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Texto 6. Postrimerias: Muerte y Juicio –¿Y para qué quieres comer?
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–Pues..., ¡para vivir!
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–¿Y para qué quieres vivir?
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Se quedará estupefacto creyendo que os estáis burlando de él. Y en realidad, señores, esa última es la pregunta definitiva; ¿para qué
quieres vivir?, o sea, ¿cuál es la finalidad de tu vida sobre la tierra?, ¿qué haces en este mundo?, ¿quién eres tú? No me interesa tu
nombre y tu apellido como individuo particular: ¿quién eres tú como criatura humana, como ser racional?, ¿por qué y para qué estás en
este mundo?, ¿de dónde vienes?, ¿a dónde vas?, ¿qué será de ti después de esta vida terrena?, ¿qué encontrarás más allá del sepulcro?
Señores: éstas son las preguntas más trascendentales, el problema más importante que se puede plantear un hombre sobre la
tierra.”[1]
El hombre no es sólo materia, es también espíritu; no es sólo para este mundo, es para el eterno.
Las cosas que creamos exigen nuestra eternidad: No tiene sentido que un objeto material, creado por el ser humano (silla, mesa,
etc.) pueda existir por más tiempo que el hombre que lo creó. Esto implicaría una perfección de la criatura (silla, mesa, etc.), que
superaría a su “creador” (el hombre). Por esta razón, el hombre debe ser eterno, su alma debe seguir existiendo después de la
muerte.
La justicia exige eternidad; no es justo que una persona que fue buena toda su vida y en esta vida sufrió bastante, deje de recibir
una recompensa por el bien que hizo, debe haber un más allá donde se le recompense. Tampoco es justo que alguien que fue
verdaderamente malo en vida y no tuvo castigo por sus actos deje de recibir el pago de sus obras, debe haber un más allá donde
“Preguntadle a ese obrero que se dirige a su trabajo: pague y repare por el daño que hizo.
–¿A dónde vas? A lo largo de toda la historia, en las diversas culturas, religiones y civilizaciones se ha dejado ver que el hombre tiene un profundo
deseo de trascendencia que está inscrito en su naturaleza, no se ha resignado a creer que todo acaba con la muerte, siempre ha
– Os dirá: ¿Yo?, a trabajar.
creído en un más allá, en un después de la muerte; y es que el hombre no es solo para este mundo, es para el eterno.
–¿Y para qué quieres trabajar?
Por qué hablar de las postrimerías
–Pues para ganar un jornal.
Al ser el hombre un ser trascendente, es decir, que no acaba con la muerte, es necesario hablar de la realidad que le espera
–Y el jornal, ¿para qué lo quieres? después de este doloroso paso; es necesario hablar del tema de las postrimerías, realidades que hoy no se mencionan
precisamente porque el hombre de hoy no piensa en su fin, y por tanto, no piensa en cómo vive.
–Pues para comer.

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Es necesario hablar del tema de las postrimerías porque quien no tiene razones para morir, no tiene razones para vivir. Aquel que sabemos que realmente es “salario del pecado” (Rom 6, 23;cf. Gén 2, 17)» (Catecismo, 1006). El hombre por naturaleza era mortal,
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cree que la vida termina con la muerte, puede vivir de cualquier manera, no le importa la manera como obra durante su vida pues pero Dios le había dado el don de la inmortalidad; este don lo perdió con el pecado.
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considera que sus acciones no tienen trascendencia, y es más, cuando sufre un fracaso en su vida cree que ya todo terminó, que
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.c San Alfonso nos exhorta a que consideremos la muerte para que no nos asuste cuando toque a nuestras puertas: «Imagínate t r en

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e seguir viviendo; mientras que, quien comprende la trascendencia del hombre, quien sabe que la muerte es solo un re
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k e r- s o ft w a presencia de una persona que acaba de expirar: mira en aquel cadáver, tendido en su lecho mortuorio, la cabeza inclinada sobre celk e r - s o f t w a
paso a la vida eterna, siempre tiene razones para vivir, aun cuando lo ha perdido todo, y aún, encontrándose moribundo o en la
pecho, esparcido el cabello, todavía bañado con el sudor de la muerte; hundidos los ojos, desencajadas las mejillas, el rostro color
situación más extrema y desesperante. Por ello las postrimerías ayudan a tener razones para morir y sobre todo para vivir correcta
ceniza, labios y lengua color de plomo; yerto y pesado el cuerpo...¡tiembla y palidece quien lo ve! Observa como aquel cadáver va
y santamente, pues como lo dice la Escritura “Acuérdate de tus postrimerías y no pecarás jamás” (Eclo 7,40).
