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Juegos Florales

Hispanoamericanos
de Quetzaltenango

106 años de fundación

LXXXIV CERTAMEN 2022

Dedicado a la República de Panamá


y sus escritores
C Juegos Florales Hispanoamericanos de Quetzaltenango 106 años de fundación. LXXXIV
CERTAMEN 2022 Dedicado a la República de Panamá y sus escritores
Portada.

Idea Original: J. Rodolfo Custodio G.


Fondo de portada: Título de la obra “Metamorfosis” Técnica mixta óleo y acrílico del Maestro
José Candelario Vázquez Moreno, artista duranguense, docente de la Escuela de Pintura,
Escultura y Artesanías de la UJED, artista plástico, pintor, escultor, grabador y muralista,
ganador de premios nacionales en México y expositor internacional.
Obra gestionada por la MSc. Blanca Patricia Barrios de León.
Diseño: Ingeniera Ana Beatriz Sánchez Rosal

Diagramación: Periodista Julio Rodolfo Custodio García

Impreso en Guatemala, Centro América


SEPTIEMBRE 2022

Las obras publicadas en este libro obedecen al original de sus autores, las cuales fueron
remitidas electrónicamente; por lo que la Comisión Permanente del certamen no asume
responsabilidad alguna por su criterio o errores que pudiera contener.

LA REPRODUCCIÓN PARCIAL O TOTAL DE ESTE LIBRO, SU TRATAMIENTO


INFORMÁTICO O DE CUALQUIER OTRO MEDIO, LA TRANSMISIÓN POR CUALQUIER
MEDIO ELECTRÓNICO O MECÁNICO, POR REGISTRO U OTROS MÉTODOS, SON
PERMISIBLES SOLO POR AUTORIZACIÓN ESCRITA DE LOS TITULARES DEL
COPYRIGHT.

Es propiedad de la Municipalidad de Quetzaltenango, bajo la tutela de la Comisión


Permanente de los Juegos Florales Hispanoamericanos de Quetzaltenango, de acuerdo a las
bases, reglamentos y leyes que la rigen.
JUNTA MANTENEDORA

Juan Fernando López Fuentes


Alcalde Municipal
Honorable Concejo Municipal

Msc. Katia Dinorah Minera Vásquez


Sr. Jorge Luis Arqueta Figueroa
Lic. Roberto Chang de León

Representantes del Concejo Municipal


COMISION PERMANENTE

Presidente Periodista Julio Rodolfo Custodio García

Vicepresidente Artista Sonnia Amparo de León de Loarca

Secretario Licenciado Herbert Noel de León Ovalle

Pro Secretario Licenciado Juan Carlos Morales González

Tesorera Doctora Magda Judith Cifuentes Robles

Vocales Profesora Edna Antonieta Rodas Ovalle

Licenciado César Octavio de León Morales

Licenciada María Elena Marroquín Rodas

MSc. Blanca Patricia Barrios de león

Ingeniera Ana Beatriz Sánchez Rosal

Ingeniero Aldo de Jesús Bautista Xicará

REINA 2022
Ingeniera Crysta Lucía Nowell López
OBRAS TRIUNFADORAS

POESÍA
Obra: SE VAN
Seudónimo: Lenca
Autor: Pedro Antonio Aguilera Flores
Nacionalidad: hondureña

NOVELA
Obra: CABINA EXPRÉS
Seudónimo: Arturo Telhi
Autor: Rudy Estuardo Mérida Cifuentes
Nacionalidad guatemalteca

CUENTO
Obra: El caminante perdido
Seudónimo Angelnon Bastos
Autor: Carlos Noé Ancheta Vásquez
Nacionalidad: salvadoreña
JURADOS CALIFICADORES

POESÍA
Dra. Lilia Cenobia Ramírez Carrera “Lilia Ramírez – Lilitt Tagle”
Maestro José Petronilo Amaya Díaz
Lic. Heriberto Vizcarra

NOVELA
Maestro Fernando Andrade Cancino
Dr. Luis Carlos Quiñones Hernández
Dr. José Everardo Ramírez Puentes

CUENTO
Dra. Mónica Reveles Ramírez
Maestra Rebeca Patricia Rodríguez Ruiz
Maestro Agustín Tamayo Hernández

Agradecimientos a:
Maestro Rubén Solís Ríos
Rector Universidad Juárez del Estado de Durango, México

Dra. Martha Elena Fernández Ramírez


Tecnológico Nacional de México/Instituto Tecnológico de Orizaba, México.

Dra. Irma Leticia Ontiveros Moreno


Universidad Juárez del Estado de Durango, México
ÍNDICE

Pórtico ..................................... 9

Poesía ....................................... 13

Novela ...................................... 43

Cuento ..................................... 227


9

PÓRTICO
J. Rodolfo Custodio G.

Cuando los Juegos Florales cumplieron cien años en 2016,


acuñé un pensamiento que vale anotar ahora y que dice:
“Quetzaltenango hacia el futuro teniendo presente el pasado”.

Pareciera que es solamente el juego de diferentes tiempos


verbales si nos atenemos a que las formas del presente se
refieran a acciones actuales, las del futuro a acciones venideras
y las formas del pretérito se refieren a acciones acaecidas;
pero, para efectos de relatar la historia del concurso literario
que viene desde 1916, toma cierta vigencia y un poco de
filosofía en contraposición a una crítica falseada de algunos
detractores del certamen que aseguran que, quienes tenemos
a nuestro cargo su desarrollo -la Comisión Permanente
que trabaja ad honorem durante todo el año- actuamos
con patrones del pasado y que los actos de premiación son
anacrónicos.

Nada más falso. Los Juegos Florales están más modernizados


que nunca y el salto que hemos dado hacia las redes sociales,
ha asombrado a públicos de todas las naciones, porque hemos
tenido al mundo o, cuando menos a la América Latina,
en conversaciones de alto nivel normativo, discutiendo la
planificación de un sistema ágil, moderno y multidisciplinario
en el que se ha involucrado a personajes de mucha incidencia
en las artes literarias y en la Academia. Ellos nos han
asesorado y han convivido con nosotros en la conformación
de los Jurados Calificadores que son la columna vertebral del
complejo literario y el motivo de imperiosa confianza de los
escritores que participan en el certamen.
10

Hace varios años que la república mexicana nos abre sus


puertas, primero en Estados fronterizos con Guatemala
y ahora el impulso ha sido significativo hasta llegar a la
Universidad Juárez del Estado de Durango, así como a la
Agencia para Autores “Vuelo de pluma”, México, donde
obtuvimos no solo la conjunción de mentes prodigiosas y
personas altamente académicas, sino una amistad como solo
suelen darla los mexicanos, en una apegada relación con la
coordinadora de Relaciones Internacionales de la Comisión
de Juegos Florales, cuando tuvieron que realizar tan delicada
labor; a la vez que emitían su veredicto con una rectitud a
toda prueba, inmaculadamente expresada, sin otro objetivo
que buscar y llegar a la calidad de los trabajos premiados
como queda plasmado en las impecables actas levantadas en
cada rama.

Nuestro hermanamiento con la República de Panamá y la


estrecha relación que se ha cimentado con el Excelentísimo
Embajador Extraordinario y Plenipotenciario acreditado
en Guatemala, Señor Hugo Heberto Guiraud Gargano, así
como con los grupos de escritores y artistas que, a través del
Ministerio de Cultura de nuestro hermano país al que fue
dedicado el certamen del presente año, ha dado fruto en foros
y presentaciones artísticas por vía virtual, constituyéndose
la Comisión Permanente como propiciadora del arte y
el turismo entre nuestros países, como efecto agregado
al hermanamiento de literatos, que proviene de los lazos
fraternos que los Juegos Florales Hispanoamericanos de
Quetzaltenango han trazado a lo largo y ancho de nuestro
continente y la península ibérica.

Que tenemos presente el pasado, por supuesto que sí; pero


no estamos obsesionados con ello. Es que lo observamos,
lo respetamos y lo traemos a memoria, pero solamente para
que nos sirva de catapulta para conquistar el futuro como lo
estamos haciendo evidentemente.
11

Es muy cierto que la velada del 12 de septiembre es una


estampa del pasado, pero ese acto teatral no es la esencia
del certamen. Desde hace varios años y a partir de cumplir
la centuria de existencia en 2016, principiamos a fomentar
el Conversatorio del 13 de septiembre, no solo como la
culminación del ciclo, sino como el acto más trascendental
que es ya la esencia del certamen, cuando se hace entrega
del presente libro en forma gratuita a todas las personas
que asisten a la biblioteca “Alberto Velázquez” de la Casa de
la Cultura de Occidente y tenemos cerca de nosotros a los
verdaderos miembros de esta institución centenaria que se
ha ido formando por el numen creativo de cientos de poetas,
novelistas, narradores, relatores y dramaturgos que, en el
correr de ochenta y cuatro certámenes, han ido agregando
–además de sus letras en negro y blanco- el sístole y diástole
que se eternizó en las páginas amarillentas de tan venerable
muestra hispanoamericana, ganada a pulso por el patrocinio
de las diferentes autoridades municipales de la historia y
la nobleza y honradez de la Comisión Permanente cuya
estafeta, en este momento, está en nuestras manos.

Que este libro que se abre generoso ante la crítica


hispanoamericana llegue a sus manos con los pensamientos
de los laureados en 2022 y que su lectura sea capaz de valorar
la creación de los autores y la contribución de la Ciudad
donde un día nacieron estas justas que no son una reina ni
una velada sino el conjunto de aportes de diferentes países
hacia una causa común: La producción literaria, así como la
lectura y la crítica de los lectores perseverantes.

Quetzaltenango, a través de los Juegos Florales, sigue


encaminándose hacia el futuro, teniendo presente el pasado.

====================
POESÍA

“SE VAN”

PEDRO ANTONIO
AGUILERA FLORES

hondureño

SEUDÓNIMO: LENCA
15

ACTA JURADO POESÍA

En la ciudad de Xalapa, Estado de Veracruz de Ignacio de la


Llave, Estados Unidos Mexicanos, siendo las 19 horas del día 14
de julio de dos mil veintidós, de manera virtual se reunieron el
maestro José Petronilo Amaya Díaz, el escritor Heriberto Vizcarra
y la poeta Lilia Cenobia Ramírez Carrera, quienes constituyen
el Jurado Calificador del género Poesía de los Juegos Florales
Hispanoamericanos de Quetzaltenango, Guatemala, Centro
América, en su emisión número ochenta y cuatro del año dos mil
veintidós, correspondiente a los ciento seis años de su fundación,
y dedicado a la República de Panamá y sus escritores; con el fin de
dictaminar el poemario que obtiene el premio único del género
poesía.
Después de leer, analizar y considerar las obras presentadas a
concurso, decidimos otorgar, por UNANIMIDAD, este premio
único al trabajo participante denominado Se van, firmado con el
seudónimo Lenca.
Los motivos de haber seleccionado esta obra son:
En ella se expresa, de una manera asertiva,
conmovedora y profunda, una problemática global y
permanente, que en este poemario se personifica en
el rostro de los hermanos americanos. Se van es una
travesía contemporánea en la que se solidarizan los
migrantes del continente y sus anhelos, que miran
sin temor las injusticias y las divisiones; pero no es el
poema de la desdicha, sino del gozo, la risa, la amistad,
el gusto por la vida, la hermandad y la esperanza que
sobreviven a pesar de —y a través de— las fronteras.
Se concluye la presente acta una hora después de su inicio en el
mismo lugar y fecha. Leemos lo escrito y enterados de su contenido,
valor y efectos, lo aceptamos, ratificamos y firmamos quienes en
este acto intervenimos.

José Petronilo Amaya Díaz Lilia Ramírez Heriberto Vizcarra


Poeta duranguense Poeta veracruzana Poeta sonorense
Poesía 17

Exposición No. 1

Soy el poema,
tu poema,
mi poema.

Poema atado en el rincón


de una pared
que anuncia
eres lo que lees.

Poema errante,
maloliente.

Poema-paria,
cuyo dolor no alerta más al mundo
como lo hace un perro callejero.

Poema que huye sin haberlo deseado.


Poema que agarra su mochila
una madrugada
junto a otros miles.

Va conmigo
18 Poesía

este nuevo Israel,


cuyo destino incierto
no amedrenta
y se dispone a dejar este Egipto
donde las aves de rapiña
han rondado sobre nuestras cabezas
desde hace centurias.
Poesía 19

Día 1

Nací al atardecer del siglo pasado


y soy
hombre y mujer adultos.

Nací al albor de este nuevo milenio


y soy
chavala y chavalo.

Nací hace muy poco


y soy
apenas un cipote y una cipota.

Soy todos
y todas
los que no debiéramos sentirnos
obligados a dejar
la tierra,
la sangre,
el amor,
los amigos.
20 Poesía

Día 2

Comenzó mi periplo.

Desesperado,
me colé entre el gentío
que como yo
no quiso caminar a solas;
sino, en mazorca.

Fuego de mariposa monarca


que surca el aire.
Poesía 21

Día 3

Miro los rostros


y encuentro palabras
indescifrables,
ausentes.

Solo han pasado algunas horas


y esto es locura
y fiesta a la vez.

Rito peregrino,
rito de historias incontables,
rito de pasos que arrastran una estela
de infancia y sueños,
sobre un océano de grito.
22 Poesía

Día 4

Soy la cara
de las décadas de infamia
que han respirado
mis camaradas de camino.

Tras
su
raudo
huir
e insípidos suspiros
hay un reclamo ignorado,
un mitin rasgado
y miles de lloros
olvidados
en la espesa noche del devenir.
Poesía 23

Día 5

El agua y la comida
se nos acaban sin darnos cuenta.

Hemos cruzado la frontera El Florido


después de romper
uncercopolicial
y ya respiramos aires chapines.
24 Poesía

Día 6

Los días de hoy


son más cabrones que los de ayer.

Ayer te ibas con coyote


y en semanas estabas en la yusa.

Hoy corrés el riesgo


de que te vendan a la mafia,
extorsionen a tu familia por dinero,
te obliguen a trabajar para un narco
o nomás te metan a un barril de hierro
y calcinen tu piel desnutrida,
hasta que tus huesos
se fundan con la n
a
d
a
y entonces seás uno más
en la lista de desaparecidos.
Poesía 25

Día 7

Mi olor es el olor
de cantinas malolientes
en la frontera Comalapa
donde cientos de mujeres
encuentran un lastimero trabajo
como meseras.

Forzadas a emborracharse,
entre el sudor de hombres
de rostros desconocidos,
abren sus piernas
con un gesto amargo
bajo un techo oxidado de zinc,
entre las carcajadas estentóreas
y las miradas de lascivia
de los cuerpos jadeantes sobre ellas
que no son los de los padres de sus hijos.

Mientras tanto,
allá en la tierra que dejaron,
juegan pelota y yaxes
unos niños
26 Poesía

que piensan salva y sana a su mamá,


pues cuando hablan con ella
les dice que todo va bien
y que en navidad
les mandará
pa’ que se compren un juguete.
Poesía 27

Día 8

Se nos han unido más


y somos miles.

Dolor centroamericano,
dolor haitiano y de otros más.
Andar de hondos pisoteos
que surcan la carretera,
a pesar del calor infernal
y del frío que orada los labios.

CNN muestra imágenes al mundo


de nuestros rostros desencajados,
como si fuéramos espectáculo de circo.

Y detrás de la TV,
desde la quietud de un hogar que no huye,
surgen
una tiritante compasión
y una degradante aporofobia:

Ya vienen esos a jodernos la paz de nuevo;


we don´t need more people in our country;
28 Poesía

que los arresten cuanto antes y los regresen;


fuck those fucking migrants;
¡pobre gente!;
if they study they could not come out
of their land;
¡cuánto deben sufrir para cruzar!;
I don´t understand why those people are so stubborn;
pinches gobiernos nuestros
que obligan al pueblo a salir;
¡oh my god what delicious burger!;
I call on Congress to finally close the
deadly fissures that have allowed MS-13
and other criminals to enter our country.
Poesía 29

Día 9

Para el mundo
no somos gente,
porque no aportamos nada,
sino una búsqueda por la supervivencia
que espanta
a quienes no les falta nada.

Nuestra hambre
es una oscura luz
que devela la miseria humana
en aquellos seres
estériles a la conmiseración.

Nos han convertido en un estereotipo social,


en bichos de suburbios
que se organizan en maras
pa’ joderle la vida a los demás.

Somos un rostro negro de una isla caribeña,


epicentro de sismos y huracanes
que con morbo evoca nada más al vudú
y no a una multitud que aún paga
30 Poesía

con ignorada desdicha


la deuda de haber sido
la primera nación
que peleó su independencia.
Poesía 31

Día 10

Llegamos a Tapachula
con hedor a infierno y hambre,
sucias nuestras ropas
con niños y niñas al hombro
que pierden en el cielo sus ojos
y sueñan que despiertan
en una cama con sábanas limpias
y no en la aspereza de una carretera.

Aquí sí es verdad
que la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.
32 Poesía

Día 11

Nuestras voces de desgarro


son un video más
entre memes y TikTokers.

Los dedos se deslizan


por las pantallas
y, una vez más,
el dolor humano
se ha convertido
en pasatiempo.
Poesía 33

Día 12

Una muralla de hombres


vestidos de negro,
con cascos,
armas
y toletes
aguardaban nuestra llegada.

Hombres de carne y hueso,


de cerebro y corazón,
con familias
como nosotros.

Y no hace falta decirlo;


pero, hombres
tan hijos de la vida
como nosotros.

Nos cercaron,
algunos con látigos y a caballo
-cual fresco del siglo XVI-.
Aplastaron nuestros pechos
y a fuerza de golpes
34 Poesía

hicieron que hasta las lágrimas


huyeran de sí mismas
y fueran confundidas con el Río Grande.
Poesía 35

Día 13

Fuimos nómadas
hasta que descubrimos la agricultura
y eso que después llamamos sociedad.

Entonces firmamos el pacto,


vivimos en comunidad,
trabajamos juntos
hasta alcanzar una vida sedentaria
con leyes que sirvieran de centinelas
de las arcas de la vida,
la libertad
y la propiedad.

Pero algunos
rompieron el pacto,
sin asco ni escrúpulos
y nos asfixió su descaro y desidia.

Fue así
que volvimos a ser nómadas.

¿No vemos que aún hoy


36 Poesía

somos millones los trashumantes de mañanas


que buscan esa vida
que nos ha sido arrebatada?

Solo basta nombrar


El Mediterráneo,
El Mar rojo,
El Desierto de Sonora,
La Selva del Darién,
Yemen,
Iquique,
Níger,
El Estrecho de Gibraltar
y toda esa inmensa tropósfera asiática,
para que cualquier pupila se humedezca
de espanto.

No somos sedentarios,
o lo son
solo algunos.

Los muros ocultan


la desgracia
que para otros
existe solo en revistas y documentales.
Poesía 37

Día 14

Maltrechos,
heridos,
humillados,
volvimos en nuestros cansados pasos,
ante las cámaras
-testigos inmutables de la desdicha-.

Retornamos
a las patrias nuestras
que amamos hasta el tuétano,
pero que hace tiempo nos expulsaron
haciendo de nuestro propio suelo
un maldito exilio
que nos vedó de la riqueza
que han administrado con celo monstruoso
unas pocas hienas,
cuyas narices no olfatean
más allá de sus pútridos bolsillos.

Y,
con la impotencia
de un tormento
38 Poesía

embadurnado de furor,
dimos una última mirada
a esa extensión más allá de las paredes divisorias
donde una mujer
en medio de las aguas
con una antorcha exclama
“Keep, ancient lands, your storied pomp!” cries she
with silent lips. “Give me your tired, your poor,
your huddled masses yearning to breathe free,
the wretched refuse of your teeming shore.
Send these, the homeless, tempest-tost to me,
I lift my lamp beside the golden door!”.

Entonces supimos
que esas bellas palabras
eran dedicadas a otros cansados,
a otros pobres,
a otras masas,
a otra miserable basura,
a otros sin hogar
y que aquella lámpara junto a la puerta dorada
brillaba solo para ciertos.
Poesía 39

Día 15

Pero no soy nada más


el poema de los que vuelven,
soy también el poema
de quienes cruzaron
y burlaron la muralla humana,
aunque hubieron de besar
por ratos
la hiel de la muerte bajo los cactus,
hasta llegar a Tucson
y tomar, entonces, un autobús
-con los nervios de un moribundo
en tierras extrañas-
que los llevara hasta ese Estado lejano
donde unos primos esperarían
para ayudarlos a recomenzar todo.

Soy el poema de la congoja hecha fruto,


impotencia que se atraganta
en quienes ven a esos miles de Moisés
que se quedan a la entrada
de la tierra prometida
y que no tuvieron la misma suerte.
40 Poesía

Día 16

Soy el desgarro
de los que añoran
hablar de sus patrias
sin ser juzgados;
de los que añoran
vestir sus banderas
sin ser estigmatizados;
de los que añoran
hablar de sus raíces
sin ser difamados.

Soy la rabia contenida


de los que se saben originarios
de un pueblo bello y verde
cuyo recuerdo de pinos,
jícaros
y manglares
aún reverbera en sus entrañas andariegas;
pero al que la guerra,
la opresión
y las huidas
han hecho opacar su legado a la historia humana.
Poesía 41

Soy la nostalgia encarcelada


de un pueblo de reinos antiguos
cuyo recuerdo Garífuna,
Maya,
Miskito,
Pech,
Ch’orti’,
Lenca,
Tawahka,
Nahua,
Tolupán…,
queda relegado a ese espacio
donde no alcanza a llegar la luz
y que convierte en protagonistas del devenir
a ciertas culturas
-esas tales grandes potencias-
y convierte a otras en simples títeres
del avanzar sin tregua.

“SE VAN”
42 Poesía
“Se Van”
Pero, con todo y todo,
no soy
-aunque para algunos resulte una locura-
el poema de la desdicha.

Es cierto que camino junto a esos y esas


que buscan el trozo de universo
que les fue hurtado
de las manos.

Es cierto que sorbo


con mi pocillo de versos
esas lágrimas
que bajan
por las mejillas
sin rumbo;
pero no,
se los digo que no,
no soy el poema de la muerte.

Soy el poema de la vida,


de la risa cotidiana
y vespertina
de familias enteras
Poesía 43

sobre hamacas,
bajo los
mangales
o en aceras de esquinas plagadas de amigos
y de pláticas sin término
de esta gente
que no se abandona al sin sabor
de la existencia
ni al sinsentido de las horas,
tanto aquellos que volvieron en sus pasos
como aquellos que no huyeron y vieron partir al otro.

Soy la resiliencia,
el gusto por la vida,
mónada que,
a pesar de la dureza de los días,
no pierde la gracia del humor
y
ve brillar, con esperanza inquebrantable,
el sol bajo un sombrero blanco
que reza entre lloro y dicha
“SE VAN”.
NOVELA

CABINA EXPRÉS

RUDY ESTUARDO MÉRIDA


CIFUENTES

guatemalteco

SEUDÓNIMO: ARTURO TELHI


Novela 47

ACTA
CERTAMEN NOVELA DE LOS JUEGOS FLORALES
HISPANOAMERICANOS DE QUETZALTENANGO,
GUATEMALA, 2022
Siendo las 12 Horas del día 18 de julio del 2022, los
que abajo suscribimos la presente Acta, C.C. Fernando
Andrade Cancino, Luís Carlos Quiñones Hernández y
José Everardo Ramírez Puentes, tuvimos a bien reunirnos
en la Ciudad de Durango, para tomar decisiones acerca de
las novelas participantes en el Certamen de Novela de los
Juegos Florales Hispanoamericanos de Quetzaltenango,
Guatemala, 2022 y después de haber deliberado de manera
exhaustiva y considerando las orientaciones establecidas
en la Convocatoria correspondiente hemos llegado a los
siguientes resultados:
1.- Las 16 obras -novelas- que concursan en el Octogésimo
Cuarto Certamen -2022- de los Juegos Florales
Hispanoamericanos de Quetzaltenango, Guatemala,
Centroamérica, dan una visión amplia de lo que ha sido
la construcción social e histórica de Centroamérica en
los últimos años; desde el nacimiento y expansión de
las guerrillas, los ejércitos oficiales y paramilitares,
hasta la corrupción inaudita de algunos de sus
gobernantes; y por supuesto los efectos mortales de la
pandemia provocada por el COVID-19. También se
aluden los viajes y las impresiones del mundo rural:
pueblos, campos, cultivos, montañas, selvas, océanos,
y los grupos étnicos originales, con sus tradiciones y
mitos; se da cuenta de la vida física y simbólica en las
pequeñas aldeas y la influencia que han tenido y tienen
los misioneros, sacerdotes y monjas que prestan sus
servicios a esas comunidades; así mismo se abordan
temas complejos sobre la realidad dramática que ha
impuesto el comercio ilegal de las drogas como la
cocaína y la mariguana; sin dejar de lado los deseos
48 Novela

personales que impulsan la acción de los personajes


que finalmente son núcleo de la trama y el conflicto.
Todas las novelas expresan una mezcla de ficción
y realidad, un anhelo por develar por medio de la
escritura, de la imaginación y el pensamiento-de
la creación literaria- lo que se vive en estas tierras
hermanas. Algunas de las obras concursantes se ciñen
a criterios de imaginación e invención, otras exploran
elementos propios de la narrativa de no ficción y
algunas se aproximan a un nivel de realidad más
cercano a la crónica y a la investigación documental en
su afán de dotar de mayor verisimilitud y objetividad
al relato.
Independientemente de la extensa temática presente
en estas obras, por su contenido es posible apreciar
las características socio históricas y culturales de
Guatemala, con acento en la descripción de los
paisajes en que se vive y se muere, de los distintos
ambientes y lugares de la geografía centroamericana
donde el mar y la playa, los humedales y las sabanas,
el campo, el pueblo y la ciudad son, también, actores
principales de estas historias. El trasunto de la
guerrilla latinoamericana, aparece como un espectro
de la cultura nacional guatemalteca, cuyo pasado
no puede ser borrado de la historia de los pueblos
centroamericanos, y que en este caso ha sido motivo
de novelarse y contarse como parte de las historias
recreadas por la mímesis y la ficción de los narradores
de este concurso. La cultura, el folclor, la tradición
religiosa, el caló, la política, la corrupción y la muerte,
entre otras cosas, campean en los textos como parte
del hilo conductor de la trama de cada novela.
Las temáticas aluden a preocupaciones de naturaleza
universal como el amor, la muerte, la espera, la soledad,
el encuentro, la banalización del mal y aspectos
Novela 49

deslumbrantes de la vida. Hay otras que dan una radical


importancia a los movimientos sociales y políticos
que han sacudido la región como grandes escenarios
que en el tiempo y el espacio configuran las acciones
de los personajes. Y otras, menos elaboradas, recurren
a expresiones propias del realismo costumbrista para
comunicar realidades idealizadas de una América
Latina expresadas normalmente mediante débiles
imágenes poéticas folclorizantes.
2.- Existen distintos registros escriturales que muestran el
oficio o la falta de él en la construcción de una obra cuya
naturaleza demanda del escritor múltiples habilidades
para la invención y para el diseño arquitectural de un
género mayor en el que caben todos los demás géneros
y subgéneros. Esta capacidad para domar el aluvión
verbal en la novela demanda del escritor una aguda
y atenta observación para lograr hacer coincidir de
manera coherente y verosímil personajes, conflicto,
tiempo, espacio. Esta acotación es muy importante,
porque a nuestro juicio la novela seleccionada
muestra una vocación de estilo y un deliberado rigor
en la construcción de la trama y en el uso creativo
y dinámico del lenguaje literario. Es una trama
consistente con una dialogicidad permanente entre el
personaje principal y el resto de los personajes de la
historia, lo que torna interesante el relato e impulsa a
la curiosidad por conocer el desenlace.
3.- Por sus atributos literarios y por el tratamiento
original del tema se concede el Primer Lugar a la
Novela: Cabina Exprés presentada al Concurso por
su autor bajo el pseudónimo de “Arturo Telhi”. Es
una obra que expone mediante una técnica narrativa
los problemas de América Latina a través de la visión
de un microuniverso cotidiano donde se enfrentan los
problemas propios de América Latina, así como las
50 Novela

expresiones racionales e irracionales de la condición


humana. La novela recupera un imaginario social en el
que confluyen todas las contradicciones de una región
que se reinventa entre un pasado que define su carácter
y un futuro cuyos horizontes difusos e inacabados no
dejan de alarmar la realidad de un presente convulso,
incierto, inestable y conflictivo donde privan agudos
problemas de corrupción, violencia, migración,
autoritarismo y agresión a los Derechos Humanos.
Esta novela representa un justo equilibrio entre la
forma y el contenido, donde el lenguaje se pone al
servicio de la historia y al desarrollo verosímil de los
personajes.

ATENTAMENTE
Victoria de Durango Dgo, a 18 de julio de 2022
JURADO CALIFICADOR

Presidente.
Fernando Andrade Cansino

Secretario Vocal
Luís Carlos Quiñones Hernández José Everardo Ramírez Puentes

C.C.P. Periodista Julio Rodolfo Custodio García


Presidente de la Comisión Permanente de Juegos Florales
Hispanoamericanos de Quetzaltenango.
C.C.P. MSc. Blanca Patricia Barrios de León Coordinadora
de Relaciones Internacionales Comisión Permanente de
Juegos Florales Hispanoamericanos de Quetzaltenango
Novela 51

-1-

Una acuarela grisácea y fría impregnaba la luz


mortecina de la tarde debajo de un manto de nubes
dispuestas a cumplir sus amenazas. Salvador Cojulún,
con los brazos apoyados en el timón de su viejo Nissan
del 94, sobre los que reposaba la barbilla, esperaba con
impaciencia la llegada de algún cliente que le pidiera
una carrera y le echara la bendición con los primeros
quetzales del día. Durante varias horas no se había
movido de entre aquellas dos líneas amarillas que
delimitaban su isla frente al parque a Centroamérica.
Alcanzar la meta diaria de pasajes le parecía algo
imposible, sin embargo, le podría favorecer que cayera
el aguacero que ya estaba puesto en el cielo. La lluvia
siempre traía personas que no estaba dispuestas a
llegar mojadas a su destino y buscaban un taxi.

La mala racha del día le había hecho pensar


que tal vez era momento de dejar el oficio de taxista,
alejarse de aquel gremio al que por casualidades de la
vida ingresó desde muy joven y buscar algo más a qué
dedicarse para llevar el pan a su mesa. Pero, no sabía
hacer otra cosa.

Recordó las historias que le contaban otros


taxistas, más entrados en edad, acerca de años
pasados en los que eran tan solicitados para hacer
carreras, dentro y hacia afuera de la ciudad, que en
ocasiones no se daban abasto para atender todos
los servicios. Antes, el quehacer implicaba andar
manejando de arriba para abajo todo el día sin parar.
Pero, los tiempos cambiaron. El oficio se vio afectado
con la circulación de cada vez más unidades y de
buses ruleteros que cobraban más barato y que se
52 Novela

coronaron como una brutal competencia. Todos los del


gremio se quejaban, incluido él, porque podían pasar
jornadas completas varados, sin realizar un solo viaje
y sin ganar siquiera para la gasolina del carro.

Pequeñas gotas empezaron a impactar sobre


el parabrisas, pero estas cesaron rápidamente. El
tan ansiado chaparrón se hizo esperar. Salvador se
frotaba el rostro cada vez que veía el reloj avanzar de
quince en quince minutos. Estaba tan aburrido que
decidió adelantar una hora la refacción que usualmente
tomaba a las seis. Descendió del taxi para estirar la
espalda cuyas vertebras crujieron y buscó en el baúl
una caja de cartón que contenía un termo lleno de
café y una bolsa de pan dulce —era su esposa la que
colocaba todos los días, desde temprano, la merienda
y la dejaba en el baúl para que la caja no estorbara la
comodidad de los pasajeros—. Ya con las provisiones,
entró en aquella cabina de hojalata que le servía de
oficina y herramienta al mismo tiempo.

El café se había enfriado, un poco más que la


tarde. Lo sirvió en la tapa del termo que la hizo de taza,
con cuidado porque los empaques guangos del cilindro
desparramaban los líquidos. Cada que tenía en las
manos el termo, incapaz de prolongar el calor más allá
de pocos minutos, juraba que compraría uno nuevo,
y siempre otras urgencias desplazaban ese anhelo.
Agarró uno de la media docena de panes de adentro
de la bolsa, lo remojó y comenzó a comer hasta que no
hubo ninguno.

Unas gotas frías, esta vez más gordas, lo


salpicaron al chocar contra la tapicería de la puerta.
Comenzó una llovizna que se convirtió rápidamente en
Novela 53

aguacero. Antes de mojarse la manga del suéter cerró


la ventanilla con la manivela. Ya con el estómago lleno,
comenzó a sentir que la desesperación menguaba.
Tuvo la sensación de que nada le hacía falta a bordo
de su taxi cuya coraza recibía los impactos de agua
y lo mantenía seco. Quedaban pocas horas hábiles
y si no caía un solo cliente debería regresar ante su
familia con las manos vacías. Ya estaba acostumbrado
a llegar ante los suyos, dibujar una sonrisa y decir que
su día había estado bien. Pese a todo, adoraba su
oficio, aunque fuera insuficiente para procurarles la
vida que soñaba y no le permitía alejarlos del borde de
las carencias.

A través de la ventana, vio acercarse una silueta


distorsionada por los surcos de agua en el vidrio. Una
mano llamo a la puerta dando golpecitos. Apuró dos
últimos tragos de café helado y devolvió la tapa al
termo. Al tiempo que giraba con la mano izquierda la
manivela para abrir la ventana, sacudía con la otra las
migas de pan que cayeron sobre su barriga. Descubrió
la imagen de una joven que tenía puesta la capucha
del sudadero para no mojarse el cabello. Identificó
rápido que se trataba de una estudiante porque llevaba
puesta una mochila.

—Buenas tardes, señor. ¿Cuánto me cobra por


llevarme a la universidad? —preguntó la muchacha
con los hombros encogidos.

—Buenas, señorita, ¿a cuál universidad?

—A la San Carlos.

—Le cobro sesenta, señorita.


54 Novela

—¡¿Sesenta?! ¿No puede cobrarme un poco


menos?

—Disculpe usted, no puedo. La gasolina está


demasiado cara.

Salvador ya era experto en los aspectos a


considerar para fijar la tarifa: hora, distancia, clima,
zona de la ciudad, etcétera. Incluso, podía agregar
otras variables como que la joven llevaba prisa, tal
vez iba tarde a una clase importante o a un examen
que debía resolver para ganar una materia. En ese
caso, ella aceptaría pagar más con tal de llegar a
tiempo. Setenta quetzales era una tarifa exagerada,
cincuenta lo justo; entonces, se declinó por pedirle un
precio medio. La joven lo pensó, no podía demorar su
respuesta por el riesgo de llegar al campus empapada.
Y, finalmente, subió de mala gana en el asiento de
atrás.

El taxista encendió el carro, retrocedió y luego


condujo. Bordeó la esquina del Parque a Centroamérica
y se detuvo en el semáforo, frente al antiguo edificio
del Hotel Villareal. La lluvia siempre volvía el tráfico
más pesado, como si tuviera un efecto directo en las
habilidades de conducción de los pilotos, pero todavía
no se notaban sus efectos; al contrario, estaba fluido
y las calles libres. Ante esa circunstancia, para que la
pasajera no se sintiera estafada al pagar tanto por un
via-je tan rápido, Salvador bajó la velocidad con tal de
tardarse más y no recibir otra queja.

—Disculpe —dijo la muchacha—, ¿podría ir


un poco más rápido? Tengo que estar en la clase en
menos de diez minutos.
Novela 55

—Claro que sí, jovencita.

Al motor tampoco se le podía exigir demasiado,


por más a fondo que metiera el acelerador todavía
iba lento. La universitaria se fue tronando los dedos
y chistando el resto del trayecto. Estaba molesta.
Cualquier intento de entablar conversación con ella
hubiera sido inútil.

—Por favor, entre en el parqueo, no quiero


mojarme.

El taxista obedeció la instrucción. Viró a la


izquierda en la rotonda frente al CUNOC. Ingresó al
estacionamiento. Le dijo al guardia en la garita que solo
iba a dejar a una estudiante para que no le cobrara la
cuota por el derecho a parquearse. El predio estaba
repleto de vehículos; algunos mal estacionados en
lugares no permitidos.

—Déjeme allí a la par de esa galera.

—Muy bien.

La muchacha sacó el monedero de su mochila.

—No puedo creer que me cobre tan caro, es


una exageración para ese viaje tan corto —protestó,
al tiempo que buscaba el dinero. Luego le extendió los
billetes al taxista que cayeron en el asiento del copiloto
porque los soltó antes de que él los agarrara de su
mano.

—Discúlpeme, señorita, pero todos los taxistas


del centro manejamos las mismas tarifas —mintió
56 Novela

Salvador, ya que no había un tarifario establecido


dentro del gremio.

—Ojalá que cuando Cabina Exprés comience a


funcionar en la ciudad estos taxis de mala muerte se
acaben —dijo la joven que se bajó al lado de un pasillo
techado y cerró la puerta de sopapo sin provocar
ninguna reacción en el taxista, pues ya estaba
acostumbrado a manejar inconformidades de sus
clientes; esa rabieta no había salido tan mal, porque
en ocasiones anteriores fue objeto hasta de las peores
injurias.

Salió de las instalaciones del plantel. Condujo de


regreso al parque para estacionarse en su isla. A pesar
de que el primer ingreso rompió con la mala racha del
día, no se sintió airoso. El dinero de la estudiante no
fue lo único que se quedó con él después de aquella
carrera, porque el resto de la tarde le estuvo dando
vueltas en la cabeza algo que ella dijo. No tenía que ver
con que lo hubiera tachado de taxista de mala muerte,
sino con esa empresa de taxis, Cabina Exprés, de la que
ya había escuchado antes. Él sabía que funcionaba en
las grandes ciudades del mundo y no creía posible que
comenzara a funcionar en Quetzaltenango. Pero vaya
que, si lo hacía, representaría un serio problema para
el gremio a tal punto de poder acabar con su oficio y el
de sus compañeros para siempre.

-2-

La lluvia que trajo el único cliente del día


también se llevó la suerte cuando menguó, pero en el
cielo se quedó instalado un resplandor grisáceo, como
si el astro rey se hubiera despedido sin exhibir su
Novela 57

ocaso. Salvador esperó adentro del cacharro inmóvil


frente al parque las próximas dos horas. En ese
lapso, únicamente se acercó una pareja de novios a
preguntarle por el precio de la carrera hacia una casa
en la zona tres, cerca de la Sagrada Familia. Luego de
escuchar la tarifa dijeron que preferían caminar.

—Si no quieren que los lleve yo, que los lleve la


chingada —respondió el taxista para sí mismo; era una
frase usada por los del gremio cuando algún peatón
decidía no contratar el servicio por la razón que fuera.
Ante la falta de movimiento, decidió bajar de la
nave a estirar otra vez las piernas para no terminar
sufriendo de calambres. El esfuerzo para pararse
cada vez era mayor. Pasar sentado tanto tiempo, y
una dieta que incluía refacciones de café azucarado
y pan dulce, le había gestado una barriga que aún no
era suficientemente grande como para considerarse
gordo; empero, en ese camino iba.

La noche cayó redonda. Las lámparas esféricas


del parque, sostenidas por pilares metálicos, parecían
cuerpos celestes alineados que sostenían una lucha
a muerte con la oscuridad del vacío y orbitaban
alrededor del Templete. El cemento del suelo mojado
brillaba al reflejar la luz blanca de las esferas, y los
árboles escasamente alumbrados parecían guardianes
tenebrosos de algún tesoro invisible.

Desde la acera de la plaza, Salvador reconoció


que estaban dos de sus compañeros reunidos en la
banca, a un costado del Templete, en donde solían
juntarse para chismorrear y jugar cuchumbo. No era
necesaria una invitación para integrarse, por más
privada que pareciera una conversación, cualquiera
58 Novela

—siempre que fuera taxista— podía unirse con solo


llegar. Salvador se acercó a ellos.

—Buena tarde, Chavita. ¿Qué dice esa vida?


—saludó Fabricio Martínez.

—Por ahí vamos, don Fabri, jalando la carreta.


La situación no hay modo que empareje. Y ustedes,
¿cómo están?

—Igual. Hoy estuvo muerto el pasaje. Por lo


menos hay salud —contestó el otro taxista, Vicente
Illescas, a quien apodaban el Copetín porque su
envergadura hacía recordar esos chorizos pequeñitos.
Fabricio, en cambio, era más alto y delgado, aunque
la edad comenzaba a imponerle una ligera curvatura
en la espalda. Las canas que le poblaban la mayor
parte de la cabeza y la nariz aguileña, su rasgo más
notable en el rostro, le aportaban el toque a su buena
presencia. Fabricio llevaba más de veinte años en el
oficio, y, en ese entonces, ejercía su quinto período
como secretario general del Sindicato de Taxistas
Unidos de Quetzaltenango.

—¿La familia cómo está?

—Muy bien, gracias —contestó Salvador.

—¿Y cómo están Milton y Pedrito? —una de las


virtudes de Fabricio era que podía recordar el nombre
de las esposas, padres e hijos de cada uno de sus
homólogos y con solo mencionarlos en las pláticas
se granjeaba simpatía de parte de los afiliados a la
organización.
Novela 59

—Los dos están muy bien… creciendo. Milton


ya va en tercero primaria. Ahora Pedrito acaba de
cumplir su primer año.

—El tiempo pasa volando. Es increíble. Me


los saludás por favor y me les dás un fuerte abrazo a
todos.

—Gracias, don Fabri. Saludos también por su


casa. Otros dos taxistas, Ricardo el Pacha Agustín
y Rolando el Cabra Morales, llegaron a saludar y se
sumaron a la reunión.

—Ahora que somos cinco ya está bonito el


grupo para jugar un par de rondas de cuchumbo —dijo
Copetín, quien siempre fomentaba los juegos de azar
entre compañeros.

—Claro que sí —respondió Fabricio; cuando


él estaba presente no se iniciaba el juego sin su
aprobación—. Pero, que jueguen solo los que quieran
porque de seguro todos hemos tenido un mal día.

—¡Miren qué cabrones! Ni hemos terminado de


saludarnos y ya nos están induciendo al bendito juego
y las apuestas. Yo le entro, ¿de cuánto va el primero?
—intervino Cabra.

—Empecemos con poco. ¿Les parece de a


cinco pescaditos?

—Yo juego un par de rondas —aceptó Pacha—.


Hoy llevé en el taxi a un par de gringas, de repente me
dejaron la suerte del norte.
60 Novela

—O vos les pegaste la suerte chapina. Ja, ja,


ja —se carcajeó Cabra, provocando que los demás
rieran.

Todos aceptaron jugar la primera ronda con una


apuesta de cinco quetzales por cabeza.

—¿Quién tira primero?

—Que comience Chava la primera ronda —


propuso Fabricio, refiriéndose a Salvador; el hecho de
que lo llamaran por la abreviatura de su nombre incluía
el gran beneficio de que no lo bautizaron nunca con
ningún apodo derivado de sus atributos.

—Muy bien, gracias por el privilegio mi querido


secretario general.

