presente en el de agua. Para sorpresa de los sirvientes de la Serpiente, muchos de
ellos tenían ya sus varitas. Otros las recuperaron instantáneamente al entrar en su
círculo. Aún otros, las recogieron en el aire, mientras un búho rojizo las iba dejando
caer sobre ellos. Se lanzaron sin pensarlo sobre los sorprendidos sirvientes.
Al grito de Cassandra, el grupo escondido en el bosque también salió a su
encuentro. El grupo de la Serpiente se encontraba ahora entre dos frentes. Por un lado,
los aprendices, que nunca le habían parecido tan numerosos, completamente despiertos
ahora, y los profesores, dando rienda suelta a la ira que habían estado acumulando
durante tres días. Por el otro, venían los del bosque. Varios centauros, no liderados por
Keryn, el centauro exiliado, sino por la mismísima Hija del Viento, y galopaban al
frente de una numerosa hueste de criaturas. Había un grupo de magos humanos entre
ellos, pero en su mayoría eran criaturas del Interior.
Sirviente-felpudo sintió que el alma se le caía a los pies, cuando vio al pequeño
heredero de Huz correr hacia él. Fue lo único que pudo pensar, porque la ira del
heredero lo arrolló con una furia ardiente, y cayó al suelo sin sentido.
Para Portavoz, las cosas fueron más complicadas. Él tuvo que enfrentar la ira
blanca de la Dueña de la Torre. El año anterior había atacado a su hijo. Esta vez, los
privilegios de los Varas no lo protegían. La vio acercarse, arrasando el campo a su
alrededor, y tembló. Ella venía directo hacia él. Levantó su vara, calzó su yelmo ritual
de escamas de dragón, y fue a su encuentro, como reclamaba el honor.
La Guardiana los había traicionado. La Serpiente la miró unos segundos. Oyó
los ruidos de la batalla como si vinieran de muy lejos, los sonidos de su derrota. Una
furia incontenible le distorsionó las facciones, al tomar conciencia del juego de ella.
Con la promesa del Cetro, y de entregarle el poder del Trígono, lo había entretenido más
allá del punto en que un solo mandato suyo podría haberle dado la victoria. El sol
empezaba a mostrarse otra vez. El Signo se deshacía, al igual que sus planes.
— Tú... — gruñó, y se lanzó hacia ella, cegado por la ira.
179

Cayeron. El Cetro rodó fuera de su alcance. Él ni siquiera intentó usar su varita o


llamar a su Vara. La tomó por el cuello y empezó a estrangularla, sacudiéndola
salvajemente, y golpeándole la cabeza contra el suelo. Sólo quería matar, desgarrar,
destruir.
— ¡Maldita, maldita, mal...!
A ella se le escaparon unos quejidos ahogados, pero no pudo hacer nada. Medio
asfixiada, la mente oscurecida, no podía pensar. Apenas distinguió los tres rayos
aturdidores convergiendo sobre su atacante y su fuerza que desaparecía. Una mano la
ayudó a levantarse. Tosió.
— ¡Cetro! — llamó. Lo levantó, y tres líneas de color hendieron el aire. — ¡Red
de contención! — gritó.
Desde el otro extremo del campo de batalla, una voz le respondió:
— ¡Aquí! ¡Red de contención!
Era la voz de Javan. Desde su mano desnuda, las mismas líneas se levantaron y
se entrecruzaron con las de Cassandra. Las luces tejieron una red en el cielo y
lentamente cayó sobre la multitud que luchaba. Cassandra avanzó hacia Javan.
A medida que la Red los tocaba, los partidarios de la Serpiente quedaban sujetos
a ella, y eran atrapados y arrastrados en su movimiento. Cassandra y Javan los estaban
encerrando. Los del Trígono eran sencillamente atravesados por la Red sin sufrir daño.
Un silencio fue cayendo sobre el campo mientras Cassandra alcanzaba a su esposo. Ella
llegó junto a él. Lo miró a los ojos.
— Ayúdame, — le dijo. Ella temblaba ahora. Él sostuvo el Cetro con ella y lo
levantó; y luego, sin apartar la vista de ella, lo clavó en el suelo. La Red estaba cerrada,
la Serpiente atrapada, y sus sirvientes también. Ninguno había podido escapar. Habían
vencido.
Ella hundió la cara en el pecho de su esposo, todavía jadeante. Él la abrazó con
un suspiro. El sol brillaba con luz blanca otra vez.
— ¿Estás bien? — le susurró.
— Agotada, — dijo ella. — El Triegramma debe haberse consumido ya. No
puedo ni moverme. Ah, Norak... Debo agradecerte. Lo desmayaste...
— El mío fue solo uno de los tres rayos que le dieron...
— ¿De quiénes fueron los otros? ¿Javan?
— No, yo estaba lejos de ti, no te vi. Debe haber sido el Maestro, y quizá...
Andrei. Él miraba en tu dirección...
180

El Anciano Mayor se acercaba hacia ellos. Dijo en voz alta, para que lo
escucharan todos:
— ¡Ahora vamos al comedor! ¡Tenemos que celebrar!
Y esperó a que los aprendices más jóvenes comenzaran a marcharse, y los del
bosque se acercaran un poco a él.
— Tenemos que vigilar a éstos hasta que los del Círculo vengan por ellos...
Djana, ¿puedes ocuparte de eso?
Adjanara asintió con una sonrisa. Sacó su imponente vara y moviéndola en
círculo delante de ella hizo aparecer una puerta: la puerta de su torre.
— Vamos, Siddar, que tenemos trabajo...
Siddar asintió con una sonrisa, y le sostuvo la puerta para que ella pasara
primero. Saludó con una ligera inclinación a los que se quedaban y desapareció tras ella.
— Ahora, alguien debe custodiar a los que quedan...
— Yo me quedaré, — dijo Norak de repente. Cassandra le sonrió.
— Ya has hecho mucho por hoy, — le dijo, apoyándole la mano en el hombro.
— No, está bien. Quiero hacerlo, — insistió.
— Está bien. ¿Quién más?
Drovar y otro de los magos del bosque se ofrecieron. El Anciano se dio por
satisfecho.
— No se despertarán hasta que los saquemos de la Red, no se preocupen, — dijo
Cassandra. — Pero si alguno empieza a moverse, llámennos enseguida.
— Los relevaremos en una hora, — prometió Andrei.
Cassandra lanzó una última mirada hacia la Red, donde yacían los magos
inmóviles, y hacia el cielo, donde las estrellas invisibles empezaban a desdibujar el
Signo que casi los había perdido. Suspiró. Se colgó del brazo de Javan, y se marchó
hacia el castillo.

El ruido que venía del comedor indicaba que la fiesta se prolongaría varias
horas. Los sonidos y los colores de la caja de música de Dherok se escapaban por la
puerta entreabierta. Pero el anciano Maestro condujo a su grupo hacia un salón lateral.
Tenían que tratar ciertas cuestiones antes de decidir lo que iban a hacer.
Una parte del grupo del bosque lo siguió. La otra parte de la gente del Interior se
había marchado por la Puerta del Bosque. Algunos, como los centauros, no les gustaban
181

las habitaciones cerradas, y otros... Bien, eran demasiado discretos como para
permanecer de este lado.
Cassandra miró a su alrededor con un gesto de tranquila satisfacción. Los del
grupo del bosque se mezclaba con los profesores y algunos de los aprendices avanzados
que habían venido con ellos, como Solana y Calothar. El heredero de Huz tenía ahora
una clara conciencia de su misión, aunque Cassandra suponía que el muchacho no iba a
matar a la Serpiente a sangre fría. El chico se había sentado entre Sylvia y Solana, como
buscando refugio entre las personas que le resultaban más cercanas. Cassandra le sonrió
desde donde estaba.
— Bien, habitantes del Trígono... Creo que hay algunas cosas que tenemos que
explicar... Guardiana, usted primero.
Cassandra no se levantó de la silla que compartía con Javan. Estaba demasiado
cansada como para moverse. Sonrió al Anciano Mayor, y se conformó con hablar desde
su asiento. Explicó que el Gran Signo les había sido anunciado al empezar las clases, y
contó cómo había estado trabajando en esa y otras advertencias. Contó de su trabajo con
Lyanne en el Interior, y con Tenai en los cálculos y el Triegramma. Tenai asentía desde
su sitio, cambiando ocasionalmente de abba.
— Para cuando terminamos de descifrar el Gran Signo, nos dimos cuenta que no
teníamos oportunidad de vencer mientras brillara en el cielo. Lyanne fue muy clara al
respecto. Entonces, tuvimos que pensar en otra cosa... una distracción. Luego, pudimos
detectar los polvos de indiferencia, pero no pudimos combatirlos. Y se nos ocurrió que
ya que no podíamos pelear, podíamos distraer a Althenor hasta que fuese demasiado
tarde. Cuando él nos invadió, tuve que hacer escapar a Javan de la única manera que se
nos ocurrió: fingiendo su muerte. Y de tal manera que la Serpiente empezara a confiar
en mí. Después le envié a Andrei. Drovar, Calothar y Solana ya habían ido por ayuda...
Aquí, las cosas se pusieron complicadas. Rechacé a Althenor varias veces, siempre
mostrándole que tal vez podía dominarme y que le entregaría el poder a él... Hasta que
llegamos al Eclipse. Lyanne dijo que este Eclipse marcaba un cambio de era, y el
profesor Tenai, que había una inusual acumulación de nodos mágicos en este lugar... y
que los nodos podrían cambiar de signo. Fui agotando los nodos en los días anteriores al
Eclipse, y la Serpiente no se dio cuenta. Todas mis transformaciones, mis danzas... todo
eso era para agotar la magia de los nodos... Cuando llegó el momento, canalicé lo
último de los nodos en llamar al Cetro. Y el punto oscuro del Eclipse pasó mientras la
imagen del Árbol se formaba en los Círculos y yo todavía bailaba, y se alejó mientras la
182

Serpiente consumía parte de su magia al entrar al Círculo. Los Tres jamás lo aceptarán.
Cuando llegó frente a mí, el momento ya se había ido. Me reclamó el Cetro, y yo fui
libre de negárselo. Allí entraron ustedes...
— ¿Cómo detuviste la maldición fulminante? — quiso saber Gertrudis.
Cassandra sonrió.
— ¿Javan? ¿Todavía lo tienes?
Javan asintió. Sacó algo de su bolsillo, y susurró unas palabras. El objeto
ennegrecido se transformó en un ramillete de flores.
— Es lo mismo que nos diste a nosotros... — dijo Sylvia.
Cassandra asintió.
— Los Tres me lo dieron como amuleto de protección. Si él intentaba matar a
alguno de ustedes, esto podría ayudar a desviar la maldición... En el caso de Javan,
hicimos un antipolo para la magia. El amuleto, la Vara, y yo, canalizando la energía del
Triegramma...
— Podías haberte matado, — rezongó Javan en voz baja. Cassandra le apretó la
mano.
— No había otra manera de hacerlo, — dijo con sencillez. — Desviamos la
maldición, y luego lo cambié por un cuerpo falso. Perdimos su Vara. El caso de Andrei
fue más sencillo; solo tuve que cambiarlo...
Andrei le sonrió desde donde estaba.
— ¿Y la clase de magia oscura? — preguntó Drovna, que se había colado detrás
de Calothar y Solana. Cassandra sonrió.
— Un truco para mostrar temores...
— No, no hubiera funcionado, — dijo Solana. — Cada uno tiene ideas distintas
y temores diferentes...
— Pero yo estaba llevándolos a todos a la misma imagen, que la profesora tuvo
a bien enseñarme antes de empezar, — dijo el Maestro. Solana bajó la vista, vergonzosa.
El Anciano le sonrió. — Yo tenía las mismas dudas que tú, pero como ves, funcionó,
aunque los Horrores me sorprendieron un poco. Cassandra ¿por qué envió a Norak
dentro del espejo, fuera verdadero o falso?
— Era el único que podía entrar ahí sin peligro, — dijo Cassandra con
tranquilidad. El Anciano levantó las cejas.
— Es el nuevo Vigía, — dijo Javan. Cassandra lo miró sorprendida.
— ¿Lo sabías?
183

Él hizo una mueca.


— Lo esperaba. He estado preparándolo para algo grande... No sabía
exactamente para qué.
Cassandra volvió a apretarle la mano, y se volvió a los demás.
— Bien, esto en cuanto a nosotros... Ahora les toca contar a ustedes, — sonrió
Cassandra.
184

Capítulo 19.
El grupo del bosque.