poniéndose amarillo, después negro. Aparece en todo el cuerpo una especie de vellón blanquecino y repugnante de donde sale una
Las postrimerías nos ayudan a tomarnos en serio el presente de cara al futuro, pues nos hacen conscientes de que en esta vida materia pútrida, viscosa y hedionda que cae por tierra. Nace en tal podredumbre multitud de gusanos que se nutren de la misma
nos lo jugamos todo, la salvación o la condenación eterna. Las postrimerías son: muerte, juicio, infierno, purgatorio y gloria. carne... y de todo aquel cuerpo no queda más que un fétido esqueleto que con el tiempo se deshace, separándose de los huesos y
Veremos cada una de ellas en las tres lecciones siguientes. cayendo del tronco la cabeza»... y continúa el santo preguntando «¿Dónde está pues la hermosura que hoy te agrada? en esta pintura
de la muerte, hermano mío, reconócete a ti mismo y ve lo que un día vendrás a ser. Hoy te cubre el oro y la seda, mañana te cubrirá la
LA MUERTE
tierra y la podredumbre. Hoy te cortejan los hombres, mañana te cortejarán los gusanos. ¡Oh, cuán solo y abandonado quedará el
«Existen dos concepciones de la muerte. La concepción pagana, la concepción materialista, que ve en ella el término de la vida, la cuerpo en la pobre sepultura! ¿Por qué sirves tanto a la carne que ha de servir de alimento a los gusanos?»[3]
destrucción de la existencia humana, la que, por boca de un gran orador pagano, Cicerón, ha podido decir: “La muerte es la cosa más
Frente al tema de la muerte siempre debemos recordar que con absoluta seguridad moriremos, y aunque la miremos a lo lejos,
terrible entre las cosas terribles” (omnium terribilium, terribilissima mors); y la concepción cristiana, que considera a la muerte como
llegará; no sabemos cómo ni cuándo ni dónde moriremos, pero sí sabemos que morir mal es un error irreparable: Cualquier otro
un simple tránsito a la inmortalidad. Porque, señores, a despecho de la propia palabra, aunque parezca una paradoja y una
error tiene solución... morir en pecado mortal significa condenarse para siempre. ¡Si te acuestas a dormir en pecado mortal,
contradicción, la muerte no es más que el tránsito a la inmortalidad. Qué bien lo supo comprender nuestra incomparable Santa Teresa
mañana puedes amanecer en el infierno!
de Jesús cuando decía: “Ven, muerte, tan escondida que no te sienta venir, porque el gozo de morir no me vuelva a dar la vida.”»[2]
La muerte sólo la temen quienes han perdido la vida, quienes tienen las manos vacías. He aquí los temores que afronta el hombre
Definición
en el momento de su muerte:
La muerte es definida por el catecismo como la “Separación del alma y el cuerpo” (Catecismo, 997, 624, 650, 1005), y como
Frente al pasado: a la hora de la muerte es común que las personas experimenten remordimiento de conciencia, que vengan a su
el “final de la vida terrena” (Catecismo, 1007, 1008). Debemos aclarar aquí que hablar de cuerpo y alma no es dualismo:
mente recuerdos de pecados y culpas pasadas que les causan gran tormento; la persona desearía una segunda oportunidad para
El dualismo dice que el cuerpo y el alma se oponen, siendo lo primero malo y lo segundo bueno; los cristianos consideramos enmendar el mal que hizo.
cuerpo y alma como un regalo de Dios, tanto que creemos en la resurrección de la carne. El dualismo dice que cuerpo y alma son
Frente al presente: la persona también experimenta temor al pensar en dejar su familia, sus seres queridos y los bienes que posee.
dos sustancias distintas; los cristianos entendemos al hombre como una unidad sustancial de cuerpo y alma.
Frente al futuro: ante el moribundo se presenta la incertidumbre por lo que podrá venir después de la muerte; se experimenta
La muerte es consecuencia del pecado
temor al pensar en el juicio que se rendirá de cara a Dios.
La muerte es la paga por el pecado, ésta no se encontraba en el plan de Dios. La Iglesia así nos lo ha enseñado: «Frente a la
¡Cuán diferente es la muerte del santo! ¡Cuánto regocijo hay en ella! Muy bien lo dice la Escritura: “Bienaventurados los muertos
muerte, el enigma de la condición humana alcanza su cumbre” (GS 18). En un sentido, la muerte corporal es natural, pero por la fe
que mueren en el Señor” (Ap 14,13), pues mueren con el gozo y la esperanza de encontrarse con Aquel que buscaron durante toda

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su vida, mueren en paz porque sus buenas obras los sostienen y acompañan. Santa Teresita del Niño Jesús respondió a su Serán congregadas delante de él todas las naciones, y él separará a los unos de los otros, como el pastor separa las ovejas de las
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capellán, que le preguntaba si estaba resignada para morir: “¿resignada? No, padre mío; resignación se necesita para vivir, no para cabras. Pondrá las ovejas a su derecha, y las cabras a su izquierda [...] E irán éstos a un castigo eterno, y los justos a una vida
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morir… lo que tengo es una alegría grandísima”. No se trata aquí de un desprecio de la vida terrena sino de un inmenso deseo de eterna.” (Mt 25, 31.32.46)» (Catecismo 1038).
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k e r- s o ft w Este juicio tendrá varias características importantes: k e r- s o ft w a
EL JUICIO
Sucederá en la segunda venida gloriosa de Cristo; al respecto, nadie sabe ni el día ni la hora.
