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Entendiendo la Eucaristía

Jesucristo está ahora glorioso en el Cielo y en el Sagrario, donde adoramos al Señor, le


damos gracias, y pedimos su ayuda.
¿Qué es la Eucaristía?
 

Nos lo dijo muy claro en aquel discurso de Cafarnaum, donde prometió dejarnos su
cuerpo como alimento:

“Si alguno come este pan vivirá eternamente; y el Pan que yo le daré es mi Carne para
la vida del mundo” (Juan 6,51)

“Quien come mi Carne y bebe mi Sangre permanece en mí y yo en él” (Juan 6,56)

En el Cenáculo, aquel memorable Jueves Santo, instituye este maravilloso misterio de


quedarse hecho pan; “Tomo pan, lo bendijo, lo partió y lo dio a sus discípulos diciendo:
“Tomad y Comed esto es mi Cuerpo...”y tomando el cáliz: “Bebed todos de él pues esta
es mi sangre, sangre de la alianza nueva y eterna que será derramada por todos para la
remisión de los pecados”(Mateo, 26, 26-28)

Lo creemos porque el mismo Jesús lo dejó claro. Así lo dice un antiguo escritor
cristiano, San Cirilo de Jerusalén: “Puesto que el mismo Cristo anunció y dijo del pan:
esto es mi Cuerpo, ¿Quién se atreve a dudar?”. Y así lo han creído todos los fieles desde
la época apostólica hasta nuestros días, como bien lo recoge el reciente Catecismo de la
Iglesia Católica en el número 1374: “Jesucristo está verdadera, real y substancialmente
con su Cuerpo, con su Sangre, con su Alma y con su Divinidad”

Alguien podría decir: nada veo en la Eucaristía, ni nada siento. Y, le podríamos


responder: cuando el cielo está nublado, no veo el sol, ¿señal de que no existe?. O, no
siento que la tierra está girando, ¿señal de que está parada?

Pensemos cómo la gran mayoría de las cosas que sabemos es porque aceptamos lo que
nos dicen nuestros maestros y nuestros padres: ¿quién ha visto un átomo, la fuerza
gravitacional, Neptuno y Plutón?... ¿Quién ha sacado los cálculos de la casa donde vive?
¡Le hemos creído al señor que la hizo!, ¿Quién analiza los alimentos que tomamos? ¡Le
hemos creído a la cocinera que los hizo con higiene! Le creemos a tantos humanos, y
¿vamos a dudar de las palabras de Jesús, que nos mostró con su vida, su palabra y sus
milagros que es el verdadero Dios? ¿Se habrán equivocado millones de católicos durante
2000 años, muchos de ellos, santos y sabios?

La Eucaristía es un misterio de Amor que sólo parece imposible a aquel que no cree que
Jesucristo es Dios, Creador y Señor omnipotente del universo.

1. LOS MODOS DE LA EUCARISTÍA

(Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 1356-1401)

Ø Como un Sacrificio porque hace presente el sacrificio de la Cruz, porque es su


memorial y nos aplica su fruto. Es cuando le llamamos Santa Misa.

Ø Como Banquete sagrado de la Comunión en el Cuerpo del Señor.

Ø Como Presencia Eucarística de Cristo que se queda en el Sagrario, para permanecer a


nuestro lado, para sostenernos, para guiarnos.

2. POR QUÉ PARTICIPAR EN LA SANTA MISA

Los hijos tenemos las mismas relaciones con Dios, nuestro Padre, como con nuestros
padres de sangre:

Ø La primera es la relación del respeto con Amor. En el caso de nuestro Padre Dios,
como además es nuestro creador es también de adoración.
Ø La segunda es de agradecimiento por todo lo que nos conceden y nos dan de una
manera generosa y desinteresada.
Ø La tercera es la de pedirles perdón, cuando les hemos ofendido en algo.
Ø La cuarta es la de pedir, esta es la que hacemos con mayor frecuencia.

Pensemos por un momento la grandeza de Dios: observemos el cielo lleno de estrellas, y


sintamos su grandeza infinita, al saber que somos una infinita parte del universo. ¿Qué
tan perfecto será nuestro Padre Dios que pudo hacer todo esto con un orden maravilloso?
Por otro lado sintamos nuestra pequeñez: somos uno entre 6 mil millones de personas, y
si faltáramos, no pasaría gran cosa sobre la Tierra.

¿Cómo poder llegar hasta las alturas de mi Padre, para adorarlo, darle gracias, pedirle
perdón o pedirle por tantas necesidades que tengo?

Acostumbramos usar el correo o el email cuando queremos mandar mensajes, ya sea de


un país a otro, de una ciudad a otra. Esas escritos suelen llevar detalles de cariño,
noticias, peticiones, encargos, etc. No basta escribirla para que llegue a su destino, si la
carta se queda en un cajón o no pongo el “send” a un mensaje electrónico. ¡Ahí se queda
sin que nadie la lea!.

Pues bien, el correo de ida y vuelta con nuestro Padre Dios, es la Santa Misa.

Cuando Jesucristo muere el viernes Santo, muere por todos los hombres de todos los
tiempos. Va a ofrecer esa Pasión y esa muerte que le dimos los hombres, por nosotros.

Así podríamos decirle a nuestro Padre: Señor no valgo nada, yo quién soy para que me
escuches y me concedas lo que te pido; pero mira, por los méritos de tu Hijo muerto en
la Cruz, escúchanos.

Y para que esto no lo vivamos a distancia de miles de años, Jesús da a la Iglesia el poder
de borrar 2000 años de historia, y de volver a hacer presente su sacrifico del Calvario, y
así estar presentes en ese sacrificio, participando de sus frutos, principalmente del
Espíritu Santo que brota de la Cruz, que nos hace hijos de Dios, y nos ayuda a
comportarnos como tales.
Ahora, ¿Qué tiene que ver esto con el correo? Pues bien, nosotros que queremos adorar
a Nuestro Padre, darle gracias, pedirle perdón y clamar por nuestras necesidades, sólo
tenemos un camino: unirnos al único sacrificio, unirnos a Cristo en la Cruz, y no asistir a
la Santa Misa, al menos los domingos, es como dejar la carta en el cajón, quedando
estancadas con cosas que queríamos mandarle a Dios, y nos quedaríamos sin gozar de
los muchos beneficios, que a través de la Santa Misa, nos hace partícipes nuestro Padre,
rico en misericordia. Pues la Santa Misa es ese correo de ida y vuelta; a través de ella
nos llegan todas las gracias.

¿Qué es la Santa Misa? Un diluvio de gracias que parte de la Cruz; un Gólgota siempre
presente; es Cristo que se sacrifica incesantemente en medio de nosotros.

Pensando en la necesidad de tener como alimento la Palabra de Dios, y para que sus
hijos se fortalezcan en el espíritu por medio de estas enseñanzas, la Iglesia ha
establecido un ciclo de lecturas que dura tres años, en los cuales se lee casi la totalidad
de la Biblia.

3. ¿QUÉ CONTIENE LA HOSTIA SANTA?

En la Hostia Santa está todo Jesús

Tratemos de darnos cuenta de la extensión de esta verdad. Que esté todo Jesús, no sólo
quiere decir que esté como Dios y como Hombre; significa también, que allí se encierra
toda su vida mortal y gloriosa; quiere decir, que allí está, no solamente el Ser de Jesús
sino también su actividad. En la Hostia Santa está Jesús, como Hostia, como víctima,
como inmolado.

