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Seccién: ears J. D. Salinger: El guardién entre ¢l centeno Alianza Editorial Buenos Aires - Madrid ‘Tiruto ontaivat: The Catcher in the Rye ‘Trapucrona: Carmen Criado ewan tet nm -Doe ee Ea aoe ‘radu por Carmen Crato ‘Senora ss0so0z20 1. Neratve Estaounitene,L Came Gta, vad. Tao cones Primera edicién en «El bro de boll»: 1978 Ediciones y reimpresiones posterores Daimera edicén en eArca de conocimiento: Literatura: 1997 Dimers eden apenins en «Area de conociniena: Litera: 2007 Disefio de cubiers: Alianza Editorial eserves todos los derecot El contenido dee brs ei proteio orl Let ReSERIEccpous depo olen aden de x eortspondints nde ‘Sones por sony pecs, pas guenes repedueten, paren. daibunees © omunstenpblicment cat 9 en pr uns obra era, atc 0 Gen se eantormaig,ncpetas oi ets pd en euler dro de ‘oponeecomuniess tana de cuger me, inl precepts autor, ©Copyright 1945, 1946, 1951 by J. D. Salinger Copyright renewed 1973, 1974 © dels taduceién: Carmen Criado © Ea. cast: Alianza Ediorial,S. A., Madid, 1978, y aos s. © Alianza Editorial, S. A, Buenos Aires, 2009 Francisco Acufia 352, (CLIS0AAF) Buenos Aires Hecho el depésito que previene la ley 11.723 Libro de edicin Argentina ISBN: 978-950-40-0220-8 Primera edicién - Primera reimpresion Esa edi termine iemprimieen Mayo de 209 mers Clase impresores, Caloris 1231. Clad Asténoms de Buenos Ares Capitulo 1 Si de verdad les interesa lo que voy a. contarles, lo primero que querrén saber es dénde nacf, c6mo fue todo ese rollo de mi infancia, qué hacfan mis padres antes de tenerme a mf, y demés pufietas estilo David Copper- field, pero no-tengo ganas de contarles nada de es0. Pri mero porque es una lata, y, segundo, porque a mis pa- dres les daria un ataque si yo me pusiera aquf a hablarles de su vide privada. Para esas cosas son muy especiales, sobre todo mi padre. Son buena gente, no digo que no, pero a quisquillosos no hay quien les gane. Ademés, no crean que voy 2 contarles mi autobiografia con pelos y sefiales. S6lo voy a hablarles de una cose de locos ‘que me pasé durante las Navidades pasadas, antes de que me quedara tan débil que tuvieran que mandarme aqui a reponerme un poco. A D. B. tampoco le he contado mas, y eso que es mi hermano. Vive en Hollywood Como no esid muy lejos de este antro, suele venir a verme casi todos los fines de semana. El seré quien me lleve a cesa cuando salga de aqui, quiz el mes préxi- mo. Acaba de comprarse un «Jaguar», uno de esos ca- 7 8 J. D. Salinger charros ingleses que se ponen en las doscientas millas por hora eso a nade, Cen de cuatro mil dlaes le fa costado. Ahora esté forrado el tio. Antes no. Cuando vivi en casa era s6lo un escfitor corriente y normal. Por si no saben quign es, les diré que ha escrito El pe cecillo secreto, que es un libro de cuentos fenomenal. El mejor de todos es el que se lama igual que el libro, ‘Trata de un nifio que tiene un pez y no se lo deja ver 1 nadie porque se Jo ha comprado con su dinero. Es una historia estupenda. Ahora D. B. esté en Hollywood pros- tituyéndose. Si hay algo que odio en el mundo es el cine, Ni me lo nombren. ‘Empezaré por el dia en que sali de Pencey, que es tun colegio que hay en Agerstown, Pennsylvania. Habran ofdo hablar de él. En todo caso, seguro que han visto a propaganda. Se anuncia en miles de revistas siempre con un tfo de muy buena facha montado en un caballo y saltando una valla. Como si en Pencey no se hiciera otra cosa que jugar todo el santo dfa al polo, Por mi parte, en todo el tiempo que estuve alli no vi un caballo ni por casualidad. Debajo de la foto del tio montando siem- pre dice Jo mismo: «Desde 1888 moldeamos muchachos transforméndolos en hombres espléndidos y de mente clara.» ‘Tontadas. En Pencey se moldea tan poco como en cualquier otro colegio. Y alli no habia un solo tio ni espléndido, ni de mente clara. Bueno, sf. Quizé dos. Eso como mucho. Y probablemente ya eran ast de nacimiento Pero como les iba diciendo, era el sébado del partido de fatbol contra Saxon Hell. A ese partido sé le tenfa fen Pencey por una cosa muy seria. Era el tiltimo del afio y habia que suicidarse 0 .poco menos si no ganaba el equipo del colegio, Me acuerdo que hacia las tres de aquella tarde estaba yo en lo més alto de Thomsen Hill junto a un caiién absurdo de esos de la Guerra de Ia Independencia y todo ese follén, No se vefan muy bien los graderfos, pero s{ se ofan los gritos,-fuertes y sono- 10s los del lado’ de Pencey, porque estaban allf précti- camente todos los alumnos menos yo, y débiles y como cet guardiin entre el centeno ’ apagados los del lado de Saxon Hall, porque el equipo visitante por lo general nunca se trafa muchos partidarios. ‘A los encuentros no solfan ir muchas chicas. Sélo los mds mayores podian traer’invitadas. Por donde se le mirase era un asco de colegio. A mi los-que me gusian son esos sitios donde, al menos de vez en cuando, se ven unas cuantas chavalas aunque sélo estén rascéndose un brazo, 0 songndose la natiz, 0 riéndose, o haciendo lo que les dé la gana. Selma Thurmer, la hija del director, si iba con bastante frecuencia, pero, vamos, no eta exacta- mente el tipo de chica como para volverle a uno loco de deseo, Aunque simpitica si era. Una ver fui sentado a su lado en el autobis desde Agerstown al colegio y ros pusimos a hablar un rato. Me cay6 muy bien. Tenfa tuna nariz muy larga, las uiias todas comidas y como san- guinolentas, y levabs en el pecho unos postizos de esos que parece que van a pincharle a uno, pero en el fondo daba un poco de pena. Lo que més me gustaba de ella es que nunca te venfa con el rollo de lo fenomenal que era su padre. Probablemente sabja que era un gilipollas. Si yo estaba en lo alto de Thomsen Hill en ver. de en el campo de fitbol, era porque acababe de volver de Nueva York con el equipo de esprima. Yo era el jefe. ‘Menuda cretinada. Habjamos ido a Nueva York aquella mafiana para enfrentarnos con los del colegio McBurney. Sélo que el encuentro no se celebr6. Me dejé los floretes, cl equipo y todos los demds trastos en el metro. No fue del todo culpa mfa, Lo que pasé es que tuve que ir mi- rando el plano todo el tiempo para saber dénde tenia- mos que bajarnos. As{ que volvimos a Pencey a las dos y media en vez de a la hora de la cena. Los tios del equipo me hicieron el vacio duiante todo el visje de vuelta. La verdad es que dentro de todo tuvo gracia. La otra razén por Ia que no habfa ido al partido era porque queria despedirme de Spencer, mi profesor de historia. Estaba con gripe y pensé que probablemente no se pondria bien hasta ya entradas las vacaciones de Navidad. Me habia escrito una nota para que fuera 0 J. D. Salinger a verlo antes de irme a casa. Sabia que no volveria @ Pencey. Bs que no les he dicho que me habian echado. No me dejaban volver después de las vacaciones porque me ha- bian suspendido en cuatro asignaturas y no estudiaba nada. Me edvirtieron varias veces para que me aplicara, sobre todo antes de los exfmenes parciales cuando mis padres fueron a hablar con el director, pero yo no hice faso. Ast que me expulsaron. En Pencey expulsan a los chicos por menos de nada. Tienen un nivel académico muy alto, De verdad ues, como iba diciendo, era diciembre y hacia un frfo que pelaba en Io alto’ de aquella dichosa_monta- ta, Yo sélo llevaba la gubardina y ni guantes ni nada. La semana anterior alguien se habia llevado directamente de mi cuarto mi abtigo de pelo de camello con los guan- es forrados de piel metidos en los bolsillos y todo. Pencey era una cueva de ladrones. La mayorfa de los chicos eran de familias de mucho dinero, pero aun asf era tuna auténtica cueva de ladrones. Cuanto ms caro el Colegio mas te roban, palabra. Total, que ahi estaba yo junto a ese caién absurdo mirando el campo de fitbol ¥ pasando un frfo de mil demonios. Sélo que no me Bjaba mucho en el partido. Si segufa clavado al suelo, era por ver si me entraba una sensacién de despedida. Lo que quiero decir es que me he ido de un montén de colegios y de sitios sin darme cuenta siquiera de que me marchaba. Y eso me revienta, No importa que la fensacién sea triste o hasta desagradable, pero cuando me voy de un sitio me gusta darme cuenta de que me marcho. Si no luego da més pena todavia. “Tuve suerte. De pronto pensé en una cosa que me ayadé a sentir que me marchaba. Me acordé de un dia en octubre o por abi en que yo, Robert Tichener y Paul Campbell estébamos jugando al futbol delante del edi- ficio de la administraci6n. Eran unos tfos estupendos, sobre todo Tichener. Faltaban pocos minutos para la cena y habia anochecido bastante, pero nosotros seguiar re BI guardién entre el centeno u mos dale que te pego metiéndole puntapiés a la pelota Estaba ya tan oscuro que casi no se veia ni el balén, pero inguno queriamos dejar de hacer lo que estébamos haciendo. Al final no tuvimos mas remedio. El profesor de biologia, el sefor Zambesi, se asomé a la ventana del edificio y nos dijo que volviéramos al dormitorio y fos arregléramos para la cena. Pero, a lo que iba, si consigo recordar una. cosa de ese estilo, enseguida ‘me entra Ia sensacién de despedida. Por lo menos la mayo- tla de las veces. En cuanto la noté me di la vuelta y eché a correr cuesta abajo por Ja ladera opuesta de la colina en direccién a la casa de Spencer. No vivia dentro del recinto del colegio. Vivia en la Avenida Anthony Wayne. Corti hasta la puerta de Ja verja y allf me detuve a cobrar aliento. La verdad es que en cuanto corro un ppoco se me corta la respiracién. Por una parte, porque fumo como una chimenea, 0, mejor dicho, fumaba, por- que me obligaron a dejarlo. Y por otra, porque el affo pasado creci seis pulgedas y media. Por eso también estuve a punto de pescar una tuberculosis y tuvieron que mandarme aqui a que me hicieran un montén de anidlisis y cosas_de ésas. A pesar de todo, soy un tfo bastante sano, no crean, Pero, como decfa, en cuanto recobré el aliento crucé a rodo’correr Ja carretera 204. Estaba completamente heleda y no me rompf la crisma de milagro. Ni siquiera sé por qué corfa, Supongo que porque me apetecia. De pronto me sent{ como si estuviera desapareciendo Era una dé esas tardes extrafias, horriblemente fries y sin sol ni nada, y uno se sentfa como si fuera a esfu- marse cada vez que cruzaba la carretera {Jot iNo me di prisa ni ada tocar el imbre de a puerta en cuanto Megué a casa de Spencer! Estaba com- Pletamente helado, Me dollan las ores y epenas podia mover los dedos de las menos. Vamos, vance! —j cas en vos aa. 7A ver 2 J. D. Salinger Al fin aparecié la sefiora Spencer. No tenfan criada ni nada y siempre salfan ellos mismos a abrir la puerta No debian andar muy bien de pasta —jHolden! —dijo la sefiora Spencer—. jQué ale- gra verte! Entra, hijo, entra. Te habrés quedado. hela- dito. Me parece que se alegré de verme. Le caia simpético. AI menos eso creo. Se imaginardn la velocidad a que entré en aquella casa. = 2Cémo esté usted, sefiora Spencer? —Ie pregun- té—. @Cémo esté el sefior Spencer? —Dame el abrigo —me dijo. No me habfa ofdo pre- guntar por su marido. Estaba un poco sorda. Colgé mi abrigo en el armario del recibidor y, mien- tras, me eché el pelo hacia atrés con la mano. Por lo general, lo evo cortado al cepillo y no tengo que preoeu- parme mucho de peinérmelo. —¢Cémo estd usted, sefiora Spencer? —volvi a de- cirle, sélo que esta vez’ més alto para que me oyera. —"May bien, Holden —Cerré la puerta del armario— Y ni, ecmo estés? Por el tono de la pregunta supe inmediatamente que Spencer le habia contado lo de mi expulsién. Muy bien —le dije—. Y, gcémo esté el sefior Spen- cet? ¢Se le ha pasado ya la gripe? {Qué va! Holden, se esté portando como un per fecto... yo que sé qué... Esté en su habitacién, hijo Pasa. Capitulo 2 Dormfan en habitaciones separadas y todo. Debian tener como setenta afios cada uno y hasta puede que més, y, sin embargo, an segufan disfratando con sus cosas. Un poco a lo tonto, claro. Pensarén que tengo mala idea, pero de verdad no lo digo con esa intenciéa Lo que quiero decir es que solia pensar en Spencer a memndoy y que cuando uno pensba mucho en él em pezaba a preguntarse para qué demonios querrfa seguir Girka. Bethe todo encorvado en una portura tra ble, y en clase, cuando se le cafa una tiza al suelo, siem- pre tenfa que levantarse un tfo de Ia primera fila a reco- gérsela. A mf eso me parece horrible. Pero si se pensaba en él s6lo un poco, no mucho, resultaba que dentro de todo no Jo pasaba tan mal. Por ejemplo, un domingo que nos habfa invitado a mf y a otros cuantos chicos a tomar chotolate, nds ensefié una manta toda raida que él y su mujer le habfan comprado a un navajo en el parque de Yellowstone. Se notaba que Spencer lo habia pasado de miedo comprindola. A eso me referfa, Abf tienen a un B 4 J. D; Salinger tio como Spencer, més viejo que Matusalén, y resulta ‘que se lo pasa barbaro compréndose una manta. Tenfa Ia puerta abierta, pero aun ast llamé un poco con los nudillos para no parecer mal educado. Se le vela desde fuera. Estaba sentado en un gran sill6n de cuero fenvuelto en Ia manta de-que acabo de heblarles. Cuando llamé, me miré. —2Quién es? “—grit6—. jCaulfield! jEntra, mu- chacho! Fuera de clase estaba siempre gritando. A veces le ponfa a°uno nervioso. En cuanto entré, me arrepentf de haber ido. Estaba Ieyendo el Atlantic Monthly, tenia la habitacién Wena de pastillas y medicinas, y olia a Vicks Vaporub. Todo bas- tante deprimente, Confieso que no me vuelven loco los cenfermos, pero lo que hacia le cosa atin peor era que Ievaba puesto un batin tristsimo todo zarrapastroso, que debia:tener desde que nacié. Nunca me ha gustado ver a viejos ni en pijama, ni en batin ni en nada de eso. Van ensefiando el pecho todo Ileno de bultos, y las piernas, esas piernes de viejo que se ven en las playas, muy blancas y sin nada de pelo. —Buenas tardes, sefior —Ie dije—. Me han dado su recado. Muchas gracias Me habia escrito una nota para decirme que fuera a despedirme de él antes del comienzo de las vacaciones —No tenia que haberse molestado. Habria venido a verle de todos modos. —Siéntate ahi, muchacho ~dijo Spencer. Se referfa a la cama. Me senté. —gCémo esté de la gripe? —Si me sinticra'un poco mejor, tendria que Hamar al médico —dijo Spencer. Se hizo una gracia horrorosa y empezé a refrse como tun loco, medio ahogéndose. Al final se enderezé en el asiento y me dij —eCémo no ests en el campo de fitbol? Cref que hoy era el dia del partido. Bt guardifn entre el centeno 6 —Lo es. ¥ pensaba ir. Pero es que acabo de volver de Nueva York.con el equipo de esgrima —Ie dije. iVaya cama que tenia el tio! Dura como una piedra. De pronto le dio por ponerse serio. Me lo estaba te- ‘miendo, —Asi que nos dejas, geh? —Si, sefior, eso parece, Empezi a mover Ja cabeza como tenfa por costuin- bre. Nunca he visto a nadie mover tanto la cabeza come a Spencer. Y nunca Ilegué a saber si lo hacta porque estaba pensando mucho, o porque no era més que un vejete que ya no distinguia el culo de las témporas. —. Esa sf que es una palabra que no aguanto. Suena tan falsa que me dan ganas de vomivar cada vez que la cigo. De pronto parecié como si Spencer fuera a decir algo muy'importante, una frase lapidaria aguda como un esti- rr ft guardin entre el centeno 7 ete, Se arrellané en el asiento y se removié un poco. Pero fue una falsa alarma. Todo lo que hizo fue coger cl Atlantic Monthly que tenia sobre las rodillas y tirarlo encima de la cama. Erré el tito. Estaba sélo a dos pul- gadas de distancia, pero fall6. Me levanté, lo recog! del suelo y Io puse sobre la cama. De pronto me entraron unas, ganas horrorosas de salir de alli pitando. Sentia que se me venfa encima un sermén y no es que la idea en si me molestara, pero me sentia incapaz de aguantar una filipica, oler_a Vicks Vaporub, y ver @ Spencer con su pijama y su batin todo al mismo ticmpo. De ver- dad que cra superior a mis fuerzas: Pera, tl como me Jo estaba temiendo, empezs —2Qué te pase, muchacho? —me pregunts. Y para sa modo de ser lo dijo con bastante mala leche. eCuéntas asignaturas Hevas este semestre? —Cinco, sefior. —Cinco..Y, gen cudntas te han suspendido? —En cuatro. Removi un poco el trasero en el haba visto cama més dura. —En Lengua y Literatura me han aprobado —le dije—, porque todo eso de Beowulf y Lord Randal, mi Bijo, lo habia dado ya en el otro colegio. La verdad es gue para esa clase no he tenido que estudiar casi nada. Sélo escribir uns composicién de vez en cuando. Ni me escuchaba. Nunca escuchaba cuando uno le habla —Te he suspendido en historia sencillamente porque no sabes una palabra, poss —Le sé, sefior. Jo! {Que si lo sé! No ha sido culpa to. En mi vida —Ni una sola palabra —repitid. Eso s{ que me pone negto. Que alguien te diga una cosa dos veces cuando ti ya la has admitido a la primera. Pues atin lo dijo otra vee: Ni una sola palabra. Dudo que hayas abierto el libro en todo el semestre. ¢Lo has abierto? Dime la verdad, muchacho. 