Podemos imaginar que delante de nosotros funciona día y noche, desde el instante en que empezó nuestra vida consciente y
Se dará allí la resurrección de la carne: los santos recobrarán un cuerpo bendito y los condenados un cuerpo maldito.
racional, una máquina cinematográfica invisible que está filmando nuestra vida interior y exterior. Es inútil cerrar la puerta con llave
para quedarnos completamente solos, de nada sirve apagar la luz, pues el “cine de Dios” funciona perfectamente a oscuras. Estará presente allí, toda la humanidad, desde Adán y Eva hasta el último hombre creado. Ante todos ellos se proyectará la película
de nuestra vida. Así los condenados sabrán que se condenaron por soberbia, por no haber hecho un simple acto de
A la hora de la muerte, en el momento mismo de exhalar el último suspiro, contemplaremos como únicos espectadores, pero bajo
arrepentimiento, sabrán que muchos de los bienaventurados pudieron haber cometido pecados peores que los suyos, pero con la
la mirada de Dios, la película de toda nuestra existencia terrena: he ahí el juicio particular. Y esa misma película se proyectará
diferencia de haber acogido la misericordia de Dios.
públicamente algún día ante la humanidad entera: ha ahí el juicio final.
Dice San Bernardo[5] que será el día de la vergüenza universal, pues quedarán al descubierto las conciencias y los corazones de
Juicio particular
todos los hombres, y serán contemplados por toda la humanidad. Si sentíamos vergüenza para ir a confesar nuestros pecados
«Cada hombre, después de morir, recibe en su alma inmortal su retribución eterna en un juicio particular que refiere su vida a ante un sacerdote en la confesión, qué diremos de ese día en el que ya no sólo un hombre sino toda la humanidad conocerá
Cristo, bien a través de una purificación, bien para entrar inmediatamente en la bienaventuranza del cielo, bien para condenarse nuestras miserias.
inmediatamente para siempre.» (Catecismo, 1022).
“Desde la profundidad del corazón surge la pregunta que el joven rico dirige a Jesús de Nazaret: una pregunta esencial e ineludible
En la Sagrada Escritura aparece clara la idea de un juicio que afrontará la persona inmediatamente después de su muerte: “el para la vida de todo hombre, pues se refiere al bien moral que hay que practicar y a la vida eterna. El interlocutor de Jesús intuye que
hombre muere una sola vez y luego viene para él el juicio” (Hb 9,27). Inmediatamente después de la muerte, el alma se presentará hay una conexión entre el bien moral y el pleno cumplimiento del propio destino”[6]; es decir, para heredar la vida eterna es necesario
ante Dios, cara a cara, entonces se abrirán los dos libros: el Evangelio, donde la persona contemplará lo que debió haber hecho cumplir los mandamientos.
durante su vida, y el libro de su vida, donde contemplará lo que en realidad hizo; ambos libros serán comparados. Será un juicio
basado en la fe (cf. Jn 3,16) y en el amor: “al atardecer de la vida se nos juzgará en el amor.”[4] Texto 7. Postrimerías - Infierno
No será Dios quien juzgue a la criatura, pues no vino a condenar sino a salvar, será la propia conciencia la que la salvará o
condenará eternamente, pues esta fue una decisión personal que estuvo respaldada por toda una vida (cf. Catecismo, 679).
Juicio universal
«La resurrección de todos los muertos, “de los justos y de los pecadores” (Hch 24, 15), precederá al Juicio final. Esta será “la hora
en que todos los que estén en los sepulcros oirán su voz [...] y los que hayan hecho el bien resucitarán para la vida, y los que hayan
hecho el mal, para la condenación” (Jn 5, 28-29). Entonces, Cristo vendrá “en su gloria acompañado de todos sus ángeles [...]

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injusticia (modernidad). En ambos casos se deforma la imagen de Dios. Él es infinitamente misericordioso a la vez que es
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infinitamente justo. Por ello, en esta lección, trataremos de profundizar un poco en el tema para entenderlo como es en realidad.
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El infierno es un estado de “auto exclusión”, no un defecto de la misericordia de Dios: «Morir en pecado mortal sin estar
arrepentido ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa permanecer separados de Él para siempre por nuestra propia y libre
elección. Este estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados es lo que se designa con la
palabra “infierno”» (Catecismo, 1033).
El infierno es la suma de todos los males sin mezcla de bien alguno, pues significa la pérdida y privación total de Dios, y por tanto,
de todo lo bueno, bello y verdadero.
Existencia del infierno
“Las imágenes con las que la sagrada Escritura nos presenta el infierno deben interpretarse correctamente. Expresan la completa
frustración y vaciedad de una vida sin Dios. El infierno, más que un lugar, indica la situación en que llega a encontrarse quien libre y
definitivamente se aleja de Dios, manantial de vida y alegría”[2].
