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A. Giddens - La Estructura de Clases en Las Sociedades Avanzadas (Selección)
A. Giddens - La Estructura de Clases en Las Sociedades Avanzadas (Selección)
La estructura de clases
en las sociedades avanzadas
Postfado (1979)
Versión española de
Joaquín Bollo Muro
Alianza
Editorial
INDICE
: Para distinta» exposiciones de esta idea, véase Ralf Dahrendorf. ( !uss .inj
Ciass Confiici in Industria! Society (Stanford, 1959) y «Out of utopia: toward
the reorientation ot sociological theory», llssays itt the Theory oj Society (Lon
dres, 1968); John Rex, Key Problema ¡n Sociological Theory (Londres. 1%U;
David Lockwood, «Somc rcmarks on The Social System"», British Journtá
o j Soctaiogy 7, 1956: «Social imegraúon and svsietn incegraiion», en G. R.
Zolkchun y W Hirsch. Explorations in Social Change (Londres. 1964).
rente de la misma. Se trata de la opinión que resalta el en trema miento
enere la sociología «conservadora» y la «radical». E l punto ele partida
en este caso es más ideológico que sociológico* dado que, como se
afirma en la misma, la mayor parte de la sociología académica, y en
particular la teoría funcional estructural, está unida a un punto de
vista ideológico «conservador», sus prejuicios y debilidades pueden
ponerse de manifiesto mediante una perspectiva sociológica imbuida
de una posición «radical». Este entoque encuentra graves problemas
epistemológicos, ya que no está en absoluto claro cuál es la posición
de la «sociología radical» en relación con su objeto. El marxismo
siempre ha encontrado dificultades epistemológicas al tratar de susten
tar la pretensión de ser al mismo tiempo un cuerpo teórico verificado
empíricamente y una guía moral para la acción política: de aquí su
tendencia siempre presente a disolverse en un positivismo rígido o
alternativamente en un relativismo ético — tendencia que ha quedado
vividamente ilustrada en la disputa entre Kautsky y Bcrnstein. Pero
las dificultades originadas por la concepción de una sociología «conser
vadora» versus una sociología «radical» son incluso más agudas,
dado que queda implicado que no existe, como en el marxismo, una
interpretación supuestamente revalidada de manera científica de la
realidad social, sino dos interpretaciones ideológicas en competencia J.
El reconocimiento de semejantes problemas es lo que ha contri
buido a precipitar una tercera reacción ante los actuales problemas
de la sociología, que encuentra la solución en una aplicación narci-
sista de la sociología del conocimiento4. Al igual que el intento de
construir una «sociología radical», representa una protesta contra el
supuesto, considerado por la mayor parte de los críticos como intrín
seco al funcionalismo estrucmral, de que la teoría social y la investi
gación sociológica son «neutrales» en relación con los fenómenos so
ciales que pretenden interpretar o explicar. Indudablemente es valioso
y útil (como explicaré más adelante) examinar la historia del pensa
miento social en función de los contextos políticos y sociales que han
originado las principales tradiciones o modalidades de ¡a teoría social.
Pero no es necesaria una perspicacia especial para ver la petitio prin
cipa implícita en la noción de que semejante ejercicio puede por sí
mismo producir un nuevo marco teórico para la sociología; la conver
sión de la sociología en unq sociología del conocimiento es una em
presa lógicamente imposible.
5 Ver en particular Dick Ackinson, Orthodox Con sensus and Rjdical Alter-
nattve (Londres, 1971); pero ei éxito actual de la «etnome:odología» es tam
bién significativo a este respecto.
