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UNIDAD 1

La organización genital infantil.

Freud en este texto viene a corregir un error en su anterior obra “Tres ensayos”, ya que, al comienzo, el acento
recayó sobre la fundamental diversidad entre la vida sexual de los niños y la de los adultos; después pasaron a un
primer plano las organizaciones pregenitales de la libido, así como el hecho de la acometida en dos tiempos del
desarrollo sexual. Por último, reclamó interés la investigación sexual infantil, y desde ahí se pudo discernir la notable
aproximación del desenlace de la sexualidad infantil a su conformación final en el adulto. En tres ensayos consigna
que a menudo, o regularmente, ya en la niñez se consuma una elección de objeto como la que hemos supuesto
característica de la fase de desarrollo de la pubertad. El conjunto de las aspiraciones sexuales se dirige a una
persona única, y en ella quieren alcanzar su meta. He ahí pues, el máximo acercamiento posible en la infancia a la
conformación definitiva de la sexualidad en la pubertad. La diferencia respecto de esta última, reside solo en el hecho
de que la unificación de las pulsiones parciales y su subordinación al primado de los genitales no son establecidas en
la infancia, o lo son de manera muy incompleta. Por lo tanto, la instauración de ese primado al servicio de la
reproducción es la ultima fase por la que atraviesa la organización sexual.
Plantea que la aproximación de la vida sexual infantil a la del adulto llega mucho más allá, y no se circunscribe a la
emergencia de una elección de objeto. Si bien no se alcanza una verdadera unificación de las pulsiones parciales
bajo el primado de los genitales, en el apogeo del proceso de desarrollo de la sexualidad infantil el interés por los
genitales y el quehacer genital cobran una significatividad dominante, que poco le va en zaga a la de la edad madura.
El carácter principal de esta “organización genital infantil” es al mismo tiempo, su diferencia respecto de la
organización genital definitiva del adulto. reside en que para ambos sexos solo desempeña un papel, un genital, el
masculino, por lo tanto, no hay un primado de los genitales si no un primado del falo.

Freud en este momento solo va a hablar del proceso que se da en el varón ya que en la niña no tiene intelección de
los procesos correspondientes.
El varón percibe la diferencia entre varones y mujeres, pero al comienzo no tiene ocasión de relacionarla con una
diversidad de sus genitales. Para el es natural presuponer en todos los seres vivos, humanos y animales, un genital
parecido al que posee, hasta busca en las cosas inanimadas una forma análoga a la de su miembro.
Esta parte del cuerpo ocupa en alto grado el interés del niño y plantea nuevas y nuevas tareas a su pulsión de
investigación. La fuerza pulsionante que esta parte viril desplegará mas tarde en la pubertad, se exteriorizará en
aquella época de la vida, como esfuerzo de investigación, como curiosidad sexual.
En el curso de estas indagaciones el niño llega a descubrir que el pene no es un patrimonio común de todos los seres
semejantes a el. Da ocasión a ello la visión casual de los genitales de una hermanita o compañerita de juegos; pero
niños agudos ya tuvieron antes, por sus percepciones del orinar de las niñas, la sospecha de que ahí había algo
distinto.
Es notoria su reacción frente a las primeras impresiones de la falta del pene. Desconocen esa falta; creen ver un
miembro a pesar de todo; disimulan la contradicción entre observación y prejuicio mediante el pretexto de que aun
seria muy pequeño y ya va a crecer, y después, poco a poco, llegan a la conclusión de que sin duda estuvo presente
pero que le fue removido. La falta de pene es entendida como resultado de una castración, y ahora se le plantea al
niño la tarea de habérselas con la referencia de la castración a su propia persona. Solo se puede apreciar rectamente
la significatividad del complejo de castración si a la vez se toma en cuenta su génesis en la fase del primado del falo.