18 J. D. Salinger Vers, le eché una ojeada un par de veces —le dije No, queria heritle. Le volvia loco la historia. T“cGnque lo ojeaste, geh? —dijo, y con un tono de lo mis sarcéstico—. Tu examen esti ahi, sobre la eSmoda, Eneima de ese montén. Triemelo, por favor. "Aquello.s{ que gra una putalada trapera, pero me evarté a cogerlo y s¢ lo llevé. No tenia otro remedio. [Luego volvi a sentarme en aquella cama de cemento, jJo! {No saben Io arrepentide que estaba de haber ido spedirme de él! . espedismpa el examen con verdadero asco, como si era una plasta de vaca o algo asi foe lo de 2 ao de oie bre hasta el dos de diciembre —dijo—. Fue el tema aque ti elegiste. Quieres oft lo que dice aqui? “No, sefior. La verdad es que no —le dije. Peto io leyo de todos modos. No hay quien pare a un profesor cuando se empefia en una cose, Lo hacen por encima de todo, seu e SiMcLos egipcios fueron una antigua raza caucsica que hebit6 una de las regiones del norte de Africa, Kirica, como todos sabemos, es el continente mayor del hemisferio oriental». "Tuve que quedarme ali sentado escuchando todas aquellas idioteces. Me la jugé buena el tio. pecLos egipcios revisten hoy especial interés para nosotros por diversas razones. La ciencia moderna no ‘ha podido atin descubrir cudl era el ingrediente secreto ‘con que envolvian a sus muertos, para que la cara no fe les pudriera durante innumerables siglos. Ese inte- fesante misterio continda acaparando el interés de Ia Gencia moderna del siglo 2007. ; ‘Dejé de leer. Yo sentfa que empezaba a odiarle va gamente. wv Tu ensayo, por Usmarlo de alguna manera, acaba ahi ceaijo ee un tono de lo més desagradable. Parecia mentira que un vejete ast pudiera ponerse tan sarcis- tico—. Por lo menos, te molestaste en escr a pie de pagina. Yr BI guatdién entre el centeno » —Y¥a lo sé —Ie dije. ¥ lo dije muy deprisa para ver si le paraba antes de que se pusiera a leer aquello en vor alta, Pero a ése ya no habe quien le frenara. Se babfa disparado, —«Estimado sefior Spencer» —ley6 en voz alta~. Esto es todo Io que sé sobre los egipcios. La verdad ‘es que no he logrado interesarme mucho por ellos aun- que sus clases han sido muy interesantes. No le importe suspenderme porque de todos modos van a catearme en todo menos en lengua. Respetuosamente, Holden Caul- field». Dej6 de leer y me miré como si acabara de ganarme en una partida de ping-pong o algo asf. Creo que no le perdonaré nunca que me leyera aquellas gilipolleces en vor alta. Yo no se las hebria leido si las hubiera escrito i, palabra. Para empezar, slo le habfa escrito aquella nota para que no le diera pena suspenderme. —gCrees que he sido injusto contigo, muchacho? —Aijo. —No, sefior, claro que no —le contesté. jA ver si dejaba ya de Hamarme «muchacho» todo el tiempo! ‘Cuando acabé con mi examen quiso tirarlo también sobre la cama, Sélo que, naturalmente, tampoco acertd Otra vez tuve que levantarme para recogerlo del suelo y ponerlo encima del Atlantic Monthly. Es un aburri- miento tener que hacer lo mismo cada dos minutos. —2Qué habrias hecho ti en mi lugar? —me dijo—. Dimelo sinceramente, muchacho. La verdad és que’ se le notaba que le daba léstima suspenderme, asf que me puse a hablar como un. des- cosido. Le dije que yo era un imbécil, que en su lugar habrfa hecho lo mismo, y que muy poca gente se daba cuenta de lo dificil que es ser profesor. En fin, el rollo habitual. Las tonterfas de siempre. Lo’ gracioso es que mientras hablaba estaba pensan- do en otra cosa. Vivo en Nueva York y de pronto me acordé del lago que hay en Central Park, cerca de Cen- tral Park South. Me pregunté si estaria ya helado y, si lo estaba, adénde habrian ido los patos. Me pregunté 20 J. D. Salinger dénde se meterfan los patos cuando venia el frfo y se hrelaba la superficie del agua, si vendria un hombre a recogerlos en un camién para Tlevarlos al zoolégico, o si se irfan ellos a algin sitio por su cuenta, Tuve suerte. Pude estar diciéndole a Spencer un mon- t6n de estupideces y al mismo tiempo pensar en. los patos del Central Park "Es curioso, pero cuando se habla on un profesor no hace falta concentrarse mucho. Pero de pronto me interrumpi6. Siempre le estaba interrum- piendo a uno. —ZQué piensas de todo esto, muchacho? Me inte- esa mucho saberlo. Mucho, fe refiere a que me hayan expulsado de Pencey? —le dije, Hubiera dado cualquier cosa porque se tapara fl pecho. No era un panorama nada agradeble. Si no me equiveco creo que también tuviste pro- blemas en el Colegio Whooton y en Elkton Hills, Esto no lo dijo s6lo con sarcasmo. Creo que lo dijo también con bastante mala intencién. En Elkton Hills no tuve ningGn problema —le dije—. No me suspendieron ni nada de eso. Me fui porque quise... més 0 menos. —Y, epuedo saber por qué quisiste? —aPor qué? Verd. Es una historia muy larga de con- tar. Y muy complicada. No tenfa ganas de explicarle lo que me habfa pasado. De todos modos no lo habrfa entendido. No encajaba con su mentalidad. Uno de los motivos principales por los que me fui de Elkton Hills fue porque aquel cole- io estaba Ueno de hipécritas. Eso es todo. Los habia 2 patadas. El director, el sefior Haas, era el tio mas falso que he conocido en toda mi vida, diez veces peor que ‘Thurmer. Los domingos, por ejemplo, se dedicaba a sa- ludar a todos los padres que venfan a visitar alos chi- cos. Se derretia con todos menos con los que tenfan tuna pinta un poco rara. Habla que ver c6mo trataba a los padres de mi compaiero de cuarto. Vamos, que si una madre eta gorda o cursi, o si un padre llevaba zapatos blancos y negros, 0 un traje de esos con muchas ree Bl guardide entre el centeno a hhombreres, Haas les daba Ja mano a toda prisa, les echa- ba una sontisita de conejo, y se largaba a hablar por Jo menos media hora con los padres de otro chico. No aguanto ese tipo de cosas. Me sacan de quicio. Me de- pprimen tanto que me pongo enfermo. Odiaba Ellcton Hills. Spencer me pregunté algo, pero no le of porqu tube peasando en Haas,’ powme —eQue? Ie di. —ZNo sientes remordimientos por tener que dejar a por que dej —Clato que sf, claro que siento remordimientos. Pero muchos no. Por lo menos todavia. Creo que atin no lo hhe asimilado. Tardo mucho en asimilar las. cosas. Por ahora sélo pienso en que me voy a casa el miércoles Soy un tarado, —gNo te preocupa en absoluto el futuro, muchacho? —Claro que me preocupa. Naturalmente que me pre- ocupa —medité unos momentos—. Pero no mucho su pongo. Creo que mucho, no, —Te preocuparé —dijo Spencer—. Ya lo verés, mu- chacho. Te preocupard cuando sea demasiado tarde. No me gusté oftle decir eso. Sonaba como si ya me hubiera muerto. De lo més deprimente. —Supongo que si —le dije —Me gustaria imbuir un poco de juicio en esa ca beza, muchacho. Estoy tratando de ayudarte. Quiero ayuda ol poedo, era verdad. Se le notaba, Lo que pasaba es que estdbamos en campos opuestos Eso es todo, - —Ya lo sé, sefior —Ie dije—. Muchas gracias. Se lo ssradeaco mucho, De verdad fe levanté de la cama. jJo! jNo hubiera aguantado alli ni diez minatos més aunque ime hubiere ido la vida en ello! —Lo malo es que tengo que irme. He de ir al gim- nasio a recoger mis cosas. De verdad. ‘Me miré y empez6 a mover de nuevo Ia cabeza con tuna expresién muy seria. De pronto me dio una pena 2 J. D. Salinger terrible, pero no podia quedarme més rato por eso de ique estébamos en campos opuestos, y porque fallaba cada vez que echaba una cosa sobre Ja cama, y porque Tlevaba esa bata tan triste que le dejaba al descubierto todo el pecho, y porque apestaba 2 Vicks Vaporub en toda Ja hebitacién. . E —Verd, seficr, no se preocupe por mi —Ie dije— De verdad. Ya ver como todo se me arregla. Estoy pa- sando una mala racha. Todos tenemos nuestras malas rachas, ¢n0? —No sé, muchacho. No sé : ‘Me revienta que me contesten cosas as Mest fo veré le die De verdad, seior. Por favor, no se preocupe por mf. ‘Le puse la mano en el hombro. —¢De acuerdo?— le dije. "© No quieres tomar una taza de chocolate? La se- fiora Spencer... “Me gustaria. Me gustarfa mucho, pero tengo que isme, Tengo que pasar por el gimnasio, Gracias de todos ‘modos. Muchas gracias. ‘Nos dimos la mano y todo eso. Senti que me daba tuna pena terrible. 5 | ‘Le escribiré, sefior. ¥ que se mejore de Ja gripe. —Adiés, muchacho. Cuando ya habia cerrado la puerta y volvia hacia el salén me grité algo, pero no le of muy bien. Creo que dijo «buena suerte». Ojald me equivogue. Ojalé. Yo nnunca le diré a nadie cbuena suerte». Si lo piensa uno bien, suena horrible. Capitulo 3 Soy el mentiroso més fantéstico que puedan imagi- narse. Es terrible. Si voy camino del quiosco a comprar tuna revista y alguien me pregunta que adénde voy, soy capaz de decirle que voy a la épera. Es una cosa seria, As{ que eso que le dije a Spencer de que tenfa que ir a recoger mi equipo era pura mentira. Ni siquiera lo dejo en el gimnasio. En Pencey vivia en el ala Ossenburger de la residen- ia nueva. Era para los chicos de los dos siltimos cur- sos. Yo era del peniiltimo y mi compafiero de cuarjo del ‘ltimo, Se Hamaba as{ por un tal Ossenburger que habia sido alumno de Pencey. Cuando salié del colegio gané tun montén de dinero con el negocio de pompas fine- bres. Abrié por todo el pafs miles de funerarias donde le entierran a uno a cualquier pariente por slo cinco délares. ;Bueno es el tal Ossenburger! Probablemente Jos mete en un saco y los tira al rio. Pero doné a Pencey tun montén de pasta y le pusieron su nombre a ese ala de la residencia. Cuando se celebré el primér partido del afo, vino al colegio en un enorme Cadillac y todos tuvi- 2 cy J. D. Salinger mos que ponernos en pie en los graderios y recibirle con una gran ovacidn. A la mafiana siguiente nos eché ‘un discurso en la capilla que duré unas diez horas. Em- pez6 contando como cincuenta chistes, todos malisimos, s6lo para demostrarnos lo campechanote que era, Me- ‘nudo rollazo. Luego nos dijo que cuando tenia alguna dificultad, nunca se avergonzaba de ponerse de rodillas y rezar. Nos dijo que debiamos rezar siempre, vamos, hablar con Dios y todo eso, estuviéramos donde estu- viésemos. Nos dijo que debfamos considerar a Dios como un amigo y que él le hablaba todo el tiempo, hasta cuando iba conduciendo. {Qué valot! Me lo imaginaba al muy hipéctita metiendo Ia primera y pidiendo a Dios que Je mandara unos cuantos fiambres més. Pero