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Para Helene

Sin querer te marcarás,


hasta que al morir buscarás el sinfín.

- Luis Alberto Spinetta, En una Playa Lejana del Animus


Video 1

Creepy Fact # 0.56.756.345.235,234: creo que algún día me mataré. Me gusta anunciarlo
así, me hace sentir que de verdad lo haré. Tú nunca me creíste, se notaba en tu cara, en
tus tonos, en tu mirada especialmente. Era como si esas amenazas fueran uno más de
mis chistes desubicados, de esos que no te tomas nunca en serio y hasta se me hace que
te reirías más si lo hicieras. Algo así como las palabras de un niño a un adulto. A lo mejor
tampoco es que me haya esforzado demasiado en hacerte notar que algo de verdad
tenían mis palabras, o será que tú tampoco quisiste ver qué sucedía detrás de todo lo que
te decía. No sé. Pero, ya ves, aquí estamos. Tú viendo este video y yo muy lejos, donde
no puedas encontrarme.

Seré justa: A lo mejor algo de chiste sí hubo. No es que una planee matarse cada día y lo
diga porque sí. No, no, no. Es otra cosa. Es más como un pensamiento. Pero con
mayúscula. Que se instala un día y tú lo notas, de alguna forma lo haces, y te es obvio
pero su novedad lo hace bizarro porque tampoco sabes qué hacer con este Pensamiento,
pues a esas alturas no es más que una pequeña idea que se sienta en la parte de atrás
de tu cabeza y mira sonriente, como si fuera todo un poderoso supervillano, controlando y
esperando a su turno, dando pequeños adelantos de sí mismo para ver si alguien lo
atrapa antes de cometer su fechoría. Eufórico, parece deseoso de fallar, pero ambos
sabemos que no es eso lo que quiere, ambos sabemos que lo que él tiene es una mezcla
de picardía y aburrimiento. Sí, está aburrido y quiere anunciarse. Solo eso. En todos los
casos, muchos pudieron ser quienes lo atrapen, pero tú sabes muy bien que yo adoro
cuando triunfan los villanos y ¡Ay Dios! Perdón, pero no sé qué harás cuando veas esto,
peor cuando te lo entreguen o lo encuentres, bueno, ninguna opción mitiga a la otra. Creo
que prefiero que te lo entreguen. No deseo que sepas cómo terminé este enredo. O a lo
mejor sí, y por eso me tomé tiempo para conseguir cámara y sentarme a grabarme
monologando. Pero para ti. Porque creo que quiero que sepas. Para que no me juzgues,
ni me odies y sepas que todo cuanto hice fue egoísta y no me arrepiento de ello.

Tú solo sabes tu parte. Lógico. Nunca pudiste sonsacarme mi pasado. Escuchaste uno
que otro nombre, o te conté una que otra cosa pero desde ya te advierto que conmigo
nunca se sabe. Miento mucho, me gusta mentir. Me encanta eso de ser alguien que
nunca fui, sin siquiera tener que hacer algo para serlo. Sé que te dije que nunca te
mentiría pero perdóname, porque mentí cuando te dije eso. Soy la peor. Tú elige qué: hija,
novia, amiga, ¿niña? ¿joven?, en todo caso la peor. Quizá algún día estas palabras sean
el respiro de un corazón satisfecho pero eso es demasiado cursi como para que sea real,
por lo general los corazones no respiran, ni se sienten satisfechos. Repiten su sístole y su
diástole eternamente y a diferentes ritmos a través del tiempo hasta que un día cesan su
movimiento y cae el silencio. Solo me queda esperar que estas palabras especiales para
ti, y solo para ti, lleguen a alguna parte y hagan más bien que mal.

¿Qué harías si te dijera que no sabes nada sobre mí? Tú que te precias de conocerme
tan bien, tú que me miras a los ojos y me dices, así todo confiado y arrogante, que nadie
me conoce mejor que tú. ¿Te molestarías? ¿Me odiarías quizá? No digo que nunca te dije
la verdad. Es más, creo que puedes pavonearte de ser el único a quien le dije muchas
cosas sin mentir y que conoce más detalles de mi persona que mi propia familia. ¿Te
basta? ¿O quieres más? Como sea. Bueno, por ejemplo sabes que, secretamente, me
gusta posar para las fotos y sabes qué significa cada una de mis poses. Tú me has
escuchado roncar como marrano y me has olido cuando no me baño, también sabes qué
sonidos hago cuando tengo un orgasmo y te sabes de memoria los que hago cuando lo
finjo…

(Casi puede recordarlo. Por apenas un rato cede la tristeza y la recuerda gimiendo,
jadeando. Vivaz y sudorosa. ¿Fingía?)

…me has visto reír, llorar, ser cruel, ubicas mis expresiones cuando me siento culpable y
puedes leerme con una efectividad que solo creía que mi madre tenía. Pero si algún día
fueras a charlar con ella, o con Oli, o mis amigas acerca de mí, pues te contarían sobre
otra persona a la que tú conociste, con distintas vivencias, otros pasados y sueños
completamente diferentes a los que tú y yo compartimos. Y es, quizá, cruel que lo diga de
esta manera pero tú de mí sabes muy poco. Quítale el quizá y me tendrás diciendo la
verdad, porque ni cuando quiero decirla puedo hacerlo por completo. Por eso digo que
cualquier rato te arrepentirás y apagarás tu televisor, seguirás con tu vida y yo no seré
más que una sombra, una que no puedas conciliar con las versiones que los demás
tendrán de mí y eso ayudará a que el tiempo termine por olvidarnos. Y hasta en eso soy
egoísta. No quiero seguir sin que alguien sepa, no quiero que me olvides jamás y, hasta,
quisiera ver si la verdadera yo está a la altura de la yo de tu mente. Esa chica perfecta,
talentosa, tierna, inteligente y tantos etcéteras que yo nunca fui, ni creo podría serlo. Soy
costal de otra calaña, un desastre que lucha por ser organizado. Soy todo menos la que
existe en tu mente. Y los dos lo sabemos, querido, los dos sabemos con quién nos hemos
metido y cuánto nos mentimos. Aunque te tardes.

Pero sí, mentí. Mucho, pero no demasiado; y quiero que entiendas lo importante que fue
para mí cómo se desarrolló todo. Espero no me odies tanto porque estoy acá
preguntándome qué dirás o cómo reaccionarás. Aunque la verdad eso me ayuda a que no
me ganen las ansias de mentir y, malignamente, admito que también me priva de la parte
más rica del asunto para mí: tus reacciones, lo que pienses de todas las cosas que te
quiero contar. No sabes cuánto muero por ver tus ojos abrirse más y más, o ese vals que
haces con tus manos cuando te angustias o estás nervioso. Te conozco de memoria, sé
qué cara pones y en qué situación lo haces. Me gustan esas tus cosas, qué puedo decir.
Aparte exagero, no todo fue mentira, pero también disfruto exagerando cuando hablo,
justifica mis mentiras un poquito a mis ojos porque por lo general son ridiculeces mías, la
clase de tonterías que te dejan sin vida pero a los demás les resbala. “Los ricos también
lloran” me dijo una vez Franzy, burlándose de mí pero con intenciones amistosas y pasó a
contarme alguna inquietud suya para hacerme sentir en confianza con ese tacto de
persona hermosa y genial que tenía la muy maldita. Ok, lo siento, no tiene sentido, lo sé,
pero todo este concepto es nuevo para mí: El de decir la verdad y el de hablarle a una
cámara, por si acaso. ¡Ay no! Recién me doy cuenta que tengo mucho que decir. Que
decirte. Y solo un videíto para la maldita cámara ésta. Hace una hora que nos
despedimos y me queda la sensación de tu compañía, todavía me siento satisfecha,
eufórica, feliz, y quiero disfrutarlo, quiero el vértigo de contártelo todo sabiendo que no
tengo nada que perder, pero aun dudo porque contar historias no es fácil, peor si están
teñidas por la verdad.

Te hago un trato: yo voy por más videos, mientras te dejo pensando si quieres conocer a
la verdadera Hayley. Pon la cinta dos.
Vídeo 2

Hola. Veo que decidiste seguir. Bueno, no lo veo, pero pillas mi punto. Espero no te
arrepientas, pero te lo advierto desde ya: esto será cruel. Más porque te enterarás muy
tarde de tantas cosas…pero no importa, estoy feliz y eso es lo que cuenta. Entonces,
bueno, si estás seguro y habiendo terminado con mis aburridas introducciones...observad
con poca atención. Te entrego, para que uses de manera irresponsable, un poco de lo
que queda de mí y te dejo la advertencia de que soy "artista", así que he de ser tan
dramática como me plazca.

Let’s begin, baby.

Te lo dije hace una semana ¿no? Estoy feliz. Por primera vez en mucho tiempo lo único
que siento es felicidad y no quiero que se vaya. A decir verdad, es un lindo sentimiento
después de tanto drama y llanto. Es como cuando no hay nadie en mi casa y la tengo
para hacer lo que yo quiera. De repente andar desnuda, comer donde sea, ver películas
sin que nadie me interrumpa y ponerle el volumen que me dé la gana a la música. Sé que
tú me entiendes, especialmente con la tracalada de familiares que viven o que pasan por
tu casa: hay una libertad muy sensual en caminar a solas por los lugares que suelen estar
poblados, más si es que no hay miradas ajenas encima de ti y tienes todo el derecho de
hacer lo que se te antoje porque la única opinión que cuenta es la tuya. Amo ese
sentimiento, no imaginas cuánto. Y de repente no te estás dando cuenta, pero si quieres
saber cuánto te quise solo ponte a pensar que me daba por llamarte para que la pasemos
igual: desnudos, comiendo en cama mientras vemos una película a todo volumen en la
soledad de mi casa cuando mis padres salen a trabajar.

Ahora es una de esas ocasiones. Mami y Oli están en una reunión del colegio y luego irán
a una fiesta, así que volverán tarde, como para que pueda explayarme en este mensajito
que te dejo. Pero esa no es la causa de mi felicidad y siéndote muy sincera no sé porque
estoy tan feliz. Desde la anterior semana que tengo una sonrisa que no se quiere ir, no
una máscara sino algo real, verdadero. Y no importó cuánto recordara cosas trágicas o
pensara en las mismas idioteces que siempre me ponen triste. Siento que tengo un
escudo capaz de aguantar cualquier combate, cualquier ataque y toda prueba. Y me
aterroriza la perspectiva de perderlo. En fin, como verás ahorita estoy aquí, en mi cuarto,
tranquila. Ya hice todo lo que deseaba hacer y ahora me preparo para el viaje mientras te
hablo. ¿Ya te dije que mamá y Oli volverán de madrugada? ¿Mencioné algo del
compromiso con algunos amigos en ese pueblito al que fuimos esa vez, cuando nos dio
por probar qué tan efectiva era la chicha? Creo que sí, tengo que procurar estar menos
dispersa. ¿Y tú? Pues estás no sé dónde, menos conmigo. No es un reproche. O a lo
mejor sí lo es, pero sería maligno de mi parte reprocharte. Mejor me avoco al objetivo de
grabarme.

¿Qué puedo contarte sobre mí? ¿Cuál es la mejor manera de que empieces a conocer a
la verdadera Hayley? Es como una partida de Yenga, tarde o temprano todo caerá pero el
objetivo es retrasar ese momento ¿no es cierto? Entonces no debería empezar por el
tema más escabroso de todos: el amor. Pero más que por mantener la torrecita de Yenga
erguida, no lo hago porque no me atrevo. No todavía. Es demasiado que decir y es
también lo más estúpido de mí. Déjame juntar fuercita ¿ok?

¿Debería presentarme? Sé que sería ridículo porque tú ya sabes quién soy y todo eso,
pero no dejo de pensar que esta será la vez que me conozcas de verdad, y por muy
atemorizada que esté por ello, es inevitable sentir que debería, por lo menos, ser amable.
Para suavizar el golpe que te voy a dar, para no ser tan perra de introducirte al caos que
soy yo, mientras sigues pensando en la Hayley con la que convives cada día. Así que
creo que eso haré. Hola, me llamo Hayley Jeanne, tengo diecisiete años, voy al colegio
Divina Providencia ¡mucho gusto! ¿te gusta mi ropita? Claro que te gusta, me la puse
porque sé que te gusta verme en ella ¿Es por el azul de mi polerita o por lo apretado de
mis jeans negros? ¿Te gusta este abrigo que me compré no hace mucho? No. No, no, no,
esto es muy ridículo, pero por un diablo que no sé cómo hacer esto. Por más que tengo
las palabras no las encuentro y, de verdad, quiero que salga todo de una buena vez. Hay
tantas cosas que siempre he querido decir y que nunca supe cómo y pensé que esto sería
más fácil porque contigo se me van saliendo las cosas, las digo casi sin darme cuenta.
Pero me hace falta el estímulo de tus ojos de cachorro violento mirándome para que se
afloje mi boca y me salgan esas shits que jamás he dicho sin estar a solas. Esto no
cuenta, porque estaré sola mientras grabo, pero no lo estaré cuando lo veas y eso es
porque habré logrado decir estas cosas sin necesitarte como estímulo. Me doy cuenta de
lo terrible que suena eso y hasta me dan ganas de apagar esta estúpida cámara, romper
estos videos y acabar con esta idiotez. Pero ese siempre ha sido mi problema: cómo
seguir. Tengo que aprender a hacerlo.

Entonces creo que seguiré con el segundo tema más escabroso de mi vida, el Creepy
Fact #1: miento para ser aceptada, para que no vean lo loser que soy en verdad. Esto es
inevitable, y es la razón principal por la que nunca me gustó que mis amigos se
conocieran. No puedo imaginarme mayor vergüenza que todos hablando de mí, y
dándose cuenta que las historias que les conté no son ciertas. Si para Christine fui
ingenua, para Franzine fui rara, para Jonathan fui salvaje y para ti soy perfecta. Nunca
podrían asociarlo a la idea que tienen Oli y mi madre, por poner ejemplos. O todas mis
otras amigas que al final muy amigas tampoco son, porque si se enteraran hasta de la
más nimia de estas variaciones en las percepciones de la gente a mi alrededor pues…me
abandonarían, me mandarían a volar y hasta me condenarían como la peor de la vida y
me someterían a mil leyes del hielo que tampoco me importan demasiado. Eso es lo
bueno de la intimidad, nadie se atreve a violarla solo porque sí, especialmente cuando
saben que si lo hacen están invitando al otro a que les haga lo mismo. Si yo les pido que
mantengan en secreto ciertas cosas, mientras sean creíbles, o no muy terribles, lo harán.
En parte porque nunca digo cosas muy jugosas que muevan al chisme, en otras porque
las digo con la suficiente seriedad como para que se sientan cómplices de un secreto
profundo, para que se piensen confidentes de mis problemas de teenager angustiosa y,
por qué no, hasta me tengan lástima por no ser muy interesante o ser de esas confiadas
que cuentan sus secretos a gritos a quiensea que se le pone de frente. Total, que crean lo
que quieran mientras no se acerquen a la verdad. Y por eso es que mentir es muy útil, te
mantiene en control de las situaciones, te permite manipular las cosas a tu favor y hasta
brinda cierto poder de reescribir las cosas, encausarlas a un rumbo que te convenga más,
siempre y cuando no te pases de ambiciosa. Creo que por eso miento sobre tragedias y
durezas en mi vida y trato de hacerlo con líos que los demás dirían risibles. Así no me
estigmatizo de por vida, ni las tiento a que quieran comentar del asunto entre ellas.

¿Qué cosas te dije a ti? Eso es lo difícil de mentirle a todo el mundo: darle seguimiento a
tus propias mentiras. Por eso muchas veces me quedo callada y espero a que ellos me lo
revelen, lo cual en Estados Unidos me dio la fama de tímida, pero que acá me dio la de
perra. Pero este no es el caso, así que espero no equivocarme. Según recuerdo te dije
que nací en Alemania, que mi padre era un doctor que murió muy joven y nunca pudo
estar mientras yo crecía, que mi madre me crió sola hasta que Oli apareció, se casó con
mamá y me adoptó de hijastra. Te dije también que luego migramos, que vivimos en
Estados Unidos por mucho tiempo y luego dimos un tour por Europa y África, para luego
asentarnos acá, en Latinoamérica, y entrar al colegio donde nos conocimos. Hasta ahí
puedo decirte que es más verdad que mentira. Nunca quiero hablar de mi padre, tampoco
sabría qué decir, porque solo sé que un día se fue. Nos abandonó. Igual lo conocí
después, y es muy buena onda, pero yo alternaba entre decir que murió joven o que nos
abandonó y que nunca volví a verlo; porque gente como Franzy o Christine, incluso tú,
congenian mejor con la gente dañada y ¿no es crecer sin padre una de esas mini
tragedias de nuestra generación? ¿Una de esas cosas que a los ojos de todos te vuelven
un material defectuoso? Mi confusión siempre fue esa, no estoy segura de que eso siga
siendo verdad pero igual era mi discurso para mostrar que yo no era una de esas niñas
tontitas que sufren porque no tienen de qué sufrir, cuando lo cierto es que estoy dañada,
pero jamás demostré mi verdadero daño. Preferí mil veces mostrar muchas otras cosas,
inventarme historias y sus respectivos problemas, a admitir mi verdad. Lo del tour por
Europa y África es también mentira, lo cierto es que pasé mis primeros días acá
aclimatándome a la realidad en español después de pasar tanto tiempo
acostumbrándome a pensar en inglés. ¡Ah! También tendrías que saber que hablo
español desde niña, fue mi segunda lengua madre por una nana española que me cuidó
desde mis tres hasta mis diez añitos, así que fue mentira que tú fuiste mi mejor maestro
de este idioma. No te enojes, pero creo que la verdad es tan nefasta y dolorosa que mejor
es darla de golpe. Como sacando una curita. Pero admito que ni así me atrevo a decirte
las cosas de frente, entonces me conviene suponer que la verdad irá saliendo. Igual
nunca quise que me vieras como la patética persona que soy, me gusta que me vean
como alguien genial, alguien increíble que puede hacerlo todo. De repente por ello era tan
superficial, pero no me arrepiento porque eso también te gusta a ti. De pronto me doy
cuenta que si no hubiese mentido tanto, nunca te habrías enamorado ¿O sí?

Paremos un rato. Quiero sacudirme este nerviosismo de confesionario, quiero imaginarme


que la cámara eres tú, con tus gestos que te venden y tus ojos que todos creen cafés,
pero que yo sé que son verdes. Quiero darle un mordisco a esta rodaja de pan con
Nutella, y arrepentirme de haber traído agua y no café. Quiero que me veas mientras
guardo silencio un rato y miro perdida al suelo cruzando los brazos y mastico el snack que
siempre te haces cuando vienes a mi casa, un poco para que te acostumbres porque por
lo mucho que me está costando ordenar mi cabeza supongo que voy a colgarme en
silencios contemplativos un poquito a menudo.

No. Mejor sigo. Creepy Fact #108: Hayley siempre está triste. No emo, como tú me
catalogaste con tu habitual elocuencia. Es más como un peso en mi pecho que nunca se
va. Me diagnosticaron a mis quince años. Mi loquero dice que es algo orgánico. Natural, si
se quiere. Algo así como que no podré ser feliz nunca, o así lo entendí yo, cuando
escuché al loquero decírselo a mi mami. Era el sexto que visitaba a lo largo de un año. Y
esa fue la única explicación que pude darme a todo el asunto después de Johnathan.
¡Ups! Jaja. Seguro que te estás mordiendo de rabia. Nunca te hablé de Johnathan, pero
igual intuías que alguien estuvo antes de ti. Fue de mis más obvias mentiras, creo. Igual
nunca me enfrentaste. Eres un miedoso, pienso que si me hubieras presionado, con esa
tu forma de ser cruel sin serlo, me habría roto. Te habría vomitado todo todito, y no
tendría que estarlo grabando en video. Ok, golpe bajo, lo sé, créeme, tampoco es que me
guste lastimarte de esta manera. Ya llegaré a ese nombre, aunque no quiero. Por ahora
volvamos a mí, Hayley la depresiva.

Si nos mudamos al paupérrimo pueblo donde te conocí, fue por recomendación de mi


loquero gringo. “Su hija necesitará un ambiente tranquilo y relajado para combatir la
cronicidad de su estado” o algo así, creo que dijo. Luego les soltó una sarta de discursos
sobre el amor y sus propiedades curativas rompiendo su imagen de técnico biológico
glorificado con la de charlatán, o moralista en todo caso. El problema fue que su
diagnóstico era médico. O sea corroborable, verídico y, desgraciadamente, acertado. Sí,
necesitaba amor, comprensión y estabilidad, pero no en el sentido de mis papis, aparte
que más allá de todos esos sentimientos rosas, lo que yo necesitaba eran varias pastillas
para mantenerme funcional. En mi fuero interno quería otra cosa, una imposible que fue la
que me mandó al diablo en primer lugar ¿qué clase de ironía es ésa, donde la cura es la
que gatilla tu enfermedad? Así la llamaba mami, cuando hablaba con Oli creyendo que yo
no podía escuchar: enfermedad. Supongo que a mi mamá le dolía mucho, no debió ser
fácil admitir que su hijita era, como que, defectuosa. Estaba en primero de secundaria en
ese entonces, y al año siguiente ya nos vinimos a este pueblucho pues a mi mami le
ofrecieron un trabajo acá, y la muy extremista pensó que no podía haber nada más
tranquilo que un pueblito de tercer mundo. Y, ahora, mi pobre mami anda feliz, me ve
estable. Me cree estable. Y eso es porque elijo esconder que tan jodida me siento, me es
fácil sonreír antes que arruinar los tremendos sacrificios que hizo para llegar a este país
olvidado por la vida. Créeme, es útil. Sé que tan popular llegué a ser y estoy consciente
de cuan querida soy, al menos acá. Aman mi alegría, mi ternura, mi sonrisa. Me lo repiten
siempre, hasta tú, y yo sonrío nada más. A todos les gusta una gossip girl, incluso a los
que las detestan. Cuando yo me aparezco en el cole toda pintuda, sexy con botas largas
sobre el ceñido jean y una polera dos tallas más pequeña, pues todos se vuelven loquitos
y se quedan viendo como tarados. Igual las chicas que se acercan a chismorrear, o a
hacerse a las delis conmigo, y no nos olvidemos de las otras que nos ven de lejos con
envidia. O los apestados sociales, como tú, que nos observan, también de lejos,
criticándonos y detestándonos por superficiales y brutas o añorándonos con el
sentimiento de ser angelitos enamorados de diablesas. Yo también nos odiaría. No me
gusta ser una gossip girl. Detesto a esa clase de personas que se creen en alguna capital
primermundista y no en el tercer mundo, odio a quienes admiran a la estúpida de Paris
Hilton o repiten las bobadas de las Kardashian como credo. Yo no soy así, pero fue lo que
Christine me enseñó a ser para evitar el ridículo, especialmente el de no ser aceptada. Me
escondo en mi máscara para que no me vean sufriendo por tantas estupideces, me
escapo en esa mentira de “estar bien” para que no noten a Hayley la miserable. La
enferma mental.

Aunque, si debo ser sincera, era un alivio saber que toda la angustia de mi tiempo en
Estados Unidos, e incluso antes, no era por ser de esas tontitas que sufren por cualquier
pequeña crisis. Antes de saberlo tenía estos sentimientos de derrota constantemente y no
importaba si el ambiente a mi alrededor era feliz, si las cosas estaban muy bien o muy
mal, yo siempre lograba ver lo que estaba mal y me ahoga al punto que ya no quiero
hacer nada más que tirarme al suelo y esperar a que se acabe este absurdo llamado vida.
Pero, cuando tienes trece, catorce años y piensas este tipo de cosas no las ves como la
posible secuela de un desbarajuste químico, ni tampoco lo ves como una probabilidad
entre muchas otras, lo tomas como la verdad que estás descubriendo del mundo, el
molde bajo el cual pasarás a verlo todo. Así que, sí, fue un consuelo saber que hay algo
mal con mi organismo, que vine dañada de fábrica y eso fue mi mayor consuelo. No por
ello supe controlarlo, claro. Pero, como te contaba, me daban pastillas con las que era
sencillísimo encontrar excusas. Tres pastillas, repartidas a lo largo del día para que no me
ahogue en mi tristeza. Aparte que tengo que ir al loquero cada viernes en el psiquiátrico.
Y donde otro, más amable, cada martes ¿O dónde crees que desaparecía esas noches?
¿Ahora entiendes por qué mi mamá te miraba feo cuando me secuestrabas? Y si te
preguntas porqué te perdonaba es porque me veía sonriendo y con eso le bastaba, aparte
creo que el pussy del loquero más amable le dijo alguna barrabasada parecida a la del
loquero de Estados Unidos, esas mierdas rosas del amor y sus efectos terapéuticos.

En todo caso las pastillas sirvieron un tiempo, hasta que me aburrí de tanto antidepresivo
y empecé a saltármelas. No sonará muy inteligente, pero tú no tienes como quejarte. Si
no hubiese sido por no tomármelas, no habríamos hecho tantas cosas como hicimos. Y
ahorita mismo debes estar torturándote con esto, pero déjame decirte que es lo mismo
que nada. Las pastillas estas no me quitaban la tristeza, en realidad tan solo me permitían
tener más ganas de hacer las cosas o me dejaban dormir tranquila. Pero la tristeza seguía
ahí: ese condenado peso en el pecho oprimiéndome el corazón y los pulmones y sin
dejarme sentir bien. Un eterno calvario que a lo mucho puedes hacer más soportable.
Quizá dejé las pastillas para al menos poder gozar mis emociones au naturel. Suena
estúpido, pero mi trauma de Gossip Girl, de ponerme esa máscara horrible que no era yo,
pues era mucho mejor que los fármacos. Si las pastillas me permitían tener algunas cosas
funcionales, el esbozar una sonrisa basada en mentiras era algo que exigía tanta energía
y concentración que me distraía completamente. A ver…

Creepy Fact#385: No es sencillo mantener la sonrisa durante la desesperación. El control


sobre tus expresiones, tus palabras y lágrimas, sobre tus pocas ganas de hacer nada es
un esfuerzo devastador, pues no es simple moverte y hablar como cotorra cuando solo
quieres estar tirada en el suelo sin respirar, sin que te hablen y, en lo posible, sin que
nadie recuerde tu existencia. Por eso mi máscara me exigía toda mi escasa energía y no
podía pensar en otra cosa más que en mantener la sonrisa, la actitud, lo sexy, lo tierna, o
sea mantenerme en los estándares de lo aceptable para Christine, al principio, y para todo
nuestro colegio, después, cuando era yo la que ponía las reglas. Y eso era delicioso.
Estar tan concentrada en probarles que estaba bien para, por dentro, gozar de mi doble
libertad: la de sentirme como me dé la gana y la de mentirles a todos con la funcionalidad
y que todavía me crean. Recuerda el Creepy Fact #1. Piénsalo. Esas fueron mis mejores
mentiras, porque la gente siempre recordará esas máscaras y se harán una idea errónea
de quién era yo. Una idea tan buena, tan tierna, tan justa… que no podrán creer que pasó
lo que pasó. Tú lo dijiste alguna vez: a nadie le gusta admitir que estarían entre los que
eligieron a Barrabás y no a Jesús. Pero al diablo con eso, cuando me encuentren ya nada
me importará. Se preguntarán que porque una chiquilla tan joven y tan hermosa recurrió a
huir de esta manera, pero nunca nadie sabrá la verdad. Bueno, exagero. Solo tú y mi
mamá.

(Su cuerpo se contaminó de rabia. Pensó en la mujer de los ojos hinchados, la palidez
extrema, el estado casi catatónico. Y tampoco quiso mirarse en el espejo).

Quiero pedirte que disfrutes del drama. Que analices cada reacción de cada hipócrita del
colegio con tu cara de mal humor, como cuando tienes hambre. Desde esos que gustaban
de mí, hasta los que no sabían de mi existencia. Que escuches sus historias, que sientas
en carne propia cada mentira que les dije y que se creyeron. Y que luego escuches sus
preguntas, sus lamentos y sus suposiciones. Desearía pensar que no podrás quedarte
callado sin cuestionarlos a ellos o sus necedades. O que estarás ahí bañándote en el
drama, sonreirás y dirás alguna de tus noñeces que tanto me gustan y te irás a casa a
terminar de leer Los Miserables, por mucho que yo te siga rogando que leas Fausto. Todo
eso es mucho pedir, lo sé; o mucho soñar, eso ya no sé. Si ya ni siquiera estás en
colegio, y no creo que te dignes a acercarte a toda esta gente con sus suposiciones y sus
lágrimas, o su falta de ellas. Dios ¿será que me creí tanto mi papel de gossip girl que ya
hasta creo que todos van a llorar por mí? ¿Vas a llorar tú por mí? No quiero dudar que lo
harás, pero mi pregunta se va a ¿Cuánto tiempo llorarás por mí? A los demás les durará
un tiempito nada más. En un año ya se habrán olvidado de la extranjerita Hayley, de sus
ocurrencias, de su ropa, de lo popular que fui, de lo superficial que me mostré, de lo cruel
que pude ser con alguna que otra chica para mantener la mascarada. Se olvidaran de
todo el teatrito que tanto me esforcé en hacer. Me confunde que eso me preocupe porque,
creas o no, me esforcé para ser popular porque quería que nadie nunca me viera. Pero
ahora no puedo evitar pensar que no es poca cosa ser un bicho raro y terminar como la
reina de los normales.

No. Es ahora que debo admitir que fue agradable llegar acá y transformarme en la más
linda por este extraño fanatismo por las extranjeras que hay en este país. Por fin era yo la
perfecta de la escuela, por fin podía entender cómo se sentía Franzy. Sí, recurriendo a
ciertas tácticas de Christine, pero aun así siendo yo la más querida. Creo que es por eso
que nunca se me quitó de la cabeza el sentirme indigna, como usurpadora o estafadora.
Después de todo, si me encontraban linda era por una cantidad de cosas artificiales entre
ellas las que te vengo diciendo y a eso súmale mi calidad de foránea, mis ropas sexys y
tendrás la fórmula perfecta para que nunca te miren a ti pero que igual te adoren y te
persigan. El Efecto Hollywood que le decía Franzy cuando yo le comentaba algo sobre
Christine. Por si acaso el objetivo de las máscaras es fingir, aunque son un ornamento
que no sirve de nada sin una actuación magistral que las sustente. Por eso no bastaba
con que me pusiera tanta ropa a la moda, o me supiera los temas de la actualidad o
escuchara esa música a la que tú llamas basura. Poco interesaba que fuera a los lugares
donde la gente genial pasaba el rato, ni que bailara en la discoteca más concurrida y cara,
mucho menos importaba cuán amable y bondadosa, o cruel y perra podía ser. Nada de
eso importa si es que no sabes ser “normal”, y déjame aclararte que es todo un lenguaje.
Códigos de vestimenta, reglas de comportamiento, palabras prohibidas, censuras
necesarias. Lo normal implica callar muchas cosas y seguir a los demás en un
comportamiento simple. Lo que mucha gente entiende por normal es lo que tú llamas
simpleza simplona. Toda complejidad nos diferencia de los demás, y no importa si es que
todos tenemos nuestro yo interno que está más loco que Cameron Díaz en Vanilla Sky. El
truco para triunfar en mi mundo está en censurarlo, esconderlo, fingir que cualquier “por
qué” no te interesa en lo más mínimo. Porque si te interesan entonces eres bicho raro,
como tú y tus amigos que se pasaban el día entero con sus pintas sombrías, sus palabras
complicadas, sus emociones a flor de piel, un montón de muchachos enamorados del
amor persiguiendo a musas imposibles a las que imaginaban perfectas y hasta
atreviéndose a soñar con ellas mientras estas no sentían más que asco por esos raritos.
No te ofendas que ya te dije que yo pude ser un bicho raro. Digo, cumplo todos los
requisitos ¿o no? Pero me dio por encarcelarme en la re maldita normalidad. Solo desde
esa jaula se da una cuenta de las libertades que tienen los freaks. Sí, dije freaks. Eso
somos tú y yo, lo cual hizo que nuestra unión fuese lógica. Los demás podrán creerme
cuan normal quieran, pero no soy más que una estafadora experta que terminó
enamorándose de su creepy y poco cuidadoso stalker. Porque espero que no creas que
no me di cuenta de mi stalker. Un grandulón de cuarto de secundaria deambulando por la
zona de tercero con su pinta oscura y con los ojitos mirándome pero no de frente. Para
ser alguien que se precia de su inteligencia a veces eres un tontito. Mío, eso sí. Pero a
mis amigas las asustabas, te faltaba discreción y buen tino. Te lo dije miles de veces y
nunca te diste por aludido. Como si negarlo fuera evitar que sea cierto. Aunque no soy la
mejor para decir esas cosas. La que se viste de Clueless y habla como cotorra sin pensar
en lo que dice. Me encantaría echarle toda la culpa a Christine. Pero nunca es así de
fácil.

¿Es extraño que ahora que digo la verdad asuma que ya la sabes? Lo digo porque
supongo que ahorita mismo estarás diciendo ¿Quién es Christine?, mientras yo sigo
hablando de nombres desconocidos sin explicarte sobre ellos. Aunque más acorde a tu
forma de ser sea decir: ¿Quién es esa pendeja?, enojándote por no saberlo. Bueno, pues,
Christine era eso justamente: una pendeja. Y de las peores. Fue de las primeras personas
que conocí en Estados Unidos, mi primer y último año allá, a mis quince añitos, hace dos
años, o sea el 2009. Christy era una chica hermosa y popular, el sueño del estudiante
yanqui que tienen acá: la rubia pintuda, alta, tetona para su edad, actriz, millonaria, o
buena en aparentarlo, popular y cheerleader. Tal como te las pintan en la tele. Christine
era como Paris Hilton o las otras putas rubias, ricas y famosas ¡argh! ¡Cómo las odio!
Igual pillo lo terrible de ser una, aparte que aspirante. Si baby, lo sé, ironía. En fin, creo
que la única más popular que Christine en mi escuela era Franzine, pero ya llegaré a ella.

Christine no era mala persona. Era, eso sí, superficial como nadie que conocí. Y tenía una
ventaja importante: era ignorante y lo disfrutaba. Ella nunca fue de las que se preguntaba
cosas, que les dices, profundas. Ni tampoco se preocupó jamás por noticias del mundo,
por leer libros, por escuchar buena música. Creo que sería más apropiado decir que
nunca se preocupó por nada fuera de su figura y popularidad. Tú siempre críticas a esa
gente, la llamas simplona y te dedicas a humillarla a base de sarcasmos de simple
ingenio. Yo te aplaudo, pero porque te quiero, pues muy en el fondo no estoy de acuerdo.
Bueno sí, son simplones pero también son envidiables ¿no te parece? Si decidí
disfrazarme de la reina de los normales, es porque siempre creí que son esas las
personas que logran ser felices. Y si tienen algo de dinero como Christine, mejor para
ellos pues no tienen ni que preocuparse por pensar o salir de su zona de confort. Ellos
tienen la razón, los demás son complicados o charlatanes. No sé si los estoy simplificando
pero para mí, así es la gente simple. La verdad es que desearía haber sido alguien así.
Bueno, Christine era simplona como nadie y por eso, también, era arrogante, hipócrita y
pensaba que todos estaban por debajo de ella. Exactamente la clase de persona que más
odio, aun si te dije que también las envidio. No que yo desee ser arrogante o hipócrita,
tampoco pienso que soy mejor que nadie y a lo mejor ese es el problema. No soy
partidaria de maltratar a nadie, pero es tan doloroso sentirse la peor basura de este
mundo que el egoísmo se vuelve sencillo.

¿Cómo te lo explico? Creepy Fact#39: mi inseguridad me conduce a torturarme cada día


con el “no-eres-digna”. Fue algo que sentí ni bien me presenté por primera vez en mi
curso de Estados Unidos, estaba vestida con un jean un poco despintado y una chompa
extra grande porque antes me jodía que viesen lo flaquita que soy, y estaba delante de
caras de varios tipos y colores que me miraban fijo como si fuera rara cuando no me veía
muy distinta a ellos. Eso no evitó que comenzaran los murmullos y sus miradas posadas
en mí fijamente. Ahora, tú sabes que me encanta ser mirada, pero estamos hablando de
Hayley antes de saberse depresiva, muchísimo antes de que pudiese desarrollar mi vicio
de ser el centro de atención para combatir la mala costumbre de la miseria. Entonces ahí
estaba yo, mal vestida, flaquita, con mil filosas miradas acariciándome, hablando dentro
de mi boca para decir mi nombre, que venía de Alemania y que tenía quince años con la
voz perdiéndoseme cada vez más hasta que mi silencio se camufló con el del aula. En
ese momento dramático de mutismo fue que vi por primera vez a esa rubia, vestida con
una falda blanca y una polerita roja con un escote en V casero y exagerado, con aquellos
dos senos enormes mirándome mientras que los ojos azules de su dueña estaban fijos en
una ventana que daba hacia el sol, abriendo y cerrando la boca borgoña como pidiendo
un globo de chicle, con los ojos delineados como egipcia y mi rostro, por Dios, mi rostro
quedó en una expresión que nunca pude volver a hacer, pero que recuerdo como si me
hubiera estado viendo en un espejo. Es un poco difícil de explicar. Mi boca pasó de ser
una línea silente a abrirse lentamente hasta que me puse muy consciente de ello y traté
de cerrarla pero solo logré dejar mi boca con la forma de una O. Ridícula. Mientras tanto,
mis ojos se achinaron en un ceño fruncido que casi junto mis cejas en una sola y las
aletas de mi nariz se batieron con el aire que de repente me puse a aspirar muy
sonoramente, tanto que mi pequeño gemido al morderme la lengua fue casi invisible.
Ahora, tienes que imaginar esto sucediendo, en una mezcla de progresivo y simultáneo,
en un espacio de tiempo tan corto que nadie pudo nunca ver mi expresión del todo, pese
a que, ¡vaya que pudieron reaccionar a ella! Freak, total, lo sé, te lo dije. Nadie hizo nada
más, ni siquiera la maestra y yo aproveché para ir a sentarme en mi pupitre que crujió tan
fuerte que mis ganas de llorar crecieron.