Salvador recibió el bote de hojalata y puso


adentro dos dados blancos, no sin antes darles un
soplido de la buena suerte. Lo agitó un poco y luego
dejó caer los dados sobre el cemento húmedo de
la banca. Estos rodaron hasta que finalmente se
estancaron marcando juntos el número once.

—¡Ya nos carroceó la chingada! —exclamó


Cabra dando ligeras muestras de aquel vocabulario
que le había dado origen a su apodo.

A menos que alguien lograra un doce, esa


partida ya tenía un ganador. Los demás fueron tirando
uno a uno, pero nadie fue capaz de atinar un seis en
cada cubo. Salvador se llevó los veinticinco quetzales
en el poso de las apuestas de aquella primera ronda.
Novela 61

Para la segunda apuesta le concedieron a


Cabra el primer turno. Al revolver los dados en el bote
meneó el cuerpo con un movimiento serpentino que le
hizo vibrar toda la osamenta. Lanzó con el brazo largo
y flacucho. Un dado cayó sobre la banca marcando
un uno, y el otro rodó metro y medio sobre el suelo.
El lanzador se agarró los cabellos mientras caminaba
despacio hacia el dado para conocer el resultado: la
cara afilada y resplandeciente del dado marcaba un
miserable dos. Todos comenzaron a mofarse. Cabra
nunca ganaba, parecía atraer lo malo con su modo de
ser quejumbroso. El último en tirar fue Copetín, sacó
un diez y se llevó el premio.

—Yo ya no juego. No solo tuve un día de la


patada y todavía estoy perdiendo mi pisto con ustedes.

—Tranquilo Cabra que a todos nos toca ganar o


perder a veces —Intentó Copetín calmarlo—. Solo una
ronda más, quizá la tercera sea la de la suerte.

—¿Quién tira? —preguntó Salvador.

—Vaya usted estimado Pacha —Concedió


Fabricio.

Pacha no tuvo tanta suerte, en ese intento


solo logró reunir un cinco. Luego tiró Salvador y sacó
un seis. Después Copetín, un nueve. Cabra fue el
penúltimo e hizo un excelente diez por encima de
todos los demás. Al ver su resultado festejó levantando
los brazos magros por haber obtenido una merecida
victoria, pero celebró muy temprano. Todavía faltaba el
turno de Fabricio y cuando este lanzó logró acertar un
definitivo seis en cada dado. Todos volvieron a estallar
62 Novela

en risas de burla hacia el perdedor que ya se hacía con


el premio.

—¡Váyanse todos a freír jocotes, hijos de su


chingada madre! ¡Me voy!

—No, no, Cabra, por favor espere —Le pidió


Fabricio a su compañero que ya iba caminando dándoles
la espalda hacia su taxi, pero se detuvo cuando oyó el
pedido de su líder sindical y volvió, a regañadientes, a
integrarse en el círculo—. Compañeros, quiero ceder
el premio de esta última ronda a nuestro buen amigo
Rolando Cabra Morales, si ustedes están de acuerdo.
Todos comenzaron a aplaudir el buen gesto del
secretario general en señal de aprobación.

—Muchas gracias, don Fabri, no sabe cuánto


se lo agradezco. Lo recibo solo porque no me cayó ni
una carrera en todo el día y necesito para los frijolitos
de mañana.

—No se preocupe usted, amigo, que aquí


estamos todos para apoyarnos. ¿Verdad muchachos?

Todos respaldaron la afirmación solidaria.

El cielo comenzó a retumbar y un rayo rojizo


se vislumbró como un tallo contenido en un florero
de nubes. Comenzaron a caer gotas gruesas y
frías de esas capaces de disipar reuniones en sitios
descampados.

—Se nos vino el aguacero, amigos míos —dijo


Fabricio. Los demás esperaron a que él se despidiera
para romper filas—. Antes de que se vayan, quiero
Novela 63

anunciarles que voy a convocar a una asamblea


extraordinaria en los próximos días. El secretario de
comunicaciones, don Cabra, les comunicará fecha y
hora exactas. Vamos a tratar un tema delicado que
puede venir a afectarnos más todavía. Solo les pido
que investiguen en estos días en Internet un poco
acerca de una empresa que se llama Cabina Exprés.
Es probable que comience, o que haya comenzado,
a funcionar aquí y nos va a hacer la competencia.
Debemos ver qué hacer para impedirlo. Me dio gusto
saludarlos a todos. ¡Seguimos en la lucha!

El círculo se rompió rápidamente. Cada uno


tomó rumbo hacia su carro para resguardarse. La forma
apresurada en que se despidieron para no mojarse,
no le dio tiempo a Salvador para hacer el comentario
de que precisamente su única pasajera del día había
mencionado ese nombre que ya empezaba a causarle
resquemor; Pensó que lo informaría a la asamblea del
sindicato llegado el momento.

-3-

A eso de las ocho y media, en el Parque a


Centroamérica no quedaban transeúntes. La lluvia
había arreciado y menguado por momentos en un
ciclo sin tregua. Las luces de los carros rondaban las
calles alrededor de la plaza y estos, con las llantas,
generaban un sonido como de ola motorizada cuando
pasaban. Sin esperanza de llevar a casa más plata,
Salvador se resignó a terminar la jornada con solo
una carrera en todo el día y la ganancia obtenida en
la ronda que ganó de cuchumbo. Al menos una cena
caliente lo esperaba en el calor de su hogar.
64 Novela

Arrancó el taxi, activó los limpia brisas que


expandían en cada vaivén una película grasosa en el
vidrio que opacaba la visibilidad. Cuando eso pasaba
y se le dificultaba ver el camino, también se prometía
que pronto cambiaría los dispositivos, pero en el fondo
era consciente de que no lo haría pues otras urgencias
de seguro iban a posponerlo indefinidamente. Condujo
sorteando autos y adivinando algunos cruces que sabía
cuándo hacer porque conocía las calles mejor que a su
propia alma. Al llegar, detuvo la marcha del auto enfilado
frente al portón de malla de su vivienda. Antes de bajarse
a abrir para guardar la nave en el zaguán, revisó su
billetera y dio gracias al cielo porque no estaba vacía. Era
poco, pero era algo para proveer los alimentos del otro
día y algo de combustible. Cuando se bajó del carro, las
gotas le hicieron sentir picaduras frías en el cabello y los
hombros. Tuvo dificultades con el portón desvencijado, le
costó liberar los pasadores. En la demora, la lluvia le mojó
toda la ropa. Finalmente pudo abrir y guardó el taxi.

La puerta de entrada a la pequeña casa se abrió


antes de que Salvador tocara la manija. Jaqueline
Rosa escuchó el crujido del portón oxidado y salió a su
encuentro. Se saludaron con un beso de aquellos que
nunca faltan, pero son ceniza de pasión viva.

—Andá a cambiarte y luego venís a cenar —dijo


Jaqueline Rosa. Hacía gala del camisón que usaba
para ir a la cama.

—¿Y los patojos? —preguntó Salvador.

—Estuvieron esperándote, pero no aguantaron


el sueño. Mañana Milton va a la escuela. A Pedrito lo
dejé dormido en la cuna hace unos diez minutos.
Novela 65

Salvador dibujó un puchero efímero de


tristeza. A veces salía de casa antes de que sus hijos
despertaran y casi siempre volvía cuando ya dormían.

—Ahorita vengo, me voy a quitar esta ropa.

Salvador caminó por el pasillo que daba a los dos


únicos cuartos. Se detuvo ante la puerta entrecerrada
para ver hacia adentro de la habitación de Milton.
Asomó el ojo, vio la cama de su hijo mayor y esperó
hasta notar su respiración moviendo el poncho con el
que se cubría. No quiso entrar para no despertarlo.
Se dio media vuelta y entró en la habitación marital.
Al lado de la cama matrimonial estaba la cuna donde
dormía Pedrito. También se asomó a contemplar la
profundidad de aquel sueño despreocupado. Pensó en
cómo para un niño pequeño era tan fácil confiar en que
todo estaba bien y cómo la vida se iba complicando a
medida que uno crecía.

—¡Apurate que se va a enfriar! —gritó Jaqueline


desde la cocina.

Salvador salió de la reflexión. Tomó del gavetero


el pantalón de franela a cuadros que usaba para dormir
y una playera blanca que le iba apretada. No se puso
un suéter. La casa no era tan fría por dentro pues él se
había encargado de aplicar, antes de entrado el invierno,
chapopote en la terraza para repeler la humedad que
podía afectar la salud de su familia. Ya cambiado, fue al
comedor. Encontró a su esposa revolviendo una paleta
en un sartén sobre la estufa.

—No te pregunté cómo querías los huevos. Te


los hice revueltos.
66 Novela

—Gracias, revueltos están bien.

—En la mesa hay frijoles y chirmol. Solo


quedaron dos tortillas. ¿Vas a tomar café?

—Sí, por favor, pero ralo porque últimamente


me quita el sueño —contestó Salvador y se sentó en
una de las sillas de la mesa redonda.

—¿Cómo te fue hoy? —Jaqueline se acercó


para servir los huevos en el plato de su marido,
dispuesto sobre un individual de tela raída.

—Estuvo bajo. Una sola carrera en todo el santo


día —el taxista comenzó a comer, con ansia.

—¿Fue lejos?

—No. Apenas del parque para el CUNOC.

Jaqueline Rosa preguntó acerca de la distancia


porque sabía que mientras más lejos la carrera más
ingresos habría. No menospreció el fruto del oficio
de su esposo, pero parecía ser muy poco. Sabía
que apenas alcanzaría para ir a la tienda y comprar
la comida del día siguiente. Guardó silencio mientras
lavaba el sartén y otros trastos en el lavaplatos.

—¿Y tú día qué tal estuvo? —preguntó Salvador


a su esposa.

—Pues… bien. En la mañana hice oficio y


cociné lo del almuerzo; hice espaguetis con salsa
roja. Bañé al bebé, lo cambié y jugué con él; ya va
queriendo caminar solo. Después fuimos a recoger a
Novela 67

Milton a la escuela. Pedrito, como siempre, se vuelve


loco cuando ve a tanto niño.

—Ya me lo imagino. Dentro de poco, él también


va a ir a la escuela y va a tener sus propios amigos.

—De seguro. Pinta a que va a ser muy amigable.


Le gusta la gente.

Jaqueline apagó la hornilla en la que hervía el


agua para el café. Sirvió en una taza de vidrio, le puso
un cuarto de cucharada de café instantáneo y una de
azúcar. Luego llevó la taza a la mesa y se sentó al lado
de Salvador que ya estaba terminando de comer.

—¿Y por la tarde?

—Después del almuerzo ayudé a Milton con sus


tareas. Lavé y tendí la ropa. Es difícil hacer el oficio
porque Pedrito está muy inquieto, no me deja hacer
nada, pero como a las tres se quedó dormido un par
de horas. Aproveché para recostarme y ver tele. Al rato
me quedé dormida yo también. Les hice de cenar a los
dos a eso de las siete. Eso fue todo.

—Te prometo que el domingo voy a pasar más


tiempo con los niños y te voy a ayudar aquí en la casa,
para que descansés.

Jaqueline sonrió y acarició suavemente la mano


de su esposo. Salvador escuchaba a diario sus relatos
monótonos y veía que en sus ojos se había apagado cierta
chispa de esperanza, como si la rutina hubiera consumido
todos sus anhelos, y se juraba a sí mismo que un fin de
semana cercano iba a llevarla a la playa con los niños.
68 Novela

—Ah, mirá, por cierto, te estuvo llamando tu tía


Margarita —recordó Jaqueline Rosa—. Me dijo que te
llamó al celular, pero nunca le contestaste.

—Sí, me estuvo llamando desde el número de su


casa. No respondí. Hoy no tenía ánimos de hacerle los
mandados. Siempre me llama cuando necesita algo.

—Tenés razón. Dijo que tu tío Félix tiene cita


mañana en el IGSS, pero que el carro lo tienen metido
en el taller y quería ver si hacías favor de llevarlo. Su
cita está para las ocho y media.

Salvador dibujó un gesto de hastío que fue


desapareciendo de su rostro a medida que meditaba
sobre aquello. El tío Félix había sido una figura
importante para él en su niñez y en su juventud;
todavía seguía siéndolo. Fue él quien lo inicio en el
oficio de taxista y le enseñó la mayoría de cosas que
sabía. Además, también era su padrino de bautizo,
confirmación y de bodas. Para ser honesto consigo
mismo, el pasaje entre siete y diez de la mañana
estaba muerto respecto de las demás horas del día.
No perdía nada con llevarlo a la consulta, quizá solo un
poco de gasolina.

—¿Te puedo pedir un favor? ¿Podrías


comunicarte con la tía Margarita y decirle que voy a
llegar por mi padrino a las ocho menos cuarto? —pidió
Salvador.

—¿Y por qué no la llamás vos?

—Porque ella siempre alarga la plática y de


verdad estoy cansado.
Novela 69

—Muy bien. Ahorita la llamo. ¿Te doy alguna


otra cosa de comer?

—No gracias, ya estoy lleno. Todo estuvo rico.

Jaqueline recogió la mesa. Lavó el resto de


trastes sucios en el lavaplatos en menos de un minuto.

—Te dejo aquí lo del gasto para la comida—


dijo Salvador y dejó un billete de cincuenta quetzales
sobre el refrigerador. El resto de lo ganado lo usaría en
comprar medio galón de gasolina que, esperaba, fuera
suficiente para hacer el mandado del tío y llegar a su
isla frente al parque—. Mañana te doy más.

—¡Gracias! Andá a acostarte. Hago la llamada


y te alcanzo.

Salvador fue a la habitación, se desplomó sobre


la cama y se quedó dormido de inmediato. Jaqueline lo
cubriría con un poncho cuando llegara a acompañarlo
y la rutina habría terminado. Sin más conversación, sin
más nada de nada.

-4-

Un golpe seco proveniente del garaje, que


colindaba con la habitación donde dormía él, su
esposa y Pedrito, despertó a Salvador. Tentó a su lado,
pero estaba solo en la cama. Jaqueline acostumbraba
levantarse antes, para sacar el termo del baúl del taxi,
lavarlo y dejarlo listo para llenarlo con más café o con
té Chirripeco. Y el portazo cuando cerraba la cajuela
se había convertido en una alarma despertadora.
70 Novela

Los hábitos matutinos de la pareja eran bastante


invariables, salvo cuando el niño lloraba por hambre,
frío o dolor de panza y los desvelaba, se quedaban
unos veinte minutos más acostados. Normalmente, él
se levantaba a las seis en punto, tomaba un baño y
se cambiaba. Jaqueline despertaba a Milton, cocinaba
y servía el desayuno; a veces con Pedrito en brazos
cuando ya se había despertado. Apuraban juntos el
desayuno generalmente de huevos, frijoles y pan.
Luego Salvador iba a arrancar el auto, mientras ella
arreglaba al niño —se aseguraba de que tuviera la
camisita adentro del pantalón, de que usara cincho y
suéter, de que los zapatos estuvieran limpios y de que
llevara todo lo necesario en la mochila—, y preparaba
el termo con café y la bolsa con una media docena
de panes dulces. Ella iba a subir al hijo mayor en el
asiento del copiloto, en tanto el padre de familia iba a
lavarse los dientes y a ponerse el suéter. Se reunían
todos en el garaje. Salvador abría el portón, daba un
beso de despedida a Jaqueline, entraba en el taxi y
retrocedía.

—¡Qué Dios te acompañe! —se despedía ella y


cerraba el portón. Si el niño pequeño seguía dormido,
ella también regresaba a dormir un rato más.

Salvador conducía hacia la escuela Mariano


Valverde que quedaba a unas cinco cuadras, y dejaba
a su hijo para recibir clases. Después iba hacia el
parque, se estacionaba en su lote y comenzaba la tarea
de ejercitar la paciencia a la espera de algún cliente.
Pero ese día, después de la parada en la escuela,
cambiaría de rumbo hacia la casa del tío Félix en la
colonia el Bombero, para llevarlo a su cita médica en
el Instituto Guatemalteco de Seguridad Social. …
Novela 71

El tío Félix era importante para Salvador


porque cuando su padre falleció —siendo él un niño
pequeño—, se hizo cargo de apoyar a su madre viuda.
Estuvo pendiente todo el tiempo de aquella familia
que apenas lograba sostenerse con los ingresos de
una progenitora que, al faltar el paterfamilias, tuvo
que emplearse en el aseo de casas por día y en el
lavado y planchado ajeno para sacar adelante a su
único hijo. En las vacaciones de la escuela, el tío Félix
pasaba ciertos días a recoger a Salvador para que lo
acompañase en su jornada de taxista y aprendiera
un oficio con el que ayudar con los gastos. El pupilo
aprendía todo lo posible, pero mientras no tuvo
licencia de conducir la hacía de voceador en el Parque
a Centroamérica —ofrecía los servicios de “el mejor
taxi de toda la ciudad” a los peatones que se asomaban
en busca de una carrera; el de Félix, por supuesto—, a
cambio de una comisión por cada cliente que lograba
captar. Con eso contribuía mínimamente con los gastos
de la casa. Al cumplir la mayoría de edad, Salvador
sacó la licencia y consiguió empleó como piloto de una
unidad rotativa propiedad de un empresario local. Fue
así como oficialmente se convirtió en un taxista. Trabajó
casi los cinco años en ese empleo en el que no ganaba lo
suficiente como para ahorrar y hacerse de su propio taxi.

El tío Félix todo el tiempo estuvo al pendiente


de su pupilo, aun cuando ya era mayor de edad y el
muchacho contara con su propio trabajo. Y, cuando
la mamá de su ahijado falleció a causa de un terrible
cáncer gastrointestinal, continuó siendo el consejero
que lo ayudó a salir del hoyo y lo guió para que no se
fuera a descarriar por el sendero de los vicios al que lo
podía conducir su desdicha.
72 Novela

En el año dos mil siete, Félix tuvo un


desafortunado accidente de tránsito y las autoridades
le suspendieron su licencia de conducir, después de
más de treinta años de prestar el servicio. Al fin del al
cabo, Félix se vio obligado a retirarse forzosamente de
aquel oficio que amaba. Y en lugar de vender el carro
y ceder los permisos municipales para poder circular
como taxi, decidió darle la unidad a Salvador con
todo y línea a cambio de una cuota mensual bajísima.
Pese a lo que el accidente representó para su tío,
Salvador no tuvo más opción que aceptar un vehículo
que muy difícilmente hubiera podido granjearse con
sus propios medios. Por todo eso, Félix era el titular
de un profundo agradecimiento de parte de Salvador
que siempre estaba dispuesto a socorrerlo, aunque a
veces lo hiciera en principio a regañadientes.

-5-

En el cielo estaban instaladas unas nubes ralas


que eran fácilmente atravesadas por una luminosidad
que prometía que el día iba a transcurrir sin lluvia.
Salvador condujo con el tapasol bajo porque el brillo
le encandilaba, y en quince minutos llegó a su destino.
Se estacionó frente a aquella pared de ladrillo hasta la
mitad y luego de lámina galvanizada pintada de rojo.
Se bajó a tocar la puerta con los nudillos. Al poco,
oyó unos pasos ligeros y una voz quebradiza le habló
desde el otro lado:

—¿Quién es?

—Soy yo, madrina, Salvador.

—Ahorita te abro, hijo.


Novela 73

Se escuchó el sonido metálico de un llavero y la


chapa tronó dos veces. Luego la tía Margarita echó un
ojo a través del filete entre la puerta entreabierta y la
pared para asegurarse de que no se tratara de algún
ladrón, y tras constatar la identidad de su ahijado,
abrió.

—¡Qué gusto verte, Salvador! —saludó


Margarita con un abrazo apretujado y un beso en la
mejilla.

—¡Es un gusto verla, tía! —correspondió el


ahijado—. Se ve muy bien. Creo que está rejuveneciendo.

—Ja, ja, ja. Ya quisiera. Cada día estoy más


cerca del hoyo. Pero te agradezco por las flores.

—Para nada. Se ve usted muy bien.

—¡Pasa adelante, hijo! ¿Te ofrezco algo de


tomar? ¿Ya desayunaste?

—No se preocupe tía, Jaqueline no me deja


salir sin desayunar. Y tampoco quiero retrasar a mi
padrino.

—Ah, bueno, te lo vas a perder. Pero vénganse


un domingo a almorzar con Jaqui y los niños. No nos
dejen en el olvido.

—Claro que sí, tía. Usted nos avisa y nosotros


venimos sin falta.

—Ahí viene ya el hombre —advirtió Margarita


los pasos de su marido.
74 Novela

El tío Félix apareció. Vestía con esa formalidad


que solían exhibir las personas de antes: pantalón de
vestir planchado, camisa celeste, suéter de botones
y zapatos color vino tinto bien lustrados. Su paso se
notaba un poco lento, parecía que cojeaba.

—¿Cómo estás ahijado?

—Estoy bien, padrino, y usted, ¿cómo se


siente?

—Ahí voy, como dicen: jalando la carreta. A esta


edad ya solo achaques es uno. Salvador notó que el
tío sí estaba envejeciendo, quizá más rápido que ella,
aunque eran de la misma edad. Su rostro se veía más
delgado y el cutis arrugado; en general, parecía como
si se hubiera encogido.

—Te dije que te pusieras un suéter más caliente


—reclamó Margarita, más por la pura costumbre de
reclamarle cosas—. Allí en el IGSS es frío, te vas a
congelar.

—Deja que me vaya ya mujer, no quiero llegar


tarde. Félix pasó al lado de su esposa sin hacerle caso
y sin darle un beso de despedida. Los años le habían
dado la suficiente confianza para saber que estaría allí
cuando regresara.

—Adiós, tía Margarita. Al rato le traigo de vuelta


al señorón —Salvador sí se acercó a despedirla.

—Mejor si te lo llevas un buen rato para que no


me esté jodiendo aquí en la casa. Te agradezco mucho.
Iba a llevarlo yo, pero el carro se descompuso y se fue
Novela 75

al taller. Cuando Jaqui me llamó para contarme que


vendrías, le dije a Félix que iba a acompañarlos, pero
no quiso. Seguro quiere pasar una mañana de chicos.

—Ja, ja, ja. No hay pena, madrina. Recuerde


que, dentro de mis posibilidades, les voy a apoyar
siempre.

—Hasta pronto, hijo.

Salvador quitó con la llave el seguro de la


puerta para que su padrino subiera en el asiento del
copiloto, y después entró en la cabina. Félix emitió un
quejido cuando finalmente logró aterrizar en el sillón.
Después recorrió con la vista el tablero gris del auto, el
timón, la palanca de conducir. Incluso, bajó el tapasol
y comprobó el estado del espejito en el que su mirada,
cubierta de una membrana blanquecina, se reflejó.

—Lo tenés bien cuidado, está casi igual a


cuando te lo di —dijo Félix para destacar el buen
estado del interior de aquel auto que antes fue suyo.

—Tengo que tratar bien el legado, padrino;


porque era suyo y porque con este carrito me gano las
tortillas.

Félix asintió y dibujó una sonrisa que se fue


apagando para morir en el silencio. Salvador echó a
andar el motor y comenzó a conducir.

—Sabés hijo, ser taxista es un gran trabajo,


pero uno nunca está conforme. Yo antes, cuando
estaba en la calle haciendo carreras todo el santo día,
deseaba que la jornada terminara rápido para poder
76 Novela

ir a la casa con mi mujer y mis niños. Ahora que estoy


todo el tiempo allí, desearía volver al trabajo.

—Tiene razón, tío Félix, pero usted sabe que


si algún día lo quiere puede hacer un par de carreras
en esta nave. Como yo lo veo, el taxi sigue y seguirá
siendo suyo.

—Muchas gracias, Salvador, pero después de


lo que me pasó, no me siento capaz de volver siquiera
a manejar un carro. Además, ya estoy muy viejo.

—No lo creo, usted todavía tiene para dar


batería. Entiendo que esa injusticia que lo tocó vivir…

—Mejor no hablemos de eso, ya quedó en el


pasado. Mejor contame, ¿cómo van las cosas?

Salvador entendió que después de algunos


años su tío todavía no superaba aquella tragedia
que lo llevó al retiro. A veces salía el tema como
si quisiera desahogarse y hablar de ello, pero al
instante se bloqueaba y pedía hablar de cosas menos
desafortunadas para él.

—Con la familia todo bien —contestó Salvador—.


Jaqui está bien al igual que los niños. En cuanto al
trabajo, para ser honesto, no es la mejor temporada.
Hay días buenos, otros malos y otros peores en los
que no cae ni un solo cliente. Me toca muy a menudo
regresar a la casa con la cartera vacía. Intento no
desesperarme.

—Ya era difícil en mis últimos años…—


respondió Félix con la voz pausada y trémula—. Antes,
Novela 77

hubo temporadas en las que me mantenía yendo y


viniendo, llevando pasajeros. No tenía ni un minuto
para aburrirme. Eran otros tiempos.

—Eso es cierto. Ahora somos más de


seiscientos taxistas en la ciudad. Eso, además de los
buses urbanos, ha afectado mucho. Y parece que la
cosa podría empeorar.

—¿Por qué decís? —preguntó Félix. Hasta se


acomodó en la butaca para escuchar la respuesta.

—Mire, padrino, ayer nos juntamos a jugar


cuchumbo en el parque con don Fabricio, Copetín,
Pacha y Cabra. Y don Fabricio nos comentó la
posibilidad de que en la ciudad comience a funcionar
una nueva empresa de taxis que se llama Cabina
Exprés. Una pasajera también me comentó ayer algo
al respecto.

—¿Cabina Exprés? Me suena el nombre, pero


no recuerdo dónde lo vi. ¿Y qué hay con eso?

—Pues nada. Tampoco sé mucho, pero don


Fabri nos dijo que investigáramos en el Internet y que
iba a convocar a una asamblea para tratar el tema.
Dijo que debíamos hacer algo para impedir que esa
empresa logre entrar en Xela.

—Eso está muy bien. Es importante tomar


medidas si los trabajos de todos están en riesgo.
¿Fabricio sigue de secretario general?

—Sí, él continúa en el cargo.


78 Novela

—El bueno de Fabricio, aparentemente es un


gran muchacho. Espero que sea un mejor líder que
yo— dijo Félix; recordó los tiempos cuando él fungía
en ese puesto.

—No creo que haya alguien mejor que usted,


padrino. Pero Fabricio ha tratado de llenar el gran
vacío que usted dejó.

Félix sabía que le había puesto bastante garra


a la lucha para mejorar siempre las condiciones de
los afiliados a la organización. En el fondo, estaba
consciente de que sí hizo un buen trabajo en aquellos
años, y por eso todos los taxistas del parque le
guardaban una gran estima. Siempre supo cómo
hacer las cosas. Fue un verdadero estratega. Pero,
también era modesto y no admitiría ante su sobrino,
en ese momento, que como líder sindical dejó la vara
demasiado alta.

—Si hay algo que pueda hacerse para que esa


compañía… ¿cómo me dijiste que se llamaba? —
Salvador le recordó el nombre—. Creo que Fabricio
encontrará alguna movida para que esa charada no
funcione aquí. Confíen en él.

—Por supuesto. De todas formas, le estaré


contando por si a usted se le ocurre alguna idea.

—Por supuesto, lo que sea por el gremio.


Salvador detuvo la marcha, con las luces de
emergencia, a un lado de la acera que bordeaba las
instalaciones del IGSS. Habían llegado unos minutos
antes de la cita.
Novela 79

—Ya llegamos, padrino. Para entrar tiene que


caminar hacia esa puerta de allí.

—Muy bien. Espero que no tarden mucho en


atenderme, la última vez me tuvieron esperando como
cuatro horas esos hijos de su mera madre.

—Deme un timbrazo cuando salga, así lo


vengo a recoger. Mientras, voy a ir al parque, espero
conseguir por lo menos una carrera.

—Gracias, Salvador. Ya vas a ver que por


hacerle una campaña a este viejo ahora vas a tener
buena racha.

Félix salió del carro, cerró la puerta y cojeó


hacia la entrada del instituto. Salvador se preguntó a
sí mismo por qué no visitaba seguido a su padrino si
disfrutaba mucho de pasar tiempo con él.

-6-

El buen augurio del tío Félix resultó ser cierto.


De regreso al parque, al pasar por la tercera calle de la
colonia Molina, una señora vestida con ropa deportiva
le hizo la parada. Al principio estaba incrédulo, pensó
que tal vez le hacía señas a otro carro. Bajó la velocidad
y pudo confirmar que sí era a él cuando la mujer le
gritó: «¡Taxi!». Ya eran escasos los clientes que iban
a requerir un servicio al parque, pero no tanto como
los que solían detenerlo en la calle en plena marcha.
Bajó la ventanilla y se detuvo frente a la casa de color
melón con portones blancos.

—Buenos días, señora. A sus órdenes.


80 Novela

—Buen día. Necesito ir por la Ciudad de los


Altos. ¿Cuánto me cobra por ida y vuelta?

—Por llevarla y traerla de regreso…—Salvador


calculó la distancia y el tiempo de la carrera—, cien
quetzales.

—Muy bien, lléveme entonces.

La mujer subió en el asiento de atrás, sin


ningún tipo de regateo. Al considerar el aspecto
de su pasajera —cabello rubio, tez blanca y traje
deportivo—, supo que quizá podía tratarse de una
ama de casa acomodada que, consiguientemente,
podría haber pagado hasta cincuenta quetzales más
por la carrera. Sin embargo, habiéndolo ya fijado, no
podía aumentar el precio. Confirmó con la cliente el
destino y condujo.

—¿Qué tal va todo, señora? —se aventuró


Salvador a preguntar.

—Bien, joven. Pero cometí una tontería. Salí


a ver si conseguía algunas cosas en la tienda y dejé
adentro las llaves de la casa y del carro. No tengo como
entrar, por eso necesito ir por una copia. Ni siquiera el
celular saqué para llamar y pedir ayuda.

—Comprendo, señora, esas cosas suceden. A


veces uno anda distraído.

—Sí, pero por suerte hace tiempo hice unas


copias que guarda mi mamá para emergencias.

—Es una virtud el ser precavidos.


Novela 81

La conversación se fue tornando a meros


asuntos banales como el clima y el tráfico pesado que
aumentaba cada año. Cerca del destino, la mujer dio
las últimas instrucciones para llegar finalmente a una
casa de esquina, construida en dos lotes de terreno,
con acabados vistosos.

La pasajera dijo que no tardaría nada. Bajó del


taxi, fue a la puerta de madera de doble hoja, presionó
el botón en un intercomunicador y se anunció. A los
segundos, se oyó como destrabaron el cerrojo de la
puerta y ella entró.

Pasaron los primeros quince minutos sin


que la señora volviera. Salvador apagó las luces de
emergencia; ante la demora no tenía caso mantenerlas
encendidas. Él era paciente, en muchas ocasiones le
tocaba esperar a los usuarios, sin embargo, la espera
también tenía un costo. Si transcurría por lo menos
otro cuarto de hora sería suficiente para aumentar el
cobro de la carrera en unos treinta quetzales. Por lo
que, para su conveniencia, cada minuto transcurrido
incrementaba su tarifa.

De pronto, la pasajera salió de la casa y se


apresuró al taxi.

—Disculpe, joven, no encontramos las copias


de las llaves. ¿Podría esperarme otro ratito?

—Sí, con mucho gusto. Solo le comento que


tendrá que pagar un poco más por la espera.

—Por el pago no se preocupe. Usted me dice


después cuánto le debo.
82 Novela

—Muchas gracias, señora. Disculpe usted.

—Ahorita regreso —La mujer fue corriendo de


nuevo hacia adentro.

Entretanto, había pasado ya una hora desde


que dejó al tío Félix en el IGSS. Era muy pronto,
aun así, Salvador revisó el teléfono para ver si tenía
alguna llamada perdida. Y sí tenía una, pero no de
su padrino sino de Rolando Cabra Morales. Cabra
era el secretario de comunicaciones del Sindicato —
una chistosa contradicción dado su modo irritable,
malhumorado y su lenguaje vulgar—, por lo que,
dentro de sus funciones, figuraba realizar llamadas
para trasladar información importante a los afiliados.
Salvador le marcó de regreso.

—Aló, Chava, ¿por qué no me contestaste,


cabrón?

—Disculpame vos, no sentí que sonara el


teléfono. ¿Cómo estás?

—De a huevo, por un lado, hecho mierda por


otro, pero ahí voy. Te llamé para convocarte a una
asamblea extraordinaria que se llevará a cabo el otro
miércoles a las cuatro de la tarde, en el parque, a un
costado del Templete. Conste que te llamo antes de las
cuarenta y ocho horas de anticipación que mandan los
estatutos, eh.

—Enterado, Cabra. ¿Qué asuntos se van a tratar?

—A eso iba. Es por lo que mencionó Fabricio


acerca de esa jodida empresa que nos va a venir a poner
Novela 83

las cosas color de hormiga. Supuestamente, hasta va


a llegar el abogado del sindicato para asesorarnos. No
sé qué tan grave pueda ser, pero cuando su excelencia
me llamó parecía muy emputado.

—Estaré presente entonces, mi estimado


Cabra. Confirmo mi asistencia.

—¡Más te vale, eh, más te vale!

Salvador cortó. La llamada había sido


desalentadora y le hizo pensar que, si la situación
empeoraba todavía más, si lo del taxi se tornaba ya
insostenible, en verdad sería momento de buscar otra
cosa en qué ocuparse.

Tuvo suficiente tiempo para perderse en castillos


de arena, ya que la pasajera no regresaba. Eso era,
al menos, algo positivo. Una manera de verlo, según
Salvador, era que una de las partes había alterado
las condiciones del contrato y ahora, la otra, quedaba
facultada para modificar la contraprestación. Al no
contar con un taxímetro, era él mismo quien debía
fijar el aumento en la tarifa considerando el parámetro
básico del tiempo y calcular cuántas carreras cabrían
en ese lapso.

Cuando comenzó a exasperarse, Salvador bajó


del taxi para estirar las piernas y caminó lentamente
hacia la puerta de la casa para ver si hallaba señales
de la pasajera y averiguar si sus servicios todavía eran
requeridos. En todo caso, si la cliente ya no necesitaba
la carrera de regreso, debía buscar el pago de la cuenta
hasta ese momento. Pero antes de tocar, la señora lo
sorprendió cuando abrió la puerta y salió apresurada.
84 Novela

—Disculpe usted que lo haya hecho esperar.


Por fin las encontré —dijo y le enseñó al taxista un
manojo de al menos unas diez llaves.

—Muy bien, no tenga pena. ¿La encamino


entonces a su casa?

—Sí, por favor.

Ya con la cliente a bordo de su unidad, el


taxista encendió el auto y fijo el curso de regreso a la
vivienda en colonia Molina. La charla fue escasa. La
mujer le contó que después de revisar en todas partes,
encontraron las llaves en una gaveta del tocador de
su madre. Después, no hubo mayor conversación.
Salvador tampoco tenía el ánimo de incentivar la
charla. Manejó durante todo el trayecto con la mente
poseída por la preocupación generada por la última
llamada de Cabra.

—¿Cuánto le debo? —preguntó la pasajera


cuando llegaron a su destino.

Salvador entrecerró los ojos para denotar que


estaba calculando un costo que en realidad ya tenía
fijado en mente desde que la mujer estuvo de vuelta en
su unidad.

—Son ciento ochenta.

—¡¿Ciento ochenta?! ¿No le parece demasiado?

—Pues sí, señora. Lo que sucede es que


durante el tiempo que la esperé pude hacer una o dos
carreras. Además, la gasolina está por los cielos.
Novela 85

—¿Y por qué su unidad no tiene taxímetro?

—Prefiero no instalar uno de esos aparatos,


porque he sabido que se desajustan y pueden aumentar
las tarifas sin ninguna razón. En cambio, su servidor,
es más consciente para con ustedes los usuarios —
justificó Salvador, sin convencer del todo a su cliente.

—Aun así, considero que me está cobrando


caro. Pero no se preocupe, deme un momento. Voy
por mi monedero.

La mujer descendió del carro, abrió la casa con


una llave del manojo, entró y en un instante regresó
con dos billetes de cien que entregó al taxista. Le
agradeció la carrera y, como si hubiera reflexionado
acerca de la situación que pudiera estar atravesando
el piloto, le dijo que podía quedarse con el vuelto.
Salvador le agradeció, feliz, y comenzó de nuevo la
marcha rumbo a su isla de parqueo en el centro.

-7-

A pesar de haber reunido, con una sola carrera,


buena parte de la meta diaria de pasajes a temprana
hora de la jornada, en vez de sentirse entusiasmado,
Salvador no podía dejar de preocuparse por los días
venideros y por el bienestar de su familia. Pensó
que debería tomar en serio lo de indagar acerca de
Cabina Exprés para llegar bien informado a la próxima
asamblea. Sin embargo, su plan mensual de internet
se había agotado y no podía investigar con su celular.
Recordó entonces que en unos locales frente al Parque
el Calvario había un cibercafé que aún resistía en una
sociedad moderna donde todos podían acceder a las
86 Novela

redes por medio de sus teléfonos. Iría entonces a ese


lugar para hacer su investigación.

De pronto, cuando transitaba frente al cementerio


general, Salvador tuvo que dar un frenazo que lo sacó
de sus cavilaciones. Quedó a medio centímetro de
estrellarse contra el parachoques trasero del auto de
enfrente que se detuvo de sopetón. Lo mismo sucedió
con el auto que venía circulando detrás del taxista.
Por poco y se da un accidente múltiple en carambola.
Todo por culpa de una Subaru blanca que iba delante
del auto frente a Salvador. Fue esta camionetilla la
primera en parar de golpe. El tránsito se detuvo hasta
que todos los carros en fila pudieron retroceder y
hacerse de espacio para maniobrar. Al rebasar por
la izquierda a la camionetilla con el capó humeante,
Salvador vio hacia la cabina a través de la ventanilla y
creyó reconocer al anciano que la manejaba: don Aldo
Bauer, un empresario local.

A Salvador no se le ocurrió en el instante


detenerse para ayudar. Avanzó una cuadra y luego no
pudo ignorar los recuerdos que tenía de aquel hombre.
Hacía varios años, Aldo Bauer fue un buen cliente del
tío Félix, pero Salvador no lo veía desde que su mentor
se vio obligado al retiro. Pensó que no tenía por qué
auxiliarlo; un hombre de su talla contaría con ayuda
inmediata con solo una llamada. Sin embargo, una
puñalada en la consciencia le hizo recordar quién fue
don Aldo para ellos. El hombre pagaba generosamente
al tío Félix y no escatimaba en dar buenas propinas de
las que también él se beneficiaba en las vacaciones
cuando el tío lo llevaba en sus carreras. Salvador se
preguntó qué hacía don Aldo manejando una Subaru
Novela 87

destartalada y a regañadientes viró en “U” para


regresar por donde venía.

Salvador se estacionó al otro lado de la calle,


desde donde vio que el anciano ya se había bajado
de la camionetilla y estaba parado frente al capó
abierto que exhibía una maquinaria vaporosa, como
un mecánico que intenta descubrir cuál de todas las
tuercas es la que está floja.

—Buenos días, señor, ¿se le quedó la


camionetilla? —preguntó Salvador para hacer honores
a las obviedades. No quiso llamar al anciano por su
nombre, para ver si lo recocía; cosa que era poco
probable.

—Buenos días, joven —don Aldo saludó con


una mirada llena de sorpresa, no porque lo hubiera
reconocido, sino porque pudo adivinar que había llegado
alguien a tenderle una mano—. Sí, se descompuso esta
carcacha. Creo que puede ser el radiador.

—Si usted gusta puedo empujarlo a la orilla


para dejar libre el paso.

—¿Cree que aguanta usted solo? —preguntó


don Aldo al tiempo que se peinaba con la mano la
cabellera blanca y rala hacia atrás.

—Yo creo que sí.

—Le agradezco. Intentémoslo pues.

Don Aldo subió en la cabina para maniobrar el


armatoste —en verdad sería una pena que ensuciara
88 Novela

su nitidísimo atuendo de pantalón de vestir verde


musgo y el suéter celeste de botones que llevaba
abierto—. Cuando salvador se preparó para empujar
la Subaru desde atrás, otro piloto que transitaba por
el lugar y un peatón que iba por allí se acomidieron
para movilizar la nave a potencia de pantorrillas y
brazos. Una vez orillado, don Aldo Bauer descendió
del vehículo emitiendo un gemido cuando se levantó
despacio del asiento.

—Muchas gracias, jovenazos —pronunció el


anciano. Los otros muchachos que ayudaron se fueron
para continuar con su vida, pero Salvador se quedó
allí—. ¿De casualidad tendrá el número de algún
mecánico que pueda venir a auxiliarme?

—Fíjese usted que solo tengo un compañero


taxista que también la hace de mecánico. Él es quien
me ha reparado el carro cuando se descompone.

—¿Podría hacerme el favor de llamarlo?

—Claro, pero necesito que me preste su celular,


me acabo de quedar sin saldo para sacar llamadas.

Don Aldo sacó el teléfono del bolsillo y se lo


extendió. Salvador marcó el número de Copetín.
Afortunadamente lo encontró libre y dispuesto a llegar
en menos tiempo de lo que duraba la jura a la bandera.

—Dice mi compañero que viene en un par de


minutos.

—Muy bien, gracias, ojalá que pueda hacer


algo por la carcacha. Tenía un buen rato de no sacarla
Novela 89

y mire, me dejó tirado. Por cierto, mencionó usted que


es taxista, tal vez me pueda llevar a la oficina luego
de que venga el mecánico. Yo tenía una reunión
importante, pero ahora voy a llegar tarde.

—Con mucho gusto —contestó Salvador. Por


alguna razón, quiso continuar como un desconocido.
Iba a revelarle que él era sobrino de Félix, su ex chofer
de confianza, solo si se presentaba naturalmente la
oportunidad de hacerlo. …

Cuando Copetín llegó, la cascada de vapor que


emanaba de la maquinaria frontal de la vieja Subaru se
había disipado casi por completo. Copetín reconocía
a aquel anciano de pinta fina, nunca lo había tratado
directamente, pero sí lo había visto antes caminando
por el parque central. Luego de presentarse con su
nombre de pila y escuchar el nombre de Aldo Bauer, el
hombre de corta estatura procedió a revisar el carro.
No necesitaba inclinarse demasiado sobre el auto para
verificar en dónde estaba el desperfecto, pues sus
piernas cortas le permitían una altura idónea con la que
solo necesitaba aguzar un poco la vista. El diagnóstico
fue que el motor del auto se había calentado como
consecuencia de fugas en el sistema de enfriamiento.

—¿Podría usted encargarse de la camionetilla?


—preguntó Aldo Bauer.

—Sí, pero tendría que llevarla al taller de unos


amigos para hacer las reparaciones. Habría que ver si
es necesario cambiar el radiador.

—Estoy de acuerdo, queda usted


contratado —dijo el anciano con tono tembloroso
90 Novela

y despreocupado—. Haga lo que tenga que


hacer, le doy mi número de teléfono y luego me llama
para decirme en cuánto me va a salir la broma. A los
viejos como yo nos queda tan poco tiempo como para
perderlo con un carro estropeado.

