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Tras su accidente, en Misiones, Salas logró


cumplir gran parte de sus sueños: estudió en
Stanford, se casó y tuvo dos hijos; fanática de la
Argentina, fue a cuatro mundiales con camiseta de
la Selección y hoy está de nuevo de visita en el
país.
20 de abril de 202309:52

María Nöllmann

LA NACION
No sabe con exactitud qué le atrajo inicialmente de la Argentina, por qué eligió
este país entre la variedad de destinos que le ofrecían en el programa de
intercambio estudiantil. En parte, cree que fue el idioma. Hacía años que estudiaba
español, la lengua de su abuelo mexicano, para recuperar las raíces lingüísticas
familiares. En parte, también, influyó el fútbol. Con 16 años, Mandy Salas era la
capitana de la selección juvenil de fútbol femenino de la costa oeste de los Estados
Unidos y le divertía la idea de vivir en un país en el que su deporte preferido se
respirara en el aire. La cuestión es que en 1992, durante sus vacaciones previas a
empezar el último año de preparatoria en San Diego, Salas anotó “Argentina” como
primera opción en el papeleo de un programa de intercambio al que había
aplicado. El viaje consistía en pasar ocho semanas en el destino elegido, viviendo
en una casa familiar -en su caso, en Santiago del Estero- y asistiendo a clases de
español. Pero Salas solo llegó a terminar la semana seis. La aventura de la joven
deportista, que soñaba con estudiar en Stanford, se vio truncada por un accidente,
que la dejó cuadripléjica y cambió su vida para siempre.
Mandy, Tae, su esposo, y sus dos hijos se hospedan durante su viaje en Parque Chas, es
la casa de Lory Rodeghiero, quien era la secretaria de terapia intensiva del Hospital de la
Trinidad Palermo cuando ella estuvo internada. Fabián Marelli - LA NACION

Cualquiera podría jugar a adivinar que, después de esta experiencia traumática,


sumado a los problemas burocráticos para trasladarla de hospital que siguieron,
Salas desarrollaría un cierto resentimiento o al menos un sentimiento negativo
hacia la Argentina. Pero, por diferentes razones, sucedió todo lo contrario.

Hoy, Mandy, de 47 años, está de visita en Argentina por quinta vez desde que
tuvo el accidente. Ha ido a cuatro mundiales de la FIFA con la camiseta de la
Selección y tiene un extenso grupo de amigos argentinos. Todo esto solo se puede
entender cuando se la escucha contar los detalles más íntimos de su historia,
signada por el dolor, pero sobre todo por la voluntad y la pasión.

“Me enamoré por completo del país”


Salas llegó a La Banda, Santiago del Estero, en enero de 1992. Se instaló en la
casa de la familia Vélez, que tenía cuatro hijos, de los cuales dos eran de su edad.
“Me impresionó lo amorosa que era la gente. Todos me trataron con tanto amor...
Me acuerdo que estuve ahí para el Día del Amigo y al menos 10 personas me
regalaron algo. Amigos de Guillermo, de Alejandra, de Mónica Vélez... Me gustó
vivir con una familia con cuatro hijos. A esa casa iban todos los amigos de los
chicos. Venían a tocar chacareras, a tomar mate, a jugar al fútbol. Yo jugaba al
fútbol con los varones, porque las mujeres en esa época no jugaban mucho. Y me
enamoré totalmente del país”, cuenta hoy, en un español perfecto, desde una
cafetería en Recoleta. Está de visita, junto a su marido y sus dos hijos, y se queda
en Parque Chas, en la casa de Laura “Lory” Rodeghiero, quien fuera la secretaria
de Terapia Intensiva de la Trinidad de Palermo cuando ella estuvo internada ahí,
hoy una de sus mejores amigas.

Desde antes de llegar por primera vez a la Argentina, a Salas le fascinaba la idea
de conocer las Cataratas del Iguazú. Había visto una postal de la maravilla
misionera en su cuaderno del programa de intercambio. Como la familia que la
alojaba sabía de esta fascinación, se ofreció a llevarla. Viajaron en auto un 30 de
julio. Y cuando ya estaban a 10 kilómetros de Posadas, después de unas 12 horas de
viaje, ocurrió el accidente.

“Creo que se pinchó una rueda, no estamos muy seguros. Yo iba con las tres
hermanas atrás, y nos quedamos dormidas. Me desperté cuando el auto ya había
perdido el control. El auto empezó a dar vueltas, y, en la primera, mi cabeza se
chocó contra el techo. Lo siguiente que recuerdo es estar tirada en el piso mirando
el cielo y escuchando mucho ruido, gritos. Las memorias que siguen son borrosas”,
detalla.