Creo que Christine me fascinaba debido a que en ese instante pensé que verse así era la
mejor forma para dejar de latiguearme con mis propios pensamientos. Ya no estar todo el
día comparándome con otras chicas, porque eran más lindas, más flacas, más gordas,
más inteligentes, más felices o, en fin, muchos etcéteras que siempre me llevaban a ver a
quien sea como mil veces mejor que yo. Esa era la respuesta, esa combinación de ropa,
tacones, piernas, senos, cabello, ojos, mirada, chicle, lápiz labial y perfume eran todo lo
que yo necesitaba para dejar de sentirme como basura y dejar que me miren a mi gusto y
placer. Lo que fui comprobando mis primeros días era que Christy era la más popular en
mi high school, o eso es lo que pude ver en esa semana que me dediqué no a hablar, sino
a observar cómo la trataban los demás. Los chicos que no le podían quitar los ojos de
encima, las chicas que hablaban de ella sin la necesidad de que ella estuviese en el
cuarto, como hasta los profesores tenían que disimular movimientos con su cabeza para
no evidenciar que estaban mesmerizados por lo sexual que se veía. La segunda semana
de clases consistió en mil intentos tontos y fallidos de aproximarme a Christine para
hablarle y hacerme su amiga. La primera vez que lo intenté fue durante el almuerzo. Me
acerqué, ella comía una manzana e intenté sentarme para preguntarle dónde compraba
ese lápiz labial borgoña y, con suerte, iniciar una charla. Pero ni siquiera había terminado
de sentarme y ella ya se estaba levantando con cara de fastidio, como si mi presencia
fuera lo peor. Te juro que no tenía sentido, en mi mente, tras una semana de observación,
lo más lógico tenía que ser que esta hottie aceptase a una feíta buscándole charla. Esto
fue tras verla asediada por tanta gente pero nunca charlando con, bueno, nadie. Los
chicos no contaban, todos iban con su boner por delante y eso le quita, mmm,
profundidad a la charla. Y no importaba que fueran los guapos jocks o los nerds con
rostros llenos de acné, todos iban a ella guiados por el poder de sus erecciones, lo cual le
quita romance al flirteo. Me sentía un poco más justificada porque si bien me fijé en las
mismas cosas que todos esos hombres, lo que yo quería era conocerla. Sí, para
apropiarme de ella, pero aun así conocerla. Aparte que tampoco le veía amigas, ni
siquiera andaba con otras cheerleaders, fuera de grupitos efímeros de minions, así que la
sorpresa de ese primer rechazo y los que lo siguieron fueron devastadores para mi
mentecita.

Tiene algo que ver con sentirse rechazada, pero la verdad es que tiene mayor relación
con la aceptación. Dicen que no hay peor tortura que la de saberse escoria entre las
escorias y si además eres insegura pues se hace más difícil lidiar con esa palabra. A los
inseguros no nos cabe en la cabeza la aceptación. Nos pasamos la vida intentando ser
quienes los demás desean, para poder ser queridos o aceptados y, paradójicamente,
cuando lo hacen, cuando nos aceptan, pues nos tortura que aceptaron a quienes
fingíamos ser y no a quienes somos en realidad. Christine parecía como anillo al dedo
porque buscaba ser aceptada a toda costa, necesitaba ser notada pese a ser una feta de
quince años con más cara de bebé candoroso que de adolescente sensual. Y por suerte
me acogió. Un día se acercó con su actitud arrogante de “soy-la-mejor-así-que-cuídense-
perras” y me habló bonito, me maquilló un buen rato y me prestó por el resto del día un
top que dejaba ver mi espalda, ya que mis pechos aun no crecían.

Tengo que aclarártelo: yo también le temo a la gente linda. Sería el Creepy Fact#802,
creo. Hombres y mujeres. Mero complejo de inferioridad. Convertirme en una, o al menos
ser aceptada como tal por una, era lo más cercano a negar esa yo tan fea que no podía
dejar de ver. Pero cuanto más lo pienso, menos puedo evitar compararla con una drug-
dealer. Te da el producto, te deja probarlo por un día y luego antes de que toque la
campana para el último periodo me pidió el top y me limpió el maquillaje so excusa de que
estaba corrido o algo así. Ya después las incautas, como yo, la buscaban al día siguiente
con la esperanza de que les diese el mismo trato que el anterior día. Pero Christine era
una maestra en esto, en lugar de tratarnos bonito ni se dignaba a mirarnos y nos
ignoraba. Ok, me ignoraba, no sé si hubo otros casos como el mío y no puedes culparme
por protegerme todavía. El caso es que yo soporté todo eso por necesidad. Dime
superficial, no me importa. Nadie quiere cogerse tu belleza interior. Ni tú, si estamos
siendo sinceros. Sabemos que empezaste a perseguirme con el ahínco de un asesino
serial tras su víctima porque me encontraste bonita, y no puedes negarlo porque te
esmeras en hacérmelo saber. “Que linda estás Hayley”, “te ves deli, Faldera”, “mira
nomás esas nalguitas”, todos esos cumplidos que me halagan pero me emputan porque
no sé cómo recibirlos y tú insistes con ellos. Eres un tonto que no puede negar que le
gusta mi lado superficial. Ojo que con eso no niego que al menos algo intuiste de lo que
escondo en mis máscaras y lo quisiste con toda la aceptación que deseaba de los demás.
¿O no?

Bueno, sigamos, con una explicación un poquito vaga pero acertada: yo solo soy yo, pero
ese parece ser el problema. Creepy Fact# 593: nunca me miro en los espejos. Detesto a
esa chiquilla rubia tan poco agraciada, tan imperfecta y tan amorfa. Eso fue lo que definió
el factor mágico cuando Christine me invitó a salir por primera vez. Como si nada se
acercó un día y me pidió que al día siguiente llevase dinero, luego nos fuimos a un mall,
donde estuvimos de compras toda la tarde. Fue una tarde estupenda, especialmente
porque no me sentía tan bien desde que era niña y jugaba en mi casa a lo que sea que
pudiese encontrar para combatir el aburrimiento. Christy, en una sola tarde, me enseñó
qué estaba de moda y qué no, cómo vestirme para ciertas ocasiones y cómo no, qué era
lo mejor para provocar y lo mejor para rechazar, me enseñó a pintarme casi como una
zorra, pero no tanto ya que, según ella, la apariencia tiene que dejar la pregunta de si
serás o no serás zorra en el aire, como una incógnita que tiene que obsesionar a tus
víctimas. Ya después, dependiendo de la presa, con la actitud le confirmas que sí, en
efecto lo eres. Pero no una zorra cualquiera, Miss Zorra para ti, lacayo pendejo. Cada
quien tiene su método, supongo. A Christy el suyo le funcionaba muy bien por su físico y
estilo más propios de una Barbie, que al final es lo que más buscamos todos. Hombres y
mujeres estamos obsesionados con los físicos “perfectos” y la zorritud porque, claro, nada
más sencillo que lo fácil, lo que se queda en la superficie. Por eso antes que zorra prefiero
ser pasita ¿Qué es ser pasita? Si lo ponemos tan textual sería: "estoy legalmente podrida
pero al menos estoy rica".

Ese fue un lindo día, cuando lo pienso detenidamente. Toda esa tarde la dedicó a
alabarme, a decirme que era muy linda, a arrancarme una mísera sonrisa en medio de
mis ganas de lanzarme a un pozo. En esos tiempos la tristeza no tenía nombre ni origen y
los sentimientos negativos los vivía cada día como Shinji en Evangelion. Mañanas de
infernales contextos donde hacía lo posible por sonreír sin mucho éxito y tardes enteras
de perderme, colgarme en algún bus hacia ninguna parte mirando por la ventana
preguntándome por qué no podía tener pensamientos felices. Esa tarde no fui amorfa, ni
fea, esa tarde fui pasita, una rubia buenota que podía tener a cualquier hombre sin más
límite que el pudor propio. Que digan lo que quieran, pero todos desean eso, todos se
mueren por ser así de deseables alguna vez, especialmente yo que en ese entonces me
veía todas las romcoms que podía y ni siquiera había besado la mejilla de un chico, así
que me convenía ¿qué más puedo decirte? No es una excusa…

(“¡Claro que lo es!”, estalla. La pantalla cubierta por el enorme símbolo de pausa, el cuarto
cernido en sombras y con un intenso olor a soledad: ropa desparramada, envases de
comida rápida vacíos, ventanas y puerta selladas, pijama tiesa y el rumor del mundo
externo intentando entrar. Uno, dos, tres videos restantes).

…bueno, sí lo es pero no me importa; tenía quince, faltaba un tanto para los dieciséis, mi
cabeza estaba llena de sueños mojados que no me atrevía a admitirme ni siquiera a mí
misma y mis hormonas tenían que luchar con mi depresión clínica y con eso ya te digo
todo porque lo de clínica le da el tono grave apropiado a esa guerra interna. Te juro que
no te estoy mintiendo. Ya sé que acabo de confesarme mentirosa pero por si acaso esto
es la pura verdad y no un drama sobrexagerado para que me tengan pena. Cada día
quería hundirme más, me sentía desolada hasta por las más pequeñas cosas y no lo
entendía. Que de pronto aparezca un personaje sacado de las películas y te enseñe a
verte como actriz de cine era todo lo que no sabía que necesitaba para distraer de la
desolación. Por supuesto que eso tenía su precio, pues si ibas a ser la “amiga” de
Christine, no tenías derecho a contradecirla, ni a pensar más allá de lo que ella pudiese.
Si ella se conseguía novio, tú también debías, aparte que era tu deber escucharla por
encima de todo otro asunto cuando quería quejarse y lloriquear porque algo iba mal con
su vida y, claro, si algo iba mal con la tuya mejor si te callabas. Todavía puedo escucharla
cuando ponía su voz más perra y te lanzaba un “Don’t be such a cry baby” con una
sonrisa que intentaba ser tierna y que desbordaba lo zorra por cada uno de sus blancos
dientes.

No puedo decir que no me enseñó bien. Todas las cagadas que me mandaba en el cole
las aprendí con ella. Y lo hice con orgullo, coseché los frutos de mi arduo trabajo y lo
disfruté porque me lo merecía. Tú no lo entiendes porque nunca has necesitado la
aceptación de tus iguales, para ti era tan fácil como despreciarlos porque igual tenías toda
la aceptación del mundo en tu casa, con tu mamá y tu hermana que te miman, tu papi que
es el ser más tierno del mundo y tus hermanitos que no pueden vivir sin ti, además de tu
hermano que tanto te protege. Yo no tenía eso y, ojo, no es que me esté quejando, ambos
sabemos que entre mi mamá y Oli he sido bien mimada y protegida y querida, pero
faltaba ese elemento más de aventura, la clase de cosas que tu hermano nos contó que
te enseñaba cuando tenías quince ¿o por qué crees que se lo pregunté? No solo porque
sabía que tú no lo contarías, sino porque me interesaba saber cómo habría sido si nos
hubiéramos conocido antes, o si es que compartíamos algún trauma en nuestras cortas
vidas porque, sabes, los traumaditos nos relacionamos comparando cicatrices virulentas.
Tenía que saber si pasamos por cosas parecidas porque ese era mi criterio para
mostrarme, encontrarme con un puto reflejo pensando que solamente alguien igual a mí
me entendería. Ilusiones tontas ¿ves? Bueno, volviendo a Christy ¿sabes cuál era un
requisito importante para andar con ella? Claro que no lo sabes, así que te lo digo de un
tirón: no ser virgen. Christine solía decir que ella no andaba con santurronas que se
creían el cuento del príncipe azul y no sé cómo, pero de algún modo me las apañé para
hacer las cosas bien cuando me llegó la hora de responder a su interrogatorio. Mentí. Por
primera vez en mi vida mentí. O sea, obviamente no por primera vez en mi vida, pero se
sintió así. Nunca antes mi mente estuvo tan ocupada en tanto, fue un instante de puro
cálculo y tensión, como si fuese yo una judía encubierta siendo interrogada por un oficial
de la SS y la estuviese pasando bomba en ese esfuerzo por sobrevivir. Me encantaría que
me vieras en ese momento. No me amedrenté ni bajé la mirada, creo que ni siquiera me
sonrojé y, aunque te parezca imposible, no dije palabra alguna. Solo le sonreí pícara, le
guiñé un ojo y me fui alegando que me esperaba mi mamá. Porque así se miente mejor,
sin decir mucho, dejando que el otro se mienta a sí mismo. Con tu perdón.

Por una semana, Christine estuvo insiste que insiste en si era o no era virgen. Y ni modo
que me vendiese tan fácil, ni modo que le dijese que ni una porno en mi vida había visto.
Tenía que tenerla de una teta, sufriendo para que le cuente porque ese era el fin
¿cachas? Que sufra un poquito, que sepa que no podía tenerme así nomás. Además que
la odiaba ligeramente por su forma de ser y se sentía “justo” hacerla preguntar. Igual, si
averiguaba la verdad pronto sería chau Hayley, fue un disgusto conocerte. Traducción:
“Hasta nunca, perdedora”. No. Nada que ver. Así que antes de que se aburriese de
perseguirme le solté la mentirota: “¡Ay Christine! ¿Virgen? ¿Qué? Ni que fuera santa y
buscara que me recen” y bingo, aparte que la hice reír, logré que me creyera…pero ¡agh!
Es que no puedo mentirte. Igual me gustaría omitir, pero en vista de las circunstancias
mejor si saco todo de una vez. Porque me gustaría que te quedes con esa hermosa
imagen de una Hayley capísima, brillando por su ingenio para conquistar a la pendeja
princesita del curso pero esa no soy yo. No te mentí, porsiacaso lo estuvieras pensando.
Nada más que no te menciono las tardes de zozobra que pasé en mi casa sin querer salir,
rehusándome a comer y angustiada por no saber qué pasaría. Eran mis cálculos
inaugurales, esos primeros pasos que son los que más cuentan y que ocasionaron que en
toda esa semana no pasase un día sin llorar, no porque fuera a decepcionar a Christine,
sino por algo que era más propio de mí, que no sé cómo explicarte. Al final ella no me
importaba demasiado. Lo que me sacaba lágrimas era una pinche vocecita, a lo
conciencia, que me insultaba, me bajaba los humos y me convencía que todo esto saldría
mal. “Tonta, estúpida, simplona ¿ya hasta te creíste linda para andar haciéndote a la
deliciosa?”, o cosas así.

Una vez resuelto el asunto de que me crea, tenía que pasar al punto crítico: sostener la
mentira. Y esto siempre es complicado. Cuando uno miente demasiado, pasa que
terminas por hacerlo sin control, ni freno. Ya ni poder tengo sobre mi misma cada que
miento. Y muchas veces lo hago donde menos me conviene. Es como una ruleta rusa,
esto de mentirle a todo el mundo. Si le dices a tal grupo una cosa, le dices otra a un grupo
diferente, y esperas que nunca se junten a corroborar historias. Hay mucho de fe en esto
de mentir y yo he sido una gran profeta. Siempre estuve agradecida de que no deseases
hablar con mis amigas del colegio, porque a ellas les contaba historias falsas de Estados
Unidos. Historias donde chicos guapísimos se me declaraban, donde hacía cosas
increíbles junto a mis hermosas amigas yanquis. Toda una Cher Horowitz, carajo. Que no
era la imagen que a ti te vendía. Te repito, creo que contigo no mentía tanto. De repente
alguna vez para salir del paso. Pero los ratos que pasé a tu lado los dediqué más al
silencio que a la mentira. Y eso era un descanso pues una no va a contar mentiras según
las necesidades individuales, cuando una miente lo hace desde la otra persona, pues es
justamente a esta otra persona a quien le estás vendiendo la patraña. Por eso la mentira
es tan inmensa, porque nunca dices la misma mentira a todo el mundo, tienes que
adaptarla y sacar versiones de ella para cada quien. Es como vivir varias vidas en una
sola, todos tienen una versión tuya a la cual admiran, quieren o respetan pero si se
enterasen de la verdad, no serías otra cosa que una tipa más del montón, y encima
mentirosa.

No sé por qué, pero los demás se toman muy a pecho la mentira y se olvidan de las veces
que ellos mismos han mentido. Yo tengo la idea de que se ofenden porque creen conocer
una parte íntima de ti y les revienta que sea falsa, pues eso significaría que en realidad no
saben nada. Como la historia que te conté sobre mi visita al zoológico donde me enamoré
de los perros porque vi de cerca a un lobo que se quedó mirándome fijamente. Bullshit. Si
amo a los perros es porque son lindos y tuve varios mientras crecía, no porque haya
tenido una experiencia catártica al mirar a los ojos de un animal salvaje. Pero esa mentira
reflejaba tus deseos, tu necesidad de violencia y salvajismo para justificar quién sabe qué
traumas asociados a crecer a la sombra de tu hermano. Con esa mentira no solo me
creaba una historia interesante, sino que te daba herramientas para hacerme el objeto de
tus deseos.

(No. No hay nada sagrado).

Y es justamente esto lo que me da miedo de que te lleguen estos videos, de repente me


pregunto qué tantas mentiras te habré dicho. Según yo no muchas, pero igual lo hice y no
sé cuáles, ni cuantas de ellas fueron tan discretamente pesadas como la del lobo. Es que
de ti no me cuidé, ni puse mis usuales guardias, esos escudos fuertes de mi Creepy
Fact#121: nunca tuve una relación significativa con nadie porque tengo demasiados
escudos para ello. Bueno, quizá ahora deba modificarlo a que solo tuve una relación
significativa. Contigo, por si te tardas. Y espero que tú lo hayas visto así, porque a mí me
costó montones confiar en que no me harías daño, en que no me humillarías, ni
abandonarías, fue muy difícil creer que no me cambiarías por otra, a lo mejor una
Christine o una Franzine…quien fuera porque yo te doy asco.

(Pausa. “Basta, basta”. ¿Cómo le respondes a una voz sin presencia?)

Me estoy desviando. Y encima ya estoy chillando. Déjame respirar. Voy a limpiarme estas
lágrimas pussies y voy a rogar que no estés llorando tú también. Pero como tengo que ser
sincera te diré de una vez que espero que estés llorando como loco, espero que las
lágrimas no te dejen ver mi rostro con este maldito maquillaje corrido. Ódiame si quieres
pero no lo digo porque te desee ningún mal, lo digo porque me gusta importar y que me lo
demuestren. Creepy Fact#46: me gusta que la gente haga cosas extremas o locas para
demostrar que me quieren, porque si no lo hacen no me lo creo. Y, mierda, de verdad
espero que estés llorando, cabrón.

En fin, mantener la mentira de no ser virgen con Christine me exigió salir de la comodidad
de mi cuarto y comprarme Playboy’s y Hustler’s, también significó comprarle pelis porno a
uno de esos vendedores ambulantes que siempre se están escapando de los polis.
Recuerdo que era un señor albino con un largo abrigo que me sonreía como si fuera a
violarme - y mientras más lo recuerdo, más me sorprende que no lo haya hecho - que me
vendió mucho porno el cual yo pagué con billetes bañados en los perfumes de mi alcancía
con forma de oveja. Me gasté mitad de mis ahorros en no sé cuántas revistas y películas.
Era la primera vez que usaba aquel dinero que ahorraba para comprarme helados o ir al
cine en algo que no fuera eso y me atrevo a decir que fue una muy buena inversión. No
pensé eso de entrada, por supuesto, lo vi como dinero perdido que se iba al bolsillo del
albino violador en lo que asumo que fue un negocio redondo para él. En fin, ya estaba
todo comprado y al principio fue un shock ver tantos genitales expuestos de esas
maneras y, encima, ver los rostros posados de las tipas. Con los videos fue peor,
escucharlas gritar tanto o poner ciertas caras me sacaba de onda, me parecía imposible y
la primera vez que me masturbé intenté emularlas pero pronto me enteré que no es así la
cosa. Lo que más me traumaba era verlas tragarse lo que descargaban en sus rostros. Yo
imaginaba que eso era habitual y que todos los que tenían sexo debían hacerlo en algún
punto. Eso o que nos terminen dentro. Estúpida chiquilla. Pero con ello empecé a reunir
toda la información necesaria para poder contar, si era preciso, alguna historia de aquella
mi primera o mi enésima vez. Por eso tenía mi cuaderno triple x, donde me anotaba
párrafos de las cartas que escribían a las revistas o fragmentos de los artículos o perfiles
de las conejitas. También relataba escenas de las porno que veía, para luego adaptarlas
a mí y relatarlas como si fuera yo la protagonista. Algo que te enseña ser mentirosa es a
ser cautelosa, pero no prudente. A un inicio le lanzaba pequeñas mentiras a Christine
sobre experiencias sexuales mías, o le daba consejo a alguna otra tontita que nos
rondaba y Christine parecía satisfecha. Claro que yo nunca cuento con mis propios
errores, además que me confío demasiado. Cada que notaba que Christine se tragaba
mis historias, me daba por exagerar un poquito mi grado de supuesta “zorritud”. Y
progresivamente soltaba más la lengua y decía cosas extremas, hasta que en una de
esas terminé como la única mujer en una orgía de siete sementales que me daban hasta
por la nariz. Escena de una de mis películas porno, claro. Error de novata, lo admito, pero
solo cagándola así de monumentalmente puedes refinar la habilidad de vivir. Aparte tenía
quince, carajo, y estaba por primera vez en la apoteósica cumbre ¿cómo no iba a dejarme
vencer por el sabor de la victoria? Y fue así como Christine logró unir un cabo con otro y
me confrontó. “Tú eres una mentirosa. Y virgen encima”.

Cuando se dio cuenta me armó un escándalo que no te imaginas. Estábamos en la


primera semana de octubre y dejó de hablarme por una semana que, según recuerdo, fue
una muy maldita en la que estuve desolada por hallarme sola sin mi amiga, aunque en
realidad más que mi amiga, Christine siempre fue el medio que el fin vendría a justificar.
Ok ¿No odias cuando no tienes otra más que revelar lo que venías ocultando a gritos?
Hasta ahorita me las he arreglado para no hablar del famoso Johnathan porque me
parece muy pronto como para presentarlo, pero me voy dando cuenta que una no puede
contar un cuento sin presentar a los personajes principales. Y sé que te morirás de celos,
sé que tu cuerpito se llenará de rabia y me odiarás y lo odiarás a él y te sentirás
traicionado y creerás que todo lo que tuvimos es mentira, y solamente porque te hablaré
de él. Pues eso es lo que quiero. Sufre, mísero perro celoso, sufre, regodéate en tu rabia
y escúchame. Perdóname lo zorra, también, de verdad no disfruto mucho esto que hago
pero quiero hacerlo. Así que, en serio, perdona pero sobretodo sufre un poquito, dame
ese gusto ¿ok? Johnathan era un chico que conocí en Estados Unidos y que me gustaba
a montones porque era lindo como no imaginas, literalmente la imagen del chico más
perfecto que pudieses imaginar. Así de simple y creo que, por ahora, no necesitas saber
más, no nos adelantemos. Pero él era la principal razón para ser la discípula de Christine.
Y tremenda discípula resulté ser, aun cuando todos los resultados nunca los pudo ver
bien mi dichosa sensei.

Igual, luego, Christine me perdonó. Nunca me lo dijo pero creo que terminó por agarrarme
un cariño como de dueña con su mascota. Yo era eso, una mascota defectuosa que ella
había decidido adoptar así que después de esa semana de no hablarme se pasó por mi
casa, me encontró llorando y destrozada y me sacó a pasear en su carísimo auto, y yo
por dentro decía “gracias Dios, gracias”. Christine condujo hasta el desierto a las afueras
de la ciudad y sacó mucho alcohol y marihuana. Por primera vez tomé y fumé. Tomamos,
fumamos y nos quedamos hasta muy tarde viendo el cielo del desierto. Cosa curiosa que
esa es mi memoria más linda con Christy, una donde me olvidé de todo y no me preocupé
por nada. Fue ahí cuando me contó sus secretos. Habló del desastroso matrimonio de sus
padres, uno de violencia extrema disfrazada de amor exagerado, como una seguidilla de
pequeños shows bien orquestados para que ambos pudiesen continuar ignorando los
amantes, los olvidos, la rabia y el abandono de ella y sus hermanos, los mismos que ya
no vivían en el pueblo y estaban dispersos por todos los States en diferentes estados de
degradación. Ya en lágrimas, tras toda esa pesada historia, me contó de su gusto por los
muchachos, de cómo los engatusaba y los seducía, las formas en que le gustaba verlos
sufrir por ella; lo hizo con mucho detalle, reparando en cada microexpresión de dolor que
disfrutaba leer en los rostros de los más enamorados, la forma en que sus miradas se
vaciaban, sus bocas se secaban, con los dientes castañeando al compás de sus lágrimas
cayendo cuando no aguantaban las ganas de tirarse al suelo a llorar, en el claro lenguaje
de las fosas nasales expandiéndose, los seños comprimiéndose y lo que ella llamaba la
“sinfonía del llanto”, o sea todos los sonidos que delataban una cercana chilladera. Ya
sabes, los gemidos roncos, el hipo agudo, el ruido de los mocos siendo sorbidos con
fuerza suficiente como para transportarlos hasta el cerebro…Christy sabía enamorarlos
hasta el punto de lo imperdonable y era una cronista experta de sus hazañas, o fechorías,
dependiendo de lo que desees creer de ella. Lo sé porque también habló de todas las
veces que los manipuló para que hiciesen lo que ella deseaba y se justificó confesando
cuánto odiaba que la abandonaran y tantas cosas que ya no recuerdo pero que le
sacaban todas sus máscaras por completo. Luego me dio dos lapos y un revés, y dijo,
mientras lloraba, que no volviese a mentirle a ella nunca de los nuncas. Al día siguiente
actuó como si nada, pero ya me hablaba y ahora yo lo sabía todo. Eso es algo muy fuerte
cuando hablamos de alguien que lo da todo por ser popular. Somos de esas personas
que venderían sus almas a cualquier diablo con tal de no perder los privilegios de no ser
una apestada social. Pero no importaba, tampoco lo habría usado contra ella y además
ahora también sabía más sobre mí. Te explico. En retribución a su apertura repentina
conmigo le dije una o varias cosas sobre mí misma. Aunque, comparando, ella me contó
casi toda su vida y pensamientos secretos y yo nunca hablé de mi misma, ni de mis
aspiraciones, solo le solté mil y un mentiras de cosas que ni quería, mentiras fantásticas
de cosas que había vivido o cosas que anhelaba pero que al final eran solo eso: puras
mentiras y una sola verdad. Claro que esta verdad que le conté era, nada más, que
estaba enamorada del chico más maravilloso de la escuela, que estaba completamente
perdida por el popular y talentoso, alguien genial y perfecto que nunca lastimaba a nadie y
que todo cuanto decía eran cosas muy astutas e inteligentes, palabras dignas de ser
escritas y repetidas por los siglos de los siglos. Le dije que lo que me motivaba a seguir
cada día era el amor que sentía por este chico maravilloso.

Creepy Fact#66: Hayley no solo se enamora, se ilusiona y hasta termina por creer que el
ser perfecto de su cabeza es el verdadero. Johnathan, por supuesto. El sublime, el
apuesto, el amable. Johnathan el novio de la maldita Franzine, señorita ideal, hermosa,
amable. La Pareja del Año. Christine los odiaba pero porque le robaban el show, además
creo que intuía que Johnathan nunca se fijaría en alguien como ella y que, si hubiera
estado soltera, Franzine habría sido más popular con los chicos. Y hoy me pregunto ¿por
qué no fui capaz de contarle otras cosas a Christy? ¿Por qué terminé dándole tantas
mentiras y pocas verdades a mi primera mejor amiga de verdad? Ni idea. En el momento
fue porque no sentía que nada de mi vida fuese tan interesante como las historias de
conquistas macabras de Christine y supongo que no deseaba quedarme atrás. Aparte, lo
de Johnathan no habrá sido ni verdad ni secreto, pero si era un anhelo muy fuerte que
movía mis días, que me impulsaba a salir de cama y olvidar la maldita pesadumbre y los
deseos de rendirse.

Durante el resto de mi estadía en Estados Unidos, Christine muy a su manera fue una
decente confidente y una cómplice ideal. Me proporcionó conocimientos para ser como
ella, o sea una superstar. Me cobijó. Me trajo la paz de sentirme apreciada cuando el
infierno se desarrollaba a mí alrededor ¿qué saben dos chicas brutas de quince años
sobre amor? ¿Qué sabe una de casi dieciocho, en todo caso? ¿qué sabe un rarito de
diecinueve sobre amar a una rarita? ¿qué podían saber dos seres perfectos de catorce
sobre amarse? ¿Qué sabía Christine de la intensidad con que yo amaba a Johnathan?
¿Cómo podía imaginarse cuánto me dolía parecerme cada vez más a ella, y no a
Franzine? ¿Son molestas mis preguntas, querido? ¿Son problemas muy estúpidos de una
adolescente estúpida? ¿Nunca te dolió amar a alguien? Creo que en realidad la pregunta
es: ¿Amaste alguna vez?

Lo chistoso, ahora, de Christine es que no sé cómo juzgarla. O qué pensar de ella en todo
caso. Por un lado puedo recordar que fue una amiga en la época más mierda de mi
estúpida vida, fue la que me hacía levantarme cuando no quería, quien me obligaba a
arreglarme por mucho que yo no le viese el sentido a todo ello y que, al final, fue la única
que fue a despedirse de mí cuando me marché de Estados Unidos, toda dopada y
deprimida. E, incluso, creo que lloró, ya ni me acuerdo estaba volando en fármacos y
sentimientos. Fue la única que me mandó cartas casi constantemente, hablando de ella y
nunca preguntando por mí pero igual, al menos no olvidándose de su triste amiga. Por
otro lado recuerdo a la muchacha que me enfrascó en esta máscara maldita, la que me
convenció de que siendo una cheerleader no habría chico que me resistiese, ni siquiera
Johnathan, y en parte eso fue lo que patrocinó todo ese salto inevitable, esa entrega a
esperanzas estúpidas donde Hayley podía robarle a la chica perfecta el novio perfecto. En
pocas palabras no sé si culparla por ser quién me ayudó a meterme en el agujero donde
terminé, por mucho que no lo haya hecho a propósito. O no sé si odiarla por todas las
mierdas que tenía que soportarle a la maldita. Creepy Fact#178: Hayley soporta todo por
sus amigas. Desde regañinas hasta atropellos. Todo en nombre de que las quiere mucho,
cuando en el fondo solo teme que la abandonen. Y de esto vaya que se aprovechó
Christine.

Déjame respirar. Beber algo de agua quizá, agarrarme la cabeza y frotarme la cara con
frustración. Mirar a la cámara con mi expresión más resignada. Terminar de creer que
estoy hablando de estas cosas, que no es que sean un secreto mayor o que incluso sean
tremendas o importantes. Todavía más, pasar a lo que viene, que nunca puedo, porque
no solo siento que este video ya ha durado mucho, sino porque falta muchísimo más.

(Ella no hace nada. Él hace lo que ella dijo que haría. No sabe cuántas veces la noche se
hizo día).

Bueno ¿en qué iba? Claro: Christine, que era muy zorra. No solo por todos los chicos que
se tiraba, sino por las cosas que hacía, esas que ella misma te las decía perrísima y
tranquila, como si hablara de una visita al zoo o un día de clases, pero que eran locuras
borderline. Y no, no estoy exagerando, sé qué ya me tienes fichada de la clásica drama
queen pero escúchame que esto es serio. Cuando Christine se conseguía un novio había
que compadecer al desgraciado y en el tiempo que estuve allá le conocí siete novios
oficiales y otros quince no oficiales, pero no era por su admirable fidelidad que uno
compadecía a los desgraciados sino por la forma en que los trataba. A todos les hacía lo
mismo: darles un poco de atención, emocionarlos hasta dejarlos incautos, hacerse a la
difícil o a la fácil, hasta que los muchachos empezaban a pensar con la bragueta y ella
procedía a alejarlos de sus amigos y sus preferencias, para aislarlos en ella y sus
círculos, en su territorio ¿cachas? Luego los bombardeaba de cariño y sexo, con sus
buenos momentos de rechazo para que terminasen de creerla necesaria, para que se
enamorasen como imbéciles y se creyesen que la necesitaban, porque el objetivo
principal de esta chiquilla era el de crear junkies, tipos perdidísimos que no pudiesen
respirar sin recordarla, que sus cuerpos cedieran a algún tipo de dolor por la falta de
Christine en sus vidas. De ahí, cuando ya habían jurado por todo lo jurable que la
amaban, pasaban a ser trapos sucios que mantenía hasta que elegía a la próxima
víctima, para finalmente ser ella quien los dejase, porque algo que Christine no permitía
era ser la abandonada.

Acá es donde se pone pesado.

Si Christy presentía que eso estaba por pasar se tragaba poco más que suficientes
píldoras como para que la dejen inconsciente y se quedaba quieta en el lugar donde lo
había hecho, hasta que el novio que iba a abandonarla la encontrara tirada en el suelo,
toda vomitada y muriéndose. Por eso Christy era tan flaca, porque ese tipo de acto le
dejaron el estómago destruido y ya casi no podía comer. Bueno, el caso es que el novio
de turno la llevaba a emergencias y así se salvaba la pobre Christine. Tú dirás que eso
era horriblemente conveniente, y te diré que sí, pues ella así lo planificaba. Tomaba una
dosis no tan letal, aunque sí lo suficiente, y calculaba el tiempo que tardaría el actual
amante en llegar a casa de ella. De ese modo podía intentar suicidarse sin, de verdad,
correr peligro, podía introducir mucha culpa en el chico de turno, como para que no la
dejasen y, claro, después echarle toda en cara al desgraciado e irse feliz y sin angustias.
Con ese método tenía un mes para recuperarse y luego dejarlo como si el culpable de su
intento suicida hubiese sido él y nadie más que él. Venía haciéndolo desde sus doce,
según lo que me contó aquella vez en el desierto.

