Está en la página 1de 364

INDICE

Sinopsis
Aclaración
Capítulo Uno
Capitulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Capítulo Trece
Capítulo Catorce
Capítulo Quince
Capítulo Dieciséis
Capítulo Diecisiete
Capítulo Dieciocho
Capítulo Diecinueve
Capítulo Veinte
Capítulo Veintiuno
Capítulo Veintidós
Capítulo Veintitrés
Capítulo Veinticuatro
Capítulo Veinticinco
Capítulo Veintiséis
Capítulo Veintisiete
Gracias
Sobre la Autora
Sinopsis
Nick Hudson tiene una reputación peligrosa.

Eso es lo que necesito si voy a sobrevivir.

La desesperación me hace buscar a un multimillo-


nario despiadadamente poderoso.

Necesito protección.

Él exige mi virtud como pago.

Estoy cayendo en un mundo de lujo y pecado.

Con cada giro, necesito más.

Excepto que este no es un hombre para amar.

Este es un hombre para temer.

Su obsesión crece. También lo hace la amenaza,


hasta que estoy atrapada en un mundo de depra-
vación. Necesitaré más que la fuerza de Nick para
sobrevivir. Voy a necesitar su corazón.
Aclaración
Este trabajo es de fans para fans, ningún participante
de ese proyecto ha recibido remuneración alguna. Por
favor comparte en privado y no acudas a las fuentes
oficiales de las autoras a solicitar las traducciones de
fans, ni mucho menos nombres a los foros o a las fuen-
tes de donde provienen estos trabajos.

¡¡¡¡¡Cuida tus grupos y blogs!!!!!!


King of Spades
Alta Hensley
Capítulo Uno
Lyriope

TÚ DEBES SER MÍA.

Los candelabros, los vestidos, los diamantes, el


dinero exclusivo que rezuma cada rincón de la man-
sión. Las decoraciones en negro y dorado con un to-
que de rojo representan a la familia Morelli. Riqueza
con matices de sangre.
No mi familia... pero debería serlo.

—Fue una mala idea —dice Sasha Morelli mien-


tras se para a mi lado, pasando nerviosamente su
dedo por el borde de su copa de champán—. Nunca
debí haberte colado aquí. Te van a atrapar. Las dos va-
mos a quedar atrapadas. No creo que te des cuenta de
en cuántos problemas nos podríamos meter.
—Sé que no es seguro estar aquí, y sé lo que su-
cederá si me atrapan. Soy bastante consciente de que
la bastarda no pertenece a una fiesta de Morellis —
digo a mi prima, deseando no tener que entrar por la
puerta trasera.
Se supone que Sasha no debe saber sobre mí,
pero lo sabe. Se supone que la mayoría de los Morelli
no deben saber sobre mí, pero algunos lo saben en se-
creto. Ella es la única que no ignora el hecho de que
existo.

—Odio cuando te llamas bastarda —dice ella.

—Pero es exactamente lo que soy.


—Suena duro, y ni siquiera sé por qué quieres
formar parte de esta familia. Es una mierda —dice—.
Te preocupas demasiado por ellos.
Ella está en lo correcto. Ya debería haber supe-
rado mis problemas con papá. No debería importarme
lo que piensen... pero a mí me importa.
Obsesivamente.
Veo a mis hermanastros secretos trabajar en la
sala con una habilidad y delicadeza con las que sólo
se puede nacer. Sí, han tenido la preparación, pero hay
mucho más que ellos tienen y que yo no tengo. Repre-
sentan la riqueza, el poder y todo lo que deseo. Llevan
vestidos y esmóquines que cuestan más dinero del
que jamás veré ni me acercaré a tener. Ellos lo poseen
todo... y yo no tengo nada a menos que me gane cada
centavo por mi cuenta

Tienen el nombre de Morelli.

Yo no.
Los celos son una perra fea. Lo sé, pero el mons-
truo de ojos verdes se apodera de mí y se niega a sol-
tarme. He intentado alejarme y no mirar atrás, pero no
puedo. Las garras de la bestia me mantienen en su si-
tio, mirando desde fuera.
Busco en la habitación a mi padre. Bryant Mo-
relli está en alguna parte, pero ¿dónde? ¿Me recono-
cería? Lo dudo. Pero si supiera que me estoy colando
en su fiesta, haría que me escoltaran antes de que la
gente pudiera siquiera parpadear. Por lo tanto, tengo
cuidado de no llamar la atención sobre mí misma
mientras observo.
Observo desde lejos, como siempre. Es lo que
hago. Eso es en lo que me he convertido.
Me escondo junto a una escultura decorada con
nada más que rosas rojas en cada centímetro cuadrado
del mármol. La más pequeña, la que nadie parece no-
tar junto a la enorme y brillante pieza central del salón
de baile. Parece apropiado que la hija bastarda se es-
conda junto a la escultura de color rojo sangre. Estoy
aquí, pero no realmente. Veo como siguen llegando
los invitados, agradecida de haber conseguido una in-
vitación a un evento tan exclusivo. Una invitación que
nunca recibiría.

Lo bueno, lo malo y lo intermedio se mezclan


dentro de estas paredes. Secretos, chismes y amenazas
se mezclan con la música de fondo.
He estudiado a cada persona en la lista de invi-
tados. He investigado, observado y aprendido. Ser la
bastarda me da una ventaja. Yo los conozco, pero ellos
no me conocen.

Las burbujas de champán lo nublan todo, y es-


toy fuera de la vista, lo que me da un panorama per-
fecto cuando él entra. Por supuesto, él estaría invitado.
¿Cómo puedes hacer una fiesta y no invitarlo?
Aparte de ver a mi padre, en realidad es a él a
quien estoy emocionada de ver.
Es notorio, misterioso, una especie de recluso, y
solo los más poderosos reciben la bendición de estar
en su presencia. Rara vez sale de su mansión, pero
después de todo, esta es la fiesta de Morelli, por lo que
ni siquiera él rechaza la invitación.
Su nombre es conocido en las entrañas del
mundo oscuro.

—Ese es Nick Hudson —dice Sasha, como si yo


no lo supiera ya.
No es un Morelli. En realidad, bastante lejos de
eso.

Lleva un traje negro a rayas y sostiene un bas-


tón negro con un rubí en la parte superior. Camina en
cadencia con la música sonando en la habitación. Las
manos tatuadas, el cuello y los intrincados tatuajes a
cada lado de su cabeza afeitada emiten un aire de pe-
ligro y despiertan a la aspirante a chica mala ence-
rrada dentro de mí desesperada por salir. No necesito
ver qué hay debajo de su traje para saber que está en-
tintado en cada centímetro cuadrado de su cuerpo.

Quiero probar la locura de este hombre.

Y por la forma en que giran las cabezas cuando


entra en la habitación, no soy la única.
Tiene un séquito de seguridad flanqueándolo a
ambos lados, aunque por su sola presencia, está claro
que el hombre puede cuidar de sí mismo. Es todo un
espectáculo... Nick Hudson puede destrozar a cual-
quiera con sus propias manos si es necesario.

Pero él nunca necesita hacerlo.

—No es un hombre con el que hay que meterse


—continúa Sasha—. Su nombre, y su club privado co-
nocido como “Wonderland” le dan una reputación de
ser un hombre para salir de fiesta, un hombre para te-
ner a tu lado, un hombre para trabajar, pero definiti-
vamente no un hombre para enfrentarse.
Permanezco en silencio, sin dejar traslucir que
sé exactamente quién es Nick Hudson. Ya sé que es
uno de los líderes del bajo mundo y que conoce ínti-
mamente la danza del diablo. Y después de aprender
todo sobre este hombre, sé que quiero bailar el tango
con su oscuridad.

Tal vez sea porque es la primera persona con la


que me he obsesionado además de un Morelli. Veo en
él lo que quiero ser. Quiero un nombre como el suyo.
Un nombre para ser respetado. Un nombre a te-
mer.

En este momento, mi nombre, Lyriope Bailey,


es un nombre que permanece en las sombras.
Olvidado. No importante. Una nota al margen.

Pero él no. No hay nada sobre este hombre que


pueda ser olvidado.
Me fascinan los cuentos e historias de libertinaje
que rodean al “Wonderland”. Y aunque los Morellis
son exclusivos, el “Wonderland” es realmente restrin-
gido, ya que sólo se invita a unos pocos. Quiero la
llave. Quiero el pase para entrar. Quiero un asiento en
una de sus infames fiestas del té.
Sus ojos recorren la habitación, observando a
cada persona. Se demora en algunos, asiente con la ca-
beza a otros, pero cuando sus ojos finalmente encuen-
tran los míos, hace una pausa. Parece mirarme más
tiempo que nadie, pero tal vez sea una ilusión. Tal vez
es la escultura junto a la que estoy lo que le interesa, o
tal vez hay alguien parado detrás de mí a quien real-
mente está observando.

O tal vez... sólo tal vez... mi propia oscuridad


está atrayendo a la suya. Tal vez mi jodido yo es un
imán para los bordes dentados.
Tal vez le guste el vestido plateado que llevo
puesto y lo esté hipnotizando.
O tal vez... y así, mira hacia otro lado.
—Necesito ir a saludar a los demás y no que-
darme aquí demasiado tiempo o la gente puede cues-
tionar quién eres —dice Sasha—. Prométeme que no
te quedarás por mucho más tiempo. El tío Bryant se
dará cuenta de quién eres si sigues al acecho.

Asiento con la cabeza mientras se aleja para


unirse a su familia, pero no tengo intención de irme
todavía. Mis ojos no han dejado a Nick Hudson, y no
estoy segura de poder simplemente apartarlos.

Veo a Nick susurrar algo a uno de sus guardias


de seguridad, y luego su atención se desvía a otra
parte, y la burbuja de esperanza de que yo sea el cen-
tro de su atención desaparece. Una fracción de se-
gundo de pensamientos lujuriosos, ideales de gran-
deza, y ahora solo soy la hija bastarda... sola.
Tomo un sorbo de mi champán y examino la ha-
bitación de nuevo. Ya no puedo ver a Hudson ya que
se ha fusionado con el mar de gente hermosa. Las lu-
ces brillan por todas partes y, sin embargo, nunca me
había sentido tan perdida en la oscuridad.

Y luego veo al mismísimo Grim Reaper1 entrar


en la fiesta, mirando de un lado a otro.
Mierda.

El soldado de la familia Sidorov está aquí. Má-


ximo está aquí. Joder, joder, joder.
¿Está aquí simplemente porque es una fiesta
de Morelli o… podría estar buscándome para cobrar
el dinero adeudado?
Yo sé la respuesta. Yo. Él me quiere.
Bueno, él está aquí por mí o por dinero. Y como
no tengo dinero...
Está a la caza, y es solo cuestión de tiempo hasta
que me encuentre.
¿Por qué vine a esta fiesta? Mi obsesión con la
familia Morelli hará que me maten. Ya debería estar
escondida. Yo debería…

1
La parca.
Es muy tarde ahora.
Está parado cerca de la única salida que co-
nozco, y lo más probable es que no esté solo. Mi con-
jetura es que ya encontró mi auto, y tiene hombres pa-
trullando afuera esperando a que yo camine hacia su
trampa. Lo hará de forma digna. Nadie es tan tonto
como para arruinar una fiesta Morelli, por eso sé que
van a esperar a que me vaya.

Dejo mi copa de champán en el suelo, giro sobre


mis talones y me dirijo por un pasillo. Tengo que en-
contrar otro lugar para esconderme, planear y escapar
sin ser notada. La música de la fiesta y las risas de los
invitados parecen elevar mi pánico a niveles épicos.
Necesito pensar. Maxim no puede encontrarme. Espe-
cialmente no aquí. No puedo dejar que todo esto caiga
en suelo Morelli. No quiero que Bryant y sus hijos se-
pan lo endeudada que está mi familia y que la cagué
endeudándonos aún más, pero con asesinos despiada-
dos como acreedores. Lucian tiene el poder de sal-
varme. Leo también. En realidad… también lo hacen
muchos en esa familia. Pero no quiero que sepan lo
que hice. Prefiero morir a que sepan que no puedo
protegerme sin caerme de culo.
Sintiendo como si estuviera siguiendo mi olor,
entro rápidamente en una habitación y cierro la puerta
detrás de mí. Sé que me estoy encerrando, pero tal vez
pueda salir por una ventana. O tal vez pueda esperar
a que termine la fiesta y salir a escondidas después de
que todos los invitados se hayan ido. Tal vez Maxim
crea que nunca estuve aquí. Él no me vio, así que tal
vez si me escondo, estaré a salvo.

—También sentiste la necesidad de dejar la


fiesta, ya veo.— Escucho una voz desde una gran silla
de respaldo alto sentada junto a un fuego crepitante.
Una voz tan gruesa, grave y extraña que escalofríos
me recorren la espalda—. No me malinterpretes. Dis-
fruto de una buena fiesta. Simplemente prefiero que
estén en mi propio territorio.

Mis ojos se acostumbran a la penumbra de la


habitación y veo a Nick Hudson sentado en la silla de
cuero bebiendo un líquido ámbar de un vaso de cristal
tallado. Una gran repisa con una intrincada corona y
una guirnalda dominan la habitación y, sin embargo,
este hombre no se ve empequeñecido por el enorme
tamaño de su entorno. Puedo ver ahora que estoy en
un estudio que está vacío a excepción de él. Él está
aquí.
—Oh, lo siento —digo, mientras mi corazón da
un vuelco—. No me di cuenta de que había alguien
aquí.— Considero irme, pero Maxim podría estar del
otro lado.
—No deberías estar aquí —dice, sin dejar de mi-
rar el fuego, con el tobillo cruzado sobre la rodilla. Pa-
rece tan cómodo en el estudio de los Morelli—. Tu
vida está en riesgo mientras te quedes.
—¿Perdón? —pregunto, confundida porque
parece conocerme.

—Puedes huir de ellos, pero no puedes perma-


necer escondida por mucho tiempo —dice mientras
levanta su vaso a los labios y bebe.
Capítulo dos
Nick
JODIDAMENTE HERMOSA.

Lyriope. Ella no cree que sepa quién es, pero sé


quiénes son todos. Soy el hijo de puta de Nick Hud-
son. Es lo que hago. Es quien soy.
Algunas personas venden productos. Armas.
Drogas. Gente. ¿Yo? Vendo información.
El club privado que poseo es de donde extraigo
ese oro. Todos los hombres que tienen poder en el in-
framundo han tomado el té conmigo. Cada mujer,
también. Los Morelli no son criminales. No exacta-
mente. Pero los conozco. Y ellos me conocen. A esta
joven la reconocería como bastarda de Bryant Morelli
en cualquier parte. Pero incluso si no lo hiciera, esta
zorra de cabello oscuro casi absorbe el aire de la habi-
tación con su magnificencia. Me hace querer recla-
marla como mía.
Se congela cuando escucha mi voz, negándose
a dar un paso adelante. ¿Cree que desapareceré si no
se acerca? ¿Cree que puede cerrar los ojos y fingir que
no existo?
—Lyriope —casi gruño su nombre—. Papá no
sabe que estás aquí.
Sus ojos se abren como platos, traga saliva y
luego da un gran paso dentro de la habitación, de-
jando de presionar su espalda contra la gruesa puerta
de roble. Ella endereza los hombros, levanta la barbi-
lla y aprieta la mandíbula.

Buena niña.
No demuestres que estás intimidada.
Nunca muestres que estás intimidada.
—No creo que nos hayan presentado —dice con
hielo goteando de sus palabras. Me encanta su cortina
de humo, aunque puedo ver a través de ella. Camina
hacia la silla frente a mí, pero no se sienta.
—Perdóname —le digo mientras me pongo de
pie y me inclino ante ella. Voy a jugar su juego. Amo
los juegos—. Soy Nick.— Alcanzo su mano y beso la
parte superior de su delicada piel.
Sus pestañas revolotean mientras mira mis la-
bios sobre su carne, y luego, de repente, suelta su
mano de mi agarre. —¿Por qué estaría en peligro?
Su actuación necesita trabajo. Ella sabe exacta-
mente de lo que estoy hablando. Pero de nuevo... Me
gustan los juegos, así que seguiré el juego.
— Hay una recompensa por tu cabeza. Una
muy, muy cuantiosa. Bien hecho, mi niña. La gente a
la que hiciste enojar realmente te quiere muerta.
Ella da un paso hacia atrás. Tacones que me en-
cantaría ver en mis hombros mientras empujo mi po-
lla dentro de ella. Sus piernas bien formadas tiemblan,
tal vez amenazan con doblarse, pero se recupera rápi-
damente. Su expresión facial sigue siendo tan fría y
serena como cuando se preparó por primera vez para
mirarme. —¿Y cómo sabes tal cosa?

Ella no me miente y niega la información.

Buena niña.
Detesto a los mentirosos.

—Ya sabes cómo, mi niña. Lo sabes.

Su barbilla se levanta un poco más, su ceja se


eleva y la más mínima sonrisa aflora en sus labios ro-
sados. —Sígueme la corriente y dime cómo sabes
tanto de mí.

—Se habló de ti en mi club.— Alcanzo la botella


de bourbon que tengo esperándome en la mesa del
centro y luego le paso mi vaso para que pueda beber
de él—. Aquí. Parece que te vendría bien un trago.—
Tomo un largo trago directamente de la botella, mis
ojos nunca dejan los de ella, antes de agregar. —Tra-
viesa, traviesa. Has cabreado a unos rusos extremada-
mente vengativos y despiadados. Eres la conversación
del momento.
Sus ojos se alejan de los míos mientras mira al-
rededor de la habitación, tal vez buscando a sus
enemigos por ingresar, pero luego redirige rápida-
mente su atención hacia mí. Sostiene mi vaso de bour-
bon, pero aún no ha bebido de él.
—Así que sí, mi niña —continúo—. Estás en peligro, y
más aun estando en un lugar tan público. Tú y yo sa-
bemos que papá querido no te salvará.— Inclino la ca-
beza y la observo de pies a cabeza. Jodidamente her-
mosa—. Entonces, ¿por qué venir aquí? Tengo curio-
sidad. Seguro que no estás en la lista de invitados.
—Debería estarlo —dice demasiado rápido.
Respira hondo y arruga su adorable nariz por un
breve momento, pero luego pinta la cara de la Reina
de Hielo una vez más—. No veo por qué esto es
asunto tuyo.
—Lo hice mío —digo con una sonrisa mientras
bebo de nuevo. Al menos por la noche.
—¿Perdón?

—Cancelé el golpe por el momento. Hice que


mis hombres hicieran correr la voz de que estás fuera
de los límites esta noche. Estás bajo mi protección
mientras estés a mi lado.

—No necesito tu protección.— Su labio inferior


tiembla y se lo muerde. Sus dientes... joder, quiero
sentir esos dientes—. Puedo hacerme cargo de mí
misma.
—Es solo cuestión de tiempo hasta que todos
los sicarios de la Costa Este sepan que estás aquí.—
Choco mi copa con la de ella—. Y tengo la sensación
de que, basado en cómo llegaste corriendo a este estu-
dio, sabes que Maxim llegó.— Camino hacia la pesada
puerta, escucho el murmullo de voces, el tintineo de
las copas de champán y la música tenue del otro lado.
Cerrándola, me giro para mirarla de nuevo—. De
nada.

El color ha desaparecido de su rostro, y sus ojos


ya oscuros parecen ennegrecerse más. —¿De cuánto
es la recompensa?
Trago otro sorbo de bourbon. Una forma tan
poco caballerosa de beber, pero no soy exactamente
un caballero en todo momento. —Tsk, tsk. Es una ce-
lebración esta noche. ¿Por qué hablar de esas cosas
que nos dejan mal sabor de boca?— Lamo mis labios
mientras los pensamientos de saborear su coño pasan
por mi mente, bajan por mi cuerpo y directo a mi en-
durecida polla—. Hay muchas más cosas divertidas
que podemos hacer y… probar.

—No es mi celebración —dice, mirando el vaso


en su mano—. Como tú ya sabes. Tal vez no estaría en
esta situación si…

—Cuidado, mi niña. La forma en que hablas


suena como si tuvieras limones en los labios.
Ella resopla y luego se bebe todo el vaso antes
de decir. —Mejor que tener mierda encima.— Ella me
frunce el ceño, encendiendo una belleza diferente en
sus rasgos—. Entonces, ¿por qué querrías prote-
germe?
—Simple —declaro, acercándome casualmente.
Agarro su vaso vacío y lo coloco junto con mi botella
en la mesa central—. Quiero follarte antes de que
mueras.
Sus ojos de gruesas pestañas se agrandan, su
boca se abre, pero no parece ofendida.
Bien.
Odio las flores delicadas. Me gustan mis muje-
res con las espinas todavía adheridas.
Pero ellas es Lyriope. Tiene cojones cuando se
trata de intentar pagar la deuda en la que su codicioso
padrastro metió a su familia. Sí, está verde, es impru-
dente y nunca debería haber pedido dinero prestado
a la familia Sidorov con altas apuestas como garantía,
pero admiro su valor. Fue ingenua al pensar que los
rusos no cobrarían rápidamente sin ofrecer prórrogas,
y ahora podría morir por ello. Está por encima de sus
posibilidades e intenta jugar en las grandes ligas.
Quiere bailar en un mundo al que no pertenece.

Pero me gusta que haya intentado ayudar a su


familia por su cuenta. No tiró sus lazos con Bryant
Morelli para esconderse detrás.

No usó su nombre para protegerla, ni le pidió


dinero a papá. De hecho, todo lo contrario. Había que
tener el dedo en el pulso de los chismes para saber que
era la hija de una amante de Morelli. Una persona más
débil recurriría al nombre para salvarse cuando las co-
sas se pusieran feas. Y hombre, oh hombre, se com-
plicó cuando fue a los Sidorov por dinero en lugar de
un Morelli.

El orgullo me endurece la polla.

Un poco de locura, que claramente tiene, la hace


palpitar, joder.
Una sonrisa se forma en su rostro tan lenta y se-
ductoramente que considero poner mi mano bajo su
vestido justo en este segundo para poder tocarla y ver
si sus bragas están mojadas. Pero me controlaré... por
ahora.

—Gracias Señor Hudson. Pero no necesito tu


protección esta noche ni ninguna noche. Y como no
tengo planes de morirme pronto... no hay necesidad
de apresurarse a… follarme.
Buena niña.
Hazme trabajar por ello.
—La forma en que lo veo es —digo mientras
acorto la distancia entre nosotros, tan cerca que puedo
oler la dulzura del bourbon en su aliento—. O tienes
un arma en la boca al final de esta noche o mi polla.
No quiero ver tu linda carita arrancada. Pero sí quiero
ver esos labios alrededor de mi polla. Entonces, elige
sabiamente.

La mayoría de las mujeres se sorprenderían por


mis palabras. La mayoría de las mujeres querrían abo-
fetearme.
La mayoría de las mujeres se ofenderían, se ca-
brearían y responderían bruscamente.
La mayoría de las mujeres estarían asustadas
por la honestidad y la realidad que pinté de su morta-
lidad.
Pero Lyriope me demuestra que ella no es como
la mayoría de las mujeres.
—Elegiré el arma —ronronea mientras saca su
lengua y lame mis labios en un movimiento largo y
sensual.
Luego se da vuelta y camina hacia la ventana
para mirar hacia afuera.
Capítulo tres
Lyriope
EL MIEDO ES TÓXICO.
El miedo destruye.
No dejaré que me controle.
Canto las palabras una y otra vez en mi cabeza,
concentrándome en poner un pie delante del otro
mientras lucho por respirar. Necesito aire. Necesito
correr, gritar, rabiar. Pero también necesito no mostrar
el caos que se arremolina dentro de mí. No necesito
que este hombre sepa lo aterrorizada que estoy.

Soy consciente de que cabreé a la poderosa fa-


milia Sidorov conocida por su crueldad. Mi padrastro
habló de todos estos tratos que estaba esperando pa-
gar. E incluso si fracasaban, pensé que encontraría una
manera de pagarles yo misma. Pensé que podría cum-
plir con su fecha límite y sus términos. Y sé que escon-
derme de ellos solo empeoró las cosas.
Así que sí, estoy jodida.

No tengo el dinero para pagarles. He perdido la


fecha límite.
Y fui una tonta al creer que mi padrastro tenía
una forma de conseguir el dinero a tiempo.
¿Sabía que me habían golpeado?

¿Sabía que era una muerta viviente cuando en-


tré en esta fiesta?
No. No exactamente. Creo que estoy en nega-
ción, o al menos lo estaba. Está todo claro ahora que
incluso Nick Hudson sabe quién soy y mi situación.
Tiene sentido.
Miro por la ventana, sabiendo que no va a ser el
escape que necesito. Estoy segura de que la casa está
rodeada por ahora. Necesito un momento para decidir
qué voy a hacer. Ser capaz de respirar profundamente
sin sentir que mi corazón se va a sofocar será un buen
comienzo.

Observo mi reflejo en el cristal, las llamas del


fuego iluminan algunos rasgos y ensombrecen otros.
Por fuera, todavía estoy compuesta. Mi maquillaje y
cabello todavía están en punto, y no hay señales exter-
nas del huracán de emociones que me atraviesan.
Una de las emociones es la lujuria. La otro es el
pánico.
—Mieerdaaa —susurro al exhalar.

Nick Hudson quiere follarme. Él me quiere. A


mí.

Él también quiere salvar mi vida esta noche.

¿Una follada por mi vida? ¿Es tan simple como


eso?

Observo el reflejo de una mujer que no reco-


nozco. Por supuesto que quiere a la mujer en el espejo.
En la superficie, ella representa todo lo que hace fun-
cionar a un hombre como él. Pero por dentro... no
tiene ni puta idea de quién soy.
Protección. Me ofreció protección para esta no-
che que claramente necesito. ¿Quién sabe qué pasará
después si lo rechazo? Lo más probable es que muera.
O tortura. O ambos.
Tonta. ¿Por qué diablos rechazaría eso? Él está
tratando de ayudar, y estoy dejando que mi juego de
“difícil de conseguir” se interponga en mi seguridad.
—Jodidamente hermosa —escucho detrás de
mí, obligándome a darme la vuelta para mirarlo de
nuevo.
La niña asustada que hay en mí quiere pedir
ayuda. Pero la mujer rechazada que ha tenido que lu-
char por todo en su vida me obliga a seguir en guar-
dia. La Reina de Hielo es mejor que una debilucha co-
barde.
—¿Te gusta lo que ves? —pregunto, enderezán-
dome y dando un paso hacia él. No permitiré que vea
mi angustia. Nunca.

—Sabes que lo hago.

—Entonces, ¿qué pasa ahora que rechacé tu


protección?
—Nada, porque no lo permitiré. Has sido recla-
mada por Nick Hudson para esta noche. Ese barco ha
zarpado, mi niña, y tú estás en él. No hay un asesino
en todo el estado que te toque con un palo de tres me-
tros. No al menos todavía. No mientras estés conmigo.
Maxim está ahí fuera. Está cabreado, sin duda. Pero él
no se cruzará conmigo.
—La familia Sidorov puede no estar de acuerdo
con lo poderoso que crees que eres.
Mueve su bastón de un lado a otro con indife-
rencia. Es jovial y, sin embargo, siniestro al mismo
tiempo. —Hay reglas en nuestro oscuro inframundo.
Estoy jugando con las reglas. Te reclamé por una no-
che, y no hay nadie que discuta eso. Entonces, des-
cansa tranquila. Estás segura.
—Mientras te chupe la polla, ¿verdad? —pre-
gunto, cruzando mis brazos contra mi pecho. Puedo
sentir los latidos de mi corazón, el golpeteo del miedo
contra mi pecho—. ¿Ese es el precio por mi vida esta
noche?

—Me chuparías la polla al final de la noche de


todos modos —dice con una sonrisa—. Tú y yo lo sa-
bemos.
—Eres un idiota —espeto.
—Sí. Muchísimo.
—¿Crees que cualquier mujer a la que te acer-
ques en esta fiesta querrá follarte?
Él se ríe. —No. Pero sé que lo harás.
—¿Y cómo sabes eso?
—Porque te conozco. Te he estudiado.
—Su información es incorrecta. No soy una
puta.

—Nunca dije que lo fueras —responde casual-


mente—. Eres una mujer que hará cualquier cosa para
sobrevivir. Y bueno… esta noche, sabes exactamente
lo debes hacer para lograrlo.
No. Soy una mujer que está enojada conmigo
misma. ¿Cómo dejé que llegara hasta aquí? ¿Por qué
me puse en esta situación?
—Te conozco. Te he estudiado —contrarresto.

—No esperaría nada menos. Estaría decepcio-


nado de ti si no hubieras obtenido la lista de invitados
y estudiado a cada una de las personas que asistieron.

— Y tú hiciste lo mismo, supongo —pregunto.

—Pero por supuesto —dice—. Se todo sobre ti.


Hasta la última cosa menos una.— Despeja la distan-
cia restante entre nosotros, toma mi cabello y tira de
mi cabeza hacia atrás. Acerca sus labios a mi boca tan
cerca que puedo sentir su aliento, y luego me de-
vuelve la lamida que le di. La humedad de su lengua
acaricia mis labios en una provocación—. No sé cómo
te ves desnuda. Y me gustaría arreglar eso esta noche.

—¿Aquí? —pregunto, sin tratar de liberarme de


su agarre. El escozor en mi cuero cabelludo enciende
el deseo por más, y me odio por eso.
No debería permitir esto. Debería resistir. Pero
¿realmente tengo elección?
—La puerta está cerrada.

—¿Por qué no en “Wonderland”? ¿Por qué no


nos vamos y vamos para allá?
Se ríe y continúa lamiendo mi cuello, mordis-
queando mi carne mientras lo hace. —Quizás más
tarde. Todo eso depende.
—¿De qué?

—Has hecho tu investigación sobre “Wonder-


land”, ¿verdad?

—Sí —respondo, luchando por no empujar mi


cuerpo junto al suyo para conseguir más conexión que
el tentador rastro de su lengua y sus dientes.

—Entonces sabes que “Wonderland” no per-


mite la inocencia, no permite la bondad, y seguro
como el infierno que no permite que vírgenes entren
por las puertas.
—No soy nada de eso —digo mientras aprieta
su agarre en mi cabello y me empuja contra la pared.
Se ríe como un maníaco. —Sí, mi niña. Lo eres.
Pero podemos cambiar eso. No me importa ensu-
ciarte.
Quiero dejar la mansión Morelli desesperada-
mente, y “Wonderland” se siente como un lugar le-
jano en el que nadie puede alcanzarme. Podría ser mi
torre la que nadie puede escalar. En este momento, se
siente como si Maxim estuviera al otro lado de la pe-
sada puerta del estudio. Quiero estar a salvo. Quiero
vivir. Y sí… Hudson tiene razón. Haré cualquier cosa
para sobrevivir.

Continúa. —Y también sabes que “Wonder-


land” sólo permite pasar por su umbral a las personas
con los gustos sexuales más oscuros, más sucios y más
jodidos.
No respondo, pero un pequeño gemido escapa
de mis labios mientras él besa un lado de mi cuello.
—Y también sabes —continúa mientras chupa
la punta de mi oreja—. Que Wonderland es solo para
invitados.
Decidiendo que la única forma en que puedo
calmar el terror enloquecedor en mi mente y cuerpo,
me transformo en la imagen de la mujer que pretendo
ser cuando estoy en mi punto más vulnerable. Cambio
algo dentro de mí como forma de protegerme. Me pre-
paro para la batalla. Voy a la guerra. Yo no. No mi ver-
dadero yo. Pero he dominado una forma de hacer
aflorar un demonio oculto cuando lo necesito. Dejo de
ser Lyriope y me convierto en la mujer con la que na-
die quiere joder. ¿Es falso? ¿Finjo?

Sí.

Pero debo hacer lo que tengo que hacer para


sobrevivir.

Bajo mi mano y la coloco sobre su gruesa polla,


cubriendo sus pantalones a rayas. Aprieto lo suficien-
temente fuerte que lo escucho inhalar bruscamente. —
Entonces invítame a entrar.
Capítulo cuatro
Nick
—NO TODAVÍA, MI NIÑA. TODAVÍA NO —gruño
mientras mi polla se endurece y pellizco su labio infe-
rior.
—Pensé que querías follarme.— Sus ojos oscu-
ros me miran y veo en ellos una historia que quiero
leer desesperadamente—. Es mi pago. El trato con el
diablo, ¿no?
—Oh sí. Quiero follarte. Pero “Wonderland” es
algo más que follar. Tienes que ganarte una invitación
a mi mundo.
Suelto el agarre de su cabello y tomo su mano
en la mía. Sin decir una palabra más, la acompaño a
un sofá al otro lado de la habitación cerca de los enor-
mes estantes llenos de libros sin leer, en tapa dura y
lomos dorados.
—No estás lista para el “Wonderland” —digo
mientras reposiciono mi cuerpo para poder mirarla
directamente—.Y “Wonderland” no está listo para ti.
Se cruza de brazos y mira por la ventana a nues-
tra izquierda con un leve puchero en los labios.
—Pero no te preocupes —digo mientras tomo
un mechón de su cabello oscuro entre mis dedos y lo
tuerzo—. Estarás a salvo.
Sus ojos se fijan con los míos. —Por una noche.
Por un precio.

Sonrío, muevo mis dedos a su nuca y acerco su


rostro al mío. —Pero qué noche será. Y todo en la vida
tiene un precio.
—¿Saben los Sidorov que estoy contigo ahora
mismo? ¿Saben por qué me estás protegiendo?—
Cada palabra suelta una bocanada de aire que acaricia
mi rostro, y no puedo resistir mirar sus labios mien-
tras habla.
—Estoy seguro de que ahora saben que estás
conmigo. ¿Saben por qué?— Me inclino hacia adelante
y la beso suavemente—. No. Lo que pase esta noche
es entre tú y yo. Nuestro pequeño y sucio secreto. Lo
sucio que será se decidirá muy pronto.
—¿Qué pasa si uno de los Morelli entra en la
habitación? —murmura contra mi beso mientras toca
su lengua con la mía.
—Estamos solos y detrás de una puerta ce-
rrada.— La acerco más.

—Entonces, si te follo, ¿me ayudarás a dejar esta


mansión después?
—Sí.— Soy un hombre de palabra.
—¿Tengo la garantía de estar a salvo?
Me alejo del beso y me río. —No. Nada es se-
guro conmigo.

Cada vez más impaciente y necesitando ver qué


hay debajo de toda la plata que la cubre, tiro de su re-
luciente vestido, agarro el delicado material de sus
bragas y tiro con fuerza, arrancándolas de su cuerpo.
Estoy acostumbrado a que las mujeres actúen insulta-
das, asustadas e incluso más preocupadas por reem-
plazar sus costosas bragas que por lo que vendrá.

Pero no Lyriope.

Oh, Jesucristo, ella no.

En lugar de eso, se limita a mirarme fijamente,


se lame los labios, se mete el dedo en la boca, abre las
piernas para que pueda ver su sexo en toda su exten-
sión, y luego baja el dedo hasta los labios de su coño y
lo sumerge en los pliegues.
—¿Tú quieres esto? —pregunta con los ojos en-
trecerrados y un mohín en sus labios.
Pasa la punta de su dedo por su clítoris, su ex-
presión helada y serena como solo ella puede hacerlo.
Se me hace agua la boca, mucho.

—Tal vez no te necesito —dice mientras empuja


su dedo en su coño y comienza a follarse con él.
Veo sus jugos en su dedo, y quiero lamer cada
gota.
—No me necesitas —digo mientras me arrastro
hacia sus piernas abiertas—. Pero tú me deseas. Puedo
olerlo en ti.— Ya no juego más a este juego del gato y
el ratón, acerco mi nariz a su coño, con su dedo toda-
vía masajeando alrededor, e inhalo—. Y huele jodida-
mente delicioso.
Aparta mi cabeza y cierra las piernas de golpe.
Me recuesto y la miro con una mezcla de molestia y
humor. Realmente tengo que reconocérselo a la chica.
Le gustan sus juegos.
—Me gustaría agregar otra estipulación —dice,
y aunque no me gusta regatear, decido seguirle la co-
rriente escuchándola.
—Sigue…

—Me ayudas a encontrar seguridad más allá de


esta noche.

—Hiciste tu cama…
—No te pido que te involucres del todo —inte-
rrumpe—. Sólo te pido algo de tiempo. Un poco de
orientación.— Sus ojos son suplicantes, aunque su voz
no flaquea en lo más mínimo. La mujer me fascina con
su valentía.
—Así que, explícame esto —empiezo—. ¿Qué
es exactamente lo que estás pidiendo?
—Necesito que me mantengas con vida.— Se
esfuerza mucho por parecer fuerte, pero los pequeños
temblores en su cuerpo me dicen lo contrario—. Sé
que me estarán esperando cuando salga el sol, porque
solo pediste una noche.— Respira profundo—. Estoy
pidiendo más de una noche.
—¿Y qué obtengo a cambio?— Me gusta lo atre-
vida que es. Se desenvolvería increíblemente bien en
mi mesa de té entre los más despiadados. Está claro
que tiene pelotas de acero y no tiene miedo de nego-
ciar y usar sus poderes sexuales para salirse con la
suya.

—Me tienes.

—Ya te tengo, al menos por esta noche.

—Hay una diferencia entre follar con un pez


muerto y follar con alguien que da tanto como toma.

Tú lo sabes.
No puedo evitar reírme. —Preferiría no fo-
llarme a un pez muerto. Cierto.

—Entonces, mantenme a salvo más allá de esta


noche, y obtendrás mucho más que eso. Puedes fo-
llarme más de una vez si estoy viva más allá de la ma-
ñana.
Me pongo de pie, permitiendo que una sonrisa
se apodere de mi rostro. Empiezo a desvestirme frente
a ella, quitándome la ropa una prenda a la vez sin de-
cir una sola palabra. Noto como sus ojos me miran.
Veo el deseo y la lujuria debajo de sus párpados entre-
cerrados.
—Muy bien —digo finalmente—. No morirás al
amanecer. Te sacaré de esta mansión sin ser detectada
y te ayudaré a encontrar una manera de mantenerte
con vida.
Sus ojos se iluminan y, por un momento, casi
muestra sus cartas por completo, pero rápidamente se
recompone.
—Pero primero —digo, ahora que estoy com-
pletamente desnudo—. Quiero esos labios envueltos
alrededor de mi polla. Odio hacer negocios cuando
tengo hambre. Es hora de que alimentes mi apetito.
Es una mujer sabia porque no duda en lo más
mínimo. Ella va a sellar este trato con el diablo antes
de que cambie de opinión. Lo que ella no sabe es que
yo no tenía intención alguna de arrojarla a los lobos.
Puedo ser un imbécil, pero no soy un monstruo.
Bueno... Puedo ser un monstruo, pero no soy un
asesino. Bueno... estaban esos hombres que...
Está bien... así que soy el chico malo de la histo-
ria, pero estoy absolutamente seguro de que no voy a
dejar que la pobre chica muera en cuanto me la folle.
Incluso yo tengo límites.
Se levanta del sofá, camina seductoramente ha-
cia mí, sus caderas se balancean de un lado a otro en
plata brillante, y toma mi mano. Guiándome hasta el
borde de los cojines, me empuja para que me siente y
se arrodilla entre mis piernas. Mi polla está firme
cuando me inclino hacia atrás y coloco mis manos de-
trás de mi cabeza con mi propia sonrisa de Cheshire2.
—Dios, eres un imbécil —murmura con los ojos
en blanco justo antes de lamer toda la longitud de mi
eje.
—Sí —siseo mientras me preparo para lo que ya
puedo decir será la mejor mamada de mi vida—. Cui-
dado con los dientes —le advierto—. Muerdo más
fuerte.
Toma mi polla con un puño, coloca sus labios
en la punta de mi cabeza y luego baja su boca comple-
tamente. Como la buena chica que es, me hace una
garganta profunda en la primera pasada y se traga
toda mi longitud. Disfruto el hecho de que no tengo

2
Personaje del Cuento Alicia en el País de las Maravilas de Lewis Carroll.
que persuadirla, instruirla o amenazarla con casti-
garla si no hace un buen trabajo.

Mi Lyriope está deseosa de complacerme.

Ella chupa arriba y abajo de mi polla cada vez


más rápido. Ella me empuja más y más profundo, pro-
vocando arcadas de vez en cuando, lo que solo acerca
mi orgasmo a la superficie. Las lágrimas llenan sus
ojos, y el rímel perfecto que lleva puesto comienza a
correr por las esquinas. Me encanta cada segundo de
ello. Agarro su cabeza y empiezo a controlar el ritmo.
Me gusta rápido y fuerte, con la saliva goteando de
sus labios, y ella está dispuesta a darme exactamente
eso.

La bestia que llevo dentro gruñe por algo más


que una simple chupada de su boca. Levanto a Ly-
riope de sus rodillas y la pongo de pie ante mí. Respi-
rando hondo, le exijo. —Por mucho que seas la reina
del baile con ese vestido plateado. Quiero verlo api-
lado en el suelo junto a tus pies. Quítatelo.
Fijando sus ojos en los míos, se lleva la mano a
la espalda y baja la cremallera. Luego baja los tirantes
uno a uno y se quita lentamente el vestido del cuerpo.
Cuando cae a sus pies, se desprende de él y se para
frente a mí completamente desnuda.
—Sí —gruño cuando noto el tatuaje de flores
que se extiende desde la parte superior de su caja to-
rácica hasta su muslo derecho.

—Amo a una mujer tatuada.


Tomo su mano, la atraigo hacia mí y la beso con
fuerza. Hay tantas formas en las que quiero follarme
a esta mujer, pero ahora mismo voy a saborear cada
momento perverso que pueda. Me gustan los juegos,
y la idea de jugar con ella hace que mi polla se ponga
aún más dura. Follarla significa que los juegos llegan
a su fin, y yo aún no he terminado de jugar.
Capítulo cinco
Lyriope
NO DEBERÍA GUSTARME. PERO ME GUSTA.
No soy este tipo de chica y, sin embargo... tal
vez lo sea.

Tenía razón al decir que soy inocente. Soy una


virgen.

Pero no tengo el lujo de permanecer así por mu-


cho tiempo.

No tengo elección si quiero vivir. Pero ¿es esa


toda la verdad?
Me está obligando... ¿O no?
Mi mente corre con todos los no, no, no. Pero mi
cuerpo se construye con el sí, sí, sí.
Me va a follar. Su polla me va a abrir de par en
par. Va a doler Puedo ver ese hecho simplemente por
su tamaño y grosor. Esta no es la forma en que ima-
giné perder mi virginidad. Debería huir. Debería gri-
tar. Debería rogar por misericordia y esperar que se
detenga.
Debería.

Pero no.

En lugar de eso, simplemente le devuelvo el


beso con tanta pasión como la que entrega al reclamar
mi boca, hasta que me alejo sin aliento con la necesi-
dad de recuperar un poco el sentido del control.
Los tatuajes en cada centímetro de su cuerpo me
hipnotizan. No puedo dejar de mirar cada uno que
puedo, con tantas ganas de pasar la punta de mis de-
dos sobre ellos y preguntarme la historia detrás de
cada uno. Veo un Gato de Cheshire en sus abdomina-
les, La Liebre en sus tríceps. Pero no veo un tatuaje de
Alice.
Jódeme… quiero ser su Alice.

Quiero mi sangre tatuada en su piel y una parte


de la obra maestra que tengo delante. Quiero ser parte
de él. Quiero ser uno con su carne entintada. Nunca
he visto a un hombre más sexy que el que se cierne
sobre mí.
Pero por ahora, mientras me agarra y empuja su
dedo dentro de mí, grito tanto de lujuria como de
miedo por lo que está por venir.
Lo deseo tanto que grito su nombre. Está domi-
nando lo más salvaje en mí, y aunque debería odiar a
este hombre, debería detestar lo que me está haciendo
a cambio de mi vida, no puedo.
En cambio, quiero más.

Se burla de mí sobre lo que está por venir


cuando comienza a empujar y sacar su dedo en una
cadencia que exige que me corra. No quiero correrme
todavía y, sin embargo, no puedo evitarlo. Mi cuerpo
se sacude de placer casi de inmediato, pero no se con-
forma con uno solo. Aunque mi coño palpita en torno
a sus atenciones, no quiero que se detenga. Necesito
más. Dios, necesito más. Nunca he querido que un
hombre me folle... hasta ahora.

—Así es —susurra mientras me besa de


nuevo—. Córrete como una buena chica.
Me aferro a su espalda y arañé mi camino por
su columna. Estoy estropeando su perfecta obra de
arte y amo cada segundo de ello. Si muero mañana,
quiero que se acuerde de mí durante días. Quiero de-
jar una cicatriz en su cuerpo, incluso si no puedo dejar
una cicatriz en su alma. Se acordará de mí. Se acordará
de mí, joder.
Nuestros cuerpos se mueven juntos como dos
amantes que conocen cada centímetro del otro y no
como dos extraños que acaban de conocerse. Intro-
duce un segundo dedo en mi interior, y yo lo acepto
de inmediato. Lo saca y yo me aferro a él para que
vuelva. Las lucecitas resplandecen en la chimenea del
elegante estudio y, por este momento, mientras mi
próximo orgasmo se acumula, la oscuridad que hay
en mi interior desaparece.

—Este lindo coño —gime—. Es mío. Mía.


Abro los ojos y miro su rostro. Está contorsio-
nado en un deseo voraz, pero es tan hermoso. No hay
una parte de él que no sea la perfección absoluta. Es
crudo, es tenso, es oscuro, y su locura es todo lo que
siempre he querido. Si muero mañana, al menos po-
dré lamer la “espada” de este hombre.

Usa su mano libre para acariciar mi pezón. Es


suave al principio, y luego con un profundo empuje
de ambos dedos en mi coño, pellizca y me deshago.
Dándome un momento para recuperar un poco
el sentido de la realidad, finalmente dice. —El mejor
negocio que he hecho en meses —mientras saca sus
dedos de mí y se inclina hacia otro lado. Pasa los de-
dos por los tatuajes a un lado de la cabeza como si es-
tuviera peinando un cabello que no existe.
—¿Eso es todo? —pregunto, sin aliento y sor-
prendida. No puedo evitar sentirme un poco decep-
cionada de que no vamos a tener sexo. Perder mi vir-
ginidad con Nick Hudson no hubiera sido lo peor de
la vida—. ¿Pensé que querías follarme?
—No me gusta comer todos mis dulces a la vez
—dice con un brillo travieso en los ojos—. No te preo-
cupes. Sé dónde encontrarte cuando vuelva a tener
hambre. Pero ciertamente te ganaste tu libertad por
esta noche.

—Me alegro de haber cumplido mi parte del


trato.— Me levanto del sofá y agarro mi vestido, con
la esperanza de no mostrar que detenerme tan abrup-
tamente me ha dejado frustrada y necesitada.
Antes de que pueda volver a ponerme la ropa,
me agarra de las caderas y me pone en su regazo.
Quita mi cabello de mi hombro y comienza a besar un
rastro a lo largo de la parte superior de mi hombro.
—Puede que luego quiera más —dice, y noto que su
polla vuelve a endurecerse. Entonces deja de besar—.
Sólo sé que puedo regresar por más…
Me giro para mirarlo, sorprendida por sus pa-
labras. —¿Pensé que esto era solo por esta noche?
—Te encuentro demasiado decadente para usar
y abusar en una sola noche.— Coloca los dedos con
los que me acaba de follar en su boca y chupa—. Oh,
no puedo esperar a ver lo que se esconde dentro de ti.
No puedo esperar, joder.— Me aparta suavemente de
su regazo y busca su propia ropa—. Tienes una oscu-
ridad, mi niña. Una oscuridad jodida y deliciosa que
pienso devorar

—¿Cómo sabes que podrás volver a encon-


trarme una vez que deje este lugar?

