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UNIVERSIDAD TECNOLOGICA DE LOS ANDES

FACULTAD DE CIENCIAS JURÍDICAS, CONTABLES Y SOCIALES


ESCUELA A PROFESIONAL DE DERECHO

Tema
Leopoldo Zea, aporte filosófico

Presentado por:
Kely Stefany Lago Quispe
Thaiz Belén Serna Ccorisapra

Andahuaylas-Apurímac-Perú

2023
CAPITULO I

1.1. Humanismo pleno de Leopoldo Zea Aguilar

1.2. Datos biográficos

Leopoldo Zea Aguilar, hijo de Leopoldo Zea y Luz Aguilar, nació el 30 de junio

de 1912 en la Ciudad de México y murió en ella misma el 8 de junio de 2004. En la

UNAM conoció a José Gaos, que lo inclinaría a los estudios filosóficos y por cuya

intervención obtuvo una beca de La Casa de España en México para dedicarse

exclusivamente a los estudios filosóficos. Al terminar sus cursos profesionales de

filosofía, continuó sus estudios de maestría y de doctorado en filosofía en la Facultad de

Filosofía y Letras de la UNAM entre 1942 y 1943. Durante los años de becario en El

Colegio de México se abocó a preparar sus tesis de maestría y de doctorado: en 1943 con

el trabajo El positivismo en México obtuvo el grado de maestro en filosofía y en 1944 el

de doctor en filosofía con la tesis Apogeo y decadencia del positivismo en México.

Leopoldo Zea se ha desempeñado como catedrático, investigador, analista,

difusor, funcionario e inspirador de múltiples empresas culturales. Los logros obtenidos

por los diferentes roles sociales cumplidos soportaron los múltiples reconocimientos

recibidos en vida.

1.3. Naturaleza humana

La principal motivación del quehacer filosófico de Leopoldo Zea fue la

comprensión del hombre en tanto ser social, lo cual refleja, por una parte, la continuidad

de la tradición filosófica mexicana que a principios del siglo XX dosificaron los

intelectuales promotores de la universalización de nuestras creaciones -quienes se habían


aglutinado en el Ateneo de la Juventud- y, por otra parte, sus trabajos orientados a la

recuperación de la tarea esencial de la filosofía como reflexión en torno al hombre puesto

que para él constituye tanto su origen como su fin.

Para sustentar el primer planteamiento reproduzco sus propias palabras:

Los más destacados miembros del Ateneo de la Juventud, José Vasconcelos,

Antonio Caso, Alfonso Reyes y Pedro Henríquez Ureña, se enfrentaban al positivismo

abriendo, al mismo tiempo, los horizontes de un nuevo humanismo. Un humanismo que

partía del hombre concreto, del hombre de una determinada circunstancia, en este caso la

mexicana, para elevarse a una nueva forma de universalismo, el que permite la

conciencia de la propia humanidad, de saberse hombre entre hombres... [Zea, 2000: 21].

De modo que el programa humanista legado por este grupo de intelectuales le

servirá de guía en su filosofar por cuanto focaliza dos aspectos medulares en la reflexión

sobre el hombre: sus circunstancias históricas, mismas que lo individualizan, y el

reconocimiento de las bases constitutivas de todo ser humano, las cuales le permitieron

sustenta la promoción de su universalización.

Con relación a la idea de que la filosofía inicia con las inquietudes propias del

hombre Leopoldo Zea expone que toda actividad filosófica: “Siempre e ineludiblemente

habrá que partir del hombre en sus múltiples contradictorias expresiones” [Zea, 1993:

18], puesto que representa el eje articulador de toda labor intelectual. Más aún, recuerda:

“La auténtica filosofía ha sido siempre a lo largo de su historia filosofía comprometida


con los problemas de los hombres en su obligada relación con el mundo y la sociedad de

su tiempo” [Zea, 1993: 383].

Así pues, todo quehacer reflexivo tiene como centro, punto de partida y fin

último, al ser humano, por cuanto la explicación de su existencia sólo se esclarece en

relación consigo mismo y con sus semejantes, todo ello como manifestaciones de la

realidad en la que vive, la cual interpreta de múltiples maneras con el propósito de

comprenderla.

Si otorga esa función a la filosofía en general, no será de otro modo que le asigne

a la filosofía latinoamericana el mismo rol, simplemente porque para él la circunstancia

histórica es un rasgo constitutivo del reflexionar, que lo marca; interpreta que la filosofía

occidental inició en América por la discusión sobre la identidad de los aborígenes.