Por cosas como esa ahora ya no sé qué pensar de ella. Tú de seguro ya estás
murmurando “perra”, “artera”, “desgraciada” o quién sabe qué…y ni modo que te de la
contra…entiendo perfectamente que eso no es un comportamiento normal, pero los
bichos raros atraemos a otros bichos raros, así que tampoco me extrañaría si tú y ella se
hubiesen llevado bien. No, perdona, golpe bajo ¿no te pasa de repente que se te llenan
de ideas la cabeza y te, cómo le dicen acá, atufas? Creepy Fact#937: Hayley es celosa,
incluso de relaciones imaginarias que solo están en su cabeza. Mejor volvamos a Christy,
a quien ya no sé cómo juzgar, especialmente porque sé que a finales del año pasado se
murió haciendo uso de esa treta, dirías tú un suicidio involuntario. No sé muy bien qué
pasó. Me enteré un día que Franzy me hizo una llamada, cuando escuché su voz en el
auricular del teléfono de mi casa me quede petrificada y hasta sentí que el mundo se
acababa, como si un planeta estuviese chocándose con el nuestro y yo recibiera el
momento con el rostro congelado. Ni siquiera me pregunté cómo pudo conseguir mi
número y cuando al fin estaba reaccionando, Franzy, con mucho tacto, me soltó la noticia
de que Christy estaba muerta, se había suicidado y otros detalles que escuché a medias.
Mi silencio se sostuvo después de que alcancé a darle un tartamudo thank you a Francine
antes de colgar y entonces mi rostro se excedió con expresiones de dolor y llanto sin
nunca poder derramar lágrimas de verdad. No me costó nada imaginármela linda como
siempre, tomándose sus píldoras satisfecha de sí misma, sentada en el suelo de su
calurosa sala decorada con un estilo minimalista que era la envidia de las otras madres en
el colegio, ahí en el sol esperando a que el desgraciado de turno llegase todo compungido
y arrebatado, con el cálculo de tiempo bien hecho y totalmente segura de que sus padres
estarían de viaje o lejísimos de casa, que en cierto modo venía a ser lo mismo, pero sin
prever que este novio se atrasaría por algún tipo de emergencia, creo, sin siquiera
imaginarse que no llegaría en quince minutos, como tal vez ella asumía, sino que la
encontraría muerta, con los ojos abiertos y la boca llena de espuma, por la noche. Algo
así me imagino de lo que me contó Francine en una carta hace algunos meses. Y en su
momento me derribó muy fuerte, pues ya no sabía que pensar de ella en un momento en
que no solamente era su clon sino que deseaba dejar de serlo. Creo que al final elijo
quererla odiándola, como solo los acomplejados sabemos hacer. No es que le perdono lo
reprobable sino que se lo entiendo, puedo ver qué clase de energía la movía hacia ese
tipo de acciones y me pone triste porque quizá juntas habríamos caído más rápido o lento,
quién sabe. Bueno, ahora ni pensando en eso puedo pelear contra esta sonrisa, ni contra
esta alegría. Y no es por maldita, carajo. Es porque soy feliz sin esfuerzos y eso es algo
nuevo, que nada de lo viejo parece poder matar. Y pienso en Christine muerta, en la
forma estúpida que murió ¿qué clase de muerte es esa dónde por manipular estiras la
pata? Me aterroriza pensar que Christine sufre ahora en alguna dimensión metafísica o
espiritual, y eso porque en vida tampoco era muy feliz que digamos. Además de los
clásicos problemas en casa, o las dietas, la actitud, la popularidad, el esfuerzo, lo cierto es
que el trabajo de ser ella era gigantesco. Entiendo que nadie la obligó a hacer esas cosas
o ser de esa manera pero lo que me molesta es que, encima de todo, la máscara que ella
me enseñó a usar no es algo fácil de cargar. Me consta que a Christine a veces salía del
paso y podía estar contenta con su mundo distorsionado y disfuncional. Y acá viene la
pregunta importante: ¿Qué hay de mí?
Video 3

Quizá te estés preguntando: “¿Por qué? ¿Por qué me haces esto? ¿Por qué me hiciste
esto?”. Y mira, hasta te imito como si fueras un simplón cuando, por dentro, te imagino
demolido y furioso, casi como seguro estabas cuando se cortó el segundo vídeo.
Respirando sonoramente, quedándote sentado por un rato, como sopesando qué hacer
después. Sé que si es fin de semana y estás viendo todo esto en la mañanita, quizá te
hayas quedado viendo un partido de fútbol en la tele, o simplemente hayas preferido
permanecer en silencio, viendo enojado la pantalla, preguntándote “¿Por qué en tantos
videos?”. Te diré que sé que no estoy usando todo el espacio de cada cinta. Déjame, sé
lo que hago. Aparte así es más… ¿cómo le dirías?... poético. Y ahora dices “¡Mírala a la
muy perra! ¡Haciendo de esto algo poético!”. Ok, la verdad es que te quedaste callado y
quieto mirando la pantalla sin mirarla. Perdona, quizá no deba decirlo pero me parece
apropiado, tengo muy poco que contar pero quiero que cada parte de ese poco esté bien
separado de lo demás, por mucho que se relacione. Además que odiaría que se cortara la
cinta en pleno relato. Me cuesta decirte estas cosas y si es que me veo interrumpida de
golpe, luego me dejaré ganar por la tentación de mentir. Insisto en que eso es lo terrible
de mentir: que ya después se vuelve muy parte tuya. Sé que hay mentirosos que terminan
por creerse sus mentiras, así como habemos mentirosos que rezamos a la Mentira. Con
mayúscula, por si te tardas. Algo así como una deidad traicionera, una que depende de
nuestra habilidad de mantenernos en calma, de seguirle la estela y ver dónde están los
límites de lo decible y lo ignorable. Y ojo que no solo me estoy justificando, tonto. Que
conste que si doy tantas excusas es porque, en el fondo, quiero que me perdones por
mentir tanto. Además que también te las doy para ilustrarte lo jodido que es desnudarse.

Porque, al fin y al cabo, esto es más un striptease que una confesión ¿recuerdas nuestra
primera vez? No, espera. Tendría que ser la segunda, porque en la primera no me viste
desnuda. Sí, fue en la segunda que te recibí en mi cuarto de niñita rosa, de imágenes
sosas y banderitas alemanas, de estatuillas de llamitas y alpacas, y fotos mías posando
como si fuese una modelo. Te hice echar en mi cama pequeña, te hice prometer que
cerrases los ojos mientras me desvestía, hasta apagué la luz para que no pudieses ver
nada pero la luna me traicionó iluminando mi cuarto. Me permitió ver tu cara de baboso,
tus expresiones sucias, me dejó verte a ti sin nada, lo cual hiciste con cierto recato pero
igual con una especie de seguridad que me gustó. Yo lo hice lentamente, no sensual, sino
temerosa, controlando tus ojos cerrados. O sea, cero actitud. Empecé por los zapatos, y
tuve miedo de que mis pies oliesen, luego las medias, y me cercioré de haberme cortado
las uñas y que se vieran bonitas, después me deshice el peinado al sacarme la polera
rosa de rayas amarillas y pliegues, pasé a quitarme el pantalón celeste con agujeros en
las rodillas, y cuando vi la blancura pálida de mis piernas me dieron ganas de llorar,
deseando tener más busto porque según tus amigos a ti te gustan las tetonas; por último
reprimí mi timidez y lancé lejos mi ropa interior. Creepy Fact#86: Odio mi cuerpo, pero me
gusta sufrir por tenerlo. Es una carga impuesta de la que no puedo escapar aun cuando
sé que muchos matarían por estas curvas.
El punto es que fue difícil mostrarme, que veas las imperfecciones que la ropa oculta,
anticipar que el sudor podría lavar los maquillajes que cubrían otras deformaciones o
revelarían aromas no particularmente bonitos. En todo caso salió bien y dime exagerada
pero para mí fue como ganar algo. Tu cara de bruto embelesado era el primer premio de
un concurso en el que una ha participado con pensamientos de derrota y cero
motivaciones. Y yo me sentía tan mal esa noche. Yo sé que tú no cabías en sí de gozo,
pero para mí fue un calvario que solo logré sobrevivir porque ya estaba enamorada de ti,
aun si no te lo decía. A veces se me ocurre el terrible pensamiento de que te quiero
porque me haces sentir bien, pero luego me acuerdo de nuestra segunda vez y ya me
dejo de pendejadas. Te lo diré directo, Creepy Fact#12: no eres nada de lo que yo
esperaba o quería en un hombre. Y es uno de mis creepy facts porque deberías serlo. No
dudes que te amo, ni se te ocurra dudar de eso. Pero si he de ser sincera yo esperaba
que el hombre a quien yo amase, y que también me amase, fuese totalmente distinto a ti.

Y, de nuevo, si he de ser sincera yo quería a alguien como Johnathan. Un tipo alto, flaco y
pura fibra, con músculos no abultados pero sí bien delineados, de ojos celestes
profundos, con la sonrisa más deliciosa que te puedas imaginar, carismático, popular,
amable, un poquito metro pero no exagerando, bien plantado, un romántico realista, un
hombre lleno de detalles y paciente pero que nunca tomaba mierda de nadie. Así era
Johnathan. Pero, por favor, no te sientas mal. De acuerdo, no eres carismático, ni popular,
y no podría decirse que eres amable y, sacando la bandita rápido, no eres así de
atractivo, por mucho que seas infinitamente más sensual. Y, te diré esto, que no sé cómo
te hará sentir, pero eres mejor en la cama. Lo que sí es que eres un romántico iluso y
reprimido y eso ahora me pesa. Y antes de que te enojes al menos agradece que soy
sincera y ten en cuenta que a Johnathan nunca lo amé. Yo te amo a ti, y sé que tú me
amas a mí. Lo sé. Y estoy feliz, porque ningún chico, ninguna persona fuera de mis papis
me ha amado. Sí, hubo muchos chicos que me han pretendido y me han…como
decirlo…deseado. Más acá que allá, claro. Y no es que lo haya necesitado para vivir,
podría haber vivido con esa pérdida, la de tu amor por si te tardas, pero eso es otro tema.
Entiende de una vez que esto no se trata de ti, se trata sobre la verdad y quiero que dejes
la rabia y la tristeza por un rato porque con ellas la vas a distorsionar y no creo que
quieras ver estos videos más de una vez. Así que jódete y aguántate. Escúchame bien y
no distorsiones la verdad, aun si te lo pide la mentirosa.

Yo no era muy diferente en Estados Unidos. Digamos que era casi un ensayo de lo que
perfeccioné acá. Christine me obligaba a usar corpiños que me aumentasen el busto y me
veía poderosa, pero ya después los chicos me invitaban a salir y ahí era donde todo se
arruinaba cuando, a veces, lograban reunir méritos para llegar a segunda base y muchos
torcían la boca, un poco decepcionados y picados por la estafa de mis boobs y mis
habilidades al besar o seducir, supongo. Uno incluso me dijo “What? No boobies?
Dammit!” e igual siguió metiendo su lengua en mi boca, casi como escupiendo en ella,
como si fuera yo un producto defectuoso ¿cómo te lo explico? Como si fuera un chocolate
de pasas cuando el envoltorio prometía maní. Y con eso y todo, igual llegaba a los besos
con la gran mayoría y con algunos podía suceder que me tocaran, con pocos llegaba al
manoseo y con ninguno al sexo. Bueno, con Johnathan, pero no nos adelantemos que ya
llegaremos. La cosa es que era yo una boludita y el status quo en Estados Unidos era
simple: Christine igual a popular. Yo igual a su mejor amiga. Su sombra que la seguía a
todas partes y hacíamos todo juntas. Cada chico que quería con ella, tenía que llevar un
wingman que quisiese conmigo, o cuando menos me distrajese mientras realizaban sus
movidas. De modo que en nuestra escuela teníamos cierta fama de estar por encima de
muchas chicas, no tanto por fáciles como por esa ilusión de inalcanzables que Christie
sabía proyectar. A la hora de rechazar, Christine tenía un don especial. Sus rechazos
eran elegantes, sencillos y violentos, además que no dejaban espacio a malos
entendidos. Las cosas como son – o como ella decía que eran. Y si a eso le añadías lo
adinerada que era Christine, y lo carismática que podía ser, pues tenías una fórmula para
ser alguien “importante” en el colegio. En eso estaba anotada yo, que era interesante por
ser nuevita, por ser alemana, porque sabía hablar alemán, español e inglés y por tierna,
supongo. Además que sabían que si quedaban bien conmigo, Christine era más receptiva
al fijarse en ellos. Lo que me daba rabia era que todos los chicos que se fijaban en mí
eran feos, el tipo de chicos que no gustan a nadie y que hasta algo de asquito daban.
Solo tres chicos lindos se fijaron en mí, a lo largo de toda mi vida. Lamentarlo me hará
superflua, pero nadie de verdad sabio diría que la verdad esté llena de virtudes.

Pero, pese a todo eso, no éramos las más populares y esto mataba a Christine pues le
daba furia quedar en segundo plano en el mar de geeks y losers que decía que eran
todos en ese high school. Podía decir lo que sea, pero eso no quitaba que buscaba evadir
la realidad de los más populares: Franzy y Johnathan. Quizá por lo bello que es
Johnathan, o porque Franzy tenía una banda que ya ni recuerdo como se llamaba pero
cuya fama local era grande, incluso exagerada. Lo más probable es que fueran los más
populares por ser desquiciadamente geniales y, encima, amables con todos, además que
hacían linda pareja. La re maldita pareja perfecta. Era eso lo que a Christine la tenía
rabiando, te lo dije antes pero Christy sabía que muchos chicos, si hubiesen tenido que
elegir entre ella y Franzy, pues se habrían ido con Franzy sin dudarlo. Si a eso le sumas
que alguna vez intentó seducir a Johnathan pero no logró nada, pues la obtienes frustrada
y resentida. No quisiera seguir hablando de Christine después de que te revelé que la
pobre se murió de esa manera tan tonta, pero es inevitable. No solo es una parte
importante de mi vida, sino que sin ella no habría historia. Además hay otra razón. Creepy
Fact#77: más que admirar a alguien, tiendo a apropiarme de su forma de ser. Y esto fue
intenso con Christie, pero muchísimo más con Franzy. El punto es que necesito hablar de
ellas como ellas y no como si lo que hacían fuera algo que yo hice.

Franzy era chatita, pero ese era su único defecto. Tenía el pelo teñido entre naranja y
rojo, siempre vestida de negro pero con camisas coloridas y a cuadros, como haciéndose
a la grunge en pleno 2009 y viéndose tan linda que a nadie le importaba si estaba o no a
la moda, aparte que era esbelta y de ojos esmeralda, así que le podía estar valiendo
vestirse bien o mal considerando los tremendo ojos que tiene. Su voz siempre me pareció
tierna y sensual, amable con sus tonos, melódica incluso cuando gritaba como loca en los
recreos ante las cosquillas de Johnatan; sin pudor los dos, en su pequeño rinconcito del
colegio donde ninguno de nosotros estábamos invitados a interrumpir semejante choque
de asquerosa genialidad porque, por si no te quedó claro, Franzy es la definición de
genialidad; desde sus actitudes, sus hobbys, sus modales, su forma de pensar, de hablar,
su risa, su sonrisa, la música que componía. Todo. La envidiaba, querido. Con toda mi
alma. Insisto que no fue por el hombre que se gastaba, sino por lo increíble que resultaba
por sí sola, sin contar lo insoportablemente humilde que era la muy perra. Lo pienso y
reflexiono y creo que me gustaba Johnathan más por la forma de ser de su novia que por
lo bello que se veía. Más por ser el hombre elegido por esa chica, digno de ella. Creepy
Fact#55: me odio a mí misma, quiero ser Franzy. No Christine, ni Paris Hilton, no Chabela
Vargas, ni Alfonsina, no mi mami, ni J.K. Rowling, ni la puta de la Karen Bracamonte, por
mucho que ella crea eso. Quiero ser Franzy, quería su vida y su forma de ser irrepetible.
Aunque sea me conformaba con volverme un clon malhecho y deforme, pero clon cuando
menos. Sí, ya intuiste que terminé como un clon de Christine, la antítesis de mi ídola.
¿Qué te digo? Me salió mal, pues al llegar acá me propuse ser Franzy y me dejé llevar
por la simpleza gossip girl. Mierda, mierda. Aparte que en esos tiempos no me entendía
muy bien conmigo misma y también quería ser Franzy en otro sentido, quería que un
hombre perfecto como Johnathan me amase. Uno que se mandaba cada detallazo que
me dejaba tarada de envidia. Quería ser la líder de una banda exitosa, ser linda y querida,
que todos me miren y ser siempre el centro de atención. Quería demasiado de ella. Y
tanto que estaba dispuesta a robarle la vida entera.

Eso es lo confuso de cuando recuerdo mi vida en Estados Unidos. Todo se oculta en la


bruma de mi Creepy Fact#1. En realidad, no sé si esto que diré clasifica como un Creepy
Fact solito, o si es más como parte del primero, o del setenta y siete inclusive. Al diablo, lo
diré como uno nuevo. Creepy Fact#74: me robo las memorias de los demás. Las escucho
una vez de quien sea que venga y me las apropio, para luego relatarlas como mías. Por
eso me cuesta recordar enteramente qué pasó o qué no pasó. No es que sea de esas
locas que no puede distinguir a la realidad de sus mentiras, lo que pasa es que cuando
una repite mucho termina por apropiárselo. Aun peor si es que la mayoría son cosas por
las que habrías dado la teta izquierda para que sean verdad, así que por supuesto que no
era Franzy la única víctima de mis hurtos. Déjame pensar. La mayoría las contaba acá,
pues allá era muy difícil dado que podía significar eclipsar a Christine. Tenía la historia de
cuando Christine y yo fuimos a esquiar con unos primos alemanes míos que luego se nos
confesaron y nosotros rechazamos, que es algo que le robe a una chica llamada Jennifer,
o cuando salimos con Christine y conocí a un actor hollywoodense que no era famoso
pero que era muy apuesto, lo cual está basado en algo que me pasó. Sí conocí a un actor
que recién había visto en una película. Bueno, no lo conocí pero si estuve en el mismo
lugar que él, y nunca me animé a hablarle. O de la vez que me asaltaron camino a casa
desde la escuela, aunque esa es una historia cierta que después exageré. Bueno, no
estoy pudiendo recordar ninguno de los que robé. Pero, en fin, tengo muchísimos,
especialmente sobre hombres guapísimos que me cortejaban porque, como te dije, solo
los feos me hablaban. Supongo que todo es porque nunca me pasan cosas maravillosas y
la mayoría tienen una historia increíble que contar ¿no te sucede? Hablas con alguien y
resulta que tienen mil vivencias que a ti te faltan, cosas que solo pasan cuando una no
tiene miedo de salir a la calle a, que se yo, hacer lo que todos hacen. Vivir, eso le llaman.
Creo que las memorias más importantes son las relacionadas a Franzy. O sea, ya te
hablé demasiado de Christine y ahora quiero aburrirte con quien más admiro en este
mundo. Supongo que debería empezar con cómo la conocí. Que es un asunto complicado
porque ahí se me ocurrió que algo de stalker tengo, como para que no digas que no nos
parecemos. Me da un poco de vergüenza recordar mi obsesión con Franzy, porque siento
que al no poder entenderla me desesperaba y hacía más y más estupideces. A esta parte
de mi vida la llamo Comedia Hollywoodense pues ahí soy una de esas chicas que ves en
las romcoms. No la protagónica, sino el relleno cómico, el personaje que pones solo para
que el público ría o sienta lástima de su ineptitud, que todos aceptan porque saben que no
eres más que un personaje secundario y, a veces, hasta terciario. Al menos eso sentía en
ese entonces y me entristecía ser tan nada, estar tan traumadita con querer ser otras
personas porque quien era yo…pues esa persona simplemente no funcionaba en ningún
sentido. Ahora me doy cuenta que querer ser Franzy, imitar a Christine, amar
perdidamente a Johnathan, todos esos pequeños melodramas me salvaban de ahogarme.
Sin todo eso lo más seguro es que habría enloquecido con la tristeza cruda y solitaria, la
que no tiene sentido, origen, ni forma de ser superada con reflexiones y pensamientos.
Creo que de haberlo sabido jamás habría enfrentado nada y habría dejado todo como un
sueño imposible. Una hermosa ilusión donde no ganas nada, ni pierdes tampoco. Donde
todo, hasta el tiempo y el espacio, son estáticos. Donde podía soñar con Johnathan y ser
feliz siendo la sombra de Christine ante la promesa de un chico así. Estados Unidos pudo
ser ese limbo sublime en el que odiaría para siempre a Franzy. En fin. Movámonos.

La primera vez que la vi ya llevaba creo que uno o dos meses en Estados Unidos. Tenía
un mundo configurado y construido de tal forma que empezaba a sentirme cómoda.
Amistad, ilusiones románticas, popularidad, el paquete entero a mi disposición y eso es,
en realidad, todo lo que necesitas para amamantarte con mentiras. Entonces entró en
escena ella y mi mundo se derrumbó, mis pocos atisbos de falsa felicidad murieron de un
sopetón. Es decir que todas las ilusiones que me hice cuando conocí a Johnathan se
fueron al mismísimo demonio. Eso sí, la historia de cómo los conocí siempre me ha
gustado en el sentido de que son de mis pocos recuerdos increíbles y propios. A
Johnathan lo conocí el primer día de clases, fue la primera persona que ví en mi escuela
de Estados Unidos. Él estaba en la puerta apoyado esperando y me vio llegar, se fijó en la
mochilota que cargaba, llena de los libros que debía dejar en mi casillero, y me ayudó. Se
acercó con una sonrisa deslumbrante, me preguntó si necesitaba ayuda con su voz que
es tan parecida a la de Brad Pitt, aunque él mismo se parezca más a una combinación de
Leo DiCaprio y Tom Hardy, con algo de Johnny Depp pululando en su rostro. Me miraba
penetradoramente con el sol aclarando aún más sus ojos, con su polera blanca y
apretada dejando ver como se contraían sus músculos al agarrar mi pesada mochila,
tenía las sienes un poco sudadas pero eso le daba cierto aire varonil que terminó de
flecharme. Era suave en su trato, firme y suave. Caminó conmigo preguntándome como
me llamaba, de dónde venía, mi edad, mis gustos, sonriéndome, hablando y hablando. En
serio, imagínate una de esas escenas de Hollywood donde te presentan al personaje
principal de una comedia romántica. Visualiza los muchos zooms en todas las cosas que
te dije que tenía, con un filtro brilloso que aumente el tinte de los colores y que se detenga
un buen rato en esa mirada celeste de Johnathan y, mientras eso pasa, se escucha su
voz profunda, como en off, sin sonidos de ambiente. Suena a mentira, lo sé. Pero no lo
es. A lo mejor es exagerado, pero así lo viví yo. No estés celoso pero él me dejó
impresionada desde la primera vez que lo vi.

A Franzy, en cambio, la conocí en un Big Kahuna Burger. Fue poco después de la charla
con Christine en el desierto, cuando yo estaba perdidamente enamorada de Johnathan
pero aun no sabía que él tenía novia porque estaba empecinada en mantener la distancia.
Ese día Christine fue quién la señaló. Con un dejo de rencor devorándole la mirada
apuntó hacia ella con su dedo y me dijo “that’s miss congeniality”, y yo pregunté “who
again?” y Christine me lo dijo, me contó que mi Johnathan tenía novia. ¿Cómo describirte
el dramatismo de la escena? Volvamos a la película: imagina un día soleado, el lugar: un
local de hamburguesas de paredes amarillas y sillas cafés, como homenajeando a alguna
película clase B, todos en el lugar están vestidos con ropas veraniegas, por si acaso ese
“todos” son un montón de adolescentes rubios y blanquísimos asándose al sol que se
filtra por las ventanas del local con alguna canción pop muy animada sonando de fondo,
probablemente Poker Face. Pero mejor céntrate en el calor, esa especie de calor seco
que te hace sudar caliente. Ahora, mentaliza la imagen de Hayley comiendo una
hamburguesa con queso, agarrando su vaso de Sprite como si alguien fuera a quitárselo.
Piénsame con un vestido veraniego blanco un poco corto con imágenes de la rama de un
sauce en la espalda y ortigas, margaritas y una amapola estampadas por el resto del
cuerpo que Christine me obligaba a ponerme; imagíname toda linda y pintadita pero con
una papa colgando de mi boca, con mis piernas brillando fosforescentes ante la luz del
sol, con el vaso rojo de la Sprite siendo apretado por mi manito, con la hamburguesa
plagada de mis pequeños mordiscos. Mantente en esa imagen. Hayley comiendo en toda
la pantalla. Entonces hay un primer plano a mi rostro e, inmediatamente, uno más a mis
ojos abriéndose con sorpresa, mi boca apretándose con rabia, o sorpresa, o decepción,
ya no sé, mientras los labios de Christine me susurran algo que no se escucha por encima
de la canción de Lady Gaga. Cambio de cámara. Ahora vemos a Franzy, tal como te la
describí, entrando en escena con su pinta grunge y su camisa leñadora violeta, sonriente
ante un grupo de amiguitas suyas. A esas imagínatelas como quieras, son extras. Pero es
necesario que cuando visualices a Franzy te la imagines hermosísima, como una estrella
de cine, con esa sensación que dejan esas modelos de cinturitas imposibles que nos
trauman tanto. En tu mente Franzy debe verse como una diosa, una odiosa diosa que me
hizo la vida imposible con su existencia.

¿No te da rabia cuando quieres odiar a alguien, pero no puedes? Lo peor es que tengo un
par de fotos de ella y siempre quise mostrártelas para que me dieses tu opinión, saber si
tú también te unirías al séquito de gente que la idolatramos. Nunca me atreví y eso que
me picaba la curiosidad como no imaginas ¿por qué? Pues supongo que algunas cosas, o
personas, tienen que mantenerse tuyas nada más. En fin, creo que lo peor es que ese día
que la conocí también hablamos por primera vez. Vivíamos en el mismo vecindario así
que puede decirse que era inevitable que alguna vez nos encontrásemos en el camino a
la escuela o a la vuelta, aunque cuando nos conocimos fue durante un fin de semana. En
fin, no estaba lista para conocer a quien tenía a Johnathan, especialmente porque recién
me había enterado de su existencia hacía unas horas escasas en que aún no digería la
rabia, los celos, la envidia tras ese choque inicial. De entrada la charla fue banal, si he de
ser sincera. Me preguntó mi nombre y otras cosas estúpidas que le preguntas a gente que
acabas de conocer. Nada importante. Es gracioso pero mis memorias con Franzy son así.
Pueden ser escenas de una película hollywoodense, donde yo me sentía como la heroína
de una mala chick flick sobre una patito feo que se enamora del chico perfecto que esta
con la chica inadecuada. Esto me sucedía más que nada cuando la veía de lejos y no
hablábamos, especialmente en el colegio cuando la pasaba con Johnathan. Lo malo de
ese tipo de memorias es que hacen que me crea que la trama de mi película está
diseñada para que funcione. Que soy la chica incorrecta enamorada del chico perfecto
con el giro de que éste ya tiene a una pareja adecuada, algo así como llegar tarde a tu
propia historia de amor, lo cual en una película sería una trama a ser superada, lo que
brindará el climax y el final feliz cuando Hayley le pruebe a Johnathan que ella es su
media naranja. Ya sé que no fue así, pero ahora no creo que fuera porque era imposible
que eso pasase sino por mi otro tipo de memorias: las que en gran parte he olvidado.

Tienes que entender que Franzy llegó a mi vida repentinamente, ya catalogada como mi
archinémesis. No podía preveer que la vería paseando por mi barrio y que ella me
reconocería como una de las nuevas en el colegio en una anécdota que por mi rostro y
mis manos creerás que narro con rabia pero que, por dentro, me causa mucha ternura.
Volvía a casa de verme con Christine, así toda perrísima y con ese vestido de verano con
ramas de sauce, ortigas y margaritas impresos, tacones que me incomodaban tanto y uno
de esos perfumes que Oli calificaba de caros y antinaturales, y que a mí me parecían muy
dulces pero igual funcionaban bien. Caía un atardecer color sangre, el calor ya no era
agobiante sino agradable y caminaba por el enésimo cielo de Christy, porque no
solamente logré verme como ella sino que hasta sentía que podía tener el mismo poder
de seducción. Ya sabes, ir al mall y agarrarme un par de muchachos, jugar con sus
corazones y desecharlos pero ¿te lo imaginas? Nomás de pensarlo ya estaba sonrojada y
reía nerviosamente como tontita, con esa clase de risas que dicen “¿de verdad? ¿yo?” y
así andaba, muy taradita en mis fantasías cuando una voz gritó “hey, newbie!” y cuando
me doy la vuelta que la veo subida a la copa de un árbol con unas gafas oscuras como de
aviador reflejando el cielo, vestida como Kurt Cobain con esa leñadora violeta que te
comenté y sonriéndome de oreja a oreja, casi cálidamente. Yo me congelé. Me quedé
mirándola sin decir palabra alguna hasta que el silencio se hizo incómodo y ella lo rompió
con un saludo que creo que quiso ser gracioso pero por el que me sentía tan aturdida que
no lograba ni siquiera mover los músculos del rostro. Franzy tenía un aura – yo sé que
son cagadas pero escúchame – tenía un aura especial que recién noté viéndola
esforzarse por charlarme. Claro, cuando la vi por primera vez fue una película, pero en
esa charla sentí algo completamente distinto. Era la sensación de poder ver a través de
ella, que sus conflictos, sus dolores, sus penas y vergüenzas estaban ahí para que los
conozcas y los aceptes si querías, o te alejes y no la molestes también. En realidad poco
importaba si la tomabas o la dejabas, su corazón estaba ahí desnudo, listo para ser
atravesado. Me molestaba la combinación de esa sincera fragilidad escrita entre las líneas
de sus expresiones faciales y corporales, con su atuendo, ornamentos y sonrisas que no
la ocultaban sino que parecían hacerte la vida más fácil a ti, como una distracción
disponible pero para nada atrapante. Eso y su actitud porque Franzy en sí dominaba, se
reía con ironía, te hablaba lentito y con una relativa crueldad que no dejaba ser juguetona,
te explicaba las cosas sin subestimarte y tampoco decía mucho más que lo necesario
para interesarte e informarte. Me miró fijamente con las gafas teñidas del rojo del cielo y al
no obtener respuesta mía se las quitó, penetrándome con sus ojos esmeralda y una
expresión de ligera extrañeza mezclada con ganas de reír que fueron un golpe
inesperado. Las gafas reflejando el cielo eran espectaculares y no es que su mirada no lo
fuera, pero no eran elementos llamativos. Es más, hoy no te podría describir cómo se
veían, solo como se sintieron.

Transparentada. Creo que esa es la palabra más adecuada. Me sentí violentamente


transparentada por alguien que dejó de esperar una respuesta y me invitó a subirme al
árbol con ella y esperar al anochecer. Todavía sin poder responder quise trepar pero el
vestido era muy corto y mi ropa interior iba a ser el motivo del espectáculo del barrio. “¿No
quieres que te vean las panties?” me leyó la mente Franzy y mientras bajaba lenta y con
cuidado dijo “¿Se puede saber quién diablos crees que nos está mirando?” y sin esperar
respuesta se sentó sobre un par de raíces sobresalientes, palmeó un lugar a su lado
lanzando una mirada significativa para que me sentase y me quede charlando con ella
compartiendo una cajetilla de cigarrillos mientras lo hacíamos. Al principio no pude evitar
sentirme intimidada ante su actitud paradójica, algo así al estilo dominante y amable,
sentía que cada palabra que profería era en mi contra, siempre con lo que a mí me
parecía una sonrisa secreta que luego descubrí como tácita, una que estaba ahí en todo
su cuerpo, en sus palabras, sus ojitos brillando. No sé. Era algo mágico, como
enamorarse pero con esos amores que más que amar, ansían; esos que juguetean entre
la línea de la aceptación y el desprecio que todo el mundo llama amores nocivos o
venenosos, pero que bien que los defienden a muerte cuando a ellos les toca tenerlos.
Supongo que habría sido lo ideal, no sé si enamorarme de ella, pero si darle más
atención, agarrar esa sensación de fuera del tiempo y el espacio que tuve mientras nos
quedamos charlando sobre buena música y cómo escucharla, qué sentíamos cada una al
escuchar Videotape, sobre nuestras novelas favoritas y sus ojitos brillantes cuando le
hablé de todos los escritores latinoamericanos que yo leí pero que ella desconocía,
secretamente complacida por cómo me retaba a ser más que solo una tontita. No mentiré.
No recuerdo mucho más de lo que hablamos ese día. Quizá solo el atardecer en uno de
esos puntos, porque del rojo intenso pasó a un sol naranja que brillaba con nubes
rubiorojizas y negras en el casi desnudo horizonte, como dando un espectáculo glorioso
antes de que llegase la noche sin estrellas. Y eso lo recuerdo porque así son los
atardeceres yankees, llenos de esa gloria que las luces de la ciudad le quitan al cielo
cuando cae la penumbra, se me hace que compensado la falta de espectáculo por la
noche. Recuerdo que para entonces Franzy hablaba y hablaba, me contaba de su vida y
preferencias, sus problemas y desatinos; y yo que no mentía porque tampoco decía
demasiado, aunque lo que le contaba lo hacía con una fluidez que pocas veces conocí.
Eso es lo que en las películas llaman el inicio de una hermosa amistad, pero lo malo es
que nunca permití que esto de verdad se asentara. Tengo varios momentos así con
Francine pero, como te explicaba, los olvidé. Y no porque hayan sido irrelevantes, o sea
por algo me queda lo que sentí. Los olvidé porque fueron pocos y, bueno, también porque
mi objetivo en ellos se fue pervirtiendo. Ese primer encuentro fue el más hermoso, pero
cuando llegué a casa me esperaba la llamada de una enojada Christy que estaba hecha
furias por mi repentina desaparición. No me hizo un drama enorme, creo que hasta lo dijo
con cierto tono de broma, pero escuchar su voz me trajo de vuelta su susurro. “It’s
Johnathan’s grilfriend” que me ofuscó un poco.

Esa noche me entré a dormir sin cenar, sentía que mi ropa me quedaba apretada, más
que de costumbre, y no tenía muchas ganas de escuchar a Oli y mami continuar, a base
de indirectas, su charla sobre tener un hijo propio, o sea un medio hermano para mí.
Juran que no me daba cuenta, pero obvio que lo hacía, nunca tuvieron mucho talento
para la discreción. Prendí todas mis luces porque cuando las apagaba desde temprano mi
mami se escandalizaba y no me dejaba en paz, ni siquiera me saqué los zapatos y me
eché en el suelo a pensar en nada, ojos colgados del techo, mente despachurrada por el
mismo suelo en que mi cuerpo se hundía en la alfombra. No hacía calor pero lo sentía,
más bien se notaba en el sudor que empezó a empapar toda mi ropa hasta hacerla
pesada. No podía respirar, pero en lugar de levantarme, mis brazos, sin la ayuda de mis
antebrazos que estaban bien pegados al cuerpo, se pusieron en una suerte de pose loca,
como si estuviera yo meditando, haciendo el “ooom” pero con los ojos abiertos y vidriosos,
la mirada infecta de dolor registrando el techo oscuro, mi colcha de flora de ribera inglesa
que hacían juego con las flores en mi propio vestido y la sensación de ahogo dejándome
con la boca ligeramente abierta. Así me encontró mi mami al día siguiente, todo y ojos
abiertos, haciéndola entrar en una pequeña crisis de la que siempre recuerda lo
empapada que estaba la alfombra en mi sudor y lo que yo recuerdo es la primera visita a
un loquero que me consumió todo un día de esperar en salas con olor a muerte en las
que parecía que pasaban años de años hasta que nos tocó entrar donde un tipo que me
hizo preguntas y luego se quedó charlando con mi madre. Pero, bueno, ya sabemos en
qué desemboca eso.

Claro que ese día no fui al colegio pero al otro sí. Me recibió Christy casi preocupada por
mi falta del día previo, un sentimiento que se le evaporó ni bien Franzy se acercó a
saludarme con un poco convencional abrazo. Lo digo porque los yankees le rehúyen al
contacto físico con quien sea, bueno no tanto al contacto físico como a la intimidad física,
pero me entiendes. Y el abrazo de Franzy era como una declaración de una intimidad que
Christy no se atrevía a tener conmigo, ni con nadie. Hasta yo estaba sorprendida. Y esa
fue la primera vez que noté que no recordaba la charla con Francine, lo cual solo
significaba o que Franzy era un ser tremendamente cariñoso o que algo de lo que le dije
resonó poderosamente en ella. No pude pensar mucho en eso de todas formas, Christine
me dirigió miradas asesinas todo el resto del día y yo me sentía fatal por ello ¿Y Franzy?
Con Johnathan, gracias. En ese día miserable decidí que no entendía nada, que la vida
tenía que ser esa conjunción de esperanzas que se hace una en estas edades en que te
preguntas qué será lo que me depara la vida y no sabes que ya estás sujeta a las mismas
miserias en loop que la condicionarán. Una canción esperanzadora tocada por un
desahuciado o como una cerdita criada en un matadero. Tampoco es que las preguntas
invasivas del loquero un día antes me hubieran mejorado la vulnerabilidad, encima que
tenía que verlo en algún momento de esa misma semana. Al volver a casa, mi mami
estaba muy preocupada y Oli casi tuvo que arrastrarla fuera de mi cuarto a la hora de
dormir. Un día patético.

Lo que sí: tuve una idea que fui desarrollando a medida que pasaban los días y Franzy
me buscaba tanto en el colegio como en casa. La chica tenía muchos amigas y amigos
pero parecía sentir un gusto extraño en hacerme su confidente, en tocar mi timbre por las
noches y sacarme a pasear por nuestro suburgatory a mirar las estrellas y reírnos de las
señoras que nos espiaban desde sus ventanas como si fuéramos bandidas. De pronto me
di cuenta que Franzy me quería como una bestie, su B.F.F y eso me caía como anillo al
dedo porque aproveché para conocer a Johnathan vicariamente, como tú dirías, a la vez
que fui agarrándome detalles de Franzy y sus vivencias para moldearme un poquito a su
imagen y, bueno, el plan era robarle el novio. Ya ni recuerdo en qué consistían nuestras
charlas o cuales fueron las memorias que le robé. Te juro que me esfuerzo y no me sale
nada. No porque no sea importante, no creo. Tal vez se debe a que entre los loqueros,
engatusar a Christie y jurarle que no la estaba abandonando, sacar información sobre
Johnathan y charlar con Franzy el mes fue muriendo con extrema rapidez. Si mal no
recuerdo era noviembre y cuando comenzó diciembre se asentó la realidad. La de Franzy
en todo caso. Ya te conté que tenía su súper banda de mediano éxito local ¿verdad? Que
igual le daba la categoría de rockstar dentro de mi colegio. Y no te adelantes, al hablar de
la realidad de Franzy no estoy haciendo referencia a que se haya alejado de mí o
cualquier cosa de ese estilo. Acá la zorra fui yo. La incipiente amistad con Franzy fue
cortada tan abruptamente por dos motivos. El primero fue que ella se fue a grabar su
disco a principios de diciembre aprovechando el receso de navidad, encerrada porque la
muy desgraciada podía darse el lujo de ser seria con el tema de la música. Y el segundo
motivo fue porque perdí mi virginidad con su novio mientras ella trabajaba en ello.
¿Quieres que te lo cuente? ¿No? Igual no tienes mucha opción.