Mandy Salas junto a los cuatro hermanos Vélez, con quienes se alojó en Santiago del
Estero en 1992. En 2019 finalmente conocieron juntos las Cataratas del Iguazú.

En el accidente falleció la madre de la familia Vélez. Su marido y sus hijos


tuvieron heridas y quebraduras menores. Mientras que Salas debió ser trasladada
de urgencia al Hospital de Posadas. Como allí no tenían el equipamiento necesario
para mantenerla con vida, luego de largas complicaciones logísticas, fue trasladada
en un avión al Sanatorio de La Trinidad Palermo.
Lory nunca va a olvidar la primera vez que vio a Mandy. “Yo era secretaria de
terapia intensiva. Me acuerdo que llamaron y dijeron que iba a llegar una chica
jovencita que había tenido un accidente. Y ese viernes, no sé por qué, yo me quedé
hasta tarde en el hospital. Ella entró en camilla, con cuello ortopédico. Me acuerdo
que vi sus ojos y dije ‘wow’. Aparte, era altísima. Ella quedó internada en terapia
intensiva con pronóstico reservado”, recuerda, con los ojos llorosos y una leve
sonrisa, mientras la mira a Mandy, con quien ha formado un fuerte vínculo de
amistad.

Los padres de la adolescente tardaron más de 24 horas en llegar desde San


Diego. Y cuando finalmente lo hicieron, se llevaron una sorpresa terrible. Cuando
ellos le preguntaron a los médicos si su hija volvería a caminar, los especialistas les
respondieron: “En este momento, estamos más preocupados por su vida que por
su movilidad”.

Lory, Mandy y el hermano menor de Mandy, tomando mate en San Diego. Gentileza
Mandy - LA NACION

“A la terapia intensiva, obviamente, no se puede acceder mucho, entonces yo


trataba de quedarme cerca de ella y acompañarla. Porque, pobre piba, tenía 16
años. Descubrí que hablaba perfecto español. Con sus padres también nos
involucramos mucho. Intentaba que pudieran pasar a verla en un horario que no
fuese de visita, porque ellos estaban solos en la Argentina”, recuerda Lory.

Lo que más la marcó de esas dos semanas que Mandy pasó en el sanatorio de
Palermo fue la presencia del Padre Mario Pantaleo, conocido como sacerdote
sanador, en la misma terapia intensiva, a dos camillas de distancia de la
adolescente. “Fue muy loco. El padre Mario estaba muy grave, se estaba muriendo.
Tenía Epoc, casi no podía hablar, pero pedía que moviéramos su camilla al lado de
la de Mandy. Los médicos y las enfermeras no querían porque era un lío. Entonces
yo me dirigí al padre, que respiraba con mucha dificultad, y le dije: ‘Padre, ¿pero
por qué primero no se hace imposición de manos a usted mismo para después
poder ayudar a ella y a otros? Y me miró y me dijo con señas: ‘Ella se queda, yo me
voy’, y apuntaba hacia arriba”.

“Finalmente corrieron su cama, la pusieron al lado de la de ella, aunque había


un respirador entre los dos. Nunca me voy a olvidar de la imagen del padre
imponiendo sus manos temblorosas, ya sin fuerzas, en dirección a Mandy. Al
tiempo, él falleció. Mandy ya se había ido, la trasladaron a un hospital en San
Diego. En la película sobre la vida del padre Mario, Las Manos, Mandy aparece en
una de las escenas finales”, cuenta la exsecretaria.

Mandy nunca fue especialmente creyente. Tampoco lo es hoy. Pero hubo algo de
su experiencia con el Padre Mario que la ayudó a mantener la esperanza durante
los largos meses de internación y tratamiento que siguieron al choque, asegura.

-¿Cuándo supiste que no ibas a poder caminar de nuevo?

-Bueno, eso es interesante. Porque los médicos argentinos nunca me lo dijeron.


Ellos me decían: ‘Vamos a poner toda la energía para que sea lo mejor’. Ya cuando
llegué a San Diego los médicos sí me lo trataron de decir. Pero yo ya tenía al Padre
Mario a mi lado. Entonces no les creía. Estaba muy esperanzada. No tuve ese
momento típico de las películas en que el médico viene te dice el diagnóstico y es
un drama. Ellos me lo decían, pero yo no perdía la esperanza. Y eso, creo, me
ayudó a sobrellevar la situación.

Mandy pasó los siguientes siete meses internada en San Diego, a la par que sus
amigas cursaban su último año de secundaria. Mientras, sus padres hacían
malabares para mantener sus trabajos, criar a sus otros dos hijos y visitarla en el
hospital. Pero la situación familiar, de por sí delicada, se complicó aún más al sexto
mes de internación, cuando el marido de su madre falleció en un accidente de auto.
Fue entonces que la madre de la adolescente ya no pudo sobrellevar emocional y
físicamente la situación y recurrió a una de las tantas amistades que la familia
había formado en Buenos Aires: Lory.
Mandy es su graduación de la secundaria, acompañada por Lory. Gentileza Mandy - LA
NACION

“Ella me llamó y me contó lo que había pasado y yo no entendía. Era imposible.