Estas palabras del Papa Juan Pablo II fueron manipuladas por medios de comunicación mal intencionados, quienes a partir de
éstas afirmaron que el Papa había negado la existencia del infierno. Ante esto, hay que decir que el Papa afirmó que el infierno, en
“Dos frailes descalzos, a las seis de la mañana, en pleno invierno y nevando copiosamente, salían de una iglesia de París. Habían este momento, es un estado del alma -pues aún no se ha dado la resurrección de la carne-, más no lo negó. Que sea un estado del
pasado la noche en adoración ante el Santísimo sacramento. Descalzos, en pleno invierno, nevando... Y he aquí que, en aquel alma no significa que no exista. Los dolores espirituales, del alma, son más profundos e intensos que los dolores físicos. Es así
mismo momento, de un cabaret situado en la acera de enfrente, salían dos muchachos pervertidos, que habían pasado allí una como duele más la muerte de un hijo que un golpe o una fractura. Una depresión aguda, no se localiza en ningún órgano del
noche de crápula y de lujuria. cuerpo, pero es una agonía espiritual y es un dolor y un sufrimiento real. Los dolores del alma son más intensos y fulminantes, y no
Salían medio muertos de sueño, enfundados en sus magníficos abrigos, y al cruzarse con los dos frailes descalzos que salían de la porque no los localicemos o palpemos dejan de ser reales.
iglesia, encarándose uno de los muchachos con uno de ellos, le dijo en son de burla: “Hermanito, ¡menudo chasco te vas a llevar si El infierno, es decir, la privación total de Dios, es la angustia, la tristeza, la depresión, la soledad, la agonía más absoluta. Después
resulta que no hay cielo!” Y el fraile que tenía una gran agilidad mental, le contestó al punto: “Pero ¡qué terrible chasco te vas a de la Resurrección de la carne, el infierno ya no será sólo un estado sino que será un lugar.
llevar tú si resulta que hay infierno!”[1]
La apuesta de Pascal
Cuando llegamos a la existencia de Dios, hay dos posibilidades: o Dios existe o no existe. En los términos de nuestra respuesta,
Debemos decir que en cuanto al tema del infierno, en la Iglesia, hemos pasado de un extremo a otro: de hablar excesivamente de él también hay dos posibilidades: o creemos en Dios, o no lo hacemos.
hasta pensar en un Dios terrible y vengativo (edad media), hasta negarlo, pensando en un Dios alcahueta e indiferente ante la

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Si Dios no existe, y apostamos (por creer) que sí existe, no perdemos nada, puesto que, presumiblemente, no hay vida después de Existen allí dos grandes castigos: pena de daño y de sentido (Mt 25,31-46).
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esta o recompensa eterna o castigo por creer o no creer.
Pena de sentido
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Si Dios existe,
.c como quiera que sea, y nos ofrece gratuitamente el regalo de vida eterna, y nosotros apostamos (por incredulidad) a

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ar “Se llama así porque el principal sufrimiento que de ella se deriva proviene de cosas materiales o sensibles. Afecta, ya desde ahora,
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t w existe, entonces estamos arriesgando el perderlo todo y vivir una eternidad separados de Dios. k e r- s o ft w a
las almas de los condenados, y, a partir de la resurrección universal, afectará también a sus cuerpos.”[3]
Si Dios existe, y apostamos a que así es, potencialmente estamos ganando la vida eterna y la felicidad.
La pena de sentido consiste principalmente en el suplicio del fuego (Mc 8,43; Mt 25,41), que atormenta no solamente los cuerpos,
Por lo que dijo Pascal, una persona razonable aún considerando la posibilidad de que Dios existe en un 50 por ciento, debería sino también las almas de los condenados. Además de esto, en virtud de la degradación indecible, del estado perpetuo de odio, de
apostar a que así es, puesto que esa persona se posicionaría a no perder nada (si Dios no existe) y ganarlo todo (si Dios existe); los suplicios horribles de quienes allí se encuentran - es decir, los demonios y los demás condenados-, su compañía continua,
mientras que la persona que apuesta a que Dios no existe se posiciona a no ganar nada (si Dios no existe), o a perderlo todo (si eterna, será por sí misma una tortura espantosa. Los sentidos internos estarán sujetos a imaginaciones y recuerdos más o menos
Dios sí existe). torturantes, y los externos estarán privados de todo cuanto les pudiese agradar y proporcionar placer, nada de luz, de armonías, de
suaves olores, de sensaciones suaves, de reposo corporal.
Este mismo argumento lógico aplica para la existencia del infierno: si crees en él y no existe, no pierdes nada, y viviendo el
Evangelio habrás llevado una vida feliz; si crees en él y existe, te librarás de ir a él; pero si no crees en él y en realidad existe corres La imitación de Cristo, gran clásico de la literatura cristiana, describe esta pena del infierno de la siguiente manera: “en lo mismo
el riesgo de condenarte eternamente, al llevar una vida libertina y permisiva. que más peca el hombre será más gravemente castigado. Allí los perezosos serán punzados con aguijones ardientes, y los
golosos serán atormentados con gravísima hambre y sed. Allí los lujuriosos y amadores de deleites serán rociados con hediondo
Verdades de fe sobre el infierno (IV Concilio de Letrán)
azufre, y los envidiosos aullarán de dolor como rabiosos perros. No hay vicio que no tenga su propio tormento. Allí los soberbios
En el IV Concilio de Letrán, realizado en el año 1215 se definieron como verdades de fe sobre el infierno: estarán llenos de confusión, y los avarientos serán oprimidos con miserable necesidad. Allí será más grave pasar una hora de
pena, que aquí cien años de penitencia amarga. Allí no hay sosiego ni consolación para los condenados; más aquí cesan algunas
Su existencia (Catecismo, 1035).
