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El linchamiento mediático es una forma de violencia estructural por colusión ejercida a

través de los medios de comunicación de masas. La legislación de países como Argentina,


España y México prefiere frente a este anglicismo la denominación acoso mediático.1 Su
intención es degradar, desprestigiar y/o desacreditar con una campaña difamatoria y
machacona de medios de comunicación a una o más figuras públicas o populares.
La Ley de Comunicación de Ecuador (2013) lo define como un delito más allá de las
vigentes penas por delitos como injurias y daño moral: "La difusión de información que, de
manera directa o a través de terceros, sea producida de forma concertada y publicada
reiterativamente a través de uno o más medios de comunicación, con el propósito de
desprestigiar a una persona natural o jurídica, o reducir su credibilidad pública".2
Existe porque asegura una impunidad pública masificada que proporcionan medios
como Internet, donde no es necesario identificarse para calumniar (de hecho, firmar con
sobrenombre ya es una mentira). Pero depende en gran medida del mainstream y de la
manipulación de fuentes de información por parte de servicios secretos de gobiernos o de
multinacionales, interesadas en crear estados de opinión favorables para sus intereses,
para lo cual se valen de conspiranoias, posverdad, desinformación, pruebas falsas,
demonización, falacias ad hominem por el estilo de la Reductio ad Stalinum o
el terruqueo, rumores injustificados y prejuicios contra aquellas personas que amenazan o
pueden amenazar dichos intereses. Según el sociólogo Buen Abad,

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