Su labio se curva y sus ojos brillan. —Me gusta


cazar. Sobre todo, si hay una deuda pendiente.

Sin querer seguir bromeando, odiando que una


vez más me estoy endeudando, sé que tengo que cen-
trarme en el ahora y en mi seguridad. Las promesas
de más con Nick Hudson es la menor de mis preocu-
paciones.
Una vez que ambos estamos vestidos, lo miro y
levanto una ceja. —¿Y ahora qué?— Oigo que la fiesta
sigue al otro lado de la gruesa puerta del estudio—.
¿Crees que podemos pasar desapercibidos?
—Pasaremos desapercibidos —dice mientras se
inclina y recoge su bastón. Luego toma la botella de
bourbon que había estado bebiendo y le da un largo
trago antes de volver a colocarla, toma mi mano y pre-
gunta—. ¿Vamos?

Tomo su mano y él me lleva a un librero. Luego


comienza a tocar libros con la parte inferior de su bas-
tón. Se oye un chasquido cuando toca uno y se ríe. —
Ahí tienes.

Luego empuja el libro hacia adelante y el librero


se mueve, revelando un pasadizo secreto al otro lado.
—Esto debería sacarnos —anuncia.
— ¿Cómo supiste que esto estaba aquí?
—Soy Nick Hudson. Es mi trabajo saberlo
todo.— Luego me guiña un ojo y nos lleva hacia el pa-
sillo oscuro.
Supongo que cada mansión tiene pasadizos se-
cretos cuando el propietario vive en el mundo de los
negocios de alto riesgo y puede necesitar un escape
rápido, pero cómo lo supo... Supongo que no debería
cuestionar, sino estar agradecida.
—¿Cómo sabes a dónde conduce?— Dudo en
entrar, pero no me resisto. No tengo otra opción más
que seguir.
No responde de inmediato, sino que me acom-
paña por un pasillo oscuro. Mis ojos tratan de adap-
tarse a la oscuridad, pero no pueden. No estoy segura
de cómo sabe adónde vamos, pero me aferro con
fuerza a su mano y me mantengo cerca de su costado.
Es frío, húmedo y conduce a lo desconocido, pero sigo
avanzando.
Lo escucho abrir una puerta frente a nosotros, y
el aire fresco del exterior besa mi rostro. El cielo estre-
llado nos da la bienvenida desde la oscuridad. Esta-
mos a unos cien metros de la mansión Morelli. Me giro
para ver que la fiesta aún está en su apogeo, y nadie
sabe que estuvimos allí y ahora que nos hemos ido.
Me hace un gesto hacia la puerta. —Hasta que
nos volvamos a encontrar…— Camino hacia el aire
frío de la noche.
Cuando me vuelvo, ya ha cerrado la puerta. Ya
ha desaparecido. Es casi como si fuera un producto de
mi imaginación. Como si nunca hubiera existido real-
mente. Excepto que estoy aquí, no siendo utilizada
como rescate por la mafia rusa.
Hubo un momento esta noche en el que real-
mente no creí que dejaría la mansión con vida. Miro
hacia el cielo nocturno, sintiendo alivio de que no será
mi última noche con vida.
Capítulo Seis
Lyriope Bailey
EXISTE UNA LÍNEA MUY FINA ENTRE LA OBSESIÓN
Y LA ADICCIÓN.

Si me preguntas cuál padezco, no puedo darte


una respuesta clara.
He estado obsesionada con un hombre. Los
pensamientos constantes sobre él son adictivos y no
trato de combatirlos.
¿Obsesión o adicción o ambas?
Nunca ha habido un hombre con este poder so-
bre mí antes. Pero este hombre... es diferente.
Nick Hudson.
Y no solo pensamientos sobre él, sino también
sobre su patio de recreo privado conocido como
“Wonderland”. Siempre quise ir, y después de esa no-
che hace cuatro meses, me muero de hambre aún más
por ver qué se esconde debajo del hombre.
Fue solo una noche y, sin embargo, había sido
la noche más apasionada de mi vida.
Había sido un torbellino de emociones, y tan rá-
pido como sucedió, terminó.
Nos besamos. Nos tocamos. Dominó mi cuerpo
y luego me dejó con ganas de más. Fue una probada
perversa de él y su mundo, y haría cualquier cosa para
experimentarlo de nuevo.
Lo experimentaré de nuevo. Esta noche.
―Te ves increíble ―dice Sasha Morelli con un
mechón de su cabello oscuro y una última mirada a su
propia apariencia antes de cerrar su espejo compacto
y colocarlo en su bolso. ―Estarás perfectamente en
“Wonderland”.
De alguna manera controlo mi resoplido que lu-
cha por escapar ante sus palabras. Soy buena escon-
diendo mis sentimientos, mis emociones, y me he con-
vertido en una maestra en la escuela de pensamiento
«finge hasta que lo logres». Pero la dura realidad, mi
realidad, es que nunca voy a encajar de verdad en nin-
gún sitio. Independientemente de lo que me ponga, de
cómo me peine o de dónde vaya, encajar es difícil y
siempre lo será.
Especialmente esta noche, ir al “Wonderland”.
De ninguna manera voy a pertenecer a un lugar como
ese. Pero segura que puedo actuar como si lo hiciera.
Las dos nos sentamos en la parte trasera del auto se-
dán de Sasha, y aunque tengo ansiedad por lo que
vendrá de nuestra noche, Sasha no parece tener nin-
guna preocupación en el mundo. En cambio, es un
zumbido con una energía encantada. Me gustaría que
se me contagiara, pero cada vez estoy más nerviosa.
―Siento haber tenido que pedirte prestado este
vestido ―digo mientras froto mi regazo y siento la
costosa tela de raso. No necesito ver la etiqueta del
precio para saber que el vestido cuesta más de lo que
ganaré en un año trabajando en la recepción de H&R
Block durante la temporada de impuestos. ―Simple-
mente no tuve tiempo de comprar con tan poco
tiempo.
Estoy mintiendo, pero reprimo las ganas de de-
cirle a mi prima la verdad. Que, aunque quisiera ir de
compras, no tengo dinero para hacerlo.
Sasha evita el contacto visual y mira por la ven-
tana. Tengo la sensación de que ella sabe que no estoy
siendo completamente sincera. Estoy bastante segura
de que dije lo mismo cuando tuve que pedirle pres-
tado el vestido plateado que usé en la fiesta de More-
lli. Nunca me pidió que le devolviera el vestido, lo
cual fue bueno ya que tuve que venderlo para pagar
las compras de la semana siguiente. Sasha no es estú-
pida, y tiene que saber que hay más en la historia de
lo que le estoy contando. De hecho, puede pensar que
sabe lo que le escondo. Pero independientemente de
lo que esté pensando, o de lo mucho que crea que
tengo mala suerte, no tiene idea de lo jodida que estoy.
O que estoy viviendo en mi coche con el temor
de que cada noche podría ser la última
Puede que adivine que vivo al día como la ma-
yoría de la gente de clase media, pero nunca adivina-
ría que soy tan jodidamente pobre que en realidad me
acuesto con la mafia rusa.
Se supone que tienes buenos y malos momen-
tos. Los tiempos difíciles deberían pasar eventual-
mente.
Pero para mí no parece posible. Vivir en mi au-
tomóvil, mirar constantemente por encima del hom-
bro y temer cada golpe en la noche, alcanza un nuevo
mínimo, incluso para mí. Está la mala suerte, y está el
agujero oscuro del que me temo que nunca saldré.
He estado cometiendo un error tras otro por
culpa de mi madre. Por sus elecciones, supongo. Pero
realmente es mi culpa, porque no puedo decirle que
no. Una y otra vez, el ciclo es el mismo. Ella la jode, yo
intervengo para tratar de ayudar, y ella... repite, re-
pite, repite.
Desde que mi madre y su marido decidieron se-
guir un nuevo plan para hacerse ricos rápidamente y
lo recogieron todo para mudarse a Costa Rica, he es-
tado sola.
Su mudanza significó que el apartamento que
compartíamos se fue con ellos.
Aunque yo había sido la que pagaba la mayoría
de las facturas, ya no podía balancear todos los pagos.
También le debía mucho dinero a mucha gente, y aun-
que he podido pagar los pequeños préstamos, se ave-
cina uno grande.
Mi madre, siendo mi madre, ni siquiera pensó
dos veces en lo que me sucedería. Ella y mi padrastro
simplemente se fueron como siempre lo hacen. Clá-
sico de Madison Bailey. Ya debería estar acostum-
brada. Ha sido así toda mi vida.
Mi hermano, Dylan, acaba de irse a la universi-
dad de Rhode Island por fin, con una beca completa
por la que se ha dejado la piel, y lo último que quiero
es que se sienta obligado a venir a ayudarme. Así que
también le oculto mi situación. Necesita un nuevo co-
mienzo y una oportunidad de éxito, y me aseguraré
de que nada se interponga en su camino para lograr
ese objetivo.
La fiebre de la temporada de impuestos ha ter-
minado, y actualmente estoy desempleada... y sin ho-
gar.
¿Duele que mis padres me hayan abandonado?
Por supuesto. Saqué de apuros a mi padrastro pidién-
dole dinero prestado a los Sidorov, pero sólo me jodí
a mí mismo al hacerlo. Puse mi vida en riesgo por
ellos. Todo para que mi madre y su marido se vayan.
Me dejaron para hacer frente a la deuda.
Traición. Dolor. Angustia.
Y tristemente... darme cuenta de que esta es mi
vida y siempre lo ha sido.
Lo que más duele es que nunca me dieron cré-
dito por ayudarlos. Ni siquiera recuerdo haber reci-
bido un «gracias» cuando les entregué el dinero para
pagar sus deudas que podrían haberlos dejado con las
rodillas rotas o, peor aún, muertos. ¿Me preguntaron
de dónde saqué el dinero? ¿O se preguntaron qué tuve
que hacer para conseguir el dinero?
No.
Tal vez mi madre pensó que recurrí a mi padre
multimillonario por el dinero.
Tal vez pensó que fui a ver a Bryant Morelli y le
pedí ayuda, pero sabe que nunca haría eso. Me niego
a enfrentarme a un hombre que nunca ha querido te-
ner nada que ver conmigo. Prefiero morir que pedir
prestado un centavo a ese hombre... o en este caso,
prefiero pedir dinero prestado a una mafia despia-
dada. Y luego morir cuando no puedo devolverlo.
Mi orgullo me impide acudir a Sasha en busca
de ayuda.
A pesar de que su familia tiene suficiente dinero
para sacarme de mi situación actual, no puedo permi-
tirme rebajarme al nivel de pedirlo. Me niego incluso
a quedarme en una de sus habitaciones vacías. Sim-
plemente no puedo. Además, incluso ella no tiene esa
cantidad de dinero en su mesita de noche. Tendría que
preguntárselo a sus padres, y ellos querrían saber por
qué.
Sasha mira el vestido y sonríe. ―Parece que fue
hecho para ti. El plateado realmente es tu color.
Dirijo mi atención a los edificios de gran altura
de Fortune 500 por los que pasamos. Las luces brillan-
tes de las marquesinas se reflejan en la ventana, y me
muevo en mi asiento mientras nuestro automóvil ma-
niobra a través del tráfico de la ciudad de Nueva York.
―¿A dónde vamos?
Sasha se ríe. ―No lo sé. Tu suposición es tan
buena como la mía. Todo lo que sabemos ahora
mismo es que nos dirigimos hacia el Soho.
―Pero recibiste una invitación.― Al menos eso
es lo que Sasha me dijo cuando me pidió que asistiera
a “Wonderland” con ella en el último minuto.
―¿Cómo es que no sabes a dónde vamos?
Ella se encoge de hombros. ―Es “Wonder-
land”.― Sus palabras son casuales―. Nadie sabe
nunca la ubicación exacta. Cambia cada vez.― Sus
ojos se iluminan cuando saca la invitación de su bolso
para mirarla de nuevo―. Solo tiene la primera direc-
ción en la invitación. La ubicación de “Wonderland”
es siempre un secreto. Hay una búsqueda del tesoro
para encontrar la dirección final. Esto aumenta el mis-
terio y, sin duda, la diversión. Nick Hudson nos hace
trabajar para ello.
Sí, Nick Hudson es definitivamente un miste-
rio. Desde la fiesta de Morelli, esperaba que me persi-
guiera. Estaba segura de que después de nuestra no-
che juntos, vendría a buscarme inmediatamente. Exi-
giría un pago por su ayuda para sacarme ilesa de la
mansión. Pensé que seguramente esperaría que mi
deuda fuera pagada ya.
Esperé. Y esperé.
Pero nunca llegó, y mi decepción se apoderó de
mí.
Así que ahora es el momento de pasar a la ac-
ción. De ponerme delante de él. Hacer que se enfrente
a mí y recordarle que todavía estoy en deuda con él...
una deuda.
―¿Por qué mueve “Wonderland”?
―¿Por qué no?― Sasha responde mientras es-
tudia los letreros de las calles y los puntos de referen-
cia por los que pasamos como si eso le diera una pista
de dónde terminaremos. ―He estado en “Wonder-
land” un par de veces, y cada vez, el genio de un hom-
bre es capaz convertir un almacén abandonado o un
edificio vacío en el club nocturno más popular, deca-
dente y exclusivo del lugar.
―¿Cuál es el plan para hacerme pasar por la
puerta? ―pregunto, dudando si simplemente ser la
acompañante de Sasha es lo suficientemente fuerte
como para tener acceso a la fiesta exclusiva. ―No re-
cibí la invitación.
―Eres una Morelli. Ya es hora de que empieces
a actuar como una.
―No soy una Morelli.
Ella pone los ojos en blanco. ― Y los Morelli te-
nemos el poder de entrar en casi cualquier evento que
elijamos. Confía en mí. Nick Hudson nos quiere en su
“Wonderland” tanto como nosotros queremos asis-
tir.― Ella acaricia mi muslo―. No te preocupes. He
visto a Nick un par de veces. Es jodidamente sexy, e
igual de loco. Pero es inofensivo en su mayor parte...
a menos que seas su enemigo. Pero una cosa sobre el
hombre es que sabe cómo organizar una gran fiesta.
Se me aprieta el pecho y respiro con fuerza para
prepararme a revelar un secreto que le he estado ocul-
tando. Tengo que decirle a Sasha que ya he conocido
a Nick, pero no sé cómo soltar esa información.
Antes de que se me ocurra una manera de con-
tarle mi secreto y la verdad, Sasha se inclina para en-
tregarle la invitación al conductor. ―Llévanos a esta
dirección, por favor.― Luego se vuelve hacia mí―. Es
hora de que salgas de esa isla exiliada en la que te has
estado escondiendo. Bryant Morelli es tu padre. Eso te
convierte en un Morelli tanto como yo.
―Pero no me criaron como tal. Mi madre era su
amante y...
―¿Y qué?― ella interrumpe―. Y no te atrevas
a llamarte bastarda otra vez. Tu madre no es Sarah
Morelli, pero eso no cambia tu linaje. No todos los Mo-
relli son de sangre pura. Toma mi palabra sobre eso.
Y para esta noche nos sirve que seas una Morelli. Con-
fía en mí, quieres ir a “Wonderland”. Va a ser una
fiesta increíble. Siempre lo son.
Sasha tiene razón en eso. Quiero ir a “Wonder-
land”.
Haré lo que sea necesario para que eso suceda.
Incluso si eso significa que actúo como una Mo-
relli para atravesar las puertas del “Wonderland”.
Finalmente nos detenemos frente a una panade-
ría en Soho. Parece cerrada. Ventanas oscuras. Señal
de neón. Todos los negocios a lo largo de la calle están
cerrados, así que no estoy segura de por qué nos de-
tuvimos.
―Esta es la dirección que me diste ―grita el
conductor por encima del hombro.
―Espera aquí ―ordena Sasha al conductor.
Luego abre la puerta y me mira―. Vamos.
La sigo fuera del auto, confundida. Observo el
área y no puedo ver cómo el “Wonderland” puede es-
tar cerca. Sasha camina directamente hacia la puerta
de vidrio de la panadería y la abre como si fuera me-
diodía y estuviera llena de clientes. No está cerrada.
La sigo al interior del oscuro edificio y aspiro el
lejano olor de los dulces azucarados del horario de
apertura. El suelo de baldosas blancas está recién la-
vado, y la oferta del día sigue grabada en la pizarra
que hay detrás del mostrador, sin tartas, donuts ni ma-
carrones. Solo hay una fila de galletas en el mostrador.
El negocio ha terminado y, sin embargo, un
nuevo negocio está vivo en la habitación a oscuras.
Veo a un hombre en la sombra parado detrás
del mostrador como si hubiera estado esperando
nuestra llegada. Lleva un traje negro, corbata, y es ob-
vio que no es el panadero. Parece tan fuera de lugar
como nosotros con nuestros glamurosos vestidos de
noche.
Sasha marcha hacia el hombre, sus tacones altos
golpean el azulejo, con una confianza que envidio y
trato de imitar lo mejor que puedo. Lo sigo, pero cada
paso me llena de una sensación de pavor. ―Sasha y
Lyriope Morelli ―dice ella.
Escucharla usar Morelli como mi apellido en lu-
gar de Bailey envía un escalofrío por mi espalda. Una
mentira y sin embargo... la verdad. Una parte secreta
de mí, que he tratado de combatir, ama escucharlo.
Lyriope Morelli suena poderoso, peligroso, do-
minante, un nombre para ser temido y respetado. Los
Sidorov no amenazarían a alguien como ella.
Lyriope Morelli no estaría sin hogar y viviendo
en un automóvil.
Lyriope Morelli sería bienvenido no solo en el
“Wonderland”, sino en todos los eventos exclusivos y
con invitación del mundo.
El hombre mira un portapapeles, nos mira a los
dos y luego dice nuestros nombres en un dispositivo
que cuelga de un auricular en su hombro. Contengo la
respiración mientras espero que me llame mentirosa.
Mis rodillas se tambalean en los tacones dema-
siado altos que también tomé prestados de Sasha.
Hay una pausa cuando el hombre parece escu-
char algo en su auricular, y luego busca debajo del
mostrador y saca dos galletas, una para cada una de
nosotras.
Sasha agarra ambas galletas, ya que claramente
estoy paralizada por el miedo y no me muevo. Luego
se da la vuelta para irse, sonriéndome mientras lo
hace. De algún modo, convenzo a mis pies de que por
fin se muevan y me sigan de cerca.
Cuando entramos en la parte trasera del auto,
me entrega la galleta. ―¿Ves? Divertido, ¿verdad?
Sostengo la galleta en mi mano y noto que tiene
una dirección escrita en el glaseado.
Sasha le entrega su galleta al conductor.
―¿Puedes por favor llevarnos a esta dirección?―
Luego toma la galleta de mi mano y le da un mordisco.
Mi corazón se detiene mientras la miro con los
ojos muy abiertos. ―¡Sasha! No sabes lo que hay den-
tro.
Me han enseñado, como una mujer joven que
vive en la ciudad de Nueva York, que nunca comas ni
bebas nada si no sabes de dónde vino. Especialmente
en el tipo de escenario de una noche de chicas.
―Solo podemos esperar que sea algo bueno
―dice con un guiño. Ella toma otro bocado y me lo
da―. No te preocupes. Estoy seguro de que “Wonder-
land” no quiere que sus invitados se vuelvan locos in-
cluso antes de que lleguen.― Cuando no tomo la ga-
lleta, me la pone en la mano y agrega: ―Relájate. Nos
vamos a divertir esta noche.
―¿Viste la forma en que el hombre habló en su
auricular cuando diste mi nombre? —pregunto, sin-
tiéndome todo menos relajada.
¿Nick sabe que voy ahora? ¿Aprobó mi nom-
bre? ¿O lo está permitiendo solo para poder obligarme
a enfrentar su ira por atreverme a entrar en “Wonder-
land” sin ser invitada?
Sólo invitados. Me advirtió que no estaba lista.
Y sin embargo... no estoy de acuerdo. Estoy lista
para cualquier cosa que me arroje. Es mejor que espe-
rar. Esperando y preguntándome cuándo o si alguna
vez volveré a ver a Nick Hudson.
¿Estará enojado? ¿Me hará pagar? ¿O él…?
―Sí, y también lo vi entregarnos dos galletas.
No sólo una. ¿Así que ves? Usar el nombre de Morelli
puede conseguirte cualquier cosa. Tal vez deberías
empezar a pensar en eso, y no estarías en la posición
en la que estás ahora.
Me congelo, mi corazón deja de latir. ―¿Qué
quieres decir?
Por primera vez esta noche, su rostro se pone
serio. ―He estado esperando que vengas a mí en tus
propios términos, pero… sé que ahora mismo no tie-
nes hogar. No quería arriesgarme a estropear esta no-
che sacando el tema, pero odio que esto se prolongue
entre nosotros. Sé que tus horribles padres recogieron
y se fueron, dejándote... bueno, te dejaron sola.―
Toma mi mano y la aprieta―. No hay que avergon-
zarse de pedirme ayuda, ¿sabes?
―Es temporal ―digo un demasiado rápido, re-
tirando mi mano de la suya. No quiero sonar a la de-
fensiva, pero odio que ella lo sepa. Es humillante.
Se aclara la garganta y coloca las palmas de las
manos cuidadosamente sobre su regazo. ―También
sé que estabas en una mierda profunda con la familia
Sidorov. Pediste dinero prestado.― Coloca su cuerpo
para que pueda mirarme directamente a los ojos―. Lo
que no sé, es cómo les devolviste el dinero. Porque lo
último que supe es que ya no estabas en deuda con
ellos ni en su radar. ¿Detalles?
―No lo sé. No devolví el préstamo ―respondo,
no miento, no estoy segura de que realmente se pa-
gara. Todavía estoy viva, y no he visto a ninguno de
los rusos venir por mí, pero no estoy muy segura de
cómo todo pareció calmarse. Los he estado esperando.
Sasha inclina la cabeza y suspira. ―Vamos, Ly-
riope. Sé honesta conmigo. ¿Nick Hudson pagó el
préstamo por ti?
Abro la boca, pero no salen las palabras. Él no
pagó el préstamo. ¿Lo hizo? ¿Y cómo sabe Sasha todo
esto?
―Sí, sé que conociste a Nick en la fiesta Morelli.
Me entero de todos los chismes en esta ciudad. Tam-
bién soy una Morelli, y sé cómo conseguir informa-
ción cuando quiero. Pero no debería haber tenido que
contratar a alguien para desenterrar toda la suciedad
sobre ti. Debiste decírmelo.
―Quería decírtelo ―digo en voz baja, bajando
la vista hacia mis manos, aun sosteniendo la galleta―.
Simplemente no quería hacer de mi mierda tu mierda.
Mi familia es…― bueno, no tiene por qué ser de su
incumbencia.
―Eres mi familia ahora ―dice Sasha―. Sé que
la sangre que fluye por nuestras venas es la misma.
Eso nos conecta para siempre. Entonces sí, tus proble-
mas son los míos.
―Mi madre no tiene por qué ser problema de
nadie más que mío. Confía en mí en eso.
―Tu padrastro es un cabrón ―dice Sasha mien-
tras inhala profundamente―. Y un estafador. Por lo
que escuché, te metiste en muchos problemas por
culpa de ellos.
Enfoco mis ojos afuera de la ventanilla. Estoy
demasiado avergonzada para mirar a Sasha. Debería
haber sabido que no podía ocultarle todo mi pasado y
presente. Al menos no por mucho tiempo.
―Sí. Y mi madre está de acuerdo con todos los
esquemas.― Miro por la ventana durante varios mo-
mentos, luchando contra el impulso de cerrarme por
completo y no decir una palabra más. Sasha tiene ra-
zón. Ella merece saber la verdad, pero nunca he sido
buena para abrirme―. Me he pasado toda la vida lim-
piando sus desaguisados. Pero este último fue un
desastre. Uno costoso. Estábamos todos sobre nues-
tras cabezas.
―Yo te habría ayudado, ¿sabes?
―No quería que te involucraras.
―Tienes que empezar a pedir ayuda cuando la
necesites. Puedes arreglarlo todo, y no estás sola
―sermonea en voz baja―. Sé que nos conectamos re-
cientemente, pero... Somos familia.― Levanta la mano
para detenerme cuando me doy la vuelta para mirarla,
preparado para discutir―. Hablemos ahora de Nick
Hudson.
―¿Qué quieres decir?
―¿Qué le debes a Nick ahora que ha pagado tu
deuda? De ninguna manera te habría ayudado, una
completa extraña, sin esperar algo. Es conocido por
rescatar a la gente de situaciones, pero por un precio.
Nick Hudson es el cobrador de favores y deudas. Su
poder se encuentra profundamente dentro de los
hombres y mujeres que le deben uno. Entonces, ¿qué
es lo que debes?
Tomo una respiración profunda, no queriendo
sonar como la puta que me siento. ―Quería follarme
en la mansión Morelli a cambio de mi seguridad. Y lo
habría hecho, pero nos detuvo antes de que llegara tan
lejos.
―¿Quería follarte por seguridad?― La mirada
de incredulidad de Sasha me hace sentir sucia.
―Dijo que quería follarme antes de que mu-
riera ―confieso―. Estúpida…
―Pero al principio la seguridad era solo por la
noche. Negocié que me ayudara a encontrar una ma-
nera de tener seguridad más allá de eso ―agrego―.
Dijo que me ayudaría, pero nunca dijo que pagaría mi
deuda por completo. No estoy segura de que lo haya
hecho.― Hago una pausa para reunir más coraje para
continuar―. Pero todavía estoy viva, así que tal vez lo
hizo.
―Así que ahí está mi respuesta. Nick te salvó
―afirma con un movimiento de cabeza―. Mierda.
―¿Mierda? ―repito, mi corazón se acelera
mientras lo hago―. ¿Por qué dices eso?
―Porque te acabas de endeudar y ni siquiera el
dinero de Morelli puede pagarlo. Y no conoces a Nick
Hudson.
Capítulo Siete
Nick Hudson
―NO ME SIENTO IMPRESIONADO CON TU TRAJE DE
SEIS CIFRAS.― Me acerco a la barra y me sirvo un
whisky, ignorando al camarero que obedientemente
lo habría hecho por mí―. Al menos ven a mí apes-
tando a tela barata si quieres una extensión del prés-
tamo vencido.
―Dos días ―dice Donovan Smith. Está tra-
tando de sonar sereno y duro, pero estoy seguro de
que el idiota se está orinando en mi presencia mientras
suplica mi misericordia.
—Aumento del veinte por ciento —declaro, to-
mando un largo trago del líquido ámbar que quema
un camino por mi garganta.
―Nick, vamos. Sé razonable.
Su falta de contacto visual y la forma en que
busca en la habitación una salida rápida me decep-
ciona. Pensé que habría un desafío al menos con el
hombre. Ni siquiera tengo que amenazar al perdedor
o maltratarlo en lo más mínimo. Solo mi nombre es
todo lo que se necesita para hacerlo temblar.
Me giro para enfrentarlo. ―Me han llamado
muchas cosas. Razonable no es una de ellas.
Mi rostro debe mostrar cuán poco razonable
soy porque rápidamente responde. ―Bien. Veinte por
ciento de aumento. Tendrás el pago completo en dos
días.
―Veinte por ciento. Dos días. O... ―Levanto el
labio en una sonrisa―... dos dedos.
Donovan alcanza su corbata y la reajusta. La
sangre parece estar drenando de su rostro y gotas de
sudor se forman en su frente. Sus ojos se desvían hacia
mi mano derecha, Harrison Cane, como si de alguna
manera pudiera detener mi orden.
Harrison sonríe ampliamente y se ríe mientras
bebe del vaso de cristal que tiene en la mano. Se en-
coge de hombros. ―Lo considero generoso.― Su son-
risa desaparece tan rápido como apareció, y sus ojos
se oscurecen mientras aprieta la mandíbula.
Donovan da un paso atrás, mira alrededor del
almacén reconvertido que servirá como el hogar de
“Wonderland” durante la noche y luego dice. ―No
habrá necesidad de recurrir a la violencia. Tendrás el
dinero.
Asiento con la cabeza, le doy la espalda de
nuevo y miro hacia la barra. ―“Wonderland” abrirá
sus puertas en breve. Así que si no te importa…
Escucho los pesados pasos de un hombre asus-
tado que rápidamente se pone a salvo.
―No tendrá el dinero en dos días ―dice Harri-
son mientras se apoya contra la barra con aire casual.
Tomo un sorbo de mi bebida. ―¿Estamos listos
para esta noche?
―Sí, tuvimos que cambiar nuestro DJ en el úl-
timo minuto. El otro perdió su vuelo de Ibiza. Pero
aparte de eso, ha ido sin problemas.
Inclinando mi cabeza hacia atrás y mirando ha-
cia arriba, frunzo el ceño. ―Odio el candelabro. Te
dije que les impidieras usar esa monstruosidad.
―Tuvimos que encargar uno nuevo a Venecia
después del último “Wonderland”. Quien pensó que
tener una fiesta de espuma sería divertido necesita
una patada en las bolas. Arruinó el candelabro que te-
níamos, así que no tenemos más remedio que usar este
como respaldo. No puedo acelerar la artesanía si que-
remos que se haga según nuestras expectativas.
Suspiro, pero me sacudo las imperfecciones que
odio. ―¿Todos los invitados han ido al lugar de
reunión hasta ahora? ¿Tendremos casa llena?
Harrison se aclara la garganta. ―Sí, más uno.
―¿Mas uno? ―pregunto, sorprendido de escu-
char esto. Harrison sabe que “Wonderland” es solo
para invitados, y rara vez hago excepciones.
―Una Morelli.
Me froto la barbilla y trato de recordar la lista
de invitados. ―Sasha Morelli fue invitada, ¿correcto?
―Sí ―dice Harrison. ―Ella traerá otra Morelli
de la que nunca he oído hablar. Supongo que alguien
de fuera del país o algo así. ¿Quizás un pariente le-
jano?
―¿Cuál es el nombre?
―Lyriope Morelli.
Termino mi bebida de un solo trago, ocultando
la sonrisa en mi rostro mientras lo hago. Oh, esto de-
bería ser interesante. La pequeña señorita Lyriope está
saliendo de su agujero... finalmente.
¿Diciendo que es una Morelli? Peligroso. Extre-
madamente peligroso.
No puedo decidir si estoy divertido, impresio-
nado por sus bolas de acero o enojado. Ella sabe que
“Wonderland” es solo para invitados. Ella sabe quién
soy. Y sé quién es ella.
Ella no es una Morelli, ni mucho menos.
“Wonderland” es mi mundo, y no estoy seguro
de estar listo para que ella entre todavía.
―Puedo hacer que Martha la rechace en la
puerta. Si no te gusta la llamada que hice para permi-
tirle…
―Tomaste la decisión correcta ―interrumpo,
colocando mi mano sobre su hombro―. Como siem-
pre. No rechazamos Morellis. Nunca lo hemos hecho.
Me doy la vuelta y observo el ajetreo de todo el
personal que está preparando los toques finales del
evento. Todos los camareros visten trajes brillantes y
resplandecientes, los bailarines de la noche llevan su
escaso atuendo y se dirigen a las jaulas doradas colo-
cadas alrededor de la sala. El departamento visual y
de audio está probando las luces y los parlantes para
asegurarse de que todo esté a la altura de mi nivel de
perfección.
Cada uno de ellos sabe que hago un recorrido
final con un proverbial guante blanco.
Rodarán cabezas si no se cumplen mis expecta-
tivas.
Debido a que nuestro espacio libre en el techo
es alto esta vez, también tenemos acróbatas que caen
del cielo en grandes cortinas de raso rojo, por lo que
la seguridad también me preocupa. Todo debe ser un
espectáculo: mágico e impecable.
La ostentación, el brillo y lo maravilloso son lo
que soy.
Me complace no ver ni una pizca de semejanza
con el depósito sucio y ruinoso que alguna vez fue.
Exuda una riqueza y poder impecables. Las telarañas
y el polvo han sido reemplazados por cuero y cristal
importados. El concreto gris teñido ahora está cu-
bierto con alfombras orientales de colores brillantes.
Las sombras frías pronto serán enmascaradas con
cuerpos cálidos pertenecientes a los ricos e influyen-
tes. Tanto los villanos como los ángeles se mezclarán
con una cosa en común. Todos tienen el poder de ha-
cer lo que quieran, cuando quieran. Solo necesitan el
lugar de reunión para hacerlo.
“Wonderland”.
―¿Algún otro Morelli que asista esta noche?
―pregunto.
―Elliott Morelli ―responde Harrison rápida-
mente. Su memoria fotográfica es siempre una habili-
dad que aprecio―. Pero separado de Sasha. No estoy
seguro si los dos saben que el otro asistirá.
Considero el nombre, su conocimiento del pa-
norama general, y confío en que no se dará cuenta del
hecho de que la hija bastarda de Bryant asistirá. Si mi
información es correcta, y generalmente lo es, muy
pocos Morelli conocen el vergonzoso secreto de
Bryant. No solo ignoró a dos niños, sino que se negó a
permitir que nadie en la familia los ayudara económi-
camente de ninguna manera. Si Elliott sabe acerca de
Lyriope y Dylan Bailey, dudo seriamente que pueda
distinguirlos de la multitud.
―¿Qué pasa con cualquier persona relacionada
con la familia Sidorov? ―pregunto.
―No han estado en Nueva York desde que les
pagaste por eso.― Harrison se ríe a carcajadas y co-
loca su vaso vacío en la barra cuando se da cuenta―.
Oh, sí, les pagaste por una joven a la que simplemente
llamaste “Flor”.― Se ríe de nuevo―. Veo que Lyriope
Morelli es la flor.
―No te pago para que seas inteligente ―gruño
entre dientes, molesto porque Harrison puede leerme
tan fácilmente. Es el único que puede y sigue vivo.
―Si puedes. Mi brillantez me convierte en un
hombre rico ―responde mientras perfecciona su pos-
tura, echa los hombros hacia atrás y expone el cue-
llo―. “Flor” está a salvo esta noche. No te preocupes.
―No estoy preocupado.― Hago una señal al
cantinero para que me sirva otra bebida―. Invertí en
ella. Simplemente quiero proteger mi inversión. Eso
es todo.
―Lo que digas. De todos modos, le pondré se-
guridad adicional.― Ofrece Harrison.
―Discreta ―digo mientras tomo mi bebida y
me dirijo hacia el puesto de DJ.
Mi paso vacila y la necesidad de apoyarme en
mi bastón es imperante. La maldita rodilla está ac-
tuando más de lo normal hoy. Ocultando mi mueca,
me enfoco en mi notoria arrogancia y sonrisa bien pin-
tada en su lugar. El humo y los espejos pueden ocultar
cualquier imperfección.
Nunca muestres debilidad.
Nunca muestres mi Kryptonita. El maldito Su-
perman nunca cojea.
Camino con determinación, y sin vacilación, a
través de la habitación para comenzar mis inspeccio-
nes. Con la autoridad bombeando por mis venas, ig-
noro el dolor en mi pierna.
Harrison me sigue hasta el estrado y agrega.
―Revisaré la lista de invitados solo para asegurarme,
pero incluso si se corre la voz de que “Flor” está aquí,
tenemos nuestras reglas que garantizarán su seguri-
dad.
Sí, nuestras reglas. Son simples, en blanco y ne-
gro, y no negociables: no se puede realizar ningún ne-
gocio. Nada de estatus VIP ya que “Wonderland” es
un campo de juego igualitario para los más poderosos,
ricos, famosos y relacionados. Sin violencia, indepen-
dientemente de si tu enemigo está bebiendo a tu lado.
Sin vergüenza: siéntete libre de follar para que todos
lo vean.
Y la regla final, la más importante, Nick Hud-
son puede romper cualquiera de sus reglas.
―Como dije.― Me giro para enfrentarlo―. No
estoy preocupado.
Harrison es lo suficientemente inteligente como
para dejar el tema. Dirige su atención al personal y
grita. ―Cinco minutos antes de la música y las lu-
ces.― Luego se vuelve hacia mí―. Me aseguraré de
que Lyriope esté en la lista de Martha para que no
tenga problemas para cruzar la puerta.
―Oh, una cosa más ―pregunto, enfocando mi
atención completamente en Harrison―. ¿Tenemos a
alguien para el té esta noche?
Uso “Wonderland” como un lugar para hacer
negocios de manera civilizada. Los enemigos totales
pueden sentarse a mi mesa y discutir, informar, in-
cluso amenazar respetuosamente, pero sin represa-
lias. Mis fiestas de té son un lugar notorio para que los
más poderosos se reúnan bajo la bandera blanca tem-
poral. A veces convoco las reuniones yo mismo si hay
cosas que quiero que se discutan, pero también per-
mito que otros soliciten una fiesta de té, siempre que
se sigan las reglas de “Wonderland”.
―No esta noche.― Harrison dice―. Entonces,
puedes pasar toda la noche con tu flor si quieres.
Él guiña un ojo y se va antes de que pueda frun-
cir el ceño o gruñir una advertencia de que está pre-
sionando.
Acercándome al balcón donde planeo pasar la
noche mirando a mis invitados, trato de volver a cen-
trar mi atención en el ahora. Lyriope ha avanzado en
la línea de tiempo de mi plan, lo que hace que el calor
chisporrotee por mis venas. No quiero que me apre-
suren, y ciertamente no quiero que me obliguen a ac-
tuar en función de otra persona. Un plan bien ejecu-
tado lleva tiempo, y Lyriope Morelli decidiendo hacer
de esta noche su fiesta de presentación... bueno, se me
acabó el tiempo.
Capítulo Ocho
Lyriope
LAS PAREDES MARCADAS CON GRAFITIS SE APRO-
XIMAN A NUESTRO ALREDEDOR. Las farolas no penetran
completamente en nuestro entorno oscuro y húmedo.
Puedo escuchar el repiqueteo de los roedores co-
rriendo a través de los botes de basura oxidados y las
cajas desechadas que se caen unas sobre otras. Moho
y orina flotan a nuestro alrededor mientras camina-
mos con cautela hacia nuestro destino secreto.
Nunca he estado en esta parte de Nueva York.
Con o sin dinero, sigo evitando los barrios bajos. Y,
¿por qué iba a celebrarse el “Wonderland” en un lugar
como éste? No puedo evitar la sensación de que voy a
entrar en una rave llena de adolescentes adictos al
Crack y al Molly3, que sudan la gota gorda, en lugar
del magnífico “Wonderland” del que todo adulto am-
bicioso de Nueva York ha oído hablar.

3
Éxtasis.
Después de detenernos en varios puntos a lo
largo del camino, recogiendo nuestras galletas ador-
nadas con direcciones esmeriladas, claramente final-
mente hemos llegado. Pero con el sonido de las sirenas
en la distancia y pasando junto a un letrero Zona de
Carga que está iluminado por un automóvil que pasa,
no estoy impresionada con “Wonderland” hasta
ahora. Tal vez la propaganda es mucho más que la
realidad.
Sasha y yo caminamos por un callejón oscuro, y
la única razón por la que accedí a salir de la parte tra-
sera del auto fue porque pude ver una multitud de in-
vitados del “Wonderland” delante de nosotros do-
blando la esquina. Si nos asaltan, no hay absoluta-
mente nada en mi bolso para robar aparte de un lápiz
labial barato y mi billetera con tarjetas de crédito ago-
tadas.
De pie frente a una puerta de metal, bajo una
luz de neón rosa que brilla sobre su cabello castaño
claro, hay una mujer con un portapapeles en sus bra-
zos. Es pequeña, pero los dos hombres corpulentos
que flanquean cada lado de ella le dan una formidable
energía de «no quieres meterte conmigo».
―Sasha y Lyriope Morelli ―dice mi prima con
una confianza que solo espero poseer algún día.
El portero baja la vista hacia el portapapeles,
vuelve a mirarnos, centrando sus ojos en mí, y luego
asiente. ―Sabes las reglas.
Sasha asiente. ―Las sabemos.― Sasha mete la
mano en su bolso y saca su teléfono y me mira para
hacer lo mismo. Le entregamos nuestros teléfonos a
uno de los hombres que sostiene una caja de metal
para que los coloquemos. Cierra la caja, la bloquea y
le entrega la llave a Sasha.
¿Reglas? No conozco las reglas, pero decido
permanecer en silencio hasta que crucemos la puerta
para preguntar. Claramente, no se permiten teléfonos,
pero no puedo imaginar cuáles son las otras reglas.
Me doy cuenta de que estoy conteniendo la respira-
ción. Sigo esperando que alguien me acuse de ser un
fraude y me envíe de vuelta a donde pertenezco.
A ningún lugar.
El hombre corpulento abre la puerta y nos ro-
dea una marea de bajos profundos. La música está tan
alta que puedo sentirla dentro de mí. Respiro hondo
cuando el ritmo de los golpes casi me hace temblar los
huesos. Es como si estuviéramos caminando hacia lo
desconocido, porque las luces centelleantes me ciegan
por un momento mientras mis ojos se adaptan al caos
de la luz. Rayos magenta, esmeralda y azules tan bri-
llantes como el Mar Caribe se arremolinan a nuestro
alrededor.
Miro a Sasha para ver si está tan asombrada
como yo, pero, aunque parece emocionada, también
parece mezclarse perfectamente con nuestro entorno.
El estruendo de la música hace que sea imposible ha-
blar, así que en silencio mantengo mi paso al lado de
Sasha y finjo que, de hecho, pertenezco adentro.
Estoy dentro... de “Wonderland”.
Si no fuera por el hecho de que mis ojos están
muy abiertos y mis piernas me mueven hacia ade-
lante, pensaría que estoy soñando. Mi vida gris de re-
pente ha sido inyectada con tanto color, que no puedo
evitar sonreír y sentir la... maravilla... a mi alrededor.
Me siento tan pequeña en un espacio tan grande, es-
pecialmente cuando miro hacia arriba y veo cuerpos
dando vueltas y vueltas sobre mí.
Sasha toma mi mano y casi nos lleva hacia el
centro de la habitación.
La música, su energía, las luces, todo me obliga
a imitar su cadencia, y casi bailamos en la sala princi-
pal. A medida que entramos más en el almacén y mis
ojos se adaptan, juro que pasamos junto a un famoso
artista de hip-hop. No puedo pensar en su nombre de
inmediato, pero sé que lo reconozco de los Grammy
que vi recientemente. Debo haber dejado de caminar
para mirar boquiabierto porque Sasha se gira para mi-
rarme, ve a quién estoy mirando y asiente con una
sonrisa.
Se inclina hacia mi oído y grita: ―Todos somos
VIP. “Wonderland”.
Ella tira de mi mano y me lleva más adentro del
almacén. Aunque en su interior no hay nada que se
asemeje a un típico almacén. Un enorme candelabro,
más grande que cualquier cosa que haya visto, do-
mina el centro de la habitación. Un DJ toca música en
una plataforma elevada con luces láser disparadas
desde todos los ángulos. Grandes tambores están a los
lados de la habitación con pintura de neón brillante
salpicando por todas partes con cada libra del mazo.
Los altavoces llenan cada vacío y rincón de la habita-
ción, y las paredes se han convertido en pantallas con
videos que reproducen imágenes de formas arremoli-
nadas, paisajes y cuerpos bailando que parecen mo-
verse al ritmo de la música EDM4 que resuena en el
aire.
Todo el mundo está animando, bailando, be-
biendo y… viviendo.
Reconozco más actores y músicos a medida que
asimilo mi entorno. Fama. Estoy rodeado de fama, y
mis rodillas quieren ceder ante la idea. Pero también
sé que no puedo quedarme boquiabierta debido a la
regla de “Wonderland”. Todos somos VIP. Lo que sig-
nifica que soy VIP.
Cuando Sasha siente que hemos llegado al lu-
gar en el que quiere estar, instantáneamente se une a
la multitud que nos rodea y comienza a bailar. Nunca
he sido de los que bailan, pero no veo otra opción más
que balancearme con la música. Miro hacia arriba para
poder ver a los acróbatas y noto que hay un balcón
encerrado en cristal en la distancia. Veo la silueta de
un hombre con una luz roja detrás de él.
Le doy un codazo a Sasha para llamar su aten-
ción y le grito al oído mientras señalo al hombre.
―¿Crees que ese es Nick Hudson?