Entonces, históricamente, le es connatural al quehacer filosófico latinoamericano toda

preocupación por la condición humana.

Por lo demás, Leopoldo Zea exhibe el vínculo entre filosofía y hombre al revisar

el carácter instrumental de la filosofía cuando suscribe:

Verbo, Logos, Palabra, diversas expresiones de un mismo y grandioso

instrumento mediante el cual el hombre no sólo se sitúa en el Mundo y el Universo, sino

que hace de ellos su hogar. Mediante el Verbo deja de ser un ente entre entes, para

transformarse en su habitante... humanismo pleno... como un estar por encima de todo o

dentro de todo [Zea, 1974: 9-10].


Consecuentemente, la filosofía viene a ser el mecanismo mediante el cual el

hombre concientiza su lugar en el mundo, pues mediante su racionalización se ha situado

sobre el resto de los seres vivos. Para él la condición humana fue producto histórico al

ejercitar la racionalidad, al desarrollar la creatividad, que no es más que la práctica de la

libertad. Por ello acotará: “... la palabra hombre no significa nada si no se relaciona con

una situación determinada...” [Zea, 1974: 54], lo cual le permite extender tal

identificación a los habitantes de cualquier parte del planeta.

Dentro de esa ruta concibe y usa la filosofía como instrumento para explicar la

génesis y constitución de la condición humana y por el carácter de discurso liberador que

le asigna cuestionará las interpretaciones interesadas y limitantes del llamado humanismo

occidental, cuya retórica vino a degenerar en actitudes y acciones contrarias a sus

principios. Entonces, la práctica del nuevo humanismo permitirá que “... El

deshumanizado occidental podrá, por esta vía, volver a humanizarse, alcanzar su más

auténtica humanidad... La filosofía occidental tropieza con el hombre, y al reconocerlo

reconoce, también, su propia humanidad” [Zea, 1974: 114-115]. De modo que la filosofía

latinoamericana viene a cuestionar, corregir, revolucionar y enriquecer el quehacer

filosófico occidental.

Su humanismo pleno lo sustenta Zea en la comprensión de la existencia de

distintas concepciones acerca del ser humano al apuntar:

... Dos ideas sobre el hombre... El occidental ha hecho de su propia humanidad el

índice negativo de la humanidad de los otros hombres. Los otros hombres, por el

contrario, no aceptan esta idea y proclaman la propia, aquella en que se destaca el


inhumanismo de la filosofía occidental y acendrado humanismo de una filosofía que

concede humanidad a todos los hombres, incluyendo a los deshumanizados occidentales.

Dos ideas del hombre que han propugnado y pugnan por prevalecer... [Zea, 1974: 137].

La praxis comprometida del quehacer filosófico de Leopoldo Zea le permite

radiografiar el exclusionismo del humanismo occidental que pone en tela de juicio la

humanidad de los habitantes de las regiones periféricas, pero al mismo tiempo proclama

otra forma inclusiva y desenajenante, la de su humanismo pleno que toma como base la

recuperación del pasado, alineándolo en la tradición labrada a lo largo del siglo XX.

Como rasgos del humanismo pleno pueden enumerarse los siguientes:

TITULO II

2.1 De carácter liberador.

Filosofar a la altura del hombre significa destacar el compromiso de quien lo hace

con su tiempo y sus circunstancias. Esa es la tarea de Leopoldo Zea que le permite

sustentar la apreciación de que todos los hombres tienen la misma capacidad para

constituirse como tales sin necesidad de esperar reconocimiento de otros. Patentizar esa

capacidad es lo que lo lleva a cuestionar y responder: “... ¿Qué hace del hombre Hombre?

Y, por ende, del latinoamericano un hombre sin más... la libertad creadora. Un modo de

ser que todos los hombres poseen por el hecho de ser hombres...” [Zea, 1974: 27].

En efecto, la capacidad de pensar es el respaldo principal para superar toda

enajenación. Así sentencia: “... los hombres de razón, los intelectuales, han de luchar por

hacer prevalecer la única posible: la propia del hombre. La del hombre concreto: la razón
capaz de comprender y hacerse comprender y a través de esta comprensión hacer patente

la igualdad que entre sí guardan todos los hombres de la tierra sin discriminación

alguna...” [Zea, 1993: 236].