veces los trabajos, y se goza del consuelo de los amigos. Ten ahora cuidado y dolor de tus pecados, para que en el día del juicio
Segunda muerte (Ap 20, 13ss). estés seguro con los Bienaventurados.”[4]
“Será el llanto y el rechinar de dientes” (Mt 13, 42; 25, 30. 41). Todas las facultades tendrán en el infierno su castigo especial. Si el castigo de los sentidos es el fuego, y el del entendimiento y la
voluntad es la pena de daño, el castigo de la memoria es el remordimiento, y el de la imaginación es la desesperación.
Su eternidad (Catecismo, 1035).
El remordimiento, como pena de la memoria, le recordará al condenado los muchos medios de salvación que tuvo en la tierra, el
La gehenna de “fuego que no se apaga” (Mc 9, 43). desprecio que hizo de ellos y cómo vino a condenarse sólo por su culpa, sin poder ahora arrepentirse. La desesperación, como
En la parábola del Rico Epulón, se precisa que el infierno es el lugar de pena definitiva, sin posibilidad de retorno o de mitigación pena de la imaginación, le recordará constantemente que sus tormentos durarán no por mil años, ni por millones de años, sino por
del dolor (cf. Lc 16, 19-31). toda la eternidad.
“Una ruina eterna, alejados de la presencia del Señor y de la gloria de su poder” (2 Tes 1,9). Pena de daño

“¡Alejaos de mí, malditos, al fuego eterno!” (Mt 25, 41).

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El Magisterio de la Iglesia, desde sus inicios, y en unanimidad con los Padres de la Iglesia, ha sido claro en enseñar que «la pena
Texto 8. Postrimerías - Purgatorio y Gloria
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principal del infierno consiste en la separación eterna de Dios en quien únicamente puede tener el hombre la vida y la felicidad para
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las que ha sido creado y a las que aspira» (Catecismo, 1035).
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a r de esta pena del infierno, ha dicho San Agustín: “perecer para el Reino de Dios, expatriarse de la ciudad de Dios,
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enajenarse de la vida de Dios, carecer de la inmensa dulzura de Dios... es una pena tan grande, que no puede haber tormento
alguno entre los conocidos que se le pueda comparar”[5].
Coinciden con esta dolorosa descripción las palabras de san Juan Crisóstomo quien afirma que “el haber perdido bienes tan
grandes produce en el condenado tal dolor, aflicción y angustia, que, aunque no hubiera ningún otro suplicio destinado a los
pecadores, él solo podría producir en el alma mayor dolor y perturbación que todos los demás tormentos del infierno”[6].
Definitivamente, el infierno es lugar de dolor y de tormento eterno pues allí el hombre habrá perdido el Sumo Bien para que el que
fue creado: Dios. Esto significa para el hombre que allí va a parar la frustración total de su existencia. “Los condenados sufren,
pues, como una especie de desgarramiento del alma misma, atraída en diversos sentidos a la vez por fuerzas opuestas e igualmente
poderosas. Es como un descuartizamiento espiritual, tortura mucho más espantosa que la que experimentarían si su cuerpo fuera
despellejado vivo o cortado en pedazos; porque, en la medida en que las facultades del alma son superiores a las del cuerpo, en esa
misma proporción es más doloroso el desgarramiento profundo por el cual el alma es separada de sí misma al estar separada de Dios,
que debería ser el alma de su alma y la vida de su vida.”[7]
Van a él los que mueren en pecado mortal
«Las almas de los que mueren en estado de pecado mortal descienden a los infiernos inmediatamente después de la muerte y allí
sufren las penas del infierno» (Catecismo, 1035). «Los que mueren en la gracia y en la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de su eterna
salvación, sufren después de su muerte una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del
Dios quiere la salvación para todos
Cielo» (Catecismo, 1030).
Nadie está predestinado a la condenación, Dios quiere que todos los hombres se salven (cf. 1 Tim 2,4), para eso los creó. Dios
¿Quiénes van allí?
nunca pensó en dos caminos -la condenación o la salvación-, sólo pensó en la salvación, no tenía otra opción. El Infierno es
simplemente la negación, la no aceptación de ésta. El Cielo y el Infierno no son equiparables. Al purgatorio van a aquellos que todavía no son santos, pero que no están en pecado mortal. Quien entra allí ya ha recibido la
salvación eterna; sin embargo, no debemos aspirar ir a este lugar, sino que debemos aspirar ir directamente al Cielo.
