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T-7 Teatro 1939-75
T-7 Teatro 1939-75
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El teatro español entre 1939 y 1975.
La historia de la segunda mitad del siglo XX en España está marcada por el franquismo.
En los años cincuenta, EEUU decidió definitivamente apoyar al régimen de Franco a cambio de
un maquillaje político que desplazó definitivamente a los falangistas del poder a favor de los
llamados tecnócratas, a menudo vinculados al Opus Dei. Junto a la instalación de varias bases
militares estadounidenses, la dictadura accedió a cambiar de política económica con el
llamado plan de estabilización, que consistió en el abandono de los sistemas de subsidio de
precios, abastecimiento reglado y planificación central con los que el régimen organizó la
resistencia al bloqueo internacional que sobrevino con el final de la Segunda Guerra Mundial.
En los años sesenta, millones de españoles empobrecidos se vieron obligados a emigrar a la
Europa del norte en desarrollo acelerado al tiempo que crecía la actividad económica en el
interior y con ella un movimiento obrero cada vez más fuerte y organizado. También apareció
un fenómeno de gran importancia económica y cultural, el turismo extranjero. El franquismo
redujo -un poco- la crudeza de la represión y en todos los ámbitos de la vida social se organizó
la resistencia contra el régimen y se abrieron miras al exterior en lo cultural.
Franco se murió sin ayuda y se organizó la transición a un régimen de monarquía
parlamentaria que garantizó la impunidad de los crímenes fundacionales de la dictadura, la
continuidad de todo el aparato del Estado (ejército, sistema judicial, fuerzas de orden público,
etc.) y la instauración de un sistema político con dificultades para la publicidad de nuevas
alternativas, que garantizara, ante todo, el mantenimiento del statu quo económico. A cambio
de todo esto, la ciudadanía disfrutó de un margen mucho mayor de libertades individuales y de
un incremento notable de los servicios públicos y las políticas sociales. Con el establecimiento
de una política fiscal más progresiva que permitió incrementar el gasto público y con la
entrada en la Unión Europea y las consiguientes ayudas estructurales, se puede decir que
España, no sin desequilibrios graves, ingresó por completo en el selecto club de los países del
primer mundo hacia finales de los años ochenta del siglo XX.
2. Teatro de posguerra
El panorama teatral español tras la guerra presentará evidentes limitaciones. Como en
el caso de otros géneros, la guerra civil supuso un corte profundo en su trayectoria ya que
unos dramaturgos han muerto (Valle-Inclán y Lorca); otros están en el exilio (Alejandro
Casona, Rafael Alberti, Max Aub); y es de escaso interés lo que producen los viejos maestros
(jacinto Benavente, Carlos Arniches…)
Fue el género menos favorecido por las circunstancias ya que el teatro está de por sí
rodeado de especiales condicionamientos que podrían reducirse a dos: comerciales e
ideológicos; y tras la guerra se agravan:
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- Las compañías de teatro dependen de los intereses de unos empresarios que, a su vez, se
someten a las exigencias del público burgués de gustos muchas veces deplorables.
- Se agravan las limitaciones ideológicas ejercidas por una censura que solía ser especialmente
severa en el caso del teatro. La inversión que implica el montaje de una obra de teatro con
miras comerciales hace que los empresarios no arriesguen y sean ellos los primeros en
imponer la autocensura, dado que los censores puede mandar al traste cualquier inversión.
Esta situación durará hasta el final completo del franquismo.
Debido a todo esto prosperan los autores de teatro falangista o nacional-católico,
vehículo de propaganda política de los vencedores de la contienda civil, o de “diversión”
intrascendente, que tendrá tres tendencias: la comedia burguesa al estilo benaventino, el
teatro de humor y un tipo de comedia sentimentaloide y lacrimógena próxima a la
subliteratura rosa de kiosko. Los productores preferirán siempre un teatro conformista y
entregado a las exigencias del régimen.
El teatro propagandista de la dictadura cuenta con unas cuantas obras de mediocre
calidad de autores como José María Pemán, Gonzalo Torrente Ballester o Eduardo Marquina.
Tras la segunda guerra mundial, con la derrota del fascismo, se atenúan las tendencias
militantes en el teatro franquista y el modelo benaventino de la alta comedia burguesa se
convierte en el predominante. Se sitúa aquí la obra de autores como José López Rubio, Joaquín
CaLVO Sotelo, Víctor Ruiz Iriarte… Su teatro se caracteriza fundamentalmente por el
predomino de las “comedias de salón” o de los “dramas de tesis”, ambos de ambiente
burgués, a veces con una crítica amable de costumbres y lacras morales unida a una defensa
de los valores tradicionalistas o directamente reaccionarios. Los personajes son de clase
media, de ambientes acomodados o hasta cosmopolitas, y las comedias alternan humor y
sentimentalismo, de modo que llevan al espectador de la risa al llanto con facilidad. Las tramas
versan sobre líos matrimoniales, celos, infidelidades y cosas por el estilo. La construcción es
siempre muy cuidada y recurre a modelos tradicionales consolidados, aunque a veces con
discreta utilización de técnicas nuevas.