1. Reconocimiento a las diferencias. 

La exposición de las peculiaridades de los seres humanos no la acepta en el plano de los

discursos hegemónicos, sean de carácter racista, clasista o colonialista, sino sólo las que

se refieren a las individualidades forjadas por las circunstancias imperantes. Al efecto

afirma:

Como no aceptamos que existan hombres más hombres que otros. Un hombre es

igual a otro, insistimos por su peculiaridad, su individualidad. Pero siempre una

peculiaridad y una individualidad abierta a otras peculiaridades e individualidades

enriqueciéndose y enriqueciendo. Abierta a otras lenguas, a otras expresiones del

hombre: abierta también a otras expresiones del razonar, para así ampliar, enriquecer, el

propio ser y razonar sin por eso renunciar a lo que se es [Zea, 1993: 382].

El reconocimiento de las peculiaridades individuales resulta elemento clave para

explicar la perspectiva humanista de Leopoldo Zea, pero también como argumento para

enfrentar las interpretaciones interesadas que se amparan en las diferencias de tipo social,

e incluso étnicas. Las diferencias humanas son innatas, modeladas por las circunstancias

históricas y deben ser consideradas con el afán de enfatizarlas dentro del conjunto de

relaciones sociales existentes para ser comprendidas y así coadyuvar al fortalecimiento de

esas relaciones, como suma de diferencias, propias de la naturaleza humana.


2. Resemantizar los valores éticos. 

La necesidad de sustanciar el nuevo humanismo parte de la agudeza analítica de

Leopoldo Zea al observar que los valores pregonados por el mundo occidental han

servido para justificar su hegemonismo, por lo que se requiere recuperar su semántica

original y extender su aplicación a todos los seres humanos. Pero también concibe como

necesario ir más allá de la resemantización por lo que propone adicionar otros valores,

que son propios de sociedades no occidentales con los cuales incluso se enriquece la

comprensión del género humano. Sobre el particular ha escrito:

Es menester encontrar nuevos valores que hagan que el hombre recupere el

equilibrio. Es menester encontrar una nueva justificación valorativa que haga posible la

convivencia sin menoscabo de la persona ... El hombre de nuestro tiempo necesita de una

nueva teoría que justifique su vida práctica y le dé sentido [Zea, 1945: 77].

La producción intelectual de Leopoldo Zea da cuenta de su inquietud por renovar

el humanismo, mediante tópicos de la ética.

3. Fomentar la igualdad en las relaciones humanas. 

En la dialéctica del pensamiento de Leopoldo Zea se palpa la pretensión liberadora del

sojuzgamiento padecido por el oprimido, no para convertirlo en opresor, sino para

conscientizarlo de la necesidad de su liberación e igualarlo con los demás. Obviamente,

en esta interpretación revela, de paso, su compromiso con las circunstancias que le ha

tocado vivir, por lo que concluye: “... Ser hombre es ser, simplemente, lo que se es,
latinoamericano, como el yanqui es yanqui, el francés, francés y el inglés, inglés...” [Zea,

1974: 25].

Este aspecto de su humanismo permite mostrar la innegable igualdad de la

naturaleza humana, cuyo accidente radica en haber nacido en circunstancias específicas.

De modo que la capacidad racional de los seres humanos debe tener como horizonte la

comprensión de las diferencias patentizando la igualdad, así dirá Leopoldo Zea: “...

Igualdad en la ineludible desigualdad de los hombres entre sí como individuos concretos

que son. Ineludible diversidad que al ser comprendida y respetada puede posibilitar la

auténtica paz que ha de prevalecer entre los hombres” [Zea, 1993: 236]. O como gusta

resumir, los seres humanos son iguales al comprender sus diferencias.

4. De profunda actitud solidaria.

 En efecto, el humanismo de Leopoldo Zea exhibe una veta de solidaridad manifiesta

tanto en su vida cotidiana como lo testimonia sus apoyos a las actividades de los

estudiantes cuando fungió como director de la Facultad de Filosofía y Letras, el

acercamiento con estudiantes y la incorporación de profesores procedentes de países

latinoamericanos donde las azonadas militares estaban a la orden del día [Santana, 1992:

190], o la legitimación al proceso revolucionario cubano, pero también en su obra teórica

en particular cuando propone que la dependencia debe ser trastocada por relaciones de

solidaridad: “Son los hombres los que al reconocerse en otros hombres, como seres

iguales, semejantes, los asimilan, los hacen su prolongación y se convierten en

prolongación de ellos, en otra relación que no puede seguir siendo la de la reificación de

dependencia, sino una relación de solidaridad” [Zea, 1977: 45-46].


