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TEMA 3.

FILOSOFÍA POLÍTICA I

DIMENSIONES DEL NACIONALISMO

Cuando se funda el Estado bajo el principio de que los hombres nacen libres iguales, su fin es la
real consecución de una comunidad nacional de hombres y mujeres libres e iguales. El nacionalismo
es, como vemos, consustancial con la construcción y evolución del Estado moderno, y la Nación, su
fundamento. Así puede entenderse que el mantra del nacionalismo sea: A cada Estado una Nación,
a cada Nación un Estado; y por eso se dice que es el Estado quien crea la nación y no al revés. Es la
condición necesaria, pues a poco que haya algo de consenso o legitimación civil del poder público se
hace necesaria la construcción de un nosotros nacional —donde haya una serie de costumbres,
creencias ideológicas y sentimientos que influyan y atraviesen las vidas de los miembros de la Nación
(«nacionalismo rutinario»)—. Este nacionalismo interiorizado irrumpirá con fuerza cuando la unidad
nacional esté en crisis, porque mientras que otras ideologías se preguntan cómo debe organizarse y
ser gobernada una sociedad, el nacionalismo se pregunta por quién forma parte del pueblo o Nación
y, por tanto, a quién se ha de gobernar. Y al ser ambas cuestiones complementarias, posibilita que el
nacionalismo pueda despuntar en cualquier ideología. De ahí también su peligro.

1. El concepto de Nación.
El nacionalismo no tiene un fundador universal o general, a diferencia de otras ideologías
modernas, porque, al fin y al cabo, el nacionalismo universal es imposible por naturaleza. Es una
contingencia, y no una necesidad universal, que tendrá tantos fundadores como estados o naciones
que se proclamen soberanos. No obstante, podemos sacar cuatro características básicas que
comparten las distintas definiciones de Nación/nacionalidad:
1) La Nación es ante todo una comunidad de sentimiento, que identifica al conjunto de miembros
de la misma y que se reconocen unos con otros como pertenecientes a la misma Nación, frente a los
otros de otras naciones. El sentimiento identitario es inherente a todas las naciones.
2) Esa comunidad de sentimiento nace y pervive a lo largo de un pasado común, de una historia
propia que va configurando una comunidad cultural que normalmente confluye y se manifiesta
mediante una lengua propia. La historia de la modernidad es la historia de la construcción de un
nosotros nacional, de una cultura compartida que ha sobrevivido a costa de otras culturas,
construyendo así los estados nacionales. La educación ha sido siempre un medio esencial de
uniformidad nacional, de manera que el nacionalista no nace, sino que se hace. Es por esto que no
tiene sentido la contraposición entre Nación cívica y Nación étnica, sino que hay que entender lo
cívico/político y la cultura como las caras interdependientes de una misma moneda.
3) Esta interdependencia no impide distinguir las dos acepciones del mismo concepto de Nación,
sino al contrario. Como dirá Renan, la Nación presupone un pasado (una comunidad de sentimiento,
primera cara) pero en el presente (segunda cara) se concreta en un hecho tangible que es el
consentimiento explícito de seguir viviendo en común, es decir, la Nación como comunidad política.
La Nación moderna (cultural y cívica al mismo tiempo) es contingente y fruto de la convención, y
existe porque así lo imaginan y sienten sus miembros individuales, mientras dure ese consentimiento

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y hasta que no sea así. En este sentido la Nación refleja profundamente la modernidad porque es
representativa y fundada en la sociedad civil.
4) La Nación es una comunidad política que se imagina limitada porque se refiere a una Nación
entre tantas otras, y es una comunidad soberana porque en ella reside la fuente del poder que
legitima al Estado y a sus gobernantes. M. Weber diría que la Nación es una comunidad de
sentimiento que se manifiesta adecuadamente en un Estado propio, es decir, la Nación cultural y la
Nación política se buscan y encuentran en la Nación jurídica o Estado propio. En definitiva, la Nación
moderna sólo es plena y soberana cuando se realiza y autodetermina en el Estado.