—Muy bien, señor. Tendré que llamar a alguien


para que me ayude a encaminar la camionetilla al taller
y después chequearla.

—De cualquier gasto en que incurra, yo me


ocupo. Es más, tome esto como un anticipo.

Copetín estiró la manita para recibir tres billetes


de cien quetzales —un gesto de buena fe— que su
nuevo contratante sacó de su cartera.

—Y de una vez denle una revisión general para


ver si necesita otro ajuste. Solo le pido que la dejen
nítida —agregó Aldo Bauer.

—La vamos a dejar mejor que nueva, ya verá


usted, don Aldo.

El anciano entró en la cabina de la Subaru,


solo para sacar un maletín de cuero color vino tinto y,
después de dictarle su número de celular al mecánico,
le entregó las llaves e hizo un ademán para darle a
entender que a partir de ese momento él se desentendía
y todo el problema recaía en sus manos.

—Usted también, mi joven amigo, está


contratado para llevarme a mi oficina. Queda en el
edificio El Rosario.
Novela 91

—Con mucho gusto —respondió Salvador, sin


pedir mayores detalles porque sabía precisamente
dónde quedaba el edificio—. Mi taxi es el que está allí,
al otro lado de la calle. ¿Gusta usted que le ayude con
el maletín?

—Sí, si no es mucha molestia. A esta edad, uno


ya está muy viejo para rechazar cualquier ayuda.

Taxista y pasajero cruzaron a donde estaba


el taxi. Salvador se apuró para abrirle la puerta del
copiloto a don Aldo. Luego, puso el maletín en el sillón
trasero, subió al auto y puso en marcha el motor.

-8-

Después de varios años de aplanar las calles con


el taxi, conocía cada extravío y callejón de la ciudad.
Cada vez que al taxista le indicaban una dirección de
destino, trazaba un mapa mental y luego lo seguía
como si pilotara el timón desde el inconsciente. Fue así,
en automático, que continuó por la calzada Sinforoso
Aguilar, dobló hacia la izquierda en la 20 avenida que
subía a un costado de la Cervecería Nacional, y luego
abordó la calle Rodolfo Robles para finalmente cruzar
en la 14 avenida “A”.

El edificio El Rosario se encontraba a una cuadra


de distancia del Teatro Roma. En realidad, era una casa
antiquísima construida para albergar los sueños de
una familia proveniente de Alemania. En un inicio, fue
conocida como «Villa Angelina». Hasta tenía un letrero
tallado en madera, a un lado del portal, que daba a relucir
el nombre. No obstante, el último propietario mandó a
quitar dicho rótulo para volver a bautizar el inmueble
92 Novela

después de remodelar las grandísimas habitaciones y


convertirlas en oficinas para alquilar.

Cuando Salvador arribó al destino, se orilló a un


costado del edificio con las luces de emergencia para
que su pasajero pudiera descender. Antes de tocar la
manija para abrir la puerta, Aldo Bauer preguntó por
el nombre que hasta en ese momento no se había
interesado en preguntar.

—Me llamo Salvador Cojulún —dijo el taxista.

—Muchas gracias por todas sus finezas,


Salvador. Yo soy…

—Don Aldo Bauer —Completó el taxista que


creyó encontrar el momento para revelar quién era—.
Sé su nombre porque lo conocí a usted hace varios
años. Soy sobrino de Félix Cojulún, un taxista que
trabajó para usted durante mucho tiempo.

—¿Me lo dice en serio?

—Así es.

—Félix no fue solo un trabajador mío, lo


considero un buen amigo al que estimo demasiado.

—Pues yo era el niño al que llevaba a veces en


su taxi. Fue allí donde lo conocí a usted.

—Por supuesto que lo recuerdo de niño. Félix


lo cuidaba y enseñaba como si fuera su hijo. Pero no
tendría usted más de once o doce años. ¡Mire cómo es
que pasó el tiempo!
Novela 93

—Así es, don Aldo.

—¿Y cómo está el viejo después de lo que le


pasó?

—Creo que está bien —respondió Salvador,


dedujo que se refería al accidente de tránsito que
obligó a Félix a retirarse—. Sé que extraña el oficio,
pero está decidido a no conducir un carro por el resto
de su vida.

—Pobrecito. Durante un tiempo, después de


la tragedia, intenté buscarlo y él seguramente no
quería hablar con nadie. Cuando usted lo vea, dele un
mensaje de mi parte: dígale que me encantaría volver
a verlo.

—Claro que sí. Le voy a dar sus saludos hoy


mismo.

—Muy bien. Y por favor, deme una tarjetita, tal


vez un día de estos necesite a un taxista de confianza.
Salvador hurgó en su billetera y encontró una tarjeta
descolorida que exhibía su nombre y un número de
teléfono apenas visible.

—Aquí está, don Aldo. Llámeme cuando lo


necesite. Estoy a sus órdenes.

—Téngalo por seguro. Aquí le dejo esto. Espero


que cubra todas las molestias.

Aldo Bauer pagó la carrera con un billete de


cien quetzales. Abrió la puerta y salió del taxi. Volvió a
emitir otro quejido cuando se paró del asiento. Había
94 Novela

prisa en su mente, pero su parsimonia etaria no le


permitía movimientos rápidos. Cerró la puerta. Levantó
la mano para despedirse y dio la media vuelta hacia el
portal del edificio. Salvador puso rápidamente el carro
en marcha para no seguir obstaculizando el tránsito.
Ninguno de los dos se percató de que el maletín de
Aldo Bauer se quedó olvidado sobre el asiento trasero
del carro.

-9-

En la 5ª. calle, se apreciaba un paisaje de


balcones, dinteles y cornisas coloniales a ambos
lados del camino y al fondo se veía el Templete del
parque como si fuera una base arquitectónica del
magnífico Cerro el Baúl.

Por ir apreciando el panorama, Salvador


cometió una imprudencia. No se detuvo en un alto y,
cuando se percató de que se aproximaba rápidamente
el auto que llevaba la vía, tuvo que dar un frenazo que
hizo rechinar las llantas del taxi. Por su pericia esas
cosas no solían pasarle a menudo. El piloto del picop
rojo que casi choca, bajó el vidrio de la ventanilla y le
gritó improperios que estaban justificados. Salvador no
pudo hacer más que tragárselos. Antes de reanudar la
marcha, el taxista volteó a ver hacia atrás, porque al
pisar a fondo el freno y detener el carro de romplón,
escuchó el golpe pesado de algo que cayó del asiento
de atrás. Descubrió el maletín color vino tinto tirado y
notó que algunos documentos se habían desperdigado
sobre la alfombra. Pensó instantáneamente que debía
regresar para devolver el maletín a su dueño, no sin
antes devolver todo a su lugar.
Novela 95

Salvador continuó hacia su isla de parqueo que


ya estaba cerca. Allí, bien estacionado para evitar más
percances, comenzó a meter al interior del maletín los
papeles que se habían salido. No tenía la intención
de curiosear, sin embargo, al tomar un legajo de folios
sus ojos detectaron un conjunto de letras resaltadas
en negrilla que unidas conformaban un nombre que le
resulto muy familiar: Fabricio Rafael Martínez Barrios.
Salvador se preguntó por qué motivo Aldo Bauer poseía
un documento con el nombre completo de Fabricio, el
secretario general del Sindicato de Taxistas Unidos de
Quetzaltenango, y un sentimiento gatuno se apoderó
de él. Leyó el legajo de principio a fin. No sabía de
leyes, pero era evidente que aquellas páginas contenían
un contrato en el que las partes eran Fabricio Martínez y
Aldo Bauer. En este, también se aludía en varios pasajes
el nombre de aquella empresa fantasmagórica, Cabina
Exprés. A medida que iba leyendo cada cláusula se dio
cuenta de que en sus manos tenía la prueba de que su
líder sindical, aquel hombre abnegado a sus homólogos,
era un traidor. Debía digerir despacio la información
y contárselo a alguien. Luego cayó en la cuenta de
que no le creerían porque todos sus compañeros le
profesaban cierta devoción a Fabricio. Decidió esperar
para decírselo al único hombre en quien podía confiar,
el tío Félix.

-10-

—Aló, ¿hablo con Salvador? —se escuchó la


voz en el celular.

—Sí, buenos días —respondió Salvador frente a


aquel tono tembloroso que reconoció desde la primera
palabra.
96 Novela

—Aquí le saluda Aldo Bauer, le llamo porque


olvidé mi maletín adentro de su taxi.

—Claro que sí, jefe, me acabo de dar cuenta de


que se quedó olvidado en el asiento de atrás.

—¿Me lo podría usted encaminar? —requirió


Aldo Bauer.

—Con mucho gusto. Solo necesito que me dé al


menos una hora para pasárselo dejando porque estoy
en medio de una carrera.

—Mmm, me urgen unos papeles que tengo


allí… Ni modo, voy a tener que esperar. Mi oficina es la
número 204.

—Copiado, don Aldo, lo saludo por allá.

—Sí. Nos vemos.

El taxista seguía desocupado, con la unidad


estacionada en la isla de parqueo. Mintió porque
quería ganar tiempo para esforzar la sesera y decidir
qué hacer con aquel contrato que tenía en sus manos.
A dos cuadras del parque funcionaba una librería
donde sacaban copias. A Salvador se le ocurrió que
lo mejor sería sacar una reproducción del documento
para posteriormente enseñársela a Félix. Tomó el
legajo, lo dobló por la mitad sujetando cuidadosamente
los bordes superior e inferior para que las páginas no
se arrugaran. Caminó por la 6.a calle, despojado de
aquella armadura de hojalata que su Nissan del 94
le proporcionaba. Sentía que llevaba en sus manos
Novela 97

un objeto de tráfico ilícito y que todos en la calle se


le quedaban mirando como si tuviera la cara de un
hombre a punto de delinquir. Y, por los nervios, llegó
a su cabeza una reflexión desencajada: «debería de
caminar más seguido por el centro».

Le entregó el legajo al dependiente de la librería.


Le pidió una copia de anverso y reverso. El muchacho
tomó el documento original y lo llevó a una trastienda
desde donde se escuchaban los movimientos
robóticos de la fotocopiadora. Cuatro minutos se le
hicieron eternos a Salvador. En su mente hilaba una
serie de hipótesis que daban como resultado que él
mismo podía estar en riesgo por su descubrimiento.
Lo mejor sería devolver el maletín a don Aldo lo antes
posible. Pagó con fichas el costo de las copias y salió
apresurado a la calle.

Había caminado unos cinco metros fuera del


local, cuando escuchó un chiflido muy particular que
le causó un espanto tremendo. Siguió su camino, sin
voltear a ver, como si no hubiera escuchado. No pudo
fingir más cuando llegó un segundo y todavía más
estridente chiflido sin duda dirigido a él desde los labios
apretados de su compañero Rolando Cabra Morales.
Salvador giró medio cuerpo. Vio a Cabra recostado
sobre el capó de su taxi celeste, orillado con las luces
de emergencia encendidas, levantando la mano para
decir «hola». Cabra hizo un ademán para llamarlo. No
tuvo otra opción, tuvo que regresar sobre sus pasos
para acercarse a saludar.

—¿Pero qué putas te pasó, Chava? Estás todo


pupuso.
98 Novela

—¿Por qué decís, Cabra?

—Tenés la cara más pálida que arroz en leche,


como si te hubieran espantado.

—No lo sé. No me he visto en el espejo. Pero te


aseguro que no me pasa nada.

—¿Y qué llevás entre manos? —preguntó


Cabra al notar los documentos que el otro sostenía.

—Nada. Solo unos papeles.

—¿Papeles de qué, mi estimado?

Salvador sabía que aquel chismoso no se


quedaría conforme con la respuesta. Era capaz de
decirle que le enseñara las hojas para ver si era cierto lo
que decía; algo muy inconveniente en especial porque
Rolando Morales era un fiel seguidor de Fabricio y si
lograba descubrir aquella información de seguro iría
con el chisme. Entonces, debía responder de una
forma más agresiva para que dejara de entrometerse.
—¡Qué te importa, no seás shute! —respondió
causando en su compañero un rostro de extrañeza,
pues solía ser una persona noble que nunca se dirigía
a nadie de forma vulgar.

—Tranquilo, mi Chava, veo que andás de malas


pulgas.

Salvador le otorgó la razón al encoger los hombros.

—No tiene nada de raro —agregó Cabra en


un tono reflexivo. Sacó un encendedor del bolsillo y
Novela 99

prendió un cigarro que parecía haber llevado oculto en


la mano, como un mago—. Últimamente todos andan
de mal humor.

—Razón tendrán. ¿Y vos, qué hacés por aquí?

—Estoy esperando a una clienta que vino a


hacer un mandado aquí a la vuelta, pero no encontré
otro lugar donde estacionarme.

—Ah, bueno. Me da gusto saludarte, pero me


tengo que ir. Que sigas teniendo un buen día.

—Igualmente. Intentá cambiar ese humor porque


sos muy joven para andar con la cara arrugada. No se
te olvide que el otro miércoles tenemos asamblea.

—Muy bien. Allí voy a estar. Adiós.

Salvador dio media vuelta y caminó de nuevo


por la 5.a calle hacia su parqueadero. Sentía que
las piernas le temblaban de los nervios. Marchó
con los legajos de hojas bien apretadas con los
dedos como si sintiera la amenaza de que alguien
intentaría arrebatárselos. Lo peor que podía ocurrirle
era toparse con el mismísimo Fabricio en el trayecto
hacia su carro. Pensó que el líder sindical sí tendría la
suficiente pericia para detectar que algo andaba mal
y él no podría ocultárselo. Lo bueno fue que eso no
pasó. Salvador regresó al taxi, sin más intromisiones.
Devolvió el contrato al maletín de Aldo Bauer. Recordó
que alguna vez su mentor le dijo que debajo del sillón
del copiloto era un buen sitio para esconder cosas, y
guardó allí las copias. Arrancó la máquina y condujo
nuevamente con rumbo al edificio El Rosario.
100 Novela

-11-

Salvador entró en el vestíbulo del edificio,


se topó con un guardia de seguridad de complexión
robusta y uniforme ajustado. Le dijo que estaba allí para
entregarle un maletín a don Aldo Bauer en la oficina
204. Recibió indicaciones de parte del uniformado.

Subió por las gradas de mármol con el maletín


cuyo peso aumentaba a medida que las palpitaciones
se aceleraban en su pecho. Zigzagueó por pasillos
de madera que emitía el estruendo de un martillazo
en cada pisada. Se detuvo frente a la puerta de color
caoba identificada con el número descrito y que a
un lado tenía una placa de bronce con el nombre
del ocupante de la oficina. Dio unos golpecitos en la
madera para llamar. Se escucharon pasos al otro lado
que se aproximaban y luego las voces de al menos
dos personas. Aldo Bauer abrió la puerta y dejó
expuesto a Fabricio Martínez quien se encontraba
adentro.

Salvador peló los ojos del puro asombro de


encontrar allí a su líder sindical —se quedó inmóvil
como si con ello pudiera resguardar un secreto que
el otro no tenía manera de saber—. Fabricio también
se sorprendió por ser encontrado en un lugar poco
conveniente, sin embargo, se recompuso de inmediato
y salió a extenderle la mano para saludar.

—¡Chavita!, ¡qué bueno verte! ¿Qué te trae por


aquí?

—Vino a dejarme mi maletín —anticipó Aldo


Bauer—. Tuve la fortuna de que él me encontrara con
Novela 101

la Subaru descompuesta por El Calvario. Olvidé mis


cosas en su taxi. Salvador recibió una mirada felina de
parte de Fabricio que le hizo sentir que podía ver hasta
sus recuerdos más profundos.

—Tenga, don Aldo, aquí está su maletín. Es


muy bonito, por cierto.

—Qué bueno que lo olvidé con alguien de


confianza. Nada más y nada menos que el sobrino de
Félix Cojulún. ¿Sabías eso, Fabricio?

—Por supuesto. Es un gran muchacho. Heredó


muchas cosas de su tío —el líder sindical formó una
sonrisa benévola que Salvador a duras penas pudo
corresponder con una especie de mueca.

—No me queda la menor duda. Se detuvo a


ayudarme en la calle sin tener ninguna obligación de
hacerlo.

—¡Admirable!

—Nos vendría bien gente como él, ¿no creés?


—preguntó el anciano a Fabricio.

—Ummm… Chava y yo ya nos vamos.


No queremos quitarle más su tiempo. ¿Verdad,
compañero?

Salvador no tuvo opción más que asentir ante


el tono sugerente y la mirada aguda de Fabricio. Era
obvio que había evitado la conversación porque existía
algo que no le convenía revelar.
102 Novela

—Que les vaya bien, caballeros —despidió Aldo


Bauer con la mueca típica de un hombre que estuvo a
punto de meter la pata.

—Que pase un excelente día, don Aldo.

—Hasta pronto, don Aldo. Quedo a sus órdenes.



Salvador nunca se había sentido tan incómodo
por estar ante la presencia de Fabricio. Lo consideraba
un amigo y un ejemplo a seguir. En el trayecto por
aquel pasillo de madera crepitante ambos caminaron
en silencio, por lo que el eco de sus pasos se hizo más
audible. Bajaron las gradas de mármol, atravesaron el
vestíbulo y salieron a la calle para recibir sin filtros la
luz incandescente del sol. Allí, Fabricio indagó acerca
del estado de su compañero.

—Te noto como nervioso. ¿Te pasa algo?

—No, Fabri, todo en orden. Gracias por


preguntar.

—Es que veo que estás un poco pálido.

—Seguro nada más me hace falta broncearme.


No se preocupe.

—Entiendo.

—¿Y cómo está usted, Fabricio? ¿Qué lo trae


por acá?

—Vine a recoger un pago que don Aldo me


debía por unas carreras.
Novela 103

Salvador tenía atorada una cuestión en la


garganta y recordó que alguna vez su tío Félix le dijo
que un hombre de verdad es el que tiene la valentía de
actuar en el momento preciso. Y se aventuró:

—Pensé que usted tenía algún tipo de negocio


con él, por lo que mencionó acerca de que les vendría
bien gente como yo. Mi pregunta es: ¿para qué?

—No, no, no —respondió Fabricio. Puso la


mano extendida sobre el hombro de Salvador, para
denotar superioridad, y continuó—: Aldo Bauer está
muy viejo y de vez en cuando habla incoherencias;
solo hay que seguirle la corriente. Pero, eso sí, ni se te
ocurra, mi querido Chava, volver a repetir nada de lo
que escuchaste. No quiero que después la gente se
ande imaginando cosas.

Salvador tragó saliva y fingió una mirada de


sumisión con la que bastó para expresar que había
comprendido. Pensó que no podía encarar a Fabricio
en ese momento hasta tener más información y que
por nada del mundo las copias escondidas debajo del
asiento de su taxi debían ser descubiertas. Lentamente,
Fabricio relajó los arcos sobre sus ojos enardecidos y
forzó en su rostro, otra vez, la sonrisa bonachona.

—Te despido, amigo Chava. Fue un gusto


coincidir con vos por estos lares.

Fabricio se marchó, cruzó la calle hacia el Teatro


Municipal, no sin antes haberle dado una palmada en
el hombro a Salvador; un gesto de aparente amabilidad
con el que afirmó su amenaza.
104 Novela

-12-

Salvador conducía coronando el parque,


cuando entró en su celular la llamada de un número
desconocido. Una voz femenina se identificó a sí
misma como empleada del IGSS y le dijo que alguien
quería hablarle.

—Chava, hola hijo, ya salí de la consulta.


¿Podés venir a recogerme?

—Sí, padrino. Lo encuentro donde lo dejé en


unos quince minutos.

—Muy bien. Allí te espero.

Salvador, a pesar de su fructífera jornada, estaba


ansioso por saber más acerca del descubrimiento que
llegó a sus manos por mera casualidad. Le angustiaba
lo que fuera que trajeran entre manos Fabricio Martínez
y Aldo Bauer, y cómo sus negocios podía relacionarse
con Cabina Exprés; una empresa que, según el propio
líder sindical, podía representar un riesgo para todo
el gremio de taxistas. Supuso que a grandes rasgos
había entendido el contenido de aquel contrato, pero
naturalmente ignoraba los términos legales. De seguro
el tío Félix sabría interpretarlo mejor, no porque fuera
un hombre de leyes sino por el cúmulo de sabiduría
que siete decenas de años le habían aglomerado.

Cuando llegó al punto de encuentro, Félix ya


esperaba sobre la acera frente a la entrada del instituto.
Llevaba desabotonado el suéter café porque en los
laboratorios le habían pedido dejar descubiertos los
brazos para tomarle muestras de sangre y la presión
Novela 105

arterial. No obstante, nada había arrugado la línea


perfecta del pantalón de vestir.

Salvador se detuvo a un lado y tocó la bocina


para que el tío lo viera. Félix caminó hacia el taxi
resistiéndose a una cojera que no podía ocultar. A
pesar de los años, intentaba demostrar su dureza con
una postura tan erguida como le era posible. Abrió la
puerta del copiloto, abordó, y dejó caer lentamente el
tronco sobre el asiento.

—Vaya que hoy no se tardaron tanto —dijo Félix


mientras se abrochaba el cinturón de seguridad para
que el piloto pudiera iniciar la marcha.

—¿Cuánto tardaron la última vez, padrino?

—Me hicieron venir de nueve a casi tres de


la tarde. Hoy no me puedo quejar, me trataron bien.
Dicen que ahora hay un buen presidente en la junta
directiva.

—Qué bueno. Eso es lo que falta, buenos


funcionarios. ¿Y qué le dijeron los doctores?

—Lo de siempre. A uno de viejo solo le faltan


pulgas. Lo nuevo es que hay un quiste en el hígado
que hay que monitorear más seguido.

—No me friegue. ¿Un quiste? ¿cómo así? —


Salvador despegó la vista del camino y se volvió hacia
Félix.

—Sí, un quiste. Es pequeño y no es peligroso.


Solo hay que vigilarlo. En cuanto al resto, se podría
106 Novela

decir que todo normal: presión alta y azúcar bajo


control. Y a vos, mijo, ¿cómo te fue?

—Me fue bien. Usted me echó la bendición. Hice


un par de carreras y ya cayeron trescientos quetzales
en lo que va del día.

—Ya lo ves, te hace bien hacerle los mandados


a este viejo.

—Claro que sí, tío Félix. Sabe que estoy


para servirle. Si hay alguien a quien debo todo mi
agradecimiento en este mundo, es a usted.

A Félix le vibró el mentón y se le humedecieron


los ojos. Luego dedicó una sonrisa a su ahijado.

—También quiero decirle otra cosa. Puede ser


algo serio —añadió Salvador.

—Decime, Chava, ¿qué pasa?

Mientras conducía, Salvador le contó con lujo


de detalles sobre su encuentro con Aldo Bauer. Félix
no parecía del todo contento con volver a oír aquel
nombre de su supuesto amigo; sin embargo, escuchó
con atención cada palabra del sobrino. Además, le
contó sobre el documento que por accidente descubrió
que contenía la posible prueba de que Fabricio y el
anciano millonario estaban haciendo negocios que
involucraban a Cabina Exprés. Incluyó también en
el relato la parte en que se topó con el mismísimo
Fabricio en el edificio El Rosario y lo que este le dijo en
tono amenazante.
Novela 107

—¿Qué leíste que te hace pensar en un vínculo


con esa compañía? —preguntó Félix después de
escucharlo todo.

—Pues no recuerdo las palabras precisas, pero


entiendo que Aldo Bauer va a poner el capital para
comprar treinta carros modernos y prestar el servicio
de taxi por medio de Cabina Exprés. Por otro lado,
Fabricio sería el encargado de conseguir treinta pilotos
de confianza para que los manejen. También decía
que el treinta por ciento de las ganancias serían para
Fabricio, solo por encargarse del funcionamiento del
negocio, supervisar los carros y a los choferes.

—Entiendo lo que decís menos eso de prestar


el servicio a través de Cabina Exprés.

—Tengo que investigar más al respecto para


entender cómo funciona.

Félix guardó silencio un momento para procesar


la información recibida. A todo eso, Salvador había
conducido en automático hasta su lote de parqueo
olvidando que debía llevar al tío a su casa.

—Lo que no entiendo —rompió Salvador las


cavilaciones— es por qué el mismo Fabricio nos
encomendó que averiguáramos en el Internet acerca
de Cabina Exprés y nos advirtió del riesgo que podía
representar para nosotros, cuando su verdadero plan
es meter unidades que comiencen a funcionar en Xela
por medio de esa empresa. Es contradictorio.

—Quería parecer inocente. Qué mejor manera


de ocultar sus intenciones que haciendo creer a los
108 Novela

demás no saber mucho del asunto. Ese desgraciado


no tiene un pelo de tonto.

—¿Y por qué sus negocios deberían permanecer


ocultos?

—Porque si lo descubren perdería las elecciones


como secretario general o podría, incluso, ser expulsado
del sindicato. Asumo que quiere conservar su poder
dentro de la organización, mientras hace negocios por
otro lado.

—Claro. No pensé que Fabricio fuera capaz de


traicionarnos.

—Yo tengo mis dudas. Alguna vez me hizo


pensar que era un dos caras.

—¿Por qué lo dice?

—Cuando ocurrió lo de mi accidente, él dijo que


iba a apoyarme para que el juez no me condenara.
Aparentó que hizo mucho, pero en realidad creo que
no movió ni un dedo. Yo tenía la espinita de que él
quería sacarme de la jugada. Le convenía que yo me
retirara para dejarle el camino libre hacia la dirección
del sindicato.

—Me sorprende que usted nunca dijo nada —


alegó Salvador.

—Alguna vez voy a contarte todo. Por ahora,


me gustaría ver el documento. Tal vez se me ocurre
algo.
Novela 109

—Sí. Le voy a dar una copia para que la lea


en su casa. No me gustaría sacar el documento aquí
—dijo Salvador refiriéndose a que se encontraban en
inmediaciones riesgosas porque estaban rodeados
de otros taxistas y alguien, tal vez el mismo Fabricio,
podría llegar y descubrirlos.

—Lo voy a leer con ojo de águila. Por cierto, me


trajiste aquí y no a mí casa.

—Disculpe, tío Félix. Sin querer manejé directo


al parque. Ahorita lo encamino.

—No te apurés, Chava. Ya que estamos aquí,


vamos a almorzar al comedor de doña Esperanza. Voy
a tener mejores ideas habiendo comido un buen plato
de jocón.

—Con todo gusto, padrino. ¿Y la dieta?

—Por lo menos hoy que valga madre.

—Entonces yo invito. Solo debo llamar a


Jaqueline para decirle que no voy a llegar a almorzar y
listo. ¿Le va a avisar a la tía Margarita?

—¡Dios me guarde! A ella no le vamos a contar


nada porque si no llego a comer después va a andar
echando rayos. Si me llama le voy a decir que todavía
sigo en el IGSS.

—Va a ser nuestro secreto entonces.

Descendieron del taxi y cerraron las puertas


con llave. Se demoraron más de lo debido en el trecho
110 Novela

hacia el comedor, porque cuando los otros taxistas


en el parque veían a Félix Cojulún, se acercaban a
saludarlo. Salvador vio como en cada apretón de
manos, en cada gesto de cariño, Félix recuperaba
el brillo en los ojos cansados y una sonrisa franca le
devolvía la juventud en el rostro.

-13-

Entraron en el Mercado Municipal. Sintieron


de inmediato una mezcla de olores frutales y vieron
los locales pintorescos que ofrecían desde artesanías
hasta dulces típicos. El aroma a guisos se intensificaba
a medida que bajaban por los graderíos al área de los
restaurantes. El comedor de doña Esperanza era un
sitio muy concurrido por los platillos típicos que ofrecía
a precios muy asequibles. Se podía comprar un plato
de pepián, mole, recado de panza, jocón, revolcado,
caldo de res o de pata a solo diecisiete quetzales. En
el menú también aparecían otras opciones: tortillas con
carne, chiles rellenos, sanguches de pollo, salpicón y
mole de plátano. El negocio llevaba más de treinta años
ofreciendo sus exquisiteces en el mercado municipal y
al parecer la tradición culinaria de la dueña y cocinera
principal se prolongaría en el tiempo a través de sus
hijos que también trabajaban en el negocio.

Salvador estaba indeciso, pero finalmente se


decidió por el pepián. Félix había antojado el jocón
desde que consideró la idea de comer con doña
Esperanza, y eso fue lo que ordenó. Al poco tiempo, les
sirvieron los platos con los recados humeantes, tortillas
recién hechas en el comal y un vaso de limonada
para cada uno. Luego de que el anciano bendijera los
Novela 111

alimentos, comenzaron a devorar los platillos. Salvador


notó como su padrino disfrutaba cada bocado, como
si llevara tiempo deseando degustar aquella salsa de
miltomate, pimientos, cilantro y especias.

Mientras comían hablaron de otros temas.


Cuando terminaron el alimento, hicieron sobremesa con
dos tazas de café hervido en olla y entraron en materia.

—Con relación al documento, se me acaba de


ocurrir que podríamos llevarlo con un licenciado para
que nos explique de qué se trata.

—Es buena idea, pero los abogados cobran


carísimo.

—Me hablaron hace poco de uno joven de


apellido Méndez. Dicen que es honesto y consiente a
la hora de cobrar.

—Aun así, no creo poder pagarle.

—No te preocupes, me hago cargo. No me


importaría gastarme todo un mes de pensión con tal
de conocer la verdad.

—¿Le dijeron dónde queda la oficina?

—Cerca de aquí, sobre la 5a calle. Podríamos ir


ahora para salir de una vez de la duda.

—Hagámoslo —alentó Salvador sin preocuparse


por el tiempo que perdería en ir a buscar al abogado.
Ya tenía en la bolsa casi todo el ingreso que esperaba
reunir en el día.
112 Novela

Después, con las barrigas llenas, salieron del


mercado y regresaron a la isla de parqueo del taxi
para recoger el documento secreto y luego ir con el
abogado.

Al intentar abrir la puerta del piloto, Salvador
se percató de que la cerradura parecía estar chueca.
La llave entró demasiado floja, aun así, logró girar el
mecanismo y quitó el seguro. Brincó adentro del carro
apresuradamente y alargó el brazo debajo del sillón del
copiloto, pero no palpó ningún papel en la superficie.
Asomó la cabeza haciendo pasar medio cuerpo entre
el espacio de los asientos y descubrió algo aterrador:
el legajo que contenía la copia del contrato ya no
estaba allí. Félix veía por la ventana como su sobrino
se retorcía entre los espacios pequeños del interior
del auto al intentar encontrar algo; en unos segundos
entendió lo que estaba sucediendo y temió lo peor.

—¡Padrino, abrieron el carro! —alertó Salvador


con desesperación cuando Félix entró en el vehículo.

—No me digás. ¿Por qué decís?

—La chapa estaba forzada y el documento ya


no está donde lo escondí.

—¿Ya revisaste bien?

Salvador enterró el rostro en el timón y enraizó


los dedos trenzados detrás de la nuca.

—Sí, padrino. Estoy seguro de que no está


donde lo dejé. ¡Siento que me va a dar algo!
Novela 113

—¡Cómo pudo ser! ¿Quién abriría un taxi, en el


parque, a plena luz del día?

Salvador sentía que había tomado la peor


decisión de su vida al dejar escondido aquellos
papeles en un lugar tan vulnerable. No podía imaginar
las consecuencias que podría llegar a enfrentar.

—¿No se robaron nada más? ¡No puedo creer


que pueda pasar algo así!

—Fue Fabricio, tío, seguro que fue Fabricio —


dijo Salvador, angustiado—. Y si no, de seguro que fue
alguien cercano a él.

—Es posible, porque no tocaron ninguna otra


cosa. Como que sabían qué estaban buscando.

—Fabricio ya sabe lo que hice, ya sabe que


me enteré de sus negocios con Aldo Bauer y Cabina
Exprés, y que fotocopié ese contrato. ¿Será capaz de
hacerme algo malo?

—Uno nunca sabe, hijo, cómo son en realidad


los hombres y qué ambiciones los mueven. Yo creía
que Fabricio le era fiel a la organización, pero veo que
no. Lo mejor es que te vayas con cuidado de ahora en
adelante.

Salvador recompuso la cabeza hacia atrás y se


sostuvo las sienes con ambas manos. Cuando elevó
los ojos al retrovisor vio que un tipo de chaqueta negra
se acercaba por detrás del taxi. Reconoció la chaqueta
porque recién se la había visto a Fabricio. Sintió que la
ansiedad le estallaba en el pecho.
114 Novela

—Ahí viene, padrino.

—¿Ahí viene quién?

Antes de que pudiera responderle, Félix ya


tenía la cara de su sucesor a unos centímetros al otro
lado de la ventana. Fabricio lo observaba con una
sonrisa amistosa y saludaba con la mano. A pesar de
que estaba familiarizado con el auto, el anciano no
encontraba la manecilla para bajar el vidrio.

—¿Cómo chingados abro esto?

—La manivela, tío, está allí.

Félix logró abrir con la mano temblorosa.

—¿Cómo está el taxista más famoso de toda


Xela? —saludó Fabricio.

—Hola, Fabri, qué gusto de volver a verlo —


contestó Félix—. Yo por aquí, mire, cada vez más viejo.

—No diga eso que parece treintañero. Se le ve


de buen porte.

—Muchas gracias. ¿Cómo lo trata a usted la


vida?

—No me quejo porque de nada sirve. Gracias


al cielo estoy bien. Siempre con ganas de luchar por la
vida y por la causa.

—¿Le sigue siendo fiel a la causa? —inquirió


Félix. Salvador lo codeó para que no ahondara en esas
Novela 115

cuestiones, pero el anciano sentía que no le quedaban


suficientes años para malgastarlos en prudencia.

—Por supuesto. Aunque ha sido difícil llenar


sus zapatos como líder del sindicato, trabajo duro para
cumplir con la tarea. Su pupilo puede dar fe de ello.

Fabricio lanzó una mirada a Salvador para


buscar su respaldo. Salvador asintió en silencio; no fue
capaz de hilvanar un elogio falso después de enterarse
de sus verdaderas intenciones y, además, estaba muy
nervioso para pronunciarlo.

—Mi muchacho siempre me habla de usted,


Fabricio. Me ha contado del empeño que les pone a
las cosas y de su lucha constante. Él lo admira.

—Nada que admirar, don Félix. Solo intento devolver


un poco de la confianza que han depositado en mí.

—También estoy enterado —se aventuró Félix—,


de la preocupación de todos por la situación actual y por
la posible entrada a Xela de esa empresa que llaman
Cabina Exprés. Salvador ya me lo contó todo.

Tío y sobrino dedicaron, sin darse cuenta,


una mirada inquisidora a Fabricio; estaban ansiosos
por conocer cuál sería su respuesta. El líder sindical
ni se alteró. Claro que sabía reconocer las miradas
acusadoras y sintió su golpe, pero tenía mucha
experiencia en desviar los temas y resguardar su
apariencia de buena persona.

—No puedo ni dormir por las noches.


Últimamente, vivo pensando en eso. Estoy dispuesto a
116 Novela

hacer lo que sea por los intereses de mis muchachos.


Ustedes saben, tengo apostado mi corazón en los
intereses de cada uno. Después de mi familia, la
organización es lo más importante para mí. Voy a hacer
lo necesario para que juntos superemos cualquier
obstáculo.

—Bonitas palabras. Sé de su compromiso, pero,


en concreto, ¿qué es lo que tiene en mente? —indagó
Félix.

—Ya he consultado con el abogado del


sindicato. Vamos a celebrar una asamblea
extraordinaria el miércoles de la otra semana para
que todos conozcan más sobre este nuevo riesgo y
cómo vamos a afrontarlo.

—Muy bien. Mejor actuar rápido y no dormirse.


Yo ya no pertenezco al gremio, como usted sabe, pero
estos aconteceres no dejan de preocuparme.

—Por supuesto que usted sigue perteneciendo,


Félix. A usted se le aprecia y puede acompañarnos en
las reuniones si así lo desea. Nos vendría bien siempre
su consejo.

—Vendré de vez en cuando. El aprecio es


mutuo. Por otro lado —dijo Félix y volteó a ver a
Salvador como advirtiéndole que estaba a punto de
cometer una insensatez—, ¿cuánto tiempo tiene de
estar por aquí?

Fabricio frunció el ceño, fingió que no había


entendido la pregunta ni el giro drástico de la
conversación.
Novela 117

—Sí, le pregunto qué cuánto tiempo tiene de


estar por aquí. Es que al parecer falsearon la puerta del
taxi, lo abrieron y hurtaron algunas cosas de la guantera.

—¡No puede ser! ¿A plena luz del día?

—¿Usted no vio nada, verdad Fabricio?

—Qué le parece que no, estimado Félix. Recién


llegué por estos lares, pero no vi nada. Lo mejor será
preguntar con los muchachos o, mejor aún, llamar a la
policía.

—No se preocupe. Al final no se llevaron nada


de valor. Solo habrá que cambiar la cerradura.

—Menos mal, pero… ¿no escondían algo en el


taxi que pudiera llamar la atención?

Salvador tragó saliva mientras atestiguaba


cómo ambos hombres experimentados jugaban a
lanzarse una pelota de fuego.

—Lo único que merece ocultarse en este taxi


es el termo de mi sobrino que ya tiene más de treinta
años. Un poco más y podrá venderlo como una
antigüedad.

Fabricio rió de una manera que pocas veces


sacaba a relucir y contagió al anciano con una risa que
iba en crescendo. En segundos, Salvador también se
carcajeaba con ellos sin poder controlarse. Los tres
parecían poseídos por algún espíritu regocijado. Fue
la oportunidad de poner tregua al interrogatorio y fin al
momento tenso que dejaría más dudas que certezas.
118 Novela

—Fue un gusto verlo, Félix. Me alegra que


conserve su sentido del humor —se despidió Fabricio
con remanentes de la fuerte carcajada. Dio un apretón
de manos al anciano y luego extendió el brazo adentro
de la cabina para buscar la mano de Salvador.

—Espero que no vuelvan a pasar los años para


volvernos a saludar. Cuídese mucho, mi buen Fabricio.
El líder sindical retrocedió sobre sus pasos y se
perdió entre la gente que caminaba en el Parque a
Centroamérica.

Salvador estaba admirado por la genialidad con


que su padrino había manejado el encuentro y como
confrontó de manera sutil al líder sindical. Que Félix
estuviera allí como su aliado paliaba un poco el temor
que le ocasionaba el hecho de que posiblemente
Fabricio hubiera abierto su carro y descubierto la copia
del contrato. Pese a todo, no se sentía persuadido
para dejar de investigar lo que estaba ocurriendo. Al
contrario, quería indagar más al respecto y su tío sería
un gran aliado.

-14-

A pesar de que ya no tenían en su poder la


prueba pertinente, decidieron ir de todas formas a
buscar al abogado Alejandro Méndez en su despacho
en la 5.a calle. Confiarían en que Salvador estaba
seguro de tener una idea general de lo que había
leído. Era cuestión de que el letrado interpretara la
información almacenada en una cabeza humana y
luego le diera forma jurídica para conocer a qué podría
estar enfrentándose en realidad el gremio de taxistas.
Novela 119

Al fondo de la 5ª. calle, al caminar a un costado de


la municipalidad, se percataron de que en el horizonte
podía verse una gran nube oscura que casi tocaba
la cima de los cerros. Llegaron a la oficina instalada
en un local de muros color mostaza, en un edificio
antiguo. A un lado del vano de la puerta había un rótulo
metálico con el nombre del licenciado. Entraron en una
recepción pequeña en donde al menos cinco personas
estaban sentadas en una fila de sillas de espera —
todos tenían en la mano un vaso blanco de Duroport
del que bebían—. Un aroma a café desprendido por
una cafetera vaporosa sobre una consola, a la par de
una máquina de escribir Olivetti, inundaba la estancia.
La secretaria, sentada detrás de un escritorio de metal
negro, les dio la bienvenida.

—El licenciado Méndez anda afuera en una


diligencia. Cuando regrese debe atender a dos clientes
que ya tenían cita. Por lo que ustedes deberían esperar
más o menos una hora y media para hablar con él.

El quejido que emitió Félix puso en manifiesto


que no estaba para esperar tanto tiempo.

—Pero, si ustedes gustan, les puedo agendar


una cita para otro día —ofreció la secretaria cuya
juventud y tono formal la delataban como una
universitaria de los primeros años de la carrera de
Derecho.

—¿Para qué día? —preguntó Salvador—. La


verdad es que nos urge.

—Mmm… Tengo libre el lunes a las cuatro de la


tarde. ¿Les parece bien?
120 Novela

Salvador buscó la mirada del tío para consultar


si estaba de acuerdo. Félix asintió.

—Sí, por favor, apártela.

—Muy bien, ¿a nombre de quien anoto la cita?

—Félix Cojulún, por favor. Disculpe, señorita,


¿cuál es el precio de la consulta?

—Son trescientos quetzales, pero depende


del asunto. El licenciado en ocasiones no cobra si los
clientes necesitan algún trámite posterior.

Salvador buscó nuevamente la mirada del tío


para darle a entender que él no disponía de fondos.
Félix reiteró que él se haría cargo.

—Muy bien. Venimos aquí el lunes. Disculpe,


señorita, ¿eso que tiene allí es café?

La secretaria volteó la mirada hacia la cafetera


siguiendo el dedo tembloroso de Félix.

—Sí, es café. ¿Gustan un vasito?

—Muchas gracias, se lo recibimos.

—En esta oficina no se le niega a nadie un cafecito


caliente —dijo la joven al tiempo que servía dos vasos.

—Eso me da la idea de que el licenciado es un


buen tipo —dijo Salvador, degustando el buen café
que no se parecía al contenido en su termo.
Novela 121

La secretaria sonrió dejando a relucir los dientes


blancos y alineados.

—Muchas gracias por su fina atención, señorita.


El lunes a las cuatro nos tendrá aquí puntuales.

—Para servirles. Por aquí los esperamos.

Salvador y Félix caminaron de regreso hacia


el taxi bajo el manto gris del cielo que amenazaba
con precipitar otro aguacero. El anciano estaba ya
cansado por el trajín del día y le pidió al sobrino que
lo fuera a entregar a su casa, antes de que la esposa
lo comenzara a llamar angustiada. En lo que duró el
viaje, fueron haciendo conjeturas del posible escenario
que podía ocurrir si los negocios de Fabricio y Aldo
Bauer fueran reales y esbozaron planes de lo que
ellos podían hacer juntos para no permitirlos o que, al
menos, estos salieran a la luz.

-15-

En la madrugada del otro día, el timbrazo agudo


del teléfono sacó a Salvador y a su esposa del sueño
profundo. Por suerte, Pedrito siguió dormido. Una
llamada se perdió antes de que alguno de los dos
pudiera movilizarse para agarrar el celular y contestar.
Segundos después, volvió a sonar. Él buscó el aparato,
con los ojos cerrados, palpando sobre la mesita de
noche. Sentía que el corazón le retumbaba del susto.
Con la mirada borrosa descubrió que el número del
que llamaban era el de Cabra.

—Aló.
122 Novela

Al otro lado del teléfono se escuchó la voz de un


hombre que intentaba hablar en medio de sollozos.

—¿Cabra, sos vos? ¿Qué pasó?

