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Libro 5.
La Maldición de Zothar.
Sandra Viglione.
2007
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Capítulo 1.
El regreso de Cassandra.
El brillo del sol en los ojos lo despertó. Se apoyó sobre un codo para verla, para
tocarla, para mirarla, para asegurarse de que ella estaba todavía allí. Estaban en un nido
de ropas a medio quitar y un enredo de brazos y piernas. Él todavía la miraba como si
no se atreviera a tocarla, cuando ella abrió los ojos.
— Hola, — dijo suavemente. Su voz sonaba como si no la hubiera usado en
mucho tiempo. — Creo que me iré a la cama ahora. Necesito dormir... de verdad.
Un brillo pícaro le iluminó la mirada. Él sonrió y se inclinó a besarla.
— ¿Dónde estuviste? — le preguntó.
Su mirada se aguzó, y una expresión extraña le cruzó la cara.
— Es personal. No puedo decírtelo, — dijo.
Él se enderezó.
— Cassandra... — Había un toque de advertencia en la voz.
Ella le dedicó una sonrisa de esfinge.
— No puedo decírtelo, — repitió. — Y me voy a dormir ahora.
Ella trató de besarlo, pero él retrocedió con el ceño fruncido. Estaba enojado.
Ella se rió de él, y se levantó.
— Así que ella se fue. No pudiste mantenerla quieta ni siquiera por un trimestre,
— le ladró Alessandra a Javan.
— Alessandra, tú la conoces, — le reprochó Andrei. Ella resopló. Estaba
enojada.
— Pensemos con lógica. Después de todo, ella tiene una mente lógica. ¿Qué
estaba haciendo antes de decidirse a huir?
— No lo sé. Se suponía que estábamos de luna de miel... — Javan parecía
derrotado.
— ¿Estaba leyendo algo... extraño? — preguntó Andrei. Miraba fijamente a
Javan. Ambos conocían el desaprensivo interés de Cassandra por cualquier cosa que se
saliera de lo usual. Jamás le había importado si era conocimiento prohibido o no.
— Sólo dijo que tenía que irse pero que volvería pronto, se transformó en viento
y voló, — dijo él en voz baja y tono amargo. Se hizo un silencio.
— No te preocupes, — Alessandra dijo de pronto, dando unas palmaditas en el
hombro de Javan. — Si dijo que volvería, lo hará. — Javan se limitó a lanzarle una
mirada vacía y sombría.
Aquellos días habían sido muy difíciles para él. Alessandra se hizo cargo de la
cabaña y de Kathy mientras la señora Fara permanecía en el Valle. Javan y Andrei
recorrieron la zona buscando a Cassandra. No la hallaron. Comenzaron por registrar
el bosque. Andrei lo conocía bien, por haber trabajado muchos años en él con Keryn, el
centauro. Hacia el oeste y el sur, hacia el arroyo y la cascada de los unicornios, y más
allá, hasta la entrada de la Cueva del Tiempo, registraron uno a uno los lugares
favoritos de Cassandra. Preguntaron a los habitantes del bosque. Lyanne levantó las
cejas con curiosidad, pero Nero sacudió la suya majestuosamente y no pudo (o no
quiso) decirles nada. Hacia el oeste, siguieron los caminos del bosque hasta el viejo
portón de madera, pero ninguna señal indicaba que ella hubiera pasado jamás por allí.
Luego fueron hacia el norte, hacia la zona donde el bosque comenzaba a trepar por las
colinas que se transformaban en montañas un poco más atrás. Ni rastro de ella.
También revisaron el lago, y bajo el lago. Nakhira siseó algo como una risa maligna y
los dejó pasar. No hallaron a Xanara. No hallaron nada. Verdaderamente se había ido.
Entonces, una tarde, cuando Andrei y Alessandra habían ido al castillo y Kathy
pasaba un par de días con la abuela, Javan sintió una extraña urgencia por ir a la
cascada. Salió de la cabaña. Había algo en el aire, vibrando en el crepúsculo. Parecía
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que algo lo llamaba, lo atraía al agua. Entró en el remanso, más y más profundamente,
bajo el agua que caía y la neblina que murmuraba.
Cuando Andrei y Alessandra regresaron, él todavía estaba bajo la cortina de
agua, los ojos en blanco, la conciencia desvanecida. Estaba en trance. Lo llevaron al
castillo caminando como un autómata, y la señora Corent lo cuidó hasta que se
restableció. Se había sentido tan absolutamente desesperado hasta ese día, y ahora
estaba seguro de que ella estaba cerca. Tan seguro. No permaneció en la enfermería
más de un día. Como Cassandra, se escurrió fuera tan pronto como la enfermera se
distrajo. Desde ese día, la esperó en el mirador cada noche.
Cassandra abrió los ojos. Estaba en su cuarto, pensó con un suspiro. De regreso.
Se sentía tan... relajante. Tranquilizador. Apacible. Un bálsamo para los sentidos. Se
sentía tan llena de calma y de paz. Todo aquel cansancio, toda aquella urgencia
desaparecidas. El miedo se había ido. Y escuchó unos sonidos familiares en su puerta.
— Kathy, entra, querida, — dijo en voz alta, sentándose en la cama.
— No es solo Kathy. ¿Podemos entrar? — dijo la voz de Javan.
— Por favor... Estás en tu casa... — dijo Cassandra medio riéndose.
No eran solo Kathy y Javan los que entraron en la habitación. Cassandra ahogó
un grito de sorpresa cuando vio a Alessandra y a Andrei.
— ¡Lessie, Andrei! No los esperaba aquí... — dijo. — Esta es toda una
recepción...
Ellos sonrieron. Kathy había saltado a la falda de Cassandra y estaba
parloteando.
— Cassie, ¿dónde estabas? Te extrañé mucho y papá no quiso...
— Kathy, — interrumpió Javan. — Deja que Cassandra respire.
Kathy miró a Cassandra, y después a Javan, perpleja.
— Está respirando, papi.
Cassandra se rió y la abrazó, y le susurró:
— Hay algo para ti en mis bolsillos.
Javan sonrió mientras miraba a Kathy saltar fuera de la cama para ir a registrar
los bolsillos de Cassandra. Estaba metiendo la manito en el primero que encontró,
cuando Cassandra la detuvo bruscamente.
— No, en ese no. Mira en el de adentro, el de abajo... — le dijo. Algo en su tono
de voz hizo que Javan se volviera a ella y observara cuidadosamente su expresión. Pero
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Kathy ya estaba saltando de nuevo sobre la cama con un gran puñado de golosinas en la
mano, y lo que parecía un gran cascarón gris en la otra.
— Ah, el cascarón de tu prima, — explicó Cassandra sonriente.
— ¿Prima?
— Bueno... algo así. Al fin la Reina Dragón puso otra camada. Tres huevos esta
vez. Los tres que... No importa. Cuando llegué dos estaban saliendo, pero el último
parecía incapaz de romper la cáscara. Reina estaba muy nerviosa, y Gaspar... Nunca lo
había visto tan alterado... y con razón. No podían hacer nada... Pero yo sí. Le hice un
agujerito a la cáscara, y soplé un poco... fuego de Arthuz. No era tan caliente como los
de Gaspar y Reina... y sí fue suficiente como para que Lys rompiera su huevo... Creo
que ella heredó más características de la rama humana de la familia de Gaspar que sus
hermanos... y... Javan... Necesitará un lugar donde aprender... — Ella lo miraba
fijamente ahora. Parecía que le estuviera pidiendo permiso de algo. Él le devolvió la
mirada inquisitivo. Ella se explicó:
— Quiero decir que necesitará un maestro...
Él dijo sin aliento:
— Noo... ¿Quieres que adopte a una chica-dragón como aprendiza?
— No es dragón... Es Ryujin, y sólo a medias... O tres cuartos...
— Medio-dragón entonces... ¿Estás loca?
Alessandra soltó una carcajada.
— Los niños normales se conforman con traer ardillas o pájaros a casa... Tu
mujer te trae dragones... ¿No es linda la vida de un brujo?
— Es hechicero, no brujo, ya te lo expliqué, — corrigió suavemente Andrei.
Pero Javan no les prestaba atención. Tenía la mirada clavada en Cassandra sin saber si
debía besarla o fulminarla. Terminó por decir:
— Lo discutiremos después, — y desvió la mirada de ella. Cassandra sonrió. Ya
conseguiría su asentimiento... a su debido tiempo.
— Cassie, dinos donde estuviste... — interrumpió Alessandra. — Estuvimos
buscándote por todas partes desde setiembre...
— La Puerta del Otoño... Tenía algo personal que resolver, — dijo Cassandra
con tranquilidad. Sabía que no podía evitar las preguntas, pero tal vez pudiera eludir
tener que dar las respuestas. No contaba con Kathy.
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— Por favor, Cassie... Cuéntalo... — pidió mirándola con los ojos grandes y
redondos que reservaba para seducir a su padre. Cassandra los encontraba tan
irresistibles como el mismo Javan. Sonrió, y le acarició el cabello.
— Bueno... — cedió. — Fui a NingunaParte, a ver a Nadie, a pedirle Nada.
Traje Nada pero no exactamente aquí, y me fui otra vez, de vuelta a NingunaParte, a ver
a Nadie, aunque no el mismo, y a pedirle Nada, que no era la misma, y de nuevo aquí,
pero no exactamente... ¿Tengo que seguir? Esto es un trabalenguas.
Javan la miraba arqueando las cejas, y Alessandra contenía la risa. Kathy la
miraba sin pestañear.
— ¿Y donde queda NingunaParte?
— Muy lejos, bichito... Muy, muy lejos...
— ¿Por eso tardaste tanto?
— Ahá...
— ¿Y visitaste a Gaspar?
— Sí, ya te dije...
— ¿Y a quién más?
— Ah... — Cassandra se enderezó. Se había resignado al interrogatorio de Kathy
por considerarlo más inofensivo que el de Javan, pero sabía que él no se perdía ni una
sílaba. — Vi a nuestra amiguita... la amiguita de Andrei en realidad... Me costó bastante
que me dejaran pasar... algo sobre deudas pagadas y rituales cumplidos... No entendí...
— Cassandra se tocó el costado con precaución. Aunque había sucedido hacía casi
quince días, y los moretones no se veían, todavía le dolía. Había tenido que luchar con
los guardias para que le permitieran la entrada al lugar de las hikiris. — Tu amiguita te
envía esto... — dijo mirando Andrei. Y juntando las manos sopló algo en ellas. Una
burbuja se fue formando lentamente, y en la burbuja ardía una llama diminuta. — Lo
lamento, tuve que traerla así, porque me quemaba en los bolsillos... Creo que agujereé el
derecho...
— Cassandra... ¿Sabes qué es eso? — dijo Andrei con un hilo de voz, mirando
fascinado el objeto que Cassandra sostenía entre las manos, y sin tocarlo.
— No...
— Acabas de traerle a Andrei un huevo de hikiri... Y si no estoy recordándolo
mal, sólo la reina pone los huevos... Kathy, no toques eso. Cassandra, deberías estar
quemándote las manos... — indicó Javan con más calma de la que sentía. El huevo de
hikiri estaba demasiado cerca de Kathy.
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Los aprendices más jóvenes la miraron con curiosidad, los mayores con
expectativa cuando ella llegó al centro del comedor con la varita en alto.
— Algunos de sus compañeros me han pedido que relate una historia... — dijo
simplemente. — Aquí está.
Y girando con la varita, dibujó un círculo.
El espacio entre las mesas se había ampliado. Andrei apretó la mano de
Alessandra. Las mesas se desvanecieron. Las paredes desaparecieron. Y se encontraron
sentados en el suelo en un gran círculo, rodeados por un oscuro vacío. Cassandra estaba
allí, en el centro. O no. Ya no era Cassandra. Ahora parecía un enorme pájaro rojo y
anaranjado, del color del fuego, su vestido simulando alas, flotando detrás de ella. El
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pájaro empezó a cantar, la voz de Cassandra era uno más de los sonidos, relatando la
historia.
— Hace mucho tiempo, había una mujer. No era bruja, pero podía entender las
voces de los pájaros y era capaz de hablar con ellos. Vivía en una cabaña en el límite
del bosque... lejos de los humanos, lejos de los pájaros... A medias entre dos mundos...
Dos formas humanas se habían formado en puntos diferentes del círculo. Una
parecía hecha de fuego luminoso. La otra de humo oscuro. Se acercaron a la mujer-
pájaro desde extremos opuestos.
— En el mismo bosque coincidieron también dos hombres. Extranjeros. Los
llamaremos el Fuego, Hoho... y el Humo, Ikinú... — Las figuras destellaron cuando ella
les dio nombre. Continuaron acercándose. — Eran magos, no forasteros, y en aquella
época, la frontera no era tan nítida como ahora. Hoho llegó desde el norte, huyendo de
un profundo dolor, y un terrible secreto...
Fuego se detuvo frente al ave y le hizo una reverencia. La mujer pájaro aleteó.
Juntos comenzaron una danza alrededor del círculo; la danza del fuego que Cassandra
había bailado el año que llegó al castillo. Pero este pájaro tomó fuego en sus alas, y
cayó, sacudiéndose agónicamente. Humo alcanzó al ave, mientras la figura de fuego
giraba y se alejaba en un delicado ballet. Cassandra continuó.
— Cuando Hoho encontró a la mujer, despertó algo en ella, aunque no era su
propósito... Su fuego era demasiado para una mujer mortal. Fue Ikinú quien se hizo
cargo. Hoho no podía ayudara sin hacerle un daño peor. Ikinú la rescató, la cuidó y
ella se enamoró de él.
Mientras Cassandra hablaba, el pájaro de fuego había comenzado a bailar una
vez más, esta vez con la figura de humo. Humo empezó a cambiar de color, del mismo
modo que lo hacía el ave, y se mezclaron en una extraña escultura viviente. Entre el
humo y las llamas se podían adivinar las figuras unidas de un hombre y una mujer.
Cuando se separaron, solo eran el pájaro de fuego y la figura de humo. Fuego se reunió
con ellos una vez más.
— Ikinú quería llevarla a casa. Hoho no quiso permitírselo. No podía, por
razones que no diré. Fuego y Humo pelearon mucho tiempo por esta causa...
Las figuras de fuego y de humo, Ikinú y Hoho, danzaban ahora alrededor del
pájaro de fuego. No era una danza elegante y graciosa como la que cada uno había
bailado con la mujer-pájaro. Poco a poco los espectadores se percataron que no era una
danza sino un duelo. Chispas y llamaradas saltaban y estallaban allí donde las figuras se
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Un silencio pesado había caído en el salón. Lentamente cada uno fue notando
que estaban todavía en el comedor, sentados a las mesas, y deseando irse a dormir. El
fantasma de una adivinanza flotaba en el aire.
— Buenas noches, — los despidió Cassandra.
Los aprendices empezaron a moverse hacia las puertas.
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Capítulo 2.
Javan.
Ella estaba todavía enredada entre sus brazos. Eran las seis de la mañana. Se
estiró perezosamente, y se movió aún un poco más, sólo para sentir su piel temblar a su
contacto. Sintió su mano deslizarse por su cuerpo desnudo y posarse sobre su ombligo.
Tibia. Pesada. Apretada. Suspiró.
— ¿Estás despierta? — preguntó él en voz baja.
— ¿Mm?
— Algo enigmática, tu historia... — insistió.
— Mm...
Él la besó en el hombro. Ella se estremeció y un leve tono rosa se extendió por
su mejilla visible. Él sonrió y la besó de nuevo.
— ¿Quiénes eran? — preguntó al cabo de un rato.
— La mujer era Fiona, y Humo era Zothar... ¿No te diste cuenta?
Lo sintió ponerse tenso y levantarse sobre un codo. Aún así, no separó sus
manos de ella. Estaba, si es posible, más cerca.
— ¿Estás tratando de decirme que la esposa de Zothar era forastera? —
preguntó.
— Igual que yo... Magia prestada. Ella y Zothar guardaron el secreto
celosamente... Nadie lo sabía.
— Hm... ¿Y Hoho? ¿Fuego?
— Ah, él era un amigo de ellos.
— ¿Y tú? ¿Cómo lo averiguaste?
— Me lo dijo Hoho, — contestó ella. Él se dejó caer de nuevo en la cama. Hubo
una pausa, y él comenzó a acariciarla otra vez. Ella se dio la vuelta para mirarlo, y
encontró una mirada pensativa en sus ojos. Esta vez fue ella la que lo besó.
— ¿Me dirás donde estuviste? — le preguntó él muy suavemente.
— Fui a NingunaParte a encontrarme con Nadie y pedirle Nada y traerla aquí...
— Estás diciendo tonterías. Estoy hablando en serio, — protestó él. Ella siguió
canturreando.
— Y otra vez la segunda vez... Fui a Ninguna...
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Ella empezaba a sonar somnolienta otra vez y había cerrado los ojos. Él la
sacudió, la besó y le dijo:
— Hora de levantarse. Vamos a trabajar...
Cassandra abrió los ojos gruñendo y se levantó tras él.
Como los años anteriores, este año sus horarios estaban concentrados en las
tardes. Si uno lo pensaba un poco, era lógico. Eran pocos los hechiceros que requerían
entrenamiento de Viajeros. La mayoría de sus alumnos eran brujos menores. Y por la
mañana, trabajaban con Javan y Norak en el salón de abajo. O mejor dicho, eran
sistemáticamente torturados por Javan y Norak. Ninguno de los dos se caracterizaba por
su flexibilidad y paciencia. Como fuera, ella tenía la mañana libre para ocuparse de sus
asuntos, y lo primero en su agenda era acompañar a Alessandra a la estación. Fueron
juntas, conversando animadamente y riendo en voz alta.
El camino a la estación no era largo, pero a ellas les llevó casi media hora. En
cierto momento, Alessandra miró a Cassandra muy seriamente:
— Cassie, deberías ser más cuidadosa al tratar a tu marido.
Cassandra saltó, sorprendida.
— ¿Qué?
— La pasó muy mal cuando te fuiste el mes pasado... — Cassandra frunció el
ceño. Alessandra continuó: — Un día se metió a la cascada, allá en tu cabaña... Lo
sacamos con Andrei. Parecía... autista. Como si hubiera quedado... no sé. ¿En trance,
dicen ustedes?
— Trance... — Cassandra recordaba bien lo de la cascada. Todavía estaba en
medio de su viaje. Estaba del otro lado de la frontera, entregando Nada a quien podía
guardársela hasta el momento indicado. La frontera era muy delgada aquí, y su deseo de
estar con él la debilitaba aún más. Recordaba haber mirado a través de la frontera, como
si fuera una ventana, deseando volver a verlo, queriendo tocarlo, acariciarlo... Sintió
rebeldía por la misión que le robaba sus momentos con su esposo... Y lo vio salir de la
cabaña. La frontera se adelgazó todavía más. Ella lo había sentido meterse al agua,
acercarse a la cascada, buscándola, aún cuando ella estaba del otro lado. Dudó si
acercarse a él... y la frontera decidió por ella. Simplemente desapareció, dejándola a su
lado, frente a él, rodeándolo... Ella era parte del agua. Se levantó lentamente frente a él,
una figura transparente de agua clara bajo la cortina de agua, y él se acercó. Lo besó, se
fundió con él... Como el año anterior, en la danza del agua, en este mismo lugar. Este
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lugar tenía algo especial para ellos. Parecía que siempre volvían al mismo punto... Pero
tenía que hacer lo que tenía que hacer. Lo dejó en la cascada y siguió su viaje, deseando
que terminara pronto. No podía hacer otra cosa. El año anterior, por su pereza, las cosas
se habían complicado inútilmente. No fracasaría otra vez. No, no esta vez. No podía
decírselo a Alessandra, pero estaba segura que su amiga comprendería. Algún día.
Apretó los labios.
Alessandra la observaba. La vio enrojecer, reprimir una sonrisa y apretar luego
los dientes. No entendía.
— Deberías tenerle algo de piedad, Cassa...
Cassandra ocultó su turbación en la ironía.
— Qué sabrás tú de piedad, Lessa...
Alessandra sacudió la mano, descartando el asunto.
— Estoy hablando en serio, y ése no es el punto. Andrei me contó de él, de los
Malditos... Deberías cuidar de él, no molestarlo...
Cassandra se la quedó mirando. Una sonrisa empezó a dibujársele en la cara.
— Ah, no. No me hagas ese tonto jueguito otra vez, — dijo Alessandra.
Cassandra resopló. No entendía este súbito interés en Javan.
— ¿Desde cuando te preocupa Nag? — preguntó.
Alessandra siguió.
— Tu Nag tuvo una vida difícil, ya lo sabes. Perdió a su novia, o lo que fuera la
hija del Anciano para él; después tuvo que esconder a Kathy, y la perdió... Después tuvo
que vivir disfrazado tanto tiempo que creo que se ha olvidado de quién es. No es un mal
hombre, Cassie... — Cassandra sonrió a medias. Viniendo de Alessandra... — ...Y te
ama, — terminó.
— Golpes bajos, ¿eh? Ya sé que Javan me ama, Lessie. Y yo lo amo a él... Más
de lo que te podría decir. Pero hay cosas que tengo que hacer... No le haría daño nunca,
pero... Tú sabes que siempre elijo lo que considero mejor para todos... Por eso me tuve
que ir...
— ¿Adonde fuiste, Cassie? ¿Qué estuviste haciendo...?
Cassandra apretó los labios, terca. Ya iban cinco o seis veces que se lo
preguntaban, así a quemarropa, tratando de tomarla desprevenida.
— Fui a NingunaParte... — empezó a canturrear.
— No... No otra vez... — gimió Alessandra. Cassandra se rió. Finalmente habían
llegado a la estación.
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Ella estaba acurrucada contra él, dormida. Podía sentir el calor que ella irradiaba.
Le recordó aquel día, en la cueva con la hikiri. Súbitamente sintió el frío, y el dolor en
su costado. Se iba y volvía en los momentos más inesperados. Movió la mano como si
tuviera la varita en ella.
— Fuego... — susurró. La antigua invocación. Un fuego chisporroteante brotó a
sus pies. No había usado la varita. Era magia antigua, el regalo de la hikiri... De nuevo,
sintió algo que se alejaba... pero no prestó atención. Al alejarse lo que fuera, algo cálido
volvió a brotar en su interior con fuerza renovada. Hundió la cara en el cabello de
Cassandra, y el perfume de ella le invadió los sentidos. Ella suspiró en sueños.
— ¿Dónde estuviste, mi amor? — susurró. Realmente no esperaba una
respuesta. Ella se la dio en sueños.
— Las Joyas... debía encontrarlas... reunirlas... devolverlas... — murmuró.
— Sh... sh. Guarda el secreto, mi cielo. Guarda el secreto... — dijo. Ella suspiró
de nuevo y lo abrazó más fuerte.
Kathy había mirado a uno y a otra, y se sentó de nuevo entre ellos. Cassandra
empezó de nuevo a hacerle cosquillas, pero no tenía muchas ganas de jugar. Kathy
tampoco. Así que Cassandra la acomodó en sus rodillas y le contó historias hasta que la
nena quiso irse a dormir.
Capítulo 3.
Las señales.
Iba pensando qué iba a hacer con Javan y su poción sorda, cuando algo en el
invernadero llamó su atención. No eran ruidos, no; en realidad no escuchaba nada. Pero
parecía que Sylvia había traído una nueva partida de plantas. Las estaban bajando de
una gran alfombra en ese momento.
Cassandra se acercó al invernadero a paso rápido.
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Calothar la saludó con la mano. El muchacho se había quedado con Sylvia desde
aquel primer año de Cassandra en el castillo. Sin embargo, ya estaba por terminar aquí.
Tenía uno o dos años más con los profesores del ala norte, los especialistas en vientos; y
un tiempo indeterminado en la Rama de Fuego. Gertrudis no se decidía qué hacer con
él. Ahora estaba ayudando, con otros tres muchachos, a acomodar unas plantas altas y
frondosas en la parte de atrás del invernadero.
— ¿Qué tienes ahí? — preguntó Cassandra, esperando no haber gritado.
Calothar se enderezó vivamente. Dijo algo, pero Cassandra, por supuesto no le escuchó.
Se acercó, y le sostuvo la cara con las manos para leerle los labios.
— De nuevo, — dijo.— Y despacio.
— Beso de bruja... Los encargó la profesora el mes pasado...
Vio que Calothar hacía un gesto, y soltándolo se dio vuelta. Sylvia se acercaba
con una sonrisa.
— Poción para sordos... — la vio decir. Asintió.
— ¿Qué son? — preguntó.
— Ah, querida... No querrás que te lo explique así... son plantas mágicas... para
atraer, atrapar y sujetar... buenas para fabricar colas y pegamentos, o para sellar
hechizos, o puertas... Crecen bien al sol, pero a la sombra producen hojas mayores,
aunque con menos poder. El sellado es casi instantáneo. Y solo tienes que... — Sylvia
hablaba muy rápido, y se movía por todas partes mientras lo hacía. Cassandra perdía
partes enteras de la explicación, mientras la seguía por el invernadero. La vio tomar una
de las plantas más pequeñas y ponerla sobre la mesa, mientras señalaba las distintas
partes y seguía hablando.
— Y para activarla solo tienes que arrancar una hoja, ésta de aquí, y besarla...
Por eso se llama Beso de bruja... Dicen que existe una Beso de mago, pero nunca he
podido conseguirla... Tal vez la próxima vez que vayas a buscar productos al Mercado...
Cassandra asintió. Estaba sorda, no muda, pero le costaba compaginar su falta de
oído en una conversación. En ese momento oyó, sí, escuchó a Javan en la puerta.
— Ah, estás aquí, — dijo él. Cassandra levantó la cabeza de la planta que había
estado observando. Sin querer arrancó la hoja que Sylvia había indicado.
— Pensé que te habías perdido... ¡Cassandra! ¿Qué tienes ahí? No irás a... —
dijo él. Parecía algo sobresaltado. Cassandra escuchó como un rumor, que bien podía
ser la risa de Sylvia, y más por intuición que por lo que había logrado escuchar de las
explicaciones, besó la hoja y la sopló.
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Besar todas las hojas le llevó media tarde. Las hojas debían ser despegadas en el
exacto orden inverso en el que se habían adherido. Tres veces erró el camino, y las hojas
volvieron a pegarse a Javan. Cuando al fin terminó, tenía la boca verde y un molesto
sabor a tierra.
— Puaj... Esto es asqueroso... ¿Por qué no me lo dijeron?
— Porque estabas sorda hoy de mañana... ¡No bebas agua! Eso activará el
veneno de la Besos.
— ¿Y cómo funciona? — preguntó ella, curiosa, siguiéndolo al salón. Norak
estaba con algunos de los aprendices. La miraron con curiosidad cuando pasó.
— No toques nada con tierra o con agua... Echarías raíz. El veneno funciona
transformando... lentamente. Las primeras dos o tres intoxicaciones no son muy
intensas... No sé de nadie que haya sobrevivido a una cuarta... Ah, el antídoto dorado.
— ¿Ese es? Pensé que...
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Y otra semana más pasó y se fue. Mañana sería de nuevo sábado, y Cassandra en
lugar de suspender las actividades de la biblioteca de abajo, le pidió a Solana que se
hiciera cargo. Demoró lo justo para decirle a Dríel lo del veneno de la Besos, y la
pequeña dríade asintió muy interesada. Llevaba dos o tres años trabajando en una
poción que permitiera transformar a una planta en humano o a un humano en planta.
Esto parecía... una buena opción. Hecho esto, Cassandra se llevó a Javan y a Kathy de
picnic.
— Así que... ¿volvemos a la cabaña, Cassie? — preguntó Kathy cuando, tomada
de la mano de Cassandra y Javan saltaron sobre una zanja. Cassandra no les había dicho
adonde iba a llevarlos.
— No.
— Pero... éste es el camino.
Cassandra sonrió y le dijo:
— No.
Kathy se detuvo en seco, tironeando de Javan y Cassandra.
— ¿¡Qué?! — protestó Javan. Kathy miraba a Cassandra fijamente.
