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Mi Patio

"La magnolia que sirve de centro y en cuya copa anidan gorriones,


surge gigante, extraña, esquelética, reflejando en el paredón el zigzag
de su ramaje."

Pintor: A Albino Chiariello, intenso, individual y estremecedor paisajista de extramuros.

Yo también tengo mi patio, un patio pintoresco y humilde, alegre y sombrío;


un patio que en las tardes invernales se sume en penumbra y durante la
primavera resplandece de luz.

Yo siento por mi patio un apego orgánico, que aumenta con los años. Es una
especie de íntimo cariño, como el que sentimos por un rostro familiar, por un
objeto querido, por el retrato de un ausente, por la voz templada y afectiva
que oímos de la madre al regresar de un largo viaje... 
Lo quiero, porque en él aprendí a caminar, porque ha sido el sitio de mis
primeros juegos y el mudo testigo de las nacientes ilusiones. Lo considero
mío, porque allí pasé horas gratas y feas, felices y trágicas. No en balde
transcurrieron veinte años, la mitad de una existencia. En cuatro lustros
ocurren grandes acontecimientos y se ven muchas cosas; una vida santa, que
cierra los ojos con la resignación del cristiano; otra vida pura, que agoniza
poco a poco en el cuarto silencioso; otra más, tenaz y fuerte, que se quiebra a
pesar de todo. ¿Hay algo de mayor intensidad que esto? Luego, el mundo de
sensaciones cotidianas, simpáticas y siempre nuevas. Oír, al levantarse, pasos
que se alejan, murmullos de voces, correrías de niños. Contemplar la casa a
distinta hora y en diversa estación. Sentir el placer de estar solo y en
compañía. Pasar, en fin, por una escala de matices sensoriales, que en
conjunto constituye la vida.

Por lo tanto, emotivamente, para mí vale más que una mansión señorial. 
Esta noche el patio aparece blanco. Mientras los demás duermen, yo lo miro
extasiado. La luna derrama una transparente claridad, que es gris de escarcha
en la ropa tendida; capullo de seda en los intersticios de las hojas; nieve, nieve
pura, pero cálida, en los cuadrados que tapiza el suelo. Por los rincones vagan
las sombras. Algunas se alargan, finas, traslúcidas; otras cortadas; otras
curvas; otras densas, voluminosa.
La magnolia que sirve de centro y en cuya copa anidan gorriones, surge
gigante, extraña, esquelética, reflejando en el paredón el zigzag de su ramaje.
Las plantas, húmedas de rocío, se abisman en la sombra y parpadean en la
láctea lunar. Las puertas cerradas, se dirían de ermitas o celdas conventuales.
En sus vidrios blanquea la cortina de la gente pobre. Los postigos, sin
embargo, atajan el claror nocturno. Pero en mi pieza penetra, porque la he
abierto de par en par, ansioso de verla siquiera un instante envuelta en rica
magnificencia. 

Es la hora del conticinio, la hora del general silencio. Nadie lo turba, nadie
anda. Todos yacen en la cama, entregados al descanso, que es el egoísmo del
único bienestar que gozan. Sólo a intervalos interrumpe el silencio las
armónicas campanadas de un gran reloj cercano, cuyos golpes suenan en el
fondo acompasado y lento: pam, pam, pam. Luego, otra vez la calma, el
misterio, la idealidad.

Esta noche mi patio es la poesía misma. Nunca termino de acariciar con los
ojos su aspecto subjetivo. Principalmente el octogonal aljibe y esas sábanas
que caen de las cuerdas, serenas, amplias como velas desplegadas. ¡Qué fresca
sensación producen las ropas tendidas! ¡Cuánta pureza y blancura! ¡Cómo
atraen en la honda quietud de la alta noche y en un patio original como el
mío! 

Yo estoy solo, y lo mismo que el inmortal poeta de las Noches, plego mi boca y
callo para escuchar en silencio, mi corazón habla bajo.

Yo estoy solo, y siempre quisiera que mi soledad fuera así, mezcla de


esperanza, de afirmación y ensanchamiento emocional. Yo estoy solo, y velo
por lo otros, tristes seres de caras afligentes y miradas pálidas, que viven en la
penuria. Mi aliento es para ellos, mi espíritu los acompaña, porque son parte
de mi existencia. En cada corazón anhelaría depositar una luz que los guíe
eternamente. En cada cueva desearía que entrara una nubecilla de luna. Mas,
ved; los postigos permanecen herméticos y todos duermen ajenos a mi
lirismo. No quieren saber nada de estas cosas. Pero yo respeto esa
indiferencia. Que duerman dichosos...

La noche avanza, el alba se aproxima. Mientras el día viene, de súbito,


bruscamente, oigo que un hombre tose, tose fuerte, bramando, con sacudidas
espasmódicas capaces de romper las entrañas. Sus arranques me ataladran
los oídos. Y me pongo a pensar. He ahí otro árbol que cae y ya no sirve para
nada; otra vida inútil que aguarda a la Ingrata.

Mi patio es así, pintoresco y terrible, luminoso y sombrío, alegre y trágico. De


día lo anima el ir y venir de vecinos. De noche se recoge. En verano es algo que
causa solaz y en invierno nubla los ojos, atrista el alma y hasta provoca la tos.
A veces me parece el paraíso y otras el luctuoso patio de un hospital. 
Por todo esto yo lo amo.
Extracto del Libro: La Casa por Dentro
Juan Palazzo (1893-1921)
Primera edición, Buenos Aires, Imprenta López, 1921.

Arte: Monochrome Patio by Daniela Ruppel – Flickr

Fuente:  http://revistaelbosco.blogspot.com/2015/09/mi-patio-cuento.html

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