Es verdad que Jesús en la Eucaristía está Glorioso e Impasible, pero también es cierto,
que el estado eucarístico es un estado victimal, que en la Hostia se encuentra Cristo
como una víctima sacrificada por nosotros. Precisamente por eso llamamos a este
Sacramento Hostia, que quiere decir, víctima. Si se me permite la comparación, la
Eucaristía es como una concha divina que encierra una perla de precio inestimable y esa
perla es el sacrificio de Cristo. Ahí está viviente su dolor, ahí está viviente su sacrificio.
Y por eso, cuando instituyó este sacramento adorable, clausuró aquella ceremonia, la
más grande que han contemplado los siglos con estas palabras impregnadas con la
tristeza de la despedida: “Hagan esto en memoria mía”, como si quisiera decir: siempre
que te acerques a la santa mesa, siempre que celebres estos misterios, alma querida,
acuérdate de cuánto he sufrido por tu amor, de cuánto te he amado y... ¡ámame tú
también!.

Gracias a la hostia santa, el recuerdo de Cristo, vive después de veinte siglos en los
corazones humanos; a pesar de su inconstancia y de su volubilidad. Y no digo que se le
ama como hace veinte siglos, porque cada día se le ama más a medida que más se
conoce y comprende su Eucaristía adorada.

Los hombres, por grandes beneficios que hayan hecho a la humanidad, acaban por ser
olvidados y su memoria apenas sobrevive en las páginas insensibles de la historia.
Jesucristo es el único hombre que, muerto hace veinte siglos, se le ama todavía y se le
ama cada día mejor; porque donde quiera que hay un altar, una mesa eucarística, una
Hostia expuesta, ahí se recuerda su amor y los hombres le rinden en homenaje
espontáneo su corazón.

4. ¿QUÉ ME DA JESÚS CUANDO LO RECIBO?

La Eucaristía es un don total, en el cual Jesús no solamente nos da sus dones, es decir, el
aumento de la gracia santificante que todos los sacramentos producen, sino que es el
“autor mismo de la gracia”; y no solamente nos da su Cuerpo sino también su Alma; no
solamente nos da su Humanidad Sacratísima, sino también su Divinidad; y con ella la
persona del Verbo Divino, y con el Verbo vienen a nosotros el Padre y el Espíritu Santo,
puesto que las Tres Personas están inseparablemente unidas, como Dios, Trino y Uno.
Esta es la sustancia del cielo, que quiere decir, que cuando comulgamos, todo el cielo
viene a habitar en nuestra alma; de manera que después de la comunión, ni Dios tiene
más que darnos, ni nosotros, por ambiciosos que seamos tenemos más que pedirle.

La Eucaristía es un don total, en donde Jesús, se nos da en la totalidad de su Ser sino en


la sustancia de sus misterios y en el mérito de sus virtudes; la Eucaristía es Jesús niño,
con todos sus encantos; es Jesús adolescente, con todos sus atractivos... es el Jesús de las
bienaventuranzas, es el Jesús que con un gesto de su mano encadena los vientos,
apacigua las olas y calma las tempestades, tempestades de Genesaret como las del
corazón...

Es el Jesús que consuela a los afligidos, como a la viuda de Naim, que le dice ¡“no llores
más”!; es el Jesús que cura a los enfermos, porque de Él sale una virtud que sana lo
mismo a los cuerpos que a las almas; es el Jesús que resucita a los muertos y devuelve la
vida –la natural y la sobrenatural–, “porque es la Resurrección y la Vida”; es el Jesús
que agoniza en Getsemaní por el temor, la tristeza y el hastío, para poder comprender
todos nuestros temores, y todas nuestras tristezas, y el “inexorable hastío de la vida”; es
el Jesús maniatado, abofeteado, escupido, flagelado, coronado de espinas; es el Jesús
que muere en el calvario abandonado de los hombres y por su mismo Padre Celestial.

La Eucaristía es un don total, porque nos da a Jesús en el mérito de todas sus virtudes y
como el ejemplar modelo de todas ellas.

En la Eucaristía se nos da a Jesús “humilde y dulce de corazón” el Jesús “paciente y de


mucha misericordia”, el Jesús que pasaba las noches en oración y ahora vive
intercediendo siempre por nosotros, el Jesús cuyo corazón es “todo un incendio de
amor”, el Jesús víctima, siempre inmolado por nuestros pecados, el Jesús que es nuestra
recompensa excesivamente grande.

5. LOS FRUTOS DE LA COMUNIÓN


(Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 1391- 1401)

· La Comunión acrecienta nuestra unión con Cristo.


Después de que comulgamos, “ya no soy yo quien vive en mi”, la comunión es la que
justifica la audaz afirmación de San Pablo: “para mí vivir, es ser Cristo”, pero ¿para qué
recurrir a los discípulos si tenemos la voz autorizada del Maestro? “Así como yo vivo
por el Padre, el que me come, vivirá por Mí”

· Lo que significa y lo que produce el alimento material en nuestros cuerpos, es lo


mismo que realiza de manera admirable la Comunión en nuestra vida espiritual. ¿Qué
podríamos hacer si no comiéramos? ¿Nos moriríamos?

· La comunión nos separa del pecado y borra los pecados veniales (para borrar los
mortales tenemos que acudir a la confesión), y nos preserva de futuros pecados mortales.

· La Comunión refuerza la unidad de la Iglesia y entraña un compromiso a favor de los


pobres y necesitados.
Nos vienen bien unas palabras del Papa, dirigidas a los organizadores del Congreso
Eucarístico Internacional, que se celebraba en Lourdes en 1981, con ocasión del
Congreso Centenario:

“Conviene no descuidar ningún aspecto de esta participación de la Eucaristía. Ésta


comporta ante todo la acción de gracias y de adoración que deberán tener un puesto
privilegiado en el Congreso, en las celebraciones de la Misa, en las procesiones, en las
horas de recogimiento ante el Santísimo Sacramento. Incluye la conversión que la
prepara y acompaña, en la línea de las primeras palabras del Evangelio y del mensaje
confiado a Bernardette Soubirous. Pide un compromiso resuelto de vivir el amor
recibido de Dios en las relaciones efectivas de justicia, de paz, de misericordia,
compartiendo los diferentes aspectos del pan cotidiano con todos nuestro hermanos. Así
debe presentarse la Eucaristía, en su dimensión vertical y horizontal. Así prepara la
renovación de las personas y, poco a poco, la renovación del mundo”

6. JESÚS SE HA PUESTO EN NUESTRAS MANOS

La Eucaristía es un don que exige responsabilidad. Dios se ha quedado indefenso,


confiando en nuestra respuesta de amor. ¿Cómo lo has tratado hasta ahora? Muchas
veces lo dejamos solo en nuestros templos, no acudimos a su invitación a participar en la
Santa Misa, y lo que es peor, ¿cuantos lo reciben en pecado grave?

La Pontificia Comisión para los Congresos Eucarísticos Internacionales ha preparado un


texto base para los Congresos Eucarísticos que se llevarán a cabo en todo el mundo. Ahí
nos dice en el número 15 lo siguiente:

“Frente al Pan de la vida partido, “por nosotros”, no podemos más que decir, con fe
humilde: “Oh, Señor, no soy digno de participar en tu mesa, pero di tan sólo una palabra
y seré salvado”. No hemos de olvidar que la noche del gran Sacramento es también la
noche de la traición culpable del Judas.

