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3. Aproximaciones a una psicologia historica de las configuraciones del imaginario social Apuntes sobre un espacio transdisciplindrio de prodiccién de teoria y recursos practico-técnicos 1) Hace dos décadas, Kenneth Gergen! postuld (y con ello cred en los compartimientos académicos e] escanda- lo previsible) que la psicologia social debe tenerse por el equivalente de una chistoria contemporanea». Se puede avanzar alin mas en la cuestién, sin que eso implique tera intencién provocativa frente al orden de las disci- plinas instituidas; si el deseo de precisar lo que va siendo requerido por el camino, o método, que seguimos para producir nuestros saberes: ;Por qué sdlo chistoria con- temporanear? Por qué no extender la concepcién que debe sustentar semejante propuesta —la de que sdlo en_ un contexto histérico se hacen inteligibles los efectos.de @ se producen en ¢l milieu social (y polf- rizonte de inda- opia otros diversos momentos de la mmporaneidad en la que esta- mos, sin duda, comprometidos y prioritariamente inte- resados? Nos obligaria a esa extensién del campo de in- cumbencia, en principio, la comparacién (necesaria) del rasgo, la actitud o el comportamiento contempordneos tipicos que estudiemos con lo que fue caracteristico de otras épocas histd6ricas, en la medida en que esa recons- truccion pueda realizarse. En esto, nuestro campo de re- flexidn como psicélogos guardaria estrecha relacién con desarrollos como los de la llamada «historia de las men- talidades»? y otros de los que cultiva la enueva historia».> 1 «Social psychology as history», Journal of Personality and Social Psy- chology. vol. 26, 1973. 2 Seguin la definicion de Antonio Gomes Penna (Histéria e psicologia, San Pablo: Vértice, 1987, pSgs, 19-20), se trate de «la historia que se detie- ne en el examen de las estructuras mentales que dominan cada periodo histérico, haciendo de é] un periodo inconfundible con cualquier otros. Cf. también G. Bouthoul. Les Mentalités, Paris: PUF, 1958. 3 Se identifica con ese nombre la producciér: de aquellos historiado- rs que se han inspirade en el estilo de reconstruccién estructural del Pero hay otra consideracién, de mas peso, que tam- bién aconseja semejante ampliacién del punto de vista de Ia psicologia social, para la definicién de su campo y la construccién de su objeto. En la tradicién relativa- mente reciente, ese argumento nos fue facilitade por ia denodada critica epistemolégica de Dilthey ala concep cién que podia hacerse el siglo XIX de unas ciencias del hombre. Hoy esa critica ha sido actualizada, o esté sien- do perfeccionada, por —entre otros— Jurgen Habermas.* Sin embargo, hay que tener en cuenta el antecedente, sin par en su época (comienzos del siglo xvuib, que repre: sento la postura anti-cartesiana de Giambattista Vico,S cierto a una conciencia que experimenta 0 especula, de aquello que conocemos como thechos (factum) y a lo que, justamente por hacerlo o haberlo hecho nosotros (p. ej., cualquier ser humano), podemos acceder como verdadero.® Asi se inauguré.en.Ja-Edad.Moderna’ el:ca- mino que es mas propicio para estas «ciencias nuevas».® En esta perspectiva, hist6rica, Tecuperenee la expe “Ningan’ dispositivo de labora texio, snerimen agencia- miento de variables en situacién cor:trolada pare la ob- servacion, el registro y la eventuz! medicién, por mas pasado que auspiciaron en Francia Lucien Febvre y Mare Bloch, lus pri- meros editores de la revista Annales d'histoire économique et sociaie. * Cf. }. Habermas, Zur Logih der Sozialwissenschoften, Francfort: Suhr- karnip, 1970. (Trad. en Castellano, La ldgica de ias ciencias sociales, Ma- drid: Tecnos, 1988.) § Principii di Scienza Nuova: hay edicién actual, en tres tomos, a cargo de Fausto Nicolini, publicads en Turin por la editorial Einaudi en 1976. ® La posicion epistemolégica de Vico se resume en la formula eVerum et factum convertuntur, que puede traducirse imperfectamente como «Lo verdadero equivale a lo (que conocemos por haberto} hechov. 7 Rodolfo Mondolfo ha sehalado antecedentes embrionarios en la cultura antigua de esta concepcién epistemolégica. Cf. «Técnica y ciencia en la cultura antigua y «Una anticipacién de Vico en Filén de Alejan- Gris», Momentos de! pensamiento griego y cristiano, Buenos Aires: Pai- dés, 1964. § Parafraseando el titulo de la obra fundamental de Vico, podria decirse que estas «ciencias nuevass, ciencias del hombre o ciencies de la sociedad y la cultura, se integran en el. continente tedrico de la Historia, haciendo de esta —asi-- la «Scienza Nuova» que aquel procuraba disefiar. 149 dignos de ser tenides en cuenta que sean sus resultados (cuando se los ubica en el contexto hist6rico-cultural en el que se obtuvieron)® y por mas prestigio académico que dispense la aplicacién de esos métodos, deberian persuadir al psicdiogo (social) a dejar de lado la inagota- ble riqueza de conocimientos que puede derivarse de un trabajo de conceptualizacién de le experiencia acumula- da en la crénica y el andlisis histéricos de determinados procesos y acontecimientos, actuales o pretéritos. Se trata, por supuesto, er nuestra h incumbe ncia, | de eff Io que hace a la produccién de efectos de'su e subjetiy id. O de procesos y acontecimnientos cuyas Ci caracteristi €as permitan barruntar ya, de algtin modo, la accién de® dichos efectos. Las configuraciones de actitudes,'® o las representa- ciones sociales con las que se lalla constituido un «senti- § Esa eventual ubicacién de los resultados de la investigacién empi- rica sinigular y acotada en su contexto histérico-cultural, en el que esos resultsdos ~y la investigacién misma— sdquieren «sentido, implica- ria ya una particular (e interesante; no dudarlo) concepcién de la mul- tiparadigmaticidad en las clencias sociales. Tiene especial importan- cia intentar ésa°contextuacién —-como ya to han hecho algunos— con respecto a las experiencias que han jaionado de modo mas significati- vo ei curso y el discurso de la psicologia social, entre las que hay que ubicar: las de Elton Mayo y colaboradores en el ambito de las organi- zaciones industriales, Jas de los discipulos de Kurt Lewin en cuanto a Ja edindémica de gruposs, la célebre investigacién de S. Asch acerca de la influencia de} grupo sobre el juicio individual olas de Milgram y Zim- bardo sobre tautoritarismos. (Véase, por ejemplo, en relacién con ios experimentos de Stanley Milgram, el analisis critico que hace Erich Fromm de ellos en The anatomy of human destructiveness —Nueva York: Holt Rinehart, 1973-., resefiado en Gregorio Kaminsky, Disposi- tivos institucionales, Buenos Alres: Lugar, 1990, pags. 86-90. También Jas observaciones contenidas en J. M. Fernandez Dois et al., «Obedien- cia institucional en el laboratorios, Estudios de Psicologia, Madrid, 2/1980.) A propésito de la relacién entre contexto histdrico-ideolégico y ex- perimentacién, véase W. Doise, eimégenes, representaciones, ideclo- gias y experimentacién psicosociolégicas, en El confticto estructurante, suplemento n® 27 (monografias tematicas) de la revista Anthropos, Barcelona: Anthropos, octubre de 1991. esp. pAgs. 187-9. 1° Cf, Dagmar Stahlberg y Dieter Frey, «Actitudes i: estructura, me- dida y funciones», en M. Howstone et al, Introduccién a ta psicologia so- cial Una perspectiva europea, Barcelona: Ariel, 1990, pag. 149 y sigs. 150 do comin particular,!? o el imaginario sociai,!