4
Música electrónica.
Hace una pausa en su baile, inclina la cabeza y
entrecierra los ojos. ―Sí, diría que es una apuesta se-
gura.― Vuelve a mover su cuerpo al compás de la
música.
Sigo mirando la figura en la distancia. ¿Por qué
está allá arriba mirando y no abajo bailando con los
demás? Es su fiesta y, sin embargo, está fuera y solo.
Me recuerda cuando lo conocí solo en un estudio en
lugar de estar en medio de otra celebración.
La figura sombreada se mueve lo suficiente
para que pueda verlo apoyado en su bastón. Si tenía
alguna duda de que era Nick el que estaba arriba,
ahora ya no. Tengo esta extraña sensación de que el
hombre me está mirando. Que está furioso cuando se
da cuenta de que tiene un invitado sin invitación, y
está planeando el castigo apropiado por romper las re-
glas de su “Wonderland”. Lentamente muevo mi
cuerpo en un baile sensual, manteniendo mis ojos fijos
en el hombre de arriba. Mis movimientos son solo
para sus ojos. Quiero hacer mi parte en este juego en-
tre nosotros.
Nos dejó sin terminar, y ahora estoy aquí.
Quiero que mire y fantasee sobre qué más
puedo hacer con este cuerpo. No pensó que estuviese
lista cuando me conoció, pero le demostraré que está
equivocado.
Pero entonces la realidad se establece, y sé que
no hay forma de que Nick se dé cuenta de mí en una
multitud de cientos con luces intermitentes a nuestro
alrededor. El pensamiento arrogante se aplasta
cuando vuelvo a centrar mi atención en vivir el mo-
mento.
Para esta noche… Soy una Morelli. Soy distin-
guida. Soy deseada. Estoy aquí.
Incluso si quiero dejar de bailar, no puedo. Te-
nemos tanta gente a nuestro alrededor, que solo sus
cuerpos golpeándose junto al mío, me obligan a mo-
verme como las olas en un mar. Hay tanta gente to-
cándome desde todos los ángulos que me toma un
momento darme cuenta de que una mano en la parte
superior de mi brazo no me suelta.
Trato de quitar mi brazo de un tirón de un hom-
bre que viste nada más que negro, pero su agarre se
aprieta más. Sé que el sexo en público es bienvenido
en “Wonderland”, pero no voy a permitir que un ex-
traño simplemente me asalte porque siente que tiene
la libertad de hacerlo.
Pero luego me doy cuenta de que algo es dife-
rente. Esto no es sexual. Al ver cómo sus ojos se estre-
chan sobre mí, instantáneamente lo reconozco y sé
que no es un simple fiestero tratando de coquetear
conmigo. Maxim. El mismo hombre que me persiguió
la noche de la fiesta de Morelli.
Busco frenéticamente a Sasha, que ahora está a
unos cuerpos de distancia, completamente incons-
ciente. La multitud es aglomerada y Maxim me está
alejando cada vez más de ella. Ni siquiera pierdo el
aliento tratando de gritar porque no hay forma de que
alguien me escuche por encima de la música. Real-
mente es el escenario perfecto para un secuestro.
Pierdo pie cuando el hombre tira con más
fuerza, pero su agarre me sostiene, y ahora casi estoy
siendo arrastrada. El pánico se apodera de mí, pero la
complaciente persona que hay en mí no quiere montar
una escena en medio de “Wonderland”. No quiero
empezar a pelear con el hombre y atraer la atención
hacia mí, pero lo absurdo de ese pensamiento me gol-
pea a medida que me alejo más y más de Sasha, que
está bailando felizmente con los ojos cerrados y los
brazos en el aire.
Los dedos de Maxim se están clavando en mi
brazo, y el dolor es suficiente para que empiece a lu-
char. Con mi mano libre, golpeo su cara y hago con-
tacto. Aunque mi puño golpea su mandíbula, el hom-
bre no se inmuta. Es casi como si hubiera sido gol-
peado toda su vida en preparación para este día.
¿Quién soy yo sino un puño pequeño en comparación
con los puños mucho más grandes a los que está acos-
tumbrado?
Pero independientemente, tengo que hacer
algo. No sé cuál es su plan ni por qué me lleva con él.
Golpeo de nuevo y hago lo mejor que puedo para ale-
jarme.
Algunas personas se detienen para ver la con-
moción, pero toda la sala es una gran conmoción, por
lo que no retenemos su atención por mucho tiempo.
La distracción está trabajando a favor del hombre en
este momento, y no importa cuánto intente luchar
contra él, el hombre está ganando.
¿Me ha alcanzado finalmente mi pasado?
Nick no debe haber pagado mi deuda. Ese pen-
samiento me hace entrar en pánico.
Mis dedos de las manos y de los pies se están
adormeciendo y el vértigo se está apoderando de mí.
Eso es todo. Este hombre.
Como tiburones saliendo del mar para atacar a
su presa, llegaron los dos guardias de seguridad que
habían estado trabajando en la puerta. Uno agarra a
mi atacante, inmovilizándole ambos brazos detrás de
su espalda, y el otro me agarra, tirando de mí contra
su pecho para protegerme. Ya no corro el peligro de
que me secuestre este hombre extraño, pero aún no
soy libre.
Mis oídos resuenan contra el bajo pesado de la
actuación del DJ mientras ambos somos conducidos a
una escalera que conduce al balcón de arriba.
Mis ojos observan a la gente de abajo en busca
de Sasha, quien todavía no tiene idea de que no estoy
a su lado bailando. Mi atacante no está nada contento
de ser escoltado por dos hombres mucho más grandes
y amenazantes que él. Lo empujan a la fuerza por las
escaleras, y aunque también me llevan escaleras
arriba, el guardia de seguridad a cargo de mí está
siendo amable.
Entramos en la habitación cerrada que está ilu-
minada por una luz roja profunda, y lo primero que
veo es a un hombre que conozco íntimamente y, sin
embargo, también es un extraño. Está de espaldas a
nosotros mientras se apoya en su bastón, la parte su-
perior de rubí se asoma a través de sus dedos fuerte-
mente agarrados.
La mezcla de miedo, anticipación y lo descono-
cido hace que casi se me doblen las rodillas. Me quedo
sin palabras, aunque siento que lo más educado es de-
cir algo. Quiero ser sexy y seductora, pero el hombre
que intentó secuestrarme me ha robado la gran en-
trada que había imaginado al enfrentarme de nuevo a
Nick Hudson. En lugar de eso, sólo soy una niña asus-
tada, incapaz de fingir hasta lograrlo.
Cuando la puerta se cierra y el sonido de la mú-
sica se amortigua, Nick ordena. ―Siéntate.
Los guardias de seguridad nos conducen hacia
dos sillas que están juntas, pero separadas unos me-
tros entre sí. Empujan a mi atacante hacia el asiento,
pero me permiten sentarme por mi cuenta.
Nick se vuelve hacia nosotros. No puedo evitar
sentir que me han llevado a la oficina del director por
alguna fechoría. No es así como quería volver a ver a
Nick, pero al menos puedo verlo cara a cara una vez
más. Y qué cara tan increíblemente hermosa es.
Sus ojos se estrechan sobre mí. ―¿Estás bien?
Asiento con la cabeza, aunque no sé si es ver-
dad.
Los ojos de Nick se enfocan en mi brazo que está
palpitando ahora que parte del impacto de casi ser sa-
cada del almacén por un extraño está desapareciendo.
―¿Él te hizo eso?
Miro mi brazo que está rojo y tiene las marcas
de las huellas dactilares de mi atacante. ―No sé por
qué me agarró ―digo en lugar de responder―. Tiene
suerte de que tus hombres intervinieran antes de que
yo me defendiera.
No quiero parecer una niña débil y asustada
que necesita ser rescatada, otra vez.
Nick golpea con fuerza su bastón contra el piso
de concreto mientras enseña los dientes y le da una
sonrisa falsa a mi atacante. ―Creo que tu nombre es
Maxim, ¿correcto? ―pregunta.
Mi atacante finalmente habla. ―Sí.
―Maxim ―comienza Nick mientras se centra
directamente frente a él. Hay tanta tensión en su man-
díbula que me pregunto si se romperá un diente. ―¿Y
conoces las reglas de “Wonderland”?
―Con todo el debido respeto. Vine aquí para
hacer un trabajo ―dice Maxim sin el más mínimo
miedo en su voz. Ni siquiera un temblor o una sacu-
dida―. Aunque no estaba invitado, iba a entrar y salir
a escondidas sin interrumpir tu fiesta.
Nick asiente con otra sonrisa forzada. ―Pero
hubo una interrupción. Y claramente no conoces las
reglas. Regla número uno. No se pueden realizar ne-
gocios en “Wonderland” excepto como parte de una
fiesta de té. Regla número tres. Sin violencia.― Nick
comienza a caminar de un lado a otro frente a noso-
tros, sus ojos hacia el suelo como si estuviera en una
profunda contemplación―. Rompiste la regla número
uno y la regla número tres, Maxim.
―Mi cliente me ha contratado para llevarle a
Lyriope. Recibí la orden esta noche y me dijeron que
actuara de inmediato. Simplemente estoy siguiendo
órdenes.― La voz de Maxim todavía tiene un tono
uniforme. El hombre es verdaderamente hábil para no
demostrar miedo.
Sería un desastre chillón y lloriqueante si tu-
viera que mantener una conversación en este mo-
mento.
―¿Quién es tu cliente?― Nick pregunta―.
¿Los Sidorov?― Maxim permanece en silencio.
Los ojos de Nick se lanzan hacia él en adverten-
cia, esperando una respuesta. ―Simplemente estoy si-
guiendo órdenes ―dice Maxim finalmente.
Nick deja de pasearse y estudia al hombre que
tiene delante. Su mano tatuada frota la nuca, uniendo
la tinta de su mano a la tinta de su cuello.
Su ominosa belleza me eriza el vello de los bra-
zos. Está tranquilo y sereno por fuera, pero veo una
llama oscura formándose en el marrón de sus ojos.
Maxim debería tener miedo. Debería estar aterrori-
zado.
Yo lo estoy.
Esto no es lo que imaginé cuando decidí venir a
“Wonderland” esta noche.
Una cosa es escuchar rumores sobre lo despia-
dado que puede ser Nick Hudson, y otra es presen-
ciarlo con tus propios ojos.
Maxim se mueve para ponerse de pie, y ambos
guardias de seguridad colocan una mano en cada uno
de sus hombros, empujándolo de regreso a su asiento.
Nick se acerca a mí y pasa las yemas de los de-
dos por mi brazo magullado. El calor de su toque en-
vía escalofríos arriba y abajo de mi cuerpo.
―¿Ves su brazo, Maxim?
Ahora veo la primera señal de miedo cuando
Maxim traga saliva.
Nick continúa pasando sus dedos sobre mi
carne como si estuviera tratando de acariciar el dolor.
Simplemente me siento congelada, paralizada por el
toque. ―Tenemos reglas por una razón, Maxim
―continúa―. Sigo las reglas en el mundo oscuro en el
que tú y yo vivimos, incluso si no me gustan. Pero en
mi mundo. En “Wonderland”, espero que se sigan mis
reglas. Mías.
Nick luego se dirige hacia Maxim, su bastón
golpea fuerte con cada paso. Se inclina con el rostro a
centímetros del de Maxim y lo mira a los ojos.
―Me disculpo. Debí haber esperado hasta que
se fuera de la fiesta —dice Maxim con calma, pero veo
gotas de sudor formándose en su frente.
―Hay consecuencias por romper mis reglas
―dice Nick, enderezándose de nuevo y haciendo se-
ñas a sus guardias para que actúen.
Sus señales silenciosas son leídas por sus hom-
bres porque ambos levantan a Maxim para ponerlo de
pie y lo arrastran hacia una mesa de metal en el lado
derecho de la habitación.
―Dos dedos ―dice Nick mientras sus hombres
golpean la mano de Maxim sobre la mesa, mantenién-
dola en su lugar por la muñeca.
Maxim comienza a dar pelea, pero luego se de-
tiene instantáneamente mientras mira a Nick. ―Te
matarán por esto. Conoces a los Sidorov. Sabes las re-
glas. Me tocas, los tocas.
Nick balancea su bastón hábilmente como lo ha-
ría Fred Astaire antes de un número de claqué y sonríe
diabólicamente. ―Mi “Wonderland”. Mis reglas.
Se acerca a la mesa y saca el rubí de la punta de
su bastón. Debajo de la joya hay una hoja afilada, un
arma oculta.
Permanezco en mi asiento a pesar de que quiero
salir corriendo lo más rápido que pueda. Pienso hasta
dónde puedo llegar antes de que me detengan. No es-
toy tan preocupada por mí como por este hombre, Ma-
xim. No quiero ser testigo del mal que está a punto de
ocurrir. Quién sabe qué había planeado el hombre
para mí, o qué harían los Sidorov, pero independien-
temente... ¿dos dedos? No quiero que pierda dos de-
dos, y definitivamente no quiero ver cómo se hace.
―Te harán pagar. Te haré pagar ―dice Maxim,
con la mano extendida sobre la mesa. Lucha con es-
fuerzo inútil mientras los guardias de seguridad no le
dejan mover ni un centímetro.
―Me arriesgaré ―dice Nick mientras levanta
su bastón por encima de su cabeza.
―Espera ―digo, gritando mientras dejo mi
asiento.
Capítulo Nueve
Lyriope
―HAS SIDO UNA CHICA MUY MALA ―dice Nick
en el momento en que sus guardias sacan al maldito
Maxim por la puerta.
―Sasha tenía una invitación. Soy su más uno —
prácticamente tartamudeo, odiando lo asustada que
sueno. Quiero sonar tan confiada como lo hizo Maxi,
justo antes de perder dos dedos, pero sé que estoy fa-
llando épicamente. Miro hacia la puerta. ―No fue mi
intención causar una escena.
Dios, ¿soy la siguiente? ¿Seré castigada de la
misma manera en que lo fue Maxim?
Nick no dice nada. Su silencio es más aterrador
que si me estuviera gritando.
Confianza. Confianza. Confianza. Canto a mi yo
interior.
―No estoy haciendo nada malo. ¿Cómo es eso
de ser una chica mala? —pregunto con la mirada más
intensa que puedo reunir, aunque me estoy mintiendo
a mí misma si digo que la forma en que Nick me mira
no hace que mi cuerpo tiemble. Pero de ninguna ma-
nera voy a revelar ese hecho si puedo evitarlo. No me
respetará si le suplico, aunque estoy a dos segundos
de caer de rodillas y hacer exactamente eso.
¿Esperará dos dedos de mí en su lugar? Estoy
sorprendida de que incluso me haya escuchado y
haya dejado que Maxim se fuera ileso. Ni siquiera es-
toy seguro de por qué lo hice. Podría decir que tengo
más miedo de las represalias de Sidorov, pero la ver-
dad es que odio la violencia. Creo que las personas son
inherentemente buenas. Que mostrar misericordia es
más fuerte que empuñar un cuchillo.
Lo que probablemente es una prueba de que no
soy realmente una Morelli después de todo.
Me tiemblan las piernas, y sé que, si no empiezo
a caminar hacia la salida, puedo caer al suelo en cual-
quier segundo.
―Lamento haber venido a “Wonderland” sin
ser invitada ―digo, dándole la espalda mientras me
voy. ―Voy a buscar a Sasha y saldremos de tu…
Antes de que pueda decir otra palabra, incluso
antes de que pueda parpadear, Nick me tiene inmovi-
lizada con la espalda aplastada contra la pared, su
mano se envuelve alrededor de mi garganta, su otra
mano en mi cabello, tirando de él dolorosamente
mientras tira de mi cabeza hacia un lado, su cara a una
fracción de pulgada de la mía.
―¿Por qué pensarías que en “Wonderland” es-
taría a salvo? ―casi gruñe―. ¿Y por qué usarías Mo-
relli como tu nombre? ¿Tienes alguna idea de la bestia
que acabas de desatar esta noche?
Confundida por la sonrisa en su rostro, no estoy
seguro de si está enojado o divertido, trato de ale-
jarme, solo para sentirlo presionándose contra mí.
―Me iré entonces…
―No se puede reescribir la historia ―dice, no
permitiéndome terminar de hablar, apretando los de-
dos, bloqueando no solo mi habla, sino también mi
respiración. La sonrisa que me da no es de diversión,
sino una que hace que mi cuerpo tiemble con lo des-
conocido―. Estás aquí ahora. Estás en medio de esta
tormenta. Es furios y solo empeorará.
Mis pensamientos vuelven a Maxim tratando
de secuestrarme. Si Nick no hubiera intervenido, si no
hubiera... ―Después de la fiesta de los Morelli ―digo
a gritos, su mano hace que sea difícil hablar―. Los Si-
dorov me dejaron sola. No sabía por qué, pero…
―Tu deuda fue pagada ―dice Nick, sus ojos
oscuros fijos en los míos. Pero eso no significa que es-
tés a salvo. En este mundo, en el mundo en el que ele-
giste entrar en el momento en que tomaste el dinero
de la familia rusa, nunca estás realmente a salvo ni ol-
vidada.
Abro la boca para hablar, pero no tengo nada
que decir. Su mano se afloja en mi cuello, pero todavía
me sostiene con firmeza.
―Estúpida ―dice, sus labios tan cerca de los
míos que me pregunto si me va a besar en lugar de
lastimarme.
―¿Pagaste mi deuda? —pregunto, aunque ya
sé la respuesta. En el fondo, siempre he sabido la res-
puesta.
―Te dije esa noche que te ayudaría, y soy un
hombre de palabra.
―Entonces, si pagaste mi deuda, ¿por qué Ma-
xim trató de secuestrarme?
―Esa es una respuesta que aún no tengo ―dice,
su mano libera mi cabello para correr lentamente por
mi costado, sus dedos rozan la pendiente de mi pecho
como si fuera dueño de mi cuerpo porque ya lo com-
pró―. Y tú deuda con los Sidorov está cubierta, pero
está lejos de ser pagada. Me debes ahora.
―Encontraré la forma…― Me las arreglo para
susurrar, esta vez interrumpiéndome cuando me doy
cuenta de que no tengo un plan. Pagar a Nick Hudson
será tan imposible como pagar a los Sidorov. Simple-
mente cambié un demonio por el siguiente en la fila.
Puedo culpar a mi corazón palpitante, mi san-
gre acelerada por el hecho de que estoy siendo domi-
nada, pero ¿a quién puedo culpar por el dolor que
siento crecer entre mis piernas, la pesadez de mis pe-
chos, el latido de mis pezones bajo el encaje de mi sos-
tén? La presión de algo duro contra mi cuerpo hace
que mi respiración se quede atrapada en mi garganta
mientras Nick muele su erección contra mí. Cuando
me doy cuenta de que estoy empujando contra él,
como si quisiera más, me congelo.
¡No!
¿Qué está mal conmigo? Este hombre casi le
corta los dedos a alguien.
Me tiene contra la pared, la mano alrededor de
mi garganta, con la oscuridad en sus ojos, y todo lo
que puedo pensar es en lo seductor que huele. Me está
haciendo débil. Es parte de su juego. No puedo sim-
plemente dárselo. Si quiere mi cuerpo, si me va a exi-
gir a cambio de mi deuda como me amenazó hace me-
ses… Bueno… Tendrá que tomarlo.
Llevo mis manos a las suyas que están alrede-
dor de mi garganta y trato de liberarme. Mis ojos no
dejan los suyos, y aunque estoy tratando de liberarme,
todavía no voy con toda mi fuerza. Algo me está fre-
nando. Quiero creer que es el miedo a lo desconocido
y no mi lujuria lo que me mantiene respetuosamente
bajo control.
―Adelante. Me encanta una pequeña pelea.
Hace que ganar sea mucho mejor ―dice, lamiendo
una línea desde mi clavícula hasta un punto detrás de
mi oreja―. Y sé esto… yo siempre gano.
Grito cuando él toma mi lóbulo de la oreja entre
sus dientes y lo muerde, mis ojos se cierran mientras
trato de controlarme, de encontrarle algún tipo de sen-
tido a esto... esto... lo que diablos sea esto.
De repente, puedo respirar completamente de
nuevo, mis ojos se abren de golpe para ver a Nick ale-
jarse, sonriendo como si entendiera la confusión que
estoy teniendo conmigo misma... con mi reacción a su
dominio aterrador, pero atractivo.
La puerta de la oficina se abre de par en par con
una furiosa Sasha irrumpiendo. Detrás de ella hay un
hombre alto, tatuado y con traje, que sacude la cabeza
en señal de diversión. ―Intenté detenerla ―dice el
hombre con una risa―. Claramente, ella tiene otras
ideas.
―¿Qué diablos estás haciendo con mi prima? —
pregunta Sasha, sus ojos me escanean rápidamente
antes de enfocarse en Nick.
Nick le da una sonrisa diabólica. ―Salvándole
la vida―. Otra vez.
―Estoy bien ―le digo, pero Sasha parece igno-
rar mis palabras.
Observo cómo sus ojos se abren cuando siente
la amenaza oscura en la habitación, y su voz se quie-
bra un poco cuando me pregunta. ―¿Estás realmente
bien?
Me acerco a ella y coloco mi mano temblorosa
en su brazo. ―Lo estoy. Solo quiero irme.
Me doy cuenta de que el hombre de Nick está
bloqueando la puerta y no parece que tenga intención
de apartarse.
Nick sonríe. En el poco tiempo que conozco a
Nick, he aprendido que su sonrisa no es jovial. Es si-
niestra. ―Déjenme decirles a ambas lo que vamos a
hacer.― Señala a Sasha con su bastón―. Te irás. Ha-
rrison te acompañará hasta la salida, te buscará un co-
che y todo irá bien.― Luego me apunta con el bas-
tón―. Lyriope se quedará conmigo.
Sasha se pone las manos en las caderas y es-
cupe. ―Absolutamente no. ¿Sabes quién soy? ¿Quié-
nes somos las dos? No quieres joder con un Morelli a
menos que tengas una sentencia de muerte.
―Sé exactamente quién eres, Sasha Anne Mo-
relli. Hija de Vincent Morelli, sobrina del todopode-
roso Bryant Morelli. Tu padre tiene una buena cuenta
bancaria pero no tan poderosa o rica como su her-
mano menor. Y tu nombre es conocido, pero te falta la
fama de los hijos de Bryant. De hecho, tus celos por
Eva, Sophia, Daphne y Lisbetta te devoran viva.
Deseas haber nacido en el lado poderoso de la familia
a pesar de que odias a tu tío por sus formas viciosas.
Sí, lo sé todo sobre cómo Lyriope es el bebé de la
amante de Bryant y cómo descubriste obsesivamente
esa información, aunque has ocultado ese secreto a to-
dos. Sé exactamente quién eres.
No puedo quedarme de brazos cruzados y ob-
servar mientras Sasha pelea mis batallas por mí. A pe-
sar de que las campanas de advertencia suenan fuer-
tes dentro de mí, rogándome que corra y me esconda,
cruzo la habitación y me coloco directamente entre
Nick y mi prima. Lo miro y pongo rígida mi columna
vertebral, reuniendo toda la fuerza que puedo. Es
hora de que sepa que dos pueden jugar el mismo
juego.
―Y sé quién eres tú, Nick Hudson ―respondo,
inclinando mi cuerpo hacia él con los ojos y la mandí-
bula entrecerrados―. Puede que seas multimillona-
rio, pero no siempre lo fuiste. Viniste de la nada. Te
cubres de tatuajes porque debajo de toda esa tinta, no
eres nadie. Crees que la gente te teme, y tal vez algu-
nos sí, pero nunca tendrás la notoriedad que tanto an-
helas. tienes hambre y ambición, pero solo porque sa-
bes que nunca te compararás con un Morelli. Eres
todo humo y espejos. Nada de ti es real.
Mi corazón se detiene mientras inhalo para re-
cuperar el aliento. Vi a este hombre casi cortarle los
dedos a alguien por mucho menos de lo que estoy ha-
ciendo. Instantáneamente me arrepiento de haber sido
tan audaz, pero seguro que no lo demostraré.
Nick está en silencio. La habitación también está
inquietantemente silenciosa aparte del sonido dis-
tante de la música de la pista de baile.
Miro a Sasha que está de pie con la boca abierta
y los ojos muy abiertos. Tal vez fui demasiado lejos.
Tal vez debería hacer algo o decir algo, pero no estoy
segura de qué calmará la situación.
Finalmente, Nick me da una de sus sonrisas ma-
liciosas y se inclina hacia mí. ―Así que parece que am-
bos hacemos nuestra investigación. Está claro que am-
bos nos conocemos bastante bien.
―No me voy a quedar aquí contigo.― De al-
guna manera me atrevo a decirlo después de varios
momentos incómodos mientras miramos hacia
abajo―. Me voy con Sasha.― Doy un paso hacia la
puerta, pero está claro que Harrison no se mueve a
menos que Nick se lo ordene.
―Sasha ―comienza Nick―. Eres una chica in-
teligente. Sabes todo sobre la familia Sidorov y lo leta-
les que son. ¿Sabes que contrataron a un asesino a
sueldo para secuestrar a Lyriope esta noche y llevár-
sela? ¿Eres consciente de que Lyriope estaba siendo
secuestrada en la pista de baile mientras no tenías
idea? ¿Dónde estaba entonces el apellido Morelli para
protegerla? ¿Y sabes que acabo de enviar al asesino a
sueldo con un maldito mensaje a los Sidorov para que
no me jodan a mí ni a nada, ni a nadie, en mi posesión?
Los ojos de Sasha se abren aún más de lo que
han estado, y me mira con un verdadero miedo en sus
ojos. Todos los signos de su furia anterior han sido re-
emplazados por un labio tembloroso y una respira-
ción superficial.
Cuando ella no responde, Nick continúa. ―La
única razón por la que tu prima está parada a tu lado
en este momento es por mí. Y la única forma en que se
mantendrá con vida más allá del final de la semana
también se deberá a mí.
―Haré que mis primos me ayuden. Leo la man-
tendrá a salvo de los Sidorov ―dice, pero no con la
convicción que estoy acostumbrada a escuchar en ella.
―Leo tiene suficiente con proteger a su es-
posa… su esposa embarazada. Sin recoger también a
los animales callejeros.
Ella parpadea.―¿Haley está embarazada?
―Todavía no se lo han dicho a nadie, pero
tengo mis métodos. Además, ¿cómo reaccionará el
querido tío Bryant si se entera de que la estás ayu-
dando?― Nick pregunta, su nefasta sonrisa hace que
mi corazón lata más rápido mientras se acerca a mí―.
¿Es ahora el momento de una gran reunión de la fami-
lia Morelli?
No me gusta que hablen de mí mientras estoy
parada ahí. Aprieto la mandíbula y tiro los hombros
hacia atrás.
―Me metí en este lío, y puedo salir de él
―digo―. No quiero que ninguno de los Morelli sepa
sobre esto o sobre mí. No quiero su ayuda, y puedo
manejar esto.
Nick me mira directamente. ―No, no puedes.
―Tiene razón ―dice Sasha, sus ojos bajando al
suelo―. No estás a salvo sola. Y no sé cómo reaccio-
narán mis primos si les hablo de ti. No sé cómo ac-
tuará cualquiera de mi familia. No puedo garantizar
tu seguridad.― Luego mira a Nick―. ¿Me estás di-
ciendo que planeas mantener a Lyriope a salvo?
―¡Ambos dejen de hablar de mí como si no es-
tuviera aquí! ―chasqueo.
―Tienes mi palabra de que Lyriope se manten-
drá a salvo de los Sidorov ―dice Nick con una leve
inclinación de cabeza, ignorando mi arrebato.
―¿Ella se quedará contigo? ―pregunta―. ¿Tu
casa?― Él asiente, pero no dice una palabra.
Sasha se vuelve hacia mí y toma mi mano entre
las suyas. ―Tenemos que confiar en él. Al menos
dame algo de tiempo para sondear a mi familia sobre
lo que saben o no saben.
Intento apartar la mano, pero ella me sujeta con
firmeza. ―Esto es una locura. No me voy a quedar
aquí y dejar que ustedes dos decidan mi futuro como
si no tuviera nada que decir.
―Perdiste esa palabra cuando pediste dinero
prestado que no podías devolver ―interviene Nick
con calma―. Perdiste esa palabra cuando te presen-
taste esta noche como una Morelli, lo que complica las
cosas más de lo que crees.― Nick despeja la distancia
entre nosotros y toma la parte superior de mi brazo y
me mira―. Perdiste ese derecho cuando me involu-
craste esta noche. A partir de ahora tú no haces las lla-
madas. Las hago yo.
Los ojos de Sasha se lanzan a su mano en mi
brazo y luego advierte. ―Si malditamente la lasti-
mas...― Se traga las últimas palabras y se mueve hacia
la puerta.
―No le digas a nadie de tu familia sobre mí ―le
digo, acercándome a ella, pero el agarre de Nick en mi
brazo no me permite ir muy lejos.
―Harrison te acompañará ―le dice Nick a
Sasha―. Cuando nos instalemos y se establezca un
plan, haré que tu prima te llame.
Harrison toma el brazo de Sasha, de la misma
manera que Nick toma el mío, y la saca de la habita-
ción antes de que pueda decir otra palabra o cambiar
de opinión.
―No necesito ser tu problema ―digo mientras
lucho por tragar el nudo que se forma en la parte pos-
terior de mi garganta.
―Y, sin embargo, aquí estás.
―Me quedé aquí y dejé que le dijeras a Sasha lo
que necesitaba escuchar porque no quiero ser una
carga para ella, pero no voy a vivir contigo ―le digo,
mientras lo absurdo de la idea me supera.
―¿Por qué viniste a “Wonderland” esta noche?
―pregunta.
No quiero mentir, pero no estoy segura de saber
la razón exacta. ―Curiosidad.― Es todo lo que se me
ocurre.
―¿Tienes curiosidad por “Wonderland” o por
mí?
―Ambos ―confieso―. Pero…
―¿Pero?
―No eres lo que pensé que serías.
Él me da otra de sus sonrisas pecaminosas que
envía un escalofrío a través de mí. ―¿Y cómo pensa-
bas que sería yo?
―No es un psicópata que corta la ira.
Se ríe a carcajadas. ―Ese era yo siendo miseri-
cordioso. Fue solo un aperitivo de lo que realmente
puedo ser.
—Tengo que irme —digo, aunque las palabras
no salen tan enérgicas como quisiera.
―Déjame decirte lo que vas a hacer. Saldrás por
esta puerta a mi lado con la cabeza en alto y paso vivo
y sin ninguna preocupación en el mundo ―dice Nick
con una sonrisa malvada que domina.
—No lo haré —digo con calma, aunque no
tengo ni idea de cómo me las arreglo para hacerlo―.
¿Crees que la escena entre Maxim y yo fue mala? No
tienes idea de lo rápido que puedo tener todas las mi-
radas sobre mí más allá de esa puerta. Tienes que de-
jarme salir de “Wonderland”. Sola.
No tengo idea de adónde iré, o qué haré. Pero
la sensación sofocante de no tener otra opción y de
que me dicten mi futuro es demasiado. Necesito espa-
cio. Necesito tranquilidad. Necesito un lugar para
idear un plan. Aunque sea desde el asiento trasero de
mi coche.
―Pronto sabrás que eres tú quien recibirá mis
órdenes. No de la otra manera.
Trato de apartar mi brazo de él, pero eso solo
hace que apriete más su agarre. Grandes campanas de
advertencia comienzan a sonar en mi cabeza. Nick
debe estar leyendo mis pensamientos porque, justo
cuando estoy a punto de abrir la boca para soltar un
grito espeluznante, coloca la punta de su dedo en mis
labios.
―Yo no haría eso ―sisea―. Nadie te escuchará
por encima de la música. Y será una pena amordazar
esa bonita boca tuya.
Las campanas de advertencia ahora están so-
nando.
―Y si peleas conmigo ―continúa―. Habrá
consecuencias. Consecuencias severas.
Se me saltan las lágrimas y se me para el cora-
zón. Pero me trago el terror de saber que me enfrento
a un hombre al que no puedo vencer.
Creo que puede oler el miedo en mí, y con eso,
le estoy dando poder. Necesito fingir la fuerza y la va-
lentía que me faltan si tengo alguna posibilidad de sa-
lir por la puerta como una mujer libre.
―Le diste tu palabra a Sasha de que me man-
tendrías a salvo ―le digo en voz baja―. Lo que signi-
fica que no importa con qué me amenaces, no me ha-
rás daño. Realmente no. Todo son amenazas.
―Le prometí que te mantendría a salvo de los
Sidorov. En ningún momento dije que te mantendría
a salvo de mí.
―No voy a salir por esa puerta contigo y fingir
que todo está bien ―reitero, sin saber por qué me
opongo tanto a la idea de irme con un hombre que
dice hacerlo por mi propia protección. Pero algo den-
tro de mí me dice que me aleje lo más posible de Nick
Hudson.
―Muy bien ―afirma con calma―. Lo haremos
de otra manera. Una forma mucho menos digna, pero
a pesar de ello.― Se ríe, mira hacia la ventana junto a
la puerta y asiente con la cabeza.
La puerta de la oficina se abre de nuevo y entran
sus dos guardias en trajes negros.
―No me hagas ser un hombre cruel, Lyriope.
Preferirás mi hospitalidad a mi brutalidad.
Pienso en tratar de escapar, pero sé que no tiene
sentido. Puedo llorar y suplicar que me dejen en paz,
pero algo dentro de mí quiere mantener un poco de
dignidad, especialmente porque sé que de todos mo-
dos no funcionará. Está claro que Nick Hudson es un
hombre que consigue lo que quiere y no negocia con
nadie, y mucho menos con una mujer que no tiene
nada que negociar.
Noto que uno de los guardias de seguridad
busca en su bolsillo y saca una botella y un trapo.
―Es hora de que tomes una siesta. Y cuando te
despiertes, toda esta experiencia en el “Wonderland”
habrá sido una pesadilla ―dice Nick.
Mientras me colocan el trapo sobre la boca y la
nariz, lo último que veo es a Nick pasando un dedo
por las brillantes caras del rubí. Lo último que escucho
es el sonido del bajo y la música a lo lejos. El último
pensamiento que tengo antes de hundirme en un agu-
jero de oscuridad es que me están secuestrando y que
todo en mi vida está a punto de cambiar.
Capítulo Diez
Lyriope
LO PRIMERO EN LO QUE ME FIJO ES EN EL SONIDO
DEL AGUA QUE GOTEA. Goteo tras goteo, lento y cons-
tante. Mis párpados siguen pesados y algo en el fondo
de mi alma se resiste a abrirlos. Hay una realidad al
otro lado a la que no quiero enfrentarme. Entonces,
prefiero concentrarme en el goteo, goteo, goteo. Más
seguro.
No. no estoy a salvo. Estoy lejos de estar a salvo
Me equivoqué al ir a “Wonderland”. Estaba tan
equivocada al pensar que Nick era cualquier cosa me-
nos un monstruo.
Mis dedos están entumecidos. No puedo mover
mis brazos. No puedo separar mis muñecas. Mis omó-
platos arden. Tengo frío.
Mierda…
Estoy completamente desnuda.
No tengo otra opción. Tengo que abrir los pár-
pados. Ya no puedo esconderme detrás de su seguri-
dad.
Con un aleteo lento, parpadeo contra la tenue
iluminación de la habitación en la que estoy. No me
toma mucho tiempo darme cuenta de mi nuevo en-
torno. No tengo ni una pizca de ropa puesta, mis bra-
zos atados a la espalda, acostada de lado sobre con-
creto frío en lo que parece ser una bodega llena de
cientos, si no miles, de botellas de vino. La ilumina-
ción de la olla empotrada desde arriba arroja una luz
lo suficientemente tenue como para ver barriles de
vino contra gabinetes tallados por expertos que sostie-
nen licoreras y vasos de cristal. Aunque estoy siendo
tratada como un prisionera, mi entorno está lejos de
ser una prisión.
El olor terroso y especiado me ayuda a volver a
la realidad mientras me siento torpemente. Gimo
cuando los latidos de mi cabeza y el zumbido severo
en mis oídos casi me obligan a recostarme. Intento ti-
rar de mis ataduras, pero me detengo rápidamente
cuando la punzada de dolor en mis muñecas, donde
la cuerda las ha rozado, me hace darme cuenta de que
no hay esperanza. Mis pies están libres de cualquier
tipo de ataduras, lo que significa que todavía puedo
caminar... correr... patear. Pero a pesar de que la habi-
tación está en penumbra, hay suficiente luz para mos-
trar que no tengo adónde correr. No hay nadie en la
habitación para patear. Estoy sola en una bodega. Des-
nuda. Sentada, impotente, con las muñecas atadas a la
espalda.
El sótano tiene que ser de Nick. No hay otro lu-
gar donde pueda estar.
Los recuerdos de todo lo que había sucedido
antes de que me pusieran un trapo en la cara me inun-
dan, mi estómago se revuelve mientras se forma mi
pesadilla.
Como si mis pensamientos fueran la señal tea-
tral de su entrada, se abre una puerta de madera en lo
alto de un tramo de escaleras. Nick Hudson baja las
escaleras con los pies calzados con botas pesadas y el
sonido de su bastón en cada escalón.
―Pensé que te despertarías ―dice cuando llega
al final de las escaleras y me examina con ojos ham-
brientos, o divertidos. No puedo decidir cuál.
Quiero ocultar mi desnudez, pero tampoco
quiero darle la satisfacción de saber lo incómoda y
asustada que estoy. Por alguna razón, siento que man-
tener mi orgullo y la cabeza en alto me ayudará a lu-
char contra mi situación. La luz adicional de la puerta
abierta expone más del sótano. Aparte de unas pocas
cajas o algo así escondido en los rincones más oscuros,
puedo decir que no hay mucho a mi alrededor para
usar como arma si de alguna manera reúno el coraje
para atacar. La puerta por la que entró parece ser la
única forma de entrar y salir. ―¿Cómo estuvo tu
siesta?― Nick pregunta con los brazos cruzados con-
tra su pecho y una sonrisa en su rostro. Lleva la misma
ropa que usó en “Wonderland”, lo que me está dando
mi único sentido del tiempo.
Las sombras de la habitación ocultan sus ojos,
pero no tengo dudas de que el hombre tiene un brillo
en ellos cuando hace la pregunta. Está claro que está
encontrando mi situación divertida con su enfermizo
sentido del humor, y lucho contra el impulso de escu-
pir en su dirección.
―¿Dónde estoy? ―pregunto, sorprendida de
escuchar lo áspera y temblorosa que es mi voz. Me
traiciona en mi búsqueda de mostrar fuerza.
Sin embargo, independientemente de cómo
suene, me niego a llorar y le suplicarle que me deje ir.
Algo muy dentro de mí me dice que será inútil.
―La bodega de mi casa ―dice Nick.
―¿Tu hogar?
―Era hora de que dejáramos “Wonderland”.
Ahora puedes ver mi mansión que no comparto con
muchos ya que tengo mi “Wonderland” en diferentes
lugares. Prefiero tener mis fiestas de té en otro lugar.
Pero mi hogar será tu hogar. Es cómodo. Hay personal
completo, seguridad y podrás dormir sin preocuparte
si un Sidorov te matará mientras duermes.
―¿Es aquí donde planeas tenerme? ¿Por cuánto
tiempo?― Maldita sea mi voz se quiebra y apenas sale
como un chillido. También trato de ignorar la forma
en que parece tomar cada centímetro de mi cuerpo
mientras me siento impotente con mi pecho forzado a
tener una mayor prominencia debido al hecho de que
mis muñecas están atadas a la espalda―. ¿Por qué no
tengo ropa?
―Decidí poner todas mis cartas sobre la mesa
desde el principio ―comienza.― Quiero que veas
dónde puedes terminar. Así es como puedes pasar el
resto de tus días. Desnuda. Con frío. Temerosa. Esta-
mos trabajando hacia atrás, comenzando al final de la
historia y avanzando hacia el principio. Por supuesto,
espero que ese no sea el final real de nuestra historia:
estar desnuda, atada en un sótano, pero aún quiero
que pruebes esta realidad para disuadirte. Creo que te
ayudará a tomar decisiones sabias a partir de ahora.
―Entonces, ¿no planeas mantenerme así?― Mi
cabeza da vueltas y mi cuerpo comienza a temblar
cuando la corriente fría de la habitación finalmente ha
penetrado mis huesos―. ¿Esto es una lección?
Nick da unos pasos hacia mí y luego se pone en
cuclillas para estar a la altura de mis ojos. ―Hablemos
de estar en la misma página, ¿de acuerdo?
Tomo una respiración profunda para tratar de
calmar el miedo furioso que amenaza con consumir
todo pensamiento racional. Tengo que pensar en una
forma de salir de esta situación. Tengo que encontrar
una manera de burlar a este hombre retorcido, jodido,
demente y extraño que ahora tiene una obsesión con-
migo.
―Así que este es el trato ―dice Nick de la ma-
nera más profesional―. La primera opción es pelear
conmigo por mi generosa oferta que estoy a punto de
dar. En cuyo caso, los Sidorov eventualmente te mata-
rán, pero solo después de que me aburra de ti atada
en mi sótano. O la segunda opción es que aceptes mi
oferta, sigas mis reglas y disfrutes de su estadía. Me
parece una elección fácil.
―No veo cómo estar cautiva contra mi volun-
tad es disfrutar de mi estancia.
Él se ríe y se levanta lentamente como si su mo-
lestia conmigo le estuviera causando un dolor en los
huesos. ―Si tomas decisiones sabias, obtienes recom-
pensas. Tu cautiverio puede llegar a ser bastante pla-
centero.
Levanto mis rodillas hasta mi pecho, la primera
vez que me muevo desde que entró al sótano. ―En-
tonces, ¿cuál es exactamente tu oferta?
―Te quedarás conmigo indefinidamente, en tu
propia habitación como mi invitada. Seguirás todas
las reglas que tengo. Me deberás una gran deuda, y en
este momento no he decidido cómo cobrarla. Pero por
ahora, soy tu dueño, en cuerpo y mente. Eres mía.
―¡No puedes poseerme! ―chasqueo, mi voz
haciendo eco en las paredes―. Entiendo lo que has he-
cho por mí y te lo agradezco. Pero eso no significa que
seré tu puta.― Mi pecho se contrae y el pánico que he
tenido desde que me desperté está siendo reempla-
zado por furia―. No puedes hacer esto.
―Ya te tengo. Cuanto antes lo aceptes, mejor.
No estoy bien. No soy decente. Y no sigo las reglas de
la moralidad. Así que sí, puedo, y haré lo que me dé
la gana.
―¿Incluso si es en contra de mi voluntad?
―¿Fue en contra de tu voluntad cuando acu-
diste a una de las familias más peligrosas del mundo
para pedir un préstamo? ¿Qué mierda estabas pen-
sando?
―Fue una medida desesperada. Un medio para
hacer una pausa hasta que pudiera encontrar una so-
lución. Necesitaba dinero rápido o mi familia...―
Trago saliva, tengo la garganta seca. Él no necesita sa-
ber acerca de mis padres―. Ellos tenían dinero y yo
necesitaba dinero. Era en blanco y negro.
―¿Pagaste una deuda contrayendo otra más
mortífera con los rusos? ¿Oyes lo loco que es eso? Sé
que eres una chica inteligente, pero ese movimiento
fue más que tonto. Y todo para unos padres que ni si-
quiera se preocuparon lo suficiente como para que-
darse. Tu lealtad sería impresionante si no estuviera
fuera de lugar. Si no fuera por mí, estarías muerta. De
ninguna manera podrías averiguar la cantidad de di-
nero que les pagué. Te das cuenta de que se estaba
acumulando interés, ¿verdad? Y que los Sidorov
nunca desaparecen. Esos hijos de puta te van a perse-
guir por el resto de tu vida.
―¿Cuánto interés? —pregunto, no estoy segura
de querer escuchar el número.
―Lo suficiente como para que me debas lo que
yo quiera ―dice con una voz mucho más severa que
antes―. No estás en condiciones de discutir. Porque
no hay forma de que pueda obtener el efectivo adeu-
dado. Así que será mejor que dejes de lado tu maldito
orgullo y estés feliz de que esté siendo tan generoso al
permitirte pagarlo de otra manera.
―La gente me buscará. Sasha y mi hermano…
―Sí, hablemos de tu hermano ―dice con voz
uniforme y firme―. Tus padres también jodieron su
vida. No estará a salvo porque los Sidorov son inteli-
gentes y tratarán de usarlo como garantía para llegar
a ti. Si amenazan con matarlo, entonces tienen la sar-
tén por el mango. O… pueden simplemente matarlo
para enviarte un duro mensaje. De cualquier manera,
su sentencia de muerte está firmada a menos que
cooperes conmigo.
Me trago el grito listo para ser desatado y mal-
digo la lágrima que cae.
Dylan...
Nick tiene razón. Lo puse en peligro. Técnica-
mente mis padres lo hicieron, pero las especificaciones
ya no importan. ¿Lo encontrarían en su universidad
y…?
Nick coloca la punta de su dedo en una sola lá-
grima y me la quita de la cara. ―Ahórrate las lágri-
mas, Lyriope. Guárdalas si decides decirme que no.
―¿Y si digo que sí?
―Entonces vives. Nunca le ocurrirá ningún
daño grave mientras obedezca y viva de acuerdo con
las reglas. No serás mi cautiva. No serás mi víctima.
De hecho, serás tratada como una reina. Eso te lo pro-
meto.
―¿Y mi hermano?
―De buena fe, ya he hecho arreglos para su se-
guridad permanente.
―Pero su universidad. Su educación…
―Mi equipo de seguridad lo acompañará hacia
y desde el campus hasta que la amenaza de los Sido-
rov, y quienquiera que esté en su contra, haya sido
neutralizada.
Moviendo mis dedos entumecidos, traigo mis
pensamientos de vuelta a mi ahora―. ¿Por qué estás
haciendo esto?
―Porque invertí una gran cantidad de dinero
en ti. No voy a permitir que simplemente desaparezca
en una tumba de dos metros.― Camina detrás de mí
y giro la cabeza para seguir sus movimientos―.
Ahora… puedo desatarte, y podemos pasar el resto
del día de una manera mucho más civilizada, pero la
elección depende de ti.
―¿Y Sasha? ―pregunto, necesitando saber que
todos los que me importan están a salvo.
―Es una Morelli. Una real, con el certificado de
nacimiento para probarlo. Los Sidorov no son tan es-
túpidos como para lastimarle un pelo de su cabeza. Y
como le prometí, dejaré que la llames una vez que te
instales en tu habitación.
―Si digo que sí ―casi susurro, lamiendo mis
labios secos―. ¿Esperarás sexo de mí?
―Definitivamente ―afirma sin siquiera perder
el ritmo.
―¿Así que seré tu puta?
―Ser una puta es simple. Es algo ordinario.
Abre las piernas, entrega tu cuerpo.— Se agacha de
nuevo y comienza a desatar mis ataduras―. Esperaré
más que eso. Si simplemente quisiera una puta, podría
comprar mi propio harén. Pero eso no es lo que siem-
pre he querido, y no es lo que quiero contigo. Y nada
de lo que espero de ti será sencillo. Nada sobre mí o
nuestra situación es ordinario. Odio lo sencillo. De-
testo lo ordinario.
Capítulo Once
Nick