hacia Ja mitad del discurso pas6 algo muy divertido. Nos es- taba contando lo fenomenal y lo importante que era, ‘cuando de pronto un chico que estaba sentado delante de mi, Edgard Marsala, se tiré un pedo tremendo. Fue luna groseria horrible, sobre todo porque estdbamos en Ja capilla, pero la verdad es que tuvo muchisima gracia. {Qué tio el tal Marsala! No vol6 el techo de milagro. Casi nadie se atrevi6 a reirse en voz alta y Ossenburger hizo como si no se hubiera enterado de nada, pero el director, que estaba sentado 2 su lado, se qued6 pélido al oftlo. jJo! jNo se puso furioso ni nada! En aquel mo- mento se call6, pero en cuanto pudo nos reunié a todos en el paraninfo para una sesi6n de estudio obligatoria ¥ vino a echaros un discurso. Nos dijo que el zespon- Sable de Io que habia ocurrido en la capilla no era dig- no de asistir a Pencey Tratamos de convencer, a, Mar- sala de que se tirara'otro mientras Thurmer hablabe, pero se ve que no estaba en vena, Pero, como les decia, vivia en el ala Ossenburger de la residencia nueva Encontré mi habitacién de lo més acogedora al volver de casa de Spencer porque todo el mundo estaba viendo fl partido y porque, por una vez, habfan encendido la calefaccién. Daba gusto entrar. Me quité la chaqueta y Ja corbata, me desabroché el cuello de Ia camisa y me puse una gorra que me habfa comprado en Nueva York F Fl guardin entre el centeno 2% aquella misma mafiana. Era una gorra de caza roja, de esas que tienen. una visera muy grande. La vi en el escaparate de una tienda de deportes al salir del metro, justo después de perder los floretes, y me !a compré. ‘Me costé sélo un délar. Asi que me la puse y le di la ‘wuelta para que la visera quedara por la parte de atrés. Una horterada, lo reconozco, pero me gustaba ast. La verdad es que ie sentaba la mar de bien. Luego cost el libro que'estaba leyendo y me senté en mi sillén. Habia dos en cada habitacién. Yo tenfa el mio, y mi compa. ero de cuarto, Ward Stradlater, el suyo, Tenian los brazos hechos una pena porque todo el mundo se sentaba cen ellos, pero eran bestante eémodos. Estaba leyendo un libro que habia sacado de la bi- blioteca por error. Se habian equivocado al dérmelo y yo no me di cuenta: hasta que estuve de vuelta en mi habitaciSn. Eta Fuera de Africa, de Isak Dinesen. Cref que seria un plomo, pero no. Estaba muy bien. Soy un completo analfabeto,, peto leo muchisimo, Mi autor preferido es D. B. y luego Ring Lardner. Mi hermano me regalé un libro de Lardner el dia de mii cumpleatios, poco antes de que saliera para Pencey. Tenfa unas cuan: tas obras de teatro muy divertidas, completamente ab- surdas, y una historia de un guardia de Ia porra que se enamota de una chica muy mofa a la que siempre est poniendo multas por pasarse del limite de velocidad Solo que el-guardia no puede casarse con ella porque ya esté casado, Luego la chica tiene un accidente y se mata. Es una historia estupenda. Lo que més me gusta de un libro es que te haga refr un poco de ver en cna. do, Leo un montén de clésicos como La vuelta del indigena y n0 estén mal, y leo también muchos li- bros de guerra y de misterio, pero no me vuelven loco. Los que de verdad me gustan son e308 que cuando acabas de leerlos piensas que ojalé el autor fuera muy amigo tuyo para poder llamarle por teléfono cuando auisieras. No hay muchos libros de esos. Por ejemplo, no me importarfa nada lamar a Isak Dinesen, ni tam: poco @ Ring Lardner, s6lo que D. B. me ha dicho que % J. D. Salinger ya ha muerto, Luego hay otro tipo de libros como La Zondicién humana, de Somerset Maugham, por ejemplo. Lo lef el verano pasado. Es muy bueno, pero nunca se ‘me ocurritia lamar a Somerset Maugham por teléfono. No sé, no me apetecerfa hablar con él. Preferiria llamar a Thomas Hardy. Esa protagonista suya, Eustacia Vye, me encanta. ero, volviendo a Jo que les iba diciendo, me puse mi gorra nueva y me senté a leer Fuera de Africa. Ya Jo habja terminado, pero queria releer algunas partes. No habrfa leido mas de tres péginas cuando of salir a alguien de la ducha. No tuve necesidad de mirar para saber de quién se trataba. Era Robert Ackley, el tfo de Ja babitacién de al lado. En esa residencia habia entre cada dos habitaciones una ducha que comunicaba direc- tamente con ellas, y Ackley se colaba en mi cuarto tunas ochenta y cinco veces al dfa. Era probablemente el tinico de todo el dormitorio, excluido yo, que no hhabja ido al partido. Apenas iba a ningin sitio. Era tun tipo muy taro. Estaba en el iiltimo curso y habia estudiado ya cuatro afios enteros en Pencey, pero todo el mundo’ segufa laméndole Ackley. Ni Herb Gale, su compaiiero de cuarto, le lamaba nunca Bob ‘o Ack. Si alguna vez llega a casarse, estoy seguro de que su mujer Je llsmard también Ackley. Era un tfo de esos amuy altos (media como cis pies y- cuato pulgadas), con los hombros un poco caidos y una dentadura ho- rrenda. En todo el tiempo que fuimos vecinos de ha- bitacidn, no le vi lavarse los dientes ni una sola vez. Los tenia fefsimos, como mohosos, y cuando se le vefa en el comedor con Ia boca llena de puré de patata,o de guisantes 0 algo asf, daba gana de devolver. Ade- mas tenia un montén de granos, no sdlo en Ia frente 0 cn la barbilla como la mayoria de los chicos, sino por toda la cara. Para colmo tenia un carécter horrible. Era un tipo bastante atravesado, Vamos, que no me cafa muy bien. Le sentt en al borde de Ia ducha, justo detrés de mi sillén, Mizaba a ver si estaba Stradiater. Le odiaba W 1 guardin entre el centeno oon a muerte y nunca entraba en el cuarto si él andaba por all, a verdad es que odiaba 2 muerte a casi todo el Bajé del borde de Ia ducha y entré en mi habitacién. —Hola —dijo. Siempre lo decia como si estuviera muy aburrido o muy cansedo, No queria que uno pen- sara que venia a hacerle una visita o algo asi. Queria que uno creyera que venia por equivocacién. Tenia sracia —Hola —le dije sin levantar la vista del libro. Con un tio como Ackley uno estaba perdido si levantaba la vista de lo que leia. La verdad es que estaba perdido de todos modos, pero si no se le miraba en seguida, al menos se retrasaba ‘un poco la cosa. Empezé a pasearse por el cuarto muy despacio como hacfa' siempre, tocando’ todo lo que habla encima del exctitorio y de la cémoda. Siempre te cogia las cosas més personales que tuvieras para fisgonearlas. jJo! A veces le pon a uno nervono —zCémo fue el encuentro de esgrima? —me dijo. Ques obligume a que jee de leer y de estar e gusto. Lo de la esgrima le importaba un rébano—. ¢Ga- ramos 0 qué? —No gané nadie —le dije sin levantar Ia vista del libro. — Qué? —dijo, Siempre le hacfa a uno repetir las cosas. —Que no gané nadie. Le miré de reojo para ver qué habfa cogido de mi eémoda. Estaba mirando la foto de una chica con la que solia salir yo en Nueva York, Sally Hayes. Debia haber visto ya esa fotografia como cinco mil veces. Y, para colmo, cuando Ia dejaba, nunca volvia a ponerla en su sitio. Lo hacia a propésito. Se le notaba. —2Que no’ gand nadie? —dijo—. e¥ cémo es eso? [Gilt lvidé los fortes en el mento —contesté sin —gEn el metro? {No me digas! Quieres decir qu tos perdiste? ae me 28 J. D. Salinger Nos metimos en la lines que no era, Tuve que ir mirando todo el tiempo un plano que habia en la pared. Se acercé y fue a instalarse donde me tapaba toda la Juz. Oye —le dije—, desde que has entrado he lefdo la misma frase veinte veces. Otro cualquiera hubiera pescado al vuelo Ia indizecta, Pero él no. —gCrees que te obligarén a pagarlos? —dijo. No lo sé y ademas no me importa. ¢Por qué no te sientas un poquito, Ackley, tesoro? Me estés tapando Ia Iuz. No le gustaba que le Iamara «tesoro». Siempre me estaba diciendo que yo era un crfo porque tenia dieci- séis y él dieciocho. Siguié de pie. Era de esos tios que le oyen a uno como quien oye lover. Al final hacia lo que le decias, ppero bastaba que se lo dijeras para que tardara mucho més en hacerlo, —gQué demonios estis leyendo? —dijo. —Ua libro. Lo eché hacia atrds con 1a mano para ver el titulo. —aEs bueno? —dijo. —Esta frase que estoy leyendo es formidable. Cuando me pongo puedo ser bastante sarcéstico, pero 41 ni se enterd. Empezé a pasearse otra vez por toda Ja habitacién manoseando todas mis cosas y las de Strad- Tater, Al fin dejé el libro en el suelo. Con un tio como ‘Ackley no babja forma de leer. Era imposib Me repantigué todo lo que pude en el sillén y le miré pasearsc por Ia habitacién como Pedro por su casa. Estaba cansado del viaje a Nueva York y cmpecé a bostezar. Luego me puse a hacer el ganso. A veces me da por ahf para no aburrirme. Me corri la visera hacia delante y me la eché sobre los ojos. No vela nada. —Creo que me estoy quedando ciego —dije con una voz muy ronca—. Mamita, gpor qué esté tan oscuro aqui? ae Fstés como una cabra, te Io aseguro —dijo Ackley Yr 1 guardidn entre el centeno » Mami, dame la mano. ¢Por qué no me das la mano? iia’ que eres pesado! ¢Cuindo vas a rece de wana vezi ‘Empecé a tantear el aire con las manos como un ciego, emo A levecrarone del allt y sia jer de doce: —Mamita, epor qué no me das la mano? Estaba haciendo