“Desgraciadamente, es posible recibir indignamente el cuerpo y la Sangre del Señor:


acoger a Cristo exige dejar que Él viva en nosotros, que hable y obre a través de nuestra
voz y de nuestras manos, que continúe su misión oblativa en nuestra vida gastada “por
los demás”, sin excluir a ninguno. “Examínese, pues, cada cual, y coma así el pan y beba
de la copa; pues quien come y bebe sin discernir, el cuerpo, come y bebe su propio
castigo” (1 Cor 11,28-29). Por eso el que ha faltado gravemente contra uno de los
mandamientos de Dios, antes de acercarse a recibir la Comunión Eucarística debe
purificarse del pecado por medio del sacramento de la Penitencia.
De hecho, por una parte, la Eucaristía es fuente de reconciliación y compromete a los
creyentes a ser promotores eficaces del perdón. Por otra parte, para que cada uno pueda
acercarse dignamente a recibir el Cuerpo de Cristo, es necesario que se reconcilie no
sólo con Dios, sino también con los hermanos y la comunidad. Es el significado –en el
rito romano–, de la señal de la paz, intercambiada antes de la comunión que une a todos
en un solo cuerpo, animado por los frutos del Espíritu: “amor, alegría, paz, paciencia,
afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí” (Gal 5,22).”

Para recibir en verdad el Pan entregado “por vosotros y por todos”, debemos reconocer a
Jesús en los hermanos más pobres, en los pequeños en los despreciados. La Eucaristía
exige una respuesta de vida renovada, abierta al amor sincero. San Juan Crisóstomo nos
recuerda: “Has gustado la Sangre del Señor y no reconoces a tu hermano. Deshonras
esta mesa, no juzgando digno de compartir tu alimento al que ha sido juzgado digno de
participar en esta mesa. Dios te ha liberado de todos los pecados y te ha invitado a ella.
Y tú, aún así no te has hecho más misericordioso.”

(Ver Catecismo de la Iglesia Católica nn. 1384 y 1385).

7. LA COMUNIÓN DIGNA

Nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica:

“Quien tiene conciencia de estar en pecado grave debe recibir el sacramento de la


Reconciliación antes de acercarse a comulgar”

El Señor nos dirige una invitación urgente a recibirle en el sacramento de la Eucaristía:


“En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su
sangre, no tendréis vida en vosotros” ( Jn. 6,53)

“Para responder esta invitación, debemos prepararnos para este momento tan grande y
santo. San Pablo exhorta a un examen de conciencia: “Quien coma el pan o beba el cáliz
del Señor indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Examínese, pues,
cada cual, y coma entonces del pan y beba del cáliz. Pues quien come y bebe sin
discurrir el Cuerpo, come y bebe su propio castigo” (1 Cor 11, 27-29). Quien tiene
conciencia de estar en pecado grave debe recibir el sacramento de la Reconciliación
antes de acercarse a comulgar”
(Catecismo de la Iglesia Católica n.1384 – 1385)

No podrá comulgar quien:

· Falta a Misa los Domingos o Fiestas de Guardar (Catecismo de la Iglesia Católica


1389, 2042; 2180 a 2183 y Código de Derecho Canónico 1247) por descuido,
indiferencia o apatía

· Quién está divorciado y vuelto a casar (Catecismo de la Iglesia Católica 1665)

· Quien no se confiesa y comulga al menos una vez al año (Catecismo de la Iglesia


Católica 2042)
· Quien ve pornografía o asiste a espectáculos inmorales.

· Quien se emborracha.

(Hemos puesto aquí sólo algunos. Si tienes dudas acude a un confesor)

El Ayuno Eucarístico

“ Para prepararse convenientemente a recibir este sacramento, los fieles deben observar
el ayuno prescrito por la Iglesia (Catecismo de la Iglesia Católica 1387)

“ Quienes vayan a recibir la Santísima Eucaristía, han de abstenerse de tomar cualquier


alimento y bebida al menos desde una hora antes de la Sagrada Comunión, a excepción
sólo de agua y de las medicinas “ (Código de Derecho Canónico 919) No obliga a los
enfermos o personas de edad avanzada (idem)

8. LA PRESENCIA DE JESÚS EN EL SAGRARIO

Jesús ha cumplido su promesa: “No los dejaré huérfanos... Estaré con ustedes todos los
días hasta el fin del mundo.”

Nos dejo su Sacrificio de la Cruz, a través de la Santa Misa; dejó ese alimento, que es su
Cuerpo, el cual nos hace fuertes para poder hacer el bien, siendo así hijos del Padre
Eterno porque hacemos sus obras. Y se queda en el Sagrario, para estar disponible.

¿Qué hace Jesús en el silencio de Sagrario?

Adora a su Divino Padre, intercede por nosotros y suple con su Amor, el desamor de los
hombres y mujeres, que preferimos nuestro camino, nuestros gustos que llenarnos de
sabiduría, de amor y de felicidad que sólo Dios puede dar. Sólo Dios es capaz de llenar
las aspiraciones del corazón humano.

En el silencio de la Eucaristía, Jesús ama a los hombres; los ama con un amor que es
compasión para todas nuestras penas, misericordia para todos nuestros pecados, ternura
para todas nuestras pobres manifestaciones de amor.

A imitación suya, cuando estamos frente al Sagrario, unámonos a sus adoraciones para
adorar “en espíritu y en verdad” al divino Padre y busquemos aquí el consuelo de
nuestras penas, el perdón de nuestras culpas y esa ternura del corazón de Cristo, que
saciará la sed infinita de amor que atormenta al pobre corazón humano...

Que importante es para la vida de una persona, que desea encontrarse con Cristo vivo y
seguirle, los momentos de oración, de dialogo ante el Sagrario. Ese es uno de los
secretos de Juan Pablo II, los momentos junto al Sagrario a lo largo de su jornada.
Durante sus viajes pasa horas enteras, de noche o por la madrugada, junto al Sagrario.
La oración silenciosa en el sagrario prolongará en el corazón y en la vida del cristiano, la
oración suscitada en la Misa: interceder por el mundo, meditar el misterio de Cristo, la
acción de gracias por los dones de Dios...

“!Oh insensatos del mundo!, dice San Agustín, desdichados, ¿a dónde van a parar para
satisfacer su corazón? Vengan a Jesús, que Él sólo puede darles el contento que buscan.
Alma mía no seas tú tan insensata; busca sólo a Dios, busca el bien en el que están todos
los bienes, como dice el mismo santo; y si quieres hallarle presto, aquí le tienes cerca de
ti: dile lo que deseas, pues está en el Sagrario para oírte y consolarte” (San Alfonso Ma.
De Ligorio)

“Pasan muchos cristianos grandes fatigas y se exponen a innumerables peligros por


visitar los lugares de la Tierra Santa en que nuestro amabilísimo Salvador nació, padeció
y murió. No necesitamos nosotros emprender tan largo viaje, ni exponernos a tales
riesgos, cerca tenemos al mismo Señor que habita en la Iglesia a pocos pasos de nuestras
casas. Y si los peregrinos se tienen por venturosos, como dice San Paulino, si logran
traer de aquellos lugares un poco de polvo del pesebre o del sepulcro del Señor, ¡Con
qué fervor deberíamos ir nosotros a visitarle en el Santísimo Sacramento, donde está el
mismo Jesús en persona! Sin ser necesario para hallarle pasar tantos trabajos ni peligros”
(San Alfonso Ma. De Ligorio)

Clínica del alma

Médico: Jesucristo (Hijo de Dios)


Experiencia: Infalible y Eterna
Residencia y Oficinas: En todas partes, especialmente en la Eucaristía
Su poder: Ilimitado
Su especialidad: lo Imposible
Su instrumento: El poder
Enfermedades para sanar: Todas
Precio del tratamiento: Fe
Garantía: Absoluta
Horas de Consulta: 24 hrs.