El niño cree que solo personas despreciables del sexo femenino, probablemente culpables de las mismas mociones
prohibidas en que el mismo incurrió, habrían perdido el genital, pero las personas respetables, como su madre,
siguen conservando el pene. Para el niño ser mujer no coincide todavía con la falta del pene. Solo mas tarde, cuando
aborda los problemas de la génesis y el nacimiento de los niños, y deduce que solo mujeres pueden parir hijos,
también la madre perderá el pene y, entretanto, se edificaran complejas teorías destinadas a explicar el trueque del
pene a cambio de un hijo. Al parecer con ello, nunca se descubren los genitales femeninos.

En el estadio de la organización pregenital sádico-anal no cabe hablar de masculino y femenino; la oposición entre
activo y pasivo es la dominante. En el siguiente estadio de la organización genital infantil hay por cierto algo
masculino, pero no algo femenino, por lo cual la oposición dominante es aquí, genital masculino o castrado. Solo con
la culminación del desarrollo en la época de la pubertad, la polaridad sexual coincide con masculino y femenino. Lo
masculino reúne el sujeto, la actividad y la posesión del pene; y lo femenino, el objeto y la pasividad. La vagina es
apreciada ahora como albergue del pene, recibe la herencia del vientre materno.

Sepultamiento del complejo de Edipo.

El complejo de Edipo revela cada vez más su significación como fenómeno central del periodo sexual de la primera
infancia. Después cae sepultado, sucumbe a la represión, y es seguido por el periodo de latencia. Pero todavía no se
ha aclarado a raíz de que se va a pique; a raíz de las dolorosas desilusiones acontecidas.
La niñita forzosamente tendrá que vivenciar alguna seria reprimenda por parte del padre. El varoncito, que considera
a la madre como su propiedad, hace la experiencia de que ella le quita amor y cuidados para dárselos a un recién
nacido.
Aun donde no ocurren acontecimientos particulares, como los mencionados, la continua denegación del hijo deseado
y la falta de la satisfacción esperada, determinaran por fuerza, que los pequeños se extrañen de su inclinación sin
esperanzas. Así el complejo de Edipo se iría al fundamento a raíz de su fracaso, como resultado de su imposibilidad
interna.
Otra concepción dirá que el complejo de Edipo tiene que caer porque ha llegado el tiempo de su disolución. Es
verdad que el complejo de Edipo es vivenciado de manera enteramente individual por la mayoría de los humanos,
pero es también un fenómeno determinado por la herencia, dispuesto por ella, que tiene que desvanecerse de
acuerdo con el programa cuando se inicia la fase evolutiva siguiente.
No puede negarse el derecho que asiste a ambas concepciones, y además son compatibles entre si.

Últimamente se ha aguzado nuestra sensibilidad para la percepción de que el desarrollo sexual del niño progresa
hasta una fase en que los genitales ya han tomado sobre si el papel rector. Esta fase fálica, contemporánea a la del
complejo de Edipo, no prosigue su desarrollo hasta la organización genital definitiva, sino que se hunde y es relevada
por el periodo de latencia. Su desenlace se consuma de manera típica y apuntalándose en sucesos que retornan de
manera regular.

Cuando el niño varón ha volcado su interés sobre sus genitales lo deja traslucir por su vasta ocupación manual en
ellos, y después tiene que hacer la experiencia de que los adultos no están de acuerdo con ese obrar. Mas o menos
clara o mas o menos brutal, sobreviene la amenaza de que se le arrebatará esa parte.
Ahora bien, la tesis es que la organización genital fálica del niño se va al fundamento a raíz de esta amenaza de
castración. En efecto, al principio el varoncito no presta creencia ni obediencia alguna a la amenaza.
El psa ha atribuido renovado valor a dos clases de experiencias, de que ningún niño esta exento y por las cuales
debería estar preparado para la perdida de partes muy apreciadas de su cuerpo; el retiro del pecho materno, primero
temporario y después definitivo y la separación del contenido de los intestinos. Pero nada se advierte en cuanto a que
estas experiencias tuvieran algún efecto con ocasión de la amenaza de castración.
La observación que por fin quiebra la incredulidad del niño es la de los genitales femeninos. Alguna vez el varón,
orgulloso de su posesión del pene, llega a ver la región genital de una niña, y no puede menos que convencerse de la
falta de un pene en un ser tan semejante a él. Pero con ello se vuelve representable la perdida del propio pene, y la
amenaza de castración obtiene su efecto con posterioridad.