el indio, claro. A. veces lo paso bit- baro con 50. Ademés. sabia que a Ackley le sacaba de guico, Tene la particulaidad de despertar en mi todo al sadismo que llevo dentro y con é me ponia sédi- ‘co muchas veces. Al final me cansé. Me eché otra vez hacia atrds'la visera y dejé de hacer el payaso. —¢De quién es esto? —dijo Ackley. Habia cogido la venda de Ia rodilla de Stradlater para ensefiérmela. Ese Ackley tenia que sobarlo todo. Por tocar era capaz hasta de coger un slip 0 cualquier cosa asf. Cuando le dije que era de Stradlater Ia tiré sobre la cama. Como la habia cogido del suelo, tuvo que dejarla sobre Ia cama. Se acercé y se senté en el brazo del sillin de Strad- later. Nunca se sentaba en el asiento, siempre en los brazos. —gDénde te has comprado esa gorra? —En Nueva York, —eCudnto? —Un détar. —Te han timado, Empez6 a limpiarse las ufias con una cerilla. Siempre estaba haciendo lo mismo. En cierto modo tenia gracia. Llevaba los dientes todos mohosos y las orejas més negras que un demonio, pero en cambio se pasaba el dia entero limpiéndose las uiias. Supongo que con eso se consideraba un tio aseadisimo. Mientras s¢ las limpia- ba eché un vistazo a mi-gorra, —Allé en el Norte Hlevamos gorras de esas para cazar ciervos —dijo—. Esa es una gorra para la caza del ciervo. —Que te lo has creido —me la quité y.la miré con tun ojo medio guifiado, como si estuviera afinando la 30 J. D. Salinger panteria—. Es una gorra para cazar gente —le dije— Yo me la pongo para matar gente, "Ri Saben ya tus padres que te han echado? —No. Bueno, ey dénde demonios esté Stradlater? “kn el partido. Ha ido con una chica. Bostecé. No podia parar de bostezar, creo que porque ‘en aquella habitaci6n hacia un calor horroroso y eso da Saucho suefio. En Pencey una de dos, o te helabas 0 te achicharrabas. “jEI gran Stradlater! —dijo Ackley—. Oye, déjame tus tijeras un segundo, cquieres? ¢Las tienes a mano? "*No. Las he metido ya en Ja maleta. Estén en lo més alto del armario. “-Déjamelas un segundo, equieres? —dijo Ackley—. Quiero cortarme un padrastro. Le tenia gin cuidado que uno las tuviera en la maleta yen lo més alto del armario. Fui a dérselas y al hacerlo for poco me mato, En el momento en que abti Ia puerta Bel armario se me cayé en plena cabeza la raqueta de fenis de Stradlater con su prensa y todd. Sond un golpe seco y ademas me hizo un dafio horroroso. Pero a Ackley ic hizo una gracia horrorosa y empezd a reirse como un Toco, con esa risa de falsete que sacaba a veces. No paré de refrse todo el tiempo que tardé en bajar Ia maleta y sacar las tijeras, Ese tipo de cosas como que a un tio le pegaran una pedrada en la cabeza, le hacian desternillar- se de risa. “Tienes un sentido del humor finfsimo, Ackley, te. soro —le dije—. gLo sabfas? —le di las tijeras—. Si me dejares ser tu agente, te meteria de locutor en la radio. Volvt a sentarme en el sillén y él empezi a cortarse esas uiias enormes que tenfa, duras como gatras. SRY si lo hicieras encima de la mesa? —le dije—. Cértaielas sobre-la mesa, equieres? No tengo ganas de Clavérmelas esta noche cuando ande por abf descalzo. ‘Pero él siguié dejéndolas caer al suelo. ;Vaya modales que tenia el tio! Era un caso. _ ‘Bl guardin entre el centeno ff Con quién ba silido Stradlater? —dijo. Aungue le odiaba a muerte siempre estaba llevdndole la cuenta de fon quién salfa y con quiéa no. "No lo sé. gPor qué? “Por nada. {Jo! No aguanto ese cabrén. Es que po Ie ago. Spyes 41 en cambio te adora, Me ha dicho que eres "endo ine da por hacer el indo, Ul Cuando me da por hacer el indio, llamo «« > a tofeal mando. La hago por no sburtieme, Siempre con esos aires de superioridad... —dijo Ackley No le soporto, Cualquiera dina {Te importaria cortarte las was encima de la mesa, oye? Te lo he dicho ya como cincuenta... SY’ siempre dindoselas de listo —siguié Ackley—, Yo creo que ni siquiera es inteligente. Pero él se lo tiene credo, Se cree el fo més listo d Te Ackley! Por Dios vivol gQuieres cortarte las ufias encima de la mesa? Te lo he dicho ya como cin- fventa veces. Por fin mé hizo caso. La tinica forma de que hiciera Jo que uno le decfa era gritarle the quo mide prs Lz le de: Batis forioso con Stradlater porque te dijo que debenas avai los dents de ver eo cuands, Pro auieres. saber la verdad, no lo hizo por afin de moles farte. Puede que no lo dijera de muy buenos modos, pero no quiso ofenderte. Lo que quiso decir es que es- farlas mejor te sentifas mejor si te lavaras los dientes alguna vez. “Ye me los lavo, No me vengas con esas. No es verdad, Te he visto y sf que no es cierto le dije, pero sin mala intencién. En cierto modo me daba Iistima. No debe set nada agradable que le digan 4 ao, ge ns ave lo ete, Suadter «5 un to tmuy decente, No es 1 a Lo que pasa es qu 10 Te conoces ae a ere Te digo que es un cabrén. Un-cabrén y un crefdo. 32 J. D. Salinger —Creido sf, pero en muchas cosas ¢s muy gencroso, De verdad —le dije—. Mira, supongamos que Stradla- ter leva una corbata que a ti te gusta. Supdn que leva tuna corbata que te gusta muchisimo, es s6lo un ejemplo. @Sabes lo que harla? Pues probablemente se la. quitaria y te la regalaria, De verdid. O sino, gsabes qué? Te la dejaria encima de tu cama, pero el caso es que te la daria. No hay muchos tios que.. Jué gtacia! —dijo Ackley—. Yo también lo haria si tuviera Ja pasta que tiene No, tii no lo harias. Ti no lo harfas, Ackley, tesoro. Si tuvietas tanto dinero como él, setias el tio ms... —iDeja ya de lamarme «tesoro»! (Maldita seal Con la edad que tengo podria ser tu padre, —No, no es verdad’—le dije. jJo! {Qué pesado se ponfa a’ veces! No perdia oportunidad de recordarme {que él tenia dieciocho aiios y yo dieciséis—. Para em- pezar, no te admitiria en mi familia. —Lo que quiero es que dejes de Hamarme... De pronto se abrié la puerta y entré Stradlater con ‘muchas prisas. Siempre iba corriendo y a todo le daba una importancia tremenda. Se acercd en plan gracioso y ‘me dio un par de cachetes en las mejillas, que es una cosa ‘que puede resultar molestisima. —Oye —me dijo—, evas a algiin sitio especial esta noche? No lo sé Quiaé. ¢Qué pasa fuera? gEstd nevan- do? —Llevaba ei abrigo cubierto de nieve. —Si. Oye, si no vas a hacer nada especial, eme pres- tas tu chaqueta de pata de gallo? —2Quién ha ganado el partido? —Aiin no ha terminado. Nosotros nos vamos —dijo Stradlaer—. Venga, en setio, evas a levar la chaqueta de pata de gallo, 0 no? Me he puesto el traje de fra- nela gris perdido de manchas. —No, pero no quiero que me la des toda de sf con esos hombros gue tienes le dij, Eramos casi de la misma altura, pero él pesaba el doble que yo. Tenia unos hombros anchisimos. _ Bl guardign entre el centeno 3 —Te prometo que no te Ia daré de si. Se acercé al armario a todo correr. —eCémo va esa vida? —le dijo a Ackley. Stradlater era un tio bastante simpético. Tenfa una simpatia un poco falsa, pero al menos era capaz de saludar a Ackley. Cuando éste oyé, lo de «¢Cémo va esa vida?» solté un grid. No qutia contestarl, pero tampoco teafe su cientes agallas como para no darse por entetado. Lue tne dijo: —Me voy. Te veré luego. ° —Bueno —Ie contesté. La verdad es que no se le partia a uno el corszén al verle salir por la puerta Stradlater empezé a quitarse la chaqueta y la corbata —Creo que voy a darme un afeitado répido —dijo. ‘Tenia una barba may cerrada, de verdad. —Dénde has dejado a la'chica con que salias hoy? —le pregunté. ll eperando nel neo alié de la habitacién con el neceser y la toalla debajo del brazo. No llevaba camisa ni nada. Siempre ibs con el pecho al aite porque se creia que tenfa un fisico estu pendo. Y'lo tenfa, Eso hay que reconocerio, re Capitulo 4 Como no tenia nada que hacer me fui a los lavabos con él y, para matar el tiempo, me puse a darle conver- sacién mientras se afeitaba. Estfbamos solos porque to- dos los demés seguian en el campo de fétbol. El calor era infernal y los cristales de las ventanas estaban ‘cu- biertos de vaho. Habia como diez lavabos, todos en fila contra Ja pared. Stradlater se habfa instalado en el de ‘en medio y yo me senté en el de al lado y me puse a abrir y certar el grifo del agua frfa, un tic nervioso que tengo. Stradlater se puso a silbar Song of India mientras se afeitaba. Tenfa un silbido de esos que le atraviesan uno el timpano. Desafinaba muchfsimo y, para colmo, siempre elegia canciones como Song of India 0 Slaughter on Tenth Avenue que ya son dificiles de por si hasta para los que saben silbar. El tfo era capaz de asesinat Jo que le echaran. Se acuerdan de que les dije que Ackley era un marra- ‘no en es0 del-aseo personal? Pues Stradlater también To era, pero de un modo distinto. El era un marrano 4 st guardién entre el centeno 3 en secreto. Parecia limpio, pero habia que ver, por gjemplo, Ia maquinilla con que se afeitaba. Estaba toda oxidada’y lena de espuma, de pelos y de porqueria. Nunca Is limpiaba. Cuando ‘acababa de arreglarse daba el pego, pero los que le conociamos bien ‘sabiamos que ocultamente era un guarro. Si se cuidaba tanto de su aspecto era porque estaba locamente enamorado de sf mnismo. Se. cteia el to més maravilloso del hemisferio occidental. La verdad es que era guapo, eso tengo que reconocerlo, pero cra un guapo de esos que cuando tus, padres lo ven en el catélogo del colegio en seguida pre- guntan: —gQuién es ese chico?