Está en la página 1de 4

España en el sistema-mundo.

Políticas públicas para una salida progresista a la crisis del


coronavirus

Cuando todavía no nos habíamos recuperado de la crisis financiera del 2008 y sus consecuencias
destructivas, una nueva crisis, la del coronavirus, está rompiendo las costuras de un sistema
económico cuya salud ya era muy precaria antes de que gobiernos de todo el mundo decretaran
diferentes medidas de confinamiento para atajar la expansión del virus. Lo se cree que empezó en
un mercado de animales de Wuhan, se extendió rápidamente a las metrópolis mundiales a la misma
velocidad que la libre circulación de flujos de capitales.

La epidemia ha golpeado a la Unión Europea (UE) con toda su dureza, especialmente a los vecinos
del sur, Italia y España, víctimas de más de una década de políticas de austeridad, recortes en la
sanidad pública, en la educación, en la dependencia; privatización de los servicios públicos y
rescate bancario. Las condiciones laborales, que ya estaban muy deterioradas en España, se han
ensañado con especial virulencia con los más precarios. Paradójicamente, los empleos peor
renumerados son los que están sosteniendo la economía durante la pandemia. Personal de
enfermería y auxiliares, zeladores, repartidores, cajeras y reponedores, trabajadoras domésticas,
trabajadores del campo, personal de limpieza y transportistas, así como las trabajadoras de cuidados
de las residencias de ancianos.

Es evidente que el coronavirus afecta al planeta entero pero no a todos sus habitantes por igual. Es
por ello esencial que la clase trabajadora se organice para que, ésta vez, se diseñen políticas
públicas encaminadas a la redistribución de la riqueza, con el objetivo de que la salida política,
económica y social sea democrática, progresista, feminista, ecologista y antirracista.

Una salida por la izquierda. Uno de los grandes inconvenientes que tienen las clases populares a
la hora de organizarse es que las herramientas políticas de las que disponen están limitadas por las
fronteras nacionales, mientras que el capital al que se enfrentan es transnacional. La clase
trabajadora no tiene herramientas políticas para enfrentarse a corporaciones transnacionales
como Amazon, Blackstone, Blackrock, Apple, Google, Neflix o Facebook (grandes beneficiadas de
la crisis económica provocada por la covid-19). La UE tampoco dispone de mecanismos
democráticos para hacer efectivas políticas de redistribución a través de herramientas fiscales
comunes. De hecho, según denunció Oxfam Internacional en un informe, Irlanda, Luxemburgo,
Países Bajos, Malta y Chipre serían considerados paraísos fiscales si la UE aplicase a sus Estados
miembro los criterios que utiliza para elaborar su lista negra de paraísos fiscales. Uno de los
destinos preferidos por su baja tributación es Irlanda, cuyo impuesto de sociedades es del 12,5% (en
España es del 25%, el doble) y sede fiscal de Google, Apple, Facebook en Europa. En el caso de
Amazon, su sede fiscal en Europa se ubica en Luxemburgo, que dispone de un impuesto de
sociedades del 18%. BlackRock, principal accionista del Ibex35, dispuso en 2019 su centro de
operaciones en Holanda, mismo destino elegido por Netflix International BV, la matriz de Netflix a
través de la cual tributa por sus ingresos en España. Estas corporaciones, además, utilizan
complejísimos entramados de ingeniería fiscal para tributar incluso menos.

Richard Murphy, profesor en la Universidad de Londres y experto en fiscalidad, cifró en 190.000


millones de euros los tributos eludidos por las grandes corporaciones, en un estudio publicado el
año pasado por el grupo socialdemócrata en el Parlamento Europeo. Si nos centramos únicamente
en la evasión fiscal, según el mismo estudio, los países de la UE dejarían de ingresar 825.000
millones de euros (60.000 millones de euros en el caso de España). En cuanto a la presión fiscal en
el conjunto de la UE, según datos de Eurostat, España está cinco puntos por debajo de la media
(35,4% respecto al 40,3%) y muy lejos de los países con mayor presión fiscal, con Francia (48,4%),
Bélgica (47,2%), Dinamarca (45,9%) y Suecia (44,4%) a la cabeza, seguidos de Austria (42,8%),
Finlandia (42,4%) e Italia (42,0%).

A falta de una armonización fiscal europea, el Ejecutivo de Pedro Sánchez podría aplicar una
fiscalidad progresiva para que España se sitúe en la media europea. Para concretar algunas de
estas cifras en políticas públicas, los 60.000 millones de euros que España deja de ingresar por
evasión fiscal, equivalen a un 84% de los 71.145 millones que invertimos en nuestra sanidad
pública. 60.000 millones de euros es más de lo que invertimos en educación, que se situó en
51.275,9 millones de euros en 2018. Y supone más de cuatro veces lo que el gobierno destinó en
I+D en 2017, según datos publicados por el INE. Otras medidas económicas que se pueden aplicar
de inmediato son las que han implementado los gobiernos de Dinamarca, Polonia, Francia y
Austria, que excluirán de las ayudas públicas a las empresas registradas en paraísos fiscales.
Además, Dinamarca y también los Países Bajos, negarán dichas ayudas públicas a las empresas que
repartan dividiendos.