El complejo de Edipo ofrecía al niño dos posibilidades de satisfacción, una activa y una pasiva. Pudo situarse de
manera masculina en el lugar del padre, y mantener comercio con la madre, a raíz de lo cual el padre fue sentido
como un obstáculo; o quiso sustituir a la madre y hacerse amar por el padre, con lo cual la madre quedo sobrando.
Ahora bien, la aceptación de la posibilidad de la castración pone fin a las dos posibilidades de satisfacción. En efecto
ambas conllevaban a la perdida del pene; la masculina en calidad de castigo, y la femenina como premisa.
Si la satisfacción amorosa en el terreno del complejo de Edipo debe costar el pene, entonces por fuerza estallará el
conflicto entre el interés narcisista por esa parte del cuerpo y la investidura libidinosa de los objetos parentales. En
este conflicto triunfará normalmente el primero de esos poderes; y el yo del niño se extraña del complejo de Edipo.
Freud expone el modo en que esto acontece: las investiduras de objeto son resignadas y sustituidas por
identificación. La autoridad del padre, o de ambos, introyectada en el yo, forma ahí el núcleo del super yo, que toma
prestada del padre su severidad, perpetua la prohibición del incesto y así, asegura al yo contra el retorno de la
investidura libidinosa de objeto. Las aspiraciones libidinales pertenecientes al complejo de Edipo son en parte
sublimadas y de sexualizadas, lo cual probablemente acontezca en identificación, y en parte son inhibidas en su meta
y mudadas en mociones tiernas. Con ese proceso se inicia el periodo de latencia, que viene a interrumpir el
desarrollo sexual del niño.
El proceso descrito, es mas que una represión; equivale a una destrucción y cancelación del complejo. Si el yo no ha
logrado efectivamente mucho más que una represión del complejo, este subsistirá inconsciente en el ello y mas tarde
exteriorizará su efecto patógeno.

La observación analítica, permite justificar la tesis de que el complejo de Edipo se va al fundamento a raíz de la
amenaza de castración. Pero con ello no queda resuelto el problema, y para ello tenemos que ocuparnos de un
problema que se planteo y que todo el tiempo fue relegado; y es que el proceso descrito se refiere solo al niño del
sexo masculino. Por lo cual se plantean el desarrollo en la niña pequeña.

También el sexo femenino desarrollara un complejo de Edipo, un superyó y un periodo de latencia, y también se le
puede atribuir una organización fálica y un complejo de castración, pero las cosas no pueden suceder de igual
manera que en el varón.
El clítoris de la niña se comporta al comienzo en un todo como un pene, pero ella, por la comparación con un
compañero de juegos, percibe que es “demasiado corto”, y siente este hecho como un prejuicio y una razón de
inferioridad. Durante un tiempo se consuela con la expectativa de que después cuando crezca, ella tendrá un
apéndice tan grande como el de un varón. Es en este punto donde se bifurca el complejo el complejo de
masculinidad de la mujer. Pero la niña no comprende su falta actual como un carácter sexual, sino que lo explica
mediante el supuesto de que una vez poseyó un miembro igualmente grande, y después lo perdió por castración. No
parece extender esta inferencia de si misma a otras mujeres, adultas, sino que atribuye a estas, un genital grande y
completo, masculino. Así se produce esta diferencia esencial: la niña acepta la castración como un hecho
consumado, mientras que el varón tiene miedo a la posibilidad de su consumación.

La muchacha se desliza del pene al hijo; su complejo de Edipo culmina en el deseo de recibir como regalo un hijo del
padre. Se tiene la impresión de que el complejo de Edipo es abandonado después, poco a poco, porque este deseo
no se cumple nunca. Ambos deseos, el de poseer un pene y el de recibir un hijo, permanecen en lo inconsciente,
donde se conservan con fuertes investiduras y contribuyen a preparar al ser femenino para su posterior papel sexual.

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