Andrei tomó la palabra:


— Drovar fue a buscar a los del bosque, cuando Solana los alertó...
Solana aclaró:
— La Guardiana me despertó a través del espejo. Yo... estaba indiferente, como
todos... Ella me dio un ramillete de flores... Le di los suyos a Drovar y Calothar, y copié
el mío para Drovna, y Sonja... Las chicas repartieron otros más. Algunos no
funcionaron, Cassandra, no sé porqué.
— Es por el nudo, — dijo ella con tranquilidad. — Te lo mostraré abajo... Los de
Norak tenían la misma diferencia.
— ¿Los de Norak?
Cassandra sonrió.
— Norak pensó que podía tener más libertad en el castillo si aparentaba
traicionarnos. Fue a ver a su padre, y le mostró los ramilletes. Pero no eran los míos.
Eran unos que él había copiado y repartido. Althenor los destruyó antes de la clase del
espejo.
El Anciano asintió. Norak también era hábil fingiendo. Pero el muchacho había
sido libre de deambular por el castillo, protegido a medias por su padre, durante todo el
último día. Lo que había hecho, no lo podía adivinar, pero confiaba en el nuevo Vigía
como había confiado en el antiguo.
— Y Drovar me pasó uno de los ramilletes. Estuvimos hablando mucho rato, y
luego fingimos la llamada desde su casa. Drovar fue por ayuda, — dijo Andrei. —
Después abandoné el ramillete para no alertar a nadie, y Drovar dejó que los polvos me
dejaran indiferente de nuevo.
— ¿Lo enviaste con Siddar?
Andrei sacudió la cabeza.
— No es tan fácil llegar a la Torre de Adjanara. Lo envié con unos amigos cerca
de la frontera, y ellos con otros, y fue alertando al viejo círculo de expulsados.
Cassandra lo miró frunciendo el ceño.
185

— Son los Vara que se han retirado del Círculo por causa de la Serpiente y sus
secuaces. Se mantienen al margen, la mayoría como Viajeros o como forasteros.
— ¿Renunciaron a la magia? — preguntó ella volviéndose a Javan.
— Más o menos. Renunciaron a la comunidad mágica, que no es lo mismo. De
todas maneras, obedecen a las mismas reglas que nosotros, porque la supervivencia de
todos depende de ello. Adjanara es casi una de ellos, y los contacta con frecuencia, —
explicó Javan.
— Así que Drovar llegó con Adjanara.
— Siddar lo encontró tratando de entrar por una de las ventanas de arriba, y casi
lo derriba. Se sorprendió mucho de la nueva habilidad de Drovar, — dijo Andrei con
una sonrisa. — Dice que él también quiere un regalo como ése.
Cassandra sonrió. Ese era un comentario típico de Siddar.
— En el bosque, el grupo acampó cerca de la cascada. Javan buscó a Lyanne, y
ella no nos permitió ir al jardín de Ingelyn como habíamos acordado. Dijo que era
peligroso ir allí.
Cassandra se enderezó en su asiento.
— ¿Por...?
— Ya llegamos a eso. Con Lyanne venían otros. Los más discretos fueron
enviados a espiar al castillo. Los más rápidos, fueron empleados como mensajeros. No
había mucho que pudiéramos hacer, salvo esperar, y la espera fue casi demasiado larga.
El segundo día, varios empezaron a hablar de una falsa alarma, y de que sería mejor
volver a casa. Esa noche alguien rodeó nuestro campamento con flores. Nomeolvides,
siemprevivas, flores blancas de noctaria... ¿Fuiste tú, Cassandra?
— No, yo... estaba muy ocupada. ¿Javan?
Él la miró con una luz extraña en los ojos.
— Lo hice a través del Triegramma. Todavía quedaban unos pétalos en tu
habitación, y pensé que ellos lo necesitarían. No quedaban polvos en el castillo, y
supuse que estarían en el bosque...
— Realmente lo necesitábamos. De alguna manera, las flores nos sacudieron
más que mi ramillete. Enviamos unos grupos a investigar, y descubrimos un par de
cosas extrañas en el bosque. Para empezar el claro de los árboles negros está en llamas.
Andrei miraba a Cassandra, como preguntando su opinión. Ella sacudió la
cabeza.
— Eso no tiene nada que ver con nosotros.
186

— ¿Entonces? — preguntó el Maestro.


— Es algo... privado de las esporinas. No estoy en libertad de hablar de ello...
¿No habrán perturbado las llamas, no?
— No, no tocamos nada. En realidad, Dríel, una dríade que iba con nosotros no
nos permitió acercarnos.
Cassandra asintió lentamente y esperó el resto de la historia.
— Fuimos al jardín de Ingelyn. Dríel parecía muy interesada en visitar ese lugar.
Dijo que podía escuchar quejarse a las flores... Así que fui con ella, y uno de los
centauros. Encontramos un ser moviéndose entre las flores. Era... como un híbrido de
Niebla Negra y Magma, con algo de...
— Hikiri y Glub... Un híbrido de todas esas cosas... — dijo Javan. Ella bajó los
ojos. Javan le apretó las manos.
— ¿Sabes algo de esa criatura? — preguntó Andrei, alarmado.
— He oído algo de ella... — dijo Javan, evasivo.
— Yo la vi en el Corazón, Andrei, hace un tiempo. ¿Qué pasó con el... híbrido?
— Estaba danzando. Pisaba y quemaba las flores cuando se movía, y esa era la
queja que Dríel escuchaba. Ella quiso ir, pero Hedrik, el centauro que nos acompañaba
no se lo permitió, y la sacó de allí al galope. Los seguí como pude, sin que la bestia me
notara. No sé si nos hubiera atacado, pero no quise arriesgarme. No me pareció algo
fácil de manejar en silencio...
— Hiciste bien. Tendremos que ocuparnos de eso, Javan... No debí...
— Hiciste lo que te pareció adecuado en un momento en que no teníamos idea
de lo que iba a suceder. — Y agregó, volviéndose a los otros; — Cassandra tomó un
fragmento de una pared que tenemos abajo, encantada para absorber las emociones
negativas. El fragmento se perdió. Debe haber absorbido energía de los nodos negativos
también... y quién sabe si eso no nos ayudó en su momento.
— Estoy de acuerdo. En todo caso, los centauros del bosque están vigilando, y
podremos ocuparnos de eso más tarde. Lo que nos ocupa ahora es el final de la historia
y lo que haremos después, — decidió el Anciano.
Andrei sonrió.
— Bien, no hay mucho más. Volvimos al campamento con las novedades, y
Lyanne propuso que nos acercáramos al castillo. El momento del Eclipse se acercaba.
Javan regresó con Calothar en ese momento, y nos dijo que nos diéramos prisa.
187

Llegamos justo cuando el Árbol aparecía, y aprovechamos la oscuridad para tomar


nuestra posición. El resto ya lo saben.
Cassandra miró a Javan, pero él miraba a Calothar. El muchacho le devolvía la
mirada. La mirada de Javan era especuladora, pero la del Heredero era de limpia
decisión. Cassandra no pudo evitar un estremecimiento. El destino de la Serpiente
estaba echado.
— Bien, bien, bien... — dijo el Anciano Mayor. — Ahora nos queda decidir qué
haremos con Althenor y sus cómplices en tanto el Círculo no se haga cargo de él.
— ¿Qué harán con él en el Círculo? — preguntó Cassandra. Se preguntaba qué
clase de prisión podría retener a un hechicero de la talla de Althenor.
— Juzgarlo, y encerrarlo después, seguramente, — dijo Andrei.
— ¿Encerrarlo? ¿Dónde? No había prisión más segura que la Bestia de Roca, y
no estuvo en ella ni tres días...
— ¿Y qué propones?
Cassandra sacudió la cabeza, y no contestó.
— Sólo se lo puede detener matándolo, — dijo Javan con calma. — Y no está en
nuestra mano... ¿Qué te pasa, Cassandra?
Ella se había enderezado de repente.
— Jazmines... ¡Afuera! ¡Todos afuera! ¡Algo anda muy mal!

El griterío y las explosiones se escuchaban desde adentro del castillo.


— ¡Guardiana! ¡Auxilio...! — era la voz de Siddar. El grito se interrumpió de
pronto, y fue seguido por el aullido de Drovar.
— ¡Se escapan! ¡Auxilio!
El chillido que siguió fue el de Anika, y los gritos de algunos de los chicos que
habían salido corriendo desde el comedor. Los profesores que se habían quedado con
ellos no los pudieron contener, y se precipitaron escaleras abajo.
Cuando Cassandra logró pasar las puertas encontró los restos de la Red lanzando
inútiles chispas hacia el cielo. Aquí y allá alguno de los Sirvientes de Althenor
forcejeaba con uno o dos de los aprendices o de los profesores. Otros se reunían
alrededor de la Serpiente. Althenor se erguía en medio de la batalla, los brazos en alto,
aullando palabras de poder que oscurecían el sol y helaban la sangre. Cassandra se
estremeció. Tenía que detenerlo.
188

La antigua invocación vino a sus labios sin que tuviera que pensarla. ¡Alas!
Siddar desapareció en un torbellino gris plateado. ¡Colmillos! Solo una columna
brillante quedaba de Djavan a su espalda. ¡Garras! El mismo humo de plata arrastró a
Senek. Ella también se disolvió en la luz plateada, y el Protector, el auténtico Guardián,
el dragón de luz plateada hizo su aparición. El dragón batió sus poderosas alas y levantó
vuelo en el cielo de la media tarde.
La mayoría de los Sirvientes estaban ahora completamente despiertos, y de
alguna manera habían recuperado sus varitas. Althenor estaba en medio de ellos, y la
vio levantarse en el cielo con una sonrisa de satisfacción. Por fin un adversario al que
valía la pena derribar. Varias maldiciones cruzaron el aire en su dirección.
— ¡No! ¡El Guardián de Luz es mío! — gritó Althenor. De alguna manera,
parecía más alto. Parecía que hubiera podido absorber el poder de la Red, y volverlo a
su favor. Cassandra se estremeció, y planeó en círculos alrededor del campo, cuidando
de presentar únicamente su flanco blindado a las maldiciones, y escupiendo llamas de
plata aquí y allá.
La tercera vuelta alrededor del campo le permitió ver que Althenor sostenía algo
entre sus manos. Algo redondo, envuelto en un paño oscuro. Cassandra lanzó un largo
chorro de fuego en su dirección.
La Serpiente solo necesitó un breve y casi indiferente movimiento de su Vara de
tres cabezas para desviar las llamas. Uno de sus sirvientes huyó gritando. Las llamas no
prendían en los del Trígono, pero sí en los enemigos, y no se apagaban con facilidad.
Althenor miró al Guardián de plata a los ojos y sonrió. Apuntó cuidadosamente,
siguiendo las evoluciones de Cassandra por el campo de batalla, y al fin, lo lanzó. Sus
ojos destellaron roja ira cuando soltó la maldición.
Un rayo de luz negra le dio a Cassandra en el hombro. El dragón de luz perdió
altura, y la siguiente llamarada erró el blanco. Los enemigos se dispersaron en varias
direcciones, para que ella no los pudiera perseguir. Ella empezó a descender. Le dolía el
hombro, y había visto a Ryzhak caído en el suelo, herido.
Ella se levantó sobre sus patas traseras y estiró el cuello para lanzar su última
llamarada sobre los enemigos que huían. La risa estridente de Althenor le llegó como
respuesta.
— ¡Sí, ríe si puedes! ¡Pero recuerda que fue la forastera la que te engañó otra
vez! — y cayó al suelo, retomando forma humana. Más lejos, Siddar, Senek y Djavan
189

volvían a aparecer en los sitios de donde habían desaparecido. Java corrió hacia donde
ella estaba.

Ella estaba abrazando a Ryzhak.


— Cassandra... — Alguien la sacudía por el hombro. — Cassandra...
Ella miró alrededor, confundida, la vista nublada. El sol todavía brillaba. A su
alrededor la gente parecía volver en sí. Ella todavía abrazaba a Ryzhak. No estaba
muerto, como había creído. Sólo desmayado. Andrei la sacudió otra vez.
— ¡Cassandra! ¿Estás bien?
Ella asintió.
— Necesito ayuda... ¿Dónde está Javan?
— Aquí.
Él estaba detrás de ella. Al romperse la Red de contención el Cetro había rodado
colina abajo. Él lo traía en sus manos. Se arrodilló frente a ella y se lo presentó. Ella no
lo tomó. Se limitó a entrelazar sus dedos con los de Javan sobre el Cetro y una luz
cobriza bajó hacia Ryzhak bañándolo y envolviéndolo. Luego de unos pocos segundos,
el muchacho abrió los ojos.
— ¡Ryzhak! — El grito venía de una chica, que cruzaba corriendo los jardines.
— Membrill... por favor, llévalo a la enfermería, — dijo Cassandra, tratando de
levantarse. Andrei tuvo que ayudarla.
— ¿Estás bien? — le preguntó otra vez. — Sentí una luz que...
— Estoy bien, — dijo ella bruscamente. — Siddar, ¿qué fue lo que pasó?
— El Círculo está dividido... Mira... — El hombre pájaro le señaló el otro
extremo del prado, donde varias personas discutían acaloradamente. Adjanara y el
Anciano Mayor hacían frente común contra un mago que en ese momento retrocedía y
trataba de escudarse tras otro de los ancianos.
— Neffiro... Esto es inútil. Vámonos de aquí, no quiero cruzarme con el señor
Alcalde. ¿Lyanne está todavía en la cascada?
Javan asintió. Ella se apoyaba todavía en su brazo.
— Entonces vamos a verla. Andrei, Siddar, ustedes dos vean si pueden evitar
que Neffiro haga más daño... ¿Crees que podamos usar la escoba? Me siento cansada
para caminar...
— ¿Estás segura que estás bien? — preguntó Andrei por tercera vez. Ella le
contestó con la voz de siempre:
190

— Claro que sí, no hagas preguntas tontas. Javan...


Javan asintió en silencio, después de echarle una mirada desconfiada. Extendió
la mano y la escoba apareció en ella. Montó sin una palabra y Cassandra subió detrás.
— Cuídalos, Andrei... — dijo ella mientras levantaban vuelo.

Lyanne y los otros centauros la esperaban. Estaban reunidos en círculo frente al


agua del remanso, mirando la cascada. Javan descendió en el borde del círculo, y
Cassandra se dirigió hacia la Hija del Viento.
— Has venido, Guardiana, — la saludó la mujer centauro.
— Aquí estoy. — Cassandra le dedicó una pequeña inclinación a Lyanne. — Te
doy las gracias por permanecer junto a nosotros. Hemos vencido gracias a la ayuda del
Interior, y... — Cassandra dudó. Miró directo a los negros ojos de la mujer, y ella se
estremeció. — Pues, solo podemos decir que pueden seguir contando con nosotros...
con los Guardianes de las Puertas...
— Guardiana... — empezó Lyanne, turbada. Cassandra la interrumpió.
— Pero aún así, tenemos una mala noticia. La Serpiente ha vuelto a escapar...
Un murmullo recorrió el círculo de centauros. Cassandra seguía con los ojos
clavados en los de la Hija del Viento.
— Necesitaremos que continúen vigilando como hasta ahora, hasta que la
amenaza desaparezca. Hemos hecho todo lo que estaba a nuestro alcance...
Javan vio a Lyanne abrir la boca y volver a cerrarla, sin decidirse a decir lo que
la preocupaba. La mujer centauro se enderezó, mirando a su alrededor, y su negra
cabellera cayó sobre su pecho, balanceándose lentamente. Sus ojos se veían negrísimos
cuando los volvió a posar en Cassandra. Se inclinó profundamente ante ella.
— Gracias, Guardiana, — dijo con la voz quebrada. — Vigilaremos.
Cassandra respondió a la reverencia, y se marcharon. Mientras volvía a
despegar, Javan podría haber jurado que veía lágrimas en los duros ojos de la mujer
centauro.