A ver, no es que el amor sea ciego, lo que pasa es que una elige cerrar los ojos. Lo digo
por experiencia propia. Lo sé por los eventos que comenzaron a dispararse en mi favor, o
al menos así lo creí hasta que el fin de diciembre terminó asociado a la depresión y las
cosas malas que me llevaron a cuatro de mis seis loqueros, a la infinitud de pastillas y sus
efectos secundarios. El amor es un infierno, o un camino infernal por lo menos. A estas
alturas del juego, creo que no importa que te correspondan, nada nunca es como una
quiere. Nadie te ama como tú los amas a ellos, nadie te da lo que quisieras que te den, el
amor consiste en esa serie de ilusiones que una se formula, y los innumerables
conformismos con las que se contenta. He ahí el peligro de querer que tu vida se parezca
a las mentiras hollywoodenses: terminas por despreciar el estar contento puesto que
deseas estar feliz. Algo así como a la mierda la felicidad, que yo quiero euforia. El happy
ending con todos los animalitos cantando en tu boda con el príncipe azul, la loser patito
feo convirtiéndose en la hermosa princesa cisne que triunfa sobre todas las adversidades.
Lo que debió sentir la Cenicienta mandando a torturar a las malvadas hermanastras, que
solitas se cortaron los pies para obtener lo que ella obtuvo solo poniéndose un zapato. Si
algo aprendí en Estados Unidos es que los finales felices no suceden, son creados,
forzados por algún loco iluso que no desea ver que la realidad es cruda, cruel y que las
adversidades nunca se terminan. Llámame negativa, pesimista o lo que quieras. Aunque
lo más probable es que estés totalmente de acuerdo conmigo. Yo lo aprendí a la mala,
cuando mis ilusiones más imposibles se vieron cumplidas y reales, se convirtieron en algo
palpable y probable, para luego caer de golpe en un pozo sin fondo, muertas ya con un
último “perdón” que no alcanzaba para comprender ni perdonar cosa alguna, mucho
menos para consolarme con ese “peor es nada” que tanto odio. Lo más doloroso de oír la
verdad es que ya no hay forma de creerse entera ninguna otra mentira. Lo cierto de los
finales felices es que si les das tiempo terminan por convertirse en historias de terror.

Ok. Sorry, baby. Tú sabes que me pongo intensa, que me duele la vida y el alma y el
corazón y tengo esa estúpida necesidad de gritárselo a los cuatro vientos para que
alguien me apapache y me diga que me quiere, que todo estará bien, que soy la única
mujer en su vida, que no tenga miedos tontos o infinidad de cursilerías variopintas y
hermosas, mentiras que se vuelven verdad cuando las dicen un par de labios que te aman
pero que en el fondo siguen siendo mentiras. Porque hasta ciertas mentiras que nos dicen
por amor son como muestras de ese afecto ¿o estoy diciendo tonterías? Creo que
necesito calmarme un poco.

Con Johnathan todo comenzó, de verdad, un día infernalmente frío –que mientras más lo
pienso era como una especie de advertencia, era el universo diciéndome: “Hayley,
moriste y te fuiste al famoso infierno congelado – y me encontraba contenta, sin ninguna
voz interna menospreciándome, o angustia alguna jodiéndome el día con su habitual peso
en el pecho. Estaba sentada en mi patio delantero, en un embarazoso atuendo que me
hacía parecer tortuga que me compró Christy, tomando el poco sol que llegaba y
calentaba gracias al inusual aire no tan helado. Y pasó él. Perfecto. De chompa apretada
mostrando lo musculoso que era. Sonriente. Jeans rotos, con los brazos fibrosos ocultos
bajo la lana que no dejaban ver el tatuaje de su brazo izquierdo, ese de colores e
imágenes surrealistas. No alcanzaba a entender qué hacía por mi barrio si Franzy estaba,
en esos momentos, grabando en Nueva York. La cosa es que se quedó mirándome como
tímido o inseguro y yo dejé de preguntarme qué hacía Christine o dónde estaba Franzy,
aterrorizada de decir lo que sea que pudiese espantarlo, angustiada y muriéndome de
vergüenza, demasiado congelada para respirar. Johnathan se acercó a mí, se paró
imponente delante mío, tapando el sol, y me pidió un vaso de agua. Era como si tú
estuvieses sentado en el Mirador y llegase Julieta Prandi y te pidiese que la invites a salir.
Era una escena inicial de una de mis pornos, como si hubieran agarrado mi cuaderno de
fantasías y lo hubieran convertido en un guion al cual nunca supe que audicioné. No pude
hacer más que permanecer muda, sin saber qué hacer en verdad hasta que me sonrió y
se sentó en la grada, a mi lado. Cuando me recuperé de la sorpresa le serví un vaso de
agua y lo contemplé mientras lo bebía. Me gustaba contemplarlo, era de las actividades
que más disfruté de mi breve tiempo con él. Olvídate de los besos, de las caricias, de sus
bonitas palabras o de sus detalles. Contemplarlo tan de cerca cumplía con muchas de mis
fantasías de ese entonces. Supongo que para eso está una con un Adonis, para mirarle y
complacerse en todas esas características que lo hacen tan irresistible, como ser un
amante del arte y comprarte tu cuadro favorito para ponerlo en un lugar específico de tu
casa, donde la luz y el ambiente son perfectos, y perderte en su belleza. Y nada más.
Eso sí, mis primeros momentos con Johnathan estuvieron plagados de silencios
incómodos, en los que él me miraba mientras hablaba y yo no podía ni levantar la cabeza,
apenas consiguiendo murmurar un “sí” muy quedo. Le gustaba hablar. Mucho. Se
desvivía haciendo cumplidos de mi apariencia, y lo hacía poniéndose colorado, pidiendo
perdón porque no tenía que decir esas cosas estando de novio de Franzy. Y yo solo me
callaba y sonreía un poco, y nunca le dije que no dijese nada, porque la verdad no
terminaba de creer que alguien tan lindo como él se fijase en alguien como yo, o que
tuviese ese tipo de rubores. Que me soltase cosas como “te ves sexy con ese sombrerito”
era incomodo a la vez que era delicioso, increíble. No sé cómo explicarlo para ser sincera,
pero tenía que aprovecharlo. Entiéndeme, nunca un chico que a mí me gustase me había
prestado atención. Encima que Franzy no solo no iba a estar en el cuadro durante todo
ese mes, sino que sin querer me enseñó mil formas de complacer a Johnathan en todas
las ocasiones que me contó cosas acerca su relación, así que era una oportunidad que
tomé y aproveché. Él era mío, solo mío y nada más que mío. Así lo viví, así me confié y
me entregué ciegamente. Me creí Cossette y no era más que una mísera especie de
Éponine. ¿No odias eso? ¿Cuándo te sientes grandiosa y no eres más que una mosca
muerta? Pero es difícil pensar en esas cosas cuando te ofrecen el mundo en una bandeja
¿Te mencioné que me juró honestidad absoluta? Me lo hizo jurar el día que me vio los
pechos por primera vez, en el ático de su casa, juramos que siempre seríamos honestos
en todo. Honestos y directos sin complicarnos en juegos tontos. Lo cual me venía bien
porque me gustaba decirle todo lo que yo pensaba, aun si me costaba montones. Pero él
siempre era amable y sonriente, excepto cuando me hablaba de amor. Eso lo hacía con
rostro duro, casi inexpresivo.

Fue todo muy vertiginoso. Veía a Johnathan cada día. Después de ese primer día todo
empezó a ir muy rápido. Salíamos a pasear, a beber ocultos en la calle, a besarnos en su
auto, escuchábamos música a todo volumen, íbamos a no ver películas en cines baratos
donde irremediablemente nos manoseábamos. Era extraño, yo no podía decir que no.
Estaba demasiado fascinada por mi suerte así que cuando me decía que haríamos tal
cosa, nunca me negaba. Le decía si me gustaba o no la idea, pero igual nunca dejaba de
hacer las cosas que él quería. E hicimos de todo. Correr desnudos por una tienda, beber
hasta el desvarío en un cuarto de hotel, nos chocamos en su auto y nos escapamos de
los otros conductores enojados. Él me decía que estaba totalmente fascinado conmigo,
que yo era la mejor, lo máximo y todas esas cosas que ustedes los chicos dicen para
engatusar el ego de una. Me llamaba hermosa a toda hora, me besaba enterita alabando
la perfección de mi cuerpo, me escuchaba con toda la atención del mundo y me abrazaba
todo el tiempo. No teníamos que forzarnos mucho a ser más discretos así que a la mierda
con todo ¿verdad?

Viejas glorias. Esas son las peores. Los recuerdos nunca alcanzan, si de algo sirven es
para dejarte con más hambre, más ganas, más rabia, más comezón. Abrir la herida, en
pocas palabras. Encima tú debes estar rabiando, pero no me importa. Te dije que diría la
verdad y esta es la verdad sobre mi romance con Johnathan. Intenso y corto,
desequilibrado mejor dicho. Yo ilusionada y él aprovechándolo. Porque, claro, él me
prometía de todo, me decía las cosas más románticas, me besaba a toda hora pero en el
fondo no sentía nada, solo quería un cuerpo que cogerse mientras su novia estaba
ausente. Lo jodido es que de eso me di cuenta aun antes de que Christine me lo
advirtiese, pero no me importó pues no quería verlo. Admitir que cualquier de esas
señales que deba cuando bajaba la guardia significaban que no me quería de verdad eran
una invitación al cataclismo, a un sentimiento que no sabía si iba a poder manejar. La
soledad también se origina al darse una cuenta que ciertos lazos tienen fecha de
vencimiento. Porque la fecha de vencimiento estaba ahí. Grande y obvia. No como en los
productos donde ponen la fecha en chiquitito que hay que buscarla y hacer un esfuerzo
para leer los mínimos números. Diferente es que nadie quiere saber cuándo terminará su
felicidad ¿te imaginas lo insoportable que sería? Nos detendríamos en el futuro y
dejaríamos de disfrutar el presente. Y fue bueno que ignorase la figura de Franzy en mi
idilio con Johnathan, pero fue devastador cuando ella regresó antes para pasar navidad
con su familia. Eso fue para cuando no solo estaba ilusionada hasta las patas, sino que el
tipo ya empezaba a despintárseme más y más e igual no pude darle crédito a mi sentido
común, al punto que se me ocurrió que la mejor idea para demostrarle que lo amaba era
entregarle aquello que me pedía constantemente. Obviamente, sexo.

Insertar acá relato sobre mi primera vez que he titulado “la amarga muerte de una virgen”.
Y no, no es que el tipo haya sido un ser horrible que me violó, me pegó o la clase de
atrocidades que la Karen Bracamonte se inventaría para llamar la atención. No, creo que
esto es más un asunto de máscaras cayendo, lo cual fue trágico muy a su manera. Eran
las diez de la noche y estábamos en su auto escuchando Red Hot Chili Peppers a todo
volumen, en una suerte de loma de la que podías ver mitad de la ciudad, mientras que la
otra estaba escondida de mi mirada tanto por el terreno accidentado como el volante del
auto y la cabeza de Johnnathan que besaba ávidamente mis pechos, deslizando sus
manos por mi piel, coqueteando con meter sus dedos debajo mi ropa interior. Hasta ese
momento todo lo que hicimos eran largas sesiones de besos y manoseadas que jamás
pasaban de apretarme bien las partes más carnosas pero nunca, eh, digamos,
adentrándose un poco más en mi cuerpito. Y como era yo tan tontita desde hacía días,
desde el primer beso en realidad, que estaba preparándome para el momento en que él
se sacaría la ropa interior, me sacaría la mía, entraría con gestos adustos y pacientes, me
repartiría un centenar de besos en el cuello, me murmuraría palabras románticas y de
repente lo sentiría colmarme de un líquido cálido que llegaría la altura de mi ombligo
haciéndome gemir y sonreír. Bueno, no lo pensé en esos términos exactos pero tengo
que ilustrártelo de alguna forma ¿no crees? Llevábamos casi tres semanas saliendo, yo
no lo sabía pero me quedaban unos días más de idilio. Hacía frío, la música estaba
agradable, la luna no brillaba demasiado, estaba recién bañadita, él olía a una mezcla de
after shave y limón, recién me había contado algo sobre sus aspiraciones a ser fotógrafo y
me tomó unas cuantas fotos kinky con su cámara digital recién adquirida. Cuando
recuerdo ese día no puedo mirarme a mí misma, pero si me imagino con los ojos como
dos estrellitas o corazoncitos, así que así imagíname tú también, mientras que al guapo
de Johnathan imagínatelo con una chamarra de cuero negra y con una barba rala que lo
hacía verse muy sensual, con el suficiente sudor perlándole al cara como para que se
viera con un brillo suave pero coqueto mientras que yo sudaba como un chancho blanco y
asustado, cada vez más porque sus dedos ya tocaban mis vellos púbicos y yo no podía
sacarme de la cabeza que entre la calefacción y los nervios iba a dejarle la mano olorosa.
Pero nunca dices algo como eso, o sea sería completamente idiota de tu parte, así que te
haces a la difícil, sonriendo siempre, pero lo malo de los ojos de corazoncitos es que no te
dejan ver el hastío. Eso es lo que siento que vi, un dejo de hastío fugaz en su mirada,
como que la enésima vez que dije no con mi sonrisa de reina del mundo su máscara cayó
por un breve espacio y en lugar de alejarme me desesperé porque, claro, me iba a dejar.
Se recuperó rápido, dijo algo amable y alegó otra cosa sobre dejarme en casa y yo ya
quería llorar pero me aguanté lo mejor que pude y le dije que vayamos a la suya. Ahí
retornó su interés. Me dio una ojeada espeluznante mientras me colocaba la polera y sin
decir palabra arrancó el auto y comenzó el trayecto a toda velocidad hacia su casa.

Fue un recorrido inolvidable. Con banda sonora y todo. Quizá puedas ponerlas, te
encantan y espero no estarlas arruinando para ti. Ambas son de Gorillaz. Yo estaba
traumada con la música de ellos en ese entonces y tenía mi disco del Demon Days que
llevaba a todas partes, así que obviamente tenía que estar en el auto de mi “novio”. Ni
bien encendió el auto comenzó a sonar el final de Fire Coming Out of the Monkey’s Head
donde lo habíamos dejado antes de detenernos. Las luces de la ciudad pasaban rápidas
por mi ventana, Johnathan parecía no respirar de lo silencioso que estaba y algo en ese
silencio me incomodaba, como si estuviese siendo utilizada, como si no tuviera nada que
decirme ni interés alguno en escuchar cualquier palabra proferida por mi boca. Y tú sabes
que eso me incomoda a montones. Creepy Fact#623: el silencio no sólo me incomoda,
sino que apela a mis inseguridades más inquietantes, como si en él proliferaran todas las
cosas que podrían hacer que alguien deje de quererme o interesarse en mí. No sé si lo
cachas, pero es como que mi incesante parloteo es una gran forma de llenar la mente del
otro de tanta información que no se dé cuenta de las cosas claves, algo como invitar a
alguien a leer un libro entre líneas, mirar más allá de mis palabras obvias y preguntarse
por qué tengo que hablar tanto de tal cosa o tal otra, porque no simplemente decirlo todo
de frente. Porque, querido, no sería divertido, no habría ningún valor en que te comas mis
palabras rumiadas, en que con lo fácil que me entrego no te cueste nada descifrarme.

Y ahora que lo pienso, Creepy Fact#463: quiero ser descifrada, quiero ser un enigma que
cautive a alguien al borde la locura, quiero que alguien se dé el trabajo de desentrañarme.
Ok. Me estoy desviando. El asunto es que mientras el paisaje se volvía una mancha
borrosa y el sonido del motor forzado repercutía con mayor fuerza empezó a sonar Don’t
Get Lost In Heaven de Gorillaz. Eso me calmó, ¿Te acuerdas cómo empieza? Esos
sonidos como de playa al atardecer, ese pianito tranquilo con la voz de Damon Albarn
hasta que entra un coro góspel que decía algo con “make a big mistake”. No sé. Creo que
es fácil ver señales donde sea, pero no puedes negar que a veces hasta el más escéptico
las encuentra. Ese rato no lo noté, de todas formas. Ni siquiera cuando ya entramos en
las cercanías de su vecindario y comenzó a sonar Demon Days, el track que continua a
Don’t Get Lost In Heaven, con el mismo coro, en un tono infinitamente más nostálgico,
cantando algo sobre no poder confiar ni en el aire que respiramos y que es duro sobrevivir
para las almas bondadosas. Claro, las letras van por otro lado a lo que uno podría
imaginar con esas simples palabras. Y te juro que me habría encantado leer la vida entre
líneas en ese momento, pero estaba tan asustada con la perspectiva de perder mi
virginidad que sólo podía susurrar un canto intentando relajarme, ya sabes, soltarme,
sentía que era yo la mala onda que no hacía lo que ya era obvio tenía que suceder. Creo
que ni me atrevía a mirar más allá de lo borroso de mi ventana y agradezco no haber
tenido una imagen de Johnathan manejando en ese instante. Estaba tan dentro mío que
no noté que nos detuvimos y en automático caminamos hacia su cuarto, con un pequeño
desvío en su cocina y su sala.

Repito: Christie ha entrenado a un monstruo competente. Pronto me dí cuenta de que


estaba en automático, pero ese automático que tú conociste como Hayley, la Arpía Reina.
La siempre popular, riendo con picardía, comentando todo en una verborrea incesante.
Coqueta, audaz, osada, pero sumisa, la mierda de mujer plástica que los hombres
inseguros quieren para aferrarse a la ilusión de que la vida es unidimensional. Johnathan
sí fue un compañero agradable durante esas tres semanas en que cortejó a la tímida
Hayley, un romántico de manual que se rajaba detalles como cenas con velas, ramos de
flores, chocolates y mil regalitos que Hollywood jura que pueden comprar el amor de, ni
siquiera una mujer, una persona en general. Su recompensa, que vaya que le gustó, fue
ver el nacimiento de la Hayley popular, que en Estados Unidos solo él conoció. Y vaya
que estaba contento. Eufórico, inclusive. O sea, no era para menos. De pronto la niña
tímida y guapita se convierte en una diablesa sensual que no deja de hablar y que te
provocaba con cada nueva frase que escupe su endiabladamente roja boca. Ustedes los
hombres sólo quieren coger y nosotros las mujeres también, según yo no somos muy
diferentes los unos de los otros como género pero en lo que somos diferentes es
demasiado relevante para ignorar. Ahora me gusta tirar, pero en ese momento entré en
automático porque tenía miedo. Mucho. Y fingí mil gemidos esa noche porque no la
estaba pasando bien. O sea ¿vos crees que no duele? Y más allá de eso, o de las
fotografías de Franzy pegadas en la pared que ya no pude ignorar, lo que de verdad
importaba era que no quería que él me dejara. Sentía que esa era la audición absoluta, el
momento en que podía descoronar a Franzy de su puesto en el corazón de su novio y
hacerme yo la más poderosa y feliz de la existencia. Era una batalla ¿cachas? No se
trataba para nada de Johnathan y de mí, sino de Franzy y de mí. No. Se trataba de mí
contra mi yo ideal, mi batalla final contra las frustraciones de una vida colmada de esa
tristeza inexplicable que de todos modos me jodía tal como Johnathan me jodió esa
noche. Con rudeza, sin amor, fuerte y sin ritmo, en unos breves minutos, en casi todo el
espacio en que sonaba New York City Cops en la radio que puso Johnathan, quien no
solamente terminó dentro mío sino que lo hizo con un grito de Tarzán que me asustó más
de lo que me entristeció ver su rostro de asco al limpiarse la sangre del miembro o la
incomodidad de él obligándome a tomar una pastilla del día después casi con
minuciosidad nazi.

(Piensa en un balde lleno de vómito y excrementos. Saborea la bilis y sus labios


marcados por dientes bien delineados de sangre).

Ahora, no fue tanto esa noche lo que me molestó de mi primera vez, sino que esa misma
sensación de soledad mezclándose con mi tristeza perpetua me persiguió durante toda la
semana que siguió, la última. No seas infantil ¿ok? Escucha bien todo esto. Fue una
semana de puro sexo. Era yo una muñeca inflable que se dejaba jalar, traficar, cargar y
botar en cualquier parte mientras Johnathan incurría en sus gritos de dos minutos, cinco
cuando me portaba bien. Y si bien fue un cretino desconsiderado, no es tanto eso lo que
me molesta como que yo era la cómplice perfecta. Me ponía faldas para que le fuera fácil
levantarlas, compraba condones que yo le ponía porque a él le daba flojera, callaba mis
recatos con el ruido del carisma de mi máscara perfecta. En pocas me cosifiqué tanto
como él me cosificó a mí y fui tan feliz porque ya estaba más que segura que lo había
logrado. Obvio no, no es una sorpresa, nunca quise que lo fuera, porque ¿qué sentido
tiene ponerle suspenso al dolor de una misma? La última noche usó algo de vaselina para
penetrar un nuevo horizonte y al dejarme en mi casa, ignorando mis muecas de dolor en
todos los baches, me dijo que al día siguiente llegaba Franzy y que convenía separarnos
un poco. Lloré, en una mezcla de dolor físico y emocional, lloré y le dije que no podía
hacerme vivir un mes tan intenso sólo para irse como si nada. Él no dijo nada y me dejó
desgañitarme, gritar y maldecirlo hasta que con una calma helada me dijo que tras una
semana de gracia la dejaría por mí y estaríamos juntos para siempre. Pero que tenía que
dejar de hablarle y darle su espacio para hacerlo.

Obvio. O-b-v-i-o. ¿Te conté cómo me di cuenta? Claro que no. ¿Te lo cuento? No tienes
otra.

Era la clase de computación, o algo con computadoras. Llovía, y eso empeoraba el estar
sentada cerca suyo. Hacía poco más de dos semanas que Franzy había regresado de su
grabación, el mismo tiempo desde que Johnathan dejó de hablarme, o siquiera
reconocerme en los pasillos del colegio al que habíamos retornado cuando finalizó la
pausa de verano. Igual no fui mucho a esos primeros días de clases tras el receso porque
la crisis golpeó fuerte y los cuatro loqueros andaban cerca del diagnóstico fatídico.
Intentaba concentrarme tanto en mi pantalla, que luego de un rato me convertí en dolores
de cabeza. De ninguna manera sobreviviría a la hora entera. La tortura terminaría a las
doce en punto exactamente. Quedé muy sorprendida de escuchar su voz, que casi grité.
“hey, eh, me preguntaba si es que…” empezó, pero lo miré con una cara de, indudable,
terror. Él intento continuar, miró mi rostro y sonrió como siempre, pero por muy poco
tiempo. Por casi dos minutos nos contemplamos el uno al otro sin decir nada. “Yo… Yo
sólo quería que sepas que Franzy está dando un concierto esta tarde.” Parpadeé dos
veces. Carajo. Casi le grité: “Eso no era lo que deseabas decirme, para nada”. “Ajá, pues
bien por ella” me hice a la pendeja. Trataba de no quedarme mirando mi pantalla, actuar
como si nada y no demostrar cuánto me dolía que él me hablara de ella, que lo hiciera
con ese aire de amante trágico que de repente ha elegido quedarse con la esposa pese a
que está enamorado de la amante. “¿Cuántas máscaras?” recuerdo que me pregunté. “Sí,
bueno. Podrías venir si quieres. Recuerdo que te gustaba su música, sólo si es que no
tienes planes todavía.” ¿Puedes imaginar su atrevimiento? “Hey gracias. No, no tengo
ningún plan” ¿Por qué dije eso? “¡Genial! Supongo que te veré ahí.” Y de nuevo volteó su
rostro a su escritorio y continuamos con nuestra clase.

No. No tuve oportunidad de decir más. Tampoco tuve la chance de negarme al torrente de
esperanzas. Era refrescante después de semanas perdida en esa cochina depresión.
Sabía que Francine estaría ahí. Lo sabía y odiaba odiarla sólo porque ella era su novia.
Pero cada vez que lo veía de reojo y mi cabecita fantaseaba inevitablemente, pensaba:
“No. Lo lamentarás mucho”. Y era cierto. Me sentaría ahí, toda la tarde, llorando por no
haber ido. Y sería peor que los días usuales. Y peor que ir a ese maldito concierto.

A lo largo del día pensaba todo el rato en eso, y cuando ya podía irme a casa, no pude
creer que el tiempo hubiese pasado tan rápido. En casa me esperaba otro dilema, en el
que no había pensado: ¿Qué me pondría? Y entonces lo recordé: era un concierto de
rock. Eso estaba bien. Al menos no era punk. Gracias Dios, gracias. Me puse shorts de
jean negro con pantalones satinados, combinados con una polera celeste. Eso era lo
adecuado. Agradecida por mí abrigo. Podía ocultarme bajo mi abrigo.

El concierto. Sip. ¿Te mencioné que sabía que lo lamentaría? Sí, bueno. Lo lamenté. La
atmósfera era fantástica, como en cualquier concierto que habría amado si no fuese por la
chica que estaría ahí arriba. Esperaba encontrarlo. Y pensándolo bien, desearía no
haberlo hecho. Antes de que pudiera rendirme, la multitud me empujó hasta frente el
escenario y escuché los primeros acordes de la banda de Franzy. Amaba su música. De
verdad la amaba. Era rockera y fácil de digerir. La primera canción se llamaba algo así
como “Fluffy duffy is not as buffy as you guessed”. Las personas a lado mío cantaban,
aunque no se supieran los líricos, y era difícil no hacerlo yo también. Bailé y agradecí por
los pocos momentos en que sólo tenía que pensar en la melodía y nada más. Después de
nueve canciones el rock paró, y se transformó en algo que me enfureció: balada, una
cursi canción de amor. Que no era cursi para nada. Pero no podía evitar odiar que la parte
de no-pensar hubiese terminado. En lugar de ello vino el primer golpe cuando la voz de
Franzy cantó: “cada vez que te veo ahí, me siento histérica/ cada vez que nos besamos
alcanzo el cielo/ sabes que te amo ¿verdad?/ sabes cuánto significas para mi alma”. El
momento en que ella cantó eso, sabía que ambas pensábamos en la misma persona. Y
que de todas maneras él siempre pensaría en ella. Y que ella sí podía ponerles las
palabras adecuadas a lo que yo encontraba inefable. La gente a lado mío movía sus
encendedores con el ritmo. No pude evitar cantar, era como si la canción tuviera un poder
magnético. “No puedo dejarte ir/ y sé que tú/ algún día/ no retornarás a mí”. No notaba a
nadie, veía a mucha gente en un solo lugar, pero a nadie en particular. Y ya lo adivinas
¿no? es otra escena de película. De repente irrumpe él, con su chaqueta de cuero y todo
lo que siempre quise. Volteé mi cabeza para mirarlo. Me miró y en ese momento puedo
jurar que vi algo, como todos los días anteriores del maldito verano. Esa expresión que vi
en su cara al principio y que nunca más vi de nuevo. Porque sé que me la imaginé de
tanto querer que esté ahí, de que sea mío y no de Francine. “Así que… um… viniste”. La
melodía de Franzy llenó el silencio. “Síp”. “Bueno, sabía que vendrías. Nunca le fallas a
nadie”. Lo dijo con tanta seguridad, con tanta confianza que estaba irritada ¿Por qué
empezó a hablarme tan después de mis días extrañándolo? ¿Por qué actuaba como si
nada? ¿Por qué no hablábamos de los besos, del sexo, de Francine? Nunca dijo nada.
“Bueno… no sé qué decir.”, fue mi única respuesta. Fue automática. Le dije lo que
pensaba, aun cuando me costaba encontrar las palabras. “No tienes que decir nada.
Siento haber iniciado esto…”, o algo así comenzó a decir antes de que lo interrumpiese
para decirle que no se preocupe, que sabía que no lo hacía a propósito. Nos miramos el
uno al otro y me urgía preguntarle por qué me había hecho todas esas cosas, dado que
estábamos siendo honestos el uno con el otro de nuevo. Pero entonces el mutismo fue
algo más que solo nuestro, Franzy había callado. Hubo un momento de puro silencio
cuando el público contenía la respiración. Me hundí en sus ojos, tan celestes, y sentí
calidez nuevamente. Me miró a mí, y de repente la audiencia estaba viva nuevamente,
pidiendo a gritos otra canción. Pero la banda de Franzy había terminado, creando mucho
ruido alrededor nuestro y dejando el rostro de Johnathan frío nuevamente. Como una
roca, como siempre que me hablaba de amor. “Perdón” dijo con formalidad. Se marchó a
los camerinos a por Francine y me dejó sola. Y mientras se iba murmuré: “no necesitas
pedir perdón.”

Ese fue el fin. Ahí se acabó todo. Nadie puede vivir en un sueño. Mucho menos soñar
eternamente. Hay sueños que no pueden ser… ¿recuerdas esa canción que te hice
escuchar? ¿la que cantaba Susan Boyle? I dreamed a dream. Anótalo, esa es mi canción
favorita en todo el mundo. Es su tono dramático, sus líricos trágicos, su perfecta
combinación con la historia de mi vida. Escúchala, vívela, llórala. No importa si la canta
Elaine Paige, Lea Salonga, las Belladona, o quién sea que la cante después. Escucha
esos líricos. Escúchame hablar a través de quien sea que la cante, escucha a la Hayley
de quince años llorando cuando Johnathan dijo ese perdón tan formal, tan frío y vacío.
Tan como el romance que hubiésemos tenido.

Voy a cantártela. No veo otra forma de que entiendas. Y lo haré como siempre la he
cantado: con toda mi alma, con todo el dolor que me tocó vivir, con todo el dramatismo
que acabará por matarme, con todo el pulmón del que soy capaz, con las memorias
dolorosas de una depresiva que convirtió las tristezas en tragedias y cuyo propio cuerpo
traicionó al punto de negarle mil y un sonrisas y consuelos. Aquí va.
Video 4

Hay demasiadas cosas impreguntables. Quisiera poder saber qué pensaste de mí


mientras cantaba. No es que sea una total desubicada y no me dé cuenta que quizá no lo
viste con una media sonrisa, ni pensaste en todas las formas en que era gracioso verme
cantar. Lo más seguro es que hayas llorado, que me odies, incluso entiendo que hayas
vomitado porque mi predilección por el drama es lo que me definió desde siempre,
especialmente desde que llegué a esta ciudad. Ya me estoy cansando de remarcarlo pero
quiero que sufras, no para hacerme a la importante sino porque pienso que el dolor es
una gran forma de desestructurarse y pillar la felicidad de nuevo. Cuando no eres una
depresiva, obvio. Supongo que insisto con esto porque no me saco de la cabeza la
impresión de que debo sonar a una morbosa, perversa y maligna o incluso ridícula por
hacer tan grande lo pequeño. Y, de nuevo, te pido perdón por esto pero es la única forma
de deshacerme de todos mis arrepentimientos. Al menos así, sólo me llevaré uno
conmigo.

Mejor solo sigo hablando.

Creepy Fact#937: fomento el melodrama. Busco la manera de propiciarlo y lo exploto


hasta que las cosas tiemblen. Como un terremoto. Y lo hago porque el melodrama es mi
lugar seguro, es la forma que tengo de simplificar las cosas para comprenderlas. Lo cierto
es que a mí me molestaría mucho tener que lidiar conmigo, o con alguien como yo,
porque es verdaderamente annoying que te muevan el mundo, con o sin melodrama. El
sismo te deja ruinas que cuidar, sobre las cuáles intentas reconstruir tu vida anterior. Pero
nada es lo mismo, y no puedes evitar que el recuerdo te lastime, o notar que las bases en
las que construiste están ahora rajadas y débiles. Para mí, Estados Unidos, fue como esa
canción que canté. Trágica, dramática, cruda, teatral. Fue un canto a la ruptura de los
sueños y esperanzas, una telenovela cuyos protagonistas terminan peor a como
empezaron, como si no hubiera pasado nada, como si yo no hubiese vivido en Estados
Unidos, porque Christie siguió siendo ella hasta que se murió y Franzy y Jonnhatan ni
terminaron ni estuvieron en riesgos de hacerlo. Digamos que mientras estuve ahí las
cosas se pusieron calientes y dramáticas y terminaron así para mí y nada más que para
mí.

No es verdad, pero me gusta recordarme confinada a una silla de ruedas, catatónica con
la mirada perdida, en el aeropuerto, mi último día antes de partir hacia acá, con mi madre
atribulada y Christine llorando a mares mientras Johnathan se choca en su auto y Franzy
se lamenta por mi partida con Hurt de fondo. Sí, toda una loser. Lo sé. Especialmente
porque Christie no lloraba pero sí tenía una cara en la que la pena le ganaba al horror y
Franzy tocaba un concierto en el que sin duda estaba Johnatan como el buen novio que
fingía ser. Lo cierto es que mi partida de Estados Unidos fue decepcionante. Estábamos a
mediados de enero del 2010, yo estaba paradita pero deprimidísima, con una mochila
llena de ropa y mitad de mi maleta con cajetillas de Red Apple escondidas entre mi ropa
interior. No sé dónde escuché que a donde iba no encontraría esa marca. Fatal error.
Especialmente porque abandoné mi colección de porno y todos los regalitos que
Johnathan me había dado. Todos, menos uno. El osito con ojos de botones que tú
llamabas John ¿ves cómo la vida se encarga de propiciar crueles ironías?

(En su patio, sucio, destripado, John descansaba en un rincón húmedo, a la espera de


que los perros comenzaran de nuevo el embate).

Ya te expliqué en el primer video el asunto con los psiquiatras y las decisiones de mi


madre de irse al ombligo del mundo para cuidar a su hijita de su enfermedad, pero no sé
si te dije que estaba resignada, rendida, entregada a la mierda de la vida. Tras horas de
llorar en el baño del avión llegué hasta acá. Hice no sé cuántas escalas, en no sé qué
lugares. Dormí angustiada sintiendo que me quitaban la vida con cada metro recorrido,
escuché a todo volumen The Cure en mi MP3 hasta que mi madre los odió. En general
empecé a mostrar cada vez más y más señales de drama drama drama, pero eso solo
significaba algo que yo no quería aceptar: alejarme me estaba haciendo bien. Entonces
llegué a este lugar extraño, esos famosos nuevos aires que mi loquero decía que yo
necesitaba. Ya desde el inicio lo supe: este es un país imaginario. Toda mi estadía ha
sido como un trip del que una nunca se olvida, aunque de verdad no lo recuerda. Quienes
nacieron acá no entienden cuánto aprecia un extranjero llegar a un país tan tranquilo que
se hace tanto problema. Un lugar donde puedes importar, donde incluso el viento huele a
tranquilidad. Ustedes piensan mucho en sus marchas, bloqueos y todas esas idioteces,
anhelan Europa y no saben lo asfixiante que es. Es como si vivieran en un paraíso y
ustedes mismos fueran el infierno, los que lo arruinan todo, un montón de ratas que
culpan a todo menos a ustedes mismos del desastre que es su país o su gobierno. Y,
claro, me sentí entre los míos. Aparte que tu país me enamoró. Me hizo olvidar un rato
que el mundo es un asco, y me silenció con sus paisajes y sus contradicciones. Ya te
hablé de esto. Pero lo hago otra vez para que te des cuenta que eso no era, ni es,
mentira. Si me animé a seguir con mi mascarada acá, fue porque por un rato respiré y me
sentí en paz. Me olvidé de Johnathan, Franzine y Christine, de mi depresión y la novedad
de las pastillas, del amor con sus bullshits que me habían disparado hacia el abismo y me
trajo preguntas importantes, reflexiones que me han conducido a este momento. No las
recuerdo todas, no sé si eso les quita valor, pero es la verdad y, cómo ya debes tener bien
aprendido, la verdad es una mierda.

Pero, por si te interesa, sí recuerdo la primera pregunta que me hice en este país. La hice
mientras veía por tercera vez la enteridad de esta ciudad en el mirador de la Recolecta.
Tan pequeña, tan colonial, tan obvia y plagada de gente que vivía como si no existiera un
mundo exterior, como si la gloria de esta vida estuviese entre las paredes blancas de
este sencillo pueblo que se sueña ciudad. No había ningún atardecer, ni amanecer, eran
las tres de la tarde de fines de enero del 2010 y el sol brillaba con todo su fulgor en un día
que consideré como hermoso y que hizo que mi mente dejara de cavilar en memorias y,
así violentamente de pronto, se situase en el presente, en que me miré a mí misma y a mi
nuevo hogar y me dije en un susurro recontra dramático: ¿Cómo se rompen los
pensamientos construidos en cimientos fatalistas?
Esa fue la pregunta que lo inició todo. La mastiqué durante todo ese día en el silencio que
los depresivos y melodramáticos podemos tener con la misma paz e impunidad que la
gente iluminada por alguna verdad. Mis cavilaciones sólo fueron interrumpidas por mis
medicamentos y por el anuncio que me hizo mi madre de que al día siguiente iríamos al
colegio donde ella trabajaría, para inscribirme y que conozca la infraestructura de mi
futuro. Lo dijo así y no lo entendí entonces, ni tampoco lo entiendo ahora. Supongo que mi
madre tenía sus planes para mí y esta ciudad.

