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El Espíritu Santo da el don de comprender.
En la Iglesia hay sólo hermanos y hermanas de Jesucristo libres.
Al soplo, al don del Espíritu Santo, el Señor une el poder de perdonar.
¿No son la humildad y la bondad de Jesús la verdadera epifanía de Dios?
Las raíces de nuestro ser y de nuestro obrar están en el silencio sabio y providente de Dios.
El Espíritu Santo es el Amor.
En el Pentecostés del Nuevo Testamento volvemos a encontrar los
elementos del viento y del fuego, pero sin las resonancias de miedo.
A partir del acontecimiento de Pentecostés se manifiesta plenamente esta
unión entre el Espíritu de Cristo y su Cuerpo místico, es decir, la Iglesia.
En esta fiesta del Espíritu y de la Iglesia queremos dar gracias a Dios
por haber concedido a su pueblo, elegido y formado en medio de todos
los pueblos, el bien inestimable de la paz, de su paz.
Por consiguiente, la concordia de los discípulos es la condición para
que venga el Espíritu Santo; y la concordia presupone la oración.
La otra imagen del Espíritu Santo que encontramos en los Hechos de los
Apóstoles es el fuego.
¡Ven, Espíritu Santo!
porque su unidad es de otro tipo y aspira a cruzar todas las fronteras humanas.
Siempre y en todo lugar la Iglesia debe ser verdaderamente católica y
universal, la casa de todos en la que cada uno puede encontrar su lugar.
Queridos hermanos y hermanas, siempre necesitamos que el Señor Jesús
nos diga lo que repetía a menudo a sus amigos: «No tengáis miedo».
Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que va a venir sobre vosotros
el Espíritu Santo, hace que nos comprendamos aun en la diversidad
de las lenguas, a través de la fe, la esperanza y el amor.
Todos los sacramentos, cada uno a su manera, comunican al hombre
la vida divina, gracias al Espíritu Santo que actúa en ellos.
Pero, a su vez, en los planes de Dios, el Espíritu se sirve
habitualmente de las mediaciones humanas para actuar en la historia.
Los Hechos de los Apóstoles presentan Pentecostés como cumplimiento de
esa promesa y, por tanto, como coronamiento de toda la misión de Jesús.
«Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos
en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra» (Hch 1,8)
El Espíritu Santo es el alma de la Iglesia. Sin él, ¿a qué se reduciría?
Por lo tanto, no hay Iglesia sin Pentecostés. Y quiero añadir: no hay
Pentecostés sin la Virgen María.
Como Luz inteligible da significado a la oración, da vigor a la misión
evangelizadora, hace arder los corazones de quien escucha el alegre
mensaje, inspira el arte cristiano y la melodía litúrgica.
Encuentro con los movimientos y nuevas comunidades eclesiales
Ahora, en esta Vigilia de Pentecostés, nos preguntamos: ¿Quién o
qué es el Espíritu Santo? ¿Cómo podemos reconocerlo? ¿Cómo
vamos nosotros a él y él viene a nosotros? ¿Qué es lo que hace?
Queridos amigos, nosotros queremos ser esos hijos de Dios que la creación
espera, y podemos serlo, porque en el bautismo el Señor nos ha hecho tales.
Pero el Espíritu Creador viene en nuestra ayuda. Ha entrado en la
historia y así nos habla de un modo nuevo.
A través de Jesús, por decirlo así, penetra nuestra mirada en la intimidad de Dios.
Todos anhelamos vida y libertad. Pero ¿qué es esto?, ¿dónde y cómo encontramos
la "vida"?
Cuanto más da uno su vida por los demás, por el bien mismo, tanto más
abundantemente fluye el río de la vida.
La sagrada Escritura, por el contrario, une el concepto de libertad con el de filiación.
Los Movimientos eclesiales quieren y deben ser escuelas de libertad, de
esta libertad verdadera.
Y también es precisamente aquí donde la multiformidad y la unidad
son inseparables entre sí.
Queridos amigos, os pido que seáis, aún más, mucho más, colaboradores
en el ministerio apostólico universal del Papa, abriendo las puertas a Cristo.
El Espíritu Santo da a los creyentes una visión superior del mundo, de la
vida, de la historia y los hace custodios de la esperanza que no defrauda.

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