El encuentro con Cristo vivo en la Eucaristía

Ya nos hemos asomado a este gran misterio: Jesús subió al cielo, a la derecha del Padre,
pero quiso quedarse cerca de nosotros. Como es Dios y todo lo puede, no sólo nos dejo
un recuerdo o una pintura, se quedó Él mismo.

Encontrémonos con Cristo vivo en la Eucaristía, ven y lo verás.

Como ama con todo su corazón, lleno de vida divina, da sin pedirte nada a cambio,
nada: sólo quiere hacerte feliz, darle sentido a tu vida, al dolor, a la muerte.

Te hace fuerte para que recorras el camino que nos manda, ¡que es el mejor!. Peor son
las esclavitudes del pecado de la soberbia, del egoísmo, del alcohol, de la pornografía,
de la persona débil que no puede proponerse nada o no le sale nada... Ser esclavos de la
opinión que tengan sobre nosotros...
Encontrémonos con Cristo vivo en la Eucaristía, ven y lo verás.

Te van a pedir, por tu bien, que dejes aquello que te daña, y adquieras esos valores tan
propios de los hijos de Dios, y que es lo que nos hace felices en la tierra y es el camino
para la vida eterna.

Encontrémonos con Cristo vivo en la Eucaristía, ven y lo verás.

Cuando te acerques, habla con Él, ábrele tu corazón, ten confidencias; te entiende, te
escucha, te dará paz y pondrá en tu cabeza algo que pueda ser la solución a lo que le
planteas. No basta rezar, repetir oraciones, ve a buscarle y platica con el mejor amigo
que hayas podido soñar; medita sus enseñanzas, reflexiona sobre tu vida.

Encontrémonos con Cristo vivo en la Eucaristía, ven y lo verás.

1. Cristo, alimento

“Las palabras de Jesús: ‘Tomad y comed’ corresponden a la aspiración del corazón


humano, necesitado de satisfacer la multitud de formas de hambre que marcan la
peregrinación terrena: hambre de alimento de bienes esenciales para vivir, hambre de
justicia y de libertad, hambre de amor y de esperanza. En el pan y el vino Dios da al
hombre no sólo el alimento que lo nutre, sino también el sacramento que lo renueva,
para que nunca le falte este apoyo del cuerpo y el espíritu. La oración que dirigimos al
Padre celestial: ‘Danos hoy nuestro Pan de cada día’, de hecho, encuentra respuesta
completa en la Palabra Divina y en la Eucaristía. También a nosotros hoy como a la
gente que pedía a Jesús: “Señor, danos siempre de este pan, y Él responde: “Yo soy el
pan de vida, el que venga a mí no tendrá hambre y el que crea en mí no tendrá
sed”“(Juan 6, 34-35).

Alimentarse de Cristo en el santo altar es reconocer que “su Carne inmolada por
nosotros es alimento que nos fortalece”, experimentando la verdad de su promesa:
“Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso”
(Mateo, 11,28). La fuerza del pan y del vino consagrado invita, por lo tanto, a volver con
perseverancia a comer y beber en el convite eucarístico, para recuperar la energía de
progresar en el camino hacia la comunión definitiva con Dios.

La fe alimentada por el “pan de vida” y por el “cáliz de la salvación” no se cansa de


repetir que Jesús es la verdadera respuesta que pone fin a nuestra búsqueda, es el sentido
de la vida y de su futuro: “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo
le resucitaré el último día. El que come este pan vivirá para siempre”(Juan, 6, 54-58).
Sobre todo, en los momentos en los cuales el sufrimiento exige una respuesta de amor,
debemos fijarnos que, las palabras de Cristo: “Tomad y Comed”, se dirigen propiamente
a él. El Pan Eucarístico es la fuerza de los débiles, el apoyo de los enfermos, el bálsamo
que sana las heridas, el viático del que deja este mundo. Es el vigor de los fieles que
trabajan, en ambientes y circunstancias en las cuales es la única posibilidad de
proclamación del Evangelio dando testimonio de Jesucristo, “Camino, Verdad y
Vida”(Jn 14,6). “Comer el pan de vida” tiene como fin hacer visible aquello por lo cual
verdaderamente vale la pena vivir”.

2. El Domingo, día del Señor

El Domingo, un día de crecimiento humano y espiritual

El Papa Juan Pablo II, escribió la carta apostólica “Dies Domini” (El día del Señor),
donde nos explica la importancia que tiene el Domingo para la vida de las personas, las
ideas centrales de este documento son:

El fin de semana es un tiempo de reposo, pero nos pide que no confundamos el


Domingo, que debe ser una “verdadera santificación del día del Señor”, con el mero
descanso o diversión.

Ante la diversidad de situaciones socioeconómicas y culturales, «parece más necesario


que nunca, recuperar las motivaciones doctrinales profundas, que son la base del
precepto eclesial, para que todos los fieles vean muy claro el valor irrenunciable del
domingo en la vida cristiana» (n. 6).

«Este es un día que constituye el centro mismo de la vida cristiana. Si desde el principio
de mi pontificado no me he cansado de repetir: "¡No temáis! ¡Abrid, más todavía, abrid
de par en par las puertas a Cristo!", en esta misma línea quisiera hoy invitar a todos con
fuerza a descubrir de nuevo el domingo: ¡No tengáis miedo de dar vuestro tiempo a
Cristo!” ». (n. 7).

Cuenta el Papa el relato del Génesis, donde se dice que Dios descansó el séptimo día.

El capítulo III -Dies Ecclesiae, el día de la Iglesia- se dedica a la celebración eucarística,


centro del domingo. «Entre las numerosas actividades que desarrolla una parroquia,
ninguna es tan vital o formativa para la comunidad como la celebración dominical del
día del Señor y de su Eucaristía». (n. 35).

«No se ha de olvidar, por lo demás, que la proclamación litúrgica de la Palabra de Dios,


sobre todo en el contexto de la asamblea eucarística, no es tanto un momento de
meditación y de catequesis, sino que es el diálogo de Dios con su pueblo, en el cual son
proclamadas las maravillas de la salvación y propuestas siempre de nuevo las exigencias
de la alianza. El Pueblo de Dios, por su parte, se siente llamado a responder a este
diálogo de amor con la acción de gracias y la alabanza, pero verificando al mismo
tiempo su fidelidad en el esfuerzo de una continua "conversión"». (n. 41).

El aspecto comunitario «se manifiesta especialmente en el carácter de banquete pascual


propio de la Eucaristía. (...) Por eso la Iglesia recomienda a los fieles comulgar cuando
participan en la Eucaristía, con la condición de que estén en las debidas disposiciones y,
si fueran conscientes de pecados graves, que hayan recibido el perdón de Dios mediante
el Sacramento de la reconciliación, según el espíritu de lo que San Pablo recordaba a la
comunidad de Corinto. (...) Es importante, además, que se tenga conciencia clara de la
íntima vinculación entre la comunión con Cristo y la comunión con los hermanos. La
asamblea eucarística dominical es un acontecimiento de fraternidad» (n. 44).

3. El precepto dominical
«Hoy, como en los tiempos heroicos del principio, en tantas regiones del mundo se
presentan situaciones difíciles para muchos que desean vivir con coherencia la propia fe.
El ambiente, es a veces declaradamente hostil y, otras veces - y más a menudo -,
indiferente y reacio al mensaje evangélico. El creyente, si no quiere verse avasallado por
este ambiente, ha de poder contar con el apoyo de la comunidad cristiana. Por eso es
necesario que se convenza de la importancia decisiva que, para su vida de fe, tiene
reunirse el domingo con los otros hermanos para celebrar la Pascua del Señor con el
sacramento de la Nueva Alianza». (n. 48).