Son frecuentes las obras humorísticas, con frecuencia insustanciales. Los únicos
autores interesantes son Miguel Mihura (del que se hablará más adelante) y Enrique Jardiel
Poncela. Con anterioridad a la guerra civil, este último escribe Usted tiene ojos de mujer fatal y
Angelina o el honor de un brigadier, que lo habían convertido en un autor de gran popularidad
y en un profundo renovador del teatro cómico que estaba en crisis. Es el único español que
estrena de forma regular y el único que despierta el interés de los públicos más exigentes y
jóvenes (no tanto el de la crítica). De ideología muy conservadora, sigue haciendo, sin
embargo, de los años cuarenta en adelante, un teatro que continúa con la labor emprendida
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sociedad, la existencia misma o los gobernantes les ponen para impedir su realización plena.
Todo ello con el fin de provocar en el espectador una reacción y una reflexión.
El género adoptado por Buero Vallejo es la tragedia, con permanentes atisbos
utopistas y esperanzadores. No es por tanto una tragedia completa, por definición pesimista y
desesperanzada; en la obra de Buero siempre hay una luz al final del túnel. Con ella pretende
que el espectador se conmueva ante lo representado y se sienta impulsado a luchar para
superar sus errores y a labrar su propio destino.
En los dramas de Buero Vallejo el diálogo ocupa un papel importante, pero no
exclusivo. El lenguaje de los protagonistas suele estar caracterizado por su densidad, hondura
y precisión; pero tampoco descuida los aspectos espectaculares. El espacio escénico suele
estar descrito con minuciosidad en las acotaciones, porque, en él, los objetos, su disposición y
el ambiente descrito adquieren una significación concreta. También los gestos de los actores,
sus movimientos corporales, responden a profundas motivaciones internas. La música, los
ruidos y los juegos de luces, por últimos, no son gratuitos sino que aportan elementos
necesarios para la significación global.
En relación con su técnica teatral están los llamados efectos de inmersión: en algunos
momentos, el autor trata de hacer partícipe al espectador de lo que ve en escena. Así, si los
personajes son ciegos – En la ardiente oscuridad- o sordos – El sueño de la razón- el escenario
se oscurecerá o no se oirá hablar a los actores para que el espectador experimente las mismas
limitaciones que los personajes. Estas limitaciones simbolizan la incomunicación del ser
humano.
Se han propuesto varias clasificaciones para la obra dramática de Buero Vallejo. Aquí
tienes una de ellas:
Primera etapa: hasta 1955. Predomina en ella el enfoque existencial. Escribe dramas
de indagación en el ser humano envueltos en conflictos sociales: Historia de una escalera (es el
drama de la frustración vista a través de tres generaciones de varias familias muy modestas
con su resignación y sus sueños, sus rencores y sus fracasos). En la ardiente oscuridad(1950)
(tragedia de compleja significación: sus personajes son ciegos, su ceguera es el símbolo de la
miseria existencial o de la alienación social; Buero Vallejo se plantea si debemos aceptar
nuestras limitaciones y tratar de ser felices con ellas o si hay que rebelarse ante ellas aunque
no esté en nuestras manos superarlas).
La segunda etapa se inicia con Hoy es fiesta (1955) y Las cartas boca abajo (1957) En
esta etapa el contenido social se hace más evidente que en la etapa anterior, aunque no por
ello se abandona el tema existencial. En esta etapa cultiva los dramas históricos que presentan
argumentos alejados en el tiempo, pero que sirven para plantear hechos o conductas actuales
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evitando la censura. Un soñador para el pueblo (1958), Las Meninas (1960), El concierto de San
Ovidio (1962), El sueño de la razón (1970)...
En los años 60 se combinan en sus obras la crítica social y las innovaciones técnicas: La
doble historia del doctor Valmy (1968), que no pudo estrenarse hasta 1976 a causa de la
censura, muestra una ácida visión de la tortura y la represión de la policía. De esta época es
también El tragaluz (1967), una de las obras de Buero Vallejo más aclamadas por la crítica y el
público, que combina propósitos claramente experimentalistas con una esencia dramática muy
propia de la trayectoria artística personal del autor.
En sus obras posteriores a los años 70 (Llegada de los dioses (1971), La fundación
(1974), La detonación (1977)) insiste en temas y procedimientos del teatro anterior, aunque
puede señalarse un mayor propósito experimental en consonancia con la literatura de la
época. En cualquier caso, el experimentalismo no deja de ser un barniz un tanto superficial
sobre el nudo dramático esencial característico de toda su obra.
La producción última del autor (Diálogo secreto (1984); Las trampas del azar (1994))
mantuvo las mismas constantes, pero ya no encontró tanto apoyo en la crítica como en épocas
pasadas.
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Entre los grupos de teatro independiente más destacados figuran: Los Goliardos,
Tábano, Els Joglars, Els Comediants, La cuadra, Quart 23 o Akelarre.
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