6 Ver itticr alia, Erich Fromm. Marx’s Conreo/ of Man {Nueva York. 196,,.
7 He empezado a :nuar algunos ¡ispectos del trasloado de esta cuestión en
nna -¡¿ric de recientes publicaciones acerca de la historia del pensamiento social
Se pueden distinguir dos teorías sobre las fases principales de la evo
lución del pensamiento social en el siglo xix y a principios del xx,
una asociada a la sociología académica, la otra al marxismo. Ambas
estiman que existe un cauce principal, una «gran divisoria» en esta
evolución *. El punto de vista más ampliamente adoptado por la pri
mera es el expuesto, con gran sofisticación técnica, en Tbe Structure
of Social Action de Parsons, y mucho más crudamente por muchos
escritores posteriores. La «gran divisoria» en la historia del pensa
miento social, de acuerdo con esta concepción, se encuentra en las
obras de aquellos autores — principalmente Durkheim y Max We
ber— . cuyas ideas más características fueron elaboradas en el período
comprendido entre 1890 y 1920. Más específicamente, esos pensado
res, así se supone, rompieron con la filosofía de la historia, especula
tiva y de inspiración ideológica que distinguió los escritos de sus pre
decesores: la sociología se convirtió en un terreno empírico, en un
campo de estudio científicamente riguroso, en paridad con las disci
plinas profesionales ya consagradas. Los que adoptaron este punto de
vista han ignorado general mente, como lo hace Parsons en su obra
fundamental, los acontecimientos políticos y sociales que formaban
el entorno en el que autores como Durkheim y Weber elaboraron sus
aportaciones a la sociología. El cauce en el progreso del pensamiento
social es considerado como un avance intelectual originado por el aná
lisis lógico y empírico de los parámetros básicos del método socio
lógico.
La interpretación marxista ortodoxa — de nuevo, presentada con
unos mayores o menores grados de sutileza— es inevitablemente
bastante diferente, y tiende a considerar el entorno social en el que
se produjeron los textos de la generación de 1890 a 1920, subrayando
la importancia del mismo. Según este punto de vista, por supuesto, el
cauce que separa la ideología y la filosofía de la ciencia en la compren
sión por parte del hombre de su sociedad se encuentra en la obra de
Marx. Las obras de los llamados «fundadores» de la moderna sociolo
gía se juzgan una respuesta burguesa a Marx: en términos sociales,
una defensa intelectual del capitalismo ante la amenaza que significaba
el crecimiento de los partidos revolucionarios marxistas a finales de
11 Pasaje escrito en 1940, *<en los Estados Unidos, la palabra "ciase" es si
nónimo de concepciones estereotipadas, y puede producir la impresión de que
ia persona que hablo de 'clase” se est í moviendo al margen de las fronteras
de In cuín ira americana, o indicar una adhesión a a doctrina "extranjera'’ dei
im m sm n*; ver Charles 11., la obra Ciass and American Sociology (Nueva York
I W-)i pág. xi Ver'también Roben Nisbet, «The decline and fal! oí the con-
cept ol social ciass». Pacific Sociological Review 2, 1959, para una apología del
p atacamiento que relega el concepto de clase al cuarto de los trastos de !a an
-iHu %0C1 -n «tu d io más reciente que critica ei hecho de que «ios so-
y- g t. americanos han continuudo esquivando v eludiendo la dimensión de
r.l.;“8f a Cn'i? 'S a" í,1,s,s- V e C e n t r a en Leonard Reissman y Michael B
Haistead. «The sub|«t ,s clns». Socblogy m d Socal R e sa rc í M . 1970
curación de cl^í^no-defeea-aLcLb.uirse única o f u n d a mentajnngpx^-a la
cpn^fctfctScl' técfíol6gi.ea "o"
tómente á'¿~t3 áenommaáón «sociedtiálde^djwzs»^ 1*1 capitalismo, de
bido a causas^ que expondré más adelante, esJItóR«e^»^^tt<>i---51Inl,
sodedái^ksis«r-y--esto es cieno tdnto püra-4os—Estado*- Unidos
como para las otras sociedades; pero ello no invalida el hecho de que
los niveles de estructuración de clases en ese país han estado, y parece
ser que continuarán estándolo en un futuro previsible, más débilmen
te definidos que en la mayoría de los otros países capitalistas.