«Dios no predestina a nadie a ir al infierno (cf. DS 397; 1567); para que eso suceda es necesaria una aversión voluntaria a Dios (un
pecado mortal), y persistir en él hasta el final. En la liturgia eucarística y en las plegarias diarias de los fieles, la Iglesia implora la ¿Qué sucede allí?
misericordia de Dios, que “quiere que nadie perezca, sino que todos lleguen a la conversión” (2 Pe 3, 9)» (Catecismo, 1037).

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El alma es sometida allí a un fuego purificador, que implica dolor, a fin de reparar sus pecados y obtener la pureza y santidad culpa) pero queda el hueco (pena) que hay que resanar. En la confesión se perdonan nuestras culpas pero nos queda el deber de
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necesarias para ver a Dios. La purificación del purgatorio se basa en el amor. reparar el mal hecho; sino lo hacemos en vida, a través de la oración, la penitencia y las buenas obras, lo haremos en el purgatorio.
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Hay que aclarar
.c que, aunque en el purgatorio el alma es sometida a un fuego purificador y esto implica dolor, éste no se puede “Respecto a ciertas faltas ligeras, es necesario creer que, antes del juicio, existe un fuego purificador, según lo que afirma Aquel

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a r al castigo del infierno: «La Iglesia llama purgatorio a esta purificación final de los elegidos que es completamente ar
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- s o ft w que es la Verdad, al decir que si alguno ha pronunciado una blasfemia contra el Espíritu Santo, esto no le será perdonado ni en keste
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distinta del castigo de los condenados» (Catecismo, 1031). siglo, ni en el futuro (Mt 12, 31). En esta frase podemos entender que algunas faltas pueden ser perdonadas en este siglo, pero
otras en el siglo futuro” (San Gregorio Magno, Dialogi 4, 41, 3). En el infierno ya no hay posibilidad de perdón, y al Cielo no entra
Argumentos para hablar de la existencia del purgatorio
nada manchado; por tanto, debe haber un lugar intermedio, de purificación, donde se perdonen pecados. Este es el purgatorio.
Aunque en la Biblia no aparece la palabra “Purgatorio” está clara la idea del mismo. Tampoco aparecen en la Biblia palabras como:
2 Macabeos 12,42-45: Judas Macabeo y sus soldados ofrecen oraciones y sacrificios por sus compañeros muertos en batalla con
“Trinidad”, “Encarnación”, etc. y sin embargo el protestantismo las acepta sin problema.
objetos consagrados a los ídolos. Este texto muestra la concepción de los judíos sobre una purificación después de la muerte. Aún
Los protestantes son muy firmes (de hecho, insistentes) en la idea de que continuamos pecando hasta el fin de esta vida a causa hoy los judíos ortodoxos rezan una oración llamada Quaddish durante los once meses siguientes al deceso para alcanzar la
de nuestra naturaleza corrompida. Sin embargo, ellos saben que al Cielo “no entrará nada manchado (impuro)” (Ap 21,27) y que correspondiente purificación.
quien no tenga el vestido digno del banquete celestial, no podrá estar allí (cf. Mt 22,1-13). También hablan de la infinita
Mateo 12,32: Jesús no condena la creencia de los judíos en una purificación después de esta vida, sino que la apoya y este texto
misericordia de Dios que perdonará a quien se arrepienta, pero saben que “de toda palabra ociosa que hablen los hombres, darán
es muestra clara de ello. Jesús habla del pecado contra el Espíritu Santo y dice que este no se perdona ni en esta vida ni en la otra.
cuenta en el día del Juicio” (Mt 12,36). Así pues, si una persona pecadora se arrepiente, con seguridad Dios le perdona; pero,
Lo que muestra claramente que hay dos tipos de pecados: Los que no se perdonan ni en esta vida, ni en la otra, y los que se
aunque la Sangre de Cristo le lave, esa persona seguirá pecando “hasta el fin de sus días” y como en el Cielo no entra nada
perdonan en esta vida o en la otra. Esta purificación de los pecados en la otra vida, se conoce como Purgatorio.
manchado y se nos juzgará hasta por nuestras palabras ociosas (¡y quién no las ha dicho!), no podrá ir al Cielo… ¿Entonces, se
condenará? No, ni pensarlo, pues la persona se arrepintió y al Infierno va quien no se arrepiente… ¿Qué pasará con ésta persona? Si Mateo 18,23-35: “Aprendan algo sobre el Reino de los Cielos” Jesús explica cómo funcionan las cosas en el Reino de los Cielos y
no puede entrar todavía al Cielo por no estar perfectamente purificada y no puede ir al Infierno por haberse arrepentido, tendrá que narra la parábola del hombre injusto que no quiso perdonar a un deudor, aunque él mismo había sido perdonado por el Rey. “Lo
ir necesariamente a un estado distinto donde termine de purificarse y luego pueda llegar al Cielo a gozar eternamente de Dios. Ese puso en manos de los verdugos hasta que pagara toda la deuda” Si este hombre injusto quedó en manos de los verdugos “hasta
estado es el Purgatorio.Es pura lógica. que pagara toda la deuda”, significa que su castigo es temporal y no eterno. “Lo mismo hará mi Padre Celestial…” Nuestro Señor
explica claramente que el que no perdone a su hermano tendrá que “pagar esa deuda” con un castigo temporal. Este castigo
Es tan lógica, tan clara y evidente la necesidad de una expiación después de la muerte, que la llegaron a vislumbrar los mismos
temporal es lo que se llama Purgatorio.