PODRÍA OFRECERLE MI CHAQUETA PARA AYU-


DARLE A OCULTAR SU DESNUDEZ. Sería lo más caballe-
roso de hacer, pero no soy ese hombre. Creo que es
mucho más importante enseñar a mi nueva huésped
una lección de humildad. La vergüenza que siente al
desfilar delante de mí personal por la casa en plena
exhibición, la hará bajar unos cuantos peldaños desde
el principio.
Sus pies descalzos pisan el suelo de mármol
blanco, y estaría mintiendo si dijera que no se me puso
la polla dura al ver su vulnerabilidad ante mí. Las cur-
vas de su cuerpo son deliciosas y absolutamente per-
fectas. El tatuaje de flor a lo largo de su caja torácica
invita a mi lengua a trazar líneas sobre la tinta. Su pelo
largo, oscuro y enmarañado cae en cascada hasta la
mitad de la espalda y es lo único que cubre su cuerpo
desnudo.
Mi polla se agarra dolorosamente a mis panta-
lones, exigiendo que la entierren dentro de su apre-
tado coño. Pero mi autocontrol gana ya que sé que hay
pasos en mi plan. No puedo ganar si me apresuro a la
meta. Me espera un maratón de lujuria y libertinaje.
No es un sprint de puta rápida.
Además, por primera vez en mucho tiempo, no
sé qué diablos está pasando. ¿Por qué los Sidorov to-
davía la persiguen? ¿O es alguien más? Hasta que no
reúna toda mi información, no me siento cómodo ha-
ciendo mucho más que mantenerla a salvo. Algo no
está bien, y odio que yo, que me enorgullezco de sa-
berlo todo, esté en la oscuridad.
Lyriope se vuelve hacia mí con una cara acalo-
rada cuando ve a mi personal de limpieza, chef, ma-
yordomo y asistentes personales alineados en fila
frente a la escalera de caracol que conduce a nuestro
destino. Han sido entrenados para saludarme de esa
manera, con sus uniformes a juego, cada vez que re-
greso a casa para esperar mis instrucciones, es pom-
poso, es arrogante, y amo cada segundo.
Sé que mi personal trabaja duro y les pago un
salario mucho más alto que en cualquier otro lugar
para asegurar su lealtad y discreción. Mi casa es una
de las más grandes de Bishop's Landing, y dado que
casi todas las superficies, desde el piso hasta el techo,
son completamente blancas, deben limpiarse constan-
temente. El único color de la casa está reservado para
las obras de arte modernas y abstractas que colec-
ciono. Me gusta tener un lienzo vacío para que brillen
las obras maestras de valor incalculable.
Blanco. Prístino. Perfección. Con colores de lo-
cura salpicados por todas partes.
Lyriope intenta ponerse detrás de mí para es-
conderse de sus miradas, pero no se lo permito. En
cambio, la agarro del brazo y la mantengo a mi lado.
Ninguno de los miembros de mi personal muestra
ninguna emoción en sus expresiones ni revela sus
pensamientos sobre ver a una mujer desnuda desfi-
lando frente a ellos. Los recompensaré con un buen
bono de fin de semana por su postura digna.
―Nick ―apenas susurra―. Por favor.
La fragilidad y la crudeza de su súplica hacen
que mi polla se mueva contra mis pantalones. Tan
pura, tan despojada de su armadura, tan... perfecta.
―Esta es Lyriope Bailey ―anuncio―. Se que-
dará con nosotros como nuestra invitada.― Cuando
todo el personal asiente con la cabeza en comprensión,
agrego. ―Continúen con su día.
Escucho a Lyriope soltar una respiración pro-
funda mientras el personal corretea, sin mirarnos más.
Sus ojos están muy abiertos mientras observa el
enorme vestíbulo con más habitaciones blancas llenas
de obras de arte costosas que se ramifican desde allí.
Sus ojos miran hacia el gran candelabro hecho de vi-
drio soplado veneciano que arroja un arcoíris de colo-
res sobre el piso blanco de abajo. Ricos rojos, azules y
verdes se mezclan para formar una paleta de excelen-
cia.
―Tu habitación está arriba―. Coloco mi mano
en su espalda baja y la guío escaleras arriba.
Me gusta cómo se siente el calor de su piel con-
tra mi palma. También me gusta que no se aleje de mi
toque, aunque si fuera sabia y supiera lo que le espera,
lo haría.
Cuando estamos a la mitad de las escaleras, veo
cómo sus ojos miran abajo hacia las puertas dobles
que conducen al exterior, con un sistema de alarma al
lado. Luego escanea cada esquina del techo, sin duda
buscando cámaras. De hecho, estaría muy decepcio-
nado con ella si no estuviera evaluando su entorno.
—Puedes intentarlo —digo, presionando firme-
mente su espalda―. También tengo seguridad
afuera―. Cuando llegamos ―agrego―. Solo debes
saber que habrá un castigo esperándote cuando te
atrapen. La vida se trata de elecciones, pero hay con-
secuencias por tomar malas decisiones.
Cuando llegamos a su habitación, abro la
puerta y le permito entrar primero. Ella tiene una de
las mejores vistas de la casa, una vista al océano. Es lo
primero que ves cuando entras, ya que la pared que
da al agua no es más que ventanas en el techo. Tengo
la suerte de tener una propiedad frente al mar en
Bishop's Landing, y su habitación realmente destaca
la ubicación. Al igual que el resto de la casa, su habi-
tación es completamente blanca, aparte de las obras de
arte en las paredes, que son una mezcla de rojos y na-
ranjas. El arte abstracto se asemeja a estar en un jardín
de flores si miras lo suficientemente cerca y permites
que tu imaginación tome el control.
A Lyriope se le entrecorta la respiración y se es-
tremece cuando la frescura de la habitación vacía besa
nuestra piel. ―¿Esta es mi habitación?
―A menos que prefieras estar desnuda en la
bodega ―digo mientras entro completamente y al-
canzo el cubrecama de cachemir blanco que está en el
borde de la cama y lo envuelvo alrededor de ella.
Ella inhala bruscamente ante mi proximidad, y
yo inhalo el olor del miedo en el aire. Sus ojos muy
abiertos y la forma en que su cuerpo se tensa me dicen
que está sorprendida por mi actuación. La punta de
mi dedo permanece en su cuello, y considero tirarla
sobre la cama y follarla en ese mismo momento. Pero
también me encanta ser el gato que juega con el ratón.
Y acabo de empezar a jugar.
Da dos grandes pasos alejándose de mí.
―¿Cuántas veces debemos tener relaciones sexuales
antes de que se pague mi deuda? —pregunta, dando
otro paso más. Ella dibuja su boca en una línea recta y
se muerde el labio―. ¿Es eso lo que quieres de mí
ahora?
Me río. ―No hay cantidad de sexo que pueda
pagar la deuda que tienes conmigo. Hará falta mucho
más que eso.― Doy un paso de lobuno hacia ella y
observo su cuerpo tembloroso a la espera del re-
clamo―. Aunque tomar esa virginidad tuya valdrá
cada uno de los centavos que pagué a los rusos, tam-
poco voy a apurar mi recompensa.― Me dirijo a la
puerta y añado―. El sexo por sí solo no pagará la
deuda.
―¿Y qué…? ¿Qué tengo que hacer?
Me encojo de hombros. ―Todavía no estoy se-
guro. Pero me voy a divertir pensando en todas las
formas.
―Nick…
―Haré que Diane suba y te vista para la cena
―interrumpo.
―¿Cena? ―pregunta―. ¿Qué hora es? ¿Qué
día?― Se aferra a la manta y se envuelve con más
fuerza a su alrededor.
―El tiempo pasa cuando nos estamos divir-
tiendo.
―Nick… por favor déjame irme. Sé que te
debo dinero. Sé que mi vida está en peligro...
―Sí, en peligro ―interrumpí―. Te estoy man-
teniendo a salvo.
―No me siento segura.
Me río de su honestidad. No puedo decir que la
culpo un poco, pero independientemente. ―¿Se sintió
seguro viviendo sin un centavo en tu automóvil? ¿Se
sentía seguro debiendo dinero a los Sidorov?
―Más segura que yo ahora.
―Para ―digo con firmeza―. Te respetaba mu-
cho por tu honestidad. No mientes, y no quiero que
empieces ahora. No te gustaba la vida que llevabas y
no te sentías segura en lo más mínimo o no te habrías
presentado en “Wonderland”. Hay una razón por la
que viniste a mí, y es más que simple curiosidad.
Ella asiente levemente y se lame los labios.
―Me imaginé algo diferente en mi cabeza. Pensé que
estarías... Pensé que me sentiría diferente a como me
siento ahora. Ahora tengo miedo.― Y eso no es men-
tira. No creo que vuelva a sentirme segura nunca más.
―Date tiempo.― Me apoyo en mi bastón―. Te
dije que te trataría como a una reina. Y siempre lo haré
y que te comportes como mi sirvienta.― Le sonrío―.
Sírveme, y yo te protegeré.
―¿Servirte?― Su labio superior se contrae, y sé
que está reprimiendo una serie de malas palabras, no
es que la culpe por eso tampoco. No todos son sumi-
sos por naturaleza. Eso hará que su entrenamiento sea
aún más dulce.
―Sí.― Hago una pausa, manteniendo mis ojos
fijos en los de ella. No digo una palabra más hasta que
ella rompe el contacto. Cuando lo hace, agrego.―¿Te-
nemos un trato?
―Mi seguridad, la seguridad de mi hermano...
¿a cambio de mi servidumbre?
—Algo así —digo con una risita, disfrutando de
su disposición agria que está tratando de esconder de
mí.
―¿Tengo opción? ―pregunta.
―No.
No he dormido desde anoche, lo que no es nada
nuevo para mí, y todavía no me he cambiado de ropa.
No me gusta exactamente la idea de alejarme de Ly-
riope todavía, pero una ducha caliente me está lla-
mando. Además, creo que necesita algo de tiempo a
solas para procesar su nueva situación.
También necesito hacer un par de llamadas te-
lefónicas e investigar un poco. La conclusión es que
pagué la deuda de Lyriope hace meses. No hay razón
para que los Sidorov sigan persiguiéndola y, sin em-
bargo, claramente ordenaron a Maxim que la secues-
trara. Necesito averiguar qué ha cambiado y por qué
el repentino interés en Lyriope otra vez, antes de que
me distraiga con todos sus encantos femeninos.
―Nick ―dice Lyriope en voz baja, sacándome
de mis pensamientos―. Prométeme que Dylan está a
salvo.
Asiento con la cabeza, comprendiendo lo fuerte
que puede ser el amor por un hermano. ―Él está a
salvo.
―¿Puedo llamarlo? ¿Puedo llamar a Sasha?
¿Puedo recuperar mi celular?
―Después de la cena, iremos a mi estudio y ha-
remos todas las llamadas telefónicas allí―. Señalo una
puerta cerrada―. Tienes un baño privado. Todos los
artículos de tocador necesarios están ahí, pero si hay
algo especial que necesites, asegúrate de hacérselo sa-
ber a Diane y ella te lo conseguirá. Tienes tiempo de
ducharte antes de que ella llegue.
No espero una respuesta y salgo de su habita-
ción. Bajo las escaleras hacia Diane para darle mis ór-
denes cuando escucho a Harrison venir detrás de mí
y preguntar. ―¿Quieres que haga guardia afuera de
su puerta?
―Ella no es tan tonta como para tratar de esca-
par todavía. Su cuerpo tiene que absorber el impacto
primero.― Me vuelvo para mirarlo, mi cabeza co-
mienza a palpitar por la falta de sueño y comida―.
Pero quiero que descubras por qué diablos Maxim
vino a “Wonderland” y si nos dijo toda la verdad.
Quiero saber quién lo ordenó y cuál fue el objetivo fi-
nal. Quiero todos los detalles, y quiero saber las con-
secuencias de mi adición a nuestra colección de dedos.
También quiero saber cuántas personas saben que Ly-
riope es un Morelli.
Harrison asiente, mira por el pasillo hacia la ha-
bitación de Lyriope. ―No lo sé. Algo me huele mal en
esto. No estoy seguro de que mantenerla aquí e invo-
lucrarse sea prudente. Nunca hemos sido de los que
joden a Morellis. Nos mantenemos alejados de su lado
malo. Bryant Morelli nos arrancará la cabeza si los jo-
demos.
―Estoy involucrado. No hay vuelta atrás.―
Empiezo a bajar las escaleras dejando a Harrison mi-
rándome desde el rellano―. Además, en realidad no
es una Morelli.
―Para que conste, no creo que deba quedarse
aquí ―grita Harrison.
―Anotado.
Capítulo Doce
Lyriope
―BUENAS NOCHES.
El saludo me hace dar un pequeño salto cuando
veo a Nick sentado en una gran silla de cuero blanco
con respaldo alto. Sus largas piernas estiradas y un
brazo colgado sobre el apoyabrazos, una pila de pape-
les frente a él. Cuando levanta su vaso de cristal lleno
de rico caramelo líquido para tomar un sorbo, me
tomo un momento para estudiar su rostro. Solo ha pa-
sado una hora desde la última vez que lo vi amena-
zante y, sin embargo, su apariencia parece diferente.
Se cambió la ropa que usaba en “Wonderland”,
y la parte superior de su cabello oscuro está peinado
hacia atrás, resaltando los tatuajes que están en el lado
de su cabeza que sobresalen del área afeitada. Atrás
quedaron las líneas en su frente y la mirada ligera-
mente apretada en su boca. No solo parece relajado,
sino que su misma presencia también grita superiori-
dad masculina y seducción, todo al mismo tiempo.
Siento que se me revuelve el estómago y obligo
a mi mente a salir de la alcantarilla. Este hombre
puede ser un bocado, pero a la hora de la verdad, tam-
bién es mi carcelero. No importa lo hermosa que sea
mi vista, lo bonita que sea mi habitación, lo bonita que
sea mi ropa que ahora llena mi armario, este hombre
es solo alguien que tiene las llaves de mi prisión.
―Buenas noches ―digo, preguntándome cómo
un intercambio tan banal puede ponerme tan ner-
viosa. Miro al suelo, al techo, alrededor de la habita-
ción casi completamente blanca... a cualquier lugar
menos al hombre sentado a la mesa―. Tienes una casa
preciosa. Tiene un diseño tan moderno.
Cuando no responde, levanto mi mirada hacia
él. Como si eso fuera lo que estaba esperando, asiente.
—Es blanco —espeto, molesta porque no me sa-
luda de la misma manera que yo lo hago. ¿Estaba tra-
tando de darle un maldito cumplido al hombre y todo
lo que puede hacer es darme una ligera inclinación de
cabeza?
Él asiente de nuevo.
―Demasiado blanco.
―Perdóname si no siento la necesidad de tomar
opiniones de decoración de alguien que hasta hace
poco vivía en su auto.
Ignorando el agudo escozor de su comentario,
digo. ―Parece que te estás esforzando demasiado por
ser diferente. Lo entendemos. Nick Hudson es excén-
trico.― Pongo los ojos en blanco mientras las palabras
venenosas fluyen de mi lengua.
―Me gusta un lienzo en blanco para todas las
obras de arte. El blanco y la limpieza permiten que el
tono y el grito del arte resalten.
No levanta la voz ni responde con algo más
cruel, como yo esperaba. Eso me desconcierta. Me es-
taba preparando para la guerra, pero él no parece es-
tar de humor para ello. Tal vez debería bajar mi es-
cudo un poco.
Lentamente me observa de la cabeza a los pies.
―No me gusta lo que llevas puesto.
No importa… solo estaba esperando su si-
guiente disparo.
Estúpido.
Miro mis pantalones de yoga y mi sudadera que
parecen costar más de lo que ganaría en un mes. La
tela es tan suave que casi parece demasiado buena
para ser verdad. No veo qué tiene de malo lo que llevo
puesto. Me muerdo la lengua antes de poder decirle
algo de lo que me pueda arrepentir. Comenzar el pri-
mer día de mi cautiverio con una discusión probable-
mente no sea una buena idea. Esta es una guerra que
no puedo ganar en mis circunstancias actuales. Debo
recordar que se ha hecho un trato de algún tipo, y ne-
cesito mantener mi parte del trato al menos hasta que
descubra un plan que pueda sacarme de esta situación
de pesadilla. ―Estaba en la pila de ropa que Diane me
trajo.
Nick inclina la cabeza, sus ojos aún observan mi
apariencia. ―¿Diane te puso eso?
―¿Vestirme? No. Ella se ofreció, lo cual me pa-
reció extraño. No necesito ayuda para vestirme.
―Claramente lo necesitas, o no estarías abajo,
momentos antes de la cena, vistiendo ropa que se usa
para hacer ejercicio. A menos que estuvieras pla-
neando ir por el pasillo a mi gimnasio antes de comer,
claro.
Nick lleva una chaqueta y pantalones blancos
con una camisa negra debajo. La camisa está lo sufi-
cientemente desabrochada para mostrar tinta brillante
donde el vello del pecho normalmente se ve en otros
hombres. Claramente no está vestido tan casual como
yo, pero cuando lo vi por primera vez cuando entré en
la habitación, asumí que el hombre siempre usa traje.
No lo he visto con nada más.
¿No todos los putos ricos llevan trajes de día y
de noche?
Se recuesta en su silla. ―Creo que debemos
aclarar las reglas desde el principio.
Esto tiene mi cabeza dando vueltas. ―¿Reglas?
Haces reglas para todos tus... ―No se trata de refe-
rirme a mí misma como su prisionera, digo.― ¿Todos
tus invitados han de obedecer?
―Me encanta hacer reglas. Pero me encantan
más las consecuencias.
Mi estómago da un vuelco con la facilidad con
la que las palabras fluyen de su lengua.
―Entonces, la primera regla es que, aparte de
los terrenos a poca distancia de la mansión, no debes
irte sin mí a tu lado.― Toma un largo trago de su vaso.
Hace que la tinta negra de su cuello se ondule de una
forma seductora que hace que mi pulso se acelere―.
Tengo seguridad colocada por todas partes para ayu-
dar a hacer cumplir esa regla.
―¿Asustado de que intente escapar?
Él sonríe. ―No tengo miedo en absoluto. Esca-
par hará que te maten, así como a tu hermano, estoy
seguro de que lo sabes.
―No voy a tratar de escapar ―murmuro.
Tanto para conocerse entre sí. Ya sé todo lo que
necesito saber sobre Nick Hudson. Este hombre es un
imbécil.
Camino hacia la otra silla blanca colocada frente
a él, pongo mis manos sobre el frío cuero para mayor
apoyo, ya que mis piernas parecen estar debilitándose
con la forma en que el hombre me mira. Miro alrede-
dor de la habitación, molesta con sus dictados alfa,
pero también molesta porque mi cuerpo parece estar
reaccionando a ellos también. Mi estómago se contrae
cada vez que el hombre habla, y los latidos de mi co-
razón aumentan como si su voz fuera como una inyec-
ción de adrenalina.
―¿Así que voy a sentarme dentro de esta man-
sión, día tras día, hasta que mi amo declare mi liber-
tad?― Cuando su ceja se arquea, puedo sentir que mi
rostro comienza a calentarse y me apresuro a aclarar,
y agrego―. ¿Y cuánto tiempo será esto?
―Sé que no tienes adónde ir, Lyriope. Así que
consideraría mi hospitalidad como un regalo si fuera
tú. No es una amenaza cuando menciono que estarás
desnuda en la bodega, si eliges no seguir mis reglas...
es una promesa.
Asiento con la cabeza. No es que tenga elección,
y no gano nada sacudiendo el barco. La vida será bas-
tante miserable para mí si me resisto. No soy un tonta.
Nick se pone de pie, elevándose sobre mí. Cru-
zándose de brazos, sonríe. ―Y vas a permitir que
Diane te vista. Es el camino de la realeza ―dice, mien-
tras sus dientes brillan a la vista―. Y tú, mi preciosa
flor, eres mi reina mientras vivas en mi reino.
―¿Vestirme? Como si quisieras que me que-
dara allí y permitiera que esta mujer que no conozco
me viera desnuda... ¿Quieres que alguien me vista?
―Sí.
―Eso es una locura.
Se ríe, pero la oscuridad en sus ojos no parece
divertida. ―No es común. Te daré eso. Pero como dije
antes, detesto lo ordinario. Y en mi reino, somos extra-
ordinarios. Así que sí, permitirás que Diane te vista.
No es negociable.
―Así que déjame ver si lo entiendo. Tengo que
ser vestida por una extraña, ¿y me vas a mantener en
esta mansión encerrada?― Miro a Nick, dispuesta a
bajarle los humos. Lo cual es peligroso porque tam-
bién tengo la sensación de que está perdiendo la pa-
ciencia con mis constantes cuestionamientos hacia él.
Y sin embargo... una parte de mí quiere ver hasta
dónde puedo pinchar al oso―. ¿Y si me aburro?
Con un movimiento más rápido que un rayo,
me agarra del brazo, acercándome a él. ―Estarás lejos
de aburrirte ―casi gruñe―. Puedo encargarme de
cualquier aburrimiento que puedas tener.
El erótico olor del hombre impregna mi nariz,
disparando un hormigueo entre mis piernas. Su ca-
beza baja hacia la mía, sus labios tan cerca que puedo
ver la textura y todo lo que quiero hacer es pasar mi
lengua por ellos. Cuando lamo mi labio inferior, pre-
guntándome cómo sabría, cómo se sentiría, observo
que sus ojos se oscurecen aún más, se vuelven ahuma-
dos y me doy cuenta de una dureza presionando con-
tra mi estómago. De repente quiero probar una parte
diferente de su anatomía y no puedo reprimir el ge-
mido que se me escapa al pensar en mis labios envuel-
tos alrededor de su polla.
Algo está mal en mí por tener estos pensamien-
tos y sentimientos. Es una enfermedad, una dolencia,
y si no tengo cuidado... fatal.
Al oír mi gemido, fruto de una completa locura,
se acerca para meterme un mechón de pelo que se me
ha escapado de la cola de caballo por detrás de la
oreja, pero su mano no se detiene ahí. Continúa desli-
zándose hacia la parte posterior de mi cabeza, con los
dedos enroscados en mi pelo, encerrándolo en un
puño, con sus ojos ardientes. Me mantiene en su sitio
mientras su cabeza baja más, y antes de que pueda
pensar en apartarme, su boca desciende sobre la mía.
No es un beso exactamente... bueno, no como cual-
quier beso que haya tenido.
Esto no es un beso. Este es un reclamo, un hom-
bre que marca lo que es suyo.
Su lengua no está rozando suavemente mis la-
bios como si me pidiera permiso para entrar. No, em-
puja como si tuviera todo el derecho. Como si yo le
perteneciera. La presión de su boca sobre la mía es la
de un guerrero celebrando su victoria. En el momento
en que su lengua exige la entrada, insistiendo en reco-
ger su botín de guerra, mis labios se separan en señal
de rendición.
Cada célula de mi cuerpo está pidiendo a gritos
oxígeno, mi corazón late con fuerza mientras continúa
devastándome con nada más que su boca, sus labios,
su lengua. Mientras empujo contra su pecho, desespe-
rada por alejarlo por miedo a perderme por completo,
su única respuesta es abrazarme aún más.
Cuando sus dientes muerden mi labio inferior,
siento que mi vagina se aprieta y descubro que no ne-
cesito respirar. Sólo necesito más de su locura. De re-
pente, su boca deja la mía. Me tiemblan las piernas y
me pregunto qué ha pasado cuando escucho pasos en-
trar en la habitación.
―Señor Hudson. La cena está servida ―dice un
hombre vestido con un traje negro con una toalla
blanca colgada del brazo.
Rompe el beso, da un paso lejos de mí y observa
mi ropa de yoga de nuevo. ―Te permitiré un pase esta
noche ya que solo cenamos tú y yo. Pero en el futuro,
usarás un vestido, tacones y joyas para la cena. Diane,
por supuesto, se asegurará de esto.
No digo nada mientras lucho por recuperar el aliento
y la compostura.
―No eres una ama de casa, y no estamos en los
suburbios.
Antes de que pueda recuperarme del latigazo
de las emociones que crecen dentro de mí, extiende su
brazo para que lo tome y nos lleva fuera de la habita-
ción, golpeando con su bastón el suelo de mármol
blanco. El arte de colores brillantes en el comedor de
ricos rojos y majestuosos púrpuras combina con la
energía que todavía zumba dentro de mí después del
beso. Nick tiene razón, el entorno blanco hace que la
obra de arte brille. Imagino que es lo que se hace en
esas elegantes galerías de arte a las que siempre he
querido entrar. Toda mi vida me paraba delante de los
escaparates de las galerías y deseaba poder entrar y no
sólo mirar, sino realmente comprar. Nunca entré en
una sola galería por miedo a que supieran que era de-
masiado pobre para comprar una obra de arte. Sabrían
que soy una impostora, que no pertenezco a ningún
sitio y que, por lo tanto, les hago perder el tiempo.
Apuesto a que Nick entra a zancadas en esas ga-
lerías con la cabeza bien alta, la billetera en la mano y
todos los vendedores, quienes me juzgarían, se apre-
suran a satisfacer sus necesidades.
La mesa del comedor de cristal es lo suficiente-
mente larga para acomodar al menos a veinte perso-
nas, si no más. Sillas blancas con respaldos altos y cur-
vos rodean la mesa, y son tan grandes que solo puedo
imaginar lo pequeña que debo parecer cuando me
siento mientras Nick saca una silla para mí.
Miro hacia arriba y veo otra enorme araña de
cristal soplado que casi parece que cuelgan enormes
setas. Es la pieza más exquisita de cristalería que he
visto nunca.
―No me había dado cuenta de que una instala-
ción de luz podía ser tan... artística. Es tan... grande y
maravillosa.
―Tengo debilidad por el vidrio veneciano
―dice―. Mi primer viaje a Venecia cuando tenía
veinte años inició una historia de amor que me costó
millones.― Toma asiento junto al mío y mira hacia
arriba―. Emiten una luz que es mágica. Es especial y
no se puede duplicar con una simple lámpara o acce-
sorio de iluminación. La calidez que emite y el am-
biente valen cada centavo. Aprecio la belleza.― Al-
canza una botella de vino y nos sirve una copa a am-
bos―. Y pagaré lo que sea necesario para tener la be-
lleza en mi poder.
―Una vez soñé con ir a la escuela de arte y ser
escultora ―confieso.
Hace una pausa y me mira. ―¿Por qué no?
Me río sarcásticamente. ―Creo que sabes esa
respuesta. La escuela de arte es para soñadores. No
me di el lujo de soñar. Incluso como pasatiempo, es
demasiado caro. Todas esas herramientas y piedra. Y,
además ―me encojo de hombros―. Siempre he sido
buena con números. Trabajar en contabilidad me pa-
reció la decisión más sabia.
―¿Pero trabajar con números te hace feliz? ¿La
idea de hacer impuestos para la gente te da un propó-
sito para vivir todos los días?.― Nick inclina la cabeza
y me estudia. Luego mira una pintura y agrega―.
Tiene que haber una buena razón para levantarse de
la cama todos los días. Tienes que amar lo que haces.
Niego con la cabeza y tomo un sorbo del vino que me
sirvió. ―No todos tienen esa oportunidad en la vida.
No todos tienen ese privilegio. Tu arte… —miro hacia
el candelabro—. Tus luces… todo es fantasía. Bien po-
dría ser un cuento de hadas para mí. Inalcanzable.
―Todo es alcanzable ―dice mientras bebe tam-
bién de su vino.
Nuestra comida llega y ambos nos sentamos en
silencio mientras nos sirven una colección gourmet de
verduras y pollo con una bonita salsa cremosa. Nunca
había visto una variedad tan magnífica en mi vida.
Solo he visto a gente comer así en las películas y no
puedo creer que esté sentada en una mansión y me
sirvan la comida de mi vida cuando hace solo unos
días, estaba contando las monedas sueltas para com-
prar un taco en un local de comida rápida.
Miro alrededor de la gran sala mientras tomo peque-
ños bocados de la comida, obligándome a comer como
una dama y no devorar la comida como realmente
quiero hacer. Tengo más hambre de lo que me doy
cuenta, pero no quiero avergonzarme por mi falta de
modales. Me siento incómoda e insegura sobre cómo
actuar. Trato de mirar a Nick para obtener mis pistas
de él, pero cada vez que lo miro, sus ojos me miran
intensamente.
Me aclaro la garganta y decido romper la densa
energía de la habitación con una conversación infor-
mal. ―Tienes una casa muy grande. Elegante pero no
pretensiosa.
―Gracias.
―¿Cómo conseguiste todo tu dinero?― En el
momento en que hago la pregunta, desearía poder re-
tractarme. Solo los pobres preguntan eso a los ricos.
En una pregunta, acabo de revelar lo diferentes que
somos.
―Yo compro cosas. Y luego vendo cosas ―res-
ponde mientras toma un sorbo de su copa de vino.
―Qué tipo de cosas?
―Lo que realmente quieres preguntarme
―dice, mientras deja su vaso sobre la mesa―. Es si
vendo cosas malas. ¿Quieres saber si vendo drogas,
mujeres y armas?
―¿Lo haces?
Se encoge de hombros. ―Reúno y vendo infor-
mación vital para otros. Tomo decisiones comerciales
acertadas y no me encierro en un área. No me opongo
a nada si el resultado final es dinero.
―¿Es por eso por lo que organizas las fiestas de
“Wonderland”? ¿Por dinero?
Él se ríe. ―No. Me cuestan dinero. Mucho di-
nero.
―Entonces, ¿por qué hacerlo?
―Por la misma razón que un padre organiza
una fiesta de cumpleaños.― Toma un trago de su
vino―. Para presumir.
―Algunos dirían que un padre organiza una
fiesta de cumpleaños por amor ―respondo.
―¿Qué sabrías sobre el amor de un padre?
Sus palabras son como una bofetada en la cara.
Sin embargo, tiene razón. Nunca he tenido una fiesta
de cumpleaños real, ya que mi cumpleaños siempre
ha sido un día más, así que no soy la persona ade-
cuada para hablar sobre este tema. Mi madre no tenía
ningún deseo de presumir o mostrar amor.
―Y déjame adivinar. ¿Eres un niño de mamá?
¿Te estás ahogando en todo el amor de mamá y papá?
¿Fuiste bendecido con cenas nocturnas alrededor de
la mesa? Bueno, no todo el mundo tiene tanta suerte.
Se recuesta en su silla, su rostro completamente
sin emociones.
―Los cumpleaños no son más que una exhibi-
ción ―continúa, ignorando mi declaración―. Una
oportunidad para presumir. Es una muestra de
cuánto aman a su hijo a todos los padres del otros ni-
ños, a los familiares que asisten y así sucesivamente.
Se trata de revelar lo que te puedes permitir, y qué
magia puedes crear en un evento.
―Así que haces “Wonderland” para presumir.
―Sí. ¿Y no estarías de acuerdo en que lo hago
bien?
―Realmente no lo sabría. No voy a clubes noc-
turnos y fiestas con la frecuencia suficiente para com-
parar.
Se inclina hacia mí muy ligeramente. ―Disfru-
taste lo que viste anoche, ¿sí? Hasta que la noche dio
un giro, estabas asombrada, ¿no es así?
―Sí.― Vuelvo mi atención a mi pollo, sintién-
dome completamente fuera de mi liga.
―Ese es mi objetivo. Crear asombro ―dice,
también dirigiendo su atención a su plato de co-
mida―. También aprovecho la oportunidad de tener
a los más ricos, los famosos, los más poderosos reuni-
dos en un área para mi beneficio. Dirijo reuniones de
negocios, o como me gusta llamarlas en “Wonder-
land”, «fiestas de té». Pero eso es sólo un eufemismo
para lo que realmente son, ególatras sentados alrede-
dor de una mesa.
―¿Alguna vez matas gente? —pregunto, no es-
toy segura de querer escuchar la respuesta.
Hace una pausa, me estudia durante varios mo-
mentos. ―Cuando debo.
Levanto la ceja y siento el pollo que acabo de
comer atorado en la parte posterior de mi garganta.
―¿Cuándo tienes que hacerlo?
―Sí.
Tomo un sorbo de vino, me aclaro la garganta
y pregunto: ―¿Cuándo puedo llamar a mi hermano
y a Sasha?
―Después de la cena. Iremos a mi estudio, fir-
maremos un contrato ―dice con una sonrisa mali-
ciosa y un brillo en los ojos―.Y luego puedes hacer
las llamadas.
―¿Un contrato?
―Soy un hombre de negocios, Lyriope. Siem-
pre firmo contratos.― Aunque la forma en que dice
las últimas palabras está lejos de ser seria o profesio-
nal. Hay picardía en el tono y diablura en el senti-
miento.
Capítulo Trece
Nick
―ANTES DE HACER LAS LLAMADAS, VAMOS A
FIRMAR UN CONTRATO.

―Está bien ―dice mientras la veo enderezarse


visiblemente y echar sus hombros hacia atrás. Ad-
miro lo mucho que trata de parecer fuerte cuando sé
que en el fondo es una niña asustada.
―¿Cuáles son los términos?
―Bueno, como recordarás en la fiesta Morelli,
el acuerdo fue que te ayudaría a salir de tu lío con los
Sidorov por el precio de follarte. Quería follarte antes
de que murieras.
―Lo recuerdo.
―Y todavía no lo he hecho ―digo mientras
saco un contrato que había redactado mientras ella es-
taba encerrada en mi bodega―. Sigo pensando en fo-
llarte. De hecho, el contrato establece que vas a vivir
aquí, a mi entera disposición, siguiendo mis reglas,
hasta que tu virginidad sea reclamada por mí.
―¿Y cuándo va a pasar eso? ―pregunta mien-
tras se acerca a mi escritorio, sus ojos mirando el con-
trato.
―Cuando decida que es el momento adecuado.
Ella levanta una ceja y cruza los brazos contra
su pecho. ―Treinta días ―afirma con una bravucone-
ría, aunque falsa, que he llegado a respetar―. Soy
tuya por treinta días, pero después, soy libre de irme
con tu ayuda, asegurándome de que mi familia y yo
estemos a salvo.
Me río mientras me siento en mi gran sillón de
cuero blanco. ―Eres una chica divertida. ¿De verdad
crees que te traje a mi estudio para negociar? ―río de
nuevo―. No estás en posición de negociar nada.
―No puedes esperar que esté a tu merced por
un tiempo desconocido. Tiene que haber una fecha de
terminación.
Niego con la cabeza. ―No, no lo hay. El con-
trato establece que tu cuerpo, toda tu eres mía, hasta
que yo te reclame por completo. En ese momento re-
negociaremos los términos y llegaremos a un nuevo
acuerdo. Pero por ahora, el contrato es muy simple.
Eres mía hasta que te reclame por completo.
―¿Y si no firmo esto?
Me río de nuevo. ―Vamos, Lyriope, ambos sa-
bemos que no necesito este contrato. Simplemente lo
estoy agregando a la mezcla por diversión.
―¿Diversión?
―Oh sí. Diversión.― Pensamientos perversos
pasan por mi cabeza, y aunque quiero actuar en cada
uno ahora, también quiero tomarme mi tiempo.
Quiero saborear este manjar delante de mí.
Aparto mi silla del escritorio y la miro fija-
mente, absorbiendo su belleza. Ella realmente es una
mujer impresionante. Oh sí. Voy a disfrutar mi tiempo
con mi huésped en casa.
―Ven, párate frente a mí ―ordeno.
Veo sus ojos agrandarse, su lengua saliendo de
su boca para lamerse los labios secos, y luego sus pe-
queños pasos se abren camino hacia donde estoy sen-
tado.
Cuando finalmente se coloca entre mi escritorio
y yo, me pongo de pie, le doy la vuelta y la inclino
sobre mi escritorio. Intenta resistirse, pero la sujeto
con firmeza, dejándole claro que no tiene más remedio
que acostarse sobre mi escritorio como la buena chica
que espero que sea.
―¿Qué estás haciendo? ―pregunta, sin aliento.
Inclinándome hacia su oído, le digo: ―Vamos a
firmar el contrato, ¿de acuerdo?
Coloco el contrato frente a su rostro, que está a
centímetros de la mesa. No para que ella pueda leerlo,
porque francamente, el contrato es simplemente un
accesorio para lo que tengo planeado. A continuación,
me acerco a ella y tomo un bolígrafo Mont Blanc que
tuve el placer de comprar en París. Me tomo mi
tiempo para arrastrarla por el escritorio y que ella
pueda ver claramente la herramienta de mi tortura.
Como si sintiera lo que planeo hacer, trata de
levantarse de nuevo, pero la empujo hacia abajo con
el peso de mi cuerpo mientras le susurro al oído:
―Deja de resistirte.
Le bajo los pantalones y las bragas hasta las ro-
dillas con tanta rapidez que ni siquiera tiene tiempo
de protestar.
Pero una vez que está completamente desnuda,
todavía sostenida firmemente contra el escritorio, pre-
gunta. ―¿Por qué haces esto?
Gira la cabeza para mirarme cuando meto la
mano en el cajón de mi escritorio y saco una botella de
lubricante. Sus ojos examinan el bolígrafo mientras lo
cubro con lubricante, y luego me mira.
―¿Qué diablos estás haciendo?― Ella trata de
ponerse de pie de nuevo, pero la empujo contra el es-
critorio con más fuerza. Ella no tiene otra opción en
esto, y cuanto antes lo acepte, mejor.
Aparto sus pies de una patada, abro sus muslos
y me tomo un momento para contemplar la vista de
su trasero desnudo en plena exhibición. Puedo ver su
coño asomándose contra la madera de caoba de mi es-
critorio. Está brillando como si estuviera llamando a
mi toque. Pero no esta noche. Esta noche se trata de
negocios.
Un contrato.
Cuando coloco la pluma resbaladiza en su ano,
ella se retuerce contra mí. ―¡Nick! ¡No!
Ignoro su demanda y presiono el bolígrafo a
través de su agujero fruncido, disfrutando el grito de
asombro que escapa de sus labios.
―Vamos a escribir los términos del contrato
―empiezo mientras muevo el bolígrafo aún más den-
tro de ella.
―¡Detente! Sácala.― Se mueve contra mí, pero
cuanto más lo hace, más profundo penetra la pluma.
No le toma mucho tiempo darse cuenta de que que-
darse quieta la beneficia más que intentar pelear.
―Primera regla―, digo mientras deslizo la
pluma lo suficiente como para escuchar su respiración
entrecortada, solo para empujarlo hacia adentro.
―Esta es mi casa. Mis reglas. Las obedecerás. Pero no
eres mi prisionera. Eres mi invitada. Vivir aquí será
una mezcla de miedo, lujuria y deleite. Amarás cada
minuto.
―Bien. Lo que quieras ―dice mientras aprieta
las nalgas como si eso ayudara.
Hago círculos con la pluma como si estuviera
firmando mi nombre dentro de las profundidades de
su culo.
―A continuación, discutiremos el pago de la
deuda.
―Sexo ―chilla cuando empiezo a bombear el
bolígrafo dentro y fuera con un movimiento rít-
mico―. Lo entiendo. Quieres tener sexo conmigo.
―Eventualmente ―digo―. Pero sólo cuando
sienta que es correcto. Hasta entonces, sin embargo,
todo tu cuerpo, incluyendo este culo tuyo, es mío para
hacer lo que me plazca.
Ella no responde al principio, pero empujo el
bolígrafo de un lado a otro golpeando las paredes de
su agujero, lo que hace que grite y trate de alejarse en
vano. ―Sí está bien. Acepto.
―Si rompes mis reglas. Si eres mala. Habrá con-
secuencias. Graves.
―Sí. ― Ella está de acuerdo, jadeando por aire.
―A las chicas que son malas se las follan por el
culo ―le digo, girando el bolígrafo dentro de ella.
Ella no responde, pero suelta el gritito más ten-
tador que jamás he escuchado.
―Bien, bien. Firmaré nuestros nombres por los
dos.
Comienzo a follarle el culo con la pluma, viendo
como su suave coñito se humedece con cada una de
mis embestidas. Jesús, jodido Cristo, me va a encantar
follar con esta mujer.
Pero todavía no…
Todavía hay mucho con lo que jugar. Para pro-
vocar.
―Una vez que jodamos, renegociaremos
―digo, tratando de mantener la compostura y el con-
trol, aunque la bestia que llevo dentro se enfurece.
Saco el bolígrafo y le doy una palmada fuerte en
el culo. ―Bueno. Nuestros términos han sido acorda-
dos.― La levanto del escritorio y le doy vuelta para
que me mire a la cara―. Me alegro de que la parte co-
mercial de este acuerdo haya terminado.
Está tan cerca que puedo besarla. Tan cerca que
puedo colocar mi polla dura dentro de ella y hacerla
mía. Pero en lugar de eso, respiro profundamente,
ajusto la forma en que mis pantalones se asientan so-
bre mi polla palpitante y la muevo a un lado, tomando
mi asiento de nuevo.
Lyriope retrocede a trompicones y tarda unos
instantes en recomponerse y subirse los pantalones y
las bragas. Respira con dificultad, le tiembla el labio y
puedo oler su excitación en el aire.
Ella quiere más.
Puedo sentirlo. Casi puedo saborear el sabor
dulce y almizclado de su sexo. Y puedo verlo en la
forma en que su rostro está sonrojado y sus ojos nece-
sitados.
―Ahora, primero llamemos a tu hermano
―digo, volviendo a la tarea. Marco el número que
tengo y pongo el teléfono en altavoz.
Una Lyriope aún agitada y aturdida se limita a
ponerse de pie mientras lo hago. Le hace falta el so-
nido de la voz de su hermano respondiendo al telé-
fono para salir del aturdimiento casi hipnótico en el
que se encuentra.
―¿Dylan? ―chilla, mirando el altavoz del telé-
fono como si realmente pudiera ver a su hermano mi-
rándola fijamente―. ¿Estás bien?
―¡Lyriope! ¿Dónde estás? ¿Estás bien?― La
voz de Dylan responde rápidamente.
―Estoy bien. Yo… —Sus ojos se dirigen a los
míos por una fracción de segundo―. Estoy a salvo.
―¿Qué diablos está pasando? Los hombres lle-
garon a mi escuela y…
―Dylan ―interrumpo―. Soy Nick Hudson.
Estoy seguro de que te han puesto al corriente de
quién soy, de cuáles son mis intenciones con tu her-
mana y de cómo he decidido ayudarlos a los dos.
Escucho a Dylan aclarar su voz en el otro ex-
tremo, dándome cuenta de que está en el altavoz del
teléfono y puedo escucharlo. ―Sí, señor. Soy cons-
ciente.
―Tu hermana necesita saber que estás bien y
que todo está bien ―digo con calma, pero con firmeza
en mi tono para recordarle a Dylan quién soy y qué
espero.
―Lo estoy, Lyriope ―dice Dylan rápida-
mente―. El Señor Hudson ha hecho los arreglos para
que yo vaya a…― Hace una pausa―. Estoy en un lu-
gar secreto y me han dado una pasantía única en la
vida.
Lyriope me mira. ―¿Por qué no puede decirme
dónde está?
―Por su seguridad ―respondo. Le doy una mi-
rada de advertencia y recojo el bolígrafo que acaba de
atascarse en su trasero.
―No te preocupes por mí ―dice Dylan―. Sólo
estoy preocupado por ti. ¿Cómo pudieron mamá y ese
idiota ponerte en esta situación? Te dije que te mantu-
vieras fuera de su problema.
―Sabes que nunca he sido capaz de hacerlo
―murmura, mirándose los pies mientras lo hace.
―Y mira dónde te ha llevado eso y a mí. Y dé-
jame adivinar... ¿Mamá y su perdedor están viviendo
sus vidas sin consecuencias?
―Se fueron a explorar una nueva oportunidad
de negocio. O al menos eso es lo que me dijeron antes
de hacer las maletas y marcharse —dice evitando mi
mirada.
―Bueno. Déjalo de esa manera. Ella nunca ha
sido una madre para nosotros, y este último truco lo
demuestra. El hecho de que tú y yo tengamos que ser
arrancados de nuestras vidas para estar protegidos.―
Lo escucho soltar un profundo suspiro—. Prométeme
que has terminado con ellos.
Ella no responde de inmediato, y por la forma
en que arruga la nariz y frunce el ceño, puedo ver que
le duele tener esta discusión y explorar la idea de ale-
jarse de su madre para siempre.
―Prométemelo ―presiona. Suspira ruidosa-
mente.
―Lyriope, es hora de que te pongas primero
para variar. No siempre se puede cuidar de ella. Es un
puto desastre y nos arrastra con ella. Es hora de que
rompamos la cadena.― Hace una pausa y cuando Ly-
riope no responde, continúa. ―¿Dónde están ahora?
―No importa ―dice, sacudiendo la cabeza
como si Dylan pudiera verla―. Solo me importa que
estés a salvo.
―Lo estoy. ¿Tú qué tal?
Lyriope me mira con sus ojos tristes y asiente.
―Estoy en un lugar seguro también.
Decido que la conversación debe llegar a su fin.
No me gusta ver a Lyriope así. Es como si estuviera
derrotada cuando se trata de hablar de su madre. Casi
parece cansada en lugar de simplemente triste. Inde-
pendientemente de lo que sienta, no me gusta y siento
la necesidad de intervenir para terminarlo.
―Haré que Lyriope vuelva a llamar pronto
―digo, colocando mi dedo sobre el botón para finali-
zar la llamada.
―Te amo ―dice rápidamente Lyriope.
―Te amo ―responde Dylan antes de que des-
conecte la llamada.
―Está bien, ahora llamamos a Sasha ―le digo,
cada vez más impaciente con toda esta limpieza téc-
nica que prometí. Entiendo su necesidad, y di mi pa-
labra, pero esta pequeña película de Hallmark es
como dedos en una pizarra para mí―. Hazlo rápido.
Los dos hemos estado despiertos durante mucho
tiempo. Es hora de ir a la cama.
Aunque dudo que pueda conciliar el sueño tan
fácilmente como exige mi cuerpo, sé que Lyriope tam-
bién necesita descansar.
―Esa fue una llamada demasiado rápida con
mi hermano ―dice, con la mandíbula apretada y los
ojos entrecerrados―. Y no necesitabas estar en la con-
versación. Entiendo tus reglas y no necesito que estés
encima de mí para asegurarte de que se cumplen.
Ignoro su enfado y le doy un pase por esta vez.
Aunque me dan ganas de volver a ponerla sobre mi
mesa y añadir una cláusula al contrato, o un largo
apéndice.
―Es un hombre ocupado. La pasantía que le di
va a ser extremadamente desafiante pero también lu-
crativa si la hace bien. Su vida está a punto de cambiar
y está en un camino que sería el sueño de cualquier
hombre. Es mejor si su cabeza está enfocada y en el
juego.
Entonces llamamos a Sasha, pero va directo al
buzón de voz. Asiento con la cabeza a Lyriope para
que deje el mensaje.
―Sasha, esta es Lyriope. Estoy a salvo con Nick
en su mansión.― Ella me mira, y golpeo mi bolígrafo
en el escritorio a modo de advertencia―. No tengo mi
teléfono, así que, si me necesitas, tendrás que contac-
tarme a través de él.― Sus ojos permanecen en la
pluma―. Pero no te preocupes por mí. Nick y yo nos
encargaremos de las cosas. Por favor, no se lo digas a
nadie de tu familia. Por favor. Estoy bien. De ver-
dad―. Me hace un gesto con la cabeza para que des-
conecte el teléfono, lo cual hago, satisfecha con la
forma en que se manejó.
Ella siguió nuestro contrato perfectamente.
Capítulo Catorce
Lyriope
HABITACIÓN BLANCA, ARTE COLORIDO, pero en las
sombras oscuras es donde se espera que duerma esta noche
y mientras Nick lo considere así. La locura que acecha a
este hombre me asfixia. Se apodera de cada emoción que
poseo y aprieta tan fuerte que he perdido todo el control.
Cada sentimiento y sensación se agudiza a su alrededor. Su
locura es contagiosa, y yo he sido infectada.
Llevo mi mano a mi pecho mientras camino por mi
habitación. Mi habitación.
Mi nueva vida. Mía.
Esto es una completa locura.
No puedo quedarme aquí… con él.
Sé que mi vida está en peligro, pero el peligro de per-
manecer al alcance de Nick, al alcance de su mano...
No puedo hacer esto.
La luna llena ilumina la noche clara, por lo que es
una noche perfecta para una escapada. Podré ver mi ca-
mino sin necesidad de una linterna o cualquier fuente de
luz. Si bien debería estar exhausta por mi terrible experien-
cia, me siento inquieta. Tengo que irme ahora. Necesito es-
capar mientras pueda antes de que Nick llegue... antes de
que pueda reclamar mi virginidad como suya. No voy a
dejar que use mi cuerpo como quiera, como lo hizo en su
estudio. No soy suya. Él no me posee, no importa lo que le
diga su ego jodido, o lo que me diga mi libido cachondo.
Y a pesar de que no tengo adónde ir, necesito huir
ahora, antes... antes de que pase algo más. como el beso. No
puedo permitir que más de eso me enturbie la mente y se
apodere de mis emociones.
Necesito sentir el aire golpear mi cara mientras mis
pies golpean contra el suelo hacia la libertad. Necesito libe-
rarme de mi carcelero y ocuparme de mi próximo paso una
vez que tenga la mente despejada. Y no puedo tener la
mente clara con Nick Hudson metiendo su lengua en mi
boca y su pluma en mi culo.
El hombre todavía está abajo despierto. ¿Alguna vez
duerme? Sé que ha estado despierto desde el “Wondere-
land”, y aunque yo también, al menos tuve mi coma se-
cuestrada y drogada para descansar un poco.
Las campanas de advertencia suenan en mi cabeza,
pero una voz de la razón está tratando de llamarme para
que me detenga y piense en todo esto.
¿Qué pasa con Dylan? Él está a salvo en este mo-
mento, y si me voy... La razón puede ser una verdadera pe-
rra a veces. Y en este momento, esa voz me está gritando y
diciéndome lo estúpida que estoy siendo.
Sin embargo, la voz tiene razón.
No puedo simplemente escapar ahora. Todavía no.
No tengo un plan. No tengo dinero ni un lugar adónde ir.
Gracias por entregar mi teléfono mientras estaba en la
puerta del “Wonderland”, ni siquiera tengo una forma de
llamar a alguien para pedir ayuda... si tuviera a alguien a
quien llamar. Ni siquiera sé dónde estoy. Aparte del hecho
de que estoy en la casa de Nick, no tengo ni idea de dónde
está exactamente. Podría estar en alguna isla en algún lugar
sin acceso a un barco.
Miro por la ventana de nuevo, todavía sintiendo la
necesidad de salir de la casa si no fuera por una bocanada
de aire fresco. Tal vez podría usar este tiempo para hacer
algo de reconocimiento. Necesito ver si reconozco alguna
cadena montañosa, o qué tipo de árboles hay en el área.
¿Cuál es la temperatura afuera? ¿Estoy en los trópicos o
quizás en Maine? Tengo que orientarme sobre dónde estoy.
Al menos mira si estoy en una isla o algo así. Si al menos
puedo salir de los terrenos, tal vez pueda ver un punto de
referencia o algo que me dé una idea de dónde estoy. Eso
al menos me ayudaría a formar un plan para un futuro es-
cape.
Sí, necesito ser inteligente. Necesito planificar.
El juego largo es el único camino. Tengo que burlar
a un oponente muy inteligente y formidable.
Espero todo lo que puedo, pero no tengo más reme-
dio que planear mi huida ahora, antes de que el cansancio
se apodere de mí. Salgo a hurtadillas de la casa, escudriño
la zona en busca de guardias de seguridad, vallas eléctri-
cas, alarmas, perros guardianes o cualquier otro disposi-
tivo que pueda dificultar mi huida. Empiezo a formular un
plan y vuelvo antes de que nadie se dé cuenta. Sé que
puedo permanecer en silencio, en las sombras, y evitar que
la seguridad me detecte.
Tiro hacia atrás el edredón blanco y rápidamente
creo una cuerda improvisada con las sábanas que saco de
mi cama. Ato un extremo alrededor del marco de hierro de
la cama, abro la ventana y tiro la cuerda. Lanzando mi
pierna sobre el alféizar de la ventana, fuerzo una sonrisa
ante mi pequeño plan. Si trato de fingir que me estoy esca-
bullendo como una adolescente que se encuentra con su
novio en lugar de huir de la mansión de un psicópata que
corta los dedos, entonces tal vez no me asuste tanto.
Muevo el pie de un lado a otro hasta que encuentro
mi primer punto de apoyo. Sosteniendo el alféizar con una
mano y la sábana con la otra, salgo por la ventana y coloco
mi segundo pie sobre un enrejado que está lleno de ramas
de una enredadera. Con todo mi peso sobre la estructura,
escucho un siniestro crujido y siento que la madera co-
mienza a balancearse un poco.
Moviéndome lo más rápido que puedo, bajo las sá-
banas, usando la celosía de madera para ayudarme en mi
escape. Una y otra vez, tengo que reprimir un grito como
si una espina o un trozo de madera me perforara la piel a
través de la ropa o me raspara las piernas o las manos con
cada movimiento hacia abajo.
Solo un par de metros antes de llegar al fondo, de
repente no siento resistencia en mis brazos. Al mirar hacia
arriba, veo que el extremo de la cola de la sábana sale dis-
parado por la ventana. Mi cuerda se ha soltado del marco
de la cama, mis habilidades para hacer nudos obviamente
son inferiores.
Caigo la distancia restante, aterrizando de lleno so-
bre mi trasero. Me congelo, escuchando, sabiendo que el
ruido sordo y mi chillido hicieron poco por mi operación
encubierta. Cuando no escucho el sonido de seguridad co-
rriendo hacia mí, finalmente me pongo de pie y limpio la
tierra, las espinas y las ramitas rotas de mi cuerpo, agrade-
cida de que nadie de seguridad haya escuchado nada.
Libero el aliento del que no he sido consciente que
estoy conteniendo, me saco una última espina de la palma
y me cepillo el pelo hacia atrás. Mantengo mi cuerpo pre-
sionado contra el costado de la mansión mientras miro por
la esquina. Dos hombres que casi parecen gemelos idénti-
cos montan guardia. Ambos tienen la cabeza rapada, visten
trajes negros y son de gran estatura.
―¿Alguna noticia sobre la invitada del Señor Hud-
son? ―pregunta uno de ellos.
Mis ojos se fijan en cómo la luz de la luna ilumina la
tersura de su cabeza. Casi parece como si estuviera ilumi-
nado desde abajo.
―Ojalá. He oído que el señor Hudson la paseó por
la casa completamente desnuda para que todo el personal
la viera. Tú y yo fuimos los tontos que se quedaron fuera
perdiéndose todo ―responde su doppelgänger5.
Golpea a su gemelo en el brazo. ―No estoy ha-
blando de que ella esté desnuda. Estoy preguntando si al-
guien sabe por qué está aquí.
―Negocios, supongo.― Se ríe―. Negocio desnudo.
―Puedes ser un verdadero idiota, ¿lo sabías?― Lo
empuja y sacude la cabeza―. Ni siquiera sé por qué me
molesto contigo.
Mi cara enrojece ante el recuerdo de una experiencia
tan mortificante, y empeora aún más ahora que puedo es-
cuchar a la gente chismorrear al respecto.
El gemelo golpea su brazo a cambio. ―Quieres verla
desnuda tanto como yo. No mientas.
No quiero quedarme parada y escuchar a escondidas
por más tiempo. Miro a mi alrededor y puedo ver un
enorme muro de piedra que está oculto entre los arbustos
que flanquean ambos lados de la gran puerta que conduce
al camino de entrada al frente de la casa. Los terrenos están
bien iluminados, y sé que no hay forma de que yo salga por
la puerta principal sin ser detectada. La parte trasera de la
casa es todo océano, así que no puedo correr por ahí. Hay