* son he rrarnientas conceptuales a las que es preciso recurrir —con no indiferentes resultados, por cierto— a fin de dar cuen- ta de determinados fenédmenos histéricos ;Cémo no ha- bria de allegar esos instrumentos el psicdlogo a su tarea cuando se trata de producir 4 través de ellos algiin ma- yor conocimiento sobre cuestiones de tanta trascenden- cia como Ja «psicologia de masas» de los distintos fascis- ros de este sigio o como Ia aquiescencia de una buena parte de la poblacion con los terrorismos de Estado del sur de Iberoamérica en los afios recientes? E} rescate re. flexivo que pudo hacer Bruno Bettelheim de su expe- riencia personal en un campo de concentracién' es una Tauestra extrema de cémo la psicologia {social) se ve lle vada u obligada a aceptar los desafios que plantean de- terminadas situaciones histéricas conternporaneas. '* Pero también ei pasado, reciente omias lejano, encie- rra —como se ha sugerido-.desafias semejantes..Las:fe- noémenos colectivos que precedieron ¥ siguieron ala Re- volucién Francesa, de da Grande Pewr»!5 a} Terror del 93. Las experiencias utopistas semi-reatizadas (desde las misiones jesuiticas hasta los falansterias de Fourier y las ™ Sobre erepresentaciones sociales, cf. S. Messcovici, Psicologta so- cial, I, Barceiona: Paidés; 1986. Véase, tambiémesp. en reiacidn con el tema del esentido comins, José Nun, La rebeliés del coro. Estudios so- bre la racionalidad politica y et sentido comin, Beenos Aires: Nueva Vi- sion, 1989. 22 Cf. Carlos Aitamirano, «Lo imaginario como campo del andlisis histérico y socials, Punto de Vista, XIII, 38, Buemos Aires, octubre de 1899; Bronislaw Baczko, Los imaginarios sociales, Buenos Aires: Nueva Vision, 1991. 'S Bruno Bettetheim, «Individual end mass bekaavior in extreme si- tuationss, Journal of Abnormal and Social Psychelagy, n* 38, 1943, pags. 417-52. 14 Puede tratarse de sndlisis complejos de prbilemas que obligan & une permanente preocupacién, como fue el case de! estudio transdis- ciplinario sefiero dedicado al tema del prejuice. {T. W. Adorno et al., La personalidad autoritaria, Buenos Aires: Pragezccién, 1965). Puede tratarse, también, de snélisis menos ambiciosos sobre fendémenos co- yunturales o scontecimientos que transgredem ies marcos del ssenti- do comin» ilustrado de la época (véanse —comosjempios de ese tipo de andalisis—: R. Malfé, «La crisis, la escens politica gia “otra escena”», Ac- tualidad Psicolégica, 1, 6, agosto de 1975; «Los suixiidios de Jonestown, Actualidad, Psicolégica, IV, 43. abril de-1979). 35 Cl. B, Baczko, op. cit., pag. 33 y sigs. 151 comunas de distinto signa) que han pretencide ser tro- queles de nuevas formas de subjetividad. Los grandes movimientos espontaneos (o cuasi-esponténecs) de ma- sas, movidas estas por ideales politicos o religiosos.'® Pé- nicos,}7 modas y «epidemias» psiquicas.'® Todos estos —y multitud de otros similares—, aunque son fenéme- nos que corresponden a determinacién estructural,!9 solo se producen, en definitiva, en situaciones histéricas concretas (que es necesario investigar en tal caracter) y mediando —insistamos en ello— una articulacién preci- sa ubicable en el orden de lo imaginario 0 fantasmatico. 2) Una cuestién para cuyo tratamiento la preocupa- cién actual haria bien en buscar referentes histéricos atafie justamente a los empleos que hace el sisterne de poder, hoy global, de los recursos de la imaginacién, 0 fantasia.20 No tanto —entiéndase bien— para comprobar que los procesos e instituciones de nuestro tiempo a través de los que se manifiesta significativamente el problerna re- 18 En relacién con este tiltimo tipo de movimientos de masas, en contextos sociales de marginalidad y dependencia, vésse Maria Iseure Pereira de Queiroz, Historia y etnologta de los movimientos mesidnicos, México: Siglo XXI, 1969. Cf. R. Malfé, «Sobresalto, panico, “angustia colectiva”», Imago, nf 7, Buenos Aires, diciembre de 1978. 48 Aunque de indole predominantemente anecdotica, y aplicada a su ambilo nacional de modo exclusivo, es interesante, en relacién- con el tema, la siguiente obra: F. Claramunt, Modas y epidemias psiquicas en Espana, Madrid: Temas de hoy, 1991. 18 Debe hacerse la salvedad de que, en este contexto, ef término «es- tructurals también aspire a denolar configuraciones de la (inter}subje- tividad que tienen una consistencia y producen unos efectos compa- rables con los de aquella que puede postularse como paradigma: le que Sigmund Freud denominé —en Psicologia de las masas y andlisis det yo eestructura libidinosar. 20 fmaginatio fue la traduccién al latin (de donde pasé el término 6 las lenguas romances) del griego phantasia (vuelto a emplear desde el Renacimiento), por lo que cabe considerar que ambas palabras son si- nénimos, y no sélo por aquella razén histérica sino porque, ademas, e! uso moderno ha sido errético, dando cada autor preferencia a uno 0 8 otro término o empleéndolds indistintamente. En cada lengua, por otra parte, em su uso ne técnica, las dos palabras se han ido cargando de connotaciones a veces diferentes, perc les mas de las veces casi idén- ticas. conocen, pese a su radical novedad, origenes y antece- dencias, cuanto porque de ese modo se verificara que los recursos de esa indole que pueden ponerse en juego im- plican, en su esencia, una serie acotada de alternativas, no importa cuén gigantescas hayan sido las transforma- ciones que se derivan de los medios ahora empleados. si se podria ir delineando logia», no nueva (trans)discipl. 5 repertorio de dichos recursos. Ya que todos ellos presuponen que se instaure, en determinado espacio social, una «escenap, religiosa 0 profana, que siempre sera escena politica @un cuando no manifieste abiertamente esa cualidad) en tanto lo que se represente allf comprometa imaginariamente en dicha representacién --o pretenda hacerlo— al conjunto de los sectores, estamentas, clases en los que se sustenta un sistema de poder. Es este un territorio complejo de indagacién, donde --con toda evidencia;- ln empiricos.no puede restringir- se ni a lo experimental ni sdlo a lo que muestran los es- cenarios de la actualidad. Es necesario, por lo pronto, in- cluir la investigaci6n que hagamos.en Ja perspectiva de la reflexi6n critica en curso sobre los «ideales e ilusio- nes»?! en que la Ilustracién nos educé con respecto al poderio de la raz6n.”* Numerosas experiencias recientes, del mundo y del pais, han herido de muerte sistemas de creencias que re- conocen aquel origen. Ya no es posible confiar ingenua- mente en que las apelaciones razonables a un bien 0 a un interés —individuales, de clase, de una nacién o in- cluso de la especie— convenzan a ciudadanos 0 stibditos 21 Cf. Thomas McCarthy, Ideales e ilusiones. Reconstruccion y decons- truccion en la teoria critica contempordnea, Madrid: Tecnos, 1992. 22 Sélo un ejemplo de le fe pese-a-todo en la eficacia de ese poder que trasunta un cientifico y pensador emodernos, pero ys desencantado, como Freud: El porvenir de una ilusién, donde se debate contra Ja ilu. sién religiose con la syude de un «dios Logos {que (ya)] no es, quiza, muy omnipotente y no puede cumplir sino una pequefia perte de lo que sus predecesores prometierons [pero que aun asi... Jo autoriza a terminar su ensayo con estas rotundas afirmaciones:} «No, nuestra clencia no es une ilusién. En cambio, si lo seria creer que podemos ob- tener en.otrs parte cualquiera Jo que ella no nos puede dary. (OC, t. 1, Madrid: Bibliotece Nueva, 1948, pags. 1280-1.) 153 por su presentacién pura.“ Por el contrario, hoy, be dudar de la importancia. que t tienen los recurso: afianza. El trabajo critico que nos compromete en la ac tualidad, por tanto, atafie a la «razon impuras.