2. Las divisiones y fracturas de las naciones políticas


Al contrario que la Nación en su acepción jurídica y cultural, la Nación política sí es una opción
subjetiva y depende del sentimiento y voluntad de las personas. Por eso se dice que el nacionalismo
crea la Nación, y por ello la Nación política es el eje vertebrador de la sociedad moderna.
En los inicios del Estado liberal, la burguesía se constituyó en clase nacional de una sociedad con
base a unos principios liberales que se convirtieron en generales por ley, impulsando una única
comunidad de cultura. El primer liberalismo no contemplaba más que una sola Nación política,
aquella que se fundamentaba en tales principios liberales. Es decir, la Nación política era la Nación
burguesa. Sin embargo, dado que la Nación política depende del sentimiento y voluntad de sus
miembros, la «nacionalidad» será, por tanto, una relación social que se modifica constantemente. Es
por ello por lo que, con la llegada de la evolución, ruptura y democratización del Estado liberal,
aquella vertebración de la sociedad de la que hablábamos al principio —y que hasta entonces había
fundamentado la Nación política burguesa—, sufrirá una mutación histórica que orientará la Nación
política hacia su pluralidad.
Este universalismo del liberalismo sufriría dos divisiones o fracturas: La primera fue de carácter
externo y está relacionada con los límites territoriales del Estado-nación. Cuando una comunidad
nacional decide separarse de un Estado o se resiste a ser conquistada por un Estado, a pesar de
inspirarse en los mismos valores ilustrados y liberales, nace una nueva Nación política. Este
«nacimiento» puede legitimarse tanto por la identidad cultural, como el caso de la Nación liberal
alemana, o simplemente por la voluntad política de separarse, como lo haría el pueblo de los EE.UU.
La segunda fue de carácter interno, pues la Nación política cuya base material es la economía liberal
tiene una homogeneidad ficticia en la medida que está basada en una división social del trabajo y en
la estructura de clases que caracterizan el sistema capitalista. El hecho de la Nación dividida convierte
al Estado en un ente absoluto de cohesión social, y este poder del Estado nacional ha sido el objeto
de deseo de los distintos movimientos nacionalistas.

3. El Estado, el nacionalismo y sus fases


El hombre moderno será un individuo modular (libres y singulares) y nacionalista, miembro de
una Nación liberal que exige y se nutre de un acuerdo tácito sobre la homogeneidad cultural. Sin
embargo, la virtud (y el problema) del nacionalismo es que los tres grandes fines políticos del mundo
moderno, el bienestar, los derechos y el autogobierno sólo se comprenden en el marco de la Nación,

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es decir en referencia a ella; pero una sociedad que busca o promueve la homogeneidad cultural y la
lealtad patriótica difícilmente podrá dar una respuesta satisfactoria a la propia diversidad cultural o
para entender el autogobierno de manera que pueda dar acomodo a la plurinacionalidad. Es por ello
por lo que, aunque el nacionalismo ha sido una fuerza crucial en el desarrollo del Estado-nación
democrático —pues aún hoy sigue siendo un eje vertebrador del Estado—, la democratización del
Estado liberal, y especialmente la concepción republicana de la democracia, será la que cuestione las
posibles derivaciones y límites del nacionalismo.
Podemos distinguir cinco fases nacionalistas que han favorecido la autodeterminación y la
aparición de los Estados-nación: 1) Los primeros Estados-nación europeos occidentales entre los s.
XVI y XVIII (España, Inglaterra, Francia). 2) Los Estados-nación surgidos entre el s. XVIII y XIX como
consecuencia de la independencia de las colonias europeas en América, sobre todo del Imperio
español. 3) Los Estados-nación más tardíos surgidos a partir de la segunda mitad del s. XIX y el primer
tercio del XX, ya fuese por medio de la unificación (Alemania e Italia), por la secesión (Noruega), o
como resultado de la PGM y la disolución del Imperio Austrohúngaro. Dentro de esta fase de
explosión del nacionalismo y del principio de autodeterminación también entrarían desde la
Commonwealth of Nations hasta las llamadas naciones sin Estado (Irlanda, Cataluña, Euskadi, Escocia,
etc.). 4) La extensión del nacionalismo y de los movimientos nacionalistas a los otros continentes
(Asia, África) y su culminación en la constitución de nuevos estados nacionales independientes como
Egipto, India, Argelia, etc. 5) Los Estados-Nación surgidos a consecuencia del final de la guerra fría y
del imperio soviético.
Se han descrito distintos tipos de nacionalismo o procesos de construcción nacional mediante la
constitución de un Estado propio o la realización nacional de un Estado preexistente: a) El
nacionalismo de Estado o la construcción nacional desde el Estado. b) El nacionalismo periférico que
surge cuando una Nación se resiste a formar parte de otro Estado. c) El nacionalismo irredento que
ocurre cuando se pretende extender el Estado nacional para incorporar territorios cuya población
copertenece a la misma identidad nacional. d) El nacionalismo unificador promueve un Estado
nacional único sobre un territorio culturalmente homogéneo pero políticamente dividido.
Es una buena clasificación de tipos ideales, aunque con limitaciones, pues no resuelve todos los
casos procesos nacionalistas, como el sionismo o aquellos con base religiosa en busca de la tierra
prometida o paraíso nacional.