Convierte la solidaridad en fundamento y fin del humanismo por posibilitar la

concreción de relaciones de igualdad entre los humanos, al saberse semejantes, iguales,

pares entre pares:

Ya no relaciones salvacionistas ni redentoristas de unos hombres que deciden la

salvación de otros... Menos aún la relación amo-esclavo, señor-siervo, colonizador-

colonizado, civilizado-bárbaro, en la que un individuo es el manipulador y el otro el

manipulado, en la que un grupo de hombres o pueblos se sirven de otros hombres o

pueblos para realizar su propia y exclusiva humanidad. Será relación solidaria que no

implique subordinación de ninguna especie, que niegue el que determinados hombres o

pueblos decidan sobre la barbarie y la capacidad para la civilización de otros, o bien de la

aptitud para la libertad, la democracia y la justicia social de otros hombres o pueblos

[Zea, 1990: 251-252].

Erige la solidaridad en uno de los más altos valores que el hombre debe

propugnar: “La nueva solidaridad... deberá ser ajena a los circunstanciales éxitos

materiales... El hombre concreto, al que es también esencial ser de un lugar o de otro,

tener una determinada piel u otra, una religión u otra, unas opiniones u otras, pero sin que

por esto deje de ser un hombre, sin que tal cosa haga de él algo más, algo menos que un

hombre” [Cazañas Díaz, 1993: 203]. Incluso mediante la solidaridad recoge parte de la

veta humanista de la vida comunitaria ancestral y vigente de las sociedades

latinoamericanas.

5. De carácter universal.
Con fundamento en lo señalado, puede destacarse que su humanismo aspira a ser

verdaderamente universal, porque sus reflexiones tienen un horizonte omniabarcante al

perfilar una idea de hombre en la que todos los seres humanos puedan reconocerse. Lo

importante estriba en que su praxis intelectual lo hace asumiendo sus circunstancias sin

que ello le obnubile enriquecer el quehacer de la filosofía en general. Tal interpretación

es factible demostrarla con sus propias palabras:

Si resolvemos nuestros problemas con miras a resolver los problemas del hombre

y no del americano simplemente, las soluciones de nuestra filosofía serán también

soluciones factibles para otros pueblos, en lo humano, en nuestra participación con esa

circunstancia más amplia a la que hemos llamado humanidad [Zea, 1945: 34].

De modo que el norte de sus reflexiones sobre el hombre consistiría en forjar una

comprensión más humana de las relaciones entre los individuos, las sociedades y las

naciones: “Todo hombre ha de ser centro y, como tal, ampliarse mediante la comprensión

de otros hombres” [Zea, 1990: 24].

El humanismo pleno lo codificó Leopoldo Zea asumiendo los aportes de los más

preclaros humanistas que lo generaron desde el mismo siglo de la conquista y, sobre todo,

de los humanistas latinoamericanos que le marcaron su derrotero a principios del siglo

XX. En la construcción de su humanismo pleno, por concreto, liberacionista y universal,

ha dialogado, con los distintos tipos de humanismo occidental: el cristiano, el marxista, el

burgués, el existencialista, etcétera. En su pensamiento se reconoce una multiplicidad de

fuentes y ha tenido como saldo contribuir al esclarecimiento de los derechos humanos en

América Latina y en el mundo.


CAPITULO III

3.1 Postura gnoseológica

En la abultada obra de Leopoldo Zea se encuentra implícito el optimismo

epistemológico toda vez que para él el hombre no sólo es capaz de conocer sino que el

ejercicio del saber es una necesidad vital, que para el caso de la realidad latinoamericana

representa la condición sine qua non para trascender las añejas condiciones de

dependencia e injusticias sociales persistentes. Por ejemplo ha escrito en referencia a los

planteamientos de José Martí que por desconocimiento de nuestras circunstancias: “...

han fracasado los proyectos que en América han tratado de eludir su propia realidad. No

es la levita, ni la chistera lo que cambia a un pueblo, sino el saber qué es este pueblo

conociendo, así, sus más altas virtudes y valores para que ellos sirvan de estímulo y

desarrollo” [Zea, 1978: 291].

Así adjudica a la propia naturaleza humana su capacidad para racionalizar

cualquier situación y piensa que el desafío del conocimiento lo constituye la realidad en

sus múltiples manifestaciones.


CAPITULO IV

4.1 Límites del hombre

Para Leopoldo Zea la naturaleza es el espacio preexistente y la condición misma

de la vida, en consecuencia el ser humano, como producto de la naturaleza y de la

historia, es el principal responsable para propugnar su equilibrio por cuanto es el único

ser que la ha racionalizado. Por ello plantea, ante las acciones humanas que ha venido

minando el equilibrio de los ecosistemas como desafío su conservación y restitución.