*4 Vaiga lo iicho mas arriba, sin embargo, en cuanto a que aquello que ahora percibimos (con Ia claridad que suele acom- pafiar a la des-ilusién) como privilegiade recurso de su- jetamiento, no es ardid que nazea con la modernidad tardfa. El empleo de una escena espectacular para jas re- presentaciones rituales que sacralizan el poder, capaces de intimidar y fascinar a poblaciones dominadas por un orden despético, se remonta —por supuesto— a ios gran- des imperios de la Antigliedad euroasiatica, africana o americana. Pero para encontrar una similitud mas profunda con las caracteristicas que tiene | ona publica: en la 66° ciedad de hoy tenemos que invocar otros antecedentes, no menos lejanos en el tiempo, pero mucho mas afines en cuanto a una concepcion de lo que ha de entenderse por «representacion». a En las ciudades griegas y particularmente en Atenas, es donde se abre por primera vez, veinticinco siglos atrds, un 4mbito para dirimir los conflictos sociales me- _diante el debate,”* a partir del supuesto (en alguna me dida, ilusidn) de que los diversos actores”® que sostienen ese debate sobre el escenario politico —cuyo paradigma es el Agora— re-presentan en esa nueva dimensién, se 25 Esa pretensién sdlo nace en el Siglo de las Luces. La antigua Reto rica estaba fundada, conceptual y précticemente, en el discernimien- to de que persuadir no es lo mismo que demoserar. 24 CET. McCarthy, op. cit. 28 Bs le que ha destacada Jean-Pierre Vernant; cf., de ese sutor, Los origenes del pensamiento griego, Buenos Aires: EUDEBA, 1973. ° Se trata, en un sentido técnico, de «actores sociales»; pero se pue- de aprovechar la ambigiiedad de la palabra para subrayar la coinci- dencia significativa de que haya sido en esa misma époce (sigto V a C.} cuando también se abrié en Grecia, con espiendor impar, el espa- cio propiamente testral. En Atenas, dicha coincidencia destaca mas por I hecho de que, en el curso de ese siglo, las deliberaciones de la Asamblea legislativa (Boulé) se trasladaron, de la sede que este tenia en el Agora, al Teatro de Diénysos, de mayor emplitud, 154 mejante en mucho e Is que se crea en el espacio superfi- cial de un espejo, al conjunto de individuos y sectores dispares, bajo la figura de su unificacién abstracta como «ciudadarioss. Esta tnificaciOn queda sostenida, a partir de entonces, por la unicidad (o centramiento} y la vero- similitud?? del slugam y las «accioness, respectivamente, de la representaci6n democratica. En cuanto a su verosimilitud, la eficacia del recurso es tributaria, a su vez, de dos requerimientos vinculados entre si: la accesibilidad aparente ai escenario y la apa- rente transparencia de lo que alli se tramita. El andlisis de los recursos retéricofantasmAaticos puestos en juego en la transformacién institucional democrfatica de la vida politica ateniense, lo que se conoce com la erefor- mia clisténicay*® (de fines del sigio VI a. C), resulta, asi, no ya meramente ilustrativo sino crucial para reconstruir el proceso de produccién [de modo lite: | eprosopo- peya»®] de Ia figura del ciudadano, que sera retomada “y enriqueédida= ‘por el Renacimitnto y'ta Revelucién Francesa. Habermas —también— ha rastreado, en su te sis Strukturwandel der Ooffentlichkeit™ las grandes lineas que ha seguido, desde el sigio XVIII hasta la actualidad, la transformacié6n estructural del concepto de «lo pabli- cov, o de la «esfera ptiblica», asi como las practicas que sobre ella operan. La magnitud de aquellas transformaciones puede eernirse mejor al considerar lo que ha Hegado a insti- tuirse a lo largo del siglo como (sondeo y manipulaci6n de la) «copinién publica» y como «publicidad». La particu- lar interseccién. de «privados y publicos en la sociedad burguesa debe seguir siendo explorada, a la luz —sobre 27 La cuestion de Ie verosimilitud (literalmente: la apariencia de ver dadero} ha sido central en la Retérice y ta Poética clasicas y lo ha segui do siendo en la Teoria Literaria, la Semidtica y la Estética modernas. Cf, por ejemplo, R. Barthes et al., Lo verosimil, Buenos Aires: Tiempo Contemporaneo, 1972. 28 CY. J.-P. Vernant, Mito y pensamiento en ia Grecia Antigua, Barcelo- na: Ariel, 1985, pig. 218 y sigs. 29 «Prosopon-poieias, término retérico, queria decir: creacién de una persons imaginaria. o sea, «personificaciéns. % Jargen Habermas, Strukturwandel der Oeffentlichheit, Untersuch ungen zu einer Kategorie der biirgerlichen Gesetischaft, Darmstadt: ‘Luchterhand, 1987; °- 155 iodo— de ia observacion de forrnas tan curiosas de intri eacién de la politica con el espectacuic como las que brinda la actualidad mds reciente, tanto en nuestro pais como en otros. El modelo argumentai del folletin de te levisién preside el proceso informativo acerca de las fi- guras politicas; estas son presentadas en una intimidad sin pudores con el mismo estilo de los idolos del depor- te, el cine o la musica popular, actores y deportisias —a su vez— se transmutan en politicos. ¥ nada legitima ya --por supuesto— la pregunta, o cuestionamiento, que pu- diera hacer la moral republicana indignada (Quad es id?), porque esa misma moral, que como valor civico propo- nia el decaro,>! no sélo ha sido cuestionada a su vez; tam- bién ha mutado; y los nuevos valores colectivos pueden ser precisamente aquellos que refleja, como gran panta- Ila que es, una cescena» privada perversa convertida en publice-y-politica. Es visible también que los grandes acontecimientos de la historia contemporanea estan siendo construidos segan un modelo parecido. La «guerra del Golfo Pérsi- cov,>? el «colapso del Estado» en la que era Union Soviéti- ca y, entre nosotros, los «alzamientos militares» de los ahos recientes, son buenos ejemplr ~ de ello. Ala par que del modelado de los acontecimientos, co- rresponde ocuparse de los procesos permanentes (0 al menos duraderos) de subjetivacién, presididos desde una dimensién imaginaria por lo que podriamos denc- minar «cripto-argumentos» o relatos miticos cifrados. No importa si se trata de «Corona» y «Familia realx.o de la emblemiatica y el pantedn republicanos, ellos cumplen habitualmente funciones de unificacién fantasmatica que producen efectos subjetivos mas o menos estables y homogéneos. [Los términos «identificaciéns e «identi- dad» (nacional, étnica, etc.) denotan el proceso y sus re- 31 El decoro (aidés) y la justicia eran Jas das virtudes, don de los dio- ses, que —segiin el milo de que da cuenta Protagoras en el didloga ho- monimo de Platén— gerantizarian le armonia social en la polis. (Cf. Pla- ton, Protigoras, 320c y sigs.) A través de todas as gigantescas transfor- maciones politicas y sociales de Occidente, ambas virtudes polfticas venian recibiendo, hasta ahora, homenaje, aunque fuere hipdcrita. 32 Cf. Jean Baudrillard, La guerra del Golfo no ha tenido lugar, Barce- lona: Anagrama, 1991. eee sultados, respectivamente, pero no tos emplea —come suele ocurrir-- de mocio s Convendria contraster, asimismo, aquellas sitaacio- nes en las que el recurso tiene (0 tuvo) relativo éxito con aquellas otras en las que fracas6.*+ 3) Ctra cuestion relevante que debe ser investigada en un contexto hist6rico es la ligada a los problemas psi- cosociales, psicopoliticos y psicoculturales que se deri- van de las distintas concepciones en conflicto, en el mun- do de hoy, acerce del trabajo humano. Tampoco puede desligarse este punto del anterior, ya que resulta eviden- te que los ideales y valores con respecto al trabajo que adquieren o pierden vigencia en determinado mundo histérico (en conflicto generalmente con otros ideales y valores) no se sostienen solos —por asi decir— en un su- puesto mundo de ideas y valores puros. Estén incorpora- dos a conjuntos significativos de esquemas cognitivo-afecti- vos constituidos por aprendizajé social y predispuestos para la accién,®§ tos que siempre toleran, o mejor: requieren, una envoltura de eficcionalizacién» argumental. La «éti- ca protestantes*® del trabajo, contrapuesta a la concep- 55] uso del término «identificaciéns por parte de Freud, en cambio {por ejemplo, en Psicologia de ias masas y andlisis del yo), deja abierta Is posibilidad de que se siga construyends, en torno a ese nucleo, un concepto complejo, que permite dar cuente de un aspecto central de tan intrincedos procesos ~y productos— socio-histéricos. La mismo habria que decir de Is posible utilidad del concepto de enarcisismor, especialmente tal corno Jo presenta Freud hacia el fina} de «Introduc- cién del narcisismon, o sea como ligado al tideal comin de una femilia, de una clase o de una naciéne. ™ Para expresario cabalmente: se trata de estudiar también, para fi- nes comparativos, aquellas situaciones en Jas que fracasa el intento de instaurar un recurso semejante de unificacién imagineria, o en las que este pierde una eficacia que estaba vigente, como ha venido ocu- triendo ultimamente en Europa del Este, donde se han fracturado es- pacios psico-socic-politicos que parecian consolidados. 