— No daré otro paso hasta que me lo digas, Cassie... — dijo. Cassandra la miró
fijo unos segundos y rompió a reír. Kathy pestañeó, terca. Javan gruñó:
— ¿Quieres dejar de molestarla, por favor?
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Javan la miró, mordiéndose los labios. ¿Para qué se lo habría dicho? Ella estaría
preocupada ahora. Miraría a Nita con desconfianza... Quizá intentara... No. No se le
ocurriría semejante cosa. Ella le tiró de la mano.
— ¿Qué?
— ¿Y si vuelves a atrapar a Nita?
Javan hizo una mueca.
— Ya la malcriaste demasiado. Ella no va a querer regresar.
— ¿Y si se lo pregunto?
— No te preocupes más. Ya pensaremos en algo...
Ella lo miró, entre nerviosa y confiada. Él se detuvo, y se inclinó a besarla antes
de seguir caminando.
La tarde había pasado en calma. Javan y Kathy habían estado jugando ping pong
en la hierba, y Nita había estado desviando silenciosamente las pelotas para que Kathy
ganara. Malcriada, había dicho Javan. Y sí, no podía negarlo. Había malcriado a Nita, a
la hikiri y al glub. Por suerte no tenían una niebla negra o un magma en el castillo. La
tentación hubiera sido... intensa. Después de jugar un rato, habían merendado, y Kathy
se había estado hamacando en un columpio que Javan había hecho aparecer para ella.
Después había ido con Nita a la cima de la cascada. Javan había sacado uno de sus
libracos hacía un rato, y ahora leía, completamente concentrado. Cassandra se aburría,
mirando las nubes que cruzaban el cielo azul.
¡Poc! Un coquito golpeó el libro de Javan. Él lo sacudió con la mano, y siguió
leyendo. ¡Poc! Levantó la vista. Cassandra miraba soñadoramente al cielo. ¿Podría
ella...? No. Trató de volver al libro. ¡Poc! Esta vez captó el movimiento en su dirección.
La miró molesto. Ella se enderezó.
— ¿Qué?— dijo con risa contenida.
— Termina con eso, — le advirtió.
— ¿Qué? — se rió ella. — No estoy haciendo nada, aquí, aburriéndome,
mientras tú lees, y lees...
Sus ojos se volvieron al libro. ¡Poc!
— Te la estás buscando, — dijo él en voz baja. Había sacado la varita. —
¡Piedra!
Ella rodó fuera de su alcance, y se transformó en serpiente. Se lanzó hacia él
como un ariete y lo derribó, envolviéndolo en sus anillos. Javan se transformó en agua y
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salpicó fuera de su abrazo. Cassandra cayó al piso. Javan de agua estaba todavía de pie
cuando Cassandra se transformó en un chorro de fuego y trató de envolverlo de nuevo.
Él solo chapoteó de nuevo y el fuego se apagó. Cassandra regresó a su forma normal y
Javan la derribó. Rodaron por el suelo, riendo, en formas mezcladas de fuego, agua y
tierra. Se detuvieron justo junto al agua del remanso, con Cassandra encima. Ella lo
miró sonriendo, con una expresión extraña en la cara, como si estuviera por decir algo.
Se inclinó para besarlo, y él, tomó impulso y dio una vuelta más, para zambullirla en el
agua clara. Un relámpago de luz verde recorrió el agua como una ola cuando ella la
tocó. La risa se congeló en la garganta de Javan. Sólo pudo forzar una sonrisa, y
levantándose, ayudó a Cassandra a salir del remanso.
— ¿Qué fue eso? — dijo en voz muy baja. — ¿O no debería preguntar?
— No preguntes, — dijo ella en el mismo tono y bajando la vista. Él le sostuvo
el mentón y la obligó a mirarlo. La besó lento, muy lento. El sonido de una tos llamó su
atención.
— Hedrik, ¿cómo estás? — saludó Cassandra, soltando a Javan. Era un
centauro, el mensajero de la Hija del Viento. Javan se limitó a una inclinación. —
¿Sucede algo?
— Guardiana... Escuchamos la llamada. Vimos la señal. La Hija del Viento me
envió a hablar contigo. Esperaba hallarte a solas.
— Yo no envié ninguna llamada, Hedrik. Ni aquí ni al Interior... Lyanne debe
haberse confundido.
El centauro gris se inclinó, respetuoso.
— No hay error. La llamada está escrita en los cielos, — dijo.
— ¿Qué está sucediendo? — preguntó ella. De pronto sentía miedo. La mano de
Javan en su cadera no pudo evitar su estremecimiento.
— El Gran Signo, la formación de estrellas, comenzará pronto. Debes leer los
signos en el cielo.
Cassandra frunció el ceño.
— ¿Cuál cielo, Hedrik? ¿Este o el del Interior? ¿O el del otro lado de la
frontera?
— Todos los cielos, Guardiana. Todos los signos coinciden. Las señales apuntan
en la misma dirección...
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árbol del camino. Es un mojón. Si eres forastero, vas por el camino de los forasteros y
llegas a la cabaña. Si eres mago, y si se lo haces saber al mojón tocando el nudo en el
tronco, entonces el camino mágico se abre para ti, y puedes venir a este lugar. Magos
con poco poder se han perdido del otro lado por no ver los mojones... Y hay lugares
escondidos... Lugares a los que no puedes entrar si no tienes magia suficiente...
Kathy suspiró.
— Quiero ir ahí, — dijo. — Llegar a todas partes...
Cassandra sonrió, y le acarició la cabeza.
— Cuando seas mayor, mi cielo... Cuando seas la hechicera más poderosa de
este lado, y todos los magos se inclinen a tus pies...
Kathy sonrió con los ojos entrecerrados. Cassandra miraba las llamas en
silencio. Javan no quiso romper el encanto. Las estrellas empezaron a salir. El canto de
los últimos pájaros, el chirrido de algún grillo, el crepitar del fuego eran los únicos
sonidos. Kathy estaba casi dormida. A través de la niebla de un sueño vio a los
unicornios bajando por la orilla opuesta para beber.
El pájaro de alas rojas volaba de nuevo de este a oeste. Cassandra se puso de pie.
Estaba sola en medio de los jardines. No se veía a nadie. Se apresuró hacia la Cueva,
debía llegar a tiempo. El bosque estaba oscuro e indistinto. Se metió en la cueva casi
corriendo, sacó la llave y la dejó girar en la cerradura. El terraplén estaba tan desnudo
como siempre en las reuniones. Cassandra todavía sentía esa extraña urgencia, y el
ligero olor a humo no apaciguó sus temores. Aún así, caminó cautelosamente hacia la
vacilante luz del fuego. No había nadie allí. Miró nerviosa alrededor. Si ellos no estaban
allí ¿quién había encendido el fuego?
De pronto sintió un ruido a su espalda. Se volvió, sintiendo crecer su temor. Era
Javan. En sus ojos brillaba una luz blanca. Otro Javan salió de atrás de un árbol, y otros
dos más a su derecha. Diferentes edades, misma mirada en sus ojos. Todos los Javanes
avanzaron hacia ella, y ella empezó a retroceder hasta que algo la detuvo. Algo tibio,
con dos manos que la sostuvieron. Se volvió. Era el anciano Javan.
— No esperes a la Puerta, Cassandra... Hazlo ahora...
—Hazlo ahora... Hazlo ahora... — murmuraban los otros Javanes. Cassandra dio
uno o dos pasos hacia atrás, se dio la vuelta y corrió.
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Abrió los ojos de golpe, tratando de recuperar la respiración. Había sido una
pesadilla. Claro, una pesadilla. Podía sentir el calor de Javan (un solo Javan) a través de
la sábana. Se sentía raro no tener el peso de su mano sobre la cadera, la cintura o el
ombligo. Se volvió y miró su espalda. Deslizó un dedo por su omóplato y le besó la
nuca.
— ¿Estás despierto? — susurró.
Él gruñó en sueños. Ella lo besó otra vez, y trató de volver a dormirse. Faltaba
un mes para la Puerta del Invierno.
34
Capítulo 4.
El Triegramma.
Cassandra se levantó tarde aquella mañana. Tarde y de muy mal humor. Rechazó
a Javan cuando él intentó besarla en la mañana temprano, y de nuevo cuando trató de
llevarle el desayuno a la cama. Él estaba perplejo. Nunca la había visto así. Y
preguntándose qué le podría estar pasando, se fue a su oficina a ocuparse de sus propios
asuntos.
Cuando volvió al mediodía, por si ella quería que almorzaran juntos, no la
encontró en su cuarto. Miró en la habitación interior, la de los aparatos forasteros; una
habitación que ella había revestido con tres metales diferentes: plomo, plata y oro; y
cuando hacía pasar corrientes de alta frecuencia, diferentes, sincronizadas según
patrones determinados que dependían de no se sabe qué factores... como fuera, ella
lograba un campo de interferencia que permitía que sus extravagantes aparatos
funcionaran... casi normalmente. El verano anterior, uno de sus aparatos estalló de
pronto en una nube de humo y chispas, y Cassandra salió hecha una furia. Alguien había
cambiado la posición del artefacto dentro de la habitación, y el flujo mágico interferido
lo hizo estallar. Ella se enojó con él, hasta que averiguó que Kathy y Nita habían estado
jugando en la habitación... Pero todo eso había sido antes de que desapareciera en la
Puerta del Otoño. Después de que regresó...
Habían estado sucediendo cosas extrañas. Nada demasiado obvio, pero...
pasaban cosas. Primero los extraños objetos que había entrevisto en sus bolsillos. El
hechizo era claro: el bolsillo debía mostrar lo que contenía, claramente y sin
adivinanzas. Evidentemente, había otra magia interfiriendo. Luego, el cascarón de
dragón para Kathy. No había nada extraño en las golosinas que le trajo a la niña, pero...
¿esa idea de fabricar un amuleto de protección para Kathy? ¿Por qué? ¿Y por qué
ahora? El relámpago verde en el agua del remanso solo había sido una señal más
evidente. Le había parecido ver otros relámpagos antes. Pero cuando miró, Cassandra ya
se alejaba, y no pudo verificarlo. Y por último, la advertencia de los centauros... Un
momento estaba jugando como una niña, y de pronto apareció Hedrik. Y ella se
convirtió de nuevo en la mujer. La sabia, poderosa, extraña, atrevida Guardiana del
Trígono. La luna negra y el sol oscuro... ¿Por qué usarían los centauros una analogía
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tan... críptica? Por lo que él sabía, Cassandra no había ido aún con los Tenai.
¿Constelaciones madre? ¿Quién, aparte de los centauros o los Abba-Tenai las llamaba
constelaciones madre? El Dragón, el Cazador, el Rey y la Reina, el Rebaño... Alrededor
del cielo, en posiciones prefijadas, solo los más avanzados observadores del cielo sabían
de ellos. Sólo mostraban su influencia a través de un brillo creciente o una declinación
de él. El Dragón declina, el Cazador se levanta... No presagiaba nada bueno. Tendría
que ir a ver a Lyanne. Antes de que el asunto se saliera de control. Y aunque amaba a su
esposa cuando era poderosa, pensó ahora que la prefería infantil otra vez. Y entonces,
no encontrando nada mejor que hacer, subió las escaleras para almorzar.
— Tenai.
— ¿El profesor Tenai de la Rama de Fuego? Él se encargó de la decoración con
Sylvia y el profesor Bjrak... en nuestra ceremonia, — aclaró volviéndose a Javan.
— Tenai no es un él.
— Ah, es una ella... Bueno, nunca la vi personalmente... Pero como todos le
dicen ‘profesor’ y no ‘profesora’...
— Tampoco es ella.
Cassandra calló, confundida. Miró a Javan, y luego a Andrei. No, no le estaban
haciendo ninguna broma.
— ¿Y entonces?
— Abba-Tenai es un poliser. Una entidad múltiple. Son varias identidades,
reunidas en un solo individuo.
— ¿Como un trastorno de personalidad múltiple?
— Ahí va la forastera, — se quejó Javan. — Los casos de personalidad múltiple
son en su mayoría abba-tenai menores, que desafortunadamente cayeron en los registros
médicos forasteros. ¿Es que nunca has estado en la clase de Amerek?
— Realmente, no. Él no me soporta. ¿Y qué pasa con nuestro abba-tenai?
— El nuestro, como tú dices, ha ido rescatando los fragmentos de los otros, y
ahora es el Abba-Tenai, con mayúscula. El más... múltiple.
— Te podrás imaginar lo que eso puede hacer con la inteligencia de un ser... —
dijo Andrei tranquilamente. — Sobre todo, considerando que la conciencia es común, y
que cada uno puede acceder a los conocimientos de los demás.
— ¿Y cómo...?
— Sería de mal gusto poner a uno de tus compañeros de trabajo en estudio,
Cassandra. Uno no va por ahí preguntando a las criaturas inteligentes qué comen o
cómo se reproducen.
— No, iba a preguntar qué hacen las identidades que no están funcionando.
— Nada. Están inactivas, nada más. Esa es la teoría. Como dice Javan, cuando
descubrimos que los tenai eran criaturas inteligentes, no se los siguió estudiando... de la
manera que se solía hacer.
— ¿Y eso fue...?
— Hace un par de milenios. No te preocupes, Tenai no lo recuerda, y no te lo va
a reprochar. Podrás hacer una cita con ellos el lunes por la mañana... Ahora, ¿cómo es
eso que la computadora no funciona?
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— Ah, eso. Durante la época de clases hay demasiada gente aquí, y los patrones
de magia se vuelven muy inestables... No puedo interferirlos.
Javan la miró ligeramente sorprendido.
— Nunca lo dijiste, — protestó.
— Sí, lo hice, pero no entendiste mi explicación. No te gusta la física.
— Claro que no, soy mago, — dijo él con altanería.
Ella lo observó cuidadosamente.
— Todavía estás enojado conmigo por lo de la mañana ¿no? — le dijo
suavemente.
— No. Yo no...
Ella se limitó a mirarlo, hablando en el mismo tono suave.
— Lo estás, pero sabes que tengo que hacer lo que tengo que hacer. Y a veces...
es demasiada presión.
Javan hizo una mueca.
— Eso es lo que me preocupa. Te exiges demasiado. ¿Estás bien?
Ella le sonrió, y le acarició la rodilla bajo el mantel.
— El Trígono sobrevivirá... Te lo prometo.
Javan pensó, como lo había hecho varias veces antes: No es el Trígono lo que me
preocupa; eres tú...
Ella había seguido explicando cosas acerca de campos magnéticos y aparatos
forasteros, de manera que él evitó toda referencia acerca de sus temores. La maldición
de Zothar tendría que esperar. Las constelaciones madre, incluido el declinante Dragón
también. Cuando el almuerzo acabara, se llevaría a Cassandra a la granja. Lejos de todas
las amenazas, para ver si podían pasar el domingo en paz. Lejos de los signos en el cielo
y de todos los Abba-Tenai.
Buscó, con detenimiento, hasta que encontró los débiles destellos en el claro de las
esporinas. Ellas... Sí, era de esperar que Cassandra recurriera a Lalaith, esporino-elka.
Ellas... Kathryn trataría de ayudar a la Guardiana, pero... ¿Lalaith? ¿Las otras? No. Con
una sensación helada en el estómago, Javan volvió al dormitorio para salir por la
claraboya como un viento fuerte.
— Volviste a hacerlo.
— ¿Cambiar? Sí. Todas mis abbas quieren ver el Triegramma. Estoy realmente
impresionado...
— Tus abbas... ¿tus partes, tus personalidades activas?
Tenai asintió, y el imperceptible cambio volvió a producirse. Tres veces en una
misma exclamación de asombro.
— ¿No te cansa?
Tenai se rió con ganas.
— Cuando un abba se cansa, otra la sustituye. Pero nunca me había sucedido
que todas quisieran estar presentes a la vez. Es una sensación extraña. Gracias.
— ¿Por qué?
— Por provocarla. Es verdaderamente estimulante...
— En cuanto al Triegramma...
— Ah, sí. — la voz volvió a cambiar. Parecía que la primer abba había
regresado. — Es magnífico que no hayas olvidado las tendencias más oscuras de la
magia, pero lo que me sorprende es que hayas incluido los flujos de ambos lados. ¿Ves
el lado forastero? Allí también hay nodos premágicos. Casi nadie puede calcularlos hoy
por hoy. En cuanto a los nodos mágicos propiamente dichos... Es un excelente trabajo.
Los nodos cambian de lugar con el tiempo... Y a veces cambian incluso de signo.
— ¿Cambiar de signo? ¿Qué significa?
— A veces algunos nodos pasan de una forma de magia a otra. Cambian su
fuente de poder.
— ¿De magia blanca a magia oscura, quieres decir?
Tenai asintió, serio.
— Este año esperamos un cambio simultáneo en varios nodos, como tú sabes...
— ¿Qué?
Tenai la miró, y Cassandra no supo interpretar su mirada.
— Este año, varios de los nodos se acumularán aquí... cerca del Trígono. En ese
momento, las fuerzas de uno y otro lado lucharán por la supremacía. Supongo que sabes
lo que significa...
Cassandra volvió a mirar el Triegramma. Significaba peligro, pero no quería
discutirlo con alguien tan perturbador como Tenai.
— Y, dime, profesor... ¿Por qué tuve que dibujar esto? ¿Para qué me va a servir,
si ni siquiera puedo leerlo?
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Capítulo 5.
El Bosque del Corazón.
Sin importar cuántas preocupaciones guardara Cassandra para sí, las semanas
siguientes fueron desgranándose una tras otra, y la Puerta del Invierno estaba ya a la
mano. Cassandra le había hablado a Javan del Triegramma y de Tenai, pero Javan la
tranquilizó, considerando que el peligro ya había pasado. La había interrogado sobre los
blancos en su memoria, y el hecho de que no se repitieran después de la visita a las
esporinas y después de hacer el Triegramma y hablar con Tenai, le hicieron asumir que
no se volverían a repetir. Los extraños resplandores también se habían ido espaciando, y
el invierno parecía presentarse con normalidad. Cassandra no le contó de la pesadilla
hasta que se repitió, la víspera de la Puerta.
muchacho había madurado desde... Mm. Desde que lo conocía. Desde que se había
parado frente a una casi-hikiri y le había hecho frente al mismísimo señor de la Rama de
Plata. El pajarillo de fuego... Sonrió.
— Bueno, entonces vayamos al punto. Necesito mostrarles algo. ¿Cuánto
recuerdan de mi primer año aquí, cuando obtuve el Huevo de Zothar?
— Era la última prenda. Ya habías entregado las otras dos... Las perlas y la
Metamórfica... Desapareciste tres días, y después volviste con Rhenna, — dijo Solana.
— Y entonces, el fantasma de Zothar bajó de su estandarte y te reclamó las
piedras. Tenías tres, Fara tenía otra... —Los ojos de Cassandra centellearon con el
recuerdo. Calothar interrumpió la historia de Drovar.
— Y él te puso una adivinanza... Una quinta piedra, que estaba dividida en
pedacitos...
— ¡Excelente! Lo recuerdan todo, — dijo Cassandra. — Pero hay más. La
piedra blanca es el Corazón del Trígono. Es un símbolo de la unión de todos los
habitantes y las distintas formas de magia que cada uno representa... Pero además es una
llave. — Cassandra se detuvo, pensativa. — ¿Saben? No es un lugar físico. Es... el
Corazón. Es diferente para cada Guardiana. El mío es un bosque. Y... — Cassandra miró
a cada uno de ellos antes de seguir. — Y quisiera mostrárselos.
Hubo un silencio. Solana lo rompió.
— ¿Por qué? — No había desconfianza. Sólo curiosidad.
— Porque ustedes, más que otros, tendrán necesidad de saber ciertas cosas. Y
estar preparados. Desearía que no fuera este año precisamente, pero... No tengo
opciones. Ustedes están entre los más preparados... ¿Quieren venir?
Los tres se miraron entre sí. Drovar habló por los tres.
— Por supuesto que sí, Cassandra.
Ella sonrió.
— Vamos, entonces, — y se levantó con energía.
una luz azul y blanca. Cassandra olfateó el aire y frunció la nariz, pero haciendo a un
lado su temores, sonrió y dijo:
— Vamos, por allá. Parece que el Jardinero no está aquí... Una lástima, me
hubiera gustado mostrárselos...
Cassandra silbó. Cuatro pegasos volaron hacia ellos. El negro saludó a
Cassandra con una pequeña inclinación.
— ¿Caballos alados? — preguntó Solana.
— Pegasos, así es... Blanco para la voladora, ésa eres tú... Rojo para el pajarillo
de fuego... — dijo alcanzando las riendas a Calothar, — y el dorado es para el que hace
su propio camino... — y se volvió a Drovar, que la miró frunciendo el ceño.
— ¿Por qué no nos llamas por nuestros nombres, G... G... Guardiana?
Cassandra sonrió.
— Por la razón que acabas de experimentar... No tenemos nombres aquí. Traté
de darte un buen título. ¿No te gustó?
Calothar sonreía, pero Drovar frunció la nariz.
— Hubiera preferido ‘el poderoso’ o algo así...
Cassandra lo miró, de pronto seria. Sacudió la cabeza.
— No, no es un título adecuado en este lugar. Aquí construyes lo que eres.
Aprendes, creces... ‘El poderoso’ es alguien que ya creció. No tiene nada que hacer
aquí...
Drovar la miró un momento, y asintió.
— Tienes razón, — dijo simplemente. Cassandra volvió a sonreír, y con un gesto
lo invitó a montar el pegaso dorado.
cerca del Fuego. Sentía el calor en la cara y en las manos, pero no la quemaba. Quizá...
Pero al darse vuelta, vio las caras maravilladas de Drovar y Solana, y supo que ellos
tampoco sentían el calor. Nero no descendió. Pero el pegaso rojo de Calothar sí lo hizo.
Estrechando sus círculos más y más, Cassandra lo vio hundirse con el muchacho en una
nube de hojas de oro rojo.
Nero empezó a abrir sus círculos otra vez. Cassandra intentó decirle que bajara,
que tenía que cuidar de Calothar, pero el unicornio negro no le prestó atención. Tres
vueltas después, el pegaso rojo volvía a subir, y Nero los volvía a guiar, esta vez hacia el
castillo.
El castillo era muy similar al del Trígono. De hecho, era su exacta réplica.
Cassandra entró confiada al vestíbulo. Un hombre los esperaba al pie de la escalera
principal. Se parecía al Anciano Mayor.
— Veo que has traído compañía, Guardiana, — dijo.
— Necesitarán saber, y más pronto de lo que yo esperaba... — dijo ella. — Este
pajarillo de fuego necesita respuestas. La biblioteca estará bien. — Ella tenía ambas
manos sobre los hombros de Calothar. El hombre se inclinó.
— El que elige su camino necesita elegir su camino... en el aire. La torre de los
vientos sería adecuada... — continuó ella, señalando a Drovar. Drovar la miró
sobresaltado.
— ¿Qué? Yo no... — Por un breve momento la cara del hombre pareció cambiar
a la de otra persona. Fue en ese momento que los muchachos se dieron cuenta que no se
trataba en absoluto de un ser humano.
— ¿Quién...?¿Qué es él?
— Nuestro Guía. No te preocupes, está bien... — Cassandra sonó
tranquilizadora. — Y por último, esta voladora verá el cuarto de los espejos.
— Una buena elección, Guardiana, — estuvo de acuerdo el Guía.
— ¿Dónde irás tú? — preguntó Solana, mirando a Cassandra.
— Iré con ustedes... todos ustedes, — dijo Cassandra, y súbitamente se dividió
en cuatro. Una Cassandra de fuego se paró junto a Calothar, y tomándolo del brazo,
empezó a subir las escaleras. Cassandra de aire se inclinó hacia Drovar, le hizo
cosquillas y lo empujó hacia la torre. Cassandra de tierra le sonrió a Solana, y movió
una mano en gesto de invitación hacia una puerta lateral.
Solana se volvió.
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Cuando por fin llegaron a la cima de la torre de los vientos, Drovar estaba muy
cansado. La habitación estaba vacía. Las ventanas estaban todas abiertas, y hacía frío.
— Te estaba esperando, — dijo una voz. Drovar miró en todas direcciones pero
no vio a nadie. Escuchó una risita de Cassandra de aire.
— ¿Quién está ahí?
— Yo. Soy el único que está aquí... aparte de ti y de la Guardiana.
— Muéstrate.
El búho gris que estaba en la percha aleteó bruscamente.
— Estoy aquí, — repitió.
— ¿Una lechuza?
— ¡Soy un Búho! ¿Tenías que traerme a un muchacho ignorante, Guardiana?
— Perdónalo, Señor. Él... todavía no distingue bien las cosas de este lado... Es
nuevo para él...
Drovar se volvió a Cassandra. ¿Le había dado el título de Señor a este
bicharraco? El Señor de las Nubes era Ara, un fénix majestuoso, poderoso, bello... y
amigo personal de Andrei. Este... bicho, este búho polvoriento parecía a punto de caerse
de la percha.
— ¿Qué...? — Drovar sacudió la cabeza. De nada le valdría preguntar. — ¿Para
qué estamos aquí, Guardiana?
— Esa es mejor actitud, — sentenció el Búho. — Estás aquí para aprender a
volar.
— Y para volar necesitas... alas, — dijo Cassandra con una risa. Drovar sintió
que ella lo envolvía en un remolino, y que su cuerpo se cubría de plumas. Sus brazos se
transformaron en alas, y de pronto el piso se alejó de sus pies.
La sensación de mareo se desvaneció pronto. Tomó súbita conciencia de él
mismo como pájaro, y empezó a aletear furiosamente para no caer. Pudo escuchar la
ligera risa de viento de Cassandra, y notó que ella todavía lo sostenía. Aleteó con más
calma. El viejo Búho estaba frente a él ahora, enseñándole a volar.
Fue asombroso. Fue la mejor, la más maravillosa lección de vuelo que nunca
había tenido. Acompañado por el Búho y Cassandra de aire, salieron volando de la torre
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y del castillo. Volaron sobre los campos, sobre el lago y sobre el bosque. Drovar pudo
notar la separación en el Bosque, tal como Cassandra lo había explicado. Parecía que lo
hubieran cortado en cuatro con un cuchillo...
Pero no prestó demasiada atención. La sensación de volar era fantástica. Sentía
que el mundo era suyo... por unos pocos, maravillosos momentos. Embriagado de placer
en su vuelo, no se dio cuenta que estaba acercándose demasiado a las nubes de tormenta
que se apretaban sobre el rincón de Zothar.
Una niebla espesa envolvió de pronto sus alas nuevas. Un jirón de nube
traicionera y pegajosa lo enredó y trató de atraparlo. Era fuerte, y tiró de él hacia atrás y
hacia abajo. Cassandra de aire lo alcanzó justo a tiempo. La nube también la enredó,
pero ella estaba hecha de aire, y la niebla, en su urgencia por atraparla dejó ir a Drovar.
Cassandra sopló más fuerte, y volaron de regreso a la torre.
Cassandra de tierra guió a Solana a la habitación de los espejos. Era una gran
habitación circular, completamente llena de espejos de todos los tamaños, colores y
formas. La atención de Solana fue rápidamente atraída por un brillante grupo de ellos en
una mesa a su derecha. Se acercó a ellos lenta y cautelosamente. Miró el primero de
ellos y dio un paso atrás, impresionada.
— Sí, — le confirmó Cassandra de tierra. — Muestran a las personas
relacionadas con nosotros, de uno u otro lado...
— ¿Y de afuera? — preguntó la muchacha con un hilo de voz.
— Por allá... Allá están los del otro lado de la frontera... El pequeño que está un
poco aparte muestra a mi hija... — Pero Cassandra no se movió hacia la mesa.
— ¿Y... y mis padres?
— ¿Están del otro lado?
Solana asintió.
— Mi madre era Viajera, mi padre es forastero.
— Ah... Debe ser uno de los de la mesa grande... Las parejas mixtas... Cada vez
son más... Por suerte, — sonrió Cassandra de tierra. Y esta vez, se acercó a la mesa que
señalaba y ayudó a Solana a buscar en los espejos.
