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Desarrollo Emocional
Desarrollo Emocional
Capítulo XXII
Desarrollo emocional
tos” (Trevarthen, 1984). En segundo lugar están los trabajos sobre las respuestas
de los pequeños ante el estado emocional de las personas. Por una parte están las
observaciones de la expresividad emocional de los bebés en sus comunicaciones
empáticas con los adultos (estudiadas aquí en el marco de la intersubjetividad
primaria, cap. XI); por otra, las observaciones de niños preescolares sobre su ac-
titud y formas de consuelo hacia sus amigos cuando éstos están tristes nos ha-
blan de su respuesta empática frente al estado emocional de los otros. Se hace
preciso estudiar los mecanismos por los que el niño siente y actúa de forma apro-
piada, así como el proceso de desarrollo de estas competencias pro-sociales. Un
tercer ángulo de ataque es el que ubica las relaciones interpersonales de los niños
en una trama social amplia. Es decir, la tristeza, el enfado, la alegría, el temor, el
amor y la vergüenza, etc. surgen en escenas sociales y escenarios culturales. Esto
lleva, en lo que respecta a los niños, a que sus reacciones emocionales vayan li-
gadas a la interpretación de situaciones y modos de relación; con el desarrollo de
su conocimiento de la mente de las personas aquellas reacciones irán diversifi-
cándose y adquiriendo matices. Lo cual nos deja en el umbral de otra avenida: la
que estudia la relación entre desarrollo emocional y cognitivo. Los teóricos de la
mente arguyen con razón que una cosa es que los niños reconozcan las expresio-
nes faciales como portadoras de sentimientos básicos y que reaccionen a ellas en
las circunstancias adecuadas; otra muy distinta es que tengan un concepto de
cada una de ellas y se las representen como estados psíquicos. Además, no todas
las emociones son susceptibles de ser codificadas a través de una configuración
facial o postural: el orgullo, la envidia, por ejemplo, no adoptan una presentación
corporal definida. ¿Cómo integrar estas distintas líneas de análisis de modo que
nos ayuden a comprender el papel que juegan las emociones en el proceso de de-
sarrollo infantil?
El panorama que abarcaremos es el siguiente. En los inicios de la vida infantil
las emociones regulan las relaciones interpersonales, comunicativas, entre niños
y adultos, especialmente con la madre (o quien hace sus funciones). A través del
intercambio expresivo, el niño / la niña y su madre construyen una primera ma-
triz de entendimiento mutuo. La comprensión de estas señales es lo que hace po-
sible el vínculo entre ambos. Paralelamente el niño / la niña internaliza la actitud
de los otros hacia sí dentro de la relación afectiva y social que teje con ellos. Como
ya hemos visto, así empieza a tomar cuerpo su propia identidad. Pero cualesquie-
ra sentimientos los experimenta en situaciones de relación típicas. Allí aprende
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de las emociones ajenas y de las suyas propias: las identifica, las revive, las reco-
noce, aprende a nombrarlas, etc. En una palabra, el niño / la niña adquieren cono-
cimiento del mundo emocional. El contexto interpersonal se expande y se convierte
paulatinamente en contexto cultural amplio: cuándo y cómo han de expresarse (o
reprimirse) las emociones. Lo cual corona el proceso entero de regulación social
de las mismas. El desarrollo emocional del niño transcurre –concluiremos– por
un cauce culturalmente determinado. Abordaremos una por una estas cuestio-
nes seguidamente.
avanza en el segundo año de vida a medida que el niño / la niña empieza a tener
una representación de los estados emocionales básicos y de las causas que los
provocan. Los niños aprenden rápidamente que hay situaciones que provocan
el enfado o enojo de los demás mientras que otras les complacen. También apren-
den que generalmente no es sólo la situación en abstracto sino sobre todo quién
la ha producido, o sea, ligan agentividad y emoción. Aquí rápidamente injertan
su descubrimiento de que las personas actúan en función de deseos e intenciones
y que, por tanto, “lo que pasa” y la emoción que desencadena guarda relación
con los deseos y metas de las personas, del grado de importancia que les otorgan
y en qué medida el presente acontecimiento ha afectado la posibilidad de con-
seguir aquellos objetivos. Este conocimiento, como bien es sabido, lo utilizan
precoz y certeramente en sus relaciones sociales.