Cassandra pidió a Javan que la dejara directamente en la enfermería. Dijo que el


hombro le dolía un poco y estaba preocupada por Ryzhak. Javan le creyó.
Cuando ella entró, sola, en la habitación, Ryzhak estaba descansando y
conversando en voz baja con Membrill. Eran amigos desde aquel doble juicio que
habían tenido que enfrentar en el Interior. Ella lo miraba de una manera que hizo sonreír
191

a Cassandra. Pero ella siguió de largo y fue a sentarse frente a la señora Corent, en su
oficina.
La enfermera le sonrió.
— Bien, profesora, soportamos a la mismísima Serpiente aquí por tres días, y
nadie salió herido. Una victoria de la que puede estar orgullosa, — dijo, y se detuvo.
Había algo en la mirada de Cassandra. Su débil sonrisa no le llegaba a los ojos.
— Estoy orgullosa de nuestra victoria, — dijo. — Pero temo que no es cierto
que nadie esté herido.
La enfermera la miró asustada. De todas las personas en el Trígono, Cassandra
siempre le había traído las heridas más extrañas y difíciles de curar.
— Mire esto, — le dijo, empezando a desvestirse. No tuvo que quitarse mucha
ropa. La mancha negra, supurando un líquido también oscuro, era claramente visible en
el hombro. La señora Corent soltó un gemido.
Cassandra habló en voz muy baja.
— Ya sé que estoy muerta, — dijo. — Sólo quería pedirle un buen vendaje,
porque quiero pasar una última noche con mi esposo...
La enfermera asintió. No encontraba palabras para suavizar la situación.
— Y necesito que usted no diga nada hasta que sea... inevitable...
La señora Corent asintió otra vez. Se tragó las lágrimas y empezó a limpiar la
mancha y vendarla.
— Gracias, señora Corent, — dijo Cassandra cuando ella terminó. — Por todo...
— Llámame Melissa, — dijo ella. — Creo que debimos haber empezado antes...
Cassandra solo le sonrió.
192

Capítulo 20.
La Maldición de Zothar.

No hubo banquete de celebración. De hecho, nadie pensaba que hubiese algo


que celebrar. Al final, Cassandra se levantó, harta de ver tantas caras largas su alrededor
y dijo en voz alta:
— ¡Pero! ¿No están todos sanos y salvos? ¿No engañamos a la terrible Serpiente
una vez más? Nuestro único herido en batalla está entre nosotros, comiendo y
conversando... ¡Por favor! ¡Piensen que hemos vuelto a vencer a Althenor, y alegren
esas caras!
Era algo tan imprevisto, tan incongruente con la situación, que varios de los
profesores se miraron entre sí, y sonrieron, y algunos de los aprendices empezaron a
aplaudir. La tensión se disipó un poco. Sin embargo, la cena terminó temprano, y
Cassandra dejó el salón del brazo de Javan.

Una confortable penumbra reinaba en la habitación esa noche. Sólo las estrellas
iluminaban el patio tras la puerta ventana. El aire traía los perfumes de las flores. La
primavera llegaba a su madurez, y daba paso al verano allá en el bosque.
Cassandra apoyó la cabeza en el pecho de su esposo. Recorrió con el dedo su
pecho, su garganta, sus mejillas, sus labios. Sus brazos la rodeaban, cálidos y
protectores.
— ¿Qué te está pasando, Cassandra? — le susurró muy suavemente.
— Nada, — suspiró ella. Pero levantó la cara un poco para mirarlo. Tenía una
extraña luz en sus ojos esta noche. Y entonces, la chispa de la travesura volvió a brillar
en ellos. — Sólo me estaba preguntando... — dijo, trepando sobre él y besándolo, —
cuántos besos en fila... puedo poner... en tu nariz... cuatro... cinco... seis...
Se retiró un poco, mirándolo a los ojos.
— Devuélvelos, — dijo de repente. Él la miró sin comprender.
— ¿Qué?
— Que me los devuelvas. Eran un préstamo. — Ella hablaba con la boca casi
sobre la suya. Él sonrió cuando ella lo besó primero.
193

— Uno... — dijo, y ahora fue él quien la besó, más lento; — Dos... — Y de


nuevo, más despacio todavía; — Tres...
— Cuatro...
El resto de los susurros se perdieron en la oscuridad.
Y ella lo hizo. Mientras se besaban, uno en brazos del otro, se transformó en
brisa y se fundió con él en aire. El último elemento. El último regalo. Luego de eso, se
durmieron estrechamente abrazados.

La luz del amanecer despertó a Cassandra. La luz, y la mano de su esposo,


recorriendo su cuerpo. Sonrió, y trató de volverse, pero una cruel punzada en su hombro
y costado la detuvieron. Cerró los ojos con fuerza y gruñó de mal humor:
— Vete.
La mano intentó acariciarle la espalda. Ella reprimió un estremecimiento de
placer y con otra punzada de dolor se apartó, envolviéndose en la frazada.
— Vete. Molesta a alguien más, — gruñó desde abajo del almohadón. La mano
se retiró en silencio.
Ella esperó hasta que Javan abandonara el cuarto. Solo cuando escuchó la puerta
cerrarse otra vez dejó escapar el gemido. La venda estaba empapada con el fluido negro.
Y empezaba a tener un olor fuerte.
Saltó de la cama, sin importarle el dolor que le atravesaba el brazo y el hombro,
y sacó de un tirón las sábanas. Estaban manchadas, y ella las quemó con fuego azul en
la estufa. No quería que nadie se contaminara. Luego fue metiendo su ropa y sus cosas
en un baúl y lo dejó en el armario. Para cuando Javan mirara allí, todo habría terminado.
Apiló los libros sobre el escritorio, y le dejó una nota a Javan para que los devolviera a
sus respectivos dueños. Tenía material de casi todas las colecciones privadas del
Trígono. Luego fue a su patio. Miró a sus plantas, mimó a sus favoritas. Sólo faltaban
los dibujos. La mayoría estaban ya en la cabaña. Empaquetó el resto, y los dejó con el
baúl en el ropero. Javan no tendría mucho trabajo cuando ella estuviera muerta.
Después de eso, suspirando una vez más, partió escaleras arriba a la enfermería.

— Por favor, Melissa, diles que estoy dormida. No quiero ver a nadie... —
suplicaba Cassandra. Era la tercera vez que Javan preguntaba por ella en la puerta. La
señora Corent había trancado, y solo los atendía por la ventanilla. Echó una mirada
preocupada a Cassandra. La maldición iba demasiado rápido. Había tomado el hombro
194

y la mitad del brazo durante la noche. Para el almuerzo había alcanzado su cintura del
lado derecho, y la mano.
— Se está enojando, Cassandra. Y tiene derecho a saber.
— No... Por favor, Melissa... No quiero que me vea así.
— Está bien...

A media tarde, no era solo Javan en la puerta; también estaban Andrei y el


Anciano Mayor. La señora Corent cedió.
— Le prometí a ella no decir nada. Y ella no quiere ver a nadie... Por favor...
Los tres magos fruncieron el ceño. Javan dio un paso adelante, apretando los
puños.
— ¿Qué le pasa a mi esposa? — exigió amenazador. — Tengo que saber.
Andrei lo detuvo.
— Ven aquí, Javan. Hay algo que debes saber... Ven aquí. — Su voz había
sonado muy alterada. El Anciano Mayor lo miró alarmado.
— Por favor, ¿qué...? — Javan estaba a punto de perder los estribos. Andrei se lo
llevó a un pequeño salón junto a la enfermería.
— Andrei, ¿qué es lo que quieres decirnos? — preguntó el Maestro. Andrei miró
a Javan y bajó la vista.
— El Protector de Luz fue alcanzado por una maldición... en el hombro derecho.
Lo sentí porque era Garras. Tú eras Colmillos, nunca hubieras podido hacer nada...
— ¿Una maldición?
— Vi una luz negra de la Vara de Althenor alcanzarla en el hombro.
— ¿Una luz negra? — preguntó el Anciano. Pero Javan parecía haber
comprendido. Se hundió en sí mismo, la cabeza entre las manos. Luego levantó la
cabeza y miró desesperado a Andrei.
— Avísale a Ryujin, — dijo solamente.
— ¿Qué es esa luz negra, Javan?
— Una maldición... de las prohibidas. Una especie de muerte concentrada... El
líquido que sale de la mancha la va devorando de a poco, hasta terminar con ella, —
dijo. — No hay contra-maldición.
— Quizá magia antigua... — dijo Andrei esperanzadamente.
— No. Ya te dije, no hay contra-maldición. No puedes detenerla, como no
puedes detener la muerte...
195

— Si solo me hubiera dado cuenta antes... — dijo. Andrei.


Javan sacudió la cabeza.
— No hubiera servido de nada. Una vez que la tocó es como si ya estuviera...
Como si ella ya... — Javan no pudo terminar. El Anciano lo miró unos momentos en
silencio.
— Avísale a Ryujin. Y a Alessandra. Ella querrá despedirse. Yo me voy con ella.
— Y sin mirar a nadie, salió de nuevo hacia la enfermería.

Cassandra estaba medio dormida cuando las cortinas se abrieron de repente. Se


despertó con un sobresalto. Javan estaba allí, pálido y serio, mirándola, enmarcado en la
luz de la ventana.
— ¿Qué estás haciendo aquí? ¿Para qué querías verme así? — gimió ella,
tratando de ocultar la mitad faltante de su cara con la manta. Él se sentó a su lado, en la
cama, y le tomó la mano limpia.
— Te amo, y siempre te amaré, — le dijo, besándola en la mejilla sana. Una
lágrima saltó de su ojo. Él se la enjugó con otro beso. Ella volvió la cara.
— No quiero que me veas así, — dijo ella.
— No te preocupes, no te miraré...
Ella no pudo reírse. Él le apretó la mano contra su pecho, y se acurrucó contra
ella, apoyando la cabeza en su seno. Se quedaron mucho rato así, mientras la luz se iba
de las ventanas.

Las cortinas estaba de nuevo cerradas. El dolor recorría incesantemente los


restos de su cuerpo, no permitiéndole dormir. Ahogó la queja, por si Javan estaba cerca
y podía escucharla. Soportar el dolor era una cosa, pero soportar el de él además del
suyo propio era demasiado. Y no conocía ninguna manera de liberarlo. De nuevo, una
lágrima solitaria corrió por su mejilla.
— Andarienna... — Una voz muy conocida susurraba junto a su cama. Extendió
la mano por debajo de la cortina, y sintió la caricia cálida de su amigo. Los sonidos
ahogados del otro lado le dijeron que él estaba llorando. Sintió las lágrimas en un beso
húmedo en su palma.
— Me estás mojando, — se las arregló para decir. Y oyó un ruido parecido a una
risa. Y un sonido de nariz.
— Debes cuidarlos... — dijo. — Javan...
196

— Está aquí, — dijo la voz de Gaspar. Y ella pudo sentir otro par de manos
cálidas tocando la suya. Ella guardó silencio, pero los sollozos ahogados atravesaron la
cortina.
— C’ssie...— la llamaba Javan suavemente. — C’ssie...
— Te amo, — susurró ella. Y aún fue capaz de sentir su beso en la mano.

A lo largo del día, mucha gente se acercó para despedirse de Cassandra. A


algunos de ellos, Cassandra fue capaz de tomarles las manos, o aún decirles algo. Cada
vez le costaba más hablar, y Javan no quiso imaginarse por qué. Hacia la noche, la
habitación quedó en calma otra vez.
Alessandra llegó la segunda mañana, y se sentó entre Andrei y Javan, llorando
silenciosamente de a ratos en el hombro de Andrei. Él no decía mucho. No había dicho
nada a Cassandra tampoco. Sólo sostuvo su mano una vez, y ella se la oprimió. Pensó
que ella lo había reconocido, pero ninguno de los dos habló.
— Las estrellas están saliendo, — dijo Alessandra quedamente. El día había
pasado lento y melancólico. Ryujin había salido hacía un momento, con el Maestro.
Solo estaban Javan, Andrei y ella junto a la cama de Cassandra. El silencio caía
pesadamente entre ellos. Alessandra lo rompió otra vez.
— Detesto esta espera. Desearía poder hacer algo...
Hubo otra pausa. Los hombres no podían o no querían hablar. Ella habló otra
vez.
— Y toda esa tontería de las Joyas...
Javan levantó la cabeza de repente.
— ¿Qué dijiste? — gruñó.
— Toda esa estúpida historia de las Joyas... cuando el año empezó...
— ¿Qué pasa, Javan? — preguntó Andrei. Javan se había levantado vivamente,
con una mirada enloquecida en los ojos.
— Tengo que hablar con Hoho... — dijo. Y salió del cuarto. Alessandra miró
perpleja a Andrei, que le devolvió la mirada.

Gaspar estaba en la oficina del Anciano Mayor.


— ¿Cómo pudo pasar, Maestro? — estaba preguntando. Su expresión era
sombría. El Anciano suspiró.
197

— El Alcalde del Valle vino por ellos. Faltando los tres Varas principales... o sea,
Javan y yo, y el señor del Hafno, que nos traicionó, era el que debía hacerse cargo.
Siguiendo el estilo del Tercera Vara, decidió usar unos horrores para que lo apoyaran...
— ¿Horrores en el Círculo de los Ancianos? Enna me lo había mencionado, pero
pensé que solo el o los traidores...
— Neffiro no es traidor. Pero tiene una idea demasiado elevada de su propia
importancia... y de sus capacidades. Apenas llegó, los horrores lo traicionaron, se
volvieron contra él y se pasaron al bando de Althenor. Él volvió en sí, y rompió la Red
de contención con sus propias manos. Al menos, no pudo hacerse con el Cetro.
— ¿Rompió la Red con las manos desnudas? Enna me dijo que temía que él
hubiese tomado poder de la Roca Negra cuando ella lo atrapó allá...
El Maestro asintió lentamente.
— Es posible. También es posible que él tuviera su propio Triegramma, y que se
alimentara de los nodos negativos. También es posible que haya invertido el signo de la
Red... Las posibilidades son muchas para un hechicero de su calibre. Su escape es un
golpe duro, pero la maldición a la Guardiana es el más duro.
— ¿Por qué no eliminan a la Serpiente de una vez por todas? — fue la amarga
pregunta de Gaspar.
— No podemos. Hay solo una persona que puede, — dijo el Maestro. En ese
momento entró Javan.
— Pensé que estarías aquí. Tenemos que hablar... Hoho.
El Anciano lo miró con curiosidad, Gaspar solo levantó las cejas.
— En un segundo. ¿De quién está hablando, Maestro.
— El Heredero de Huz. Solo el descendiente de Arthuz puede eliminar al
descendiente de Zothar.
— Necesitará ayuda. La Serpiente hizo lo que hacen todos los villanos en los
cuentos de hadas. Ocultó su vida en un lugar secreto. Tenemos que encontrarla para el
Heredero. Hoho, no tengo mucho tiempo.
Javan miraba a Gaspar fijamente.
— Te escucho, — contestó él.
— Cassandra reunió las Joyas en el otoño, como sabes. Las entregó a los
Señores de las Ramas en la primavera. Ella me contó la historia...
Gaspar había saltado de su asiento.
— ¿Crees que podamos detener la Maldición? — dijo Javan.
198

— Espero que estemos todavía a tiempo... — gruñó Gaspar. Y se apresuró


escaleras abajo, seguido por Javan y el Anciano Mayor.