Un tópico controvertible en los planteamientos de Leopoldo Zea lo constituye el

asunto racial, realidad ineludible en América Latina. Naturalmente su postura al respecto

consistió en combatir todo tipo de discriminación, y a la vez rescatar el significado de la

pervivencia del indio al apuntar: “... el indio ha sido objeto de explotación y exterminio...

Pero ahora, en ese buscar sobre sí mismo, el pensamiento de esta América encuentra la

mitad de su ser. Como la otra parte de su propio ser” [Zea, 1976: 451]. Así rescata el

significado de la existencia del indio y lo reconoce como un hombre sin más, por ello al

conjuntar las interpretaciones del indigenismo y la negritud suscribirá que:

... son pura y simplemente expresiones concretas del hombre. El hombre blanco

ha hecho de su blanquitud una abstracción de lo humano en la que sólo él tiene cabida...

Porque ser hombre es tener piel con un determinado color, como ser hombre es formar

parte de una determinada situación o circunstancia social y cultural... No puede aceptarse

la idea de que se es más hombre o se es menos hombre en la medida en que se posee un

determinado color de piel o una determinada situación social y cultural [Zea, 1974: 57-

58].
Con lo cual reconoce la igualdad humana más allá de las situaciones

circunstanciales, rechazando así todo intento de promover la autonomía étnica por

representar otra forma de exclusión. “Para Zea el indígena debe ser incorporado y

participar del desarrollo como el resto de los mexicanos. Los indígenas son mexicanos sin

calificativos de ninguna clase” [Rodríguez Ozán, 2003: 195].

Más aún, al abordar el problema racial Leopoldo Zea lo ubica más allá de las

diferencias somáticas lo cual le permite resemantizar su contenido al precisar, en

referencia al lema vasconceliano “Por mi raza hablará el espíritu” de la Universidad

Nacional de México: “Raza que no es raza, sino actitud de respeto para todas las

expresiones de lo humano, y a partir de este respeto, la posibilidad de una Cultura de

culturas y de la Nación de naciones con que soñaron nuestros mayores” [Zea, 1993: 422].

4.2 Significado de los valores

Para Leopoldo Zea la cuestión de los valores resulta fundamental dentro del

conjunto de su obra y, por ende, no puede reducirse su concepción a una mera exposición

academicista o teorizante, al margen de las condiciones históricas; todo lo contrario,

deben explicarse a partir de esa vinculación puesto que así podrá mostrarse de mejor

manera su posición al respecto.

En efecto, destacan dos aspectos interconectados. Por una parte, el carácter

liberador y comprometido de su quehacer filosófico que lo lleva a exhibir el relativismo

axiológico de la cultura occidental, cuya moral patentiza la justificación de su

expansionismo mediante el colonialismo, el imperialismo y cualquier otra manifestación

de sojuzgamiento. Por otra parte, su rechazo a todo tipo de discriminación y dominación


con lo cual promueve una nueva moral sustentada en los valores de reconocimiento a las

diferencias, en el diálogo como producto de la igualdad y la solidaridad. De modo que

sus planteamientos sustancian la exigencia de una nueva ética, humanista, de verdad

universal.

4.3 Propuestas sociopolíticas

La labor intelectual de Leopoldo Zea puede tomarse como una propuesta

ideológica y él mismo lo suscribe al apuntar que toda filosofía, además de rigurosa en su

lógica, de contemplar una ética, es también ideología. Aplicándole tal perspectiva resulta

comprensible su crítica a las condiciones existentes de dominación y sujeción. Por su

praxis filosófica se entiende su propuesta de liberación que si bien trasluce los aspectos

económico-social, se reduce básicamente a su carácter cultural.

Su convicción de que la filosofía se ha practicado como ideología lo lleva a

justificar su compromiso y propuesta política evidenciada tanto en respaldar el

nacionalismo revolucionario que dominó la escena pública del siglo XX como por su

participación en actividades partidarias y públicas tanto en el seno del Partido

Revolucionario Institucional donde propició la creación del Instituto de Estudios

Políticos, Económicos y Sociales, como en la Secretaría de Relaciones Exteriores en cuyo

seno estableció la dependencia encargada de los asuntos culturales.

