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con todas las formalidades necesarias para la inscripción. Nos - ·amigo i\l.

·amigo i\l. tenían sus propios animales de carrera, así <tue los temas
encontrábamos a fines de noviembr~, de modo que para poder· ·inagotables de conversación entre ellos eran las carreras y los
segu ir las clases que habían empezado el 19 de setiembre tenía ·.caballos, por todo lo cual yo sentía muy poco interés.
que ponem1e al día, no sólo con lo que había perdido durante el La concurrencia a las clases de la universidad me había resul-
;-iño anterior en Odesa, sino también durante el actual tercer tado inútil, y cuando vi que no tenía posibilidades de aprobar
~e-mestre en San Petersburgo. Sin embargo, concurrí únicamente · 1os exámenes necesarios en la primavera , fui co nvenciéndome cada
para cubrir las apariencias y encontrar alguna manera de ll enar vez más de que mi mudanza a San Petersburgo había sido una
·cosa sin sentido. Nada tiene de extraño que mi ánimo deprimido
el vacío de las m;-iñanas. Conseguí todos los libros de texto nece-
sarios, pero me limité a hojearlos antes de volver a ponerlos en , no sólo no mejorara en San Petersburgo sino que, por el contrario,
·empeorara bastante. En una gran ciudad como esa se me hizo aún
la biblioteca. Hubo una sola excepción: la Enciclopedia de Dere- :ID,
cho , del profesor Petrachitzky, de San Petersburgo. A diferencia más doloroso tomar conciencia de mi falta de participación en
ele las opiniones que prevalecían en jurisprudencia, Petrachitzky sucesos y experiencias de toda clas e y de mi incapac id ad para
e ntendía que el derecho estaba "psicológicamente determinado", comunicarme con los demás. El contraste entre la vida que pal-
con lo que destacaba la relatividad del concepto de justicia. La pitaba a mi alrededor y la vaciedad insalvable y sin fondo que
idea me pareció original e interesante. Como en su libro el autor sentía en mi interior era demasiado.
d erivaba todo, de manera muy congruente, de dicho concepto, En esa época mi padre se encontraba e n San Petersburgo, y
resultaba de ello una teoría del derecho unificada e integrada, ·como ya en una ocasión le había hecho confidencias r eferentes
q11e me int eresó tanto que foi capaz de concentrarme en el libro a mi carrera, decidí otra vez hacerlo partícipe de mi desolado
v proseguir atentamente su estud io hasta el final. ¡· · estado emocional y consultar con él qué pasos se podrían dar. Yo
Un día, cua ndo Natacha y yo salíamos al mismo tiempo de ¡r1 tenía plena conciencia del carácter anormal y patológico de mi
L1 universidad y nos disponíamos a volver j11ntos a casa, ella .>e estado p·s íquico, y ambos estuvimos de acuerdo en que, dado qu e
me c¡uC'jÓ ele que no podía entender qué demon ios era lo que todos los intentos terapéuticos anteriores d e nuestra propia inven-
quería decir Petrachitzky en su libro. Procuré entonces explicarle ··~ ción habían fracasado, la única salida posible era recurrir a la
cuál era la idea básica y las teorías esenciales que el autor deri- ayuda médica y consultar a un psiquiatra. E leg imos al profesor B.
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vaba de ella. Evid entemente lo hice con cierto é-xito, porque antes Su nombre me era conocido como erudito y como reconocida
de que nos separúramos Natacha se man ifes tó asombrada por ía autoridad en el dominio de la neurología. últimamente también
fac ilidad con que yo había podido absorber la teor ía <le Petra- 1 •~ había oído que mi padre lo mencionaba respecto de otros asuntos.
ch itzky y afirmó que ahora se daba cuenta de que , después de Después del suicidio de Ana mis padres habían decidido fundar
todo, el libro no era en modo alguno tan difícil ele Pntender tU?, "· un hospital para enfermedades nerviosas. L os fondos asignados
co mo le había parecido. a ese fin serían entregados a la ciudad de Odesa y el hospital
Natacha me resulta bonita y agradable, pero al parecer todo estaría dedicado a la memoria de mi her.mana y llevaría su nom-
terminaba allí. En realidad no pude entusiasmarme en profundi - bre. Al mismo tiempo, el profesor B. planeaba organ izar un Ins-
dad y no se estableció una relación más íntima: Además, clehido tituto Neurológico en San Petersburgo, destinado a la investig:t -
a la enfermedad de un familiar, los días de salón en casa de los 101'
ción científica en enfermedades nerviosas. Prec isamente para esa
1lf,
K. no tardaron en suspenderse. En cierto modo eso me alegró época se hallaba ocupado en reun ir los fondos necesarios.
bastante, ya que debido a mi timidez y mi falta de contacto, tenía Cuando B. oyó hablar de la intención de mis padres estable-
íl '.1· .
que ob;igarme a vincularme con la gente, de la misma manera ció contacto con mi padre e intentó persuadirlo de que cambiara
que me obligaba a concurrir a las clases de la universidad . su decisión y pusiera los fondos a disposición de su Instituto Neu-
...,;,:_-. rológico. Establecida así la conexión con B., se le pidió que me
únicamente a las horas de las comidas veía a mi tío, cuyo
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1 ríncipal interés eran las carreras d e caballos. Tanto él como su examinara en el hotel donde paraba mi padre. El examen se llevó

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a cabo unos d ías después; el diagnóstico del profesor B. fue de
todos los demás pacientes, hac,iéndorne pasar primero a1 e o ns u! -
neurastenia y consideró que en mi caso la terapia más adecuada ~'
torio. Por lo que a mí se refería, me inclinaba bastante a creer
sería la hipnosis. Queda mos de acuerdo en que yo pasaría por
que el mejor empleo para el dinero que querían ofrecer mis padre~
su consultorio para encarar el tratamiento.
bien podía ser donarlo al Instituto Neurológico, pero estaba dema -
Al entrar .al despacho del profesor B. ad vertí que en la sala siado preocupado por mis propios problemas para qu e me inte-
de espera había ya mucho' pacientes. Estaba d ispuest o a esperar resara tomar posición en las discusiones. Por lo demás, sabía que en
largo rato hasta que me ll egara el turno y empecé a observar a :, i
ese asunto no iba a tener la menor influencia sobre mi padre, a
los d emás paci ent es . Todos eran damas y caballeros de edad me- quien Je transmití un verídico informe de mi primera visita al pro -
diana y que, a juzgar por su aspecto, pertenecían a la clase alta ,f,,
fesor B., sin ocultar cuál era el rol que se suponía que yo habrí;1
<le la sociedad de San Pe tersburgo . Sin embargo, no tuve mucho 'f de asumir con respecto al Instituto Neurológico. Mi padre nn
tiempo para hacer observaciones, porque un caballero que llevaba dijo nada pero pude advertir que, cosa muy comprensible, m i
una lista en la mano no tardó en abrir la puerta que daba al con- tf,f
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informe no le gustó demasiado.
sultorio y pronunció en voz altn mi apellido. Todos los ojos se
Pese a todo, la mañana que siguió a mi visita al profesor B:
volvieron hacia mí. Era ev idente que nadie podín entender por
me desperté en un es tado emocional mucho mejor, y esa mejoría
qué a un joven estudiante -yo llevaba el uniforme de estudiante-
posterior a la sesión ele hipnotismo se mantuvo durante todo el
se le daba preferencia sobre lodos los demás pacientes que habían
día. Al día siguiente disminuyó en forma notable y al tercern habí; t
llegado antes que él. Yo me apresuré a entrar al consultorio para
desaparecido por completo. Como consecuencia de la confusió n
escapar de tan incómoda situación.
de mi tratamiento con la cuestión del Instituto Neurológico, m i
Después de saludarme, el profesor B. hizo que me sentara primera sesión liipnótica fue también la última. Efectivamente.
y me dijo con voz firme y persuasiva: "Mañana por la mañana se era de esperar que en la sesión siguiente el profesor B. me pregun-
despertará usted sintiéndose bien y sano. Su depresión desaparecerá tara por el resultado de mi intercesión ante mis padres, y ¿qué
por completo, los pensamientos tristes y sombríos lo abandonarán, podía haberle contestado? De paso, a mi padre no le agradaha
y verá todo bajo una · luz nueva y diferente. En el futuro seguirá demasiado la hipnosis, porque veía en ella <:'1 riesgo de que '.'f
con interés los cursos de la universidad y proseguirá con éxito -<
paciente llegara a depender en forma exces iva del médico. Y 1~
sus estudios ... " 'Después de insistir durante un rato bastante largo compartía su :opinión.
en ese tono, el profesor B. continuó: "Como usted sabe, sus padres
Mi único ;deseo era irme <le San Petersburgo tan pronto corno
proyectan donar una gran suma de dinero para la fundación ch-~ :,
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:¡: fuera posible .•' No me costó convencer a mi padre de que cual-
un hospital neurológico. Ahora bien, en San Petersburgo se está
I' quier cosa qu e pudiera emprender allí estaba condenada al fra ·
a punto de dar comienzo a la construcción de un Instituto Neuro- •'
caso desde d primer momento. Pensaba yo que' d viajar y otr,1c,
lógico, cuyo propósito será la realización de investigaciones en
distracciones podían resultar útiles en casos menos graves, p<'m
todo lo referente al origen, el tratamiento y la cura de ese tipo
habían fracasado en el mío. r-,1¡ única esperanza de mC'jorh cstah 1
de trastornos, La realización de esas metas es algo tan importante
represr=ntada por un tratamiento .intensivo y una larga permanen-
y valioso que usted debe procurar utilizar s11 influencia con sus
cia en un sanatorio. Dejé la C'!ección del lugar a cargo ele 111i ·
padres para persuadidos de que donen sus fondos a este InstitutG
padre, que tenía suficiente experiencia al respecto, ya que de
Neurológico".
vez en cuando, a intervalos de tres a cinco años, él mismo era
D urante todo el discurso del profesor B. yo estaba comple- presa de ataques de una melancolía bastante bien definida y solí.t
tamente despierto. Pero no estaba preparado para verlo pasar tan :r entonces a algún sanatorio de Alemania, clC'I cual volvía algu -
bruscamente de la consideración de mi caso concreto al tema de nos meses después totalmente recuperado. Su estado habitual_
que mis padres efectuaran una donación al Instituto Neurológico. que él de manera subjetiva consideraba normal, se caracterizaba
Entonces entendí por qué se me había dado preferencia sobre por inconfundibles síntomas maníacos. de modo qne el cu~1clr, •
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<:ompleto podía ser considerado como uno de los casos maníaco-