El comedor estaba desierto y silencioso. Gaspar llegó al centro en pocas


zancadas. Miró furioso al estandarte de la naga.
— ¡Zoh! Te estoy llamando. ¡Exijo que salgas! — dijo con voz potente. Un
viento frío movió los estandartes, pero nada más.
Gaspar pateó el suelo y levantó las manos.
— Andakiro enkaenor omaryo te, entolevio liso’enkaenor. Onte endiro’enna
antulave onot’emmir...
Todos los estandartes temblaron en la brisa fría y fuerte, pero ninguno de los
Protectores salió.
— Comites Fara, por favor, traiga la Prenda de Zothar, — pidió Gaspar. — Si él
no sale, la romperé.
Javan se volvió, dispuesto a hacer lo que Gaspar pedía, pero el siseo de una naga
lo detuvo. Zothar había venido.
199

Capítulo 21.
La flecha amarilla.

La naga plateada miró a Gaspar a los ojos. Los ojos de Gaspar se volvieron
amarillos y su pupila rasgada como los de un dragón. Javan reconoció la orden en
aquellos ojos. La naga se transformó lentamente en el espectro de Zothar.
— ¿Todavía caminando por el mundo, Ryujin? — fue su saludo.
Gaspar se mordió los labios para no replicar.
— ¿Qué quieres de mí? — preguntó Zothar bruscamente.
— Devuelve la vida de la Guardiana, — dijo Gaspar. Javan había avanzado un
paso adelante y estaba ahora a la par del medio-dragón, enfrentando al Protector.
— Estás hablando con el espíritu equivocado. Ingelyn es la Curadora.
Zothar trató de regresar al estandarte, pero Javan y Gaspar avanzaron otro paso,
acorralándolo de nuevo.
— Devuélveme la vida de mi esposa, — dijo Javan.
Zothar lo miró con ira.
— Yo no la tomé. No puedo devolverla. Además... ¿cuánto tiempo la has tenido?
Ocho meses tuve yo a mi Fiona. Mil doscientos años ha tenido él a su Reina Dragón...
¿Es justo? Diría que no. Tú, Comites, tuviste cuatro años a tu esposa. No tienes nada de
qué quejarte.
El espíritu se volvió para desaparecer. Javan avanzó otro paso, extendiendo las
manos para detenerlo.
— ¡Alto! Debe haber algo que podamos hacer, — dijo. — Querrás que te
guardemos tu secreto...
Gaspar y el Anciano Mayor miraron sobresaltados a Javan, pero él sólo prestaba
atención a Zothar. El espíritu se deslizó fuera de su alcance.
— No hay secreto que puedas guardar para mí, — dijo, desvaneciéndose en
humo verde.
Javan se movió como si fuera a dar otro paso y su cuerpo cayó de espaldas en el
suelo. Una figura transparente, con su forma subió al estandarte y penetró en él detrás
del espíritu.
— ¡No!... — exhaló el Anciano. Gaspar también parecía impresionado.
200

Era un lugar oscuro. Su noción espacial estaba seguramente distorsionada,


porque podría haber jurado que no había espacio en absoluto. Había llegado allí
persiguiendo al humo verdoso, pero ahora no podía ver nada.
Lentamente sus ojos se acostumbraron a la falta de luz, o bien, una luz empezó a
mostrarle el lugar en que se encontraba. No había límites en este espacio, no había
paredes que lo cerraran o limitaran. Solo la oscuridad alrededor. No había objetos, solo
esa pálida luz que aumentaba lentamente. A medida que el rayo de luz cenital
aumentaba, vio primero a Cassandra. Pero no era Cassandra, en realidad. La etérea
figura era la de la Guardiana, parecida a su esposa y a la vez diferente. Una cinta de
sombra, como una serpiente de oscuridad, se arrastraba y trepaba alrededor del cilindro
de luz que la envolvía. Parecía hecha de oscuridad pura. Pensó que era la corporización
de la maldición. Miró a la Guardiana. Ella estaba inmóvil, los ojos cerrados, como si
estuviese congelada. Pero su cara estaba completa, su cabello, sus manos... Avanzó
hacia el cilindro luminoso. Tan concentrado estaba, que al principio no notó los tres
sitiales que rodeaban el foco de luz. Tres asientos, cada uno iluminado en un color
diferente.
— No toques la luz, — dijo una voz dulce y musical, la de Scynthé. — La
dejarías indefensa...
Javan se volvió hacia la luz verde.
— Retira la maldición. ¡Retírala! — exigió.
— No puedo. Y tú sabes porqué, Comites. — Las facciones de Zothar fluctuaron
un lentamente a las de Solothar. — Pero tú has crecido lo suficiente como para hacerlo
por ti mismo...
Javan se detuvo, rígido, mirando fijamente al Espíritu.
— ¿Qué quieres decir? — dijo con los dientes apretados.
— Como uno que ha usado el collar de la Guardiana, — dijo Scynthé.
— Como uno que ha visitado el Corazón, — dijo Arthuz.
— Como uno que ha sido capaz de sostener el Cetro sin ser rechazado, —
completó Ingelyn, — fuiste capaz de llegar aquí. El Anciano Mayor no pudo. El medio-
dragón no pudo. Solo tú has llegado hasta aquí.
— Quiero a mi esposa de vuelta, — dijo Javan. — Quédense con el poder, y
devuélvanmela a ella...
201

— No estamos buscando poder, Comites, — dijo Arthuz. — Solamente hemos


heredado esta maldición de Zothar el Viejo. Nunca intervinimos en ella, pero esta vez es
diferente.
— Esta vez involucra a la Guardiana, — dijo Ingelyn.
— Has sido introducido a la Magia Antigua, — explicó Scynthé. — Y la Hikiri
te dio conocimiento y poder del suyo...
— Tienes la fuerza, Comites. Es por eso que te traje aquí, — dijo Zothar-
Solothar. — Puedes hacer lo que nosotros no.
— Tienes la voluntad, y el coraje, — dijo Arthuz.
— Y el conocimiento, y la inteligencia, — dijo Scynthé.
— Ve, combate la maldición, y libera a nuestra Guardiana, — dijo Ingelyn.
Javan los miró uno por uno. Las luces coloreadas se desvanecieron, y la única
luz que quedó fue la del cilindro. Se enfrentó a la serpiente de oscuridad.

— ¿Qué pasó? — preguntó Andrei, cuando Gaspar y el Anciano Mayor entraron


a la enfermería trayendo el cuerpo inconsciente de Javan.
— Siguió al Espíritu Protector de la Rama de Plata.
— ¿A Zothar? ¿Adónde?
— No lo sabemos. Doctor Ryujin, ¿cree usted que...?
— Lo intentaré, pero no se si sea conveniente ahora. Déjeme ver a Enna.
Caminó hacia la cama de Cassandra y corrió las cortinas. Alessandra respiró
profundamente y se hizo hacia atrás. Andrei la sostuvo. Ella no la había visto después de
la maldición, y las explicaciones de Andrei y de Javan no la habían preparado para eso.
Alessandra ocultó su rostro en el hombro de Andrei. Cassandra había perdido casi toda
la cara, y el fluido negro cubría grandes zonas de su tronco, piernas y brazos. Solo su
mano izquierda, que ella había usado para sostener las de sus amigos estaba limpia. Y
sin embargo había un ligero resplandor a su alrededor.
— Miren. Algo está sucediendo... —dijo Gaspar.

Javan observaba la sombra con forma de serpiente. Sus ojos malignos y


amarillentos parecían querer hipnotizarlo. Se sentía atraído hacia ellos, e
involuntariamente empezó a inclinarse hacia la sombra. La cosa abrió su colmillada
boca escupió su veneno. Javan reaccionó en el último segundo. Se transformó en aire, y
dejó que las gotas pasaran de largo. Las oyó sisear, corrosivas, cuando tocaron el suelo.
202

Dio un paso atrás. La serpiente de oscuridad se estiró para alcanzarlo, y soltó un


poco a Cassandra. Javan apretó los labios. Eso era lo que él quería. Retrocedió
lentamente otro paso. La serpiente siseó enfurecida. Trató de captar su mirada otra vez,
pero él apartaba la cara cada vez que la luz amarilla lo buscaba. La serpiente escupió
otra vez, y Javan volvió a esquivarla. Estaba cada vez más furiosa. Lanzó su cabeza
adelante como una jabalina, y Javan saltó a un lado, retrocediendo otro paso. Otro anillo
se soltó de Cassandra.

— Está funcionando, — susurró Alessandra. — Lo que sea que él esté haciendo


está dando resultado...
Andrei le apretó los hombros. Miraron a Cassandra. De alguna manera, el fluido
negro parecía retirarse, y el cuerpo de ella reaparecía debajo.
— No, no está bien... — dijo Gaspar. Su atención había ido de Cassandra hacia
Javan. Él estaba pálido ahora, y algo, muy parecido al fluido negro de la maldición le
manchaba las manos. — No creo que él pueda romper la maldición, y vamos a perderlos
a los dos.
El Anciano lo miró, profundamente concentrado.
— ¿Hay alguna manera de ayudarlos desde aquí?
Gaspar sacudió la cabeza.
— Entonces les daremos todo el tiempo que podamos. Cuando usted crea que
estamos por perderlo, tráigalo de vuelta, — dijo.
Gaspar se limitó a inclinar la cabeza.

La serpiente había escupido otra vez. Algunas de las gotas lo habían alcanzado, y
sentía una intensa quemadura en la piel. Trató de obligar a la serpiente a soltar otro de
los anillos, pero ella retrocedió y aferró a Cassandra otra vez. Lo miraba enfurecida y
siseando, amenazadora. Él hizo sus dudas a un lado, y abandonando toda precaución,
avanzó, decidido, y aferró la oscuridad con sus propias manos.
Las quemaduras ardieron más, como fuego dentro de la piel. La sensación de
esta cosa al tacto era extraña. Sus manos se hundieron en la resbalosa sombra casi hasta
la mitad del antebrazo. Donde no se había quemado, ahora también empezó a arderle. Él
apretó más fuerte. Estaba buscando alguna parte sólida de la cual asirse, y sus manos se
hundieron más sin hallar asidero. Miró a la serpiente, y ésta atrapó su mirada. No podía
203

separar la vista de los ojos amarillos del animal. La serpiente se movió rápido y lo
envolvió en un anillo resbaloso, arrastrándolo hacia el cilindro de Cassandra.

— Creo que está perdiendo el control de la situación, — dijo Gaspar sombrío,


mirando el cuerpo de Javan en la enfermería. El Anciano Mayor también lo miró. Javan
estaba ahora medio cubierto por el mismo fluido negro que Cassandra, y su respiración
era superficial. Y aún así, un ligero temblor en las manos mostraba la lucha que estaba
enfrentando.
— Cassandra está peor, — dijo Alessandra, llorosa, desde la otra cama. Hubo un
silencio, solo llenado por sus sollozos.
— Tráigalo de nuevo, — dijo el Anciano.
Gaspar lo miró. Unas lágrimas le llenaron los ojos: él era la última esperanza de
Cassandra. Pero el Anciano tenía razón. No podían perderlos a los dos. Asintió
lentamente y puso sus manos sobre la frente de Javan.
— Andakiro enkaenna, entolevia omaryo te, — empezó. Una luz dorada fluyó
de sus manos hacia Javan. Pero no lo tocó.
Javan estaba ahora rodeado por un escudo de no-luz que la luz dorada sanadora
no podía penetrar.
— Demasiado tarde, — dijo Gaspar.

La serpiente había empujado a Javan dentro del cilindro con Cassandra. Podía
oler el dulce perfume de jazmín de ella, y aún sentir sus manos acariciándolo, pero sabía
que era un truco de la serpiente para que la liberase. Escuchó la potente demanda de
Gaspar llegándole desde afuera. La sintió golpeándolo, pero no podía alcanzarlo dentro
del cilindro. Súbitamente, tal vez ayudado por ese golpe, logró separar los ojos de los de
la serpiente, y sus manos se hundieron en la oscuridad un poco más, esta vez hasta el
codo. Sintió un temblor nítido de Cassandra, y supo que éste era real. Y sintió que sus
dedos se cerraban sobre algo sólido.

— ¡Sácala de aquí! — aulló Gaspar a Andrei. Una ola de algo que no era ni luz
ni oscuridad había salido de Javan y de Cassandra. Gaspar tomó al Anciano del brazo.
— ¡Fuera! ¡Todos afuera!
La ola llegó al techo y empezó a caer sobre ellos. Tuvieron el tiempo justo de
salir de la habitación y cerrar la puerta para detener la cosa.
204

Las manos de Javan se cerraron sobre algo sólido. Lo atrapó y lo arrancó de su


envoltura de oscuridad. Y la serpiente de sombras desapareció. Y el cilindro de luz se
aclaró también, y Javan salió de él. Cassandra seguía inmóvil y miraba el vacío frente a
ella. Él miró el objeto que sostenía en las manos: era una flecha amarilla. La miró unos
segundos y súbitamente la partió en dos.
Hubo un chisporroteo, y Cassandra comenzó a caer como una marioneta a la que
se le cortan los hilos. La sostuvo y ella pestañeó.
— Realmente un mal hábito, — murmuró ella.
— Tú lo dijiste, — sonrió él, inclinándose a besarla.
Las luces coloreadas iluminaron de nuevo los tres sitiales. Ahora, pudieron ver
que la luz provenía de unas ramas, oro, plata y cobre, que se abrían sobre los asientos.
En cada una de la ramas, estaba una de las Joyas. El Zafiro estaba en medio, sobre el
tronco principal, en lo que había sido el cilindro de luz que había contenido y protegido
a Cassandra. Estaban dentro del Gran Árbol. Las luces se mezclaron en una especie de
arco iris. Una figura salió de detrás del lugar de Zothar.
— Eres tan igual a ella, — dijo con amargura, mirando a Cassandra. Cassandra
lo miró un momento, y luego al Señor de la Rama, que estaba todavía en su lugar.
— Zothar, — dijo suavemente, casi sin intención.
El fantasma sonrió a medias.
— Zothar el Viejo, sí. El verdadero. La parte de Zothar que nunca pudo
abandonar el Trígono por causa de él... — señaló hacia atrás, a Solothar en el asiento.
Luego miró a Javan.
— De todos los Comites de la Rama, — dijo, — eres el que más poder ha
obtenido, y con más justicia lo ha administrado. Honras mi Rama.
Sin embargo su voz era fría, más fría que nunca, aún más fría que sus ojos fríos.
— Lo siento, — susurró Cassandra, pero los ojos del fantasma relampaguearon
de furia.
— Dame eso, —dijo, tendiendo la mano hacia la flecha. — Esto es lo que mató a
Fiona.
Javan dudó.
— La Maldición ya está rota. No temas, — dijo Solothar.
Zothar tomó los pedazos de flecha de las manos de Javan y las quebró otra vez.
Hubo una cortina de chispas plateadas.
205

— ¡Por fin lo hiciste! — dijo una voz.


