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La cosmovisión maya -su concepción del mundo- fue

cambiando paulatinamente conforme su religión se


volvió más compleja. No obstante, en términos
generales, cuenta la antigua tradición maya que el
mundo fue creado, destruido y recreado al menos tres
veces antes de que se moldeara éste, nuestro mundo,
el mismo en que vivieron los mayas antiguos y en que
habitamos nosotros.

Cuenta también que, al final de la tercera creación, al


Primer Padre, a quien llamaban Nun-Yal-He o 1 Maíz
Revelado, lo capturaron y asesinaron los señores del
Reino de Xibalbá, el hogar de los muertos, y lo
enterraron en un juego de pelota. Hasta allá fueron a
rescatarlo sus hijos gemelos, dos semidioses llamados
Hunahpú e Ixbalanqué. Gracias a ellos, el Primer Padre
resucitó de la hendidura de un caparazón de tortuga, y
se preparó para crear nuestro mundo.

La creación como tal, según textos hallados en la ciudad


de Cobá, tuvo lugar el día 4 ahau 8 kumk'ú, que en nuestro calendario equivale al día 13 de
agosto de 3114 a.C.

Lo primero que hizo 1 Maíz Revelado fue alzar el Árbol del Mundo, llamado Wakah-Chan o
Cielo Elevado. Así separó al cielo de la tierra y estableció el centro de todo lo creado, el eje del
cosmos. A veces, los mayas representaban a este árbol como una exuberante caña de maíz
cargada de mazorcas maduras.

Esto se debía a que el Primer Padre era dios del maíz y alimento de la humanidad; pero
también lo representaban como una gigantesca ceiba, a la cual llamaban Cielo Elevado, Primer
Árbol Precioso, Árbol del Cielo, Bosque Elevado o Plataforma del Cielo, entre otros nombres.

Se dice, asimismo, que en los primeros momentos de la creación el cielo estaba acostado
sobre la tierra, de tal manera que la luz no existía. En este lugar, conocido precisamente como
Cielo Acostado, los dioses auxiliares, bajo la supervisión del
Primer Padre, colocaron tres piedras, las tres piedras fundamentales de la creación que fueron
el símbolo del sacrificio, la muerte y la resurreción del Primer Padre.

Después, el Primer Padre entró en el cielo y lo convirtió en el Cielo Elevado, opuesto recíproco
del Cielo Acostado. Aquí construyó una casa de ocho pisos, con la cual ordenó todo el universo
superior: el mundo en que vivimos y los astros celestes. El techo de esta casa era conocido
como Domo del Cielo o Casa del Norte y hasta ahí llegaban las ramas del Árbol de la Creación,
la Ceiba Madre.

Posteriormente, el Primer Padre impuso al cielo el movimiento circular, y echó a andar en él las
constelaciones. Todo lo que él hacía estaba escrito en las estrellas para que los hombres
pudieran leerlo. En total, creían los antiguos mayas, el cielo tenía trece pisos y daba hospedaje
a los astros y a algunos animales solares, como los venados y las aves de colorido plumaje.
Los mayas imaginaron la
tierra como un enorme
cocodrilo sobre el que los
hombres de la cuarta
creación nos desplazamos
sin saberlo y en cuyo dorso
nace la vegetación que hoy
conocemos: los bosques,
las selvas, los desiertos y
las tundras. Encima de este
cocodrilo habitaron los
antiguos mayas y
construyeron los hermosos
palacios y edificios para sus
dioses de acuerdo con los
movimientos celestes que
el Primer Padre imprimió al
cielo el día de la creación.

Bajo este cocodrilo se


hallaba el inframundo,
dividido, como el infierno de
Dante, en nueve pisos, en
cuya parte inferior se
encontraba el Reino de
Xibalbá. En el inframundo
vivían los muertos en
compañía de los animales nocturnos o peligrosos, como los murciélagos, los búhos y los
jaguares, y ciertas deidades conocidas como Bolontikú.

El mismo día que el Primer Padre alzó el Árbol del Mundo,


estableció también las ocho direcciones del cosmos, que se
desplegaron sobre la tierra como kan tzuk, kan xuk: cuatro
divisiones, cuatro esquinas. Al hablar de estas direcciones, los
mayas se referían a los puntos cardinales y las cuatro esquinas del
universo. A pesar de ello, los mayas reconocían cinco direcciones
básicas: el centro y los puntos cardinales, a cada uno de los cuales
le correspondía un color: al norte, el blanco; al sur, el amarillo; al
oeste, el negro; y al este, el rojo.

En cada uno de ellos había un Bacab -uno de tantos seres


celestes que imaginaron los mayas- que cargaba sobre sus
espaldas una porción de cielo para sostenerlo durante toda la
eternidad. Y el centro, donde estaban ubicados el Árbol del Mundo
y las tres piedras de la creación, se consideraba el ombligo del
mundo, el cordón umbilical -representado como una cuerda con
cabeza de serpiente que emergía del vientre de Nun-Yal-He, el
Primer Padre- con que la humanidad se conectaba con los dioses
y la fuente de la vida.

Así creían los mayas antiguos que estaba construido nuestro mundo

http://oncetv-ipn.net/sacbe/mundo/el_cosmos_maya/
El mundo según los mayas:

http://oncetv-ipn.net/sacbe/mundo/el_cosmos_maya/cosmos_ceiba.html
El inconfundible estilo de la pintura maya
destaca en la cerámica -sobre todo en la de
uso suntuario- y, particularmente, en la pintura
mural, donde es evidente la intención de los
artistas de reproducir las formas del mundo
que los rodeaba.

En la pintura maya abundaban, junto con los


diseños geométricos, las escenas narrativas
con estilo naturalista donde las figuras
principales eran las personas, seres humanos
realzados todos de manera individual de
acuerdo con su vestuario, sus atributos de
poder -o la carencia de ellos- su postura y sus gestos, y las acciones que realizaban a lo largo
de su vida.

En la pintura -siempre policroma- era común, también, la representación de dioses, animales


fantásticos y otros seres sobrenaturales, enmarcados en un determinado escenario, los cuales,
junto con textos glíficos, solían acompañar a los seres humanos en el arte mural.

A causa de la complejidad y la alta calidad de los diseños de


los muralistas mayas -cuyos nombres ya comienzan a ser
develados por los expertos- se piensa que éstos formaban
parte de un selecto grupo de especialistas que eran sometidos
a una elevada preparación técnica y ritual para ejecutar su
trabajo; se cree, asimismo, que compartían algunos
conocimientos con la élite en el poder, tales como la escritura,
el protocolo de fiestas y ceremonias y los conceptos
fundamentales en que sentó sus bases la cosmovisión maya,
con el fin de poder transmitir correctamente los mensajes
destinados a los espectadores del arte mural.

La técnicas empleadas para la realización de los murales


variaba de acuerdo con la época y la región geográfica en que
eran creados, y también según el material de soporte de que
se tratase (aunque éste, cualquiera que fuera, siempre se
recubría previamente de estuco); no obstante, lo común era
que primero se delinearan los contornos y después se
aplicaran los colores mediante las técnicas del fresco y del
temple, aunque con variantes propias.

En cuanto al uso de los tonos, especialmente durante el periodo Clásico, los mayas lograron
producir una amplia gama de matices entre los que destaca el famoso azul maya, cuya
misteriosa obtención ha hecho creer a algunos
especialistas que la fabricación de pigmentos debió ser una industria tan compleja como
ingeniosa construida a partir de la experimentación con diversas plantas y minerales.

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