—Lo mataron, Chavita, lo mataron…

—¿Qué es lo que decís? —Salvador tuvo que


repetir la pregunta hasta que el interlocutor logró
controlar el llanto.

—¡Mataron a Pacha!

—¡¿Cómo así?! No entiendo.

—Encontraron muerto a Pacha.

—¡Padre celestial! ¿Qué fue lo que pasó?

—Lo asesinaron. Hallaron el cuerpo con dos


balazos adentro de su taxi, por Tierra Colorada.

—¡Santo Dios, no puede ser! —Jaqueline Rosa


espabiló en un santiamén cuando escuchó que su
esposo había recibido malas noticias y se sentó a su
lado, expectante.

—Te voy a mantener informado sobre dónde va a


ser el velorio y sobre qué vamos a hacer como miembros
de la organización. Te dejo, tengo que llamar a los demás.

—Avísame si puedo ayudar en algo.

Ante el apuro de su compañero, Salvador no


pudo obtener más detalles de lo ocurrido. No podía
Novela 123

creer que su compañero, a quien había visto hace


poco, estuviera muerto. Aunque sus ojos eran una
presa a punto de desbordarse, no podía llorar. El
sentimiento oportuno no encontraba la salida a través
de las lágrimas. Su esposa estaba ahí para apoyarlo,
con los brazos alrededor de su torso y la cabeza
recostada sobre su hombro. Jaqueline comenzó a
hacerle preguntas, las mismas preguntas que corroían
su propia mente —«¿Por qué lo mataron? ¿Quién pudo
matarlo? ¿Tenía enemigos? ¿Quién cuidará ahora de
su familia?»—, pero dejó de cuestionar en voz alta al
entender que él no tenía las respuestas y lo acompañó
en silencio hasta que un gemido escapó de su pecho
convulsionado y rompió en llanto.

Además de la trágica noticia, Salvador


aprovechó también para desahogarse por el hecho de
haberse enterado de que Fabricio era posiblemente
un traidor. Sintió que su mundo se desmoronaba
y los escombros lo enterraban vivo. Entre todos los
pensamientos revueltos en su cabeza, imperaba la
imagen de Pacha sonriendo cuando jugaron cuchumbo
apenas la tarde de anteayer. Ahora, de un momento a
otro, su compañero se había ido para siempre.

Salvador tomó consciencia de que se estaba


haciendo tarde. Sintió el peso de esa dimensión llamada
tiempo que parece no enterarse siquiera cuando uno
de los seres sobre los que actúa ya no está. A pesar
del pedido de Jaqueline de que se quedara un rato
más en el cuarto y del ofrecimiento de que ella llevaría
al hijo a la escuela, Salvador pensó que lo mejor sería
retomar el día con garras y dientes. Además, estaba
seguro de que le iba a ayudar compartir el peso del
luto con sus compañeros en el parque.
124 Novela

Los integrantes de la familia cumplieron con sus


rutinas. Salvador, por su lado, hizo todo con bastante
más parsimonia; el cúmulo de sentimientos en el alma le
restaba agilidad. No desayunó porque no tenía hambre.
Cuando estuvo listo para salir, ya con el termo de café
y la media docena de shecas en el baúl, su esposa lo
despidió con un abrazo consolador. Salió del zaguán y
condujo a la escuela para dejar a su hijo Milton unos
minutos más tarde del horario de entrada.

Rumbo al Parque a Centroamérica, se detuvo


a comprar en una tiendita una tarjeta telefónica para
acreditar saldo a su teléfono y se le ocurrió que debía
contarle a Félix, porque él y el occiso se conocían. Le
marcó a su celular.

—Aló, tío Félix.

—Hola, hijo. Estaba a punto de llamarte. ¿Ya te


enteraste?

—Sí. Es una desgracia.

—Cabra se tomó la molestia de avisarme a mí,


porque recordaba que Pacha y yo éramos buenos
amigos. De momento no hay mayor información. Era
un hombre honesto y pacífico. No entiendo por qué
alguien querría acabar con su vida.

—Eso es lo extraño. Él no se metía con nadie.


Dejando a un lado su afición por los juegos de azar,
era un pan de Dios.

—Ojalá que den con el responsable y lo hagan


pagar caro.
Novela 125

—Sí, padrino, ojalá. Ahorita voy de camino al


centro. Voy a ver qué más averiguo con los muchachos
y lo llamo después.

—Estaré al pendiente de tus noticias. Adiós,


mijo.

Salvador imaginaba el alboroto que habría


en el Parque a Centroamérica suponiendo que ya
todos estaban enterados de la tragedia. Después de
atravesar la calle Cajolá, en el cruce donde convergen
la 14 avenida “A” y la 5.a calle, se reveló ante él la
recta de cuatro cuadras de largo que daba a la plaza
y mientras avanzaba sentía como el pesar ganaba
terreno en su alma.

-16-

No solo taxistas sino también lustradores,


comerciantes y uno que otro funcionario municipal
estaban reunidos adentro del Templete del Parque a
Centroamérica, formados en un semicírculo alrededor
del secretario de comunicaciones del Sindicato,
Rolando Cabra Morales, que parecía orar un discurso
de condolencias.

Salvador se integró al grupo. Una sensación


nauseabunda le presionaba las entrañas al sentir el
aura fúnebre que impregnaba el ambiente. Cabra, en
ese momento, pedía colaboración a los compañeros
para que aportaran la suma que les fuera posible a
efecto de apoyar en los gastos funerarios. Indicó que,
quien quisiera, podría depositar la contribución en una
cajita de cartón colocada al lado de una de las pilastras
del Templete.
126 Novela

Fabricio Martínez apareció y se coló entre los


demás para dejar unos billetes en la caja. Cuando
terminó la colecta, el secretario de comunicaciones
presentó al bien querido secretario general que tenía
un mensaje para los presentes. Aunque el número no
estuviera planeado, el líder sindical siempre tenía un
buen discurso para dirigir a todo público y comenzó
pidiendo un minuto de silencio por el cobarde asesinato
del buen amigo Ricardo Pacha Agustín. Después
prosiguió con la oratoria. Inició resaltando la calidad
humana del compañero, como padre de familia, taxista
y ser humano. Luego relató los pocos detalles que,
extraoficialmente y gracias a un oficial de la Comisaría
41 de la Policía Nacional Civil, tenía acerca del hecho:
—La investigación preliminar arroja que Pacha recibió
una llamada a eso de la medianoche para realizar una
carrera por Tierra Colorada. A pesar de que su esposa
le rogó que no atendiera el requerimiento por ser
demasiado tarde, él insistió en que iría porque quien
llamaba supuestamente había obtenido el número de
otro cliente de confianza llamado Otto Colina; lo cual
era, evidentemente, una mentira que Pacha creyó. No
conozco a nadie que se llamé así, pero si a alguien
de ustedes le suena el nombre nos vendría bien que
me lo informaran para coadyuvar, como podamos,
con la investigación. Cabe agregar que es muy pronto
para que las autoridades puedan determinar a quién
pertenecía en realidad el número desde el cual se
recibió la llamada. Retomando el orden de los sucesos,
nuestro compañero llegó al punto de encuentro, un
terreno baldío y desolado en inmediaciones de Tierra
Colorada. Al punto de encuentro acudió un sujeto
desconocido que abordó la unidad en el asiento de
atrás. Hay indicios de que, ya con el pasajero abordo,
Pacha viró para regresar sobre la calle y, cuando tomó
Novela 127

velocidad, el sujeto le disparó dos veces por la espalda


a sangre fría, sin darle la oportunidad para defenderse.
Al perder el control, el carro chocó contra un poste de
luz. Pacha abrió la puerta del taxi, pero ya ni siquiera
pudo salir. Lamentablemente, Murió sentado en el
asiento del piloto. Al parecer fue un ataque directo,
aunque en la escena no se encontró la billetera de
nuestro amigo, inicialmente se descarta que pudiera
tratarse de un robo. El Instituto Nacional de Ciencias
Forenses se llevó el cuerpo para hacer la necropsia.
Todo esto, amigos míos, parece una pesadilla. Aún no
puedo creer que sea cierto. Lo seguro es que Pacha
dejará un gran vacío entre la gente que lo apreciaba,
sin mencionar a la familia que deja…

Mientras escuchaba el relato, Salvador volteó


la mirada hacia el lote de parqueo número 8, el que
le correspondía a Pacha y sintió cómo su sangre se
calentaba cuando notó la ausencia del Toyota Corolla
blanco. Pensó que si tuviera enfrente al responsable
lo acabaría con sus propios puños. Hasta se imaginó
golpeando a un individuo sin rostro, pero no eran más
que fantasías proyectadas por la impotencia de no
saber cómo podía sumarse a los esfuerzos para dar
con el asesino.

—Esta colecta —continuaba Fabricio con el


discurso—, ayudará a sufragar los gastos funerarios.
Sin embargo, creo que podemos hacer más. Le
propuse a la esposa de Pacha que el funeral se
celebrara en Funerales Reforma y que los fondos del
sindicato costearán el servicio. Nuestro compañero se
merece una despedida digna. Este punto será incluido
en la agenda de la asamblea extraordinaria que vamos
a celebrar el próximo miércoles. Me voy a atrever a
128 Novela

desembolsar anticipadamente el dinero a la viuda


porque sé que puedo contar con la aprobación de todos
en ese sentido. Seguimos en la lucha, mis amigos,
mis hermanos, unidos hoy más que nunca ante las
tragedias y las adversidades presentes y futuras. Me
despido diciéndoles que, como su líder sindical, me
debo a ustedes y les prometo que su servidor y demás
secretarios seguiremos trabajando duro por cada
taxista de esta ciudad. Para quienes deseen asistir,
el servicio funerario iniciará a partir de las seis de la
tarde. Muchas gracias.

Todos asintieron en el momento en que Fabricio


pidió respaldo para que fuera el sindicato el que pagara
por el funeral de Pacha. Al termino de sus palabras,
el líder sindical recibió un aplauso breve, no como
de costumbre, que relucía el ánimo cabizbajo de su
público. Uno que otro elemento lanzó al aire palabras
optimistas para levantar un espíritu que se arrastraba
por los suelos.

Cabra tomó de nuevo la palabra. Les dijo, para


finalizar la reunión improvisada, que Fabricio había
comprado en el mercado una olla completa de arroz
en leche y que podían pasar a recoger un vaso.

El círculo se disolvió. Todos los presentes


pasaron por su refrigerio y luego integraron por afinidad
grupos más pequeños en los que hilvanaban teorías
y comentaban en voz baja acerca del asesinato de
Pacha. Por supuesto que Fabricio también integró un
grupito con su círculo de confianza: Copetín, Cabra y
un par de taxistas que ocupaban puestos directivos.
Salvador los vio, sabía que él tenía un lugar en ese
conjunto, pero no quiso asomarse; no quería estar
Novela 129

cerca de Fabricio después de conocer que podía ser un


traidor que les mentía a todos. Se quedó un momento
en lo que terminaba su vaso de arroz en leche, sin
platicar con nadie. Después, fue a encerrarse en su
taxi.

-17-

El luto no cortó la buena racha que Salvador


había tenido el día anterior. Para su suerte hubo
bastante demanda y para las tres de la tarde ya contaba
con la cuota diaria de pasajes. Era bueno, no solo por
la cuestión de los ingresos, sino porque estar ocupado
en las carreras le ayudaba a paliar la tristeza. Decidió
entonces que a las cuatro de la tarde iría a su casa
para descansar un poco y que Jaqueline le ayudara
a preparar el atuendo negro con el que iba a asistir al
funeral.

En la puerta de su hogar, Milton lo recibió con un


abrazo que lo obligó a arrodillarse para estar parejos
en altura. Jaqueline le había dicho al niño que su papá
estaba triste y debía recibirlo de la forma más amorosa
posible. Salvador echó a llorar en especial cuando su
esposa, que tenía en brazos a Pedrito, se sumó para
unir a toda la familia en un latido de cuatro corazones.
No recibió ninguna pregunta, solo muestras de apoyo
ante una situación que quizá no terminaba de procesar.
Después, la esposa lo ayudó a despojarse de la ropa
de trabajo, le pidió que fuera a la cama a descansar y
que ella procuraría que los pequeños no hicieran bulla.
El taxista aprovechó aquel momento, en la soledad de
la habitación conyugal, para desahogarse. Lloró hasta
quedarse dormido.
130 Novela

Comenzó a soñar con lo que menos hubiera


querido. Se encontró, de pronto, caminando por el
Parque a Centroamérica. Parecía ser muy tarde.
La neblina apenas dejaba ver un metro y medio
a la redonda. No sabía qué estaba haciendo allí.
Guiaba sus pasos únicamente por los arriates de
las jardineras. Vio dos fogonazos que iluminaron las
caras interiores de las pilastras del Templete y corrió
hacia allí. Sus pasos se escuchaban como martillazos
sordos. Halló la apertura en la base del monumento y
subió tres escaloncitos para toparse con varias partes
de un automóvil deshuesado: un aro, un timón, un
retrovisor, una lámpara, una palanca, un pedal, una
alfombra y una puerta de lámina color blanco. Al centro
del monumento, advirtió un sillón de color beige, que
había sido arrancado de una cabina de carro, con una
mancha roja que parecía brotar de dos agujeros en el
respaldo. Salvador se agachó frente al asiento, estaba
a punto de introducir el dedo en uno de los agujeros
cuando escuchó el timbre de un teléfono. Siguió el
sonido en la penumbra. Dio media vuelta al notar que el
sonido se alejaba y supo que viró en la dirección correcta
al escuchar, con cada docena de pasos, los timbrazos
más fuertes. Frente a él emergió la imagen de la cabina
azul de un teléfono público iluminada desde arriba por
una luz blanquecina. Tomó el teléfono y atendió.

—Chavita, lo asesinaron, lo asesinaron, lo


asesinaron…—se repitió la mala noticia de Cabra en
un eco que cesó al cabo de cinco segundos.

—¿A quién, decime, por favor, a quién?

Después, Salvador vio que sobre la consola


del teléfono había un legajo de papeles, los tomó y
Novela 131

comenzó a leer una línea tras otra. Lo asaltó un mal


presentimiento. Pausó la lectura porque escuchó que
unos pasos corrían en su dirección. Sintió miedo, dejó
el auricular descolgado y comenzó a correr con el
documento en la mano. A la distancia, vislumbró un par
de luces rectangulares. Como era la única señal entre
la niebla que podía seguir, avanzó hacia ellas. A medida
que estuvo más cerca escuchó el ruido de un motor
encendido que reconoció de inmediato. Encontró que
las lámparas eran las de su Nissan del 94 que estaba
listo para darse a la fuga. Se puso al volante, cerró la
puerta, se abrochó el cinturón. Iba a iniciar la marcha,
pero fue demasiado tarde. La silueta del hombre que
lo cazaba surgió de entre la niebla. A dos pasos del
costado del carro, el perseguidor lo encañonó con un
objeto tubular que sostenía. Otro fogonazo estalló y el
vidrio se hizo pedazos a centímetros de su rostro.

Salvador despertó todavía con el ruido de


cristales resquebrajándose en los oídos. Se irguió
de golpe sobre la cama al tiempo que aspiraba una
bocanada de aire. Alzó la mirada por sobre la cuna
de Pedrito y notó que estaba vacía. Poco a poco, su
respiración se fue normalizando. En eso, su esposa
abrió la puerta despacio, llevaba en la mano, en dos
cerchas, un traje negro y una camisa blanca.

—¿Ya despertaste? —preguntó Jaqueline


Rosa.

—Ya. Logré dormir un rato, pero tuve una


pesadilla.

—Qué pena que no descansaras ni dormido.


¿Qué fue lo que soñaste?
132 Novela

—No recuerdo bien. Alguna cosa con el taxi


—mintió Salvador. Consideró que no tenía por qué
preocuparla. Creyó que la pesadilla podía ser un mal
augurio.

—Es normal que tus nervios estén alterados.


Sobra decirlo, pero no estás solo en esto. Yo estoy
contigo —Jaqueline colgó las cerchas en la manija de
la puerta de la habitación.

—De verdad te lo agradezco. Voy a vestirme.


Espero que el traje no me quede tan apretado ahora
que estoy hecho un marrano.

—No exagerés. No has subido demasiado.


Seguro que te queda bien y te vas a ver igual de guapo
que cuando nos casamos.

Salvador correspondió el halago con un beso


en la frente —de esos que expresan agradecimiento
desde las entrañas—. Después se probó la ropa.
La barriga se le desparramaba sobre el cinturón
apretadísimo. La camisa le cerró, pero los botones
parecían estar a punto de salir disparados. El saco,
muy ajustado, caía sobre las lonjas ocultando que el
pantalón le iba varias tallas pequeño. Tomó la corbata
del mismo color del tacuche, le hizo un nudo doble y se
la ajustó en el cuello. Comprobó su imagen reflejada
en un espejo de cuerpo entero colgado en la pared.
Esbozó una sonrisa al constatar que, aunque apretado,
todavía entraba en el traje que lució en su casamiento.
El entusiasmo le duró poco. Sus ojos comenzaron a
empañarse al recordar la ocasión para la que se vistió:
asistir al funeral de Pacha.
Novela 133

-18-

Si un taxi no se encontraba estacionado en la


isla asignada, todos los demás taxistas debían respetar
el espacio y no podían ocuparlo. Los lotes también
estaban señalizados con pintura amarilla para advertir
a los ciudadanos que eran espacios restringidos y
no podían usarlos. Salvador dejó el auto en su lote
de parqueo. De allí solo debía caminar unas cuadras
por la 6.a calle para llegar a Funerales Reforma que
funcionaba en una edificación antigua conocida como
Casa de Piedra.

Salvador leyó la cartelera colgada en pared


de bloques robustos, debajo de un farol de hierro
forjado, y encontró el anuncio que buscaba: «Servicio
funerario del difunto: Ricardo Israel Agustín Ávila, alias
Pacha – Sala funeraria las Dalias». Los otros espacios
de la cartelera estaban vacíos lo que significaba que
esa noche se realizaría un solo velorio. Salvador
pasó adelante y vio a mucha gente de pie en el
corredor principal que comunicaba a todos los demás
ambientes. Entró en la sala indicada; era la primera del
lado derecho.

Lo primero que notó al entrar fue el ataúd de color


nogal oscuro, sobre una base metálica dorada, frente
a un nicho que contenía una imagen de Jesucristo
crucificado rodeado de pedestales con arreglos florales
y candelabros. Y, lo segundo, un marco dorado con un
retrato de Pacha de cuando era bastante más joven
y sonriente. Salvador emitió un extenso suspiro y por
más que veía la escena no podía creerlo. Se formó en
la fila para dar el pésame a los dolientes, aunque no
sabía muy bien qué les iba a decir.
134 Novela

La cola avanzó lento. Los sollozos y gemidos


de los familiares de Pacha le formaban un grumo
en el gaznate. Tuvo tiempo suficiente para echar un
vistazo e identificar a los compañeros presentes.
Entre todo el mundo descubrió que Félix ya estaba
allí, sentado en uno de los sillones del salón. Recordó
que no le había devuelto la llamada, como le ofreció,
para informarle sobre el lugar y la hora del funeral.
Su padrino levantó la mano para saludarlo y hacerle
notar su presencia.

—Lamento su pérdida, señora. Don Ricardo era


un gran hombre, un buen amigo. Nos va a hacer mucha
falta —dijo Salvador a la viuda, al tiempo que envolvía
en un abrazo a aquella alma frágil que se consumía en
lamentaciones.

Pasó haciendo lo mismo con quienes, intuyó,


eran los padres de Pacha: una anciana delgaducha
de cabellos blancos y un anciano vestido con traje y
sombrero negros. En sus rostros era palpable el dolor
que pasaban.

Salvador vio que en uno de los sillones unas


señoras cuidaban de los hijos de Pacha. La niña
mayor tenía un vestido y medias blancas; los surcos
de lágrimas secas en el rostro triste denotaban que su
edad era suficiente para comprender lo que pasaba.
El hijo menor lucía más sereno, parecía no tener idea
de las consecuencias de la muerte que seguramente
descubriría a muy temprana edad.

Dado que en el salón se hizo un embudo de


gente que quería dar el pésame, Salvador salió para
dejar espacio, no sin antes hacerle una señal a Félix
Novela 135

para indicarle que iría al corredor contiguo. El anciano


entendió la indicación, se puso de pie y lo alcanzó.

—De no ser por Cabra ni me entero de dónde


es el velorio —reclamó Félix.

Salvador justificó que no le había llamado


porque tenía los pensamientos revueltos y se disculpó.

—Margarita quería venir. Le dije que con este


frío lo mejor sería quedarse en la casa.

—Además este ambiente triste no le cae bien a


nadie.

—Me dan pesar los hijos, todavía son muy


chiquitos; Pacha ya los tuvo muy entrado en años. No
puedo ni imaginar la falta que les va a hacer su viejo.

—Ojalá aparezca alguien en quien encuentren


una buena figura. Afortunadamente, yo lo tuve a usted
cuando papá murió.

—El afortunado he sido yo… —Félix sonrió


y sus ojos se pusieron más vidriosos al recibir el
agradecimiento de su sobrino. Su humildad no le
permitió emitir más comentarios al respecto y cambió
de tema—: Ahijado, cuando vine hace rato, vi que en
el salón del fondo hay cafecito. ¿Me acompañás?

—Sí, vamos. Mejor si nos movemos y dejamos


más espacio a la gente.

Atrás de los salones funerarios había una sala


con sillones negros destinados al reposo. Contaba
136 Novela

con un oasis de agua fría y caliente. El personal de la


funeraria abastecía allí, constantemente, cafeteras con
el líquido terroso para espantar el cansancio. Salvador
y Félix se sirvieron una taza cada uno y fueron a ocupar
un sillón que estaba libre. Advirtieron que en la sala
se encontraba otro taxista retirado al que apodaban
Cebollín porque desde muy joven la cabellera se le
llenó de canas. El hombre se encontraba solo y cuando
se dio cuenta de que estaba siendo observado por su
viejo amigo Félix llegó a saludar.

—¡Qué gusto de verte, Félix! —expresó Cebollín


y dio a su contemporáneo un abrazo. También saludó
a Salvador con igual alborozo.

—Qué alegría verte, Cebollín. Mirá que cuanto


tiempo ha pasado desde la última vez que nos vimos.

—Quizá desde que nos retiramos. ¿Te ha


contado que somos amigos desde que estudiábamos
en el INVO? —formuló Cebollín una pregunta retórica
a Salvador—. Después los dos nos hicimos taxistas y,
al pasar de los años, seguimos siendo amigos.

Salvador asintió porque había escuchado de


boca de su padrino varias historias.

—Pero mirá, las terribles circunstancias en las


que nos encontramos —dijo Félix, lamentándose.

—Así es. Mi papá solía decirme que cuando


uno es joven se mantiene rodeado de sus amigos y
que, cuando se comienza a envejecer, uno ya solo se
encuentra con ellos en los velorios. Tenía razón.
Novela 137

—Por supuesto, tu viejo era bueno para las


máximas.

—Miren, ustedes, es increíble lo que sucedió con


Pacha. Lo conocí durante mucho tiempo y puedo jurar
que no era un hombre de enemigos —dijo Cebollín.

—Es muy extraño que lo hayan asesinado


de esa forma—agregó Salvador—. Ignoro si estaba
metido en algún clavo. No lo creo.

—Y yo acababa de encontrármelo hace apenas


unos tres días en Montblanc. Como cosa rara, me dijo
que estaba enojado por algunas cosas que estaban
sucediendo en el sindicato.

—¿Enojado? —cuestionó Félix—. ¿Te dijo por


qué?

—Más o menos. A pesar de que él y yo nunca


fuimos cercanos, al parecer en ese momento necesitaba
desahogarse; qué mejor que hacerlo con un ex compañero.
Lo que pasó fue que le pregunté si Fabricio seguía siendo
el secretario general del sindicato y me respondió que
desafortunadamente sí. Según me dijo estaba enojado
porque Fabricio le había ofrecido que formara parte de
un negocio que involucraba a un socio adinerado y a
una nueva empresa de taxis que entraría a competir en
el mercado local. Pacha se negó. Le contestó en varias
ocasiones que no iba a traicionar a los demás y amenazó
a Fabricio con revelar sus planes si no se detenía.

«Sos una mierda bien hecha si pretendes seguir


de líder sindical y ser de la competencia al mismo
tiempo», me contó que le había dicho.
138 Novela

—¿De casualidad la empresa se llamaba Cabina


Exprés? —apresuró Salvador, quien había hilvanado
que el socio adinerado que Pacha mencionó no era
otro que Aldo Bauer.

—Sí, era algo así. ¿Qué saben al respecto?

—Absolutamente nada —ocultó Félix la verdad—.


Solo rumores de que es una empresa que está llegando
a tierras quezaltecas. Pero, con la situación actual,
cualquier competencia sería letal para el gremio.

Salvador comenzó a sentir mareos. La


conversación le había revuelto los tragos de café en el
estómago. Su cerebro hiló rápidamente la conjetura de
que el asesinato de Pacha pudo tener como móvil que
conocía la información que, en parte, él también había
descubierto en aquel documento que fotocopió y luego
alguien hurtó de su unidad.

—Acá entre nos, según lo que Pacha me dijo,


¿creen que Fabricio pueda estar involucrado?

—Ni idea, amigo mío. Sus razones tendría


Pacha para decir lo que dijo, pero Fabricio siempre ha
demostrado ser intachable.

Cebollín volvió la mirada hacia Salvador para


inquirir su opinión.

—Tampoco sé nada. Lo que usted cuenta me


ha caído como un baldazo de agua fría.

El viejo de los cabellos blancos aguzó la mirada


para advertirles: —Deberían ser un poco más curiosos
Novela 139

para no llevarse sorpresas desagradables. Pacha


parecía muy convencido de lo que dijo.

Félix no dudo en que Cebollín decía la verdad.


Pero, se mostró como si le restara importancia al
asunto para no darse color. Hizo en su mente las
mismas conjeturas que Salvador. Era momento de
salir de la funeraria.

—Gracias por el consejo, Cebollín. Como


dicen: «Cuando el río suena es porque piedras trae».
Voy a seguir aconsejando a este muchacho para
que mantenga abiertos los ojos. De momento, nos
despedimos. Salvador tiene un compromiso y me va a
hacer favor de llevarme a mi casa.

—Qué pena que no tengamos más tiempo para


ponernos al corriente. Tengo apuntado tu número. Te
llamo por estos días, Félix, y vamos por allí a tomar un
cafecito.

—Llamame en cualquier momento, ahora


siempre estoy libre. A ver si nos juntamos antes de que
el velorio sea el de uno.

—Ojalá. Ja, ja, ja.

—Qué gusto, Cebollín. Cuídese —se despidió


Salvador.

-19-

El ambiente en la funeraria se había tornado


más sombrío. Al menos así lo percibió Salvador con
la cabeza ofuscada después de la corta charla que
140 Novela

acababan de tener. Lo único que deseaba era que


sus piernas lo sacaran del funeral por aquel pasillo
que se le hizo de a kilómetro. Félix lo siguió evitando
entrar en conversaciones con ex compañeros que al
verlo querían saludar; él los esquivaba con palabras
que servían tanto como saludo y despedida: «Buenas
noches, cuídese, que esté bien».

Ya solo faltaba atravesar la puerta de madera


y vidrio para salir a respirar el aire todavía más frío
en la calle. Sin embargo, su paso fue detenido por la
persona que realmente no querían encontrar, Fabricio
Martínez, seguido de Cabra, su alero.

—¿Por qué se van ya?, ¿no se quedan a


escuchar mi mensaje? —inquirió el líder sindical con la
puerta de vaivén detenida con el antebrazo.

—¡Fabricio! Nos preguntábamos a qué hora


vendría por acá —dijo Salvador, sin poder controlar el
temblor en la voz—. Nosotros ya nos íbamos…

—Pero ahora que usted está aquí —


complementó Félix—, solo vamos a salir a tomar aire y
regresamos a escuchar sus palabras.

Fabricio dibujó una sonrisa y se le quedó viendo


fijo a Salvador unos segundos como si su cerebro
hubiera quedado en pausa. Salvador sostuvo el pulso
como los valientes, no bajó la vista. Pudo notar de
cerca que Fabricio tenía bolsas moradas debajo de los
ojos y que su mirada, empero de estar apuntándolo,
parecía perdida en los sucesos de un plano imaginario.
Novela 141

—¿Se encuentra bien, Fabricio? —preguntó


Félix para romper el hilo que unía las miradas de los
dos hombres.

—Esa no es la mejor pregunta, dadas las


circunstancias —intervino Cabra en nombre de
Fabricio.

—No me divierte preguntar obviedades,


estimado Cabra, pero a Fabricio se le ve cansado.

—Sí, sí. Como todos, tal vez estoy un poco


confundido por la muerte de mi amigo. Pero debemos
ser fuertes.

Salvador pensó en decirle que estaba


equivocando los términos porque Pacha no había
muerto, sino que había sido asesinado. Sus neuronas
hicieron el esfuerzo para no desembuchar el comentario
dado que podía emporar las cosas.

—Esperen, por favor, salgan a tomar aire dentro


de un rato —continuó Fabricio—, voy a interrumpir
ahorita en esa sala para dar mis palabras. Me caería
bien su apoyo moral.

—Claro que sí. Pase adelante, nosotros nos


quedamos aquí para escucharlo.

Fabricio se coló entre la gente que atiborraba la


sala funeraria con Cabra de guardaespaldas. Ambos se
saltaron la fila para llegar ante la viuda. La mayoría de
los presentes los reconocieron y les cedieron el paso.
Salvador y Félix intentaban ver, desde el corredor, lo
que sucedía adentro de la sala. Tremendos sustos se
142 Novela

llevaron todos cuando la viuda comenzó a dar alaridos


de dolor y cayó de rodillas al suelo cuando vio que
Fabricio se acercaba. Él no se detuvo, continuó y se
arrodilló frente a ella. La envolvió lentamente en un
abrazo al que ella parecía resistirse y luego se acercó a
decirle algo en el oído que poco a poco la fue calmando
hasta que los gritos se convirtieron en sollozos. Los
demás se cautivaron con ver al líder sindical en acción
y como tranquilizó a la viuda desconsolada. Cuando
estuvo más serena, Fabricio ayudó a la mujer a
sentarse en el sillón donde estaban sus hijos y pidió un
momento de atención para emitir un mensaje solidario
ante la irreparable pérdida.

Salvador y Félix estaban presentes con los


oídos sordos ante las elocuentes palabras que
iniciaron por conmover a la audiencia, motivaron más
llanto y llamaron a la reflexión, para concluir con un
mensaje lleno de ánimo y solidaridad para superar
juntos la tragedia. Al finalizar, el contundente orador
de semblante cansado recibió aplausos. Ellos dos no
alabaron el discurso y salieron rápido por la puerta de
la funeraria hacia la calle.

Afuera, un viento frío golpeaba las prendas y
helaba los huesos. Apresuraron los pasos a contraluz
de los faroles de los automóviles que iban bajando por
la vía en la 6.a calle.

—Todo esto está muy raro, padrino.

—No te contradigo, Chava. Se me hace que hay


gato encerrado —respondió Félix dejando intervalos
entre palabras por la agitación provocada por la
caminata.
Novela 143

—Me da mala espina lo que nos contó Cebollín.

—Y luego la actitud de la esposa de Pacha.


Aparentemente, Fabricio la liberó de una crisis. Pero
este viejo no es pendejo. A mí me parece que no quería
recibir las condolencias ofrecidas por Fabricio porque
ella sabe algo.

—A mí también me dio esa impresión, tío Félix.


Hasta se me ocurrió que Fabricio se le acercó al oído
no para darle consuelo sino para amenazarla.

—Pensé lo mismo, pero es muy rápido para


sacar conclusiones. Solo tenemos conjeturas. Hace
pocos días teníamos al tipo como intachable y hoy lo
tenemos de sospechoso.

—Debemos hacer algo, no quedarnos de brazos


cruzados. Si Fabricio fue quien se llevó el documento
de mi taxi, ahora él sabe que estamos enterados de
sus negocios y podríamos estar en peligro.

—¡Dios nos libre! Se me ocurre que podríamos


hablar con otros muchachos de confianza y contarles.

—Es muy arriesgado. Sin pruebas no van a


creernos.

—Entonces vamos a conseguirlas —dijo Félix.

—¿En dónde?

—No lo sé. Creo que podemos empezar con


Aldo Bauer. Lo voy a buscar, en aras de la amistad que
él dice que mantenemos, y veré qué puedo averiguar.
144 Novela

Luego de caminar de regreso al taxi, Félix


suspiró por la explosión de romanticismo que supuso
ver el parque iluminado por las farolas, rodeado de
edificaciones monumentales, bajo un cielo despejado y
lleno de estrellas; tenía suficiente tiempo de no visitar el
parque a esa hora y había olvidado lo agradable que era
estar allí. Fue abstraído de su contemplación cuando
Salvador descubrió, desde unos pasos antes de llegar
al Nissan, que había una especie de papel trabado en la
manija de la puerta del piloto y gritó asustado:

—¡Padrino, me dejaron una nota!

Félix se acercó para inspeccionar lo que parecía


un sobre media carta en color manila que no tenía
remitente ni destinatario. En silencio, abrió el envoltorio
y sacó una nota escrita en papel rayado. Leyó en voz
alta: «No te convirtás en alguien que va a morir por
saber demasiado».

—¡Por la gran puerca, tío, me están amenazando!


—Salvador comenzó a caminar angustiado de un
lado a otro sobre una línea imaginaria que dibujaba y
desdibujaba—. ¡Me van a matar igual que a Pacha!

—No, Chava, no vamos a permitir que te hagan


daño.

—Ojalá no hubiera sido tan shute de leer ese


documento. ¡Y todavía de burro le saqué una fotocopia!

—Calmate, hombre. No podés entrar en pánico.


Tenemos que estar serenos para pensar.

—Mire si dice algo más.


Novela 145

—Nada. Solo tiene escrito a mano ese mensaje.


¿Quién sería tan idiota de escribir una amenaza de su
puño y letra?

—Alguien que no tiene miedo y que no está


jugando —dijo Salvador, tronándose los dedos.

—Será mejor que nos movamos, alguien podría


estar vigilándonos.

—Súbase rápido, padrino. Vámonos.

Salvador guardó la nota en la guantera y echó a


andar el carro. Condujo más rápido de lo acostumbrado
sorteando los baches de las calles que hacían
parecer que la ciudad había recibido un bombardeo.
Padrino y sobrino convinieron, durante el trayecto,
que guardarían la situación en secreto, no alarmarían
a sus mujeres hasta que tuvieran sospechas bien
fundamentadas acerca de quién podía ser el remitente
de la nota; su sospechoso principal era Fabricio, pero
no querían anticiparse. Estuvieron de acuerdo en que
ninguno de los dos, por seguridad, iba a ir al entierro
del cuerpo de Pacha en el Cementerio General al otro
día. Con la mayoría de compañeros presentes en el
entierro, Salvador tendría oportunidad de ir a investigar
más al café internet acerca de Cabina Exprés —cosa
que planeaba hacer días antes, pero no lo hizo porque
encontró a Aldo Bauer con la Subaru estropeada—.
Por su parte, Félix, le pediría a Margarita que lo llevara
al edificio El Rosario para ver si podía encontrar a Aldo
Bauer y husmear un poco en su despacho. Ambos
intentarían reunir toda la información posible para
cuando fueran a la cita con el abogado.
146 Novela

Antes de que descendiera del taxi, el ahijado le


pidió a su padrino que no lo dejara solo para lidiar con
todo aquel asunto.

—No te preocupés, Chavita, yo estoy en esto


embarrado hasta los caites.

—Vaya agujero de porquería en el que estamos


metidos, padrino.

—Pero vamos a salir triunfantes. Y recordá,


andate con los ojos bien abiertos y si ves algo
sospechoso, corré. Como dicen: «Más vale aquí corrió
que aquí murió».

—Se lo prometo, tío Félix. Cuídese usted


también.

El anciano cojeó hasta la puerta de su casa. La


caminata por la 6.a calle le había adolorido las piernas.
Tocó el timbre. Salvador vio que la tía Margarita le
abrió y Félix entró dando una caricia en el hombro a su
mujer, como un gesto de agradecimiento a la vigía de
una prisión a la que regresaba después de un permiso
de salida.

-20-

Jaqueline Rosa había notado la conmoción


de su marido que asoció, sin lugar a dudas, con el
asesinato de uno de sus compañeros más allegados.
Pero ella, en uso de un instinto peculiar en las féminas
lograba percibir que había algo oculto. No era normal
que Salvador no quisiera ir al entierro de Pacha, aun
cuando justificara su inasistencia diciendo que no
Novela 147

deseaba revivir recuerdos de cuando fue el sepelio de


su padre.

—¿Estás seguro de que solo es eso? —le


preguntó.

—Sí, es eso, además de que si voy perdería un


día de trabajo. Necesitamos los ingresos —Salvador
no podía revelarle nada acerca de la amenaza que se
había ganado. Sin poder convencer del todo a su esposa,
salió temprano de casa sin darle siquiera el tiempo para
acomodar la merienda de café y pan dulce en el maletero.
Condujo hasta su isla de parqueo. Allí captó un pasaje
que le enteró un ingreso de cincuenta quetzales.

Luego de hacer la carrera, se dirigió a


Ciberchivo, un café internet ubicado en un local frente
al Parque el Calvario, para investigar todo cuanto
pudiera acerca de Cabina Exprés. Este pequeño
negocio contaba con media docena de computadoras
obsoletas con monitores de joroba de diferentes
tamaños que iban más rápido de lo que eran capaces
gracias a los chapuces y truquillos de software que
Joel, el propietario, les instalaba para mantenerlas a
flote. Ya quedaban pocos en la ciudad como resabios
de una época en la que esos establecimientos fueron
prolíferos, y poco a poco se acabaron por el avance
de la tecnología y el aumento de paquetes de internet
para celular que los proveedores de telefonía ofrecían.
Al entrar, Salvador percibió un olor a cigarrillo que era
expulsado a la calle por un ventilador chirriante con
el que Joel intentaba disipar el calor emanado por las
computadoras. El local estaba vacío. Por ello, Salvador
pudo ocupar la computadora más rápida a decir de
Joel; la segunda del lado derecho.
148 Novela

—Disculpá, amigo, ¿en dónde tengo que


apachar para hacer una búsqueda? —preguntó el
taxista que tenía mucho tiempo de no tocar el ratón de
un ordenador.

El propietario se asomó para darle las


indicaciones.

—Tenés que hacer clic en el ícono de ese


navegador. Ahora escribí lo que estás buscando en ese
apartado y le das buscar. Ya después elegís cualquiera
de los enlaces para que te despliegue la información.

Había muchas páginas que ofrecían información


acerca de Cabina Exprés. Primero eligió un artículo
de un par de años atrás que decía que se trataba de
una aplicación que ofrecía el servicio de “acarreo de
personas” de un lugar a otro. No era como tal una
empresa de taxis, más bien, se trataba de una aplicación
de celular que permitía contactar al propietario de un
vehículo particular al que se le pagaba por el servicio.
La herramienta, según esa nota, ya funcionaba en la
mayoría de las ciudades importantes de Europa, Asia
y Norte América; solo era cuestión de tiempo para
que entrara a funcionar en América del Sur. Pero esa
información no estaba actualizada. Salvador supuso
que, en ese entonces, la aplicación probablemente se
había expandido incluso hacia Centroamérica.

De la segunda visita en un sitio de dominio


colombiano, Salvador creyó entender cómo funcionaba
Cabina Exprés: El propietario de un vehículo no más
antiguo del año dos mil diez, que cumpliera ciertos
requisitos, podía postularse para prestar el servicio;
los operarios de la aplicación revisaban la papelería
Novela 149

que los interesados debían enviar escaneada a un


correo electrónico —que incluía fotografías recientes
del auto—, para aprobar o rechazar la solicitud; una
vez aprobada la documentación, se debía firmar un
contrato de adhesión en el que constaban todas las
condiciones del servicio, incluidas las cuestiones
relativas al porcentaje de ingresos y ganancias que
Cabina Exprés retenía, así como regulaciones de
impuestos; habilitado el “agregado comercial” para el
acarreo de personas, recibía un código que agregaba
su vehículo al listado de unidades que circulaban en el
límite geográfico de todo un país, para lo cual no era
necesaria ninguna otra autorización o licencia. Por su
parte, los usuarios solo debían instalar la aplicación en
el celular, requerir el servicio estableciendo un punto
de partida y, por medio de sistemas de posicionamiento
global, la herramienta elegía la unidad más cercana que
estuviera disponible y la enviaba al punto indicado. El
pago del servicio podía hacerse con dinero en efectivo
o con tarjetas de débito o de crédito.

La desigualdad de condiciones para competir


sanamente entre los agregados de Cabina Exprés,
por un lado, y los taxistas tradicionales, por el otro, le
pareció a Salvador algo ridículo puesto que en dicha
transnacional no se necesitaba obtener una línea
de taxi de la municipalidad ni pagar ningún tipo de
cuotas. Empero, también consideró que el inventor
de una aplicación para usar los carros particulares de
los demás y recibir un porcentaje de ganancias debía
ser un genio de los negocios de la talla del mismísimo
Dionicio Gutiérrez.

Encontró otras páginas con información repetida.


En algunas se alababa la eficiencia del servicio que
150 Novela

representaba enormes beneficios para los usuarios


de taxis: tiempos de recogida más rápidos; vehículos
más modernos y en buen estado; la seguridad que
representaba el hecho de que tanto pilotos como
pasajeros estaban plenamente identificados en la
aplicación; la existencia de un algoritmo que fijaba
tarifas más económicas y justas; y, múltiples formas
de pago. Pero, en otros sitios se exponían algunos
problemas generados por el funcionamiento de Cabina
Exprés. Por ejemplo, el tema de los impuestos dado
que no se trataba de una empresa extranjera con
sucursales establecidas bajo las leyes fiscales de los
países en los que funcionaba y esa atipicidad causaba
confusiones. No fue raro encontrar, además, en la web,
noticias acerca de bochinches y de manifestaciones
estalladas por el gremio de taxistas en contra del
funcionamiento de la entidad. En particular, en un país
del sur, se había reportado la quema de un vehículo,
presumiblemente de Cabina Exprés, a manos de
taxistas enfurecidos.

Salvador sentía la cabeza atiborrada de


información. Había enfocado todo el seso en
comprender aquello a lo que debían enfrentarse.
Decidió leer un solo artículo más, que parecía escrito
por una persona en contra de la aplicación, para
luego retomar sus labores. Este mencionaba algunas
formas en que se podía identificar cuando un vehículo
particular estaba prestando el servicio de taxi por medio
de Cabina Exprés: «…se notara al usuario buscando
con la mirada a un vehículo como si intentara identificar
un color, marca o una línea específica y/o un número
de placa. Al poco tiempo, un auto va a llegar y hará la
parada, generalmente con las luces de emergencia, al
lado o muy cerca del cliente. El chofer le preguntará
Novela 151

por su nombre y si él pidió un servicio por Cabina


Exprés. Si se trata del usuario que corresponde, este
asentirá e ingresará en el vehículo, se abrochará el
cinturón y será transportado a su destino». El autor
de la nota decía que en ciertas urbes los taxistas de
la resistencia se habían organizado para detectar este
modus operandi en salidas de hoteles, aeropuertos,
centros nocturnos y planteles universitarios. Retenían
los vehículos y, en el mejor de los casos, llamaban a la
policía para denunciar el desempeño de una actividad
al margen de la ley.