Al día siguiente efectivamente fuimos y era pleno día de inscripciones así que el lugar
estaba atestado de madres estresadas, padres casi o totalmente ausentes, niños
pequeños que saltaban y reían y adolescentes con cara de odio por tener que pasar un
día en el colegio en plenas vacaciones. Los observé a todos dividida entre esa mi
pregunta y en fijarme cómo era la gente de este país, no sólo físicamente, también
buscaba saber cómo se comportaban, qué cosas decían, cómo de peculiar era el español
que hablaban en contraste al español de España y al inglés con alemán con los que mis
pensamientos se desarrollan. Y sí, con el tiempo saqué muchas conclusiones, pero ese
día saqué una importante. No lo noté hasta que mi madre me presentó al resto de las
profesoras y profesores: todos me miraban con maravilla impresa en el brillo de sus ojos,
como si yo fuera una diosa de la belleza salida de una mitología prohibida o secreta, en
todo caso nunca difundida entre gente como ellos. Y, ojo, que no es que te diga que
estaban por debajo mío, sino que se notaba que in a messed up way se sentían así y eso
era completamente desconcertante. Las profesoras poco más y me querían pellizcar los
cachetes, los profesores miraban con esos ojos que reservas a tu hija la menorcita o con
esa lascivia que se aguanta a sí misma, tan propia de los viejos verdes…y todos
comentaban y se tardaban en mis ojos celestes, en mi pelo rubio, en mi piel tan pálida, en
lo alta y carnosita que estaba, en que supiese hablar inglés y alemán, dando por obvio
que no sabía hablar español y empleándolo para hablar sobre mí como si fuera un objeto
en exhibición. En un primer momento me impactó la atención que me daban, luego
aprendí que en este país se exageran mucho ciertas cosas en aras de la hipocresía y que
hay ciertos complejos que tienen que los lleva a asumir que otros, o sea alguien que no
nació aquí, es mejor que ustedes. O sea, un país de acomplejados que hablaban de mí
como un admirable y majestuoso animal y que me miraban como a una reina perdida que
se escapaba de un cuento de hadas para reclamar estos parajes como suyos. Fue
incómodo, en un principio, pero poco a poco me fue gustando el sentimiento. Me gustó
salir a la calle y ser mirada, pero no como la sidekick u otra choca más del montón. Fue
como ser la alemanita en un colegio de yankees pero triplicado ¿entiendes? Sin ninguna
Christie o Franzy opacándome. Aquí yo al natural soy muy llamativa, y supe que si
adecuaba mi vestuario podía sacar algo más de toda esa inmerecida atención, porque
ese día, el primero que fui al colegio, estaba vestida con un canguro y un buzo
cubriéndome el rostro desarreglado ¿puedes imaginar mi emoción al pensar qué podía
obtener si me disfrazaba un poco?

No tenía muchos dólares ahorrados, pero no solamente cada dólar valía ocho monedas
acá sino que descubrí mercados de pulgas gigantescos en donde la ropa es
exageradamente barata, mercados de calles y calles donde si tienes paciencia puedes
armar atuendos espectaculares. Fue así que mis cincuenta y ocho dólares se convirtieron
en cuatrocientos sesentaicuatro entre monedas y billetes que intercambié por jeans,
shorts, vestidos, blusas, poleritas, zapatos, maquillaje y hasta un piercing que una mujer
de pollera me hizo con tan solo untar un líquido verde en mi hélix y la fosa escafoidea
derecha hasta que pudo atravesarlos con una punta nada higiénica pero que dejó un
excelente trabajo y donde pude instalar dos geniales gemas que yo sabía que estaban
prohibidas en mi nuevo colegio, pero ese era exactamente el punto. El resto de ese día lo
pase armando conjuntos, analizando mis mejores opciones con cada atuendo y buscando
primero un gimnasio al cual inscribirme pero que esta ciudad no tenía, excepto dos que
eran demasiado caros, y luego buscando un café internet para investigar sobre ejercicios
porque, tú sabes, if you like to be spanked then you better have a great ass, pero ahí
también descubrí que en esta ciudad no hay muchos internets y los que habían eran
caros para mi bolsillo que acababa de vaciarse en una extravaganza de ropa y accesorios
de Cherry pie. Total que al final encontré uno y saqué unas impresiones con algunas
rutinas que supuestamente me darían el cuerpo de una supermodelo tras las últimas
semanas comiendo de pura angustia hasta el punto de haber desarrollado una pequeña
pancita.

Con eso di el día por terminado.

Faltaba poco para que inicie el colegio pero yo ya estaba satisfecha con los materiales
para cumplir con mi nuevo emprendimiento y el resto de los días los pasé paseando por
las calles más concurridas probando diferentes combinaciones y su efecto en las miradas
y gestos de la gente, tanto adulta como joven. Buscaba algo que dejara boquiabiertos a
todos pero pronto entendí que la edad no pasa por nada y que el tiempo modifica el modo
en que miramos las cosas. Eso se notaba en la forma en que ciertos colores hacían que
los más viejos entrecerrasen los ojos, como si una luz los molestase y, también, en cómo
contrastaba con los colores menos suaves pero sí chillones que usaban las señoras, los
más jóvenes no parecían siquiera notar los colores, tanto los chicos como los viejos
verdes preferían las tonalidades casi albinas de mi piel que algunos atuendos dejaban
ver. Mi espalda, mis hombros, mi incipiente escote, especialmente las piernas largas y
tersas que a veces dejaba ver con falditas, shorts y vestidos que pronto se volvieron en
mis prendas favoritas por la cantidad de ojos que dirigían hacia mi piel, aunque también
por el calor húmedo de esta ciudad y su costumbre de intercalar largas temporadas de
días calurosos y llenos de sol y luz con breves pero intensos días de lluvia y rayos y
truenos y cortes de luz. Para esos momentos ya tenía chamarras y coquetas chaquetas,
abrigos e impermeables, botitas y bototas, todas de colores otoñales que me harían
resaltar discretamente en la luz gris que la gente de la ciudad recibía con la resignación
con la cual los más miserables reciben al lunes laboral. Pero esas prendas tendrían que
esperar su turno, todavía tenía que estrenar los cortos vestidos de verano, los tops que
mostraban mi ombligo, los shorts apretados que hacían que los chicos de la plaza me
miren embobados y que les hacía apretar los puños a los mayores, que de seguro
albergaban sus propias fantasías de violencia sexual pero que se conformaban con dejar
la marca de sus uñas en sus sudadas palmas.
Cuando me cansaba de las miradas me iba por las calles menos concurridas, las más
estrechas y escondidas por donde no pasaban muchas personas ni autos. Me sentaba en
las puertas o las bancas de alguno de los muchos parques escondidos que tiene esta
ciudad y comía un pan con queso que me compraba en el mercado, o me quedaba
mirando las nubes del cielo prístino, a veces lloraba sin motivo alguno, solo por llorar, o
quizá si tenía un motivo especifico pero las “antidepresivas” me ayudaban a perderme en
una bruma que velaba todo aquello por lo que sufría. A los depresivos nos llenan de
drogas para que no causemos problemas. Lo malo es que nadie se fija en lo mucho que
su solución nos mata sin siquiera arreglar nada. Pero, sin hacerme a la especial, creo que
entonces encontré un peculiar equilibrio. Era como que vivía muy dividida entre la
felicidad pueril de planificar mi nueva imagen jugando con las miradas de otros y la
miseria de mi tristeza que ya no tenía ni nombres, ni apellidos, ni motivos, solo el
sentimiento puro y desnudo sin razón lógica atribuible. Sí, baby, sé que suena
desesperante pero créeme cuando te digo que era mejor así, sin nada lógico de por
medio es mucho más sencillo entregarse al escape de la obnubilación.

En esos paseos adopté al buen Shatzi, que fue como el cherry sobre el helado de todos
mis accesorios de Gossip Girl. Pobre animalito, lo adquirí como un objeto más y ahora es
un pequeño bebé abandonado. ¿Te conté esa historia? O sea, la de cómo lo obtuve. Fue
en un parquecito escondido, uno que está cerca a la plazuela Tarija que tiene tres
columpios, una rueda de mayo, un resbalín y dos sube y bajas, además de un pequeño
pilar con una plaqueta que habla de los honores a una ciudad vecina y dos o tres bancas
erguidas frente a una enorme pared en la que los vecinos de la zona juntan su basura y
donde se puede leer un grafiti apresurado que reza “Al final el dolor será vitalidad…”.
Llegué ahí en uno de mis paseos, venía de estar exhibiendo un vestido veraniego
brevísimo que dejaba ver mis hombros por completo, era negro con motitas azules
impresas que hacían buen juego con el cielo de aquel día y contrastaban perfectamente
con el celeste de mis ojos, así que me sentía de un particular buen humor. Estaba
cansada porque me había pasado un buen rato caminando y me senté a observar ese
curioso grafiti, recordando Estados Unidos pero en un estado casi catatónico, como que
estaba ahí sin estar ahí, recordaba pero no sentía nada en absoluto porque tampoco
hacia conexiones conmigo misma, como cuando dejas una película en la televisión
mientras haces otras cosas, ya sabes, ruido de fondo que entiendes y a ratos hasta
observas pero que en realidad nunca miras. Al final el dolor será vitalidad sonaba a una
promesa preciosa, la clase de promesas que enamoran a las más ilusas e ilusos…hasta
que esos puntos suspensivos le daban un aire menos especifico, más vago, que me
sonaba a esperanza antes que otra cosa. Me gustaría poder mentirte un poquito y clamar
que tuve una experiencia fuera de mi cuerpo, que me desdoblé y pude verme desde
arriba mientras mi espíritu flotaba hacia el cielo abierto y mi cuerpo se quedaba ahí todo
vacío y quieto. Shit, hasta me gustaría decirte que de pronto lo comprendí todo, pero en
realidad lo único que pasó fue que profundicé las preguntas que me venía haciendo
desde Estados Unidos, la crisis existencial tomó mayor forma y hasta creo que el
momento de trascendencia lo tuvo ella y no yo. Aunque no sé cómo le llamas a la crisis
superando sus propias preguntas con otras más complejas, tanto así que las respuestas
tienen poca relevancia. Dentro de mí tuve una combinación de los restos del buen humor
con una amargura, que me sonaba a esa canción instrumental de los Smashing
Pumpkins, Infinite Sadness, ambos sentimientos añadidos a esa sensación de ser muy
pequeña y estar atrapada en un mundo esférico que parecía infinito hasta que se revelaba
como una cárcel.

Así estaba yo cuando llegaron dos muchachos y una muchacha que iban tomados de los
brazos, parecían un trío especial, con ella al medio, reina entre dos peculiares príncipes,
entradita en carnes pero no de las que se podían decir gorditas, la maldita era hermosa y
eso fue lo primero que me llamó la atención. Eso y lo bajita que era en comparación a los
dos muchachos que la escoltaban, que en realidad le sacaban una cabeza nada más pero
igual se veían imponentes. Uno era de rasgos algo afeminados y con ojos de asiático
color café oscuro, llevaba el pelo peinado de una manera algo rígida que combinaba bien
con su forma de vestir, de jeans y una chompa verde con mangas plomas, el tipo de
prendas de alguien joven porque los tres tenían aspecto de tener no más de quince,
dieciséis años, pero este chico se veía como un anciano con esa ropa, y con sus gestos,
su porte al caminar, la manera en que engrosaba su voz y hablaba con cierta parsimonia,
enrectando demasiado la espalda y sonriendo todo el tiempo. Su piel pálida combinaba
muy bien con la de la chica, quien iba vestida de absoluto negro lo cual resaltaba sus
grandes ojos café semi claros, que eran parte de una escala preciosa que se completaba
con los ojos color miel del último del triunvirato. Era un chico blanco pero no tanto como
los otros dos, vestido con una chaqueta militar y una polera de un monstruito que decía
Read My Lips, tenía un afro descomunal que lo hacía ver más alto que los otros dos;
también era un contraste en sus actitudes con el primer muchacho, más hosco, o torpe,
su voz era como la de un adolescente y reía contagiosamente. Los tres se veían muy
felices y yo los observé un rato desde esa mi banca mientras ellos se columpiaban como
niños, se sentaban en el pasto y charlaban, sacaban panes y queso de sus mochilas y
comían felices de la vida, convidándole un poco a los perritos que por allí pasaban. El
chico del afro era el único que me dirigía miradas cargadas de deseo y anhelo, pero en
ningún momento se acercaba y se quedaba cerca de sus amigos con quienes empezaron
a pasarse un papel en el que se turnaban para escribir. No puedo explicarlo, pero me
moría de ganas de ser parte de ese grupito, me parecía que tenían, sí o sí, la felicidad.
Hablaban con soltura, con ferocidad, se abrazaban casi imperceptiblemente, el chico
formal era el más distante físicamente pero igual se notaba su alegría, como si su cerebro
fuera el de un robot adaptándose a la elasticidad humana; ella los dejaba echarse en sus
magníficos senos, sin un ápice de vergüenza, con una mezcla morbosa de coquetería y
fraternidad, sonriendo ampliamente en momentos clave como cuando apoyaban sus
cabezas o como cuando uno de ellos jugaba con su estómago o cuando ellos decían algo
que celebraban con risotadas y que, seguro, era algo para molestarle a ella, pues no
tardaba en propinarle terribles puñetazos en los estómagos que no cortaban la risa de los
muchachos y que hasta podría decirse que lo esperaban, no sé si lo buscaban pero
puede ser. El muchacho del afro por otro lado parecía el más embelesado con todo,
buscaba abiertamente la cercanía de sus dos amigos y su mirada clara temblaba cuando
uno de los perritos se le acercaba o cuando miraba de reojo mis piernas brillando al sol o,
especialmente, cuando mis ojos buscaban la pristinidad de los suyos y él tenía que
apartar la mirada como atemorizado de que yo descubriese que me miraba.
Por alguna razón todo aquello me parecía enormemente interesante. Era la combinación
del clima, mi cansancio, mis recuerdos, la felicidad de esos tres, la jauría de perros
correteando por todo ese parquecito perdido en medio de las casas, era la risa arrogante
de ella, la risa malévola de uno de ellos y la risa algo enloquecida del último, era verlos
pasar de columpiarse a simplemente echarse, a ver al muchacho formal y la muchacha
quedarse dormidos mientras el del afro, cuyo robusto estómago servía de almohada para
la cabeza de la muchacha, se quedaba echado leyendo un libro, los Versos Satánicos si
mal no recuerdo, y aprovechando para comerme con la mirada de rato en rato. Creo que
era la forma en que podían quedarse en silencio pero metidos en una burbuja donde sólo
existían los tres y su insistencia con escribir lo que intuyo eran poesías que luego se leían
en voz alta o que hacían a seis manos. Ellos se aburrieron de estar ahí antes que yo, que
prácticamente no me moví durante todo el tiempo, y los vi marcharse casi con pena, solo
para sorprenderme cuando el del afro volvió solito, sus amigos poetas lo esperaban al
final de la calle, lo vi tomar a dos de los perros, un par de cachorros que nadie de la jauría
cuidaba y que seguramente no eran hijos de nadie, aunque eso lo digo por la diferencia
obvia entre sus razas, con los dos en ambas manos se acercó a mí y yo quedé petrificada
ante ese curioso giro del destino; esta vez no rehuyó mi mirada y yo no rehuí la suya y
cuando llego a mí no pude creer que simplemente me diera a uno de los cachorros, el
salchichita pequeño e inquieto, mientras él se quedaba con un mestizo cruce de
doberman con pastor alemán. Sólo me dijo “hey, cuídalo” para irse casi saltando de
alegría, no sé si porque se había animado a hablarme o porque ahora él tenía un perrito
que de seguro se llevó a su casa.

En fin, me desvié. Mejor saltémonos a febrero, directamente al primer día de clases,


porque el resto de los días previos los pasé en esa actividad de caminar por las calles de
esta ciudad, exhibiéndome y conociendo más y más sobre a qué respondían las gentes
de estos lares. Fue muy útil, en todo caso, porque eso me ayudó a decidir cuál sería el
atuendo que usaría aquel primer día. Obviamente sabía que tenía que usar el uniforme
del colegio, pero quería hacerme a la loca y simplemente aparecerme con el vestidito
negro con motitas y botas matadoras. En retrospectiva, esta habría sido una movida
estúpida porque de entrada anunciaba mis intenciones de ser la nueva Arpía Reina,
mandaba un mensaje claro y directo, lo cual habría estado bien si hubiera sabido que
estaba mandando un mensaje y no fuera simplemente una tontita que se quería ver hot y
que, claro, no le fue nada fácil salir así, porque primero tuve que tragarme las regañinas
de mi madre por haberme quedado dormida y yo que me bañaba y me preparaba
cuidadosamente, me maquillaba, me controlaba los ataques de pánico, me tragaba mis
pastillas, me refugiaba en la numbness que me traían, de hecho ese fue el día que
empecé a disfrutar del aletargamiento de las pastillas, ese fue el día que aprendí a
utilizarlo como un arma para hacerme la zorra entre perras que fui el año que llegué acá.
No sirvió de nada porque de un grito al cielo mi madre hizo que me cambiase la ropa,
pero al menos la habilidad estaba aprendida, justo en el inicio de la aventura.

Obvio, tú conoces la historia, pero muy a grandes rasgos y desde los ojos del escarnio
público o los rumores que insistían en esparcir sobre mí. Nunca te lo conté y tampoco
preguntaste, y eso es algo que me gustó de ti, era como que no te importaba quién fui
sólo quién era y eso nos acercó mucho. Porque obviamente escuchaste acerca el lío con
la bitch de la Karen Bracamonte, todo el asunto de la fiesta de Carnaval, la borrachera de
los de mi curso en mi cumpleaños y la historia esa que todos cuentan sobre Halloween,
pero ahora vas a saber mucho más. Y todo comenzó conmigo entrando a ese curso lleno
de extraños, la mayoría morenos de una sensual piel cobriza o café con leche, algunos de
tonalidades más níveas, pero nadie tan pálido como yo, aunque todos con nuestros
aburridos uniformes. Pero esto no se trata de cómo se veían, ni siquiera de todas las
miradas, se trata de lo que nadie podía notar, de cómo el aire alrededor mío se sentía
pesado, se trata de que la luz se sentía más intensa, los olores algo atenuados, el tiempo
pasaba como tortuga y mi mente necesitaba detenerse en cada pensamiento sobre mis
movimientos para no caerme ni irme al demonio. Mi cara estaba entumecida, mis piernas
y brazos pesados, apenas podía soportar la sequedad de mi boca pero yo ya sabía cómo
manejarme en esa situación, porque las caminatas por tu ciudad no fueron simplemente
una forma de alimentar mi ego con las miradas, sino que también fue mi manera de
entrenarme a mantener las máscaras arriba.

Los antidepresivos te destruyen, te dejan el cuerpower sin power, y no te estoy


exagerando, hay momentos que siento que me ahogo, que ni un ápice de aire puede
entrar a mí y entonces, aunque también sin motivo, me mareo y ando a tropezones por
todas partes; otras veces me quitan todas las ganas de comer o moverme, me hacen dar
comezones desesperantes que no combinan bien con la ansiedad y a las que yo culpo de
mis ganas de asesinar a la gente que me da de rato en rato, especialmente cuando el
efecto menos glamoroso llega: la diarrea. Y créeme, todos los efectos son disimulables, o
sea he aprendido a hacerlo, porque soy así de buena actriz, pero la diarrea simplemente
no puedes esconderla. Por ejemplo, cuando no puedo respirar, dejo de hablar y me hago
a la misteriosa, hasta me alcanza el cuero para lanzar una sonrisa y alejarme a tener mi
crisis en la comodidad de algún espacio cerrado y anónimo, por lo general el baño. En
realidad, Creepy Fact#947: los baños suelen ser como mis espacios felices. Ahí es donde
me recompongo de cuando se me va el aire, me mojo el rostro y me siento un rato hasta
que se me pasan los mareos, el único lugar donde puedo rascarme sin culpa, con placer
y, obvio, el único sitio diseñado para recibir mis cagadas. Literal. El baño es ese espacio
solitario y sagrado donde tu cuerpo realiza actos que no cualquiera puede ver, sólo tú y
personas de tu elección, que hayan superado ciertos límites de tu confianza como para
que te vean en plena meada o expulsando tu peso en diarrea bien líquida sólo porque
necesitas tomarte ciertas pastillas para no estar tan derrumbada, cansada e insomne
todos los días de tu cochina vida. Pero nadie nunca me vio en eso último, o sea meando
sí que me vieron, pero sólo mami, Franzy y tú…

(Ríe. Con el mismo gorjeo que cuando le tomaba el pelo en una de sus bromas pesadas y
generando el mismo sonido que le congela la sangre. Ríe. Rewind. Play. Ríe. Rewind.
Play. Ríe. Rewind. Play. Ríe…)

…Mami siempre, desde que soy pequeña, es como uno de los gajes del oficio de ser
mamá, supongo. Franzy me vio en una escapada que nos dimos de clases, fue en un
callejón porque nadie nos quería prestar baño sin pagar y no teníamos ni un dólar en los
bolsillos y reíamos porque podían arrestarnos y reíamos porque nunca habíamos hecho
vandalismo y reía porque empezaba a quererla cuando la envidiaba tanto. Y contigo fue
una vez en tu casa, no sé si lo recuerdas, tu madre y tus hermanos ocupaban los otros
dos baños disponibles y tú te duchabas en el último y yo entré y sin más dilación me senté
a orinar, charlándote sobre el colegio y tú respondiendo cómo si lo que acababa de pasar
no fuera algo enorme, como si el sonido de mi orín chocándose con el agua no fuera el
anuncio de una intimidad que ni tú ni y tuvimos jamás con alguien del otro sexo. Ahí fue
cuando me di cuenta que te amaba y el sonido de mi orín y el de la ducha y tu voz fueron
las memorias que más se me quedaron de ese momento.

(Stop. Llorar. Play).

Pero me estoy desviando otra vez. Te hablaba de lo mierda que es tomar antidepresivos y
eso volveré a hacer porque quería guardarme esta clase de confesiones cursis para el
video final y la impaciencia me anda ganando. En realidad el miedo a no atreverme y
hasta el miedo a sí atreverme. Soy un manojo de miedos parlantes y movedizos que
saben encontrarle lo fatal a casi cualquier situación. Ok, basta. Volvamos a la depresión.
El problema con esos efectos secundarios es que son la prueba de que las drogas no
están ahí para hacerte sentir mejor, existen para que los otros no te vean tan hecha
mierda. Cuando la depresión comienza tu cabeza se aleja de todo, como que ya nada
interesa de verdad y los demás se vuelven un eco distante que en tu vida ya no importa,
pero en la vida de ellos sí que importa porque ¿a quién le gusta tener que cargar con una
piltrafa humana que se ha rendido? Cuando estás deprimido la forma en la que eres
percibido cambia drásticamente. Te ven como un inválido y se sienten en el deber de
guiarte para que no arruines tu vida. Somos dementes y nos marcan. Se aseguran de que
todos sepan que estamos locos por habernos encerrado en la tristeza. Tú bien sabes que
la gente de hoy en día no tolera que se les arruine el circo de la alegría, todas las poses
que tomamos para simular que vivimos vidas plenas y que nuestras sonrisas no son
forzadas. El verdadero objetivo de los fármacos es que te veas bien para los demás y yo
me tomé muy a pecho eso, lo perfeccioné de repente, me puse la máscara y ahora puedo
caminar perfectamente con los mareos encima, sonreír ampliamente pese a que mi
instinto homicida está a plenitud y, en suma, puedo apretar las nalgas para que no se
salga la caca líquida. ¿No te sorprende la cantidad de cosas que hacemos los humanos
para no ser etiquetados? Porque, claro, a los no marcados nadie les reprocha nada. Por
muy desquiciados que sean. Si nadie me hubiera diagnosticado depresión sería una
adolescente más haciendo su drama, pero tuve la desgracia de ser etiquetada como
enferma mental, como disfuncional que no podía sonreír por no sé qué movimientos
químicos anormales dentro mi cuerpo y me atiborran de estos efectos secundarios para
darme una chance de sonreír. Lo gracioso es que, mientras estamos medicados,
consideran que empeoramos en cada que sonreímos demasiado.

¿Mencioné que así estaba yo en mi primer día de clases? Después me enteré que ese
día, todos pensaron que era una muchachita tierna y tranquila por como hablaba con
calma y simpáticamente, esa mi manera de sonreír con elegancia. Básicamente una
maldita movie star que, de alguna forma, terminó en una escuela de un país
tercermundista. En sus palabras, no las mías, ojo. De verdad que este país tiene
problemas de autoestima. En fin, otras como la Bracamonte primero dirían que parecía
una muñequita de porcelana para luego no temblar en calificarme como una muñeca
inflable. O sea, estoy consciente de que mi charada no siempre se ve auténtica, puedo
fingir bien pero algunas miradas ven más allá de ciertas bullshits. E igual dejé una buena
impresión ese día que todavía no tenía un genial control de mis síntomas como tengo
ahora. La gente de verdad es rara ¿no? Te hablan aunque ni vos estarías contigo mismo.
Ni bien me senté fue como si la maestra no existiese y los que se sentaban a mi alrededor
empezaron a girar sus pupitres sea para verme con un reojo muy mal disimulado o para
charlarme. Las chicas. Los chicos me miraban pero de lejitos, ninguno me habló los
primeros dos días, son tímidos pero yo no lo sabía aparte que la mayoría se veían como
niños todavía. Ok, algunos tenían más pinta de los quince años que tenían que aparentar,
un par se veían como muchachos mayores, porque claro uno de ellos era ese tu
compañero de curso, el que se aplazó dos años seguidos, ¿cómo se llamaba? ¡Martín! Y
el otro simplemente creció aceleradamente. Te decía que las chicas empezaron a
hablarme de entrada, todas querían escuchar mi historia, todas querían sentarse a mi
lado o llevarme a pasear por la ciudad porque, claro, yo era el nuevo juguetito, la novedad
del colegio, quizá hasta de ese estrato social de la ciudad, así que las primeras dos
semanas la pasé en las garras de diferentes grupos en el colegio, no sólo los tres bandos
que existían dentro de mi curso, sino de otros cursos y hasta en otros colegios. Fue
embriagante, lo admito. Fue como ser una de esas divas. Claro, a ratos me detestaba y
no me veía a la altura de todo esto, pero eso es un implícito en este punto ¿no crees?

La suerte es que estaba tan ocupada en estar flotando en mis drogas y controlando los
efectos secundarios que la verdad no me di cuenta de mucho de lo que pasaba a mi
alrededor. Es como un sueño ¿sabes? Esas dos primeras semanas se pasaron entre
paseos por la plaza donde cada día me presentaban a, prácticamente, las mismas
personas y todos volvían a hacerme las mismas preguntas y yo respondía como si nunca
me las hubieran hecho. Y esto fue crítico porque aun en mi estado distraído tenía que
tener buena mente para las mentiras. Quizá por eso me refugié en la mentira más útil de
todas las mentiras que tuve acá: no sé hablar español. Esta era una mentira casi perfecta,
porque por un lado tenía que fingir delante de mi madre y sostener la mentira con ella fue
lo más difícil de todo esto, pero por el otro podía decir poco y fingir que no entendía nada
de lo que decían. Esto no sólo era una ventaja estratégica como luego entendí sino que
también calzaba muy bien con mi Creepy Fact#374: Algo que siempre me ha sucedido es
que cuando no conozco a alguien muy bien todo lo que dicen parece insultarme y,
créeme, hay cierta libertad en poder escucharlos a todos hablarte como si no fueras muy
inteligente, diciéndote las cosas lento y en palabras súper fáciles para darse la vuelta y
decir cosas sobre ti a los otros amigos presentes, sin culpas, como si no estuvieras
presente y fue así como me pude ir haciendo una idea de qué pensaban todos de mí, al
menos de buenas a primeras, empezando a funcionar desde ese lado.

No creo lo entiendas pero eso es como el sueño mojado de una mentirosa empedernida.
La chance de poder escuchar todas las conversaciones de la gente siendo subestimada,
escuchándolos hablar mal de ti, decir las cosas más obvias de tus errores y malos
hábitos, incluso riéndose entre ellos porque no entiendes lo que te dicen. Te juro que
hicieron todas las de texto, porque no creo que haya un texto que te enseñe a joder a los
gringuitos que llegan a tu pueblo, pero de haberlo diría exactamente todo lo que me
hicieron entonces. Enseñar malas palabras como si fueran buenas, hablar con tu acento
en son de burla, complicarse solitos porque sienten que van muy rápido o están siendo
muy complejos para ti. Así fue como fui afinando bien la máscara, ya sabes, pintándole
detalles adicionales, ajustándola para que quede perfecta en mi rostro, en pocas fui mi
propia espía que aprendía cómo desarmar a todos y cada uno de ellos. No les deseaba
ningún daño solo quería su admiración, que me idolatrasen y terminase como una suerte
de diosa o ninfa que esta ciudad nunca olvidaría. Lo sé, delirios de grandeza ¿verdad,
baby? La cosa es que me fui dejando enseñar español mientras las chicas hablaban de
todos los jugosos chismes de todo el mundo, y acá recalco que no andaba sólo con un
grupito, los primeros dos meses estuve con casi todos escuchando secretos de las
diferentes jerarquías que acá se manejan. Un rato estaba con las más populares y luego
con las menos populares, después con las que eran tan populares como las más
populares pero que no se llevaban bien con las otras populares y luego me daba una
vuelta inocente con las losers a las que nadie quería. Tenía el escudo perfecto a su aura
perdedora en mi ignorancia de extranjera y aunque admito que andar con ellas me
deprimía un poco, no quitaba que eran las que mejor información tenían de todo. Si lo
sabré yo, ser invisible ayuda a ver cosas que los demás no y me aprovechaba de eso
hasta que me sentía demasiado identificada y tenía que alejarme de ellas y acercarme a
las que no les importaba la popularidad y enterarme de cosas más propias de la ciudad y
sus tiendas, sus cafés, sus pizzerías, su falta de un cine, los pocos lugares divertidos a
los que los adolescentes podíamos ir y de verdad distraernos de las dificultades escolares
de cada día. Eso era más divertido, hoy por hoy creo que me quedaría con ellas y me
cagaría en todo, pero estamos hablando de la Hayley del año pasado, la Hayley que se
moría por ser una diva y esa Hayley que estaba haciendo muy bien su papel de espía.
Con los chicos era distinto, pero porque la mayoría estaban muertitos por mí, hasta los
que no les gustaba tanto igual me buscaban. Lo que sí, muy pocos de los de mi curso
tenían la genitalia suficiente como para intentar conquistarme. Los de los cursos mayores
sí, ellos me buscaban con un ahínco más tozudo pero elegante, me indirecteaban,
coqueteaban pero siempre me trataban como a una niñita en desarrollo, como si me
conocieran de toda la vida y recién notaran que me crecieron las tetitas. Pero no, les
gustaba que yo no fuera de su ciudad, que fuera como la misteriosa rubia de ojos celestes
que llega de tierras más grandes y avanzadas, de un lugar misterioso que les era
prometido cada día en la televisión y ¿cómo no aprovecharme de eso?

Creepy Fact#8954: si te mientes a ti misma lo suficientemente bien, los demás lo creerán


también. Después de dos meses de jugar a la gatita ronroneante decidí que ya era hora
de sacar las garras. Moría marzo, comenzaba abril y ya era yo una de las más populares
del colegio, todavía no de la ciudad, pero estaba alta en la cadena alimenticia del cole, lo
cual me agradaba pero al mismo tiempo no me conformaba por esa peculiar resistencia a
la inercia que me trajo esa popularidad. Tenía ya dos cuadernos escritos con detalles
sobre varias personas con la que me cruzaba, estrategias planificadas, secretos afilados,
en pocas tenía toda la información necesaria para reinar y ser aceptada por todos en este
pueblo. Supongo que estás sacudiendo la cabeza, o poniendo tu mano izquierda sobre tu
tatuaje del cuello y la derecha cubriendo tu boca, escandalizado ante lo que te cuento, o
de menos pensando que estaba muy equivocada. Y sí, lo estaba, pero simplemente
quería encajar y lo estaba llevando a niveles harto dramáticos. Uno de mis loqueros decía
que sólo tenía que ser yo misma, pero eso implica fingir no saber español, aliarse con la
más superficial de tu high school para ganarse el corazón del dreamy boy, hacer varios
videos en lugar de uno solo para por fin contarle la verdad acerca de ti y tu patética vida a
tu novio. Soy rara, esa soy yo y esta clase de excentricidades nadie las perdona ni las
entiende, las miran de lejos y se horrorizan o nos tienen pena. Gente rara como tú
aprecian esta clase de cosas, se sienten atraídos por ellas, las miran con sorpresa fingida
que usan para encubrir el morbo. La gente normal no entiende la dicha de ser aceptado,
ni el vértigo de buscar serlo. Ese viajecito casi adrenalínico de tirar los dados con todas
las certezas por detrás. Controlar lo incontrolable, creerte capaz de manipular las
perspectivas de todos, a sabiendas o no de que eso no existe, no se pudo ni se podrá,
pero insistiendo en ello porque la alternativa a encajar con todo el mundo es diferenciarte
de la manera más absoluta, no hablo del make over que te permite ser una versión sexy
de ti misma, ni tampoco hablo de las máscaras con que nos diferenciamos de los demás
para parecernos a otros, hablo de esa última diferenciación cuando eliges no seguir a
nadie y sólo permites que te siga tu sombra, lo cual estaba fuera de toda consideración
porque lo cierto es que la gente no te perdona que quieras diferenciarte. Aun peor si lo
haces. Y considerando que lo mío eran las mentiras y los cambios forzados, medio pedo
ser mediocre en lo único que hago bien.

En fin, abril comenzó con el corte casi definitivo que tuve con muchos de los grupos que
buscaban sacarme. Por un lado empecé a distanciarme y a decir no a sus ofertas de
salida, por el otro la novedad de la extranjerita ya se acaba y necesitaba controlar bien los
resultados de la destrucción de esa particular burbuja. No sé si lo sabías, pero en mi
curso había como tres grupos marcados. La gente linda y popular, los wannabes y los
apestados. Los apestados eran como los peones, podías emplearlos en movidas
complicadas y efectivas pero su valor en sí venía de qué tan bien sabías usarlos, ellos en
sí mismos no valían casi nada y, en términos estrictamente sociales, prácticamente no
existían hasta que les veías algún uso. Los wannabes eran parecidos pero tenían un
peligro implícito, porque por algo son wannabes, están ahí a la espera del dulce néctar de
la popularidad o la atención o como quieras llamarle, y en cierto punto hacen lo que sea
para obtenerlo. Desde humillarse hasta humillar a otros. Son bajos precios para gozar de
las ventajas de ser popular. Que a todo esto no son muchas. Los wannabes juran que la
popularidad es como ser uno de esos elfos en esa película que me hiciste ver. Seres
altos, perfectos y poderosos, juran que recibir ese dichoso status social les dará
automáticamente alguna novia o novio de película, como una varita mágica. Y esa es su
más gran debilidad. Los wannabes quieren tanto ser lo que creen que no pueden ser, que
se venden fácil por precios ridículos, al punto que solo por verme bonita decidían que yo
era digna de ser ayudada y complacida en todos mis caprichos, era yo tan linda para ellos
que se congregaban alrededor mío, como moscas alrededor de la caca, y esperaban su
chance imposible de probarme. Mierda ¿será que Christine pensaba estas cosas?
Ok. Me estoy yendo por las ramas, pero es que ahora me es difícil entrar a esta parte
porque más allá de todos los actos teenager de crueldad hay una valiosa lección. Y no, no
es una moraleja, es algo superior a eso. Creo que puedo resumirlo todo en que acá
aprendí el poder de la estética.

Velo así, la estética es una elección cruel. Los humanos disfrutamos de lo bello y
podemos llegar muy lejos solo para admirarlo. Construimos fuentes y regamos jardines, a
veces con esa agua destinada al consumo humano, robándole sustento a generaciones
de acá a doscientos años adelante sólo para tener un lindo jardín por el que la gente
suspire. Es una esclavitud aparte, eso de la mirada, quien es esclavo de una mirada es
esclavo de muchas. Por eso me encantó este año en que me baño y me pongo el
uniforme o una ropa sencilla antes de irme a verte. Bueno sí, me pinto los labios, me
maquillo un poquito, pero contando el tiempo en la ducha me tardo máximo como media
hora en prepararme, en contraste a las dos horas del año pasado que pasaba entre baño,
maquillaje cuidadoso, elegir atuendos y combinaciones, todo en función del plan de
batalla. Porque es una guerra eso de adivinar las intenciones de los otros y todo lo que
harían para acaparar la atención. Más allá de que quieras o no quieras la atención, sigue
siendo el incentivo que esta gente requiere, la moneda que más anhela su corrupción. Y
sin importales el coste en sus vidas recurren…recurrimos, perdón, a la estética. Nos
matamos por estas piernas y estas nalgas, nos aumentamos el busto con sujetadores
especiales, con operaciones ridículas que deforman nuestro cuerpo para siempre. Y el
maquillaje que sirve como una suerte de Photoshop para la vida real y la ropa que, bien
elegida, resalta formas o partes e tu cuerpo de tal manera que otros queden embrujados
por tu hechizo estético. Tu ilusión y, en más de una forma, tu mentira.