— Vamos, que era el tipo de guapo de calendatio. En Pencey habia un mon- tén de tfos que a mi me parecian mucho mas guapos que . pero que luego, cuando los velas en fotografia, siem- pre parecia que tenfén orejas de soplillo 0 una nariz, enorme. Eso me ha pasado un montén de veces. Peto, como decia, me senté en el lavabo y me puse a abrir y cerrar el grifo. Todavia Mevaba puesta la gorra de caza toja con la visera echada para atrés y todo. Me chiflaba aquella gorra aot —dijo Steedlater—, gquieres hacerme un gean —cCuél? —Ie dije sin excesivo entusiasmo. Siempre estaba’ pidiendo favores a todo el mundo. Todos esos, tios que se creen muy guapos © muy importantes son iguales. Como se consideran el no va més, piensan que todos les admirimos muchisimo y que nos morimos por hacer algo por ellos. En cierto modo tiene gracia —¢Sales esta noche? —me dijo —Puede. No lo sé. ¢Por qué? Tengo que leer unas cien paginas del libro de his- toria para el lunes —dijo—. @Podrias escribirme una composicién para la clase de lengua? Si no la presento el lunes, me la cargo. Por eso te lo digo. ¢Me la haces? La cosa tenia gracia, de verdad. —Resulta que # quien echan es a mf y encima tengo que eseribirte una composicién. 36 J. D. Salinger —Ya lo sé. Pero es que si no la entrego, me las voy a ver moradas. Echame una mano, anda, Echame una manita, geh? ‘Tardé un poco en contestatle, A ese tipo de cabrones les conviene un poco de suspense. —gSobre qué? —le dif. —Lo mismo da con tal de que sea descripcién. Sobre tuna habitacién, 0 una casa, 0 un pueblo donde hayas vivido. No importa. El caso'es que describas como loco. Mientras lo decfa solt6 un bostezo tremendo. Eso sf ‘que me saca de quicio. Que encima que te estén pidien- do un favor, bostecen. —Pero no la hagas demasiado bien —dijo—. Ese hi- joputa de Hartzell te considera un genio en composicién y sabe que somos comipafieros de cuarto. Ast que ya sabes, no pongas todos los puntos y comas en su siti. ‘Orra cosa que me pone negro. Que se te dé bien es- cribir y que te salga un tio hablando de puntos y comas. Y Stradlater lo hacla siempre. Lo que pasaba es que queria que uno creyera que si escribia unas composicio- res hortibles era porque no sabia dénde poner las co mas. En eso se parecia un poco a Ackley. Una vez fui con él a un partido de baloncesto. Teniamos en el equi- po aun tio fenomenal, Howie Coyle, que era capaz de encestar desde el centro del campo y sin que la pelota tocara la madera siquiera. Pues Ackley se pas todo el tiempo diciendo que Coyle tenia una constitucién per fecta para el baloncesto. ;Jo! ;Cémo me fastidian esas Al rato de estar sentado empect a aburrirme. Me levanté, me alejé unos pasos y me puse a bailar claquet para pasar el rato. Lo hacia sdlo por divertirme un poco. No tengo ni idea de claquet, pero en los lavabos habia un suelo de piedra que ni pintado para eso, asi que me puse a imitar a uno de esos que salen en las peliculas musicales. Odio el cine con. verdadera pasién, pero me encanta imitar a los artistas. Stradlater me taba a través del espejo mientras se afeitaba y yo lo re BI guardidn entre el centeno 3 Jinico que necesito es publico. Soy un exhibicionista nao. ~ "Soy el hijo del gobernador —le dije mientras zapa- teaba como un loco por todo el cuatto—. Mi padre no quiere que me dedique a bailar. Quiere que vaya a Oxford: Pero yo llevo el baile eri la sangre. Stradlater se 2i6, Tenia un sentido del humor bastante pasable. Es Ia noche dei estreno de la Revista Ziegfeld —me estaba quedando casi sin aliento. No podia ni res- pirar—. FI primer bailarfa no puede salir a escena. Tie- ne una curda monumental. ¢A quién Ilaman para reem- plazatle? A mi. Al hijo del gobernador. —gDe dénde has sacado eso? —dijo Stradlater. Se referia a mi gorra de caza. Hasta entonces no se habia dedo cuenta de que la levaba. Como ya no podia respirar, decidf dejar de hacer el indio. Me quité la gorra y la miré por milésima vez. —Me la he comprado esta mafiana en Nueva York por un délar. 2Te gusta? Stradlater afirmé con Ia cabeza. —Esté muy bien, Lo dijo s6lo por darme coba porque a renglén seguido me pregunté: —éVas a hacerme esa composicién © no? Tengo que saber. —Si me sobra tiempo te Is haré. Si no, no. Me acerqué y volvé a sentarme en el lavabo. —eCon quién sales hoy? ¢Con le Fitzgerald? pide fase! Ye tee dicho que he roto con ese _—éAh, sf? Pues pésamela, hombre. En serio, Es mi tipo. —Puedes quedértela, pero es may mayor para ti. De pronto y sin ningin motivo, excepto que tenia ganas de hacer el ganso, se me ocurrié saltar del lavabo y hacerle a Stradlater ‘un medio-nelson, una lave -de lucha libre que consiste en agatrar al otro tfo por el cuello con un brazo y apretar hasta asfixiarle si te da 38 J. D. Salinger la gana. Asi que lo hice. Me Janeé sobre él como una antera. PantINo jorobes, Holden! —dlijo Stredlater. No tenia ganas de bromas porque estaba afeiténdose—. ¢Quieres que me corte la cabeza, 0 qué? Pero no le solté. Le tenia bien agerrado, 2A que no te libras de mi brazo de hietro? —le dije. —{Mira que eres pesado! Dejé la maquina de afeiter. De pronto levanté los brazos y me obligé a soltarle, Tenfa muchisima fuerza y yo soy la mar de débil. ; =A ver si dejas ya de jorobar! —dijo. | Empez6 a afeitarse otra vez. Siempre lo hacia dos veces para estar guapfsimo. Y con la misma cuchilla asquerosa. SUEY si no_has slido con Ja Fitegerald, gcon quién entonces? —le pregunté. Habfa vuelto @ sentarme en el lavabo—. {Con Phyllis Smith? —No, ibaa salir con ella, pero se complicaron las cosas. Ha venido la compafiera de cuarto de Bud Thaw. iAh! {Se me olvidaba! Te conoce —2Quién? —pregunté. —Esa_ chica. — Si? le dije—. ¢Cémo se Hama? ‘Aquello me interesaba much{simo. —Espera. jAh, si! Jean Gallaher. jAtiza! Cuando lo of por poco me desmayo. —jJane Gallaher! —le dije. Hasta me levanté del lavebo. No me mori de milagro—. ;Claro que la conozco! Vivia muy cerca de la casa donde pasamos el verano el afio antepasado. Tenfa un Dobberman Pinscher. Por es0 Ia conoci. El perro venia todo el tiempo a nuestra... —Me ests tapando la luz, Holden —dijo Stradla- ter. ¢Tienes que ponerte precisamente ahi? "Jol iQue nervioso me habfa puesto! De verdad —aénde esté? —le pregunté—. Deberia bajar a decirle hola. ¢Esté en el anejo? Si. Yr El guardién entre el centeno ” —eCémo es que habéis hablado de m{? ¢Va a B.M. ahora? Me dijo que iba a ir o alli o a Shipley. Cref que al final habia decidido ir a Shipley. Pero, gcémo es que habéis hablado de mi? Estaba excitadisimo, de verdad. —No'lo sé. Levéntate, quieres? Te has sentado en- ‘ima de mi toalla —me habia sentado en su toalla, iJane Gallaher! jNo. podia creerlo! {Quién lo iba a decir! Stradlater se estaba poniendo en el pel. Mi Vitali —Sabe bailar muy bien —le dije—. Baila ballet. Prac- ticaba siempre dos horas al dia aunque hiciera un calor horroroso. Tenia mucho miedo de que se le estropearan Is piernas con eso, vamos, de que se le pusieran gordas. Jugabamos a las damas todo el tiempo. eA qué? —A las damas, —2A las damas? jNo fastidies! —Si. Ella nunca las movia. Cuando tenia una dama nunca Ia movia. La dejaba en la fila de atrés. Le gus- taba verlas asi, todas alineadas. No las movia Stradlater no dijo nada. Esas cosas nunca le interesen a casi nadie —Su made eta socia del mismo club que nosotros. Yo recogla las pelotas de vez en cuando para ganarme unas pertas. Un par de veces me tocé con ella. No le daba a la bola ni por casualidad Stradlater ni siquiera me escuchaba. Se estaba pei nando sus maravillosos bucles. —Voy a bajar a decirle hola —Anda sf, ve —Bajaré dentro de un momento. Volvié a hacerse la raya. Tardaba en peinarse como media hora. —Sus padres estaban divorciados y su madre se ha- bia casado por segunda vez con un tfo que bebfa de lo lindo, Un hombre muy flaco con unas. piernas. todas peludas. Me acuerdo estupendamente. Llevaba shorts todo el tiempo. Jane me dijo que escribfa para el tea 0 J. D. Salinger txo 0 algo asi, pero yo siempre le vela bebiendo y escuchando todos los programas de misterio que daban por la radio. Y se paseaba en pelota por toda la casa. Delante de Jane y todo. —¢Si? dijo Stradlater. Aquello s{ que le interes6. Lo del borracho que se paseaba desnudo por delante de Jane. Todo lo que tuviera que ver con el sexo, le encantaba al muy hijoputa. —Ha tenido una infancia terrible. De verdad. Pero eso a Stradlater ya no le interesaba. Lo que le gustaba era lo otro. —iJane Gallaher! {Qué gracia! —no podia dejar de pensar en ella. —Tengo que bajar a. saludarla —~Por qué no vas de una vez en vez de-dar tanto la lata? —dijo Stradlater. Me acerqué a Ia ventana pero no pude ver nada por- que estaba toda empafieda —En este momento no tengo ganas —le dije. Y era verdad. Hay que estar en vena para esas cosas—. Cref que estudiaba en Shipley. Lo hubiera jurado. Me pascé un rato por los lavabos. No tenia