5
En el más simple de los términos, un doppelgänger es gemelo o doble de alguien.
un muelle con una lancha rápida estacionada en él, y con-
sidero ver si hay una manera de robar el barco. Tal vez las
llaves queden dentro. Pero al igual que el camino de en-
trada, el muelle también está bien iluminado. La posibili-
dad de ser descubierta es un riesgo demasiado grande. Sin
embargo, hago una nota mental para estar atenta a un
juego de llaves del barco en el futuro. Es una opción de es-
cape. Improbable, pero sigue siendo una opción.
Pero si sigo la costa...
Me dirijo a la playa y empiezo a caminar por la orilla,
sin importarme que mis zapatos se mojen. Aunque su pro-
piedad es grande, espero ver a algunos vecinos a lo largo
de la costa. Tal vez haya hoteles o restaurantes en el ca-
mino. Solo rezo para no estar en una isla propiedad de Nick
sin posibilidad de escape. Habló de los vecinos, a pesar de
que dijo que no me ayudarían... pero tal vez lo hagan si de-
fiendo mi historia.
Sigo caminando y finalmente veo luces de casas a lo lejos.
Está demasiado oscuro para distinguirlos exactamente,
pero hay señales vida. Mientras camino, mis pies mojados
se enfrían, y creo que la marea está subiendo porque el
agua sigue lamiendo y mojando mis tobillos e incluso mis
rodillas a veces.
El sonido de las olas, las estrellas en lo alto, todo crea
un hermoso escenario, pero mi situación actual es todo lo
contrario. Mi hermano, Dylan, tiene razón al preguntar
cómo nuestra madre pudo hacerme esto. Debería estar más
enojado de lo que estoy, pero toda mi vida le he dado un
pase a la mujer simplemente porque es mi madre. Nunca
la hago responsable por sus pobres habilidades maternales.
Nunca grito. Nunca exijo. Nunca la descarto cuando real-
mente debería hacerlo. He sido la madre en nuestra diná-
mica desde que pude caminar y hablar. Incluso cuando era
niña, mis habilidades de razonamiento superaban con cre-
ces las de ella.
Debería estar enojada. Debería estar furiosa. ¡Estoy
aquí por ella! Mi vida corre peligro porque la estaba ayu-
dando. Y sin embargo… Sé que lo volvería a hacer porque
es mi madre. Es quien ella es y quién soy yo. Es una rela-
ción enferma que no se puede romper.
Es un vínculo tóxico.
No sé cuánto tiempo he estado caminando, revi-
sando, tomando notas mentales sobre cómo puedo o no es-
capar, pero los edificios están cada vez más cerca y las luces
más brillantes. Me he ido por más tiempo del que había
planeado y considero regresar antes de descubrir que me
perdí, pero luego escucho el sonido retumbante del motor
de un bote acercándose a mi lado.
Una voz profunda viene de las sombras. ―¿Qué de-
monios estás haciendo?
Capítulo Quince
Lyriope
NICK EMERGE DESDE LA OSCURIDAD, conduciendo
la lancha rápida, la ira pintando su rostro.
Mi corazón se las arregla para comenzar de nuevo,
pero da un vuelco mientras trato de pensar en una explica-
ción para estar fuera de la mansión.
Cuando no se me ocurre ninguna idea brillante,
digo. ―Yo… yo, eh… quería ir a dar un paseo por la playa.
Mira la mansión en la distancia y luego me mira a
mí. Apagando el bote, pregunta. ―¿Cómo saliste de la
casa?
Considero mentir y decirle que salí por la puerta
principal, pero no quiero meter a Tweedle Dee y Tweedle
Dum6 en problemas por mi mentira.

6
Personajes del cuento A través del espejo y lo que Alicia encontró allí de Lewis Carroll y de
una canción de cuna inglesa anónima. Los nombres fueron tomados de un poema de John By-
rom y parece que provienen del hecho de enredar con los dedos o agitarlos sin ningún sentido
práctico.
―Salí por mi ventana ―confieso―. Necesitaba un
poco de aire fresco para pensar.
Mira por encima del hombro, luego hacia mí y luego
por encima del hombro una vez más. ―¿Estás loca? ¡Po-
drías haberte roto el cuello!
―Bueno, no lo hice ―digo―. Y si lo hubiera hecho,
solo tienes que culparte a ti mismo. Solo quería salir y sabía
que no permitirías…
―Así que sabías que no debías salir de mi casa. Sa-
bías que no lo permitiría.
Oh, mierda. Hora de retroceder. ―Mira, no es como
si estuviera tratando de escapar o huir. Sólo quería pensar
y no sentir que las paredes blancas se cerraban sobre mí.
―Tienes un minuto para meter tu trasero en este
bote ―ordena Nick.
La demanda ataca cada pizca de feminismo y poder
femenino que hay en mí. Esas eran palabras de lucha. Miro
hacia las luces en la distancia y me pregunto si tengo la
oportunidad de salir corriendo. Aunque el hombre de la
lancha que está a mi lado responde bastante bien a ese pen-
samiento de reflexión.
―Tú no puedes decirme qué hacer. Puedo ser tu
maldita cautiva, pero no puedes tratarme como a una mal-
dita niña. Dijiste que no me tratarías como a una prisionera.
Dijiste que me tratarías como una reina. ¿Pero no puedo ni
dar un paseo?
―Tienes diez segundos ―advierte, comenzando a
contar hacia atrás desde diez.
Me mantengo firme, mirándolo, ignorando su
cuenta regresiva a pesar de que mi corazón salta con cada
cuenta. ―No me asustas. Cuenta todo lo que quieras. No
me estoy moviendo.
―Cinco, cuatro, tres, dos, uno. Se acabó el tiempo.
Salta fuera del bote, chapoteando hasta los muslos en
el agua del océano. Se dirige hacia mí a grandes zancadas.
Al verlo venir, la luz de la luna refleja claramente la mirada
de absoluta determinación en su rostro, hago lo único que
haría cualquier persona en su sano juicio... corro.
No he recorrido ni tres metros antes de gritar, mi
cuerpo vuela sobre el hombro de Nick. Mientras yo jadeo,
el hombre ni siquiera está respirando con dificultad por el
esfuerzo.
―¡Bájame! ―grito, me retuerzo, pateo y puñetazos
en un intento de liberarme sin hacer nada más que hacer
que él apriete más―. Está bien. Tú ganas. Me subiré al bote.
Solo bájame.
―Me temo que ya no es una opción ―dice Nick, gol-
peando mi trasero con tanta fuerza que grito en voz alta.
El agua salpica a nuestro alrededor y me empapa la
cara mientras nos conduce hacia el barco que espera. Dejo
de forcejear cuando soy recompensada con otra fuerte bo-
fetada en mi trasero, los pantalones de yoga hacen muy
poco para protegerme en este acto humillante.
―No soy un hombre con el que meterse ―dice Nick,
otro golpe aterrizando en mi trasero vuelto hacia arriba―.
¿Ya has olvidado nuestro contrato?
Eso me tiene quieta en estado de shock. Presionando
contra sus piernas para arquear mi cuerpo, digo. ―¡Bien!
Lo entiendo. Sigue tus reglas. Te escucho fuerte y claro.
Su risa hace que cada célula de mi cuerpo se ponga
en alerta, pero es su: ―Sí, y un castigo con tu nombre hará
que te acuerdes de seguir lo que oyes alto y claro.― Lo que
hace que mi culo se apriete tanto y que mis manos vuelvan
a intentar cubrir lo que sé que es su objetivo.
Nick me sube al bote, siguiéndome de cerca. Ambos
estamos mojados, y la energía entre nosotros chisporrotea
tanto que apenas puedo respirar. Está enojado, pero tam-
bién tiene el control. De hecho, me pregunto si Nick Hud-
son alguna vez pierde el control. Incluso cuando estaba a
punto de cortarle los dedos a un hombre, parecía tener el
control de cada emoción que poseía.
Me lanza un chaleco salvavidas. ―Póntelo.
Me trago una réplica enojada y me las arreglo para
mantener la calma. ―Sé cómo nadar.
―Ahora.
―No necesito un chaleco salvavidas.
Su tono no cambia, pero la tormenta en sus ojos pa-
rece alcanzar fuerza de huracán. ―No te estoy pregun-
tando, Lyriope, te lo estoy diciendo. Créame, no quieres
que me repita.― Inclinándose en el asiento, abrocha el cha-
leco a mi alrededor―. Permanece sentada.― Luego se
sienta en el asiento del conductor y enciende el motor.
Hago lo que me ordena porque no tengo muchas op-
ciones. Los asientos de cuero están fríos por el aire inusual-
mente fresco de la primavera y por el hecho de que el agua
del océano se adhiere a mi ropa y está helada sin importar
la época del año.
El estruendo del bote se siente como pura masculini-
dad, causando que el deseo y la excitación crezcan dentro
de mí, lo que también me enfurece por permitir que mis
emociones sean persuadidas tan fácilmente. Miro el perfil
cincelado de Nick en la luminosidad del cielo estrellado. Su
mirada, su olor, toda su presencia dominante es franca-
mente erótica.
¿Qué diablos está pasando? Él muy bien podría ser
el hombre más sexy que he visto en mi vida, pero este hom-
bre es exasperante, mandón y me secuestra... o me rescata...
o… no tengo ni idea.
Viajamos en silencio mientras el bote atraviesa el
agua y nos dirigimos de regreso al muelle donde estuvo
estacionado el bote. En una situación normal, habría dis-
frutado el paseo en bote, pero actualmente todo lo que
puedo sentir es aprensión por lo que viene después.
Cuando llegamos al muelle iluminado, salta y ama-
rra el bote. Sus guardias de seguridad caminan hacia noso-
tros mientras les indica que se detengan. ― Lo tengo con-
trolado. Sólo ocúpense de la casa.
Ambos hombres hacen una pausa, me miran y luego
siguen rápidamente la orden de su jefe. Estoy seguro de
que los hijos de puta esperaban verme desnuda.
Nick vuelve a subir al bote cuando lo tiene asegu-
rado y me quita el chaleco salvavidas que olvidé que lle-
vaba puesto.
Me concentro en sus manos mientras recoge su bas-
tón que estaba en el suelo. Intento repeler las imágenes se-
xuales que invaden mi mente de lo que es capaz de hacer
con esas manos.
―¿Siempre eres así? ―pregunta.
―¿Así como?
―¿Terca, tonta y ridículamente descuidada?― La
mandíbula de Nick se tensa y su expresión se oscurece aún
más―. Sabía que intentarías escapar, pero no pensé que lo
harías en la primera noche.
―No estaba tratando de escapar. Necesitaba aire.
Necesitaba recuperar cierta sensación de control cuando mi
vida es todo lo contrario. Siento que he entrado en una tie-
rra que es más grande que yo, más poderosa que yo, y ame-
naza con tragarme.
Sé que debería estar enojada con Nick por quitarme
mi elección y dictar mi nueva vida, pero a pesar de mi si-
tuación, solo me siento excitada. Su acto de hombre de las
cavernas de tirarme sobre su hombro y azotarme el trasero
parece haber desatado un deseo oculto por más. No puedo
dejar de imaginar sus manos sobre mi cuerpo.
―Lyriope, los Sidorov enviaron a alguien para se-
cuestrarte y tal vez incluso matarte. ¿Entiendes eso? ¿En-
tiendes que no tienes el lujo de dar un paseo de mediano-
che por la playa? No hasta que pueda al menos ver por qué
hay una vez más un asesino sobre tu cabeza.
Se vuelve hacia mí, mirándome directamente a los
ojos. Tomo aire para calmarme y decido enfrentarlo, ne-
gándome a romper su mirada. Se sienta a mi lado en el
asiento de cuero, invadiendo mi espacio personal hasta que
está a centímetros de mi cara. Se sienta tan cerca que puedo
sentir el calor de su cuerpo, la intensidad de su mirada hace
que mi estómago se agite. Vamos a tener nuestro propio
concurso de miradas, y no voy a dejar que gane. No esta
vez.
Tampoco estoy por encima de cambiar las reglas del
juego. Virgen o no, incluso con mi falta de experiencia, lo
que realmente quiero hacer es besarlo. Quiero dar el primer
paso y tirar todas las precauciones al viento mientras nos
balanceamos de lado a lado bajo el cielo estrellado. Quiero
sentir sus labios, sus manos y su cuerpo pegados al mío.
No entiendo cómo puede ser posible sentirme así, pero
maldita sea si no quiero probar el sabor de esta increíble-
mente fuerte atracción sexual.
Antes de que pueda reunir el coraje para inclinarme hacia
adelante, Nick toma su turno, robándome ese primer mo-
vimiento del juego. Me agarra por la nuca y acerca mis la-
bios a los suyos. Pasando sus manos por mi cabello, con-
duce el beso aún más profundo. El beso es apasionado, in-
tenso y lleno de tantas promesas de lo que puede crear esta
química que me olvido de respirar.
Cuando desliza su mano hacia mi hombro y luego
baja suavemente por mi costado hasta posarse en mi ca-
dera, me tenso, sólo para que Nick acerque mi cuerpo al
suyo. Olvidando que se supone que esto es un juego con
mis reglas, no lo alejo. En lugar de eso, extiendo mis dedos
contra su pecho musculoso, deseando desesperadamente
quitar la ropa que me impide acceder a su piel.
Sin romper el beso, me levanta, colocándome sobre
su regazo para que esté a horcajadas sobre sus caderas. Su
dureza presiona contra mi estómago, llevando mi necesi-
dad a otro nivel. Nick alcanza el dobladillo de mi camisa y
comienza a levantarla sobre mi estómago, provocando que
suene una campana de advertencia en la parte posterior de
mi cabeza.
Él es el villano.
Es el monstruo de la historia.
No es mi caballero de brillante armadura. Debería
estar planeando mi escape.
Esto es una locura; apenas conozco a este hombre.
Una mujer cuerda no se enrolla con un loco que la secues-
tra. Impulsivo, imprudente y absolutamente loco, es la
única forma de describir lo que está sucediendo.
Nick me besa el cuello y me susurra al oído. ―Estás
mojada.
¿Está hablando de mi ropa o sabe lo que está pa-
sando entre mis piernas?
Lucho por encontrar mi voz. Segura que no esperaba
esto cuando prácticamente fui arrojada al bote. Esperaba
algunos gritos, tal vez algunos insultos, pero no esto. Real-
mente no tengo idea si quiero que se detenga o continúe.
Sin poder expresar lo que quiero verbalmente, meto
la mano entre nosotros hasta el botón de sus pantalones,
tirando para liberar el contenido. Deslizando mi mano en-
tre la tela y el plano de su abdomen, deslizando mis dedos
dentro de sus calzoncillos, puedo sentir el vello de su ingle
bajo las yemas de mis dedos. Antes de que pueda explorar
lo que hay entre esos rizos, me agarra la muñeca.
―Has sido mala.― Palmea mi pecho con su mano
libre y pasa su pulgar por mi pezón―. Muy mala ―gruñe.
Lo miro a los ojos, sorprendida por la ferocidad que
veo allí. De manera evidente quiere exactamente lo mismo
que yo. Su agarre es como el hierro... irrompible, mante-
niendo mi mano atrapada, mis nudillos rozando una barra
de acero que juro que palpita contra mis dedos.
Dándole lo que espero sea una sonrisa sexy, estoy a
punto de sugerir que vayamos más allá cuando…
―Hay consecuencias para esta noche. Y lo que esta-
mos haciendo aquí es una recompensa. No es un castigo
―dice, cada palabra enunciada con una firmeza que parece
romperse en los pequeños confines del asiento de cuero―.
Es hora de entrar.― Se aleja lo suficiente para decirme que
nuestro tiempo de pasión ha terminado.
¡Qué demonios! ¿Habla en serio? Prácticamente es-
toy sosteniendo su polla... su polla dura, ¿y así es cómo
reacciona?
¿Él no puede decirme esto mientras mantengo mi
ropa puesta? Mi camisa está casi fuera de mí, mis tetas
prácticamente se están cayendo del sostén de media copa
que estoy usando, y mis pezones están tan duros como gui-
jarros. Ni siquiera mira hacia abajo o rompe el contacto vi-
sual. No, en lugar de eso, eligió tratarme como una puta
que recogió en una esquina oscura. Ha elegido pisotear mi
dignidad. No soy solo yo quien quiere más y, sin embargo,
él me hace sentir de esa manera.
Furiosa, saco mi mano de sus pantalones, bajo de su
regazo y me alejo lo más que puedo de Nick. Tan rápido
como mis dedos pueden manejar, me bajo la camisa. ―Eres
un verdadero idiota, ¿lo sabías?
La sonrisa de Nick me da ganas de abofetearlo.
―¿Estás lista para pagar por tu crimen?
―Es gracioso que estés diciendo que cometí un cri-
men ―digo, saltando del bote―. Vete al infierno.― Salgo
corriendo hacia la mansión. ¿En qué estaba pensando? Gi-
lipollas no es una palabra suficientemente fuerte para este
hombre.
Lo escucho reír detrás de mí mientras el clic, clic de
su bastón golpea el muelle mientras me sigue de cerca.
Capítulo Dieciséis
Nick
―A MÍ ESTUDIO, AHORA —ordeno mientras
cruzamos la puerta principal y entramos al vestíbulo.
―Me voy a la cama ―escupe Lyriope, sin mi-
rarme.
―Ahora ―advertí.
Es bueno ver que ella no es estúpida. Está
aprendiendo porque deja de caminar, me mira por en-
cima del hombro y espera.
―Estudio. Ahora. ―Señalo hacia el largo pasi-
llo que conduce a la habitación.
Se cruza de brazos y se dirige al estudio sin de-
cir una palabra más. Ignoro las huellas mojadas que
deja en el piso de mármol blanco, sabiendo que estoy
haciendo el mismo desastre. No es propio de mí sim-
plemente dejar un desastre… de hecho, me está dando
comezón, pero necesito actuar ahora y no preocu-
parme por algo que mi ama de llaves sin duda habrá
limpiado para cuando termine con Lyriope.
―Quítate la ropa ―digo mientras entramos al
estudio y cierro la puerta detrás de mí―. Está mojada.
―No me importa ―dice―. Tomaré una ducha
y me calentaré una vez que suba las escaleras.― Man-
tiene los brazos cruzados y me lanza una mirada de
impaciencia.
Suelto un fuerte suspiro, mi propia paciencia se
está agotando. ―Di una orden, y espero que se cum-
pla. Claramente necesitamos un recordatorio de nues-
tro contrato.
La veo tragar saliva mientras sus ojos se dirigen
al fuego de la chimenea. Estoy feliz de que esté ar-
diendo porque el calor en la habitación ya está ayu-
dando a secar mi propia ropa. Elijo no poner atención
a cómo el agua gotea de nuestra ropa sobre la alfom-
bra blanca de mi estudio. O al menos lo intento, pero
quiero que se quite esa ropa lo antes posible.
―Nick.
Deja de hablar cuando conecta sus ojos con los
míos. Me gusta que pueda leer mis pensamientos por-
que rápidamente se baja los pantalones y las bragas,
quitándoselos de una patada. Luego se levanta la ca-
misa por encima de la cabeza, se desabrocha el sostén
y luego se para frente a mí completamente desnuda.
Mi polla se para en atención a la vista más her-
mosa del mundo. Me encanta que la mayor parte de
mi oficina no tenga ningún color. El blanco domina la
habitación, pero debido a que lo hace, la calidez de la
carne de Lyriope y la riqueza de su cabello se destacan
en el lienzo en blanco. Ella brilla y nada puede desviar
la atención de su impresionante apariencia.
Engancho mi dedo y le hago un gesto para que
se acerque a mi escritorio como lo habíamos hecho an-
tes. Ella camina hacia mí, con los ojos bajos, el labio
interior entre los dientes.
Le doy la vuelta y la aprieto contra mi escrito-
rio, con su trasero frente a mí. —Échate hacia atrás y
separa tus mejillas —demando, mientras desabrocho
mis pantalones, sacando mi dolorida polla de su con-
finamiento.
―¿Q-qué?
—No me hagas repetirme —digo, apretando mi
polla en la base, obligándome a retroceder. No por fo-
llar su estrecho agujero... eso es lo que finalmente su-
cederá, pero no quiero correrme en el momento en
que me hunda en su culo.
―¿Pero por qué? ―pregunta. No hay sarcasmo
en su tono, simplemente un poco de confusión.
―Sabes por qué ―digo acercándome, amando
la forma en que su mirada cae sobre mi polla y el ru-
bor que instantáneamente inunda su rostro.
Pero lo que más me gusta es la llamarada de
miedo... mezclado con la necesidad que llena sus ojos.
Extiendo la mano y acaricio con un dedo la grieta de
su trasero, observo su cuerpo estremecerse y escucho
el suave jadeo que no puede contener.
―¿Qué te dije que les pasa a las chicas que no
pueden obedecer las reglas? ¿Qué te dije que pasaría
si rompías el contrato?
—Tú… no lo harías —dice, y tengo que
reírme―. No podrías haber hablado en serio.
Ella aprenderá que ciertamente lo haré, y hablo
en serio. ―Responde la pregunta, o podemos comen-
zar la lección desde el principio. Otra vez.
―¡No! Por favor, no.― Su súplica se corta
cuando empujo mi dedo contra su apretado agujero.
―Se les folla.― Prácticamente grita, sus nalgas no se
ablandan por su fuerte apretón.
―¿A dónde se les folla? —pregunto, disfru-
tando de la batalla de voluntades, sabiendo exacta-
mente quién será el vencedor.
―Oh, Dios ―dice, y sin embargo puedo oírla
rendirse. Sus ojos se cierran brevemente pero luego se
abren, su mirada se encuentra con la mía. ―En… en
el culo.
―Exactamente ―digo―. Ahora, separa tus me-
jillas y muéstrame ese pequeño y apretado agujero
que mi polla va a follar.
Sus manos tiemblan cuando se estira hacia
atrás, flotando por un momento como si contemplara
rechazar la orden, pero después de un momento, los
dedos se deslizan en la raja de su trasero, y lentamente
separa la carne.
―Abre más, mucho más ―reprendo―. Quiero
ver cada pliegue de ese agujero arrugado.
La carne rosada en su trasero por mis golpes an-
teriores no es la única pintura roja de su cuerpo. Su
rostro es escarlata mientras obedece. Sus dientes han
atrapado su labio inferior, escapando suaves maulli-
dos de angustia que no hacen otra cosa que mi polla
se retuerza.
Ella es jodidamente magnífica en su rendición
forzada.
Su cabello está revuelto, y sus delgados dedos
agarran la carne regordeta. La hendidura pálida de su
trasero es como un faro para mi misión y en ese valle
se encuentra mi objetivo. Su ano está lejos de estar
listo para tomar mi circunferencia cómodamente, el
borde estrecho y el centro apretado.
―¿Has estado pensando en cómo se sintió la
pluma en tu trasero? ―pregunto―. ¿Fantaseas sobre
cómo se sentiría algo mucho más grande?
―No.
―Vamos, Lyriope. Siempre me ha gustado tu
honestidad. No cambies ahora.
―Yo no... no. Nunca... no soy así. Nunca que-
rría esto ―dice, con los ojos cerrados de nuevo como
si le diera vergüenza confesar que nunca ha jugado de
esta manera.
O tal vez avergonzada de que ella si quiera.
Puedo leer cuánto la avergüenza su virginidad.
Un remedio que me encantará curar. Pero primero el
culo virgen será mi prioridad.
Me muevo completamente detrás de ella, em-
pujando contra su tobillo con mi pie, guiándola para
ampliar su postura. Estirándome hacia adelante, paso
mis dedos a lo largo de su sexo. A pesar de su miedo…
o tal vez no miedo exactamente, sino inquietud, su
coño no ha dejado de gotear.
Su respiración se acelera cuando paso las pun-
tas de mis dedos por su clítoris.
―Puedes protestar, mi flor ―le digo, mientras
empujo dos dedos profundamente dentro de su coño,
haciendo una tijera.
Ella gime fuerte pero no dice una palabra.
Sonrío y deslizo mis dedos libres, inclinándome
sobre ella, escucho su grito de sorpresa cuando el mo-
vimiento hace que mi cuerpo presione contra sus bra-
zos, sus manos, su trasero, mientras muevo mi mano
hacia su cara.
—Abre los ojos —le ordeno y cuando lo hace,
froto mis resbaladizos dedos para que ella vea, su ex-
citación brillando a lo largo de ellos―. Tu mente
puede decir que está mal, sucio, tabú, pero tu cuerpo
dice la verdad. Tu coño está empapado.
Ella jadea, ante la verdad o las malas palabras,
no lo sé y no me importa. ―Es algo bueno ―digo, pa-
sando mis dedos por sus labios. ―¿Sabes por qué?
Evidentemente recelosa de abrir la boca, niega
con la cabeza. Me inclino más cerca para hablar justo
en la concha de su oído.
―Porque mi polla va a empujar dentro de tu
pequeño agujero. Lo forzará a estirarse ampliamente
y luego profundizará para hacer estallar tu cereza
anal. Y lo único que ayudará a que sea más fácil es el
jugo que está sacando tu coño. Bueno, eso y el escupi-
tajo que vas a aportar.
Retrocediendo, paso de nuevo mis dedos a lo
largo de su coño, tan húmedo como antes, pero esta
vez transfiriendo esa humedad hasta su ano. Ella se
resiste, pero mantiene sus nalgas abiertas, y después
de varios giros alrededor del borde fruncido, co-
mienza a dar pequeños gemidos suaves, empujando
sus caderas hacia atrás cada vez que dejo su agujero
para sumergirlo más abajo para recolectar más de su
crema de su coño.
Su jadeo es más agudo cuando empiezo a desli-
zar un dedo dentro de su culo. ―No lo dudes, no va-
yas lento. ― Presiono firmemente dentro, obligando a
su culo a ceder, para permitirme la entrada.
Sus brazos tiemblan, sus caderas intentan em-
pujar hacia abajo en la mesa, pero mi agarre en su ca-
dera le asegura que no irá a ninguna parte.
Después de unos cuantos empujones, saco mi
dedo, sólo para unir otro a él, deslizando ambos de
nuevo dentro.
Esta vez, su grito es más fuerte. ―Por favor,
es… es demasiado. Duele.
―Son dos dedos, mucho más pequeños que mi
polla ―le informo, sin dejar de empujar en su culo―.
Y sí, va a doler. Va a arder como el infierno, y te va a
encantar.
―No me gusta. Ya no necesito la consecuencia.
Entiendo y seguiré el contrato a partir de ahora. Por
favor ―dice, pero su trasero empuja hacia atrás como
si ayudara a asentar más profundamente los dos de-
dos, y suspira cuando están completamente enterra-
dos.
Parece que alguien anhela el dolor tal como lo
había predicho, pero no está lista para admitirlo.
Comienzo a follarla con mis dedos, separándo-
los, separando sus músculos contraídos. Sé que la fric-
ción por la falta de lubricación adecuada está cau-
sando escozor, incluso si no pudiera escuchar sus
maullidos de dolor y placer mezclándose. Pero bueno.
Es un castigo, no es una recompensa.
Estirándome hacia adelante, agarro su cabello y
tiro de su cabeza hacia atrás, obligándola a mirarme.
―Ahora, pídeme cortésmente que te deje chupar mi
polla para que puedas mojarla bien y follar por el culo.
Estoy realmente sorprendido cuando ella no ha-
bla de inmediato. Es un caso de su mente discutiendo
con su cuerpo, pero la expresión de su rostro y el mau-
llido suave y estrangulado me dice exactamente quién
será el vencedor.
―¿Puedo… por favor, puedo chuparte la polla?
Tiro más de su cabello. ―¿Por qué?
―Oh, Dios ―gime ella―. ¿Realmente tengo
que decirlo?― Cuando solo asiento con la cabeza, su
rubor se oscurece, pero dice―. Así puedo tenerlo bien
mojado antes de que me folles.
―¿Vete a la mierda dónde? —pregunto, disfru-
tando esto de más formas de las que creo posibles.
Esta vez, la chispa que veo en la profundidad
de sus ojos marrones es más que deseo. Es un destello
de desafío, y solo eso hace que la batalla sea aún más
dulce.
Un tirón de mi mano hace que su cuello se ar-
quee hacia atrás otra pulgada. ¿Dónde, Lyriope?
¿Dónde te va a follar mi polla?
Rindiéndose, cierra los ojos brevemente y luego
los abre, encontrándose con los míos. ―En mi culo.
—Qué chica tan sucia eres —digo, sacando mis
dedos de su culo, pero usando mi agarre de su cabello
para evitar que se extienda sobre mi escritorio. ―Sí,
puedes chuparme la polla, y si haces un buen trabajo,
te recompensaré con lubricante. De lo contrario, me
tomarás solo con saliva.
Luego la empujo para que se arrodille, el suave
siseo que emite es ignorado. Empuñando mi polla en
una mano, tiro del puñado de mechones marrones,
obligándola a mirarme, observando cómo sus labios
temblar. Paso la cabeza de mi polla por sus labios y
ella permite que se separen ligeramente.
Me río profundamente con maldad.
―Vas a tener que hacerlo mejor que eso.― Se
separan un poco más―. Así. Abre tu boca y chupa mi
polla.
Ella no discute, no protesta, simplemente obe-
dece. Es increíble lo que los dedos en el culo y el miedo
a que te metan una gran polla en el culo hasta dejarla
seca pueden hacer que cambies de actitud.
Su lengua se desliza sobre mi polla, lamiendo el
líquido preseminal que comenzó a gotear desde el
momento en que se bajó los pantalones para su cas-
tigo. Mis dedos en su cabello la mantienen en su lugar,
guiándola arriba y abajo, asegurándome de que com-
prenda que ella no está a cargo... ni siquiera de esto.
―Todo ―digo, tirando de su cabeza hacia ade-
lante, sus arcadas involuntarias no me molestan en lo
más mínimo. La mantengo en su lugar por unos se-
gundos más y luego la jalo hacia atrás, permitiéndole
respirar profundamente―. Tienes una ventana de
oportunidad muy corta para mojar mi polla lo más
que puedas para ganar ese lubricante. Y créeme, mi
flor, vas a querer que sea agradable y resbaladiza
cuando folle ese culito apretado con ella.
Su lengua gira lo mejor que puede, intentando
cubrir cada centímetro de mi eje. Tan genial como se
siente, no estoy aquí para obtener una mamada. Estoy
aquí para reclamar por completo ese trasero suyo.
Mucho antes de lo que quiero, sabiendo que es-
toy cerca de correrme, y su boca no es lo que deseo
llenar, me detengo aquí. Uso su cabello para tirar de
su cabeza hacia atrás.
—Ábrete —digo, y una vez que lo ha hecho, hi-
los de saliva se extienden desde sus labios hasta mi
polla—. Demuéstrame que has hecho un buen trabajo
como la buena chica que eres. Parece que puedes
aprender rápido cuando quieras. Agradable y hú-
medo. Arriba y atrás sobre la mesa.
La ayudo a ponerse de pie, dándole la espalda
a la mesa. Ella me mira, pareciendo estar tratando de
decidir si hablar o no. Tal vez quiera suplicar por el
lubricante. Tal vez quiera rogarme que pare del todo.
―Cuanto más esperes ―digo―. Más se secará
mi polla.― Su mirada cae sobre mi polla en la mano,
una gota de líquido preseminal se desliza desde la
punta. Otro maullido suave, otra ráfaga de color en su
rostro, y ella asiente, inclinándose hacia adelante,
abriendo las piernas y luego, sin que se lo recuerden,
se estira hacia atrás y separa sus mejillas, ofrecién-
dome su dulce, culo virgen.
―Ahora, esa es mi chica buena. Obtienes una
polla lubricada por hacer exactamente lo que espero
sin que te lo pida.
Abro el cajón de mi escritorio y saco el frasco de
lubricante que utilicé anoche. Cubro mi polla con él, y
luego me tomo el tiempo de añadir otras pasadas de
jugo de coño a su agujerito, y otro momento para em-
pujar dos dedos dentro de ella de nuevo. Una vez que
siento que el músculo empieza a rendirse, saco mis de-
dos y pongo la cabeza de mi polla en su entrada.
Follar es uno de mis pasatiempos favoritos,
pero, por Dios, hundirme en el culo de una mujer es
follar en su nido. La lucha involucrada, la sumisión
absoluta requerida es casi tan deliciosa como el calor
apretado y satinado que constriñe mi polla mientras
se la meto en el culo. Cada maullido, cada grito agudo,
jadeo y gemido es música para mis oídos.
Me encanta bailar el tango sucio con el dolor
desgarrador que provoco.
Así se hacen los villanos. Así es como comienza
la obsesión.
Tan malo, pero tan jodidamente bueno.
Tanto dolor, pero tanto placer. Tan mal, pero tan jodi-
damente bien.
Una vez que este culo sea reclamado, ella es
mía. Nunca la dejaré ir.
Mía.
—Joder, estás apretada —gruño, teniendo que
hacer una pausa a mitad de camino, sus músculos se
contraen con tanta fuerza alrededor de mi polla que
tengo que apretar los dientes. Será más fácil si te rela-
jas.
―Es imposible relajarse cuando alguien te está
metiendo el tronco de un árbol por el culo ―espeta.
Tengo que reírme Por mucho que amaba su ren-
dición, no estoy por encima de admitir que me gustó
bastante el regreso de su espíritu.
Agarrando sus caderas, tiro de ella hacia mí,
hundiéndome una pulgada más. ―Hazlo a tu manera.
Me gustan los dulces gemidos y jadeos de tu malestar.
Sin otra palabra, sigo tirando de ella hacia atrás
y empujando hacia adelante, ignorando sus chillidos,
gemidos y súplicas para detener o ir más despacio
hasta que, por fin, estoy enterrado hasta el fondo. Mi
cuerpo se inclina sobre el de ella de nuevo mientras le
retiro el pelo de la nuca.
―Felicidades. Ya no eres virgen.― Lamo a lo
largo de la piel expuesta hasta su oreja, tomo el lóbulo
entre mis dientes y le doy un tirón, un mordisco, antes
de soltarla para decir―. Ahora, asegurémonos de que
nunca olvides haberla perdido, ¿de acuerdo?
Me encantó el hecho de que la respiración de
Lyriope es un poco irregular, sus pezones duros, su
coño todavía goteando contra mi cuerpo donde esta-
mos tan apretados, y su gemido ante mi declaración,
no es de negación, sino de pura y cruda necesidad.
Retrocedo lentamente, viendo mi polla desli-
zarse hacia afuera, amando su llanto cuando dejo su
trasero, solo para alinearme nuevamente y empujar
hacia adelante en el momento en que su agujero se ha
cerrado.
Es tan jodidamente agradable que lo hago de
nuevo, y luego otra vez, cada vez que su cuerpo tarda
un poco más en recuperarse antes de verse obligado a
rendirse de nuevo. La vista de su cuerpo luchando por
adaptarse, el empuje de sus caderas como si me diera
la bienvenida, hace que el viaje sea más fácil esta vez.
Puedo sentir mis bolas apretándose y sé que,
aunque desearía poder quedarme y follarla toda la no-
che, no puedo, voy a explotar antes de lo que quiero.
Alcanzando su cabello nuevamente, tiro de ella hacia
atrás e inclino su rostro para poder verla, queriendo
ver su expresión mientras realmente empiezo a follar
su trasero con fuerza.
Choco contra ella una y otra vez, sin impor-
tarme que suelte el agarre de sus nalgas, sus manos
van a empujar contra el escritorio, preparándose
mientras entro y salgo de su trasero implacablemente.
Sus fuertes gritos son una mezcla de placer y
dolor erótico y pecaminoso.
Cuando siento que su canal se contrae aún más,
sé que a mi belleza bastarda le gusta que le metan por
el culo. La mujer puede ser virgen, pero está a punto
de experimentar su primer clímax con una polla ente-
rrada en un lugar que no sea su coño.
―¿Quieres correrte? ―gruño, girando su ca-
beza un poco más hacia atrás para que se vea obligada
a mirarme.
―Duele, pero…
―Pero el dolor también se siente bien ―digo,
moviendo mis caderas hacia adelante, empujándola
con fuerza sobre el escritorio.
―Por favor... ―suplica, sus manos arañan el es-
critorio mientras me retiro, sosteniendo solo la punta
de mi polla dentro de su calor prohibido.
―¿Eres una de esas chicas a las que les gusta
una gran polla enterrada profundamente en su culo?
―Oh Dios ―jadea.
―Dime, Lyriope, ¿qué tipo de chica quiere co-
rrerse cuando le están follando el culo por primera
vez?
―¡Una chica sucia!― Prácticamente grita―.
Soy una chica sucia. Por favor, Nick, por favor déjame
correrme.
―Eres una chica sucia ―repito―. Solo una
chica muy sucia toma a un hombre por el culo y su-
plica por más. Admite que quieres que te folle, que te
gusta someter tu culo a mí. Te gusta que lo reclame,
como sea que decida hacerlo.
Ella gime, sacudiendo la cabeza de un lado a
otro hasta que la detengo con un tirón de su cabello.
―Admítelo.
―¡Sí! ―grita―. Me gusta darte mi culo.
―Sí, lo haces ―respondo―. Ahora, chica sucia,
si quieres correrte, será mejor que te corras y te corras
fuerte. Quiero sentirte ordeñando mi polla mientras
estoy profundamente en tu culo.
Ella gime, pero empuja contra mí, instándome a
moverme más fuerte, más rápido, más profundo, a pe-
sar de la evidencia de que está experimentando el do-
lor con su placer.
―¡Más duro! ―grita y cuando me hundo hasta
el fondo con un fuerte empujón, su respiración se de-
tiene, sus ojos giran hacia atrás y todo su cuerpo se
convulsiona.
―¡Mierda! ―gimo, sus contracciones como un
tornillo alrededor de mi polla.
Puedo sentirlas ondulando arriba y abajo de mi
longitud. Aprieto la mandíbula, tiro hacia atrás contra
la constricción y luego empujo hacia adelante.
Cuando siento otra ola ordeñando mi polla, es mi
turno de gritar mientras empujo profundamente, mis
bolas golpean contra su coño que se contrae mientras
mi semilla corre por mi longitud para estallar profun-
damente dentro de su culo.
―Maldita sea ―digo con un empujón final. Co-
lapsando sobre su espalda, entierro mis labios en su
cuello, escuchando su respiración entrecortada con
sus suaves gemidos.
Me toma varios minutos hasta que siento que
puedo pararme sin que mis piernas flaqueen. Le doy
un beso en el cuello y luego empujo hacia arriba, sa-
liendo de su culo, amando el suave gemido que da
cuando la dejo, mi semen goteando de su agujero.
Le doy una palmada en el culo con fuerza y
digo. ―Consecuencias. Ahora ve arriba y duerme un
poco.
Capítulo Diecisiete
Lyriope
RECUERDO LA PRIMERA VEZ QUE ME DESPERTÉ EN
LA PARTE TRASERA DE MI COCHE DESPUÉS DE UNA LARGA
Y FRÍA NOCHE APARCADA EN EL ESTACIONAMIENTO DE
UN SUPERMERCADO. Estaba tan desorientada que tardé
varios momentos en darme cuenta de dónde estaba
exactamente.
Ese sentimiento regresa cuando abro los ojos y
veo el techo blanco sobre mí. Por un segundo, me pre-
gunto si todo lo que me ha pasado es un sueño. Sin
duda, es un sueño. Los hombres como Nick Hudson
no existen en la vida real. Su mansión es solo una ex-
presión de mi imaginación. Tal vez accidentalmente
tomé algo cuando estaba en “Wonderland”, y acabo
de estar en un estupor drogado que me hizo alucinar
todo.
Las mullidas mantas blancas y las almohadas
que casi envuelven mi cabeza me hacen sentir como si
estuviera acostada en un lecho de nubes. Entonces, sí,
seguramente todo esto es un sueño. Nadie duerme en
las nubes. Me muevo lo suficiente para mirar alrede-
dor de la habitación y cuando lo hago, hago una
mueca ante el dolor en mi… en mi trasero.
Oh, Dios, no fue un sueño lo que pasó anoche.
Me estiro detrás de mí y toco suavemente el área
donde me habían invadido la noche anterior y supe en
ese momento que el área adolorida y en carne viva ha-
bía sido reclamada por Nick Hudson. Me había jodido
el culo como había prometido hacer si rompía sus re-
glas. Mi rostro se calienta ante el recuerdo y el hecho
de que mi coño tiene una cálida sensación de hormi-
gueo cuando recuerdo que me incliné sobre su escri-
torio y me violó de todas las formas que eligió. La peor
parte de anoche no fue el acto en sí, sino el hecho de
que mi cuerpo quería más. No quería que me jodieran
allí. Quería que reclamara cada parte de mi cuerpo.
Incluso ahora.
Debería estar gritando, horrorizada, exigiendo
mi liberación. Debería odiar a Nick, despreciar su re-
pugnante y animal acto. Y, sin embargo, fue, con mu-
cho, la experiencia más caliente de mi vida. Incluso su-
pera la primera noche que pasé con Nick en la fiesta
navideña de los Morelli.
Hay un pequeño golpe en la puerta, seguido
por Diane asomando la cabeza. ―No estaba segura de
a qué hora te gustaría vestirte para el día. Nick me dijo
que ahora estaría bien.― Da un paso cauteloso aden-
tro mientras me siento en la cama, frotándome los ojos
para quitarme el sueño.
Considero despedirla, pero recuerdo que esta
era una de las reglas de Nick, y aunque anoche fue…
Bueno, no quería que se repitiera tan pronto. Eso, y
tampoco quiero meter a esta mujer, Diane, en proble-
mas por no hacer su trabajo.
―¿Te gustaría tomar una ducha primero?
―pregunta.
―Tomé una anoche― digo, apartando los pies
del lado de la cama.
Diane corre al armario y saca un precioso ves-
tido azul. Tiene un diseño simple, parece ser de algo-
dón y también parece que me colgará hasta las espini-
llas más o menos. En realidad, no soy de vestir, pero
no quiero parecer una ama de casa de los suburbios,
ya que Nick me acusó de parecerme a una. Ha demos-
trado su punto lo suficiente como para saber que, si
quiero estar cómoda, en todos los sentidos, entonces
necesito seguir las reglas de su casa.
Tratando de concentrarme en la pintura bri-
llante frente a mí mientras Diane hace su trabajo, me
niego a hablar o hacer contacto visual con la mujer
mientras me viste. Es extraño e invasivo. Lo único que
me ayuda es recordar que el personal viste a la realeza
todo el tiempo. De todos modos, es la sensación más
incómoda del mundo levantar los brazos y permitir
que una mujer coloque un vestido sobre mi cabeza.
Una vez que estoy vestida, Diane me da unos
sencillos zapatos planos negros para que los use, y me
alivia que no se espere que camine en tacones de cinco
pulgadas todo el día. Luego me hace sentar frente a
una mesa de maquillaje y un espejo y comienza a pei-
narme.
Hay otro golpe en la puerta seguido de una mu-
jer que entra en la habitación con mucha más con-
fianza que la que tenía Diane. Me toma unos segundos
recordar de dónde la reconozco. Ella es la mujer que
trabajaba en la puerta principal del “Wonderland”.
―Buenos días, Lyriope ―dice la mujer―. Mi
nombre es Marta. Trabajo para el Señor Hudson. Tuvo
que salir del país por negocios, un par de días, y que-
ría que yo cuidara de ti y me asegurara de que tienes
todo lo que necesitas mientras él está fuera.
Giro la cabeza para mirarla directamente.
―¿Salió?
―Envía sus disculpas por irse sin despedirse,
pero tenía que irse antes del amanecer.
Luego Martha sale de la habitación por un se-
gundo, sin cerrar la puerta detrás de ella. Vuelve a en-
trar con una caja de estaño llena de herramientas para
esculpir bajo el brazo. Abre una puerta que revela una
antecámara con luz solar que entra desde arriba. Ya
hay una gruesa lona gris colocada sobre el suelo de
mármol y unos cuantos bloques de lo que parece ser
granito, recién sacado de una cantera. Ella es más pe-
queña en estatura de lo que pensé originalmente, es-
pecialmente al lado de los bloques grandes. Me pre-
gunto cómo los metieron dentro. Aunque tengo la
sensación de que esta mujer podría patear el trasero
de cualquier oponente que se cruce en su camino. Ob-
servo su trabajo con atención a través del espejo mien-
tras Diane termina de peinar mi cabello.
―El Señor Hudson no quiere que te aburras
mientras él está fuera y pensó que te gustarían algu-
nos materiales de arte.― Martha mira las pinturas bri-
llantes en la habitación de diferentes tipos de flores―.
Como puede ver, el Señor Hudson ama el arte. Tam-
bién quiere que sepas que tienes acceso completo a
toda la casa, incluido el gimnasio, su estudio que está
lleno de libros y la sala multimedia si quieres ver tele-
visión o una película. Ha hecho arreglos para que to-
mes todas tus comidas en tu habitación mientras él
está fuera porque siente que es demasiado solitario co-
mer sola en el comedor, pero si prefieres no comer en
tu habitación, solo tienes que avisarme y yo me en-
cargo.
Diane se aleja de mí. ―Se ve encantadora, Se-
ñorita Bailey. ¿Hay algo más que desee?
Niego con la cabeza, sintiéndome abrumada
por toda la atención que me han dado a primera hora
de la mañana.
Diane asiente y luego camina hacia la puerta.
―El desayuno llegará pronto. Te veré más tarde esta
noche para prepararte para ir a la cama. El servicio de
limpieza también estará disponible en breve.
Cuando Diane se va, Martha da un paso hacia
mí mientras termina de preparar el área de escultura.
―Me quedaré en la habitación contigua a la tuya
mientras el Señor Hudson está lejos. Si necesitas algo,
no dudes en pedirlo.
―Hay una cosa ―empiezo, sintiéndome inse-
gura de si debería atreverme a preguntar―. Nick me
dijo que podía llamar a mi prima, Sasha. Lo intenta-
mos anoche, pero ella no estaba en casa. ¿Hay alguna
manera de que pueda llamarla ahora? Sé que tiene que
estar muy preocupada por mí y...
―Sí ―interrumpe Martha―. El Señor Hudson
me dijo que te diera esto.― Me entrega un celular
nuevo de su bolsillo, mucho mejor que el viejo modelo
que tenía antes―. Dice que es un regalo y sabe que
después de tu reunión de anoche, sabrás a quién es
apropiado llamar y lo que está permitido decir.
El calor barre la parte de atrás de mi cuello y
cruza mi cara. No sé cuánto sabe Martha, pero espero
en Dios que Nick no le haya contado lo que me hizo.
―Si necesitas algo, estoy al lado ―dice Martha
mientras sale de la habitación sin decir una palabra
más.
Miro hacia los rincones de la habitación, en
busca de cámaras. También miro las pinturas para ver
si hay algo que se parezca a una lente escondida en el
arte. No se ve nada, pero no puedo imaginar que Nick
simplemente me dejaría tener total libertad con un te-
léfono y no estar viendo o al menos escuchando lo que
digo y hago. Sin importar si él está mirando o escu-
chando, marco el número de Sasha, feliz de haberlo
memorizado.
Ella contesta inmediatamente, sin aliento.
―Hola. Sasha, soy Lyriope.
―Ay dios mío. He estado tan preocupada por
ti. Intenté devolverte la llamada cuando perdí la tuya,
pero no obtuve una respuesta y... ¿Estás bien?
―Estoy bien ―aseguro―. Estoy en casa de
Nick. No estoy segura dónde vive porque no he es-
tado fuera de la propiedad, pero…
―Vive en Bishop's Landing. No estoy segura de
si estás en esa casa o no, pero supongo que sí.
Las dos hacemos una pausa, ya que acabamos
de hablar a toda velocidad. No estoy segura de qué
decir, o de lo que se me permite decir.
―Creo que debería ir con Leo antes de ir con
Lucian ―dice Sasha―. Lo he estado pensando un
poco, y él es el más protector de la familia, y estoy se-
guro de que si le explicamos la situación, te manten-
drá a salvo.
―No. No quiero que me rescaten. Hay una ra-
zón por la que me han mantenido en secreto, ya sea
por Bryant o tal vez porque su esposa Sarah no quiere
que sus hijos sepan que su padre tuvo una aventura.
Independientemente de la razón, no quiero que la pri-
mera vez que todos sepan de mí y me conozcan sea en
estas circunstancias. Pareceré una jodida alborota-
dora.
―Bueno, bienvenida al club ―dice ella―. To-
dos los Morelli la han cagado de vez en cuando. Enca-
jarás perfectamente.
―Lo digo en serio.
―Yo también.
―Por favor, no le digas a Leo ni a nadie ―digo
en voz baja―. Encontraré una manera de salir de este
lío.
―¿Nick te está ayudando? ―pregunta
―Estoy aquí, ¿no?
―Eso no significa que te esté ayudando. Podría
significar que te mantiene como un peón para su plan
maestro. Tal vez él planea venderte a los Sidorov. No
tiene sentido por qué un completo extraño, y un hom-
bre como Nick, simplemente te convertiría en su caso
de caridad a menos que tenga piel en el juego.―
Tengo que estar de acuerdo con Sasha. Aunque al
principio, pensé que me estaba ayudando para poder
follarme antes de morir, como dijo, creo que hay más.
Tiene que haber. ¿Por qué él pagaría la deuda que
tengo con los Sidorov?
―No sé qué está pasando. Dijo que pagó mi
deuda con ellos. Entonces, ¿por qué todavía están de-
trás de mí?
―Exactamente ―dice ella―. No tiene sentido.
Es por eso por lo que necesitas dejarme ayudarte.―
Ella hace una pausa―. Tengo acceso a una propiedad
familiar en Italia, en las afueras de Florencia, en la que
podrías esconderte.
Me río y examino la habitación de nuevo, pre-
guntándome si el teléfono está intervenido y Nick está
en algún lugar escuchando nuestra conversación.
―Estaba durmiendo en mi auto. No veo un viaje a Ita-
lia en mi futuro financiero. Además, estoy aquí, por
ahora. Nick tiene seguridad y la casa es segura.
―Tengo dinero.
―Sasha, aprecio todo lo que ofreces para hacer
por mí. Realmente. Pero este no es tu desastre para
limpiar. Y nunca podría vivir conmigo misma si te po-
nes en peligro por mi culpa.
―¿Dónde está Nick ahora? ¿Puedo hablar con
él? ―pregunta. Puedo sentir su frustración en su tono
de su voz.
―Está fuera por negocios.
―¡Perfecto! Entonces me subiré a mi auto para
ir a buscarte. Él no estará allí para detenerme.
―Tiene seguridad. Y te soy sincera cuando te
digo que por ahora estoy bien. Solo necesito algo de
tiempo para respirar y averiguar por qué los Sidorov
no están satisfechos con la deuda pagada y por qué
todavía me quieren. Tengo el lujo de eso ahora mismo,
y lo necesito.― Cuando ella no responde de inme-
diato, agrego―. Te prometo que si alguna vez siento
que necesito salir de esta casa y necesito ayuda para ir
a otro lugar, me pondré en contacto contigo. Lo pro-
meto.
―Bien. Me retiraré. Siempre y cuando devuel-
vas todos mis mensajes de texto y llamadas y cumplas
tu promesa de que vendrás a mí en el momento en que
no estés feliz o no te sientas segura.
―Lo prometo.
―¿Cuál es el número del que me llamaste?
―Nick me dio un teléfono celular. No estoy se-
gura dónde está el otro.
Hay otro golpe en mi puerta, pero a diferencia
de Diane y Martha que entraron sin que yo dijera
nada, quien está al otro lado de mi puerta no siente
que tenga permiso para entrar.
―Adelante ―digo. La puerta se abre y entra un
señor mayor vestido con el uniforme del personal de
Nick con una bandeja llena de pasteles, huevos duros
y una jarra de jugo de naranja―. Sasha, tengo que
irme. El desayuno ha llegado, pero te juro que me
mantendré en contacto y te mantendré informada si
escucho algo sobre por qué los Sidorov todavía me
quieren.
Ella suelta un pesado suspiro. ―No me gusta
esto... pero estaré de acuerdo por ahora.
―Señorita Bailey, no estaba seguro de lo que te
gusta para el desayuno, así que me tomé la libertad de
traerte un poco de todo. Pero en el futuro, si quieres
algo especial...
―Oh, esto se ve encantador ―interrumpo
mientras cuelgo el teléfono―. No soy quisquillosa con
la comida en absoluto. Si me lo pones delante, me lo
como.― Le doy al hombre una cálida sonrisa―. Soy
Lyriope.
Él le devuelve la sonrisa. ―Soy Michael y estaré
disponible para ti cuando lo necesites.
Deja la bandeja y sale de la habitación tan rá-
pido como entró, dejándome solo con una exhibición
de comida como nunca antes había visto. De ninguna
manera puedo comer todo esto, pero debo admitir que
me encantan todas las opciones. Si una cámara está so-
bre mí y Nick está mirando, entonces me está viendo
sonreír como una colegiala atolondrada. No puedo
evitarlo. Nunca me han mimado. Nunca me han en-
tregado comida en una bandeja de plata. Y pintar...
hacer arte es para gente rica que puede permitirse los
suministros. Yo tampoco he tenido ese lujo y él lo
sabe.
Nick ha cumplido sus promesas hasta ahora.
Dijo que, si sigo las reglas, seré tratada como
una reina. Todo lo que me falta en este momento
mientras mordisqueo el tocino perfecto es una corona.
También dijo que me mantendría con vida. La
última vez que lo comprobé, estoy respirando.
Capítulo Dieciocho
Lyriope