Salvador estiró los brazos y la espalda después


de casi dos horas de investigación frente a un monitor
cuya radiación le había irritado los ojos. Consideró
que ya tenía suficiente información para saber por
qué Cabina Exprés sería el acabose de su oficio y el
de sus compañeros. Dedujo que, ante el inminente
funcionamiento de la aplicación en Xela, Fabricio
Martínez había decidido fraguar un plan para meter
unidades con el financiamiento conferido por Aldo
Bauer, con tal de no quedarse obsoleto y continuar
desempeñando el oficio que conocía, en una nueva
modalidad. Esas intenciones no tenían nada de
malo, pero sí el hecho de que lo hiciera a espaldas
de sus compañeros taxistas que le habían conferido
el honor de nombrarlo como su líder sindical, con el
único objetivo de que velara siempre por sus intereses
comunes. Pensó que otra cosa hubiera sido que
Fabricio invitara a todos sus compañeros a participar.
Sin embargo, esa omisión denotaba que su intención
real era gobernar la nueva mecánica de la prestación
del servicio de taxis en la ciudad y hacerse con buena
parte del nuevo negocio sin importarle que la modalidad
tradicional se perdiera para siempre. Parte del engaño,
152 Novela

hilvanó Salvador, ocultaba su anhelo de perdurar en el


cargo de secretario general de una organización que,
en poco tiempo, no tendría razón de ser a menos que
el líder sindical promoviera una reforma de estatutos.

Con más pesar en el alma del que ya soportaba,


Salvador arribó a la conclusión de que sería muy
difícil resistirse al funcionamiento de una plataforma
universal como Cabina Exprés, más ahora que el líder
del gremio parecía concretar sus planes para operar
a través de ella en un inminente acto de traición.
Fabricio tendría entonces suficientes razones para
hacer cualquier cosa, matar incluso, con tal de que sus
negocios permanecieran ocultos.

-21-

Una formación de cumulonimbos era atravesada


por las únicas espadas de luz solar que descendían del
cielo y parecían atravesar los muros del edificio Rivera.
Tan pronto como las nubes se volvieron impenetrables
se instaló una oscuridad que parecía de las seis de
la tarde, cuando apenas eran las tres. La atmósfera
lúgubre que cubría al Parque a Centroamérica se
enfatizaba por la ausencia de la mayoría de taxistas
que habían asistido al entierro de Pacha y no volverían
por el resto del día dadas las inclemencias del tiempo.
Solo el Nissan del 94 y unas cuantas unidades resistían
bajo el aguacero.

Un sentimiento de soledad se apoderó de


Salvador. No tuvo ningún empacho en llorar a moco
tendido puesto que sus ventanas se revistieron de cortinas
de agua que le daban toda la privacidad necesaria para
desatorar el nudo de la garganta. Cuando recobró un
Novela 153

poco la serenidad, marcó desde su celular el número


telefónico del único hombre con el que era prudente
desahogarse.

—Buenas tardes, tío, le habla Salvador —


saludó, después de escuchar que Félix respondió
la llamada con el interés de un padre que en mucho
tiempo no ha recibido la llamada de su hijo.

—Hola, Chava, ¿cómo estás?

—Más o menos. La verdad es que me siento


intranquilo.

—Extraño sería que no lo estuvieras. Si te


hace sentir mejor yo anoche no pegué el ojo y si sigo
pensando cosas de seguro que hoy tampoco voy a
dormir.

—Pacha no merecía ser asesinado —dijo


Salvador y rompió en sollozos.

—Es una injusticia, pero debes mantener la


calma. Nuestras lágrimas no lo van a traer de vuelta —
alentó Félix.

—Y ahora también tengo miedo por esa nota


que me dejaron en el taxi.

—Tranquilo hijo, que si andamos con cuidado


vamos a encontrar la manera de confirmar quién está
detrás de todo.

Salvador respiró profundo y Félix escuchó sus


exhalaciones a través del auricular.
154 Novela

—Hoy fui a investigar al café internet sobre


Cabina Exprés, como habíamos quedado.

—A ver, contame lo que encontraste.

Salvador intentó hacer un resumen que incluía


toda la información que encontró en la red. Le dijo a
su tío que enfrentaban una plataforma global y que su
funcionamiento en el país, incluido Quetzaltenango, no
podía detenerse. Le contó sus conjeturas acerca de
que Fabricio Martínez debía de haber meditado mucho
en que Cabina Exprés representaba el futuro del
oficio y que su entrada en la ciudad asestaba el punto
definitivo que acabaría con los taxistas tradicionales;
quería subirse en otro barco sin importarle que aquel
en que navegaban sus compañeros se hundiría.

—Ahora tiene sentido. ¿Te acordás de lo que


nos contó Cebollín en el funeral? Supongamos que se
trata de un negocio de miles en el que los involucrados
van a ganar mucha plata. Fabricio, seducido por la
ambición, pudo haber matado a Pacha luego de que él
se negara a participar en sus tranzas.

—Si Fabricio es el asesino muy probablemente


también sea el autor de la nota con las amenazas.

—Seguro, pero, ¿cómo sabría Fabricio que vos


estás enterado de sus planes con Aldo Bauer?

—Pudo sospechar desde el día que auxilié a don


Aldo Bauer. Se enteró de que don Aldo había dejado
su maletín en mi taxi y que yo regresé a entregárselo;
de hecho, Fabricio me vio devolver el maletín porque
estaba allí presente. Supongo que imaginó que yo
Novela 155

pude haber hurgado entre los papeles y encontrar


el contrato. Tal vez no creyó que yo fuera capaz de
sacarle una copia, pero, de alguna manera lo intuyó.
Por eso falseó la cerradura de mi taxi y lo tomó.

—O pudo haberte seguido —sugirió Félix—. A


menos que…

—¿A menos que qué, padrino?

—Que Fabricio tenga un ayudante, es decir, un


secuaz. No creo que él hubiera abierto tu carro con sus
propias manos; no se arriesgaría a quedar expuesto.
¿Alguien más te vio ese día? —inquirió Félix.

—Sí. ¡Me vio Cabra! Ese pisado me vio salir


de la librería con los papeles en la mano. Perdone,
padrino, mi vocabulario.

—¡Ahí está!

—Cabra le contó que me había visto y Fabricio


le pidió que registrara mi carro mientras nosotros
comíamos en el comedor de doña Esperanza. Quién
mejor para el trabajo que un antiguo cerrajero.

—O, peor aún, pudo mandarlo a seguirte


después de que saliste del edificio El Rosario. Quizá no
fue casualidad que te encontrara en la fotocopiadora.
Y, tenés razón, Cabra era cerrajero. Si recordás él
abría fácilmente los carros cuando alguien olvidaba las
llaves adentro.

—¡Exactamente!
156 Novela

—Somos mejores para sacar conclusiones que


los propios chontes —ensalzó Félix, entusiasmado.

—Pero, saber eso no nos sirve de nada,


padrino. Si Cabra y Fabricio son aliados vuelve las
cosas todavía más difíciles.

—Aunque le falta un tornillo al infeliz, me resulta


difícil de creer que Cabra sea capaz de traicionar a los
otros.

—A mí no, porque Fabricio tiene un gran poder


de convencimiento. Ahora entiendo el porqué de tanta
condescendencia. Cada que jugábamos cuchumbo con
los muchachos y Fabricio ganaba, le cedía el premio
a Cabra; no lo hacía por apoyar a un compañero con
problemas de dinero sino por comprar su voluntad.

—Por otro lado, veo que cumpliste con tu parte


del plan, investigaste todo eso. Yo no pude cumplir con
la mía. Margarita me llevó al centro para ver si podía
encontrar a Aldo Bauer, pero no estaba. El guardia
del edificio me dijo que era más factible encontrarlo
en su oficina entre semana por las tardes. Volveré a
intentarlo la semana que viene.

—Muy bien, tío. Gracias por al menos intentarlo.


Recuerde que el lunes tenemos cita con el abogado.
¿Va a poder acompañarme?

—Claro que sí. Te dije que estaba con vos en


todo esto y pienso cumplirlo. Solo venís por mí una
hora antes.

—Anotado, padrino.
Novela 157

—Cambiando de tema, ¿Ya llevaste a Pedrito a


conocer el mar?

La pregunta le sacó a Salvador su primera


sonrisa en todo el día.

—Aún no. El pobrecito todavía no conoce la


arena. He querido llevarlo, pero siempre me lo impide
o la falta de tiempo o de pisto.

—¿Qué te parece si cuando me paguen lo de


mi pensión, a fin de mes, vamos a Champerico con la
familia y nos olvidamos de toda esta vaina?

—No lo sé, padrino. Le agradezco el gesto,


pero no me gustaría que usted incurriera en gastos y
así como van las cosas creo que voy a seguir corto de
feria.

—Todavía quedan algunos días para que lo


pensés. Vamos a la orilla del mar, aprovechamos
para elevar plegarias por el alma de Pacha y nos
la pasamos bien. Yo patrocino la gasolina y unas
mojarritas para el almuerzo —propuso Félix a quien
tampoco le abundaban los ingresos, sin embargo,
tenía la disposición de compartirlos.

—Déjeme consultarlo con mi mujer y le confirmo


—respondió Salvador.

—Muy bien, ahijado. Contame, ¿cómo está ella?

—Jaqueline está bien. Hoy me estaba


cuestionando porque le pareció raro que yo no fuera al
entierro de Pacha.
158 Novela

—Las mujeres tienen otro sentido. Ya le vas a


contar todo cuando lo resolvamos. ¿Supiste algo del
entierro?

—Nada. Todavía no he hablado con nadie. Aquí en


el parque está todo en silencio. Pocos vinieron a trabajar.

—Y con este aguacero no creo que te caiga


nada más. Deberías ir a casa temprano y descansar.
Es mejor que no estés allí tan expuesto cuando caiga
la noche.

—Gracias por el consejo. Voy a irme en una


media hora.

—Muy bien. Hasta luego, Chava.

—Adiós, padrino.

-22-

El lunes a las cuatro menos cuarto, Salvador


y Félix ya se encontraban sentados en las sillas de
espera en el despacho jurídico del licenciado Alejandro
Méndez. La secretaria les había servido café en un vaso
de Duroport y les había anunciado que el profesional
les atendería en breve. Como la oficina daba a la 5.a
calle, muy cerca de los parqueaderos de los demás
taxistas —Fabricio y Cabra incluidos—, la espera se
les hizo eterna; en cualquier momento alguno de los
dos podía pasar y descubrirlos. Mantuvieron la boca
ocupada dando sorbitos al café. El silencio en ellos se
rompió únicamente cuando Félix preguntó a su sobrino
si había llevado la nota con la amenaza del otro día a
lo que él respondió que sí.
Novela 159

Diez minutos después, la puerta que daba de la


recepción al despacho se abrió. Salieron dos hombres
altos de sombrero que tenían la apariencia de ser
finqueros y detrás de ellos apareció un muchacho de
traje y corbata que daba la impresión de haber rebasado
a duras penas los treinta años. El joven del tacuche
entró de regreso en el despacho y cerró la puerta.

Un minuto después, la asistente descolgó el


teléfono, marcó un número e indicó a quien estaba del
otro lado que los clientes de las cuatro de la tarde ya
habían llegado. Después, se levantó de su escritorio,
abrió la puerta del despacho e hizo un ademán
invitando hacia adentro.

—Don Félix Cojulún y compañía, pasen adelante


por favor —indicó la secretaria.

Sentado detrás de un escritorio de color nogal,


debajo de tres títulos universitarios enmarcados, colgados
en la pared, se encontraba el joven trajeado del que no
imaginaron fuera el abogado que llegaron a consultar.

—Buenas tardes, bienvenidos, mi nombre es


Alejandro Méndez, por favor tomen asiento —dijo el
licenciado—. Conozco bien la expresión en su rostro y,
antes de que digan algo relacionado con mi aspecto,
debo decirles que soy uno de esos raros especímenes
que se tragan los años. Pero, como pueden ver en
esos títulos de allí, ostento más de diez años en del
ejercicio del Derecho.

—Es que sí se ve muy joven —dijo Félix a manera


de halago—. Pero su juventud nada tiene que ver con
sus capacidades y, además, lo han recomendado bien.
160 Novela

—Gracias, don Félix. ¿Y viene acompañado


de…? —preguntó el abogado.

—Mi sobrino, Salvador Cojulún.

—Mucho gusto, don Salvador. Entiendo que


ustedes son padre e hijo.

—A pesar del parecido —respondió Salvador


sonriendo—, no es así. Él es mi tío abuelo en la línea
paterna y también mi padrino de bautizo, primera
comunión, confirmación y de bodas. Eso sí, ha sido un
papá en todos los sentidos.

—Y él ha sido como un hijo, licenciado —


retribuyó Félix con la voz temblorosa.

—Muy bien, cuéntenme, ¿qué los trae por aquí?


Salvador le contó que era un taxista y que su padrino
también lo fue. Comenzó a relatar los sucesos desde
cuando el líder sindical, Fabricio Martínez, les había
pedido en una tarde cualquiera investigar acerca
de una empresa, Cabina Exprés, que comenzaría
a hacerles la competencia en la ciudad. Le contó,
con lujo de detalles —algunos añadidos por Félix—,
todos los eventos posteriores hasta aterrizar en que
el reciente asesinato del taxista Ricardo Agustín alias
“Pacha”, podía tener relación con todo el embrollo.
También le exhibió la nota con el mensaje amenazante
que encontró en su taxi y el miedo que le daba que
pudieran atentar en contra de su vida o la de su tío.

—Vamos a ir por partes —dijo el letrado que


había escuchado con atención el relato de más de
una hora interrumpiendo únicamente para pedir
Novela 161

aclaraciones—. En primer lugar, voy a referirme a


Cabina Exprés. Como usted bien ha investigado se
trata de una plataforma universal que funciona a través
de internet y es tan grande que no me extrañaría que
ya existan unidades circulando en Xela. Si bien su
funcionamiento se ha retrasado en algunos países
por cuestiones legales y tributarias, puedo asegurar
que esa plataforma tiene tanta influencia que sus
desarrolladores van a encontrar la manera de apachar
los clavos. Ustedes, los taxistas, se pueden oponer
con manifestaciones y otro tipo de medidas. Pero,
según como lo veo, lamento tener que decirles que
Cabina Exprés llegó para quedarse.

» Segundo. Considero que, si usted descubrió


un documento en el que se aludía un contrato de
participación entre el señor Fabricio y el señor Aldo
Bauer es muy posible que, efectivamente, ellos
estén haciendo o piensan hacer negocios juntos.
Usted mencionó que el contrato no tenía las firmas,
pero los nombres de los contratantes calzaban el
documento; eso es porque seguramente se trataba
de una minuta o de un borrador que sería firmado
posteriormente. Me parece que tanto el empresario y
el taxista pueden sacar provecho de esa alianza: por
un lado, hay alguien que tiene el dinero para comprar
los vehículos modernos que exige Cabina Exprés y,
por el otro, alguien que conoce el oficio mejor que
nadie. Nada de esto se encuentra prohibido por la
ley. Sin embargo, no es ético que el señor Fabricio
sea el secretario general de su sindicato y a la vez
haga negocios que perjudiquen al gremio cuyos
intereses ha prometido defender. Les podría decir
que la solución es tan sencilla como reunir a otros
taxistas, contarles lo que ocurre y que la asamblea
162 Novela

decida expulsar de la organización al líder sindical.


Se oye fácil, pero no lo es por las razones que voy a
exponerles en seguida.

» Punto tercero. Ustedes sospechan que el


autor del asesinato de su compañero podría ser el
mismo señor Fabricio y llegaron a esta conclusión por
las siguientes razones: En el velorio, un taxista retirado
les indica que encontró al occiso unos días antes del
asesinato y aquel hombre les contó también que Pacha
se negó a hacer negocios con el señor Fabricio y fue
amenazado por eso; En el mismo funeral, ustedes son
testigos de una reacción un tanto extraña de la viuda
que parece rechazar las condolencias de Fabricio y
después él se asoma a decirle algo que aparentemente
la tranquiliza; no obstante, ustedes creen que pudo
proferirle amenazas al oído y no palabras de solidaridad.

» Cuarto. Momentos más tarde, Salvador encuentra


una nota que también contiene un mensaje amenazante
hacia su persona por poseer información que no debe
salir a la luz; Según sus conjeturas, el señor Fabricio
se enteró de que Salvador había hecho una copia del
documento porque envió a otra persona, alguien conocido
como Cabra, a forzar la cerradura del taxi para ver qué
encontraba y efectivamente halló el legajo de copias;
Ustedes encuentran relación entre las amenazas y la
información que tienen, quizá la misma que Pacha tenía,
sobre los negocios entre Fabricio y don Aldo Bauer.

» Considero que todo lo que dicen tiene sentido.


Quizá en esos negocios no estén en juego únicamente
grandes cantidades de dinero. Podríamos hablar del
dominio de la nueva modalidad de gran parte de una
actividad comercial. Considero que ustedes tienen
Novela 163

razón de estar temerosos de las represalias que


podría haber en contra de Salvador. Han hecho bien
en no contárselo a nadie más. Si el tal Cabra está del
lado del señor Fabricio, es posible que otros taxistas
también lo estén. Lo más prudente es poner una
denuncia en el Ministerio Público para que se realice
una investigación. Esa institución es la encargada de
investigar los hechos delictivos y ustedes no están
obligados a hacerlo por su lado. Aunque, sería ideal
que tuvieran más pruebas que incriminaran a los
sospechosos para que el caso avance.

—Lo único que se me ocurre es que podemos


intentar hablar con la viuda para ver si ella tiene más
información —propuso Félix.

—Sería una buena idea. Mientras más discretos


sean, mejor.

—Le comprendemos, licenciado. ¿Algún otro


consejo que pueda darnos? —preguntó Salvador con
desaire, puesto que entendió que, en vez de mostrarles
una salida, el abogado les planteó un panorama más
complicado.

El licenciado Méndez giró la silla noventa


grados y recostó el codo izquierdo sobre el tablero
del escritorio. Apoyó la frente sobre el brazo y meditó
por treinta segundos si debía decir lo que estaba a
punto de revelarles. Salvador y Félix voltearon a verse
extrañados por el repentino cambio en la actitud del
abogado que se llenó de misterio.

—Disculpen ustedes, solo estaba analizando


una cuestión legal en mi cabeza —dijo el letrado—.
164 Novela

Quiero contarles que tuve un tío abogado, hermano de


mi padre, que me motivó a convertirme en un profesional
del Derecho. Esta oficina, incluso, fue ocupada por él.
Algunos años después de su muerte, hice lo posible
para alquilarla y poner este despacho. Por eso,
entiendo bien el vínculo que hay entre ustedes dos.
Me hacen recordar al que existía entre el tío Francisco
y yo. Menciono esto porque mi tío solía tener amistad
con varios taxistas del parque y recuerdo que siempre
le demostró una alta estima a ese gremio.

—¿Nos habla del licenciado Francisco Méndez?


—interrumpió Félix.

—Es correcto.

—¡Vaya que los años me han dañado la sesera!


Acabo de recordar que esta era la misma oficina del
licenciado Francisco. Por cierto, él fue quien nos
asesoró para fundar el Sindicato de Taxistas Unidos de
Quetzaltenango. Era un tipazo. Lo lamentamos mucho
cuando falleció.

—Me alegra, don Félix, que lo haya conocido. Se


preguntarán ustedes qué rayos tiene que ver esto con
el motivo de su consulta —prosiguió el abogado—. El
tema de fondo es que yo fui inspirado a convertirme
en abogado por un hombre que no escatimaba en
preferir siempre la justicia por sobre la rigidez de las
normas. Ahora, yo estoy en una encrucijada entre
lo moralmente correcto y lo que la ley me manda
acerca de la confidencialidad. Esta vez, he decido
caminar sobre las huellas de mi ejemplo a seguir
y convencerme de que mis acciones quizá puedan
servirles para guiar sus conjeturas a un mejor término.
Novela 165

Lo hago también porque mi don más grande es poder


leer a la gente y estoy seguro de que ustedes son
buenas personas.

Los clientes escucharon el enredo del licenciado.


Seguían sin comprender a dónde quería llegar.

—En resumen: estoy dispuesto a revelarles


información que no debería a cambio de que ustedes
guarden el secreto.

—¿Cómo así, licenciado? —preguntó Félix.

—Les digo que voy a contarles un secreto que


por mi profesión estoy obligado a no revelar. Pero,
necesito que lo guarden.

—¡Ah, es eso! —dijo Salvador—. Nosotros


somos una tumba.

—Muy bien. Cuento con su promesa. La


cuestión es que, Ricardo Agustín, su compañero, vino
conmigo unos días antes de su asesinato. Y el motivo
de su consulta era el mismo que el de ustedes.

—¿El mismo? ¿A qué se refiere con el mismo,


licenciado?

—Me refiero a que era exactamente el mismo.


Mismo asunto y mismas personas involucradas.

Ahijado y padrino voltearon a verse con los ojos


pelados del horror.

—¡Ese maldito de Fabricio! Usted sugiere que…


166 Novela

—¡No, don Félix, no es así! —interrumpió el


abogado con un tono más severo —. Yo no puedo
sugerirle nada, porque jamás les di esta información.
Mi punto es que, quizá ustedes puedan amarrar las
conjeturas y sacar sus propias conclusiones.

—¿Por qué alguien llegaría a tanto? —preguntó


Salvador, perdido en sus propias reflexiones—. ¿Qué
tan grandes pueden ser los intereses en juego para
asesinar a un hombre que no quiere alinearse con
ellos?

—No puedo contestarle con certeza —recobró


el joven abogado la serenidad—. Aun así, puedo
afirmar que he visto casos en los que ha salido a relucir
lo despreciable que puede ser el corazón humano.
Basta la ambición de conseguir un poco de riqueza o
influencia para cometer atrocidades.

El abogado dio un espacio de silencio para


que los clientes pudieran procesar los antecedentes
secretos que les había revelado. Por su pericia, podía
adivinar sin temor a equivocarse cuál era la próxima
pregunta que iba a plantear uno de los dos en cualquier
instante.

—¿Qué nos recomienda hacer entonces? —


preguntó Félix.

—Eso depende de ustedes. Si quieren que las


cosas sigan su curso sin oponer resistencia al traidor,
cosa que no creo, aléjense del asunto y quizá no haya
más notas con amenazas. Por el contrario, si quieren
frenarlo y descubrir si realmente participó en el asesinato
deberán estar atentos a cualquier indicio que se revele
Novela 167

ante ustedes. Por lo que me han contado no creo que se


trate de un delincuente experimentado. Siendo así, por
más que intente tener cubiertos todos los detalles, él o
alguno de los de su círculo va a cometer un error que
ustedes deben aprovechar. A veces esas pistas llegan
por pura casualidad, como ocurrió con la situación de
haber caído el contrato en manos de Salvador. Cuando
tengan pruebas concretas, entonces sí les recomiendo
poner la denuncia correspondiente. De hacerlo antes
solo pondrán al malhechor sobre aviso y este cuidará
mejor sus pasos.

—¿Qué clase de pruebas funcionarían?

—Documentos, testimonios, fotografías, etcétera.

El silencio que llegó después daba entender que


ya no quedaba ninguna duda en el tintero, después de
una consulta que se extendió durante dos horas.

—¿Hay algo más en lo que su servidor pueda


ayudarles? —preguntó por cortesía el profesional.

Ambos clientes hurgaron en su cerebro


saturado y negaron. Ninguno de los dos tenía otro
tema pendiente.

—De ser así, les agradezco que hayan buscado


mi asesoría. Solo les pido que por favor no se arriesguen
demasiado, en especial usted, Salvador. Podrían estar
tratando con gente que cumple sus amenazas.

—Muchas gracias, licenciado. Andaremos


con cuidado. Cualquier cosa venimos rápido con mi
padrino a contarle.
168 Novela

—Ha sido un gusto conocerle, licenciado


Méndez —se despidió Félix.

Salieron del despacho. Cuando Félix pasó con


la asistente en la sala de espera para realizar el pago,
ella estaba al teléfono. Cuando colgó le dijo que el
abogado recién le había dicho que la consulta era ad
honorem. Félix intentó negarse, pero ella insistió y le
dijo que la segunda consulta quizá ya no iba a serlo.

-23-

El miércoles a eso del mediodía, en el Parque a


Centroamérica —en el espacio contiguo a la fuente y
frente a la Catedral del Espíritu Santo— se concentró un
grupo de personas que llegaron a instalar una tarima.
Fabricio había mandado a armar un escenario techado
con un toldo, bocinas y equipo de amplificación para
dirigirse a los afiliados a la organización. Más tarde,
llegadas las tres y media, los taxistas convocados
comenzaron a llegar para participar en la Asamblea.
Si fuera una ocasión normal las bocinas habrían
retumbado con las canciones de la Sonora Dinamita.
Pero, por el luto, únicamente se escuchaba música
instrumental a muy bajo volumen.

Salvador estaba metido en su taxi. Esperaba a


que dieran las cuatro para sumarse a sus compañeros.
Sentía una punzada en el pecho que le dificultaba la
respiración. Podía imaginar que Fabricio haría uso
de su excelente oratoria para exponer un mensaje de
solidaridad que todos aplaudirían sin saber que estaba
podrido de hipocresía. A la hora señalada, descendió de
la nave y comenzó a caminar hacia el punto de reunión.
Al caminar al lado del Templete, Salvador sintió que le
Novela 169

dieron un golpecito en el hombro. Se volvió hacia atrás


y se encontró con Cabra.

—¿Qué pasó, Chavita? ¿Qué dice esa vida?

—Todo bien. Ya presente.

—A todos nos extrañó no verte en el entierro de


Pacha. ¿Tenías algo más importante qué hacer?—preguntó
Cabra mirando a su compañero de modo inquiridor.

—Una cuestión con los recuerdos de mi padre.


Vos sabes, ir a un entierro es la peor manera de revivir
fantasmas del pasado —respondió Salvador, nervioso.

—¡Qué huevos de agua me saliste, Chavita!


Como que los treinta años ya es buena edad para
volverse un hombre, ¿no te parece?

—Me lo dice “un hombre” hecho y derecho, de


los que dan todo lo mejor a su familia.

La respuesta sarcástica de Salvador ofendió a


Cabra porque desde hacía años que andaba rayando
en una miseria que él mismo atribuía inexcusablemente
a su mala suerte; los suyos también sufrían las
consecuencias.

—Puedo andar de mala racha, pero al menos


yo no soy un traidor —replicó Cabra con los ojos llenos
de lágrimas y las manos empuñadas.

A Salvador se le desfiguró el rostro porque


interpretó aquella indirecta como si Cabra lo estuviera
acusando de algo injustamente.
170 Novela

—¿Verdad que te cambió la cara?, ¿verdad que


sabés de qué te estoy hablando? —recriminó Rolando
Morales.

—¡Ni idea de lo que decís, estúpido!

—¡De repente un par de cachimbazos te aclaran


la mente! —amenazó Cabra.

—¿Acaso mirás que soy manco? ¡Venite pues! —


Salvador alentó el pleito al dar un empujón a su compañero.
Nunca antes se había ido a los golpes con nadie.
Algunos taxistas, entre ellos Copetín, se dieron cuenta
de que había una discusión acalorada que podía
descontrolarse. Por eso, se acercaron a calmarlos.

—Amigos míos, no sé qué pleitos se traigan entre


ustedes, pero, por favor, guardemos la compostura
—llamó Copetín al orden—. No vamos a hacer un
show aquí frente a toda la gente. Venimos a nuestra
asamblea. No para estar de peleoneros.

Copetín apartó a Cabra y se lo llevó, tomado del


brazo, en dirección a donde estaba la tarima.

Salvador estaba furioso, como nunca nadie lo


había visto. Otro taxista lo acompañó a tomar asiento
en una banca en lo que se tranquilizaba.

-24-

La música instrumental que emitían las bocinas


en la tarima fue pausada para que Copetín pudiera,
a través del micrófono, exhortar a los taxistas que
andaban por allí dispersos a que se acercaran.
Novela 171

La reunión sería inaugurada por las palabras de


bienvenida del secretario de comunicaciones, Rolando
Cabra Morales.

Salvador no quiso levantarse de la banca.


Aunque había recuperado los estribos, se sentía
molesto. Como no sabía por qué Cabra lo acusó de
traidor, tuvo que dar vuelo las conjeturas. Supuso que
Fabricio Martínez lo convenció de que era él quien
traía algo entre manos que conllevaría perjuicios para
el gremio. Si eso resultara verdadero, pensó Salvador,
quizá no era conveniente presenciar la asamblea, dado
que Fabricio podría acusarlo públicamente. Aún con
esa corazonada, decidió quedarse y afrontar lo que
viniera. Por otro lado, lo alentaba a permanecer allí el
morbo por conocer lo que Fabricio expondría acerca
de Cabina Exprés; el tema primordial que motivó la
reunión de todos los afiliados.

Cabra subió a la tarima. Al pararse frente al


micrófono, parecía como si el pedestal tuviera mayor
masa que su cuerpo delgaducho. Comenzó a expresar
las palabras de bienvenida. Como era habitual, se
le escaparon dos o tres vulgaridades que él creyó
convenientes para darle fuerza a su mensaje; era de
esas personas que tienen gracia para decir malas
palabras sin ofender. Al terminar su intervención, Cabra
anunció que procederían al conteo de afiliados —
para verificar si se reunía el quorum que los estatutos
requerían— y luego tomaría la palabra el excelentísimo
secretario general.

Los directivos estaban en la faena de contar


asistentes, cuando de pronto se escuchó el alboroto de un
compañero de suéter rojo que comenzó a vociferar algo:
172 Novela

—¡Un taxi de Cabina Exprés! ¡Vengan todos!


¡Un taxi de Cabina Exprés! —gritaba y señalaba un
vehículo estacionado frente a la municipalidad con las
luces de emergencia encendidas; seguramente aquel
hombre también había investigado ya sobre la forma
en que operaba aquella empresa transnacional.

Esto atrajo la atención de varios taxistas que se


aproximaron a donde estaba un Hyundai gris detenido.
Y advirtieron que el carro, sin distintivos de taxi, estaba
recogiendo a dos jóvenes.

Al percatarse, Cabra salió corriendo para


verificar la situación. Abordó al piloto del auto que
era apenas un muchacho de unos veinte años. Este,
inocentemente, confirmó que su vehículo estaba
afiliado a Cabina Exprés y que, en ese momento, llegó
a recoger a los dos jóvenes que habían pedido un
servicio por medio de la aplicación del celular.

—¿Porta usted, jovencito, su carné de piloto de


taxi autorizado por la Policía Municipal de Tránsito?—
indagó Cabra, quien también ya manejaba cierta
información.

—No tengo, porque Cabina Exprés no exige ese


requisito —contestó el muchacho con toda sinceridad.

—La actividad que usted desempeña es ilegal.


Nosotros estamos en la obligación de retenerlo y llamar
a la policía.

El joven, nervioso, arrancó e intentó darse a la


fuga con los pasajeros a bordo. Pero, Cabra les dijo a
los otros que le cerraran el paso. Al instante, el Hyundai
Novela 173

estaba rodeado por los taxistas. Cuando los pasajeros


quisieron salir del auto, se lo impidieron porque, según
Cabra, ellos eran la evidencia de que el muchacho
desempeñaba una actividad ilegal.

El joven piloto se alteró y, exasperado, le gritó a


Cabra:

—¡Dejame ir, hijueputa! Vos no sabés quién es


mi papá. ¡Vas a ver lo que te va a pasar!

—Lo que va a pasar, hijito de papi, es que le


vamos a prender fuego a esta tu charada—, respondía
Cabra las amenazas.

Fabricio Martínez, que había estado fuera de


cuadro, decidió acercarse para irrumpir en el tumulto
con sus maneras de conciliador. Le puso una mano en
el hombro a Cabra para indicarle que él se encargaría
a partir de ese momento. Cabra, al tiempo que
refunfuñaba improperios, retrocedió dos pasos.

—Buenas tardes, joven. Mi nombre es Fabricio


Martínez, soy secretario general del Sindicato de
Taxistas Unidos de Quetzaltenango. ¿Cuál es su
nombre?

—No tengo por qué darle mi nombre. Solo


hágame favor de decirle a esta gente que me deje ir.

—Mire, muchacho, no es mi deseo importunarlo.


Pero, precisamente hoy estamos celebrando una
reunión con todos los taxistas para hablar acerca de
esta empresa, Cabina Exprés, que nos va a poner las
cosas difíciles.
174 Novela

—Pues ese no es mi problema. Yo no estoy


violando la ley. Solo déjenme ir por las buenas —
respondió el joven cuya petición era respaldada por los
pasajeros.

—Lo vamos a dejar ir hasta que venga la policía


y determinen ellos si está o no cometiendo un hecho
ilícito.

—Yo no tengo por qué esperar a nadie. Es más,


hasta voy a presentar una denuncia en contra de ese
que me amenazó con quemarme el carro —apuntó el
joven con el dedo.

Cabra se llenó de cólera y fue hasta su taxi para


sacar una llave de chuchos del baúl. Después regresó
corriendo.

—A ver si así aprendés a respetar un poco


patojo cerote —dijo Cabra y golpeó con la llave el capó
del carro.

Fabricio Martínez intentó calmar a Cabra, pero


este parecía poseído y no lo escuchó. Los demás
taxistas, enardecidos, alentaban a su compañero para
que le diera más castigo al vehículo. Y, como el joven
piloto comenzó a dispararle insultos por el daño que le
causó a su carro, Cabra le respondió golpeándole el
parabrisas, las lámparas y uno de los retrovisores. Y
hubiera seguido, si no es porque unos elementos de
la policía irrumpieron con su autoridad y le ordenaron
que se detuviera.

Los agentes de la Policía Nacional Civil


escucharon los alegatos de los taxistas, mientras el
Novela 175

tráfico en la 11 avenida, frente a la municipalidad, quedó


bloqueado por el tumulto. En seguida, ordenaron que
dejaran salir a los pasajeros del vehículo porque no
había razón para mantenerlos retenidos. Revisaron la
documentación del joven piloto. Los papeles estaban
en orden y no encontraron ningún motivo para
sospechar que se hubiera cometido una ilegalidad.
Con relación a prestar el servicio de taxi mediante
una aplicación virtual ellos no tenían conocimiento
de que estuviera prohibido. Incluso, un elemento
de la Policía Municipal de Tránsito dijo que para
acarrear personas era imprescindible contar con
ciertas licencias, sin embargo, como intervenía una
empresa que operaba por internet él no sabía cómo
proceder. Recomendó que el caso fuera consultado
al Juzgado de Asuntos Municipales, pero que, en ese
instante, no había ninguna violación a las normas de
tránsito y él no podía imponer una multa ni retener al
muchacho.

A Cabra le fue peor. Como había destruido


partes del vehículo, y como fue descubierto en
flagrancia, los policías consideraron que cometió una
falta y lo arrestaron. Y cuando lo llevaban enchachado
a la patrulla el joven piloto, lleno de coraje, le gritó:

—¡Ya viste qué te dije, flacucho hijueputa!— Los


policías hicieron oídos sordos ante aquel improperio.

Cabra escuchó y no tuvo más que agachar la


cabeza. Comprendió que se le había ido la mano.
Nunca antes estuvo en una cárcel. No tenía dinero
para pagar los daños ni mucho menos para pagarle a
un abogado que lo sacara de la prisión. Antes de que
la patrulla lo condujera al juzgado, Fabricio se asomó a
176 Novela

la ventanilla y le dijo que no se preocupara porque iba


a ayudarlo a salir.

El joven piloto, cuando los agentes disiparon el


desorden, arrancó y se fue de allí.

Los taxistas volvieron a reunirse cerca de la


tarima en el parque, pero recibieron de parte de Fabricio
el aviso de que la reunión se suspendería hasta nuevo
aviso. El tiempo se perdió en aquel alterado. La noche
había caído.

-25-

Salvador había presenciado la trifulca desde


una distancia ideal para escuchar lo que decían los
involucrados, aunque no tan cerca como para meterse
en problemas. Lamentó que Cabra hubiera resultado
detenido y, en otras circunstancias, él lo hubiera seguido
al juzgado para darle apoyo moral; pero acababan de
tener un pequeño conflicto. Advirtió además que Fabricio
se había ido apresurado en su taxi junto con otros
compañeros seguramente para acompañar al detenido.

—En tan pocos días tenemos un amigo traidor,


uno asesinado y otro preso. ¡Cómo cambian las cosas
en un instante! —se dijo Salvador al tiempo que entraba
otra vez en su taxi.

Era inevitable que los últimos sucesos no


le acumularan una mezcolanza de sentimientos.
Salvador dejó que las lágrimas le escurrieran otra vez
por el rostro. En eso, su teléfono comenzó a sonar y
dejó que la llamada se perdiera. Como volvió a timbrar,
pensó que podía ser una emergencia y contestó.
Novela 177

—Aló, buenas noches.

—¿Qué tal, joven? Le saluda Aldo Bauer.

—A sus órdenes don Aldo, ¿en qué le puedo


servir?

—Necesito que me lleve a mi casa. La Subaru


se descompuso de nuevo, no arranca.

—Muy bien. ¿En dónde lo recojo?

—Aquí en mi oficina, por favor. ¿En cuánto


tiempo llega?

—Estoy en el parque. Si mucho, unos diez minutos.

—Perfecto. Lo espero en la entrada del edificio.

—Ahorita salgo. Nos vemos.

Como se trataba del cómplice de negocios


de Fabricio Martínez, Salvador pensó que ambos
podían haberle tendido una trampa. Pero, si dejaba
a un lado la desconfianza, resultaba lógico que el
anciano necesitara un taxi si su vehículo se había
descompuesto.

Salvador condujo por la 4ª. calle, cruzó a la


derecha en la esquina de Plaza Polanco, después
recto por la 14 avenida, avanzó unas cuadras y cruzó
a la izquierda para retornar por la 14 avenida “A”. Ya
cerca del edificio El Rosario, se percató de que el cielo
resplandecía con los destellos de los relámpagos; iba
a llover. Al llegar a su destino, se orilló con las luces de
178 Novela

emergencia encendidas. Aldo Bauer salió del edificio


vestido con un abrigo negro y un sombrero negro.
Salvador vio que llevaba en una mano su maletín y en
la otra un paraguas sin extender. Bajó el vidrio de la
ventana del copiloto para que el anciano lo reconociera.
—Buenas noches —saludó Aldo Bauer y abrió la
puerta del asiento trasero—. Prefiero ir atrás para tener
espacio en donde poner mis cosas.

—No se preocupe. Este es su taxi.

El pasajero se acomodó y cerró la puerta.

—Pues ese mecánico que me recomendó, el


tal Copetín, no sirve para nada —reclamó el anciano
sin tapujos—. La camionetilla estuvo bien unos días,
después volvió a fallar y hoy que intenté arrancarla en
la tarde ya no encendió.

—¡Qué lo siento, don Aldo! No tenga pena


porque yo le recuerdo a Copetín que tiene que volver
a revisarla hasta que quede nítida —Salvador pensó,
no obstante, que quizá no había mucho qué hacer por
aquel vehículo más viejo que el suyo.

—Se preguntará usted porqué la necedad mía


de andar en esa carcacha. Lo que sucede es que
tiene cierto valor sentimental, pero a veces uno debe
aprender a dejar ir las cosas. He decidido no volver a
repararla. Solo necesito que arranque para llevarla a
un garaje de mi casa y dejarla allí para siempre. Hoy se
tuvo que quedar en un estacionamiento que yo alquilo
por mes cerca de la oficina. Tal vez Copetín me puede
ayudar con eso.
Novela 179

—Seguro que sí, don Aldo. Yo le voy a pedir que lo


ayude.

—Se lo agradecería.

Salvador recordaba que conocía la casa del


anciano, porque de niño fue allí cuando acompañaba
a Félix en sus carreras. Pero, antes de reanudar la
marcha, para asegurar, le preguntó:

—Dígame, ¿a dónde es que lo llevo?

—A mi casa, por favor. Queda sobre la


carretera principal hacia el municipio de la Esperanza.
A propósito, ¿en cuánto me va a salir la vuelta?

—Hasta allá le cobro setenta —respondió


Salvador. El precio de la carrera estaba por debajo de
lo justo. Sin embargo, él no estaba tan interesado en
cobrarle sino en intentar sacarle algo de información
acerca de sus negocios con Fabricio.

—Está bueno. Además, le voy a dar propina por


ser un hombre de confianza.

Salvador metió primera e inició el trayecto. Fijó


en su mente la ruta hacia la Calzada Sinforoso Aguilar
que llevaba hacia la avenida Las Américas y está, a su
vez, conectaba con la RN-1 hacia el Occidente.

—¿A qué se dedica actualmente, don Aldo? Si


se puede saber.

—Ahora hago de todo un poco. Vendo terrenos,


casas y carros; doy en alquiler algunas propiedades;
180 Novela

tengo tres restaurantes; soy dueño de una casa de


empeño; tengo acciones en una empresa de telefonía;
invierto en la bolsa; y, en ocasiones, todavía la hago
de intermediario de café, pero ese negocio ya está casi
extinto.

—¿Y cómo le hace para encargarse de todos


esos negocios?

—Tengo muchos empleados que los


administran. Mis hijos también trabajan conmigo, me
ayudan a supervisar. Por mi culpa se mantienen tan
ocupados que no tienen tiempo ni para visitarme.

—Lo lamento. A veces las obligaciones son


primero. ¿Y su esposa?

—Aún vive, gracias a Dios. Ya casi no sale. Está


enferma la pobrecita.

—¡Lo siento! ¿Qué es lo que tiene? Si se puede


saber.

—Achaques de la edad, mi estimado —cortó


Aldo Bauer el interrogatorio—. Pero, cuénteme, ¿a
usted cómo le ha ido últimamente?

—¿A mí? Fíjese que mi familia y yo, gracias


a Dios, estamos bien. Tengo dos varones que están
sanos y van creciendo rápido. En realidad, por otro
lado, es el trabajo lo que me preocupa. Desde hace
tiempo que a duras penas se gana para los gastos
básicos. Y parece que están por venir tiempos más
complicados.
Novela 181

—¿Por qué lo dice? —preguntó Aldo Bauer con


interés sincero.

—Es porque una empresa de taxis, llamada


Cabina Exprés, ya está operando en la ciudad. Si eso es
cierto, va a haber consecuencias nefastas para nosotros
los taxistas, porque no podríamos competir en su contra.
¿Ha escuchado usted hablar de esa empresa? —Salvador
encontró el momento preciso para indagarlo.

—Mmm… no, no. Nunca antes oí ese nombre.

—Pensé que un hombre de negocios como


usted tenía que haberlo escuchado, por lo menos.

—Mmm… Si así fuera, lo recordaría.