La cara de Zothar se congeló en una expresión de sorpresa. Miró alrededor y lo
mismo hicieron Javan y Cassandra. Cuando la cortina de chispas desapareció pudieron
ver a una mujer apareciendo de la nada. Tenía un largo cabello castaño, y una sonrisa
divertida le iluminaba la cara. Estaba mirando a Zothar.
— Fiona... — soltó Zothar.
— Siempre fuiste tan testarudo y malhumorado... que tuve que esperar más de
mil años por ti... — dijo ella acercándose.
Javan se volvió a Cassandra.
— Ella es tan parecida a ti... — murmuró, — que me da miedo.
Cassandra empezó a reír.

Apenas habían cerrado la puerta, y se oyeron unos ruidos horribles desde la


enfermería. Gaspar tocó el pestillo otra vez, pero retiró la mano enseguida como si se
hubiera quemado.
— Está cerrado, — dijo.
— ¿Qué está pasando? ¡Por favor, que alguien me lo explique! — gimió
Alessandra.
Los últimos días habían estado llenos de cosas incomprensibles. Sentía que su
mente estaba a punto de ceder, como la vez anterior, en la cabaña. Y aunque el brazo de
Andrei estaba sobre sus hombros, sentía que se hundía en la locura. El brazo de Andrei
se apoyó con más fuerza, y su mano libre apretó la de ella. Gaspar la miró.
— El Comites Fara está combatiendo la Maldición de Zothar. La maldición que
está matando a Cassandra tiene dos fuentes. Si hubiera sido tan solo la Muerte Negra,
hubiera muerto el mismo día... Pero fue herida mientras estaba bajo la forma del
Protector de Luz... la imagen de un dragón, para que te hagas una idea. Es un
encantamiento poderoso y antiguo, que requiere mucha fuerza... pero que a cambio
brinda una protección especial. En general se logra uniendo los poderes de varios magos
o hechiceros... ¿Cómo lo logra Enna, Andrei?
Andrei se sonrojó.
— Siddar es Alas, yo soy Garras, y Javan es Colmillos. Ella es Fuego.
Gaspar asintió, y se volvió a Alessandra.
206

— Cada mago pone una fracción del poder del dragón. Si no hubiera sido por
eso, los cuatro hubieran resultado heridos. Tal como fue, sólo Cassandra era vulnerable,
a causa de la otra maldición.
— La Maldición de Zothar, — apuntó el Anciano.
Gaspar asintió.
— Sí, eso la dejó vulnerable. Por eso también es que no están todos muertos...
La maldición de Althenor tenía que concentrarse en ella. No podía repartirse entre los
cuatro.
— Ella estaba agotada también por la invasión. Realmente se esforzó demasiado
estos días...
— Pero... ¿Y el asunto de las Joyas? ¿Por qué Javan fue a verte apenas se las
mencioné? Se puso como loco...
Gaspar sonrió a medias.
— Las Joyas son más que simples símbolos. No me está permitido hablar de su
procedencia, pero... poseen una concentración de Magia Antigua. Todo el poder de la
Guardiana, el poder que despierta al Dragón de Luz está concentrado allí.
— Pero Cassandra llamó al Protector mucho antes de tener las Joyas... —
observó el Anciano Mayor. Gaspar asintió.
— Con la ayuda de las antiguas aspirantes a Guardianas, ¿no? Por eso era
imperativo que encontrara las Joyas. Era su destino... Convertirse en la Guardiana y
reparar ciertas circunstancias...
— Cassie no cree en el destino. Ni yo, — dijo Alessandra. Gaspar le lanzó una
mirada curiosa, pero no replicó.
— La cuestión es que la protección de las Joyas y del Dragón la protegen por un
lado y las dos maldiciones tratan de aniquilarla por el otro... De momento, las fuerzas
están equilibradas, y se necesita algo que altere ese equilibrio.
— Javan.
Gaspar asintió lentamente.
— Dije hace tiempo y lo sostengo. Ellos dos están desarrollando un vínculo muy
fuerte... Pero no sé cómo podrá el Comites hacer algo. Sólo se permite magia elemental
frente a las Joyas.
— Javan tiene ese tipo de magia. Los vimos en la cascada, hace dos años... ¿Te
acuerdas? — dijo Andrei, apretando la cintura de Alessandra. — Él y Cassandra se
207

fundieron en agua. Después... Bueno, él fijó el huevo de hikiri en mi Vara con sus
manos.
Gaspar levantó las cejas.
— Así que eso es lo que ella quería decir...
— ¿Ella? – preguntó el Anciano.
— La hikiri que Andrei tenía y que Cassandra me hizo llevar de aquí. Dijo que
compartió su mente y conocimiento con un humano. Obviamente fue más allá.
— No entiendo, — dijo Alessandra.
— La hikiri le dio poderes de magia antigua a Javan. Y a ti, Andrei, a través de
ese huevo que tienes en tu Vara. Fuego para Garras, y poder para Colmillos...
— Así que tú también puedes levantar paredes de fuego como él... — dijo
Alessandra a Andrei. — Ni se te ocurra hacerlo en mi laboratorio... Ni en mi cocina.
Andrei le sonrió y volvió a apretarla contra sí.
— Ahora han llegado a un punto en que la magia escapó de su control. Esa ola
que salió de ellos... es un desborde de poder. Incontrolable. O los mata a los dos, o entre
los dos lo canalizan para vencer la maldición...
El Anciano escuchaba ahora con atención, y levantó la mano pidiendo silencio.
— No se oye nada más, — dijo, apoyando la mano en el picaporte.
La puerta se abrió sin resistencia.
208

Capítulo 22.
Esporino-elka.

Javan estaba sentado en la cama, los brazos apoyados en las rodillas, y mirando
sus manos vacías. Apenas levantó la cabeza cuando ellos entraron.
— ¿Dónde está Cassandra? — preguntó Alessandra en un susurro ronco.
Él se llevó un largo dedo a los labios, pidiendo silencio, y señaló hacia el
biombo. Desde allí, unos ruidos suaves indicaban que alguien se estaba cambiando de
ropa.
— Agr... Esto es asqueroso... — gruñía la voz.
Una sonrisa iluminó las facciones de Alessandra, y caminó hacia el biombo. Se
oyeron unos sonidos sofocados, y el biombo cayó, mostrando a las dos mujeres fundidas
en un abrazo apretado. Y Alessandra arrastró a Cassandra hacia el grupo. Todavía la
tenía abrazada por la cintura cuando ella estiró la mano para tomar la de Andrei y
apretársela, mirándolo a los ojos con una sonrisa. Después, un cálido abrazo con Gaspar.
Ella murmuró algo, pero él no pudo contestar. Luego el Maestro le tendió los brazos.
Ella le tomó las manos, pero el anciano tiró de ella y le dio un abrazo.
Se separaron con lágrimas en los ojos, y ella se sentó junto a su marido.
— Ustedes dos han hecho lo imposible otra vez, — dijo el Maestro con una
sonrisa.
— Es una mala costumbre, como un vicio, me han dicho... — dijo ella. Javan
sonrió y pasó un brazo sobre sus hombros.
— Debemos felicitarlos de nuevo, — dijo Gaspar a Cassandra, pero sus ojos se
volvieron a Javan, — ...pero supongo que preferirán un buen descanso...
Cassandra miró a Javan, pero él se limitó a asentir con la cabeza. Ella dijo con
suavidad;
— Mañana celebraremos... Después de todo, es nuestro aniversario...

Sin embargo, ellos no aparecieron en la fiesta del siguiente día. Durmieron toda
la jornada, y cuando Andrei y el Anciano bajaron a ver cómo estaban, encontraron las
puertas cerradas y silencio.
209

Javan y Cassandra habían dormido casi todo el día, pero al atardecer huyeron,
transformados en brisa, hacia el jardín de Ingelyn. Estaba vacío. Ella se reclinó en el
musgo suave de la cueva de los helechos. Javan la abrazaba por la cintura, apoyando la
cabeza en su pecho. Ella le acariciaba el cabello muy suavemente. Suspiró. Él también.
— Creí que te había perdido, — susurró.
Ella no contestó. Sólo deslizó la mano por su mejilla otra vez.
— No vuelvas a hacerlo jamás, — dijo él.
Ella sonrió y bajó la cara para besarlo.
— Te lo prometo... Cuando llegue el momento, nos iremos juntos.
Fuera de la cueva, las estrellas empezaban a brillar.

El mes de julio se presentó relajado. La mayoría de los aprendices aprovecharon


el mes para marcharse con sus familias. Después del secuestro que habían soportado,
era algo por demás comprensible. Además, se trataba del semestre libre, así que los
profesores se contentaron con cargar el equipaje de sus alumnos con varios libros y
despedirlos hasta el mes siguiente o el siguiente semestre.
El grupo de aprendices de Cassandra, los que atendía abajo, no se marchó. Todos
habían tenido parte activa en la resistencia, y necesitaban el espacio para conversar. Por
varios sábados todavía, la clase se transformó en una especie de terapia de grupo, y por
lo que Cassandra podía adivinar, cada uno iba perfilando el rol que le tocaría jugar en la
próxima generación del Trígono. Los escuchaba desde el escritorio, sin intervenir,
mirándolos con media sonrisa, hasta que Javan venía a buscarla, y con cara de despiste,
dejaba la clase a cargo de Solana, de Drovar o de Norak.
Uno de los problemas que tenían que solucionar era el de recuperar la vara de
Javan. Ella le decía que no necesitaba la Vara para hacer magia. Pero no se podía ser
Segunda Vara sin una vara, como él le señaló oportunamente en una discusión. Al fin
ella cedió, y un fin de semana, fueron al Mercado del Valle.

El Jardinero de Varas vivía en una pequeña casa apartada del Mercado. La cerca
blanca de madera se prolongaba en la distancia, mucho más allá de la cancela. Javan
miró el jardín y la casa con una sonrisa nostálgica.
— Está igual que siempre, — murmuró.
— Ey, ¿quién está ahí? — dijo una voz chillona desde adentro.
— Djavan Fara, del Trígono... Señor Mispell, ¿podemos pasar?
210

— ¿Podemos no es mucha gente? ¿Quién más está ahí?


Cassandra dejó escapar una risa cristalina, que tembló en el aire de la mañana.
Los visillos del costado de la puerta se entreabrieron.
— ¡Hola! Yo soy Cassandra Fara... del Tri...
— Ah, la competencia, — dijo la voz. — La que hace crecer varas sin mi
permiso... Bueno, ¿qué hacen todavía en la puerta? Pasen, pasen de una buena vez...
Cassandra volvió a reírse. Algo en este jardín y esta casa la ponía de buen
humor. Javan la miró por sobre el hombro, sonrió y no hizo comentarios.
El interior de la casa era tan sencillo como el jardín de afuera. Parecía una casa
forastera, común y corriente. El señor Mispell les trajo un té en tazas de porcelana con
rositas y los miró con curiosidad.
— Es muy raro que un mago venga por aquí más de una vez... — dijo mirando a
Javan con el ceño a medias fruncido. — Se supone que un Vara, y más aún, un criador
de varas como tú no debería haber perdido la suya...
Cassandra miró al hombrecillo un tanto sorprendida. Nunca había conocido a
nadie que tratara así a Javan, con tanta soltura. Javan se las arreglaba para imponer
respeto a los otros, de una manera fría e impersonal. Solo ella había atravesado la
cáscara, que ella supiera. Javan se había sentado en el sillón, y lucía culpable, como un
niño que hubiera hecho un desaguisado.
— Bueno, señor Mispell, el problema fue...
— No me lo digas. Los jóvenes siempre tienen excusas para todo... — Y el
hombrecillo miró a Cassandra. — Así que... ¿me dirás que ella es la culpable?
— Paró una maldición fulminante con mi Vara... — murmuró Javan.
El hombrecito frunció los labios y sacudió la cabeza.
— No me lo digas. Las vibraciones se sintieron desde aquí. Pero aún así, no es
excusa para perder una Vara tan bella como la que habíamos cultivado para ti...
— ¿Usted cultiva las Varas? — se atrevió a preguntar Cassandra, muy
interesada.
— Claro que las cultivamos. ¿Cómo podría una Vara seguir creciendo si no
estuviera viva? Allá abajo tenemos los viveros de Varas. Las plantas madre siguen en
pie, mientras la Vara o el Hechicero persisten...
Los ojos de Cassandra brillaron. Abrió la boca como para decir algo, pero el
hombrecito la interrumpió.
211

— No, no puedes ir a verlas. Solo el dueño de la Vara, y tal vez los Jardineros de
Varas tienen derecho a ir... Si no fuera así, cualquiera podría romper la Vara de otro...
— Pero... y si se tratara de la Vara de un... enemigo, como Althenor.
— Los criadores de Varas no tienen enemigos, Cassandra... — dijo Javan. —
Son neutrales.
— Y tú decías que no entendías al Equilibrador...
Javan se encogió de hombros, y se volvió al hombrecito.
— No he podido recuperar mis trofeos. Tengo que empezar de nuevo, señor
Mispell.
El hombrecito sacudió la cabeza.
— Eso es malo. Habíamos llegado muy lejos contigo. ¿Ni siquiera tienes una
piedra para empezar?
Javan empezó a sacudir la cabeza. Cassandra lo miró intrigada y se llevó la
mano al cuello, jugueteando con su collar. La piedra blanca, que era la llave para el
Bosque del Corazón se desprendió, y ella la miró un momento.
— Tal vez... Señor Mispell, ¿puedo dársela yo?
— ¿Qué dices, niña?
— Que si la piedra de poder puedo regalársela yo...
— No veo por qué no, aunque es muy irregular que un destructor de varas
comience una nueva...
— Podría tomarse como una reparación... — dijo ella, haciendo un cuenco con
las manos. Y soplando entre ellas.
— ¿Qué estás haciendo, Cassandra?
— Tu piedra...
La piedra blanca se partió, y Cassandra le tendió a Javan una lasca.
— No, es muy pequeña, — dijo el Jardinero de Varas. — Necesita más tamaño
para convertirse en una piedra de poder.
— Tú tienes el resto, Javan... — dijo Cassandra tranquilamente.
Javan la miró sorprendido. Se metió la mano en el bolsillo y sacó una piedra
blanca y redonda. Volvió a mirar a Cassandra con curiosidad.
— Me di cuenta hace unos días... — dijo ella. — Ella me dio la Piedra del
Corazón. Mira, la lasca encaja perfectamente...
Javan colocó el fragmento de piedra del collar de Cassandra en la piedra que la
Cassandra del futuro les había dado un par de años atrás. Encajaba perfecto.
212

— ¿Y tú quieres que yo...?