En cualquier caso, economistas liberales como Juan Ramón Rallo abogan por el regreso a la
ortodoxia económica y su consiguiente austeridad fiscal. En contraposición, la Comisión Europea
da vía libre a la nacionalización masiva de empresas en la UE. Un anuncio que habría que tomar
con cautela. Los gobiernos europeos han optado, desde los años 80, por una progresiva
socialización de las pérdidas y privatización de los beneficios, en el marco de la economía
capitalista en su actual fase neoliberal. De poco serviría la nacionalización estratégica de empresas
para evitar su quiebra si, en cuanto dieran beneficios, se volvieran a privatizar. Profundizar en estas
recetas económicas supondría un golpe muy duro a un proyecto europeo progresista y alternativo.
Desde los años 90, con el desmoronamiento de la Unión Soviética, el mundo ha venido
experimentando una progresiva mundialización capitalista. Las izquierdas no han sabido cómo
responder a este enorme desafío. Es el momento de imaginar un nuevo horizonte universalista e
igualitario que sirva como alternativa al repliegue identitario posfascista, que representan
dirigentes como Donald Trump en Estados Unidos, Xi Jinping en China, Vladimir Putin en Rusia,
Narendra Modi en la India o Jair Bolsonaro en Brasil. En Europa, el reto de hacer frente a los
Orbán, Salvini, Johnson, Le Pen o Abascal no es menor.

Una nueva economía verde. La división internacional del trabajo durante la integración europea
abocó a la periferia al sector servicios. Turismo, hostelería, ocio, sol y playa. En momentos
históricos como el actual, con una pandemia global que ha paralizado la actividad económica casi
por completo, vemos más claro lo arriesgado que es permitir que la economía dependa tanto de un
único sector. En el caso de España, cabe añadir la progresiva desindustrialización desde la
transición, a excepción de Catalunya y Euskadi. Turismo, sol y playa, ladrillo y poco más. Es
evidente que el sector productivo de un país no se puede transformar de un día para otro, pero ya va
siendo hora de que la industria de las energías renovables se convierta en un sector estratégico
importante de la economía española. Si hacemos una comparativa con el resto de países de la UE,
veremos que España es el decimoquinto país en consumo de energía procedente de fuentes
sostenibles, con un 17,5%, según datos de Eurostat, muy por debajo de Suecia (54,6%), Finlandia
(41,2%), Letonia (40,3%), Dinamarca (36,1%) y Austria (33,4%). Nuestros vecinos del sur,
Portugal (30,3%) e Italia (17,8%) también nos pasan por encima. La cifra de consumo, 0,6%
inferior a la media europea, también es 2,6% puntos más baja que el objetivo que se fijaron las
instituciones comunitarias para finales del 2020.

Este problema tiene difícil solución. Iberdrola, Endesa y Naturgy conforman los pilares del
oligopolio eléctrico en España, que junto a EDP y Repsol controlan el 70% de la producción de
electricidad y el 90 de las ventas finales. Todas ellas se encuentran entre las 10 empresas más
contaminantes del país. En una entrevista con La Marea, Enrique Palazuelos, catedrático de
Economía Aplicada de la UCM y experto en energía, subraya la necesidad de que el Gobierno
recupere las competencias perdidas décadas atrás y reforme el sistema eléctrico. Para ello,
sería fundamental que los movimientos sociales empujen en esa dirección. El pacto de gobierno
entre el PSOE y Unidas Podemos incorpora algunas de estas propuestas. No va a ser tarea fácil. El
dominio del actual oligopolio eléctrico ancla sus raíces en los privilegios heredados del franquismo
y la transición.

La covid-19 es un inconveniente para la movilización social. Éstas son solo algunas de las
medidas que se pueden tomar y que se pueden añadir a otras que se han hecho desde organizaciones
populares como el Plan de Choque Social, que proponen, entre otras medidas, intervenir la sanidad
privada sin compensación económica, prohibir los ERTE en empresas con beneficios, regularizar a
las personas migrantes, suspender los alquileres y las hipotecas e introducir una renta básica de
cuarentena universal e incondicional, que puede servir como experimento para la futura
introducción de una renta básica universal permanente.

Estas medidas económicas, laborales y fiscales aliviarían las desastrosas consecuencias que el
neoliberalismo tiene sobre nuestra salud, nuestra economía y nuestras vidas y permiten imaginar
horizontes de superación del capitalismo, que en su actual fase neoliberal, es el período en el que
la acumulación por desposesión se ha convertido en hegemónica, en palabras de David Harvey,
geógrafo y profesor de Antropología en la Universidad de la Ciudad de Nueva York. Estas políticas
neoliberales, promovidas por centros financieros como Washington y acentuadas ahora por el
capitalismo digital de Silicon Valley, se basan en la privatización y desmantelamiento de los
servicios públicos, la distribución regresiva de la renta y la generación de crisis para acelerar los
tres procesos anteriores.

Las fuertes restricciones de circulación y movimientos debido al coronavirus suponen un gran


inconveniente para articular a las organizaciones populares desde las calles con el objeto de debatir,
proponer, protestar y exigir a las instituciones españolas y europeas una salida profundamente
democrática, progresista, feminista, ecologista y antirracista que sirva como alternativa a los nuevos
autoritarismos de derechas que se expanden por todo el globo y que ocupan gobiernos tan
influyentes como los de Estados Unidos, Gran Bretaña, Rusia, China, Brasil o la India. Esta
contingencia será aprovechada sin lugar a dudas por las grandes corporaciones tecnológicas,
que amenazan con mercantilizar cada vez más aspectos de nuestras vidas y hacernos más esclavos
de sus servicios digitales. Estructurar una alternativa desde la base es una necesidad ineludible para
que una salida progresista a la crisis pueda prosperar.

También podría gustarte