depresivos que describe el profesor Kraepelin. Por lo tanto no Castillos en el aire
era casual que de todos los médicos que mi padre había consul-
tado en Alemania, aquel por el que sentía mayor estima fuera 1908
Krnepelin, en cuya capacidad para aconsejarme tenía gran confian- ·il'

za. Un tal doctor H., que trabajaba en el hospital de San Peters- '!Ir·

burgo, ilia a acompañarme a visitar al profesor Kraepelin, para


regresar n San Petersburgo más o menos una semana después.
Mis preparativos no exigieron mucho tiempo. Después de
llenar algunas formalidades en la universidad y hacer algunas
visitas de despedida, estuve listo para viajar a Munich con el doc-
tor H. Ese día memorable, a fines de febrero o comienzos 9e
marzo de 1908, mí padre· me acompañó a última hora de la tarde
a la estación del ferrocarril. Allí nos esperaba ya el doctor H., y
como faltaba todavía mucho tiempo para la partida, mi padre
subió al tren con el doctor H . y conmigo. l\le pidió que me que- l
(lara en el corredor, pues quería hablar de algunas cosas con el El ánimo eufórico que tan súbitamente se había apoderado de
doctor y, aunque no pude oír lo que le dijo, a través de la venta- .11, mí al salir de San Petersburgo se mantuvo sin mengua durante
nilla que separaba el corredor del compartimiento alcancé a ver nuestro viaje y después de nuestro arribo a f\foscú . El doctor H.,
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que le explicaba con mucha seriedad alguna cosa. .I;;\
quien evidentemente consideraba su tarea de acompaí'íarme a
Afuera e\ viento se había calmado y caía una ligera nevada Munich como un viajecito de vacaciones, es taba también del me-
que iba cubriendo de una centellante blancura los techos ilumina- jor espíritu posible. Durante el trayecto me contó muchas cosas
dos de los trenes vecinos. Sólo en ese momento advertí un cambio interesantes sobre Abisinia y la corte del Negus, ya que, según
peculiar que se había producido en mí en el breve tiempo trans- :fj
dijo, había fonnado parte del séqu it o ele un tal Lcontiev. Leon-
cu rrido desde cp1e subiera al tren. Era como si, con s 11 varita t: ev era un aventurero que en la década del 90 había hecho por
m<ígica, un hada buena hubiera disipado mi depresión y todo lo ifl: su cuenta un viaj e a Abisini a, pero que má s tarde volvió allí como
<¡ue con ella se vinculaba ., De nuevo me sentía reconciliado con enviado oficial ruso. Probablemente fue ese el primer intento ruso
la vida. ele perfecto acuerdo y en total armonía con el mundo ele establecer relaciones con un Estado africano, inten to que en
y conmigo mismo. El pasado retrocedía a enonne distancia y el opinión de la prensa contemporánea se vin culaba con el hecho
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'futuro se presentaba bello y colmado de promesas. de que tamqiéh los abisinios pertenecían a la Iglesia oriental.
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No quedaban m[1s que unos minutos antes de que partiéra- La primavera se enco~traba mucho rnús avanzada en Munich
mos y mi padre tenía que <lescen~er del t ren. Al despedirlo, no que en la fría y húmeda San Petersburgo, lo que también resul-
··diía e ntonc es c¡ue ese había de ser nuestro último adiós. taba muv agradable. Has ta la gente que andaba por 1as calles

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parecía menos tensa y más cordial en Munich.
Al segundo c.lía de haber llegado a la ci udad fuimos al des-
~.;I }- pacho del profesor Kraepelin. El doctor H. le informó sobre mi
caso y el profesor, un robusto caball ero de edad, declaró des-
pués de examinarme que, en su opinión, lo indicado era una pro-
longada estadía en un sanatorio. Recomendó una institución en
las cercanías de Munich, dond e es taban internados varios de sus

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pacientes, a quienes él visitaba dos veces por mes. Como él iba padre había sido un próspero hombre de negocios que había per-
por allí cada dos semanas, podría supervisar mi tratamiento en dido toda su fortuna en especulaciones desafortunadas, y que
ese sanatorio. tanto él como la madre -esta última eapañola de nacimiento .....
El doctor H. y yo parábamos en Munich en el hotel Vier habían mu~rto. Supe también que Teresa había estado casada con
Jahreszeíten, pero pocos días después yo me mudaba a1 sanatorio un médico y tenía una hija, pero que el matrimonio no había sido:
que había recomendado Kraepelin. Tanto el sanatorio como su feliz y pronto terminó en divorcio. La señora de Odesa comentó.
director, Hofrat H., y e1 ayudante de éste, el doctor Sch., holan- también que Teresa era una enfermera .muy consciente, a quierr
dés, nos causaron favorable impresión a ambos. Como todo mar- médicos y pacientes .tenían en gran consideración. La información
chaba, a1 parecer, de acuerdo con lo planeaJo, decidimos que ::le que la madre de Teresa había sido española me interesó en:
en el término de unos días el doctor H. volvería •l San Peters- especial, porque me daba la clave de sus rasgos acentuadamente
burgo. mediterráneos.
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En ese momento era carnaval, y a la noche del día que yo
me mudaba al sanatorio iba a realizarse allí un baile de disfraz .'.l i
para el personal y las enfermeras. El doctor I-t y yo también Mientras tanto, no erá mucho lo que quedaba de mi euforia, que
fuimos invitados. Al mirar a los bailarines me iihpresionó inme- me había parecido tan estable. Eso no significaba, sin e!nbargo,
diatamente una muier de extraordinaria belleza. Tendría quizás ,.
r~t que hubiera vuelto a · caer en la depresión que había sufrido en
algo más de veinticinco at1os, o sea algunos más que yo. Eso no San Petersburgo. En tanto que entonces el síntoma principal de
me molestaba, ya que siempre preferí las mujeres más maduras. mi estado había sido la "carencia de relaciones" y el vacío espi-
Llevaba el pelo negro azulado peinado con raya al medio y sus ritual que ello me provocaba, lo que sentía ahora era exactamente
rasgos eran tan regulares y delicados que podrían haber sido cin- lo contrario. Entonces la vida me había parecido vacía y todo se
celados por un escultor. Estaba vestida de turca, y corno era de me había presentado como "irreal", hasta el punto de que las per-
tipo decididamente meridional e incluso con algunos rasgos orien- j. sonas se rhe aparecían como muñecos de cera o marionetas con
tales, el vestido le sentab::t muy bien y no podría haber sido cuerda cor.i quienes no podía establecer el menor contacto. Ahora
mejor elegido. Los demás bailarines tenían aire juguetón y a veces aceptaba plenamente la vida, que me parecía enormemente grati-
payasesco, pero ella mantuvo todo el tiempo su expresión de ficante, pero únicamente con la condición de que Teresa estuvier:l
seriedad, que por más que contrastara con la alegría de Jos otros., dispuesta a entablar una relación amorosa conmigo.
de ningún modo parecía fuera de lugar. Esa mujer me fascinó de Había venipo a Munich para llev<u y disfrutar una existencia
~~
tal manera que no dejaba ele preguntnrme cómo era posible que tranquila y contemplativa en un sanatorio alemán -o por lo menos
semejante aparición d e Las mil y una noches hubiera llegado a , tal había sidp mi idea en San Petersburgo- y ,ahora, pasados
estar empleada en un sanatorio de Baviera. unos pocos días, estaba inesperadamente decidido a zambullirme
Durante los días que siguieron me fue imposible no pensar de la manera más temeraria en una aventura amorosa que reque-
una y otra vez en la apariencia exótica de esa enigmática mujer. riría toda mi fuerza y mi energía. Tanto mi propia impresión de
Como es de suponer, lo primero que quería era saber quién era. ~·
1!-.,
Teresa como todo lo que había oído decir de ella me llevaban :l
El azar vino en mi ayuda, encarnado en la presenci::t de una ~] la conclusión de que se trataba de una mujer que tendería :i
señora rusa, de Odesa, que se hallaba en el sanatorio. Fui a vi~.i­ evitar cualquier compromiso amoroso y se mostraría especialmente
tarla y ella me puso al tanto de la situación del sanatorio, dándome poco inclinada a entrar en una relación con un paciente de la
toda clase de infomiaciones sobre los médicos y los pacientes hasta institución donde trabajaba. Por otra parte, ¿cómo podría acer-
' ~~
(¡UC', sin m1c vo se lo :m' g11ntara , nw habló 1111 poco ele la enfe rmera carme a ella sin tener ninguna oportunidad práctica de hacerlo?
Teresa, que así se llamaba la mujer de quien yo estaba tan ena- Sin embargo, cuando uno se encuentra dominado por el apasio-
morado. .tvle enteré de que provenía de Würzburg, ele que su nado deseo de conquistar a una mujer, todas las consideraciones