4. Nacionalismo y autodeterminación
En un Estado nacional sólo tiene cabida una autodeterminación, por lo que está asegurada la
aparición de un conflicto nacional en aquel territorio donde más de una Nación, entendida como
comunidad política imaginada, pretenda ser soberana. Por un lado, el nacionalismo ha sido motor
del modelo de Estado nacional, y, por el otro, la constitución y defensa de los estados nacionales
impide la realización política de aquellos otros nacionalismos de naciones sin Estado que se
desarrollen dentro de sus límites. Al fin y al cabo, el Estado nacional y la autodeterminación son
conceptos interdependientes, pero que parten de un problema irresoluble: el territorio es limitado.
La única autodeterminación que concibe el Estado nacional es la que se corresponde con la
población, vinculada territorialmente con y por el ordenamiento jurídico estatal. Y si una parte de

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esta población se define como Nación y reivindica el derecho de autodeterminación, no le será fácil
ejercerlo, teniendo que confiar en factores ajenos como crisis generales del sistema político. De
alguna manera el Estado nacional acaba siendo víctima de sus propios éxitos, pues, en definitiva,
toda comunidad de sentimiento con voluntad política que se ha realizado en un Estado nacional ha
sido por medio de la autodeterminación. ¿Cómo se puede negar a otras naciones lo que constituye
la razón de ser de la propia? El problema es que sentimentalmente puede haber tantas naciones
como comunidades se proclamen soberanas, pero no hay que confundir autodeterminación de hecho
con la autodeterminación de derecho. No se autodetermina quien quiere, sino quien puede. El Estado
nacional es, en este punto, poco o nada democrático.

5. Pluralismo nacional y federación democrática


El nacionalismo ha construido al hombre moderno y patriota, ciudadano de un Estado nacional
con sus derechos y deberes, y su virtud es haber promovido una solidaridad nacional, una suerte de
voluntad compartida fundamentada en la homogeneidad cultural. No obstante, su defecto, es haber
ocultado las divisiones internas de la Nación y haber fomentado la división entre naciones. Es decir,
el nacionalismo ha sido incapaz de resolver las contradicciones internas de la Nación y además ha
explotado y exacerbado los enfrentamientos entre naciones.
La disyuntiva que se vive en los inicios del siglo XXI plantea dos direcciones contrarias:
nacionalismo y viejo orden mundial o federalismo y nuevo gobierno mundial. Los procesos que vive
la humanidad exigen respuestas globales a la diversidad de las condiciones y situaciones que influyen
en ella, y son procesos que trascienden los límites de los distintos sistemas políticos nacionales pero
que inciden en la estructura interna del Estado mismo. En este sentido, la democracia se ha ido
extendiendo internacionalmente en un proceso que, con todas sus insuficiencias, es una esperanza
de futuro en paz.
Una nueva democratización ha de afrontar la sociedad liberal para desactivar las posibles
derivaciones dominantes y autoritarias de los nacionalismos, y dirigirse hacia el pluralismo nacional;
que es el reconocimiento de la diversidad y heterogeneidad que caracterizan la composición misma
de la sociedad. Es conveniente abrir la definición de Nación, hacerla más flexible, e incluso separarla
de la supuestamente necesaria equivalencia con el Estado. De esta manera el federalismo podría ser
la ideología llamada a suceder al nacionalismo. Un federalismo pluralista fundado en la unión en la
diversidad, y en la soberanía divisible y compartida de un desarrollo republicano de la democracia,
que constituiría el marco adecuado para dar salida a la plurinacionalidad y multiculturalidad del
demos.

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