«Los Pastores tienen el correspondiente deber de ofrecer a todos la posibilidad efectiva


de cumplir el precepto». (n. 49). De ahí, explica el Papa, que la Iglesia facilite la
participación en la Misa dominical desde el sábado por la tarde.

El capítulo IV, llamado “el día del hombre”, subraya que el domingo es el día de alegría,
descanso y solidaridad:

«Además, dado que el descanso mismo, para que no sea algo vacío o motivo de
aburrimiento, debe comportar enriquecimiento espiritual, mayor libertad, posibilidad de
contemplación y de comunión fraterna, los fieles han de elegir, entre los medios de la
cultura y las diversiones que la sociedad ofrece, los que estén más de acuerdo con una
vida conforme a los preceptos del Evangelio». (n. 68).

«El domingo debe ofrecer también a los fieles la ocasión de dedicarse a las actividades
de misericordia, de caridad y de apostolado». (n. 69). «De hecho, desde los tiempos
apostólicos, la reunión dominical fue para los cristianos un momento para compartir
fraternalmente con los más pobres» (n. 70). El cristiano ha de reconocer «que no se
puede ser feliz "solo"», y buscar «a las personas que necesitan su solidaridad». (n. 72).

Un último capítulo, donde el Papa habla del domingo como el día de los días: ese
domingo brota de la Resurrección y atraviesa el tiempo como una flecha que penetra los
siglos, orientándolos hacia la segunda venida de Cristo.

El documento concluye con una exhortación a vivir en plenitud el domingo:


«Considerando globalmente sus significados y sus implicaciones, es como una síntesis
de la vida cristiana y una condición para vivirla bien. Se comprende, pues, por qué la
observancia del día del Señor signifique tanto para la Iglesia y sea una verdadera y
precisa obligación dentro de la disciplina eclesial. Sin embargo, esta observancia, antes
que un precepto, debe sentirse como una exigencia inscrita profundamente en la
existencia cristiana». (n. 81).

4. El Sagrario

Jesús te espera hace 2000 años en la Eucaristía.

Un autor de nuestros tiempos nos ayuda con este razonamiento:

“Si para liberarte, hubieran encarcelado a un íntimo amigo tuyo, ¿no procurarías ir a
visitarle, a charlar un rato con él, a llevarle obsequios, calor de amistad, consuelo?...
Y, ¿si esa charla con el encarcelado fuese para salvarte a ti de un mal y procurarte un
bien..., lo abandonarías? Y si ¿en vez de un amigo, se tratase de tu mismo padre o de tu
hermano?” ¡Entonces!
(Beato Josemaría Escrivá de Balaguer, Surco n.685)

Jesús se “ha metido en esa cárcel de amor”, para estar disponible y poder estar accesible
para cuando lo necesitáramos: ve a charlar con Él, tú saldrás ganando: Cuánto ha hecho
Jesús por ti, por nosotros, ¡ya no puede hacer más!, nos invita pero respeta nuestra
libertad.

¡Si fuéramos más consientes los cristianos, de la presencia de Cristo vivo en la


Eucaristía, las iglesias estarían llenas todos los días a todas horas! El mundo estaría lleno
de amor, habría paz y justicia!

¿No está el mundo tan revuelto porque nos hemos alejado de la persona que lo puede
arreglar?

Encontrémonos con Cristo vivo en la Eucaristía, ven y lo verás

V. COSTUMBRES EUCARÍSTICAS

A lo largo de estos 2000 años, han ido surgiendo algunas costumbres Eucarísticas, para
honrar a nuestro Salvador, a Jesús que se quiso quedar cerca de nosotros, y... amor con
amor se paga. La historia es la siguiente...

1. LA HISTORIA DEL CULTO A LA EUCARISTÍA

De este culto, tal como se desarrolló en otros países, con una amplitud cada vez más
grande, no encontramos ninguna traza antes de los primeros años del siglo XII, pero si
un fundamento de fe tan antiguo como la Iglesia Cristiana. La permanencia de la
realidad del Cuerpo y de la Sangre del Señor en el misterio de la cena, ninguna
comunidad eclesiástica antes del siglo XVI interpretó las palabras de Jesús: “tomen y
coman, esto es mi cuerpo” y “tomen y beban, esto es mi sangre” como limitando esta
presencia al acto en el cual son consumidos el pan y el vino. Lo que aparece en la Edad
Media y no se manifestó en Oriente es un conjunto de prácticas, de nuevas prácticas,
arraigadas en esta antigua creencia.

EL SAGRARIO

La Santa Reserva, era guardada en un anexo del santuario llamándola con diferentes
nombres (sagrario, etc.), generalmente se guardaba bajo la responsabilidad de los
diáconos y permanecía fuera de la vista de los fieles. La iglesia, que no fue al principio
mas que un local donde se reunían para la liturgia, se volvió también una casa de oración
cuando los cristianos venían a otras horas del día para orar y hablar con Dios. Cuando
los monjes penetraban, en el oratorio de su comunidad a orar, no había sagrario hacia
dónde dirigirse, hacia donde mirar, sólo veían hacia el altar, la mesa del sacrificio que,
para ellos, representaba simbólicamente la presencia del Señor.

EL CULTO EUCARÍSTICO EN OCCIDENTE

Estas expresiones son significativas; la oración es dirigida a Cristo, mientras que, en la


celebración de la misa, al menos en su parte central y esencial es hacia el Padre al que se
dirigen las alabanzas y las súplicas, por la mediación del Hijo. Al lado de este gran
movimiento del al Padre por el Hijo, la espiritualidad evangélica había hecho nacer en el
corazón de los cristianos un deseo de dialogar con el Señor Jesús, una búsqueda de
intimidad más profunda con Él, una búsqueda de la humanidad del Salvador en su
proximidad con nosotros.

LA RESERVA EUCARÍSTICA

Surgió un nuevo interés por guardar la Reserva Eucarística, la gente ya no se


conformaba con guardarla en la sacristía, en una caja en la cual se reservaba para los
enfermos; o de una misa a otra. En ciertos lugares, y a partir del siglo IX, se prefirió
depositarla sobre el altar, lo que entonces hizo que la gente se preocupara más por la
presentación de este cofre y se inspiraron entonces, en otras piezas del mobiliario
litúrgico más antiguas, como por ejemplo, los “tours” o torres en las cuales, en el
antiguo rito galo, se llevaban las Hostias al principio de la liturgia eucarística. Estos
dispositivos tenían la ventaja de que poseían una cerradura, lo que evitaba que hubiera
profanaciones.
(Cfr. L’ Èglise en Priere, Tomo II pp 262- 284, por R. Cabié)

2. LAS FORMAS DE DEVOCIÓN EUCARÍSTICA

En palabras del Papa Juan Pablo II: “La adoración a Cristo en este sacramento de amor
debe encontrar expresión en diversas formas de devoción eucarística: plegarias
personales ante el Santísimo, horas de adoración, exposiciones breves, prolongadas,
anuales (las cuarenta horas), bendiciones eucarísticas, procesiones eucarísticas,
Congresos eucarísticos (...) La animación y robustecimiento del culto eucarístico son
una prueba de esa auténtica renovación que el Concilio se ha propuesto y de la que es
punto central (...). Jesús nos espera en este Sacramento de Amor. No escatimemos
tiempo para ir a encontrarlo en la adoración, en la contemplación llena de fe y abierta a
reparar las graves faltas y delitos del mundo. No cese nunca nuestra adoración.” (Carta
Dominicae Cenae, sobre el misterio y el culto de la Eucaristía, 24-III-1980, n.3).