—Los problemas no se han hecho esperar. Hoy


por la tarde, mientras realizábamos una asamblea del
sindicato, uno de los colegas identificó una unidad
de Cabina Exprés. Los demás taxistas rodearon y
retuvieron el auto que era conducido por un muchacho.
Otro compañero le destruyó el parabrisas y otras partes
con una llave de chuchos. Después llegó la policía y
lo arrestaron. Finalmente, al piloto lo dejaron que se
fuera. ¡Jah, hubiera visto, qué relajo!

—O sea que viene usted de ese bochinche.

—Así es. Lo bueno es que yo no me metí en


problemas.

—Supongo que ahí estaba Fabricio Martínez.


Lo menciono porque sé que él es el secretario general
de su sindicato.
182 Novela

—Por supuesto, él iba a dirigir la asamblea,


pero esta se canceló por el altercado. Por cierto, ¿de
dónde conoce usted a Fabricio? —preguntó el taxista;
su intención era acercarse sutilmente para luego
preguntarle si tenía algún trato con el líder sindical.

—Lo conozco por Félix, tu tío. Porque cuando él


no podía prestarme sus servicios me recomendaba a
otros taxistas de confianza, entre ellos Fabricio.

—Comprendo. El día que llegué a devolverle el


maletín, me pareció que ustedes dos…

Salvador no pudo terminar la frase, porque


al caer en un bache escuchó un reventón en el tren
delantero del auto y el timón comenzó a jalar hacia la
derecha. Tuvo que parar a un costado del CUNOC.

—Parece que pinchamos. Voy a bajarme a revisar.


El taxista descubrió que la llanta estaba totalmente
pache. No le quedaba aire suficiente ni siquiera para
llegar a un pinchazo. Le avisó a don Aldo que llevaba
repuesto y que la iba a cambiar en menos de lo que
rezaba un padrenuestro.

—Déjeme ayudarle, Salvador, que no trae usted un


impedido de pasajero —dijo Aldo Bauer y se bajó del carro.

Salvador abrió el baúl, tomó la llave de chuchos


y le asignó a su pasajero la tarea de sostenerla.
Después agarró el tricket y lo metió debajo del carro.
Requirió a su asistente la llave para aflojar las tuercas.
Accionó la palanca para levantar el auto. Y cuando
comenzó a retirar la llanta pinchada, sintió que unas
gotitas le caían en la cabeza.
Novela 183

—¡Apurémonos! Esta lloviznita no tarda en


arreciar.

—Sí. Ya falta poco.

El taxista fue al baúl por la llanta de repuesto y


el pasajero buscó su sombrilla. Comenzó a llover más
fuerte. Aldo Bauer sostenía el paraguas, e iba de aquí
para allá, a modo que los cubriera a ambos. Salvador
puso el neumático, colocó las tuercas, activó el tricket
para bajar el auto, dio un último apretón a las roscas
con la llave y, por último, guardó los implementos de
regreso en el maletero. El Nissan del 94 estaba listo
para continuar.

-26-

—¿En qué nos quedamos antes de pinchar la


llanta? —preguntó Salvador para intentar recuperar
el tema de Fabricio Martínez. Estaban ya a unos diez
minutos del destino. Le quedaba poco tiempo para
averiguar algo.

—Recuerdo que estaba yo a punto de


preguntarle por su tío Félix —respondió Aldo Bauer
para evadir con suma agilidad el tema—. ¿Cómo está
él?
—Está bien. Se puede decir que llevan, junto
a la tía Margarita, una buena vida a pesar de los
achaques. Los dos están pensionados y, hasta donde
yo sé, no les falta nada.

Salvador sabía que no iba a poder reanudar tan


fácilmente el tema de Cabina Exprés y que su insistencia
podría levantar sospechas. Cabía la posibilidad de que
184 Novela

aquel anciano hubiera actuado de buena fe al hacer


negocios con Fabricio. Tal vez estaba al margen de las
ambiciones que posiblemente cegaron al líder sindical.

—Yo le tengo mucho aprecio a Félix. Pero,


después de su accidente, lo volví a ver pocas veces.

—Creo que una parte de él se murió luego de


eso. Nunca volvió a ser el mismo.

—Por cierto, siempre tuve la curiosidad de saber


qué sucedió exactamente. No hubo oportunidad de que él
me lo contara. ¿Usted lo sabe? —preguntó Aldo Bauer.

—La versión del tío es que un cliente había


llegado para pedirle una carrera. Él aceptó a llevarlo. Al
parecer, el sujeto estaba ebrio y le exigía a mi padrino
que acelerara. El tío Félix dijo que por ir rápido perdió
el control mientras iba por la 4a calle y se estrelló de
frente contra la banqueta del edificio de Claro. Como el
pasajero no llevaba cinturón de seguridad, salió volando
a través del windshield y murió en el mismo instante.

—¡Qué tragedia! ¡Pobre de Félix!

—Lo peor vino después. Mi tío no solo tuvo


que lidiar con el trauma, sino además fue acusado por
homicidio. Recibió una condena de dos años de cárcel,
pero no fue a prisión porque le permitieron pagar una
multa en su lugar. El juez también le inhabilitó el permiso
de taxista y lo condenó a pagar una indemnización a la
viuda del pasajero. Prácticamente, el tío quedó en la ruina.

—Mire pues, qué lamentable. ¿Y qué pasó con


el taxi?
Novela 185

—Es este mismo, don Aldo. Después del


accidente hubo que hacer algunos trámites para
sacarlo del predio de la policía. Y como no sufrió
daños graves el tío lo mandó a reparar y me lo dio casi
regalado.

—Al menos el carro no se perdió —dijo Aldo


Bauer con la voz trémula y comenzó a intercalar sus
palabras con una tos leve—. Con ese gesto Félix le
demostró cuánto lo aprecia.

—Así es, don Aldo, gracias a él, me he ganado


el pan con el carro.

—Eso es lo bueno porque… Cof, cof, cof —


Aldo Bauer no pudo acabar la frase porque un ataque
de tos le sobrevino.

—Don Aldo, ¿está usted bien? ¿Quiere que


pare? —ofreció el taxista, alarmado.

—Siga, no se preocupe. Cof, cof, cof. Creo que


me atraganté con mi propia saliva. Cof, cof, cof. Uno
de viejo hasta para respirar se vuelve inútil.

—Si gusta puedo comprarle agua en una tienda.


Tal vez se compone con un par de sorbitos.

—No, no, no. Ya se me va a pasar. Cof, cof, cof.


Creo que también me agitó un poco eso de cambiar la
llanta. Cof, cof, cof.

El anciano intentaba reincorporarse con


bocanadas rasposas de aire, pero la tos no cedía.
186 Novela

—¿Se siente bien, don Aldo? Si gusta puedo


llevarlo a un hospital —preguntó Salvador, preocupado.
Dio un vistazo por el retrovisor y de repente vio como
el cuerpo de su pasajero se desplomó a lo largo del
asiento de atrás —¿Don Aldo, está usted bien?

Como el anciano no respondía, el taxista prendió


las luces de emergencia y se orilló bruscamente al
lado de un terreno baldío. Se desabrochó el cinturón,
se volteó y comenzó a zangolotear el cuerpo, pero
no hubo respuesta. Se bajó del auto, abrió la puerta
trasera del lado derecho. Tremendo susto el que se
llevó cuando vio a Don Aldo con la cara enterrada en el
sillón. Metió medio cuerpo en la cabina y con dificultad
pudo voltear el torso del anciano a modo de dejarlo
boca arriba.

—Don Aldo, por favor, despierte —repetía


Salvador al tiempo que le daba palmaditas en el rostro.

Como el taxista pensó que se había desmayado,


un escalofrío le apretujó la espalda cuando percibió
que del cuerpo emanaba un olor a orines. Pavorido,
asomó las yemas de los dedos a las fosas nasales del
anciano y no pudo sentir ni una leve corriente de aire.
Intentó sentir el pulso en el cuello y en las muñecas.
Recostó la cabeza en el pecho de Aldo Bauer, pero no
escuchó ningún latido.

—¿Estará muerto?

Si es que aquel hombre albergaba una vida a


punto de partir, Salvador debía actuar de inmediato
para rescatarla. Recordó entonces el entrenamiento
de primeros auxilios que recibieron él y otros de sus
Novela 187

compañeros, hacía más de un lustro, impartido por el


bombero Ciro Camey. Desabotonó el abrigo, dispuso
una mano sobre la otra directo sobre el pecho del
anciano y allí, dentro del minúsculo espacio que
ofrecía la cabina del Nissan, empezó a presionar una y
otra vez hasta contar a veinte. Enseguida, le inclinó la
cabeza un poco hacia atrás, le tapó la nariz, retrajo la
barbilla y sopló dos veces adentro de la boca. Repitió
el procedimiento, sin poderle devolver la llama a aquel
cuerpo que había comenzado a enfriarse.

Salvador, desesperado, corrió a la carretera.


Hizo señales a los carros que pasaban, les gritó
por auxilio; sin embargo, nadie se detuvo a ayudar.
Tomó el celular de su bolsillo, buscó algún contacto
de emergencia y halló el número de los bomberos
voluntarios. Sacó la llamada, escuchó sonar tres
veces el tono, pero, la cortó de súbito porque un
pensamiento asaltó su cabeza: Félix fue acusado
de homicidio porque un pasajero murió en su taxi; el
caso no era igual, pero Salvador temió porque a él
podía pasarle lo mismo. Recordó las circunstancias
que llevaron a su padrino al retiro obligatorio y pensó
que hasta podía perder su licencia. Lleno de pánico,
se quedó congelado unos minutos sin saber qué
hacer.

Acordarse de su padrino fue a la vez oportuno,


porque él era el indicado para aconsejarlo. Le marcó
entonces a su celular.

—¡Hola, Chavita! ¿Cómo estás, hijo mío? —
atendió Félix.

—¡Padrino! —exclamó Salvador.


188 Novela

—¿Qué pasó?

—¡Ay, padrino!

—Contame. ¿Qué te pasó?

—Estoy en problemas —Salvador mezcló sus


palabras con sollozos de miedo.

—Pero, ¿qué fue?

—Es que, llevaba un pasajero y creo que le dio


un infarto o algo así.

—¿Por qué decís?

—Porque se desmayó y ya no respondió.

—¿Ya viste si está respirando?

—Sí, y no respira.

—¿Ya le chequeaste el pulso?

—Sí, pero no tiene.

—¡Intentá darle respiración de boca a boca!

—Ya intenté y no sirvió.

—¡Santa madre!

—¿Sabe qué es lo peor, tío Félix?

—¿Qué?
Novela 189

—El pasajero es don Aldo Bauer.

—¡No me chingues!

—Sí, tío. No le miento.

—¿El Aldo Bauer que yo conozco?

—Sí, padrino. El que usted conoce.

—No lo puedo creer.

—Ni yo. Siento que estoy en una pesadilla.

—¡Puta madre! ¡Qué terrible!

—Sí, padrino.

—¿O sea que el muerto ahí lo andás entre el carro?

—Sí. Eso acaba de pasar. No sé qué hacer.


Pensaba en llamar a los bomberos, pero luego me
recordé de lo que le pasó a usted. Imagínese que
piensen que yo lo maté.

Félix hizo una pausa mientras pensaba en una


salida, y como no la encontró le dijo a su sobrino:

—No llamés a nadie. Venite para acá conmigo y


aquí vamos a ver qué hacemos.

—Muy bien. ¿Y la tía Margarita?

—No le voy a contar nada. Le voy a decir que


vos querés que te acompañe en una carrera.
190 Novela

—Bueno. Voy para allá.

—Te espero. Manejá con cuidado.

-27-

Salvador tuvo que reacomodar el cadáver para


que pareciera un hombre vivo que iba sentado en el
asiento trasero de su taxi. Usó el cinturón de seguridad
para amarrar el cuerpo exánime y que este no volviera a
desplomarse. Ajustó el cuello maleable a modo de que
este no diera chicotazos y le colocó el sombrero. Fue
en ese momento que cayó en la cuenta de que nunca
había estado tan cerca de un difunto. El taxista advirtió
que el maletín color vino tinto de su pasajero estaba
tirado al pie del sillón y decidió no moverlo. Pensó
que quizá allí adentro podía haber otros ejemplares
de contratos, como aquel que días atrás tuvo en sus
manos y que revelaba un negocio entre el difunto y
Fabricio Martínez. A pesar de que podía encontrar las
pruebas que necesitaba, reparó en que era momento de
guardar luto y no de andar revisando las pertenencias
de un muerto. Cada segundo que pasaba lo ponía en
mayor riesgo de que alguien descubriera que en su
vehículo portaba un cadáver. Arrancó el auto y condujo
hacia la casa de su tío, en colonia el Bombero. Tuvo
cuidado de no dar giros bruscos en el trayecto para que
su pasajero no se desacomodara. Al llegar, se bajó del
carro y tocó la puerta; sintió el aguacero más recio de lo
que se veía desde adentro del Nissan. Su padrino salió
rápido para que la tía Margarita no llegara a curiosear o
lo persiguiera para darle un suéter más grueso.

—¡Vámonos, vámonos! —dijo Félix, sin saludar.


A pesar de la cojera, se apresuró hacia el taxi.
Novela 191

—¡Padrino, súbase en el asiento de atrás!

—¿Dónde va don Aldo?

—¡Atrás!

—¡Ni loco! —respondió, Félix. Le atemorizaba ir


a la par de un posible cadáver.

—¡Por favor! Es que necesito que usted lo


revise —replicó Salvador.

—¡Está bueno! ¡Vámonos ya!

Los dos subieron en el auto. Salvador arrancó


y comenzó a manejar sin un destino fijado. Félix tomó
valor para voltear a ver lo que parecía un maniquí
sentado con abrigo y sombrero negros. Lentamente,
colocó la mano sobre la rodilla de Aldo Bauer y
comenzó a sacudirlo, pero este no reaccionó. Le
apretó la muñeca para sentir el pulso, como ya lo había
hecho el ahijado, pero solo pudo sentir la piel gélida
del fallecido; ningún rastro de vida. Como prueba final,
sacó una lamparita de la bolsa de su chaqueta —que
había llevado específicamente para ese propósito—
y, con el semblante lleno de aversión, le retrajo un
párpado al rostro blanquecino y alumbró el ojo para
ver si la pupila se contraía.

—¿Te dijo que se sentía mal? —preguntó Félix


requiriendo un último dato para arribar a una conclusión
que solo estaba retardando.

—No. Íbamos platicando y le agarró un ataque


de tos. Le dije si quería ir a un hospital y me respondió
192 Novela

que ya le iba a pasar. Después, vi por el retrovisor que


se desmayó.

—Tenés razón, hijo… ¡Qué tragedia! El señor


está muerto. Solo basta con tocarle las manos, ya está
puro hielo. ¡Qué en paz descanse don Aldo Bauer!

—Sí padrino, que en paz descanse. Pero


ahora… ¡¿Qué vamos a hacer con un cadáver en el
carro?! ¡No quiero ir a la cárcel!

—¡Callate! Ahora que estoy con vos si te agarran


me agarran a mí también. Dejame pensar.

Salvador tomó dirección hacia el periférico.


Allí podía circular sin ningún rumbo, en lo que se les
ocurría algo.

—¿Y si llamamos a los bomberos? —propuso


Salvador—. Podemos decirles que se acaba de
desmayar, que no da señales de vida y ya después
que se encarguen ellos. Usted sería mi testigo.

—Mala idea. Si los bomberos llegan y hay


un cadáver van a llamar a la policía. Nos llevarían
arrestados ante el juez, en lo que investigan qué le
pasó a don Aldo. Lo sé, porque eso me sucedió a mí.

—¿Y si llamamos a la esposa? Seguro que don


Aldo llevaba su celular y allí está el número.

—Otra mala idea. No podríamos llegar con


la señora y simplemente decirle: «Buenas noches.
Traemos el cadáver de su marido. Se lo dejamos aquí
y nos vamos». ¡No! Ella también llamaría a la policía.
Novela 193

—No creo, tío Félix, que haya otra salida


además de llamar a la policía, a los bomberos o a los
familiares. A menos que lo dejemos abandonado.

—Es inhumano, aunque, si yo hubiera hecho


eso con aquel pobre diablo, tal vez no me habría ido
tan mal. ¿Dónde se te ocurre que podríamos dejarlo?—
preguntó Félix, más interesado en esa alternativa.

—No lo sé. En una calle oscura, en un terreno


baldío…

—¡Santa madre! Eso sí sería un crimen. No,


no, no. Imaginate que nos cachen haciendo eso. Nos
haría ver culpables de algo que no provocamos.

—Tiene razón —convino Salvador e intentó


esforzar todavía más el seso—: La cuestión es que,
don Aldo falleció posiblemente de un infarto y si lo
encuentran con nosotros cabe la posibilidad de que
nos convirtamos en sospechosos de su muerte. Pero,
si el cadáver es encontrado en algún otro lugar, como
su oficina, no habría ningún culpable más que sus
propios padecimientos.

—Buen punto. Pero, no creo que sea posible


que entre los dos subamos el cadáver a la oficina.
Necesitaríamos la ayuda de, al menos, otro hombre.
Mientras menos participemos en esto, mejor. Otro
problema sería que puede descubrirnos el guardia del
edificio.

—Claro, no funcionaría. Se me ocurre otra cosa:


don Aldo mencionó que tuvo que dejar su carro en un
parqueo público porque ya no le arrancó en la tarde.
194 Novela

Podríamos esperar a que anochezca, intentar


abrir el portón y dejar el cuerpo adentro del carro.

—Con eso nos arriesgaríamos a incurrir en


allanamiento de morada; sería peor. ¿Y si lo llevamos
a su casa y lo metemos a escondidas?

—No, tío Félix. Allí podría descubrirnos la


esposa. Aunque, pensándolo bien, don Aldo mencionó
que ella está muy enferma. Quizá se duerme temprano.
El ruido de la lluvia podría cubrir nuestros movimientos.

—¿Y cómo entraríamos en la casa?

—Mire si don Aldo llevaba las llaves en su


maletín. Está a los pies del cuerpo.

Félix estiró el brazo izquierdo para alcanzar el


ataché. Sintió un tirón eléctrico en el músculo cuando
lo jaló hacia adelante. Activó su lamparita para ver
mejor en la oscuridad de la cabina. Corrió el zíper
principal y allí solo había documentos. No obstante,
adentro de un apartado frontal, encontró un manojo de
llaves cuyas cabezas estaban recubiertas con hule de
diferentes colores.

—Acá hay unas llaves —informó Félix el


hallazgo—. Don Aldo las tenía identificadas por colores.
Seguro que una de estas es la de su casa.

—No creo que haya otra opción —aseguró


Salvador que seguía manejando con el puro instinto
por el periférico, a velocidad moderada porque la lluvia
persistía. Para ese entonces casi llegaban al paso a
desnivel hacia el municipio de Salcajá.
Novela 195

—¿Y si nos topamos con algún empleado en


la casa? Esa familia acostumbraba a tener muchos
trabajadores.

—En ese caso, tendríamos que decir la verdad


y atenernos a las consecuencias. Pero, por otro lado, si
nadie nos ve podríamos salir de esta. No me preocupa
que estén allí los hijos. Don Aldo me acababa de
decir que se mantienen ocupados con los negocios
familiares y casi nunca llegan a visitar.

—No se hable más, Chavita. A la casa de los


Bauer entonces.

-28-

Salvador viró en “U” en el periférico y luego


aceleró tanto como la lluvia se lo permitía. El Nissan
parecía deslizarse sobre aquella carretera mojada y
salpicaba el agua de los charcos como si los cortara por
la mitad. Al no tener el periférico una buena iluminación,
el taxista debía aguzar la vista para no perder el carril.
La luna aguardaba oculta sobre las nubes y no se podía
contar tampoco con sus reflejos. Cuando transitaban
cerca del municipio de la Esperanza, Salvador supo que
debía estar atento porque la calle donde estaba la casa
de los Bauer era de las próximas.

—Bajá la velocidad, porque ya estamos cerca del


cruce—avisó Félix, pues recordaba bien la ubicación;
solo esperaba que el difunto no se hubiera mudado—.
Es en la que viene a la derecha.

Salvador cruzó en la calle confirmada por su


tío, condujo una cuadra más y luego se detuvo frente
196 Novela

a una enorme casa que ocupaba toda la manzana.


El estilo de la mansión era colonial y tenía hermosos
balcones de hierro forjado. Las paredes exteriores
estaban cubiertas con una planta trepadora, Ficus
pumila, un poco descuidada. El taxista apagó el auto
para aminorar su presencia.

La lluvia había arreciado todavía más. Para


su fortuna, las lámparas del alumbrado público se
apagaron de repente. Había ocurrido uno de esos
apagones tan comunes en la ciudad. Hubieran quedado
a ciegas a no ser por la lamparita de Félix.

—¡La suerte está de nuestro lado, padrino!


—dijo Salvador aludiendo a su nueva aliada: la
oscuridad.

—Tenemos que hacer esto rápido. Mirá, si


tuvieras qué elegir un color para la llave de la puerta
de tu casa, ¿qué color elegirías? —preguntó Félix
provocando desconcierto en su ahijado—. ¡Decime lo
primero que te venga a la mente!

—¡Rojo!

—Pienso igual. Tomá, esta es la llave forrada de


rojo. Probá esta primero.

Salvador agarró la llave para separarla del


manojo. Iba a probarla en la cerradura de la puerta
principal para ver si era esa. Al bajar del taxi terminó
de empaparse. Introdujo la llave en el cerrojo de la
puerta de metal y madera; había adivinado bien. Saltó
de regreso en la cabina del carro.
Novela 197

—Se pudo, padrino. Dejé la puerta entreabierta


para que pasemos más rápido. Pero antes, quiero
echar un ojo adentro del maletín. Por favor, alúmbreme.

Félix apuntó la luz de la lamparita para que


Salvador pudiera leer los papeles que sacó del bolso.

—Nada importante —dijo Salvador, contrariado.

—¿Qué buscás?

—Un contrato o algo parecido, como el que


encontré la otra vez.

—Mejor apurémonos. La luz puede regresar.

—Está bien. Hagamos esto: usted llévese el


maletín y la sombrilla de don Aldo. Y, cuando yo ya
tenga cargado el cuerpo, me abre la puerta.

—¡A la cuenta de tres!

—Uno, dos y tres.

Salvador se bajó, abrió la puerta del asiento


trasero, le pasó el sombrero negro y la sombrilla de
Aldo Bauer a Félix quien ya esperaba todo remojado
al lado de la puerta. Salvador desamarró el cinturón,
metió un brazo debajo de las piernas del cuerpo y el
otro alrededor de la espalda. El estallido de adrenalina
en su sistema hizo posible que pudiera levantar él solo
todo el peso. El padrino abrió la puerta y el ahijado
cruzó hacia un jardín descubierto con un camino que
conducía a otra puerta que daba al interior de la casa.
198 Novela

—Tío Félix, no podemos dejarlo aquí bajo la


lluvia. Veamos si está abierta esa otra puerta —susurró
Salvador

—Tenés razón. Voy a ver.

El padrino se aventuró hacia la otra puerta de


madera techada por una marquesina. La pudo abrir
porque no tenía seguro. Al entrar, había una antesala
enorme sumida en la penumbra. Salvador dio unos
pasos adentro e intentó dejar el cadáver sobre la
alfombra con sumo cuidado. Pero, al hacerlo, el peso lo
venció y provocó un fuerte ruido cuando lo dejó caer. Le
quitó el sombrero, la sombrilla y el maletín de las manos
a Félix y también los colocó en el suelo. Acomodó un
poco la escena a fin de que pareciera que Aldo Bauer
se desplomó luego de cruzar el umbral de su casa.

—¡Hasta pronto, viejo amigo! —musitó Félix


con la palma de la mano sobre la cabeza del fallecido.
Después, los dos salieron cerrando las puertas a sus
espaldas y subieron en el taxi para darse a la fuga.

-29-

Guardaron silencio de regreso a la casa


de Félix. Ambos sentían una vergüenza que les
provocaba nauseas. Haber hecho lo que hicieron fue
inhumano, pero no estaban pensando con claridad.
Fueron arrinconados por el temor de que Salvador
pudiera parar, según ellos, acusado de un delito que
no cometió.

Solo una idea angustiante que invadió a


Salvador lo motivó a romper el silencio:
Novela 199

—Don Aldo me dijo que, después del accidente,


volvieron a verse pocas veces. Si eran amigos, ¿por
qué se alejó de él, tío Félix?

—Él decía que éramos amigos. En realidad,


yo trabajaba para él y nunca me sentí su igual. Creo
que la gente con plata es condescendiente para sentir
que hay humildad en su corazón, pero, en el fondo, el
dinero siempre causa cierto aire de superioridad. Tal
vez fue una cuestión de orgullo mía. La cruda verdad
es que sin importar nada todos morimos.

—Tío Félix, mañana la muerte de Aldo Bauer se


va hacer pública. ¿Qué va a pasar si alguna cámara
me grabó cuando recogí a don Aldo? o ¿qué va a pasar
si algún cristiano nos vio afuera de su casa?

—No lo sé. Creo que de nada sirve alojar miedos


en la cabeza. Si algo así sucede ya nos las vamos a
ingeniar para salir adelante, como siempre. Por ahora,
ya tenemos aflicción para rato. Solo mantené presente
que no fue tu culpa que Aldo Bauer haya muerto en tu
taxi; nada más te tocó esa chibola.

—¿Y si podía haber hecho algo más?

—Es una necedad pensar eso. No sos médico ni


un ángel con poderes de sanación. Las tragedias pasan
frente a nuestros ojos y a veces no podemos ser más que
testigos de lo horrible que puede ser la vida. Lo único que
podemos hacer, frente a cosas así, es olvidar y avanzar.

Félix entró en una nostalgia profunda. Sintió que


el aguacero le había corroído la dureza y comenzó a
llorar.
200 Novela

—No llore, padrino. Usted mismo acaba de decir


que debemos ser fuertes —dijo Salvador, conmovido.

—Esta no es la primera vez que veo un muerto


de cerca. ¿Te acordás de mi accidente?

—Sí, tío Félix. Fue algo trágico. Y es normal que


esto le haga revivir el pasado.

—¡He sido un mal hombre, Chava! —manifestó


Félix en medio de sollozos y con medio rostro enterrado
en la palma de la mano derecha.

—Claro que no. Usted es una gran persona.

—Nunca le he contado a nadie qué sucedió en


verdad en aquel accidente. Vas a ser el primero en
saberlo. Salvador esperó en silencio muy intrigado
al ver abatida la fortaleza de Félix que era como una
ceiba.

—Resulta que tengo una hija fuera del matrimonio


—confesó Félix para la sorpresa de su sobrino—. Ya
estando casado con Margarita, tuve un romance con
otra muchacha que se llamaba Cecilia Betancourt. Un
día decidimos terminar la aventura puesto que yo, en
mi condición, no podía ofrecerle nada más. Al dejar
de verla durante años no me enteré de que estaba
embarazada. Lo supe hasta cuando la jovencita, mi
hija, me buscó cuando tenía unos diecisiete años. No
tuve dudas de que yo era el padre porque reconocí en
ella los rasgos imperdibles de los Cojulún. Además, lo
sentí en cada fibra de mis entrañas. Comencé entonces
a relacionarme con la muchacha. Le apoyé con los
estudios. De vez en cuando, íbamos a comer o por
Novela 201

un postre. Claro que Margarita y mis otros muchachos


nunca se enteraron de esto. Hasta la fecha guardo
el secreto. A mi mujer le podría dar algo si se entera;
tantos años de matrimonio se irían al carajo.

»Lo que sucedió la noche del accidente fue


que Sully, mi hija, y yo nos juntamos para cenar en un
lugar que se llamaba Café los Balcones. Terminamos
de comer y ofrecí llevarla a la casa donde vivía con su
mamá. Al rodear el parque un cliente conocido me hizo
la parada. Me detuve a ver qué quería y me dijo que si
podía llevarlo a un bar en la zona 3. Le pregunté a Sully
si tenía inconveniente con que llevara a un pasajero a
un sitio que nos quedaba de camino. Ella estuvo de
acuerdo. El hombre subió en el taxi, en el asiento de
atrás, pero yo no me percaté de que estaba borracho.

»Luis Pérez se llamaba el muy ingrato. Cuando


íbamos a la altura de Plaza Polanco, empezó a decirle
groserías a Sully. Yo lo reprendí, pero no hizo caso
el pedazo de idiota; seguía diciéndole vulgaridades a
la patoja. En una de esas, metió medio cuerpo entre
los dos asientos delanteros y alargó el brazo para
manosearla. El tipo era más fuerte que yo y no pude
pararlo. Fue en ese momento que decidí acelerar y
chocar el taxi. Al impactar contra la acera del edificio
de Claro, los cinturones de seguridad nos detuvieron a
Sully y a mí. El tal Luis salió catapultado hacia adelante,
rompió el vidrio con la cabeza y se arrastró sobre el
cemento como tres metros. Los bomberos dijeron que
murió instantáneamente.

»Yo no quería que Sully estuviera allí cuando


la policía llegara. Le pedí que caminara de regreso
al parque y que allí la recogería mi amigo Fabricio
202 Novela

Martínez. Llamé en seguida a Fabricio para contarle del


accidente y le pedí favor de que llevara a la jovencita
que iba conmigo a su casa. Él dijo que sí y no me hizo
mayores preguntas. Después de aquella noche, solo
vi a mi hija una vez más. Fue cuando me dijo que no
volveríamos a vernos hasta que ella pudiera olvidarse
de lo ocurrido. Jamás regresó a buscarme y, para
respetar su decisión, tampoco la busqué a ella.

»Después de que me condenaron por homicidio


culposo y perdí mi licencia. Tuve la oportunidad, aunque
ya no trabajara de taxista, de quedarme como secretario
general del sindicato; muchos compañeros me lo pidieron.
Pese a esto, un día Fabricio Martínez se acercó a mí y me
dijo que yo debía renunciar al cargo. Y si no lo hacía, el iba
a contarle a mi mujer sobre la existencia de mi hija Sully. El
muy hijueputa se había dado la tarea de investigar quién
era la niña. Y me amenazó con tal de quedarse él con mi
cargo. Por eso, alguna vez te dije que tenía mis reservas
sobre este desgraciado de Fabricio. No dudo que él haya
sido quien mató a Pacha.

Salvador escuchó el relato, sin interrumpir. Sentía


el cuerpo helado tanto por la empapada como por la
confesión tan impactante de su padrino. Le ofreció que
guardaría el secreto como si fuera suyo y se lo llevaría a
la tumba. El recorrido no daba para sacar más verdades
a la luz, porque llegaron a la casa de Félix.

—Ahora, con mayor razón, tenemos que


desenmascarar a Fabricio —dijo Salvador, luego de
parquear el taxi.

—No creo que eso importe ya, Chava. Su socio


principal está muerto.
Novela 203

—¿Y qué hay del asesinato de Pacha? No


podemos dejarlo impune.

—En eso sí tenés razón. Además, creo que


Fabricio es tan tozudo que va a encontrar la manera
de seguir con sus planes.

—Es posible. Pero, creo que tengo un plan para


impedirlo y necesito su ayuda.

—¿Y cuál es?

Ahijado y padrino se quedaron un rato más,


bajo la lluvia, estacionados en la calle. Salvador le dijo
que se había quedado con las llaves de Aldo Bauer y
le contó su plan para hacerse con los documentos que
probarían en contra de Fabricio. Pero, debían esperar
hasta la tarde del otro día para llevarlo a cabo. Cuando
terminaron de tramar, Félix se bajó del carro y entró en
su casa sin poder remojarse más. Salvador condujo
hasta su hogar ya con varias llamadas perdidas de
su esposa preocupada porque no llegaba. Tuvo que
inventar una excusa para ocultar lo que en realidad
había sucedido y porqué había llegado todo empapado.

-30-

Salvador pasó toda la noche en vela. No pudo


dormir por estar dándole vueltas en su mente a las
confabulaciones. Al amanecer, se levantó a la hora
acostumbrada y cumplió paso a paso con la rutina.
Jaqueline Rosa era astuta, sabía reconocer que su
marido estaba demasiado pensativo, pero también
podía anticipar que mientras él no estuviera listo para
decirle la verdad, seguiría recibiendo las mismas
204 Novela

explicaciones cada vez que le preguntara acerca de


su estado meditabundo. Mientras tanto ella intentaría
bloquear los celos y alentar la paciencia a favor de un
marido que nunca le había fallado.

El taxista se despidió de su mujer, salió de casa


con el hijo mayor de copiloto, y lo dejó en la escuela
Mariano Valverde como de costumbre. Al nada más
bajar el niño del vehículo, Salvador encendió la radio y
sintonizó la emisora local de noticias. Durante el trayecto,
salió publicada la nota que él esperaba escuchar:

—¡Última hora! Se reporta el fallecimiento


del empresario quetzalteco, Aldo Bauer, de setenta
y dos años. Preliminarmente se conoció que el
septuagenario fue encontrado fallecido, en horas de
la noche, por una empleada doméstica. Un hijo del
difunto confirmó a nuestros periodistas que descarta
que el fallecimiento pueda deberse a un hecho
violento y que, dado que el empresario padecía desde
hacía años de una enfermedad cardíaca, lo que pudo
haberle sobrevenido fue un infarto. Por lo tanto,
familiares de la víctima decidieron que al cadáver
no se le practicaría una necropsia por el Instituto
Nacional de Ciencias Forenses, sino que sería un
médico particular quien evaluaría el fallecimiento y
procederían al sepelio. Informó para Noticiario los
Altos: Fausto Pineda.

Al terminar de escuchar la noticia, Salvador le


marcó de inmediato a Félix:

—¡Padrino! Salió una nota en la radio. Falleció


Aldo Bauer —El taxista intentó disimular ya que la tía
Margarita podía andar cerca.
Novela 205

—¿En serio, Chava? ¡Qué noticia tan terrible!


No he prendido la radio todavía. ¿Dijeron de qué murió
el pobrecito?

—Posiblemente de un infarto. Uno de los hijos


informó que descartaba la posibilidad de algún hecho
violento. Llevaba años enfermo del corazón.

—¡Válgame Dios! ¡Qué alivio! —expresó Félix


sin poder ocultar la tranquilidad que le daba la noticia—.
¡Que en paz descanse Aldo Bauer! Mis condolencias
para la familia.

—Así es tío Félix. Por otro lado, le recuerdo que


hoy paso por usted a las seis y cuarto. Dígale a la tía
Margarita que lo voy a regresar a dejar muy tarde.

—Esta vieja ya está sospechando cosas —bajó


Félix la voz—. No muy se tragó que habrá un acto en
memoria de Pacha que va a durar hasta la medianoche.
Pero no importa. Estoy con vos en esto, aunque ando
medio resfriado por la empapada de anoche.

—Gracias por su apoyo, padrino. Nos vemos


pronto.

—Hasta luego.

Salvador se quedó estacionado por el resto de la


mañana frente al Parque a Centroamérica. A mediodía,
fue a almorzar al comedor de doña Esperanza. Por
la tarde no apareció un solo cliente. Fue una jornada
totalmente muerta.
206 Novela

-31-

A las seis y cuarto de la tarde, Félix ya esperaba


ansioso la llegada de su ahijado. Salvador se atrasó
solo un par de minutos, lo recogió en el taxi y luego
se dirigieron de vuelta hacia el centro de la ciudad. En
el camino, el tío le entregó al sobrino la lamparita que
usaron el día anterior por si en algún punto del plan se
quedaba sin lumbre.

Dejaron el taxi estacionado en la 15 avenida,


atrás del edificio El Rosario. Se bajaron de este y
caminaron hacia la esquina que daba a la 14 avenida.
Allí comenzaron a ejecutar el plan.

Félix avanzó por la avenida, mientras Salvador


aguardó a la espera de la señal. El tío llegó a la
entrada del edificio El Rosario y se detuvo allí frente
al vestíbulo donde estaba el guardia de seguridad.
Comenzó a fingir que le estaba dando un ataque: se
arrodilló, se llevó la mano al pecho y comenzó a pedir
ayuda. El guardia acudió en su auxilio y fue así como
Félix lo distrajo para que Salvador pudiera meterse en
el inmueble sin ser advertido.

El anciano, después de un par de minutos, dijo


que ya se sentía mejor y se puso de pie con la ayuda
del vigilante. Este le ofreció que iba a llamar a una
ambulancia, pero Félix replicó que ya había recobrado
el aire y que iba a seguir su camino. Después, coronó
la cuadra y fue a meterse otra vez en el taxi donde
debía hacer una larga espera hasta más o menos las
doce. Había llevado un termo de café y pan dulce con
los que esperaba espantar el sueño y estar pendiente
de su cómplice.
Novela 207


Salvador subió sigilosamente por las gradas de
mármol. En el segundo nivel la claridad natural, que
entraba por los ventanales, ya menguaba. Caminó
despacio por el piso de madera para no hacerlo
retumbar. Esperaba que a esa hora el edificio estuviera
poco concurrido. Por suerte, no se topó con nadie.
Continuó hasta la oficina 204, la que era de Aldo Bauer,
y buscó el manojo de llaves. Arrimó la oreja a la puerta
para asegurarse de que no hubiera ruidos adentro.

—¿Qué color le pondría a la llave de mi oficina


si tuviera una? Por supuesto que azul —dijo Salvador
para sí mismo. Le atinó porque sí era esa.

El taxista empujó la puerta lentamente y se


encontró con un ambiente secretarial escasamente
iluminado. En una pared del fondo había otra puerta
con tinte oscuro. Entró por esta al despacho en el
que la luz y la sombra sostenían un duelo a muerte.
En la pared del fondo había tres ventanas verticales
que Salvador se alegró de ver, puesto que daban a un
balcón exterior hacia la 15 avenida —esa era su ruta de
escape—. El amoblado de la oficina lo conformaban
un escritorio ejecutivo, una librera grande, un archivo
metálico, sillones de estar y algunas mesitas.

Salvador encendió la lamparita de Félix y


lo primero que iluminó fue una pintura de las calles
empedradas de la Antigua Guatemala colgada en el
muro de la derecha; estaba moderadamente inclinada.
Después, apuntó hacia el escritorio y advirtió una pila
de documentos que tenía encima un pisapapeles con
forma de globo terráqueo. Se sentó en la silla de Aldo
Bauer y revisó el contenido de los documentos. Había
208 Novela

sido muy fácil dar con al menos treinta contratos ya


firmados por Fabricio Martínez y su socio fallecido,
debidamente autenticados por un notario cuyo nombre
no retuvo Salvador. Esa sería prueba suficiente para
demostrar a todos los afiliados del sindicato que el
secretario general era un traidor.

El taxista se increpó el no haber llevado una


mochila —aunque fuera una pequeña de su hijo
Milton—, porque no tenía en donde poner los papeles.
Revisó las gavetas del escritorio y encontró un maletín
viejo al que no le funcionaba el zíper. Guardó en este
todos los legajos y después lo puso al pie de una de las
ventanas. Como debía esperar hasta la media noche,
para que ya hubiera menos tránsito y por lo tanto
menos testigos en la avenida, regresó a sentarse en
el escritorio de Aldo Bauer. Abrió, solo por curiosear, la
gaveta central y le llamó la atención un pequeño Post-
it verde fosforescente. Agarró el papelito y leyó que
este decía:

«Caja fuerte: 270919».

—¿Caja fuerte 270919? —se preguntó Salvador


en la mente. Apuntó la lamparita hacia el cuadro de la
Antigua Guatemala y dedujo que la ligera inclinación
tendría sentido si aquella pintura servía para esconder
algo detrás.

El taxista caminó con lentitud y temor hacia el


cuadro. Lo descolgó y, efectivamente, vio incrustada
en la pared una lámina metálica. Dejó la pintura a
un lado y alumbró una especie de panel con teclas
enumeradas. Tomó el Post-it para ver la clave y pulsó
el primer número. Cuando lo hizo, el panel emitió un
Novela 209

pitido agudo y dibujó en una pantallita digital el número


“2”. Salvador se arriesgó a que, si el guardia caminaba
por allí, escuchara los pitidos. Aún así marcó la clave
completa y presionó la tecla “Enter”. La puertecilla
metálica se destrabó y el taxista pudo abrirla para
quedar estupefacto con su contenido: la caja, de unos
cuarenta centímetros de fondo y cincuenta de alto y
ancho, estaba llena de fardos de cien quetzales. Allí
comenzó un dilema moral para Salvador.

Por un lado, si se llevaba una parte de aquella


fortuna, nadie iba a notarlo. Por el otro, al hacerlo,
se condenaría él mismo a ser un ladrón y si había
alguien a quien no se podía engañar, pensó el, era al
karma. Sopesó entonces la situación y creyó que sería
justo, aunque nada justificara el hurto, cobrar una
pequeña indemnización por los días de angustia que
había pasado después de descubrir los negocios de
Fabricio. Lo decidió así, para equilibrar la balanza de
la justicia divina. Tomó entonces solo un fardo delgado
de billetes. Cerró la puerta y colgó de nuevo el cuadro,
dejándolo esta vez debidamente alineado.

Salvador caminó hacia la pared del fondo.


Se acercó a la ventana de en medio y localizó dos
pasadores que mantenían cerrada la hoja que iba
desde el suelo hasta dar casi con el techo; uno anclaba
la hoja del ventanal con el borde del artesonado —este
se destrababa por medio de un cordel—, y el otro lo
fijaba al piso. El taxista intentó destrabar los pasadores
para asegurarse de poder abrir y aventarse del balcón
hacia la 15 avenida donde estaba parqueado su taxi,
llegado el momento; los mecanismos funcionaban a
la perfección. Salvador envió un mensaje de texto al
celular de Félix, como lo indicaba el plan, para decirle
210 Novela

que todo iba bien. Enseguida, regresó a sentarse en


la silla de Aldo Bauer. Cerró los ojos un instante y se
camufló con el silencio de aquella oficina.

-32-

Era tanta la calma que Salvador se había


adormecido y luchaba contra el sueño. De pronto,
creyó escuchar un golpe seco en la madera, afuera de
la oficina. Vio la hora en el celular y este marcaba las
once y media. Se aproximaba, finalmente, la hora del
escape. De repente, volvió a escuchar el mismo ruido.
Se puso de pie, salió lentamente hacia la recepción
secretarial y afinó el oído. Tremendo espanto se llevó
cuando vio que la línea de luz que subrayaba la puerta
fue cortada por una sombra; alguien estaba afuera. Se
escuchó un ruido como de chinchines metálicos y el
pomo de la puerta comenzó a moverse. El taxista se
retiró sobre sus pasos y cerró con seguro la puerta que
dividía el despacho y la secretaría. Al instante, escuchó
que la primera puerta fue abierta y luego unos pasos
sonaron adentro de la recepción.

—¡Puta madre! Debe de ser el guardia —


murmuró el taxista.

Sobresaltado, Salvador caminó de puntitas


hacia la ventana. Sin embargo, se quedó inmóvil un
segundo cuando se percató de que también el pomo
de la segunda puerta comenzó a girar provocando un
sonido chirriante. El taxista se apresuró a destrabar
los pasadores del ventanal, pero, al ser activado
el de arriba emitió un ruido secó que seguramente
pudo escucharse desde lejos. Los ruidos en la
puerta se detuvieron un instante luego del estruendo,
Novela 211

pero después la perilla comenzó a moverse


más violentamente, como si alguien estuviera
desesperado por entrar. Salvador abrió la hoja del
ventanal y sintió que un ventarrón helado se coló en
el despacho. Tomó el maletín y dio un paso hacia el
balcón, cuando, de buenas a primeras, la puerta a
sus espaldas cedió y se abrió lentamente al tiempo
que crujían las bisagras.

