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ARTE Y ESTETICAS EN LA HISTORIA DE

OCCIDENTE

Clase 8

Profesor NESTOR H. CASELLA

La Ilustración: razón y progreso

Razón y progreso, esa sería la episteme (en términos de Michel


Foucault [1926 – 1984] en “Las palabras y las cosas”) de la
Modernidad. Paradigma en palabras de Thomas Khun (1922 – 1996),
es decir la forma de ver el mundo, el marco que lo arroba y que a la
vez le proporciona preguntas, respuestas, que ideologizan un
momento determinado en la historia. En el mundo grecorromano la
mitología, en la Edad Media la teología y ahora nos encontramos con
las ciencias.

Por supuesto nunca hay que plantear los temas con una sola palabra,
siempre resulta reduccionista, simplificador, y muy lejos de esto se
pretende: porque lo que se tejen son artesanales y arduas tramas,
pero en principio estas palabras, “razón, progreso, ciencia“, serían
para titular. Como plantea Georges Gusdorf (1912 – 2000) en “Las
ciencias humanas y el pensamiento occidental”, “el historiador que se
imaginase poder extraer un sentido unitario y definitivo del siglo
XVIII testimoniaría por este simple hecho una incomprensión
terriblemente ingenua".

La estética del siglo XVIII confluye desde el análisis filosófico en la


“forma lógica y el contenido espiritual” tal como lo plantea Ernest
Cassirer (1874 – 1945); justamente la filosofía pretende anidar en su
seno la crítica como concepto: la poesía y la rigurosidad que nos
conducen a la reflexión estética. Es claro el cambio de conocimiento,
comprensión, de representación del mundo entre el Renacimiento y la
Edad Moderna. El hombre ahora no solo es sujeto que conoce, sino
sujeto a conocer, epigrama que nos lleva entre otras cosas al
nacimiento de otras ciencias humanas: aquí ya se observa un cambio
importante, el del conocimiento natural potenciado, el hombre como
centro de los cuestionamientos y de estas células prístinas nace la
estética como forma autónoma de conocimiento. Es hora de
(también) poner la razón emancipada al servicio de la estética, pero
ahora no como una verdad revelada, sino cada uno por sí mismo. El
origen de toda verdad ahora se remite al “yo pensante”, soy
sustancia que existo porque pienso, independientemente del mundo
circundante. Friedrich Nietzsche interpondrá el papel decisivo del
cuerpo, pero este tema animará otro acápite seguramente con el
transcurrir.

La afirmación de la autonomía de lo humano es la que


ideológicamente cultiva esta era en todos sus aspectos; surge
entonces una especie de “arte del pensamiento”, esto es, el arte se
liga más con la reflexión que hace expirar al período anterior que se
correspondía y retroalimentaba con lo divino, lo que Walter Benjamín
(1892 – 1940) llamaría el arte “auratíco” y que Michel Foucault
considera una “discontinuidad” de la historia del arte: ya no es
venerable, cambia el paradigma y es un instrumento más reflexivo,
como se planteaba en párrafos anteriores a partir de la estética como
disciplina autónoma.

Surge una crítica que toma parámetros artísticos en torno a la vida


de la época, del sistema, de la relación entre los hombres, ya no solo
algo es bello sino que hay que justificar porque es bello, no solo algo
nos gusta, tendremos que justificar porque nos gusta.

A medida que el espectro cartesiano invade con mayor denuedo en


la multiplicidad de terrenos, también va haciendo pie en la
problematización de la estética. De hecho, la historia ha organizado
esta etapa en corrientes: la del Rococó, Neoclasicismo,
Romanticismo. Por supuesto que la diversidad de estilos y conceptos
se hacen presentes en la Ilustración (término que al igual que
“Iluminismo” también generará alguna diferencia de criterios entre
algunos autores) pero la idea unificadora existió en un principio y dio
lugar a sus marcos evolutivos, es decir el paralelismo entre arte y
ciencia que dispondrá de ahora en más la visión del hombre frente al
mundo basado en el proceso metódico que apareja la pertenencia
científico tecnológica. La idea de progreso es básica ya que a través
de ella devienen las de igualdad, prosperidad y sobre todo libertad,
valores que cuando logran llevarse al campo político son, a veces,
generadores de cambios en las condiciones de vida, que muchas
veces, en la mayoría, no significan cambios de vida.