EL TIEMPO ES UN LUJO.
Mientras observo el blanco de mi habitación
con toques de color, me doy cuenta de que nunca he
tenido tiempo. Nunca he podido dormir hasta tarde,
tener una comida tranquila, ver películas durante ho-
ras y horas, ni tener el lujo de pintar por diversión y
no con un propósito. Siempre me he sentido como si
hubiera perseguido al conejo blanco del tiempo.
Más rápido. Más rápido. Más rápido. No hay
tiempo para disfrutar o saborear el momento.
Sí, el tiempo es un lujo y, por primera vez en mi
vida, pude absorberlo todo estos últimos días.
Aunque he estado sola la mayor parte del
tiempo, con Martha y, por supuesto, Diane constante-
mente vigilándome, no me ha importado ni un poco.
He hecho una pausa en mi pesadilla de vida. He lle-
gado a vivir en esta maravillosa tierra de los sueños y
no quiero que se acabe.
Martha me dijo esta mañana, mientras Diane
me vestía, que Nick regresaría esta noche. Mi corazón
dio un vuelco con la noticia, y no pude dejar de pensar
en él en todo el día. Y ahora, mientras la luna se eleva
sobre el horizonte, me pregunto si él está en la man-
sión y simplemente no saluda. Considero salir de mi
habitación y buscarlo, pero no sé si estoy lista para en-
frentarlo. La última vez que lo vi, me estaba casti-
gando. Y sin embargo… no lo odio en absoluto. A me-
dida que han pasado los días, mi escudo va bajando
más y más. Veo motas de bondad en el hombre, aun-
que realmente tienes que prestar mucha atención para
verlas. No puedo negar el hecho de que estoy a salvo.
Estoy protegida del mundo cruel y peligroso que hay
fuera de estos muros. Aunque sea temporal, he amado
cada momento en que puedo respirar cómodamente,
y sé que Nick Hudson es la razón de esto.
Me detengo un momento de mi escultura, tra-
tando de quitarme un mechón de cabello de la frente,
pero finalmente levanto la mano y lo retiro con el
dorso de mi mano cubierta de polvo. Recordar cómo
Nick me había castigado, enciende mi cuerpo y envía
un rayo a mi sexo. Un suave gemido se me escapa, mi
cuerpo responde, recordando cómo me había sentido
cuando me reclamaba como suya y merecía su disci-
plina erótica, de hecho, incluso queriendo más.
Sacudiendo el recuerdo, sabiendo que es solo
eso, un recuerdo, levanto los hombros hacia arriba y
hacia abajo varias veces. Puede que no sea capaz de
aliviar el dolor sexual en mi cuerpo, pero al menos
puedo intentar aflojar mis músculos, tensos por estar
parada sobre un bloque de piedra, cortando pedazos
hasta que mi corazón esté contento. Me duelen los
músculos de los brazos y los hombros de tanto usar-
los, pero no quiero parar.
―Ya te ves más fuerte.
Salto ante el sonido de la voz de Nick. Mi rostro
se inunda de calor cuando me giro para ver que ha
entrado en mi dormitorio. Me pregunto si de alguna
manera conoce mis pensamientos. Una parte de mí
sabe que se refería al enorme entrenamiento que me
proporciona la escultura, el ardor en mis músculos.
Otra parte de mí piensa que se refiere a mi confianza.
Mi sentido del yo. Yo también me siento más fuerte.
La sombra de la habitación y el ángulo de su cabeza
protegen la profundidad de sus ojos. Incluso sin inten-
tarlo, exuda atractivo sexual y mis pezones se tensan,
presionados contra el corpiño de mi vestido.
―Lo estoy disfrutando.
Siento que mis palabras salen de mí como si du-
dara. Extraño. No sé qué decir. De repente, no tengo
ni idea de cómo actuar. Me siento como un adoles-
cente tímida, tan consciente de su intensa masculini-
dad, pero aterrorizada de que no me considere digna
de su tiempo. Es más fácil dar la espalda y volver a
centrar mi atención en la escultura en la que he estado
trabajando los últimos días. Es un árbol salpicado de
grandes rosas de color rojo sangre, inspiradas en las
de Alicia en el País de las Maravillas.
Escucho su bastón en el suelo mientras cruza la
habitación y luego siento su presencia detrás de mí.
Coloca una de sus manos en cada uno de mis hombros
y comienza a dar un suave masaje.
―Lamento haber tenido que irme por nego-
cios.― Continúa masajeándome mientras habla, ha-
ciéndome gemir suavemente y deleitándome con la
sensación deliciosa―. Necesitaba ir a Hong Kong.
―Vaya.― La idea de viajar tan lejos por nego-
cios me parece tan ajena. Con curiosidad por qué tipo
de negocio lo llevaría hasta allí, le pregunto―. ¿Vas a
organizar un “Wonderland” en Hong Kong?
―Quizás. Sin embargo, eso no es de lo que que-
ría hablar contigo. También pasé por Morelli Hol-
dings cuando regresé a la ciudad de Nueva York.
Mi corazón se detiene. —¿Morelli Holdings? —
Ni siquiera sé por qué estoy preguntando. Sé la res-
puesta, pero la noticia casi me roba todo el pensa-
miento y la razón.
―Lucian y yo nos conocemos desde hace mu-
cho tiempo ―dice Nick, sus manos aun acariciando
mis hombros―. Y sentí que le debía el respeto de ir a
él antes de que lo escuchara de otra persona.
Me giro para mirarlo, mis ojos buscando los su-
yos. —Le hablaste de mí. ¿Sobre mi relación con los
Morelli?
―Sí. Solo es cuestión de tiempo hasta que toda
esa familia lo sepa.
―No quería que supieran de mí ―digo, sin-
tiendo crecer la ira dentro de mí.
―Eso no es posible. Tu nombre es el tema entre
muchos en este momento.
Mi corazón cae al suelo al pensar en él visitando
a uno de mis hermanos o primos que dudo que sepa
que estoy viva. Apenas puedo respirar cuando pre-
gunto. ―¿Qué dijo Lucian?
Nick respira hondo y da un gran paso hacia
atrás. ―Es una larga conversación para que tú y yo
tengamos, tal vez en otro momento. Estoy cansado
por el vuelo y tú has estado encerrada durante días.
Quiero llevarte a algún lado. Aséate y encuéntrame
afuera en cinco minutos.
―No puedes simplemente decirme que ha-
blaste con Lucian y dejarme colgada ―digo, todavía
sin poder respirar con facilidad.
―Te informaré de todo muy pronto. Lo pro-
meto. Pero ahora mismo, nos vamos.
Me quedo ahí, sin saber qué pensar o decir.
Puede que no conozca muy bien a Nick, pero lo co-
nozco lo suficiente como para saber que no hay forma
de presionarlo para que haga algo que no quiere. Y
claramente no quiere hablar de su encuentro con Lu-
cian Morelli. ―¿A dónde vamos?
―Solo ve a limpiarte. Ponte jeans y encuén-
trame abajo ―dice Nick, saliendo de la habitación.
Cuando bajo las escaleras, veo a Nick en el ves-
tíbulo hablando con un hombre que reconozco como
Harrison del “Wonderland”.
―¿Estamos listos para el “Wonderland” esta
noche?― Nick le pregunta al hombre.
―Como siempre. Debería ir sin problemas. ¿Es-
tás seguro de que has descansado lo suficiente para
asistir?― Harrison le pregunta a Nick.
―Estoy bien.
―¿Cuándo fue la última vez que dormiste?
Nick palmea al hombre en la espalda y sonríe.
―Tú me conoces, Harrison. No necesito dormir.
―Tal vez deberíamos reprogramar la reunión
de esta noche ―ofrece Harrison―. Si estás cansado…
―Asegúrate de que todos estén allí
―dice Nick―. Estaré allí en un par de horas.
Luego se vuelve hacia mí y dice―. Te ves her-
mosa.
Todo lo que he hecho es lavarme el polvo de las
manos, cepillarme el pelo, quitarme el vestido salpi-
cado de polvo y, sin embargo, siento que me sonrojo
ante el cumplido. Hay algo tan fuerte dentro de mí
que quiere complacer a Nick. No puedo explicarlo, y
ciertamente no lo entiendo.
―¿Vamos a ir “Wonderland” esta noche?
Harrison y Nick intercambian una mirada y Ha-
rrison se encoge de hombros. ―No está decidido si
asistirás o no esta noche.
―Me gustaría ―digo en voz baja, la idea de
volver a “Wonderland” me emociona, sobre todo por-
que mi última experiencia se truncó. Además, me gus-
taría pasar tiempo con Nick. No me di cuenta hasta
que lo vi cuánto lo extrañaba.
Él simplemente asiente y con una mano exten-
dida en mi espalda baja, me lleva afuera, donde una
motocicleta del color negra nos espera en el camino
circular.
―¿Vamos a montar eso? ―pregunto.
―¿Alguna vez has estado en la parte trasera
de una motocicleta?― Nick pregunta.
―No. Es peligroso.
―Vamos. Te ayudaré a subir.
―Pero…― No quiero parecer asustada, pero
lo estoy.
Me entrega una chaqueta de cuero y un casco
que descansa sobre el asiento. ―Sé que has averi-
guado que estás en Bishop's Landing, así que pensé
que daríamos un paseo para que puedas verlo.
La única forma en que puede saber que estoy al
tanto de que estamos en Bishop's Landing es que, de
hecho, estaba monitoreando mis conversaciones con
Sasha desde que hablamos sobre eso. Considero con-
frontarlo sobre la invasión de mi privacidad, pero al
mismo tiempo, esperaba que lo hiciera, por lo que no
es realmente impactante ni molesto.
―No sé andar en moto ―digo, mientras me
pongo la chaqueta, mi corazón salta ante la idea de ir
a altas velocidades sin protección de metal a mi alre-
dedor―. Tal vez deberíamos conducir en…
―Es bueno para ti que lo haga. Solo hay que
aguantar ―interrumpe.
Alarga la mano y me empuja el pelo por encima
del hombro, pasando la punta de su dedo por mi cla-
vícula mientras me ayuda a ponerme el casco. Por el
calor que se desprende de mi cara, la tensión de mis
pezones y la sonrisa que me dedica, no me cabe duda
de que sabe el efecto que produce en mí.
Se da la vuelta y balancea su pierna vestida de
jeams sobre el asiento. Me tiende la mano, y su sonrisa
y su absoluta confianza me dan el valor para poner mi
mano en la suya. Con poco esfuerzo, me sube a la
moto y me acomoda detrás de él. Mi corazón se de-
tiene y el miedo me paraliza mientras me aferro de-
sesperadamente a Nick, haciendo lo posible por con-
trolar mi respiración.
Con un arranque del motor, que retumba de-
bajo de nosotros, arranca, el movimiento repentino me
hace chillar.
Nick me grita por encima del hombro. ―Relá-
jate. No voy a dejar que te pase nada. Estás perfecta-
mente a salvo.
Su voz tranquilizadora me produce escalofríos,
pero no consigue calmar mi ansiedad. Miro hacia
abajo, a la calle que va a toda velocidad. Me siento
fuera de control y lejos de la seguridad, pero cuando
su mano se extiende hacia atrás y me da unas palma-
ditas tranquilizadoras en el muslo, me trago el miedo
y me inclino firmemente hacia la espalda de Nick. Su
calor me reconforta, su espalda dura como una roca
me asegura que puedo confiar en su palabra.
―Mira, esto no es tan malo ―dice cuando se
detiene en un semáforo.
Pasa su palma arriba y abajo de mi pierna.
―Pan comido.― Mi voz tiembla un poco, su to-
que aviva las brasas en un fuego que debería estar re-
sistiendo.
―Puedo ir más rápido si quieres ―desafía
Nick.
―¡No! Me gusta este ritmo muy bien, gracias.
Nick ríe mientras se pone en marcha una vez que el
semáforo se pone en verde.
La motocicleta ronronea suavemente por las ca-
lles y, después de un rato, empiezo a relajar los
músculos de mi cuerpo. Mi respiración se calma y mi
corazón parece volver a latir a su ritmo regular. Cada
vez que ajusto mi cuerpo, Nick reduce la velocidad,
me mira por encima del hombro con preocupación y,
con la calidez de sus ojos, me envuelve en seguridad
y protección. La sensación de estar protegida, vigilada
y bien... querida, reemplaza cualquier remanente de
inquietud.
―Tal vez un poco más rápido ―digo unos mi-
nutos más tarde mientras pasamos rápidamente por
las mansiones y el paisaje perfectamente cuidado de
Bishop's Landing.
Se ríe, aumenta la velocidad y yo grito cuando la mo-
tocicleta corta el aire a nuestro alrededor. Ni siquiera
he estado prestando mucha atención a dónde vamos,
pero cuando llegamos a la cima de una colina y él
frena la moto cuando empezamos a subir otra cuesta,
empiezo a ver por qué todos los ricos quieren vivir en
Bishop's Landing.
―Allá ―dice, señalando a la derecha mientras
gira―. Hay una casa que pertenece a una vieja y que-
rida amiga mía. Ella tiene un jacuzzi que se encuentra
en un acantilado con vistas al mar. Es la mejor vista
que he mirado en mi vida. Ella está fuera de la ciudad
en este momento, pero no le importará que lo usemos.
Se detiene frente a una puerta, ingresa un có-
digo de acceso y, una vez que se abre el hermoso tra-
bajo de hierro, nos conduce por un camino circular
muy similar al de Nick.
Nick se detiene, apaga la moto y la mantiene
firme para que yo pueda bajarme. Giro la cabeza para
poder mirar sus ardientes ojos marrones. ―¿No crees
que le importará que nos presentemos sin invitación?
No quiero que nos metamos en problemas.
―A ella no le importará ―dice, saltando de la
moto y quitándose el casco. Me quito el mío también,
sintiéndome incómoda con este viaje nuestro. ―Su
bañera de hidromasaje ha sido utilizada por muchos.
―No empaqué un traje de baño.
Su risa es lo suficientemente fuerte como para
que no tenga dudas de que no siente que nos estemos
escabullendo o haciendo algo malo. ―Realmente me
fascinas, Lyriope. Para alguien que se metió en la
cama con asesinos como los Sidorov y se ha conver-
tido en una de las mujeres más buscadas en el infra-
mundo en este momento, realmente eres tan... inex-
perta. No has tomado riesgos en la vida en absoluto.
Tan virginal.― Él da una sonrisa maliciosa―. Pero
podemos cambiar eso. Espero abrirte los ojos a todo
tipo de experiencias.
El calor me recorre al instante cuando los re-
cuerdos de nosotros en su estudio se agolpan en mi
mente con toda su fuerza. La firma del contrato, las
consecuencias posteriores, la sensación de los dedos
de Nick entre mis muslos, su diversión y placer al en-
contrarme tan mojada. Sus exigencias para que me co-
rriera y mi cuerpo traicionando mi cordura al explotar
cuando introdujo su pluma en mi culo... y la indes-
criptible sensación cuando unas horas más tarde había
introducido su polla en un lugar que ni siquiera había
imaginado que fuera utilizado para el placer. Y aun-
que me había dolido, me había quemado, no podía ne-
gar que el dolor se había transformado en un placer
más allá de lo que había experimentado antes.
¿Qué me ha hecho Nick?
Nunca he sido de los que fantasean con el sexo
de ninguna manera. Mi vida estaba demasiado ocu-
pada, aburrida y, francamente, sola para hacerlo antes
de conocer a Nick. Ser virgen no fue una elección mo-
ral, pero simplemente nunca se me ha presentado la
oportunidad. Pero ahora que este hombre me ha to-
cado varias veces, mi cuerpo anhela más. Es como una
adicción con la que estoy luchando y no puedo ganar.
Entramos en una arboleda en la parte trasera de
la mansión, y puedo ver los zarcillos de vapor que se
filtran entre las grietas en una pared de enormes rocas
que rodean la bañera de hidromasaje que se encuentra
en el borde de un acantilado.
Nick extiende sus dedos contra mi espalda baja
y me guía alrededor de las rocas, e instantáneamente
veo por qué a Nick le encanta la vista. El cielo ilumi-
nado por la luna, las estrellas titilando en el mar de-
bajo, es realmente impresionante.
―Wow, esto es increíble ―digo.
Detrás del refugio de las rocas hay una gran
bañera de hidromasaje que puede acomodar fácil-
mente a diez personas, si no más.
―Adelante, entra―. Con un brillo en los ojos,
sonríe―. No te preocupes, no miraré... todavía.
Miro del agua a él, mi corazón late un poco
más rápido. ―Espera. ¿No vas a unirte a mí?
― Sólo voy a preparar el narguile7.