55 Esta expresién representa un intento aproximativo de desplegar lo que esta contenido, de modo condensado, tanto en el término «acti- tud» cuanto en el de chabitus» que ha sido recupersdo (y remozado) por Erwin Panofsky y Pierre Bourdieu. Asimismo puede dar cuenta de lo denotado, quiz centralmente, por la nocién de ementalidads. 56 Es redundante, pero ineludible, citer en este punto el andlisis clé- sico dé Max Weber: La ética protestante y el esplritu del capitalismo. 157 cién que tuvo vigencia (y Is sigue teniendo, en alguna medida} en los paises catélicos, se transmite y expresa, de manera esencial, no anecdética, en los relatos morali- zantes que gozaron de tanta divulgaci6n durante el siglo pasado y primera parte de este,57 los que tenian como pro- tagonista o héroe al hombre industrioso, emprendedor, prudente pero con gran sentido de ia oportunidad en el manejo del dinero, que Hegaba a triunfar —con ingenic y tenacidad-- desde humildes origenes (self made man). En este fin de siglo, el ethos del capitalismno esta crista- lizando, al parecer, en torneo a otros modelos, en otros ritos. Se nos presentan contrapuestas dos concepciones del trabajo. Imaginarizada la una bajo ia forma de una devocién por el Jogro de un producto perfecto (presu- puesto —aunque negado— el goce del sacrificio que ese logro implica), es atribuida®® por discursos en boga, en especial, al trabajador japonés (o —a veces, también— al aleman). Por-otra parte, se adjudica al negro o al «lati- no»9 poca aficién al trabajo, mas gusto por pasarla bien (Hay una edicién correcta y.muy accesible en castellano, Madrid: Sar. pes 1984.) : 3? Las obras mas divuigedas dentro de este género fueron las dei esco- cés Samuel Smiles (1812-1904): Ayudate q ti mismo, El cardcter, La indus- triosidad; El-deber, Vidas-de ingenieros, etc. (CI. al respecto: R. Bendix, Trabajo y autoridad en la industria, Buenos Aires: EUDEBA, 1966, pags 1149) 58 Las investigaciones Hevades:a cabo en el marco general de 1a le- mada eteoria de la atribucién» (cf. Miles Hewstone y Charles Antaki, «Teoria de 1a atribucién y explicaciones socialess, en M. Hewstone et al, Introducci6n a la psicologfa social, Una perspectiva europea, Barce- Jona: Ariel, 1990) apuntan a destacar la tendencia preponderente del asentido comin» a enfatizar exageradamente disposiciones supuestas ; €n los actores sociales (podriamos agregar: tal como estos han sido / imaginarizados, como resultado de un proceso ideolégico de construc: cién de las representaciones correspondientes) en desmedro de una \ adecuada consideracién de las influencias situscionales. %° Cf. Ignacio Martin-Bord, «El latino indolentes, en Maritza Monte- ro, coord., Psicologia politica latinvamericana, Caracas: Panapo, 1987, En este trabajo, e} psicdlogo hispano-salvadoreiio (que fue asesinada en 1990, junto con otras personas, por «paramilitaress que invadieron, en San Salvador. ia sede de la Universidad Centroamericana José Si- me6n Cafias, de la que él era rector) analiza el contexto histérico-poli- tico en el que se produce la forma de subjetividad a Is que se atribuye lo que é1 Hama el sindrome fatalistas latinoamericano. 158 y holgar que por esrnerarse en ura obra. pos se reiteran en argumentos que saturan los medics, incorporados a simulacros de debate o a ficciones. Las determinaciones psico-socio-culturales que re- caer sobre la forma concreta de la organizacién del tra- bajo comienzan a ser reconocidas paulatinamente a lo largo del sigio.*° Las investigaciones impulsadas al ter- minar la Segunda Guerra Mundial por ef Tavistock Ins- titute of Human Relations, de Londres, son cruciales en ese sentido.‘! Surge de alli el concepto de «sistema socio-técnicos, que lleva implicito el reconecimiento de una dimensién imaginaria, o fantasmatica, que atraviesa y da, también ella, forma al espacio laboral. Sus determinaciones se entrelazan de tal modo en e] «todo tecnolégico y so- cial» (0 sea, «sistema socio-téenico») que no puede pro- cederse a un anélisis ni a una planificacién validos de 42 4° Comienzan a ser reconocidos tales fiactores psico-socio-culturales en relacién con el contexto inmediato del grupo de trabajo («facilita- cién socials) y —més tarde— con la imagem que los trabajadores tienen de Ja organizacién. En las Gitimas décades, el estudio de las econdicio- nes y medio ambiente de trabajos (CYMAT) y de salud mentel ocups- cionals no deja de tomar en cuenta los Bemados «aspectos psicosocia- lesy de la cuestin. Pero toda In sofisticaci#én metodolégica que puede ponerse en Ia investigacién de estos temas, como ocurre en Jos enéli sis factoriales y «facetarioss de las dimemsiones motivacionales vincu- ladas con la satisfeccién/insatisfacci6n oon la terea y la adaptacién o no al contexto de la organizacién, resultarfa insuficiente, o aun equi- voca, si no se reconstruyera la genealogie socio-cultural de Jos trabaje- dores como sujetos histéricos que seportan las determinaciones vinculadas a la situacién de trabajo a trawés de particulares configura. ciones de actitudes. 41 Fueron sobresalientes en dicha institucién, inicialmente, las ideas de Wilfred Bion («Experiences in groups. I-IV, Human Relations, vois. |- HI, 1948, 1949, 1950) y la influencia ejercide por los trabajos de inter. vencién en un campo organizacional ossnplejo que condujo Eliott Ja- ques (The changing culture of a factory, Londres: Tavistock Publica. tions, 1951). 42 Este concepto s“rge principalmente de Jos trabajos de E. Trist y K. Bamforth (esp. «Social and psychological consequences of the long: wall method of coal-gettings, Human Relations, vol. HL, n° 4, 1950). Cf. Robert de Board, £1 psicoandlisis de laseerganizaciones. Buenos Aires: Paidés, 1980, pag. 98. 43 R. de Board, op-tit:, pag. 39." 159 una organizacioOn del trabajo determinada sin ior en cuenta. La Hamada cteoria de la regulaciéns intenta incorpo- rar hoy al discurso de la Economie esa cornplejidad de ios contextos histGricos, que son, en su sustrato, (psico)socio- culturales.4 Pero, en estos tiempos, quiza debamos preguntarnos algo mas radical, como ya quedé sugerido: jqué conjun- to de imagenes e ideas (qué ideo-logia, en fin) preside el vinculo del hombre con su trabajo?; ;qué representa- cién del mundo y de si mismo —configuracién a la que hay que entender, claro esta, como producto histérico— Jo impulsa a trabajar?; ;de qué modo opera?; ;con qué ** Cf. Robert Boyer, La teoria de la regulacién: un andlisis critico, Buenos Aires: CEIL Humanitas, 1989. [Alli puede leerse, por ejernpio, enel pardgrafo que leva por titulo ¢Por una fecundacién reciproce en tre la historia y la teoria econémica (pag, 52 y sigs.}: «. .Le dificultad pere encontrar una respuesta 6 estos... .interrogantes se debe, en psr- te, a la divisién del trabajo entre estas dos discipiinas de las ciencias sociales . . Para el historiadar, lo esencial esta en la construccion de los hechos histéricos, de manera que jas otras disciplinas —en particu lar, ef anélisis econdmico— mas bien le aportan herramientas, que una problemdtica con una vocacién totalizadora. Para el economista, por el contrario, la historia y las comparaciones internacionales le proporcionan los datos pare poner a prueba los modelos tedricos que ha sacedo del andlisis lSgice, incluso axiomatico. ..Es cierto (sin embar. go) que desde la «Escuela de los Analesy, ts historia se ha fijado como objetivo explicar las relsciones entre estructuras psicoldgicas, religio sas, politicas y econémicas .. .