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13/6/2020 Contra la mascarilla

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Luis Arroyo contacta@infolibre.es
Contra la mascarilla @LuisArroyoM
Publicada el 12/06/2020 a las 06:00

En la “nueva normalidad” (un oxímoron importado de los Estados Unidos tras la


crisis de 2008), los españoles tendremos que llevar la mascarilla en lugares públicos
cerrados, y también en los abiertos en los que no se pueda garantizar una distancia
de metro y medio con otros congéneres. Por cierto, resulta curioso que esa distancia
no sea de dos metros gracias a una negociación parlamentaria con Ciudadanos y no
por un criterio científico... Es un metro y medio porque lo ha exigido un
partido político, no porque lo haya dicho un comité médico.
Llevaremos la mascarilla, según establece la norma gubernamental bajo amenaza de
multa de 100 euros, hasta que tengamos una terapia eficaz o una vacuna contra el
virus. Hasta hace tan solo unas semanas, las autoridades españolas y las mundiales
nos decían que no era recomendable su uso generalizado y epidemiólogos tan
prestigiosos como los que ahora las recomiendan, dicen que no es bueno exigir
su uso entre la población general.

Lo cierto es que no hay evidencia científica sobre la utilidad del uso generalizado de
las mascarillas en la prevención de los contagios. BMJ (la empresa editora del British
Medical Journal), ha publicado en abril una buena recopilación de estudios sobre la
cuestión. No hay pruebas de que el uso de las mascarillas entre la población general
disminuya el impacto de una pandemia. Tampoco las hay de lo contrario.
Sencillamente no hay contundencia en los resultados en ninguno de los
sentidos.

Las mascarillas, dicen los expertos, podrían funcionar si se utilizaran gran parte del
tiempo, si no se pusieran y se quitaran constantemente, si se renovaran con mucha
frecuencia, si se manipularan como es debido y si se utilizaran al comienzo de la
pandemia. Utilizadas en la fase de remisión de la pandemia y con el poco rigor con
que se usan, no sólo no ayuda, sino que puede ser contraproducente, porque genera
en los usuarios una falsa sensación de seguridad adicional.

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13/6/2020 Contra la mascarilla

Los defensores de la imposición del uso aplican el “principio de precaución”: deben


adoptarse medidas protectoras ante las sospechas de su eficacia aunque no exista
evidencia científica, buscando un supuesto beneficio social mayor, que es la
protección de la población. Ese principio de precaución fue asumido y matizado por
la Unión Europea en Niza en el año 2000, y se exigió que al adoptarlo se tuviera en
cuenta la proporcionalidad en su aplicación y una buena explicación a la población.
Porque en manos de políticos poco escrupulosos, el principio de precaución es un
peligro cierto, ya que bajo la apariencia de un pretendido bien social, pueden
sacrificarse otros bienes, o incluso puede esconderse un intento de control
social y político.

No creo que el Gobierno tenga mala intención, pero la exigencia del uso de las
máscaras sin prueba científica de su utilidad tiene serios inconvenientes. En primer
lugar, extiende sin fecha de caducidad el miedo entre la población, y el
miedo solo es útil a los gobernantes autoritarios. Decirle a la población que el virus
está en cada rincón es sencillamente falso. Recordemos: más de la mitad de las
muertes provocadas por la pandemia en España han sido en residencias de ancianos
en las que los mayores fueron literalmente abandonados sin recursos médicos. El
virus se ha ido retirando, ojalá que por siempre, tras haber hecho estragos en miles
de familias, en lugares que ni siquiera se confinaron, como Suecia. Es cierto que con
un coste neto de unas dos mil muertes, en comparación con las que han sufrido sus
vecinos nórdicos, como Dinamarca o Noruega. ¿Es un coste demasiado elevado? La
respuesta depende de los costes y beneficios que una sociedad determinada establece
como deseables. Sabemos que las probabilidades de morir de infarto, suicidio o
accidente de coche son muchísimo más altas por vivir en grandes ciudades atestadas
de gente y contaminadas, pero estamos dispuestos a asumir ese coste para no tener
que vivir aislados en una aldea.

La mascarilla, además, incrementa la división entre conciudadanos. En su


libro Pandemia: siguiendo el contagio de las enfermedades más letales del planeta
(editado en España este año por Capitán Swing), Sonia Shah afirma algo muy
interesante: “A diferencia de los actos de guerra o de las catástrofes, los patógenos
que causan pandemias no generan confianza ni facilitan defensas cooperativas. Por el
contrario, dada la particular experiencia física de los nuevos patógenos, es más
probable que alimenten la sospecha y la desconfianza entre nosotros, destruyendo
nuestros lazos sociales tanto como destruyen nuestros cuerpos”. Así parece estar
sucediendo. Quienes haciendo uso de nuestra libertad, y respetando
escrupulosamente las normas, decidimos no ponernos la máscara en la boca cuando
no es obligatorio, ya sentimos la mirada inquisitorial y miedosa de nuestros
conciudadanos.

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13/6/2020 Contra la mascarilla

Por último, la mascarilla generalizada no es coherente con el relato de uno de los


países más abiertos, tolerantes y mestizos del mundo. Es curioso que en el vídeo
promocional que presentó hace solo unas horas Turespaña para animar a los turistas
a volver a visitarnos, todos cuantos aparecen en las imágenes están descubiertos. No
hay mascarillas, excepto en una imagen simbólica de una enfermera que sonríe con
los ojos. Publicidad engañosa, podríamos llamarlo.

Obligar a un uso estricto y generalizado de la mascarilla no es una buena


idea. Aunque no haya pruebas científicas de su utilidad sanitaria, se ha impuesto
por un principio de precaución que es comprensible. Pero tengo la sensación de que
esas mascarillas, convertidas en una obligación generalizada e indefinida, nos
dividen, nos atemorizan y nos alienan mucho más de lo que nos protegen.

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