Con base en su participación pública como por su obra escrita, Leopoldo

Zea critica al capitalismo al señalarlo como responsable de las injusticias tanto por la

dependencia creada por los países centrales sobre los periféricos, como las existentes en

cada sociedad. De este modo justifica su vocación antiimperialista. Al mismo tiempo


explica el carácter enajenante de tal sistema de producción, por lo que la filosofía resulta

un instrumento indispensable para esclarecer la realidad y en consecuencia promover la

liberación, de ahí que proponga como solución la necesidad de la unidad de acción de los

pueblos.

Con la finalidad de matizar su crítica al imperialismo hay que señalar que no toda

iniciativa estadounidense la visualiza como negativa:

Todo lo contrario, son positivas ideas como las expresadas en su Declaración de

Independencia en 1776, donde se habla de la igualdad de todos los hombres y del derecho

de éstos a instituir “gobiernos que deriven sus justos poderes del consentimiento de los

gobernados” y que siempre que una forma de gobierno tienda a destruir los intereses de

estos pueblos, éstos tienen el “derecho a reformarla, abolirla y a instituir sus poderes en la

forma que a su juicio garantice mejor su seguridad y su felicidad”. Lo negativo es la

pretensión de un pueblo determinado a partir de tales principios, pretender decidir la

legitimidad e ilegitimidad de las decisiones de otros pueblos, siguiendo esos mismos

principios [Zea, 1993: 78].

Así retrata el comportamiento de la potencia hegemónica de nuestros días cuyos

gobernantes persisten en su providencialismo para justificar sus políticas

intervencionistas para apropiarse de más recursos naturales.

Sus opiniones sobre el socialismo son benévolas. Por ejemplo explica que el

derrumbe del llamado socialismo real no equivale a rechazar los valores de construir

sociedades democráticas, libres y justas, pues los países que fuera de Occidente vieron al
socialismo como meta para anular el colonialismo y si bien lo hicieron al margen de las

interpretaciones ortodoxas de Marx y Engels, no puede ser ese heterodoxismo

justificación para desestimar sus procesos. Para respaldar lo anterior reproduzco su

propuesta societaria:

Pienso en un mundo plenamente libre... Un mundo en que el hombre no sea más

ni lobo ni oveja del hombre, ni tiburón ni sardina. Mundo en el que hombre se reconozca

como tal... del reconocimiento de quienes son sus semejantes. Socialismo. Por supuesto,

pero... en el que el hombre se reconozca como libertad... reconociendo al mismo tiempo

la libertad de los otros [Zea, 1976: 64].

Respecto de sus puntos de vista sobre la guerra y la paz sólo hay que decir que ha

sido un incansable promotor del pacifismo y por tanto crítico de la violencia, en

particular de las guerras de intervención como los casos de la segunda guerra mundial, las

guerras contra Corea, Vietnam, Irak y las invasiones a varios países latinoamericanos.

Debe añadirse el cuestionamiento al uso de la tecnología como mecanismo de los países

capitalistas poderosos para prolongar la dependencia de las sociedades periféricas,

esclareciendo: “El hombre, para amenazar, amedrentar y someter al hombre no usa la

cachiporra, pero enarbola, como tal amenaza, o golpeando cuando es posible, atómicas y

otras armas igualmente destructivas... una técnica siempre al servicio de los más

poderosos...” [Zea, 1976: 60-61].

De paso aprovecho para resumir sus opiniones sobre la ciencia, la técnica y la

modernización. Para Leopoldo Zea los avances de la ciencia y de la tecnología son

creaciones sublimes de la inteligencia humana, cuyas manifestaciones contemporáneas


convocan a la reflexión por la exaltación que de ellas se hace de meros saberes útiles, sin

importar que para el efecto se les haya erigido en manipuladores de la naturaleza.

Ciertamente la concepción positiva que tiene de la ciencia y de la técnica la finca

en el hecho de comprender que son productos del esfuerzo cultural de toda la humanidad,

de lo cual deriva que ninguna sociedad puede estar excluida de la posibilidad de

colaborar en esos campos para bien de ellas como de los seres humanos en su conjunto.

Aunado a lo anterior, las conceptúa como instrumentos o medios que deben ser utilizados

para provecho del bienestar humano. Por ende, no percibe estos tipos de actividades

como fines en sí mismos ni plantea que deban ser vistas como fundamento del sentido de

vida de los hombres:

... La técnica, cuya precisión ha permitido encarcelar energías como la atómica,

para bien o para mal del creador de este encarcelamiento. Todo ello está muy bien, lo que

ya no lo está tanto es la pretensión de reducir la filosofía a este sólo fin. Porque si bien es

cierto que la técnica servida por una ciencia precisa, que se apoya a su vez en una

filosofía que le ofrece una lógica plena de rigor, ha alcanzado cimas jamás imaginadas...