•4. Las diferencias en el desarrollo de las sociedades capitalistas
(y socialistas estatales) no deben considerarse simplemente, como ha
ocurrido en el pasado, como consecuencia de la influencia de «valores
culturales» divergentes; existen diferencias importantes que pueden
apreciarse en la infraestructura socioeconómica, pero están ocultas
por el empleo de la etiqueta «sociedad industrial» tal y como se ha
aplicado en la sociología reciente. No es el propósito principal de este
libro identificar y tratar de clasificar éstas de forma exhaustiva — aun
que deba ser una de las tareas urgentes con las que se enfrente una
sociología comparativa revitalizada. Más bien me centraré sobre un
número limitado de sociedades como fuentes de referencias empíricas
para ilustrar mis opiniones. A l estudiar los países c a p i t a l i s t a s , me
referiré principalmente a materiales relativos a los Estados Unidos,
Inglaterra, Francia y el Japón; al analizar las sociedades socialistas
estatales, emplearé principalmente datos relativos a la Unión Sovié
tica, Polonia, Checoslovaquia y Yugoslavia. El caso de Francia es
particularmente significativo dado que al igual que muchos sociólogos
académicos han visto en los Estados Unidos el posible futuro de
otras sociedades, muchos marxistas han considerado a Francia t-.es-
de 1968— de modo similar. Lo^-ac^ftteeimitfF^QS-de mayo de J JpP
-ret-Eranriii han-revir^lj^q.A;-jmrvh" la fe en Ja fíipacklad de
obrenr^pará~:tHngír ef cataclismo revolucionario qué~s'érnflárT"é! tin
de-la-sociedad capitalista;. La realidad es más prosaica: existen facto
res específicos que han conformado el desarrollo de la sociedad fran
cesa y que la.diferencian (junto con Italia) de la mayoría de los otros
países capitalistas; Francia se encuentra, en cierto sentido, en el^ex
tremo opuesto de los Estados Unidos. No es extraño que I rancia e
Italia hayan sido la fuente de las corrientes más estimulantes y origi
nales del pensamiento marxista reciente; no es sorprendente tampoco
que algunas de las ideas concebidas por estos autores (por ejemplo la
de la «nueva clase obrera» revolucionaria.) parezcan menos acertadas
cuando se aplican directamente, por ejemplo, a los Estados Lnidos.
Señalar la existencia de diferencias crónicas en la infraestructura
de las sociedades no significa estar de acuerdo con una primacía cau
sal, universal y necesaria, de los propios factores infraestructurales.
Por eJ contrario, pienso que debe asignarse a las influencias específi
camente políticas, que condicionan a la vez que expresan dichas dife
rencias, un papel primordial a la hora de interpretar la formación
y desarrollo de las estructuras de clase.
5. Esto nos lleva a una crítica de la llamada «teoría de la con
vergencia», que implica la concepción de que las diferencias entre las
sociedades capitalistas y las sociedades socialistas estatales van dismi
nuyendo, y que es distinta de las que normalmente se nos ofrecen. En
realidad, «la teoría de la convergencia» es equivocada o errónea por
que se ajusta a las dos suposiciones sobre el desarrollo social a las
que ya me he referido y que he rechazado. Pero la misma importancia
tiene, en mi opinión, que el debate se haya situado en un marco de
referencia empírico que oscurece las ramificaciones de las cuestiones
implícitas en el mismo. La mayor parte de las aportaciones a la con
troversia han establecido comparaciones entre los Estados Unidos, por
una parte, y la Unión Soviética, por otra; pero esto significa en cierto
modo — y con factores que complican las cosas, derivados del alcance
de la dominación política de esos países sobre otros— comparar los
casos menos típicos de cada tipo genérico de sociedad.
6. La «teoría de la convergencia» parece hoy día un tanto pa
sada de moda y desatinada, y ha sido abandonada, al menos en la for
ma ingenua en que se presentó hace una década, por muchos de sus
antiguos seguidores. Pero se ha visto complementada por formas nue
vas -o elaboradas recientemente— de la teoría tecnocrática, en espe
cial por la teoría de la «sociedad post-industrial». Demostraré que
éstas deben ser a sil vez severamente criticadas, ya se empleen en
relación con la sociedad capitalista o con la sociedad socialista estatal,
o con ambas. Si Daniel Bell es el más persuasivo propagandista del
capitalismo avanzado. Herbert Marcuse es el autor de su bomba pu
blicitaria de más éxito. La teoría tecnocrática y la idea de lo que
Roszak llama la «contracultura» son dos aspectos de las modernas
resis del «crepúsculo de las ideologías».