Era un pequeño espejo doble. Solana lo tomó entre sus manos temblorosas y
miró en él.
La mujer dejó caer un florero.
‘¿Qué pasa, querida?’ preguntó el hombre. Era un prolijo living forastero.
54
‘Sol...’
‘Está en ese colegio, mi cielo... Como tu querías...’
‘Está en peligro...’ La mujer se había acercado a su marido y lo miraba
preocupada.
‘Mi amor... Ella es casi una hechicera ¿no? Es seguro que sabrá defenderse...’
‘Estoy preocupada...’ insistió la mujer.
‘Está bien,’ cedió él. ‘Yo cuido la ventana, y tú envías uno de esos...
instantáneos.’
Las imágenes mostraron al hombre corriendo las cortinas mientras su esposa
sacaba la varita.
Solana suspiró.
— A mi padre no le hace ninguna gracia la magia... — se excusó. Cassandra de
tierra la miró.
— Muchas personas rechazan lo que no entienden, — dijo. — No deberías
avergonzarte de él. Al menos está haciendo el intento.
— Yo no me... — Y Solana bajó la vista. — Tienes razón, me avergüenzo. Tal
vez si yo fuera más tolerante con él... Si me interesara en lo que él hace...
— Pruébalo, — le dijo Cassandra de tierra con una sonrisa.
Solana dejó el espejo sobre la mesa. Los otros espejos estaban desapareciendo
ahora, y lo mismo hizo el espejito doble. Solana miró a Cassandra.
— Queda otro espejo... — dijo Cassandra moviendo la mano. A su espalda,
cubriendo toda la pared había un enorme espejo oscurecido. No reflejaba nada ahora,
pero mientras ellas se giraban para mirarlo, empezó a mostrar un remolino de colores
que se disipaba lentamente.
Solana lo miró boquiabierta. Mostraba algo inconcebible. Ella, Drovar y
Calothar corriendo por los jardines del castillo, envueltos en un hechizo de invisibilidad.
Una sombra oscura los seguía de cerca. Más formas oscuras salían de distintos lugares.
El castillo detrás de ellos se había vuelto oscuro y amenazador. Algo andaba muy mal
allí. En unos pocos flashes, pudo ver al Anciano derrotado, a Andrei y a Javan muertos,
y el resto prisioneros de la Serpiente. No podía apartar la mirada del terrible cuadro, y
empezó a temblar.
Cassandra de tierra apoyó dos manos tibias en sus hombros y la hizo mirar a otro
lado. La muchacha tenía una expresión aterrorizada.
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Cuando volvieron al vestíbulo, los otros ya estaban allí. Sin una palabra, las
cuatro Cassandras se fundieron una en otra para volver a ser ella de nuevo.
— Volvamos a casa, — dijo. Su sonrisa, aunque no mostraba alegría, calmó los
nervios de los muchachos, y partieron hacia el Bosque.
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Capítulo 6.
El Libro de los Secretos.
Para cuando salieron del ropero de Cassandra, todos estaban impacientes por
escuchar las historias de los otros.
— Volviste, al fin, — dijo una voz desde la mecedora. Era de noche. Un fuego
bajo entibiaba el cuarto, y Javan leía un libro junto a él.
Los muchachos se detuvieron bruscamente. Cassandra se acercó para besarlo y
movió la mano hacia los chicos.
— Vengan, siéntense aquí. Me muero de hambre. ¿Crees que se pueda conseguir
algo en la cocina? — le dijo a Javan.
— Es medianoche, — dijo él. — ¿Dónde has...? No, ya sé donde. ¿Qué estuviste
haciendo todo el día?
Cassandra sonrió.
— Estuve trabajando. ¿Qué hiciste tú? — contestó, burlona. Los muchachos se
relajaron un poco.
— Está bien. — Los penetrantes ojos de Javan escudriñaron la expresión de
Cassandra unos momentos. — Si te doy de cenar ¿me lo dirás?
— Si no, tendré que buscarme la comida yo sola, y vas a estar fastidiándome por
siempre jamás... De acuerdo, te lo diré, — dijo ella.
De nuevo, la sombra de la burla en su tono. Javan no se levantó. Solamente sacó
su varita y apuntó a la mesa. Una bandeja de sándwiches y una jarra de chocolate
caliente aparecieron de inmediato.
— ¿Café? — pidió Cassandra. Javan sonrió y movió la varia otra vez. La taza de
café apareció en sus manos.
— Gracias. — Ella se sentó a sus pies, recostándose contra sus rodillas.
— Bien, — dijo él. — ¿Y la historia?
— Fuimos al Corazón, ya lo sabes, — dijo ella.
— ¿Por qué nos llevaste allá, Cassandra? — preguntó Solana. Javan reprimió un
gesto de disgusto. Cassandra siempre había sido demasiado familiar con sus alumnos.
— Creí que debía ofrecerles algo... que necesitarán más adelante. Que todos
necesitaremos...
57
— ¿Y eso era...?
— Drovar necesitaba dirección, Solana visión y Calothar conocimiento.
Solana se volvió a Drovar.
— ¿Qué hiciste en la torre de los vientos?
Él se atragantó con un bocado demasiado grande y tosió. Cassandra le alcanzó
un vaso de agua.
— Cuéntales, por favor...
Todavía tosiendo, Drovar contó su historia. Cuando terminó, le preguntó a
Solana.
— ¿Y tú? ¿Qué hiciste tú?
Solana pareció incómoda. Aún así, también relató su historia. Cuando trató de
relatar su visión en el Espejo del Futuro, encontró que no tenía palabras. Miró a
Cassandra, que le devolvió una sonrisa fugaz.
— Es un sencillo hechizo de discreción... No podrás contar esa parte... hasta que
sea necesario que lo hagas. No te preocupes.
Solana asintió en silencio.
— ¿Qué fue lo que ella vio, Cassandra? — preguntó Javan en tono grave.
— Un futuro posible... Que tal vez nunca suceda... Sólo eso, — suspiró
Cassandra.
— ¿Y tú, Cassandra? ¿Qué hizo la tú de agua? — preguntó Drovar.
— Fui al lago. Necesitaba ver a alguien... Y mi yo-de-agua, como tú dices, es la
más adecuada para estas cosas. Primero fui al fondo del lago. Ella me esperaba allí...
Hablamos. Lo lamento, muchachos, pero lo que ella dijo no puede ser repetido fuera del
Interior... Lo que puedo decir es que me dijo que debía seguir las tres corrientes que
desembocaban en el lago. Así que tomé la primera...
— Espera, — interrumpió Javan. — ¿Quién es ella?
— La Primera Guardiana... Alice.
— Está bien, continúa.
— La primera de las corrientes era pequeña y estrecha, apenas un arroyo. La
seguí un rato. Pasé junto a los árboles de ustedes, y continué. Al fin, llegué a la fuente.
Estaba en el fondo de una cueva... como la cueva de los helechos, en el jardín de
Ingelyn... — Cassandra torció la cabeza para mirar a Javan. — Había algo allí. Algo
peligroso. Y es mi culpa que eso haya invadido el Corazón... ¡Como si no tuviéramos
suficientes problemas!
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hubiera sido por la corriente, se hubiera parecido al... lugar detrás de la puerta de
Zothar.
Javan reprimió un estremecimiento. Ella continuó:
— Llegué a la fuente. El arroyo brotaba de una roca negra, sin marcas. O al
menos eso me pareció al principio. El sol subió, y la luz aumentó. Pensé que iba a
achicharrarme. Empecé a caminar, buscando alguna pista. Se suponía que había un
mensaje al final de cada corriente, y aquí no encontraba nada. Caminé un poco, y me
interné en el valle. Había otra roca negra, como la del manantial. Esta tenía un ramillete
encima: siemprevivas. Cuando toqué las flores, un hilo de agua empezó a manar de la
roca, y fue a reunirse con el otro arroyo. Miré alrededor y encontré otras rocas negras...
— ¿Con más flores?
— Sí.
— ¿Qué flores eran, Cassandra? Las siemprevivas no aparecen en las pociones,
— observó Solana.
— No creo que sea una receta. Dejen que continúe.
— La primera, siemprevivas. La segunda, flores de noctaria. La tercera una sola
flor de hierba sol. La siguiente, pétalos de nomeolvides. La última, unos tallos de ajenjo.
Cada vez, un hilo de agua se reunía con la corriente principal, así que volví a ella. Sobre
la roca encontré esto.
Cassandra sacó algo de su bolsillo, que dejó sobre la rodilla de Javan. Una flor
negra, marchita, a la que Cassandra dio forma con la mano.
— Orquídea negra.
— No me suena a poción, — repitió Solana. — Ni a amuleto.
— No lo es, — dijo Javan, quitando la flor de su pierna y enviándola al
escritorio. — Es un símbolo. Vida y muerte, dolor y curación. Pero no han sido muy
específicos.
— No, y terminar la primera roca con la Orquídea de la muerte... Tampoco me
parece muy alentador.
— Termina tu historia, Cassandra, por favor.
— Volví y tomé la tercera corriente. Era la más ancha y oscura de las tres. Y
estaba muy fría. Tan pronto como entré en la corriente supe donde nacía. La seguí, y me
llevó al círculo, detrás del árbol de Zothar. Salí justo junto al árbol de la Serpiente.
El silencio se había hecho pesado. La mano de Javan recorrió su cabello otra
vez, y quedó sobre su hombro.
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— La tormenta comenzaba allí, justo sobre su árbol. Lo pude ver bien... ¿Sabes?
— ella bajó la voz. — Nunca había estado tan cerca. El tronco, todo lastimado,
cayéndose, pudriéndose... las hojas, negras, marchitas, sucias... Es horrible... No
entiendo como alguien puede hacerse algo así a sí mismo... Estaba destilando su veneno
como siempre. La sabia goteaba hasta el suelo y corría en arroyitos hasta los árboles del
círculo, sus sirvientes... Los estaba alimentando. Los alimenta con su odio.
Cassandra dejó escapar un suspiro.
— ¿Te habló? — preguntó Javan en un susurro.
— No. Trató de atraparme, como cuando volamos con Drovar. En realidad, no sé
si no fue al mismo tiempo. Estaba muy nublado, y no pude ver lo que hacía allá arriba...
— Pero entonces, su poder en el Interior... — dijo Drovar.
— Se multiplica, como el mío. Son sólo símbolos, Drovar. Cualquier Hechicero
que los pueda interpretar los puede manipular. Y en el Corazón los símbolos valen más
que los hechos. Si hay un lugar peligroso, ese es el Corazón del Trígono.
— ¿Y qué hiciste, Cassandra? — preguntó Javan.
— Lo único que podía... Huí, — dijo ella tranquila.— Nos reunimos y volvimos.
Se produjo otro silencio. Javan los miró uno a uno. Sabía, por su propia
experiencia en el Interior, que el Corazón debía haberles dado algo más que lo que
acababan de compartir. Algo más allá de la magia o del conocimiento. Pero no era
momento de interrogarlos. Algunas cosas necesitaban tiempo para madurar. Y otras eran
estrictamente privadas.
— Y todavía falta una historia. Mago Calothar, si eres tan amable...
Calothar lo miró entre dudoso y desafiante. Era la primera vez que el Comites
Fara de la Rama de Zothar lo reconocía como mago y no como aprendiz. Sabía que le
había concedido esa distinción a Drovar un par de años antes, pero ¿a él? ¿ahora? ¿por
qué? Drovar también miró a Javan un poco sorprendido, pero desvió la vista a
Cassandra. Parecía pensar que era ella la autora del cambio.
— Cassandra-de-fuego y yo fuimos a la biblioteca. Sólo leímos un libro, — dijo
al fin.
Cassandra sonrió a medias desde las rodillas de Javan.
— Cuéntalo todo, Calothar. De otra manera, tus preguntas permanecerán sin
respuestas.
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— Tenai.
— ¿Qué?
Solana lo había dicho. Javan reprimió un mal gesto. Tenai otra vez.
— ¿Tenai sabe de astronomía?
— Claro. Todo lo que tenga que ver con cálculos... Mm, excepto el Tenai de la
Rama de fuego, que es algo diferente de los otros... Es más...
— Impulsivo, — completó Cassandra.
— Sí, impulsivo. Es una buena manera de describirlo.
— Bueno, — las cortó Javan algo molesto. — Resumiendo, seremos atacados en
breve por la Serpiente. Ya hemos pasado por esto, si puedo citarte...
Cassandra no lo miró.
— Pero nunca como ahora, — susurró. Y agregó de nuevo con voz normal: —
Muchachos, deben estar tan cansados como yo, y mañana es día de trabajo, Puerta o no
Puerta... ¿Por qué no se van a dormir? Ya tienen sus regalos y...
— ¿Regalos?
Cassandra se apoyó sobre un codo, en las rodillas de Javan.
— ¿Todavía no lo entendieron? — Movió la mano, y un espejo apareció frente a
ellos. — Bien, Drovar, transfórmate.
— ¿Qué? ¿Cómo? — El muchacho la miraba perplejo. Cassandra se llevó la
mano a la frente en gesto de desesperación.
— Como te dijo el Búho. Mueve tus brazos hasta que sean alas... Y concéntrate.
Drovar hizo lo que ella decía. Tres o cuatro movimientos alcanzaron para
transformarlo en un gran búho castaño.
— ¡Qué bien te quedan las plumas! — se rió Solana, — ... lechuza.
— Soy un Búho, no una lechuza... ¿Qué, no sabes nada? — dijo Drovar
volviéndose a transformar, muy rosa en la cara. Cassandra se rió.
— Puedes pedir a Andrei que llame a Siddar para que te de unas lecciones
extra... Pero yo en tu lugar guardaría el secreto. Puede ser una herramienta valiosa si nos
atacan. Depende de ti... — Y Cassandra se volvió a Solana. — Ahora tú. Párate frente al
espejo, y pasa la mano frente a él. Concéntrate en lo que quieres ver.
Solana hizo lo que le indicaban. La luna se oscureció de repente. Estaban
mirando como por una ventana, el dormitorio de una casa forastera.
La mujer decía:
‘¿Estás seguro que ella estará bien?’
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Capítulo 7.
Aparatos forasteros.
La pesadilla había llegado ese día. Cansada como nunca, Cassandra no se había
querido levantar a la hora de siempre. Volvió a quedarse dormida en la mañana, acunada
por los rítmicos sonidos que llegaban desde el salón de al lado. Y la pesadilla vino. Se
despertó con un grito. La puerta se abrió de un tirón.
— ¿Qué pasó? — Javan estaba en la puerta.
Cassandra se sentó en la cama, mirando confundida alrededor.
— Solo un mal sueño, creo. No te preocupes. Vuelve a clase...
Ella fruncía el ceño. Y él también. Los sueños de ella solían ser... peculiares. En
su primer año aquí había estado soñando pesadillas ajenas la mitad del año. Ahora... Se
volvió.
— Mago Norak, ¿quieres hacer el favor de hacerte cargo de la clase? Gracias...
— dijo en voz alta, y entrando en el dormitorio, cerró la puerta tras de sí.
— Creo que es tiempo de hablar con el Anciano Mayor, — dijo él cuando ella
terminó. No había tenido otro remedio que contarle la pesadilla. Sin embargo, ella negó
con la cabeza.
— No. Esta pesadilla no es sobre el Trígono...
— Y entonces ¿sobre qué es?
Ella esquivó su mirada, negándose a contestar. Él se sentó más cerca, tomándola
por los brazos y forzándola a mirarlo. Ella lo miró.
— ¿De qué se trata? — preguntó él otra vez.
— Hoho e Ikinú, — murmuró ella. Él levantó las cejas. — Somos la primera
pareja en siglos capaces de romper la maldición para siempre... La maldición de Zothar.
Javan no respondió. Sólo la miró.
— Quiero decir... que somos exactamente como ellos fueron. Si pasamos este
año, la maldición se rompe...
— Y el ataque de la Serpiente justo ahora...
Cassandra asintió.
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Y los días siguieron pasando. Las clases llenaban todo su tiempo y su mente,
empujando fuera las otras cosas. El Triegramma había quedado fuera de sus
consideraciones hacía varias semanas, y la nueva cita con Tenai para analizar el Gran
Signo quedó en el olvido. El entrenamiento de Viajeros continuaba, y sin darse cuenta,
Cassandra se había metido hasta el cuello en el terreno de la física. Había empezado el
día del espejo. De las explicaciones forasteras sobre el mundo había pasado a la
mecánica clásica, y de ahí al electromagnetismo... Terminó enredada en comparaciones
entre campos magnéticos y campos mágicos, y formas de energía. Y entró de lleno en el
estudio de los aparatos forasteros. La línea de proyectos que había planteado al
principio del ciclo había generado ideas de lo más insólitas. Así que, una mañana, ella y
tres de los aprendices; Drovna; Sonja, la hermana de Solana, y Gherok, uno de los
chicos más nuevos; entraron en el salón de abajo cuando la campana llamaba a todos a
almorzar.
— ¿Podemos pasar, profesor? Tenemos un trabajo que hacer aquí... — preguntó
Cassandra desde la puerta. Javan la miró con un dejo de la antigua mirada de
desconfianza.
— Adelante, por favor. ¿Qué va a hacer, profesora? — dijo con una suavidad
engañosa. Ella lo miró con falsa expresión de inocencia.
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aprendices con curiosidad. El vapor subía recto hacia arriba y formaba una especie de
nube allí, sobre la viga que atravesaba el salón de lado a lado. Ella retrocedió mirando
hacia arriba, y tropezó con el escritorio.
— ¡Hey! Ten cuidado, — protestó Javan.
— Lo siento, — dijo ella distraída. Él la miró.
— ¿Qué te sucede, profesora?
— Se queda ahí, como si hubiera... Profesor, ¿podría haber un escape de aire
allá? — Ella se había vuelto hacia él.
— No lo creo. Se supone que este lugar está sellado. Era un calabozo, — dijo él.
— Pero muy viejo... podría haber una grieta, causada por algún deslizamiento de
tierra, o un movimiento en los cimientos... Aunque sea un lugar mágico, la física todavía
funciona, — dijo ella, lanzando al aire y dejando caer un pequeño pisapapeles del
escritorio para ilustrar su idea. Javan detuvo el pisapapeles en el aire con un gesto de su
mano, y la miró levantando las cejas.
— ¿Ah, sí? — dijo en voz baja.
— No hagas trampas, — le sonrió ella. Y siguió: — Tiene que haber un agujero
allá arriba...
— Revísalo, pues, — dijo él. Era imposible discutir con ella. Así que le puso el
mismo hechizo levitatorio que le había hecho a la piedra hacía un momento.
— ¡Aaayyy! — gritó. Ella odiaba esos hechizos, y él lo sabía. — ¡No hagas eso!
— Ella sacudía las piernas como si tratara de caminar o nadar. Él la envió arriba, al
cielorraso, mientras ella seguía gritando y protestando, y los aprendices se reían en voz
baja. De pronto, ella se calló.
— Guau, —murmuró. — Interesante...
— ¿Qué pasa ahora? — preguntó él.
— Encontré a Louisse... O al menos su piel.
— ¿Louisse? ¿Ahí arriba? — La boa había desaparecido hacía casi un año.
Cuando Cassandra adoptó el glub. Javan subió al techo usando el mismo encantamiento
que Cassandra.
Ella se sostenía de la viga con una mano, mientras con la otra tironeaba de la
piel.
— No necesitas sostenerte, — le dijo él. — Puedes usar las dos manos...
Ella lo miró y le sacó la lengua en un gesto infantil. Él sonrió, y tiró un poco de
la piel. ¿Por qué Louisse habría subido a la viga? Normalmente era un animal tranquilo,
70
excepto cuando cambiaba de piel. Pero esta tenía un aspecto extraño, como si la hubiera
cambiado aprisa y no por razones naturales precisamente. Unas costras de barro negro
en el costado llamaron su atención, y empezó a tironear de la piel.
— Cuidado, no la rompas... — le dijo a Cassandra.
— ¿Qué pasa?
— Mm. Que debería desprenderse, eso pasa... Y no lo ha...ce.
Con un último tirón, la piel vieja de la boa se soltó. Había estado enganchada en
una pequeña ranura en la pared, al final de la viga. La ranura daba al patio de Cassandra,
justo encima del estante de las bromelias. Cassandra gateó por la viga hacia allí. Había
pedazos de piel en los bordes.
— Curioso... Hubiera jurado que la boa no cabía por este agujero.
Javan la miró, y no le dijo nada. Ese agujero no debería estar ahí. Y sin dudas,
Louisse no cabría jamás en él. Además, las manchas de barro...
— Termina tu trabajo, después discutiremos esto, — le dijo. Y tomando la piel,
volvió a descender.
— Suban, — les dijo a los aprendices cuando llegó abajo con la piel de boa. —
Y llévense su humo rosa.
Los muchachos lo miraron perplejos. Su habitual mal humor había regresado,
tan vivo como antes. No hicieron preguntas. Allá arriba, Cassandra se había sentado en
la viga, y les hacía señas con la mano.
La cena en el comedor principal fue tan magnífica como siempre. Parecía que de
alguna manera, los edoms siempre adivinaban cuando había visitas y se esmeraban más.
Cassandra pasó la velada entre las conciliadoras atenciones de Javan, y la usual simpatía
de Gaspar. Evitó el antiguo lenguaje, como forma de respeto a su esposo, excepto en
una ocasión.
— ¿Andiro en’Sporina? — preguntó. Gaspar asintió.
— ¿Enquie onomon endulave te kir? — Ella se mordía el labio inferior.
— Nokiro anté, valinaro. Y deja de preocuparte, andarienna. No tiene nada que
ver contigo ni con los tuyos, y todo saldrá bien...
Ella frunció los labios, pero no volvió a usar el antiguo lenguaje de nuevo.
Después de la cena, Gaspar agradeció con una reverencia, como de costumbre,
pero no presentó ninguna historia. Se despidió de Cassandra y partió en la noche hacia
el bosque.
— ¿Estás preocupada por él, no? — le susurró Javan un rato después. Ella
asintió.
— ¿Te importaría que camináramos un rato antes de dormir?
— Será un placer, — le susurró él suavemente.
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Ella no quería ir al bosque, así que se encaminaron hacia el lado norte de los
terrenos del castillo. Un sendero empezaba donde la hierba no estaba cortada, y se
perdía en los campos sin cultivar. Lo siguieron un rato, caminando en silencio a la luz
de la luna.
— ¿Qué hora es? — preguntó ella.
— Casi las dos, — dijo él. Hubo una pausa. Los matorrales eran escasos, y
estaban en la cima de una pequeña colina. Algunas piedras rodaron cuando las pisaron.
— C’ssie... — la voz de Javan sonó muy suave en la noche silenciosa. Ella se
volvió a él. — ¿Puedo pedirte algo?
Ella asintió con la cabeza. No se atrevió a romper el silencio alrededor.
— Quisiera que bailaras para mí... La danza del fuego, — pidió él en un ligero
susurro.
Ella sonrió. Él soltó su mano, y ella giró, alejándose de repente. Frente a sus
ojos, su vestido se transformó en llamas vivientes, y mientras ella bailaba, el círculo
comenzó y se completó. Giró a su alrededor, en círculos, en espirales, ora más rápido,
ora más lento, y de nuevo, otra vez. Dibujó cintas de llamas, arcos y círculos en
cambiantes colores. Y entonces lo llamó. Cerrando ojos de fuego lo besó, y se fundieron
en un estallido de llamas.
76
Capítulo 8.
La Poción Envejecedora.
Casa va desde el Dragón hasta el Cazador, y para la Puerta, el Cazador quedará adentro
de la Casa también.
— ¿Eso es parte del Gran Signo?
— ¿Gran Signo? ¿Ya has oído hablar de él, entonces?
— Desde que el año empezó hemos estado recibiendo advertencias. Los
centauros, Xanara en el lago... todas las criaturas del Trígono... Los Tenai me dijeron
que en esta ocasión, los tres cielos, el del Interior, el de la frontera y el forastero tienen
las mismas señales... Y que eso es un presagio poderoso.
— Creo que no quiso decirte que para ti es un mal presagio. El Dragón declina
en este signo, y tu eres la profesora Dragón, ¿recuerdas?.
Cassandra sacudió la cabeza, como queriendo alejar la insinuación.
— ¿Qué tiene que ver con las esporinas?
— El Signo coincide con uno de sus ciclos de crecimiento... Tienen previsto un
cambio importante... del cual no me está permitido hablar.
— ¿Y por qué te llamaron a ti?
— Porque soy más viejo que ellas, nada más... No te preocupes por ellas. Lo que
ellas hagan no tiene nada que ver con el Trígono.
Ella se resignó a aceptar lo que él decía.
— Aún así, el Trígono corre peligro... — murmuró ella al cabo de un rato de
mirar los parches de sol. — Ven, te lo mostraré...
Mientras Gaspar la miraba, ella tomó la piedra blanca de su gargantilla y la
desprendió. La sostuvo entre las puntas de sus índices, frente a Gaspar. Él la reconoció.
Era una porción de la Piedra del Corazón, la última prueba que Zothar había puesto en
el camino de Cassandra para convertirse en la Guardiana. Aunque era tan solo una
pequeña parte de la piedra original, que según sabía, custodiaba el Anciano Mayor.
La piedra comenzó a brillar con una luz blanca que no vacilaba. Gaspar se
inclinó hacia ella, y apoyó los dedos en los otros lados de la piedra. El brillo se hizo más
intenso, y los encegueció. De pronto, Gaspar se encontró en un lugar en el que nunca
había estado antes.
— ¿Dónde estamos? — susurró.
— El Corazón del Trígono... Un lugar privado del Interior. — Ella estaba de pie
ahora, y ya no era la forastera que él había conocido. Toda el aura de poder de la
Guardiana brillaba en ella. La vio moverse hacia la derecha, y la pared de luz blanca se
desvaneció para mostrar la reja de un balcón. Ella se apoyó allí, y Gaspar la siguió.
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— Enna, eres peor que él. Más celosa y más posesiva que él. Si pudieras hasta
filtrarías el aire que respira para que nada le llegara sin que tú te enteraras. Te conozco.
— Ella hizo un ruido de fastidio. — Y te diré que eso es bueno. Estabas demasiado
confiada, con esas escapadas al futuro que te haces. Demasiado segura... Ahora le
prestarás más atención... en el presente.
— ¡Qué tontería! — resopló ella. Gaspar se limitó a reír y se acercó a ella.
— Créeme, el presente es lo único que en realidad tienes...
El siguiente relámpago cayó demasiado cerca, e hizo estremecer a Cassandra.
Gaspar la sostuvo y la retiró del balcón. La luz blanca se cerró tras ellos como una
cortina.
— Enna... Te ayudaré en cualquier problema que tengas, ya lo sabes... — le dijo
de repente. — Aún cuando no nos afectase a nosotros...
— Lo sé. Estás ligado al Trígono. — Había una especie de melancolía en la voz.
— Y a ti, — dijo él. Y la miró a los ojos, sin pestañear.
— Lo sé, — dijo ella sonriendo débilmente. Él la abrazó. — Lo sé...
Entraron con los demás turistas, como si ellos también lo fueran. Pero en el momento en
que su pie tocó el umbral, ella supo exactamente para qué estaban allí.
El silbato anunciaba el arribo al Valle. Cassandra abrió los ojos. En sus rodillas,
tres macetas de nomeolvides se balanceaban precariamente. Las miró extrañada. No
recordaba cómo había llegado al tren, ni ningún momento del viaje. No había nadie con
ella. ¿Dónde estaría Gaspar? Se sentía cansada y somnolienta. Bostezando y
pestañeando trató de darse cuenta de dónde estaba ahora. El tren se detuvo. Ella estaba
todavía mirando la pared cuando escuchó unos golpecitos en la ventanilla. Era Javan, y
un poco más allá estaba Andrei. Les sonrió algo desorientada.
— Ryujin envió un mensaje. Dijo que llegarías a esta hora... — Javan habló
despacio, eligiendo con cuidado las palabras. — Andrei se ocupará de las cosas.