{y que, por otra parte) algunos econo- mistas te6ricos han querido siempre comprender, a través de la histo- ria de los grandes periodos, el origen de ciertas especificidades naciona- Jes y de las crisis e instaurar un camino de ida y vuelta entre el trabajo conceptual y la confrontacién con Is realidad histéricas.] Dentro de los lineamientos generales de Ja concepcién de la historia y la economis que caracterizan al marxismo, en los que se ubica le tteorie de la regulaciéne («Hacer de la historia de largo plazo el medio para el enriquecimiento y Ja elaboraci6n critica de las intuiciones marxistas concernientes a la dinémica de las economias capitelistas, es el objetivo de los enfoques en términos de regulaciéns (ibid., pag. 54)}, corresponde destacar también la preocupacién de Robert Heilbroner, de la New School for Social Research, por incluir en sus andlisis una dimension psicosocial que tome en cuenta «la capacidad para le fanta. sia consciente o inconsciente; los impulsos narcisistas y agresivos, los conflictos edipicos, y aun otros atributos primordiales e inexpugnables de la psiquer. (Robert L. Heilbroner, Naturaleza y légica del capitalismo, México; Siglo XXI, 1989, pag. 20.) ten grados de compulsién —o de Whertad, si se prefiere de cirlo de esta manera?#> : El poder de dichas imdgenes-ideas*® puede apreciar- se con mucha claridad en las circunstancias crueles del | Hamade «ajustes que padecen nuestros paises: tanto en | Ja tolerancia de la explotacién cuanto en ias consecuen- cias psico-sociales de la carencia de trabajo (desocupacién j o subocupacién)*’ y de toda una serie de «trastornos#48 o desajustes ocupacionales consiguientes. Christophe Dejours*® ha reconstruido de znodo con- vincente, a propésito de lo que él llema le seologia de la vergiienzas en el subproletariado,” los sentimientos y fantasias que priman en los marginados del sistema de produccién organico frente al peligro dene poder lle- *5 De los tres «sistemas de acciéns en los que inscribeAdnin Touraine (eLa conciencis obrera>, en J. Goidthorpe et al, La socislogia del rrabajo, Buenos Aires: CEAL, 1992) el estudio de las actitudes hacia el trabejo: a) satisfacciGn/insatisfaccién en relacién con le tarex; ) relaciones dentro del sistema social de la empresa, y c) conciencia abrera, es esta Ultima —en la que el trabajador es considerado coms esujeto histori cov la que se toma en cuenta en lo que sigue. Se trata del punto de vista al que hay que considerar fundante de los analisis que se puedan hacer desde tas otras dos perspectivas. “© Las formaciones fantasmaticas canstituyen el esoporter argumen- tal para las argumentaciones con que el discurso idesl&gico aspira a persuadir. La intricacién de ambos eniveles de representacions nos sugiere esta formula, ya que ls ideologia no admite serreciucida a ima- gines-cum-ideae (imagenes o fantasias come acom pafantess de las ideas, © viceversa) ni tampoco concebida como ideue imaginsiae (pensamien- tos que se expresan a través de imagenes}. 47 Cf. Ramsay Liem, «EI costo ideolégico del desenypleo: estudio comparativo de hallazgos y resultados (mimeo), Departamento de Publicaciones, Facultad de Psicologia (Universidad de Bixenos Aires). 4* En una conferencia leida en el 119° Congreso Metropolitano de Psicologia Laboral, realizado en Buenos Aires en junied 1989, propu- se reunir bajo el rubro del neologismo «dis-ocupaciém um conjunto de tales desérdenes, que suelen presentarse conjugados ka sobre-ocupa- cién, la pluri-ocupacién (desempejio de varias actividades laborales in conexas, 8 veces en una misma jornada o semana de trabajo) y le frus- tracién ocupacional (deriveda de tener que trabajar en cina actividad que no es aquella pare la que el individuo se ha prep@rado, incluso ~taso frecuente en la Argentina-- a través de una capacitacién de ni- vel educacional terciario). 49 ©, Dejours, Trabajo y desgaste mental. Una contribuccién a la Psico- patologta del Trabajo, Buenos Aires: Humanitas, 199 $9 Jhid., pag. 29 y sigs. 161 ver a cabo ni siquiera el ipo de trabajo eventual (lo que nosotros Hamamos echangas») con que consiguen ape nas hacer sobrevivir a sus familias. La verguienza apare- ce —en particular, para Dejours— frente a una posible enfermedad invalidante, frente a un cuerpo que quiza no pueda seguir trabajando. ‘Testimonios recogidos en la Argentina son congruen- tes con esa descripcién. Algunos estudios exploratorios*! sugieren que les hombres —en especial— de los sectores marginados, y también los obreros peor remunerados, tienden a manifestar hoy actitudes a las que podria des- cribirse como de estoica entrega a las exigencias de cual- quier trabajo que puedan conseguir, sin importar las condiciones en que ese trabajo se realiza ni otros aspec- tos a los que tradicionalmente se ligaron, en la historia del movimiento obrero argentino, reivindicaciones com- bativas. Se acepta trabajar sen negro», con horarios prolonga- disimos, por comisién (sin sueldo fijo), a destajo, sin las condiciones de higiene y seguridad que requieren unas leyes que los empieadores no cumpien, los trabajadores des-conocen y el Estado ha renunciado a fiscalizar. Cuando se ha preguritado a los trabajadores, en algu- nas de las entrevistas realizadas, por las razones que los Hevan a aceptar esas modalidades de trabajo («cualquier cosa», como algunos de ellos dicen), las respuestas tipi- cas son enganhosamente obvias. Ellos se dan cuenta de que son explotados, pero no se quejan, porque piensan. (Qo imaginan) que habria algo peor: presentarse ante la mujer y los hijos «sin nada». Esta frase, que —con variaciones— fue repetida mu- chas veces en las entrevistas efectuadas durante aque- Nos estudios exploratorios, no puede dejar de resonar con una significacién especial para un psicdlogo que tenga formaci6n psicoanalitica. El lugar del varén, en la familia y en la sociedad, se ha convertido ahora en problematico. El fantasma*? de 5 Lievados a cabo por alumnos y docentes de la catedra de Psicolo- gia del Trabajo de la Facultad de Psicologia (Universidad de Buenos Aires), entre 1987 y 1989. 8? Le tradicién terminolégica més antigua en el campo de ta refle- xién psicolégica distingue vélidamente entre la actividad de imeginar 162 poder quedar o de llegar a estar «sin nada» expresa esa transformacién estructural en el plano de lo vivido. La dramaticidad con la que impacta procede del entronque por el que estas erepresentaciones colectivas»®? hunden sus raices en un fondo comin, mas profundo, incons- cliente, de categorias cognitivo-afectivas también com- partidas. Freud llam6 a semejantes configuraciones [a las que entendié como a priori de la experiencia huma- na (que es social}] Urphantasien, vale decir, efantasias o —fantasia (vhontasia)— y su producto —el fantasma (phdntesma. pi. phantésmata). 53 Esta expresién durkheimians (cf. Les reglas de! métode socioldgico, cap. V, H) es retornada por algunos cultores de la «historia de las men- talidadess [véase supra, pag. 148, n. 2} asi come por Ia orientacién re presentada en ia psicologia social eurapea por Serge Moscovici y sus discipulos [véase supra, pég: 15K n- M1}, aunque prevelezes er este cam. po disciplinario la denominacién. que también usé Durkheim, de «re presentaciones sociales». Se trata, en todos los casos, de tornar ahora en cuenta tanto los aspectos ideativos (o cognitives) cuanto los afectivos de los esquemas «que hacen que un grupo o una sociedad comparta, sin necesidad de que sea explicito {a la manera de lo constituido coro “sen- tido comin”, podriase agregar], un sisterna de representaciones y un siste- mia de valoress {Raymond Chartier, E! mundo como represeniacién. Estudios sobre historia cultural, Barcelona: Gedisa, 1992, pags. 23-4). Y agrega es- te autor (ibid., pag. 24): «A partir de wna posicién intelectual parecida, A. Dupront propuso en el Congreso Internacional de Ciencias Histéri- cas (Estocolmo, 1960) constituir Ia historia de la psicologia colectiva como disciplina particular en el campo de las ciencias humanas, otor- géndole una extensién maxima al recubrir “la historia de lds valores, las mientalidades, las formas, lo simbélico, los mitos ...”