7. En este libro propongo una visión un tanto herética, quizá
no sobre el capitalismo como tal — esto es, como forma de organiza
ción económica— , pero sí sobre la sociedad capitalista. Marx seguía
a la economía política ortodoxa cuando identificaba la culminación de
la sociedad capitalista con la economía capitalista británica de princi
pios del siglo xix. En mi opinión, este análisis es en el mejor de los
casos equivocado y en el peor falso. Pero prácticamente todos han
aceptado este punto de vista, lo que lleva consigo la implicación lógi
ca de que cualquier movimiento hacia la «intervención» estatal en
la vida económica y, como muchos autores no marxistas han sugerí-
do, la aceptación de la legitimidad de la negociación colectiva en la
industria y el reconocimiento de los derechos políticos de la clase
obrera, representan cierta forma de superación pardal de la sociedad
capitalista. La realidad es lo contrario; la sociedad capitalista sólo se
desarrolla totalmente cuando tienen lugar estos procesos — aunque la
cuestión del papel del Estado reviste cierta complejidad porque,
como ha señalado Polanyi, el «mercado libre» fue, en cierto modo,
una ficción incluso en la Inglaterra del siglo xix, por no hablar de
otros países donde el Estado desempeñó conscientemente un papel
activo en la promoción del capitalismo industrial.
8. El socialismo de Estado no se considera propiamente como la
superación de la sociedad capitalista, pero es, sin ninguna duda, sig
nificativamente diferente, como forma de «sociedad industrial», de la
anterior. El contraste entre la sociedad capitalista y la sociedad socia
lista estatal es la demostración palpable de lo que llamaré la «parado
ja del socialismo»: un dilema resultante de los dos elementos consti
tutivos de la teoría socialista, un enfrentamiento entre el principio de
la regulación de la producción según las necesidades humanas, y el
principio de la eliminación o reducción de la dominación explotadora
del hombre sobre el hombre. Esto es, si se quiere, una expresión
moderna del dilema clásico de la libertad frente a la igualdad pero
manifestado de una forma muy específica.
Capítulo 6
REPLANTEAMIENTO DE LA TEORIA
DE LAS CLASES (I)
1 Ver Roben A. Nisbet, «The decline and fall of social class», op. cit.
A Lo que denomino estructuración de clase. Gurvitch lo llama negativamente
«résistance a la penétration par la socicté globaüe». ‘ Jeorges Gurvitch Le con
cept de dasses sociales de Marx J nos iours (París, 1954), p. 116 y passttn
drados por las diferentes capacidades del mercado, sólo existe, en
una sociedad dada, un número limitado de clases.
Puede ser útil en este momento definir lo que no es una clase.
I Primero, no es una «entidad» específica — esto es, una forma so
cial delimitada en el sentido en que lo es una firma comercial
o una universidad— y no posee una identidad sancionada públi
camente./ Es extremadamente importante recalcar esto, dado que
el uso lingüístico establecido frecuentemente nos lleva a aplicar ver
bos activos al término «clase»; pero el sentido en el que una clase
«actúa» en una cierta forma o «percibe» elementos de su entorno al
igual que un agente individual, es altamente elíptico y esta especie
de empleo verbal debe evitarse siempre que sea posible. Del mismo
modo quizá sea erróneo hablar de «afiliación» a una clase, puesto
que esto puede implicar la participación en un «grupo» definido.