7
El narguile o narguilé, más conocido como shisha, au shisha o también hookah,
huka, pipa de agua, pipa oriental o cachimba, es un dispositivo que se emplea para fu-
mar tabaco de distintos sabores.
Veo a Nick caminar hacia una mesa donde se
encuentra un gran narguile dorada decorada con ru-
bíes, esmeraldas y zafiros. Nunca antes había visto
una tan hermosa en persona. En realidad... nunca he
visto una pipa de agua en persona.
―Este lugar es conocido por fumar narguile,
pasar tiempo de calidad con los demás y disfrutar de
una vista que el dinero no puedo comprar.― Coloca
la pipa de agua junto al borde del jacuzzi―. Anda, en-
tra.
Después de quitarme los zapatos, mantengo mi
atención en él mientras busco los botones de mi blusa,
desabrochando varios para aflojarla lo suficiente
como para despegarla de mis hombros. Veo cómo su
mirada desciende por mi cuerpo. La tela vaquera de
sus vaqueros es incapaz de ocultar el movimiento de
su polla, que se agranda contra su muslo cuando me
bajo la camisa por debajo de los pechos, y sólo enton-
ces me desprendo de ella para caer a mis pies. Me des-
prendo del sujetador y me lo quito, revelando que mis
pezones ya están duros, preguntándome si él puede
notar que están palpitando.
Lentamente deslizo las yemas de mis dedos en
la cinturilla de mis jeans y bragas combinados, los
bajo, tomándome mi tiempo hasta que finalmente me
los quito. Me muerdo una sonrisa mientras lo veo tra-
gar saliva mientras giro el trozo de encaje rosa en la
punta de mi dedo antes de dejarlo caer al suelo.
Extendiendo la pierna, apunto con los dedos del
pie como una primera bailarina. A continuación, bajo
el pie hasta que está a un centímetro de la superficie,
y de repente lo tiro hacia atrás y doy un meneo a todo
mi cuerpo.
El sonido de su gemido me hace sonreír antes
de volverme hacia él. ―Eso es mucho vapor. ¿Qué tan
caliente está el agua? ―pregunto.
―¿Eh?
Apenas me las arreglo para no reírme mientras
tiro mi cabello, mirando hacia atrás sobre mi hombro.
―Es realmente humeante. ¿Qué tan caliente es?
Me encanta tener este efecto en Nick Hudson.
Es la primera vez desde que lo conocí que siento que
tengo cierto sentido de control, y me gusta.
Se aclara la garganta y luego sacude un poco la
cabeza como para aclararla. ―El vapor es más visible
porque está contenido dentro de este círculo y el aire
del océano es más frío ―dice Nick. Te prometo que no
te vas a quemar. Es la temperatura perfecta. Siempre
lo es.
―¿Está seguro? ―pregunto, mordiéndome el
labio.
Se las arregla para sonreír. ―Confía en mí. Te
traje aquí para relajarte, no para hervirte. No estoy de
un humor violento.
―No lo sé. Me parece recordar que casi le cortas
los dedos a un hombre. Estaba bajo la creencia de que
debía temer por mi vida.― Cierro mis ojos en los su-
yos, usando la última munición en mi arsenal―. Por
otra parte, tal vez te he juzgado mal. ¿Quizás la ver-
dad del asunto es que no tengo nada que temer? ¿Que
los villanos de la historia realmente no son malos en
absoluto?
―Los villanos siempre son malos. No estarías
aquí para empezar si recordaras esa regla ―dice,
dando un descanso antes de comenzar a quitarse la
ropa, y ahora es mi turno de mirar.
Esta es la primera vez que lo veo en todo su es-
plendor desde la fiesta de Morelli, y su cuerpo aún no
decepciona. Musculoso, delgado, y delicioso, Nick pa-
rece un dios griego. Pero cuando se quita los calzonci-
llos, me deja sin aliento. Tengo serias dudas de que sea
capaz de llevarlo dentro de mi coño sin el mismo do-
lor que cuando me tomó el culo. Y poner a prueba esa
teoría es, de repente, lo único en lo que puedo pensar.
Jesús, jodido Cristo. El hombre es pura perfec-
ción. No podría haber un lienzo más impresionante
que Nick. La tinta de colores se muestra ingeniosa-
mente en cada músculo ondulado de su cuerpo. Su
polla, dura y lista para hacer magia, atrae mi atención
y no puedo apartar la mirada sin importar cuán ca-
liente se ponga mi cara.
Levanto mi cabeza para verlo sonriendo y ex-
tendiendo su mano. Él sonríe cuando ve dónde están
mis ojos mirando. ―Entremos.
Toma mi mano entre las suyas y ambos nos su-
mergimos en el agua. Decido en ese mismo momento
que esta noche será la noche. Planeo perder mi virgi-
nidad con Nick Hudson en este gran lugar.
Capítulo Diecinueve
Nick
VUELVO A TIRAR DE LA MANO DE LYRIOPE PARA
QUE SE SIENTE A MI LADO. Gimo en voz alta cuando el
líquido caliente cubre mi cuerpo.
Pasando mi mano mojada por mi cabello, ali-
sándolo hacia atrás, digo. ―Creo que vamos a tener
que convertir esto en un hábito.
Muevo mi cuerpo más cerca, y solo el roce de su
pierna contra la mía aumenta el calor que me rodea. Si
tengo mucho más calor, definitivamente estaré hir-
viendo.
Agarro la pipa de agua y tomo una larga inha-
lación, pasándosela a Lyriope, quien niega con la ca-
beza.
―Yo no fumo.
―Yo tampoco. Esto es diferente.
Ella sonríe. ―Parece que te sale humo por la
boca.
Vuelvo a inhalar, lo sostengo en la boca y
avanzo poco a poco hasta Lyriope. Poniendo mis la-
bios sobre los suyos, respiro el humo en su boca, sin-
tiendo mi polla endurecerse mientras ella inhala sua-
vemente, sus ojos se cierran y sus labios permanecen
separados. Considero nunca alejarme, ya que la sen-
sación es, con mucho, una de las sensaciones más de-
liciosas que existen.
―¿Puedo hacerte una pregunta?― pregunta
Lyriope, interrumpiendo nuestro beso y soltando el
humo.
―Siempre puedes hacerme una pregunta. Sin
embargo, no puedo responder.― Me alejo con pesar,
pero me recuesto y me relajo en el agua humeante.
―No sé nada sobre ti. Nada en absoluto. Eres
un misterio para mí.
―¿Eso es una pregunta?
Pone los ojos en blanco. ―Claramente sabes
todo sobre mí, pero yo no sé mucho sobre ti. Solo sé lo
que quieres que la gente sepa. Sé acerca de la imagen
de Nick Hudson que trabajas tan duro para retratar.
Puedo tratar de desenterrar todo lo que quiera sobre
ti, y lo he hecho, pero nunca sabré nada sobre tu ver-
dadero yo. Quien realmente eres. Por qué haces lo que
haces. Ya que voy a estar viviendo contigo por un
tiempo, siento que debería saber al menos algo.
―¿Por qué?
―Porque.― Ella traga saliva―. Me confundes.
―¿Cómo es eso?
―Un segundo me tienes aterrorizada, al si-
guiente segundo me tienes con…
―¿Deseo?― La interrumpo, tomando su silen-
cio atónito como una oportunidad para inhalar de
nuevo el narguile.
―Sí.― Mira hacia abajo, sus manos, sus meji-
llas sonrojadas―. Deseo.
―Entonces, ¿cómo es que conocerme más cam-
bia eso?
Ella se encoge de hombros. ―Puede que no seas
un enigma para mí.― Ella mira mi bastón tirado en el
lado de la bañera de hidromasaje―. ¿Por qué andas
con ese bastón? Al principio, pensé que era parte de
tu estilo. Como un disfraz. Pero nunca vas a ninguna
parte sin él. Esta noche, solo llevas una camisa negra
y jeans. Un bastón no combina exactamente con el
atuendo. ¿Entonces por qué?
Me giro lentamente para contemplar su belleza
bajo el cielo estrellado. Curiosamente, me apetece res-
ponder a esta pregunta que nunca lo he hecho con na-
die. Aunque tampoco nadie me había preguntado an-
tes por el bastón. ―Necesito el bastón para ayudarme
a caminar y aliviar el dolor que tengo. Tuve un acci-
dente de coche cuando era adolescente que me des-
trozó la pierna. Los médicos la salvaron de la ampu-
tación, pero la cojera y el dolor diario me acompaña-
rán siempre.
―Oh ―dice ella, con los ojos muy abiertos―.
Había asumido que era un accesorio. Estoy... Guau.
¿Sigues sufriendo por el accidente? Lo siento.
Como si hubiera abierto la caja de Pandora, no
tengo ganas de detenerme ahí. ―Fue un accidente ho-
rrible. Mi madre, mi padre y mi hermana murieron en
el auto. Yo fui el único sobreviviente.
La escucho inhalar bruscamente. ―Lo siento.
No fue mi intención que me dijeras…
―Dijiste que querías saber más sobre mí.
Bueno, ahí lo tienes. Mi padre conducía por la costa.
Los caminos eran sinuosos, los acantilados que con-
ducían al océano a nuestra derecha. No es gran cosa
para una familia normal. Pero no éramos una familia
normal. Mi padre, deprimido y maníaco, decidió que
ese sería un buen momento para morir. Entonces, en
lugar de reducir la velocidad en una de las curvas, de-
cidió acelerar y enviarnos volando por el acantilado.
Lyriope se tapa la boca. ―Ay dios mío. ¿Y so-
breviviste a eso?
―Apenas. Pero sí.― Señalo algunos de mis ta-
tuajes. ―La tinta cubre las cicatrices que dominan la
mayor parte de mi cuerpo. Tienes que mirar muy de
cerca para verlas todas—. Los prefiero en lugar de te-
ner cicatrices toda mi vida, causadas por otra persona.
Las transformaría en belleza. Tomaría el control de mi
propia apariencia en lugar de permitir que mi pasado
y las acciones de mi padre lo hicieran por mí.
Sus ojos observan mi cuerpo.
―Los huesos rotos sanan, pero durante todos
esos meses de recuperación en el hospital decidí que
nunca dejaría que la historia se repitiera. Nunca me
convertiría en mi padre. Vivió una vida patética. Tenía
un trabajo de nueve a cinco que odiaba, estaba en un
matrimonio sin amor y tenía dos hijos con los que
nunca pasaba tiempo. Simplemente se movía por las
corrientes de la vida en una niebla de tristeza y mise-
ria hasta que finalmente no pudo soportarlo más.
―Jesús ―dice en voz baja.
―En la superficie, parecíamos una familia tan
normal. Suburbios, dos niños, un perro, una valla
blanca―. resoplo―. Normal. Lo normal es mortal. Es
por eso por lo que lo detesto. Lo normal esconde los
oscuros secretos que acechan bajo la superficie. No
hay secretos oscuros conmigo ahora. Permito que la
oscuridad se revele en todo lo que hago. Nunca ocul-
taré ese lado de mí porque, de ser así, me lanzaré por
ese acantilado una vez más.
Hablar en voz alta sobre algo que no le he dicho
a un alma se siente como un puñetazo en el estómago,
pero también parece levantar un millón de libras que
pesan sobre mis hombros. Se siente bien y mal al
mismo tiempo. Mi rodilla late con el recuerdo de ha-
ber tenido barras de metal saliendo de ella durante
meses. mientras estaba acostado en una cama solo,
con todos mis visitantes potenciales muertos, en el
fondo de un acantilado, las olas bañándolos. No tenía
a nadie. Todo lo que quedó fue un niño destrozado
que no tuvo más remedio que reconstruir su vida.
Pero mi objetivo era reconstruirme como al-
guien fuerte e inquebrantable. Alguien opuesto a mi
padre. Alguien que no era ordinario sino más bien...
extraordinario.
Me deslizo más cerca de Lyriope y muevo mi
rostro a centímetros del suyo. ―Entonces, ¿eso res-
ponde a tu pregunta? ¿Sientes que sabes más de mí?
Ella traga, asiente y desvía la mirada. ―No fue
mi intención traer malos recuerdos.
―Todos tenemos malos recuerdos. Todos tene-
mos pasados jodidos. Simplemente me niego a ser ese
niño asustado y herido en la cama del hospital nunca
más.
―Tienes suerte de haber podido romper el do-
minio de tus desastrosos padres ―dice―. Ojalá pu-
diera hacer eso.
―Los míos están muertos. No tengo que en-
frentarlos.
Ella asiente, mira hacia el mar y suelta una respiración
profunda.
―¿Tienes alguna otra pregunta? ―inquiero.
Se lame los labios y luego me mira. ―Cuando
tomas mi virginidad, nuestro contrato termina. ¿Y
qué? ¿Qué me pasa entonces? ¿Cuál es tu plan a largo
plazo?
―Bueno, primero, nuestro contrato no ha ter-
minado ―dice claramente.― Una vez que tome tu vir-
ginidad, renegociamos. No ha terminado. Simple-
mente, se pondrá en marcha un nuevo contrato.― Le-
vanto la comisura de mi labio y reprimo las ganas de
gruñir―. Y disfruté bastante la firma del contrato.―
Paso mi dedo a lo largo de su mandíbula, bajo su cla-
vícula y lo sumerjo entre sus senos.
Ella se sonroja, pero no se aparta ni trata de de-
tener mi toque.
Mis manos rodean su cintura, posicionando su
cuerpo para que pueda moverme detrás de ella.
Usando mis dedos para masajear su cuello y hombros,
de repente quiero darle a esta mujer placer más allá
del erotismo.
―Y planeo tomarme mi tiempo antes de tomar
tu virginidad, me gusta saborear algo rico ―agrego.
―¿Qué pasa si no quiero que te tomes tu
tiempo? ―pregunta suavemente.
Antes de que pueda responder, se mueve hacia
mí de nuevo, girando hasta que está a horcajadas so-
bre mi regazo.
―¿Qué pasa si quiero que la tomes ahora?―
Casi ronronea cuando sus labios se acercan a los míos.
Levanto su barbilla con mis dedos, obligándola
a mirarme. ―Hay muchas otras cosas que podemos
hacer que son tan divertidas como follar. Tal vez in-
cluso más divertidas.
Sus ojos ardientes se encuentran con los míos.
―No quiero esperar.
Puedo ver la punta de mi polla justo debajo de
la superficie del agua y me pregunto si seré capaz de
resistirme a ella otro segundo. El lado obstinado de mí
que le gusta apegarse a un plan quiere esperar para
reclamarla completamente como mía, pero mi polla
exige satisfacción ahora.
Deslizándome hacia adelante hasta que mi po-
lla descanse contra su estómago y sus pezones rocen
mi pecho, digo: ―¿Cuánto la quieres?
Tomando su mano, la guío hacia mi polla... mi
respiración se detiene cuando me doy cuenta de que
sus dedos diminutos no llegarán completamente alre-
dedor de mi circunferencia.
―Eres tan grande ―dice, mirando mi polla en
su palma, notando claramente cuánto he estado cre-
ciendo con la idea de estar enterrado dentro de ella.
Levanto su barbilla, inclinando su cabeza hacia
atrás hasta que nuestras miradas se encuentran.
―Cuando follo a una mujer, entierro cada centímetro
de mi polla en ella. Boca, coño o culo, no importa cuál,
o los tres, empujaré hasta que no quede un solo centí-
metro de mí que no esté enterrado profundamente.
¿Estas lista para eso?― Sonrío―. No estoy seguro de
que lo estés.
No le doy la oportunidad de responder mien-
tras mi boca se estrella contra la suya. Es como el pri-
mer beso, uno que ordena que acceda a mis deseos.
Si mis palabras pretendían asustarla, fracasé. En
lugar de tener miedo, se aferra a mis hombros, acer-
cándome aún más. Abriendo su boca a la demanda de
mi lengua recorriendo la comisura de sus labios, ella
provoca un dolor al sentirme profundamente dentro
de ella.
Un escalofrío la recorre mientras sigo embele-
sando su boca, mis manos explorando cada parte de
sus pechos húmedos y expuestos. Ambos gemimos
cuando una oleada caliente de hambre me atraviesa.
Pasa sus manos por el duro plano de mi torso antes de
envolverlas alrededor de mi cuello. Pero cuando tomo
sus pezones entre mis dedos y aprieto mi agarre, ja-
lándolos de su cuerpo, torciéndolos, su cabeza cae ha-
cia atrás, y ella grita de una manera tan embriagadora
que mi necesidad de tenerla ahora me atraviesa como
un rayo. Rayo de fuego.
―Oh… Oh Dios ―gime.
―Te deseo, Lyriope. Joder, te necesito —digo
con voz áspera, liberando sus pezones y levantándola,
al mismo tiempo que bajo la cabeza.
Ella gime cuando paso de un pezón duro al
otro, metiendo primero uno y luego el otro en mi boca,
calmando el dolor que mis dedos le habían causado.
Cada chupada tiene mi polla palpitando.
―Más... por favor... Nick, por favor ―suplica.
Ella suelta mi cuello para dejar caer su mano en
busca de mi polla. Necesito absolutamente que ella to-
que, acaricie, que me lleve a la plenitud que necesito
desesperadamente.
Necesito correrme, pero no quiero follármela
todavía. Independientemente de lo que diga, no estoy
listo para arriesgarme a cambiar el contrato. Me gusta
como es. Me gusta ella aquí. Me gusta que ella me
deba. Ella me gusta…
Pero joder, necesito correrme ahora.
Capítulo Veinte
Lyriope
QUIZÁ SI MANTENGO LOS OJOS CERRADOS, PUEDA
BLOQUEAR QUE EL HOMBRE QUE TANTO DESEO ME TIENE
PRISIONERA. Quizá si me concentro en las sensaciones
de mi cuerpo cobrando vida, no tenga que enfren-
tarme a la realidad de que estoy traicionando mi alma
al entregársela al monstruo de esta historia. Él mismo
lo dijo. Los villanos no son los buenos. Son los malos.
Él es el malo.
Esto está mal, muy, muy mal.
Pero mientras acaricio su sexo con mi mano una
y otra vez, el agua del jacuzzi zumba a nuestro alrede-
dor mientras presionamos nuestros cuerpos, ya no
puedo descifrar la diferencia entre el bien y el mal.
Y aunque puede ser el villano, también es solo
un hombre lleno de cicatrices con demonios inquie-
tantes de su pasado. Hay razones por las que es como
es. Y curiosamente, me relaciono con ellos. No es solo
un personaje de una historia para temer, sino un ser
humano con un profundo dolor subyacente.
Una parte de mí desearía no haber pedido saber
más sobre este hombre. Porque ahora que sé más so-
bre su historia, quiero ser parte de ella. Pero quiero ser
el mejor capítulo de su libro.
Presiono mi cuerpo contra el suyo, lista para
montarlo y empujar su grosor dentro de mí cuando
una voz fuerte y estridente atraviesa la noche.
―¡Ah, Nick Hudson! Qué placer y placer verte
por aquí. Te he estado buscando por todas partes, y
todo el tiempo has estado aquí, justo debajo de mis
narices.
Nick y yo nos congelamos, nos separamos e in-
halamos profundamente. Mi cuerpo está gritando en
señal de protesta, pero no tengo más remedio que de-
jar que la frustración y la decepción me penetren. Es-
toy tan amargada que ni siquiera trato de luchar para
ocultar lo que estamos haciendo en el jacuzzi cuando
normalmente me sentiría mortificada si alguien me
atrapara en una situación como esta.
Una mujer se acerca con el pelo largo y gris que
le llega hasta la parte baja de la espalda. Tiene joyas
grandes y toscas en las orejas, alrededor del cuello y
en casi todos los dedos. Es delgada, pero mantiene los
hombros en alto con una elegancia y un poder que
debe haber llevado años dominar.
Nick no parece avergonzarse de que lo pillen
desnudo en un jacuzzi. Él no hace ningún esfuerzo por
ocultar su cuerpo cuando ella se acerca, así que yo
tampoco. No es como si tuviera la capacidad de ha-
cerlo de todos modos. No veo toallas, y si me apresuro
a buscar mi ropa, voy a hacer el ridículo. Decido tomar
nota de cómo se comporta Nick y tratar de hacer lo
mismo.
―Cora, pensé que estabas en Ibiza.
Algo ha cambiado en el comportamiento de
Nick. No posee la personalidad psicópata, despiadada
y cortante que siempre le he visto tener con otras per-
sonas. Él no muestra ese lado en absoluto en este mo-
mento. Ni siquiera parece molesto porque fue inte-
rrumpido de follar con alguien. De hecho, tiene una
cualidad casi infantil y caprichosa cuando saluda a la
señora mayor.
―Oh, iba a ir, pero luego escuché que “Won-
derland” se llevaría a cabo esta noche, y esperaba mu-
cho una invitación. Se rumorea que va a ser uno de los
temas más magníficos hasta el momento.
―Sabes que siempre estás invitada, amiga mía.
Simplemente pensé que estabas fuera de la ciudad, o
que habrías estado en la lista oficial de invitados. Pero
sabes que Martha nunca te rechazaría en la puerta.―
Como si olvidara que estoy sentada a su lado, des-
nuda, añade finalmente.—. Lo siento. Déjame presen-
tarte a Lyriope.― Él pone su brazo alrededor de mí y
me tira un poco más cerca―. Lyriope, esta es Cora Pi-
llar. Es una amiga mía muy querida. Nos conocemos
desde hace años.― Nick empuja la pipa de agua hacia
Cora―. Pensando que no estabas, aproveché la opor-
tunidad para traerla aquí para que pudiera disfrutar
de la mejor vista de la costa este. Todavía deseo que
me dejes comprarte esta propiedad.
―Nunca ―dice ella, sentada junto a la pipa de
agua, su falda vaporosa cayendo en cascada a su alre-
dedor y tomando una gran calada. ―Pero siempre
eres bienvenido a venir y jugar.― Sus ojos me reco-
rren de la cabeza a los pies desnudos. El agua clara
hace poco para ocultarme―. Lyriope… qué nombre
tan interesante. No siento que nos hayamos conocido.
Y me aseguro de conocer a todos los que viven en
Bishop's Landin.
―Lyriope no es de aquí. Ella se queda conmigo
por el momento.
―Ahh.― Ella exhala una gran bocanada de
humo―. ¿Y qué piensas de nuestro pequeño mundo?
―Esta es la primera vez que lo veo hasta ahora
―digo, mirando el agua por encima del acantilado―.
Pero es hermoso. Es como algo sacado de una pintura
o de un libro de cuentos de hadas.― Me giro para mi-
rarla, notando que sus ojos están fijos en mí y no pa-
recen en lo más mínimo interesados en Nick en lo ab-
soluto―. Tienes un lugar encantador aquí.
―Lo tengo. Y siempre está abierto a cualquier
amigo de Nick.― Vuelve a inhalar y exhala lenta-
mente el humo en un círculo danzante―. ¿Cuánto
tiempo planeas quedarte con Nick?
Lo miro en busca de una respuesta. No estoy se-
gura de qué decir exactamente.
―Aún no lo hemos decidido ―dice Nick con
una sonrisa―. Tenemos algunos asuntos pendientes
de los que ocuparnos que pueden llevar algún tiempo
y luego seguir negociando. Soy un hombre paciente.
No hay necesidad de apresurar las cosas.
Ella asiente, sus ojos aún examinan cada centí-
metro de mi piel. ―¿Y de dónde vienes?
―La ciudad de Nueva York ―respondo―.
Nunca he venido a Bishop's Landing.― Soy dema-
siado pobre para estar en Bishop's Landing pero no
siento la necesidad de compartir esa información.
―¿Cuánto hace que conoces a Nick?― Sigue in-
terrogando.
Lo miro, sin saber si debo decir la verdad o no.
―Lo conocí en la fiesta navideña de los Morelli.
Sus ojos se abren. ―¿Ah, de verdad? Yo estaba
en esa fiesta. Curioso… ―Ella inclina su cabeza y me
examina de nuevo―. No recuerdo haberte visto allí.
―No estuve allí por mucho tiempo ―digo, sin-
tiendo mi cara arder ante el recuerdo de la noche con
Nick.
Sus ojos se estrechan. ―¿Pero no acabas de de-
cir que nunca has estado en Bishop's Landing? La
fiesta fue en la mansión Morelli.
Trago el nudo en mi garganta causado por la
forma sospechosa en que me mira. ―Bueno, sí, yo es-
taba aquí para la fiesta. Pero nunca he estado fuera de
casa en Bishop's Landing. Nunca he visto los lugares
de interés.― Miro a Nick que parece divertido por mi
incomodidad debido a todas las preguntas. Deba-
tiendo mientras estoy sentada aquí desnuda. ―Hasta
esta noche.
Lo que realmente debería decir es que nunca he
estado en Bishop's Landing como invitada. Nunca he
sido bienvenida. Siempre he sido una extraña.
Alcanza la pipa de agua y toma otra inhalación,
aparentemente satisfecha con mi respuesta. ―Bueno,
no quiero interrumpirlos.― Nos da a ambos una son-
risa maliciosa―. Pero esperaba pasar una noche en
“Wonderland”―. Empuja la pipa de agua hacia Nick,
quien inhala profundamente―. Y ahora que estás
aquí.― Me sonríe y luego de nuevo a Nick―. ¿Qué
sería más divertido que asistir a “Wonderland” del
brazo de Nick Hudson?― Ella asiente hacia mí―.
Puedes quedarte con su otro brazo.― Ella se ríe y el
sonido melódico resuena en el aire de la noche.
Nick sonríe, mostrando sus dientes perfecta-
mente rectos, me mira y dice: ―Parece que vamos a
tener que volver y pasar más tiempo aquí más tarde.―
Sus ojos se oscurecen por un una fracción de segundo
mientras se inclina y me muerde el labio inferior.
―Continuará.
Abro la boca para objetar, pero al mismo tiempo
no veo cómo podríamos volver a lo que estábamos ha-
ciendo ahora de todos modos.
―Nunca puedo rechazar una solicitud de Cora.
Muy bien entonces ―dice mientras exhala el humo,
poniéndose de pie para revelar su desnudez total sin
un ápice de timidez―. Preparémonos todos y vaya-
mos a “Wonderland”. Va a ser una noche fascinante.
Capítulo Veintiuno
Lyriope
LAS LUCES SE APAGAN, EL DJ DEJA DE TOCAR LA
MÚSICA Y UN SILENCIO GRADUAL RECORRE LA MULTI-
TUD. Me sitúo lejos de las masas, en la esquina de la
plataforma elevada, para poder observar. Veo con
asombro cómo Nick se sitúa en el centro del escenario
junto al DJ.
Una vez que salimos del lugar de Cora, hizo que
ambos nos cambiáramos y pusiéramos un atuendo
adecuado, más apropiado para un carnaval que para
un club nocturno. Lleva un traje a rayas blancas y ne-
gras con un sombrero de copa que le da un aspecto
más siniestro de lo normal. Su camisa negra está des-
abrochada hasta la mitad, dejando al descubierto un
pecho que francamente… quiero lamer.
Llevo un ceñido vestido rojo que brilla bajo las
luces de arriba. Me siento como un rubí en una multi-
tud de joyas, ya que todo el mundo ha recibido clara-
mente el memorándum de llevar ropa brillante y relu-
ciente. Los tacones que uso son altos, y me tambaleo
al caminar, sin la delicadeza necesaria para usar algo
como esto, pero a pesar de eso, me siento elegante.
Por los bailarines aéreos entrelazados en sedas,
las telas brillantemente colgadas por toda la habita-
ción, está claro que la magia superior es la intención
de la noche. Un circo oscuro y macabro.
Nick Hudson es el maestro de ceremonias de
este evento de “Wonderland”.
Él tiene el poder de encantar, el poder de hip-
notizar y el poder de capturar a todos los invitados
esta noche que pongan sus ojos en su presencia.
No se puede negar que es una fuerza domi-
nante que, con una mirada, puede inducir un trance
casi similar al de las drogas en todos los que encuentra
su mirada. Realmente tiene la capacidad de crear un
mundo que se transforma de un almacén frío y hú-
medo a algo mágico, fantástico y alucinante.
Cierra los ojos absorbiendo la energía, el olor a
anticipación palpitando en las venas de la audiencia.
Todos en “Wonderland” poseen un nivel de riqueza,
poder o notoriedad, pero esta noche están a merced de
Nick. Es casi como si pudieras escuchar cada latido de
corazón en la habitación, escuchar cada respiración
que todos toman y puedes saborear el deseo de expe-
rimentar cualquier obra maestra que el artista en Nick
haya creado.
Deslizándose hacia el único foco, mira con sus
penetrantes ojos marrones a la multitud de simples
mortales que beben de sus caros vasos de cristal o co-
pas de champán. Los tonos rojos, dorados y morados
de la tela que cubre las paredes del almacén a su alre-
dedor se mezclan con los tatuajes brillantes que se aso-
man del traje que usa.
Los artistas esperan ansiosamente sus señales
para entrar. Trapecistas en ajustados leotardos, mi-
mos y payasos con las caras pintadas, un domador de
leones con un látigo en la mano y bestias sostenidas
por pesadas cadenas están listos para comenzar el es-
pectáculo. El gruñido de un león me devuelve a la
realidad, aunque me siento perdida en un país de en-
sueño.
Comienza el hechizo hipnótico que sólo un
hombre de su talento creativo y seguro puede tejer. La
multitud de hombres y mujeres se fijan en su fasci-
nante mirada, permitiéndole chupar a cada uno... uno
por uno. Separando ligeramente sus labios, aspira len-
tamente sus alientos, robando una parte de sus almas
durante toda la noche. Cautiva su atención, exige que
se concentren, incluso antes de que comience el carna-
val.
Sin estremecerme, estoy tan cautivada por
Nick, que estoy dispuesta a ser su presa para lo que
tiene planeado. Quiero estar a merced de este hombre
por esta noche y más allá.
Cualesquiera que sean los actos oscuros, sexua-
les, incluso dolorosos que estén planeados para la no-
che, si Nick lo considera así, cooperaría de buena
gana... con entusiasmo. Me siento ebria por su magne-
tismo.
―Damas y caballeros, pecadores y santos…
―comienza―. Vamos a tener una noche llena de di-
versión, magia, seducción, desenfreno y deseo.
Su voz brama entre los espectadores. Nick exige
su atención, los atrae con lo que está por venir y co-
mienza el espectáculo... la noche acaba de comenzar.
Ver a Nick Hudson en su “Wonderland” me
abre los ojos a una nueva comprensión. Esta es la exis-
tencia que lleva. Transformando un almacén en otro,
atendiendo a un público, y viviendo entre un elenco
de malos, buenos, y los intermedios. Personas fasci-
nantes que eligen vivir en sus propios términos con
sus actos pecaminosos, en lugar de esconderse en las
profundidades de las sombras.
Nick se ha rodeado de personas de ideas afines.
Su “Wonderland” no es para los ordinarios. No para
los aburridos. No para las personas que se levantan
tristes y buscan una salida. “Wonderland” es para la
gente... que no es como su padre.
Este es un ambiente de fiesta como ningún otro.
Una colección de poder y oscuros secretos seductores.
Asesinos disfrazados, malvados disfrazados, criatu-
ras inmorales maquilladas. Y, sin embargo, todos se
juntan por una noche bajo las reglas de Nick.
Un refugio seguro. Sin violencia. Sin VIP. No
hay negocios. Libertad para follar.
Nick ha creado una tierra protectora y maravi-
llosa. Las reglas y el decoro deben quedar afuera.
Nick se ha convertido en mi salvador en más de
un sentido.
Alguien accidentalmente roza mi brazo, y me
congelo de miedo por un segundo. Aunque esto fue
un accidente, mi pasado todavía me persigue. Todavía
puedo oler el hedor del aliento de mi atacante cuando
trató de secuestrarme fuera de la pista de baile la úl-
tima vez que estuve en el “Wonderland”. Me pre-
gunto si esa noche seguirá para siempre mis pesadi-
llas con la sensación de pánico y horror de saber que
pude haber muerto esa noche.
Cierro los ojos y recuerdo cómo Nick me ayudó
a escapar de la mansión Morelli cuando los Sidorov
me perseguían esa noche. Yo también podría haber
muerto entonces. Su fuerza y exigencias, eran aterra-
doras, pero nunca me había sentido más segura. Este
misterioso extraño me estaba salvando la vida.
Nick me había salvado.
Cuando decidió saldar mi deuda, comenzó la
historia de Nick y Lyriope.
Observo cómo la chaqueta a rayas que lleva se
balancea cuando su cuerpo se mueve. Los ajustados
pantalones negros se adhieren a sus musculosos mus-
los. Su camisa negra abotonada revela lo suficiente de
su pecho para hacer que a mí y a todos los miembros
de la audiencia se nos haga agua la boca con anticipa-
ción para ver más. Su hechizo hipnótico es como una
droga que no puedo evitar desear. Me encanta cómo
su voz resuena en mis oídos, acelera los latidos de mi
corazón y alimenta mis deseos sexuales como nunca
antes. Mi coño late con la cadencia de su voz en auge.
Me estoy volviendo adicta a la forma en que me
hace sentir, adicta a la magia. Estoy luchando contra
la adicción, pero perdiendo, sentir su poder dominar
mi alma.
Y no es solo el salvador en Nick lo que tiene mi
cuerpo en llamas.
Incluso soy adicta a la oscuridad que cubre su
propio ser. Me gusta su maldad. Disfruto de su enfer-
medad. Parece que me siento más segura cuando sé
que matará si es necesario.
He visto lo bueno en Nick. El protector. El que
cuida de los niños. El encanto humorístico y juvenil.
Pero creo que lo que realmente me hace querer dar
todo de mí a este hombre es su conexión con la sangre
y el caos.
―Es hora de que comience el espectáculo
―grita Nick, levantando los brazos por encima de la
cabeza.
―Él es realmente magnífico de ver, ¿no es
así?― Cora dice desde las sombras, sorprendiéndome
por mi mirada.
―Sí, lo es. Realmente crea un club fantástico, y
es fascinante verlo.― Veo a Nick dejar el escenario y
quiero unirme a él.
Me doy la vuelta para marcharme, pero Cora
emerge por completo de las sombras, y algo sobre
cómo me bloquea para que no me vaya me tiene con-
gelada en el lugar.
―No hay necesidad de salir corriendo ―dice
mientras se acerca. Sus ojos hechiceros, su voz cauti-
vadora, me hace sentir vulnerable a sus caprichos.
Esta mujer emana un poder que solo espero tener al-
gún día. Años de sabiduría y experiencia en ella, ha-
cen que me sienta como una niña en comparación.
—Debería irme —digo en poco más que un su-
surro―. Estoy segura de que Nick quiere que me
quede cerca de él esta noche.― Debería irme, pero mi
cuerpo no me lo permite.
No puedo evitar sentirme débil y obligada a es-
cuchar cada sílaba que sale de la boca de la mujer.
―Tú y yo tenemos algo en común ―dice Cora―. Yo
también estoy fascinada con Nick. Es un viejo y muy
querido amigo mío. Cuando sus padres murieron,
vino a vivir conmigo. Lo amo como a un hijo y haría
cualquier cosa por él.
―Oh, él nunca me mencionó eso.
―Y él nunca me mencionó a ti ―responde ella.
―Nick y yo nos conocimos recientemente
―digo, sintiéndome incómoda con la energía tensa
que crece entre nosotros.
La mandíbula de la mujer se cierra, y sus ricos
ojos marrones parecen enrojecerse a lo largo de los
bordes justo delante de mis ojos. No es la mujer ama-
ble que conocí en el jacuzzi. Veo veneno e ira saliendo
de ella. ―Busqué esta noche y descubrí quién eres.
Me trago el nudo en mi garganta, dirigiendo
mis ojos hacia donde alguna vez estuvo Nick, pero no
lo veo por ninguna parte.
―Estás poniendo su vida en riesgo ―agrega
Cora―. No me gusta eso ni un poco. ¿Cuál es tu pers-
pectiva, Lyriope Bailey? ¿Quién eres? ¿Por qué estás
usando a Nick para que te ayude?
No quiero decirle la verdad de que Nick me se-
cuestró. Él es quien me obligó a hacer esto. No de la
otra manera. —Nick insistió.― Niego con la cabeza―.
No sé por qué me está ayudando, pero lo hace. Nunca
querría que saliera lastimado en todo esto. No quiero
que nadie salga lastimado. No sé qué hacer ni cómo
salir de esto.― Tomo una respiración trémula―. Fran-
camente, si no tuviera a Nick, estoy segura de que es-
taría muerta ahora mismo.
―Es un hombre respetado. Temido a veces,
pero respetado ―dice―. Pero él no es invencible.
―No quiero lastimarlo. Desearía poder desper-
tarme un día y que todo esto sea un sueño. No sé cómo
llegué aquí, y si podría retroceder en el tiempo…
La expresión de Cora se suaviza y sus ojos pa-
recen desvanecerse a un marrón cálido casi instantá-
neamente. ―Tengo fe en que Nick sabe lo que está ha-
ciendo. Y sabe cómo manejarse. Aprendió de los me-
jores. De mí.― Ella da un paso más cerca de mí, y lu-
cho por mantenerme en el lugar. No quiero que la mu-
jer vea cuánto miedo está causando―. Nick aprendió
a ser un luchador. Cómo ganar. Cómo agarrar el po-
der por las bolas. Es un hombre con el que no hay que
meterse, así como yo no soy una mujer con la que en-
fadarse. Entonces, si Nick siente que es mejor tenerte
en su vida en este momento, confiaré en eso. Pero tam-
bién quiero dejar algo muy claro. Si tienes algún plan
malvado, algún motivo tortuoso al que Nick de al-
guna manera está ciego. Te encontraré y te mataré.―
Se inclina más cerca de mí y puntúa cada sílaba de las
siguientes dos palabras―. Matarte. ¿Estamos claras?
Asiento con la cabeza. ―Esa no es mi intención.
nunca le haría nada…
―Bueno. Entonces nunca tendrás que ver mi
lado desagradable.
Cora me mira de arriba abajo con una expresión
de disgusto que rápidamente se desvanece y se trans-
forma en una sonrisa seductora.
―Debería irme. Tengo que hacerlo. Estoy se-
guro de que Nick me está buscando.― Logro dar un
par de pasos hacia atrás.
―Lyriope ―grita Cora mientras trato de irme
con calma y no huir como realmente quiero―. Real-
mente pareces una chica encantadora. Y siento que
podríamos ser grandes amigas.
Asiento con la cabeza y sonrío débilmente. Sí…
la mujer acaba de amenazarme con matarme y ahora
ve una amistad duradera en nuestro futuro. Solo en
“Wonderland”, supongo.
―Lyriope ―grita de nuevo con voz canta-
rina―. Simplemente no jodas con Nick.
Capítulo Veintidós
Lyriope

―NICK TE ESTÁ BUSCANDO ―DICE HARRISON


MIENTRAS SE ACERCA―. ESTÁ EN SU OFICINA.