3. LA EXPOSICIÓN DEL SANTÍSIMO SACRAMENTO

El deseo de ver la Hostia, dio lugar, en la Edad Media, a la elevación después de la


consagración del pan y del vino, este uso se desarrolló como lo hemos notado en la
iglesia de Contrarreforma. Es de esta costumbre que habla primero el ritual del Papa
Paulo VI: el Santísimo Sacramento retirado del sagrario, es presentado a los fieles en el
copón o cáliz, donde se conserva habitualmente de tal forma que el pan consagrado
pueda ser visto.

No se debe celebrar el Santo Sacrificio en la misma nave o parte de la iglesia mientras


dura la exposición. En estos momentos esta en su forma solemne. Se comienza con los
Santos Misterios, donde es consagrado el pan que se propone a la adoración el cual, está
situado en el copón o la custodia después de la comunión. Dura tanto tiempo como hay
fieles que vengan a recogerse en la Iglesia y comprende oraciones, cantos, lecturas y
tiempos de silencio prolongados. Se concluye con la bendición dada con el Santísimo
Sacramento, siempre precedida de un himno o un canto apropiado y de una oración,
después de esto el pan consagrado se regresa al Sagrario. Se llama la hora Santa, y suele
ser los jueves, día que se dedica a la Eucaristía.

Existen fórmulas más breves, lo importante es que eso dé lugar a un momento de


oración, no es permitido sacar la eucaristía únicamente para dar la bendición.

4. LAS PROCESIONES EUCARÍSTICAS

Ya en la Edad Media, las procesiones eran muy populares: se llevaban en ellas reliquias
de santos, en una procesión se trasladan para solemnizar su fiesta, así como imágenes de
la cruz o de otros símbolos religiosos. Todo eso se hacía con solemnidad, se llamaba a
los fieles para acompañar al cortejo, y los que no podían ir eran llamados por medio de
una campanita para así recogerse al paso del cortejo que iba hasta la iglesia o a la casa
de un enfermo. Por otra parte, el jueves santo, se acostumbraba dar cierta importancia al
rito en el que se llevaba a la Eucaristía, desde el altar al lugar donde se conservaba para
su adoración y comunión del día siguiente. Al final del siglo XI, este acto litúrgico tenía
ya connotaciones festivas.

Se pueden ver en las primeras procesiones del Santísimo Sacramento, modelos de un


lazo orgánico que se subraya entre la misa que se viene de ofrecer y la comunión que
justifica la existencia.

La institución de la fiesta del Corpus Christi va a dar lugar a una manifestación de


carácter nuevo.

El Papa Urbano V instituye esta solemnidad en toda la iglesia. Esta innovación se


extiende bastante rápido en las ciudades primero, en los pueblos y en el campo después.
Quizá es en esta ocasión, que se empezaron a utilizar relicarios para transportar y
distribuir a los fieles las Santas Especies. El éxito de estas procesiones llegó a extender
esto a otras circunstancias en ciertas regiones de Alemania, y, es a partir del siglo XIV,
una manera de solemnizar las grandes fiestas del año. Según el nuevo ritual, se presenta
una ocasión especial para el pueblo cristiano de, a través de las calles de las ciudades y
de los pueblos, dar un testimonio público de fe y de piedad referente a la Eucaristía. Por
otra parte “es importante que la procesión con el Santísimo Sacramento se haga después
de la misa donde se consagra el pan que se llevará en la procesión” o por lo menos
“después de una adoración pública y prolongada que siga a continuación de la misa”. Es
también aconsejable, como para toda procesión que ésta se dirija de un lugar a otro y es
únicamente en circunstancias particulares que se regresa a la iglesia de donde se parte.
El rito se concluye con una bendición con la Eucaristía.

5. LOS CONGRESOS EUCARÍSTICOS

“El congreso es por tanto un acto de fe en la soberanía del amor de Cristo que se irradia
de la presencia eucarística; es un ratificar el culto eucarístico en toda su plenitud y
complementariedad. Sabemos que el sacrificio de la misa tiene el primer lugar en la
liturgia, lo afirman todos los documentos del magisterio, hasta los mas recientes. Pero
del mismo modo queremos recordar a todos nuestros hermanos e hijos que, ante ciertas
nuevas improvisadas cuestiones teóricas y prácticas, todas las formas del culto
eucarístico mantienen inalterada su validez, su insustituible función, su valor pedagógico
y formativo, escuela de fe, de oración y de santidad..., reavivando el culto a la presencia
real de Cristo, puedan reavivar la generosidad, el esfuerzo, el heroísmo de descubrir a
Cristo en el rostro y en el sufrimiento de los pobres, de los necesitados, de los
inmigrados, de los enfermos, de los moribundos, y servirle con amor en ellos, sostenidos
por la fuerza que sólo da el hábito prolongado de familiaridad y de oración con Él”.
(Pablo VI).

En efecto, todos los CONGRESOS EUCARÍSTICOS INTERNACIONALES realizados


después del Concilio Vaticano II (Bombay, Melbourne, Filadelfia, Lourdes, Nairobi y
Seúl) han sido una ocasión muy significativa, para renovar y reforzar, a través de
encuentros de oración y estudio, de colaboraciones y acciones comunes, de testimonio
de vida cristiana, ese espíritu de búsqueda de la unidad perfecta en el único cuerpo de
Cristo que es la Iglesia. Lo mismo que los comienzos, también hoy los Papas ven en los
Congresos Eucarísticos acontecimientos eclesiales que deberían interesar a todos, y
comprometer a todos aquellos quienes forman parte del pueblo de Dios: “individuos,
Iglesias locales, Iglesia universal y esto lo mas ampliamente posible” (S 12), “son una
ocasión providencial para hacer crecer el sentido de la Eucaristía entre los sacerdotes,
los religiosos y los fieles, mas allá del círculo restringido de los que podrán participar en
el lugar o mediante la radio y la televisión. Es decir, se trata de hacer comprender mejor
el lugar central de la Eucaristía en la Iglesia”.

6. ACOMPAÑAR A JESÚS EN EL SAGRARIO

En algunas épocas se hacían turnos entre distintas personas o familias, para que,
mientras la iglesia permaneciera abierta, siempre estuviera Jesús acompañado.
Funcionando lo que se llamó la Vela perpetua. Hoy, en cada parroquia puede una
persona coordinar, para que cada día del mes, se establezcan los turnos por familias,
para que estén 30 minutos o una hora al mes. Y así tener nuestro Encuentro con Cristo
Vivo.

También podrías entrar en el Templo cuando pases cerca: estas unos segundos, quizá
hacer una Comunión espiritual: “yo quisiera Señor recibirte con aquella pureza,
humildad y devoción, con que te recibió tu Santísima Madre, con el espíritu y fervor de
los santos”

Se cuenta un episodio que conmovió al beato Josemaría Escrivá cuando era Rector del
Patronato de Santa Isabel, de Madrid, por los años 30. Cada mañana, oía un ruido
metálico junto a la puerta de la iglesia: era un vendedor de leche, que no dejaba pasar
ningún día sin saludar al Señor –quizá un poco rudamente- para decirle: “Jesús, aquí está
Juan el lechero”. Al relatar esta anécdota, el Beato Josemaría comentaba: “¡Bonita
manera de hacer oración! ¡Preciosa manera de hacer oración! Me quedé todo el día
repitiéndolo como jaculatoria: Señor, aquí está este desgraciado, que no te sabe amar
como Juan el lechero.”