Ella sonrió.
— Ya la has usado antes... Y si ella dice que está bien, ¿quién soy yo para
contradecirla?
Javan sacudió la cabeza, todavía dudando, pero el señor Mispell ya había
tomado la pequeña piedra redonda de manos de Javan.
— Mm... Sí. Es perfecta. Buen balance de fuerzas, adecuado equilibrio... servirá.
¿Qué hay de las otras cosas?
— Perdidas, — dijo Javan secamente.
El criador de Varas lo miró.
— No juegues conmigo, muchacho. Había dos esmeraldas, unas escamas de
naga, polvo de escama de dragón...
— Las esmeraldas están perdidas. Los Ojos del Vigía pasaron a otro mago, —
dijo Cassandra. — El polvo de escamas de dragón lo podemos conseguir... ¿te parece
que Nakhira podrá cooperar con una o dos escamas?
— En tus sueños. No sabes lo que me costó conseguirlas... — gruñó Javan por lo
bajo.
— Javan, fijaste un huevo de hikiri con las manos, Andrei me lo contó. ¿Quieres
colaborar un poco?
— ¿¡Qué este muchacho hizo qué?! — chilló el señor Mispell. — ¿Qué hiciste,
chico?
— Está bien... Es cierto. Cassandra trajo un huevo de hikiri para Andrei
Leanthross, Senek, y lo convencí que debía fijarlo a su Vara. Los hechizos no
funcionaban, así que lo hice de la otra manera.
— La otra... manera... — El increíble señor Mispell estaba asombrado. Miró
alternativamente a Cassandra, a Javan y de nuevo a Cassandra. — Quiero ver tu Vara,
querida.
Cassandra se encogió de hombros.
— No la uso mucho, ¿sabe? Y me la dieron así como es, no le he agregado
nada...
Pero cuando Cassandra sacó la varita y la tendió al criador de Varas la varita
centelleó, y se transformó en el Cetro de los Tres. Las cuatro Joyas centellearon alegres
en su extremo.
213

— ¿Y estas qué son? ¿Caramelos? — dijo el viejo mago, señalándolas. Sacudió


un poco el Cetro, y como un fantasma, la imagen de la Llave del tiempo se formó en el
asta. Sobre ella, las alas del Dragón de Luz, y un poco más abajo, las alas del águila
blanca. Aún más abajo, los brotes de Metamórfica, y casi en el pie, los destellos de la
Piedra Arco Iris. Cassandra miró el Cetro atónita, y el criador de Varas se lo devolvió
con una mueca. — Para mí son demasiados dulces. Niña, has estado trabajando duro en
tu Vara, ahora deja que él se ocupe de la suya.
— Yo... yo no sabía... — murmuró ella. Javan hizo una mueca. El jardinero de
Varas lo miró.
— Pues bien, chico. Tenemos una piedra de poder... Y si tu esposa tiene razón,
polvos de dragón para darle resistencia. ¿Me equivoco o necesitarás las otras cosas?
Javan asintió de mala gana.
— Está bien, señor Mispell. Dígame qué voy a necesitar.
— Para empezar, podrías traer algo de tu mimosa... algo de agua, como en los
viejos tiempos. Pero si no me equivoco, necesitarás aire y fuego también... Déjame
pensar. Y con una mujer así... si no consigues tierra, estás muerto... Ya lo tengo. Es
peligroso, pero...
El hombrecito hablaba para sí mismo, mientras retrocedía hacia la biblioteca. Se
paró frente a ella y movió las manos. Un par de libros salieron volando en su dirección,
y él los esquivó. Atajó el tercero en el aire y fue hacia el escritorio, mientras uno tras
otro, los demás libros volaban por la habitación.
— ¿Quién es tu mimosa? — preguntó Cassandra en un susurro, inclinándose
hacia Javan.
— Ya la conoces, ella no es competencia para ti... — dijo él con una mueca.
— ¿Quién es? — repitió ella. Él se rió en voz baja.
— Joya. Te dije que no era una mascota como cualquier otra...
Cassandra pareció tranquilizarse un poco. En ese momento, el señor Mispell
volvía con el libro en brazos. Otro de los libros rozó su cabeza, y en ese momento
pareció reparar el los libros que revoloteaban por la habitación.
— ¿Qué están haciendo con mi biblioteca, niños? — los rezongó. Y moviendo
de nuevo la mano, los envió de regreso a los estantes. — Bien, si se comportan, le diré
lo que creo que necesita la Vara de este pequeño hechicero...
214

Cassandra miró a Javan, y se tragó la risa como pudo. El pequeño hechicero fue
más hábil para mantener su aspecto de hombre serio. El criador de Varas abrió el libro
frente a ellos.
El libro presentaba un artículo como de enciclopedia. El dibujo mostraba a un
animal pequeño, con pico de pato y patas palmeadas, pero con garras. El pelaje era de
un curioso tono azulino, aunque en la zona de la cabeza y el cuello parecían plumas más
que pelos.
— Ornitorrinco azul, — dijo triunfal el señor Mispell.
Cassandra asintió.
— Bueno. ¿Dónde cree usted que podamos conseguirlo? — dijo tranquilamente.
Javan pareció atragantarse con algo.
— Cassandra... Nadie tiene plumas de ornitorrinco azul en su Vara...
— Bueno, — dijo ella con tranquilidad. — Es hora de que alguien las tenga.
Además a mí me gustan las plumas. ¿Dónde dijo que...?
— Ah, esa es la actitud que me gusta. Empezaré con la piedra de poder. Cuando
vuelvan de Australia me traen las plumas... Para la Puerta del Otoño estará bien.
Cassandra asintió tranquilamente, y Javan hizo un gesto de desesperación.
— Y pensar que yo solo quería una Vara... — murmuró mientras tomaban el
camino de regreso al Mercado.

Varias semanas más pasaron sin novedad. Llegó agosto. El trabajo en el Trígono
siguió como si nada hubiera pasado. Salvo que ahora Cassandra conocía a Tenai, y lo
saludaba cuando lo cruzaba en los pasillos del piso de arriba. Solana empezó a trabajar
con Mydriel a tiempo completo, y Cassandra se resignó a perderla como ayudante hasta
el siguiente semestre. Era hora que la bruja se convirtiera por fin en hechicera. Mydriel
podría guiarla en su prueba mucho mejor de lo que Cassandra podría hacer nunca.
Y llegó la noche de la luna llena. Cassandra la había estado esperando desde su
última visita a las esporinas. Esperó la medianoche en la mecedora, hamacándose
suavemente en la penumbra azul. Javan trabajaba en la oficina. Ella esperó en silencio,
sintiéndose en paz, y cuando faltaba un cuarto para las doce, se cubrió con una capa
liviana, y salió del castillo.
Un cuarto para las doce. Javan levantó la cabeza sorprendido cuando escuchó los
pasos. A diferencia de otras veces, ella no se ocultaba. Aún así, sopló las velas, y la
siguió, silencioso.
215

Ella se movía rápidamente por el bosque, siguiendo el viejo camino. Lo


reconoció enseguida. La luz plateada de la luna iluminaba el sendero. Ella no corría,
pero se deslizaba veloz entre los árboles. Encontraba dificultades para seguirla. Parecía
ansiosa de llegar. Él sintió una punzada de inquietud. ¿tendrían alguna vez una vida
normal? ¿sin peligros, sin problemas? La cortina oscura de enredaderas negras apareció
de repente ante sus ojos. Habían llegado al claro de las esporinas. Podía oír unos ruidos
muy suaves. Pisadas. Una respiración. Extendió la mano e hizo las enredaderas a un
lado.
La luz de la luna llenaba el claro como una copa. Los árboles alrededor brillaban
en diferentes colores, y en el centro del círculo ya estaba Cassandra, girando, una mano
levantada y el otro brazo extendido. En un destello de dulce luz de luna, la esporina
apareció y bailó con ella. Pero no tenía el cabello dorado de las esporinas, trenzado con
hojas y flores. Su cabello lanzaba destellos rojos al mezclarse con el de Cassandra en el
aire. Giraron un poco más, y se detuvieron. La danza terminaba antes de comenzar.
— Tu esposo está aquí, — susurró la esporina.
Cassandra se volvió. Sonreía.
— Javan... Por favor, ven. Te presento a la nueva Esporino-elka. La nueva reina
esporina...
Javan se acercó a las mujeres. Miró fijamente a la esporina. Era Kathryn.
Kathara. Ella le sonrió. En su cara, las emociones encontradas lucharon un poco más.
No podía devolver la sonrisa aún.
— Está bien, Javan... — dijo Cassandra. — Las esporinas no podían ayudarnos
porque el Signo coincidía el cambio de reina. Lalaith, Esporino-elka se fue. Kathara es
Esporino-elka ahora.
— Y lo seré por un par de milenios, — sonrió ella.
— Supongo que es afortunado, — se las arregló para decir Javan.
— Lo es. — Cassandra también sonrió. — Kathryn todavía retiene muchas de
las características humanas, que las esporinas no tienen. Y la visión de las Guardianas.
— ¿Y Alice? — Él permanecía serio. Kathryn lo perturbaba muy
profundamente.
— Ella es una pensadora. Permanece con nosotros, sin ser una de nosotros... —
A Kathryn parecía no importarle, o no darse cuenta de cuánto lo afectaba su presencia.
Tampoco Cassandra.
— ¿Y donde está ella? — insistió.
216

— Con las otras...


Cassandra continuó.
— Kathryn no podía venir con nosotros porque estaba a prueba, con las otras
aspirantes. Lalaith no lo hubiera permitido... Pero, — Se volvió a la pelirroja esporina,
— nos hiciste falta.
— Lo lamento, amiga. Sabes que fue necesario. Si no hubiera tenido éxito...
Bien, tú conoces a las esporinas.
Javan se estremeció, pensando en una bandada de esporinas hambrientas sobre
un cúmulo de nodos mágicos negativos.
— ¿Y que hay de ti? ¿Para qué viniste?
Cassandra volvió a sonreír.
— Para felicitarla, de Guardiana a Guardiana; luego, como embajadora, para
mejorar los términos de nuestro pacto, o mantenerlos. Y después, como amiga...
Nosotras hemos compartido cosas más allá de toda comprensión. Compartimos un
destino, que yo eludí por milagro... Estamos más cerca que si fuéramos hermanas, y
ahora tenemos que separar el poder para compartirlo de nuevo.
— No entiendo. ¿Separarlo para compartirlo? — Él fruncía el ceño, los ojos fijos
en ella.
— Es sencillo. Debemos separarlo para deshacernos del viejo pacto. Y
compartirlo para hacer un pacto nuevo, basado en la amistad, y no en compromisos
comerciales.
— ¿Y las esporinas estarán de acuerdo? — preguntó él con incredulidad.
— Ella harán lo que su reina diga, — dijo Kathryn. — Todo este ciclo, desde la
puerta del Invierno, mis llamas han ardido en este lugar estableciendo mi derecho a
reinar sobre ellas. He pasado la prueba del Rey Dragón. He sido probada y aprobada, y
ahora soy Esporino-elka.
— Eres demasiado joven como para... — empezó Javan. Le hablaba como solía
hacer con Cassandra, como lo había hecho con ella muchos años atrás. Kathryn le lanzó
una mirada helada.
— Soy Esporino-elka, la nueva reina, Javan Fara. No puedes hablarme como si
fuera tu antigua amiga. Ella murió hace muchos años. Debes dejar ir los recuerdos.
Cassandra asintió, aunque miró a Kathryn frunciendo el ceño.
— Podrías haber dicho lo mismo con más suavidad. Kathryn, — dijo. Kathryn la
miró.
217

— No. A veces los hombres necesitan se sacudidos para darse cuenta de las
cosas. El tiempo corre. Vamos a hacer lo que vinimos a hacer.
— Sí. — Cassandra se volvió a Javan con media sonrisa. — Javan, ¿podrías
quedarte en el borde?
Él asintió y retrocedió lentamente hasta el borde del claro.
— ¡Gracias! — gritó Cassandra desde el centro. Y él pudo ver incluso que
Kathryn también sonreía. La danza comenzó.
Vio las luces coloreadas en el mismo momento en que las mujeres tocaron sus
manos. De las cuatro manos unidas, cuatro haces de luz, blanco, verde, rojo, cobre,
saltaron hacia los cuatro puntos cardinales. Pero las mujeres giraban en sentidos
contrarios, y las luces se separaron en diferentes racimos de color. Cassandra se quedó
con los colores del Trígono, y Kathryn se llevó blancos y dorados.
Giraron en espiral alrededor del claro, cortando la noche con sus haces de luz, y
cuando llegaron al borde, las luces ondearon como cintas. Y Cassandra se movió hacia
el centro otra vez, seguida por Kathryn. Depositó sus cintas en el suelo, y se retiró, y
Kathryn llegó al centro. Ella empujó sus cintas de luz hacia el cielo, donde quedaron
flotando en el aire, y también se retiró. Cassandra y Kathryn giraron un poco más
alrededor del centro en rápidos remolinos, y luego de unos segundos, con un
estremecimiento mágico que recorrió todo el claro, Cassandra levantó sus luces y
Kathryn bajó las suyas. Las luces se unieron y fundieron unas con otras, cuando las
manos de ellas se tocaron. Un relámpago enceguecedor, y la danza terminó.
Cassandra estaba sola en medio del claro.
Javan se aproximó, silencioso, y la envolvió con la capa. Ella lo miró, y le
mostró la mano.
Kathryn había dejado tres flores en ella: un jazmín, un nomeolvides, y una flor
de noctaria.
218

Capítulo 23.
Reina.