. Alli desembo- ca la tradicién de los Annales, tanto en Ja caracterizacién fundemental- mente psicolégica de la mentalidad colectiva como en la redefinicién de aquello que debe ser la historia de las ideas reconvertida en une ex- ploracién de conjunto de lo mental colectivos. La referencia a estos puentes tendidos desde la historia hasta Ia psi cologia (social), actitud complementaria de squella que se sosfuvo al principio de este trabajo (o sea, la que tiende a insertar a la psicologia so- cial en el contexto de les disciplinas histéricas), debe completarse con la mencién de un punto de vista singularmente interesante sobre el tema: el del socidlogo Norbert Elias (en infra, pag. 170, n. 71). «Si respetamos el esquemie tradicional de las ciencias, hay que decir que este proceso [de surgimiento y cambio de estructuras a la vez sociales y psiquicas} pertenece al ambito de uns ciencia que todavia no existe, al émbito de una psicologia histdritat. 163 fartasiries origir a nth argumento basico al que se puede rer rer emitir ae discurso de esos trabajadores corresponde al «fantasma (originario} de castraciéns. Alli radica la angustia cracial. E) horabre que sospecha que puede reducirse a «nada si no apor ta el sustento de su familia estaré dispuesto a aceptar «cualquier cosa» para eludir esa amenaza. Se trata de un simperativo categéricos a través del cual discernimos una de las tipicas formas de imbricarse sexualidad y re querimientos del sistema econémico. En particular, pue- de decirse que las «formaciones fantasméaticass (Phanta siebildungen) hacen las veces de un «zécalov®® en el que se insertan los ideologemas que se van produciendo®” en cualquier momento histérico dado. Podria decirse también, para recurrir a un paradigma ya clésico, que la + Una traduccion habitual de Urphaniasie es la de cfantasia primor- dials. Sin embargo, el empleo del término eoriginario» se hace preferidie por dos razones. Etimolégicamente, el latin origo de donde provienen eorigens y coriginarios— se emparienta, dentro del émbito indo-euro peo, con la palabra griega arjé y la germana Ur. Por otra parte, como sefalan J. Laplanche y J.B. Pontalis en su Vocabulaire de la psychana- lyse (Parts: PUF, 1968, pags. 158-9), clos temas que hallamos en los fan- tasmas originarios . . .nos impresionan por tener un caraécter comin: todos remiten.a los origenes. Come tos mitos colectivos, pretenden aportar una representacién y una “solucién” a Jo que aparece para el nifio como enigma mayisculo; dramatizan como momento de emer- gencia, como origen de una historia, lo que se le presenta al sujeto co- mo uns realidad de tal naturaleze que exige una explicacin, una “teo- ria”s. Con respecto al estatuto, las formas y las funciones de estas peculiares formaciones psiquicas, deben consultatse los textos de Freud citados en el articulo correspondiente («Fantasmas originarios+) de ese Vora- bulaire. 55 Esta vacilacién se corresponde con el hecho de que en casi todas jas ocasiones en que se ocupa Freud de) tema de las Urphantasien, in- cluye entre ellas los fantasmes de «escene primordiab (Urszene), tse- ducciém, ecastraciéna y ecuerpo maternor (Muttersieib). Sin embargo, en una ocasién al menos [cusrta edicién de Tres ensayos para una teoria sexual (ef. Freud, Seaualleben, Stud., V, Francfort: Fischer, 1972, pag. 129)], también es considerado come «fantasia originaria» e) argumen- to de la Hamad enovela familiares. 5€ Este es el término que propone Michel Tort («La psychanalyse dans le matérialisme historique», Nouvelle Revue Francaise de Psycha- naltyse, n° 3, Incidences de la Psychanalyse, 1970, pags. 146-66) para mo- delizar la relacién entre las que él Hema, genéricamente, eformaciones del Inconsciente» y el discurso ideolégico. 5 Cf. supra, Segunda parte, «“Lugares” de 1a fantasmatizacién». 164 fas constituye le estructura profunda de los cimaginarioss que nos ocupan. Estos altimos son productos histéricos que requ 1 Ge ella al modo en que una enunciaci6n compleja requiere latentemente de ie estructura de la lengua. Es claro, en armbos casos, que lo que interesa en la tarea de investigar una produc cién de significaciones es el eslabonamiento de las cons- trieciones (o «grados de libertad») que intermedian entre lo irivariante y el campo de le expresién. En nuestro ca- so, determinsciones histGricas precisas de los sistemas econdémice, politico, cultural y psiquico que hay que re- construir —y no sélo aislados, nien una pura actualidad, sino en sus conexiones mutuas y en la secuencia de sus transformaciones-. Asi, por ejemplo, con respecto a las concepciones del trabajo, es necesario discernir; en su evolucién histérica,*® la influencia reciproca de las de- terminaciones provenientes del sistema de produ: ccién y de las que atribuimos a una cosmovisién particular, religiosa o no, vigente en un espacio politico defiriido. Esa reconstruccién, no obstante, circundaria un lugar central vacio si no se tomara en cuenta cual es la fantas- miéatica que resulta convocada por ese conjunto de con- diciones, y a través de qué recursos,®9 para que ella sirva de sustento, en el mundo vivido de los sujetos histéricos respectivos, a uno u otro conjunte de creencias-efieaces en este aspecto de la realidad social: el trabajo como hu- millacién o como via de salvacién; el trabajo como sacri- ficio gozoso o execrada; el trabajo como soporte de una imagen entera (no castrada) de si; etcétera. Parece plausible conjeturar que, como resultado de tan complejas influencias, distintos sectores sociales tenderian a ser portadores de concepciones (del trabajo, de la vida social, etc.) correspondientes a tradiciones de 58 Véase, p. ej.: Martin Hopenhayn, El trabajo. Itinerario de un con: cepto, Santiago de Chile: PET - CEPAUR, 1988; Guide de Ruggiero, ET concepto del trabajo en su génesis historica, Buenos Aires: La Pléyade, 1973, 59 Hay que discernir, entre tales recursos, los ingredientes de coac cién y persuasi6n con que imponen sus edldégicass stcesivos sistemas econémico-politico-culturales. Paralelamente corresponde distinguir, aunque operen en forma conjugada, las estrategias discursinas (retéri- cas, mas precisamente) y escenogréficns, que inducen conviccién, de las practicas de disciplinamiento dé tos cuerpos. 165 origen y antigiiedad diversos, de manera que el conjunto apareceria como heterogeneidad® de «mentalidades» yuxtapuestas que se han ido consolidande en momen- tos y contextos socio-economicos y culturales sucesivos. Todas subordinadas, sin duda, a una constelacién cultu- ral hegeménica (en estos momentos, la que sirve al para- digma neo-liberal que esta requerido por el capitalise esalvajer). Aquellas distintas ementalidades» encuentran ocasiGn de aplicarse y actualizarse a partir de las deter- minaciones cambiantes —y también diferenciadas por sector social— que proceden del orden politico y econd- mico y, muy concretamente, de las condiciones de vida y trabajo. Hallariamos, entonces, aproximadamente super- puestas en las distintas clases sociales (comenzando por el subproletariado urbano al que antes nos hemos refe- rido), varias y muy diversas constelaciones de actitudes con respecto al trabajo. La més arcaica corresponderia a una ética ancestral que no enmascara a la dura ananke (necesidad), aunque se la presente bajo la forma de una © 5) punto de vistade la heterogeneidad constitutive de los sectores populares es:sostenido por Eric Hobsbawm: «Notas para el estudio de las clases. populeres subslternass, en Marxisnio: historia social, Puebla: UNAP, 1983. ¥ Alain Touraine (loc.