7. EL JUBILEO DE LAS 40 HORAS

Por parroquia una vez al año, se deja expuesto el Santísimo por 40 horas, en las cuales
se le acompaña como se describió en la exposición con el Santísimo. Se hacen turnos
para que durante el año, siempre haya una parroquia con dicho Jubileo.

8. LA ADORACIÓN NOCTURNA

Es una institución, formada principalmente por varones, en donde pasan una noche al
mes, por turnos de 1 hora acompañando a Jesús expuesto sobre el altar. Fue fundada, en
México el 28 de enero e inaugurada el 4 de febrero de 1900, como Cofradía. Se
encuentra en el Templo de san Felipe de Jesús en la Ciudad de México. Ahora está
cumpliendo su primer centenario.

Esa noche se adora a Jesús en el Sacramento de la Eucaristía, y se ofrecen las


incomodidades que representa estar ahí, para pedir por todos los hombres, por los
pecados nacionales y por los de todo el mundo; se pide por los pecadores y por los
propios pecados.

9. FOMENTAR LA COMUNIÓN DIGNA Y FRECUENTE

“La Iglesia obliga a todos los fieles a participar los Domingos y días de fiesta de la
divina Liturgia, y a recibir al menos una vez al año la Eucaristía, si es posible en tiempo
pascual, preparados por el Sacramento de la Reconciliación. Pero la Iglesia recomienda
a los fieles a recibir la santa Eucaristía los Domingos y los días de fiesta, o con más
frecuencia aún, incluso todos los días” (Catecismo de la Iglesia Católica, n.1389)

10. URBANIDAD EN LA PIEDAD

Si Dios está en nuestros Templos, debemos ser coherentes.

Nuestra existencia, cuanto somos y poseemos, todo lo recibimos de Dios: Él nos ha


creado, y nos cuida constantemente con su providencia. Por eso, si procuramos con
nuestros semejantes ser delicados y actuar con corrección, ¡cuánto más ante Dios!

Sabemos que Dios es nuestro único Señor, ante quien nos unen lazos y obligaciones que
debemos conocer y vivir. La virtud moral de la religión nos dispone a rendir a Dios ese
culto que le debemos como supremo principio de todas las cosas. Y dada la naturaleza
del hombre, que se compone de cuerpo y alma, la expresión de nuestro amor a Dios
tiene que ser interior y exterior.
Lo importante es la actitud interior y cuándo falta, el Señor nos lo recuerda como lo hizo
en el Evangelio: Este pueblo me honra con los labios pero su corazón está lejos de mí.
(Mt 15, 7-8). Los actos internos del alma se dan de modo excelente cuando tratamos al
Señor en la Eucaristía mostrándole reverencia, dándole gracias, presentándole nuestras
necesidades o pidiéndole perdón; cuando queremos lo que Dios quiere y cumplimos los
mandamientos; cuando hacemos actos de fe, esperanza y caridad.

Nuestra relación personal con Dios tiene también manifestaciones externas de


adoración, no sólo privadas sino prevalentemente públicas y sensibles. Recuerda la
alabanza de Jesús a aquella mujer que le demostró exteriormente su amor: (...) se acercó
a él una mujer que llevaba un frasco de alabastro lleno de un perfume de gran valor y lo
derramó sobre su cabeza (...). Al ver esto los discípulos se disgustaron y dijeron: ¿A qué
viene tanto despilfarro?... Pero Jesús, conociéndolo, les dijo: ¿Por qué molestáis a esa
mujer? Ha hecho una buena obra conmigo (Mt 26, 6-10). Además los hombres
necesitamos que hasta lo más grande y noble nos entre por los sentidos.

Vamos a detenernos ahora en alguna de estas manifestaciones externas de nuestro amor


a Dios, de nuestra urbanidad en la piedad, en los Templos.

A partir del edicto de Constantino (año 313), que concedía la libertad a la Iglesia, los
fieles pusieron lo mejor de su ingenio y de su hacienda para construir templos (iglesias,
santuarios, oratorios, capillas o ermitas) en los que la liturgia pudiera desarrollarse con
el máximo decoro. Estos templos son el lugar principal para los actos de culto y para la
oración personal, y debemos frecuentarlos, demostrando veneración y respeto.

¿Recuerdas ese pasaje del Evangelio que nos presenta a Jesucristo indignado con los
vendedores que profanaban la casa de su Padre? (Cfr Mt 21, 12-13). En este pasaje,
Jesús nos enseña que debemos respetar el templo, ya que allí están nuestros más grandes
amores: Dios, Jesucristo realmente presente en el Sagrario, la imagen de Santa María y
de los Santos, y nuestros amigos los Ángeles.

He aquí algunas manifestaciones de respeto en el templo:

· Al entrar, despacio y guardando silencio, hacemos la señal de la Cruz sin precipitación.

· Cuando está reservada la Eucaristía en el Sagrario hay siempre una lamparilla


encendida: es la señal de que Jesucristo está realmente presente. Al descubrir, por la
lamparilla, el lugar más importante del templo - el Sagrario -, hacemos frente a él una
genuflexión con dignidad y bien hecha, doblando sin prisas la rodilla derecha hasta el
suelo, como prueba de respeto y adoración. Podemos aprovechar ese momento para
hacer internamente un acto de fe y de amor: te adoro con devoción, Dios escondido, te
amo, Jesús...

· Al pasar por delante del Altar, de un crucifijo o de una imagen de la Virgen se hace
una reverente inclinación de cabeza para mostrar nuestro respeto y veneración.

· Es bueno, que en alguna ocasión durante el día, entremos a saludar brevemente al


Señor en el Sagrario de nuestra parroquia. Podemos rezar la estación al Santísimo, hacer
una comunión espiritual o una simple genuflexión.

· Guardar especialmente el silencio, no correr por su interior, cuidar las posturas (sin
poner los pies en los reclinatorios, sin cruzar las piernas, mirando hacia delante, etc.), y
cuidar nuestra presencia exterior vistiendo bien: no entrar vestidos de deporte, con
pantalón corto, y las mujeres procurar vestir con decoro.

11. CUIDADO DE LA LITURGIA

Al campo de la Liturgia pertenecen todas las manifestaciones externas del culto que la
Iglesia Católica tributa a Dios. Nosotros debemos venerarla y respetarla viviéndola
fielmente.

La presencia real de Jesucristo en el Altar y en el Sagrario, es el motivo principal por el


que, se cuida tanto todo lo que tiene relación con Él: el templo, los ornamento, libros y
vasos sagrados, lienzos, retablo..., estos han de ser siempre de buena calidad.

De igual forma que las personas que se quieren se regalan lo mejor, a Dios que se le ama
aún más procuremos darle –dentro de nuestras posibilidades- lo mejor que tenemos. Los
cristianos desde hace siglos han dado claro ejemplo de esto, dejándonos estupendas
catedrales, ricos ornamentos, artístico vasos sagrados..., todo por amor a Dios... El canto
sagrado es también otra manifestación de devoción.

12. PARTICIPACIÓN ACTIVA EN LA SANTA MISA

El Sacrificio de la Santa Misa es la cima de la vida litúrgica y sacramental de la Iglesia.


En ella asistimos al mismo Sacrificio de la Cruz, centro y fuente de gracia, de valor
infinito.