Agosto terminaba. Un par de semanas después de la visita a las esporinas, Javan


se sorprendió de encontrar a Cassandra sentada en la mecedora, concentrada en una
carta. Tenía una extraña sonrisa en la cara, mitad feliz, mitad melancólica. Él frunció el
ceño. No la había visto desde el almuerzo, pero los días iban deslizándose tan tranquilos
que no quería ni pensar en los problemas. Ahora, la vieja inquietud lo asaltó de nuevo.
— ¿C’ssie? ¿Qué te pasa?
Ella levantó la mirada hacia él. La sonrisa seguía ahí. Señaló a la mesa. Él miró,
y volvió a fruncir el ceño. No reconoció el objeto sobre la mesa.
— ¿Qué es eso?
— Un test de embarazo... — dijo ella con voz ahogada.
— ¿Tuyo?
Ella sacudió la cabeza.
— No, de Alessandra. Andrei todavía no lo sabe. Van a casarse en tres semanas...
— Ella le tendió la invitación, que sostenía con la carta.
— ¿Y qué es lo malo, C’ssie? — le susurró, acercándose y arrodillándose a sus
pies.
— Nada... — Las lágrimas habían llenado sus ojos. — Es que ella va a invitar a
nuestros viejos amigos, Alice y Pierre... y yo... me di cuenta cuánto los extraño...
Él sonrió y tiró de ella. La abrazó fuerte, allí en el piso, murmurando con
suavidad.
— Está bien. Los verás pronto... y me los presentarás... Sh...
Luego de un momento, la crisis pasó, y ella se enderezó.
— Soy tan boba... — dijo, como disculpándose.
— Sí, lo eres... Por eso me gustas. Vamos a comer.
Ella se rió.

Todo a lo largo de la cena, Cassandra estuvo mirando a Andrei con una sonrisa
divertida, y soportando constantes pisotones y codazos de parte de Javan. Al final, él se
inclinó hacia ella y le gruñó:
219

— ¿Vas a dejar eso?


Andrei los miraba con una apenas sorprendida sonrisa.
— ¿Qué les pasa a ustedes dos? — preguntó.
Los ojos de Cassandra chispearon, y ella sonrió.
— Yo sé algo que tú no... — empezó. Rápido como una serpiente, el brazo de
Javan saltó hacia delante y sujetó a Cassandra, tapándole la boca con la otra mano para
que no gritara. Mientras se ponía de pie, dijo, completamente impasible:
— Discúlpanos.
Luego arrastró a Cassandra fuera de la habitación.
Andrei pestañeó y miró la puerta por la que habían salido. Oyó la voz de Javan
desde atrás de ella.
— Prometiste no decir nada.
— No, ella pidió... Yo no dije nada... — decía Cassandra.
— C’ssie, no presiones...
La voz de ella susurró algo suavemente. Una risa súbita estalló detrás de la
puerta.
— Compórtate, por favor... — pidió él. Y luego de unos segundos, entraron de
nuevo al salón.
— ¿Puedo preguntar...? — empezó Andrei. Los ojos de Cassandra centellearon
con picardía, pero esta vez, miró a Javan. Él frunció los labios en gesto de censura.
Luego sonrió.
— Sabemos un secreto que tú no... Y Cassandra no te lo dirá... — dijo.
Cassandra se rió ligeramente.
— Tiene que ver con una boda forastera a la que estamos invitados... — dijo
ella, esquivando el codazo de Javan. Andrei sonrió ampliamente. Cassandra asintió a la
pregunta que él no hizo.
— La carta de Alessandra llegó hoy.
— No preguntaré... — dijo Andrei.
— Buena idea. O me enyesarán el brazo.

Una semana antes de la Puerta del Otoño, Cassandra se empezó a sentir


extrañamente inquieta. La boda de Alessandra, planeada para la semana siguiente, y el
viaje a Australia, para un par de días después... Necesitaba vacaciones, no irse a cazar
ornitorrincos de colores, pensó. Pero la inquietud que sentía no tenía nada que ver con
220

eso. Salió varias veces, volvió a entrar a su patio, intentó trabajar en la oficina de
Javan... Pero no encontraba acomodo en ningún lugar. Javan había salido temprano, y
no había hablado con él en todo el día. Volvió a salir a los jardines, y no tuvo que ir muy
lejos. El pájaro de alas rojas cruzó el cielo de la tarde cuando ella todavía no había
llegado ni siquiera a la mitad del camino. Regresó corriendo a sus habitaciones.
Cuando entró, escuchó unos ruidos en el ropero. Abrió la puerta de un tirón, para
toparse con Calothar.
— Profe... Cassandra... Yo... — tartamudeó.
— ¿Está Javan ahí? — jadeó ella. Calothar salió del ropero, y Javan lo siguió. Él
pareció súbitamente culpable.
— Es el momento... — jadeó ella. — El pájaro rojo... Te estaba buscando, tienes
que venir...
— No entiendo... — dijo él con suavidad, extendiendo los brazos hacia ella con
gesto tranquilizador. — Nosotros solo...
— ¡La Reunión Secreta! Hoy es el día... ¡Apúrate! — gritó ella, y tiró de su
mano para hacerlo venir. Javan recordó de golpe. Manoteó un par de capas y soltando
un ‘Hablaremos después’ hacia Calothar, siguió a Cassandra hacia el bosque.

El bosque se hundía en un oscuro crepúsculo cuando salieron de la Cueva del


Tiempo. El olor a humo estaba todavía ahí. Igual que el año anterior. Exactamente como
lo estaría el año próximo. Se deslizaron sigilosamente por el bosque, deteniéndose de
vez en cuando para escuchar.
— ¿Crees que vendrán? — susurró ella.
— Claro que sí. Nosotros lo hicimos ¿no? — susurró él. Y entonces, oyeron el
roce de las hojas en los arbustos más allá. Se escondieron rápidamente, a tiempo de ver
otra Cassandra y otro Javan pasar por donde ellos habían estado parados.
— ¿Primer año? — dijo ella casi sin respirar. Él sonrió y asintió. Dieron un
amplio rodeo y llegaron a la reunión por el otro extremo. El año anterior, parecía que
hacía un millón de años, habían usado la Cueva del Tiempo. Los había traído a este
punto del tiempo. Habían encontrado una reunión secreta de Cassandras y Javanes de
diferentes edades. Ahora se podían ver como habían sido el año anterior, y escuchaban
de nuevo las mismas palabras.
221

— Cassandra y Javan del primer año: hemos estado fortaleciéndonos


mutuamente desde que ustedes iniciaron estas visitas. Sin embargo, nosotros hemos
decidido que éste será nuestra última vez...
Era la voz del anciano Javan. Cassandra anciana continuó:
— Dentro de unos meses, pasaré la Llave del Tiempo a su siguiente guardián.
No volveremos a verlos...
Cassandra sintió un peso en el estómago. Recordaba esto muy bien. Casi habían
perdido toda esta vida que veía desarrollada en las caras a su alrededor. Se volvió hacia
su Javan. Él sentía lo mismo. Le apretó la mano y sonrió. Luego se unieron al grupo.

Y el gran día había llegado. La boda de Andrei y Alessandra. Cassandra y Javan


se habían instalado en la casita de la frontera, cerca del Valle, o no tan cerca, y cerca del
otro lado, o no tan cerca. La caja transportadora de Dherok, que Cassandra mantenía
abierta en el sótano lo volvía cerca del Trígono, y la moto de Javan lo volvía cerca del
otro lado. Kathy se había quedado con su abuela, presa por causa de un resfrío nuboso.
Cassandra pensó que a la niña le hubiera encantado la ceremonia, pero los estornudos de
nube violeta hubieran sido difíciles de explicar.
Cassandra se removió en su asiento. Alessandra y Andrei no aparecían. Estaban
ahora en el salón, esperándolos con el resto de los invitados, para comenzar la fiesta.
— Por favor, tranquilízate, — le gruñó Javan. Ella le sonrió con nerviosismo. Él
lucía inusualmente elegante en traje forastero. Lo mismo se podía decir de Andrei.
Había esperado ver un puñado de magos en la fiesta; los amigos de Andrei. Pero
los forasteros parecían llenar por completo el salón. ¿Podrían ella, Javan y Andrei ser
los únicos magos en la fiesta? Barrió el salón con la mirada, sintiéndose incómoda. Y
descubrió un rodete inconfundible, y una coronita de flores en una cabellera.
— Por allí... — susurró ansiosa. —Me parece que vi a Sylvia y a Gertrudis.
Javan sonrió.
— Por supuesto. Deben haber venido con el Maestro. ¿No creías que íbamos a
dejar a Andrei solo?
Ella lo miró y sonrió. Estaba a punto de replicar, el novio y la novia entraron
bajo una lluvia de aplausos.

— ¿Y cómo estás, Cassie? — preguntaba Alessandra media hora más tarde. La


preocupación se había borrado de su rostro. Cassandra sabía (Andrei se lo había dicho)
222

que ella había estado muy preocupada de que Cassandra no se hubiera recuperado
totalmente de la maldición. Cassandra había pasado mucho tiempo con ella antes de la
ceremonia, en parte para conversar, en parte para tranquilizarla. Ahora sonreía, feliz. Y
le dijo, con una sonrisa pícara:
— Tuve que ampliar la lista de invitados por tu culpa...
— ¿Y yo qué hice ahora? — se sorprendió Cassandra. Javan la miró por sobre el
hombro.
— Travesuras. ¿No es eso lo que haces siempre? — se burló. — ¿A quién tuviste
que invitar?
— A Gaspar Ryujin. Dijo que solo se quedaría un momento. Algo acerca de su
esposa...
Cassandra arqueó las cejas con curiosidad.
— ¿Le pasa algo a Reina?
— No. Algo acerca de que ella tenía otros compromisos.
— ¿¡La va a traer aquí?! — Curiosamente Cassandra parecía alarmada.
— ¿Qué es lo que...? — empezó Javan, mientras tironeaba de ella para hacerla
sentarse otra vez.
— Nada. Es que ella es... — Cassandra no pudo terminar. Las puertas del salón
se abrieron, y una pareja apareció en el umbral. Gaspar Ryujin venía acompañado por
una mujer excepcional. No hubo un solo hombre en el salón que no volviese la cabeza
para mirarla. Y la mayoría permanecieron como hipnotizados, viéndola caminar hacia
Alessandra y Andrei con la boca abierta. Incluso Andrei y Javan no podían dejar de
mirarla. Alessandra pestañeó varias veces antes de volverse a Cassandra.
— ¿Quién es esa mujer?
— La Reina Dragón. La esposa de Gaspar... Cierra la boca, mi cielo. Ella está
casada, — agregó, volviéndose a Javan y sacudiéndolo un poco, y Andrei también.
— Estás sintiendo el poder de la Reina — susurró Cassandra. — No puede
ocultarlo por períodos largos... ¿Han tenido buen viaje sus majestades? — saludó en voz
alta, cuando Gaspar y Reina llegaron junto a ellos. El saludo fue acompañado por una
reverencia, y entonces notaron la delicada diadema que adornaba el cabello de Reina.
— No seas tan formal, Kierenna. No estamos usando la corona, — dijo Gaspar.
— Pero estás mostrando la sombra de tu poder. Gaspar, tú sabes que se refuerzan
mutuamente cuando están juntos...
Reina sonrió y susurró:
223

— Yhero niro-té. — Su voz era dulcísima, tan hechicera como su persona. Y sin
embargo, sacudió la larga cabellera, y fue como si se desprendiera de un manto
invisible. El movimiento volvió a las mesas forasteras, y la conversación inundó el
salón. Pero Cassandra notó las miradas de los magos todavía fijas en Reina.
— Mis felicitaciones a la novia. Gaspar me ha hablado de ti...
— Gracias, — sonrió Alessandra.
Reina la miraba fijamente. Cassandra vio a los magos que empezaban a
acercarse. Se puso de pie, nerviosa.
— ¿Tuvieron un buen viaje? — volvió a preguntar aturdidamente. — ¿No
quieren comer algo?
— No. Sólo pasamos a entregar un regalo, — dijo Reina. Todavía miraba
fijamente a Alessandra, y ella palideció de súbito. Cassandra se interpuso.
— ¿Qué clase de regalo? Alessandra no es...
Los ojos de Reina destellaron, y mostró apenas algo que tenía entre las manos.
— ¡No! — dijo Cassandra sin aliento. — La matarías...
— Es un riesgo que puedo correr. No morirá si es bastante fuerte y pura, — dijo
Reina mirando a Cassandra con ojos negrísimos.
— No lo harás. No lo permitiré, — dijo Cassandra frunciendo el ceño. Javan no
dijo nada. No podía. Pero dio un paso adelante y apoyó la mano en la cintura de
Cassandra. Andrei se había parado del otro lado.
— No los pondrás en mi contra, — dijo Cassandra, tranquila. Desde donde
estaba, veía a Siddar acercarse, cautelosamente.
Reina los miró un momento, y luego sonrió. La amenaza se desvaneció. Se
volvió a Gaspar.
— Tenías razón, mi Rey. Es exactamente como decías. Alas, Colmillos, Garras,
Fuego.
Gaspar asintió lentamente.
— No sabías a qué te enfrentabas, Kierenna, pero igual estuviste dispuesta a
todo. Y ellos contigo. Evidentemente son los indicados...
— No te entiendo, — dijo Cassandra. Estaba un poco más relajada, pero todavía
alerta.
— No quería hacerle daño, ni a ella ni a ti. Estaba probando la lealtad de tu
grupo, — dijo Reina. Mientras hablaba, ocultaba lo que tenía en la mano en un bolsillo
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oculto en su traje. — Y si miras alrededor, todos tus amigos han estado alerta, prontos a
defenderte de lo que fuera... Aún ese alocado amigo pájaro que tienes.
Siddar dio un respingo y volvió a alejarse, siempre a espaldas de Reina.
— Esto es para él, — dijo ella. — Dáselo cuando estén solos, — y puso en la
mano de Cassandra un pequeño cristal de fuego. — Mi Rey me ha dicho que la hikiri
olvidó darle protección a él...
Cassandra sonrió ahora. Gaspar respondió a su sonrisa.
— No olvides nunca, Guardiana, que solo si trabajan juntos tienen posibilidades
de vencer...
— Y ahora sí nuestro regalo. Querido...
Gaspar sacó una pequeña cajita del bolsillo de su traje, y se lo tendió a
Alessandra.
— Un pequeño recuerdo de mi familia. Les deseamos toda la felicidad del
mundo...
Y tanto Gaspar como Reina besaron a la novia antes de irse.
225

Capítulo 24.
El regalo.