otra cosa que hacer. —ale ha gustado el partido? —dije. —Si, Supongo que st. No lo sé. Te ha dicho que jugébamos a las damas todo el tiempo? —=Yo qué sé. ;Y no jorobes més, por Dios! Sélo acabo de conocerla Habia terminado de peinarse su hermosa mata de pelo y estaba guardando todas sus marranadas en el neceser. —Oye, dale recuerdos mios, zquieres? —Bueno —dijo Stradlater,’ pero me quedé conven- cido de que no Jo haria. Esos tfos nunca dan recuerdos a nadie, Se fue, y yo ain seguf un rato en los lavabos pensando en Jane. Luego volv{ también a Is habitacién. —Oye —le dije— no. le digas que me han echado, geh? Tr J guardién entre el centeno a —Bueno, Eso era lo que me gustaba de Stradlater. Nunca te nia uno que darle cientos de explicaciones como habia jque hacer con Ackley. Supongo que en el fondo era porque no le importaba un pito, Se puso mi chaqueta de pata de gallo. —No me la estires por todas partes —Ie dije. Sdlo me la habfa puesto dos veces. “No. gDénde habré dejado mis cigarrillos? —Estin en el esctitorio— le dije. Nunca se acorda- ba de dénde ponia nade—. Debsjo de la bufanda. Los cogié y se los metié en el bolsillo de la chaqueta. De mi chaqueta. ‘Me puse la visera de la gorra hacia delante para va- rier, De repente me entraron unos nervios horrorosos.. Soy un tipo muy nervioso. —Oye, cadénde vais a ir? ¢Lo sabes ya? —le pre- gunté. No. Si nos da tiempo iremos a Nueva York. Pero no creo. No ha pedido permiso més que hasta las nueve y media, No me gusté el tono en que lo dijo y le contesté: —Seré porque no sabia lo guapo y to fascinante que eres. Si lo hubiera sabido habria pedido permiso hasta les nueve y media de la matiana. —Desde luego — dijo Stradlater. No habia forma de hacerle enfadar. Se Io tenia demasiado cteido. —Ahora en serio. Escribeme esa composiciin —dijo, Se habfa puesto el abrigo y estaba 2 punto de salir. —No hace falta que te mates. Pero eso sf, ya sabes, que sea de muchfsima descripcién, geh? 'No le contesté. No tenia ganas. Sélo le dije: —Pregiintale si sigue dejando todas las damas en Ia linea de atrés. —Bueno —dijo Stradlater, pero estaba seguro de que no se lo iba a preguntar. —iQue te diviertas! —dijo. Y luego salié dando un portazo. 2 J. D. Salinger Cuando se fue, me quedé sentado en el sillén como media hora. Quiero decir sélo sentado, sin hacer nada mis, excepto pensar en Jane y en que habia salido con Stradlater. Me puse tan nervioso que por poco me vuel- vo loco. Ya les he dicho lo obsesionado que estaba Stradlater con eso del sexo. ‘De pronto Ackley se colé en mi habitacidn a través de Ja ducha, como hacia siempre. Por una vez me alegré de verle. Ast dejaba de pensar en otras coses. Se qued6 alli hasta la hora de cenar hablando de todos los tfos de Pencey a quienes odiaba a muerte y reventéndose un grano muy gordo que tenfa en le barbilla. Ni siquiera sacé el pafiuelo para hacerlo. Yo creo que el muy cabrén ni siquiera tenfa pafuelos. Yo nunca le vi ninguno. Capitulo 5 Los sibados por la noche siempre cendbamos lo mis- mo en Pencey. Lo consideraban una gran cosa porque nos daban un filete. Apostarfa la cabeza a que lo hacian porque como el domingo era dia de visita, Thutmer pen- saba que todas las madres preguntarian a sus hijos qué habfan cenado la noche anterior y el nifio contestarfa: «Wn filete.» {Menudo timo! Habfa que ver el tal filete. Un pedazo de suela seca y dura que no habfa por dénde meterle mano: Para acompaiatlo, nos daban un puré de patata Meno de grumos y, de postre, un bizcocho ne- gruzco que sélo se comian los de Ia elemental, que a los pobres lo mismo les daba, y tipos como Ackley que se zampaban lo que les echaran. Pero cuando salimos del comedor tengo que reconocer que fue muy bonito. Habfan catdo como tres pulgadas de nieve y segufa nevando a manta. Estaba todo precioso. Empezamos a tirarnos bolas unos a otros y hacer el indio como locos. Fue un poco cosa de crfos, pero nos divertimos muchfsimo. “a “4 J. D. Salinger Como no tenfa plan con ninguna chica, yo y un a mio, un tal Mal Brossard que estaba en el equipo de lucha libre, decidimos irnos en autobiis a Agerstown a comer una hamburguesa y ver alguna porquerfa de pelicula, Ninguno de los dos tenia ninguna gana de pa- sarse la noche mano sobre mano. Le pregunté a Mal si e importaba que viniera Ackley con nosotros. Se me ‘ocurtié decirselo porque Ackley nunce hacia nada los sé- bados por Ia noche. Se quedaba en su habitacién a reventarse granos. Mal dijo que no le importaba, pero que tampoco le volvia loco la idea. La verdad ¢s que Ackley no le caia muy bien. Nos fuimos a nuestras res- pectivas habitaciones a arreglarnos un poco y mientras me ponia los chanclos le grité a Ackley que si querfa venirse al cine con nosotros. Me oyé perfectamente @ través de las cortinas de la ducha, pero no dijo nada. Era de esos tios que tardan una hora en contestar. Al final vino y me pregunté con quiéa iba. Les juro que si un dia naufragara y fueran a rescatarle en una barca, antes de dejarse salvar preguntaria quién iba remando. Le dije que iba con Mal Brossard. —Ese cabrén... Bueno. Espera un segundo. Cualquiera diria que le estaba haciendo a uno un fa- vor. Tard6 en arreglarse como cinco horas. Mientras esperaba me fui a Ia ventana, la abri e hice una bola de nieve directamente con las manos, sin guantes ni nada. La nieve estaba perfecta para hacer bolas. Tba a tirarla ‘a-un coche que habfa aparcado al otro lado de la calle, pero al final me arrepenti, Daba pena con lo blanco y limpio que estaba. Luego pensé en tirarla a una boca de agua de esas que usan los bomberos, pero también esta- ba muy bonita tan nevada. Al final no la tiré. Cerré la ventana y me puse @ pasear por la habitacién apelma- zando la bola entre las manos. Todavfa la llevabe cuando subimos al autobis. El conductor abrié la puerta y me obligé ‘a tirarla, Le dije que no pensaba echérsela a nadie, pero no me crey6. La gente nunca se cree nada. Brossard y Ackley habian visto ya Ia pelfeula que po- fan aquella noche, asf gue nos comimos un par de ham- Yr 1 guardién entre el centeno 6 bburguesas, jugamos un poco a la méquina de las bolitas, ‘volvimos a Pencey en el autobits. No me importé nada jo ir al cine. Ponfan una comedia de Cary Grant, de esas que son un rollazo, Ademés no me gustaba ir al cine gon Brossard ni con Ackley. Los dos se: refan como hienas de cosas que no tenfan ninguna gracia, No habia quien lo aguantara Cuando volvimos al colegio eran las _nueve menos cuatto. Brossard era un maniftico del bridge y empez6 1 buscar a alguien con quien jugar por toda la residen- cia, Ackley, para variar, aparcé en mi habitacién, sdlo que esta ver en lugar de sentarse en el sillén de Stradla- ter se tird en mi cama y el muy marrano hundié Ia cara en mi almohada, Luego empezé a hablar con una voz de lo més monétona y a reventarse todos sus granos. Le eché con mil inditectas, pero el tio no se largaba. Si uid, dale que te pego, hablando de esa chica con la que decfa que se habia ‘acostado durante el verano. Me Jo habia contado ya cien veces, y cada vez de un modo distinto. Una te decia que se la habia titado en el Buick de su primo, y a la siguiente que en un muelle. Natu- ralmente todo eta puro cuento. Era el tfo més virgen que he conocido. Hasta dudo que hubiera metido mano a ninguna. Al final le dije por las buenas que tenia que escribir una composicién para Stradlater y que a ver si se iba para que pudiera concentrarme un poco. Por fin se larg6, pero al cabo de remolonear horas y horas. Cuan- do se fue me puse el pijama, la bata y la gorra de caza y me senté a escribir In composicién. Lo malo es que no podia acordarme de ninguna ha bitacién ni de ninguna casa como me habia dicho Ste later. Pero como de todas formas no me gusta escribir sobre cuartos ni edificios ni nada de eso, lo que hice fue escribir el guante de béisbol de mi hermano Allie, que era un tema estupendo para una redaccién, De verdad Era un guante para la mano izquierda porque mi her- mano era zurdo, Lo bonito es que tenfa poemas escritos en tinta verde en los dedos y por todas, partes. Allie los escribié para tener algo que leer cuando estaba en Yr % J. D. Salinger cl campo esperando. Ahora Allie est4 muerto. Murié de eucemia el 18 de julio de 1946 mientras pasébamos el verano en Maine. Les hubiera gustado conocerle. Tenia dos afios menos que yo y era cincuenta veces més inte- ligente. Era enormemente inteligente. Sus profesores escribfan continuamente a mi madre para decitle .que era un placer tener en su clase a un nifio como mi her- mano. Y no lo decfan porque si. Lo decian de verdad. Pero no era sélo el mas listo de la familia, Era también €l mejor en muchos otros aspectos. Nunca se enfadaba con nadie. Dicen que los pelitrojos tienen mal genio, pero Allie era una excepeién, y eso que tenfa el pelo més rojo que nadie. Les contaré un caso para que se hagan una idea. Empecé a jugar al golf cuando tenfa slo diez ais. Recuerdo una vez, el verano en que cumpli los doce afios, que estaba jugando y de repente tuve el pre. sentimiento de que si me volvia veria a Allie. Me volvi y allf estaba mi