Los niños no sólo aprenden acerca de las emociones observando cómo re-
accionan los otros en variedad de situaciones; también el discurso lingüístico
acerca de los sentimientos que provocan en papá y mamá “lo que ha pasado”
(la acción del niño/niña) son una importante fuente de conocimiento para el
niño.
En los años 40, Bateson describía a las madres de Bali cortando sin contemplaciones
los acercamientos cariñosos de sus hijos. Es posible, comenta, que ello esté en el ori-
gen del “carácter balinés” que se caracteriza por una gran ecuanimidad en la exhibi-
ción de los sentimientos que excluye todo clímax expresivo (Bateson, 1949/1972).
Geertz (1984) trae casi las mismas observaciones a propósito de los habitantes de Java.
Su actitud, dice, exhibe “mitad y mitad, sentimientos despojados de gestos y gestos
despojados de sentimientos”. En términos generales podría decirse que en muchas
culturas de Asia Oriental y del Pacifico este control social de las expresiones emocio-
nales es muy intenso. Lo que los latinos llamamos “inexpresividad” de los asiáticos
es más que un tópico. La educación de los niños en Japón pone un énfasis especial
en la suavidad de las formas de trato y coarta fuertemente las expresiones abiertas de
malestar o de enfado. En contraste, el pueblo de los ilongot de las Islas Filipinas, es-
tudiados por Michelle Rosaldo (cit. por Harris, 1989), permite y alimenta las expre-
siones de ira-bravura en los hombres, algo que sin duda está relacionado con sus
ancestrales prácticas guerreras de “cazadores de cabezas”.
zan, por decirlo así, su energía emocional sino que aprenden formas de trato y,
más allá de las mismas, el significado de un cierto ordenamiento social.
Al devenir el niño / la niña “observador” y participar cada vez más activa-
mente en las interacciones sociales con sus padres, hermanos, amigos y la gen-
te en general, contempla las manifestaciones emocionales que acompañan
aquéllas. Los diversos autores hablan de la capacidad de inferir los sentimientos
y subrayan que, a partir de cierta edad, ya no es necesaria la observación de una
determinada configuración facial o gestual. Además, a medida que pasa el
tiempo, los niños reconocen que una misma emoción puede ser provocada por
múltiples acontecimientos y que, a la inversa, un mismo suceso puede estar en
el origen de sentimientos diferentes (Harter y Whitessell, 1989). La consciencia
de la ambivalencia de los sentimientos humanos se abre poco a poco paso en
su mente. Ello les permite entender que las personas experimenten de forma
simultánea, tristeza y alegría ante un mismo suceso, enfado y amor hacia una
persona, miedo pero también excitación frente a un acontecimiento nuevo etc.
A medida que los niños se hacen mayores se vuelven cada vez más competentes
en interpretar los sentimientos desde perspectivas ajenas, entender situaciones
que ponen en juego múltiples emociones, ser hábiles en su capacidad de ocul-
tar sentimientos, inferir aquellos que no son mostrados explícitamente, saber
qué emociones son socialmente valoradas y cuáles constituyen temas poco apro-
piados, etc. El niño, en su desarrollo, ha aprendido mucho acerca del papel que
juegan las emociones en las relaciones humanas.
3. La cultura de la emoción
Esto trae de la mano, una vez más, la importancia de las formas narrativas
en la adquisición de significados en cuanto que los episodios y sus personajes
dicen quizás más por lo que sienten que por lo que hacen. Michelle Rosaldo
(1984) ha escrito que “los sentimientos no son substancias que hemos de ir a
descubrir en la sangre; son prácticas sociales organizadas por narraciones que
se cuentan y se representan. Los sentimientos están estructurados por nuestras
formas de comprender”.
El teatro y la novela, las leyendas muestran hasta la saciedad hasta qué pun-
to esta última observación es pertinente y sagaz. Por ceñirnos al teatro, baste
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