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“Para nosotros, los transportistas en especial, este lugar es sagrado. Yo viajo de Oruro a Cobija
(Pando) y cuando paso por este lugar siempre paro y elevo una oración por los dos ángeles,
ellos son bien milagrosos, nos va bien, no nos pasa nada (en el viaje). Estos dos túneles
deberían llamarse Joaquín y Vanesa porque (ellos) nos cuidan desde el cielo”, asegura el
conductor, con voz casi quebrada, que prefirió no dar su nombre. Martín P., uno de los
obreros que construye la carretera en el sector, cuenta que para los trabajadores ya es
“normal” escuchar risas de niños en este sector. “Solo pueden ser los angelitos porque por acá
no hay nada, solo camino y los trabajadores. Nosotros también les rezamos en su altar, es muy
triste cómo murieron”. La historia detrás del altar
El 7 de septiembre de 2002, cerca de las 20:00, Seferina Quispe llevó a cenar a sus hijos,
Joaquín, de 10 años, y Vanesa, de ocho, a orillas del río Cajones, precisamente a la altura del
lugar que hoy es un altar. Cuando el mayor se recostó sobre su hombro, la mujer sacó un
cuchillo y lo clavó en su cuello hasta asfixiarlo. Después hizo lo mismo con la niña, quien
alcanzó a suplicarle que no la mate, según la confesión de la misma madre a las autoridades
hace 18 años.
Vanesa no murió al instante como su hermano, ella agonizó y la madre le lanzó una piedra en
la cabeza para acabar con sus ocho años de vida. Ambos niños fueron arrojados al río y sus
cuerpos fueron hallados un día después por un transportista y comunarios.