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RRP Lo Que Quiere Decir
RRP Lo Que Quiere Decir
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Lo que quiere decir hablar
Ahora bien, como es posible que este título les pueda parecer un
poco distante del tema de la transferencia, previamente les voy a ofre-
cer una especie de cebo, como para que nos enganchemos.
Esta tripartición, en principio, no tiene nada que ver con la otra, con la
tripartición entre neurosis, psicosis y perversión. Esta tripartición no
es psicopatológica, lo cual no quiere decir que no sea clínica, sólo que,
es mi modo de ver, se trata de la clínica psicoanalítica, en tanto que,
como trataré de mostrárselos, su fundamento es transferencial. Si
quieren, quiero decir, si todavía no se sienten en condiciones de des-
prenderse, aunque más no sea por unos minutos, de la psicopatología,
digamos que, en todo caso, las neurosis, las psicosis y las perversiones
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Lo que nos quedaría por considerar ahora es qué pasa acá, entre
la neurosis sin comillas y la neurosis de transferencia, qué lleva de
una a otra... Y entonces, ahora sí, éste sería como el clima elemental a
partir del cual hablaríamos un poquito de lo que quiere decir hablar.
“Lo que quiere decir hablar”, les cuento por qué me resonó,
cuando se lo escuché decir a esta señora. Me resonó, por un lado, por-
que “quiero decir” es una expresión cotidiana, que empleamos sin dar-
nos cuenta — digo algo, e inmediatamente agrego: “quiero decir”...
Pero además eso evoca lo que podríamos denominar una escena con-
yugal casi prototípica, que seguramente buena parte de ustedes ha
vivido más de una vez, sea como padres, sea como hijos.
Reconstruyámosla brevemente: llega la hora de la noche y después de
cenar el padre se prepara para ver en la televisión un programa que
estaba aguardando desde hacía unos días: un partido de fútbol, un
programa de entrevistas a políticos, o simplemente una película que no
había tenido ocasión de ver en el cine; por su parte, la madre juzga que
los chicos se tienen que ir a dormir, dado que al otro día deben
levantarse temparano para ir a la escuela... a lo que los hijos,
usualmente, se resisten. Empieza el tironeo entre madre e hijos, que va
subiendo progresivamente de volumen, y con él el incordio del padre,
a quien sólamente le interesa ver tranquilamente su programa, por lo
que en verdad no le interesa cómo se resuelva el asunto, con tal que se
resuelva de una vez. El preferiría no intervenir. Como ha estado
trabajando todo el día fuera de su casa, se siente un poco culpable
porque, en lugar de dedicar sus pocos minutos libres a sus hijos, ese
día ha elegido ver televisión, por lo que le repugna especialmente
fallar en contra de sus hijos. Por otro lado, la experiencia le dicta que,
a la larga, tendrá que ponerse del lado de su mujer... simplemente por
una cuestión de supervivencia. No sólo eso, también está el problema
de que no sólamente deberá ponerse del lado de la mujer por una
cuestión de supervivencia, también está la cuestión de que está igual-
mente en falta con ella, a causa de ese tiempo que él piensa dedicarle a
la televisión, y no a ella... por lo que además de ponerse de su lado,
sabe también por experiencia, por duras experiencias anteriores, que
deberá encontrar la manera de hacerlo que a ella le parezca suficiente.
Como ven, la situación se hace cada vez más tensa entre las tres
partes de la familia, y, del lado del marido, la tensión se incrementa a
medida que el programa en la televisión, que en todo este tiempo se ha
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que se dice... quiere decir, hay algo que no se dice. ¿Qué pensar de
esto que no se dice en lo que se dice, y que queda indicado en el hecho
de que, lo que se dice, quiere decir? — ¿Se entiende la cuestión? Si lo
que se dice está habitado por un “quiere decir”, como no puede ser de
otra manera, esto implica, como lo revela esa expresión de la lengua,
que en lo que se dice hay algo que no se dice, y que queda latente
como lo que quiere decir: si quiere decir, es que no se dice. — Por un
lado, esto promueve que, por el mero hecho de que se habla ―no se
trata de ninguna psicopatologización del asunto, esto es propio del ha-
blar—, esto produce de por sí, el hablar, una división subjetiva, el
grado cero de la división subjetiva, si quieren, la que se instaura entre
“lo que se quiere decir” y “lo que efectivamente se dice”, o entre “lo
que se dice” y “lo que no se dice”.
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Antes de leerles esta cita, les decía que el poder discrecional del
oyente, del que el analista se apodera, es llevado a una potencia segun-
da justamente en la medida en que el analista suspende su respuesta.