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racionales pierden importancia. De modo, pues, que sin reflexio- tacañería del Ministerio de Finanzas, que le había otorgado una
nar más decidí bruscamente averiguar dónde quedaba su habita- ·j¡I
·· ! .', pensión muy pequeña. "¿Qué es Jo que un hombre necesita?", so lía
! -;;
ción y dejar que el destino se encargara de todo lo demás. •. l!t.• preguntarme. "Calma, buena comida, olores agradables ... ". A de-
Tan pronto corno supe dónde estaba el cuarto de Teresa y !lt cir verdad, muy poco de todo eso se tenía en el sanatorio.
más o menos a qué hora solía estar allí, seguí adelante con mi
.• El fiscal del distrito de Tiflis era muy joven para su cargn;
plan. Me escondí en las inmediaciones ele su habitación y esperé tendría entre treinta y treinta y cinco años, y era un hombre es-
su llegada. Apenas un cuarto de hora después vi que Teresa ven ía belto y apuesto, junto al cual su mujer, algunos aüos más joven,
a su habitación por el corredor, abría la puerta y entraba. No parecía pálida y descolorida. Los dos eran exce lentes personas, el
había tiempo que perder y yo tenía que actuar con rapidez. marido quizás un poco demasiado reservado, lo que sin emba rgo
Tomé el picaporte y en un momento me encontré solo con Teresa, armonizaba con su cargo de fiscal de distrito.
en la habitación de ella. Aproveché la oportunidad para deci rle "¿,Se fijó usted qué hermosa muje r es la enfermera Te resa'Y',
cuánto admiraba su belleza y lo fe'iiz que me sentiría si podía me preguntó a la hora de almorzar la mujer del fiscal de distrito.
encontrarme con ella el domingo siguiente, fuera d el sanatorio, Como yo no tenía la conciencia tranquil a, pasé por alto la pregun-
para poder decirle lo que sentía a su respecto. Pese a mis tormen- ta para no ponerme en descubierto.
tosas protestas de amor, Teresa no perdió el dominio de sí y "Pero parece muy estúpida", acotó el marido, al parecer para
enfrentó con calma el empuje de mi apasionada declaración. La anticiparse a las sospechas de su muje r de que él pudiera sentirse
situac ión debe de haber sido bastante incómoda para ella, ya atraído por Teresa.
que en cualquier momento algui en podría haber entrado en la Además de mi estrecho contacto con el fi scal de distrito y
habitación. Evide ntemente no veía otra manera de librarse de su mujer, me hice amigo de la baronesa T., una italiana ele Trento .
mí, de modo que t erminó por concederme una cita para el do- Era difícil decir su ed ad, porque toda ella irradiaha algo dolorido
mingo siguiente, en el parque del palacio de Nymphenburg, cerca que qu"izá le hacía aparentar más años de los que tenía. Alta y
Je] sanatorio. Como también para mí habría sido desagradable magra, de p elo rojo, tenía en los ojos una expresión de tristezn y
que .me descubrieran en el cuarto de Teresa, tenía que apresu- melancolífl que no le impedía estar siempre e n buena disposición.
rarme, y cuando ella se comprometió a verme en el parque salí Su sentid o del humor la convertía en una buena conversaclor;l. POr
ele su habitación. Dado que la descabellada aventura me había 1 ~¡'. más que proviniera de Trento, que por en tonces pertenecía a Aus-
~a licl o bi en y t·enía la esperanza de encontrarme con Teresa el tria, preferír1 hablar francés, lengua qu e dominaba con todos sus
domingo, me sentí mu y sa tisfecho .co n el resultado ele mi primer refinamientos y que hablábamos siempre que es túbamos j1111t m.
intentq de co11q11 ista. El coronel ruso era duro ele oído y no hablaba una pal abra ele
En ese momento, en el sanatorio nadie sabía que yo me alemán, r:uón por la cual evitaba todo contacto con los cl ernú'
hubiern enamorado ele Teresa. Exteriorm ente , mi vida era similar pacientes. La" dama rusa proveniente di:' Odes a padecía una afec-
(1 la ele los d emás pacientes. Seguía las indicaciones del doctor ción cutánea en el rostro -que se suponía causada por el hromo-
y me sometía a la terapia física que en esa época se acostum- •t.'i