Somos superficiales, oh sí. No puedo decir que todo el mundo le pone nuestro empeño,
pero absolutamente todos hacemos algo así. Somos un suspiro en esta tierra y nos
sentimos gordas, nos ocupamos de angustiarnos de idioteces como una cirugía plástica
cuyos vestigios sólo confundirán a los arqueólogos de civilizaciones futuras para los que
no seremos más que primitivos esclavos de la estética. Eso si es que esta no ganó la
batalla y pasamos a ser como las arpías. No, no los seres mitológicos. Las otras, las que
conoces. Las que ustedes mortales llaman Alison, Bianca, Noelia, Paola, Rebeca,
Daniella, Skarleth, Karen, Romina, Mónica, Mary Jane, Lorena y, claro, Hayley. No sé qué
apodos tenían para nuestro grupo, pero entre nosotras nos decíamos eso porque eso
queríamos ser.Crueles asesinas, traicioneras, chicas malas como Lindsay Lohan y Rachel
McAdams, en una suerte de esa recurrente fantasía hollywoodense en que he convertido
mi vida. Insisto en que por eso me aceptaron tan rápido, porque yo le puse actitud al
juego. Caminaba como modelo en la calle, retaba el orden establecido yendo con
atuendos osados al colegio y a veces respetando el uniforme. O sea ¿cómo le dirías tú?
un tour de forcé estético ¿cachas? ellas actuaban como zorras con los chicos, en los
recreos y en la plaza, yo actuaba así con todos todo el tiempo. Con los chicos, las chicas,
los maestros, papás, hermanos, mamás, extraños, quien fuera. Porque la cosa era
dejarles en claro a todas en ese grupito que lo de ellas no era más que un jueguito que yo
llevaba a límites que eran infranqueables…a menos que comiesen de mi mano sin
morderla. He ahí lo importante y la segunda razón de por qué me aceptaron tan rápido.
No solo me aparecí como una ingenua que de un día para el otro mostró sus “verdaderos”
colores, llevé el juego más allá de lo que ellas se atrevían. Mi mera actitud, sumada a
todas las cosas que les conté sobre Estados Unidos, la mayoría mentiras obvio, les
confirmaba que había un mundo ideal ahí afuera, uno parecido al de las películas, pero
mejor porque ahí no se necesitaba ser buenita para ser la protagonista, solo la que mejor
eclipse a las demás. Folie à treize, si prefieres.

No me haré a la capa y admitiré que al principio hasta yo me lo creía. Creo que sólo nos
faltó erigirle un altar a Christie, quien moriría medio año después de mi llegada acá. Ay
baby, ni siquiera cuando me enteré de eso retrocedí, sólo seguí adelante porque eso es lo
que haces, vas contra viento y marea para sentirte bien un ratito y, mientras tanto, tenía
que convencerme de seguir creyendo esas mentiras, un tantito envidiosa de lo alto que
volaban las arpías con las drogas de Madame Hayley. Porque así empezó lo que no sé
quiénes llamaron la epidemia de las zorras. A eso redujeron mi mini revolución, a la parte
en que nos cosificaban y nos dejábamos cosificar. Ahora que tengo que contarlo siento
que podría haber sido menos Christie y un poco más Franzy, pero lo que me salió fue ser
como Christine, hecha y derecha, y las Christines del mundo también tienen la libertad de
ser quien les dé la gana. Al final de todo, la mierda de estos dos años le trajo beneficios a
más de una persona, así que al demonio con esa basura de epidemia de las zorras. O
sea, no te negaré que fuimos crueles, pero nunca olvides que los tangos se bailan entre
dos.

Fue así: un día me aparecí con un par de tacones discretos pero sonoros. Tenía el
uniforme en toda su regla pero esos tacones, su sonido al caminar, obraron milagros
aquel día. Tenía miedo de que se riesen delante mío, o a mis espaldas, no importaba
mucho, la burla es burla, así que opté por una de las estrategias de Christy que siempre
me hizo sentir segura. Un día antes me escapé a la tienda que vendía uniformes del
colegio y compré un uniforme una talla más chico y en el mercado hice lo mismo pero con
un par de jeans que usaría al día siguiente, olvidándome convenientemente la chompa y
usando el sujetador rojo que destrozaste esa vez que te reté a hacerlo en la casa de tus
tíos. Antes de partir me miré al espejo y era perfecto, tanto el ejercicio como la dieta
comenzaban a funcionar, la ropa estaba tan aprieta que parecía que no llevaba nada
puesto, la línea de las bragas negras se notaba en mis jeans celestes y el rojo del
sujetador debajo la polera blanca era como un reto que atraía la atención sobre mi torso y
la forma de mi cintura, la consistencia casi pura fibra de mi cuerpo exento de grasa y lo
pequeño del uniforme, al punto de que dejaba ver mi ombligo, en una suerte de look más
travieso que vulgar. Pero el golpe maestro, el suckerpunch, fueron esos tacones que en
su paso sobre las baldosas y el concreto hacían varios ruiditos que nadie pudo ignorar.
Claro, ese era el sonido que asociaban a sus madres o a ciertas maestras, entonces
giraban esperando ver a una figura de autoridad y se encontraban conmigo, la tierna
alemanita y el secreto de su cuerpo tan bien guardado. Llámame lo que quieras, incluso
zorra si lo prefieres, pero mi estrategia funcionó muy bien. Con decir que hasta me di la
licencia poética de llegar una hora tarde para que el ruido de mis tacones repercutiera en
el silencio de los patios y las aulas en plena hora de clases, para que caminar fuera visto
por cada quien se atreviese a ver por la ventana pero de todas formas oído. Con eso me
aseguré que mi entrada al curso fuera un anuncio de guerra, un grito de “mírenme” al que
nadie haría oídos sordos. Como dije, un tango es de dos y en este caso mi pareja eran
todos los demás.

Por supuesto que miraron. No podían dejar de hacerlo. Chicas y chicos por igual, todos
repartidos entre la sorpresa y la incredulidad y yo disfrutaba como loca, pensaba en
Christine y le entendía ciertos caprichos, se los perdonaba de repente. ¿Qué puedo
decirte? Misery loves company. Aparte que a la locura se la combate con locura. No la
misma, ojo, pero sí parecida. Estoy consciente que yo no estoy loca, sólo dañada, pero es
más fácil creerme loca. Porque a partir de ese momento todo fue una locura, no en el
sentido clínico de la palabra sino esa clase de comportamientos en los que una se refugia
para no enfrentar la realidad. Obvio, no sé si eso es lo más sano en una depresión como
las que yo tengo, pero era lo que creo que necesitaba desde hacía un tiempo. Pasearme
por las calles como si fuera perfecta, aun si era todo una mentira pues qué dulce mentira
¿me entiendes? Qué rico caminar sobre el agua, que hermoso ese mundo de los engaños
en que dejas de sentir y simplemente te conviertes en una repetición de actos y reflejos
que no vuelven a tener reflexiones y cuya vida se vuelve un hato de “lo sientos”
pendientes. ¿Qué sabes tú de mi fiesta de cumpleaños? Los rumores decían que me
acosté con tres chicos y que ilusioné a otros cinco, pero es mentira, la verdad es que besé
a diez, de los cuales tres eran los crush de mis amigas y uno era el novio de la Karen
Bracamonte. Y la verdad es que no me importó, ni me dolió lastimarlas, sólo me gustó el
sabor a poder hacerlo, a que mi pobrecito y pequeño ego tenía las fuerzas de ser esta
fiera depredadora que mordía en los cuellos sin piedad, la misma fiera que recibió al día
siguiente a la pobrecita Karen Bracamonte y la humilló en lugar de pedirle perdón. Es un
golpe bajo hablar de los rollitos de alguien que fue rechazada la noche previa, mucho peor
si esas palabras vienen de los labios que fueron babeados a muerte por quien cada día
juraba que te amaba. Claro, eso da muchas excusas, pero ojito que siguen siendo sólo
excusas. Toda la mierda que ella me hizo después no se justifica… aunque, ya siendo
sinceros sólo eran la clase de cosas que una hace en un juego de egos, aquellos que, en
realidad, no importan mucho. La dañé, me dañó, eso es todo, igual no creo que lamente
cualquier cosa que pudiese pasarme. En fin, para entonces ya terminaba mayo. Abril, con
la declaración absoluta de esos tacones, se pasó en un solo parpadeo en el que las
Arpías nos juramos amistad eterna en alguna de aquellas muchas tardes que
desperdiciamos juntas. La moda Hayley se instauró y a mediados de mayo ya estaba en
los cuerpos de las chicas de casi todos los colegios privados; los chicos andaban entre
felices y enojados porque las Arpías predicaban… ok, predicábamos el provocar pero
nunca de los nuncas ceder.

Mayo también es el mes donde te noté por primera vez. “El grandulón de la promoción
enamorado de una bebé” te comenzó a decir la Karen cuando le dio por ponerse pasivo
agresiva porque, obviamente, quería mi puesto de Arpía Reina. Tengo que admitir que
eso me molestaba más por ella queriendo pasarse de lista que por ti. O sea, no es que te
conociera en ese entonces, bueno, sí me atraías y tal vez por ese motivo me molestaba
un poco que Karen te sugiriera como un pedófilo y no le viera lo romántico a tu nada
cuidadoso acecho, o que siquiera pudiese reconocer lo impresionante de que tuviese a
chicos tan mayores detrás de mí, porque bien que ella quería lo mismo. Lo que sí me
llama la atención es que no decía eso de ninguno de los otros de los de tu curso, sólo de
ti. A veces me pregunto si es que la Karen podía ver más allá de mis bullshits y si es que
por eso me odiaba, o si solamente es una zorra estúpida y cruel que se burlaba del único
que no se atrevía a hablarme directamente. Creo que la primera vez que te noté fue en un
recreo. Estaba yo con una faldita escocesa y la chompa del colegio, porque los anteriores
días ya me salí con la mía respecto a un par de vestidos y un jean roto, así que era un día
en el que no estaba tan impresionantemente arreglada. Súmale que aquella madrugada
me despertó una tremenda diarrea que me tuvo gimiendo de angustia hasta el amanecer,
en el que mi humor de perros combinaba perfectamente con mis ojeras pobremente
disimuladas. Por eso estaba en esa parte del colegio, los patios de primaria, escondida,
furiosa, avergonzada de mi imagen de diva quebrada y caída en desgracia cuando en
realidad estaba en el colmo de las glorias. Tú llegaste ahí como si nada ocurriera pero se
recontra notaba que algo pasaba, aparte ¿qué hacías ahí? Comencé a preguntarme si
eras valiente, estúpido o raro, pero te toleré porque tampoco te notaba demasiado.
Entiende que no es solamente cuando se trata de mí, pues se trata de mí, sino que tenía
que concentrarme mucho en no caer en el mar de mierda que es deprimirse.

Otra historia es la increíble y triste historia del cándido Gabriel y las Zorras Desalmadas,
cuando agarramos al pobrecito de Gabriel Dumel y cada una coqueteó con él
descaradamente, lo cebamos con ilusiones, lo preparamos para el cadalso y le rompimos
el corazón una por una en la noche de Halloween. Lo cual fue brutal y despertó muchos
rumores, en especial cuando se cambió de colegio en pleno curso y al final del año
pasado se mudó de ciudad. No diré que lo hizo por escapar de nosotros, a lo mejor eso
sólo fue una hermosa coincidencia, pero es posible, es muy posible, porque no fue
simplemente rechazarlo, nos encargamos de ilusionarlo solo para que antes de la fiesta
de mi curso, para ese día en específico, nos encargásemos cada una de pasar por turnos
a su casa y decirle las razones por las que no estaríamos con él para nada. ¿No te basta
para odiarme más? Tengo muchas más historias así, ojo, quizá lo que se escuche de mí
después sea más despiadado que mi auto-desprecio pero nunca dudes que está basado
en algo real. Te lo contaría pero la verdad no quiero. No me acuerdo. No me importa. No
lo quiero ni pensar. Porque la verdad es que no me arrepiento, ya lo dije antes, necesitaba
de ese año de hacerme pasar por una zorra de película y créeme que lo haría de nuevo
porque al final de cuentas todos los errores que pasé me han traído a este momento y eso
me hace feliz.

Pero admito que ese Halloween del año pasado fue oscuro. Recuerdo caminar con mi
disfraz punk de Epiphany Greaves sintiéndome miserable, odiando a todo el mundo para
no odiarme a mí misma, con un vacío enorme en el pecho que no me dejaba en paz y me
hacía recuerdo a todo eso que había buscado enterrar. Ese día me dieron ganas de
escribir un diario y hacer lo que básicamente estoy haciendo acá, porque esta porquería
debería ser inmortalizada. Pero no. No hubo tiempo ni mucho menos energía. Y, confieso,
ya sin haber hablado contigo quise escribirte, que seas el elegido para escuchar mi
mierda. Debió ser porque no te conocía directamente, porque la idea de tu persona era
tan... efímera. Casi irreal. Era como escuchar ecos de mi voz contra las paredes.
Simplemente que se organizan de una manera diferente... y ¡puf! te vuelves parte de mi
ego. ¿No te maravilla? ¿O te indigna? ¿Que te arrebate de tu propia existencia, para
atribuírsela a los recovecos desconocidos de mi mente? Espero que te indigne. Sí...
Indígnate. Pero la verdad es que recurría a mi fantasía inconfesa de ti para no tener que
volver al mundo que me había creado. Un mundo violento. De conquistas y batallas donde
es mejor pelear en soledad, donde Johnnathan mira con asco su pija cubierta en sangre.
Y yo sé que ese era el sentido que me procuré, que el mundo tiene varios sentidos y
ninguno de ellos es definitivo, pero ¿sabes qué? No sabía cómo cambiar el sentido y la
respuesta me llegó cuando vi a un tipo vestido con gabardina a lo Hellblazer y me
encontré deseando que seas tú porque fuiste el pensamiento que asocié al escape
definitivo a mi propio infierno y, claro, no eras tú. Pero ya entonces supe lo que quería.

Y el fin de ese año fue llegando. La historia de Gabriel no enterneció a nadie de mi


círculo, lo cual me confirmó que estaba enfermo, los de tu curso me invitaron a tu fiesta de
graduación y yo fui para por fin conocerte, pero por supuesto que no fuiste y yo terminé
siendo la estrella de la fiesta, la más deseada, la que más reía, la que todos querían en su
mesa.

Era perfecta. Finalmente. Y al día siguiente ya no pude frenar a la depresión.


Video 5

Cuando te conocí solo fumabas Silk Cut’s. Eras de esos fanáticos ciegos de Constantine y
te conseguías como sea esos cigarros. Llegabas al punto de pedirle a tu tía en Inglaterra
que te mandase la encomienda mensual con varios paquetes que ella muy diligentemente
te consiente, supongo porque se siente sola y tú siempre has sido el único que la ha
llamado. Solo para obtener los puchos de Constantine, pero igual, le hablas a esta tía
solitaria cuyos hijos están perdidos en sus propias vidas. Eso fue lo primero que supe de
ti, que fumabas Silk Cuts. Te había visto antes, sí, y tenía mis suposiciones acerca de ti,
pero ese pequeño datito me lo dio uno de mis pretendientes que habló de ti en son de
burla, algo así como en la onda de “¿quién-se-cree-para-hacerse-al-internacional?”. Creas
o no lo de Constantine lo supuse y resultó que tenía toda la razón. Esos fueron dos
momentos separados que me asustaron mucho porque en ambos sentí una conexión
fuerte contigo, o tal vez conexión es una palabra exagerada, digamos que sentí afinidad,
algo que me hacía pensar que teníamos que hablar, primero, y que nos teníamos que
besar después, pero que nuestro encuentro tarde o temprano terminaría en un beso. Esa
era mi forma romántica de admitirme a mí misma que me gustabas porque Creepy
Fact#995: Hayley nunca se admite la verdad, la disfraza y se convence de ella poco a
poco.

Ya te hablé de la primera vez que te vi y de esa rica sensación de misterio que me dejó tu
aura de rarito, pero eso fue durante mi año de Arpía Reina en que no me molesté siquiera
en darle más consideración a la chance de charlarte. Pero durante las fiestas de fin de
año, todavía hundida en mi terrible depresión, empecé a perderle el respeto a mi posición
entre la realeza y decidí que ya era hora de cambiar de amistades o de actitud o de algo,
pero cambiar porque la crisis era profunda y desesperante y ya no la soportaba más.
Necesitaba algo que me distraiga de toda la mierda que pasaba en mi cabeza y en medio
de mi miseria no había ningún esperanzador horizonte hasta que el primer día de clases
del año pasado te vi entrar al aula del bachillerato y se me movieron los pensamientos
recordando lo mucho que no quería admitir que me gustabas. Claro, podría decirte que
sólo eras un escape a mi crisis existencial y así diría la verdad pero también te estaría
mintiendo. Incluso en ese momento fuiste más que eso, pero en el espíritu de los videos
admitiré que primero fuiste más que nada una chance de distracción, otro escape más si
quieres. Estaba predispuesta al romance y aparte que los dementes necesitamos
enamorarnos. Es un hecho que enamorarse es como deprimirse, y para nosotros es como
salir de un agujero negro a un pozo profundo donde al menos hay un fondo y no una
caída sin final. Es como sufrir, pero riendo. Esa era mi lógica el momento en que me senté
cerca de ti, durante las inscripciones del año pasado, cuando leías debajo del árbol que
separa las canchas externas del colegio ¿te acuerdas? Me hice a la deli, obvio, actué
como si estuviera yo leyendo una de esas revistitas de moda mientras me indignaba que
tú tuvieras la libertad de leer El Nombre de la Rosa como si nada, libre de los estigmas
que los de mi calaña le hacían a los que se decantaban por intelectualismos semejantes.
Lo cual, tristemente, te habla mucho del futuro de la juventud de este país. Y aun peor, te
habla muchísimo más de mí.
Esa vez no me prestaste ni un ápice de tu atención. Bueno, levantaste la mirada para
verme mientras me sentaba y luego retornaste a tu libro como si nada hubiera pasado y
eso se sintió bien porque me hizo pensar que no estaba ante un público al cual
impresionar, pues ya de entrada no tenía nada para impresionarlo, como si estuviera ante
alguien que era mi igual. Estaba cómoda, en pocas, y tú estabas guapo ese día, todo
hecho al capo, fumando tus Silk Cut’s osadamente en pleno patio del colegio, sabedor de
que nadie podía decirte ya nada porque ya estabas fuera del cole, camino a la
universidad, sólo ahí para rogar unas cuantas buenas notas a los profesores que al final
cedieron y te permitieron graduarte. Te cagabas en el alma de los regentes y los
profesores y el director y tus compañeros, lo cual era endemoniadamente sensual para
mí, que me había pasado todo el año anterior tratando de ganarme el favor de todos y
cada uno de ellos y hasta de muchos otros más. Además que tu imitación del buen John
Constantine era una pose ridícula que me gustaba. Sexy y además me encanta que tú
también necesites de una pose que nadie más que yo podía ver. Así que estaba
predispuesta a ganarme tu mirada y admito que en ese instante mi intención era más
cercana al úselo y tírelo, single serving boyfriend, quizá hasta one night stand ¿quién
sabe? La cosa es que pensé que me ibas a hablar y que a partir de eso sería fácil
encamarte y olvidarme de ti y tu extraño mundo de paria, sacudirme la depresión encima
y volver saltando como ovejita a mi vida de popularidad. Ahora me pregunto ¿y si hubiera
hecho justo eso? Pero es una pregunta inútil y hasta cruel, así que mejor dejarla ir. Creo
que es preferible que te explique un par de cosas, porque lo cierto es que no quiero
quedar como la enamoradita estúpida que busca salvación en los hombres. Como dije
hace rato, por si no me escuchaste bien, estaba predispuesta al romance y todo por una
noche de jazz y vacío existencial.

Eso fue unos días antes de navidad. Mi mami y Oli me veían triste pero sabían de mi
condición así que no le daban más bola de la habitual, pero eso no significaba que no
intentaban distraerme como podían. Por eso mi mamá nos saca a ver los pocos shows y
conciertos que se dan en este triste pueblo, que no eran muchos ni entonces, ni ahora.
Aparte que le gustaban, mi mami siempre ha sido una mujer de mucha actividad cultural,
de constante movimiento y esta ciudadcita le queda chica en ese sentido. Esa noche
fuimos a un concierto de jazz, eran unos que se hacía llamar el Trío de la Muerte y que
tocaron bien pese a que el baterista era uno de esos que se emocionaban demasiado y
se cagaba en el alma de los otros dos, que eran buenos pero no tanto así que se perdían
y a veces no lograban estar a la par de su baterista. Oli y mamá estaban extasiados, yo
no mentiré y de entrada diré que estaba feliz pero tampoco tanto, de rato en rato me
asaltaban ideas de lo vano que era todo ello, de que un día cerraría mis ojos y ya no vería
nada más de esto ni de nada, que el cielo no existe, que el más allá no es más que un
profundo vacío sin consciencia y que todos en aquel lugar, y en todas partes en realidad,
un día morirían. Ese era un pensamiento perturbador, porque quizá suena obvio o hasta
lógico, pero quisiera que te pusieras a sentirlo de verdad, a reflexionar en la fuerza del
paso del tiempo, de lo efímeros que somos, de ya no existir, de que más allá de la vida no
haya nada, pero nada de nada, y que nuestra breve chance en esta cosa llamada vida
sea tan frágil que cualquier mierda nos puede llevar cualquier rato, sin el menor aviso o
quizá con enfermedades y convalecencias extremas y duras, en todo caso miserables
finales para los parpadeos temporales que son nuestras vidas. No debería pedirte que
reflexiones sobre eso. Es horrible y no me gustaría que nadie se sintiese así nunca. A
veces sí, a veces me dan ganas de que todos sean tan miserables como yo pero se me
pasa rápido.

Y no importaba qué tan linda fuera la música, o los juegos de luces azules, rojas y
amarillas que poseía el escenario, no importaba que mi mami sonreía como loca y Oli
acompañara golpeando las palmas sobre la mesa al compás de la batería –de manera
muy pobre– mientras ambos bebían de una botella de vino y yo tenía que conformarme
con una botella de Coca Cola, que ni bien pedí me arrepentí y preferí una Sprite que ya
era tarde para tener. Entonces todo apestaba ¿ok? Que es mi manera tranquila de decir
que todo era una mierda. El concierto no estaba mal, mis papis estaban felices pero yo no
podía olvidar que nada de eso tenía sentido, ni que nada me movía la existencia, que todo
era un gris eterno que se repetiría por esta maldita condición de depresiva que me
arruinaba incluso las cosas que más me alegraban.

Sólo quería dormir ¿Crees que eso es raro? No lo es. Era como que quería salir, hacer
tareas, desestresarme, quería ir a clases, pero me faltaba energía. Solo podía leer y
dormir, y ver estupideces, y dormir, y comer y dormir. Ahora, en este instante, me asusta
pensarme en ese momento, en todo lo que tenía que hacer, porque no hacía nada. Y no
entendía por qué. No lograba comprender porqué me pasaba todo el día en la cama, en
mi caos, en mi desorden. Pararme tratando de animarme a salir y disfrutar de mis vueltas
de popularidad, de salir engarzada a mi corona imaginaria de nueva Arpía Reina para que
antes de salir de mi cuarto terminase por mirarme al espejo y me dieran ganas de volver a
la cama…además que estaba ese puto calor de fin de año, y la migraña. Y... y... y yo
hablando sola por la casa, mientras me alistaba para salir, para en última instancia volver
a mi cama. Me sentía como una persona más loca de lo normal, envidiando a
absolutamente todo el planeta... es que no entiendo como lo hacen... si yo llevo diecisiete
años acá, y todo enteramente ha sido un fracaso, una equivocación, no sé, nada, o
exactamente eso es: nada. Todo es eso, lo que he vivido hasta el momento es nada. Y mi
cuerpo es totalmente testigo. Es la evidencia de cansancio, de falta de sol, de la falta…
Un cuerpo que se deforma por segundo con la ineptitud de mi mente, mis pecados. Y en
ese momento, como siempre, quería ser alguien más. No ser más yo. No quería mi cama,
ni mi ropa, ni mi cuerpo, ni mis manos, ni mi mente. Quería salirme de este hueco
gigantesco que he llenado con mi presencia. Desprenderme de mí. Dejar el cuerpo en la
cama. Dejar ese poco rico dolor de espalda. Dejar mis formas, el cabello enredado, dejar
los pies que cuando se calientan no me dejan dormir, y la migraña, y esas ganas
irrevocables de ensimismamiento.

Pero no.

No se puede. Las circunstancias nos hacen esclavos. Nos hacen esclavos a nuestro
cuerpo, al dolor de espalda y a la migraña. Nos hacen esclavos a nuestros seres amados,
esclavos a respetar su calma, por el módico precio de la nuestra. A seguir acá. A seguir
acá fumando a lado de la cama, con nada más que un perro en las piernas y migraña.
Con el cuerpo que querías pero que todavía sientes amorfo, ganadora de la puta lotería
por la que tanto sangraste y aun así vacía. Y estaba así porque no sé si aún no aprendía
o no quería recordar que la realidad siempre me devuelve a la nada, no debería olvidarlo.

(Un rayo de luz baña la pantalla. Los ojos celestes de Hayley no se notan así. Se acerca a
la cortina, otea la rendija por la que se coló el sol. Entonces lo ve. Ella tiene toda la razón.
El cielo… es una esfera, es una prisión celeste. Cierra los ojos, tiembla un poquito,
retorna a la pantalla).

Igual soñaba con empacar mis cosas, arreglar mi cama, quemar mis papeles, borrar mi
computadora y dejar el cuarto vacío y matarme. Así era. Loco. Porque pensaba despierta,
todo el tiempo, en los detalles, en la poca relevancia del breve suspiro que será mi
existencia y entonces aceptas que no eres nada. Y ni siquiera eso importa. Sólo quedaba
poner canciones de la radio y distraerme en escuchar las payasadas de los locutores,
conocer los éxitos más populares y aprenderme de memoria sus líricos para cantarlos
cambiándoles las palabras, usándolos para narrar mi lastimera situación y terminar
durmiéndome al son de canciones de cuna enfermas.

Hubo un momento que podía simplemente vivir con el silencio en mi cabeza, sin las
presiones de la mirada ajena posadas sobre mí, ni esperando nada más que al presente
desarrollándose, mucho antes de enterarme que el tiempo, como la vida, tienen un límite
invisible al que cada día nos acercamos más. Aquellos eran los días inmortales, sin
preocupación alguna, días en los que el tiempo era un lastre que no pasaba, cuando
esperaba con desesperación fanática la fecha de mi cumpleaños o navidad, porque la
vida no era más que una espera de los días festivos en donde yo era la protagonista, el
centro de todos los cariños. Claro, en el momento no lo notas pero eres feliz,
precisamente porque no lo notas. Son los días en que vuelas en avión y no te sorprende
que el humano haya logrado poner semejantes armatrostes en el aire, sino que solamente
te sorprendes y ya, con los ojos bien abiertos y un jadeo contenido en tu expresión
boquiabierta. Obvio, ayuda que en esos tiempos aún no estás en consciencia de las dos
cosas que te lo arruinan todo. ¿Quieres que te las diga? ¿Para qué? Tú lo sabes mejor
que nadie, por eso terminé por enamorarme de ti. Tú entiendes de esta mi tortura y la
vives como si fuera nada. Apuesto que fuiste un niño feliz, sonriente, imaginativo e
ingenuo que un día se encontró muy de golpe con la realidad y tuvo que aceptarla con tal
violencia que su alma envejeció y su cuerpo quedó infante. Pero la pregunta es, la que he
estado evitando con todos estos Creepy Facts, es, pues, a ti ¿qué te llegó primero? ¿el
tiempo o el amor?

La verdadera pregunta sería si alguna vez amaste, pero ya ves que mis devaneos
existenciales están tan bien confabulados con mi depresión que no puedo dejar de meter
mis otras angustias con todo y sus cochinas narices. No puedes responder así que por
siempre tendré esa duda de si alguna vez amaste o acaso fue la conciencia del fin del
tiempo lo que envejeció tu alma. En mi caso fue el tiempo, como lo habrás deducido, el
enterarme que nada de esto tiene importancia, el saber que tenía que crecer y hacerme
responsable, que tenía que dejar de vivir en ese infinito inmortal sin relojes ni calendarios
para adentrarme en los peligros de esta vida de fechas de entrega, citas de una hora,
aniversarios de vida y muerte que serán olvidados hasta por nuestra progenie cuando
doscientos años hayan transcurrido en esta tierra. Eso, por supuesto, si la tierra no se nos
acaba mañana ya sea con uno de esos apocalipsis que consuela a los crédulos o con un
doctor anunciándote un tumor maligno que te robará el tiempo que creías tener. El azar.
O, no sé, el tiempo a secas. Mi antiguo aliado de tardes eternas en las que me sentaba
aburrida en mi casa, rogando por algo qué hacer, viendo al sol cambiar de posición y
fulgor mientras llegaba la noche y yo ignoraba mis muñecas y el televisor donde sólo
daban programas para adultos. ¿Me creerías si te digo qué es lo que más extraño? Las
tardes aburridas. Claro, recuerdo bien los buenos momentos. Quizá no a lujo de detalles,
pero sí recuerdo esos ratos de sonrisas y carcajadas, bailecitos y cosquillas, de dar
vueltas con los ojos cerrados en mi patio o dormir hasta tarde escuchando las regañinas
de mi mami. Todo eso es muy lindo pero ya con la mirada pervertida por el tiempo extraño
ser esa niña aburrida de muerte, haciendo pucheros a la nada, deseando tener un
hermanito o cambiando los canales de la tv como si eso hiciera que se apresurara el
siguiente programa. Era un maldito limbo que mi yo más adulto habitaría con cierto placer.
Y hasta en eso miento porque sé que me aburriría en algún punto. Yo que alguna vez fui
inmortal, ya no podría serlo porque en algún punto me aburriría de todo y, entonces,
anhelaría el cese pero ¿quién tiene tiempo para eso?

Todo esto tú lo dominas y lo descartas como quien manda lejos a un mosquito. Desde
nuestra tercera vez que teorizaba que es porque a ti el tiempo no te golpeó hasta mucho
después de que el amor trastocara tu realidad. ¿Cómo fue? Me lo he preguntado varias
veces y no se me ocurre la fórmula, el tipo de suceso que puede crear al cinismo
encarnado, a un ser que se ríe de lo absurdo y cuya fuerza se confunde con su euforia y
su rabia, claro, cuando no lo domina el miedo. Cuando te conocí yo ya lo sabía todo sobre
el tiempo y no estaba apenas descubriéndolo como me pasó con Johnatan. Viéndote ahí,
todo distante, un extranjero sentado en medio del pueblo, parte del paisaje pero nunca del
lugar, como que empecé a mistificarte, preguntándome qué clase de saberes poseías
para poder vivir sin estar contaminado por las miradas o por el mismísimo tiempo. Y te
dibujaba, muchísimo. Si logras echarle mano a mis cuadernos de hace dos años, verás
varias versiones de un perro mordiendo relojes o asesinando a Cronos. Me intrigabas
pero no deseaba acercarme a ti. Ya te lo dije, por un lado no le convenías a nadie que
estuviese perfilándose para Arpía Reina pero por otro tampoco estaba segura de querer
saber de qué estaba hecho tu exilio. Así de salvaje, rotundo, desesperado. Hedías a
miedo y sin embargo a mí me parecía valiente eso de que casi nada te importara. Porque
por algo seguías yendo a clases, por algo mantenías ciertas amistades o hacías un
esfuerzo por no ser expulsado.

Así fue como, en la distancia, empecé a teorizar en base a los rumores que hablaban de
ti. Digamos que eras mi pequeño juego para matar las horas que no invertía en mi
popularidad. Creepy Fact#188: yo también fui tu stalker. Discreta, lejana, hasta podría
decirse poco entusiasta, pero stalker al fin y al cabo. ¿Ves cómo somos un par de freaks
que terminaron por encontrarse? El problema, el mío, era que toda mi cacería estaba
basada en la información incorrecta, porque digamos que si quieres información sobre el
perro no se la preguntas a los ratones, aun peor a las ratas y las palomas. O le temen o
les da igual y eso solo lleva a mentiras y desinformación. Entonces tenía varias figuras
míticas sobre quién eras y todas eran pinturas abstractas de arte terrorífico o risible. En la
mente de esos otros, eres como ese chiste que puede hacerlos carcajearse hasta las
lágrimas pero que en un descuido puede trastocarles la realidad con que se sostienen. A
mí como que me coqueteaba la idea de eso último, pero no terminaba de conectar, algo
así como un estornudo rehusándose a salir por completo. Te admito que fue divertido,
para la mitad de mi primer año acá sabía que me gustabas, no sólo por tu aura de loser
sino por tu aire de forastero. Y que te hayas rapado para inicios de mi segundo año
ayudó, no tanto como siempre pensaste, pero fue eso lo que me dio la pista definitiva de
que lo que a ti te hacia ser tú, era esa otra dimensión de la realidad que mata las
infancias: el amor.

Eso sí, antes de ese gran clic comencé a sospechar que era una tonta al fiarme de
información tan polarizada, verborreizada por ratas, ratones y palomas. Así que empecé a
ver más allá y me fijé en lo único que decían que no eras: un ser con sentimientos como
cualquier otro. Creepy Fact#727: a los cobardes, el olor de otro cobarde no nos deja
incólumes. O nos asquea o nos excita. Y de ahí estaba yo en plena depresión, con la
cabeza llena de jazz y salsa, cuando te apareciste en el colegio sin esa tu melena de
vagabundo. Completamente rapado, pero exhibiendo una frondosa barba donde antes no
había más que pelusas. Las vacaciones te habían cambiado, parecías más robusto y
cansado. No te veías mejor, sólo amenazador. Como si tu encanto de jovenzuelo
desaliñado se hubiera perdido para siempre y en su lugar hubiera llegado una maquina
rabiosa que rechazaba las miradas con la misma facilidad con que las atraía.

Pregunté por ti. Ya no en mis círculos, sino en aquellos que estaban más cercanos a no
ser nadie. Total que yo ya era la Arpía Reina y no creía que nadie pudiese destronarme. A
lo mejor ni siquiera me importaba, ya ves cómo giran las cosas. El asunto es que pregunté
y me respondieron. Me hablaron del servicio militar y una deserción sospechosa, luego
me lo confirmaron y añadieron algo sobre un lío con un coronel que quiso matarte, lo cual
entre que me asustó pero atrajo más mi atención, porque así de romántica puede ser una
cuando algo hace que se olvide de que el tiempo pasa y nunca se detiene. Divago. En fin,
la cosa es que fui más lejos y empecé a juntarme con otras parias que se morían por un
poco de mi miel y que por mi apariencia tierna siempre me tuvieron por buena persona.
Las necesitaba ¿entiendes? Creepy Fact#999: en apenas una semana de obsesión
empecé a tirar por la borda todo el trabajo de un año, que bien lo valió ya sea por el rostro
de mis queridas amigas cuando las “apestosas” comenzaron a sentarse con nosotras en
la plaza o cuando, después, iban a nuestras fiestas. Lo más chistoso de todo este
conumdrum es que terminé como la Robin Hood de los apestados, los integré al mundo
que tanto anhelaban y con su mera presencia en él, rompieron o romperán, eso no me
queda claro, ese mismo mundito. A la mierda el panal, esto se convirtió en un hermoso
todos contra todos, justo en el último año que tenían la aristocracia para jugar a ser los
nuevos dioses. Obvio, siempre hay alguien más, nuevas generaciones dispuestas a
continuar los peores legados, pero qué importa si yo sólo veré el final más adecuado. Lo
mejor del Creepy Fact#999 es que mientras movía los engranajes de algo más grande
para todos, a mí me movía algo más discreto pero importante. Ya sabía que te habían
expulsado del servicio militar o que habías desertado, que a mí me parecía lo mismo. De
ahí me enteré la pieza clave, en la segunda semana de clases: todo era por una chica, la
hija del dichoso coronel ese. Algunos me hablaron de un romance legendario que
sabemos no existió, otros hablaron de actos lujuriosos pillados in fraganti, lo cual nunca
negaste ni confirmaste que en ti es lo mismo que aceptar culpabilidad, pero todos
terminaban sus historias contigo escabulléndote por la noche de la casa del coronel, del
cuarto de esta hijita de militar en el que estuviste un rato antes de volver a aparecer fuera,
corriendo con toda tu alma mientras el furioso coronel se lanzaba como bólido y te
tacleaba hasta el piso para propinarte una reverenda paliza que pagaron algunos
soldaditos después y el policía que te salvó de la tunda de tu vida, que aun así te costó la
libreta militar y tu apariencia de vagabundo.