— Ah... gracias... Cuida de mis plantas, An... — el resto se perdió en otro
bostezo. Ella sacudió la cabeza. Andrei miró los nomeolvides con curiosidad, pero lo
que preguntó fue:
— ¿Estás bien? — Javan lo miró con el ceño fruncido.
— Eh, sí... Bien... algo dormida todavía... — Cassandra se movía con lentitud.
Javan le presentó el brazo, y ella se apoyó en él. — Gracias...
del pozo, moviéndose cada vez con más lentitud. Al fin se detuvo. Javan se acercó a
ella; la luna falsa todavía no era nueva. Cassandra apretó los ojos, y se apoyó en él. Y
cambió al antiguo lenguaje. El esporinio no le respondería en la oscuridad.
— Indokiro-loo, anna’tenn omaro indokiro... — repetía, en una voz que decrecía
progresivamente, junto con la luz. Y la luz se apagó. Luna nueva. La voz de Cassandra
casi no se distinguía de una respiración. — Indoki-anna, loo’tenn omaro...
La frase había cambiado. La luna nueva nacía. El brillo en la falsa luna comenzó
a aumentar una vez más, mientras Cassandra hacía un esfuerzo para hacer sonar su voz
un poco más fuerte cada vez. Javan la sintió temblar, y la abrazó. Al cabo de lo que
pareció un largo rato, cuando la falsa luna ya había pasado el creciente y se acercaba a
la plena luz una vez más, la cabeza de Sylvia asomó por el borde del muro.
— Por fin. Ella no hubiera resistido más, — dijo Javan enojado. Sylvia miró a
Cassandra sorprendida.
— Yo... Yo no pensé que...
— Está bien, — dijo Cassandra. Simplemente extendió la mano y la Piedra del
Corazón voló de nuevo hacia ella. — Sólo llévame a nuestras habitaciones. Una noche
de descanso será suficiente. Sylvia, ¿qué pasó con...?
— Las noctarias crecieron todo un mes allá abajo. Ya tienen botones, y llenan
casi todo el pozo. Florecerán en dos o tres días... — dijo con calma. — Fue prefecto.
Javan ya se la estaba llevando al cuarto. Ella no se preocupó de nada que no
fueran sus brazos alrededor de su cintura.
Después de eso, Cassandra durmió por dos días sin despertarse. En la segunda
mañana, abrió los ojos y se volvió para darle un beso de buenos días a Javan, pero él no
estaba allí. Gateó fuera de la cama, sintiéndose curiosamente vacía. Él estaba dormido
en la mecedora. Parecía haber pasado la noche allí para no molestarla.
Ella sintió de nuevo ese viejo sentimiento creciendo dentro de ella. No había
manera de sofocarlo. Ni tampoco tenía sentido hacerlo. Se sentía rara, febril. Se acercó a
la mecedora lenta y sinuosamente. Se apoyó en el respaldo, se inclinó y lo besó.
Su respuesta fue clara y apasionada. Se había despertado. Sus brazos se estiraron
para ceñir su cintura, y atraerla hacia sí. La mecedora siguió hamacándose un largo rato
mientras ellos se besaban.
85
Capítulo 9.
El lugar en la Frontera.
Él detuvo la escoba en medio del aire. Ella lo pellizcó, balanceando los pies en el
vacío.
— Déjame pensarlo, — dijo él. La escoba comenzó a caer, perfectamente
horizontal. Ella cerró los ojos con fuerza y lo apretó.
— ¡Por favor! — gritó.
El volvió la cabeza y la besó.
— Está bien. No jugaré, — dijo, y arrancó de nuevo con un vuelo suave,
controlado y perfecto.
Cassandra pasó un rato haciendo deberes con Kathy en la cocina. Ada y Javan
conversaban en el living. Después de eso, tuvieron una especie de picnic frente a la
estufa. Kathy estaba feliz. Tanto, que decidió que quería bailar. Así que apartaron la
mesa, despejaron el espacio, y Kathy se paró en medio de la habitación, mirando el
suelo por unos momentos. Luego, levantó los brazos y comenzó a bailar.
No se parecía a nada que hubieran visto antes. Era una danza totalmente
inventada. Pero en su intuición infantil, Kathy dibujaba los símbolos arcanos, apenas
esbozados en el movimiento de las manos y de los pies. Cassandra reprimió un
estremecimiento. La niña no podía saber lo que estaba diciendo en su danza. Pero ella
podía leer los signos.
Arriesgó una mirada a Javan, pero él observaba embelesado a su niña. No
contaba con el Vigía para esta tarea. Miró a Adjanara, pero Ada se limitaba a sonreír.
Ella tampoco leía nada anormal en ese aletear de palomas que Cassandra veía en las
manos de Kathy, ni escuchaba nada en el susurro de la ropa de la niña al moverse. Pensó
que estaba imaginando cosas que en realidad no estaba ahí. Pero una y otra vez, en cada
una de las evoluciones de la niña en la habitación, ella volvía a detectar los viejos
signos. Miró a Kathy, y en un momento, su mirada se cruzó con la de la niña. Un
destello apenas, pero creyó ver los ojos de la bruja fénix otra vez. Prestó más atención.
Tierra. El salto y la inclinación se le antojaban la siembra y el crecimiento de
una semilla. Aire. Ese peculiar balanceo de los brazos... Fuego. Giraba cada vez más
aprisa, y la serie de inclinaciones le dijeron a Cassandra que ese fragmento era una
proto-danza del fuego. No estaba completa... pero se podían distinguir los elementos
principales. Agua. Los últimos giros eras más suaves, acompasados. Luego de girar y
arder en un frenesí, llegaba la calma. Un vaivén suave, y un giro etéreo, y la danza
acabó en algo que a Cassandra se le antojó la lluvia cayendo sobre la tierra sedienta.
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— Realmente tuviste una buena idea, — dijo Javan cuando estuvieron de nuevo
a solas en el castillo. Se oía satisfecho. Cassandra lo miró meterse a la cama. Ella
también se sentía bien. La impresión que la danza le había causado... Bueno, podía
esperar a la mañana. El Libro de Inga tendría algo que decir a ese respecto seguramente.
Se acurrucó contra él.
— Todavía tienes esa quemadura, — susurró ella luego de un rato. La tenía
desde el hechizo revertidor contra la poción envejecedora. La única solución que habían
encontrado había sido ordenarle a Zerhan que hiciera todas sus pociones diluidas a la
mitad. Siempre hacía sus pociones demasiado fuertes.
— Tuve suerte que funcionara, C’ssie, — dijo, y cuando la besó pudo sentir sus
labios curvándose en una sonrisa. — ¿Qué?
Había enderezado la cabeza para mirarla. Ella lo miraba con una expresión
extraña.
— Nada... — dijo ella. La volvió a besar.
— C’ssie... — dijo él un rato después. Ella estaba casi dormida entre sus brazos.
— ¿Mm?
— Quisiera que tomaras esto conmigo... — Ella sintió su mano correr por su
espalda, lenta e insinuante.
— ¿Qué cosa? — preguntó, empezando a despertarse.
— Poción intercambiadora... Quisiera saber cómo te sientes cuando nosotros...
Ella estaba alerta ahora. Lo miró con atención. Una vaga sonrisa empezó a
dibujarse en su cara. Se estiró sobre él hacia la mesa, rozándolo deliberadamente con
todo su cuerpo al hacerlo, y tomó la botellita del cajón.
— ¿Es ésta? — preguntó, todavía sobre él. Él asintió con los ojos brillantes. Ella
la destapó con los dientes y bebió la mitad del contenido. Luego se la pasó, dejándole
lugar para enderezarse lo suficiente para beber. La botellita vacía rodó sobre las mantas
cuando ella lo besó otra vez.
Fue la más extraña de las noches. Las emociones y sensaciones conocidas, sus
propias emociones y sensaciones cambiaron de repente cuando la poción empezó a
90
El sueño había cambiado. Era la pesadilla otra vez, y no era la misma. Estaba en
una habitación llena de espejos, que la reflejaban oscuramente, y no era ella, sino Javan.
Aún dentro del sueño recordó la poción intercambiadora. Los reflejos la miraban con
ojos rojos. Ella retrocedió asustada. Los reflejos, no. Avanzaron hacia la luna y la
alcanzaron. Cuando estaban a punto de alcanzarla el sueño cambió. Estaba huyendo de
una multitud de Javanes de diferentes edades en un bosque oscuro. Su propia pesadilla.
Abrió los ojos, jadeante, completamente despierta ahora. Luego de un momento, tanteó
en busca del brazo de Javan, y lo escuchó respirando de forma irregular.
— ¿Pesadilla? —preguntó. Él hizo un ruido vago.
— No me dijiste que tú también tenías pesadillas, — le dijo. Se había sentado en
la cama, y él le deslizaba la mano por la espalda, tratando de hacer que se acostara otra
vez. Ella se reclinó de costado, mirándolo. Sus ojos aparecían ausentes, aunque sus
manos no.
— Basta. Quiero una respuesta, — dijo ella. Él enfocó la mirada en ella.
— Tuve ese sueño dos veces. El día que te fuiste, y el día que trajiste las
noctarias. En el sueño ellos se unen, se funden en uno, se transforman en ti y tú me
asesinas.
— Yo nunca...
— Lo sé. Es sólo un sueño.
Ella apoyó la cabeza en su hombro y pasó el brazo sobre su pecho. Él la acarició
una vez más antes de decir quedamente:
— Trata de dormir ahora...
Javan no pudo encontrar a Cassandra esa tarde. Cuando uno de los aprendices de
ella bajó a la biblioteca de abajo fuera de turno, se dio cuenta que algo iba mal.
Interrogó al muchacho, y le dijeron que ella había suspendido sus clases de esa tarde.
¿Todas? Sí, todas, las tres... ¿Y donde está ella? No lo sé, comites, no lo sé... Norak se
hizo cargo de la clase, y él subió a buscar al Anciano Mayor. Pasaron por Andrei, y
Drovar se hizo cargo de la clase de arriba. Los tres salieron en busca de Cassandra.
Era casi dos luces cuando al fin la encontraron. Ella estaba sentada en un
barranco desnudo, mirando el bosque allá abajo, y las ruinas del castillo más allá.
Ruinas... Era el otro lado, y a la vez no lo era. El terreno era pedregoso y polvoriento, y
la helada no evitaba que el viento levantara el polvo en pequeñas nubecillas. Una franja
de luz color miel escapó por entre las copas de los árboles, y cruzó el suelo unos pasos
delante de ellos, separándolos de Cassandra. La imagen se difuminó, y las ruinas a lo
lejos, volvieron a ser un castillo. Era el lado mágico, y a la vez, no lo era. La luz cambió
de color.
— ¡C’ssie, por fin! ¿Estás bien? ¿Por qué no...? — Javan se interrumpió. Había
empezado hablando alto y rápido, pero la extraña expresión en la cara de ella no le
permitió seguir.
— ¿Estás bien? — repitió con más suavidad. Ella tenía los ojos enrojecidos,
como si hubiera estado llorando, aunque no había rastros de lágrimas en su cara.
— Sí... — dijo ella en voz baja y ahogada. — Lo encontré...
— ¿Qué encontraste? ¿Qué estás haciendo aquí? — Él la había alcanzado. Los
otros se quedaron un poco más atrás.
— La línea de la frontera. El verdadero límite... —susurró ella. — Tú no lo ves
¿o sí?
Javan miró alrededor.
— No, — dijo lentamente. Se había arrodillado frente a ella. Ella pestañeó y lo
miró.
93
Ella calló unos momentos. Ellos no quisieron romper el silencio. El sol había
desaparecido bajo el horizonte, y los últimos rayos rojos eran fríos.
— ¿Qué querías recordar? — preguntó Javan finalmente. Cassandra apoyó el
mentón en su hombro.
— Una historia que escuché hace tiempo... En el principio, decían que el
universo era solo pensamiento... Muchos pensamientos, puros y transparentes como
cristales... Había uno en particular, una idea más grande y maravillosa que las otras, un
cristal enorme, blanco, brillante... y otro, tan grande y maravilloso como él, pero hecho
como de fuego... Aunque tal vez esa comparación no sea la adecuada... Creo que
representa la energía vital, el deseo o la posibilidad de hacer... y el cristal blanco, la
esencia de lo que existe... No estoy segura... Cuando el cristal de fuego se unió al cristal
blanco, ambos estallaron en pedazos, miles de pedazos... Algunos de ellos cayeron de
este lado, y otros, del otro lado de la frontera... Dice la historia que los pedazos de los
cristales, un poco de cada uno, se transformaron en las almas de los hombres. Me
dijeron que los pedazos de cristal siempre se están buscando unos a otros... Y que
cuando algo les impide unirse, vuelven a caer a la tierra una y otra vez hasta
encontrarse...
— Es una bonita historia, Cassandra, — dijo el Anciano con suavidad. Javan la
miraba, tratando de leer sus pensamientos.
— ¿Qué es lo que querías recordar, Cassandra? ¿Esa historia? — preguntó en
voz baja.
— No, no la historia... Trataba de recordar si la frontera siempre estuvo aquí...
— ¿La frontera?
Ella asintió lentamente, mientras su mirada volvía acariciar la invisible línea.
Javan la sintió apoyarse sobre sus hombros.
— Cuando llegué aquí hace cinco años pasé por otro lado, no por este... punto.
Pero no logro ver si la frontera también estaba aquí hace mil años...
— ¿¡Hace mil...?! — empezó Andrei. Javan lo calló con un gesto. Habló en voz
muy suave.
— ¿Cómo podrías recordar dónde estaba la frontera hace mil años? — susurró.
La voz de Cassandra fue todavía más suave cuando respondió.
— Fiona recibió las Joyas en la frontera... En este mismo lugar... Yo... a veces
puedo escuchar sus recuerdos... La vibración de su cristal... Si la historia es cierta...
Estaba tratando de hacer que mi cristal vibrara con el suyo... para escuchar sus
95
recuerdos ¿sabes? Aquí escucho el eco de la voz de Hoho cuando le dio la Joya de
Fuego... Antulave Ikinua, tannen kemir... Aquí te traigo el Fuego, esposa de Ikinú... Sí,
creo que fue en este lugar, a esta misma hora... ¡Qué lejos que están...!
Cassandra había cerrado los ojos ahora. Javan miró al Anciano y a Andrei con el
ceño fruncido. El Maestro asintió ligeramente.
— Vámonos a casa, Cassandra. Está haciendo frío.
Cassandra pestañeó un poco, confundida. Miró a su alrededor extrañada.
— Vámonos a casa, — repitió Javan. Ella asintió.
En el suelo, en el lugar en que ella había estado sentada, quedaba un ramito de
nomeolvides, atado con un tallo de noctaria, marcando el camino encontrado,
temblando levemente en el viento frío.
96
Capítulo 10.
Las Joyas de Nadie.
— ¿Emisarios?
— Criaturas de un elemento, creo. Del lado oscuro de NingunaParte...
— ¿Y esas cosas entraron en el Trígono? — Javan estaba atónito.
— No lo sé. Por algo los Tres no los admiten aquí, ¿no te parece? La cuestión es
que las Joyas fueron robadas, las cuatro en la misma noche, y Fiona murió en las
mismas puertas del castillo, a la mañana siguiente. El resto lo recordarás...
— Las Prendas...
— Son sustitutos de las Joyas robadas. Como el collar de la Guardiana. Un
símbolo del poder perdido...
— ¿Y tu viaje?
— Fui hasta NingunaParte. Hacia el norte, lejos, muy lejos, y después del último
glaciar, puedes encontrar una pequeña depresión y un agujero. Si te arrastras por él,
cada vez más profundo, llegas a NingunaParte. Me encontré con Nadie, que me dio la
primera de las Joyas, y me indicó cómo llegar al siguiente NingunaParte... Hay cuatro
de ellos, uno en cada punto cardinal. Encontré un Nadie en cada uno, y cada uno de
ellos me dio una de las Joyas perdidas.
— Así que decías la verdad...
Cassandra sonrió.
— Nunca te mentiría...
— ¿Hubo algo de magia prohibida en esto?
Ella sacudió la cabeza.
— ¿Y la hikiri? ¿Para qué fuiste ahí?
— Fui sólo porque estaba cerca... Quería ver como estaba... Pero tuve que luchar
con los guardias... hasta que llegó ella. Dijo que había pagado su deuda, y que no tenía
nada que reclamarle. Le dije que no le estaba reclamando nada, que solo había ido a ver
si todo estaba bien... Y entonces me dio el huevo para Andrei. ¿Por qué crees que...?
— Creo que es un trofeo para su Vara.
— ¿Como los bebés de Joya en la vara de Kendaros? No entiendo ese tipo de
regalos.
Javan sonrió y se encogió de hombros. Se sentía mucho más tranquilo que una
hora antes. El desayuno debía estar empezando arriba.
— ¿Y lo de ayer? Y esas marcas... — dijo sin embargo. Ella lo miró, pero no
intentó eludir la respuesta. También debía sentirse aliviada.
100
— Antes de volver a la cabaña oculté las Joyas, — dijo ella. — Sabía que no
podía llevar esas cosas encima sin que se notara. La Esmeralda de Agua la escondí en la
cascada de los unicornios... y tú viste los destellos cuando toqué el agua, el día del
picnic... El Rubí de Fuego estaba en uno de los lugares de Arthuz, en el bosque. El
Zafiro del Viento lo escondí en una de las torres deshabitadas, cerca del ala norte. ¿No
escuchaste quejarse a Bjrak del viento?
— No, pero vi los destellos cada vez que te acercas demasiado allá.
Ella asintió gravemente.
— Y el Topacio de Tierra lo escondí en el jardín de Ingelyn y Scynthé. El jardín
de la Amistad. Ayer los fui a buscar a todos, y los escondí en mí misma.
Ella se levantó. Caminó hacia el centro del patio y movió las manos. El fuego de
la estufa rugió y se levantó, y el agua de la fuente saltó hacia arriba, entusiasta. Una
brisa helada entró por la claraboya y movió su camisón. Las espirales en el suelo
destellaron un momento, y Javan pudo ver las Joyas brillando en su cuello a través del
camisón.
— Ahora, — siguió ella, — debo devolverlas a los señores de las Ramas...
Pensaba hacerlo en la Puerta del Verano, antes de nuestro aniversario... Pero las
pesadillas...
— No esperes a la Puerta, — citó Javan.
— Voy a hacerlo en la Puerta de la Primavera, cuando comienzan todos los
ciclos. Las insinuaciones de Andrei me convencieron.
— ¿Andrei? — Javan se enderezó, en tensión.
— Sí, — dijo ella mirando al piso. — Tú y él insinuando que podría estar... — Y
miró a Javan directo a los ojos. — Si hay un bebé, no permitiré que le pase nada.
— Tampoco yo, — dijo él, acercándose a ella. — Ni a él ni a ti.
— Iré a la frontera en la Puerta... al lugar donde Fiona recibió las joyas, y las
devolveré a los señores de las Ramas, — dijo. Él solo la abrazó, deseando poder
retenerla allí, protegida para siempre. — ¿Vendrás conmigo? — preguntó.
— Iré contigo, — dijo él.
El reloj de arriba sonó, llamando a todos a sus tareas. Faltaba exactamente un
mes para la Puerta de la Primavera.
el brazo alrededor de ella aún antes de que ella tuviera tiempo de dejar el cuarto. Lo
miró y se sonrió.
Por supuesto, ella recordaba perfectamente bien que le había pedido que la
acompañara, pero la noche anterior lo había pensado mejor. El día sería largo y
agotador. Nita le llevaría una merienda al lugar en la frontera, y quizá Javan se les
uniera más tarde... Si no decidía ir con Lyanne al Interior. Hacía tiempo que no usaba la
entrada de los muchachos. Así que tomó la capa de piel gris que él le había regalado, y
se fue sin hacer ruido.
La Danza de la Tierra estaba prevista para el amanecer. Como Kathara le había
indicado: primero la tierra, como una semilla que despierta a la vida junto con el sol.
Las estrellas todavía brillaban cuando ella llegó a la pendiente rocosa. Buscó un refugio
más resguardado, y encendió una fogata. Luego caminó hacia la cima, y se detuvo justo
en la línea que dividía los mundos. Dibujó un círculo con la varita de los Tres. Un
círculo de Tierra. Luego sostuvo la varita en equilibrio sobre su palma. Las tres hebras
de color, y el etéreo hilo de Scynthé se separaron hacia los cuatro puntos cardinales y se
clavaron en el suelo como extraños tallos de colores. Podía ser el Trígono, pero las
Joyas eran cuatro.
Cassandra se paró en el centro, esperando al sol. Se quitó la capa y la envió al
refugio. Traía su vestido amarillo con lentejuelas. El viento frío la envolvió y ella
tembló. Y la primera luz dibujó líneas amarillas en el suelo. La danza comenzó.
No había nadie observando, pero si lo hubiera habido, seguramente hubiera
pensado que era muy similar a la danza del año anterior, en el vestíbulo del castillo al
amanecer, como hoy. El sol se levantó, lento y majestuoso sobre los árboles. La neblina
le daba sombras rojizas que se reflejaban en las lentejuelas del vestido de Cassandra.
Chispas de luz tocaban las rocas cercanas, y los árboles, más lejos. Un giro, una
inclinación, y otro giro. La luz jugaba con la bailarina en dulces toques y rápidos
relámpagos, y la danza continuó hasta que el sol fue un círculo completo sobre los
árboles. En ese momento, la hebra cobriza se convirtió en una columna de luz. Saliendo
de ella, apareció Ingelyn, señora de la Rama de Cobre. Cassandra le hizo una reverencia
y se acercó. El relámpago de luz, y el subsiguiente dolor la dejaron inconsciente unos
minutos. Cuando Cassandra volvió en sí, estaba helada. Se arrastró hasta el refugio, y,
envolviéndose en la capa de piel, se acurrucó junto al fuego y volvió a dormirse.
102
Cuando Javan la encontró, todavía dormía. La sacudió, y ella abrió los ojos. Ella
sonrió.
— Creo que me dormí de nuevo mientras te esperaba, — dijo, sentándose. —
¿Trajiste comida?
— ¿Por qué no me despertaste? — preguntó él.
— El día será largo... Tengo hambre, — dijo ella con tono infantil.
— Está bien. Vamos a comer. ¿Estás segura que estás bien? — dijo él.
— Estoy perfectamente... hambrienta. ¿Qué trajiste?
Ella no esperó. Arrebató la bolsa de las manos de Javan y sacó los sándwiches.
— ¿Otra vez? — protestó.
Javan la miró. Se había sentido preocupado, al principio, pero ahora... No pudo
reprimir la risa. Ella se detuvo y lo miró.
— ¿Qué?
— Eres... increíble, — le dijo.
Ella se encogió de hombros.
— Por supuesto. De otra manera nunca hubieras posado tus lindos ojos en mí...
Él se rió de nuevo.
Javan se apresuró hacia ella y la llevó de nuevo al refugio. Dos de las marcas rojas
habían desaparecido ahora. La envolvió en la capa, y la acunó por un largo rato.
Ella abrió los ojos, y la primera cosa que vio cuando miró hacia arriba fue el
mentón de Javan.
— Me pregunto por qué es que me agota tanto esto... — suspiró. Ella se
enderezó, y él la dejó ir.
— Es que eres una forastera, — le dijo él tan tranquilamente como si hubieran
estado hablando de ello por largo rato. — ¿Té?
— Gracias. Hace tiempo que no me dices eso.
Él levantó una ceja.
— ¿Decirte qué?
— Llamarme forastera. Y nunca dijiste que esa fuera la razón de que me cansara
tanto.
Él sonrió.
— Pero lo eres. Y te dije cientos de veces que juegas con cosas demasiado
fuertes para que tú las manejes.
Ella se encogió de hombros.
— Salí adelante. Salimos adelante... — dijo. El té era reconfortante.
— Ése es el problema. Siempre sales adelante. — Él calló unos momentos y
Cassandra lo miró. — Se te dijo que no podías hacer funcionar aparatos forasteros en el
castillo, y tienes una computadora en el cuarto de atrás. Se te dice que no se puede hacer
algo, y solo vas y lo haces... — Él no parecía enojado, sin embargo. Lo habían discutido
muchas veces antes. — Es difícil seguirte el paso.
Ella solo siguió mirándolo.
— Creo que voy a enamorarme un poco más de ti, — le susurró.
— Tonta...
Ella se acercó, y lo besó.
La Danza del Fuego iba a realizarse a la caída del sol. El último rayo tocó el
círculo, y éste se encendió en llamas. Y Cassandra bailó. Javan había visto esta danza
antes. Tres veces, y las tres diferentes. La primera vez, cuando ella todavía era forastera.
Y ella usó trucos falsos para hacer lo que ahora hacía con magia: jugar con anillos de
fuego y envolverse con cintas, y moverse como una llama con su vestido de seda
104
blanca, amarilla y roja. Bailaba como una llama desnuda en la brisa del crepúsculo.
Mientras la oscuridad crecía alrededor, Javan recordó la segunda vez. Estaban en la
cabaña, y él le había pedido que le mostrara cómo había liberado el poder del fuego. En
un resplandor rojo-verdoso, había visto aquella danza. Cassandra, mitad bailando, mitad
jugando, había luchado con una hikiri de cincuenta metros. Ella había cambiado de
elementos tan rápido que Zothar no la pudo seguir. Y ella ganó. Ahora ella giraba
alrededor del círculo en una luz amarilla, naranja, roja. La miró y recordó la última
danza. Había sido apenas unos meses atrás. Le había pedido que danzara para él, y ellos
se habían fundido en fuego, después. Se preguntaba si ella sabría lo que le estaba
haciendo. Se había fundido con él en agua, el año anterior. Y en piedra, o tierra, aunque
no fue adrede. Ellos habían tenido que ocultarse de los sirvientes de la Serpiente, antes
de rescatar las Prendas muertas. Y la última vez, en fuego. Si ella... No, cuando ella,
porque estaba segura que ella lo haría; cuando ella le entregara el aire, él poseería los
mismos poderes que ella. La hikiri se lo había advertido. De alguna manera, sabía que
esto iba a ocurrir. Volvió su atención a Cassandra y su danza.
Ella giraba en el centro, en una alta llama de oro. Los otros fuegos se apagaron,
y la hebra del fuego se abrió en una columna de luz para que Arthuz entrase al círculo.
El acostumbrado relámpago se produjo, y Cassandra cayó al suelo envuelta en llamas.
Javan saltó dentro del círculo y las sofocó. Luego llevó a Cassandra al refugio. La brisa
nocturna era realmente fría ahora.
— Toma la Joya, por favor. Creo que todo esto es demasiado para mí hoy, —
dijo ella en un susurro. Hubo un frío relámpago de luz, y ella cayó sin fuerzas en los
brazos de Javan. No había ninguna marca en su cuello ahora.
108
Capítulo 11.
Abril.
Ella le sonrió.
— Quédate un poco más. Seguramente Kathy no quiera irse a dormir todavía...
— le dijo ella al besarlo, y se marchó hacia las escaleras. Javan la miró alejarse, y
volvió a la mesa.
Cuando bajó a sus habitaciones, con Kathy dormida en los brazos, Cassandra no
estaba.
— Realmente, no debería sorprenderme, — gruñó mientras acostaba a la niña.
Luego fue hacia la mecedora y se sentó a esperarla. Apenas había estirado las piernas
cuando Cassandra entró en el cuarto.
— ¿Javan? — llamó en un susurro. — ¿Estás aquí?
— ¡Al fin! Dijiste que estabas cansada. ¿Dónde...? — empezó a rezongar.
— Por favor... Hay.... hay algo que debes ver. Ven, vamos... — Ella estaba
curiosamente alterada. Si pudiera ser, diría que estaba asustada, con una expresión de
miedo mezclada con excitación en la mirada. Frunció el ceño.
— ¿Qué...?
— Por favor, sólo ven... — Ella tironeó de su brazo y lo arrastró hacia el
corredor.
Él la siguió, preguntándose qué podría estar pasando ahora. Ella lo llevó al
calabozo clausurado.