"
y por eso se manten ía constantement e rec luid a, hasta el punto dC'
braba: baños, masajes , etcétera. hacers e llevar las comidas a su haliitac i<'>n. Vivía en una espec i(' de
Aparte la sei'íora proveniente de Odesa, se encontraban en el reclusión voluntari a.
sanator io un coronel retirado, ruso, y un fisca l del distrito judi- Había también en el sanatorio algunos nombres bien conoc i-
••11e.!
a:s;
c ial -de Tiílis, en el Cáucaso, que estaba con su mujer. El coronel dos, por ejemplo la familia del conde Eulenburg, cuyo juicio ha-
había ocupado algún alto cargo ·e n la Fortaleza ele Pedro y Pablo, bía provocado un escándalo poco tiemp-0 antes. Entre los pacientes
en San Pe teTSburgo; padecía una grave afección cardíaca y pro- importantes se contaba también el profesor Behring, el descubri-
yectaba , una vez terminado su tratamiento en el sanatorio, ir a dor del suero antidíftérico. Sufría una profunda depresión, que se i
pasar los últimos días ele su vida en la Riviera. Se quejaba ele la mostraba claramente en su rostro. En ocasiones venía a visitarlo
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Además de mi madre, en nuestra finca estaban también mis .•::!, 1~
con "mano fuerte", lo que era natúralmente una desventaja, aun-
dos tías Xenia y Eugenia, ambas hermanas de mi madre; estaban
II~ que quizá no tan grave como se podría imaginar, ya que era un
también mis abuelos maternos. Pese a sus ochenta años, el padre muchacho despierto e inteligente, afortunadamente libre de cual-
de mi madre gozaba de una salud excelente y conservaba notables quier estado emocional neurótico o de cualquier otra forma de pa-
'r;
aptih1des. Sin embargo, en ocasiones mostraba síntomas psíquicos tología psíquica, lo que por cierto era un caso raro en nues tra
patológicos que, en opinión de los médicos, se originaban induda- familia. Para seguir con mi historia, Sacha se salvó de la enfer-
blemente en la arteriosclerosis resultante de su edad avanzada. La medad de su padre, pero en sus últimos años padeció una diabe-
característica peculiar de sus ataques era que transformaban todos tes grave.
sus rasgos de carácter en los rasgos opuestos. Normalmente re- Jenny era hija del primer matrimonio de mi tío ·Basil con
.11::.
traído, taciturno y tacaño, mi abuelo se transformaba súbitamen- la cantante de ópera polaca. No habían tardado en divorciarse y
te en una persona alegre, gregaria y generosa, capaz de confianza él se había casado con una italiana; como dedicaba todo su amor
ciega y optimismo sin límites. Cuando se encontraba así 1o entu- J• ·
il : a los hijos de su segundo matrimonio, a Jenny le prestaba muy
siasmaban toda clase de proyectos fantásticos. Recuerdo, por poca atención. Ella creció al cuidado de su madre, que se movía
ejemplo, que en esa época lo abso rbía la idea de convocar un con- principalmente en círculos polacos, de mod o que Jcnny domi-
greso mundial de esperanto, del cual él iba á ser el presidente. naba la lengua polaca tanto como la rusa. Era bon ita de cara pero
En cuanto a mí abuela, hacía muchos años que estaba para- pequeña y, como la madre, tendía a ser rPgorcleta.
lítica y necesitaba los cuidados de una enfermera especializada Cada vez que Jenny se quedaba en nuestra finca daba largos
que iba con ella a la finca. La enfermera estaba casada con un tal paseos a la luz de la luna en compañía del maestro de escuela de
P., profundamente apegado a su mujer y que solía ir con frecuen- la aldea, un joven apuesto y agradable. Esa predilección por las
cia a visitarla a la finca. La señora P. era una mujer robusta y caminatas nocturnas tuvo un resultado inesperado. Cuando, des-
flemática ; s11 marido, en cambio, era un hombrecillo delgado cuyo pués de la primera guerra mundial, la madre de Jenny obtuvo una
carácter modesto " servicial lo hacía muy popular. Aunque bor- visa para ir a Polonia y quiso llevarse consigo a su hija, Jenny
deaba ya los treinla aiios, estaba inscripto en la Facultad de De- declaró que quería quedarse en Rusia para casarse con el ma es tro
recho de la lTnivcrsidad de Oclesa , donde esperaba recibirse al año de escuela, como en efecto lo hizo .. Según lo que contaba mi ma-
sigu iente. Como evidentemente mi madre pensaba que la perso- dre, tuvieron muchos hijos y se dec ía que el matr imonio había
nalidad de P. le permitiría ser un compañero adecuado para mí, sido muy feliz, o tal vez todavía lo sea , si es q 11 c los dos viven.
me preguntó si yo lo aceptaría como tal. También a mí me agra-
claha P., así que estuve de acuerdo y su presencia permanente en
1111estra finca quedó, por así decirlo, legali zada . Esperábamos ento nces que mi padre llegara de Moscú en unos
Para completar el cuadro hablaré de la generación más joven. pocos días. Pero pasaron más de dos semanas sin que ll egara y,
Estaba mi primo Sacha, ocho años menor que yo, y mi prima lo que era bastante extraño, sin que recibiéramos caita de él. En-
.f enny, m{1s o menos de la misma edad de Sacha. Ambos nos visi- tonces vino un telegrama 9,e Moscú, con la noticia de la repentina
tahan con frecuencia y era común que permanecieran bastante muerte de mi padre. Nos ·informaban que la noche anterior había
1iempo con nosotros. Sacha era hijo de Eugenia, la · hermana de querido ir al teatro, pero como había una violenta tormenta había
mi madre cuyo marido había muerto de tuberculosis en los pri- regresado al hotel. Al día siguiente lo encontraron muerto en su
meros afios de matrimonio, de manera que su hijo apenas si lo cama, en la habitación del hotel. Para nosotros la noticia de su
recordaba. Después de su temprana viudez parecía que a tía Eu- no
¡
muerte era tanto más inesperada cuanto que mi padre tenía
¡!en ia no le interesaba nada más que su hijo, por quien se mostraba
siempre preocupada, temerosa de que hubiera heredado la fatal
l más que cuarenta y nueve años y gozaba de perfecta salud física.
No puedo recordar que jamás, ni siquiera un día, se hubiera que-
enfermedad Je su padre. De tal manera, a Sacha no lo educaron dado en casa por un resfrío o una gripe, ni ta mpoco que nunca

80 :1:;
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'
r hubiera guardado cama. Es verdad que padecía de in~omnio y
tomaba regubrmente veronal para dormir. Quizá su prematura
muerte se haya debido a una dosis excesiva de esa medicina.
de la inestabilidad de mi estado psíquico. Lo que no comprendía
de la misma manera era ei comportamiento de mi madre. Pensa-
ba que, en mi condición ele heredero designado, se me debía haber

·1·~
El cuerpo ele mi padre fue llevado a Odesa para sepultarlo informado sin demora, además de mostrárseme el testamento. Por
'.~ _·'¡,:: .
en la tumba de la familia , junto a mi herrn:rna Ana. Como mi pudre ;~ l . otra parte, como mi madre me entregaba siempre de buena gana
i '
había ocupado varios cargos honorarios y participado en forma 1_~ '(\' • los fondos que necesitaba, no tenía que preocuparme por mi es-
activa en la vida pública, se lo despidió con loas y ornciones fu- tado financiero y me desentendí de todo el asunto, sin volver a
nerarias. I\li madre se quedó un tiempo en la ciudad para ocu- _J,( prestar atención al testamento de mi padre. Además, un año des-
parse de diversas formalidacles, en tanto que yo regresé a In finca pués mi tío Pedro, el hermano menor tle mi padre, me dejt'> nn
¡~;,
~! \-~ .
al cabo de p ncos el ías. l ;• tercio de su considerable fortuna.
Dos o tres semana~ ni/is tarde recibí nna carta <ll' pt'.·same de ' A pesar de todo, la actitud de mi madre en lo tocante al
Teresa. Se había entcr;1e]o Je Ja muerte de mi padre por interme- testamento tuvo algunas consecuencias desagradables para nuestra
dio ele la señora rusa qu e estaba en el sanatorio y me escribía para ,~· relación personal. Su actitud de ocultamiento, que me parecía
expresar sus sentimientos . La carta era muy amistosa y me sor- totalmente innecesaria, había herido mis sentimientos, pero me
:tit
prendió que hubi e ra tomado la muerte de mi padre como pre- ! reservé mis reproches y no volví a hablar del asunto con mi madre.
texto para escribirme, \'; t c¡ue pensaba que evitaría toda oportuni- Como consecuencia, le transferí parte de la resistencia que había
dad ele volver a es t:-ihleccr contacto conmigo. Como rne en¡;on- experimentado hacia mi padre, lo que hizo que mi relación con
traba aún bajo e l impacto de la muerte de mi padre. un hecho ella, que antes nada perturbaba, se volviera ambivalente. Eso pro-
que resultó ele import ancia decisiva para mi yicla posterior, no le vocó malas interpretaciones y desacuerdos que no habían existido
atribuí gran significación :-i la nota ele pésnme de Teresa. Me a]e- antes. Me daba cuenta de c1ue era yo mismo quien provocaba
gró que se hubiera acordado de mí y le escribí también una carta tales desacuerdos, pero así y todo no podía resistir la tentación de
amistosa, agrad eciéndol e h suya. volver, una y otra vez, a poner a prueba el amor <le mi madre. Sin
E ntretanto mi madre había vuelto a ]a finca. Durante las se- embargo, eso sucedió más adelante. En esa época, después de las
manas que sigui eron es tuvo completamente ocupada con las for- muchas experiencias que había pasado, lo único que ansiaba era
malidad es del testamento y de la herencia. Había <los ahogados paz y distracción. Busqué mi caja de pinturas y me dediqué con
que nos visitaban co n fr ecuencia. Las consultas con ellos se efec- gran energía a la pintura paisajista. Ése fue uno de mis perío<los
tuaban a puertas cerradas, sin que mi madre me pidiera nunca más afortunados en esa actividad.
que tomara parte en las discusiones. Mi madre guardó silencio Cuando, de niño, me permitieron que abandonara las leccio-
sobre el contenido del testamento de mi padre y era evidente que nes de violír¡, se intentó el cambio a la pintura, <\ctivida~ 1 que
no tenía intencinn ele discutir el asunto conmigo. ele manera que encontró mayor éxito que los intentos de convertirme en un vir-
no me qu edó rnús re curso que interrogarla abiertamente al res- tuoso del violín. Mi padre, recorclan<lo que de pequeño hübÍ .1
pecto. Me dijo e11tonc<·s que el heredero designado era yo, pero dibujado un poco, decidió que en vez de música tomara lecciones
r¡ue ella sería la h cn diciaria de los réditos que produjera la mi- 1