La muerte de su padrastro bajoneó a Mandy y la hizo quedarse un tiempo más
largo internada. Su mamá me contrató para que yo la acompañara, porque sabía la
buena onda que habíamos pegado y sabía que yo tenía a mi hermana viviendo en
Estados Unidos y estaba por tener a su primera hija. Estuve viviendo allá como 10
meses. Con Mandy estábamos juntas todo el día. Por eso ella habla castellano así,
dice ‘che, boludo’. Ahora también dice ‘chiques’ (ríe). Nos hicimos muy amigas.
Tantas charlas tuvimos….”, comenta Lory.

Desde un principio, ella quedó impresionada por la resiliencia de Mandy, a


quien recuerda haber visto llorar pocas veces. Pero hubo una situación en especial
que al día de hoy la sigue asombrando. “Me acuerdo una vez que todas sus
compañeras de fútbol se iban de gira por Europa y vinieron a despedirse de ella.
Mandy se despidió de todas con una sonrisa, deseándoles suerte. Y a mí me partió
el alma. Cuando se fueron, me puse muy mal y le dije: ‘Mandy, ¿cómo puede ser?
¿Por qué te tuvo que pasar esto?’ Y ella me contuvo a mí: ‘Las cosas pasan por
algo’, me dijo. ‘Entre otras cosas, nosotras no nos hubiésemos conocido’. A mí me
impresiona su capacidad de sacar el lado bueno de todo. Ella es una inspiración,
para todos y para mí. Nunca la vi en una situación de bronca o de angustia
extrema. Yo pensaba: en algún lado tiene que canalizar. No entendía cómo hacía
para mantenerse tan fuerte”.

Hace pocas semanas, Mandy y su marido viajaron al norte de la Argentina junto a Jack
y Mariana Smart, otros grandes amigos suyos de Buenos Aires.

“Ella vivía todo con naturalidad: su sonrisa inmensa, la voz siempre calma y una
profunda paz contagiosa”, suma Jack Smart, otro de sus grandes amigos
argentinos. Smart y su mujer, Mariana, fueron algunos de los jóvenes
parroquianos que, durante la internación de Mandy, se ofrecieron a acompañar a
los padres Mandy, tarea que les fue pedida por el padre Juan Pablo Jazminoy,
quien conoció a Mandy mientras visitaba al padre Mario Pantaleo en su
internación. Desde entonces, Jack y Maiu nunca perdieron contacto con Mandy y
su familia, y hace pocas semanas viajaron con ella a conocer el norte de la
Argentina.

-Mandy, ¿cómo fuiste capaz de mantener esa actitud en un momento


tan complicado de tu vida?

-Con una amiga de toda la vida, Jennifer, estamos escribiendo un libro y


estamos pensando mucho en eso. Creo que lo del padre Mario me dio fuerza para
seguir adelante, para no caer. Sí tenía bajones, pero no muchos. Nunca los dejé
durar más de unas horitas. También sabía que todo esto lo había pasado toda la
familia Vélez y que, si yo me caía en una depresión, todos se iban a venir conmigo.
La madre de la familia había fallecido en el accidente. Entonces yo me decía a mí
misma cada mañana: ‘Hoy voy a mantener mi optimismo todo el día’. Me lo
proponía. Y al día siguiente decía: ‘Si lo pude hacer ayer, lo puedo hacer hoy
también’. Siempre las mañanas fueron más difíciles, porque a veces soñaba que
caminaba y me despertaba y decía: ‘Uh, acá estoy de nuevo’. Por eso me ponía
estas metas, y las cumplía.

Mandy junto a Jennifer (izquierda) y Lory (derecha); Jennifer, su amiga con la que viajó
la primera vez a la Argentina, la está ayudando a escribir un libro sobre su vida. Gentileza
Mandy - LA NACION

Entre todas las metas que Mandy se propuso en su vida, estaba su sueño de
estudiar en Stanford, al igual que lo había hecho su padre. Quería estudiar
Relaciones Internacionales y, con mucho esfuerzo, lo logró. “Estuve internada
cuando fueron las aplicaciones universitarias para el siguiente otoño. Entonces me
quedé en casa ese año, cuando estuvo Lory, y entré un año después. En la
aplicación me ayudó mucho mi papá, con una máquina de escribir. Yo dictaba y él
escribía. ¡Y me aceptaron!”, recuerda con una sonrisa.