— Me estaba peinando frente al espejo, — dijo en un susurro, — y me pareció
ver una mancha. Me incliné a limpiarla, y la Piedra del Corazón tocó el cristal... El
espejo se abrió, y vi unas luces en la mazmorra... Tuve que venir, Javan.
Ella señalaba el Triegramma. Estaba extendido en el suelo ahora, ya abierto,
brillando con chispas de colores que saltaban hacia arriba en chorros de luz.
— Dijeron que es un diagrama tridimensional mágico de los flujos de energía.
Lo abrí como dijo Sylvia... y puse la Piedra Arco Iris sobre el castillo... — ella le apretó
el brazo nerviosamente. — Javan, esa cosa empezó a crecer. Los dos, el mapa y la
piedra.
Javan suspiró. Esto estaba más allá de lo que él esperaba, pero aún dentro de los
límites de sus temores. Recordó la carta de Ryujin. Había sido hacía unos meses ya,
pero... Primero las esporinas y Tenai le hicieron dibujar un Triegramma. Luego el
dragón reforzó su magia. Luego aprendió a abrir el Triegramma. Miró a Cassandra unos
111
podía desprenderse de su magia; sería como dejar de respirar. El caso de ella era bien
diferente.
Dejó que su mirada vagara por el bosque. Se veía normal. Las hojas nuevas de la
primavera, y el perfume de las flores... No, no había nada de malo aquí... salvo ese olor
almizclado... Cassandra olfateó el aire con más atención. No parecía venir de afuera.
Cassandra se volvió, y siguió el rastro. ¿Venía de atrás? ¿De la escalera? ¿De su propia
ropa? No, no era la ropa. Pero el perfume era más intenso... tras ella. Se acercó a la
pared que había a su espalda, y al hacerlo, su sombra se recortó, nítida contra ella. El
perfume almizclado venía de la pared, o mejor dicho, de su sombra.
— ¿Nita?
El susurro la tomó desprevenida. Se suponía que los edoms no hablaban. Pero
había palabras en ese susurro. Tal vez palabras de alguno de los lenguajes prohibidos.
— ¿Nita, eres tú?
El susurro parecía un cántico. Cassandra sintió como la canción tanteaba sus
sentidos, tratando de penetrar en ellos. Se estremeció. Sabía que los edoms eran
criaturas mágicas, pero no sabía hasta donde podían llegar sus poderes. Levantó un
escudo mental, tal como Javan le había enseñado. Cassandra oyó un quejido, y el
cántico que se retiraba. Y entonces intentó algo que nunca había intentado antes.
Dijo las palabras en un susurro tan suave que su sombra no pudiera oírla. Dio un
salto hacia atrás y se separó de ella. La sombra quedó adherida a la pared, prisionera de
la pared, en tanto ella no le abriera la puerta para que pudiera deslizarse escaleras abajo.
Cosa, que por supuesto no pensaba hacer. Las siguientes palabras las dijo en voz alta, y
la sombra se estremeció y se sacudió en su plana prisión. Cassandra avanzó, y entró en
su propia sombra.
Lo más sencillo sería decir que era un lugar extraño, pero en realidad era mucho
más que eso. Era planamente extraño. Dos dimensiones... por donde se lo mirara.
Cassandra ocupaba casi todo el espacio de su sombra, y no había lugar para Nita allí.
Así que debía haber otra respuesta. Demoró un poco en dar forma a sus pensamientos
planos, pero al fin halló una respuesta. La sombra no era el lugar de los edoms. Los
edoms usaban la sombra como puerta a otro espacio. Ésa tenía que ser la solución. Así
que forzó su paso a través de la sombra y alcanzó el otro lugar.
El otro lugar era oscuro. No estaba dentro de la pared, ni dentro de la sombra.
Podía sentir a su sombra tratando de volver a pegarse a su espalda... lo que en este
momento sería más que inconveniente. Si lo hacía, ella no podría regresar al lado
114
correcto. Había cosas aquí, o más bien la sombra de las cosas. Un mundo en negativo.
Cassandra reconoció partes del mirador, y partes de la cocina de la cabaña, partes de la
casa en la frontera, y algunos lugares donde había estado... Como en un cuadro cubista,
los fragmentos de lugares conocidos se mezclaban en una realidad irreal. Intentó
recorrerlos, pero pronto se dio cuenta que los fragmentos se mezclaban como un
calidoscopio. Empezó a perder su sentido de la orientación.
— ¡Nita! ¿Dónde estás?
El olor a almizcle era más intenso aquí. El cántico había cambiado. Parecía
llamar a alguien. Cassandra se guió por el oído, ya que tenía el olfato casi embotado por
el perfume.
— Nita... Te estoy buscando... ¿dónde estás? — El sonido parecía más fuerte en
la dirección de los fragmentos de la cocina del castillo. Cassandra se estremeció. —
Nita...
Y de pronto se tropezó con ellos. Tres hermosos y bien formados capullos
obstruían el pasaje a las cocinas. La seda era suave al tacto, tersa, de un color
indescriptible, nacarado, cambiante... Cassandra tuvo la tentación de tocar esa seda,
meter la mano en el capullo y hundirse en él.
La pata negra de Nita la detuvo. La edom la miró con los ojos facetados
característicos de su forma arácnida. El olor de almizcle se convertía aquí en un tufo
sofocante, y venía de Nita y de sus tres capullos. Cassandra retiró la mano, y retrocedió
un paso.
No puedes entrar aquí.
— No puede ser... Javan dijo que demorarías al menos diez años en tejer
capullos...
No puedes estar aquí. Es mi lugar.
Cassandra retrocedió otro paso.
— Si tus capullos empollan tendremos problemas. No podemos ocultar a tantos
de ustedes... Javan dijo...
Mi antiguo amo no sabe. Los capullos son necesarios. Los pequeños llegarán.
— ¿Cuándo? — Cassandra estaba sin aliento. Nita no respondió. O si lo hizo,
fue con una medida de tiempo que Cassandra no logró traducir.
— Tengo que hacer algo... — dijo Cassandra. — O Javan ya no podrá
protegerlos.
115
Mis pequeños llegarán, se limitó a decir Nita con sus impresionantes ojos. Pero
el tono había cambiado. Ahora tal vez pedía ayuda.
Cassandra la miró.
— Oh, Nita... ¿Qué vamos a hacer? Javan me va a matar... Necesito...
Tiempo.
Nita había tenido la idea al mismo tiempo que ella. Tiempo. Eso era lo que
necesitaba.
— Bien, escucha. El próximo menguante, antes que Javan se de cuenta o tus
capullos se abran, vamos a llevarlos a la cueva del Tiempo... podemos dejarlos en algún
momento de la historia donde estén seguros y a salvo de los cazadores de edoms...
Nita le envió una imagen muy clara a su mente.
Hogar.
Cassandra la miró. ¿Qué le había mostrado? ¿Algún momento específico de la
historia, o algún lugar lejano? Había visto el cielo azul y violeta, y los árboles altos,
pero no sabía de qué lugar o tiempo provenía la imagen. Pensó preguntarle algo más a
Nita, pero desechó la idea. Su sombra tironeaba de ella en forma insistente.
— No dejes que Javan lo sepa, — le dijo antes de irse.
Y diciendo las palabras mágicas al revés, salió de su sombra y la despegó de la
pared.
Ahora, Andrei leía el diario en uno de los sillones. El ruido provenía del jardín.
Él levantó la vista del diario, y miró por la ventana. Los últimos rayos del sol
coloreaban el cielo de rojo.
— Parece una nevada fuera de estación, y una guerra de nieve entre tu madura
amiga y su serio esposo.
Se escucharon algunos gritos, y el sonido de una explosión llegó a través de la
ventana.
— Y eso parece el hombre serio repeliendo el ataque, — dijo Andrei volviendo
al diario.
— No sabía que ustedes podían construir paredes de fuego, — observó
Alessandra mirando por la ventana.
— No podemos. Sólo Cassandra puede.
— Pues, Nag acaba de hacerlo, — dijo ella. Andrei levantó la cabeza, frunciendo
el ceño y se acercó a la ventana. Había supuesto algo así, pero... No estaba seguro. La
discusión con Javan acerca del huevo de hikiri no estaba zanjada ni por asomo. Él
quería criarlo, y Javan que lo uniera a su vara. Incluso le ofreció su ayuda, algo por
demás significativo. Llevaban medio año discutiéndolo.
— ¡Ah! ¿Guerra de nieve? ¡Espérenme! — gritó Kathy desde la escalera. Cruzó
el cuarto a la carrera antes de que nadie pudiera detenerla, y salió al jardín.
— ¡Hey, cuidado! — gritó Alessandra saliendo tras ella. Pero Kathy ya estaba
afuera de la cabaña. Corrió hacia el inestable límite que separaba la tormenta de nieve
de Cassandra de la pared de llamas de Javan. La envolvieron las llamas, y gritó.
— ¡Detente! — aulló Javan. Había escuchado a la niña.
Una montaña de nieve medio derretida cayó sobre Kathy con un sonido hueco.
Ahora fue Cassandra la que gritó.
— ¡Kathy! — y corrieron hacia el lugar donde ella estaba, ahora cubierta por la
nieve. Andrei y Alessandra salieron corriendo de la cabaña.
— No deberíamos haber estado jugando así... — murmuraba Cassandra,
escarbando la nieve con las manos. Alessandra la hizo levantarse.
— Usa viento, — dijo Javan, pálido. Cassandra lo hizo.
Un torbellino se llevó la nieve y la hizo desaparecer. Javan levantó a Kathy en
brazos y la llevó a la cabaña. Alessandra se llevó a Cassandra, murmurando palabras de
consuelo.
— ¿Cómo está? — preguntó Andrei cuando todos entraron, y él cerró la puerta.
117
— Desmayada...
Cassandra se veía asustada. Se acercó a la nena y la observó cuidadosamente.
— Demasiado fría, — murmuró. Y sin consultar con nadie, se transformó en
vapor caliente y entró en la niña por su boca y su nariz.
— ¿¡Qué estás haciendo?! ¡Cassandra! — Javan estaba horrorizado. — ¡No le
hagas eso a Kathy!
Alessandra los miraba sin comprender. Sacudió la cabeza y retrocedió unos
pasos.
— No... No, esto no puede ser... — murmuró, sacudiendo la cabeza. Andrei la
miró sorprendido. No esperaba que ella hiciera una reacción de incredulidad a la magia
justo ahora. Javan se volvió a él.
— Atiéndela en la otra habitación. Yo ya tengo suficiente con las mías...
Andrei no tuvo ánimo para festejar la ironía. Se acercó casi cautelosamente a
Alessandra, que retrocedía alarmada, y la llevó a la cocina. Sabía que en un lugar
razonablemente familiar podría calmarla. Siempre había sido muy ecuánime, y tomaba
las cosas con mucha más naturalidad que los otros forasteros que conocía. Logró hacer
que se sentara, y le preparó un té.
En la otra habitación, Javan depositó a Kathy en el sofá, mientras pensaba qué
hechizo sería conveniente para sacar a Cassandra de ella. Cuando estuviera afuera la
mataría. ¿Cómo había podido invadir así a otra persona? Era uno de los trucos más
inhumanos y desagradables que se podían hacer. Tenía ya la varita en la mano, cuando
Cassandra salió de la niña, tal como había entrado. Miró a Javan.
— No tiene heridas internas... Estará bien... y yo voy a... — se desplomó. Javan
no atinó a sujetarla, y el ruido de su caída trajo a Andrei y Alessandra del otro cuarto.
Alessandra se veía más controlada.
— ¿Cassandra?
— Desmayada, — dijo Javan guardando la varita. — Ella...
— ¿Mamá? — llamó Kathy en sueños. Javan la miró. Los ojos de Kathy
brillaban afiebrados entre sus pestañas. Tendió la mano hacia Cassandra. — ¿Mamá?
— Ayúdame a ponerlas juntas, — le dijo a Andrei, y después de cubrirlas con la
misma manta, se dejó caer exhausto en un sillón.
— Trae ese té, — dijo Alessandra, mirándolo. — Él lo necesita más que yo.
118
Capítulo 12.
Las señales se cumplen.
La mayor parte de mayo pasó sin incidentes. Fue un período tranquilo, donde
parece que no sucede nada que no sea rutina, y nadie quiere que suceda. Las ominosas
advertencias habían quedado en el pasado, y nadie quería recordarlas.
En el menguante, Cassandra fue en secreto a la Cueva del Tiempo, y se llevó a
su sombra consigo. La Llave la dejó en un bosque de cielos violetas y helechos
gigantes. Nita susurró Hogar... con sus facetados ojos, y sacó ella misma los capullos de
122
Cassandra se recostó en el asiento y cerró los ojos. Esa noche, cuando se metió
en la oficina de Javan, buscando un poco de calma, había suspirado pensando que esa
noche ella sería capaz de terminar los cálculos de Tenai. Y tenía razón. Había terminado
con todos ellos. Esa noche, había pensado que eso la tranquilizaría, y ahora sabía que
había estado equivocada. ¡Y cuánto! Apoyó la cabeza entre las manos.
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Otra noche había llegado. Cassandra se había sentido indispuesta una o dos
veces en la semana anterior, pero había logrado disimularlo. No quería que Javan la
126
mirara esperanzado. Él quería tanto ese bebé que no tenían. En cuanto a ella, no estaba
segura. De todas maneras, el malestar se debía a otras causas. Sabía que tenía que
encontrar el collar ahora, antes de que fuera demasiado tarde. Las instrucciones no
dejaban dudas al respecto. Y si para obligarla se valían de ese malestar... Bien. Tenía
que hacer lo que tenía que hacer. Y nadie parecía poder ayudarla. Una extraña ceguera
se había apoderado de todos.
Trató de hablar con Tenai de sus nuevos cálculos, pero ninguno de las abbas
parecía dispuesto a escuchar. Uno tras otro se iban, y ella debía volver a explicarlo todo
otra vez. Fue a ver a Sylvia, después de la danza, pero ella estaba extrañamente relajada,
ahora que el preparado de Dríel mantenía a sus plantas en perpetua floración. Isadora
mantenía una calma antinatural, inducida seguramente por el extraño talismán que había
encontrado. Ni siquiera gritó cuando fue a verla. Fue a ver a Andrei, pero él estaba muy
ocupado en algún asunto y se limitó a fruncir el ceño con interés amistoso, y a no hacer
nada. Aún Javan, quien, al menos desde que estaban casados solía prestarle atención,
solo dijo: ‘Lo enfrentaremos cuando llegue, no antes...’ Era en verdad extraño como
todos parecían cegados y permanecían indiferentes a las advertencias. Y era aún más
extraño cómo ella sentía el deseo de hacer como los demás.
Al fin decidió ir a ver a Lyanne esa noche. Las primeras advertencias provenían
de la Hija del Viento. Y a las esporinas. La primera ayuda que había recibido en el
mundo mágico provenía de ellas. Pero no quiso decirle a Javan, y toda la velada sintió
sus ojos pendientes de cada uno de sus movimientos. Sospechaba algo, presentía el
peligro.
Salieron juntos del comedor.
Ella se estaba poniendo el camisón, y él estaba a punto de meterse a la cama,
pero la sensación de peligro era aguda.
Ella sonrió con expresión culpable, y se acercó con un par de copas. Se movía
sensualmente, las copas llenas de algo dorado y burbujeante.
— ¿Te gustaría...? — susurró con los ojos brillantes y los labios húmedos. Él
aceptó la copa, pero primero la besó. Luego levantó la copa. Bebieron. O eso creyó él.
Ella le retiró la copa de la mano, y lo besó a su vez, lentamente. Cayó completamente
dormido antes de que ella hubiera terminado.
La expresión culpable era más nítida ahora.
127
Aunque era junio y la Puerta del Verano estaba al alcance de la mano, el aire
sabía amargo. Caminó de prisa hacia el bosque. Había demasiado que hacer para una
sola noche. Fue hacia la cascada de los unicornios. Era probable hallar allí a los
centauros, y era el único lugar para hallar a las esporinas. Se apresuró, temiendo perder
el rayo de luna de la medianoche. Al fin, llegó al lugar.
Como siempre, todos los sonidos murieron cuando entró en el círculo de árboles
negros. Fue hacia el centro con la luna. Una inclinación, un giro, una reverencia, y
cuando giró otra vez, un brazo arriba y cerró la mano, la otra mano, una mano de brisa y
hierba, estaba allí para ser tomada.
— Cassandra Troy, viniste, — dijo la esporina.
— Lalaith... — dijo Cassandra. — Necesito respuestas.
La esporina se inclinó un poquito. No dejó de moverse.
— Sabes que él viene... — dijo Cassandra. La esporina giró a su alrededor.
— Necesitaré tu ayuda, — dijo Cassandra. La esporina se detuvo.
Estiró los brazos y movió las manos como hojas en el viento, mientras miraba a
Cassandra con expresión sombría.
— Está bien, — dijo Cassandra. — Entiendo. Gracias.
Cassandra se inclinó, y la esporina desapareció en la luz de la luna.
Capítulo 13.
Polvos de indiferencia.
En el sueño, ella corría ciegamente. Podía sentir las ramitas de los arbustos
arañando su piel. Podía sentir el aire tratando de escapar de sus pulmones. No podía
respirar. En el sueño tropezó con algo cálido que no alcanzó a ver. Podía sentir la
suavidad del contacto de este algo, las manos de este algo tocándola, acariciándola,
sanando sus cortes y rasguños. En el sueño empezó a aparecer la luz, como en un
amanecer. Este algo tibio la abrazaba con fuerza, y ella podía sentir su respiración
cálida, cerca, muy cerca, en su hombro y en su cuello. En el sueño, la luz se hizo más
fuerte, y ella pudo ver. La cosa tibia era un hombre, y se dio cuenta que no era su
marido. Abrió los ojos y salió del sueño.
Le tomó unos segundos recordar dónde estaba. Sintió el peso tranquilizador de la
mano de Javan en su cadera. Aún en sueños, él siempre estaba ahí. Se volvió para
besarlo, y el peso cayó. No era su mano, después de todo. Era el gato. Miró por unos
momentos los ojos amarillos del animal, y lo empujó fuera de la cama.
Javan dormía hacia el otro lado. Miró su espalda por un rato, escuchándolo
respirar. Contuvo las ganas de acariciarlo para no despertarlo, y silenciosamente se
levantó.
— Profesora Troy... — Una voz amable llegó a ella desde lejos. Pestañeó, y
percibió las lágrimas. Se las secó sorprendida.
— Maestro... Prefiero usar el apellido de mi marido, — sonrió.
— Una vieja costumbre. ¿Qué hace aquí tan temprano? El desayuno es a las
ocho.
Cassandra miró alrededor. Las Joyas estaban de nuevo ocultas en los estandartes,
el Cetro escondido, y no quedaba rastro de los Tres.
— Sólo vagando por ahí... — dijo, evitando los ojos del Anciano.
— Cassandra...
Ella torció la boca. Conocía muy bien ese tono, exigente, autoritario... Jamás lo
había podido resistir.
— Hablé con los Tres... Ellos sólo... — estuvo a punto de decir “me
condenaron” pero se limitó a decir: — Sólo dijeron que llegó el tiempo de elegir.
— ¿Y eso fue todo?
Ella asintió con la cabeza.
— Ya veo... — Él fruncía el ceño. — ¿Dónde está su esposo?
— Dormía hace media hora. Creo que yo también voy a dormir un rato más
antes del desayuno.
— ¿Cree usted que él...?
Cassandra lo miró con súbito temor.
— No, — dijo con brusquedad. — Si hay un espía no es él. ¿Qué les pasa a
todos ustedes? Todo el mundo aquí parece ciego...
Una expresión de disgusto cruzó la cara del Anciano.
— No sé de qué está hablando, profesora Troy, — dijo.
Ahora fue Cassandra la que frunció el ceño. Acababa de decirle que no quería
usar ese nombre nunca más. El Anciano Mayor nunca hubiera olvidado un pedido como
132
Javan la despertó besándola y haciéndole cosquillas bajo la manta. Ella abrió los
ojos con una risita. Él parecía demasiado ansioso. La estaba lastimando. Lo miró.
Mientras deslizaba los dedos por sus mejillas, mentón, garganta, lo miró a los ojos, y
encontró aquella fría indiferencia que creía haber dejado atrás en el pasado. Un vacío
helado que había creído adivinar en los ojos del Maestro, más temprano. Y que había
visto en los ojos de otros, antes... ¿Cómo no se había dado cuenta antes? Todos los
demás, todos en el castillo tenían la misma mirada... Después de terminar los cálculos,
Tenai parecía molestarse cuando la veía. Andrei parecía mantener una discreta
vigilancia sobre ella y Javan. Sylvia... parecía que no le importaba nada más que sus
nuevas plantas. Y Gertrudis, y el Anciano... todos en el castillo. Y ella no se había dado
cuenta hasta... ¡Hasta que recuperó el collar! ¿Por qué Javan no había querido ayudarla
a buscarlo? Se sintió súbitamente incómoda, pero la blanda respuesta que le había dado
a su marido lo había tranquilizado un poco, y ahora él apoyaba la cabeza sobre su
pecho. Ella torció la suya para susurrarle algo.
— ¿Qué dijiste? — se sorprendió él, y la miró con los ojos brillantes.
Ella se lo pidió otra vez. La besó profundamente antes de aceptar.
La sala de los baños era un amplio espacio cerrado. Había tres bañeras para
elegir: la de mármol negro, muy llana, en el rincón, adecuada para sentarse y meditar
bajo un delicado rocío perfumado y tibio. La bañera rosada se parecía más a la piscina
de un parque acuático que un lugar donde higienizarse. Cuando alguien se metía en ella
aparecían dos deslizadores de agua, uno de ellos con tirabuzón, y cuatro o cinco
surtidores, uno de ellos de espuma. No era el lugar más adecuado para relajarse.
Cassandra eligió la última piscina. Rodeada por cuatro columnas blancas, y
separada del resto de la habitación por delicadas cortinas de gasa. Era la más tradicional,
la más sencilla, y la más adecuada. En uno de los lados de la habitación, discretamente
separados del resto, estaban los vestidores. Cassandra cerró la puerta desde adentro para
no ser molestados, y dejó la muda de ropa limpia en el banco. Un solo pase de la varita
solucionó el problema.
133
Tan pronto como Cassandra salió del cuarto, Li’am, el gato saltó a su hombro y
se acurrucó allí, alrededor de su cuello. Javan lo miró con una expresión de fastidio que
recordaba a la que ponía cuando veía a Siddar en forma de águila. Cassandra abrió la
boca para preguntar, pero no lo hizo.
— Vamos a desayunar, — dijo, con coquetería.
Él sonrió y la siguió.
La mesa del desayuno estuvo más extraña que nunca. Cassandra se sentía como
si ella y Javan hubieran entrado en una casa de zombis. Se sentía incómoda, y no pudo
comer mucho. Javan se comportaba con normalidad, pero era el único.
— Discúlpame, — dijo de pronto. — No me siento bien...
135
Andrei se volvió hacia ella, solícito, pero ella creyó ver un brillo metálico en sus
ojos.
— ¿Pasa algo malo? — preguntó. Su voz sonaba normal.
— No... Sólo... No me siento bien... — dijo ella parándose con la servilleta sobre
sus labios. — Discúlpame.
Y se retiró rápidamente, dejando caer al gato por el camino.
Javan encontró las habitaciones cerradas con llave cuando bajó de nuevo. Llamó
a la puerta.
— ¿Sí? — respondió Cassandra con la voz quebrada.
— Soy yo, — dijo él.
Ella abrió la puerta, miró a ambos lados del pasillo y cerró rápidamente.
— Me estoy volviendo paranoica, — se disculpó.
— No. Los dos nos estamos volviendo cuerdos, — dijo él sombríamente.
— Encontré esto en mi ropa, — dijo ella mostrándole un pañuelo manchado de
algo que parecía hollín. Javan tomó cautelosamente el olor, e hizo un gesto de disgusto.
— ¿Metamórfica muerta? — preguntó dudoso. Cassandra asintió.
— Quizá... ¿Se fueron ya a sus habitaciones?
Javan asintió.
— Necesito estar sola. Usaré el espejo. Creo que es tiempo de despertar a mis
socios, como tú dices...
Él sonrió.
— Estaré en mi estudio.
de él, como ya lo había hecho muchas veces este año, el espejo acumulaba energía y se
transformaba en una puerta. Lo que había sucedido antes por accidente, lo hizo ahora a
propósito. Tocó el cristal con la Piedra del Corazón en su collar.
Su propio reflejo fluctuó y se transformó en el de Solana, que en este momento
se peinaba distraída, mirando al espejo como si esperara algo. Cassandra se llevó un
dedo a los labios, entró en el espejo, y tomó la mano de Solana para que hiciera lo
mismo.
Estaban en un corredor estrecho, revestido de espejos. Los de ellas, frente a
frente, estaban oscurecidos. Los nomeolvides rodeaban al de Cassandra. Cassandra
retiró la segunda corona, y la dejó alrededor del espejo de Solana.
— Este es un espacio virtual, abierto para nosotras ahora... Tenía que hablar
contigo, — dijo en voz baja.
Solana la miró asustada.
— Sonja dice que tú les enseñaste que este es...
— Un lugar prohibido. Este no es el verdadero recinto tras el espejo, no te
preocupes. No contaminaría tu magia adrede.
— ¿Y entonces?
— Tenía que hablar contigo. Estamos en peligro. Tienes que recordar el
Corazón... Y Calothar y Drovar también...
Solana retrocedió, frunciendo el ceño. El hechizo de indiferencia no se rompía
aquí. Cassandra buscó en sus bolsillos.
— Toma, guarda esto... — dijo, tirando de la mano de la muchacha para dejar en
ella tres ramilletes de flores. — Uno para cada uno de ustedes tres.
Cuando la mano de Solana se cerró sobre las flores, su primera expresión fue de
perplejidad. Sacudió la cabeza como si fuera a negarse, y la volvió a sacudir como un
perro que sale del agua.
— ¿Qué... qué me pasa? Me siento diferente.
— Había un hechizo sobre ti. Todavía está sobre los demás. El ramillete lo
desvía. Sol, tienes que despertar a Drovar para que consiga ayuda, y a Calothar también.
No lo deben atrapar.
— Pero...
— No discutas. Tu ya viste de qué se trata en el espejo del Corazón. Ustedes
huirán, y buscarán ayuda. Drovar sabe a quién recurrir.
137
Solana abrió la boca, a medida que las imágenes regresaban. Apenas logró
articular:
— En el espejo tú...
— Asesinaré a Javan. Lo sé. Haré lo que sea necesario. Soy la Guardiana... —
Los ojos de Cassandra relampagueaban helados. — No te preocupes. El Trígono
sobrevivirá. Solo estén preparados.
Solana se limitó a una mueca de duda.
Los días que quedaban hasta la Puerta del Verano fueron todavía más extraños.
Nadie parecía darse cuenta de lo cercana que estaba la fecha. Todos trabajaban como
autómatas. Cassandra quitó las flores del espejo y cuidó de sus plantas como si nada
hubiera sucedido. Javan se comportaba como los demás. Solana no era tan buena actriz,
y empezaron a vigilarla. Cassandra misma se sentía observada.
Drovar fue repentinamente reclamado por los Dro; al parecer su hermana
Dromelana estaba enferma. Pero Cassandra notó que había un búho pardo rondando las
torres. Calothar parecía ajeno a todo.
Cassandra se sentía aislada y vigilada. Javan no le hablaba ni siquiera cuando
estaban solos, y el gato no se separaba de ella.
El día de la Puerta, pensó que no lo soportaba más. Estaba pensando en llevarse
a Javan a la cascada de los helechos, o a la cabaña, o a cualquier otra parte, y contárselo
todo de nuevo. Lo que fuera, pero que todo volviera a ser como antes. Subió a la cena
pensando en eso, con el gato alrededor de su cuello como siempre.
Sintió un frío extrañamente familiar cuando subió las escaleras. Se detuvo junto
a las puertas del comedor. Aquí, hacía unos años, había encontrado a seis horrores y a
Sirviente, entregándole el ultimátum al Anciano Mayor. El Anciano se había negado.