de dibujo y pintura. Mi maestro fue el pintor paisajista C., un sol-
:·acl de la propiecbcL Yo sólo podría disponer libremente de la tero de unos treinta y cinco años cuando lo conocí. Era un born ·
otra mitad al cumplir veintiocho años. Como en ese momento bre muy raro, sin amigos ni amigas, que apenas si tenía vicb per -
tenía veintiuno , eso significaba que, pese a que legalmente era sonal y a quien lo único que le interesaba era la pintura. Clarn
el heredero, en r<:'alidacl no podía tomar posesión de la finca ni dis- 'El,: que apreciaba el lado humorístico de la vida y sabía entretener el
,fJ la gente relatando, de manera concisa y original, pequeños inci-
poner libremente de ella. Por más que las disposiciones tomadas
no me entusiasmaran demasiado, hasta cierto punto podía com- dentes graciosos que Je había tocado observar. Evitaba decidida-
prenderlas. ya (pte · tenía conciencia dl' mis estados depresivos y mente todos los aspectos desagradables <le la vida y , pm ejemplo,

'82 83
no podía soportar que alguien abordara en su presencia el terna juntos y P., sentándose a mi lado, intentaba reproducir lo mejor
de la muerte. En ocas iones así, se retiraba tan rápidamente como que le era posible el paisaje que teníamos delante.
Je fuera posible. Entretanto había llegado el hermoso otoño ele Rusia meridio-
N~1estra relac ión era más la de camaradas que la de maestro nal, con su luz resplandecier.te y sus colores maduros y cálidos.
y nlumno. Ci1a ndo G. llegó por primera vez a nuestra casa, toda- Como es de suponer, yo quería aprovechar todo lo posible una
vía ern poco conoc ido como p intor paisajista. Su obra sólo llegó estación tan favorable para la pintura, de modo que P. y yo nos
a ser generalmente reconocida en Rusia cuando empezó a enviar !~
quedamos en el campo mucho después que mi madre y todos los
sus cuadros a exposiciones en el extranjero. En una exposición demás se habían ido de la finca. Pero cuando el otoño tocaba a
intcmacion:-il que se celebró en Mun ich obtuvo la medalla de oro su fin, imperceptible al principio pero inconfundible después, con
, ~ ;··
y foe miembro del Salón de Otoño de París. ~i
su Jluvia constante y el paisaje gris y opaco, no nos quedó más
Era caracte r ístico ele su manera de enseñar el que no demos- ,.:· remedio que partir ele regreso a la ciudad . Allí mostré mis pa i sa~
trara ni aprobación ni desaprobación. Eso tenía ciertas ventajas, ·~\1,, jes a algunos pintores que conocía. Les gustaron mucho y me
ya que en general los pintores tienden a elogiar a sus alumno.s . ~~ aconsejaron que sometiera algunas telas al jurado de la Exposi-
únicamente si éstos pin tan en el e:,tilo del maestro. Como conse- ción de la Unión ele Pintores de Rusia Meridional, que pronto
c uencia el estudiante, esforzánclose por complacer al maestro r• ••
iba a inaugurarse. Las telas que presenté fueron acep tadas y encon-
'
mediante la imitación, piercle su propia identidad e individuali- traron críticas favorables. Por más que disfruté de ese éx ito ines-
dad. Por otra parte, si lo critican es pos ible que se reduzca el perado, en forma bastante extraña, co n mi regreso a la ciudad
placer que experimentfl al dibujar o al pintar. Para mi caso, espe- mi pasión por la pintura se desvaneció.
cialmente después de mis desdichadas lecciones de música, el l
método de G. era indudablemente acertado. Por más que él mismo :r
trabaj:na en el entonces predominante estilo Art Nouveau, no l:r1 ¿Qué habría sido más lógico en ese momento que decidir que
intentó conducirme en esa d irección ni imponerme sus puntos de
me consagraría por entero a la pintura ? Sin embargo, estaba tan
vist:-i.
acostumbrado a la pintura au pleín aír que la idea ele trabajar
G. pasó algunos veranos en nuestra finca y yo tuve la ven- ·; ·
. ¡ ,,
,;¡ ~
.' en un estudio cerrado no me interesaba. Quizá sentía lo mismo
taja ele poder pintar con él al a ire libre. Esas lecciones nunca ,1.i
que el doctor Zhivago, quien, al decir de Pasternak, consideraba
duraban más de una hora, con lo que aprendí a captar un mo- que el arte como profesión era tan inconcebible como la alegría
'ltf
mento determinado de la siempre cambiante iluminación del pai- ' ' ~: profesional o la melancolía profesional. Tampoco sentb cl esro
sa je y a trasladarlo a la tela. alguno de reinic iar mis estud ios de Derecho, de modo q11e, en
Jl.:
Cuando en el verano de 1908, después de la muerte de mi r¡•t,·f
i.'
realidad, no sabía qué hacer conmigo mismo. Me expr imí el cere-
padre, empecé a pintar por mi cuenta, no tardé en éncontrar mi •• r~
bro y pronto pensé que habfa encontrado la respuesta : decidí
prop io estilo en p intura. Ya he hablado de mis intentos infantiles seguir el anterior consejo ele mi padre. como ya lo había hecho
ele composición musical. Quizá mediante la pintura haya vuelto una vez sin éxito, y que iría a Munich a consultar fll profesor
r1 la vida algo que había sido sepultado en mi infancia. Se podría Kraepelin.
decir c1u e lo único que cambió fue el medio de expresión y que Tan extraña resolución parecíame justificacb porq ue, co mo
la música se había convertido entonces en pintura paisajista. Puede ya había sufrido varias depresiones graves y me consideraba un
r¡ue haya tenido importancia el que el paisaje hubiera formado caso hereditario, no podía confiar en las momentáneas rn ciorías
parte de mi improvisación en la niñez. . ele mi estado. En consecuencia, tenía que orientar todos mis esfuer-
En esa época, mi entusiasmo por la pintura contagió incluso zos a la prevención de futuras recaídas. Corno es natural, no podía
a P., quien siguiendo mi ejemplo tomó los pinceles, por más que suponer que el profesor Kraepelin volvería a recomendarme la
•tf internación en un sanntor io en las inrncclia cirmes ele ;'-.1unicl1 , ya
jamús hubiera dibujado ni p intado con anterioridad. Solíamos salir
1¡'.
84 1:
' . 85
~¡ r· ~:
_,
qu e estaba al tanto <le mi relación amorosa con Teresa. Contaba, Pero no tardé en darme cuenta de que no podía ser otra cosa que
pues, con que sólo permanecería breve tiempo en la ciudad y mi deseo y ansiedad de ver otra vez· a Teresa, y que mi convic-
pensé que en esa ocasión me encontraría con Teresa, pero no ción de habem1e curado totalmente de esa pasión no era otra
más que de manera casual, ya que estaba convencido de que cosa que autoengaño. De tal modo, mi decisión de visitar al pro-
mi amor por ella pertenecía al pasado y de que no podía haber fesor Kraepelin en ~1unich no debía de haber sido otra cosa que
peligro alguno en que volviéramos a encontrarnos. un pretexto para encontrar a Teresa.
En mi viaje a Munich pasé por Viena y me quedé al1í dos ¿Pero acaso esa decisión no podía haber sído también una
días. Al llegar a Munich le escribí una carta a Teresa explioán- :t;· reacción demorada ante la muerte de mi padre y un deseo incons -
~,