-cit., pag. 100) dice al respects lo si- guiente: «Puede. . . que {el} campo (social) se defina integramente por eleonflicto entre los trabajadores y quienes los dominan, pero también se puede representar como una jerarquis de niveles socio-econémicos a de ambientes sociales al mismo tiempo cuantitativa y cualitativa- mente diferentes unos de otros, o también, como una serie de «situs», @ sea como una serie de escalones sociales yuxtapuestos y no jerarqui- zables unos con respecto e otros... En efecto, en una misma sociedad en. un mismo momento diferentes categorias de obreros manifiestan diferentes formas de conciencia obreras. Con respecto a la heterogeneidad cultural en los contextos naciona- les latinoamericanos y a Jos recursos ideolégicos que empican los Es- tados de la regién para argumentar uns imaginaria unidad, véase: Néstor Garcia Canclini. Culturas hibridas, Buenos Aires: Sudamerica: na, 1992. En relacién con el heterogéneo contexto social y cultural de las cla- ses populares urbanas de la Argentings, en distintos momentos del Gl timo siglo, puede verse: Luis A. Romero, «Buenos Aires en la entregue- tra: libros baratos y cultura de los sectores populares», en D, Armus, comp., Mundo urbano y culturn popular, Buenos Aires: Sudamericana, 1990, pags. 39 6B; y Ricardo Falcon, «Aspectos de Ja culturs del trabajo urbano. Buenos Aires y Rosario, 1860-1914», ibid., pags. 339-61. 166 emaldiciGn biblicas. Ye que la obligacién de trabajar sin que importen penurias aparece como heche natural, es frecuente encontrar esta actitud dentro de una constela- cién o cmentalidad), tipica en sectores de origen cammpesi- no,®§! que algunos abarcan con el término «fatalismos.6 En las condiciones propias de! esclavismo [que no hace tanto tiernpoe primaba de manera explicita en gran par- te de América Latina y que atin subsiste soterrado]® el hecho natural se ha tornado social. Las actitudes que se forjan en ese contexto, que no s0- lo es econémico sino también —al mismo tiempo--®* cultural, figuran (o imaginarizan) el trabajo como entre ga ala omnipotencia benévola catroz de otro.®5 En cam- 5} Con respecto a las peculiares representaciones de si mismos y del otro entre los campesinos, cf. Eric Hobsbawm, El mundo del trabajo, Esradios histéricos sobre la formacion y ewotucién de ta clase obrera, Bar- celona: Critica, 1987, pags. 34-6, (CT. también en relacién con un con texto socio-antropoldgico més emplio: Pieryiorgio Salinas, «La familias, en F. Braudel y B. Duby, c Cultura Econémica, 1989.) & Cf. supra, pag. 158, n. 39, ®3 Las condiciones de explotacién que caracterizen al «capitalismo salvajer de este fin de siglo han vuelto aponer de manifiesto lo que es- taba relativamente soterrado, en efecto. Han comenzado a producirse, por lo tanto, numerosas «noticias: en los medios que dan cuenta de si- tuaciones de extremo abuso (y aun auténtica servidumbre) impuestas a trabajadores en esta parte del mundoy en Asia y Africa. De EE.UU. y de Europe no esté ausente el fagelo, sin embargo; alli toma la forma de una explotacién de minorifas étnicas, en su mayoria inmigrantes ilegales. (CI. Gunther Wallraf, Cabeza de turco, Buenos Adres: Sudamericana, 1988.) 64 Cf. Eduardo Griner, «Otro discursa sin sujeto? Apuntes sobre el poder, la cultura y las identidades socialess, £1 cielo por asalto, I, Bue nos Aires: Imago Mundi, verano 1990/31. §5 Elias Neuman, en £l patrén (Buenos Adres: Emecé, 1988), da cuen- ta de un caso muy patético de ese mododie conformacién de lasubje- tividad. A pesar de sus caracteristicas extre-mas, la situacién que alli se refleja puede ser tipica del modo de relaciomarse de muchos trabajadores de tberoamérica con su patrén. {En Ja traclicién de las ciencias juridi- cas, de cuyo paradigma es tributario el disccurso —y Ia practica (forense penal)— del autor, el caso singular ha tenkdzs siempre sus privilegios. En esta ocasién, ademas, por la sabiduria conqjue esta respetada en el libro la palabra del protagoniste (que relata Iadr-amitica historia de su vida y su trabajo pudiéndols ubicar en el contexto socio-cultural de su ori- gen campesino), tenemos acceso 4 uns de las eparticularidades histé ricas» que nos interesa discernir.] Aplicando otro paradigma, y en otra puis de América, Miguel Ma trait (Las enfermedades méntales en la Repiisiica Mexicatia. México: Ta- ips., El Mediserrdveo, Méxica: Fondo de AR 167 bio, en el contexto econdmics y cultural del feudalismo, esta relacién esta mediada por compromises mutuos y deja higar a la responsabilidad colectiva y el orgullo per sonal de los trabajadores en su vinculo con la tarea que realizan o con el objeto que producen.®6 Son conocidas las caracteristicas que tiene. por su parte, el imaginario acerca del trabajo humano que ga- na hegemonia en le modernidad capitalista. Max We ber®? ha destacado la importancia central de la nocién de profesién (Beruj}, producto novedoso y tipico de la época. Tipico —habria que aclarar-— porque al ser activi- dad a la que se fantasmatiza como objets de una libre eleccién, la profesién representa el desiderdtum, en tér- minos de actitudes y aptitudes individuales para acce- der aun mercado de trabajo también idealmente libre. Hay, por fin, otra concepcién del trabajo que ardua- mente se abre paso en la historia humana. Ella no sdlo Her Abierto, 1987, pég. 40) aporta conciusiones parecidas: «En muchas regiones (y actividades laborales} de la Republica Mexicana atin sub- siste un vinculo inconsciente en la sctividad Isboral, por el cual el trs- bajedor considera que el empleador te concede une gracia especial al darie trabajo, y um favor personal el remunerérselo. Vincale incons- ciente en el que perdura la ancestral relacién del indio con el conquis- tador, del mestizo con el hecendade. Vinculo inconsciente que se ex: presa conductuaimente en uns actitud de sometimiento, en permilir le si empleador que grite y humille, en no pensarse a si mismo como elemento indispensable de Is relecién productiva, en ir a recibir fa quincena, sombrero en mano, con extrema humildad. . .». 6 Probablemente sea ese el contexto psico- cultural en el que corres ponda ubicar el tipo de vincule predominante en las unidades de pro- duccién, mas caracteristicas de! pasado argentino, vale decir, las ees: tancias» pampeanss y, también, las efincuse del Norte. La enunciacion mis autorizada de los requerimientos de ese modelo vincular le en- contramos en un texto de Jusn Manuel de Rosas: Instrucciones a los moyordomoas de estancias, editado en nuestro siglo por P. Carlos Le- mée (Buenos Aires, 1942). {Es también probable que la sculturas tipica —y le estrategia empre- sarial— de Ja empresa industrial japonesa exprese de modo mas se- fislado los vestigios de una feudalidad (neds lejana en el plano politico global de esa nacién) que la impregnacién de caracteristicas de las ac- titudes occidentales modernas hacia el trabajo. Cf. Benjamin Coriat, Pensar al revés. Trabajo y organizucién en la empresa japonesa, México: Fondo de Cultura Econémica, 1992.] 87 La ética protestante y el espiritu del capitalismo (cf. supra, pag. 157, n. 36). 