[Zea, 1974: 59].

Tal concepción de la tecnociencia, término que por cierto no utiliza, la respalda en

su amplia obra y su praxis filosófica, por lo cual somete a severa radiografía su

pretendido rol hegemónico y pragmatista. De modo que la hegemonía de la tecnología

resulta una real amenaza al propugnar la desnaturalización tanto de la razón de ser de la

ciencia como de la filosofía. Por ello alerta:


La filosofía enfrentada, entre otras cosas que le ofrece la realidad contemporánea,

a la técnica. Esto es, a la manipulación de la naturaleza para hacer de ella un instrumento

al servicio del hombre. Una técnica que pretende ser cada vez más precisa; de una

precisión de la cual ha dependido y hecho posible el dominio casi fantástico que el

hombre parece alcanzar sobre la naturaleza. Capacidad de dominio que ha hecho de la

ciencia lo que la filosofía fuera en la Edad Media de la teología, sierva de la técnica [Zea,

1974: 59].

Así para Leopoldo Zea, lo virtuoso de la ciencia como de la técnica consiste en

ser herramienta para explicar la realidad y coadyuvar a aminorar la problemática social.

El cultivo de la ciencia y de la técnica, en su perspectiva, se hará imperioso por ser

instrumentos indispensables para mejorar las condiciones de vida y el desenvolvimiento

de los pueblos de América Latina, pues no se puede renunciar al progreso material, por el

contrario, debe hacerse parte del propio modo de ser [Zea, 1976: 82].

CAPITULO V

5.1 Concepciones sobre el papel de la educación y las artes

Por lo que se refiere a la educación, ésta es apreciada por Leopoldo Zea como una

función social básica, formadora de seres humanos, de individuos comprometidos con su

comunidad, por lo cual le asigna, entre otras tareas, coadyuvar a la integración regional,

al demandar: "La integración [...] se haga expresa en la conciencia del educando y, a

partir de lo cual éste pueda actuar para el logro de su realización" [Zea, 1986: 13].
La visión iluminista de Leopoldo Zea queda esbozada con el planteamiento de

que sólo la educación permitirá consumar la emancipación por ser portadora de las luces

intelectuales, esclarecedora y concientizadora de la realidad, la dependencia cultural de

Latinoamérica. La interpretación de que la educación es herramienta de emancipación

intelectual la ha propugnado durante toda su vida pero con la acotación de que su fin

último es el conocimiento del hombre: "El hombre es algo concreto, algo que se hace y

perfila dentro de una realidad determinada. Conocer esta realidad era así una de las más

urgentes tareas, pues de ella dependía la educación de ese hombre al que trataba de

independizar por el más seguro de los medios, el de su emancipación mental" [Zea, 1972:

89].

Para otorgarle eficacia a la educación plantea la necesidad de identificar la

herencia colonial y promover el conocimiento de las distintas manifestaciones culturales:

las artes, las humanidades, las ciencias, los avances tecnológicos, al contextualizarlos

históricamente, y recurriendo a las funciones con las que ha de concretarse una educación

sólida y vinculada con la realidad.

La educación será, así, el soporte para garantizar el desenvolvimiento de la cultura

latinoamericana como parte de la cultura occidental y mundial, de una nueva relación

donde desaparezca la subordinación o menosprecio, por lo que fomentará su misión

humanística de ser eminentemente liberadora, coadyuvando a sepultar la cultura

encubridora y excluyente.
5.2 Cultura latinoamericana

Leopoldo Zea asigna carácter liberador a la cultura latinoamericana, pero también

exige el reconocimiento a la existencia otros pueblos con manifestaciones propias. Que

tanto unos como otros poseen y generan cultura del mismo valor, ni superiores ni

inferiores.

Para que la cultura latinoamericana contribuya a exhibir su originalidad y función

liberadora, Leopoldo Zea se echó a cuestas el establecimiento de instituciones y

organización de eventos que la promuevan, con una clara misión integradora entre

regiones como entre pueblos:

Una cultura en la que se coordinan los derechos de los individuos con las

necesidades de la comunidad; la libertad y la soberanía de los pueblos con las

necesidades de una paz y acuerdos universales, que hagan verdaderamente posibles esta

libertad y soberanía. Una cultura en la que no tienen por qué estar reñida la libertad de los

individuos y la soberanía de los pueblos con la justicia social y la convivencia

internacional. Esto es, una cultura en la que el humanismo de sus mejores creadores

prevalezca sobre el egoísmo individualista que la invalida [Zea, 1970: 255-256].