dolc cuál era el propósito de mi viaje y haciendo referencia a que ~· ciente de encontrar un sustituto para él? Como había sido mi
sólo me quedaría breve tiempo en !\fonich. Le dije que no me "&'>(
padre quien, en San Petersburgo, me había enviado a ver al pro- •
gustaría riartir sin haberla visto y que me alegraría que pudié- fesor Kraepelin y quien a su vez había estado en tratamiento con
ra1110s encontrarnos al domingo siguiente. Al otro día fui a ver al él, tal vez Kraepelin fuera el hombre más adecuado para seme-
profesor Kraepelin, a quien informé de Ja repentina muerte de jante transferencia. En ese caso, su negativa podía haber signifi-
mi padre. En cuanto a mí , le dije que en ese momento no me cado para mí que mi padre, resentido por mi falta de aflicció n
sentía enfermo, pero qu e no tenía confianza en que mi estado ante su muerte, no quería tener ya nada que ver conmigo.
i~'¡
nnímico, por entonces sa tisfactorio, fuera perdurable. Por eso había . Como es de suponer, sólo ahora me vienen a la mente tales
ido a ~1unich, para qu e él me aconsejara sobre lo que debía hacer. posibilidades, ya que en esos días nada sabía de psicoanálisis y
Inmediatamente advertí que el profesor Kraepelin no tenía 'fl. por lo tanto me era inaccesible cualquier intento de interpretación.
d eseo <:ilguno de recibirme otra vez como paciente, y lo comprendí Sin embargo, ya entonces una cosa me resultaba clara : mi esfuerzo
pE'rfectamente dada In fonn a en que yo había huido del sanatorio por superar mi amor por Teresa sólo podía tener éxito en la
qu e c'.·I me recomend ara. No estaba, sin embargo, preparado para medida en gue yo creyera que mis esfuerzos por conquistarla
su respu esta: "Bien sabe usted que cometí un error", ni para su estaban desde un comienzo condenados al fracaso. La carta de
negativa a darme conse jo alguno. Pero yo quería saber, por lo pésame de Teresa, aparentemente tan inocente, había minado esa
menos, si él considerab:-i aconsejable que retomara en algún otro creencia. Si ella tomaba la iniciativa y me escribía primero, al
"'anatorio el tratamiento que había interrumpido en el verano. Al parecer yo no era a sus ojos tan poco importante como había pen-
principio no quería tampoco hablar de esto, pero finalmente cedió 111:
sado. Además , tenía ahora la impresión de que la decisión de ella
y garabateó en un trozo de papel el nombre y la dirección de un a renunciar al amor no era tan inconmovible como me había
:rnnatorio en Heidelberg. ..:,\ parecido antes. Por otra parte, quizá mi apasionado galanteo
.Dos días después me encontré con Teresa, fuimos juntos a había estimula~o su' vanidad y le había proporciopado alguna sa-
una ex posición y por la noche hicimos una caminata a orillas tisfacción narcisista. En tales circunstancias, era obvio que me fal-
'.l\'Í
del Isnr. Después la in vité n que fuera a mi hotel, donde se quedó taban las fuerzas para resistirme a intentar su conquista.
i
¡:onm igo hasta la mafiana siguiente. Esa vez, la despedida no fue Tenía pues que tomar una decisión. Teresa había ido a ver-
"para siempre". Quedamos de acuerdo en que mantendríamos me, verdad, pero quizás era únicamente porque yo no iba a c¡ne-
11 n contacto epistolar. darme en Munich más que unos días. En caso de que me que-
Yo tenía decidido seguir el consejo del profesor Kraepelin e dara más tiempo, tendría que esperar nuevas resistencias. El
internarme en el sanatorio de Heidelberg, pero tal cosa no su- recuerdo del verano pasado en el sanatorio y de todo lo que allí
cedió. Uno o dos días después me desperté en un estado emocio- había: sucedido estaba todavía demasiado fresco para que yo me
nal espantoso. Al principio no podía imaginarme qué era lo que animara a correr semejante riego. Por · otra parte, si seguía el
causaba tan insoportable sufrimiento, pues no había pasado nada consejo de Kraepelin y me internaba en el sanatorio de Heidel-
(111e pudiera justificar una recaída en una depresión tan profunda. berg, volvería a plantearse nna situación similar, porque allí me

86 87
sentiría muy solo e intentaría una vez más renovar el contacto entre bosques y campos. La institución ocupaba un majestuoso
con Teresa. En tales. circunstancias no tenía otra alternativa que edificio en medio de un enorme y hermoso parque rodeado por
volver a Rusia. Al partir de Odesa me había sentido alegre y una alta muralla. Sólo se permitía abandonar ese "territorio" con
liviano de corazón; ahora iniciaba el viaje de regreso, sintiéndome especial autorización del doctor N., el médico que dir igía la
infeliz y desesperado. institución y era también su propietario.
Durante el viaje volví a pasar algunos días en Viena. Tortu-
illr;,;!.
.·~ !
~· ~ ('
Los ocupantes constituían un grupo de gente distinguidísima
rado por la duda y la nostalgia, vagaba sin meta por las calles de ·;< 1 ~'
pero un tanto horripilante. Estaba, por ejemplo, un primo de la
\'iena, sin sospechar que en la misma ciudad, quince meses más
·1
··,
! f~ zarina (de paso, el único paciente que me dio la impresión de
tarde, habría de empezar mi análisis con el profesor Freud . Du- . ~y padecer un trastorno psíquico) que a pesar de su relativa juven-
rante el resto de mi via)e a Rusia no dejé de cavilar sobre la situa- ¡... tud se paraba siempre en posición encorvada; jamás decía una pala-
ción en que tan inesperadamente me hallaba y que tan confusa ,:11·
bra, pero sonreía y se frotaba las manos. Todos los demás pacientes
e insoluble me parecía. ·ti, parecían gozar de perfecta salud y la mayor parte d e ellos eran
incluso gente alegre, de manera que yo no podía menos que pre-
r!!.·lf guntarme qué era lo que estaban haciendo en esa institución
Óe vuelta en Odesa, le conté a mí madre el poco éxito de mi
1 retirada y, hasta se podría decir, "cerradn".
viaje a Munich y la puse al tanto de mi desolado estado anímico. ''~ r
Una y otra vez deliberamos sobre lo que convendría hacer, y final- . . " · También aquí, como en el sanatorio de Munich, me encontré
mente a mi madre se le ocurrió la idea de concertar una reunión '{~;·
con algunos compatriotas: una dama de edad, la señora S., a quien
en Berlín para consultar al doctor H., que me había acompañado acompañaba su hijo, y otra mujer que estaba casada con un pro-
en el viaje de San Petersburgo a Munich. Acepté la propuesta, en fesor a cuyas clas es yo había concurrido en la Facultad de Dere-
primer lugar porque el viaje me llevaría más cerca de Teresa, cho de San Petersburgo. El hijo de la se íinra S. era un joven de
pero también porque me alegraba escapar de la atmósfera de mi edad, muy apuesto, a quien en un prim er momento , a juzgar
nuestra casa, que desde la muerte de mi hermana y de mi padre ti •
por su aspecto, yo no habría tomado de ninguna manera por ruso ,
parecía desierta y sombría. Además me complacía la idea de via- sino por mediterráneo. Estudiaba en una muy selecta Facultad de
:rr
jar esa vez, yn no solo sino con mi madre y mi tía Eugenia, y de Derecho, un instituto exclusivo destinado a h formación de los
contnr también con la compaí'í.ía de P. El doctor H. aceptó la suge- jóvenes que aspiraban a ocupar altos cargos administrativos y
renc.ia de mi tnadre y poco tiempo después nos encontrábamos judiciales e1: el régimen zarista. Pese a toclo, esos estudios no ic
en Berlín. :~: agradaban y él se que jaba de que sus padres se los habían im-
No sé de dónde había sacado el doctor H. la información, pero puesto por m,'!s que él habría prefer ido estudi:u en la Escueb de
en el término de unos días afirmó confiadamente que había encon- Agricultura. L a mujer del profesor era una mujercita reseca, de
trado un sanatorio en las inmediaciones de Francfort del :\fono, mús de cuarenta años, que parecía muy tensa. Las dos se11oras
y que pensaba que ése sería el lugar adecuado pai:a mí. De modo adoraban al doctor N. y no dejaban de e ntonar alabanzas a su
que partimos para Francfort, ciudad que, dicho sea de paso, yo ya respecto. Entre los huéspedes de la institu ción se contaban tam-
conocía. El doctor H. y yo iríamos al sanatorio, mientras mi madre, bién un mexicano y un italiano de apellido i\1eclici. Este último
~'
mi tía y P. permanecían en Francfort. l era un hombre peq11eño y macizo que usaba bigotes en el estilo
.
:.,:
No se podía llegar al sanatorio por tren ni valiéndose de . del Káiser alemán ; parecía encontrarse m11v cómodo en la insti -
ningún otro medio de transporte público, de modo que tuvimos tución del doctor N. Como yo no sabía en esa época que el ape-
que tomar un taxi que tardó dos horas completas en llevarnos llido Medicí era bastante comt'm en Italin, le pregunté a S., que
hasta allí. Desde el exterior, el lugar no parecía tanto un sanatorio tenía cierta amistad con el italiano, si éste descendía de h famo-
como una aristocrútica finen solariega que se levanta solitaria sa familia cl e los Meclici ele Florencia. S. me contó que a él tam-