Por lo que voy a decir después, voy a cambiar un poquito lo que dice
Lacan al respecto: porque suspende la respuesta... verbal. Por lo si-
guiente: lo que planteaba Lacan en otro escrito, anterior a éste, que es
el escrito titulado Función y campo de la palabra y del lenguaje en
psicoanálisis, el famoso Discurso de Roma de septiembre de 1953, en
su primer apartado, es esto:
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de eso acerca de lo cual nos habla, no se debe descuidar que, eso que
nos dice, nos lo está diciendo ahora, y que seguramente está
cumpliendo alguna función, ahora, el hecho de que nos lo diga. Por
otra parte, y esto es algo más que una mera indicación técnica, es
precisamente ahí, en el ahora, en el ahora del acto actual de palabra —
vale la pena ser redundante, en este punto—, que el analista puede
intervenir eficazmente, en tanto su intervención apunta a la
enunciación, y no a los enunciados, a los “contenidos”, como se suele
decir. Interviene sobre el valor que tiene el hecho de que, eso que dice
su analizante, lo esté diciendo ahora, e incluso sobre el valor que tiene
lo que está haciendo cuando dice eso que está diciendo ahora.
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lía ocurrir cuando tenía grupos de estudios sobre Freud — la gente pa-
rece ya no estudiar más, Freud, lamentablemente, por lo menos en gru-
po de estudios, pero en esa época, una cosa que ocurría casi indefecti-
blemente era la siguiente: uno se la pasaba todo el año, supongamos,
hablando de la represión primaria. Y en ese año, con una reunión se-
manal, no como se suele hacer ahora, y de marzo a enero inclusive,
también, se recorrían los textos y casi casi todo lo que se podía decir
de la represión primaria había terminado por pasar al campo de lo ya
dicho. Ahora bien, casi infaltablemente, en la última reunión del año,
alguien del grupo preguntaba: “bueno, pero en definitiva, ¿qué es la
represión primaria?”. Es la suposición estructural, propia del hablar,
de que el sujeto jamás se reduce al conjunto de sus predicados. En la
Biblioteca de la Escuela pueden buscar un artículo de F. Récanati, que
salió publicado en Scilicet, y que yo traduje, Predicación y
ordenación, que trata este asunto de una manera muy clara.
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Está bien que me obligues a aclararlo. Hay algo que forma parte del
hacer del analista, además de instaurar la regla. Por ejemplo, una de
las cosas que hace el analista es lo que no hace. ¿Qué no hace?
Fomentar el malentendido de que estamos de acuerdo. Esa es una de
las cosas que hace; como dice Lacan en Intervención sobre la
transferencia, eso forma parte de su “no actuar positivo con vistas a la
ortodramatización de la subjetividad del paciente”. Pero además, otra
de las cosas que hace, ya la he mencionado, es darle al sujeto que
habla la chance de que pueda sorprenderlo, para decirlo de alguna
manera, es decir, que pueda decirle algo inédito. No sé si leíste el
Seminario 2, ¿te acordás que en una de las clases, creo que en aquella
que introduce el gran Otro, o la anterior, Lacan habla de las lunas, y
que dice “no somos lunas”? Es decir, suponer al hablante como sujeto
implica que no se lo considerará calculable, predecible como las fases
de la luna. No hace falta ir al análisis para encontrar ejemplos de esto.
Consideremos un ejemplo de la vida cotidiana: le relato a un conocido
lo que me ha dicho otro, y mi interlocutor me dice: “y bueno, ¿qué te
puede decir ése, que es un...”, qué sé yo, “un pequeño burgués”, o “un
peronista”, etc. Es decir, que ya está, no puede decir más que eso, lo
que es esperable de un pequeño burgués o de un peronista o de lo que
sea. Allí donde el sujeto no puede decir más que eso, ya no se trata de
un sujeto, está considerado como objeto, como una luna cuya órbita es
calculable. Cuando de nuestro sujeto, y muy sueltos de cuerpo,
decimos “es un histérico” o “es un obsesivo”, estamos haciendo
exactamente lo mismo.
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¿Qué pretendía introducir con este ejemplo? Que estas dos rela-
ciones, ella, tal vez, las podría ver, cada una por su lado. Lo que está
excluido en cambio, digamos, por el tipo de saber en juego, es que no
va una sin la otra. Este saber es antinómico en sí mismo, es un saber
del que ella nada querría saber, y que pasa al campo de la transferen-
cia, se pone del lado del analista, y que promueve el amor, precisa-
mente para no saber nada de eso.
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No, la antinomia está en la juntura de los dos sistemas, para usar tus
palabras. Ella la pasa mal en las dos partes, pero se las ingenia para es-
tar en las dos partes, donde también goza... no al mismo tiempo. Lo
que está allí velado, digamos, es el fantasma que articula las dos posi-
ciones, de manera que, aunque antinómicas entre sí, no van la una sin
la otra.
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