Esta forma de expresión, sin embargo, es difícil de evitar y no in
tentaré hacerlo en adelante. |En segundo lugar, la clase ha de distin
guirse del «estrato» y la teoría de las clases del estudio de la «estra
tificación».) El último comprende lo que Ossowski llama un esque
ma de gradación, entraña un criterio o conjunto de criterios por el
que los individuos pueden ser ordenados descriptivamente según una
escala. La distinción entre clase y estrato es de nuevo una cuestión
de cierta importancia y se relaciona directamente con el problema
de las «fronteras» de la clase. Pues las divisiones entre estratos,
desde el punto de vista analítico, pueden trazarse con mucha pre
cisión, puesto que se pueden situar en una escala de medida — como,
por ejemplo, con el «estrato de renta». Las divisiones entre clases
uo son nunca de este tipo; ni tampoco se prestan a una fácil visua-
lización en términos de cualquier escala ordinal de «más alto» y
«más bajo», como sucede con los estratos — aunque, una vez más,
este tipo de imágenes no pueden evitarse totalmente.'Finalmente,
debemos distinguir claramente entre clase y élite. La teoría de las
élites, formulada por Pareto y Mosca, se desarrolló, en parte, como
un rechazo consciente y deliberado del análisis de clases. Los teóri
cos de la élite sustituyen el concepto de relaciones de clase por la
oposición entre «élite» y «masa»; y en lugar de la yuxtaposición
marxista entre sociedad clasista y ausencia de clases adoptan la
idea de una sucesión cíclicade las élites in perpetuo) Su empleo de
términos tales como «clasegobernante» y «clase política» son de
hecho confusos e ilegítimos. Más adelante argumentaré, sin embar
go, que el concepto de élite no es, en absoluto, incompatible con la
teoría de las clases; por el contrario, despojado de ciertasconno
taciones que algunas veces la han hipotecado, la noción es de im
portancia esencial.
2. La estru cturació n de las relaciones de clase
16 Cf.: sin embargo, la observación de F.ngels ile que *du pobreza a menudo
habita en callejuelaí ocultas cerca de los palacios «Je los ricos; pero, en «ene-
ral, se le asigna un territorio separado, donde apartada de ia vista de las clases
más favorecidas, sobrevive corno puede» (Friedrich Engcis, Tbe Con dtiion of
tbe Working Chiss in Englaná in iS4-í, Londres. I % 8 p 26)
'• Ver. más adelante, pp. 217-18.
trabajador de base. Estos órganos se encuentran entonces en una
posición desde la que pueden, a su vez, influir e intentar dirigir la
conciencia de dase de las masas. Si bien la propia institucionaiización
de los órganos, nominalmente establecidos para promover ciertos
intereses de clase, pueden proveer un factor ulterior que intervenga
entre el miembro de la clase y el verdadero avance de sus intereses,
en líneas generales ésta es una interpretación aceptable de los
procesos que supone la agudización de la conciencia del conflicto.
Lo que no queda suficientemente explicado es por qué semejante
conciencia debe adoptar una forma revolucionaria.
Si el factor más importante que acelera la conciencia de con
flicto es la visibilidad de las diferencias de clase, el factor más im
portante que influye en la conciencia revolucionaria es la relativi
dad de la experiencia dentro de un sistema dado de producción, ^a
conciencia revolucionaria, como la he definido, entraña una percep
ción del orden socioeconómico existente como «ilegítimo» y un
reconocimiento de modos de acción que se pueden adoptar para
reorganizar este orden sobre nuevas basesJ Semejante percepción
es, casi siempre, exclusiva de los componentes de los grupos cróni
camente subprivilegiados cuyas condiciones de trabajo permanecen
estables a través del tiempo. Su creación implica un marco por re
ferencia al cual los individuos pueden distanciar su experiencia del
aquí y ahora, de la realidad social «dada», y vislumbrar la posibili
dad de una realidad que difiera radicalmente de ésta. El término
«privación relativa» se aplica de forma inadecuada en este contexto.
La experiencia de la privación {que es necesariamente «relativa»,
dado que un individuo que se siente privado debe, en algún senti
do, orientarse según un estándar de legitimidad) es simplemente
un elemento en la imagen; el resentimiento difuso sólo adquiere un
carácter revolucionario cuando se funde con un proyecto concreto,
por muy vagamente formulado que esté, de un orden alternativo que
pueda llevarse a Ja práctica.