Asiento con la cabeza, tratando de no dis-


traerme con cómo los cuerpos que bailan en el piso
principal se están transformando lentamente en cuer-
pos involucrados en actos sexuales. Se chupan las po-
llas, los senos se exhiben por completo, los gemidos se
mezclan con la música a todo volumen, el olor a sexo
es pesado en el aire y nunca he estado tan cautivada
en toda mi vida. Podría pararme aquí y ver a estos
completos extraños tener sexo toda la noche. Salí tem-
prano en la última visita a “Wonderland”. No llegué
a ver esta parte.
―Lyriope ―dice Harrison de nuevo, sacán-
dome de mis espeluznantes pensamientos―. Piso su-
perior. Ahora.
Antes de que el segundo golpe conecte con la
puerta de arriba, en la que me han dicho que está
Nick, ésta se abre. Nick emerge, su cuerpo recordado
por la luz que brilla a través de la puerta. Me agarra
por la nuca y atrae mis labios hacia los suyos. El calor
de mi boca disuelve todos los pensamientos y todos
los sentidos de mi cuerpo, excepto el tacto. El fuego
explota dentro de mí, dejándome, jadeando por aire.
No necesito imaginarme nada. Todo lo que sé es que
esto es lo que necesito, lo que quiero desesperada-
mente.
Las manos de Nick son tan grandes, tan fuertes.
Puedo sentirlos rodear por completo mi cintura mien-
tras me tira con fuerza contra él. El hombre que siem-
pre tiene el control trae una sonrisa a mis labios
cuando siento que un escalofrío lo atraviesa, sabiendo
que está tan afectado por esta... ¿qué?
¿Química?
¿Lujuria?
¿Magnetismo animal?
Cualquier nombre, cualquier etiqueta que se
use, no importa. Lo que importa es que me tiene sin
aliento, consciente del bulto de la polla de Nick pre-
sionada contra mi estómago, nuestros cuerpos gri-
tando por liberación.
El gemido que he estado tratando de contener,
se me escapa en una tentadora ráfaga. Las manos de
Nick se aprietan a mi alrededor. Me atrae hacia él,
acercándome aún más, amoldándome a su sólido pe-
cho con manos suaves e inesperadamente sensuales.
Sintiendo más de la dura longitud de su sexo presio-
nando contra mi cuerpo, deseo más.
Finalmente recuerdo respirar. Levantando la
cabeza para mirarlo, no veo nada más que el contorno
sombreado de su rostro, iluminado por la luz que en-
tra por sus ojos.
―Sé que querías que me mantuviera cerca. Pero
Cora y yo estábamos hablando, te estaba buscando.
―Logré decir, las palabras débiles y sin aliento, y no
en absoluto lo que realmente quiero hablar.
―Tenemos asuntos pendientes―. Desliza sus
manos hacia abajo, ahuecando mi culo―. Amo a Cora,
pero ella es un verdadero bloqueo de polla. Tenía un
objetivo para esta noche, y pienso conseguirlo.― Sus
palabras roncas suenan como una advertencia, una
voz tensa de deseo que resuena entre una tormenta de
necesidad hambrienta.
Envuelvo mis brazos alrededor de su cuello
mientras me jala hacia la habitación y cierra la puerta
detrás de él. Sin molestarme en negar sus palabras,
buscando su fuerza y orden, susurro. ―Siento...
No sé qué más decir, cómo resistirme a un hom-
bre tan capaz de romper todas mis barreras. Todo so-
bre esto está mal. Muy mal. Soy su cautiva. Nada más.
Paso las yemas de mis dedos por el centro de su
pecho y luego por la parte superior de sus brazos. El
deseo me inunda cuando lo toco. No intento golpearlo
o empujarlo. No, solo quiero acariciar su carne, sentir
sus músculos flexionándose debajo de las yemas de
mis dedos, cada caricia aumenta el calor que inunda
mis sentidos.
Me mantiene inmóvil, bajando la cabeza, be-
sando un lado de mi cuello con los labios entreabier-
tos. Me seduce no con fuerza, sino con delicadeza.
―Dime que pare ―ordena―. Quiero robar el beso.
Quiero robar tu cuerpo. Quiero tomar lo que es mío.
Niego con la cabeza. No voy a obedecerle en
esto. No creo que pueda sobrevivir si se aleja de
nuevo. No quiero arriesgarme a que se detenga si yo
lo digo. No cuando todo mi cuerpo está ardiendo con
una necesidad que tiene que ser saciada.
―No.― Es la única palabra que apenas puedo
susurrar. El habla es conquistada por la necesidad se-
xual―. No tienes que tomar. Quiero dar.
En un rápido movimiento, Nick me toma en sus
brazos y me lleva a su escritorio. Mi cuerpo se derrite
contra la dureza de su pecho, mi lengua baila con la
suya en lo más profundo de su boca.
Necesito más, necesito sentir su piel contra la
mía.
Apresuradamente, le quito la chaqueta, le subo
la camisa por la cabeza y le paso las manos por el pe-
cho. Me deleito en lo suave y elegante que se siente su
piel contra mis labios, cada músculo claramente defi-
nido. La atracción sexual adquiere otro significado en
ese momento.
Nick gime mientras me besa más profunda-
mente, guiándome hacia la madera de la mesa de
abajo. Con movimientos tan gráciles como un hábil ar-
tesano, me quita la ropa, sacando el vestido por mi ca-
beza y bajando mis bragas sin esfuerzo. Me estre-
mezco, no de frío, sino de necesidad. Gimo cuando me
quita el sostén, sus labios recorren mis senos con las
yemas de los dedos, cada caricia es una promesa de lo
que está por venir.
Todo mi cuerpo grita por su toque mientras baja
la cabeza y me da un beso en ambos pezones, sus ma-
nos se deslizan hacia abajo para deslizarse debajo de
la curva de mi trasero. Levanto mis caderas para faci-
litar el viaje, mi corazón exigiendo que se dé prisa, mi
alma anhelando que me lleve. Para reclamarme como
suya.
A pesar de mis gemidos, mis súplicas para su-
mergirme en mí, para llenar mi coño vacío, se toma su
tiempo, mi mente gira mientras coloca suaves besos
sobre cada centímetro de piel que está expuesta. El
placer aumenta con cada toque y con cada momento
que estoy bajo su peso, pero es demasiado lento.
―Ahora ―exijo―. Te necesito ahora.― Al lle-
gar a él, encuentro mis manos tomadas, mis brazos le-
vantados por encima de mi cabeza.
―Tú no estás dirigiendo el espectáculo ―dice,
guiando mis manos a los lados del escritorio―. Agá-
rrate y no te sueltes.
No estoy seguro si la madera se siente fría por-
que tengo tanto calor, tanta necesidad, agradezco la
frescura mientras envuelvo mis dedos alrededor del
borde. El mismo acto de obedecer, de sumisión, hace
que mi mente se rebele, pero solo por un brevísimo
momento mientras Nick se acomoda sobre mi cuerpo.
Todo su ser grita masculino primitivo, y todo
mi cuerpo se estremece, mi deseo aumenta. Sus grue-
sos muslos abrazan cada lado de mis caderas; sus pan-
talones desabrochados con su polla, sobresaliendo
recta de su cuerpo, recostada a lo largo de mi estó-
mago, dura como una barra de acero, gruesa y pesada.
Mi boca se inunda de saliva, el deseo de lamer
su eje hace que mi lengua corra por mi labio inferior y
mi mano se mueve para alcanzar la polla que tan de-
sesperadamente necesito probar.
―No ―dice, alcanzando instantáneamente
para capturar mi mano, guiándola de regreso al escri-
torio.
―Pero quiero tocarte ―casi siseo en necesidad.
―No se trata de lo que quieres, es lo que nece-
sitas ―dice.
Las palabras podrían haber sido pensadas como
un castigo, pero la mirada en sus ojos es más una pro-
mesa. Recostándose, una gota de pre-semen en su po-
lla ahora se ha transferido como una raya brillante en
mi vientre por su movimiento sobre mí. Me estre-
mezco una vez más cuando sus manos se posan en mis
pechos. Su piel tatuada es mucho más colorida que mi
lienzo casi en blanco que es fácil ver el contraste entre
nosotros.
Sus yemas de los dedos acariciaron mis pechos
haciendo que mis pezones se tensaran aún más, que
comenzaran a palpitar, que se volvieran de un rosa
más oscuro mientras la sangre corría por ellos. En el
momento en que finalmente agarra cada uno, ce-
rrando la carne entre sus dedos y pulgares, gimo y me
arqueo por más.
―Sí ―ronroneo mientras comienza a rodar la
piel sensible, a torcer, a tirar.
Cada tirón envía un rayo de electricidad direc-
tamente a mi clítoris, buscando la misma atención, ne-
cesitada de su propio toque.
La cabeza oscura de Nick se inclina, su boca se
abre para dibujar un pezón entre sus labios. Su lengua
raspa sobre el dolorido pico antes de que sus labios se
cierren y succione con fuerza. Siento mi vagina inun-
darse y palpitar con cada atención. Nunca imaginé
que pudiera haber tal conexión entre mis senos y mi
sexo. No puedo detener ni los suaves gemidos y mau-
llidos ni el movimiento de mis caderas. No tengo ver-
güenza ni deseo de ocultar lo que realmente quiero.
Nick se mueve de un seno a otro, tomándose su
tiempo, hasta que mis pies tamborilean sobre el escri-
torio y me siento a punto de descubrir que puedo lle-
gar al clímax solo con el juego de los senos, solo para
que me lo nieguen. Cuando quería exigirle que se
diera prisa y me llenase, ahora todo lo que quiero es
que continúe chupando y mordisqueando mis pezo-
nes y el área circundante, pero parece que tiene otros
planes.
Su lengua traza un camino por mi torso, sumer-
giéndose para arremolinarse dentro de mi ombligo, la
nueva sensación es una que nuevamente envía un
rayo de deseo directamente hacia el sur cuando co-
mienza a retroceder. Una vez que está arrodillado, mis
muslos a cada lado de su cuerpo, desliza una mano
debajo de cada uno, levantando mis piernas para co-
locarlas sobre sus hombros. Gimo, sintiendo mi cara
arder cuando sus ojos se posan en mi coño que se
muestra tan descaradamente mientras levanta mis ca-
deras del escritorio, obligando a mis hombros a sopor-
tar mi peso.
Gimo cuando sus manos se mueven para ahue-
car las mejillas de mi trasero.
―¿Debería follarte el coño o el culo? —pre-
gunta Nick, sus dedos ásperos raspando mi carne sen-
sible.
No necesito responder. Sé que no tengo elección
en esto. La decisión ha sido tomada y todo lo que
puedo hacer es apretar mi agarre alrededor del escri-
torio, esperar lo que está por venir y permitir que su
toque vuelva a encender el fuego que enciende su do-
minio.
Debería odiarlo por cómo cree que puede fo-
llarme el culo a voluntad.
Y lo hago
Pero quiero más de ese odio. El odio se siente
jodidamente bien.
Mis ojos se cierran de golpe en el momento en
que siento su toque en mi ano una vez más. Los re-
cuerdos de él llevándome allí de tantas maneras, el co-
nocimiento de que entregué mi culo virgen, así como
mi creencia de que el sexo anal no es mi perversión
sexual, hace que mi sangre se acelere y mi coño tenga
espasmos.
―Te gusta cuando juego con tu trasero, ¿no? —
pregunta, deslizando un dedo dentro de ese pequeño
agujero oscuro, usado una vez, para arremolinarse, y
sacarlo.
Grito cuando su palma se conecta con mi tra-
sero, mis ojos se abren en estado de shock para encon-
trarse con los suyos.
―Te hice una pregunta ―dice, y su dedo
vuelve a sumergirse nuevamente.
―Sí ―respondo―. Sí, me gustó cuando me fo-
llaste el culo, duro.
―¿Y quieres que me folle este culo una y otra
vez?― Él acaricia dentro y fuera de mi culo lento y
constante, como si tuviera todo el tiempo del mundo.
Vacilo, preguntándome cómo responder.
Si miento, ¿lo sabrá? Si digo la verdad, ¿qué
pensará? ¿Pensará que soy una puta? ¿Que no soy más
que una puta? Es tan tentador mentir, hacer el papel
de una parte herida que fue forzada a ser cogida por
el culo y, sin embargo, sé la verdad.
Alguien que no disfrutó del acto seguramente
no habría suplicado correrse, alguien que no hubiera
necesitado un solo toque en su clítoris... la polla gol-
peando en su culo lo suficiente como para hacerla im-
plosionar.
―Sí.― Me inclino un poco para poder ver su
rostro―. Pero por favor, fóllame el coño. Por favor.
―Si follo tu coño, entonces has cumplido con
los términos del contrato.
―¿Tu punto?
―No quiero dejarte ir. Alguna vez.
―Nick ―digo, tratando de no pensar dema-
siado o leer lo que significan exactamente sus pala-
bras, me concentro en lo que mi cuerpo está deman-
dando e ignoro el resto por ahora. ―Por favor, fóllame
el coño. Por favor.
―Muéstrame cuánto quieres que te follen ese
coño ―dice, desabrochándose los pantalones y dete-
niéndose para que me haga cargo.
Cierro los ojos por un momento, buscando en
todo mi ser el coraje para lo que estoy a punto de ha-
cer.
Presiono tentativamente mi palma contra su pe-
cho. ―Quiero saborearte.― Bajo mi mano al bulto en
sus pantalones―. Quiero sentir tu polla entre mis la-
bios.― Rápidamente le bajo los pantalones, liberán-
dolo del confinamiento―. Quiero mostrarte que
puedo ser tan oscura como tú si me lo permites.
Quiero violarte con mi boca. Te quiero tomar. Te
quiero robar.
Nick se queda quieto, sin hacer ningún movi-
miento para detenerme en mi objetivo. Tomo esto
como una señal para continuar.
Tal vez este es su lenguaje. Sin rogar. Sin hablar
de la razón. Nada más que suciedad e indecencia eró-
tica.
Me arrodillo, coloco su polla endurecida en la
base de mi lengua y cierro mis labios con fuerza alre-
dedor de él. Mirándolo a los ojos, empiezo a mover mi
boca arriba y abajo de su eje.
Nick nunca aparta la mirada. Nunca cierra los
ojos por un momento. Él observa como empiezo mi
seducción oral. Quiero ser follada. Quiero ganarme el
derecho de que este hombre reclame mi virginidad
como suya.
Aprieto mis labios y trabajo mi lengua en pe-
queños círculos a lo largo de toda su longitud. Su sa-
bor, su olor y toda su aura es todo lo que imagino.
“Wonderland” late detrás de la puerta cerrada con
cientos de personas de fiesta, pero nunca antes me ha-
bía sentido más sola y en privado con una persona.
Somos solo Nick y yo. Nadie más importa.
El peso del demonio descansa sobre mi lengua,
y casi llego al orgasmo por eso.
Nick alcanza mi cabello para detenerme. ―Ly-
riope ―gime.
Lo miro a los ojos con su polla todavía en mi
boca. Lo saco lo suficiente como para susurrar.
―Quiero cumplir con mi parte del contrato. Quiero
que me folles. Quiero que hagas conmigo lo que te
plazca. Nunca he querido nada más.― Bajo mi boca
hasta la base de su polla y lentamente regreso a la
punta. Sacando su polla lo suficiente como para hablar
de nuevo, digo con voz áspera―. Quiero ser mala.
Quiero demostrarte que puedo bailar en tu mundo si
me dejas.
Cierra los ojos y echa la cabeza hacia atrás en
una rendición eufórica. Sé que he ganado esta batalla.
Sonrío victoriosamente por mi éxito y continúo mi
búsqueda para complacer a Nick como nunca lo había
hecho.
―Fóllame la cara ―murmuro, lista para lle-
varlo al siguiente nivel de libertinaje pervertido―. Fó-
llame la cara como si planearas follarme el coño.― Mi
charla sucia me excita aún más. Amo este lado de mí
que parece ser desatado por Nick.
De repente, la puerta de la oficina se abre con
una ráfaga de música a todo volumen.
De pie en la puerta está Harrison.
―Nick, tenemos que ir a la trastienda ahora. Ya
llegaron todos y no van a querer esperar más.
Él se aleja. ―Mierda.
Me pongo de pie en estado de shock y ver-
güenza, limpiando los signos de mi acto de las comi-
suras de mi boca, escaneando la habitación en busca
de mi ropa.
―¡Pueden esperar! ―grita.
―No, no pueden, y lo sabes. Están esperando y
cada vez más impacientes.
—Joder —dice Nick, soltando un suspiro y pa-
sándose los dedos por el pelo. Me mira a mí y luego a
Harrison.
―Estamos en camino ―dice Nick, alcanzando
mi vestido y entregándomelo. Se inclina y besa mi
frente―. Lo siento. Nos necesitan en otra parte. Con-
tinuará.
Capítulo veintitrés
Lyriope
CAMINAMOS A TRAVÉS DE LA MULTITUD DE PER-
SONAS, BAILANDO CON LA MÚSICA DEL DJ. Los artistas
del carnaval están a nuestro alrededor y hay una sen-
sación sofocante atravesándome mientras Nick toma
mi mano y me guía a la parte trasera del almacén.
Cuando abre una gran puerta de metal y cami-
namos por un pasillo vacío, los sonidos de la fiesta se
desvanecen a una base sorda que hace vibrar las pare-
des.
―Te permitiré asistir a la reunión de esta noche
con una condición ―dice.
No había pedido asistir a la reunión en primer
lugar, pero ahora que sé que la opción sobre la mesa
está ahí, la quiero. De hecho, puedo asistir a una in-
fame fiesta de té en “Wonderland”.
―Siéntate a mi lado. No dices una sola palabra
por más difícil que sea hacerlo.
—Está bien —digo, sin estar segura de lo que
diría en una reunión de todos modos―. ¿Con quién
nos encontraremos?
―Dioses. Nos estamos reuniendo con los dio-
ses.
Cuando la puerta se abre a una habitación en el
otro extremo del enorme almacén, Nick me lleva a dos
asientos vacíos en la cabecera de la mesa. Examino la
habitación para ver si reconozco a alguno de los hom-
bres sentados alrededor de la mesa, pero las luces son
tenues, nos estamos moviendo demasiado rápido ha-
cia nuestros asientos y soy demasiado cohibida para
mirar por mucho tiempo. Una vez que me instale en
mi asiento, tendré la oportunidad de ver más, pero
por ahora, solo veo la parte de atrás de la cabeza de
varios hombres.
―Gracias por acompañarme esta noche.― Nick
comienza mientras saca mi silla para que me siente y
luego se para al final de la mesa frente a todos―. Per-
mítanme comenzar recordándoles una de las reglas de
“Wonderland”. Sin violencia.
Miro alrededor y noto más seguridad flan-
queando la habitación. También veo a varios hombres
con trajes haciendo guardia que no parecen pertenecer
a Nick sino a los invitados de la habitación. Harrison
está de pie junto a la puerta al igual que Martha.
―Beban señores, tengo botellas de Macallan
Red para que todos disfruten. ¿Qué es una fiesta de té
sin una pequeña libación?― Se sirve un poco de
whisky y toma un pequeño sorbo antes de hablar―.
Empecemos con las presentaciones. Tenemos a los
hermanos Sidorov aquí representando a su familia.―
Nick asiente hacia ellos.
Oh, mierda. Trato de no hacer contacto visual
con ellos. Solo espero que la regla de no violencia de
Nick se mantenga esta noche. No entiendo por qué
Nick me pondría en una habitación con hombres que
quieren secuestrarme, lastimarme o incluso matarme.
Nick continúa. ―Lamentablemente, Lucian Morelli
no pudo asistir a mi fiesta esta noche, pero Leo y Tier-
nan Morelli están aquí en representación de su fami-
lia. También tenemos a Gio Ralston porque reciente-
mente me he dado cuenta de que él también está in-
volucrado en este pequeño círculo vicioso que tene-
mos.― Nick inhala profundamente―. Puedo oler la
testosterona en la habitación. Por suerte, tenemos algo
de estrógeno para compensar el hedor con nuestro in-
vitado de honor, Lyriope Morelli.― Luego mira a los
hombres en la mesa.
Nick extiende su palma como si me presentara
y me ofrece una cálida sonrisa. Hace poco para calmar
mis nervios. Siento como si todos los ojos estuvieran
quemando agujeros en mi carne.
―Le pedí que se uniera a nosotros esta noche,
sentada a mi lado. Y cuando terminemos con esta
reunión, ella se irá conmigo, a mi lado. Espero que ten-
gamos claro este hecho.
Desearía poder encogerme ahora mismo y des-
aparecer dentro de mi vestido. Todo el mundo me está
mirando, y no puedo tener el valor de mirar a una sola
persona en esta mesa a los ojos.
―¿Podemos ir al grano? ―dice Leo, mirando
su reloj.
Nick toma asiento y se recuesta casualmente.
―En mi última fiesta en “Wonderland”, Maxim, a
quien creo que todos conocen, intentó secuestrar a Ly-
riope de la pista de baile. Afirmó que estaba actuando
por orden de los Sidorov.
―Lo cual es mentira ―escupe uno de los Sido-
rov―. Usamos a nuestra propia gente para hacer
nuestro trabajo. No contrataríamos a ese asesino de
mala muerte para hacer una mierda. Nunca ha traba-
jado para nosotros.
Nick asiente con la cabeza muy lentamente.
―Muy bien. Avancemos. Entonces, la verdadera pre-
gunta que tuve cuando descubrí que estaba mintiendo
era obvia. ¿Para quién estaba trabajando? ¿Quién
quiere a Lyriope?
Estoy impactada con esta información. Si Ma-
xim no trabajaba para los Sidorov, cuando llegó por
primera vez a la fiesta Morelli, no estaba allí debido a
mi deuda. Entonces, ¿por qué ha estado detrás de mí?
―No tengo tiempo para esto ―interrumpe
Leo―. Nos llevaremos a Lyriope con nosotros. Pode-
mos protegerla de quien la quiera.
Nick se ríe. ―¿Por qué? ¿Porque de repente es
familia? ¿Papá Morelli sabe que ella existe?
―Lo estamos manejando por ahora ―inter-
viene Tiernan―. Pero tienes suerte de que estemos
aquí y no él, Nick. Él no va a estar muy feliz de saber
que te involucraste con ella. ¿Qué hay para ti de todos
modos? ¿Cuál es tu plan maestro?
―Sí, ¿qué hay para ti?― Leo repite.
―Buena pregunta ―dice Nick, haciendo una
pausa para tomar un trago de su whisky―. Tu que-
rida hermana se metió en problemas hace unos meses.
Elegí pagar su considerable deuda con los Sidorov a
cambio de su virginidad. Todavía tengo que cobrar, y
hasta que lo haga, ella se queda conmigo.
Mi corazón se aprieta, y siento como si mi cara
acabara de arder en llamas. Nunca he estado tan mor-
tificado en mi vida. Para que todos sepan que soy vir-
gen y que mi virginidad ha sido vendida... Quiero
arrastrarme debajo de la mesa y desaparecer.
―Estás jodidamente enfermo de la cabeza ―es-
cupe Tiernan, sus manos haciendo puños en la parte
superior de la mesa.
Nick se ríe y pasa un brazo por encima del res-
paldo de su silla. ―Sí. Ciertamente lo soy.
Nick luego dirige su atención a Gio Ralston.
―Así que hablemos de ti, ¿de acuerdo? Se dice en la
calle que tú mismo estás buscando a Lyriope. ¿Por
qué?
Gio cruza los brazos sobre el pecho. ―Manten-
dré mi negocio para mí, gracias.
―Ah, pero no es así como jugamos en mis fies-
tas de té. Transparencia total ―dice Nick con una son-
risa irónica―. Además, sé la verdad. Sé que los Cons-
tantine te contrataron.
―¿Quién?― Leo pregunta.
Gio se encoge de hombros. ―No importa quién.
Me han pedido que lleve a Lyriope a esta persona, y
planeo hacerlo.
Nick extiende sus brazos hacia toda la mesa.
―Creo que hay muchas personas en esta mesa que no
estarán de acuerdo contigo en este caso.
―¿Por qué querrían los Constantine a Lyriope?
―pregunta uno de los Sidorov, terminando el whisky
en su vaso.
―Porque ella es uno de nosotros ―dice Leo―.
Jodida venganza.
―Sus familias ―Nick niega con la cabeza mien-
tras chasquea la lengua―. Realmente deberías poner
cualquier vendetta enfermiza que ustedes dos tengan
en la cama. Es bastante agotador. Especialmente te-
niendo en cuenta que ahora estás casado con una
Constantine.
Leo niega con la cabeza. ―Hay personas en el
árbol genealógico de Constantine que nunca dejarán
de lado la enemistad. No mientras les dé poder. No
mientras les traiga dinero.
―Sabías exactamente quién era Lyriope
cuando la ayudaste ―dice Tiernan entre dientes―.
Pensé que eras más inteligente que eso, Nick. Pensé
que no joderías con los Morelli.
Nick se encoge de hombros. ―Míralo como
quieras. Simplemente estaba manteniendo viva a la
chica. Tu familia debería agradecerme.
―Especialmente ahora sabiendo que los Cons-
tantine han pagado un centavo para que se la entre-
guen.
―Vete a la mierda ―dice Leo, sonando abu-
rrido.
―¿Quiénes son los Constantine? ―pregunto fi-
nalmente, ignorando el dictado de Nick de no decir
una palabra.
Nick gira su cabeza en mi dirección y me da una
advertencia que parece una que nunca he visto. Es fe-
roz y casi bestial. No necesita que me diga que me ca-
lle para que me calle la boca y no diga una palabra
más.
Leo se levanta y Tiernan lo sigue. Se pone de pie
y mira a Nick. ―Hemos terminado aquí. Nadie lleva
a Lyriope a ninguna parte. Ella viene con nosotros.
―No ―dice Nick―. Como dije, ella se irá con-
migo. Ella es mi posesión en este momento. No he ter-
minado con ella. Pero una vez que lo esté, estaré más
que feliz de negociar con el mejor postor sobre quién
se queda con ella a continuación.
Salgo disparada de mi silla y pateo hacia atrás,
arrojándolo al suelo. Miro directamente a los ojos de
Nick, rogándole en silencio que no vuelva a transfor-
marse en este monstruo. Creía que había cambiado...
Quiero desesperadamente que cambie. No, no, no. Por
favor, no seas este monstruo. Por favor, no me hagas
hacer el tonto. Por favor.
Sus ojos parecen oscurecerse justo delante de
mí. Sin remordimientos.
Ni siquiera una pizca de disculpa.
Él es el puto monstruo, me guste o no.
―¡Vete a la mierda! ―grito―. Que se jodan to-
dos y cada uno de ustedes.― Miro a Gio Ralston pri-
mero―. No sé quiénes son los Constantine, pero pue-
des decirles que se vayan a la mierda.― Luego miro a
los Sidorov y digo―. Nuestra deuda está pagada. He-
mos terminado.― Luego miro a mis hermanos―. No
voy a ir a ninguna parte con ninguno de los dos. Pue-
des decirle a Bryant que se vaya a la mierda la pró-
xima vez que lo veas.― Luego me giro para encarar a
Nick, quien ha reemplazado su sonrisa casual con una
mandíbula cerrada y ojos oscuros―. Y realmente pue-
des irte a la mierda. No soy tuya para negociar. ¡No
pertenezco a nadie!
―Consecuencias…― advierte Nick.
―Vete a la mierda. Y a la mierda tus consecuen-
cias.
Sin pensarlo, salgo de la habitación y regreso a
la fiesta. Sé que me seguirán. Sé que no llegaré lejos.
Pero no puedo quedarme más tiempo en esa habita-
ción siendo discutida como una propiedad.
Capítulo Veinticuatro
Nick
―¿DÓNDE ESTÁ ELLA? ―pregunto a Harrison
mientras irrumpo por la puerta principal. El resto del
personal se apresura a pensar que ahora no es el mo-
mento de estar en mi presencia.
―Está arriba en su habitación. Ella no se resistió
ni un poco cuando la traje a casa como me pediste. Ella
debería recibir algún crédito por eso ―dice con
calma―. Ella sabe que te hizo enojar.
―Le dije que no hablara.
―¿Puedes culparla?― Harrison es siempre mi
voz de la razón―. Ella es una chica joven que está bas-
tante enamorada de ti. Y empiezas a hablar de subas-
tarla al mejor postor. No creo que nadie hubiera po-
dido mantener la calma.
―Estoy jodidamente furioso ―le digo, pasán-
dome las manos por el pelo y tratando de respirar pro-
fundamente para ralentizar mi pulso.
―Está mal dirigido hacia Lyriope. Seamos rea-
listas, estás enojado con la situación en la que te en-
cuentras. Enfadaste a dos familias poderosas al me-
terte en medio de Morellis y Constantine. Deberías ha-
berte mantenido al margen.
―Pensé que esto era sobre los Sidorov. Pensé
que eran ellos los que iban detrás de ella.
Harrison me da una palmadita en el hombro.
―Sí, y por eso también estás enojado. Te sientes como
un tonto porque te equivocaste de información. Inter-
pretaste mal toda esta situación.
Harrison es el único hombre en el mundo al que
permito hablar conmigo con tanta franqueza. Pero a
pesar de que tenemos este tipo de amistad, quiero
arrancarle la yugular. Porque tiene razón.
―Deberías dársela a los Morelli. Es solo cues-
tión de tiempo hasta que se la lleven. Trata de al me-
nos salir de esta sin que ellos sean tu enemigos ―dice.
―¿Y qué hay de los Constantine? Ahora que sa-
bemos que tienen un tipo detrás de Lyriope, ¿debería
ignorar eso?
―Tenemos una relación de largo tiempo con los
Morelli ―dice Harrison―. Lo mejor es arriesgarnos a
cabrear a los Constantine. Sabes que tengo razón,
hombre. Tienes que dársela a los Morelli.
―Lo haré... eventualmente ―digo, caminando
de un lado a otro mientras trato de calmar mi tempe-
ramento.
Harrison se me acerca y me da palmaditas en la
espalda. ―Ve a buscarte un coño si eso es lo que ne-
cesitas. Bryant Morelli va a ir tras ella. Pronto. Y tú lo
sabes. Así que sea cual sea el plan que tenías para ella,
o para ti, o lo que sea... Es hora de modificarlo. Y rá-
pido.
Sin decir una palabra más, subo las escaleras ha-
cia Lyriope. Harrison tiene razón con todos sus conse-
jos, como siempre, pero odio escucharlos. Me enorgu-
llezco de ser respetado en el jodido mundo que lide-
ramos. Me gusta saberlo todo, y me gusta mirar desde
lejos. Por lo general, trato de mantenerme al alcance
de la mano en los tratos sucios más importantes, y
tengo una manera de mantenerme limpio incluso en
los líos más sucios. Pero no esta vez. Entré directa-
mente en el pozo de alquitrán de las situaciones jodi-
das.
Lucian Morelli estaba enojado conmigo. Res-
petó nuestra amistad de muchos años y me dio la
oportunidad de reunirme con todos en “Wonderland”
para tratar de resolver toda la situación. De hecho, ha-
bría sido más fácil si Lyriope estuviera en peligro con
los Sidorov porque en realidad estaba considerando
matar a los principales jugadores de esa familia para
mantener a Lyriope a salvo. Pero ahora sabiendo que
simplemente estaba siendo utilizada como un peón en
la guerra en curso entre Morelli y Constantine...
bueno... lo inteligente sería retirarse con gracia de esta
situación.
Debería haber entregado a Lyriope a Leo y Tier-
nan esta noche. ¿Habría cabreado a los Constantine?
Sí. Seguramente habría cabreado a Gio Ralston. No
hubo una verdadera victoria esta noche. Pero lo que
realmente hice fue cabrear a Bryant Morelli. Tomará
represalias a pesar de mi amistad con Lucian. La pre-
gunta es si estoy preparado para manejar lo que sea
que me arroje.
Y Lyriope… ¿qué cojones hará con su hija bas-
tarda?
Sé que no será bienvenida en esa jodida familia.
De ninguna manera abrirán los brazos y de repente la
invitarán a cenas y fiestas familiares. Ella no enten-
derá el final del cuento de hadas en esto. En todo
caso... Lyriope puede estar más segura siendo entre-
gada a los Constantine. Dudo seriamente que la ma-
ten. Ella es demasiado valiosa para tenerla como peón
para joder a Bryant. Quién sabe cuál es su plan maes-
tro, pero los Constantine son jodidamente inteligen-
tes. Sabrían exactamente cómo utilizar Lyriope.
Me detengo en el rellano y saco mi teléfono.
También necesito ver cómo está su hermano Dylan. Es
solo cuestión de tiempo hasta que todos persigan al
joven también.
―¿Dónde está él? ―digo en el momento en que
contesta mi hombre que está a cargo de proteger a Dy-
lan.
―Lo transportamos a Mónaco como lo solici-
taste hoy. Lo estamos manteniendo ocupado.
Aprende rápido y tiene una verdadera habilidad
cuando se trata de libros y números. Creo que será
una excelente adición a su equipo cuando termine su
entrenamiento.
―Bueno. Seguridad —digo, colgando el telé-
fono cuando llego a la puerta del dormitorio de Ly-
riope.
Mi maldita pierna está palpitando, pero me
niego a tomar pastillas para el dolor hasta que este lío
se aclare. Necesito ser perspicaz cuando se trata de
averiguar qué es lo mejor para Lyriope. Ella merece
estar a salvo, pero no estoy seguro de cómo se ve eso
en este momento. No soy tan arrogante como para
creer que puedo mantenerla escondida en mi casa
como si fuera una fortaleza impenetrable. La noticia
se está extendiéndose rápidamente sobre ella, y otras
partes pueden lanzar su sombrero en el ring y tratar
de apoderarse de ella ellos mismos. La gente sabe que
la familia Morelli pagaría un alto rescate por uno de
los suyos. Y Bryant... bueno, tendrá que averiguar
cómo salvar las apariencias en todo esto. No es al-
guien que esté a merced de nadie.
Incluyéndome a mí.
Tampoco soy tan tonto como para enfrentarme
al hombre.
Pero Lyriope… tampoco estoy preparado para
simplemente entregarla. Tampoco ayuda que no
pueda recordar la última vez que dormí. Mi visión se
vuelve borrosa y mis pensamientos son más difíciles
de controlar. No estoy en mi mejor momento en este
momento, y lo sé.
―¿Lyriope? ―digo mientras abro la puerta de
su dormitorio. Ella no está dentro de la habitación,
pero el sonido del agua corriendo en el baño revela
dónde está. Me acerco a la puerta del baño y llamo.
―Me estoy bañando ―grita mientras detiene el
agua.
―Soy yo.
―Quise decir lo que dije en “Wonderlan” ―se-
ñalo desde el otro lado de la puerta.
―Puedes irte a la mierda.
Tomo un respiro para calmarme, tratando de
recordar el sabio consejo de Harrison. Cualquiera es-
taría enojado si estuviera en su lugar.
―Tenemos que hablar ―digo mientras inhalo
profundamente y libero lentamente―. No soy bueno
con... servilismo.
―¡Me avergonzaste! ―grita―. Actuaste como
si yo no fuera ni siquiera un ser humano. Me hiciste
sentir como una puta.
―Por eso me disculpo ―digo a la puerta―. No
eres una puta, y no debería haber estado hablando de
ti de la manera que lo hice. Lo siento―. Tampoco soy
bueno con las disculpas. No eran algo que dé libre-
mente.
―¡Les dijiste que yo era tuya hasta que te diera
mi virginidad! Les dijiste que era virgen y que te la
estoy dando a ti, y… ¿cómo pudiste decir esas cosas?
¿Por qué dirías eso?
El dolor en su voz apuñala mis entrañas. ―Sé
que sonó grosero. Pero tienes que entender que, en esa
situación, y con la dinámica de la sala, no podría de-
cirles exactamente que la razón por la que te man-
tengo cerca es porque… Bueno, no pude mostrar to-
das mis cartas.
No podría confesar exactamente a una habita-
ción llena de imbéciles despiadados que he llegado a
sentir cariño por la chica. Su seguridad y protección
significan mucho para mí ahora. Y que me gusta la
idea de mantenerla cerca por más razones que los tér-
minos de un estúpido contrato. De hecho, si estaba
siendo verdaderamente honesto, antes de que saliera
a la luz toda la situación, no estaba seguro de que al-
guna vez fuera a tomar su virginidad porque no que-
ría arriesgarme a que saliera por mi puerta. Mante-
nerla vinculada contractualmente se estaba convir-
tiendo en mi intención a largo plazo.
―Y te dije desde el principio que no quería que
ninguno de los Morelli supiera de mí. Decidiste ir en
contra de mis deseos. No quería ser arrojada a su
mundo. Especialmente así. Si alguna vez iba a suce-
der, quería que fuera en mis términos. Cuando estu-
viera lista.
Apoyo mi hombro en el marco de la puerta.
―Esa no fue una solicitud realista. Te guste o no, este
pequeño secreto de Bryant es demasiado valioso para
que la gente se quede con él. Te convertiste en un peón
muy caro en un juego muy peligroso en el momento
en que tú y Sasha revelaron tu identidad. Estás dema-
siado cerca del sol, querida.
Hay una larga pausa de su parte, y justo cuando
me preparo para abrir la puerta del baño y entrar, ella
pregunta. ―¿Y ahora qué? ¿A quién me vendiste des-
pués de que me fui? Supongo que negociaste con el
mejor postor.
―No se tomó ninguna decisión esta noche. Gio
Ralston se fue diciéndome que los Constantine no es-
tarán contentos. Los Morelli se fueron con una adver-
tencia para mí de que la cagué y que mejor lo arregle.
Y los Sidorov se fueron… Bueno, se fueron borrachos
de whisky caro.
―¿Entonces que significa eso?― Su voz es más
suave, la ira en su tono parece haberse evaporado.
―Yo no sé.― Me quito la chaqueta y la tiro en
la silla cercana―. Pero sé una cosa. Ahora mismo, en
este mismo momento, estás aquí. Y no estoy listo para
dejarte ir.― El silencio es todo lo que escucho―.
¿Puedo pasar?
―Eso depende ―responde ella.
―¿De qué?
―Si realmente lo sientes.
―Lo siento.
―Y…― Hay una pausa―. ¿Y qué? ―pregunto.
―¿Habrá consecuencias por ir en contra de tus
deseos?
No puedo evitar reírme mientras abro la puerta.
―Oh, la mayor parte del tiempo.
Capítulo Veinticinco
Lyriope
HUIR AL PISO DE ARRIBA Y ESCONDERME EN EL
BAÑO SÓLO PODÍA PROTEGERME DE LA IRA DE NICK DU-
RANTE UN TIEMPO. Por mucho que me guste la maravi-
llosa bañera antigua con patas de garra de mi baño
privado, un lujo que nunca pensé que llegaría a utili-
zar, me bañé con el temor de lo que me espera en el
futuro.
Siento una corriente de aire antes de oír crujir la
puerta del baño. Abro los ojos para ver a Nick movién-
dose para arrodillarse detrás de mí. Espero ver rabia,
pero en cambio veo el lado amable de él que he tenido
la suerte de ver desde que llegué a su casa. ―Déjame
ayudarte a lavarte el pelo.
Trago con fuerza. La ternura de alguien a quien
sólo había visto mostrar puro dominio horas antes
hace girar las emociones dentro de mí hasta el tras-
torno.
Me he dado cuenta de que Nick es analítico en
todo lo que hace, parece sopesarlo todo y se niega a
dejar que nadie sepa lo que está pensando... y mucho
menos sintiendo. Nick aún no me ha dicho cuándo
planea reclamar mi virginidad, y mi cuerpo no quiere
esperar más.
Lo desconocido, la curiosidad, el juego cruel es
casi insoportable.
Pero puedo ver que parte de su crueldad es una
actuación, al igual que los espectáculos que presenta
en “Wonderland”. Hacer creer. Una distorsión de la
realidad.
¿Es este el verdadero él? ¿Lavarme el pelo, ofre-
cerme consuelo, querer darme placer?
Quiero averiguarlo. quiero ser suya.
Y tengo curiosidad por lo que eso significa exac-
tamente.
Quiero que me reclame por completo.
Y tengo curiosidad por saber cómo se sentirá,
cómo me cambiará.
Mi curiosidad es enloquecedora, y creo que esa
ha sido su intención todo este tiempo.
Es un hombre que destila tal poder, tal fuerza,
y ahora está mostrando un lado más suave al querer
lavarme el cabello, una de esas acciones suaves, que
no sé cómo responder.
No es hasta que responde que me doy cuenta de
que había preguntado por qué. ―No tiene que haber
una razón para todo ―dice―. A veces haces las cosas
solo por el placer de hacerlo.
―Creo que me gustaría eso ―digo en voz baja.
Su sonrisa tiene tal encanto, un tirón magnético,
que siento un rayo de deseo atravesándome... otra
vez. Este hombre tiene el poder de encender mi
cuerpo con fuego haciendo casi nada.
―Asegurémonos de que lo hagas ―dice, pero
no hace ningún movimiento hasta que asiento con la
cabeza.
Su mano se sumerge debajo de la superficie
para ayudarme a retroceder, el movimiento agita el
agua, liberando el dulce aroma de lavanda del baño
humeante. La fragancia está destinada a provocar re-
lajación, ayudar a aliviar las preocupaciones y, sin em-
bargo, son las manos grandes de Nick, sus dedos fuer-
tes cuando comienzan a masajear mi cuero cabelludo
los que están eliminando suavemente hasta el último
fragmento de tensión, reemplazándolo con una cre-
ciente conciencia del poder de un simple toque hu-
mano.
―Recuéstate y déjame hacer esto. Permíteme
cuidarte.― Me tranquiliza.
Esto está lejos de ser una consecuencia, pero no
voy a mencionar ese hecho y a arriesgarme a que se
detenga.
Gimo cuando presiona contra mis sienes mien-
tras pasa sus uñas por mi cuero cabelludo. Una cas-
cada de agua tibia cae sobre mi cabeza, seguida de un
trapo que frota suavemente mis párpados cerrados.
―Eres hermosa.
Y así… toda mi ira hacia Nick se desvanece.
El poder que este hombre tiene sobre mí es pe-
ligroso.
Abro los ojos y giro la cabeza para poder mi-
rarlo. ―Nunca nadie me hizo esto... quiero decir... por
mí.
Sus labios rozan mi cabello y me susurra al
oído: ―Mereces que te cuiden.
Continúa lavando y enjuagando mi cabello, ha-
ciendo que mis músculos se derritan junto con mi co-
razón.
Alcanzo mi espalda y acaricio a lo largo y alre-
dedor del cuello de Nick. ―Creo que hay suficiente
espacio para dos, ¿quieres unirte a mí?
―Esto es para ti.― Su voz es tan tranquila como
me siento.
Sus manos se abren paso hasta mis hombros y
comienzan a hacer la misma magia que ha realizado
en mi cabeza. Sus dedos continúan acariciando, los
movimientos sin prisas, persistentes, extendiéndose
sobre mi clavícula hasta la parte superior de mis senos
en círculos lentos y fáciles.
―Tu cuerpo... ―dice con voz ronca.
Una y otra vez, pasa sus pesadas palmas por
mis pechos, rozando apenas mis pezones en cada pa-
sada. El cosquilleo y el fuego crecen en mi interior, mi
coño palpita pidiendo más. La necesidad, el hambre y
la pasión aumentan a medida que el agua caliente me
baña la piel. Un rayo de sensación me atraviesa
cuando Nick atrapa la sensible punta y la pellizca sua-
vemente, y mi jadeo ya no se contiene.
Como si el jadeo fuera la luz verde de Nick, no
es que haya necesitado permiso antes, continúa ba-
jando a lo largo de mi estómago, mis muslos se sepa-
ran poco a poco sin intercambiar una sola palabra. Sus
dedos se deslizan hacia mi sexo expuesto. Sin dudarlo,
ahueca su mano alrededor de mi montículo y desliza
su dedo entre mis labios necesitados. Encontrando mi
clítoris, lo frota suavemente, engatusando mi placer
en lugar de demandarlo.
Nick usa su otra mano para palmear mi pecho
mientras coloca besos abrasadores a lo largo de mi
cuello. Me elevo hacia su toque, abriendo más mis
piernas para su acceso. Necesito más. Necesito sen-
tirlo muy dentro de mí. Necesito ser tomada, conquis-
tada y dominada. Lo quiero tanto como lo necesito.
No puedo seguir jugando este juego vicioso. La pro-
vocación es insoportable.
―Por favor… Nick… por favor ―susurro, ape-
nas capaz de decir la súplica.
―Shh... quiero hacerte sentir bien.
Nick aumenta su presión sobre mi clítoris y tira
de mis pezones, manteniendo un ritmo constante, lle-
vando mi necesidad a un punto de ebullición.
No puedo soportarlo más. Agarro su mano y di-
rijo su dedo a la entrada de mi coño. Apretando mis
caderas con fuerza contra su mano, metí su dedo en
mis profundidades. Suelto su mano, solo para condu-
cir su dedo, más un segundo, de regreso a mi deseo
sexual. Mis caderas se mueven y se elevan, encontrán-
dose con cada empujón de su mano. El agua salpica
por todas partes mientras trato desesperadamente de
apagar el ardor dentro de mí.
―Quiero sentir que te corres alrededor de mi
mano. Quiero sentirte contraerte contra mis dedos —
ordena Nick.
Desliza otro dedo interior dentro de mí, llenán-
dome, ignorando mi jadeo por lo mucho que el dedo
adicional obliga a mi coño a estirarse. Mis manos aga-
rran el borde de la bañera, mi cuerpo se arquea
cuando él toma el control total.
La delicadeza desaparece a medida que sus ca-
ricias se vuelven más duras. Sus pellizcos en mis pe-
zones, en ambos senos crecen en intensidad, causando
que me retuerza sin poder hacer nada bajo su toque.
Cada terminación nerviosa pulsa; electricidad co-
rriendo hacia mi útero mientras permito que un grito
escape de mi boca.
―Eso es todo. Ven por mí. Déjate llevar.― Él
acentúa su demanda con otro empuje de sus dedos.
Cierro los ojos y permito que el placer se haga
cargo. El agua salpica por el costado de la bañera, la
satisfactoria sensación de terminar se apodera de mi
cuerpo. Mi cabeza cae hacia atrás cuando acaricia mi
punto G, y mis caderas se convulsionan cuando el éx-
tasis estalla hacia afuera.
Antes de que la última ola de orgasmo sacuda
mi cuerpo, siento los brazos de Nick sacarme de la ba-
ñera con un movimiento rápido. El aire fresco realza
cada toque, y mi cuerpo zumba por más. Me acuesta
en una toalla suave y rápidamente se quita cada
prenda de su ropa que impide que nos unamos.
Nick se sienta en el piso y me pone encima de
su cuerpo. ―A horcajadas sobre mí ―exige.
Hago lo que me pide, envolviendo mis piernas
alrededor de sus caderas, presionando mis rodillas
contra su cálido cuerpo. Toma mi mano y la coloca so-
bre su polla. ―Ponme en tu trasero. Bájate sobre mí.
Niego con la cabeza. ―Mi coño. Por favor.
Quiero que me lleves allí. Quiero que mi virginidad te
sea entregada.
Él sonríe. ―Tú no puedes decidir. No sabes
cuándo venceré los términos de nuestro contrato, y
me gusta que sea así.
Él tiene razón. Yo no sé. Pero sé que lo quiero en mi
coño por primera vez sin importar nada más.
―Entonces decides hacerlo ―suplico, sin poder
ocultar lo mucho que lo deseo.
―En tu culo ―gruñe.
De repente, me levanta, mis piernas duelen y
me duelen cuando me da la vuelta, inclinándome ha-
cia adelante para que mi cara se presione contra la toa-
lla.
―No ahí. Por favor —gimo, agarrando la toalla
mientras lo siento meter un dedo en mi trasero, la que-
madura se enciende cuando despierta las terminacio-
nes nerviosas que han estado inactivas por un corto
tiempo.
―Voy a follarte el culo tantas veces como
quiera ―dice Nick como si necesitara alguna aclara-
ción.
Pero sé que no me pediría permiso, simple-
mente me informa de lo que va a pasar.
Escucho un clic y miro a mi derecha para ver
que abrió un gabinete debajo del fregadero. Le da la
vuelta a la tapa de una botella y mientras vierte el con-
tenido por la hendidura de mi culo, puedo decir por
la viscosidad que es lubricante. El comienza a traba-
jarlo para mí, un dedo pronto se convierte en dos y
luego en tres, lo que me hace gemir, respirar más
fuerte, más rápido, mientras intento relajarme,
abrirme para él, rendirme.
―Buena chica ―dice, retorciendo sus dedos
dentro de mí―. Así es, empuja hacia atrás, haz que sea
más fácil para ti, ábrete. Déjame entrar en este pe-
queño y estrecho agujero. Ayúdame a preparar tu culo
para tomar mi polla. Ya sabes cómo es. Sé una buena
alumna.
¿Son sus palabras obscenas o el tabú del acto lo
que me calienta la cara? Quizás. Pero es el conoci-
miento de que hundirá su polla en mi culo, ya sea que
me abra o no, que exigirá la entrada, me presionará
profundamente, me estirará y luego me follará duro
solo porque quiere, porque puede. que tiene mi
cuerpo tenso y mi vagina en espasmos.
Es su control, su dominación lo que me empuja
hacia atrás para encontrar sus dedos, lo que hace que
mi clítoris se hinche y los gritos salgan de mi garganta.
Liberando sus dedos, me ayuda a sentarme a horcaja-
das sobre él. ―Pon mi polla en tu culo ―ordena, ha-
ciendo que mi cara sonroje cuando separó las mejillas
de mi trasero, como si quisiera que me fuera más fácil
encontrar mi objetivo.
Su polla está resbaladiza cuando lo tomo en mi
mano y, sin embargo, me alegro de que no esté dema-
siado resbaladizo. No lo entiendo, nunca lo admitiré
en voz alta, pero quiero volver a experimentar el ar-
dor, sentir el dolor como la noche en que perdí la vir-
ginidad anal.
¿Estoy tratando de castigarme por… disfrutar
la carnalidad de los actos en los que participé con él?
No lo sé, y en este momento, no me importa.
Nick Hudson es un hombre grande, su polla es
la fuente de tal placer, pero un desafío para que mi
cuerpo lo acepte. No creo que nunca me acostumbre
al tamaño.
Agarro su polla lista, mis dedos no son capaces
de envolverla por completo. Tragando saliva, pregun-
tándome cómo me las arreglaré, lo coloco en la en-
trada de mi ano y empiezo a bajar. Gimo cuando
siento que la cabeza ancha de su pene se alinea con mi
abertura.
―Oh, Dios ―gimo antes de que se me corte el
aliento mientras mi cuerpo lucha por adaptarse al ta-
maño.
―Ahora baja, traga cada centímetro de tu culo
―ordena Nick, liberando mis mejillas ahora que su
polla esté en su lugar. Sus manos vienen alrededor de
mi cuerpo para ahuecar mis pechos, sus pulgares aca-
riciando cada centímetro de mi carne expuesta.
Comienzo a hundirme, la presión es intensa. Es
tan grande, la mordedura de dolor es más aguda de lo
que esperaba, y solo había comenzado a tratar de to-
marlo.
Cualquier incomodidad del estiramiento se re-
emplaza con puro placer cuando Nick empuja a un
lado el capuchón que cubre mi clítoris, exponiendo el
capullo sensible. Continúa la caricia sensual mientras
trabajo para tomar cada centímetro, gimiendo de
nuevo cuando mi trasero se asienta sobre sus muslos.
Su juego con mi clítoris me tiene agarrando sus hom-
bros y moviéndome, necesitando montarlo, eleván-
dome lentamente y luego bajando con una fuerza só-
lida. El lento paso de sus dedos sobre mi clítoris envía
un escalofrío por mi columna. El temblor se convierte
en un calor que quema hasta lo más profundo de mi
ser.
La mirada de Nick nunca deja la mía, tan llena
de confianza y fuerza. No oculta el placer o la pasión
que siente. No retiene sus gemidos mientras lo aprieto
más y más con cada movimiento.
Me tira contra su pecho y separa mis labios con
los suyos, su beso sofoca mis gemidos y captura mi
aliento. Agarra mis caderas con ambas manos y toma
el control, acelerando la presión y el deseo, acercán-
dome más y más a la sensación de pura felicidad.
―Nick… ―grito, echando la cabeza hacia atrás
cuando me da un giro en los pezones.
―Hasta el final ―me recuerda, girándolos en la
dirección opuesta.
―Eres demasiado grande ―me quejo. Pensé
que esto sería más fácil ahora que mi trasero no era
virginal.
Me equivoqué.
―Presiona sobre mí. Haz que duela, permite
que la quemadura, el aguijón te dejen sentirte viva.
Conduce mi polla hasta el fondo de tu culo.
―Lo estoy intentando ―digo entre jadeos.
Mi trasero se siente lleno, como si ni una pul-
gada más pudiera hacerlo y, sin embargo, cuando
suelta mis pezones, toma mis caderas y tira de mí ha-
cia abajo, grito y me doy cuenta de que estoy equivo-
cada.
Puedo tomar más, mucho, mucho más.
―Ahora, monta mi polla ―dice, después de
presionar un beso a un lado de mi cuello―. Monta.
Obedezco, empujándome hacia arriba de su
larga longitud y luego hundiéndome de nuevo, follán-
dome, mi culo, en su polla.
Continúa jalando, retorciendo y tirando de mis
pezones, estirándolos de mis senos mientras su polla
estira mi trasero. Múltiples fuegos se construyen den-
tro de mí, cada zambullida, cada giro agrega brasas al
infierno.
―Y-yo... necesito correrme ―jadeo, curiosa de
cómo algo tan doloroso puede traer tanto placer.
―Por favor… ¡voy a correrme!
―Qué chica tan sucia eres ―dice, inclinándose
hacia adelante para pronunciar las palabras contra mi
oído―. Mírate, tan hermosa, tan inteligente, tan capaz
y, sin embargo, todo lo que se necesita para conver-
tirte en una chica sucia, una chica necesitada que
ruega, suplica, permiso para correrse es una polla
grande y dura en tu culo. ¿No es así? Pide permiso
para correrte. Ruégame.
―¡Sí! ¡Por favor, Nick, por favor déjame co-
rrerme!
¿Son sus palabras para humillarme o para libe-
rarme? ¿Permitirme convertirme en esa chica... la que
juega en la cuneta y ama cada momento? No lo sé, y
no importa. Sus palabras, sus labios, su polla, todo au-
menta mi necesidad. Todo mi mundo se centra en
nada más que este momento... mi necesidad desespe-
rada y el único hombre que puede conceder mi deseo.
Besa mi cuello. ―Vamos, mi chica sucia. Ca-
balga mi polla y córrete duro ―dice, concediendo per-
miso, mordiendo ese punto tierno en mi hombro
mientras doy las gracias.
Apoyando mis manos contra sus muslos entre
mis piernas abiertas, continúo cabalgándolo, mi ca-
beza echada hacia atrás contra su hombro, sus labios
en mi oreja, sus obscenas instrucciones de follarme,
poner crema en su polla enterrada en mi culo, hacién-
dome estremecer.
Cuando suelta mi seno derecho y golpea su
palma contra mi coño después de que lo he levantado
de nuevo, jadeo en estado de shock, pero me sumerjo
de nuevo, lo levanto de nuevo y acepto, anhelo, otra
fuerte bofetada contra la carne sensible.
Quiero que me azote el coño como la chica tra-
viesa que tan desesperadamente quiero ser. La chica
sucia en la que me convierto cuando estoy cerca de
Nick. No puedo controlar mis impulsos carnales, y él
me da permiso para no tener que hacerlo.
Nunca había experimentado algo así, cada bo-
fetada zumbando a través de mí, volviéndome más
salvaje, más alto, hasta que finalmente, me rompí, gri-
tando su nombre y corriéndome más fuerte que nunca
antes.
Nick no permite que las contracciones de mi tra-
sero detengan mi paseo. Sus manos agarran mis cade-
ras, obligándome a subir y bajar a un ritmo rápido,
mis gritos resuenan en el baño y se unen a su bramido
cuando golpea las bolas profundamente y libera cho-
rro tras chorro de su semen dentro de mi culo.
Capítulo Veintiséis
Nick

NO SÉ QUÉ ME HIZO LLEVARLA A MI HABITACIÓN.


Y ciertamente no sé qué me hizo poner su cuerpo des-
nudo en mi cama, cubrirla con mis mantas y arroparla
tan suavemente como pude. Y luego, para rematar,
me arrastré con mi culo desnudo por detrás de ella y
la acurruqué como si fuera un hombre enamorado y
no pudiera resistir su calor junto al mío.
Estar en la cama con Lyriope acurrucada en mis
brazos es una de las sensaciones más extrañas que he
experimentado. Por un lado, rara vez duermo en mi
cama. Pasar unas cuantas horas aquí y allá en la silla
de mi oficina, en un avión, en la parte trasera de una
limusina es casi lo máximo que puedo dormir.
El insomnio es, y siempre será, un querido
amigo mío.
Los insomnes no son una raza rara, pero lo que
me hace diferente a la mayoría es que no siento la ne-
cesidad de solucionar el problema. No tomo pastillas
para dormir, no hago yoga, ejercicios mentales o cual-
quier otra cosa que la gente haga para tratar de dormir
mejor. Lo abrazo.
De hecho, no solo lo abrazo, sino que lo acojo.
Así como agradezco mi TOC8, mi TDAH9 y el hecho
de que, sin duda, soy un sociópata, aunque no haya
sido diagnosticado. Soy quien soy y permito que cada
uno, el llamado desorden, enriquezca mi vida.
Campeón de los locos.
Encarna la locura. Es mi versión de cuerdo.
Pero cuando siento que Lyriope se queda dor-
mida, su respiración se hace más profunda, la tempe-
ratura de su cuerpo aumenta, siento que el sueño em-
pezar a apoderarse de mí también. Una parte de mí
quiere luchar contra eso, así que simplemente puedo
acostarme aquí y disfrutar la sensación de esta mujer
en mis brazos. Nuestros dos muros están caídos. Am-

8 Trastorno Obsesivo Compulsivo.


9
El trastorno por déficit de atención e hiperactividad.
bos, contentos en el momento sin necesidad de prepa-
rarnos para una guerra o participar en una batalla. En
este momento tengo paz y aunque el sueño está gol-
peando, quiero disfrutar de la calma antes de la tor-
menta.
Eventualmente, la oscuridad se hace cargo y las
voces en mi cabeza se silencian.
No sé cuánto tiempo dormí, pero me despierta
el sonido lejano de unos golpes rápidos y contunden-
tes. Trato de desconectarme, pero cuando lo escucho
de nuevo, me quito el sueño de los ojos.
―Nick, ¿estás ahí?― Harrison llama desde el
otro lado de mi puerta. ―Odio molestarte, pero esto
no puede esperar.
Lyriope todavía está dormida en mis brazos, y
la acerco más a mí. Carne contra carne, y nunca he
querido que nada dure más.
―Puede esperar ―ladré, protegiendo a Ly-
riope y su profundo sueño. No quiero que la despierte
a ella también.
―Mira por la ventana, hombre ―dice Harrison.
Mordiéndome las malas palabras que quiero
lanzarle, pero tampoco queriendo molestar a Lyriope,
aparto suavemente mi cuerpo del de ella y me acerco
a la ventana de mi habitación que da al mar y abro las
cortinas.
Fuego.
Me toma un momento comprender verdadera-
mente lo que estoy viendo.
Una enorme bola de fuego está rugiendo donde
una vez estuvieron mi barco y mi muelle.
Veo a mi seguridad haciendo todo lo posible
para extinguir las llamas, pero ya puedo ver que la es-
tructura y el barco se han ido.
Agarrando una manta del borde de la cama, la
envuelvo alrededor de mi mitad inferior y abro la
puerta. Saliendo al pasillo, para no despertar a Ly-
riope, miro a Harrison, quien está recuperando el
aliento porque sin duda corre escaleras arriba para no-
tificarme del incendio provocado.
—¿Morelli? —pregunto.
―Una advertencia ―dice Harrison. Sus ojos se
lanzan a mi habitación, sabiendo claramente quién
está al otro lado―. ¿Conseguiste tu pedazo de trasero
para que podamos devolvérsela a papito querido?
Quiero golpearlo, pero no lo haré. No debería
importarme cómo habla o de qué manera se expresa
de Lyriope, pero me importa. Él es directo. Dice lo que
está en su mente. Y nunca voy a tener eso en contra de
él, independientemente de si quiero romperle los
dientes cuando actúa como si Lyriope fuera solo una
puta que me estoy tirando.
¿Cómo iba a saber que ella es más?
―No llamamos al departamento ―informa Ha-
rrison―. La seguridad parece estar controlándolo.
Pero el daño esta hecho.
Me encojo de hombros. ―Quería un barco
nuevo de todos modos.― Aprieto la manta a mi alre-
dedor.
―Después de la reunión con los hijos de More-
lli, no tengo ninguna duda de que Bryant Morelli sabe
que tienes a su hija. El incendio de tu propiedad es
solo una pequeña muestra de lo que está por venir y
lo sabe. Te va a quitar la cabeza si no te entregas aquí.
―Entonces déjalo venir y probar.
―Nick, sé inteligente ―dice Harrison con una
mirada―. No eres idiota. Nunca lo has sido. La razón
por la que estás donde estás en la vida es que sabes
cómo jugar el juego. Lo que estás haciendo ahora
mismo va en contra de las reglas. Jodidamente lo sa-
bes. Los Morelli están fuera de los límites. Los mante-
nemos en nuestro lado bueno. Y ahora que sabemos
que los Constantine son los que realmente ordenaron
el secuestro…― Harrison se pasa las manos por el ca-
bello, pasea por el pasillo por unos momentos―.
Nunca hemos sido de los que se interponen en el ca-
mino de esa disputa familiar. Las balas están ardiendo
con esas familias, y hemos sido lo suficientemente sa-
bios como para mantenernos alejados.― Sus ojos se
estrechan mientras mira a la puerta de mi dormito-
rio―. Hasta ella.
Camino hasta el final del pasillo que tiene una
ventana que da al mar y a mi barco en llamas. Verlo
de nuevo con ojos claros y despejados me llena de ra-
bia, no de miedo, sino de furia, para buscar venganza.
Aunque, tampoco soy alguien que actúe rápido y con
emoción. ¿Haré que Bryant pague por esto? Sin duda,
pero en mis propios términos. No por la fuerza bruta.
Mi venganza será mucho más dolorosa que ponerle
una bala entre los ojos.
―¿Por qué la alejas de Bryant Morelli? ―pre-
gunta Harrison―. No estoy siguiendo tu lógica.
―No hay lógica. Quiero mantenerla. Eso es
todo.
―Demasiado tarde.― Harrison se para justo a
mi lado y observa la conmoción de abajo―. Ella es una
maldita Morelli y tendrá que lidiar con lo que eso sig-
nifica. Sangre venenosa o no, fluye en sus venas.
―No voy a dejar que algunas tácticas intimida-
torias de Morelli obliguen a mi mano a hacer algo que
no quiero hacer ―digo, mis puños se aprietan, mi
mandíbula se aprieta y mi ira crece.
―Entonces vas a terminar como hombre
muerto. Tú lo sabes.― Harrison señala la ventana―.
Incendió tu barco en lugar de ti por respeto a la amis-
tad que siempre has tenido con los Morelli. Pero si no
le entregas a su hija, no será tan generoso la próxima
vez.
Capítulo Veintisiete
Lyriope
DURANTE TODA MI VIDA NO HE QUERIDO OTRA
COSA QUE SER DESEADA POR MI VERDADERO PADRE. He
anhelado su atención, he querido ser reconocida, lle-
vada al redil de los Morelli, y aceptada por todos.
Pero no así.
Ya no quiero ser el peón en este juego.
Presiono mi oreja contra la puerta, agradecida
de que Nick la haya dejado entreabierta cuando salió
al pasillo con Harrison. No puedo creer que todo este
alboroto haya terminado conmigo.
Yo.
Hay un barco en llamas por mi culpa.
Nunca me han buscado en toda mi vida, y ahora
tengo gente amenazando e incendiando todo… sobre
mí.
―Me tienes cerca para darte consejos, ¿co-
rrecto?― Escucho a Harrison preguntar al otro lado
de la puerta.
―Y me has dado un montón de consejo ―dice
Nick.
―Lo entiendo. Devolviendo a Lyriope sentirás
que estás perdiendo. O que eres más débil que los Mo-
relli. Entiendo por qué no quieres esos enfoques por
ahí.
―Nunca le he tenido miedo a Bryant Morelli.
―No, pero siempre lo has respetado. Has res-
petado a toda la familia como ellos a ti. Pero te metiste
en un enorme montón de mierda cuando decidiste
ayudar a esa chica.
―La entregaré cuando esté listo. No porque al-
guien me amenace por hacerlo. Y si Morelli quiere una
guerra, entonces le daré una.― Puedo decir por el
tono de la voz de Nick que se enoja más con cada mi-
nuto.
―¿Y arriesgar todo lo que has construido toda
tu vida?
Por lo que me ha contado, ha trabajado más
duro que nadie que conozca para llegar a donde está.
No puedo dejar que lo tire todo por la borda. Si no
fuera porque soy tan testaruda y llena de orgullo para
mantenerme en secreto ante los Morelli, no estaríamos
en esta situación. No estaría en esta situación.
Puedo ver el rojo y el naranja del fuego reflejado
en el panel de vidrio, y desearía no haber sido la causa
de ello. Nunca debí haber acudido a Nick en busca de
ayuda. Nunca debí traer a alguien más a mi problema.
Este es mi desastre. No suyo.
Hay una larga pausa y luego Nick dice. ―Voy
a ir a vestirme. Tenemos que bajar y ayudar a la segu-
ridad antes de que nos inunden las autoridades.
Quiero mantener esto fuera del registro.
Rápidamente corro de regreso a la cama, me
meto, cierro los ojos y trato de nivelar mi respiración
para que parezca que todavía estoy dormida. Escucho
a Nick moverse en silencio por la habitación mientras
se viste y se pone los zapatos. Luego se acerca al borde
de la cama y tira de la manta por encima de mi hom-
bro como si me estuviera arropando para pasar la no-
che. Luego escucho pasos hacia la puerta, abriéndose
y cerrándose, y espero unos momentos antes de levan-
tarme de la cama.
Estando completamente desnuda, corro por el
pasillo hasta mi habitación, me visto lo más rápido
que puedo y encuentro mi nuevo teléfono celular el
que Nick me dio.
Marcando el número, sé exactamente lo que
debo hacer.
―¿Sasha? ―digo en el teléfono en el momento
en que contesta mi prima―. ¿Tu oferta de ayudarme
sigue sobre la mesa?
―Sí, por supuesto ―dice ella. La escucho bos-
tezar―. ¿Qué está sucediendo? Ya es tarde.
Escuchar a Harrison tratar de hacer entrar en ra-
zón a Nick me hizo darme cuenta de que el obstinado
orgullo de Nick podría hacer que lo mataran. Y no voy
a dejar que lo arriesgue todo por mí.
Él no me dejará ir.
Entonces, no tengo más remedio que tomar el
control y marcharme. Es hora de que tome mi seguri-
dad en mis propias manos.
―Esta noche me voy de casa de Nick. Ahora
mismo ―digo, cogiendo una bolsa y corriendo hacia
el armario para empaquetar algunas cosas―. Necesito
un lugar para dormir. Un lugar donde Nick, mi padre
y cualquiera que quiera mi cabeza no pueda encon-
trarme.
―¿Qué está sucediendo? ¿Estás bien?― Escu-
cho el miedo en su voz.
―Lo estoy por ahora. Pero necesito irme. Nece-
sito un lugar para pasar desapercibida un rato. ¿Tu
oferta de Italia sigue sobre la mesa?
―¿Qué te hizo Nick? Él juró…
―Nick no hizo nada― interrumpí―. La situa-
ción se ha intensificado y solo necesito escapar. Ahora.
―Vale… Sí, Italia. He estado pensando mucho en esto
desde que comenzó este lío ―dice Sasha―. Mis pa-
dres tienen una casa de vacaciones en Loro Ciuffenna,
que es un pequeño pueblo a unos treinta minutos de
Florencia, Italia. Está escondido en las colinas de la
Toscana, y no hay planes futuros de que nadie en la
familia lo use. Hace años que no se usa. Está lejos de
aquí, y no creo que nadie pensaría que huirías allí.
―¿Italia? ―digo, congelada en mis acciones―.
No tengo forma de llegar a Italia.
Entonces me doy cuenta. No tengo forma de lle-
gar a ningún lado. No tengo dinero en absoluto.
¿Hasta dónde puedo llegar sin dinero? He sido pobre
toda mi vida y siempre he tenido recursos, pero esto
es diferente.
―¿Nick al menos te dio tu billetera con tu iden-
tificación? ―pregunta.
―No ―digo. Lo que significa que incluso si le
pido prestado el dinero a Sasha para volar a Italia, no
hay manera de subirse a un avión sin pasaporte.
Sasha hace una pausa. ―Bueno, qué bueno que
te pareces a mí. Somos de la misma edad y creo que
puedes usar fácilmente mi pasaporte para volar. Es un
riesgo, pero... nos parecemos mucho.
―Y luego, cuando llegues a la casa de vacacio-
nes, solo serás Sasha Morelli. El administrador de la
propiedad y el personal de limpieza no sabrán mejor
desde la última vez que estuve allí, era solo una niña.
No tendrían ninguna razón para cuestionarte.
―No sé…― Si me atrapan…
―Estoy en Bishop's Landing esta noche
―agrega―. Te voy a comprar un boleto a mi nombre
ahora mismo. También voy a reunir toda la informa-
ción sobre la casa en la Toscana y te recogeré en treinta
minutos. ¿Dónde deberíamos encontrarnos?
Sé que Nick y toda su seguridad están lidiando
con el barco en llamas, por lo que todos estarán dis-
traídos. Este es el momento perfecto para escapar
desapercibida.
―Puedo salir por la puerta de Nick si puedes
encontrarme en la calle de su casa ―digo―. ¿Sabes
dónde vive?
―Lo sé.― Hay una pausa y luego dice―. Va a
estar bien. Lo solucionaremos. Pero vamos a sacarte
de la casa, lejos de ese hombre y lejos de todos. Nece-
sitamos espacio.
La forma en que dijo «lejos de ese hombre» me
molesta. No me gusta que Sasha crea que Nick es el
malo de esta historia, cuando en realidad no ha sido
más que… ¿qué?
No estoy segura de lo que Nick ha sido para mí.
¿Protector? ¿Posesivo? ¿Controlador? ¿Gene-
roso? ¿Cariñoso?
¿Sexy como el infierno? ¿Agotador? ¿Cariñoso?
La lista realmente podría continuar para siem-
pre. El hombre me da un latigazo con sus contradic-
ciones. Un minuto lo odio, al minuto siguiente quiero
estar envuelta en sus brazos y nunca soltarme.
Cuando se trata de Nick, todo lo que sé es que
mis emociones bailan en un mar de caos. Las voces me
gritan que corra. Pero otras gritan que me quede.
Este agujero de conejo de confusión es dema-
siado para mí para procesar.
Nick es el rey de mi oscuridad, y no veo la luz a
lo lejos.
Pero sé una cosa con certeza. No tengo más re-
medio que irme y convertirme en la reina de mi pro-
pio destino, porque ahora mismo se está hundiendo
en llamas por mi cuenta, y sé que necesito detener el
infierno.
Cuelgo con Sasha y tomo la bolsa que empaqué
rápidamente. Echo un vistazo rápido a mi alrededor
para ver si hay algo que pueda agarrar que tal vez
pueda vender en Italia, pero luego me doy cuenta de
que si hago eso... si le robo a Nick... no soy diferente a
mi madre. No me convertiré en una ladrona mentirosa
sin importar lo desesperada que me sienta. No le ro-
baré a un hombre cuya intención siempre ha sido ayu-
darme. No importa cuán retorcidos puedan ser sus
términos, su único objetivo siempre ha sido mante-
nerme protegida.
Sin saber cómo estará el clima en Italia, busco
una bolsa más y la lleno con ropa y zapatos más abri-
gados. Además, si solo me presentara en Italia con una
bolsa, como Sasha Morelli, enviaría una bandera roja
a cualquiera con dos dedos de frente. Necesito hacer
que parezca que voy allí de vacaciones. Me siento un
poco incómoda al empacar los artículos que compró
Nick, pero luego me digo a mí misma que él los com-
pró para mí, y si tuviera la opción, estoy bastante se-
gura de que querría que me los quedara. Huyendo de
su casa o no.
Después de empacar completamente, bajo co-
rriendo las escaleras, revisando la casa para asegu-
rarme de que no me vean. Puedo ver por los grandes
ventanales de la sala de estar que el barco y el muelle
todavía están en llamas, y todos están haciendo lo que
pueden para extinguir el fuego.
Ahora es mi oportunidad.
Hago una pausa y considero dejarle una nota.
Pero ¿qué diría? ¿Qué lo haría menos enojado? ¿Me-
nos herido? ¿Menos vengativo? La realidad es que no
estoy seguro de cómo se sentirá acerca de que me
vaya. Tal vez estará agradecido de que tomé la deci-
sión de sus manos. De esta manera, los Morelli y los
Constantine no tienen a quién culpar. Me pueden ca-
zar y no involucrar a Nick Hudson nunca más. Puede
volver a vivir su extraordinaria vida.
Adiós, Nick.
Es hora de que comience mi nueva aventura...
sin ti.
Gracias por leer la historia conmovedora y
sexy de Nick y Lyriope. Descubra lo que sucede a
continuación en Wonderland con QUEEN OF
HEARTS de Alta Hensley...

No importa lo lejos que corra, Nick Hudson me


encuentra.
Soy un peón en un retorcido juego de poder y
venganza. Y es un jugador magistral.
Me abrazará y me lastimará, me protegerá y me
castigará.
Sobre la Autora
Alta Hensley es una de las autoras más vendi-
das de USA TODAY sobre novelas calientes, oscuras
y sucias. También es una de las 100 autoras más ven-
didas de Amazon. Al ser una autora con múltiples pu-
blicaciones en el género romántico, Alta es conocida
por sus héroes alfa oscuros y descarnados, a veces dul-
ces historias de amor, erotismo caliente y relatos cau-
tivadores sobre la lucha constante entre el dominio y
la sumisión.
Vive en una cabaña de troncos en el bosque con
su esposo, dos hijas y un pastor australiano. Cuando
no está luchando contra los murciélagos y observando
a los ciervos, escribe sobre villanos que siempre tienen
sus historias de amor y felices para siempre.

También podría gustarte