Los primeros meses en la universidad, en 1994, fueron complicados porque la


computadora que escribe con el dictado de la voz que le había prometido el Estado
todavía no había llegado, entonces Mandy tuvo que contar con una ayudante que
tomaba nota y escribía por ella. “Cuando llegó la computadora, fue más fácil,
aunque todavía siguió siendo difícil. Todavía uso el mismo programa para hacer lo
que tengo que hacer en la computadora. Además del estudio, la experiencia fue
muy divertida. Me encantó ir a ver partidos de básquet, de fútbol americano...
También ver fútbol femenino, conocía a todas las chicas del equipo”, cuenta.
“Quise volver desde el primer momento”
Mandy nunca guardó rencor ni sintió rechazo por la Argentina ni a la familia
Vélez, sino todo lo contrario. Y ese también es un aspecto de su persona que
continúa asombrando a sus amigos y familiares. “Ella eligió siempre otra postura
frente a lo acontecido: empatizar con los Vélez, que habían perdido una esposa y
madre; agradecer su ‘renacimiento’, a pesar de su nueva condición; apreciar a la
red de ayuda que se fue tejiendo tras el accidente”, comenta Smart.

-¿Cuándo decidiste volver de visita a la Argentina?

-Yo quise volver desde el mismo momento en que me fui. Siempre quise volver.
Es que en los 6 meses que estuve acá me enamoré totalmente del país: su gente, su
cultura, su comida, ¡el fútbol!

Su primer regreso a la Argentina después del accidente, en el verano de 1996,


fue inolvidable, tanto para ella como para todas sus amistades argentinas. “Tenía
19. Mi papá me acompañó. Me acuerdo que en Ezeiza me hicieron bajar por un
ascensor de vidrio y, mientras bajaba, los vi. Vinieron todos a recibirme con
carteles: toda la familia Vélez, Jack y Maiu, la familia de Lory… Me emocioné
mucho. No sabía nada”, recuerda.

“Como no teníamos auto para silla de ruedas, mi marido consiguió una de esas
camionetas Volkswagen. Y como hace poco había venido el Papa y había dado
vueltas con el papamóvil, le pegamos carteles a la camioneta que decían ‘Mandy-
móvil’, y paseábamos con eso”, cuenta Lory.
Tae, su marido, es chef. Juntos, tienen un restaurante y Mandy maneja la parte contable
desde su casa. Fabian Marelli - LA NACION

Mandy volvió a la Argentina, en total, cinco veces. Y siempre mantuvo el


contacto con sus seres queridos de acá, los cuales la mayoría también han ido a
visitarla a San Diego. En el medio, ha viajado a cuatro mundiales, siempre
hinchando por el seleccionado argentino. “Fui al del ‘94 en Estados Unidos, al del
‘98 en Francia. En 2010 fui a Sudáfrica y en 2014, a Brasil. Siempre por Argentina,
obvio. Estados Unidos nunca ha tenido mucha cultura de fútbol, aunque ahora está
creciendo la hinchada”, afirma.

Cataratas: el viaje que cerró una etapa


Sin dudas, su viaje más significativo a la Argentina fue el de 2019, cuando
finalmente pudo conocer las Cataratas del Iguazú, culminando así aquel malogrado
viaje inicial, y de la mano de la familia Vélez, entre otros. En total, 21 personas
integraron el grupo que viajó. Mandy trajo de Estados Unidos a su marido, sus dos
hijos y su padre. Y de Buenos Aires y Santiago del Estero viajaron todos sus amigos
argentinos, algunos también junto a sus hijos.

Los 21 que viajaron a las Cataratas del Iguazú en 2019


“Fue mi idea -dice Mandy-. Siempre tuve la idea de ir con todos a las Cataratas,
no quería terminar la vida sin conocerlas. Pero tampoco tenía apuro. En mi
primera casa puse un portarretratos enorme con una foto de las Cataratas, para ser
dueña de una parte del lugar. Fue una forma de manejar la ansiedad. Pero siempre
quise volver con todos.

-¿Viviste esa experiencia como el cierre de una etapa?

-Si, totalmente. Me dio mucha impresión ver las cataratas. Es difícil expresar lo
que sentí. Es hermoso, y el hecho de haber ido con mi esposo, mis dos hijos y
todos, lo hizo más hermoso todavía. Fue más impresionante de lo que pensaba. Me
acuerdo del primer momento en que entramos a la plataforma y las vimos. Estaban
todos sacando fotos. Y yo estaba mirando a ver quién empezaba a llorar primero.
Vicky Vélez fue la primera. Y ahí fue como “basta con las fotos, lloremos” (ríe).
Todos teníamos ganas de llorar, y eso hicimos.

María Nöllmann

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