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·~

~ \~·
' r~: ,;.
-
hié:1 !<.> había inte resa<lo la cuestión, pero que cada vez que había incluso a estallar en llanto. Salí de la habitación perseguido por
tocado el tema, el italiano lo había eludido con toda habilidad. Jos alaridos de las dos mujeres.
Cuando en el curso de mi análisis con el profesor Freud le ·
Casi todos los días tenninaban con una velada danzante que
describí el instituto del doctor N. y le relaté mi fuga , evidente-
se prolongaba hasta la medianoche e incluso más tarde. Las seño -
mente él no quiso hacer ningún comentario despectivo, pes e a lo
ras aparecían con vestidos de noche y los hombres de etiqueta,
cual observó: "Su instinto no lo engañó. No era para usted."
y uno estaba obligado a concurrir a tales fiestas, quisiera o no
quisiera hacerlo.
U na característica especial del instituto era que cada paciente
varón era asignado a una señorita, de quien en todos los c~sos se
. suponía que era una niña de buena familia . También a mí me
dieron una compañera femenina, pero como me tenía totalmente
monopolizado Ja mujer del profesor, que jamás se apartaba de mi
lado , mi acompañante se convirtió en una figura decorativa, y
después de los primeros días apenas si seguí viéndola.
No sé a qué tipo de tratam iento tenían que someterse los
demás pacientes . Por lo que a mí se refería, lo único que me pres-
cribió el 9octor N. fueron baños. Era invierno, alguien se había
olvidado de cerrar la ventana y mientras me bañaba pe~qué un
resfríot un intenso dolor de garganta. Decidí tomarlo como un
signo que me enviaba el destino y escapar lo más rápido posible l ~
del instituto del doctor N. ~
Seguía pensando en Teresa, con quien mantenía constante •~
~
correspondencia, y me irritaba la intromisión de la mujer del pro-
fesor. Tampoco me parecía que tuviera ningún sentido permane- i
f
cer en el instituto. Aproveché la visita siguiente del doctor H .
para decirle que por ningún motivo quería quedarme allí. Le pedí
que le informara al doctor N. de mi decisión y que tomara todas
1
; 1
.'
~
~

las disposiciones necesarias para mi partida, de modo que regres6 ¡,


·i
~ 1 '

a Francfort con el doctor H.


1
Sin embargo, antes de partir visité a las dos señoras rusas
para despedirme. En esa ocasión se produjo una escena suma-
mente desagradable. Ambas damas me atacaron, literalmente, y
me abrumaron de reproches por haber tomado la "desastrosa"
decisión de abandonar el instituto del doctor N. De esa manera,
1
·; i1
1 ~1

y en la forma más monstruosa, desperdidaba mi única oportunidad


de recuperar la salud. Cuando la señora S. y la esposa del profesor
se dieron cuenta de que toda su capacidad¡ de persuasión de nada
servía y de que no podrían hacerme cambiar de opinión, se exci-
taron todavía más. Me acusaron de ingratitud, y la señora S. llegó

90 91
después a Lisboa, vía Biarritz, donde nos detuvimos unos días. Mi {frgencia <le nada sirvió, ya que Freud era de opinión de
Tanto en Ginebra como en Biarritz el principal interés d el doctor que todavía no hab ía llegado el momento y deb ía esperar aún algu-
D. fueron los casinos, que al parecer ejercían sobre él una atrac- nos meses. La demora me puso de mal humor y pasado un tiempo
ción especial. En G inebra, por primera vez en mi vida y bajo mi anális is con el profesor Freuél pareció haberse estancado tam-
la dirección del doctor D. , me se nté a u na mesa de baccarat. Tanto bién. Hasta fines de febrero o comienzos de marzo de 1911 no
allí como en Biarritz jugué con suerte, aunque por el momento no accedió Freud a que yo vol viera a ver a Teresa en Munich.
llegué a apasionarme por el juego. Durante el via je de Biarritz a Contraté entonces una agencia d e detectives para que in-
Lisboa me quejé porqu e hacía un ca lor espantoso en los coches l _:j tentara descubrir dónde vivía T eresa y me diera su dirección. No
del ferrocarri l. La reacción del doct or D . an te la expres ión ele mi tuve que esperar mucho tiempo la respu esta. Me inform aron qu0
incomodidad fu e una sonrisa maliciosa y las bien conocid as pala - h abía abandonado e.l puesto en el sanatorio y que era dueña de
bras d e una obra de :t\folicre: Vous l'acez rxndu, Geo-rge Dandín, una pequeña pensión donde vivía en compañía de su hij a Elsa.
vous [avez vmilu! Pocos días más tarde fu i a tvlunich a vis itar a Teresa en su
Cnmo ni en L isboa ni en Madr id había oportunidad de jugar, pensión. Al verla me s~ntí profundament e conmovido. Se la veí a
y el doctor D. no tenía el menor interés por las galer ías d e pintu- esp antosamente desmejorada y su vestido pasado de moda pendía
ra ni por la arquitectura el e iglesias y palacios antiguos, empezó de un cuerpo tan d elgado que apenas si era más que un esquele to.
a aburrirse e intentó persuardinne de que abandonara mis planes Daba la impresión de que todo sent imiento hub iera h ui do de ella ,
pues se quedó inmóvil e n mi presencia, sin entend er. ¿Era esa
de ir de Madrid hasta el sur de Es paña y de (¡ue adelantáram os
la misma muj er que yo había abandon ado e n Berlín hacía justa-
en cambio nuestro regreso a Viena. El doctor D. era de confesión
1¡,. mente dos años? ¡Y toda esa miser ia y ese sufrimiento los h ab ía
griega ortodoxa, pues su padre había sido bautizado, pero sus
~~ causado yo mismo con mi co mportam iento impulsivo y precipi-
antepasados judíos habían venido d e Es paña, y por eso me pa- tado!
recía razonable suponer que la intranquilidad que sentía en ese E n ese momento decidí qu e nunca rnús aba nd onaría a es :1
,,,,
país tenía raíces inconscientes y estaba vinculada con las perse- mujer a quien hab ía hecho sufrir en forma tan terrible. Mi reso-
cuciones que los judíos habían padecido en la época de la Inqui- lución fue decisiva e irreversible, y d esd e e ntonces jamás h e clu-
sición. Le era literalmente imposibl e esperar c1ue saliéramos de ese dado de que haya sido buena y nnnca ia he lamentado.
país que había sido tan inhóspito para sus antepasados, de modo ·J~ 2.Cómo podía ser de otra manera?
que por fin no me quedó, más remedio qu e renunciar al viaje a t'
1(! Ante m í tengo algunas de las cartas q 11 e T eresa me escr ibi ó
Granada y a Sevilla, que me interesaban especifllm ente . Volvimos
en esa época. Desde entonces han pa s;ido (ieccnios; gu f'rras, revo -
;1 Viena después de pasar por Barcelona, donde estuvimos unos
lu c.ion es y dictaduras han cambiado por co mpleto la faz de la ti e-
días. rra; y sin embargo esas cartas, en cuanto son expresión de sent i-
T an pronto corno Freud estuvo <le regreso en Viena, el doctor mientos verdaderos y profundos, han sobrevivido a todn eso.
D. partió para Odesa, de modo que yo me quedé completamente En u na de las cartas que recihí de ella poco ti em p1l d espués
solo en Viena. Como es natural, eso influyó desfavorablemente en de habernos encontrado nu eva me nte, me escr ibía: "Vin ist e just o a
m i <:>sta clo anímico. Durante todo el tiempo me acosaba la idea de tiempo. De otro modo, mis p enas me habrían matadn . .'\hnr:1 me
cuúndo accedería F reud a que yo volviera a ver a Teresa, y es taba recuperaré, tal vez muy pronto. Pensar e n ti me dará fu erzas y me
rnnt inuam ente planteándole la pregunta. Recuerdo que una vez hará feliz. Tienes qu e darle cu enta ele qu e lo sac rifiqu{ todo por
- evidentemente era un día que Freud estaba de especial buen ti, mi salud, mi amor , mi vida. Pero tod o volverú a me jorar si pue-
humor- levantó ambos manos sobre la cabeza y gritó en tono do cuidarme un poco. Hasta ahora no hacía otra cosa que trabajar
patét ico: "¡Hace ve in ticuatro horas que no oigo el santo nombre mucho. Ahora, querido, mi bu en Scrgci, escr íheme pronto 1111 as pa -
d e Teresa !". labras, q u e me harán bie n . .. ''. Lo pr imero q n c se neces itah:1 ahor .1