— No entiendo, ¿qué pasó? — preguntó Alessandra un poco después. Javan


había ido a buscar unas bebidas.
— ¿No escuchaste? Nos probaron, — dijo Andrei.
— No... No sé que...
Cassandra la miró y le sonrió.
— Memoria borrada. Los forasteros no logran retener a Reina en sus recuerdos.
Ella es demasiado...
— ¿Sublime?
— Poderosa. Ella encarna el espíritu de las ideas, o del conocimiento... Es...
inasible. Gaspar es diferente. Como es mitad humano...
— ¿Por qué nos probó? — preguntó Andrei.
— No lo sé. No siempre logro entenderla. Ella es dueña de muchos secretos... Y
hablando de secretos, ¿le dijiste?
Alessandra asintió.
— Por eso llegamos tarde.
— Sí. Tuvo que resucitarme, — dijo Andrei, y pasó un brazo alrededor de los
hombros de su esposa. El recuerdo de Reina y su extraña prueba se había borrado.
Cassandra sonrió ampliamente.
— Bueno, ya no tengo secretos con qué molestarte... — dijo. Y en ese momento
una mano se apoyó en su hombro. Mientras se volvía vio la sonrisa complacida y
divertida de Alessandra.
— ¡Voilá! La dama desaparecida reaparece, — dijo una voz profunda. Escuchó
una risa femenina a su espalda, y cuando ella se volvió, ahogó un grito de alegría.
— ¡Pierre! ¡Alice!— gritó, saltando y abrazándolos. — ¡Había esperado tanto
para verlos otra vez!
Andrei miró a Alessandra interrogante.
— Viejos amigos... Hey, ustedes... ¿siguen cazando bichos?
— Síp. ¿Todavía exprimes yuyos?
— ¡Por supuesto! — dijo Alessandra con orgullo.
226

— ¿Y tú? — Alice se volvía a Cassandra. — ¿Todavía jugueteas con serpientes?


Cassandra echó una mirada hacia Andrei y luego se encogió de hombros.
— Más o menos. Me casé con una.
— Oh, lá, lá... — dijo Pierre, y la observó de cerca. — No pareces haber sido
mordida lo suficiente... Vamos a bailar. Quiero saber si te acuerdas de todo.
— Está bien. Vamos a probar los maridos de las amigas... — Y Cassandra se
levantó entusiasta.

Cuando Javan volvió, encontró a Andrei y Alessandra hablando con una mujer a
la que no conocía. Ella era alta, de ojos oscuros, y usaba un largo vestido rojo que
realzaba su largo cabello negro. Lo miraba fijamente, mientras él se aproximaba con las
bebidas.
— Javan, ella es Alice Panette, una vieja amiga. Él es Javan Fara, el esposo de
Cassie, — presentó Alessandra.
La mujer sonrió educadamente y Javan le besó la mano.
— Tiene mejores modales que tú, — dijo mientras se sentaba.
— Claro. Es francesa, — replicó Alessandra.
— No te preocupes. Soy la única normal de las tres, — dijo Alice.
— Ya lo veo. — dijo Javan. — ¿Dónde está Cassandra?
— ¿Ca-ssandra? — preguntó Alice sorprendida, mirando a Alessandra.
Alessandra se encogió de hombros.
— Otro cambio de nombre... — explicó. — Ahora lo usa entero, y como nombre
oficial... — Y volviéndose a Javan, — Está bailando por allí...
Cassandra y Pierre estaban bailando. O algo parecido. Parecía más un juego del
gato y el ratón. Cassandra se acercaba, insinuaba una caricia, y retrocedía otra vez,
mientras él trataba de atraparla, y ella se alejaba, provocativa. La vieja llama se
encendió en los ojos de Javan.
— No te atrevas a interrumpir. Es un juego. Sólo actuación. Vamos, vayamos a
bailar. — Y Alessandra lo tomó por la mano. — Andrei, baila con Alice, por favor.
Vamos a terminar el juego...
El destello en los ojos de Alessandra se repitió en los de Alice. Ella podía decir
que era la más normal, pero le gustaban las mismas picardías que a Cassandra y
Alessandra. Llevaron a sus compañeros hacia Cassandra y Pierre.
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— La vieja gente otra vez, — dijo Pierre. La sonrisa desapareció de la cara de


Cassandra por un segundo, y Alessandra le echó a Pierre una mirada furiosa.
— Bocón... — dijo.
— Está bien, — dijo Cassandra. Miró a Javan y lo besó.
— Excelente. Tú probaste a los tres, pero Alessandra y yo no. Probaré a este, —
dijo Alice, tomando a Andrei del brazo. — Está sin estrenar, me parece...
— Yo me quedo con el difícil. No quiero que arruine la diversión, — dijo
Alessandra, tomando a Javan por el codo.
— Cuida al que sobra, — dijo Alice, con una sonrisa para su ‘sobrante’. Y
Cassandra se encontró bailando de nuevo con Pierre.
Era un juego. Al cabo de unos momentos. Alice y Alessandra estaban de regreso.
— Te lo cambio...
— Mm... No lo sé... ¿Alice?
— También lo cambio. No está mal, pero...
Javan y Andrei estaban perplejos, pero Pierre se divertía francamente.
— ¿Y nosotros qué? ¿No tenemos derechos? — dijo. — ¿No podemos opinar?
— ¿Después de siglos de dominación masculina? Ni lo sueñes, — le dijo
Alessandra, arrastrándolo por la corbata.
Alice se llevó a Javan, y empezó a explicarle de qué se trataba el juego.
Cassandra y Andrei quedaron solos. Ella levantó los ojos lentamente hacia él
mientras bailaban.
— ¿Qué pasa, Cassandra? — preguntó él en voz baja.
— Tengo algo que mostrarte... — susurró ella, y le tomó la mano.
Él sintió el contacto de algo redondo y frío. Esa fue la última sensación cierta.
Luego una neblina blanca se levantó alrededor.
— ¿Adónde vamos? Los invitados...
Ella se llevó un dedo a los labios, y señaló abajo. A sus pies, como a través de
una ventana, pudieron ver todo el salón, lleno de parejas que bailaban en cámara lenta.
— Volveremos antes de que se den cuenta... — susurró ella. Y la neblina blanca
se cerró a su alrededor.

Estaban sentados en un banco en un lugar blanco. Un lugar sin dimensiones. Ella


estaba muy cerca, y sostenía sus manos. La miró a los ojos, y la sintió acercarse más.
Cerró los ojos. Y creyó que la sentía rodearlo con sus brazos, y que sentía sus manos
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acariciándole la espalda, enredándose en su cabello, tocándole la cara, las mejillas, las


cejas. Pensó que sentía la respiración de ella muy cerca, sobre su boca, como si fuera
a... Y abrió los ojos de golpe.
Cassandra estaba parada unos pasos más allá, apoyada en la baranda de un
balcón. Él se sonrojó, perturbado. Ella se volvió y le sonrió.
— ¿Qué fue eso? ¿Qué pasó? — preguntó él.
— Nada. Solo fue una fantasía... — dijo Cassandra. — Tu fantasía... y la mía.
— ¿Sabías...?
Ella sonrió melancólica.
— Te amé desde el día que te conocí, mi amigo... Pero todos tenemos que tomar
decisiones. La tuya fue la correcta... La elegiste a ella. Y yo, a mi esposo.
Él la miró, todavía algo avergonzado.
— ¿Por qué me trajiste aquí?
Ella volvió a sonreír.
— Ah... Quiero mostrarte algo. Discúlpame por lo de recién, pero... No hay
secretos en este lugar, y eso era algo que... el Corazón considera que debíamos dejar
claro entre nosotros...
— ¿Estamos en el Corazón?
Ella asintió, con una sonrisa. Tomó la mano de Andrei y avanzó unos pasos. La
baranda, el balcón, el lugar blanco, desaparecieron. Estaban sobre el suelo, en un claro
rodeado de árboles. Lo llevó hacia uno de ellos.
— Mira, — dijo. Ella señalaba al árbol, su árbol. Las raíces habían por fin
desmenuzado la roca que lo había aprisionado por tantos años. Y los brotes nuevos
estaban llenos de flores. Las más asombrosas que él hubiera visto nunca. Cambiaban del
rojo al blanco, y al azul, y de nuevo al rojo. Cassandra extendió la mano y cortó una de
ellas. La puso en el ojal de Andrei. La flor siguió cambiando de color allí.
— Las flores en este lugar significan realización personal o grandes logros,
plenitud o felicidad. Este es uno de tus grandes momentos, mi amigo.
— Lo sé, — dijo él.
— Tengo un regalo para ti, — dijo ella. Él la miró, esperando. Ella sacó la llave
del Tiempo de entre sus ropas.
— Cuando envejezca, deberé pasar esta llave a alguien. Desde la Reunión de
Viajeros, hace tres años, más o menos, el Sacerdote del pueblo del Escarabajo viene
229

reclamando que elija un sucesor. Mi sucesor debe ser entrenado... Quiero que tu seas su
guardián.
— Guardiana, me honra pero yo... No sé si estaré a la altura de la tarea...
— Lo estarás. Nadie conoce mejor que tú el Templo del dios-Guardián, y al
pueblo del Escarabajo... Pero, ese no es mi regalo. Mi regalo es este: cuando llegue el
momento, elegiré a uno de tus hijos para custodiar la Llave.
Él la miró un momento más.
— Gracias, Guardiana, — dijo finalmente. No sabía qué más decir. Ella sonrió.
No había esperado que él entendiera todavía la magnitud del regalo que hacía. Y no
conocía a nadie más adecuado para la misión. Confiaba en Andrei. Sabía que él lo
entendería al final.
— Regresemos, — dijo ella, tomándole de la mano. Él se la oprimió.

Estaban todavía en la pista, y todavía bailando. Pestañearon un poco al disiparse


la neblina.
— Creo que me quedaré con éste, — decía Alessandra. — Disculpen.
Y se llevó a su marido.
— Está bien. Me quedo con el que sobra, — dijo Alice, y besó a su esposo
mientras se alejaban.
— Sólo tú y yo, Nag, — dijo Cassandra. Javan se acercó lentamente.
— Solo tú y yo... — susurró. — Hasta el final del camino.
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Sólo una cosa perturbó a Cassandra ese fin de año. Sólo una cosa que ella
enterró profundamente en su mente. Todo lo que había sucedido ese año, la invasión de
Althenor, la Maldición, las Joyas... Ese había sido un año realmente difícil. Y a pesar de
ese último trimestre, tan pacífico, se sentía cansada. Cansada de preocuparse por un
futuro que siempre aparecía lleno de peligros y amenazas. Además, esperaba la boda de
Andrei, y el bebé de Alessandra... De manera que apenas sucedió, lo olvidó, como si
nunca hubiese sucedido.
Era la última cena antes de irse a la casa de la frontera. Kathy había estado
vagando por el castillo todo el día, envuelta en nubes violeta causadas por su resfrío.
Cassandra y Javan habían desaparecido en el bosque a mitad de la tarde. Cuando
regresaron, al atardecer, lucían relajados y felices. Cassandra probó un par de remedios
caseros para el resfrío, y finalmente, Kathy se quedó dormida. Las nubes violeta se
disipaban lentamente. Cassandra y Javan subieron a cenar.
La cena promediaba, una cena como todas. Las palabras de siempre, los amigos
de siempre... Y entonces... Una sensación de irrealidad golpeó a Cassandra. Frío. Miró a
las puertas del salón, y vio entrar a alguien. Una mujer. Una dama. La Dama Oscura.
Su rostro le resultó vagamente familiar. Y su porte, y su manera de moverse. En
la mano llevaba un anillo que ella encontró conocido. La vio caminar hacia la mesa de
los profesores, y detenerse frente a Calothar. El Heredero de Huz se veía varios años
mayor. Y el Mago Drovar a su lado. Y la Hechicera Solana, y la Bruja Drovna. Todos
ellos enfrentaban a la Dama Oscura, pero ella no miraba a nadie sino al Heredero de
Huz. Cassandra se estremeció.
— Fuego de Arthuz, protege a tu hijo. Viento de Ingarthuz, levanta tu escudo.
Roca de Ingelyn, protege a tu siervo. Agua de Zothar, levanta barrera...
Vio un destello, pero nadie más lo vio. La sensación se disipó, y pudo ver que la
figurita frente a la mesa de Calothar era Kathy, levantada sin permiso. Otro estornudo
levantó una densa nube violeta a su alrededor. Solana sonrió, y se acercó a la niña, para
traérsela a Cassandra.
— ¿Algo anda mal? — preguntó Javan.
— No... no. Solo espero no contagiarme... — dijo ella, señalando a Kathy. Javan
sonrió, y se levantó a recibirla. Ella lo detuvo: — No, deja. Yo la llevo abajo...
Por la mañana, ella había olvidado.
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Capítulo 1 El regreso de Cassandra 2


Capítulo 2 Javan. 12
Capítulo 3 Las señales. 21
Capítulo 4 El Triegramma. 33
Capítulo 5 El Bosque del Corazón. 45
Capítulo 6 El Libro de los Secretos. 55
Capítulo 7 Aparatos forasteros. 65
Capítulo 8 La Poción Envejecedora. 75
Capítulo 9 El lugar en la Frontera. 86
Capítulo 10 Las Joyas de Nadie. 95
Capítulo 11 Abril 107
Capítulo 12 Las señales se cumplen. 119
Capítulo 13 Polvos de indiferencia. 128
Capítulo 14. La Serpiente. 138
Capítulo 15 La Bailarina. 147
Capítulo 16 Magia oscura. 156
Capítulo 17 El Equilibrador. 166
Capítulo 18 El Gran Signo. 174
Capítulo 19 El grupo del bosque. 183
Capítulo 20 La Maldición de Zothar. 191
Capítulo 21 La flecha amarilla. 198
Capítulo 22 Esporino-elka. 207
Capítulo 23 Reina. 217
Capítulo 24 El regalo. 224

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