Esta vez el frío era el mismo, pero el desenlace sería diferente.
Encendió las luces mecánicamente, y le sorprendió la cantidad de personas
estaban ya en el comedor. Se dirigió a su lugar, tratando de no mirarlos demasiado.
Parecía que estaban todos. Amerek, que jamás bajaba de su torre; Bjrak, Tenai,
Gertrudis, Sylvia, Keryn... ¿Keryn? ¡Si Keryn nunca entraba en el castillo!
Buscó a Javan con la mirada, y encontró la de Andrei que la vigilaba con el ya
habitual destello plateado. Se estremeció cuando halló el mismo destello en los ojos de
Javan. Estaba sola. Llegó a su lugar, y bajó la vista hasta su plato vacío.
138
Capítulo 14.
La Serpiente.
— Tal vez quieras comprobar su muerte por ti mismo, — dijo ella, y con un
movimiento de la varita, hizo volar el cadáver hasta la mesa más cercana. Cassandra se
acercó, y se sentó a su lado, tomándole la mano como si estuviera vivo.
— En cuanto a lo demás... ¿Qué podrías darme, mi señor? ¿Qué, que yo no
tenga o pueda obtener por mi cuenta? — Cassandra miró a la Serpiente a los ojos sin
pestañear. — ¿Todavía no sabes lo que quiero?
— No, Troya. ¿Qué es lo que quieres? — La diversión se había desvanecido de
sus ojos. ¿Podría ser que tuviera miedo?
— Lo quiero todo. No puedes darme más poder mágico, así que quiero todo lo
demás.
Althenor la miró, todavía sin comprender. Cassandra se rió sin ganas.
— Conocimiento. Inmortalidad. Dominio. Control. El tiempo y el espacio para
ejercer el poder de la Guardiana, sin las trabas que los Tres están siempre interponiendo
en mi camino... ¿No lo ves? Quiero que elimines a los Tres, eso es lo que quiero...
Hubo un silencio, solo roto por el sonido de la respiración de los espectadores.
Althenor clavó sus fríos ojos en ella, evaluándola.
— De acuerdo, — dijo finalmente.
Cassandra torció la boca.
— Muy bien, — dijo. Movió la mano libre, y dijo unas palabras en el antiguo
lenguaje. Los ojos de los aprendices se cerraron. — Los enviaré a sus dormitorios.
Puedes poner un par de tus inútiles sirvientes en los pasillos, si quieres. No harán nada
sin una orden mía.
Agregó un par de palabras más. A una, los muchachos se levantaron y
comenzaron a caminar hacia las puertas. Algunos de los sirvientes de Althenor los
siguieron.
— Sáquenles las varitas, idiotas, — dijo Althenor.
— Sí, no queremos un motín, ¿verdad? — se burló Cassandra. — Y hablando de
varitas...
Buscó entre las ropas de Javan, y tomó la varita negra. La partió en dos.
— ¡Espera! Dame los Ojos...
— Demasiado tarde, mi señor, — dijo ella mostrando los pedazos. — Los Ojos
del Vigía buscarán un nuevo dueño...
143
Cassandra llegó a sus habitaciones, cerró la puerta con llave y las piernas
dejaron de sostenerla. Cayó al suelo, la espalda contra la puerta, jadeando. Estaba a
punto de gritar de desesperación. Se agarró la cabeza con las manos y se desahogó en
sollozos de miedo y angustia. Luego de unos momentos pudo controlarse lo suficiente
como para trabajar. Se levantó y fue hacia el espejo. Solana la estaba esperando. Había
visto todo en el cristal, acompañada por Calothar.
— Lo hice, — dijo Cassandra al espejo.
El reflejo abrió la boca horrorizado.
— Sólo asegúrate que Calothar llegue a la cueva de los helechos, como te dije.
Drovar ya debe haber contactado a Siddar y los otros... Buena suerte.
Hubo una pequeña pregunta desde el espejo.
— Estaré bien. Él estará ocupado conmigo y no mirará en los jardines, ni en el
bosque. Pero deben darse prisa. Tengan cuidado.
Cassandra cerró el espejo. Primera etapa cumplida. Escuchó cuidadosamente el
corredor. Todavía no venía. Se transformó en una brisa suave, y voló afuera por la
claraboya hacia la ventana de Andrei.
Se transformó en brisa otra vez, y paso por debajo de la puerta para revisar los
corredores.
Los corredores estaban desiertos. Las voces venían del comedor, donde los
sirvientes de la Serpiente se hacían servir por los edoms. Los edom obedecían en
silencio. No se dejaron ver ni se hicieron sentir en ninguna forma. Cassandra respiró
tranquilizada.
No entró en el comedor. Temía que Althenor pudiera verla. Ahora caminaba
lentamente frente a los estandartes, balanceando su varita, y mirando con los ojos
entrecerrados el bordado de la Naga. Una débil sonrisa curvaba sus labios como si
pensara...
Sí. Tú me traicionaste, abuelo. Ahora yo te traicionaré a ti. Y hasta que el Gran
Signo no se resuelva, no puedes intervenir...
Cassandra sacudió su cabeza de aire, perturbada. Los pensamientos de la
Serpiente le resultaban punzantes como agujas. Sopló lejos de las ventanas del comedor,
y no logró ver al búho rojo por ninguna parte.
La ventana del Anciano Mayor estaba abierta, tal como ella esperaba. El anciano
estaba sentado a su escritorio, buscando algo pacientemente en un gran libro. Cassandra
se sentó frente a él, de nuevo en forma humana.
— Liberé a Solana. Ella y Calothar huirán esta noche. Buscarán a Drovar y la
ayuda que él haya podido conseguir. Supongo que Siddar, tal vez Adjanara, los
centauros... No sé con qué otros contaremos... Pero tenemos que resistir solos hasta el
Eclipse... — dijo.
El Anciano la miró.
— Mató a Javan, — dijo el Anciano.
Cassandra sacudió la cabeza vigorosamente.
— ¡No, no! La Guardiana no puede matar... No lo maté... Lo cambié. Lo envié
lejos, y sustituí su cuerpo por uno falso. Por eso lo quemé cuando la figura estaba por
destruirse. No podía dejar que Althenor lo revisara... Ni que tomara los Ojos del Vigía...
No se me ocurrió otra manera de protegerlo...
Los ojos del Maestro relampaguearon.
— Usted sabe que él quiere matarlo, que lo considera un traidor, — agregó ella.
El Anciano asintió gravemente.
146
— Cassandra...
— No. Todo saldrá bien, Maestro. Sólo tenemos que ser más fuertes y astutos
que él...
El Anciano bajó la vista a los ramilletes que aún tenía entre las manos. Cuando
levantó la cabeza, ella ya se había ido.
Capítulo 15.
La Bailarina.
Subió a los pisos superiores a las nueve. Tomó las escaleras de servicio hacia las
cocinas, y ordenó a los edoms que sirvieran a los aprendices y profesores en sus
habitaciones, y a los “invitados” en el comedor. Se comportó como si fuera la dueña de
la sombra de todos ellos. Delante de ellos llamó a Nita, y le ordenó alimentar al Glub
del calabozo cerrado. Ahora, dijo con altivez, y encárgate personalmente.
Los demás no intervinieron. Normalmente ella dejaba que se repartieran las
tareas como quisieran, y nunca, nunca los había tratado así. Pero ahora... Bien, no
podían hacer nada, en tanto ella cuidara de los capullos de Nita. Ella se acercó a darle
unas palmaditas entre los facetados ojos, y deslizó una piedra blanca en su pata. Nita la
miró un segundo, y luego desapareció a través de la pared.
— El desayuno del señor es para las diez, — ordenó antes de salir. Los edom no
respondieron.
Eran las once cuando Nita apareció frente a ella, en su dormitorio. Ella levantó
la vista del pergamino que estaba leyendo.
— ¿Ha desayunado ya el señor?
Sí, señora, dijeron los ojos.
— ¿Han llevado a alguien de los profesores o de los alumnos ante él?
No, señora.
Ella detuvo la mano en el aire, y miró profundamente en los ojos de Nita. Leyó
lo que necesitaba saber.
— Entonces, Nita, tráeme un té, por favor, — dijo con una pálida sonrisa.
Subió de nuevo las escaleras cuando ya era mediodía. Pasó por la biblioteca
principal, y tomó uno de los libros del fondo; uno negro y plateado. Luego se dirigió al
comedor.
Los gritos que venían de allá la hicieron estremecerse. Era Andrei. Y la voz de
Sirviente... Brekor, Felpudo, como lo había bautizado ella, lanzándole una maldición.
Más gritos. Escuchando cuidadosamente, también se oían respiraciones entrecortadas.
¿Podían haber traído al resto de los profesores para presenciar la tortura? ¿Y para qué?
149
Cassandra demoró el final de la comida tanto como pudo. No era que tuviese
hambre; era que temía lo que seguiría después. Pero inevitablemente, el almuerzo
terminó. Ella trató de escapar de Althenor, pero él no se lo permitió. La había estado
vigilando durante todo el almuerzo. Las expresiones cambiantes en su cara delataban el
rumbo de sus pensamientos. Desconfiaba, y quería asegurarse de su lealtad. Cassandra
estaba preparada. Por eso, ella no se sorprendió demasiado cuando él le dijo, con una
especie de diversión en su voz.
152
— Por favor, mi señora. Ahora bailarás para nosotros. Una danza ritual, como
las que has danzado para ellos. Me dijeron que eres muy buena bailarina...
Cassandra lo miró y sonrió, pero no trató de excusarse. No hubiera funcionado.
Él andaba tras algo, y ella debía evitar que eso terminara en alguna muerte. Así que le
hizo una pequeña reverencia y fue hacia el centro del salón. Sabiendo cómo afectaba
eso a los servidores de la Serpiente, movió la mano para abrir un espacio entre las
mesas, y de nuevo para dibujar el círculo. No hubiera sido tan impresionante su hubiera
usado la varita.
Y dejó caer agua en el círculo por entre sus manos vacías; y sopló una brisa fría,
mientras giraba una segunda vez. Y luego de eso, dejó caer polvo de cristales, y en la
última vuelta, chispas rojas encendieron las llamas.
Golpeando las manos sobre su cabeza, sacó dos cintas de la nada, una de luz y
otra de sombras; y las cintas flamearon y ondearon tras ella, siguiendo sus movimientos,
salpicando en ondas de luz y oscuridad. Mientras bailaba no sonreía, concentrada en el
poder que debía mostrar pero no liberar hacia los espectadores. Si hubiera podido, lo
hubiera dejado fluir hacia sus amigos, pero no estaba en condiciones de seleccionar a
quién del auditorio iba dirigido el flujo mágico. Casi flotaba ahora, como una pluma que
caía. Y terminó girando agazapada contra el piso. Las cintas de luz y sombra cayeron y
se disolvieron en silenciosas ondas, y Cassandra levantó el brazo. Un destello de luz lo
anunció, y más de uno de los espectadores se estremeció. Cuando ella se levantó, tenía
en sus manos el Cetro. Las cuatro Joyas estaban engarzadas en su cabeza: el triángulo
con el zafiro al centro, centelleando al sol. Cassandra se detuvo, se enderezó, y saludó
con una inclinación.
Clap, clap, clap. Althenor aplaudía lenta y burlonamente. Ella sonrió otra vez. Él
extendió la mano.
— ¿Qué es eso? Déjame ver, — dijo él.
Ella frunció los labios. Era tan predeciblemente igual a Zothar.
— Es mío. Ven por él... si te atreves, — le dijo.
Althenor se levantó. Ella le apuntó con el Cetro. Las Joyas chisporrotearon y
empezaron a acumular luz peligrosamente. Él se detuvo, y ella se rió.
— Es el Cetro de los Tres. Pertenece a la Guardiana. No puedes tomarlo, y no
puedo dártelo... aún si lo quisiera.
— Muy bien, — dijo él en voz baja, pero cada músculo de su cuerpo era una
amenaza.
153
Ella se arrodilló a su lado, y le tomó las manos. Estaban frías. Tocó su frente y
sus mejillas sacudiendo la cabeza.
— Ojalá no estuviera tan cansada, —murmuró. — ¡Fuego de Arthuz! Dale
nueva fuerza a este servidor de tu Rama...
Un destello de llamas brilló brevemente bajo sus manos, en la frente, el corazón
y las manos de Andrei. Él abrió los ojos y pestañeó.
— ¿Estás bien?
— Sí... ¿Qué... qué pasó?
— Te maté, como te dije que lo haría... Pero ahora ustedes dos tienen trabajo que
hacer. Andrei, ¿podrás...?
— Si tú puedes, yo puedo, — le dijo Andrei, haciendo un esfuerzo para ponerse
de pie. Cassandra lo ayudó. — ¿Qué pasó contigo?
— Vino anoche... pero yo no recuerdo nada. Tiene una cicatriz en la mejilla que
creo que le hice yo...
Javan la hizo volverse en redondo, la tomó de las manos y la miró a los ojos.
Había miedo en los suyos, cuando Cassandra lo miró. Movió la boca, pero no dijo nada.
Cassandra sonrió apenas y lo besó.
— No te preocupes, — le susurró. Javan se estremeció.
— Ven a ver esta cosa, — logró decir él con voz ronca. Y la llevó donde el
Triegramma. — Anoche estuvo centelleando, llameando y chisporroteando toda la
noche, en especial en la madrugada. Está quemado en algunos lugares.
Cassandra miró lo que él le indicaba. Tenía razón.
— Supongo que utilicé el poder para rechazar a Althenor. Creo que él trató de
hacerme lo mismo que a Kathryn...
Javan le apretó los brazos tan fuerte que ella se quejó. Pero él no podía decir
nada.
— Seguiremos luchando, sabes que tenemos que hacerlo... Estaré bien.
Él sólo la rodeó con los brazos y la abrazó fuerte, sin una palabra.
poder ya maduro. Tenía que seguir distrayéndolo. Javan había protestado y discutido
mucho rato su plan. Libre ahora de los polvos de indiferencia, como casi todos en el
castillo, no quería dejarla sola con la Serpiente. Luego de una larga discusión,
Cassandra lo convenció. Tenían que salvar a Kathy primero.
Cuando Andrei pudo moverse con más soltura, él y Javan habían usado el pasaje
a la cabaña y habían regresado desde el otro lado. Cassandra los hizo pasar a través de la
frontera. Debían llegar al jardín de Ingelyn lo antes posible. Allí, le habían dicho a
Drovar que llevara los refuerzos. Allí... Por un momento, Cassandra pensó que qué
harían si no había nadie. ¿Podrían vencer solos? Javan le apretó la mano en las sombras
de la mazmorra a oscuras. Él estaría con ella al menos. No tenía noticias del Interior,
pero Javan le prometió contactarse con la Hija del Viento. Él suponía que Lyanne era
más que suficiente para levantar a todo el bosque de los centauros, y Nero y Ara harían
lo mismo con los otros habitantes del Interior si lograban comunicarse con ellos. Como
sea, en el bosque sería más fácil encontrarlos. No sabía qué haría Nakhira, pero de todas
maneras, la Dama de blanco era un ser extraño, tan propenso a la traición como el
mismo Zothar, o Althenor. No iban a bajar al lago para buscarla.
Viendo su preocupación, Andrei se acercó a ella.
— Si te sirve de consuelo, tenemos algo más para defendernos... — dijo, casi
avergonzado. Javan lo miró y asintió. Cassandra los miró con curiosidad.
Andrei sacó su varita, el bastón blanco que usaba cuando estaba ciego, y lo
sostuvo entre las manos como hacía Javan cuando quería llamar a la Vara del Vigía. La
Vara de Andrei creció, se torneó sobre sí misma como una llama, y de pronto fue
también la Vara de un hechicero.
— El regalo que me trajiste... — dijo Andrei, — es en verdad poderoso...
Cassandra miró la vara. En el lugar de la piedra de poder, centelleaba una
burbuja de cristal con una flama roja dentro. El huevo de hikiri.
— Ahora Andrei tiene poderes similares a los tuyos, al menos en cuanto al fuego
y al agua, — dijo Javan. — Aunque nadie viniera, podríamos defendernos...
— No, no en este momento. En el Eclipse. Hasta ese momento, cualquier cosa
que hagamos será para mal. El Signo debe formarse y llegar a su plenitud antes de que
podamos revertirlo. Javan, Andrei... Confío en ustedes.
Javan la abrazó y la besó. Andrei se limitó a darle unas palmaditas en el hombro.
— Confía también en los otros. Siddar no nos dejará, ni Adjanara, ni los otros
Varas del Círculo.
156
— Pero Hafnak...
— Hay otros Varas aparte de ese traidor, — dijo Andrei con los dientes
apretados.
Javan la estrechó de nuevo contra él, pero no hizo comentarios.
Se habían ido hacía unos momentos, y ella les había encomendado que se
reunieran con los otros en el bosque, en el jardín de los helechos de Ingelyn... A ella le
quedaba una hora, y pensando en ellos se recostó un momento. Se quedó dormida.
Capítulo 16.
Magia oscura.
veía mirar alrededor, asustados, y deseaba ir con ellos y tranquilizarlos. Vio a Norak
acercarse a Ryzhak como por descuido, y decirle algo. Luego se alejó hacia otro
muchacho. Ryzhak continuó comiendo con tranquilidad, y Cassandra miró a otro lado.
Cuando volvió a mirar, Ryzhak se había levantado y hablaba con Membrill. Más tarde,
vio a Membrill inclinándose hacia Anika. Sí, Norak había pensado algo, y se alegró de
no saber de qué se trataba. La Serpiente podría espiar sus pensamientos.
A las nueve, las mesas habían sido vaciadas, y Althenor entró en el salón con
aspecto de estar sumamente complacido. Traía al Anciano Mayor consigo, y le indicó un
asiento, separado de los estudiantes.
Cassandra reprimió un escalofrío. Él era poderoso, lo suficiente como para
romper el sello con que ella había cerrado su hechizo de obediencia. Se estremeció,
pensando que lo estaba subestimando. Sintió que se hundía en la desesperación. Miró a
Norak, pensando decirle que mejor no intentara nada, y la visión de un jazminero
florido inundó su mente, junto con la voz de Norak. La desesperación es una trampa,
no te dejes arrastrar... Y luego nada. Cassandra desvió la mirada, confortada por la luz
que vio en los ojos del muchacho. Tenían que resistir. Miró al Anciano Mayor, y detectó
un ligero asentimiento en su mirada también. Apretó los dientes y continuó.
Althenor había empezado su clase. Se había vuelto a los aprendices, y los
examinaba con aire de superioridad. En esto, al menos, tenía razón: nadie estaba más
cerca de la magia oscura que él.
— Bien, pequeños magos y brujos; llegó el momento de que aprendan algo útil
al fin... — dijo, barriendo el salón con una mirada malévola. Los muchachos lo
miraban, muchos de ellos pálidos, muchos de ellos nerviosos, muchos de ellos
aterrorizados. Todos ellos habían escuchado de la Serpiente, y tenerlo ahí adelante era
más de lo que muchos podían soportar.
— Como primera lección, — dijo, — aunque no es sobre magia... Como primera
lección, aprenderán a no tratar de engañarme.
Estaba ahora mirando a Cassandra, que le devolvía la mirada. Su voz había
sonado dura y fría. Metió la mano en su bolsillo y sacó un ramillete de flores. Lo mostró
a sus servidores, detrás de los estudiantes.
— Esto es un absurdo amuleto de protección. Inútil ahora, — dijo. Sopló sobre
las flores y el ramo se ennegreció y marchitó. Las flores se deshicieron en cenizas. De
los bolsillos de la mayoría de los estudiantes otros puñados de cenizas salieron y se
unieron al remolino que se formaba frente a Cassandra. Ella notó que de algunos
160
bolsillos no salía ceniza. Alguien los había traicionado, pensó, cuando los jazmines
invadieron su mente otra vez. Esta vez no hubieron palabras. Solo la imagen del ramo
que Althenor había sostenido. Había algo mal en ese ramo; no era el mismo que ella le
había dado a Norak y a los otros muchachos. La imagen desapareció antes de que ella
pudiera llegar a ninguna conclusión. Ocultó como pudo su confusión.
— Bonito truco, — dijo a la Serpiente, fingiendo calma absoluta. Y a su vez,
sopló sobre las cenizas que se arremolinaban en la brisa. Las cenizas cambiaron de color
y desaparecieron. — Bonito truco. ¿Y ahora qué?
— Trataste de engañarme otra vez, pequeña Troya, — dijo él. Ella se encogió de
hombros.
— Claro. ¿Qué otra cosa esperabas de mí? Sigue con tu clase, profesor...
La burla impregnaba su voz de nuevo. Él la miró unos momentos más, furioso.
No pudo evitar que la mano que sostenía la varita temblara. Pero se contuvo antes de
levantarla.
— Tienes razón, Troya, — dijo finalmente. — Tenemos cosas importantes que
hacer hoy. — Y se volvió a los estudiantes.
Cassandra se sentó allí, escuchando. No hizo ningún movimiento. Observó al
Anciano, sentado frente a ella y leyó la preocupación en su cara cansada... Pero también
vio la fuerza en el fondo de sus ojos. No sonrió, pero la hizo sentir mejor. Volvió su
atención a los aprendices. Algunos lo escuchaban ansiosamente, sin perderse una
palabra. Otros, con miedo. Para algunos de los aprendices, este era un mundo nuevo, y
Cassandra sabía cuánto atractivo tiene lo desconocido. El salón parecía dividido. Había
un grupo, a la derecha, cuya expresión era de lo más perturbadora. Una mirada de
superioridad hacia sus compañeros, y de tranquila aceptación a lo que la Serpiente iba
diciendo. Estaban en su elemento, y la magia oscura no les era ajena. Cassandra se
estremeció. Norak estaba precisamente junto a ellos. A la izquierda, estaban los otros,
con Drovna y Sonja al centro. En ellos, la expresión era de franco rechazo. Por un
segundo, Cassandra creyó ver la sombra de una llama en el estandarte detrás de ellos: el
fénix de Arthuz. Miró hacia el otro lado, pero el estandarte de Zothar permanecía
indiferente. Como los Tres habían dicho, estaba sola. Se movió en su asiento, incómoda.
Él se volvió hacia ella.
— ¿Crees que es una clase demasiado teórica? — preguntó. Ella se encogió
ligeramente de hombros. Una clase práctica podría ser mucho peor.
— Me han dicho que te especializas en espejos. ¿Te gustaría mostrárnoslo?
161
— Hace mil y pocos años... — sonrió Cassandra. Los magos a la cabeza de las
mesas se levantaron. Cada uno sacó su Vara, y apuntaron al centro del espacio dejado
por las mesas. Una de las varas estaba formada por tres serpientes entrelazadas. De los
rayos unidos de las tres varitas se originó la visión de un árbol, el Árbol de las Tres
Ramas. — En esa época, los Tres solían abrir el Interior de esa manera. Sólo mucho más
adelante construyeron las Puertas...
— ¿Es la Puerta de la Primavera? ¿Van a entrar? — soltó Drovna. Althenor hizo
un gesto de disgusto.
— No. La tradición de abrir el Interior solo en Primavera es mucho más reciente.
De hecho data de una... intromisión que se dio en una prueba de hechicero... ¿No es
verdad, mi señor? — preguntó Cassandra de improviso. La Serpiente asintió,
complacido al ver el miedo de nuevo en las caras de los muchachos. Cassandra se
volvió a ellos, para que él no pudiera verle la cara a ella.
— Estás perdiendo el tiempo, mi señora, — dijo él con aspereza.
— No. Estoy enseñando. Enseñar y aprender lleva tiempo, — dijo ella. — Ahora
la invocación para ver el futuro es...
— ¡Basta! Muéstrales lo que ellos nunca les enseñarán. — Él ordenaba ahora.
Cassandra se encogió de hombros y dio la espalda a la Serpiente y al Anciano Mayor.
Habló en el mismo tono tranquilo que usaría si hubiera estado a solas con ellos en su
salón de viajeros.
— He tenido esta discusión con mi esposo y el Anciano docenas de veces. Ellos
me prohibieron muchas veces hablar ciertos lenguajes, sobre todo para hacer ciertas
cosas. Como abrir un espejo. Creía entonces, y creo ahora, que las raíces de la magia
oscura y la magia blanca son las mismas; ramas de un mismo tronco. Y no necesitan
tener miedo de las sombras... si son fuertes.
La expresión del Anciano Mayor era de verdadero espanto ahora, según
Cassandra notó al volverse. Althenor la observaba complacido. Ella estaba a punto de
hacer lo que él quería. Ella se paró frente al espejo y murmuró unas palabras. La
superficie se puso muy oscura de pronto, y onduló como agua. Hubo un destello de
fuego blanco, y el espejo volvió a reflejar la habitación. El cuarto, no la gente. Ella
habló en un susurro, como temerosa de llamar a los demonios del espejo.
— Ahora este espejo es un pasaje hacia otros espejos, otros lugares. Incluso el
Interior, si tienen el poder para mantener el portal. El encantamiento para transformar el
espejo en un pasaje en el tiempo está fuera de mi alcance. Tal vez, pero no estoy segura,
163
su túnica, y trepaban a ella como lo haría cualquier mascota. Ella los empujó y cerró la
puerta.
— Si no quieres ver lo que hay detrás de las otras puertas... volvamos al castillo,
— dijo ella.
Entró en sus habitaciones casi tropezando con sus propios pies. Cerró la puerta,
pero no la trancó. Cayó sobre la cama, dormida antes de tocar la almohada con la
cabeza. Un ligero temblor en la superficie de piedra de la pared precedió a la salida de la
sombra. Él cerró la puerta con llave, y después de cubrir a Cassandra con una manta, se
sentó en la mecedora a velar su sueño.
167
Capítulo 17.
El Equilibrador.
Hacia las dos de la mañana, el silencio en el castillo era tan profundo que todos
los ruidos sonaban claros y definidos. La respiración rítmica de Cassandra, el crepitar
del fuego, los siseos de desagrado de Joya, todavía vagando por el castillo, las pisadas
en la escalera. ¿Pisadas? Él venía. Debía actuar con rapidez. Se levantó y fue hacia la
cama. Ella no resistiría otra noche. Lo que sea que él le hubiera hecho, lo había hecho
bien. Estaba más agotada que la vez que trató con los del Escarabajo, Abajo. Así que
reforzó el hechizo de la cerradura, y envolviendo a Cassandra en la capa de piel, se
metió en el ropero.
La piedra blanca abrió la puerta al Corazón, y el Jardinero estaba allí, justo junto
al camino de entrada.
— Cuídala, — murmuró, dejando a Cassandra recostada contra el tronco. El
árbol bajó un par de ramas y cubrió a Cassandra con una espesa cortina de follaje. Él se
volvió para irse. Un susurro de hojas le detuvo, y se dio cuenta, sorprendido, que
comprendía.
— ¿Qué? ¿Esperar? ¿Para qué? — Él miraba al árbol con cierta indignación. —
Realmente, no tengo tiempo que perder...
El cielo tormentoso se veía negro, y el viento soplaba frío y húmedo. Miró en
dirección al bosque. Un relámpago lejano, en el cuadrante de Zothar le permitió ver
algo que volaba hacia él. Los objetos planearon y se posaron en su mano. Eran tres
hojas: una de oro, una de cristal, una de cobre. Las miró: otro símbolo: fuego de Arthuz,
viento de Ingarthuz, tierra de Ingelyn. Sólo faltaba una. ¿A quién apoyaría Zothar? Otro
relámpago, y vio la hoja de plata que flotaba, reluctante hacia él. La atrapó en el aire, y
la metió en el bolsillo con las otras tres.
— Gracias, — gruñó, y volvió al ropero de Cassandra, reteniendo el collar de la
Guardiana.
El Jardinero se había trasladado a la orilla del lago. El color del cielo, aquí en el
corazón, anunciaba el amanecer. Cassandra estaba probablemente a punto de despertar.
Caminó hacia el árbol del Anciano Mayor y el árbol hizo sus ramas a un lado para
mostrar a Cassandra, todavía dormida.