filósofos paganos, que carecían totalmente de las luces de la fe. Y así, Platón alude varias veces a un lugar ultraterreno donde se
purifican las almas imperfectas antes de entrar en el reposo eterno. Virgilio recoge esa misma creencia en la Eneida al describir la Lucas 12,58-59: Nuevamente habla nuestro Señor de una cárcel de la que no se sale hasta que sea pagado el último centavo. La
purificación que es necesario sufrir antes de entrar en los Campos Elíseos, esto es, en el Paraíso. Y el filósofo Séneca, consolando “cárcel” de la que habla el Señor no puede ser el Infierno pues de allí no se sale nunca (Mt 18, 8; Mt 25, 41; Mc 9, 43; etc.) Esta
a la noble Marcia por la muerte prematura de su hijo, le habla de un lugar donde se “expurga y sacude de sí los vicios pegadizos y “Cárcel” es el Purgatorio donde es purificado el pecador.
la herrumbre inherente a toda vida mortal”.
1 Corintios 3,11-15: San Pablo habla del fuego que probará la obra de las personas que edificaron su vida sobre Cristo. Algunos
Además, es de lógica el pensar en que todo daño se debe reparar, así mismo pasa con el pecado. Todo pecado causa en el alma construyeron con oro, plata o piedras preciosas, otros con madera, caña o paja. Pablo dice, además, que será premiado aquel cuya
dos cosas: culpa y pena (cf. 2 Sam 12,13-14; 24,12). No basta pedir perdón, además hay que resarcir (reparar) el daño hecho, no obra resista al fuego, pero si la obra se hace cenizas el obrero tendrá que pagar… ¿se condenará entonces? No, Pablo es claro al
porque Dios lo necesite sino porque nuestra alma lo necesita. El ejemplo del clavo en la pared: se quita el clavo (perdón de la

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decir que se salvará, pues había edificado sobre Cristo; sin embargo tendrá que pasar por el “fuego purificador”. Ese “fuego Renuncia a todo afecto al pecado, incluso venial.
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purificador” es el Purgatorio.
Estas indulgencias se aplican a sí mismo o a un alma del purgatorio, no a otro vivo. Los consagrados las damos a María, nuestra
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Las almas del purgatorio no son para invocarlas “ni para que me despierten”, sino que tenemos la obligación de orar y ofrecer La Indulgencia parcial, como su nombre lo indica, borra solo una parte de la pena merecida por el pecado, depende del acto
sacrificios por ellas; «“Por eso mandó [Judas Macabeo] hacer este sacrificio expiatorio en favor de los muertos, para que quedaran concreto que se realice para obtenerla. Son muchas las formas de ganarla.
liberados del pecado” (2 Mac 12, 46). Desde los primeros tiempos, la Iglesia ha honrado la memoria de los difuntos y ha ofrecido
EL CIELO: FELICIDAD ETERNA
sufragios en su favor, en particular el sacrificio eucarístico (cf. DS 856), para que, una vez purificados, puedan llegar a la visión
beatífica de Dios» (Catecismo, 1032). También debemos rogar por ellas constantemente a nuestra Madre Santísima para que «Esta vida perfecta con la Santísima Trinidad, esta comunión de vida y de amor con ella, con la Virgen María, los ángeles y todos
acuda en su socorro y les de alivio y consuelo. los bienaventurados se llama “el cielo” . El cielo es el fin último y la realización de las aspiraciones más profundas del hombre, el
estado supremo y definitivo de dicha» (Catecismo, 1024).
Indulgencias
El doctor Angélico, santo Tomás, lo definió como “el bien perfecto que sacia plenamente el apetito”, y Boecio afirmó al respecto
«La indulgencia es la remisión ante Dios de la pena temporal por los pecados, ya perdonados en cuanto a la culpa, que un fiel
que es “la reunión de todos los bienes en estado perfecto y acabado”.
dispuesto y cumpliendo determinadas condiciones consigue por mediación de la Iglesia, la cual, como administradora de la
redención, distribuye y aplica con autoridad el tesoro de las satisfacciones de Cristo y de los santos» (Catecismo, 1471). Dios ha hecho al hombre para el Cielo, y por eso aquí en la tierra ningún hombre encuentra esa felicidad completa que tanto busca;
Goethe afirmaba de sí mismo: “se me ha ensalzado como a uno de los hombres más favorecidos por la fortuna. Pero en el fondo
La Indulgencia plenaria: Borra toda la pena merecida por el pecado. Para obtenerla se deben cumplir las siguientes condiciones:
de todo ello no merecía la pena, y puedo decir que en mis 75 años de vida no he tenido cuatro semanas de verdadera felicidad; ha
Confesión. sido un eterno rodar de una piedra que siempre quería cambiar de sitio”. Y es que, como lo afirma el padre Jorge Loring, en su libro
Para Salvarte, la aspiración fundamental del hombre no puede saciarse con la posesión de un objeto; el hombre no puede alcanzar
Comunión.
su felicidad plena en una relación sujeto-objeto, sino en la relación yo-tú, es decir, en la relación con una persona. Incluso en este
Oración por el Papa. mundo la mayor felicidad está en el amor; y no precisamente el amor-lujuria, sino el amor espiritual. En el Cielo la posesión de Dios
nos proporcionará por el amor una felicidad insuperable.