Sabiendo que participar en la Santa Misa es lo más grande que podemos hacer en la
tierra, debemos prepararnos muy bien, asistir con piadosa atención y agradecer al Señor
esa muestra de amor hacia nosotros. Por eso, ante este Santo Sacrificio hemos de
esforzarnos para:

- Llegar puntuales, qué mejor unos minutos antes de la hora ya que es un detalle de
delicadeza para con Dios el no llegar al templo cuando el sacerdote ha comenzado la
Misa.

- Escuchar con atención las lecturas y la homilía.

- Estar recogidos y atentos, evitando hablar con el acompañante o mirar hacia atrás, etc.;
aunque la celebración se alargue un poco, hay que esforzarse por vivirla bien. Y pensar
que la participación en la Misa es más importante que otras actividades a las que
dedicamos mucho tiempo. Participar en la Misa, con la disposición espiritual de
identificarnos con los sentimientos e intenciones del Señor. Comulgar bien; rezar en voz
alta, cantar con el resto de los fieles, etc.

- Adoptar una actitud interior y exterior adecuada en cada momento, para esto debemos
conocer muy bien el sentido de las distintas partes de la misa; las contestaciones (son
más fáciles si se utilizan las hojitas dominicales o un devocionario) y sobre todo hay
cuidar nuestras posturas.

- En el cuadro siguiente se indican las partes de la Misa y las posturas que debemos
adoptar en cada una de ellas:

PARTES DE LA MISA

Ritos iniciales: Comprenden desde que el sacerdote se dirige al altar, hasta la oración
colecta.

Primera Parte:
Liturgia de la Palabra

1. Lecturas de la Sagrada Escritura


2. Salmo Responsorial, se reza o canta entre lectura y lectura.
3. Lectura del Evangelio.
4. Homilía5. Profesión de fe o Credo
6. Oración de los fieles

Segunda Parte:
Liturgia Eucarística: es la parte principal de la Misa.

1. Preparación de los dones, el sacerdote ofrece a Dios el pan y el vino; nosotros


podemos ofrecer nuestras cosas interiormente. (Enviar la carta)
2. Lavatorio de las manos, significando la pureza con que debe celebrar la Misa.
3. Prefacio, canto de alabanza y acción de gracias.
4. Plegaria Eucarística, cuyo centro es la Consagración en la que Jesucristo se hace
realmente presente sobre el altar, renovando el sacrificio de su Pasión y Muerte.
5. Rito de la Comunión, rezo del Padrenuestro y otras oraciones; Comunión.

Rito de conclusión: con el saludo y bendición final se acaba la Misa. Si se ha comulgado


conviene detenerse unos minutos para dar gracias al Señor.

V. EL ENCUENTRO CON CRISTO VIVO EN EL PRÓJIMO

En cada persona que está a nuestro lado, está el otro rostro de Dios, y sobretodo en los
necesitados

Así como Cristo pasó por la tierra haciendo el bien, dando gran amor a los enfermos, los
niños, los leprosos, endemoniados... Así, si nos dejamos transformar por ese trato con
Jesús en la Eucaristía, nosotros también podemos pasar por la tierra haciendo el bien,
siendo Cristo que pasa entre las personas que nos rodean.

Tenemos que cuidar dos extremos: uno que podríamos llamar pietismo, “beatos(as)”,
que parece que rezan van a la iglesia, etc., pero son personas despreocupadas por las
necesidades de los demás, incluso sus parientes, que critican y discriminan a ciertas
personas, etc., que no cumplen bien con sus obligaciones en el trabajo, en la casa,...

Otro extremo es la llamada filantropía, personas que ayudan por misericordia o


compasión, pero sin ver a Cristo en ese prójimo necesitado. Una persona que trata
verdaderamente a Jesús, hace el bien, fruto de esa vida de Cristo en su alma.

Cuando seamos almas de Eucaristía, podremos darnos a los demás, como lo hiciera la
tan querida y admirada, Madre Teresa de Calcuta... o esas madres de familia que son
fieles, que sirven día tras día, con una sonrisa sin esperar nada a cambio o como la de
aquella señora que le comentaba a su director espiritual: mi marido hace 10 años que no
me habla, ni buenos días, ni nada. Ella le servía las comidas, atendía a toda la familia...
Y ¡lo hacía por amor a Dios y por amor a sus hijos! Lo llevaba bastante bien, sin
victimismos, porque iba todos los días a comulgar. Muchos podrían calificarla de tonta y
dejada... Otros de mujer que sabe superar las dificultades por amor, que se esfuerza por
cumplir aquella promesa hecha frente al altar, de ser fiel en lo próspero y en lo adverso...
a esto, se le llama santidad. Y se puede lograr si tenemos como apoyo la Eucaristía.

1. MODOS DE AMAR AL PRÓJIMO

a) A los de mi familia

Prójimo, quiere decir próximo. Y los más próximos son los que forman nuestra familia:
no podemos ser farol de la calle y oscuridad de nuestra casa. Aquí empieza la caridad y
el amor al prójimo: darme a mis seres queridos, darles de mi tiempo, darles la vida –
cuantos niños no vienen por comodidad de los padres, otros quizá no vengan por
verdadera necesidad -, acercarlos a Dios, etc. Transcribimos la oración de un niño de
nuestros tiempos:

“Señor transfórmame en un televisor, para que mis padres me cuiden como cuidan al
televisor. Para que mamá me mire con el mismo interés con el que mira la novela, y
papá se interese por mí como por el partido de fútbol. Señor, déjame ser televisor
aunque sea por un día”

Otra manera de amar a los de mi familia, es la de exigirles. Pero no para que cumplan
mis caprichos, sino para prepararlos hacia un mejor futuro, empezando por los padres,
con pequeños detalles de orden, de espíritu de servicio, y sin que predomine la ley del
gusto o del capricho.

Pensar también en las personas mayores, o los que están solos o enfermos: ir, no tanto a
cumplir, sino llevar compañía, cariño, interés.

b) A los demás

Compartir de lo mucho o de lo poco que Dios nos ha dado.


Salvar vidas, orientando a personas que pretendan asesinar a los hijos concebidos no
nacidos.; o adoptando espiritualmente a un niño con la siguiente oración:

“Jesús, María y José, yo los amo mucho. Les ruego que salven la vida de un niño por
nacer que he adoptado espiritualmente y que se encuentra en peligro de morir por el
aborto”

Revisar el sueldo y el trato que dispensamos a los que trabajan con nosotros. ¿No podrá
ser más generoso?, aunque yo me privara de algo, quizá no muy necesario. El Papa nos
anima en el documento “La Iglesia en América” que nos vino a entregar en su reciente
visita a México, a conocer la Doctrina Social de la Iglesia

Otra manera de ayudar a los demás, y muy propia de un congreso Eucarístico es


fomentar las vocaciones sacerdotales entre los de la familia. Rezar y hacer rezar para
que haya muchas vocaciones. Y para que haya padres generosos, que no sólo se
opongan, sino que fomenten estas vocaciones.

2. OBRAS DE MISERICORDIA

Finalmente podríamos decir que bastará vivir con generosidad las obras de misericordia
espirituales y materiales:

Espirituales:

1. Enseñar al que no sabe.


2. Dar buen consejo al que lo necesita.
3. Corregir al que se equivoca.
4. Perdonar las injurias.
5. Consolar al triste.
6. Sufrir con paciencia los defectos de nuestros prójimos.
7. Rogar a Dios por los vivos y por los difuntos.

Corporales:

1. Visitar a los enfermos.


2. Dar de comer al hambriento.
3. Dar de beber al sediento.
4. Dar posada al peregrino.
5. Vestir al desnudo.
6. Socorrer a presos.
7. Enterrar a los muertos.

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