Javan se sentó junto a ella, acariciándole las mejillas y el cabello. Ella se movió
en sueños. Él la acarició un poco más, y ella abrió los ojos.
— Hola, — dijo con un hilo de voz. — ¿Dónde estamos? ¿Qué pasó?
— Él te drogó, para poder hacer lo que ha estado intentando las dos últimas
noches. Tomé tu lugar. Se fue.
Ella frunció las cejas.
— ¿Tomaste mi...?
— Me transformé en ti. Estamos en el Corazón. Pensé que sería lo más seguro...
Javan la observó. Ella no había tratado de levantarse. Parecía totalmente carente
de fuerzas. Como si se lo estuviera confirmando, ella volvió a cerrar los ojos.
Él buscó en sus bolsillos. Las cuatro hojas, que le habían dado una capacidad de
transformación parecida a la de ella, estaban todavía ahí. Las puso en la palma de la
mano, formando un cuenco, tocándose una con otra, y las hojas se fundieron par formar
una copa. Se inclinó hacia el lago, y llenó la copa con agua clara. Las aguas de la
Primera Guardiana debían ser curativas. Levantó la cabeza de Cassandra y le hizo beber
un poco. Ella tosió, y entonces bebió el resto.
— Gracias, — dijo. Estaba completamente despierta ahora, y notó la expresión
sombría de Javan. — ¿Qué pasó?
Javan volvió a sentarse junto a ella y empezó a contarle.
— ...y dijo que tú habrías entendido, — terminó.
— Bueno, no lo entiendo. ¿No dijo lo que era? — preguntó ella.
— No. ¿No lo sabes? — preguntó él a su vez.
— No. A menos que fuera un Horror. Uno de veras, no como los que le mostré a
la Serpiente.
— ¿Hiciste qué, perdona? — Él la miraba con los ojos muy abiertos.
— Él quería que hiciese magia oscura frente al Jardinero y a los muchachos. No
sé para qué. Así que usé un espejo... Pero en lugar de abrirlo, les hice creer que lo abría,
y usé un encantamiento para mostrar temores... Les conté algo de una habitación con
tres puertas, y cuando puse en marcha el encantamiento, eso fue lo que apareció...
172
Capítulo 18.
El Gran Signo.
El día del Eclipse amaneció envuelto en nieblas, pero durante la mañana, las
nubes se aclararon y el sol se levantó, brillante en un cielo límpido. Ella había revisado
arriba, el comedor y los salones de clase, pero Althenor no estaba allí. No apareció en
toda la mañana. Los sirvientes del señor no se le acercaron. Algunos estaba atareados,
llevando diversos objetos a la Puerta del Interior. La Serpiente planeaba entrar apenas
tuviera el poder que el Signo habría de otorgarle. El Signo y el Cetro de Cassandra.
Suponía que podía o bien entrar y realizar alguna clase de conquista militar, o
simplemente tomar el poder de los Tres. Cassandra no sabía los detalles de su plan, y
mientras vigilaba, se reprochó no haber prestado más atención. ¿Qué harían si fallaban?
¿Cómo lo detendrían?
Cassandra arriesgó una mirada hacia Lilien, pero él reaccionó exactamente como
cualquier otro de los sirvientes: con miedo. El recuerdo de los horrores los tenía a todos
trabajando en silencio, lo más lejos posible de la Guardiana. Así que ella pasó la mañana
en una solitaria vigilancia sobre los habitantes del Trígono.
Al verla, el gato se sentó en un escalón y comenzó a lavarse una pata, mientras ella
descendía. No hizo ningún otro movimiento, y ella no lo vio.
El sol del mediodía brillaba en las ventanas. Brillaba sobre los vasos y las copas
y los platos. La fiesta solo necesitaba del señor para empezar, y a pesar de ello, no había
expectativa, no había murmullos, no había conversación en las mesas. Y el señor entró
al salón. Como había hecho tres días atrás, Cassandra se levantó y rodeando la mesa, le
hizo una reverencia.
— Mi señor, — dijo con suavidad.
— Mi señora, — fue la fría respuesta. Aceptó la reverencia con una ligera
inclinación. Tenía un brazo envuelto en apretados vendajes. Ella no hizo comentarios. El
banquete empezó.
Nadie parecía tener mucho apetito, pero Cassandra se comportaba como si esta
fuera una verdadera fiesta. Sirvió a Althenor ella misma, prodigándole toda clase de
atenciones.
Él la observaba divertido, sin notar la llama helada que le iluminaba la mirada.
Pensó que ella estaba, posiblemente, tratando de enmendar su error de la última noche.
Pensó que ella, muy probablemente, se había dado cuenta que no tendría otra
oportunidad y que no podría evitar su destino. Su juicio y su condena. Pensó, ya
saboreando la victoria, que la usaría para obtener un nuevo receptáculo, un heredero, y
luego la mataría. No podía, de ninguna manera, admitir un enemigo tan poderoso a su
lado. Debía morir. Era imperativo, antes de que pudiera traicionarlo otra vez. Y ella
probablemente lo sabía. Así que estaba usando toda esa basura femenina para seducirlo.
¡A él! Su sonrisa se ensanchó, y ella le respondió con otra sonrisa. Se sentía divertido.
¿Cómo podía una mujer presuntamente inteligente caer en un juego tan estúpido? ¡Y
creer que funcionaría! Era demasiado. Y recibió el último plato de sus manos con una
sonrisa.
— Bien, mi señora. El tiempo ha llegado, — dijo cuando hubo terminado.
Todos en el salón habían dejado también de comer. Ella lo miró otra vez, y la
sonrisa que le dedicó esta vez fue real, diferente.
— ¿Un brindis? — dijo ella, levantando su copa, e indicando a los demás que
hicieran lo mismo. — Por el juicio y el destino. ¡Por el futuro, y el camino que conduce
a él! — dijo. Su voz era fría y sus ojos brillaban.
177
Cuando llegaron allá, la luz del sol tenía una extraña cualidad en ella. Ya no era
blanca. Se veía amarillenta y oscurecida. Algunos levantaron la cabeza. No había nubes,
ni signos de tormenta, aunque unas aves giraban en círculos allá arriba. El Eclipse había
comenzado.
Cassandra los ubicó alrededor de los Círculos de Protección, pero ella misma
entró en ellos y fue hacia el centro. Ella levantó los brazos, con las manos vacías
abiertas hacia el cielo y empezó a danzar otra vez. Un giro, una vuelta, y una reverencia
hacia el norte. Un relámpago de luz cobriza iluminó el círculo de Tierra. Unos giros
rápidos y un salto, una reverencia hacia el oeste, y otra hacia el sur, casi en un solo
movimiento. El círculo de Fuego se llenó de una luz dorada. La brisa se levantó, como
para avivar las llamas. Otro giro en derredor, una última reverencia hacia el este, y la luz
de plata iluminó también el círculo de Agua. Las luces crecieron hacia arriba, formando
la imagen del Gran Árbol alrededor de Cassandra. Ella se volvió y giró entre las raíces
de luces y sombras, casi flotando a sus pies, y de pronto levantó la mano. Las luces se
concentraron sobre el Cetro mientras ella giraba más despacio y se detenía. El sol se
había desvanecido. Estaba completamente oscuro ahora.
Althenor entró en los Círculos. Saltaban chispas a su paso, como si lo que
quedaba de los Tres lo rechazara, ya casi sin fuerzas. Cassandra lo miró acercarse,
erguida y fría. Sostenía el Cetro con las dos manos, los nudillos blancos. La única luz
que iluminaba la escena provenía de las Joyas en él.
— Entrégamelo, — dijo la Serpiente con la voz llena de deseo. Nunca había
visto el objeto tan de cerca. Emanaba poder por cada una de sus líneas. — Entrégamelo,
mi señora...
Los ojos de ella se volvieron súbitamente más oscuros y fríos. Una sonrisa
torcida, burlona, oscura, le curvó los labios. Su voz sonó alta y clara como cristal.
178
El Anciano Mayor se acercaba hacia ellos. Dijo en voz alta, para que lo
escucharan todos:
— ¡Ahora vamos al comedor! ¡Tenemos que celebrar!
Y esperó a que los aprendices más jóvenes comenzaran a marcharse, y los del
bosque se acercaran un poco a él.
— Tenemos que vigilar a éstos hasta que los del Círculo vengan por ellos...
Djana, ¿puedes ocuparte de eso?
Adjanara asintió con una sonrisa. Sacó su imponente vara y moviéndola en
círculo delante de ella hizo aparecer una puerta: la puerta de su torre.
— Vamos, Siddar, que tenemos trabajo...
Siddar asintió con una sonrisa, y le sostuvo la puerta para que ella pasara
primero. Saludó con una ligera inclinación a los que se quedaban y desapareció tras ella.
— Ahora, alguien debe custodiar a los que quedan...
— Yo me quedaré, — dijo Norak de repente. Cassandra le sonrió.
— Ya has hecho mucho por hoy, — le dijo, apoyándole la mano en el hombro.
— No, está bien. Quiero hacerlo, — insistió.
— Está bien. ¿Quién más?
Drovar y otro de los magos del bosque se ofrecieron. El Anciano se dio por
satisfecho.
— No se despertarán hasta que los saquemos de la Red, no se preocupen, — dijo
Cassandra. — Pero si alguno empieza a moverse, llámennos enseguida.
— Los relevaremos en una hora, — prometió Andrei.
Cassandra lanzó una última mirada hacia la Red, donde yacían los magos
inmóviles, y hacia el cielo, donde las estrellas invisibles empezaban a desdibujar el
Signo que casi los había perdido. Suspiró. Se colgó del brazo de Javan, y se marchó
hacia el castillo.
El ruido que venía del comedor indicaba que la fiesta se prolongaría varias
horas. Los sonidos y los colores de la caja de música de Dherok se escapaban por la
puerta entreabierta. Pero el anciano Maestro condujo a su grupo hacia un salón lateral.
Tenían que tratar ciertas cuestiones antes de decidir lo que iban a hacer.
Una parte del grupo del bosque lo siguió. La otra parte de la gente del Interior se
había marchado por la Puerta del Bosque. Algunos, como los centauros, no les gustaban
181
las habitaciones cerradas, y otros... Bien, eran demasiado discretos como para
permanecer de este lado.
Cassandra miró a su alrededor con un gesto de tranquila satisfacción. Los del
grupo del bosque se mezclaba con los profesores y algunos de los aprendices avanzados
que habían venido con ellos, como Solana y Calothar. El heredero de Huz tenía ahora
una clara conciencia de su misión, aunque Cassandra suponía que el muchacho no iba a
matar a la Serpiente a sangre fría. El chico se había sentado entre Sylvia y Solana, como
buscando refugio entre las personas que le resultaban más cercanas. Cassandra le sonrió
desde donde estaba.
— Bien, habitantes del Trígono... Creo que hay algunas cosas que tenemos que
explicar... Guardiana, usted primero.
Cassandra no se levantó de la silla que compartía con Javan. Estaba demasiado
cansada como para moverse. Sonrió al Anciano Mayor, y se conformó con hablar desde
su asiento. Explicó que el Gran Signo les había sido anunciado al empezar las clases, y
contó cómo había estado trabajando en esa y otras advertencias. Contó de su trabajo con
Lyanne en el Interior, y con Tenai en los cálculos y el Triegramma. Tenai asentía desde
su sitio, cambiando ocasionalmente de abba.
— Para cuando terminamos de descifrar el Gran Signo, nos dimos cuenta que no
teníamos oportunidad de vencer mientras brillara en el cielo. Lyanne fue muy clara al
respecto. Entonces, tuvimos que pensar en otra cosa... una distracción. Luego, pudimos
detectar los polvos de indiferencia, pero no pudimos combatirlos. Y se nos ocurrió que
ya que no podíamos pelear, podíamos distraer a Althenor hasta que fuese demasiado
tarde. Cuando él nos invadió, tuve que hacer escapar a Javan de la única manera que se
nos ocurrió: fingiendo su muerte. Y de tal manera que la Serpiente empezara a confiar
en mí. Después le envié a Andrei. Drovar, Calothar y Solana ya habían ido por ayuda...
Aquí, las cosas se pusieron complicadas. Rechacé a Althenor varias veces, siempre
mostrándole que tal vez podía dominarme y que le entregaría el poder a él... Hasta que
llegamos al Eclipse. Lyanne dijo que este Eclipse marcaba un cambio de era, y el
profesor Tenai, que había una inusual acumulación de nodos mágicos en este lugar... y
que los nodos podrían cambiar de signo. Fui agotando los nodos en los días anteriores al
Eclipse, y la Serpiente no se dio cuenta. Todas mis transformaciones, mis danzas... todo
eso era para agotar la magia de los nodos... Cuando llegó el momento, canalicé lo
último de los nodos en llamar al Cetro. Y el punto oscuro del Eclipse pasó mientras la
imagen del Árbol se formaba en los Círculos y yo todavía bailaba, y se alejó mientras la
182
Serpiente consumía parte de su magia al entrar al Círculo. Los Tres jamás lo aceptarán.
Cuando llegó frente a mí, el momento ya se había ido. Me reclamó el Cetro, y yo fui
libre de negárselo. Allí entraron ustedes...
— ¿Cómo detuviste la maldición fulminante? — quiso saber Gertrudis.
Cassandra sonrió.
— ¿Javan? ¿Todavía lo tienes?
Javan asintió. Sacó algo de su bolsillo, y susurró unas palabras. El objeto
ennegrecido se transformó en un ramillete de flores.
— Es lo mismo que nos diste a nosotros... — dijo Sylvia.
Cassandra asintió.
— Los Tres me lo dieron como amuleto de protección. Si él intentaba matar a
alguno de ustedes, esto podría ayudar a desviar la maldición... En el caso de Javan,
hicimos un antipolo para la magia. El amuleto, la Vara, y yo, canalizando la energía del
Triegramma...
— Podías haberte matado, — rezongó Javan en voz baja. Cassandra le apretó la
mano.
— No había otra manera de hacerlo, — dijo con sencillez. — Desviamos la
maldición, y luego lo cambié por un cuerpo falso. Perdimos su Vara. El caso de Andrei
fue más sencillo; solo tuve que cambiarlo...
Andrei le sonrió desde donde estaba.
— ¿Y la clase de magia oscura? — preguntó Drovna, que se había colado detrás
de Calothar y Solana. Cassandra sonrió.
— Un truco para mostrar temores...
— No, no hubiera funcionado, — dijo Solana. — Cada uno tiene ideas distintas
y temores diferentes...
— Pero yo estaba llevándolos a todos a la misma imagen, que la profesora tuvo
a bien enseñarme antes de empezar, — dijo el Maestro. Solana bajó la vista, vergonzosa.
El Anciano le sonrió. — Yo tenía las mismas dudas que tú, pero como ves, funcionó,
aunque los Horrores me sorprendieron un poco. Cassandra ¿por qué envió a Norak
dentro del espejo, fuera verdadero o falso?
— Era el único que podía entrar ahí sin peligro, — dijo Cassandra con
tranquilidad. El Anciano levantó las cejas.
— Es el nuevo Vigía, — dijo Javan. Cassandra lo miró sorprendida.
— ¿Lo sabías?
183
Capítulo 19.
El grupo del bosque.
— Son los Vara que se han retirado del Círculo por causa de la Serpiente y sus
secuaces. Se mantienen al margen, la mayoría como Viajeros o como forasteros.
— ¿Renunciaron a la magia? — preguntó ella volviéndose a Javan.
— Más o menos. Renunciaron a la comunidad mágica, que no es lo mismo. De
todas maneras, obedecen a las mismas reglas que nosotros, porque la supervivencia de
todos depende de ello. Adjanara es casi una de ellos, y los contacta con frecuencia, —
explicó Javan.
— Así que Drovar llegó con Adjanara.
— Siddar lo encontró tratando de entrar por una de las ventanas de arriba, y casi
lo derriba. Se sorprendió mucho de la nueva habilidad de Drovar, — dijo Andrei con
una sonrisa. — Dice que él también quiere un regalo como ése.
Cassandra sonrió. Ese era un comentario típico de Siddar.
— En el bosque, el grupo acampó cerca de la cascada. Javan buscó a Lyanne, y
ella no nos permitió ir al jardín de Ingelyn como habíamos acordado. Dijo que era
peligroso ir allí.
Cassandra se enderezó en su asiento.
— ¿Por...?
— Ya llegamos a eso. Con Lyanne venían otros. Los más discretos fueron
enviados a espiar al castillo. Los más rápidos, fueron empleados como mensajeros. No
había mucho que pudiéramos hacer, salvo esperar, y la espera fue casi demasiado larga.
El segundo día, varios empezaron a hablar de una falsa alarma, y de que sería mejor
volver a casa. Esa noche alguien rodeó nuestro campamento con flores. Nomeolvides,
siemprevivas, flores blancas de noctaria... ¿Fuiste tú, Cassandra?
— No, yo... estaba muy ocupada. ¿Javan?
Él la miró con una luz extraña en los ojos.
— Lo hice a través del Triegramma. Todavía quedaban unos pétalos en tu
habitación, y pensé que ellos lo necesitarían. No quedaban polvos en el castillo, y
supuse que estarían en el bosque...
— Realmente lo necesitábamos. De alguna manera, las flores nos sacudieron
más que mi ramillete. Enviamos unos grupos a investigar, y descubrimos un par de
cosas extrañas en el bosque. Para empezar el claro de los árboles negros está en llamas.
Andrei miraba a Cassandra, como preguntando su opinión. Ella sacudió la
cabeza.
— Eso no tiene nada que ver con nosotros.
186
La antigua invocación vino a sus labios sin que tuviera que pensarla. ¡Alas!
Siddar desapareció en un torbellino gris plateado. ¡Colmillos! Solo una columna
brillante quedaba de Djavan a su espalda. ¡Garras! El mismo humo de plata arrastró a
Senek. Ella también se disolvió en la luz plateada, y el Protector, el auténtico Guardián,
el dragón de luz plateada hizo su aparición. El dragón batió sus poderosas alas y levantó
vuelo en el cielo de la media tarde.
La mayoría de los Sirvientes estaban ahora completamente despiertos, y de
alguna manera habían recuperado sus varitas. Althenor estaba en medio de ellos, y la
vio levantarse en el cielo con una sonrisa de satisfacción. Por fin un adversario al que
valía la pena derribar. Varias maldiciones cruzaron el aire en su dirección.
— ¡No! ¡El Guardián de Luz es mío! — gritó Althenor. De alguna manera,
parecía más alto. Parecía que hubiera podido absorber el poder de la Red, y volverlo a
su favor. Cassandra se estremeció, y planeó en círculos alrededor del campo, cuidando
de presentar únicamente su flanco blindado a las maldiciones, y escupiendo llamas de
plata aquí y allá.
La tercera vuelta alrededor del campo le permitió ver que Althenor sostenía algo
entre sus manos. Algo redondo, envuelto en un paño oscuro. Cassandra lanzó un largo
chorro de fuego en su dirección.
La Serpiente solo necesitó un breve y casi indiferente movimiento de su Vara de
tres cabezas para desviar las llamas. Uno de sus sirvientes huyó gritando. Las llamas no
prendían en los del Trígono, pero sí en los enemigos, y no se apagaban con facilidad.
Althenor miró al Guardián de plata a los ojos y sonrió. Apuntó cuidadosamente,
siguiendo las evoluciones de Cassandra por el campo de batalla, y al fin, lo lanzó. Sus
ojos destellaron roja ira cuando soltó la maldición.
Un rayo de luz negra le dio a Cassandra en el hombro. El dragón de luz perdió
altura, y la siguiente llamarada erró el blanco. Los enemigos se dispersaron en varias
direcciones, para que ella no los pudiera perseguir. Ella empezó a descender. Le dolía el
hombro, y había visto a Ryzhak caído en el suelo, herido.
Ella se levantó sobre sus patas traseras y estiró el cuello para lanzar su última
llamarada sobre los enemigos que huían. La risa estridente de Althenor le llegó como
respuesta.
— ¡Sí, ríe si puedes! ¡Pero recuerda que fue la forastera la que te engañó otra
vez! — y cayó al suelo, retomando forma humana. Más lejos, Siddar, Senek y Djavan
189
volvían a aparecer en los sitios de donde habían desaparecido. Java corrió hacia donde
ella estaba.
a Cassandra. Pero ella siguió de largo y fue a sentarse frente a la señora Corent, en su
oficina.
La enfermera le sonrió.
— Bien, profesora, soportamos a la mismísima Serpiente aquí por tres días, y
nadie salió herido. Una victoria de la que puede estar orgullosa, — dijo, y se detuvo.
Había algo en la mirada de Cassandra. Su débil sonrisa no le llegaba a los ojos.
— Estoy orgullosa de nuestra victoria, — dijo. — Pero temo que no es cierto
que nadie esté herido.
La enfermera la miró asustada. De todas las personas en el Trígono, Cassandra
siempre le había traído las heridas más extrañas y difíciles de curar.
— Mire esto, — le dijo, empezando a desvestirse. No tuvo que quitarse mucha
ropa. La mancha negra, supurando un líquido también oscuro, era claramente visible en
el hombro. La señora Corent soltó un gemido.
Cassandra habló en voz muy baja.
— Ya sé que estoy muerta, — dijo. — Sólo quería pedirle un buen vendaje,
porque quiero pasar una última noche con mi esposo...
La enfermera asintió. No encontraba palabras para suavizar la situación.
— Y necesito que usted no diga nada hasta que sea... inevitable...
La señora Corent asintió otra vez. Se tragó las lágrimas y empezó a limpiar la
mancha y vendarla.
— Gracias, señora Corent, — dijo Cassandra cuando ella terminó. — Por todo...
— Llámame Melissa, — dijo ella. — Creo que debimos haber empezado antes...
Cassandra solo le sonrió.
192
Capítulo 20.
La Maldición de Zothar.
Una confortable penumbra reinaba en la habitación esa noche. Sólo las estrellas
iluminaban el patio tras la puerta ventana. El aire traía los perfumes de las flores. La
primavera llegaba a su madurez, y daba paso al verano allá en el bosque.
Cassandra apoyó la cabeza en el pecho de su esposo. Recorrió con el dedo su
pecho, su garganta, sus mejillas, sus labios. Sus brazos la rodeaban, cálidos y
protectores.
— ¿Qué te está pasando, Cassandra? — le susurró muy suavemente.
— Nada, — suspiró ella. Pero levantó la cara un poco para mirarlo. Tenía una
extraña luz en sus ojos esta noche. Y entonces, la chispa de la travesura volvió a brillar
en ellos. — Sólo me estaba preguntando... — dijo, trepando sobre él y besándolo, —
cuántos besos en fila... puedo poner... en tu nariz... cuatro... cinco... seis...
Se retiró un poco, mirándolo a los ojos.
— Devuélvelos, — dijo de repente. Él la miró sin comprender.
— ¿Qué?
— Que me los devuelvas. Eran un préstamo. — Ella hablaba con la boca casi
sobre la suya. Él sonrió cuando ella lo besó primero.
193
— Por favor, Melissa, diles que estoy dormida. No quiero ver a nadie... —
suplicaba Cassandra. Era la tercera vez que Javan preguntaba por ella en la puerta. La
señora Corent había trancado, y solo los atendía por la ventanilla. Echó una mirada
preocupada a Cassandra. La maldición iba demasiado rápido. Había tomado el hombro
194
y la mitad del brazo durante la noche. Para el almuerzo había alcanzado su cintura del
lado derecho, y la mano.
— Se está enojando, Cassandra. Y tiene derecho a saber.
— No... Por favor, Melissa... No quiero que me vea así.
— Está bien...
— Está aquí, — dijo la voz de Gaspar. Y ella pudo sentir otro par de manos
cálidas tocando la suya. Ella guardó silencio, pero los sollozos ahogados atravesaron la
cortina.
— C’ssie...— la llamaba Javan suavemente. — C’ssie...
— Te amo, — susurró ella. Y aún fue capaz de sentir su beso en la mano.
— El Alcalde del Valle vino por ellos. Faltando los tres Varas principales... o sea,
Javan y yo, y el señor del Hafno, que nos traicionó, era el que debía hacerse cargo.
Siguiendo el estilo del Tercera Vara, decidió usar unos horrores para que lo apoyaran...
— ¿Horrores en el Círculo de los Ancianos? Enna me lo había mencionado, pero
pensé que solo el o los traidores...
— Neffiro no es traidor. Pero tiene una idea demasiado elevada de su propia
importancia... y de sus capacidades. Apenas llegó, los horrores lo traicionaron, se
volvieron contra él y se pasaron al bando de Althenor. Él volvió en sí, y rompió la Red
de contención con sus propias manos. Al menos, no pudo hacerse con el Cetro.
— ¿Rompió la Red con las manos desnudas? Enna me dijo que temía que él
hubiese tomado poder de la Roca Negra cuando ella lo atrapó allá...
El Maestro asintió lentamente.
— Es posible. También es posible que él tuviera su propio Triegramma, y que se
alimentara de los nodos negativos. También es posible que haya invertido el signo de la
Red... Las posibilidades son muchas para un hechicero de su calibre. Su escape es un
golpe duro, pero la maldición a la Guardiana es el más duro.
— ¿Por qué no eliminan a la Serpiente de una vez por todas? — fue la amarga
pregunta de Gaspar.
— No podemos. Hay solo una persona que puede, — dijo el Maestro. En ese
momento entró Javan.
— Pensé que estarías aquí. Tenemos que hablar... Hoho.
El Anciano lo miró con curiosidad, Gaspar solo levantó las cejas.
— En un segundo. ¿De quién está hablando, Maestro.
— El Heredero de Huz. Solo el descendiente de Arthuz puede eliminar al
descendiente de Zothar.
— Necesitará ayuda. La Serpiente hizo lo que hacen todos los villanos en los
cuentos de hadas. Ocultó su vida en un lugar secreto. Tenemos que encontrarla para el
Heredero. Hoho, no tengo mucho tiempo.
Javan miraba a Gaspar fijamente.
— Te escucho, — contestó él.
— Cassandra reunió las Joyas en el otoño, como sabes. Las entregó a los
Señores de las Ramas en la primavera. Ella me contó la historia...
Gaspar había saltado de su asiento.
— ¿Crees que podamos detener la Maldición? — dijo Javan.
198
Capítulo 21.
La flecha amarilla.
La naga plateada miró a Gaspar a los ojos. Los ojos de Gaspar se volvieron
amarillos y su pupila rasgada como los de un dragón. Javan reconoció la orden en
aquellos ojos. La naga se transformó lentamente en el espectro de Zothar.
— ¿Todavía caminando por el mundo, Ryujin? — fue su saludo.
Gaspar se mordió los labios para no replicar.
— ¿Qué quieres de mí? — preguntó Zothar bruscamente.
— Devuelve la vida de la Guardiana, — dijo Gaspar. Javan había avanzado un
paso adelante y estaba ahora a la par del medio-dragón, enfrentando al Protector.
— Estás hablando con el espíritu equivocado. Ingelyn es la Curadora.
Zothar trató de regresar al estandarte, pero Javan y Gaspar avanzaron otro paso,
acorralándolo de nuevo.
— Devuélveme la vida de mi esposa, — dijo Javan.
Zothar lo miró con ira.
— Yo no la tomé. No puedo devolverla. Además... ¿cuánto tiempo la has tenido?
Ocho meses tuve yo a mi Fiona. Mil doscientos años ha tenido él a su Reina Dragón...
¿Es justo? Diría que no. Tú, Comites, tuviste cuatro años a tu esposa. No tienes nada de
qué quejarte.
El espíritu se volvió para desaparecer. Javan avanzó otro paso, extendiendo las
manos para detenerlo.
— ¡Alto! Debe haber algo que podamos hacer, — dijo. — Querrás que te
guardemos tu secreto...
Gaspar y el Anciano Mayor miraron sobresaltados a Javan, pero él sólo prestaba
atención a Zothar. El espíritu se deslizó fuera de su alcance.
— No hay secreto que puedas guardar para mí, — dijo, desvaneciéndose en
humo verde.