AJiora bien, en la teoría marxiana. como ya he indicado, el con
flicto que procede de la división de intereses en las relaciones de
clase se une con el que se deriva de la contradicción. Esto contribu
ye a explicar el origen de lo que en ocasiones se considera como un
punió oscuro en la concepción de Marx del desarrollo de la con
ciencia de clase del proletariado en el capitalismo: esto es. por qué
tiene que orientarse !a revuelta de la clase obrera hacia una supera
ción institucional del orden existente. La respuesta, evidentemente,
es que la clase obrera es la portadora de un nuevo «principio» de
organización social y económica cuya puesta en práctica contradice
el que regula el funcionamiento del modo de producción capitalista
Pero no está del todo claro cómo los miembros de la clase obrera
se dan cuenta de esto. El análisis de Marx en este punto tiende a
remitirse a los resultados de la dependencia explotadora del trabajo
asalariado en relación con el capital y, por tanto, a los efectos de
la «depauperación» tal y como se manifiestan en la relativa inmovi
lidad de los salarios y en el crecimiento del ejército de reserva in
dustrial. Sin embargo, como se ha mencionado en el capítulo 1, existe
también una segunda teoría marxiana de la revolución, que tiene en
cuenta, en cambio, el choque entre un orden agrícola «atrasado» y el
impacto de la técnica «avanzada». Lo que quiero decir es que es
esta dase de situación la que realmente tiende a ser la razón funda
mental de la formación de la conciencia revolucionaria de clase en
vez de la anterior. En tales circunstancias, el nacimiento de contra
dicciones se produce de una manera abrupta y clara y tiene conse
cuencias que afectan a todos los aspectos de la vida del trabajador,
creando así lo que cabe estimar como el paradigma para el desarrollo
(potencial) de la conciencia revolucionaria en el mundo moderno.
Dos cosas deben señalarse en este contexto. En primer lugar, la
creación de una conciencia revolucionaria de clase no ocurre nece
sariamente, como presumía Marx, al menos en su concepción del na
cimiento de un proletariado revolucionario, como fruto de la ma
durez del capitalismo, como una mera agudización de la conciencia
del conflicto. Sus orígenes son diferentes, y no existe razón para sos
tener que se encuentra intrínsecamente unida a los tipos de condi
ciones sociales que intervienen en la producción o agudización de la
conciencia de conflicto — un hecho que tiene importantes implica
ciones y que se estudiará más adelante. En segundo lugar, se dedu
ce que los orígenes de la conciencia revolucionaria tenderán a estar
ligados, bien a aquellos grupos que se encuentran en los márge
nes de «incorporación» a una sociedad basada en la técnica indus
trial (por ejemplo, campesinos cuyo modo tradicional de produc
ción ha sido socavado), o, \la inversa, a aquellos implicados en ios
sectores de producci'ón técnicamente más progresivos.
Gran fiarte de la bibliografía sobre el tema, por supuesto, $e
ocupa principalmente de la conciencia de clase como fuente de im
pulso para la acción política, entendiendo por ello la formación de los
partidos de la clase obrera con algún tipo de programa revolucio
nario. Si bien no deseo soslayar en modo alguno las cuestiones que
plantea esta situación no me propongo discutir en detalle los fe
nómenos que subyacen .1 la organización de !os partidos. Creo que
Lenin estaba fundamentalmente en lo cierto ai afirmar que «la clase
obrera, por sus propias tuerzas, únicamente es capa/, de producir
conciencia trade-unionista» pero es un error suponer que ésta
pueda transformarse en una conciencia revolucionaria principalmen
te por medio de una activa dirección del Partido. Existen importan
tes elementos de verdad en la opinión de Rosa Luxemburgo sobre
los orígenes de la conciencia revolucionaria en comparación con
la de Lenin. Porque si podemos estar de acuerdo con Lenin en que
la conciencia revolucionaria no surge «espontáneamente» de la ma
durez de la producción capitalista, también tenemos que aceptar
que los factores que producen semejante conciencia entre la base no
sólo tienen que ver con el carácter de la dirección política y han de
buscarse en las condiciones de trabajo de la clase obrera como tal.