Obra que produzca indulgencia plenaria (esto lo determina la Iglesia); veamos algunas:
Hablar del Cielo no es nada fácil, las palabras se quedan cortas, la imaginación no alcanza, el mismo San Pablo al hablar del Cielo
Tres días de Retiro.
sólo puede exclamar: “lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó lo que Dios preparó para los que lo aman” (1
Rezar el Rosario meditado en comunidad. Cor 2,9).
Asistir a una primera comunión. “Es la posesión plena y perfecta de una felicidad sin límites, totalmente saciativa de las apetencias del corazón humano y con la
seguridad absoluta de poseerla para siempre.”[1]
Hacer el Santo Viacrucis.
Dos goces del Cielo
Bendición urbi et orbi, etc.
La visión beatífica

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Si en este mundo la contemplación mística, sobrenatural o infusa, que procede de la fe y de los dones del Espíritu Santo, arrebata Santa Catalina de Siena sentía una tan grande impaciencia de morir, que casi perdía la razón. Llamaba a la muerte con palabras
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el alma de los santos y los saca fuera de sí por el éxtasis místico, calcúlese lo que ocurrirá en el Cielo ante la contemplación de la tiernas y amorosas, invitándola a no retardar más su venida. En cierta ocasión el Señor le permitió un profundo éxtasis, en el que
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divina esencia, no a través de los velos de la fe, sino clara y abiertamente tal como es en sí misma. experimentó el Cielo por unos instantes, y después de volver en sí lloró amargamente durante tres días y tres noches por verse
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arrebatado al tercer Cielo y contempló un instante la esencia divina, al volver en sí de su sublime éxtasis no supo decir nada de lo Santa Teresa de Jesús vivió muriendo de amor, deseando ardientemente morir para ver a Dios. Fue impresionante -declaran los
que había visto por ser del todo inefable: “lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó lo que Dios preparó para testigos que lo vieron- la expresión de su alegría celestial cuando, al recibir el viático en su pobre celda de Alba de Tormes, le decía
los que lo aman” (1 Cor 2,9). a su Dios y Señor: “ya es hora, Señor, ya es hora de que nos veamos para siempre en el Cielo”»[2].
El disfrute de los sentidos El Cielo debe ser la aspiración más profunda del cristiano, pues allí nos esperan Jesús y nuestra Santísima Madre, para disfrutar de
su compañía eternamente. Un consagrado a María debe vivir con los pies en el suelo y el corazón y los ojos en el Cielo, pues así
Nuestros ojos estarán perpetuamente llenos del deleite mayor que puede procurarles la vista de los más bellos objetos. Nuestros
vivió siempre ella.
oídos estarán eternamente llenos del placer que aquí les causan las más bellas melodías y dulces palabras. San Francisco de Asís
fue recreado en esta vida, en un éxtasis inefable, con un instrumento músico pulsado por un ángel, y creyó morirse de felicidad y PRÁCTICA
de gloria. Nuestro olfato, gusto y tacto estarán perpetuamente gozando el mayor deleite que aquí pueden producirnos sus más
Durante esta semana, asistir a la Santa Misa y ofrecerla por las almas del purgatorio más necesitadas, y especialmente por las almas
gratas impresiones.
de los familiares fallecidos. También, ofrecer por ellas el Santo Rosario.
“Nos hiciste para ti Señor, y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en Ti” (San Agustín).
Los santos y el Cielo
Si estuviéramos bien convencidos -como lo estaban los santos de que la tierra es el destierro de las almas, un valle de lágrimas y
de miserias, un desierto abrasador por el que hay que pasar antes de ir al oasis del Cielo, que es la patria verdadera de las almas,
no solamente no temeríamos la muerte, sino que ningún otro deseo nos sería tan querido y familiar. San Pablo deseaba
ardientemente ser desatado de los vínculos de la carne para unirse eternamente con Cristo (cf. Fil 1,23), y de igual manera lo
anhelaban los santos, porque ellos comprendían lo que verdaderamente era el Cielo y suspiraban por él.
«San Ignacio de Loyola se derretía en lágrimas cada vez que pensaba que la muerte le abriría las puertas del Cielo. Tenía tal deseo
de unirse a Dios, que, en su última enfermedad, los médicos le prohibieron pensar en la muerte; porque este pensamiento le
enardecía tanto, que le hacía palpitar violentamente su corazón, poniendo en peligro su vida.
San Francisco Javier, con los ojos llenos de lágrimas y abrazando el crucifijo, exclamó: “en ti, Señor, he puesto toda mi confianza;
no seré confundido eternamente”. Y, con el semblante iluminado por la alegría celestial, expiró dulcemente en el Señor.

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