Javan se movió como si fuera a dar otro paso y su cuerpo cayó de espaldas en el
suelo. Una figura transparente, con su forma subió al estandarte y penetró en él detrás
del espíritu.
— ¡No!... — exhaló el Anciano. Gaspar también parecía impresionado.
200
La serpiente había escupido otra vez. Algunas de las gotas lo habían alcanzado, y
sentía una intensa quemadura en la piel. Trató de obligar a la serpiente a soltar otro de
los anillos, pero ella retrocedió y aferró a Cassandra otra vez. Lo miraba enfurecida y
siseando, amenazadora. Él hizo sus dudas a un lado, y abandonando toda precaución,
avanzó, decidido, y aferró la oscuridad con sus propias manos.
Las quemaduras ardieron más, como fuego dentro de la piel. La sensación de
esta cosa al tacto era extraña. Sus manos se hundieron en la resbalosa sombra casi hasta
la mitad del antebrazo. Donde no se había quemado, ahora también empezó a arderle. Él
apretó más fuerte. Estaba buscando alguna parte sólida de la cual asirse, y sus manos se
hundieron más sin hallar asidero. Miró a la serpiente, y ésta atrapó su mirada. No podía
203
separar la vista de los ojos amarillos del animal. La serpiente se movió rápido y lo
envolvió en un anillo resbaloso, arrastrándolo hacia el cilindro de Cassandra.
La serpiente había empujado a Javan dentro del cilindro con Cassandra. Podía
oler el dulce perfume de jazmín de ella, y aún sentir sus manos acariciándolo, pero sabía
que era un truco de la serpiente para que la liberase. Escuchó la potente demanda de
Gaspar llegándole desde afuera. La sintió golpeándolo, pero no podía alcanzarlo dentro
del cilindro. Súbitamente, tal vez ayudado por ese golpe, logró separar los ojos de los de
la serpiente, y sus manos se hundieron en la oscuridad un poco más, esta vez hasta el
codo. Sintió un temblor nítido de Cassandra, y supo que éste era real. Y sintió que sus
dedos se cerraban sobre algo sólido.
— ¡Sácala de aquí! — aulló Gaspar a Andrei. Una ola de algo que no era ni luz
ni oscuridad había salido de Javan y de Cassandra. Gaspar tomó al Anciano del brazo.
— ¡Fuera! ¡Todos afuera!
La ola llegó al techo y empezó a caer sobre ellos. Tuvieron el tiempo justo de
salir de la habitación y cerrar la puerta para detener la cosa.
204
— Cada mago pone una fracción del poder del dragón. Si no hubiera sido por
eso, los cuatro hubieran resultado heridos. Tal como fue, sólo Cassandra era vulnerable,
a causa de la otra maldición.
— La Maldición de Zothar, — apuntó el Anciano.
Gaspar asintió.
— Sí, eso la dejó vulnerable. Por eso también es que no están todos muertos...
La maldición de Althenor tenía que concentrarse en ella. No podía repartirse entre los
cuatro.
— Ella estaba agotada también por la invasión. Realmente se esforzó demasiado
estos días...
— Pero... ¿Y el asunto de las Joyas? ¿Por qué Javan fue a verte apenas se las
mencioné? Se puso como loco...
Gaspar sonrió a medias.
— Las Joyas son más que simples símbolos. No me está permitido hablar de su
procedencia, pero... poseen una concentración de Magia Antigua. Todo el poder de la
Guardiana, el poder que despierta al Dragón de Luz está concentrado allí.
— Pero Cassandra llamó al Protector mucho antes de tener las Joyas... —
observó el Anciano Mayor. Gaspar asintió.
— Con la ayuda de las antiguas aspirantes a Guardianas, ¿no? Por eso era
imperativo que encontrara las Joyas. Era su destino... Convertirse en la Guardiana y
reparar ciertas circunstancias...
— Cassie no cree en el destino. Ni yo, — dijo Alessandra. Gaspar le lanzó una
mirada curiosa, pero no replicó.
— La cuestión es que la protección de las Joyas y del Dragón la protegen por un
lado y las dos maldiciones tratan de aniquilarla por el otro... De momento, las fuerzas
están equilibradas, y se necesita algo que altere ese equilibrio.
— Javan.
Gaspar asintió lentamente.
— Dije hace tiempo y lo sostengo. Ellos dos están desarrollando un vínculo muy
fuerte... Pero no sé cómo podrá el Comites hacer algo. Sólo se permite magia elemental
frente a las Joyas.
— Javan tiene ese tipo de magia. Los vimos en la cascada, hace dos años... ¿Te
acuerdas? — dijo Andrei, apretando la cintura de Alessandra. — Él y Cassandra se
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fundieron en agua. Después... Bueno, él fijó el huevo de hikiri en mi Vara con sus
manos.
Gaspar levantó las cejas.
— Así que eso es lo que ella quería decir...
— ¿Ella? – preguntó el Anciano.
— La hikiri que Andrei tenía y que Cassandra me hizo llevar de aquí. Dijo que
compartió su mente y conocimiento con un humano. Obviamente fue más allá.
— No entiendo, — dijo Alessandra.
— La hikiri le dio poderes de magia antigua a Javan. Y a ti, Andrei, a través de
ese huevo que tienes en tu Vara. Fuego para Garras, y poder para Colmillos...
— Así que tú también puedes levantar paredes de fuego como él... — dijo
Alessandra a Andrei. — Ni se te ocurra hacerlo en mi laboratorio... Ni en mi cocina.
Andrei le sonrió y volvió a apretarla contra sí.
— Ahora han llegado a un punto en que la magia escapó de su control. Esa ola
que salió de ellos... es un desborde de poder. Incontrolable. O los mata a los dos, o entre
los dos lo canalizan para vencer la maldición...
El Anciano escuchaba ahora con atención, y levantó la mano pidiendo silencio.
— No se oye nada más, — dijo, apoyando la mano en el picaporte.
La puerta se abrió sin resistencia.
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Capítulo 22.
Esporino-elka.
Javan estaba sentado en la cama, los brazos apoyados en las rodillas, y mirando
sus manos vacías. Apenas levantó la cabeza cuando ellos entraron.
— ¿Dónde está Cassandra? — preguntó Alessandra en un susurro ronco.
Él se llevó un largo dedo a los labios, pidiendo silencio, y señaló hacia el
biombo. Desde allí, unos ruidos suaves indicaban que alguien se estaba cambiando de
ropa.
— Agr... Esto es asqueroso... — gruñía la voz.
Una sonrisa iluminó las facciones de Alessandra, y caminó hacia el biombo. Se
oyeron unos sonidos sofocados, y el biombo cayó, mostrando a las dos mujeres fundidas
en un abrazo apretado. Y Alessandra arrastró a Cassandra hacia el grupo. Todavía la
tenía abrazada por la cintura cuando ella estiró la mano para tomar la de Andrei y
apretársela, mirándolo a los ojos con una sonrisa. Después, un cálido abrazo con Gaspar.
Ella murmuró algo, pero él no pudo contestar. Luego el Maestro le tendió los brazos.
Ella le tomó las manos, pero el anciano tiró de ella y le dio un abrazo.
Se separaron con lágrimas en los ojos, y ella se sentó junto a su marido.
— Ustedes dos han hecho lo imposible otra vez, — dijo el Maestro con una
sonrisa.
— Es una mala costumbre, como un vicio, me han dicho... — dijo ella. Javan
sonrió y pasó un brazo sobre sus hombros.
— Debemos felicitarlos de nuevo, — dijo Gaspar a Cassandra, pero sus ojos se
volvieron a Javan, — ...pero supongo que preferirán un buen descanso...
Cassandra miró a Javan, pero él se limitó a asentir con la cabeza. Ella dijo con
suavidad;
— Mañana celebraremos... Después de todo, es nuestro aniversario...
Sin embargo, ellos no aparecieron en la fiesta del siguiente día. Durmieron toda
la jornada, y cuando Andrei y el Anciano bajaron a ver cómo estaban, encontraron las
puertas cerradas y silencio.
209
Javan y Cassandra habían dormido casi todo el día, pero al atardecer huyeron,
transformados en brisa, hacia el jardín de Ingelyn. Estaba vacío. Ella se reclinó en el
musgo suave de la cueva de los helechos. Javan la abrazaba por la cintura, apoyando la
cabeza en su pecho. Ella le acariciaba el cabello muy suavemente. Suspiró. Él también.
— Creí que te había perdido, — susurró.
Ella no contestó. Sólo deslizó la mano por su mejilla otra vez.
— No vuelvas a hacerlo jamás, — dijo él.
Ella sonrió y bajó la cara para besarlo.
— Te lo prometo... Cuando llegue el momento, nos iremos juntos.
Fuera de la cueva, las estrellas empezaban a brillar.
El Jardinero de Varas vivía en una pequeña casa apartada del Mercado. La cerca
blanca de madera se prolongaba en la distancia, mucho más allá de la cancela. Javan
miró el jardín y la casa con una sonrisa nostálgica.
— Está igual que siempre, — murmuró.
— Ey, ¿quién está ahí? — dijo una voz chillona desde adentro.
— Djavan Fara, del Trígono... Señor Mispell, ¿podemos pasar?
210
— No, no puedes ir a verlas. Solo el dueño de la Vara, y tal vez los Jardineros de
Varas tienen derecho a ir... Si no fuera así, cualquiera podría romper la Vara de otro...
— Pero... y si se tratara de la Vara de un... enemigo, como Althenor.
— Los criadores de Varas no tienen enemigos, Cassandra... — dijo Javan. —
Son neutrales.
— Y tú decías que no entendías al Equilibrador...
Javan se encogió de hombros, y se volvió al hombrecito.
— No he podido recuperar mis trofeos. Tengo que empezar de nuevo, señor
Mispell.
El hombrecito sacudió la cabeza.
— Eso es malo. Habíamos llegado muy lejos contigo. ¿Ni siquiera tienes una
piedra para empezar?
Javan empezó a sacudir la cabeza. Cassandra lo miró intrigada y se llevó la
mano al cuello, jugueteando con su collar. La piedra blanca, que era la llave para el
Bosque del Corazón se desprendió, y ella la miró un momento.
— Tal vez... Señor Mispell, ¿puedo dársela yo?
— ¿Qué dices, niña?
— Que si la piedra de poder puedo regalársela yo...
— No veo por qué no, aunque es muy irregular que un destructor de varas
comience una nueva...
— Podría tomarse como una reparación... — dijo ella, haciendo un cuenco con
las manos. Y soplando entre ellas.
— ¿Qué estás haciendo, Cassandra?
— Tu piedra...
La piedra blanca se partió, y Cassandra le tendió a Javan una lasca.
— No, es muy pequeña, — dijo el Jardinero de Varas. — Necesita más tamaño
para convertirse en una piedra de poder.
— Tú tienes el resto, Javan... — dijo Cassandra tranquilamente.
Javan la miró sorprendido. Se metió la mano en el bolsillo y sacó una piedra
blanca y redonda. Volvió a mirar a Cassandra con curiosidad.
— Me di cuenta hace unos días... — dijo ella. — Ella me dio la Piedra del
Corazón. Mira, la lasca encaja perfectamente...
Javan colocó el fragmento de piedra del collar de Cassandra en la piedra que la
Cassandra del futuro les había dado un par de años atrás. Encajaba perfecto.
212
Cassandra miró a Javan, y se tragó la risa como pudo. El pequeño hechicero fue
más hábil para mantener su aspecto de hombre serio. El criador de Varas abrió el libro
frente a ellos.
El libro presentaba un artículo como de enciclopedia. El dibujo mostraba a un
animal pequeño, con pico de pato y patas palmeadas, pero con garras. El pelaje era de
un curioso tono azulino, aunque en la zona de la cabeza y el cuello parecían plumas más
que pelos.
— Ornitorrinco azul, — dijo triunfal el señor Mispell.
Cassandra asintió.
— Bueno. ¿Dónde cree usted que podamos conseguirlo? — dijo tranquilamente.
Javan pareció atragantarse con algo.
— Cassandra... Nadie tiene plumas de ornitorrinco azul en su Vara...
— Bueno, — dijo ella con tranquilidad. — Es hora de que alguien las tenga.
Además a mí me gustan las plumas. ¿Dónde dijo que...?
— Ah, esa es la actitud que me gusta. Empezaré con la piedra de poder. Cuando
vuelvan de Australia me traen las plumas... Para la Puerta del Otoño estará bien.
Cassandra asintió tranquilamente, y Javan hizo un gesto de desesperación.
— Y pensar que yo solo quería una Vara... — murmuró mientras tomaban el
camino de regreso al Mercado.
Varias semanas más pasaron sin novedad. Llegó agosto. El trabajo en el Trígono
siguió como si nada hubiera pasado. Salvo que ahora Cassandra conocía a Tenai, y lo
saludaba cuando lo cruzaba en los pasillos del piso de arriba. Solana empezó a trabajar
con Mydriel a tiempo completo, y Cassandra se resignó a perderla como ayudante hasta
el siguiente semestre. Era hora que la bruja se convirtiera por fin en hechicera. Mydriel
podría guiarla en su prueba mucho mejor de lo que Cassandra podría hacer nunca.
Y llegó la noche de la luna llena. Cassandra la había estado esperando desde su
última visita a las esporinas. Esperó la medianoche en la mecedora, hamacándose
suavemente en la penumbra azul. Javan trabajaba en la oficina. Ella esperó en silencio,
sintiéndose en paz, y cuando faltaba un cuarto para las doce, se cubrió con una capa
liviana, y salió del castillo.
Un cuarto para las doce. Javan levantó la cabeza sorprendido cuando escuchó los
pasos. A diferencia de otras veces, ella no se ocultaba. Aún así, sopló las velas, y la
siguió, silencioso.
215
— No. A veces los hombres necesitan se sacudidos para darse cuenta de las
cosas. El tiempo corre. Vamos a hacer lo que vinimos a hacer.
— Sí. — Cassandra se volvió a Javan con media sonrisa. — Javan, ¿podrías
quedarte en el borde?
Él asintió y retrocedió lentamente hasta el borde del claro.
— ¡Gracias! — gritó Cassandra desde el centro. Y él pudo ver incluso que
Kathryn también sonreía. La danza comenzó.
Vio las luces coloreadas en el mismo momento en que las mujeres tocaron sus
manos. De las cuatro manos unidas, cuatro haces de luz, blanco, verde, rojo, cobre,
saltaron hacia los cuatro puntos cardinales. Pero las mujeres giraban en sentidos
contrarios, y las luces se separaron en diferentes racimos de color. Cassandra se quedó
con los colores del Trígono, y Kathryn se llevó blancos y dorados.
Giraron en espiral alrededor del claro, cortando la noche con sus haces de luz, y
cuando llegaron al borde, las luces ondearon como cintas. Y Cassandra se movió hacia
el centro otra vez, seguida por Kathryn. Depositó sus cintas en el suelo, y se retiró, y
Kathryn llegó al centro. Ella empujó sus cintas de luz hacia el cielo, donde quedaron
flotando en el aire, y también se retiró. Cassandra y Kathryn giraron un poco más
alrededor del centro en rápidos remolinos, y luego de unos segundos, con un
estremecimiento mágico que recorrió todo el claro, Cassandra levantó sus luces y
Kathryn bajó las suyas. Las luces se unieron y fundieron unas con otras, cuando las
manos de ellas se tocaron. Un relámpago enceguecedor, y la danza terminó.
Cassandra estaba sola en medio del claro.
Javan se aproximó, silencioso, y la envolvió con la capa. Ella lo miró, y le
mostró la mano.
Kathryn había dejado tres flores en ella: un jazmín, un nomeolvides, y una flor
de noctaria.
218
Capítulo 23.
Reina.
Todo a lo largo de la cena, Cassandra estuvo mirando a Andrei con una sonrisa
divertida, y soportando constantes pisotones y codazos de parte de Javan. Al final, él se
inclinó hacia ella y le gruñó:
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eso. Salió varias veces, volvió a entrar a su patio, intentó trabajar en la oficina de
Javan... Pero no encontraba acomodo en ningún lugar. Javan había salido temprano, y
no había hablado con él en todo el día. Volvió a salir a los jardines, y no tuvo que ir muy
lejos. El pájaro de alas rojas cruzó el cielo de la tarde cuando ella todavía no había
llegado ni siquiera a la mitad del camino. Regresó corriendo a sus habitaciones.
Cuando entró, escuchó unos ruidos en el ropero. Abrió la puerta de un tirón, para
toparse con Calothar.
— Profe... Cassandra... Yo... — tartamudeó.
— ¿Está Javan ahí? — jadeó ella. Calothar salió del ropero, y Javan lo siguió. Él
pareció súbitamente culpable.
— Es el momento... — jadeó ella. — El pájaro rojo... Te estaba buscando, tienes
que venir...
— No entiendo... — dijo él con suavidad, extendiendo los brazos hacia ella con
gesto tranquilizador. — Nosotros solo...
— ¡La Reunión Secreta! Hoy es el día... ¡Apúrate! — gritó ella, y tiró de su
mano para hacerlo venir. Javan recordó de golpe. Manoteó un par de capas y soltando
un ‘Hablaremos después’ hacia Calothar, siguió a Cassandra hacia el bosque.
que ella había estado muy preocupada de que Cassandra no se hubiera recuperado
totalmente de la maldición. Cassandra había pasado mucho tiempo con ella antes de la
ceremonia, en parte para conversar, en parte para tranquilizarla. Ahora sonreía, feliz. Y
le dijo, con una sonrisa pícara:
— Tuve que ampliar la lista de invitados por tu culpa...
— ¿Y yo qué hice ahora? — se sorprendió Cassandra. Javan la miró por sobre el
hombro.
— Travesuras. ¿No es eso lo que haces siempre? — se burló. — ¿A quién tuviste
que invitar?
— A Gaspar Ryujin. Dijo que solo se quedaría un momento. Algo acerca de su
esposa...
Cassandra arqueó las cejas con curiosidad.
— ¿Le pasa algo a Reina?
— No. Algo acerca de que ella tenía otros compromisos.
— ¿¡La va a traer aquí?! — Curiosamente Cassandra parecía alarmada.
— ¿Qué es lo que...? — empezó Javan, mientras tironeaba de ella para hacerla
sentarse otra vez.
— Nada. Es que ella es... — Cassandra no pudo terminar. Las puertas del salón
se abrieron, y una pareja apareció en el umbral. Gaspar Ryujin venía acompañado por
una mujer excepcional. No hubo un solo hombre en el salón que no volviese la cabeza
para mirarla. Y la mayoría permanecieron como hipnotizados, viéndola caminar hacia
Alessandra y Andrei con la boca abierta. Incluso Andrei y Javan no podían dejar de
mirarla. Alessandra pestañeó varias veces antes de volverse a Cassandra.
— ¿Quién es esa mujer?
— La Reina Dragón. La esposa de Gaspar... Cierra la boca, mi cielo. Ella está
casada, — agregó, volviéndose a Javan y sacudiéndolo un poco, y Andrei también.
— Estás sintiendo el poder de la Reina — susurró Cassandra. — No puede
ocultarlo por períodos largos... ¿Han tenido buen viaje sus majestades? — saludó en voz
alta, cuando Gaspar y Reina llegaron junto a ellos. El saludo fue acompañado por una
reverencia, y entonces notaron la delicada diadema que adornaba el cabello de Reina.
— No seas tan formal, Kierenna. No estamos usando la corona, — dijo Gaspar.
— Pero estás mostrando la sombra de tu poder. Gaspar, tú sabes que se refuerzan
mutuamente cuando están juntos...
Reina sonrió y susurró:
223
— Yhero niro-té. — Su voz era dulcísima, tan hechicera como su persona. Y sin
embargo, sacudió la larga cabellera, y fue como si se desprendiera de un manto
invisible. El movimiento volvió a las mesas forasteras, y la conversación inundó el
salón. Pero Cassandra notó las miradas de los magos todavía fijas en Reina.
— Mis felicitaciones a la novia. Gaspar me ha hablado de ti...
— Gracias, — sonrió Alessandra.
Reina la miraba fijamente. Cassandra vio a los magos que empezaban a
acercarse. Se puso de pie, nerviosa.
— ¿Tuvieron un buen viaje? — volvió a preguntar aturdidamente. — ¿No
quieren comer algo?
— No. Sólo pasamos a entregar un regalo, — dijo Reina. Todavía miraba
fijamente a Alessandra, y ella palideció de súbito. Cassandra se interpuso.
— ¿Qué clase de regalo? Alessandra no es...
Los ojos de Reina destellaron, y mostró apenas algo que tenía entre las manos.
— ¡No! — dijo Cassandra sin aliento. — La matarías...
— Es un riesgo que puedo correr. No morirá si es bastante fuerte y pura, — dijo
Reina mirando a Cassandra con ojos negrísimos.
— No lo harás. No lo permitiré, — dijo Cassandra frunciendo el ceño. Javan no
dijo nada. No podía. Pero dio un paso adelante y apoyó la mano en la cintura de
Cassandra. Andrei se había parado del otro lado.
— No los pondrás en mi contra, — dijo Cassandra, tranquila. Desde donde
estaba, veía a Siddar acercarse, cautelosamente.
Reina los miró un momento, y luego sonrió. La amenaza se desvaneció. Se
volvió a Gaspar.
— Tenías razón, mi Rey. Es exactamente como decías. Alas, Colmillos, Garras,
Fuego.
Gaspar asintió lentamente.
— No sabías a qué te enfrentabas, Kierenna, pero igual estuviste dispuesta a
todo. Y ellos contigo. Evidentemente son los indicados...
— No te entiendo, — dijo Cassandra. Estaba un poco más relajada, pero todavía
alerta.
— No quería hacerle daño, ni a ella ni a ti. Estaba probando la lealtad de tu
grupo, — dijo Reina. Mientras hablaba, ocultaba lo que tenía en la mano en un bolsillo
224
oculto en su traje. — Y si miras alrededor, todos tus amigos han estado alerta, prontos a
defenderte de lo que fuera... Aún ese alocado amigo pájaro que tienes.
Siddar dio un respingo y volvió a alejarse, siempre a espaldas de Reina.
— Esto es para él, — dijo ella. — Dáselo cuando estén solos, — y puso en la
mano de Cassandra un pequeño cristal de fuego. — Mi Rey me ha dicho que la hikiri
olvidó darle protección a él...
Cassandra sonrió ahora. Gaspar respondió a su sonrisa.
— No olvides nunca, Guardiana, que solo si trabajan juntos tienen posibilidades
de vencer...
— Y ahora sí nuestro regalo. Querido...
Gaspar sacó una pequeña cajita del bolsillo de su traje, y se lo tendió a
Alessandra.
— Un pequeño recuerdo de mi familia. Les deseamos toda la felicidad del
mundo...
Y tanto Gaspar como Reina besaron a la novia antes de irse.
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Capítulo 24.
El regalo.
Cuando Javan volvió, encontró a Andrei y Alessandra hablando con una mujer a
la que no conocía. Ella era alta, de ojos oscuros, y usaba un largo vestido rojo que
realzaba su largo cabello negro. Lo miraba fijamente, mientras él se aproximaba con las
bebidas.
— Javan, ella es Alice Panette, una vieja amiga. Él es Javan Fara, el esposo de
Cassie, — presentó Alessandra.
La mujer sonrió educadamente y Javan le besó la mano.
— Tiene mejores modales que tú, — dijo mientras se sentaba.
— Claro. Es francesa, — replicó Alessandra.
— No te preocupes. Soy la única normal de las tres, — dijo Alice.
— Ya lo veo. — dijo Javan. — ¿Dónde está Cassandra?
— ¿Ca-ssandra? — preguntó Alice sorprendida, mirando a Alessandra.
Alessandra se encogió de hombros.
— Otro cambio de nombre... — explicó. — Ahora lo usa entero, y como nombre
oficial... — Y volviéndose a Javan, — Está bailando por allí...
Cassandra y Pierre estaban bailando. O algo parecido. Parecía más un juego del
gato y el ratón. Cassandra se acercaba, insinuaba una caricia, y retrocedía otra vez,
mientras él trataba de atraparla, y ella se alejaba, provocativa. La vieja llama se
encendió en los ojos de Javan.
— No te atrevas a interrumpir. Es un juego. Sólo actuación. Vamos, vayamos a
bailar. — Y Alessandra lo tomó por la mano. — Andrei, baila con Alice, por favor.
Vamos a terminar el juego...
El destello en los ojos de Alessandra se repitió en los de Alice. Ella podía decir
que era la más normal, pero le gustaban las mismas picardías que a Cassandra y
Alessandra. Llevaron a sus compañeros hacia Cassandra y Pierre.
227
reclamando que elija un sucesor. Mi sucesor debe ser entrenado... Quiero que tu seas su
guardián.
— Guardiana, me honra pero yo... No sé si estaré a la altura de la tarea...
— Lo estarás. Nadie conoce mejor que tú el Templo del dios-Guardián, y al
pueblo del Escarabajo... Pero, ese no es mi regalo. Mi regalo es este: cuando llegue el
momento, elegiré a uno de tus hijos para custodiar la Llave.
Él la miró un momento más.
— Gracias, Guardiana, — dijo finalmente. No sabía qué más decir. Ella sonrió.
No había esperado que él entendiera todavía la magnitud del regalo que hacía. Y no
conocía a nadie más adecuado para la misión. Confiaba en Andrei. Sabía que él lo
entendería al final.
— Regresemos, — dijo ella, tomándole de la mano. Él se la oprimió.
Sólo una cosa perturbó a Cassandra ese fin de año. Sólo una cosa que ella
enterró profundamente en su mente. Todo lo que había sucedido ese año, la invasión de
Althenor, la Maldición, las Joyas... Ese había sido un año realmente difícil. Y a pesar de
ese último trimestre, tan pacífico, se sentía cansada. Cansada de preocuparse por un
futuro que siempre aparecía lleno de peligros y amenazas. Además, esperaba la boda de
Andrei, y el bebé de Alessandra... De manera que apenas sucedió, lo olvidó, como si
nunca hubiese sucedido.
Era la última cena antes de irse a la casa de la frontera. Kathy había estado
vagando por el castillo todo el día, envuelta en nubes violeta causadas por su resfrío.
Cassandra y Javan habían desaparecido en el bosque a mitad de la tarde. Cuando
regresaron, al atardecer, lucían relajados y felices. Cassandra probó un par de remedios
caseros para el resfrío, y finalmente, Kathy se quedó dormida. Las nubes violeta se
disipaban lentamente. Cassandra y Javan subieron a cenar.
La cena promediaba, una cena como todas. Las palabras de siempre, los amigos
de siempre... Y entonces... Una sensación de irrealidad golpeó a Cassandra. Frío. Miró a
las puertas del salón, y vio entrar a alguien. Una mujer. Una dama. La Dama Oscura.
Su rostro le resultó vagamente familiar. Y su porte, y su manera de moverse. En
la mano llevaba un anillo que ella encontró conocido. La vio caminar hacia la mesa de
los profesores, y detenerse frente a Calothar. El Heredero de Huz se veía varios años
mayor. Y el Mago Drovar a su lado. Y la Hechicera Solana, y la Bruja Drovna. Todos
ellos enfrentaban a la Dama Oscura, pero ella no miraba a nadie sino al Heredero de
Huz. Cassandra se estremeció.
— Fuego de Arthuz, protege a tu hijo. Viento de Ingarthuz, levanta tu escudo.
Roca de Ingelyn, protege a tu siervo. Agua de Zothar, levanta barrera...
Vio un destello, pero nadie más lo vio. La sensación se disipó, y pudo ver que la
figurita frente a la mesa de Calothar era Kathy, levantada sin permiso. Otro estornudo
levantó una densa nube violeta a su alrededor. Solana sonrió, y se acercó a la niña, para
traérsela a Cassandra.
— ¿Algo anda mal? — preguntó Javan.
— No... no. Solo espero no contagiarme... — dijo ella, señalando a Kathy. Javan
sonrió, y se levantó a recibirla. Ella lo detuvo: — No, deja. Yo la llevo abajo...
Por la mañana, ella había olvidado.
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