El taxista divisó el contorno de una silueta que a


penas sobresalía entre la oscuridad. Aunque no podía
ver sus ojos, sentía que lo acechaba la mirada de un
hombre. Cuando dio un paso más hacia el balcón, una
voz ronca emanó de aquel sujeto de sombra:

—¿A dónde va, muchacho? —dijo el tipo y alzó


una mano para buscar el interruptor en la pared. Al
encontrarlo, prendió la luz de la lámpara en el techo.
La iluminación desveló el rostro de aquella silueta
oscura: era Fabricio Martínez.

—¿Fabricio? —preguntó Salvador.

—Así es, mi Chava. ¿Te sorprende verme otra


vez por aquí? —respondió el hombre con un tono lleno
de ironía—. Te diría que me sorprende encontrarte,
pero mentiría porque te vi llegar junto con el viejo que
te espera allí afuera.

Salvador notó que la mirada y la sonrisa del


secretario general tenían un aire malévolo.

—¿Cómo es que logró entrar?

—Un amigo me enseñó valiosas habilidades de


212 Novela

cerrajería. También ayudó que el guardia del edificio


tenga la costumbre de ir a dar un pestañazo a las once.

—¿Qué va a hacer ahora que su socio ha


muerto?

—El negocio siempre estuvo diseñado para


funcionar solo conmigo. Aldo Bauer iba a morir pronto;
era un viejo enfermo. Yo, por el contrario, voy a tener
más poder ahora con Cabina Exprés.

—Usted me da asco, Fabricio. Pero dígame, ¿Qué


es lo que busca aquí? —Salvador elevó la voz para ver si
el guardia despertaba y se alarmaba por la luz encendida.

—Quiero lo mismo que vos… eso que llevás


adentro del maletín.

—¡Aquí tengo las pruebas de que usted es un


traidor!

—Y es por eso que no vas a salir de acá —


amenazó Fabricio. Sacó de detrás de su cintura, con la
mano derecha, un revolver y apuntó a su compañero.

—¿Es la misma pistola con la que mató a


Pacha? —le gritó Salvador.

—Sí, es esta. Y también tengo dos tiros para


vos. Hubieras sido un buen aliado, Chava, pero tenías
que andar de entrometido junto con el viejo de Félix.

Salvador dejó caer el maletín al suelo y apretó


los ojos a la espera de recibir los balazos. Pero, de
pronto, se escucharon los pasos escandalosos de
Novela 213

alguien que llegaba corriendo por el pasillo. Fabricio


se escondió detrás de la puerta desde donde siguió
apuntando a Salvador.

—Si das un paso, te mato. ¡Levantá las manos!


—amenazó el líder sindical.

Se escuchó que los pasos marcharon más


lentamente en la secretaría. Luego, el agente de
seguridad fue quien entró en el despacho con una
macana desenfundada.

—¡Hey! ¡Quieto ahí, no te movás! —dijo el vigía


corpulento al descubrir al taxista listo para darse a la
fuga por el balcón. Sin embargo, no se percató de que
había detrás de él otro sujeto con un arma de fuego.
Ni siquiera logró comprender por qué sus piernas se
vencieron tan súbitamente y cayó al suelo con la vista
nublada.

Después de ver como Fabricio le pegó dos


balazos por la espalda al guardia, Salvador se aventó
al escritorio, tomó el pisapapeles de globo terráqueo
y se lo lanzó a Fabricio. Logró atinarle un madrazo
en la frente que lo derribó. Salvador aprovechó el
tiempo ganado. Corrió a la ventana, recogió el maletín,
y se aventó hacia el pavimento de la 15 avenida. Al
aterrizar, dio dos trompicones y se fue de boca contra
el cemento. Se levantó rápido, sin embargo, se dio
cuenta de que era muy tarde para quitarse del camino
y un carro venía a toda velocidad.

Félix se había quedado más tranquilo después
de recibir el mensaje, por el celular, de que todo
marchaba bien. Allí sentado en el sillón del taxi, la
214 Novela

espera también lo había adormecido, pero espabiló


cuando sintió el brillo de la luz amarilla que atravesaba
los ventanales de aquel despacho. Le pareció extraño
que su compinche hubiera prendido la luz cuando la
oscuridad era más conveniente. Su vista le indicaba
que la ventana ya estaba abierta y eso significaba
que en cualquier momento Salvador iba a aventarse.
Se preocupo porque, luego de tres minutos, no sucedía
nada. Félix dio dos brincos de susto, cuando escuchó
uno a uno los disparos. Se agarró los cabellos porque
pensó que el guardia había descubierto a su sobrino y le
había disparado. Recobró rápido la esperanza, porque
un instante después de los fogonazos, vio que un
cuerpo se lanzó por el balcón. Volvió a asustarse porque
escuchó el rechinido de llantas de un carro que pasó a la
par velozmente y que iba directo a atropellar a Salvador.
Félix se bajó del Nissan. Caminó temeroso hacia el
auto que estaba detenido e identificó que era un carro
celeste que también tenía distintivos de taxi. Alzó la
mirada hacia Salvador quien se había librado porque
el carro se detuvo a tres centímetros de arrollarlo. El
sobrino se había lastimado la rodilla al aterrizar y daba
brincos para escapar; llevaba en la mano un maletín.

—¡Corra al taxi, padrino! ¡Es el carro de Cabra!

—¡Santa madre! —gritó Félix y volvió al Nissan,


luego de reconocer el Chevrolet celeste.

Cabra se bajó del carro, tembloroso porque casi


aventaba a un compañero. Lleno de cólera, le espetó
a Salvador:

—¡Pedazo de estúpido! ¡Casi te atropello! ¡Vení


para acá!
Novela 215

Félix iba a subir en el asiento del copiloto, pero


Salvador lo detuvo.

—Tío, me deshice la rodilla. No puedo manejar.


¡Maneje usted!

—¡¿Cómo fregados!? ¡Hace años que no toco


un timón!

—¡Rápido! ¡Tenemos que salir de aquí!

Cabra iba caminando hacia ellos, cuando de


improvisto otro hombre se lanzó desde la ventana y al
caer al suelo emitió un grito de dolor.

—¿Quién es ese? —preguntó Félix.

—¡Es Fabricio, padrino! Y está armado.


¡Tenemos que irnos!

—¡Puta madre!

Salvador entró en el asiento del copiloto. Félix


no tuvo opción más que apresurarse a subir en el
puesto del timón. Arrancó el taxi, se persignó e inicio
la marcha de reversa porque el Chevrolet le obstruía
el paso. Ambos vieron que Cabra ayudó a Fabricio a
levantarse y a meterse en su carro. Y comenzó una
persecución; de reversa.

Félix cruzó hacia la 4ª. calle y siguió en contra


de la vía. Cabra lo perseguía de cerca. En la esquina
del Parque a Centroamérica, hizo una maniobra estilo
trompo que le permitió voltear el taxi para ir de frente;
con la cual sacaría cierta ventaja a su perseguidor.
216 Novela

Continuó hasta la 6ª. calle en donde agarró la vía hacia


abajo hasta el Parque Bolívar.

—¡Padrino, creo que los perdimos!

—No, solo les sacamos ventaja. Los puedo ver


en el retrovisor.

—Pensé que ese infeliz de Cabra estaba preso.

—Seguro que Fabricio lo ayudó a salir.

—¡Fabricio está armado! Vi cómo le disparó al


guardia del edificio. ¡Es un asesino!

—¡Qué terrible! Pero me alegra que no te haya


disparado a vos. Oí los disparos y temí lo peor.

—Creo que me rompí la rodilla al caer. ¡Me


duele!

—¡Aguantá, Chavita, aguantá!

Félix cruzó en la 2ª. avenida que desembocaba


en la Avenida la Independencia. Allí, metió el acelerador
a fondo. Sabía que el carro de Cabra tenía el motor
más grande y en esa recta, iban a alcanzarlos. No
hizo el alto en La Rotonda de La Marimba, sino que
bordeó el monumento derrapando el taxi cuyas llantas
rechinaron al maniobrar. Siguió recto en la avenida
hasta abordar la calzada Manuel Lizandro Barillas.
Salvador le pidió que fuera más rápido porque veía
un carro acercándose a unos cincuenta metros. Félix
decidió pasar por debajo de un puente y seguir por la
carretera que atravesaba las Rosas.
Novela 217

—¡Chava, nos van a alcanzar! Por favor, si me


pasa algo, decile a Margarita que mi último deseo era
que conociera a Sully, mi hija, y que me perdonara por
mi traición.

—¡Vamos a estar bien, padrino! ¡Acelere!

Cabra, en su Chevrolet, casi lograba colocarse


al lado de ellos. Fabricio Martínez iba con el vidrio
abajo y les gritaba y hacia señales con la mano para
que se detuvieran.

Félix supo que no había manera de perderlos,


entonces hizo un giro brusco en el cruce hacia los
Llanos de Urbina. Cabra no logró cruzar, pero pudo
hacerlo en la otra entrada de la intersección. Con esto,
Félix volvió a ganar unos metros de ventaja. Avanzó
por el camino de terracería y cruzó el Río Samalá por
el Puente Angosto. A lo lejos, divisó que había una
patrulla estacionada afuera del Juzgado de Paz de
Cantel. Cuando pasó frente al juzgado, bocinó varias
veces para llamar la atención de los policías; la patrulla
estaba apagada y no había ni rastro de los agentes.
Félix siguió escapando, con Cabra muy de cerca, por
una larga recta de terracería. Desafortunadamente,
una llanta delantera se estalló al dar con una piedra
y el Nissan se descontroló hasta chocar de costado
contra un paredón. La persecución había terminado.

El Chevrolet se detuvo adelante del Nissan. Cabra
descendió de su taxi con la llave de chuchos en la mano.

—¡Bájense del carro, cabrones! —exigió Cabra.


Estaba echando rayos.
218 Novela

—Hagamos lo que dice, tío Félix —accedió


Salvador, todavía atarantado por el impacto.

—Muy bien, Cabra, vamos a salir. Pero, por


favor, guarda la calma.

Tío y sobrino bajaron lentamente del taxi y


esperaron por la siguiente reacción de Rolando Cabra
Morales.

—De cualquier persona me hubiera imaginado


una traición, menos de ustedes dos, Félix y Chava —
comenzó a decirles—. Primero, hacen negocios con
Aldo Bauer para traer Cabina Exprés a la ciudad;
segundo, complotan para asesinar a mi buen amigo
Pacha; y, tercero, se meten a robar a la oficina de un
muerto. Creo que ustedes son el vivo diablo.

—Cabra, escúchame —respondió Félix—, estás


equivocado. El verdadero asesino es Fabricio.

—¡Claro! Bien me lo había anticipado don Fabri,


que ustedes iban a salir con eso. ¡Son de lo peor!

Fabricio permanecía en el auto porque también


estaba lastimado por la caída. Escuchaba desde
adentro esperando el momento oportuno para salir.

—Danos una oportunidad, Cabra. Te aseguro


que tenemos pruebas de lo que decimos. No me metí
a la oficina de Aldo Bauer a robar, sino a sacar unos
documentos que apuntan a Fabricio como traidor.
Además, el hombre al que tanta fe le profesás acaba
de matar a un guardia de seguridad en esa oficina.
Estaba a punto de dispararme a mí también, con la
Novela 219

misma pistola con la que mató a Pacha, pero pude


escapar. Tenés que creernos, por favor, Cabra.

—¡Son unos mentiros! ¡Debería darles


vergüenza! —alegó Rolando Morales.

—Es cierto, mi querido Cabra —apareció


Fabricio que se acercó renqueando y con una cortada
en la frente que le dejó el pisapapeles—. Te dije
que estos delincuentes iban a tratar de confundirte.
Tenemos que detenerlos.

—Cabra, por favor, mi sobrino tiene en ese


maletín los contratos que Fabricio firmó con Aldo
Bauer para meter taxis a Cabina Exprés. Solo tenés
que revisarlos para descubrir la verdad.

—Sí, aquí está la verdad. Lee uno y te vas a


dar cuenta —dijo Salvador y sacó un legajo para
alcanzárselo a su compañero.

—¡Alto ahí! —amenazó Fabricio con el arma


desenfundada apuntándole a Salvador—. Si le
entregas esos papeles estás muerto.

—Don Fabri, ¿por qué es que trae usted una


pistola? —dijo Cabra, sorprendido.

—Es porque ese desgraciado es un asesino —


aseguró Félix—. ¡Ya te lo dijimos!

—Es por seguridad, Rolando. La obtuve porque


he tenido miedo de que este par se atreva a hacerme
algo.
220 Novela

En el rostro de Fabricio había aparecido aquella


sonrisa que lo hacía parecer endemoniado.

—Aun así, don Fabricio, le voy a pedir que baje


la pistola. Puede lastimar a alguien.

Salvador y Félix estaban confirmando sus


sospechas acerca de que Cabra siempre había
actuado como cómplice de Fabricio bajo engaños y a
cambio de minúsculas dádivas. No era un mal hombre,
solo había sido manipulado.

—Voy a bajar la pistola, solo si Chava me


entrega ese maletín.

—¿Por qué tanto interés en el maletín? ¿Acaso


tiene miedo de que Cabra sepa la verdad? —planteó
Salvador.

—¡Dámelo ya! —dijo Fabricio y retrajo el martillo


del revólver, dispuesto a dejarle ir un tiro.

Al ver esto, Cabra se sintió más confundido.


Estaba del lado de su líder, claro, pero tampoco quería
que alguien saliera muerto de aquel embrollo. Y, como
sabía reconocer cuando Fabricio hablaba en serio,
decidió detenerlo:

—Ya, don Fabri, vamos a aclarar esto. ¡Por


favor, baje el arma!

Cabra intentó que su líder bajara la pistola


haciéndole presión con la palma de la mano hacia
abajo sobre el revólver.
Novela 221

Fabricio alzó el brazo y le dio un cachazo en la


frente a su propio cómplice haciéndolo caer.

—Ahora, después de todo lo que he hecho por vos,


te vas a poner de su lado. ¡Maldito malagradecido! Si te me
vas a revelar, también tengo balas para vos en la pistola.

—Ya ves, Cabra, está loco. Es un asesino —


dijo Félix faltando a la prudencia.

—¿Loco? He sido y siempre seré mejor


secretario general que usted, viejo estúpido.

Cabra, quien estaba tirado con la cara


ensangrentada, se dio cuenta de que Fabricio podía
matar a Félix. Por eso se levantó, le arrojó la llave
de chuchos para desequilibrarlo y lo embistió con el
cuerpo delgaducho. Ambos cayeron al suelo. Con el
ataque de su propio aliado, a Fabricio se le escaparon
dos cañonazos que no hirieron a nadie. Pero, en el
forcejeo, jaló intencionalmente el gatillo para darle un
plomazo que impactó el hombro de Cabra. Entre la
confusión y la incredulidad, Cabra perdió la consciencia
y quedó desmayado sobre la tierra.

Salvador, aterrado por la posible muerte de


Rolando Morales, supo que era su turno de entrar en
la pelea. Aprovecharía que Fabricio estaba aún de
rodillas intentando levantarse. Dada la buena puntería
de la que dio muestras más temprano, agarró una
piedra —tres veces más pequeña que el pisapapeles— y
se la tiró a Fabricio. Solo logró rozarle la cien. Luego se
abalanzó sobre el líder sindical y lo llevó de espalda al
suelo. Como era más fuerte pudo someterlo debajo de su
peso y, tras una corta lucha, lo despojó de la pistola. Fue
222 Novela

allí cuando Salvador descubrió lo que se sentía dar una


serie de trompadas a otro ser humano y descargar la ira.

—¡Es suficiente, Chava! ¡Lo vas a matar! —


decía Félix quien había llegado a recoger la pistola con
su pañuelo para no alterarle las huellas, tal y como
había visto en las películas.

Salvador seguía golpeando a Fabricio, ni


siquiera la sirena de una patrulla que se aproximaba
lograba persuadirlo. Paró hasta que escuchó la voz
esforzada de su compañero Cabra:

—¡Chavita, estoy vivo! ¡No lo vayas a matar!

Salvador reaccionó porque su instinto le mandó


que era prioritario atender al herido. Fabricio, de todas
formas, ya no era una amenaza porque estaba casi
noqueado.

—¡Ya viene la policía, Chava! Se terminó esta


pesadilla —anunció Félix, al tiempo que ponía el arma
sobre el techo del Nissan.

—Cabra tiene la herida en el hombro, tío Félix.


Creo que se va a recuperar—dijo Salvador, con el tórax
del herido recostado sobre sus piernas.

—Pues claro, hijo de la chingada. Este hueso es


duro de roer —contestó Cabra y después, deshecho
en sollozos, les dijo —: Por favor discúlpenme, mis
hermanos, en realidad no sabía.

—Calma, Cabrita. Guardá tus energías. Te van


a hacer falta —lo disculpó Félix.
Novela 223

—Solo quiero ir a casa con mi familia, padrino.


Quiero ir con Jaqueline y mis niños. La patrulla llegó
y de esta se bajaron cuatro agentes que se habían
alertado con los bocinazos que dio Félix afuera del
juzgado. Y, cuando oyeron los disparos, decidieron
actuar. Una ambulancia llegó rápidamente y se llevó a
Cabra al hospital, pero antes de irse declaró que quien
lo había herido no era otro sino Fabricio Martínez.

Dado que había tres testimonios en contra de él,


Fabricio fue arrestado para ser conducido al juzgado
de turno, como sospechoso de homicidio en grado de
tentativa.

Un agente del Ministerio Público llegó más


tarde para recibir los testimonios de Salvador y de
Félix. También embaló el arma que posiblemente fue
la utilizada en el asesinato de Ricardo Pacha Agustín.

Ahijado y padrino fueron trasladados a sus


residencias por la misma policía, luego de que los
rescatistas consideraran que no era necesaria una mayor
atención médica.

Los taxis involucrados en la persecución serían


conducidos con una grúa al predio policial, en donde
permanecerían mientras se realizaba una investigación
preliminar. El Nissan iría a parar a ese predio una vez
más.
-33-

La noticia acerca de la aprehensión de Fabricio,


corrió de boca en boca entre los taxistas de la ciudad.
En todos causó impacto el saber quién era en realidad el
líder sindical. Rolando Cabra Morales, ya recuperado,
224 Novela

convocaría una nueva asamblea extraordinaria. El


punto principal de la agenda sería la moción para
que el sindicato desconociera a su secretario general
—que estaba preso— y se procediera a elegir a
uno nuevo. El nombre de Salvador Cojulún estaría
en el tintero, sin embargo, él no aceptaría; ya había
tenido suficiente estrés con todo lo acontecido, pero
sí aceptaría a postularse para el Consejo Consultivo
en unas próximas elecciones, como un consejero ad
honorem. Otro afiliado de buena reputación, Jorge
Tarzán Navas, sería votado, en su momento, por la
mayoría de los afiliados para ocupar el máximo cargo
dentro de la organización.

El haber estado inmiscuido en un asunto de
muerte, hizo reflexionar a Félix acerca de cómo quería
vivir el tiempo que le quedaba. No quería llevarse a la
tumba el secreto de su hija Sully y se propuso encontrar el
modo de contarle a Margarita y a sus otros hijos sobre su
existencia. Pensó que esa sería la manera en que haría
las pases con el Señor y quedaría libre de remordimientos.

Su relación con Salvador fue más estrecha


que nunca. El asunto de Fabricio y las aventuras que
vivieron juntos siempre sería tema de conversación.
Lo que en su momento les causó angustia les brindaría
después, en tiempos mejores, buenas historias para
contar a sus descendientes.

Una vez pasado el enojo que les causó el


descubrir que sus maridos las tuvieron al margen
de semejantes peligros, Jaqueline Rosa y Margarita
admirarían por siempre la astucia con la que juntos,
Salvador y Félix, superaron aquellas adversidades.

Novela 225

Fabricio sería condenado a treinta años de


prisión por el asesinato de Ricardo Pacha Agustín,
después de un largo proceso penal. La intervención de
Salvador, Félix y Cabra, como testigos y víctimas, sería
determinante para lograr la condena por los crímenes
cometidos por Fabricio. El abogado Alejandro Méndez
los asesoraría gratuitamente durante el proceso.

La viuda de Pacha declararía en el juicio que


quien llamó a su esposo para concertar una carrera,
por la noche, el día de su asesinato, no habría sido
nadie más que Fabricio Martínez. Y que, después del
hecho, estuvo recibiendo amenazas de su parte para
que ella no lo denunciara.

Saldría a la luz también que Vicente Illescas


alias Copetín, así como varios afiliados al Sindicato
de Taxistas Unidos de Quetzaltenango, tenían cierta
participación dentro de los negocios entre Fabricio
y Aldo Bauer, pues algunos pasarían a pilotar las
unidades que pensaban meter a circular a través de
Cabina Exprés; pero, ningún otro taxista fue encontrado
sospechoso de participar, junto con el autor material,
en el asesinato de Pacha.

Además, Fabricio enfrentaría otras acusaciones


por homicidio en grado de tentativa en contra de Rodolfo
Quezada, el guardia de seguridad del edificio —que
logró recuperarse del ataque armado— y también
en contra de Rolando Cabra Morales. Difícilmente
Fabricio Martínez volvería a ser un hombre libre.

El funcionamiento de Cabina Exprés en
Quetzaltenango no pudo evitarse de ninguna manera.
Al poco tiempo, la ciudad estuvo llena de sus unidades.
226 Novela

Pero, esta competencia motivó a Salvador junto


con Cabra —después de que hicieran las paces—,
a encontrar formas de mejorar el servicio de los
taxis tradicionales. Para echar a andar su proyecto,
contarían con el respaldo de la Asamblea General
y con el patrocinio de los propios fondos sindicales
depositados en una copiosa cuenta bancaria cuyo
control indelegable se había atribuido Fabricio Martínez
y que, al estar él preso, ya quedaban a disposición de
los intereses puros de los afiliados.

Salvador repetiría para siempre en su cabeza
aquella escena en la que pudo apropiarse de la fortuna
que encontró en la caja fuerte de Aldo Bauer. Le daría
vueltas a ese recuerdo especialmente en los tiempos
de vacas flacas. Sin embargo, aquel fardo delgado
de billetes, que sí se llevó, le habría concedido la
posibilidad de cumplir una promesa que resultaría más
importante: con ese dinero llevaría a Jaqueline Rosa,
a sus hijos y a sus tíos a la playa de Champerico y
costearía un fin de semana para todos en un hotel.
Además, le sobraría para comprarse un termo nuevo y
plumillas para el parabrisas del Nissan.
CUENTO

EL CAMINANTE PERDIDO

Carlos Noé Ancheta Vásquez

salvadoreño

SEUDÓNIMO ANGELNON BASTOS


Cuento 229

ACTA JURADO CUENTO

En la ciudad de Durango, Durango, República Mexicana,


siendo las 18:00 horas del día 21 de julio de dos mil
veintidós, en el recinto de la Librería UJED, perteneciente a
la Universidad Juárez del Estado de Durango, se reunieron
los escritores y académicos: Mónica Reveles Ramírez,
Rebeca Patricia Rodríguez Ruiz y Agustín Tamayo Hernández
constituidos en el Jurado Calificador del género “Cuento” de
los Juegos Florales Hispanoamericanos de Quetzaltenango,
Guatemala, Centro América, correspondiente al certamen
del año dos mil veintidós, con el fin de dictaminar o
emitir dictamen de premio único de la rama mencionada.
Después de leer, analizar y considerar las obras presentadas a
concurso, decidimos otorgar por UNANIMIDAD el premio
ganador al trabajo participante denominado “El Caminante
Perdido” firmado con el seudónimo “Angelnom Bastos”. La
obra fue seleccionada por la calidad de la forma narrativa en
la construcción de los personajes y la creación de atmósferas.
Así como, la técnica para contar una historia de manera fluida
y atrapante. El final plantea la idea de una historia circular y
nos permite imaginar distintos desenlaces. El texto ofrece
la información indispensable para mantener el interés y la
interacción en el lector. Se concluye la presente acta una hora
después de su inicio en el mismo lugar y fecha. Leemos lo escrito
y enterados de su contenido, valor y efectos, lo aceptamos,
ratificamos y firmamos quienes en este acto intervenimos.

Mónica Reveles Ramirez Rebeca Patricia Rodríguez Ruiz

Agustín Tamayo Hernández


Cuento 231

La oscuridad es la sangre de las cosas heridas.


J. L. B.

Rambin, isla de Rügen, Alemania, año 2000

El 16 de octubre (a las nueve menos veinte


de la mañana), fue encontrada muerta Elise Wender,
de tan solo tres años de edad, en las orillas del mar
Báltico que le correspondía a Rambin, en la isla de
Rügen. El cadáver de la niña estaba boca abajo, con
la cara totalmente sumergida en el agua y la arena,
en la parte menos profunda de la playa. En su mano
derecha tenía un tamborcito de soldado que suelen
adornar los árboles navideños.

Era imposible que Elise Wender se hubiese


ahogado sin la ayuda de otra persona, también era
imposible que hubiese llegado por sus propios medios
a esa parte de la playa; en medio de una noche tan
larga y oscura… y tan fría, reflexionó conmovido hasta
las lágrimas Jürgen Tecker, jefe de la policía de Rambin.

—Son más de tres kilómetros desde su casa


hasta aquí —le recordó al jefe de la policía Johann
Mayer, el joven que se había convertido en su hombre
de confianza.

Jürgen Tecker caminaba alrededor del cadáver


mientras esperaba a los especialistas de Stralsund,
los tipos a quienes tenía que rendirle un informe
detallado del crimen, de la vida de Rambin y de su
232 Cuento

propia existencia que ya se extendía a casi seis


décadas. Era un hombre alto y corpulento, con un
enorme mostacho gris plata. Su joven compañero era
alto y delgado, pero con una cara demasiado estoica
para su oficio. Hacía muchos años que Jürgen Tecker
no le rendía cuentas a la oficina de Stralsund porque
hacía mucho tiempo no ocurría algo extraordinario en
el pueblo, a excepción, recordó con cierta repulsión,
de algunos atracos por fanáticos de ultraderecha que
habían sucedido en el último año, nada que no pudiera
manejar en sus dominios sin la intervención de los
sabios de Stralsund. Lo cierto es que Jürgen Tecker
no había dado con los responsables de esos casos de
fanatismo y había cerrado la puerta a una investigación
más profunda por temor a salpicar a un pueblo que se
estaba convirtiendo en un paso obligado para la nueva
oleada de turistas del nuevo siglo; pero, sobre todo,
del nuevo milenio, que ya estaba sobre todo el mundo.

Johann Mayer miraba a su jefe desde una


distancia de unos cuatro metros, los suficientes para
no empapar sus botas de agua que esa vez parecía
venir del hielo polar. Callado, lo observaba caminar y
acurrucarse cerca del cuerpo de la niña. Se detenía
en un punto y a veces levantaba la vista y miraba en
derredor para tratar de asimilar aquella barbarie que
no tenía nombre. Johann Mayer no se equivocaba.
Sabía que su jefe en ese momento tenía sus recuerdos
en sus dos nietas, casi de la misma edad de Elise
Wender, aquellas que él arrullaba los domingos cuando
aparecían saltando en su casa con una alegría solo
parecida con los sueños del paraíso.

Dos gruesas lágrimas rodaron por las mejillas


del viejo. Cerró los ojos y comenzó a buscar las
Cuento 233

palabras apropiadas para dirigirse a los padres de la


niña que no tardarían en llegar. Le echó otro vistazo al
cadáver y se consoló al pensar que no había signos de
violencia ni aparentemente una agresión sexual. Por lo
menos este animal tuvo un poco de compasión a última
hora, se dijo mientras miraba el cielo encapotado que
caía en forma de neblina sobre la tierra.

El jefe de la policía de Rambin salió chapoteando


agua y arena, dejando estelas de sus pensamientos
más íntimos en esa pequeña parte de la playa. Se
encontró de frente con Johann Mayer, quien le hizo
una seña para que viera y comprobara su inevitable
destino. Jürgen Tecker miró hacia el lugar que le
habían indicado; apretó el ceño y vio por última vez
el cuerpo de Elise Wender antes de salir al encuentro
de sus padres; mientras oía los gritos desgarradores
de la mujer y la búsqueda de una explicación divina
del hombre. El viejo policía no dejó de conmoverse
y abatirse cuando vio desplomarse en la playa a
la pareja. No era para menos, allí estaba la ropa de
dormir de su niña enfundada en su cuerpo inerte.

II

Alguien tenía que haber calumniado a Josef


K, pues fue detenido una mañana sin haber hecho
nada malo, pensaba Ramiro van Delft mientras oía
cómo Jürgen Tecker y Johann Mayer le anunciaban
que estaba detenido por la muerte de Elise Wender,
ocurrida pocas horas antes en una playa del cercano
mar Báltico. Teta, la hermana de Anja, su casera, que
se ofreció a llevarle el desayuno a su cuarto a las ocho
de la mañana, no se había presentado. Ramiro van
Delft no podía afirmar que así fueran de desastrosas
234 Cuento

las promesas de Teta, pues era la primera vez que


amanecía en esa casa y, naturalmente, era la primera
vez que iba a tomar el desayuno bajo ese mando.
Había llegado a Rambin el día anterior a las tres de
la tarde, y después de vagar por el pueblo y de ver
casi todo en escasas dos horas, pensó en si era buena
idea continuar su camino rumbo a Binz o regresar a
Stralsund y seguir su camino hacia San Petersburgo,
que era su idea original desde que partió de Delft, su
pequeña ciudad en los Países Bajos.

Cuando vio que caían las primeras sombras


decidió pasar la noche en Rambin para que se le
aclaran las ideas. Alguien le informó de la posada
de Anja, en las afueras del pueblo, y allá se dirigió
antes de que la noche terminara de envolverlo con su
aliento gélido y su manto de neblina que no dejaba
de perturbarlo. Entró en la posada de Anja con una
sonrisa fingida, pues de sobra sabía que los extranjeros
debían ofrecer confianza desde el primer momento,
sobre todo en el norte de Alemania, en los territorios
de la ex RDA. Su edad tampoco contribuía a ofrecer
una entera confianza. Aunque era alto y escuálido, de
ojos grises, cabellos castaños y dentadura impecable,
Ramiro van Delft no podía esconder el hecho de que
tenía diecisiete años, bueno, casi dieciocho, pues el
26 de noviembre, o sea en un poco más de un mes,
cumpliría la mayoría de edad. De más está decir que
aparentaba un par de años más, lo que le gustaba a
Ramiro van Delft pues eso evitaba dar más de una
explicación, o una rectificación innecesaria, como ya le
había tocada vivir en otros lugares.

Anja lo recibió con mucha alegría, pues no


era normal que un muchacho de una tierra tan
Cuento 235

admirada por ella se presentara en su hogar con


un rostro desamparado. Era una mujer gorda, de
cabello platinado, de unos sesenta años. Su cara,
naturalmente, era redonda y roja, con todas las señas
de los eslavos, que ella muy a gusto reconocía y
defendía con estoicismo. Teta, hermana y cocinera de
Anja, era exactamente igual a su hermana, a excepción
de unos cabellos más castaños que negros y una
edad que era por lo menos de una década menos.
Después de cenar, Anja llevó a Ramiro a la segunda
planta donde estaba su habitación. Era un cuartucho
pequeño, de unos cuatro metros cuadrados, con una
ventana que daba a los campos de cultivo y al mar
Báltico que se abría con todo su silencio, un mar que
daba una sensación de inmovilidad y pereza.

Cuando Anja salió de la habitación, dándole tres


recomendaciones puntuales, Ramiro van Delft se tiró
en la cama, una dura y probablemente huérfana por
mucho tiempo. Pensó en su edad, en la aventura que
había emprendido hacía un mes, en la idea que lo sacó
de su casa, en lo silencioso que se le hacía Rambin, en
las hermanas eslavas que estaban detrás de la puerta
cuchicheando sobre su apariencia de tulipán, en los
años que le quedaban por vivir en un país que aún no
definía. Después de pensar largamente y de lavarse la
cara, se acercó a la ventana y puso su mirada hasta
donde se lo permitían los ojos. Levantó las manos y
tocó el cristal para hacer una medida absurda, luego
dio un largo bostezo y se fue directo al catre que
parecía una piedra del paleolítico medio.

A la mañana siguiente, las pesadas zancadas


de los policías subiendo las escaleras despertaron a
Ramiro van Delft de su sueño. Se incorporó rápidamente
236 Cuento

para oír mejor. Se giró sentado para después poner


los pies en el suelo. Enderezó su postura y movió su
cuello de este a oeste que provocó un fuerte sonido de
huesos. Antes de que pensara en alguna cosa, en una
explicación razonable, entró de golpe Jürgen Tecker
seguido de Johann Mayer, su compañero de fórmula.
Sin decir una palabra, el viejo policía le dedicó una
mirada sinuosa al adolescente que estaba sentado a
escasos centímetros. Si él hubiese querido, hubiera
iniciado el protocolo con un puñetazo en la cara y, ¿por
qué no?, un par de patadas en las costillas y algunas
cachetadas para terminar la primera faena. Lo bueno
es que no lo hizo. Ni siquiera se le ocurrió al viejo
policía, si acaso alguna vez pensó en el asunto.

Ramiro van Delft preguntó lo que ocurría en su


escaso alemán. El viejo policía no le entendió, pero
su compañero lo descifró con mucha pericia. Jürgen
Tecker abrió la boca. Le dijo que estaba detenido.
Luego siguió el protocolo que es tan importante y vital
en estos casos, como suelen apuntar muy bien los
entendidos. Johann Mayer servía prácticamente de
traductor entre su compañero y el joven tulipán.

—¿Por qué me detienen? ¿Qué he hecho?


—preguntó Ramiro van Delft abriendo los ojos hasta
donde podía.

—Por asesinato —contestó Jürgen Tecker con


sequedad mientras miraba las dimensiones del cuarto
y las pocas pertenencias del chico.

—¿A quién se supone que he asesinado?

—A una niña—dijo Johann Mayer.


Cuento 237

—¡Imposible! ¡Esto es un atropello! —gritó


Ramiro van Delft mientras los policías lo ponían de pie
y lo esposaban con algo de rudeza hollywoodense.

No había duda que alguien lo había calumniado,


pensaba Ramiro van Delft mientras les pedía a los
policías que por lo menos le permitieran ponerse la
ropa. Se lo concedieron. Mientras le quitaban las
esposas le dijeron que tenía un minuto para quedar
vestido con decencia. Definitivamente alguien lo tenía
que haber calumniado, se decía Ramiro van Delft
mientras se ponía la ropa con torpeza. ¿Pero quién
podía haberlo hecho? Apenas llevaba unas cuantas
horas en el pueblo para que alguien se vengara de
él por alguna polémica vecinal. Todo era surrealista.
¿Cómo él podía matar a alguien cuando apenas
conocía a pocos habitantes del pueblo? Pensaba en
el héroe de la novela de Kafka y por primera vez sintió
frío en los huesos. Lo que le estaba pasando no era
ficción ni una horrible pesadilla. Lo estaba viviendo en
primera fila, en la primera butaca del horror.

—Escúchenme —les pidió Ramiro van Delft


cuando los policías lo volvieron a esposar después de
haberse puesto la ropa—. Piensen un poco…

Su escaso alemán era aún peor. Por suerte


Johann Mayer conseguía descifrarlo con una
asombrosa facilidad.

—¡Deben escucharme! —gritaba Ramiro van


Delft mientras lo sacaban de la habitación—. Anja y su
hermana deben estar abajo. Ellas les dirán todo sobre
mí.
238 Cuento

Anja y Teta, efectivamente, estaban abajo, en


la cocina. Pero no hicieron nada para impedir que se
llevaran detenido al joven holandés que gritaba todo el
tiempo su inocencia.

***

Ramiro van Delft tuvo que aguantar las


embestidas de la gente mientras era trasladado a
la delegación de Rambin. Aún no sabía por qué le
lanzaban toda clase de cosas, además de insultos y
un par de escupitajos. Los policías tuvieron que hacer
maniobras persuasivas para salvar la integridad del
reo. De otra manera hubiesen dado cuenta de él para
vengar la muerte de la pequeña Elise, que estaba
instalada en la mente de todos. Mientras lo dejaban
en una habitación sin rejas y sin ventanas, Ramiro
van Delft recordaba con ironía y horror la detención de
Josef K, el héroe de la novela de Kafka, que sin haber
hecho nada malo había sido detenido. ¿Correría él la
misma suerte de Josef K? Claro que no, se había dicho
hasta el cansancio. Él iba a luchar, iba a demostrar
que era imposible que hubiese cometido un crimen
en el pueblo. Todo estaba a su favor. Solo tenía que
tranquilizarse. No era bueno para su causa dar una
apariencia cansada y confundida, tenía que tener sus
ideas claras, contar exactamente cómo había llegado
al lugar y lo que pretendía hacer en los próximos días.
Sí, eso tenía que hacer. No tenía por qué alarmarse.
Eso se tenía que aclarar, de una u otra forma se tenía
que aclarar. Los alemanes son personas sensatas, se
decía a cada momento. Un país que se levanta de dos
guerras mundiales está lleno de personas sensatas,
se repetía con obstinación.
Cuento 239

A un costado de la puerta, en una habitación


contigua, estaban los dos policías que lo habían
detenido. Johann Mayer miraba a su jefe en silencio.
Estaba sentado en una silla a dos metros de distancia.
Jürgen Tecker giraba su silla para escapar de los ojos de
su joven compañero. Sabía lo que iba a decirle. En ese
momento no quería mirarlo ni mucho menos escucharlo,
pero era mejor hacerlo en ese momento a esperar otro
donde ya estuvieran metido los tentáculos de la oficina de
Stralsund, que ya le habían anunciado que solo contaba
con pocas horas para hacer su propia investigación.

—No podemos mantenerlo detenido mucho


tiempo —susurró Johann Mayer sin dejar de ver a su jefe.

El viejo policía detuvo los giros que hacía en


la silla y se quedó mirando los ojos verdes de su
compañero. Acarició su mostacho canoso. Respiró con
fuerza, sacó el aire casi con el mismo ímpetu, intentó
nuevamente reanudar los giros en la silla, pero ya no
pudo o ya no se lo permitió su incertidumbre.

—Hemos cometido un gran error —siguió


diciéndole Johann Mayer a su jefe.

—¿Por qué no puede ser él?

—Todo indica que no pudo cometerlo. Es


mejor dejarlo libre antes que lleguen los de Stralsund.
Después será peor. Ellos llamarán a los diplomáticos
holandeses y después no tendremos tiempo ni de
escondernos de la vergüenza.

—Lo interrogaremos como es debido. Es lo


mínimo que debemos hacer.
240 Cuento

—¿Para qué?

—Porque es nuestro trabajo. Tenemos que


darle una respuesta a la gente.

—Hasta ahora les hemos dado una respuesta


equivocada.

—¿Qué querías que hiciera? —dijo Jürgen


Tecker levantándose de golpe.

—Lo más sensato era dejar ir a ese muchacho


que nada tiene que ver con este asunto.

—¿Por qué estás tan seguro? —dijo el viejo


policía caminando de un lado a otro en la habitación.

—Vamos, hombre, que hasta un novato vería


una arbitrariedad de nuestra parte.

—¿Qué dice Anja?

—Que es inocente.

—¿Al fin decidió hablar con nosotros?

—Cuando fuimos a su casa estaba al borde de


un colapso nervioso.

—¿Qué dice su hermana?

—Que es imposible que hubiese salido en la


noche a cometer un crimen.
Cuento 241

El joven policía se levantó de su asiento y buscó


la puerta. Jürgen Tecker volvió a sentarse y se quedó
pensativo. Sabía que no tenía nada, pero tenía que
dar respuestas, así se juagara con ello su prestigio.

—¿Qué encontraron en su mochila? —preguntó


Jürgen Tecker.

—Ropa, algunos billetes y monedas, sus


documentos personales y dos libros, uno en francés y
otro en español.

—Tenemos a un poliglota.

—Eso parece.

—¿Cómo se llaman los libros?

—Lamento no poder darte esa información.


Pero te la tendré en unos minutos.

—¿Sabías que habla de un libro de Kafka?

—¿Cuál de todos?

—El proceso.

—Sus razones tendrá.

—Supongo que sí. Ahora quiero que llames a


Stralsund. Diles que nos haremos cargo hasta la tarde.

—De acuerdo —dijo Johann Mayer y salió.


242 Cuento

En ese momento el viejo policía pensó en


Kafka, el gran escritor checo en lengua alemana, pero,
sobre todo, pensó en la detención de Josef K, una
historia que había leído muchas veces, sobre todo en
su juventud, cuando aún no era policía y pensaba que
era el hombre más feliz de la tierra.

III

Jürgen Tecker entró en la habitación donde


estaba recluido Ramiro van Delft. El joven estaba
acostado en un banco que estaba adherido en la
pared interior, con los brazos puestos en la cara. Con
la llegada del policía se levantó y fue a sentarse a una
de las dos sillas que estaban en los extremos de una
pequeña mesa, justo en el centro de la habitación. No
había otro mueble a primera vista.

Al viejo policía le pareció buena la disposición que


presentaba el muchacho, pero no le podía demostrar
ningún gesto afectivo puesto que estaba detenido
por asesinato, y los policías, sobre todo los buenos
policías, no tienen que simpatizar en ningún momento
con un criminal, ni siquiera con un sospechoso. Él
también se sentó en la silla que había quedado libre
y le dedicó una mirada larga, que parecía demasiado
confiada a pesar de la gravedad del caso en el que
estaba metido. La entrevista fue en inglés, un idioma
en el que se hacía entender el viejo policía.

—Es solo mi idea o tienes una cara demasiado


serena —dijo Jürgen Tecker con la mirada congelada
en el muchacho—. Pareciera que esto te causa una
enorme diversión donde nosotros solo fingimos hacer
el papel de anfitriones.
Cuento 243

—No debe ser de otra manera —contestó


Ramiro van Delft con una serenidad sinóptica—. Soy
inocente.

—Me han dicho que te has negado a pedir un


abogado y a hacer una llamada.

—¿A quiénes quiere que le hable?

—Supongo que tus padres querrían estar


enterados en el lío que te has metido.

—No hay ningún lío. Eso solo lo ve usted.

—¿Entonces no le hablarás a tus padres y ni al


embajador de tu país?

—No pienso hacerlo. El embajador seguramente


tiene mejores cosas que hacer que ocuparse de mí. Y
mis padres están en sus trabajos ayudando a hacer
más grande nuestro país. Para qué molestarlos.

—¿Te parece grande tu país?

—Por supuesto. ¿A usted no?

El viejo policía sonrió a medias. Miró la ropa del


muchacho, una inapropiada para la estación del año.

—Te has referido muchas veces a la detención de


Josef K —siguió el viejo policía con el interrogatorio—.
¿Encuentras alguna relación con tu caso?

—¿Usted ha leído la novela?


244 Cuento

—Sí, muchas veces.

—Entonces sabe de lo que estoy hablando.

—¿Sobre la detención de un inocente?

