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en Diseño y Comunicación Transmedia Trabajo Integrador


Crítica de los Lenguajes Diego Román

Tecnologías modernas de esclavitud


Sobre la miniserie web “Velozapp”
Encontramos aquí un sugestivo símbolo de las formas que puede adoptar hoy la trata de personas,
el lavado de cerebro, el negocio criminal de clan familiar. En una instantánea casi costumbrista, el
posicionamiento ideológico resalta con fuerza para denunciar la falta de visión en la que podemos
caer (velozmente) llevados por apremios materiales, comodidad o simple cansancio de sufrir
(tampoco es culpa nuestra).

Por el lado del representamen global (digo representamen por toda la obra como unidad donde se
integran otros signos subordinados puestos en relación entre sí), la pieza acierta en la construcción
de personajes y acciones creíbles a pesar de lo apresurado de la trama (esto se dispensa en virtud
del formato mínimo en que se produjo la tira): los roles protagonistas y secundarios caracterizan
coherentemente estereotipos reconocibles en su extracción sociocultural o etaria (con rasgos que
vamos a repasar someramente) y llevan la carga dramática de la historia que se va desenvolviendo
sin respiro, casi a ciegas.

En el caso de Velozapp, esa dinámica de ritmo vertiginoso es palpable no solamente en lo fáctico


(historias individuales se van comprometiendo de manera inmediata y hasta se acumulan muertes
entre los primeros sucesos) sino también en la transformación objetiva que sufren Eric y Malena en
lo que se percibe como unos pocos días (pasando del expresivo miedo a morir al frío cálculo de
cómo matar) manifestando precisamente el espíritu urgente del símbolo subyacente, crítico de la
vida moderna donde emociones, satisfacciones y soluciones emergen lo más instantáneas posibles.
Vemos en el signo de Velozapp la paradoja de una esclavitud deseada express cuando
presenciamos cómo en agitada sucesión ese joven que deseaba estabilidad laboral para ayudar a
su madre enseguida se despersonaliza rápidamente ante la maquinaria.

Los indicios que conjuga la miniserie demarcan un territorio superficialmente cotidiano: jóvenes ante
un futuro muy difuso (probablemente sin estudios, saltando de empleo en empleo o aceptando
comisiones criminales) atrapados por la dependencia tecnológica en la ilusión de una posibilidad
(más que sus conciencias, son los dispositivos los que guían sus vidas y sus muertes). Con
lenguaje llano y actitudes de emergencia algunos todavía arrastran un sueño al principio (ayudar a
la madre de Eric, por ejemplo) y otros simplemente cayeron en un círculo del que ya ni apuntan a
salir (Chili, ni hablar de Malena). Estos casi descartados aceptan trato con una esfinge de
perfumada apariencia (Amalia) rodeada de oscuros guardaespaldas para un negocio lleno de
tinieblas. Aquí, desde las zonas menos iluminadas, aparece lo desconocido sin perder tiempo. La
estatura aristocrática, europeizante, culta y despiadada de la gerenta ejecutiva de Velozapp se
evidencia en sus joyas, sus numerosos y brillantes dientes, su gesto autoritario y el tono
empresarial que le da a las amenazas de muerte. En su momento último, con una jeringa de alguna
sustancia misteriosa clavada en el cuello, Amalia todavía llega a pronunciar el nombre de una
ciudad alemana (donde se juzgó y colgó a criminales nazis) para reafirmar su abolengo y destino.

La verdadera profundidad de los sentidos en la serie aparece con el papel de esta sólida Amalia.
Ella encarna los destinos secretos de la empresa y representa el símbolo de la clase propietaria, la
casta pudiente que dispone conocimientos, medios y voluntades para ordenar el mundo a su
medida. En ella vemos cómo, perseguida por la pesadilla de quedarse sin futuro, presionada por
mensajes automatizados, cae ciegamente en las manos corporativas la juventud dispuesta a
obedecer más allá de sus límites físicos o morales.

La humilde y luminosa madre de Eric, Elvira, resulta el contrario absoluto de la maléfica jefa. En su
casa pequeña, pulcra y ordenada todo es claridad, naturaleza y paz, contrastando terriblemente con
el entorno sombrío y deshumanizado de Velozzap y la sala lóbrega donde los empleados reciben
instrucciones de boca de Amalia. La madre de Eric representa una clase media vulnerable,
sedentaria, dependiente, y pronto será absorbida por la historia hasta quedar atrás.

Además de estos ámbitos, otras locaciones de la serie nos muestran una ciudad cualquiera, la
nuestra seguramente, donde en plena calle o ante el edificio más próximo la muerte pedalea con su
chaleco reflectante ploteado. Los clientes del servicio tienen un aspecto diverso aunque próximo a
lo que vemos cotidianamente: desde el inquietante Tony (un niño bien y malcriado que juega con
muñecas y muchachas) hasta el derrumbado Contador (apenas vestido y en un ambiente sórdido).
En medio un consumo secreto llega a dos personajes diferentes pero estrechamente relacionados.
Uno dandy, el otro profesional liberal, ambos tan dependientes de la muerte negociada como los
pobres descartados que pedalean. Todos están conectados entre sí por la actividad de la empresa
(¿importa realmente lo que hay en los paquetes?) y a la vez absolutamente aislados en sus
historias personales por más esfuerzos que hagan en comunicarse y compartir un rasgo humano.

No puede ser más explícita la cita del mundo deshumanizado y trans-corpóreo de la cultura global
imperante. Peor aún, en ese mundo de Velozapp la mayoría están quietos en sus espacios, salvo
los esclavos a pedal, incluso los que más poder personal aparentan. No hay libertad, y tampoco
mucho interés en ella. La lucha de Eric no es por ideales superiores (atender a la madre es lo
mismo que llenarse la panza) y apenas esa necesidad se resuelve lo vemos jugando el juego que la
señora clase pudiente le ordena. Caben más preguntas: ¿Y las leyes, el estado de derecho, la
seguridad pública, dónde están en este drama?

Puede sorprender que el desenlace no altere la realidad global del argumento (como cabría
esperar) sino que la ratifique: leemos en eso que si creemos vencer y cambiar el mundo al
desaparecer físicamente quienes nos preceden en el dominio, luego nos encontramos repitiendo los
mismos patrones en actitud conservadora. En la serie, los que primero identificamos con el futuro y
la valentía (y esperábamos que lograran sus buenas metas) pasan raudos a formar parte de la
galería de presencias ominosas. Eliminando a Amalia, Eric y Malena toman la posta en la actividad
de la empresa, asumiendo los rasgos de la supuesta vencida: sus expresiones denotan el cambio
donde ya no está el impulso humanitario sino la herencia de muerte y pactos siniestros. En la vida
(como en Velozapp) sólo vence la muerte, pero en la tira se propone que quien verdaderamente
sobrevive es la inteligencia heredada de siglos, más allá de los cuerpos individuales, que se
alimenta de personas y perpetúa un sistema autosuficiente donde siempre gana ella. Por eso
Amalia sigue riendo cuando muere, de todos modos triunfa el espíritu que ella representa.

El relieve de una analogía crítica al capitalismo voraz y a la pasividad de muchos sectores se


comprueba en este nivel: sea lúcida o esté dormida, defienda su independencia o se entregue, la
juventud de todos modos terminará asumiendo el espacio que dejan las generaciones mayores en
un misma picadora de carne circular que trasciende los siglos y parece haberse adueñado de la
humanidad. Capturados por pantallas, los roles heroicos de nuestra analogía aparecen perdiendo
de antemano contra una entidad tecnificada que se fortalece con cada batalla.

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