Estabas furioso. Se notaba. No lo ocultabas tampoco. Me ignoraste esa vez del árbol
porque deseabas lastimarme, porque estabas jugando a que eras malo y seguro, algo de
rencor me guardabas por cómo ignoré tu presencia durante el primer año, cuando tú eras
el stalker. Y, no sé, tanta rabia sólo podía venir de un loco idiota y energúmeno o de un
enamorado. Resultó ser lo primero, pero de lo que yo me convencí fue de lo segundo
¿por qué? Piénsalo, tan solo considéralo un rato, claro que pensé eso. Los niños crecen
aborreciendo el romance o al sexo opuesto, tal vez acercándose a cualquiera de ellos con
miradas libres de lujuria o anhelos. No porque sean puros, sino porque son candorosos,
porque no les preocupa reproducirse o quedarse solos, no esperan nada de sus iguales
porque esos afectos y expectativas las llenan sus padres. Se enamoran sin darle
importancia al misterio del amor y hasta olvidándose, como si hubieran actuado tentados
por la sombra de su futuro, como monitos imitando el ejemplo de los macacos mayores. El
amor no les llega hasta que sus cuerpos explotan con cambios y hormonas y ahí
cagamos todos porque el amor se vuelve esa dimensión donde nos creemos grandes, o
nos hacemos a los. Y sólo para jugar un juego que creemos de adultos y que no es más
que un caos de antojos y dolores esperando a suceder. En la confusión nos creemos el
cuento de la seriedad y vendemos nuestra niñez y adolescencia a cambio de una
probadita de diversión que se va transformando en la adultez. Ok, no todos. Tú y yo, por
ejemplo, aun si somos un ejemplo incompleto. O mi mami y Oli. Pero a ellos les costó
mucho llegar a lo que tienen y para eso tuvieron que aprender a dejar ciertas nociones
que les llegaron al crecer. Ahora, sé lo que dirías o estás diciendo: todos tenemos que
crecer, así como todos tenemos que morir. Pero el chiste de esta dimensión es que no es
tan terrible como la del tiempo, en el amor hay más espacio para romperse de forma
bonita, quebrarse con relativo estilo. Es como un despertar agridulce y por eso en ese
momento me interesaste más como una posible fuente de conocimiento, alguien que
quizá sabía, sin saber que sabía, cómo lidiar con el sinsentido.

De hecho no me equivoqué, pero adivinando a ciegas e igual que me haya acercado por
todas las razones incorrectas no quita que me acerqué. Yo, no tú. Y, bueno, que lo demás
salió bien. Además, si lo piensas, por muchas formas de vivir que aprendas, tu biología
todavía puede traicionarte ya sea con un tumor esperando a suceder o con un déficit
serotoninérgico que no deja que puedas procesar bien emociones fuera de la tristeza.
Dios, qué oscuro fue eso…lo peor es que era mi forma de decirte no todo es tan malo.
Quiero decir, sólo piensa en esos primeros días nuestros. Fueron la gloria. Te escribía al
MSN, tú me ignorabas, lo hiciste por dos días antes de responder, entonces te ignoré yo y
por una semana. Para el cuarto día ya estabas ofendido lo suficiente como para rumiar
todo un fin de semana antes de animarte a hablarme en el colegio. Y el resto es historia.
Bueno, no. Quisiera que fuera tan simple como decir eso pero sabemos que esta es mi
historia secreta, la que tú no conocías, la que fui callando para que nuestros incómodos
contactos iniciales se transformaran en algo más. Creepy Fact#483: mentí cuando dije
que los fui callando para que lo nuestro sucediera. La verdad es que no lo planeé, no
moví las cuerdas como titiritera aunque me encantaría que así hubiera sido. Te juro que
disfrutaría enormemente si la vida fuera como los Sims y quizá ese sea el verdadero
Creepy Fact#483. Pero igual llegaría a la misma conclusión que con la inmortalidad. A lo
mejor me arrepiento de no haber sido un poco titiritera con lo nuestro, tal vez siéndolo
habría asimilado al amor más como una perspectiva y no un sentimiento. No lo sé.

En todo caso, esto nos trae a la recta final. Oh, sí. No pongas esa cara. Sabíamos que
sucedería. Así que ahora, la pregunta que estoy segura te hiciste mientras veías estos
videos: ¿por qué te escondí tanto? Es vital que te hable de esto y necesito que mires más
allá de cómo sea que te encuentres y entiendas lo que trataré de explicarte. Ojo,
intentaré. Subrayado, resaltado y en negrillas, porque no creo que nada de lo que diga a
continuación tenga sentido.

(Suspiro).

Siempre sentí que lo que más nos separó fue lo que cada quien veía de la relación y eso
es mi culpa. Pasa que tú y yo no tuvimos que surcar solamente nuestras peculiaridades
sino que también teníamos que sortear mis mentiras. No es que yo quisiera mentirte, sino
que no estaba lista para dejar de mentir en general. Ya te conté la historia, sabes lo
mucho que me costó llegar a donde estaba, y por muy embelesada que estuviese no iba a
renunciar a mi esfuerzo sólo por ti. Aparte no sabía nada sobre ti más allá de esas
deducciones locas y una historia sobre una chica de la que estabas enamorado. Después
de la locura de las dos semanas iniciales, como que desperté un poco y me pregunté
quién diablos eras en realidad, siempre con la sombra de Johnathan irguiéndose toda
orgullosa en tus salidas arrogantes pero mitigada por tus repentinos ataques de timidez
que lograban arrancarme sonrisitas. Así que mientras decidía en qué mentirte y en qué
no, tú empezabas a hacerte una idea en base a esas mentiras. Pero para ser justos
conmigo diré dos cosas: la primera es que te mentí muy poco y lo que más hice fue omitir
detalles y secretos. Lo cual me lleva al segundo detalle a mi favor. El problema no es,
simplemente, que yo mienta mucho sino que tú te lo crees todo. Y se me ocurre un tercer
detalle a mi favor: no solamente fui destruyendo mis mentiras sistemáticamente sino que
también fui dejando pistas que conducían a la verdad. Y acá es donde todo empezará a
perder sentido. ¿Por qué no simplemente decir la verdad? No lo sé. Ya lo dije. No estaba
lista. Decir la verdad no era una deuda que tenía contigo, a ti apenas te estaba
conociendo. Era algo que me debía a mí misma, algo que deseaba desde los tiempos de
Christie, como que me faltaba medir si yo existía debajo de todas las mentiras y Creepy
Facts, si acaso podía ser alguien más allá del tiempo y la serotonina.

Creepy Fact#5: fuiste mi conejillo de indias en un experimento existencial que, supongo,


deber ser muy torcido, ya ni siquiera noto eso. Pero creo firmemente que esto lo fuiste
intuyendo con cada Creepy Fact que estuve lanzando hacia ti. Pues sí, lo fuiste. Velo a mi
manera: estaba deprimida, acechada por fantasmas existencialistas, esclavizada a un rol
que descubrí que odiaba pero al que no pensaba renunciar por lo mucho que me costó
conseguirlo. Los fármacos que tomaba me dejaban boba y el esfuerzo para parecer vivaz
dejó de ser sencillo y hasta de valer la pena. Era una caída en picada hacia un mar de
diarrea mientras descubro que no tengo piernas ni brazos y mi boca no puede cerrarse.
En ese panorama llegó la esperanza de que tu caos pudiese ser mi orden y yo salté a
bordo sin pensarlo dos veces. Te me apareciste un día a confirmarme que siempre
estarías allí conmigo. Y lo hiciste sin que te pregunte nada, sin que te diera señal alguna,
como si fueras capaz de ver a través de mis máscaras y cagadas. Porque, digo, entre
mentirosos nos entendemos ¿no? Y creo que ahí comenzó mi felicidad, cuando
empezaste a demostrar que me querías mucho, aunque nunca te animaste a decírmelo
en mi cochina cara. Vuelve a imaginar a esa Hayley sin piernas ni brazos y atrapada en
un grito de horror, ahora devuélvele sus extremidades pero no le cierres la boca, ni dejes
de imaginar su inminente caída al mar de diarrea. A eso me aferré cuando empecé a
destrozar mis logros para conocerte mejor. Fue una suerte ver, tras unas pocas charlas,
que eras mucho de lo que esperaba, aun si tu forma de demostrarlo fuera tan poco ideal.
Ahora lamento haberme aferrado tanto a mis excusas y a mi popularidad, me hace sentir
superficial de alguna forma, pero siendo sincera creo que sin mis mentiras tú no te
habrías quedado tanto tiempo a mi lado. Quiero decir ¿qué hubiera pasado si hubieras
conocido todas estas cosas? Aun si fuera poco a poco, sé que te habrías asustado.
Además que te gustaba el juego de salir con la fresita, la niña fifí que ahora estaba de
novia con el descastado. Son tus fetiches, no lo niegues, lo sabemos, y cuando
empezaste a notar mis inexplicables ausencias y saltos de humor, te amparaste en mi
fama de diva y princesa para continuar ¿o fue mi cuerpo? La verdad no lo sé, pero tú
mismo admitiste que lo que inicialmente te llamó la atención fue que diera la espalda a mi
trasfondo y yo no sabía cómo decirte que en realidad volvía a mi justo lugar como reina de
los raros pues en ocasiones la mentira es más sexy que la verdad.

Ya para entonces conocía lo suficiente de ti como para saber que me estaba enamorando
y por un tiempo la crisis cesó. La depre y las medicinas seguían ahí, pero la crisis
existencial se calló y me vi a mi misma aprendiendo a guardar silencio, a no tener que
llenar mi incomodidad con verborrea recién expulsada de mi mente morbosa. Con esa mi
pose de genial, porque siempre quiero sonar cool, pero no lo soy. Por eso fue tan duro
llegar a Arpía Reina, porque no soy más que un pescadito intentando vivir en la superficie,
un pescadito tonto que no quiere admitir que si te ahogas con el aire, quizá no te queda
otras más que lanzarte al agua y respirarla hasta que tus pulmones se llenen de ella.
Perdona que me ría, pero es que esto me hace recuerdo a la vez que tú hablabas de te
sentías ahogado entre mis amigas, como pez fuera del mar, y cosas como esas me hacen
sentir como si te hubiese inventado en mi cabeza, me invitaban a sonreír incrédula pero
creyendo de todas formas…y ese cambio fue trascendental. No solo calló mi boca sino
que empecé a aprender a callar la cabeza. Claro que los ataques depresivos me
devolvían al mar de diarrea; pero luego nos reíamos juntos o me contabas algo, quizá
simplemente tirábamos o veíamos una película, lo que sea, la cosa es que dejé de
sentirme sola. Fue como volver a ser niña de alguna forma. No lo tomes a mal pero lo
nuestro fue como una de mis tardes aburridas cuando era niña. Una suerte de presente
perpetuo en el que nos veíamos cada día, podíamos faltarnos a clases, o no, pasar el día
tirados en mi sala ante la mirada de mi madre que luego se aburría y ponía una peli que
veíamos todos juntos; de pronto podíamos irnos al parque y pasarla echados y
acariciándonos el rostro por horas antes de ir a cenar con tu familia que me trataban tan
bonito. Lo intenso es que no registro si era de día o de noche, porque como que daba
igual, estaba de nuevo en los ritmos temporales de mi infancia, pero con mi mente de
alma vieja para disfrutar cada inexistente segundo de ese perpetuo. Por eso en mi cabeza
se confundían los días y pareciera que nuestra relación apenas ha durado un día en el
que pasamos por las calles contándonos cosas o burlándonos de la gente del colegio,
explorando las calles más lejanas y secretas de este pueblo que, seguramente, hemos
recorrido de palmo a palmo, para después irnos a tu casa y ver si había alguien,
escondernos en el depósito a coger en la cama que limpiamos para hacerlo lejos de la
mirada de tus padres y hermanos que siempre estaban por ahí, pero que cuando no
estaban nos íbamos a sus camas y nos reíamos de ellos durmiendo más tarde en ese
mismo lugar sucio de nuestro sudor. Ninguno era muy bueno en eso pero a mí me
fascinaba sudar contigo, sentirte tan erecto, gemir y jadear, moverme desaforada mientras
tú me seguías la corriente y otras veces ibas más lento, subiendo el ritmo para hacerme
decir “No me jodieron, me hicieron el amor”, como la primera vez que lo hicimos a tu estilo
y soné y troné y te dije esas cagadas y tú no sabías cómo responder pero se te notaba
eufórico y estancado en tu cara de orgasmo que se quedó un buen rato ahí estancada
mientras comíamos pizza en La Veccia Signora antes de retirarnos a charlar sobre la vida
en nuestro columpio favorito, acariciando perros en el camino y hasta desviándonos para
seguir a alguno particularmente bonito o gracioso, haciendo hora para las clases de
francés a las que nos inscribimos para poder tener el descuento de estudiante del
restaurant que funcionaba en las mismas instalaciones, fundando ese club de cine que se
fue al diablo después de la primera sesión en la que tu amiga Skarleth insistió en poner
Saló y apresurándonos luego de eso para no llegar tarde a la puesta de sol o el amanecer
en alguno de nuestros puntos estratégicos de la ciudad, o a mi terraza a mirar nubes o
estrellas con tazas de té en las manos, que rellenábamos para ver la tele hasta quedarnos
dormidos y despertar para vestirnos a la rápida y escabullirnos del hogar del otro antes de
que alguien de nuestras familias se diese cuenta, solo para encontrarnos ojerosos, no
mucho más tarde, en ese cafecito del centro para desayunar o tomar té juntos, solo si es
que tu hermana no había hecho masitas o mi mami cocinado alguna de esas cosas
saludables que tu fingías adorar.

¿Te das cuenta? Para mí todos esos meses pasaron en un solo día infinito y perfecto. Te
juro que eso era lo que más deseaba: una eternidad así, siempre joven y feliz, contigo
alegre y dispuesto, olvidados de que la tierra gira a tal punto que ni siquiera iba a las
reuniones de las Arpías y mis espías poco populares ahora eran populares y las chicas
me tenían en terrible ley del hielo por eso, pero no importaba porque las nuevas me
trataban como a su hermana y a veces me extrañaba que estuvieran acompañándonos en
esas pocas veces que íbamos a clase y yo sólo sonreía escuchándolas y hasta
entendiendo sus historias y chismes sin hacerlos mis asuntos. A veces me preguntaba si
así se sentía ser Franzie, pero el pensamiento se me iba rápido y volvía a mi presente
perpetuo de diosa en plena adolescencia.

Entonces ¿Qué pasó?

Sí, la pregunta ahora es esa. O debería serlo. De verdad espero que lo sea. Lo que pasó
fue que un día el tiempo volvió a correr. Lo llamaron agravación, algo como que los
medicamentos ya no tenían el mismo efecto porque mi cuerpo generaba resistencia con el
dichoso tiempo, lo cual me despertó un carcajada espeluznante que heló al loquero y a mi
madre, dejándolos pasmados mientras yo reía y reía de esas ironías de la mente para la
que no pasa el tiempo pese a que sí estaba pasando. Y cuando volvió a transcurrir para
mí, recién noté que hacía poco que habíamos estado en mi graduación, que tú terminabas
tu primer año en una universidad mediocre a la que entraste sólo para darle una chance a
la fresita que te coqueteaba, noté a tu familia ya considerándome una hija y a mi madre
mirándote con lástima pues no sabíamos cómo decirte que me tenía que ir por dos meses
a Europa a otra ronda de chequeos y que dependiendo de la gravedad del asunto podía
pasar que me dejase internada, sabe Thor cuantos meses. Y yo seguía carcajeándome,
contigo, no de ti, porque tú seguías en la burbuja y yo ya te amaba y no deseaba
pinchártela con esto de que recordarte que la vida es dura, los humanos son detestables,
el mundo real. Hacerte entender que enloquecer no es anormal. Lo de verdad anormal es
creerse impune a ello, como intenté lograr contigo.

En retrospectiva quizá debí hacer eso. Pincharte la burbuja, o aun peor contaminarla con
mentiras que te alejaran de mí y así no notarías mi lento descenso de inmortal infinita a
vieja y muriéndome en un psiquiátrico. O sea, lo mejor para ti. Pero ya lo dije de entrada.
Esta no fue la historia de un sacrificio de amor, o una forma de ahorrarle lágrimas y
trabajos a este mundo diarreoso. Esto es, ¿fue?, será un acto egoísta.

Creo que hay algo que no he dejado claro y lo cierto es que es muy importante. Creepy
Fact#19: estoy feliz. Con toda la diarrea que genera mi cabeza y los prospectos que
enfrento lo decente sería por lo menos sentirme, que te digo, ¿derrotada? Desganada,
frustrada, rabiosa. Algo. El plan de mi mami es bien sencillo y un poco desalmado, pero
no me opuse porque ya no tenía mucho sentido oponerse. En un par de semanas nos
iríamos in aller stille, quitándole la importancia a los casi dos años y tres meses que
pasamos acá, instalándonos en vidas y emociones ajenas. Lloré, pero comprendí cuando
me explicó que toda esa discreción era para no levantar polvo en vano. Hay que
comprender a mi madre, por un lado trataba de complacer a la Hayley del primer año acá,
la diva histriónica ávida de popularidad y atención, porque esa era la Hayley que le
devolvió las esperanzas tras mi caída en Estados Unidos: la vivaracha y audaz farsa que
se reía a viva voz y siempre estaba linda, sonriente y limpia. Por otro lado, pues mami no
sabía mucho de nosotros más allá de que me haces feliz y que no sabías nada de mi
condición. Creo que, de hecho, fue muy respetuosa con el asunto y nunca me presionó a
que te dijera por mucho que me recomendaba que lo hiciera. Así que, según ella, estaba
cuidando mis intereses y mi salud en un solo golpe maestro.

No dije nada, como verás. Insisto que igual el viaje tenía que darse y tratar de luchar
contra ello no era algo que traería frutos para nadie. Todo eso me dejó acorralada porque
si bien ya no te mentía y la mayoría de mis mentiras habían muerto casi por inercia, de
pronto me vi enfrentándome a verdades más terribles que las que te ocultaba. No supe
cómo enfrentarlo. En gran parte porque no quería enfrentarlo o, mejor dicho, no sentía la
necesidad de hacerlo. Mira, no sé bien si tú me amas, nunca lo dijiste, no logro descifrar si
no lo hiciste por cobarde o por no apresurar las cosas. Sí, siento que me amas, teorizo
que lo haces, pero ya una vez hice teorías acerca tus sentimientos románticos y resultó
que estaba equivocada. Tú nunca te enamoraste de esa chica, la hija del coronel, y si te
saliste del servicio militar fue por vago y calenturiento, porque cuando me contaste sobre
la persecución del milico enfadado, revelaste también que no te expulsaron sino que tú te
saliste para no vivir la furia de un padre celoso. Resultó que simplemente eras un cínico al
cual ni el tiempo o el amor habían tocado y te envidié por ello. Porque tú entendiste eso
que yo vivía en carne propia leyéndolo en libros y velando a tus abuelos. Entonces tenía
mucho por explicar pero no tenía la menor idea de cómo hacerlo. Aparte, olvidas otra
cosa: estoy feliz. Mi presente perpetuo es perfecto y nunca creí que algo así se repetiría
en mi vida, así que ¿por qué perderlo?

Entiéndeme. Es una decisión egoísta porque ya no soporto al maldito tiempo, no quiero


volver a encontrarme con él y reincidir en la espera de una posible y miserable
convalecencia o una más que segura sufrida vejez, la inevitable decaída del cuerpo, el fin
de la energía de la juventud. Nunca lo dijiste pero sé que deseabas envejecer conmigo.
Pero es terrorífico envejecer, de pronto la carita bonita y juvenil se vuelve una pasita débil
y agotada. Sí, de alguna forma nos imagino viejitos y felices, pero no sólo hay historia de
diabetes y cáncer en mi familia, también de esquizofrenia y de, hola, depresión. ¿Cómo
sería eso entonces cuando ahora es de por sí pesado? ¿le harías tú eso a una viejita? ¿o
se lo harías a un niño o niña? Sé que estás diciendo que sí, que en el fondo eres uno de
esos optimistas que creen en las esperanzas, que luchan y luchan hasta que quiebran al
mundo o el mundo los quiebra a ellos, pero esta es una pelea que supera mi capacidad
de lucha. Sólo fíjate en mi corta historia. Todo acaba. La niñez, Christy, Johnathan, la
felicidad, la cordura, Estados Unidos, la popularidad, el orden establecido, los fármacos, o
su efecto en mí. Claro, no ignoro que existe gente que la logra, que viven vidas plenas o
que pueden sentirse o considerarse felices pese a estar nadando en el mar de diarrea.
Pero no yo, que lo veo todo sin filtro ni consuelo y, mentira, porque tú y yo sabemos que
estos son juegos de mi cabeza, de su química trastornada haciéndome ver las cosas
cómo no son, o peor de lo que son. Pero sigue siendo mi mirada y cómo dicen: no hay
mal que dure cien años ni tonto que lo aguante.

Me vi acorralada, como dije, y tuve que tomar una decisión. Mi vida es perfecta, mi
cabeza aún está en los juegos iniciales, preámbulo de los más pesado, todavía estamos
en las pequeñas paranoias o inseguridades que devienen en cosas cada vez más y más y
más y más y más terribles, hasta que la espiral descendente se completa y terminas con
un intento de suicido fallido que te saca de Estados Unidos. Creepy Fact#1: miento
demasiado, pero te juro que es lo último porque, no sé, es tonto eso de esconderlo
considerando las circunstancias, pero no sé porque me cuesta tanto admitirlo. A lo mejor
es mi miedo implícito de que sí morí esa vez y esto no sea otra cosa que el más allá o, de
menos, un sueño de coma ¿espeluznante, no? Son la clase de epifanías a las que das
cuerpo en la depresión. Epifanías o desputes. No lo sé, ambos se parecen demasiado.
Igual, creo que más allá de todos esos pensamientos sí tengo cierta claridad sobre lo que
ha sido mi vida: una lucha por el control. Sea el de mi madre al verse sola, el de mis
sentimientos de tristeza por la ausencia de mi padre, el control de amigas como Christine,
el de todas las cosas que hacía para ser como Franzine, el de tener que vivir sojuzgada a
estas drogas y este cerebro defectuoso. Nunca tuve espacio para ser yo misma, nunca
me lo di hasta ahora que creo haber encontrado quien soy más allá de mami, Christy,
Franzy, Johnatan, las arpías y hasta tú, que fuiste más como un guía involuntario a que
aprendiese a dejar ir las cosas, a respirar y simplemente disfrutar el cochino momento que
se va. Nuestro jodido presente perpetuo que ahora, haga lo que haga, llega a su fin. Y he
decidido que no será porque así lo quiere mi condición, o los doctores, o mi mami. Me voy
sola y por la puerta que yo elija. Un último acto de control pero no de la vida jalándome de
los pelos sino yo tomando al toro por las astas. Al fin.

De eso se trata todo esto. De tomar una decisión en contra de la adversidad, perpetuar
esta felicidad, hacerla eterna y fluir a lo que sea que pase después con la alegría intacta.
Dejando estos videos como constancia de que existí, de que amé, de que te amé; con
toda mi alma te amé y tanto que quiero amarte por siempre. Constancia de que tuve
aventuras, desencuentros, desamores, superficialidades y toda clase de sentimientos. He
vivido, Alejandro. Mucho. No puedo decir que demasiado o que no me faltan experiencias
pero esas son las que vivirás tú y me las contarás si es que hay otra vida más allá. Todo
esto suena muy cursi, pero ya no me importa. Tengo que decirlo con todo y cursilerías.
Tengo que llenar este espacio en el que nunca pudimos decirnos te amo cara a cara,
porque yo sólo me animé a hacerlo ante la inminencia de mi muerte y viéndote a través de
una cámara, tú porque tal vez no me amas o no supiste cuándo o cómo decirlo. Quisiera
esperar a que suceda, pero el tiempo me anda pisando. Entiende baby, vamos a morir
vacíos. Al menos eso creo que pasará si continuamos este camino de esperar estáticos a
que nos descubran. O, mejor dicho, a que nos descubramos. El uno al otro, por si te
tardas. Así muchos se pasan la vida solos, lo cual, ante la perspectiva de mi mortalidad
llegando a su fin, me parece tristísimo. De nuevo el silencio. Creo que te odio más por tu
mudo “te amo” que por tenerme de un huevo por ti. Baby, haces mucho ruido con tu
silencio y ese silencio es como un pequeño infierno, una especie de fin del mundo. Pero
sólo de mi mundo porque, lo admitiré, más allá del drama, de la atención, del histrionismo,
esperar y esperar sólo para escuchar silencios es una de mis más terribles adicciones.
Creepy Fact#11, por si acaso. Pero contigo eso no va. No es por ti. Es tu intensidad, tu
belleza extraña, y tus pendejadas. Contigo no vale regodearse en el dolor que trae el
silencio, contigo quise más palabras, ruidos y gritos. Y los tuve, solamente me faltó la
frase cliché, pero no importa, porque lo sentí implícito en tus actos y lo entendí entre las
líneas de las cosas que dices.
Creepy Fact#100: este es el día que me mataré. Ya se hizo tarde, he hablado demasiado
y la cuerda amarrada a mi viga espera. Sólo me queda agregar que es todo una historia
¿entiendes? Es la historia que decidí contar, que decidí escribir y que ahora me dispongo
a acabar mientras mi personaje está bien, dejo que esta específica ficción triunfe para que
mi vida tenga un cierre hermoso antes de que vuelva mi biología a mostrar que no
controlo nada. Igual creo que me encontrarán mucho más tarde porque pensarán que sigo
durmiendo y ya puse mi larga carta a mamá en un lugar que no mirará hasta la mañana.
Ahí también le digo sobre estos videos y le aclaro que te pertenecen, que no los vea y te
los haga llegar, que tú serás juez sobre qué revelarle de todo lo que aquí conté. De nuevo
soy injusta contigo y eso que todavía tengo más para pedirte que hagas.

En primer lugar que siempre mires los amaneceres y atardeceres buscando ese naranja
especial que tiene el cielo sólo a esas horas. Busca esos paisajes y si tienen mar te
espera un espectáculo singular. Tus ojos no sabrán dónde empieza o acaba la tierra.
Exagero, lo sabrás pero no te importará. Y el cielo azul oscuro y los jirones de nubes
harán el resto mientras lo observas todo y piensas en mí pues en mi egoísmo me estoy
asegurando de que no me puedas olvidar. En segundo lugar te pido eso mismo, por favor
no me vayas a olvidar. Supérame, claro. Enamórate de vuelta, no pienses cada día en mí,
pero no me vayas a olvidar, ni me conviertas en tu excusa para no vivir. Lo cual es algo
irónico viniendo de una suicida pero yo sé cómo eres y a ti esto de matarte te iría fatal. Así
que mantente vivo y no veas mucho estos videos, que los hice para tu yo de ahora, el
joven, el que aún me ama con intensidad y no el viejo que quizá ya me ha superado y
hasta tiene hijos. A él le digo hola guapo, espero hayas logrado ser feliz. Sólo espero que
no seas uno de sus hijos que se metió en el cajón privado de papá. En fin, supérame pero
no me olvides. Decir adiós es crecer. Creo que eso lo dijo Cerati. No lo sé, eres tú quien lo
escucha todo el día, no yo. Pero cuando lo escuché pues, como que me arrancó lágrimas,
pero de aquellas que salen de las entrañas y que te duelen, no de las que te fabricas para
tenerte pena, para disculparte por tus cagadas. Te conozco. Y lo admito, mereces algo
mejor que esto, que estos videos, que toda mi historia. Algo mejor que yo. Pero, ya ves, la
vida es así. Te junta con quien menos debe y te aleja de quienes más quieres. Quizá
nunca me perdones. Pero te amo. No sé cómo más hacerte entender que de verdad lo
siento. La vida es así, te trae este tipo de tragedias para que aprendas algo. Algo que
entendí con la cercanía de mi muerte es que he vivido mi vida como si nunca fuera a
acabarse, con esa irrealidad fantasiosa de que todo era reseteable, como en un
videojuego, aprietas reset y todo vuelve a empezar desde el punto que grabaste el juego.
Quisiera poder decirte que la muerte debe ser, ojalá sea, debería ser, una perpetuación
de la alegría que muchas veces nos es negada en vida. Pero no lo sé. Y quiero
averiguarlo. En todo caso te mentiría si te dijera que no es porque le temo a la
decadencia, la edad, la vejez, la posibilidad de una enfermedad terminal, de tener
Alzheimer, de quedarme sola, de que se nos acabe el amor. Tal vez no debí darme la
desfachatez de pedirte que no sigas mi ejemplo, pero tampoco puedo quedarme sin
decírtelo: esta es la solución fácil, es una forma de quedarme como una imagen casi
perfecta y evadirme de todo, incluso de lo que implicaría que nos amemos. Soy feliz y
seré feliz para siempre. Tal vez nunca logres perdonarme, pero eso ya no importa, sólo
recuerda que te amo, de una manera enferma, egoísta y hasta cruel, pero te amo. Ve y
vive lo que yo no y no permitas que me convierta en un fantasma que te persigue en las
muchedumbres, no quiero ser el nombre que repites cada día o el rostro que encuentras
en el de todas las mujeres.

Ahora, si me disculpas, aún queda un grito por gritar.


Epílogo

Una neblina ligera testimoniaba el frío intenso de aquella madrugada. No había viento
pero el aire gélido bastaba para disuadir, a quien fuera, de pasar mucho tiempo al aire
libre sin tomar resguardo. Los cielos nublados amenazaban con una lluvia poderosa
capaz de empapar y terminar de congelar al único caminante que parecía poder transitar
en ese paisaje de árboles tupidos que servían de magra cubierta a las hileras e hileras de
tumbas de mármol y piedra erigidas sobre la tierra que acentuaban el gris de la
madrugada. El sol, que brillaba en alguna parte del cielo encima de aquel laberinto de
lápidas y árboles, parecía ausente. Habían flores de varios tipos y colores que adornaban
los espacios entre tumba y tumba, añadiendo a los muchos plomos matices de blancos y
negros, contrastes interesantes que realzaban los rojos con amarillos, los púrpuras y
celestes, rosados y guindos y naranjas y azules, siempre encima del manto verde oscuro
del pasto bien cuidado por un ejército de jardineros en eterna lucha por mantener aquel
prado estéticamente hermoso. “Como para adornar el hecho de tanta muerte escondida
en su subsuelo”. Todos aquellos colores, sin embargo, languidecían frente al gris de la
madrugada y parecían tan opacos que Alejandro Callejón, el único caminante de aquel
paisaje, sentía que el ambiente se hacía más frío sólo por ese pequeño detalle.

Recorrió las interminables filas de tumbas leyendo los nombres y epitafios de cada una.
Ana Urzueta, Benjamín Chávez, Carla Goñaisitú, Colosio Sifuentes, Armando Achá, todos
con lápidas que rezaban sus nombres a secas, con algún eventual “que en paz descanse”
o “que de Dios goce”, resumidos en simples siglas que todo el mundo entendía una vez
que eran introducidos a la cultura y el lenguaje del cementerio. Otros habían decidido
marcharse de la vida dejando atrás frases elucubradas en un oscuro momento de
claridad, o hasta bajo la influencia de alguna euforia redentora y catártica que les brindaba
el humor suficiente para mirar a la muerte y enfrentarla con palabras que variaban desde
los tonos más religiosos, que agradecían a Dios y le pedían la buena ventura de un más
allá celestial, hasta los que se tomaban el tiempo para burlarse de sus lectores y
arrancarles una sonrisa desde donde sea que van los muertos cuando abandonan a los
vivos. Otros, los que más intrigaban a Alejandro, preferían frases crípticas que hacían
pensar en algún ser que pudo recibir con paz, “o a lo mejor algún tipo de certeza”, la
inminencia de la muerte. Casi poetas que se prestaban palabras para expresar lo
inexpresable, o bromistas que, pese a estar muertos, arrancaban en carcajadas ante las
reacciones que sus frases obtenían; en especial las incompletas, esas que daban una
sensación extraña de puntos suspensivos, como si la conclusión no estuviera en la vida,
sino en la muerte, y sólo los afortunados fenecidos pudieran enterarse cuál era el final del
chiste. “El punchline”, pensó Callejón leyendo el enésimo nombre con su epitafio, seguro
de que pronto se cruzaría con el nombre temido y las palabras misteriosas que
representarían más al dolor de la madre de Hayley que a la misma Hayley.

Por ello se esforzaba en caminar con lentitud, además que de esa manera podía darse el
tiempo necesario para leer con calma los nombres en las lápidas y fijarse en los pequeños
detalles que las hacían más personales. No eran sólo el nombre y el epitafio, eran las
ofrendas que les dejaban, los juguetes, fotos, los diferentes ornamentos que guardaban
un íntimo significado para amigos y familiares, pero que extraños como él veían como
cachivaches o extravagancias con que los mortales hacían gestos de cariño a quienes
habían sucumbido a su mortalidad. Incluso las flores, los tipos de flores, los colores de las
mismas, o lo trabajadas que podían estar, le parecían detalles que delataban la asiduidad
de visitantes en cada tumba. Como don Epifanio Martínez Reicamachorrea cuya tumba
rebosaba de cachivaches pero que carecía de flor alguna, como si los familiares hubieran
considerado a los juguetes tributos suficientes para su nueva no-vida, inclusive suficientes
para darse por satisfechos y no volver a visitar a quien, por la foto pegada a lado de su
complicado nombre, parecía un hombre de mirada dulce y sonrisa parca, bastante franca.
“Las fotos son posadas”, se recordó Callejón y dejó atrás la tumba de Epifanio, mirando a
izquierda y derecha, siempre leyendo los nombres.

De pronto se topó con una lápida que exhibía el símbolo de los masones. Alejandro
Callejón se detuvo y por un rato miró la elegante tumba de mármol con el símbolo más
grande que el nombre impreso en dorado, como si lo que aquel Rodolfo Zuzarreta
quisiese dejar en claro era que en su vida no había sido nada más que un miembro de la
secta. Callejón se paró frente a la tumba un momento, considerando si escupirle u
orinarle, indeciso de si lo hacía por los motivos correctos o no. De alguna forma no quería
evitarlo, era uno de esos prejuicios hereditarios, adquirido el día en que su abuelo,
Gustavo Murillo, le contó acerca un primo que había tenido hacía años, un joven e
inquieto muchacho llamado Luis –“el afable primo Lucho”, había dicho el anciano–, que
junto a su abuelo pertenecían a las filas de los masones, algo honroso allá por finales de
los años cincuenta. El quiebre de su abuelo con los masones llegó después de que la
esposa del primo Luis le pusiera cuernos con un importante miembro de la secta. El
hombre al enterarse, consternado, confrontó a su mujer que le confesó todo sin asomo de
culpa y hasta mancillando su orgullo sin pena alguna, como si todo el tiempo que fueron
pareja no hubiera valido de nada, ni alcanzaba para darle un adiós digno en lugar de
aquella canallada. El primo Luis, herido y apenado, fue directo a la peña donde se sabía
que el canalla bebía y quiso confrontarlo. “Tenía que salvar su honor frente a la gente
dándole un golpe o dos. Al menos así era en un pueblo donde el qué dirán termina por
importarte”, recordaba la voz grave y amable de su abuelo, aclarándole los misterios de
aquella época pasada, unos años antes de morirse él mismo.

Alejandro no entendía del todo al primo Luis, pero algo pudo intuir de ese verse obligado a
hacer algo para que los demás, aquella masa amorfa y cambiante, no hablaran nada de la
vergüenza y el dolor de uno. Pobre Luis el cornudo, el abandonado por una carne mejor
vista, enfrentado a un tipo importante que ni bien lo vio entrar, con su traje gris arrugado y
su sombrero negro que desentonaba, le pegó un balazo sin asomo de dudas. Y sin
siquiera mirar el cadáver, terminó su cerveza de un solo trago entre risas y eructos
estridentes, para marcharse como si nada hubiera pasado. Así había caído Luis Murillo,
en una chichería donde todo, exceptuando la música, quedó en silencio. El cuerpo
desapareció y el abuelo Gustavo y su hermano Néstor salieron en busca de alguien que
les aclare por qué no aparecía el primo Lucho, hasta que escucharon rumores de lo
sucedido y al enterarse del nombre del responsable se sintieron confiados de que
mediante la influencia que tenían en la secta podrían traer algo de justicia para el primo
muerto, defensor de su ego cuando menos le convenía hacerlo. Pero no. Entonces
recurrieron a las autoridades, a la opinión pública potosina y de plano consideraban que la
fama del mejor pediatra de la ciudad –del abuelo Gustavo– serviría para que la gente se
uniese e intentase traer justicia ante la muerte y desaparición del primo Lucho, que ni
exequias apropiadas había podido tener. Pero ni la policía, ni nadie en realidad, se atrevía
a hacer algo contra alguien tan importante y pronto fue claro que el largo brazo de los
masones tampoco haría nada para poner en riesgo a su más ilustre miembro.
Decepcionado el abuelo dejaría a los masones y los repudiaría por aquella forma de
encubrir lo más vil en pos de una jerarquía tan falsa como comprada, que ahora Callejón
homenajeaba con un tibio chorro de orina chocándose contra el símbolo de la tumba de
Rodolfo Zuzarreta, quién jamás supo sobre el primo Lucho o el doctor Murillo.

