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-Muchacho, esto era un paraíso hasta hace muy poco, pero los
turistas lo han echado a perder -aseguró el abuelo. Y añadió- En cuanto al
paraje hermoso..., depende de cómo te sientas, somos nosotros quienes, según
nuestro ánimo, colocamos la belleza a cuanto nos rodea.
-¡Calla! ¡Idiota!
-Aquí es. -exclamó uno de ellos ante una cueva natural de grandes
dimensiones.
Todos pusieron manos a la obra, mientras Aritz permanecía
amarrado en la barca. Este se dio perfecta cuenta que se trataba de algún
asunto sucio. Se preguntaba qué habría en aquellos paquetes plastificados, por
qué los escondían allí..., pero lo que más le preocupaba era qué harían con él.
Ellos se habían percatado de que él no tenía nada que ver, pero... después de lo
que había visto.... Tenía mucho miedo.
-Sí, sí. Soy una sirena -asintió ella ampliando su sonrisa y dando un
coletazo.
-He venido a disfrutar del calor, del sol, del mar, de la libertad y,
si se tercia, de la amistad. Estaba harto y he venido. Sin más.
-Es maravilloso verte nadar -dijo Aritz nada más pisar la arena.
-No abras tus ojos. Sigue saboreando las caricias del sol. Pero, a
la vez, cuéntame algo de ti, de tu vida -solicitó la sirena.
-¿Tienes hambre?
-Sí, ¿y tú?
-Sí.
-Ve allí. Al lado de aquel pino cortado verás una red hundida.
Junto a ella podrás pescar lo suficiente para comer. Mientras yo voy a traer
huevos de gaviota abandonados -dicho esto se zambulló.
Pero cuando Aritz sacó la cabeza fuera del agua se topó con un
espectáculo semejante al submarino. Solo que aquí se trataba de aves marinas,
en su mayoría gaviotas, que mantenía la misma actitud expectante que sus
vecinos sumergidos.
Volvieron a la playa.