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~ ~. · ~
1
J
r
era que Teresa se repusiera en cuerpo y alma y que volviera a Que todo había sido un sueño.
cobrar fuerzas. L a vida puede ser así.
Como es natural, en esa primera entrevista le conté que me Hoy el corazón palpita
estaba analizando con el profesor Freud y que presumiblemente lleno de felicidad;
el tratamiento duraría un tiempo bastante largo. Por el momento ¡mañana su único . deseo
yo iría a Munich para ver a Teresa y ella podría visitarme de vez es estar profundamente sepultado!
en cuando en Viena . Tan pronto como estuviera suficientemente ':!\• Otra vez quiero estar gozosa
recuperada debía vender su pensión y mudarse a Viena. Mientras }~ '
y recuperarme del dolor.
tanto, yo buscaría un departamento adecuado para nosotros. Elsa Qu iero dedicar mi vida a aquel
iba a vivir con el hermano de Teresa, radicado también en Mu- por quien sangró mi corazón.
nich, e iría a la esc uela Zurn E11glische11 Friiulein, cons iderada In
mejor es cuela para n iñas en Munich. Por supu esto, le conté ,1 Teresa me envió también otros poemas. En la mayoría de
Frcuc1 en qué lamentable estado mental y físico había encontrado ·ellos no hablaba de sí misma en primera persona, sino en tercera.
a T eresa. Como ya d ije, Teresa iba a vender su pensión y yo tenía que
De acuerdo con su naturaleza, Teresa recuperó fuerzas len- buscar un departamento para ambos en Viena. Por fin logré
'tamente, pero sin verdaderas interrupciones ni retrocesos. Era sor- encontrar uno muy bonito, que daba sobre el canal del Danubio.
prendente la forma e n que iba, lenta pero incesantemente, aurnen - Todo eso llevó bastante tiempo.
tandn de peso, en que empezaba a interesarse por el mundo que JI
l\fo habría casado con Teresa sin más demora, si eso no h u-
,
1a rodeaba y a encontrar el camino de regreso a sí misma . Des- b iera sido contrario a la regla impuesta por el profesor Freud de
pués de seis meses se pod ía decir sin exageración que una nueva que un paciente no debía tomar una decisión que influyera de ma-
v ida florecía en ella y q u e era una vez más tan hermosa y atra- nera irreversibl e sobre el curso posterior de su vida. Si quería
yente como lo había sido antes . completar con éxito mi tratam iento con Freud, era necesario que
Cosa rara, tanto Teresa como yo evitábamos todo lo que nos me ajustara a esa regla, de buena o mala gana. 3
H' cordara la tormentosa época e n que yo había luchado por con -
seguir su amor m ientras perm anecía e n el sanatorio de Munich, ª En el otofio d e 1970, cuando este libro estaba ya en proceso de publica-
ción, le escribí al Hombre de Jos Lobos preguntándole si escribiría un artículo
·(> la breve visita de Teresa a Berlín , que había termin ado de ma-
en el que evaluara su anális is desde su propio punto de vista, para que apa-
nera tan inesper ada como funes ~a. Pero ella se refirió e n una de reciera en forma separada desp11és de la publicación del libro. Le sugerí que
sus cartas a esos desdichados episodios, imprimiéndole al recuer- sería interesante saber qué era lo que sentía que el análisis había hecho por
do, lo mejor qu e pudo, el ropa je del verso. i-Ie aqu í el p oema: él, qué posibilidades le había abierto y qué era lo qu,e no había podido lo -
grar. Lo que sigue es la parte correspondiente de la respuesta d el Hombre
Tras un a noche amarga y triste de los Lobos, un,1 carta que me dirigió con fecha 23 de octubre de 1970.
Me d esperté dolorida. "Y ahora ll ego a la cuestión más difí cil , es decir si, des1rnés de la ap:1-
rición del libro , podría escribir un artículo separado, que sería por así decirlo
¿,P or q ul- me se ntía tan rara?
un análisis de mi análisis con -el profesor Freud.
¿,Qué sospcc hnlJa mi corazón? J
Un golpe se oyó e n la puerta.
¡; "No creo que eso me fuera pos ible. Pues cuando acudí por primera YeL
a Freud, la cuestión mús importante para mí era si él estaría o no de acuer-
¿,Es qu e podía ser él? do con que yo volviera a re unirme con Teresa. Si, como otTos médicos a quiP -
¡O h qu é no habría dado rH:» va había ·.-isto antes, Freud me hubiera respondido con un 'no', sin duel a

porque él regresara a mí! rn no habría seguido con él. Pero como el profesor Freucl estuvo de acu er-
do en (]Ue yo volvier:1 a Teresa -no en forma inmediat:i, es verchcl, per ~
Pero no, era una carta
q11 e m e hirió en lo más profundo.
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pronto de cualquier manera- me quedé con él. Este :irreglo, en un sentido
positivo, del problema que más me preocupaba en ese momento, contribuyó
Eutonces pude ver claro ,. :::. much.1 , como es natural. a un:i rápida mejoría ele mi estado anírni ct>. Í!:se f11 c
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Respecto de ello, recuerdo que una vez, durante esa época,_
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así hubiera ·sido, jamás se habrían producido las rencillas entre
recibí una invitación del cónsul ruso en Viena para que fuera a
•i1 mi madrn y Teresa y todos nos habríamos ahorrado muchas cosas.
visitarlo. No tengo idea de cómo llegó a saber mi dirección. Cuan- ti Desdichadamente, te1miné mí análisis con Freucl en el preciso mo-
do lo vi, me preguntó por qué no concurría a las fiestas de Jos
mento del asesinato del príncipe de la Corona austríaca y la pri-
representantes diplomáticos rusos y no me vinculaba con la colo-
mera guerra mundial, que sobrevino tra s ese :wonrecimiento, arrui-
nia rusa de Viena. Claro que yo no podía aceptar las invitaciones nó todos nuestTos planes.
del cónsul ruso mientras Teresa y yo no estuviéramos casados, y
me excusé invocnndo mi enfermedad y el hecho de .que estaba ~Yll
tratamiento con el profesor Freud. Aparte de este incidente insig-
nificante que menciono únícamente porque me acordé ele él, para
Teresa fue muy duro someterse a Ja regla de Freud por la cual de-
bíamos postergar el matrimonio hasta que yo hubiera term inado
mi tratamiento. Sin embargo, nunca lo esgrimió como un argu-
mento contra él.
Yo sabía desde el primer momento que mi madre y Teresa
eran caracteres tan diferentes que jamás se entenderían. Por lo
tanto, Teresa y yo decidimos que al término ele mi tratamiento no
estableceríamos nuesh·o hogar en Odesa sino en el extranjero. Si

un factor muy importante, pero que se hallaba en rPalida<l fu era de la esfera


de mi aná lisis con Freud.
"En lo que toca específicamente a mi tratamiento con Freud, en todo
psicoanálisis -cosa que el propio Freucl rec;1lcaba con frecuenc ia-- dese1n-
peña un papel muy importante la transferencia del complejo del padre soh;e
el analista. Respecto ele ello, la situación no podía ser más favorable para
mi cuando establecí contacto con el profesor Freud. En primer lugar, tod•t-
vía era joven y, cuanto más joven es uno, tanto más fácil es establecer una
transferencia positiva con el analista. En segundo lugar, mi padre había muer-
to poco tiempo atrás y la destacada personalidad de Freud vino a llenar ese
vacío. De tal modo, yo había encontrado en la persona del profesor Freud
un nuevo padre con quien tenía una relación excelente. Y Freud tenía tam-
11•
bién· un gran entendimiento personal conmigo, como hubo de decírmelo con
frecuencia durante el tratamiento, lo que naturalmente reforzab;1 mi apego 11.
hacia él.
"Debo decir también que cuando consulté a Freud a comienzos de 1910,
mi estado emocional ya había mejorado mucho por influencia del doctor D.,
;[
el viaje de Odesa a Viena, etcétera. En realidad el profesor Fre ud no me vio
jamás en un estado de depres ión realmente profunda, tal como el que pade-
cía, por ejemplo, cuando fui a ver a la doctora Mack.
"De modo que durante mi prolongado análisis con Freud hubo dos fac- ·
tores que ejercieron sobre mí una influencia favorable, pero que son muy "!li'º·
difíciles ele estimar con respecto a la parte que les cupo en el logro del resul-
tado final. Quedan, por consiguiente, como espec\llaciones generales que no ''f

serían de gran valor v no justificarían un artículo ix1r separacln ." !!.

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