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Un día, Rodolfo estaba intentando hacer unos planos para la maqueta de su

amigo, sin saber hacerla ni de broma, aunque le había dicho que sí sabía.

   Llevaba intentándolo toda la tarde y toda la noche y no podía hacerla. De 


la vergüenza que sentía al haber mentido a su amigo, no podía llamarlo para
decírselo. A eso de las diez y media de la noche, su madre Roberta Patricia,
se preocupó por él. Rodolfo se lo contó todo y su madre le dijo:

- Te voy a contar un cuento parecido a tu situación. 

Rodolfo encantado se dispuso a escuchar muy atentamente mientras la


madre empezaba.

- Una vez en un pueblo de España de cuyo nombre no quiero acordarme,


vivía una familia: padre, madre y un niño. Eran muy felices hasta que un día
llegaron unos visitantes un tanto peculiares: unos ratones. 

    Los ratones se comían la comida de los estantes y eso molestaba a la


familia. Tenían un perro, un esplendoroso podenco andaluz. Siempre
protegía a su dueño y al enterarse del asunto de los ratones decidió
atacarlos. 

    El perro creía que era muy  fácil ya que lo hacían los gatos. Yendo a su
escondrijo, vio que estaban comiéndose la comida de su amo. 

   Se abalanzó sobre ellos, sin saber que cerca de allí había una trampa con
un queso. Dado que era un perro, no tenía tanta agilidad como un gato: se
tropezó y cayó de golpe en la trampa. Los ratones se percataron y
empezaron a reírse del perro, mientras este chillaba de dolor. 

   El perro  dijo a los ratones: 

- ¡Por favor, ayudadme! ¡Siento haber ido a por vosotros!

Los ratones se compadecieron  y lo liberaron. Cuando ya estaba suelto, uno


de los ratones dijo:

- Eso te pasa por creerte un gato.

Después del cuento, Rodolfo llamó a su amigo, le contó la verdad y lo


arregĺó.

   "No realices las funciones para las que no tienes condiciones." 

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