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Educación emocional: Uno de los retos

actuales de la educación.

Javier de la Cruz Amézquita Villagómez


(panel de investigación e incubadora de docencia)

Falta de inteligencia emocional en sus empleados es el problema que detectan


algunos CEO y directores de Recursos Humanos de diversas compañías
importantes en México y Latinoamérica con los que, en los últimos meses, he
tenido oportunidad de hablar. Frecuentemente observan reacciones como falta de
tolerancia a la frustración, búsqueda de promociones profesionales inmediatas,
falta de capitalización del aprendizaje y molestia de la retroalimentación si no
coincide con las propias expectativas; de igual modo, se ofenden y
se estresan con facilidad, se aferran a una idea y no aceptan contradicciones, se
muestran irritables, susceptibles o no empatizan, entre otras problemáticas.

¿Será que las universidades no están contribuyendo al desarrollo de soft


skills como la inteligencia emocional y están dando prioridad a los
contenidos académicos? ¿Se tiende a formar profesionales y no a pe rsonas
que se preocupen por su bienestar y su entorno?

En contraste, he preguntado a los estudiantes universitarios cuáles son los


tres mayores deseos que buscan alcanzar en su vida y las respuestas más
frecuentes son salud, equilibrio-estabilidad y felicidad, cuestiones que
van más allá de su formación profesional.

¿Cómo materializar estos anhelos y lograr que ese equilibrio -estabilidad que
buscan ayude a que reaccionen diferente en su desempeño profesional?
¿Cómo controlar que situaciones complicadas que han vivido, como los años
de pandemia que acabamos de pasar, les sirvan para tener mayor bienestar
y por lo tanto logren ser más felices?

Estudios demuestran que el éxito de una persona se debe en un 23% a sus


capacidades intelectuales y en otro 77% a sus aptitudes emocionales. Al
salir de la universidad los egresados son contratados por su capacidad
intelectual, conforme van avanzando, adquieren experiencia en diversos
ámbitos y en cierto momento es frecuente que algunos sean despedidos por
su falta de inteligencia emocional.

La inteligencia emocional es un constructo, en ocasiones poco claro, que


abarca diferentes capacidades como a la de identificar, valorar y expresar
emociones con exactitud; permite también generar sentimientos que faciliten
el pensamiento, su comprensión y gestión, para promover un crecimiento
integral. Estas capacidades se pueden traducir en competencias que se
desarrollan a lo largo de toda la vida y que llevan a la persona no solo a
desempeñar mejor su trabajo, sino a tener un bienestar integral que le hará
tener una vida más plena. Se puede decir entonces que una de las
cuestiones clave es incidir en este aspecto.

¿Basta con el desarrollo de la inteligencia emocional? Quizá tendríamos que


apuntalar hacia la educación emocional entendida como un proceso
educativo, continuo y permanente que pretende potenciar el desarrollo de
competencias emocionales como elemento esencial del crecimiento integral
de la persona con el objeto de capacitarla para la vida. Como universidades
¿estamos diseñando experiencias de aprendizaje que vayan orientadas a
desarrollar este proceso? Me parece que hoy es un gran reto que tendríamos
que priorizar.

La educación emocional enseña entre otras cosas a:

 Identificar las situaciones por las que se está pasando.


 Tomar conciencia de las propias emociones y las de los demás.
 Distinguir entre emoción, pensamiento y comportamiento, es decir, la
emoción se siente y activa un pensamiento y ambos, emoción y
pensamiento, predisponen a un comportamiento.
 Ayuda a pensar ante momentos de intensidad emocional y permite que con
la voluntad se cambie la experiencia emocional, “se siente, pero no se
consciente”.
 Autorregular las emociones para que no se desborden: da herramientas
para tener el control de uno mismo y no caer en la impulsividad.
 Valorar los acontecimientos para afrontarlos mejor.
 Plantear alternativas para elegir la solución de problemas con
responsabilidad y autonomía.
 Desarrollar competencias sociales como la escucha y la empatía.
 Crear climas emocionales favorables.
 Dialogar de forma respetuosa con diferentes puntos de vista.
 Desarrollar una autonomía emocional que significa ser responsables de los
propios comportamientos, pensamientos y emociones. Si bien la emoción
llega sin pedir permiso, la reacción es responsabilidad de cada uno.
Es claro que los problemas están presentes a lo largo de la vida. Todos
libramos algún tema complicado o sufrimos por alguna circunstancia
(económica, de salud, de familia, profesional, etc.), siempre habrá algo que
nos preocupe, pero el cómo lidiamos con estas batallas va a marcar el
rumbo de nuestra existencia. El cómo gestionamos los conflictos,
las frustraciones, las emociones y los comportamientos es clave para
nuestro desarrollo y con la educación emocional podemos vivirlo de una
manera más asertiva, más plena, con más bienestar y por consiguiente más
dicha.

En el día a día el éxito pertenecerá a quien trabaje por


su bienestar emocional, a quien aprenda a identificar y entender sus
sentimientos y los de los demás, sepa gestionarse y, con base en ello,
pensar y dirgir su comportamiento.

Hoy el enfoque educativo tiene que dirigirse hacia la formación integral de la


persona y en este sentido partir de que las emociones se educan. De este
modo podríamos ayudar a que los egresados de las universidades sepan
gestionar su dimensión afectiva en su favor y en el de las empresas donde
colaborarán; también con ello tendrán bases y mayores probabilidades para
obtener lo que quieren: salud, equilibrio-estabilidad y felicidad.

Javier de la Cruz Amézquita Villagómez

Sociólogo – miembro del consejo de incubación política y social

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