El clasicismo francés parece retrotraernos en cierta forma al modelo


grecorromano a contramano del panorama que se viene esbozando,
es decir la grandiosidad del pasado frente al tiempo que “nos corre
hacia adelante”. Las universidades aún bajo el ejido de la iglesia ven
desmembrar su poder a través, entre otras cuestiones, del reemplazo
paulatino del latín, en manos de las monarquías que van imponiendo
de acuerdo a sus réditos políticos hasta partes sustanciales de los
programas de estudios. La pregunta que surge inequívocamente ante
este panorama brevemente descripto, dado que algunos
consideraban el arte griego como insuperable sería, ¿cómo
reinventarlo?, ¿sería inútil extrapolarlo a las nuevas ideas?, ¿cómo
fidelizar los tiempos con el ideario? , ¿sería entonces la idea de
“moderno” estéril en el campo del arte? Releyendo tan solo una línea
de Ernest Cassirer nos sitúa la respuesta en el justo lugar: “Ni todo
suelo ni toda época pueden producir el mismo arte (non omnis fert
omnia tellu ). Con esta visión se renuncia a la rigidez del esquema
clásico”.

Vamos notando como el arte ya tiene sus primeras


problematizaciones, cuestión impensada un siglo antes: y aquí está
tallado el talante de la época, porque se insiste con la cuestión
reiterada una y otra vez acerca de la priorización de lo racional,
porque todo va cambiando, se trata justamente de esto, de ir
notando los giros, los conflictos para consolidar las diferencias.

Es imprescindible referirse al mentor de toda esta idea racionalista;


es importantísimo como ha quedado claro explícita e implícitamente
hasta ahora que nadie es “el inventor” de una corriente de
pensamiento o artística: por supuesto, existen personas que por
razones diversas resultan “distintas” en la historia, no son
demasiadas, son las que marcan la diferencia en relación a los cientos
de millones restantes, pero a la vez son hijos de un tiempo, de un
conocimiento, de una conciencia; es por eso que hay que destacar a
René Descartes (1596 – 1650) en este mismo momento. Un erudito
que con el Discurso del Método y Meditaciones metafísicas expulsó de
la inteligencia de millones, continentes de creencias que venían
habitándose desde hace cientos de años y les creó un mundo nuevo.
Como Cristóbal Colón (1436 – 1506). Descubrieron, no crearon.
Descartes fue un filósofo, matemático y físico que rompe con todo
conocimiento previo a través de la duda y se propone ni más ni
menos que demostrar racionalmente la distinción entre cuerpo y alma
que viene de las ideas platónicas, con la diferencia que el mundo
griego los sentidos pertenecían a la esfera de la irracional en
contraparte al de los pensamientos. Aunque creyente (de hecho
también quiso, con sus reglas, obvio, demostrar la existencia de Dios)
Descartes fue perseguido por la iglesia hasta poco antes de su
muerte, lo cual le costó también el exilio en Holanda. Fundamental:
dejar de lado toda opinión y dudar, es decir destruir para re-construir
y construir. Dudar es el método (para conocer).

El creciente poder que llevan adelante los reyes y los estados


paralelos al desarrollo económico de las naciones, principal
subvencionador de las guerras, fue subsumiendo a las poblaciones a
un manifiesto y ascendente criterio de obligación natural de
ciudadano. El artista, muy lejos de despegar de la tutela monárquica
lo ensalza con obras de la más diversa índole, pictórica, teatral,
arquitectónica, escultórica siempre bajo el paraguas estético
grecorromano inspirado en las nociones de belleza y perfección que
implicaban sinónimos de verdad, teniendo en cuenta que entramos
en un rango histórico en el cual el arte se introduce de lleno en el
horizonte de la estética. Es que el Estado mismo se perfiló como
modelo de la razón, instrumentando a partir de sus principios las
arbitrariedades que le fueran necesarias, porque ellos eran el cerebro
y el pueblo el cuerpo de la sociedad. Esta era la distinción.

Existe otra peculiaridad fundamental para caracterizar esta etapa y


tiene que ver en como se concebía la razón en siglo XVII y en el
XVIII: mientras que en el primero se infería como la fuerza que
manejaba los impulsos racionales, en el siglo siguiente la educación y
la cultura eran imprescindibles para exaltar las virtudes adquiridas
por esa razón. Ahora bien, a partir de esto, hay que volver a
manifestar diferencias sustanciales que tienen que ver con la
captación de la obra de arte, Cassirer escribe sobre la conducta
artística, es decir, que produce la obra de arte en el espectador: “Esta
dirección de la estética se interesa por la naturaleza, a la que
considera como el modelo que debe seguir el artista. Pero en el
mismo modelo de naturaleza se ha verificado un cambio de
significado característico porque no es cualquier natura rerum por la
que suele orientarse el objetivismo estético, la que funciona como
estrella polar, pues su lugar lo ocupa la ´naturaleza del hombre´, esa
naturaleza por la que se interesan también la psicología y la teoría del
conocimiento, y en la que buscan la clave para los problemas cuya
solución prometió la metafísica pero nunca pudo ofrecer”.

Lectura Obligatoria

CARPETA DE TRABAJO – El clasicismo estético de la


Ilustración 3.1, (páginas 105 a 113).

ERNEST CASSIRER - Los problemas fundamentales de la


estética, en La filosofía de la Ilustración.

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