Así pugna por una integración plural, abierta a todos los hombres y pueblos en un

plano horizontal, de igualdad. Para adicionar elementos que confirman tal vocación

reproduzco los adjetivos e interpretaciones con los cuales se puede enfatizar que la

integración debe empezar por los pueblos de América, al ser empleados como sinónimos:

América Latina, Latinoamérica, Iberoamérica, América Ibérica, América Hispánica,

Lusoamérica, Indoamérica, América India, Nuestra América. Incluso va más allá de su


sola enunciación al hacer eco de calificaciones otorgadas a esta región o promoviendo

propias como los casos de contexto geográfico, dimensión histórica, continente fuera de

la historia, ínsula gigantesca, utopía permanente, realidad nuestra, etc.

5.3 Lugar de la filosofía

De lo expuesto, y como epílogo, se precisa señalar el lugar que le otorga a la

filosofía. Siguiendo el programa intelectual que le trazó José Gaos, Leopoldo Zea ha

promovido conocimientos y reflexiones para la liberación mental de Latinoamérica y no

sólo. El texto que puede tomarse como puente entre sus preocupaciones de historiador de

las ideas y filósofo de nuestra circunstancia lo constituye La filosofía americana como

filosofía sin más aparecido en 1969 como respuesta al libro de Augusto Salazar Bondy,

¿Existe una filosofía de nuestra América? (1968), donde recupera la veta de que la

filosofía en América inició con el problema del hombre, al señalar su originalidad y

clarificar que la filosofía es más que ciencia rigurosa e ideología, por ser saber ético, y

concluir que su autenticidad consiste en pensar desde nuestra circunstancia, lo cual

significa hacer filosofía sin más, cuya función será conscientizar la condición de

subordinación y a partir de tal autognosis promover los mecanismos para superar dicha

situación [Zea, 1974: 160].

Tal manera de concebir su praxis filosófica proviene del conocimiento y

comprensión de los planteamientos de los más preclaros expositores del pensamiento

latinoamericano. Así en 1980 la sustancia al decir que Simón Bolívar planteó los

principales problemas que debe y había venido atendiendo nuestra filosofía:


... el problema de la identidad, ¿quiénes somos los hombres de esta América?; el

problema de la dependencia, ¿por qué somos así?; el problema de la libertad, ¿podemos

ser de otra manera?, y el problema de la integración, ¿integrados en la dependencia,

podemos integrarnos en la libertad? [Zea, 1980: 8].

La conceptuación que ha cultivado de la filosofía resulta punto de partida

ineludible para comprender las implicaciones de su quehacer intelectual. En principio hay

que señalar que para Leopoldo Zea el ejercicio de la filosofía es actividad intelectual

comprometida, por ser saber útil, orientador y esclarecedor de la realidad para atender los

problemas existentes al ubicarlos dentro de las propias circunstancias con el propósito de

buscar soluciones convincentes. Para el efecto establece una clara diferenciación entre la

problemática que le es propia y el instrumental para operar. En el primer caso la filosofía

es verdad histórica circunstancial, y en el segundo es concreción o empleo de la

racionalidad porque en occidente, apunta, nació con el principio dual del logos: razón y

palabra.

De forma que la concepción filosófica desarrollada por Leopoldo Zea exhibe las

múltiples singularidades de todo quehacer filosófico al entender a la filosofía como saber

reflexivo y problematizador. Ese rol le es inherente a la filosofía, y él mismo lo reconoce

al suscribir: “La historia de la filosofía... es... la historia de un aspecto de la cultura... [que

nos] muestra la aventura del hombre en este permanente preguntar...” [Zea, 1974: 10]. En

consecuencia ubica a la filosofía como una parte más de la cultura, con la función

específica de catalizar las interrogantes e inquietudes genuinas de los seres humanos.


En fin, la filosofía, según Leopoldo Zea es actividad humana por antonomasia,

cuya mecánica inicia con la determinación racional de las cuestiones caras al ser humano,

de permitir radiografiar la realidad a partir de la búsqueda de problemas esenciales, al

ubicarla como saber positivo, fundamentada en el rigor gnoseológico, de implicaciones

éticas e ideológicas, y siendo la expresión más acabada de las diversas circunstancias de

cada sociedad, con la cual abonó la existencia de la filosofía en América Latina, y le

otorgó carta de naturalización al aportar nuevos enfoques a los temas tradicionales como

el de identidad y del humanismo.

Bibliografía

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