168 reconoce el valor (econdmico, cultural o politico} i cito en un producto o en una actividad sino —sobre do— aquel que encarna el trabajador mismo. Resurniendo: esas diversas constelaciones de acti'tu- des hacia el trabajo (cada una de las cuales es cohersmte en el contexto de «ementalidadess distintas, producte tis: térico de circunstancias diferentes, pero con tendercia a perdurar, al menos en ei plano dei sistema cultural si no como vestigios —tambiéen— en el de los sistemas sactio- econémico y politico) se mostrarian, entonces, yaxta- puestas, aunque presididas por una configuracién dosni- nante, en un aproximado corte vertical del heteragé- neo conjunto social. En ese conjunto, las actitudes «mo- dernas» parecen mas tipicas de un proletariado y unas clases medias:que han acumulado experiencia histéri- ca urbana, teniendo mucha incidencia —probablemen- te—el contexto cultural de origen cuande se trata de mi- grantes. Estas configuraciones subjetivas diversas no-hera.de. pensarse solamente desde la perspectiva de aquellos con- flictos que puedan derivarse de las. diferencias en acti- tudes valorativas que llevan implicitas.®8 Ellas también aparecen «transversalmentes representadas en institu- ciones sociales —juridicas, econdémicas, culturales— que pueden entenderse como producto de una transaccién entre lo que aquellas diferentes configuraciones exigen y lo que determina la logica de] sistema dominante (da- do el contexto acotado de esta discusién, diremos:lo que %-Tampocc-hay que pensarlas como sisternas rigidamente'consoli- “ dados. Ni las articulaciones de las practicas, ni los sisternas de intet- cambios, ni las redes discursivas, consiguen nunca cefir dé manera perfecta los sujetamientos que dan por supuestos y que contribuyen a instituir. Siempre redunde un plus o un minus de la operaciénde cada una de esas vertientes de un campo social histériro en relacién con aquello que pretenden o expresan (por eso mismo cabe concebirias co- mo vertientes de transformacién de dicho campo). Por otra parte, es dificil que entre si se conjuguen sin contradicciones. Por itimo (o en primer lugar) hay que tener en cuenta la perpetua inadecueciOn que experimentan ios sujetos humanos en la dimensidn del deseo, que los caracteriza, con respecto a cualquier cestado de cosass, lo que Ios Neva a desbordar el marco de los enlaces mutuos que producen las eestruc- turas libidinosass; de este modo, pénense en movimiento (se transfor- man} dichas configuraciones de vinculos a través de una histeria. 169 se espera, se reclame y tolera en cuanto e condiciones para el trabajo humano, dentro de los limites, mas o me nos estrechos, que pone el modelo econémico vigente). Esta transaccion requiere, para que el producto institu-_ cional sea viable y relativamente duradero, que se haya encontrade ei modo de imaginarizario corno solucién plausible, que satisfaga —al menos en parte— las aspira- ciones, esperanzas, valores (en suma, que se pueda in- sertar en el contexto actitudinal) de los actores sociales comprometides en el conflicto. El recurso mas habitual! consiste en apelar a una unidad imaginaria en la que las partes se reconciliarian: unificacién en la nacién, el mo- virniento, la etnia, etcétera. Pero el recurso a Jo imaginario no se agota en las ape laciones positivas sino que incluye la amenaza, expilota sentimientos inconscientes de culpa®? c sé nutre, tam- bién, en hondanares de Ja vida psiquica (individual 0 co- lectiva) alos que puede remitirse el siniestro deseo de ser inmolados para la mayor gioria de no se sabe quién.” 4) La investigaci6n empirica de «actitudes» y de «re- presentaciones» o de «mentalidades» colectivas debe complementarse, entonces, con una investigacién his- térica?! de sesgo peculiar: Siguiendo algunos buenos §9 Eleje dela argumentaciénique desarroils Freud:en El malestar ex. la cultura apanta a reconstruir.este proceso circular: e} sometimiento a las restricciones que impone ia.cultura genera resentida agresividad, este produce un sentimiento inconsciente de culpay:este, a su vez, in- duce a someterse mas, como una forma de expiacion de los emalos de- seost que nos inspira lo que nos esclavizay que cada vez'soh més vio ientos, deben reprimirse con mayor severidad: y asi.sucesivamente. 70 Véase la interpretacion que hace Ja psicosnalista Blancs Monte- veechio de ia leyenda del «familiar, que tiene arraigo en el noroeste argentino, en Lo identidad negativa. Metéfora de la conguista, Buenos Aires: Kargieman, 1991 (§ «Del sacrificio», pays. 109-10). ™! Uno de cuyos paradigmas europcos, fucrade la tradicién francesa tributaria de los Annales [y fuera también de la inspiracién que pode- mos encontrar en la obra, en tods sentido excepcional, de Norbert Elias (El proceso de la civilizacion. Investigaciones sociogenéticas y psicogenéti- as, México: Fondo de Cultura Econémica, 1987)], ha de hallarse en tos estudios de los marxistas ingleses, comp el de E. P. Thompson, La for macion de lo clase obrera inglesa, Madrid: Critica, 1990 (2 vols.), ocomo los del ya citado Eric Hobsbawm (véase supra. pag. 167, n. 61). Asimismo, hay que destacar la fecundidad del punto de vista que hace hincepié en la pertinencia de explorar la dimension de los eima- 170 ejemplos latinoamericanos,” habria que poner el acer to en el descubrimiento del cambiante sustrato actitudi- nal (afectivo-y-cognitivo} de las instituciones de nuestra peculiar cultura, en el contexte de las transformaciones y la crisis de la modernidad que nos engioban hegeméni- camente. Es claro que no basta, para elle, con el andlisis de dimensiones cuantificables del espacio socio-histéri- co. Precisa incorporar, aunque criticamente, los testimo- nics subjetivos: historias de vida, protocalos clinicos, la documentacién que porta el arte de una época. No pue- den ignorarse tampoco esos «reveladoress de-la manera de representarse el mundo y a si mismos los hombres de una época que son los usos lingiifsticos, el habitat cons- Sinarios histérico-sociales», como lo hace Bronisiaw Baczko en su Hi- bro sntes citado o también, a su manera, Jacques Ranciére, en La nuit des prolétaires. Archives du réve ouvrier, Paris: Arthémne Payerd, 1981. En la Argentina, fis emprendido'esa exptofacién entre otros- Bea~ triz Sarlo: cf. p. ej. su libro La imaginacién téenica, Baenos Aires: Nueva Visién, 1992. Dentro del campode In Psicologia Social, importa desta car la apertura metodolégica que propugnara C. W. Bakman, en 1979 fen G. P. Grinsberg, comp.. Emenging strategies in social psychological research, Chichester y Nuova York: Wiley}, al recomendar el uso de dia- rios, cartas, autobiografias, etc., segiin el modelo de los estudios histé- ricos y antropolégicos. ™ Un antecedente lejano pero indispensable —hecha toda le critica que se merece— lo constituye la particular visién eetno-psicolégicas de Sarmiento en Facundo o en Conflictos y armonias. . . inspirada en la historiografia romantica y, en particular, en Herder. Una obra tan in- teresante y polémica como equeila, pero de signo ideolégico totalmen- te opuesto, es la que en este siglo produjo entre nosotros Redolfo Kusch (véase p. ej. Geocultura del hombre americano, Buenos Aires: Garcia Cambeiro, 1976). En Brasil, es ineludible la referencia a Gilberto Freire, cuyo Casa Grande e senzalal (1934) representé un enfoque inédito acerca de la in- terpenetracién de la dimensién libidinal con la econémica en Ja histo- ria social y cultural de esa nacién. En Venezuela. José Miguel Salazar y Maritza Montero han realizado investigaciones de mucho valor sobre la produccién de subjetivided en contextos nacionales como los nuestros, caracterizados por una. historia de dependencia econémica y cultural. Con respecto a México, no se puede ignorer Is importancia de los estudios Nevados all{ e cabo o auspiciados por Erich Fromm (cf. E. Fromm. y M. Maccoby, Sociopsicoandlisis del campesino emtericano, México: Fondo de Cultura Econémica, 1973). En la actualidad, hay que destacar los de Migne? Matrajt (cf-ojs. cit: pag. 167. n. 65). 17i

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