Más allá se encontró con varias tumbas peculiares que Callejón empezó a asociar con
personas de su vida. Fue por eso que cuando pasó por la lápida de una tal Carmen Peña,
recordó a su tía Carmen, la que hablaba con su voz cantarina y desentonada, la misma
que no entendía muchas cosas, “no es muy inteligente la pobre”, pensó al recordar como
siempre le decía que sonría todo el tiempo, tal como ella. Casada con un infiel y violento
hombre, la tía solía llegar de visita con un huracán de buenas intenciones que taponeaban
los resentimientos, envidias y rabias que tenía en contra de su marido, sus padres, su
hermana, la sociedad y sus hijos. Alejandro reflexionó un momento y de pronto supo que
la misma tía seguro terminaría pronto enterrada en aquel cementerio, por esa extraña
costumbre que la mujer tenía de desahogarse conduciendo enojada. Ya todos lo sabían,
así como sabían que no se le podía hablar al respecto porque de inmediato se subía al
auto y aceleraba sin darle importancia a peatón o policía que se pusiese delante suyo.
Manejaba sin rumbo, esquivando autos si podía y demostrando poca importancia por la
seguridad de nadie. Alejandro recordó un par de veces que vio a su tía borracha, en los
funerales de cada uno de sus abuelos. La primera vez no fue tan grave, unas cuantas
copas de jerez que tomaba para relajarse y olvidar la pena del padre fenecido la dejaron
en estado de bulto que Alejandro tuvo que cargar a una cama donde pudiese dormir la
borrachera. Ahí, entre delirios mientras Callejón le quitaba los zapatos y la tapaba con una
manta, confesaría su profundo odio por su esposo y su primogénito: “malagradecidos,
bastardos” los llamaría culpándolos. Suponía Alejandro que sólo en la embriaguez se
atrevía a derrumbar sus delirios para quejarse en voz alta de todas las faltas del marido
que gustaba humillarla delante de otros, del hijo que la había olvidado para manejar su
propia familia. Como tour de force y antes de dejarla durmiendo en sus odios, Callejón la
escucharía gemir y pedir un abrazo de su yerno, el esposo de su hija, con muchos
susurros bien audibles que perturbaron a Alejandro, quien se apresuró a dejarla sola.

La segunda ocurrió unos años después, cuando murió la abuela, y fue más inquietante
que la primera. Callejón dormitaba en un sillón cerca al ataúd de su abuela durante el
velorio cuando entró la tía Carmen, borrachísima y con las llaves del auto en la mano que
también agarraba un singani. Se acercó dando traspiés al ataúd y Alejandro temió que lo
derrumbase, pero no dejó de hacerse al dormido. Fue así que lo escuchó, toda la
despedida de aquella mujer a su madre, trastocada de dolor y penurias que arrastraba
desde su infancia, un discurso de odio y arrepentimientos de alguien que se sentía inferior
a todos y que nunca pudo encontrar algo que la hiciese brillar del modo que ella habría
deseado. Las suyas, según Callejón, eran penas tontas de alguien tonto que nunca pudo
mirar más allá de su nariz y pronto aquel íntimo discurso empezó a actuar como una
enferma canción de cuna donde la tía mencionaba nombres del pasado, querellas no
calmadas y la confesión de haber atropellado personas en sus muchas salidas para
manejar furiosa. Anonadado, escuchó el relato de un par de ellas. Una había sucedido
cuando descubrió la primera infidelidad de su esposo. Loca de furia manejó su peta por
toda la ciudad gritando el nombre de la mujer con la que su esposo se metía y con quien
se seguiría metiendo unos cuantos buenos meses más tras pedir un perdón tan falso
como él mismo. Todo sucedió en una calle desierta, un joven borracho caminaba sin
rumbo y fue sorprendido por la peta furibunda de la tía Carmen que lo arrancó de la vida
sin más huella de su muerte que la de un faro destruido y la culpa destructiva que torturó
por años a la tía Carmen, quien no volvió a levantar la voz contra su marido por mucho
que las ganas le ardían por hacerlo. “Ay, mamá. Debí parar entonces, pero como tú nunca
he sabido cómo expresarme bien”, le diría Carmen a su madre antes de entrar en detalle
de cómo había continuado con las incursiones nocturnas a la ciudad manejando como
frenética poseída por una cólera única que desquitaba en las dos o tres horas que se
daba para enardecerse. “La segunda vez fue peor”, diría antes de continuar con la historia
de un flamante jeep que el marido había comprado para callar las quejas pasivo-agresivas
de su mujer; uno enorme, poderoso, veloz y resistente, una cápsula imponente como
Goliat que el esposo había comprado con la secreta esperanza de estar pagando un
vehículo suicida para la loca de su mujer, esa que se gastaba todo lo que ganaba en
operaciones y otras superfluosidades. Era pleno día, estaba enojada por tener que
tragarse la bilis de saber que su esposo le ponía casa a la amante, a unas míseras
cuadras de la suya, y en la furia lo único que resonaba en ella eran las ansías de muerte,
hasta que se vio interrumpida por la visión de una mujer agarrando un bulto entre las
manos, el choque seco contra ella, la forma en que el bulto se movía por los aires y el
llanto de los tres que ya habían comprendido lo que ocurría. “No me quedé a ver, mamá”
confesaría la tía Carmen, la misma que prefirió acelerar antes de ver si se había cobrado
dos vidas más y que no se detendría ni entonces y quizá nunca.

Continuó su camino atento a los sonidos del silencio: el rumor del viento meciendo las
hojas en el suelo, el sonido de la amenaza de lluvia vibrando ensordecedoramente en el
ambiente, los chillidos de los pájaros cantando a la madrugada y sus propios pasos
resonando con golpes sordos sobre el pasto, ecos perdiéndose en la vastedad de árboles
y tumbas. ¿Cómo había muerto cada uno de ellos? ¿En qué circunstancias? ¿Con qué
lamentos, cuáles alegrías? ¿Dejando a quién desconsolado y qué tantos indiferentes?
¿Cuántos de ellos eran suicidas? ¿Cuántos de aquella población fantasmagórica
acabaron sus vidas? Sin dudas, sin vueltas, sin pensar más allá de sus satisfacciones
¿Qué tantos con un caño en la sien? ¿Qué otros con veneno o cortes? ¿Y ahorcados?
“¿Cuántos habrán sido hallados con la lengua fuera, púrpura, hinchada y colgando?”. La
pregunta hizo un eco en su cabeza mientras sus piernas continuaban caminando bajo el
aire frío, la angustia crecía en su cabeza, como esperando el inevitable nombre,
haciéndose preguntas masoquistas que versaban en cómo vivían sus últimos momentos
quienes tomaron la decisión de marcharse atando un nudo al cuello para colgar durante
todo el trayecto hacia la muerte, hasta que la dichosa lengua afloraba como testimonio
inequívoco de que no hay vuelta atrás, ya toda vida ha quedado extinta en el cuerpo que
la exhibe. “Pero ¿Qué hay de los que se lanzan de los puentes?”, se preguntó tras un rato
de silencio mental “¿Cuánto dura el trayecto a la muerte? ¿Una eternidad o un instante?
¿Alcanzan a reflexionar sobre sus actos, a despedirse silenciosamente del mundo cruel
que los empujó a matarse? ¿Y qué hay de los otros? ¿Qué hay de los que se disparan, se
cortan, se ahogan o alguno de muchísimos etcéteras? ¿Cómo viven sus últimos
momentos?” Era arriesgado, cuando menos, levantar preguntas sobre el suicidio. Era
peligroso salir a cazar a sus demonios con las preguntas sobre Hayley aún pendientes,
con el recuerdo de su voz saliendo del televisor en donde había mirado todos y cada uno
de los cinco videos que una llorosa madre le dejó en las manos; esa voz y esas palabras
que le habían dejado una herida interna y sangrante tan enorme, y tan propensa a una
devastadora gangrena, que aun después de ocho meses de duelo absoluto, seguía roja,
pululante, con los contornos ya pudriéndose y segregando pus.

“¿A quién se le ocurre hacer un video en una época como esta?” bufó de rabia intentando
no recordar los ridículos mixtapes en cassette que él mismo había hecho para ella. Su
respiración agitada era visible gracias al aire gélido que lo mantenía tiritando pese al largo
y grueso abrigo negro con el que vestía sobre el luto riguroso que guardaba desde el
suicidio de su novia. Los días habían pasado dejando siempre las mismas preguntas y su
eterna falta de respuestas. Tenía mirados esos videos ya tres veces en sesiones
tortuosas de estridente dolor y, aún así, los motivos, los secretos y los detalles se le
escapaban y no terminaba de comprender cómo había llegado a ese punto. Quizá ese fue
el motivo por el que no pudo volver a la tumba desde el día del entierro, sin nunca irse de
ahí realmente consumido en perderse en su dolor mientras, afuera y adentro, el mundo
seguía girando. Era la hora de enfrentarlo.

¿Qué clase de alegría nos guía a la otra vida? “Y quizá ni siquiera era otra vida”, se
respondió. Nombrarlo de aquella manera era una especie de consuelo infantil, donde
podía imaginar a la difunta bailando sobre algo parecido al algodón, vestida con un
impecable camisón todo blanco y, probablemente, con alguno de esos clichés de alas y
aureolas. Alejandro no era una persona propensa a semejantes misticismos, era, más
bien, de aquellos que no creían y se esforzaban en demostrarlo. En su cabeza no cabía la
idea de que un ente omnímodo monitorease a los humanos ¿Quién, con aquella
capacidad, se ocuparía de seres tan nimios como los humanos? ¿Qué clase de ser
superior perdería tiempo en cosas como él, o hasta alguien como Hayley? Aun peor
“¿Acaso importa?” Alejandro no entendía muy bien los caminos sinuosos que su mente
tomaba a la hora de pensar en los porqués y paraqués de Hayley. Siempre que las
palabras proferidas por la muchacha retornaban a su mente, esta se las arreglaba para
prendarse de las preguntas más ridículas, sin duda buscando maneras de no enfrentar a
las más apremiantes de todas ellas. Algo de defensa, algo de terror, algo de negación
había en todo ese caos que su mente creaba para no terminar de entender las palabras
de Hayley, caos expresado en preguntas sin respuesta, en un mar de dudas y tristezas
sin fin, en el consuelo cobarde de llorar sobre la leche derramada.
“Demasiadas preguntas”, concluyó a modo de aceptar que a veces no hay forma de
protegerse de lo que está por venir. Dejar de lado los dolores y enfocarse en superar al
nombre y la frase que, de pronto, aparecieron en un mármol pegado al piso, justo a los
pies de un tocón de madera grueso y alto sobre el que se sostenía una curiosa estatua
azul que mostraba el umbral de una puerta y a dos representaciones de Hayley apoyadas
en cada lado de este umbral, mirando en direcciones contrarias.

“Hola”, dijo con voz temblorosa, “al fin”, agregó antes de guardar silencio. “¿Cómo le
hablas a un muerto? ¿Hay que hacerlo en voz alta? ¿O, de repente, basta con que uno
piense y piense y espere que desde donde sea que estén los caídos, los ecos de estos
pensamientos les lleguen con claridad?”, “He tardado, sí, y apuesto que me estarías
reprochando eso pero, es que, carajo, no sabía cómo manejarlo”, carraspeó. Miró a su
alrededor, el cementerio seguía desierto. “Malditos sean los demás” pensó mirando en
dirección de la tumba de Zuzarreta. Volvió su vista a la tumba de Hayley sin todavía saber
qué decir sin sentirse ridículo. “Desde que me enteré, mi vida ha transcurrido en un sueño
extraño del que recién siento que estoy despertando. Y, créeme, no ha ayudado ni la
lástima de la gente, ni su aburrimiento después de dos meses de dolor, cuando ya no
podían soportar mis lloriqueos o mi humor oscuro. El Pablo y la Chinita me evitan, tus
amigas no volvieron a dirigirme la palabra, mis hermanos se preocupan pero igual
entornan lo ojos, tal como mis papás hacen pero con menos cuidado, la Sara hasta me
dice que ya basta, que me acueste con otras, que deje de deshonrar tu memoria con esta
actitud mía”.

“A los demás no les agrada el sufrimiento ajeno pues hay algo en él que saca a las
personas de sus zonas de confort, nos obliga a mirar más allá de las mentiras con que
sostenemos nuestras respectivas felicidades y preguntarnos acerca todas esas cosas
horribles que nos esperan a los humanos. Quizá por ello se elucubró una frase tan falsa
como mi más sentido pésame” pensó Alejandro Callejón mientras el viento empezó a
soplar con más furia.

“No lo sabía entonces”, continuó en voz alta, “pero durante el mes que siguió al entierro,
lo más molesto ha sido tener que lidiar con toda aquella gente y sus cochinas empatías,
sus silencios plagados de miradas tristes, abrazos largos y sus más sentidos pésames,
esas palabras demasiado ensayadas con que me importunaban en cada que me veían.
¿Sabes? Al final creo que decimos esa frase, o parecidas, cuando nos vemos acorralados
por un momento crítico ajeno, uno donde las palabras no alcanzan, como cuando
acudimos a un funeral y vemos a los dolientes con cara de aun-no-sé-lo-que-pasó y en el
aire se puede sentir el silencio de los allegados y los cuchicheos de los no allegados. Ahí
decimos mi más sentido pésame, pero con la esperanza de hacer creer a los dolientes
que nosotros estamos tan dolidos como ellos. Y algunos hasta se tragan el cuento de la
empatía, se sienten en el deber de comunicar lo mucho que entienden de los sufrimientos
ajenos, para luego aburrirse de ellos si no sanan en un tiempo que consideran prudente
porque lo ven desde la distancia más segura. Pero el dolor no se trata de prudencia”.
El día del entierro, Alejandro decidió sentarse junto a la madre de Hayley y compartieron
un abrazo sin decir palabra alguna. Sobrevivieron al velorio mirando los ojos cerrados, la
piel pálida, la marca que delataba el método cubierta por la bufanda favorita de Alejandro
que no podía ocultar, para ellos, los rastros de la soga que le había quitado la vida pero
que, de alguna manera, disimulaba el ligero hinchamiento de Hayley tras su muerte. Se la
pasaron en silencio y sollozando, cada cual a su manera y con sus ritmos, casi
inconscientes de la presencia de los otros, pero totalmente coherentes, intentando digerir
la noticia, tratando de entender lo-que-pasó mientras Oli recibía los pésames, ordenaba a
los mozos dónde servir café y dónde refrescos, guardando de que nadie se acercase a
ellos dos.

“Te juro que entiendo que lo hacían por amables, o por cariño ¿quién sabe? La verdad es
que no me importaba, estaba más ocupado preguntándome por qué”. Hizo una pausa
culposa. “Y sí, sé que me dijiste el porqué, sé que está todo bien explicado y desde la
lógica simple te entiendo, carajo que te entiendo. Pero no quería entender. Será egoísta
pero tú ya estás en paz, ya eres feliz y mientras tanto yo estoy acá…”, “Borracho y loco”,
pensó con una sonrisa interna recordando a Hayley cantar eso con voz desafinada,
sosteniendo el control del televisor como micrófono, en una calurosa tarde de antaño en
que la luz se filtraba por las partes no cubiertas de la ventana de su cuarto, “…acá todo
solo y dolido. Y no es melodrama. Es rabia. Lo único que me queda de ti son esas
malditas cinco cintas etiquetadas y marcadas por esa tu cuidadosa caligrafía dibujada con
un grueso marcador azul, numeradas y adornadas como cuaderno de colegiala, envueltas
en una de tus poleritas. ¿Te das cuenta que las cintas y tu polera están perfumadas por tu
aroma?” De pronto el aire le empezó a oler a sandía y avellanas. “Es como si aún
estuvieras aquí, es casi como si no te hubieras ido pero te estuvieras ocultando de mí, en
mi ropero, bajo mi cama, detrás de mi puerta o en el alfeizar de mi ventana, en cada paso
que doy por los lugares donde tanto te quise y te voy a querer.”

Calló, algo avergonzado. Le costaba ser cursi, le costaba dejar de reprocharse las
palabras proferidas, la ñoñez de hablarle a una muerta sin garantías de ser escuchado.

“Perdón. Me cuesta, pero ya se han dicho demasiadas mentiras y ya viene siendo hora de
la verdad.” Calló de nuevo y miró a las Hayleys en la representación azul esa que habían
hecho para ella, leyó la frase nuevamente y contuvo un suspiro pesado y doloroso que
invadió su pecho “Me han dicho que lo tire todo, que lo queme, que te olvide de una
buena vez, pero ¿qué clase de amor te expulsa solo porque sufre?” Calló muy a
propósito, la palabra mágica había sido dicha. Al fin.

Pequeñas gotas empezaron a salir de sus ojos. El llanto no era algo nuevo. Durante los
ocho meses se había hecho costumbre llorar con toda el alma, con el dolor a flor de piel y
sin pausa. No era distinto, no se sentía especial, nada en su dolor fue cambiado al ver la
tumba de Hayley y si de algo había servido aquella visita era para levantar los mismos
cuestionamientos de todo ese tiempo sin ella. Las preguntas que no iban solamente al por
qué de ese suicidio, sino que se relacionaban de manera muy íntima con su propia forma
de ser, en qué tan partícipe fue en permitir que suceda, un cuestionamiento peligroso,
egocéntrico y desesperante que daba por inútil todo lo vivido como pareja, que le daba la
certeza de que una relación en que la una mentía y el otro callaba era una relación
condenada a una ruina de proporciones gargantúas, que dos personas que nunca
pudieron comunicarse la verdad eran dos que bien podían estar separadas en vidas que
nunca necesitarían cruzarse ¿Cómo, entonces, podía sentir que la amaba? ¿Qué tanta
verdad había en los te amo de Hayley? ¿Por qué su ego tenía que meterse en un
sentimiento como aquel? Y finalmente ¿Quién se creía el dichoso amor para pedirle ese
trato de dios de los cristianos?

La cuestión para Callejón era que todo aquello que Hayley condenaba de sí misma era
algo que él también podría haber dicho de él mismo y eso era lo principalmente confuso
pues ¿Cómo encuentra uno felicidad, allá donde abundan los mismos dolores de la propia
tortura? ¿Qué no estaba entendiendo? ¿Entonces lo que Hayley había sentido por él no
era más que euforia pura? ¿Se había convertido él mismo en el anestésico de alguien? El
Dildo Emocional Humano era uno de los títulos que le venían a la cabeza, como si él
hubiera sido esa droga que la mantenía sana, cuerda, al borde del abismo sin gana
alguna de saltar. “¿Prolongar su vida? ¿No que la felicidad fue, precisamente, el
problema?”

Mucho le había costado convencerse que si de una vez iba a lanzarse al abismo de la
tristeza, más le convenía sacarle alguna especie de provecho para no vivir arrepentido.
Abrazar ese sufrimiento y de una vez entender por qué la suicida había preferido una
eternidad de silencio antes que la vida, por muy breve que esta, al final de cuentas, sea.
No era del todo su idea, pero era su método elegido para poder derrumbarse sin dejar
nunca de avanzar, engañar al mundo y a las emociones, jugarles sucio y morirse en vida
similar a un comatoso que espera el momento apropiado para resucitar. Era una intención
loable y hasta sana, pero la motivación que la sostenía temblaba ante los recuerdos de la
fenecida y entonces sus ideas de un mundo previsible chocaban contra la realidad del
imprevisto, con la súbita realización de que si la gente evitaba el desesperante vacío de
pensar en los términos de la existencia como un complejo inexplicable, y lo reducían a un
algo comprensible, simple, profundo y, por encima de todas las cosas, certero era porque
de esa manera no tenían que ahogarse en verdades cuando igual iban a ahogarse en
mentiras. Pero Hayley no podía ser sólo eso, le parecía narcisista convertir a alguien a
quien amaba en tan solo una lección más de la vida y sus bemoles.

“Es que no sé qué hacer, carajo”, respondió a sus cuestionamientos internos en voz alta.
“Siento que lo único que puedo hacer es sufrir y lamentarme hasta que el dolor baje su
intensidad pero todo eso sólo me recuerda, y con ahínco, que no soy más que un llorica
que nada más puede lamentarse por algo irreversible, encerrarse mucho tiempo
desatendiendo todo lo demás y tratando con rabia a quienes osan consolarme”. De pronto
tuvo miedo. Pensó que necesitaba ese dolor, necesitaba de esa pena para no tener que
pensar en las palabras de la Hayley de los videos. Necesitaba engañarse con algo. Lo
que fuese, aun si él tenía que ser su propio verdugo y cortarse con gusto la cabeza si tal
era el coste del olvido. Indigno, imbécil, incauto a sus propios ojos, Alejandro no perdía
ocasión para propinarse latigazos en la carne viva por no haber sido capaz de notar que
Hayley era como era, tan parecidos en cuanto a sus fatalismos, sus actitudes basura, sus
inseguridades desbordantes.

“Yo no sé, Hayley.” Decir su nombre le hizo sentir un escalofrío que nada tenía que ver
con el clima. Era algo más interno, como romper un tabú. “No sé porque la vida viene con
esos engatusamientos ponzoñosos que se transforman en violentos asesinos que atacan
por sorpresa, que destruyen la esperanza y vuelcan a los sueños en vergüenzas.”
Entonces quiso llorar pero no pudo. Las lágrimas se rehusaban a cooperar, ni siquiera
para humedecer sus ojos. Como si la tristeza no existiese, como si le hubiesen robado
toda expresión de dolor. Alejandro reflexionó aturdido, incluso aburrido, atascado en un
no-sentimiento que le hacía pensar que todo le daba igual. “Me gusta creer que por
escondernos no podrá afectarnos ningún mal. Pero los escondites duran poco y eso fue lo
que te pasó a ti.”

“Lo bueno de la apatía”, pensó, “es que me distrae de enfrentar mis problemas. Me
encierra en una burbuja espesa que deforma lo ajeno a figuras borrosas que de verdad no
importan”. Sólo entonces se dio cuenta que lo que temía era que el alcance de su dolor
terminase por romperlo, por quebrar su deseo de vida, sus chances de sonreír, el sabor
de la comida, los olores a los perfumes de ciertas mujeres, incluso robarle la tranquilidad
de la soledad. Tras ocho meses de pensar en Hayley evitando reconocerlo, Alejandro se
había acostumbrado a llamar soledad a su desolación.

“Pero”, dijo casi gritando, “me cago, uno simplemente no elimina a sus sentimientos. Los
niega hasta que un día retornan corregidos, aumentados y con un rencor asesino. La
espera los añeja, transformándolos en algo que se vive como letal y que no deja a nada
vivo. Y sigo sin entender el porqué, Hayley. No puede ser tan simple como ser feliz, no
puede ser que me hayas usado así” Alejandro no lo decía pues estaba ya cansado de las
preguntas, pero la duda de aquel porqué y otros tantos más superfluos o pueriles, seguían
agazapados a la espera de respuestas que los calmasen de una buena vez. “Sigo sin
creerte, quizá porque hay tantas cosas que escondiste. Y, en realidad, no se trata de por
qué te fuiste”, “no se trata de que extraño tu pelo, tu belleza, tu candor, tus mentiras, tu
histeria, tu olor y, claro, tus verdades no dichas en persona. Esas máscaras sólo tuyas
con las que, sin querer, sabía lidiar”, “se trata de que me mentiste. Me mostraste un rostro
incompleto, me hiciste amar a un ser que no estaba del todo ahí conmigo y luego me
revelaste toda la verdad cuando ya estabas muerta.” Alejandro descubría que la odiaba
más por irse que por mentirle. Y, sorprendido ante semejante revelación, entendió que no
era que no le diera rabia ser objeto de todas aquellas mentiras, sino que genuinamente
anhelaba algo más que la perspectiva de vengarse, o de echárselo en cara. La extrañaba,
al fin. Mucho. Así descubría que no existe olvido tan amplio como para obviar el dolor que
causan ciertas penas. Que no hay forma de sanar con las heridas gangrenándose.

Alejandro Callejón se sienta cerca a la tumba. Hay un par de banquillos cercanos pero
prefiere sentarse en el pasto húmedo por el rocío. Saca un cigarrillo y lo fuma con
extrema lentitud, pensando que el humo compensaba no sólo la falta de calor, sino
también la de lágrimas. Cosa extraña dejar de llorar frente a la tumba, especialmente
después de todos esos días con sus noches en que el llanto parecía nunca detenerse. Se
imagina el oscuro olvido tras la muerte y se preocupa por la consciencia más allá de la
vida. Empieza a angustiarse, a desesperarse, en realidad, y termina por consolarse con
otros pensamientos tristes. Antes de Hayley, ninguna chica le había importado de verdad.
Iban y venían, representaban besos mojados, noches de desvelo romántico y solitario,
sexo mediocre, onanismo orgiástico e idealizaciones enfermas. Alejandro no se lo
admitía, probablemente no lo recordaba, pero, en un principio, la misma Hayley no había
sido más que un sueño imposible de los muchos que gustaba incubar para no tener que
enfrentar nada, ni a nadie. Refugiarse en lo imposible para no tener que hacer nada, para
no tener que aceptar sus fuerzas y debilidades, para quedarse estático sin cambios, ni
crisis, ahí estaba el verdadero consuelo que le brindaba su cobardía. Hayley había
llegado con la alegría y la euforia sobre sus hombros, pero sólo para convencerlo,
seducirlo, hacerle la vida más hermosa hasta el día en que se convirtió en puro dolor.

“El dolor nos moldea”, descubrió Callejón “nos cambia de maneras que nunca
hubiésemos previsto”. Deseaba ser el mismo de siempre, aquel sujeto enmascarado en
su ignorancia sobre sí mismo, ese varón, hombre, niño, joven, anciano, sin preguntas
sobre su existencia, que no cuestionaba nada, aun cuando alguien lo dejaba, lo insultaba,
lo rechazaba o lo ridiculizaba, pues no importaba si alguien se marchaba cuando ni
siquiera había llegado. Antes de conocer a Hayley, Alejandro era conocido por poner un
abismo a su alrededor, asegurándose que quien sea que se atreviese a intentar llegar a
él, cayese en un irremediable vacío infinito e insorteable.

No que Alejandro se hubiese imaginado, el día que vio a Hayley por primera vez, que
aquella rubia chiquilla cruzaría lo impasable y se instalaría en su vida permanentemente,
sólo para marcharse con la misma violencia con que el rencor se entercaría en manchar
su memoria. Memoria de tiempos felices y candidatos al olvido despechado. Momentos
hermosos, no medibles en parámetro alguno de satisfacción, alegría o cualquier beatitud
que pudiese nombrar Callejón. Momentos irrepetibles, pues quien se los había brindado
estaba muerta, fuera ya del alcance de las máculas, imposibilitada de cometer algún acto
que anulase todo lo que había logrado, condenada a ser recordada por todo lo bueno en
desmedro de lo malo por esa mala costumbre que tenemos los humanos de mirar al
pasado con ojos enceguecidos por la nostalgia. Y eso era insoportable para quién, como
Alejandro, deseaba ahogar el dolor asfixiante de aquella pérdida y volver a ser una
persona anestesiada y tranquila, enmascarada y sin preocupaciones. Sin preguntas que
le recordasen la injusticia de haberse entregado a sus sentimientos, solo para ser
abandonado tan irremediablemente. Estar en aquel cementerio significaba que debía
tomar las riendas de su dolor, que debía dejar de hundirse en la impotencia que siempre
lo había lisiado de actuar, que le callaba los deseos, que siempre evitaba que dijese lo
que de verdad quería expresar. Dejar de ser un cobarde. Ni más, ni menos. Pero el
problema se sostenía: ¿un cobarde como él se habría atrevido a estar con alguien como
ella de haber sabido de su condición? Quedaba esa duda que establecía universos
paralelos, en los cuales la historia variaba ligeramente pero en las que la constante era
una Hayley diciendo la verdad o quedándose como nada más que un sueño imposible.
Aspiró cigarrillo tras cigarrillo en silencio absoluto por fuera y por dentro, casi inerte por
alrededor de dos, quizá tres, horas completas en que la neblina no cedió ante el sol que
de seguro ya se elevaba en lo alto del cielo y que le daba al cementerio más brillo blanco
que, de todas formas, no dejaba ver mucho más allá de una cuantas tumbas a la redonda.
Recordó los tributos y los sacó del bolsillo de su abrigo. Dos historietas, un Hellblazer#27
y un Doctor Strange: Master of the Mystic Arts#4, que colocó entre la cajetilla de Red
Apple’s y el medallón-brújula que alguien había dejado, que al abrirlo reveló una foto de
Hayley y otra de una hermosa chica pelirroja con pinta de grungera. Ahora todos los
tributos descansaban a los pies de ambos extremos del maderamen que sostenía la
curiosa estatuilla de homenaje a Hayley. Ni bien los puso, el no sentimiento se transformó
en rabia pura y jovial. Bañada en rencor e impotencia. Rabia creciente y de verdad que
acecha al momento idóneo para arruinarnos la fiesta. Pateó un par de tumbas a la
redonda, gritó con los sonidos que de seguro tienen los estertores, arrancó pasto y luego
se echó en él, avergonzado de la pataleta y reconociéndose como un doliente, marcado
por el suicidio como un paria de aquellos que conoce los motivos tras el fallecimiento y en
cuya desesperación nada importa. Todo explota como una carga de adrenalina y nada es
comprensible hasta que nos enfriamos.

Química. El amor no es eso. Para los solitarios es fácil llamar amor a eso que sienten
cuando se enamoran. Arrepentido no de haber proferido un te amo en vida no sabía
tampoco cómo hacerlo en muerte. Mientras Hayley respiraba todo le apuntaba que
aquello que sentía era algo intenso, lindo, desesperante, pero no podía terminar de llamar
amor a esas ganas de verla cada día, de protegerla y entenderla, esa oscura impaciencia
ante sus silencios prolongados, esos sus momentos lóbregos que ella juraba que
escondía bien y que él no sabía cómo enfrentar, ni cómo comunicarse con ella

“¿Es amor no saber superar los silencios o aprender a tenerlas paciencia? Juro que
puedo entender todo el asunto biológico pero que una ilusión de alegría haya sido tu
forma de huir de la manera más absoluta hacia el olvido, a donde yo no puedo seguirte, lo
siento, no puedo.” Se incorpora lentamente, se para frente a la tumba. “Mira, te amo.
Tarde, lo sé. Fútil, quizá. Pero te amo, lo hago, de verdad. No sé si es la química de mi
cuerpo jugando con mis pensamientos, o si es la confusión de nunca haber amado, si es
que acaso he sido muy estúpido en mis decisiones sentimentales o si me sentía
demasiado solo, la cosa es que aun todo este tiempo después de tu partida no pierdo esa
certeza peligrosa”, “como todas las certezas”, “de que te amo y que nunca te lo dije
porque siempre tuve mucho miedo de asustarte o asustarme yo, de repente que fuese
demasiado real y un día me chocase con que la vida es muy corta. O, de que, en realidad
simplemente me estuviese engañando y todo ese amor que decía sentir por ti era sólo un
reflejo de mi angustia y mi soledad o era mi necesidad de tenerlo todo, el resultado de ser
el menor en una familia demasiado numerosa donde tenía que luchar para existir, son
todas las excusas que se me pueden ocurrir para dudar de algo que no sabía cómo
aceptar, ni si tú lo aceptarías.” Enmudeció un momento, un par de pensamientos lo
atosigaban. “Todo suena a excusa en este momento y lo único que puedo pensar es que
quizá lo más imperdonable para un cobarde es cuando otro cobarde no lo enfrenta. Que
ni tú ni yo hayamos podido decir lo que sentíamos, haber bebido de tus mentiras por todo
un año y que todo ese sentimiento de amor esté basado en querer a alguien a quien de
verdad no conocía, nada de eso me suena a que el amor sea real ¿O es amor cuando a
lo que uno se apega es la esencia y no las palabras? Son la clase de preguntas que tú y
yo deberíamos estar respondiendo juntos sintiéndonos estúpidos, no la clase de maldita
pregunta que le haces a una mierda de tumba donde descansan los restos de la única
persona que podía ayudarte con esa pregunta y que se llevó con ella no sólo las
probabilidades de ambos sino sus probabilidades, las que podían llevarla a cualquier
camino y no a este ahogo y a este peso en el pecho, lleno de dolor, con cinco videos
tortuosos mostrando todas tus expresiones y tics, con los sonidos de tu voz, con tu
maldita verdad de la que no entendí ni una mierda. Porque no los entiendo…”, mintió, “…o
quizás no del todo, solo algunas cosas, solo algunos momentos, como en el funeral
cuando estaba a lado de tu madre y entendí tu dolor, su dolor y el mío. Pero no entiendo
nada más.”

Y llora. Se larga a llorar copiosamente, con sollozos entrecortados, hipando como un niño
y temblando por una mescolanza de miedo, angustia, dolor, rabia, rencor y grima.

“¿Sabes Hayley? Gracias a todo esto he aprendido dos cosas sobre el silencio. La
primera es que nadie nunca te da la fórmula para romper el silencio que crea la ausencia.
La segunda es que una impotencia nacida del silencio es la más difícil de callar porque,
créeme, nadie guarda tanto silencio para no terminar gritando como un condenado.”

La obviedad. Ese momento donde uno se siente más expuesto. La mente de Alejandro
Callejón daba saltos entre la inmortalidad, la mortalidad y el dolor, pensamientos que
versaban en la tragedia de los muertos y su caída en un indudable olvido, del que sólo los
salvan las obsesiones peligrosas. Pero un aire frío sopló en su rostro, las nubes seguían
grises, el sol iluminaba sin nada de su calor, el mundo giraba y las briznas del pasto se
sacudían a una velocidad que Hayley habría encontrado alarmante, o eso habría pensado
Callejón de no haber estado tan ocupado en rememorar.

“Se nos empuja a la esperanza, sin advertirnos que también es un abismo. No lo sabía,
no hubiera querido saberlo, tal vez hasta me habría gustado morirme con la ignorancia,
sin jamás saber que las cosas, los sentimientos, las emociones, los actos, las
consecuencias, todo tiene un precio y supongo que también una ganancia. Ahora ya no
me gusta comer rápido, atracarme con la comida. Comiendo como uno lee: lento y con
disfrute. Saboreando, degustando, meditando, como cuando me di cuenta que disfrutaba
mirarte comer. Es jodido pero no puedo dejar de pensar en tus ultimas reflexiones en el
quinto video, el cómo estabas consciente de que te llevabas nuestro futuro y que eso no
te importaba, lo decías con esta voz tuya que yo sé que significa verdad, con el mismo
tono con que repites te amo, con el que te atreves a hablarle a mi yo del futuro, que de
seguro en este momento también está muriendo pensando en este momento. Durante
este tiempo he pensado muchas cosas, pero casi todas concordaban en que tu decisión
fue horrible pese a que una parte secreta mía me repetía que todo príncipe se destiñe con
el tiempo. ¿Es el amor un sentimiento que se congela o es algo que renovamos ad
infinitum? Lo triste es que no me importa la verdad o tu pasado. Prefiero... Quisiera que
sigas acá contándome mentiras, dejándome conocerte cada día sin ninguna prisa, calma,
sin apurarnos hacia la muerte. Y no te preocupes, no es que te veré en todas las mujeres,
no mantendré tu memoria viva en el fuego de la obsesión enferma, sólo que sí estarás en
cada momento, en cada nuevo acto y memoria porque supongo que siempre estarás,
aunque ya no estés.”

Y se aleja a paso lento mientras relee la escritura de la lápida, la estocada final, el


mensaje comprimido, Hayley riéndose desde el olvido, Hayley justificándose de nuevo a sí
misma desde donde no importa el perdón.

“Al final el dolor será vitalidad.”

Santiago de Chile, abril del 2017


Agradecimientos

Gracias a todas las personas que me acompañaron mientras escribía esta novela.

Fernanda Verdesoto, Juan Veliz, Daniel Abastoflor, Cynthia Dorfler, Laura Blandón, Miguel Barrero,
Leonor Revollo, Ada Laruta, Oscar Martínez, María Fernanda Salame, David Cors, Natalia San
Miguel, Diego Eróstegui, Willy Camacho, Mauricio Abastoflor y Maya Domic.

Y, por siempre, a Liliana Sánchez, Miguel Ángel Paredes, doctor Gustavo Sánchez, Hortensia
Villena, Luciana Paredes, Helene Fechner y, por supuesto, Blacky, Diana, Luna, Pelitos, Tito y
Amelia.

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