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La ligereza que siente un ave a medida que emprende su vuelo y se le aleja cada vez más del

piso, dejando así que el viento la sostenga, así me sentí yo querido lector cuando iba
caminando junto a mi guía.

– Has de estar aliviado porque sientes los pies más lejos del piso y el cansancio más lejos de
tu cuerpo–me dijo–Sabe que te encuentras tan cerca de la entrada al reino de los cielos.

Sus palabras me llenaron de alegría y me incentivaron a seguir andando. De repente sentí un


fogaje intenso, más intenso que aquel calor que abraza a las reses en el verano, obligandolas a
reposar con la lengua afuera bajo los arboles, y que torna los pastos verdes en amarillos y
secos. Aquel lugar estaba azotado por las llamas tal como la ciudad de Roma ardió cuando el
último emperador de la dinastía Julio-Claudia, mientras tocaba su lira, mandó a prender
fuego con tal de rejuvenecer la vieja Roma y culpar a los cristianos. Seguimos andando, mas
yo me alejaba de aquella pared de fuego, como un niño que le teme al fuego.

–No temas ni huyas de las llamas– exclamó– el hombre antiguo domó el fuego, tú lo has de
hacer también.

Tan simple para él era decirlo y hacerlo, pero para mí con mis carnes sintientes no lo era
tanto. La sed invadió mi boca ante aquel calor y mi guía al notarme jadeante se dirigió a mí
diciendo:

–Dirige tus pasos hacia aquella fuente de agua que se encuentra a tu diestra y calma tu sed, de
lo contrario no llegarás a ver lo que has de ver.

Sin dudarlo dirigí mis pasos hacia aquella fuente de agua, cristalina ante mi ojos tal como lo
es para los ojos de un mendigo sediento. Mientras el agua acariciaba mis secos labios y
saciaba mi sed, me percaté de una multitud de almas que rodeaban felices y risueños a una
mujer vestida de reina con una corona de rubíes y turquesas. Cuando la ví mi sed había
transmutado de una sed de agua a una sed de dudas y curiosidad y aquella era la fuente que
me daría de beber y saciaría mi intriga. Cuando me acerqué a la multitud me dí cuenta que los
que rodeaban aquella mujer no eran más que sombras de personas indignas, harapientas y
enfermas.

– Acércate y muestra tu rostro–dijo–oh tú, que arrastras los pies sobre el piso, dándome la
impresión de que aún vives

Me acerqué y me puse casi al frente de ella, debo decirte lector que su belleza era tanta que
podría equipararse a la de la raptada Helena, envidiada por las mismas diosas. Sus ojos
parecían las mismas gemas que adornaban su corona, y su blonda y lacia cabellera eran los
mismísimos rayos del sol. Bajé la mirada como cuando un niño regañado se dirige a su madre
y dije:
– No te equivocas bella dama, aún vivo y mis sentidos funcionan, tanto que me he percatado
de su inmensa belleza.

– Los rumores de un viviente andando entre los muertos han llegado a mí y sé también que
así lo ha designado el Rey de reyes.

Levanté mis ojos nuevamente y ví la oportunidad de interrogarla para así saber quién era.
Mas ésta me tomó de la mano y me alejo de la multitud, me dirigió hacia un lugar menos
concurrido y nos sentamos en unas rocas. Dirigiéndose a mí me dijo:

–Si esperabas encontrar un trono donde se suelen sentar los maliciosos y desquiciados reyes,
no lo encontrarás. Soy de las que prefieren mostrarse al mundo como el mundo nos ha hecho,
sencillos y humildes.

— Mi intención tampoco es ser lo que no soy, es por ello que estoy aquí sentado junto a tí.
Mi intelecto aclama saber quién eres, puesto que nobles humildes son pocos los que
subsisten. Por el contrario, la maldad, la extravagancia e insensatez son cualidades que se
encuentran en cualquier rey. Desde que David fue rey, no han habido más buenos que él.

— Nací en una familia aristocrática británica, y como es de costumbre, me casé con un noble,
futuro sucesor de la corona inglesa. Al principio estuve contenta con la vida real. Empero, a
medida que convivía más con los nobles me dí cuenta de la avaricia y el egoísmo que muchos
tenían, y de lo convenientemente altruistas que muchos eran para agradarle al pueblo. Yo, por
el contrario, veía mi papel de princesa consorte más allá de un título real, lo veía como una
oportunidad de ayudar a los más necesitados, a las grandes masas de personas pobres,
enfermas y desdichadas, que estaban siendo abandonadas y discriminadas, mientras muy
pocos de sangre azul, que más bien serían de sangre negra, se bañaban en excentricidades y
lujos. Yo me quité mis zapatillas de cristal y conviví con la verdadera gente. Yo sentí lo que
aquellos sentían. Yo luché por ellos y los amé. Ellos me consideraron su reina aún no
llevando una corona en mi cabeza.

Me conmoví con su historia tanto así que la ví nuevamente a los ojos y vi entre ellos tantas
cosas buenas.

— Por lo que me cuentas— le dije— me da alegría saber que hubo nobles buenos y humildes
y que no todos son malos. Sin embargo, me inquieta saber por qué una mujer tan bella y
buena se encuentra encerrada en este lugar azotado por las llamas y el calor.

— No ha de extrañar que cuando un bueno nace son muchos los malos que lo quieren muerto.
Naturalmente, mi matrimonio empezó a verse perturbado por la envidia y por conspiraciones
en contra mía. Al parecer, la familia real quería seguir con su vida lujosa y desquiciada y
dejar desatendidos a los pobres. Los opuestos que deberían atraerse, en mi caso se alejaron.
Empecé a darme cuenta que mi amor no estaba en aquel príncipe vestido de azul de corazón
frío. Encontré por tanto amor en otro hombre, sintiente y verdaderamente noble, que
compaginaba con mis ideas y se mostraba como era.

— Discúlpame bella dama, pero aún no encuentro el punto o la razón de que estés aquí– le
dije.

— Por conservar mi familia y sus intereses me mantuve casada, pero con mi corazón en otro
hombre. Es válido pensar que para muchos le falté al matrimonio y a la unión con mi marido.
Pero han de tener en cuenta, que en la vida del hombre, la razón se ve desplazada por las
emociones, y que el amor no es arreglado, sino hallado e inesperado. Ya habrás encontrado la
razón por la cual estoy aquí y entenderás que para el Rey de reyes la caridad es sinónimo de
bondad, y el que obra bien a Él llega. Mi tiempo aquí será aún más corto si tú, si logras
volver al mundo terrenal, difundes en los más pobres mi vida y logras que éstos oren por mí.

Era tanta su humildad que sin duda su salvación habría de llegar pronto. Cuando hubo
terminado la hermosa mujer, me despedí de ella y regresé con mi maestro, que desde lejos me
observaba y decía con la mirada que debíamos continuar y atravesar aquella pared de fuego
que tanto me aterrorizaba.

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