—Eso es lo que me ha pasado a mí.

—Entonces insistes en negar el crimen.

—Sí.

—Por qué debería creerte.

—Porque no tiene la mínima posibilidad de


demostrar mi culpabilidad y solo dejándome libre
salvará su reputación.

—¿Salvar mi reputación?

—Usted cree que no comprendo muchas cosas


pero se equivoca. Estoy joven, casi soy un niño, pero
entiendo muchas cosas.

—¿Qué cosas entiendes?

—Usted es un hombre viejo. Seguramente


lleva más de treinta años de servicio. Está a punto de
jubilarse. Su carrera ha tenido pocos contratiempos.
Seguro se ha ocupado de cosas insignificantes. A lo
mejor le ha tocado enfrentar a un par de borrachos,
mediar sobre unos cultivos, corregir a un par de
señoras exhibicionista en las playas en los veranos,
guiar de la mejor manera a los turistas, devolver a los
niños a las aulas cuando se los encuentra en la calle.
Cuento 245

Cosas por el estilo. Pero ahora, en el final de su carrera,


de su cómoda carrera, hay decirlo así, le ha tocado
un caso perturbador. Nada más ni nada menos que
el asesinato de una pobre niña. ¿Qué hacer?, se ha
preguntado desde que le informaron de la desgracia,
de su desgracia, de la desgracia del pueblo, porque
en un lugar tan pequeño tanto las alegrías como las
tristezas son compartidas. Ahora, usted no sabe qué
hacer, no sabe cómo actuar, quiere dar respuestas
inmediatas para calmar las críticas y el clamor popular.
Por eso fue por mí a aquella posada. Quería un chivo
expiatorio, alguien que cubriera su negligencia y su
inexperiencia de más de treinta años, y para mayor
desgracia, ese chivo expiatorio no es otro que yo.

—¿Así de listos creen que son todos los de tu


país?

—Usted sabe que he acertado, no tiene una


prueba en mi contra, no le va tocar de otra que dejarme
libre.

—¿Tan confiado estás?

—Le aconsejo que lo haga por su retiro.


¿Por qué esperar que esto llegue a los diplomáticos
de mi país y a los del suyo cuando puede salvar su
carrera dejándome libre? Pierde su tiempo conmigo.
El verdadero culpable anda fuera. Es uno de sus
vecinos. Cuando se dé cuenta será demasiado tarde.
Seguramente le costará otra vida. Usted será señalado
hasta el final. Mi cara la recordará toda la vida. Siempre
será el policía del caso del adolescente tulipán. Todos
se burlarán de usted. La prensa de su país y del mío
recordará cada vez que pueda su original ineptitud.
246 Cuento

Será el hazmerreír. Pero lo que es peor, y esto es lo


más grave, los padres de la niña muerta le declararán
su odio cada vez que lo tengan enfrente. Le escupirán
la cara. Le dirán que fue un imbécil. Que se ocupó de
un niño perdido en vez de ocuparse del verdadero
asesino, que seguramente seguirá viviendo entre
ustedes. Lo mejor que podrá hacer en ese escenario
es abandonar el pueblo. No le quedará de otra. Por su
seguridad y el de su familia tendrá que hacerlo. No se
complique. Sea un hombre sensato. Por primera vez
en su vida actúe de la mejor manera. Haga lo mejor
para usted, para mí y para la víctima. Déjeme libre.
No le cuesta. De todos modos yo quedaré en libertad
tarde o temprano. Me iré por el mismo lugar por donde
vine. No sea orgulloso y actúe como un verdadero
profesional de la policía.

—Sencillamente impresionante —dijo Jürgen


Tecker con una sonrisa cuando Ramiro van Delft dejó
de hablar—. ¿Así son todos los de tu país? ¿Así son
de impertinentes? ¿No les enseñan a los muchachos
de tu país a respetar a las autoridades? Te he dejado
hablar. No te he interrumpido porque sé lo que quería
de ti y me lo has dado. Estoy satisfecho. Ahora voy a
hablar yo.

El viejo policía dijo eso porque tenía que decir


algo, necesitaba demostrar que estaba al mando de
la situación, que tenía todo bajo control, que él era
el amo y señor en los dominios de la justicia, que
así seguiría hasta el final. No iba a permitir que un
jovencito perturbado cuestionara sus más de treinta
años de servicio en una institución tan prestigiosa
como la policía alemana. No, eso no lo iba a permitir.
Antes le daba un par de cachetadas, o quizá algo
Cuento 247

mejor, un par de patadas a ese mocoso insolente.


Pero Jürgen Tecker sabía que el bicho raro que estaba
sentado frente a él tenía razón. Johann Mayer ya se
lo había advertido minutos antes. Ramiro van Delft no
hizo más que confirmárselo. Era mejor dejar libre al
joven tulipán e ir tras el verdadero asesino que en ese
momento se escondía en los bastiones del pueblo,
en medio de la gente, quizá en los bares y los cafés,
o en la iglesia, o en la sala de estar de cualquier
vecino, frente a la televisión, o en el jardín junto a los
niños fingiendo ante todos que era un hombre recto e
intachable. Sabía que el asesino podía estar riéndose
en la cara de todos, burlándose de la imbecilidad de la
policía, mientras él mantenía una plática curiosa con
un joven de nacionalidad holandesa que seguramente
se volvería a perder en el mundo cuando se le dejara
en libertad.

Jürgen Tecker se acomodó en la silla porque


ahora le tocaba hablar a él, así como había anunciado.
Como si no hubiera hablado mucho, y para sorpresa
del viejo policía que ya estaba empezando a perder
los estribos, el que comenzó a hablar nuevamente fue
Ramiro van Delft.

—Déjeme libre. Hágalo por su bien.

El viejo policía no hizo más que reírse con la


nueva impertinencia del joven, que estaba empeñado
en conseguir su libertad antes del mediodía. Pensó en
la edad del muchacho. Casi lo redime. Pero apretó el
ceño. Él era el policía.

—¿Ha usado alguna vez su arma? —le preguntó


Ramiro Van Delft con sorna.
248 Cuento

Eso era el colmo de la impertinencia. Ya no


estaba dispuesto a tolerarlo más. Jürgen Tecker se
irguió como un oso, uno de felpa, pensó Ramiro van
Delft, mientras el viejo escupía lo siguiente:

—¡Si no te callas la usaré en este momento!

—La clásica respuesta de las películas.

—Ahora resulta que ya no estamos en el mundo


onírico de Kafka sino en el de Hollywood. ¿Después
pasaremos a la ciencia ficción?

El muchacho se echó a reír.

—Yo solo quiero que me deje libre —dijo casi en


susurro—. Soy inocente.

—Si eres inocente obtendrás tu libertad. Antes


tengo que hacerte unas peguntas.

—¿Me está interrogando en este momento?

—Te perece que hablamos de panecillos y de


fútbol.

—De acuerdo. Contestaré lo que me pregunte.


Tengo toda la disposición de ayudarle a resolver el
crimen y en dejar clara mi inocencia. Antes contésteme
la pregunta que le hice.

—¿Sobre mi arma?

—Sí.
Cuento 249

—Soy policía. Claro que la he usado.


¿Satisfecho?

—Un poco. No esperaba esa respuesta.

—Solo te permitiré decir una cosa más antes


de empezar el verdadero interrogatorio. Si alguien me
viera pensaría que estoy jugando contigo.

—No estamos jugando.

—De acuerdo. Habla.

—Yo quiero que use su arma después de


mucho tiempo. No contra mí, sino contra el asesino
de la niña. Ya no puede usted seguir usándola solo
para matar patos o para hacer pruebas de tiro en el
mar. Esta vez tiene que empuñarla contra el que mató
a esa niña. Eso esperaba que me dijera. Dispararles
a las aves es muy fácil, es un deporte divertido, dicen
los que lo practican. Yo la verdad lo aborrezco. No sé
cómo hay animales sueltos en los bosques disparando
a todo lo que se mueve. Pero lo más vergonzoso para
un policía es dispararle a unas latas de cerveza solo
para sentirse vivo. Los policías deben dispararles a los
chicos malos, a los que han infringido la ley. Para eso
tienen el uniforme y la placa, pero sobre todo, para
eso llevan las armas. Los policías no deben amenazar
a los turistas que pasan por sus pueblos y aldeas,
detenerlos sin la menor investigación y someterlos al
escrutinio de un pueblo enardecido. Eso no está bien,
señor. Usted debe apuntar al asesino. Al verdadero
asesino de la niña. Ese que seguramente le dijo que
hizo muy bien en detenerme en la casa de la vieja
Anja.
250 Cuento

—Bien —dijo Jürgen Tecker con una sonrisa


fingida—. Te he dejado hablar. Has dicho todo lo que
has querido. No te puedes quejar del trato que te he
dado. Serías un ingrato si lo comentaras con alguien.
Otro en mi lugar no lo hubiera hecho. Ahora me toca
hablar a mí.

IV

Cuando Johann Mayer entró en la habitación,


Ramiro van Delft estaba sentado en el piso, pegado
a una de las paredes laterales. No fue necesario
una orden para que se levantara y se sentara en la
misma silla que había ocupado un par de horas antes
cuando había sido interrogado por Jürgen Tecker. Esta
vez no pensaba extenderse demasiado en sus ideas,
mucho menos en exponer teorías utópicas o escenas
distópicas donde siempre salía mal parado. Pensaba
intervenir solo lo necesario, aunque sabía que el policía
que ahora tenía enfrente era totalmente distinto al otro,
aquel que terminó profetizándole un futuro oscuro a su
vida.

El muchacho no se equivocó. Johann Mayer era


lo apuesto a su jefe, por lo menos en las acciones y
procedimientos que correspondían con su profesión.
Tener una década más de vida que el joven tulipán,
lo ponía en cierto modo en un punto cercano, además
de saber los detalles del interrogatorio anterior que le
había desglosado su jefe con cierta ironía, más bien
con cierta impotencia, se decía mientras miraba la
ropa del reo.

—El sueño de Kafka continúa —comentó


Johann Mayer cruzando los brazos.
Cuento 251

—Más bien la pesadilla —contestó Ramiro van


Delft mirando con curiosidad los ojos verdes de su
interlocutor.

—Me han dicho que te has negado a todos tus


derechos.

—No son necesarios. Soy inocente. Tarde o


temprano se demostrará.

—Has enfadado a mi superior.

—Creo que sigue afectado por lo de 1989.

—Me di cuenta.

—Abrimos nuestros corazones.

El joven policía cerró el entrecejo. Puso sus


manos en la mesa y cruzó las piernas. Se quedó varios
segundos pensativo. Al final dijo:

—¿Te lo contó todo?

—Mencionó algunas cosas.

—¿Qué clase de cosas?

—Lo que usted ya sabe, supongo.

Ramiro van Delft bajó la mirada hacia un punto


de la mesa. El policía se paró y se dirigió hacia la pared
interior, como si buscaba una ventana invisible.
252 Cuento

—Allí debería de haber una ventana —comentó


el joven tulipán adelantándose a su interlocutor.

—Hubo una muy grande en esta pared, pero


fue sellada por seguridad.

—¿Se escaparon algunos presos?

—Oh, no. Simplemente no había necesidad de


uso.

—Entiendo.

El policía permaneció otros segundos mirando


la pared donde antes había estado la ventana. Ramio
van Delft se irguió en su asiento prestando todo el
tiempo atención a los movimientos del policía, quien
volvió a su asiento.

—Bien —dijo Johann Mayer dando un largo


suspiro—. Ahora dime tu nombre completo.

El muchacho dudó un poco. Luego sonrió a


medias y dijo:

—Ramiro van Delft.

—Sabemos que no te llamas así. Tenemos


tus documentos. ¿Por qué insiste en llamarte de esa
manera?

—Si ya sabe mi nombre ¿entonces por qué me


lo pregunta?

—Es rutina.
Cuento 253

—¿Ha oído hablar de Caravaggio?

—No.

—Fue un pintor italiano muy famoso, considerado


uno de los grandes exponentes del tenebrismo. Él
adoptó el nombre de su pueblo, un pueblo que está en
Milán. Su nombre era Michelangelo Merisi, pero pasó
a la historia como Michelangelo Merisi da Caravaggio.
O simplemente Caravaggio.

—Se nota que tus padres se han esmerado en


tu educación.

—Es verdad. Pero ahora no me puede negar


que ha oído hablar de Leonardo da Vinci.

—Claro que no.

—Él también adoptó el nombre de su pueblo natal.

—Eso no lo sabía.

—Vinci era el nombre de su pueblo. Ahora bien,


¿qué saben ustedes de mí?

—Sabemos que eres holandés, que tienes


diecisiete años, que naciste en una ciudad…

—¡Ahí lo tiene! —gritó sonriendo el muchacho—.


Delft es mi ciudad. Es pequeña, como casi todas las
de mi país. Está entre Róterdam y La Haya.

—¿Quieres decir que adoptaste ese nombre


porque te consideras un artista?
254 Cuento

—No es para tanto. Es un juego, nada más. Lo


que no puedo negar es mi nombre y mi origen. Solo he
cambiado mi apellido.

—Háblame de tu origen.

—¿En verdad quiere saberlo?

—Por supuesto.

—Es una historia aburrida.

—No importa. Tengo todo el tiempo del mundo.

—De acuerdo. Si usted así lo quiere, pero que


conste que yo se lo advertí. Aunque seré amable con
usted. Solo le diré cosas puntuales. Algo que solo me
llevará un par de minutos.

Ramiro van Delft tosió, sonrió un poco y se


movió en el asiento mientras levantaba con orgullo la
mandíbula. Se sentía cómodo con el agente Mayer y
quería ofrecerle confianza. Eso era mejor que estar
viendo cuatro paredes sin ventanas, se dijo mientras
pensaba en sus padres y en su niñez.

—Tengo diecisiete años. Nací el 26 de noviembre


de 1982, en Delft. Mi padre es holandés y mi madre
es de El Salvador, un pequeño país centroamericano
que hace unos años estuvo inmerso en una cruenta
guerra civil. Cuando mi madre era muy joven, casi una
niña, sus padres la trajeron a Europa. Primero vivieron
en España, luego en Suecia, y por último en Bélgica,
donde conoció a mi padre. Después de casarse
decidieron vivir en Delft, la ciudad de mi padre, donde
Cuento 255

él estaba más que establecido, más bien, donde sigue


estando más que establecido. Se puede decir que es
un hombre popular, si queremos ponerle un término
burdo al asunto. Mi madre es una talentosa decoradora
de interiores. No tengo hermanos, y se puede decir
que he sido feliz hasta este día. No me ha faltado nada
y ahora busco mi propio rumbo.

—En el norte de Alemania.

—No. De ninguna manera. Llegar aquí fue un


accidente. No lo tenía ni por cerca pensado.

—¿Entonces cómo fue que viniste a parar a


este pueblo?

—Escúcheme. Usted es una persona razonable


y me dejará explicarle todo.

—¿Acaso no lo estoy haciendo?

—Piense lo que voy a decirle.

—De acuerdo.

—Ayer llegué a Stralsund sin tenerlo planeado.


Antes había estado en Hamburgo. Después pasé
a Rostock, luego a Greifswald. En Greifswald me
hablaron de Stralsund, y después de estar un par de
horas en Stralsund no dudé en pasar del continente a
la isla de Rügen. ¿Sabe por qué vine?

—No tengo idea.

—Por los nazis.


256 Cuento

—¿Cómo?

—No se asuste. Lo digo porque tenía curiosidad


de conocer el lugar donde los nazis probaron su bomba
atómica. ¿Acaso me va a negar que fue en esta isla
donde probaron su bomba de hidrogeno?

—No podría afirmarlo.

—Usted ya se habrá dado cuenta que a pesar


de mi corta edad he leído mucho.

—Sí, ya me di cuenta.

—Pues también vine por uno de los autores


alemanes que me dieron a leer mis padres, ganador
del Premio Nobel de Literatura en 1929.

—¿Quién es ese escritor?

—No puede ser que no sepa su nombre.

—Pues yo no he leído tanto como tú. He


preferido el fútbol a los libros.

—Eso lo explica todo. Pero bien, ese escritor


alemán no es otro que Thomas Mann, que según dicen
le gustaba vacacionar en esta isla antes de la segunda
gran guerra. Sentía curiosidad por conocer el lugar
donde pasaba sus vacaciones el autor de una de las
novelas que más me ha apasionado: Los Buddenbrook.

—Entonces te detuviste en Rambin —dijo el policía


con ironía—. Paseaste por el pueblo, viste a tu víctima,
fuiste a la posada de Anja, reservaste una habitación,
Cuento 257

cenaste y te acostaste como lo hizo todo el mundo, luego


saliste a medianoche, asesinaste a la niña, la dejaste en
la playa, luego volviste a tu cama con una frialdad de otro
mundo, llegamos nosotros y te detuvimos.

—¡Claro que no fueron así las cosas! ¿No


le parece increíble, por no decir inverosímil, esa
coartada? ¡Yo nunca había estado en este pueblo en
mi vida!

—Suena un poco desproporcionado, pero al


mismo tiempo suena plausible.

—¡No! —gritó Ramiro van Delft perdiendo la


compostura—. De ninguna manera. Pensé que usted
era una persona sensata. Pensé que no iba a creer
semejante mentira.

—Yo no soy quien deba creerte. Ese es otro.

—¿Sabe a qué hora llegué al pueblo ayer?

—Algunas personas te vieron dando vueltas a


las cuatro de la tarde.

—Llegué a las tres. No tuve tiempo de ver nada.


Bueno, lo poco que hay que ver aquí. Apenas me di
cuenta ya estaba oscureciendo. Decidí pasar la noche.
Por suerte alguien me informó de la existencia de la
posada de Anja.

—¿Quién te lo dijo?

—¡Cómo voy a saberlo! No conozco a nadie en


este lugar.
258 Cuento

—Era un hombre o una mujer.

—Era un hombre joven, alto, rubio, robusto,


bastante guapo.

—¿Qué edad tenía?

—Seguro no pasaba de treinta años.

—Estaba solo o iba acompañado de alguien.

—Iba con una mujer que seguramente era su


esposa.

—¿Por qué supones que era su esposa?

—Porque le dedicó unas atenciones que solo


un hombre le dedica a su mujer.

—Está bien. Continúa.

—Su jefe, quizá sin quererlo, me dio una


información importante. Dijo que la víctima vivía en
las afueras del pueblo, pero había estado en la noche
aquí, en el centro de Rambin, en una casa de la cual
no salió un solo minuto.

—¿Qué tiene de importante esa información?

—Yo le pregunté a su jefe a qué horas llegaron


al pueblo y él dijo que a las siete.

—¿Y bien?
Cuento 259

—Eso quiere decir que es imposible que yo la


haya visto. A esa hora ya estaba en la casa de la vieja
Anja. Ella se los puede asegurar.

—Suena razonable.

—Es más que lógico. Solo imagine a alguien


que apenas ha pisado el pueblo, que sale de él en
busca de un hogar para pasar la noche sin cruzarse
un solo instante con su víctima, y no sale de la casa
donde le han dado una pieza. Escuche bien, no sale de
esa casa en toda la noche, ¿cómo puede esta persona
cometer un asesinato que requiere toda la logística
necesaria? El asesino necesitó un coche, una llave
maestra para entrar en la casa, sin contar que debe
conocer el terreno como la palma de su mano. Y aquí
viene algo importante. ¿Por qué la víctima iba a salir
con un desconocido a dar un paseo en medio de una
noche del infierno? Está claro que el asesino no puede
ser un forastero. Tiene que ser alguien de Rambin,
alguien que estuvo muchas veces en la casa de la
niña, alguien que lo saluda a usted con un apretón de
mano.

Dos policías jóvenes, novatos con toda


probabilidad, se encargaron de llevar al baño a Ramiro
van Delft. Después lo volvieron a dejar en la habitación
hermética, solo que esta vez el panorama había
cambiado un poco. En una esquina estaba puesto
un catre. No había mucho que pensar. Iba a pasar la
noche en la delegación, y a pesar de que se lo negaba
todo el tiempo, al día siguiente, según estaban yendo
las cosas, tenía que hacer un par de llamadas.
260 Cuento

Cuando los policías abandonaron la habitación,


Ramiro van Delft fue directo al catre y trató de dormir
para limpiar su mente. No lo consiguió en el momento.
Tuvieron que pasar muchos minutos para que el sueño
lo doblegara. Despertó agitado. Pensó que había
dormido tres días sin parar, pero fue menos de una
hora. Se incorporó y trató de pensar en algo que no
tuviera nada que ver con Alemania, con detenciones,
con novelas distópicas, pero sobre todo, con niñas
asesinadas. Por suerte a su mente llegó un cuadro de
Caravaggio, aquel que pintó sobre el mito de Narciso.
De repente se abrió la puerta. Uno de los policías que lo
había llevado al baño entró con una charola de comida,
la dejó en la mesa y salió sin decir una palabra. Ramiro
van Delft se puso de pie, se sentó frente a la charola
y comenzó a comer. Descubrió que la comida no tenía
un mal sabor, por lo menos era mucho mejor de la
que le había servido Teta en la posada. Se terminó la
comida y volvió a la cama. A los pocos segundos ya
estaba completamente dormido.

Despertó agitado. Esta vez había dormido


más de cinco horas donde desfilaron los sueños más
graciosos y terroríficos de su vida; sueños que, por
suerte, apenas recordaba. Se levantó, hizo algunos
estiramientos y parte de una rutina de gimnasio que lo
terminaron de despertar. Esta vez hizo una medida casi
exacta del tiempo. Pensó que habían pasado muchas
horas, que con toda probabilidad afuera ya reinaba la
noche. No se equivocó. Eran las nueve menos veinte.
Lo bueno es que para esa hora ya nada perturbaría
su descanso. Pensaba que su suerte se tendría que
decidir al día siguiente, por lo que necesitaba descansar
lo mejor posible para ofrecer una defensa que nadie
pudiera refutar. Para su sorpresa la puerta se abrió.
Cuento 261

Entró una mujer alta, delgada, de cabello castaño y


ojos negros. No era fea, pero tampoco se podía decir
que era bonita, quizá guapa.

La mujer le ordenó levantarse del catre con una


seña. Le dijo que se sentara en una de las sillas. Ella se
sentó en la otra. En la mesa aún estaba la charola donde
le habían llevado la comida unas horas antes. La mujer
la vio con algo de repulsión. Después se serenó. Se
acomodó en su asiento sin dejar de ver al joven tulipán.

—¿En qué idioma quieres que hablemos? —le


preguntó en inglés.

—En el que usted quiera —respondió el


muchacho en un alemán bastante aceptable.

La mujer sonrió un poco, lo suficiente para darle


confianza a su joven interlocutor. Dijo que se llamaba
Bärbel, que era de la oficina de Stralsund. Ramiro
asintió. Todo el tiempo hablaron en inglés.

—¿Cuántos idiomas hablas? —le preguntó la


mujer mientras sacaba de un pequeño bolso de cuero
dos libros que le pertenecían a él.

Ramiro no se había dado cuenta que la mujer


llevaba el bolso, lo que le confirmó que aún estaba en
alguna región del sueño.

—No sé —dijo quedito el muchacho.

—Cómo es que no lo sabes —dijo Bärbel


dejando los libros en la mesa. Antes había apartado la
charola casi hasta dejarla caer al vacío.
262 Cuento

—Estudié en un liceo francés. Mi madre es


latinoamericana. Además de nuestro idioma, en mi
país se habla el inglés. Supongo que eso responde a
su pregunta.

—De alguna forma.

Ramiro volvió a asentir. La mujer le pidió decir


los títulos de los libros en su idioma original. Ramiro lo
hizo sin ninguna falla.

—¿Te gustan esos autores? —preguntó Bärbel


abriendo el libro de Michel Houellebecq.

—Al francés lo estoy conociendo. Por lo que


he leído puedo decir que es bueno. Las partículas
elementales se publicó hace poco. Creo que fue en 1998.

—De qué va la historia.

—Pues no lo puedo decir. Apenas llevo unas


páginas. Solo puedo decir que su ambiente es convulso
y agitado. Me gusta el poema del prólogo.

Bärbel le pasó el libro y le pidió leerlo. Él se


negó. Dijo que le daba pena, que jamás le había leído
un poema a otra persona. Bärbel insistió. Ramiro no
tuvo más que aceptar. Lo leyó un poco lento, ya que
iba traduciéndolo del francés al inglés.

—¿Quién es el autor del otro libro? —le preguntó


Bärbel al muchacho.

—Es argentino. La novela se llama Sobre


héroes y tumbas.
Cuento 263

—¿De qué va la historia?

—Pues el argumento es un poco enredado. Es


una historia de amor con varias líneas argumentales.

Bärbel le pidió leer algunas páginas del libro.


Después de pensarlo, Ramiro van Delft leyó el inicio de
Informe sobre ciegos. La mujer lo interrumpió de golpe.
Le dijo que era suficiente. Después de levantarse y
caminar un poco por la estrecha habitación, dijo que
la había engañado, que la historia no era de amor,
que era más de terror que otra cosa. Ramiro van Delft
trató de decirle que obviara sus lecturas, que solo
era ficción, que no se hiciera una idea errónea de él.
Lo bueno es que la mujer no se lo permitió. Volvió a
su silla, guardó los libros en el bolso y volvió a mirar
fijamente al muchacho.

—¿Cómo es el país de tu madre? —preguntó la


mujer.

—Es un país pobre pero con un clima benigno.


Hace pocos años estuvo en guerra.

—¿Lo conoces? ¿Alguna vez estuviste en él?

—Por supuesto. He pasado largas temporadas


allí. Mi madre siempre me inculcó el idioma y la cultura
de su país, pero donde en verdad aprendí todo fue
viviendo allá, en medio de la gente.

—¿Tienes amigos allí?

—Hace mucho tiempo no voy. Supongo que ya


me olvidaron.
264 Cuento

—¿Y tú ya los olvidaste?

—Los humanos somos animales cotidianos.


Necesitamos el contacto a diario para mantener
nuestras alianzas.

En ese momento Ramiro van Delft se dio cuenta


que la mujer apenas iba iniciando el interrogatorio, por
lo menos estaría frente a ella una hora. Todo lo que
quería en ese momento era que se fuera, que lo dejara
solo con sus pensamientos, pero ella parecía estar
pasándosela bien. Pensó en alguna estrategia que
lo salvara, pero no encontró una lo suficientemente
eficaz para echarla. ¿Y por qué no se limitaba a
contestarle con fríos monosílabos? Eso le podía traer
consecuencias, así que abandonó la idea. Lo mejor era
continuar con el mismo ritmo. Ella en algún momento
tenía que irse.

—A pesar de tu corta edad eres un especialista


en literatura —comentó la mujer con algo de cansancio.

En casa hay una interesante biblioteca, pensó


decir Ramiro pero se arrepintió en el momento.

Definitivamente la mujer tenía que irse en


cualquier momento, pensaba Ramiro van Delft.
Mientras la miraba al otro lado de la mesa con miles de
preguntas en el tintero, recordó los últimos versos del
poema que aparecía en el prólogo de Las partículas
elementales de Michel Houellebecq.

Ahora que hemos llegado a nuestro destino


y que hemos dejado atrás el universo de la separación,
el universo mental de la separación,
Cuento 265

para bañarnos en la alegría inmóvil y fecunda,


de una nueva ley,
hoy,
por primera vez,
podemos cantar el final del antiguo reino.

VI

—Anja, quiero solo la verdad —dijo Jürgen


Tecker a la mujer—. ¿No viste salir a Ramiro van Delft
de su habitación en toda la noche?

—Aunque hubiese querido, no lo hubiera


conseguido —contestó la mujer sin dejar de ver al
policía.

—Por qué dices eso.

—Porque me aseguro que las puertas queden


con llave.

—A lo mejor Teta…

—Imposible. Solo yo tengo las llaves. Después


de que esos vándalos neonazis cometieron sus
fechorías, nadie en el pueblo deja las puertas sin llave.

—De acuerdo. Dices que tu habitación está en


la primera planta y la de los huéspedes en la segunda,
¿no crees que él pudo burlarte y salir un par de horas?

—Te digo que es imposible. Además, Teta tiene


la habitación en la segunda planta, frente a la de los
huéspedes. Ella no vio salir al muchacho en toda la
noche.
266 Cuento

—A lo mejor no lo sintieron por estar dormidas.

—¡Imposible! ¡Imposible! —gritó la mujer—.


Tendría que haber entrado en mi habitación para
quitarme las llaves de las manos.

—Está bien —dijo el policía bajando el tono


de la voz—. Ahora quiero saber cuántos huéspedes
estaban en tu casa.

—Solo el muchacho. Es temporada baja.


Estamos casi en invierno.

—¿Qué te pareció Ramiro van Delft a primera vista?

—Me pareció un niño muy guapo, como casi


todos los de su país.

—¿Te dijo de dónde era?

—Desde el primer momento. Me gustó el


alemán en que me lo dijo. Cuando mencionó que era
holandés, inmediatamente le di mi mejor habitación por
un módico precio. Se notaba que no andaba mucho
dinero y yo quería echarle una mano.

—Supongo que te dio mucha confianza.

—Se veía perdido, aunque muy seguro de sí


mismo. Es muy inteligente. Lo atendí lo mejor que
pude, aunque creo que no le gustó la comida. Pero tú
conoces las recetas de Teta.

—Anja, quiero que me contestes la siguiente


pregunta con una palabra.
Cuento 267

—Como usted diga, capitán.

—¿Crees que ese chico cometió el crimen?

—No. ¡Es absolutamente imposible! Aunque


puedo decirte quien lo hizo.

—¿Cómo dices? ¿Qué me estás ocultando?

—Nada, hombre. Nada que no haya hablado


con otras personas.

—Entonces empieza a hablar.

—Estoy casi segura que fue Alberich. ¿Lo


conoces? ¿Te acuerdas de él?

—Te refieres a…

—Pero este no es aquel Alberich, es uno de sus


descendientes, un príncipe, uno que acaba de haber
sido iniciado.

—Vamos, Anja, que esto es serio, demasiado


serio para jugar con la mitología. No me digas que
crees en los duendes.

—¿Cómo te explicas que la víctima es una niña?


Solo pudo haber sido Alberich y sus secuaces. Yo me
cuido que no entren en mi casa. Son tan malvados si
se les da una oportunidad.

—De acuerdo, Anja. Volveremos a vernos. Si


tienes nueva información no dudes en llamarme. Solo
que preferiría que no involucraras a Alberich.
268 Cuento

—¿Cómo crees que el asesino entró en la casa


de la niña cuando estaban las puertas con llave? ¿Cómo
te explicas que no lloró al verlo? ¿Cómo te explicas que
la sacó sin hacer ningún ruido? Seguramente jugó con
ella para darle confianza. Tú sabes cómo son los niños
cuando tienen tres años. Todo encaja. Esto es obra de
Alberich y sus demonios. No hay otra explicación.

***

Jürgen Tecker y Johann Mayer entraron de


golpe en la habitación. Ramiro van Delft estaba
sentado en el catre. La pared le servía de respaldo.
No se inmutó al verlos, solo se consoló de tener un
poco de compañía. Era media mañana y ya empezaba
a extrañar los interrogatorios, o lo que ellos llamaban
entrevistas. El viejo policía arrastró una silla y se
sentó frente al catre. Su compañero también arrastró
la otra silla, solo que prefirió seguir de pie, junto a la
pared interior donde en otro tiempo había estado la
ventana.

—Esta pesadilla se está prolongando demasiado


tiempo, capitán —dijo Ramiro van Delft viendo al viejo
policía—. Tiene que hacer algo.

—¿Tuviste una mala noche? —le preguntó


Jürgen Tecker.

—Le puedo asegurar que no soñé precisamente


con angelitos.

—Aquí se sueña con otro tipo de angelitos —


intervino Johann Mayer sonriendo.
Cuento 269

—Supongo que se refiere a Alberich y sus


demonios —dijo el muchacho desviando la mirada
hacia el joven policía.

—Veo que la vieja Anja ya te puso al tanto —


continuó Johann Mayer.

—Fue lo primero que hizo cuando me fui a la


cama, después de cenar. Le dije que no se preocupara,
que no tenía pensado dar un paseo por los campos.

Hubo un silencio de más de un minuto en el que


los tres dejaron de intercambiarse miradas. Ramiro
van Delft no quería continuar suplicando y los policías
no querían decirle que en pocas horas recobraría la
libertad. Bueno, Jürgen Tecker era el único que todavía
se negaba a dar su firma, aunque sabía que no tenía
otro camino.

—Solo es cuestión de unas horas para que


salgas libre y continúes tu camino hasta Binz —dijo
Johann Mayer.

Jürgen Tecker miró a su compañero con ojos


encendidos en hidrógeno, aunque se mordió la lengua
y no dijo nada.

—Pues al fin han llegado a un acuerdo —


dijo con extraña alegría el joven holandés—. Era de
esperarse. Ustedes, los alemanes, son personas
sensatas. Yo solo tenía que esperar un poco. Lo menos
que tenía que hacer era perder la calma, entrar en la
desesperación y el pánico. Con lo que respecta al viaje
a Binz, le aseguro que ya no será posible.
270 Cuento

—¿Seguirás tu camino a Rusia? —preguntó el


joven policía.

—Con esto que ha pasado no sé lo que haré.


Quizá vuelva a mi ciudad. Mis padres deben estar
preocupados.

—Tus padres ya están al tanto —dijo Jürgen


Tecker—. Era imposible que no se enteraran.

—Eso me temía. ¿Pero cómo se enteraron?

—Por la prensa.

—¿Quiere decir que este caso ha salido en la


televisión y en los periódicos alemanes?

—Y de toda Europa.

—Yo diría que de todo el mundo —comentó


Johan Mayer.

***

—Tengo entendido que tu habitación está en la


segunda planta —le preguntó Johann Mayer a Teta—.
¿Eso es cierto?

—Sí —contestó Teta poniendo toda la atención


que meritaba el asunto—. Donde están las habitaciones
de los huéspedes.

—Ayer solo tenían un huésped en casa, el


muchacho holandés que se apareció cuando llegaba
la noche.
Cuento 271

—Anoche él fue nuestro único huésped. Se


veía hambriento y cansado. Le di mi mejor plato.

—De acuerdo. ¿A qué horas se fue a la cama el


huésped?

—Se fue temprano, justo después de cenar.


Quizá pasaban pocos minutos de las nueve. Yo me fui
a dormir dos horas después.

—¿No lo viste salir una sola vez de su cuarto?

—Esas dos horas yo estuve en la planta baja,


en la cocina. Pero estoy segura que no salió de su
habitación. Se veía muy cansado.

—Cuando te fuiste a la cama a eso de las once


¿te dormiste en el acto o…?

—Oh, no. Siempre acostumbro pensar en


muchas cosas. Eso me lleva más de una hora.

—Eso quiere decir que te dormiste cerca de la


una.

—Sí. Esa fue la hora que me quedé dormida.

—¿Ya te han despertado otros huéspedes que


se han hospedado en el pasado? Me refiero cuando
salen de sus habitaciones.

—Sí. Muchos han acudido a mí para que vaya


en su ayuda. Yo estoy cerca para serviles, no creas
que duermo en esa habitación por simple gusto. Yo
estoy para servirles.
272 Cuento

—¿Anoche oíste salir al muchacho después de


que te fuiste a la cama?

—Ya te dije que no lo oí salir una sola vez.

—Eso lo puedes decir en un tribunal.

—Si ya se lo dije a todos mis vecinos, ¿por qué


no decirlo frente a un juez?

—Eso quiere decir que crees en la inocencia del


muchacho.

—Totalmente. Es imposible que cometiera esa


atrocidad. El que lo cometió conoce el pueblo como la
palma de su mano. No fue un extranjero perdido.

—Agradezco tu colaboración.

—¿Quieres que te diga en quién sospecho?

—¿Acaso tienes algún sospechoso?

—Lo he pensado desde que me dijeron la


desgracia. Todavía me niego a aceptarlo.

—A ver, Teta, quién es tu sospechoso.

—Estoy casi segura que fue Der Erlkönig.

—¿Te refieres al rey Alder?

—El mismísimo rey duende. ¿Conoces a Der


Erlkönig?
Cuento 273

—He oído algunas cosas. Pero no…

—Dicen que ese animalito se aparece en


tu último día de vida. Si tiene un expresión dolida,
significa una muerte dolorosa, si tiene una expresión
pacífica, significa una muerte pacífica. Der Erlkönig
debió presentársele a la niña con una expresión dolida,
me refiero por la muerte horrible que tuvo esa pobre
criatura.

—De acuerdo, Teta. Estaremos en contacto. Si


recuerdas una cosa más de anoche que se te haya
escapado, ya conoces nuestras señas.

—No crees que lo hizo Der Erlkönig, ¿verdad?

—No. Esto lo hizo un animal que se disfraza de


hombre, y te juro que lo vamos a encontrar.

***

Jürgen Tecker se levantó de la silla y empezó a


caminar hacia la puerta. Johann Mayer se despegó de
la pared interior y siguió a su compañero. Ramiro van
Delft los siguió con la mirada. Antes de que salieran les
dijo:

—He pensado que tal vez les servirían unos


datos que he encadenado.

Los policías se detuvieron y esperaron a que el


joven tulipán siguiera hablando.

—Yo llegué a este pueblo a las tres de la tarde,


¿de acuerdo?
274 Cuento

—Eso ya lo sabemos —dijo el viejo policía de


mala gana.

—Lo que quiero decir es que lo más probable


es que el asesino viniera en el mismo tren.

—Qué te hace pensar eso —le preguntó Johan


Mayer interesado.

—Es simple. El asesino no solo me vio en el


tren sino que se dio cuenta que yo era extranjero.
También se enteró que iba a pasar la noche en Rambin.
Seguramente me siguió desde la estación hasta los
lugares donde estuve, o se encontró conmigo por pura
casualidad dos horas después. Cuando se enteró que
me dirigía a la casa de Anja a pasar la noche, una casa
que está, según dicen ustedes, en la carretera que lleva
hacia el mar o hacia la playa donde fue encontrada la
niña, él vio una oportunidad y la tomó. Sabía que yo
sería el primer sospechoso.

—Eso no quiere decir nada —dijo Jürgen Tecker


que se negaba dejar en libertad al joven tulipán.

—Pero no dejan de ser inquietantes esas


observaciones —intervino el joven policía.

—¿Ya le mencioné que alguien me sugirió la


posada de la vieja Anja? —le preguntó el muchacho a
Johann Mayer.

—Fue un hombre que iba acompañado de


una mujer, su esposa, con toda probabilidad —dijo el
aludido.
Cuento 275

—El hombre me lo dijo en medio de un grupo de


gente, donde había hombres y mujeres, en el centro
del pueblo. De modo que si no fue él quien cometió el
crimen, fue sin duda uno que estaba cerca.

—¿Podrías identificar a todas esas personas?


—le preguntó Johann Mayer.

—Es difícil. A lo mucho podría identificar la cara


del hombre que me dio las señas de la casa de la vieja
Anja.

—De acuerdo —dijo el joven policía mientras


miraba a su compañero cruzarse de brazos al ver que
él llevaba el hilo de la entrevista—. Dices que en el
tren venían muchas personas, ¿puedes decir las que
más te llamaron la atención?

—Eran personas normales. Un par de hombres


con sus mujeres, algunas viejas solas, otras con
sus niños. Bueno, también vi un par de treintañeros
conversando con unos chicos de un equipo de fútbol,
muchachos que seguramente eran los jugadores.
Creo que hablaban del nuevo uniforme. Los hombres
parecían ser los entrenadores o los dueños del dichoso
equipo.

Los policías se volvieron a ver sorprendidos.

—Dices que los hombres conversaban con


unos chicos, ¿cómo eran los muchachos? —le
preguntó el policía joven.

—Eran normales. Casi de mi edad, quizá un


poco mayores. Dos de ellos me llamaron la atención.
276 Cuento

—¿Qué hicieron para que llamaran tu atención?


—le preguntó Johan Mayer.

—Me vieron con odio.

—Seguramente hiciste algo que no les gustó.

—Yo creo que fue por sus cabezas rapadas.

Los policías se volvieron a ver asustados.

—¿Chicos con cabezas rapadas? —inquirió


Johan Mayer.

—Sí, ¿los conoce?

—Conocemos algunos.

—Yo me quedé viendo sus cabezas. Creo que


no les gustó que lo hiciera.

—Bien —dijo Johan Mayer—. ¿Estos mismos


chicos estaban en el grupo cuando te informaron de la
casa de Anja?

—No. Estoy seguro que no estaban. Los hubiera


reconocido en el acto.

—De acuerdo. Esta es información que no


teníamos en cuenta. Si te acuerdas de un nuevo dato
no dudes en decirlo.

Los policías terminaron de salir y Ramiro van


Delft se quedó pensativo en el catre. Pensaba que su
libertad estaba cerca. No se equivocó.
Cuento 277

***

Pocas horas después, a media tarde, Ramiro van


Delft salió libre. Después de recuperar su estrecho
equipaje, se dirigió a la posada de la vieja Anja, donde
sabía que tenía algunas cosas que recoger para
seguir su caminata. Estuvo una hora conversando con
las hermanas, y cuando la noche estaba demasiado
cerca, Anja insistió en que se quedara, que aceptara la
cena y ocupara la misma habitación sin ningún costo.
Lo hacía por solidaridad, pero sobre todo, para resarcir
un poco el daño que le habían causado. A cada rato
le pedía disculpas en nombre del pueblo. Ramiro le
dijo que no había nada que perdonarles, que se iba
sin ningún rencor, y que los iba a recordar a todos con
mucho cariño, especialmente a ellas. Anja insistió tanto
en su ofrecimiento que Ramiro, al ver que la noche
casi le caía encima, no tuvo más que aceptar pasar
otra noche en la posada.

A las ocho de la mañana tomó el desayuno junto


a las hermanas. Le contaron de todo. Prácticamente lo
pusieron al tanto de la historia del pueblo desde su
fundación. A media mañana el joven holandés ya tenía
preparado su equipaje. Estaba a punto de salir cuando
entró Jürgen Tecker en la posada. Llevaba una cara
seria y daba síntomas de irritabilidad. A nadie dejó
impoluto la presencia del viejo policía a esa hora del
día.

—No me diga que viene a detenerme —bromeó


Ramiro van Delft.

—Aún no —contestó el viejo policía—. Tal vez


lo haga más tarde.
278 Cuento

—¿Y por qué iba usted a detenerme? —quiso


saber el muchacho.

—Por la muerte de otra niña.

Las hermanas se llevaron las manos a la


boca. Empezaron a sollozar y a caminar en las cortas
dimensiones de la pequeña sala.

—¿Quién es la víctima ahora? —alcanzó a


preguntar Anja con los ojos llorosos.

—Nicole Herzig, de tan solo tres años de edad—


respondió el viejo policía con una cara plomosa que
caía hasta el piso.
279

El libro Juegos Florales Hispanoamericanos de Quetzaltenango 106


años de fundación LXXXIV CERTAMEN dedicado a la República
de Panamá y sus escritores, se terminó de imprimir en EDITORIAL
FORMATEC, Avenida Elena 3-74 Zona 3, Guatemala, Centro América,
el 5 de septiembre de 2022. Tiraje 1000 ejemplares.

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