hermano, montado en su bicicleta, al otro lado de la cerca que rodeaba el campo de golf. Es- taba nada menos que a unas ciento cincuenta yardas de distancia, pero le vi claramente. Tan rojo tenfa el pelo, iDios, qué buen chico eral A veces en In mesa se ponia 4 pensar en alguna cosa y se reia tanto que poco le fal taba para caerse de la silla. Cuando murié tenia sélo trece afios y pensaron en Hevarme a un siquiatra y todo porque hice aficos todas Jas ventanas del garaje. Com- prendo que se asustaran. De verdad. La noche que mutié dormf en el garaje y rompi todos Jos cristales con el puto sélo dé la rabia que me dio. Hasta quise romper as ventanillas del coche que teniamos aquel verano, pero me habfa roto la mano y no pude hacerlo. Pen. sarin que fue una estupidez, pero es que no me daba cuenta de lo que hacfa y ademas ustedes no conocian a Allie. Todavia me duele la mano algunas veces cuan- do Ilueve y no puedo cerrar muy bien el putio, pero no me imporia mucho porque no pienso dedicarme a ciru- jano, ni a violinista, ni @ ninguna de esas cosas. Pero, como les decia, escrib{ la redaccién sobre el guante de béisbol de Allie, Daba la casualidad de que i guerdién entre el centeno " enfa en la maleta asf que copié directamente los do eas que tenia escritos. S6lo que cambié el nombre FewAllie para que nadie se diera cuenta de que era mi fermano y pensaran que era el de Stradlater, No me gost mucho usar el guante para una composition, pero Sige -me_ocutria otra cosa. Ademés, como tema me taba. Tardé como una hora porque tuve que utili er la maquina de escribir de Stradlater, que se atascaba Zontinuamente, La mia se la habia prestdo a un tio del mismo pasillo. ‘Cuando. acabé eran como las diez y media. Como no estaba carisado, me puse a mirar por la ventana, Haba dejado de nevar, pero de vez en cuando se ofa el motor de un coche que no acababa de arrancar. También se ofa roncar a Ackley. Los ronquidos pasaban a través de fas cortinas de Ia ducha, Tenfa sinusitis y no podta res- pirar muy bien cuando dormia. Lo que es el tio tenia de todo: sinusitis, granos, una dentadura horrible, hal tosis y unas ufas espantosas. El muy cabrén daba has- ta un poco de léstima. Yr | Capitulo 6 Hay cosas que cuesta un poco recordarlas, Estoy pen- sando en cuando Stradlater volvié aquella’ noche des- pués de salir con Jane. Quiero decir que no sé qué es- taba haciendo yo exactamente cuando of sus pasos acer- carse por el pasillo. Probablemente seguia mirando por Ia ventana, pero la verdad es que no me acuerdo, Quiz porque estaba muy preocupado, y cuando me preocupo mucho me pongo tan mal que hasta me dan ganas de ir al bafio. Sélo que no voy porque no puedo dejar de preocuparme para ir. Si ustedes hubieran conocido a Stradlater les habrfa pasado lo mismo, He salido con él en plan de parejas un par de veces, y sé perfectamente por, qué Io digo. No tenfa el menor escripulo, De verdad. EI pasillo tenia piso de lindleum y se ofan perfect mente las pisadas acercéndose a la habitacién. Ni siquie- ta sé donde estaba sentado cuando entré, si en Ia re- pisa de la ventana, en mi sillén, o en el suyo. Les juro que no me acuerdo, Entré quejdndose del frio que hacia. Luego dijo: 8 ‘Bt goardidn entre el centeno ” —aDénde se ha metido todo el mundo? Esto parece el depésito de cadéveres. Nime molesté en contestatle, Si era tan imbécil que no se daba cuenta de que todos estaban durmiendo o pasando el fin de semana en casa, no iba a molestazme yo en explicirselo. Empezs a desnudarse. No dijo nada de Jane. Ni una palabra. Yo s6lo le miraba. Todo lo que hizo fue darme las gracias por habetle prestado la cha- queta de pata de gallo. La colgé en una percha y la smetié en el armario, ‘Luego, mientras se quitaba la corbata, me pregunté si habia escrito Ia redaccidn. Le dije que la tenfa enc mma de Ia cama. La cogié y se puso a leerla mientras se desabrochaba la camisa. Ahi se qued6, leyéndola, mien- tras se acariciaba el pecho y el estémago con una ex: presién de estupidez supina en Ia cara. Siempre estaba fcaticiéndose el pecho y Ja cara. Se queria con locura, el tfo. De pronto dijo: =Pero, ¢a quign se le ocurte, Holden? Has eseri- to sobre un guante de béisbol! —2¥ qué? —le contesté més flo que un témpano gCémo que y qué? Te dije que describieras un cuarto 0 algo asi. —Difjiste que no importaba con tal que fuera descrip. cién. ¢Qué mas da que sea sobre un guante de béisbol? iMaldita sea! —estaba negro el tio, Furiosisimo— Todo tienes que hacerlo al revés —me miré—. No me extrafia que te echen de aqui. Nunca haces nada a dere- ches. Nada. —Muy bien. Entonces devuélvemela —le dije. Se Ia arranqué de la mano y Ia romp. —-¢Por qué has hecho eso? —di Ni siquiera le contesté. Eché los trozos de papel a la papelera, y luego me tumbé en la cama. Los dos guat- demos silencio un buen rato. El se desnudé hasta que- darse en calzoncillos y yo encendi un cigartillo, Estaba probibido fumar en la residencia, pero a veces lo hacia- mos cuando todos estaban dormidos 0 en sus casas y nadie podfa oler el humo. Ademés lo hice a propésito ” para molestar a Stradlater. Le sacaba de q guien hiciera algo contra el reglamento. El jamés fumaba en Ia habitacién. Sélo yo. Segufa sin decir una palabra sobre Jane, asf que al final le pregunté: —eCémo es que vuelves a esta hora si ella sélo ha- bia pedido permiso hasta las nueve y media? ¢La ciste llegar tarde? Estaba sentado al borde de su cama corténdose las uiias de los pies. —Sélo un par de minutos —dijo—. ¢A quiéa se le cocusre pedir permiso hasta esa hore un sibado por la noche? Dios mio! ;Cémo le odiaba! —@Fuisteis a Nueva York? —le dije. —gEstés loco? gCémo slamos a ir a Nueva York si ‘slo teniamos hasta las nueve y media? —Mala suerte —me miré. —Oye, si no tienes més remedio que fumar, ete im- portarfa hacerlo en los lavabos? Ti te largas de aquf, pero yo me quedo hasta que me grade. No le hice caso, Seguf fumando como una chimenes. Me di Ia vuelta, me quedé apoyado sobre un codo y le miré mientras se cortaba las uflas. {Menudo colegio! Adonde uno mirase, siempre vela a un tfo 0 corténdose las ufias 0 reventéndose granos. —ale diste recuerdos mfos? St. EL muy cabrén mentia como un cosaco. —2Qué dijo? ¢Sigue dejando todas las damas en la fila de atrés? —No se lo pregunté. No pensarés que nos hemos pasado la noche jugando a las damas, gno? No le contesté, jJo! ;Cémo le odiaba! —Si'no fuisteis a Nueva York, equé hicisteis? No podia controlarme. La vor me temblaba de una manera hortorosa. {Qué nervioso estaba! Tenia el pre- sentimiento de que habia pasedo algo. ‘Bt guardido entre el centeno 3 Estaba acabando de cortarse las uas de los pies. Se levant6 de la cama en calzoneillos, tal como estaba, y em- a hacer el idiota. Se acerc6 @ mi cama y, de broma, ine dio una scric de pufietazos en el hombro. “—jDeja ya de hacer el indio! —le dije—. ¢Adénde I bas levado? A ninguna parte. No bajamos del coche. Volvid a darme otro puiietazo en el hombro. —jVeriga, no jorobes! —le dije—. ¢Del coche de quien? —De Ed Banky. Ed Banky era el entrenador de baloncesto. Protegia mucho @ Stradlater porque era el centro del equipo. Por exo Ie prestaba su coche cuando queria. Estaba prohi- bido que los alumnos usaran los coches de los profeso- res, pero esos cabrones deportistas siempre se protegian ‘unos a otros. En todos los colegios donde he estado saba Io mismo. Stradlater siguié atizéndome en el hombro. Llevaba el cepillo de dientes en Ia mano y se lo metié en la boca. —cQué hiciste? ¢Tirértela en el coche de Ed Banky? —jeémo me temblaba Ia voz! —iVaya manera de hablar! ¢Quietes que te lave la boca con jabén? —Es0 es lo que hiciste, ¢no? Secreto profesional, amigo. No me acuerdo muy bien de qué pasé después. Lo Yinico que recuerdo es que salté de la cama como si tuviera que ir al bafio o algo asf y que quise pegar con todas mis fuerzas en el cepillo de dientes para clavérse- Jo en Ja garganta. Sélo que fallé, No sabia ni lo que hacfa, Le alcaneé en la sien. Probablemente le hice dato, pero no tanto como querfa. Podria haberle hecho mu: cho més, pero le pegué con Ia derecha y con esa mano no puedo cerrar muy bien el pufio por lo de aquella frac: tura de que les hablé. Pero, como iba diciendo, cuando me quise dar cuenta estaba tumbado en el suelo y tenia encima a Stradlater con la cara roja de Furia. Se me habfa puesto de rodillas 2 J.D, Salinger sobre el pecho y pessba como una tonelada. Me sujeta- ba las mufiecas para que no pudiera pegarle, Le habria matado. —2Qué te ha dado? —sepetia-una y otea vez con la cara cada vex més colorada. —iQuitame esas cochinas ‘rodillas de encima! —Ie dije casi gritando—. {Quitate de encima, cabrén! No me hizo caso. Siguié sujetndome las mufiecas mientras yo le gritaba hijoputa como cinco mil veces seguidas. No recuerdo exactamente lo que le dije des: pués, pero fue algo ast como que crefa que podia tirar- se a todas las tas que le diera la gana y que no le im- portaba que una chica dejara todas las damas en la liltima fila ni nada, porque era un tarado. Le ponta negro gue le llamara «tarado». No sé por qué, pero a todos los tarados les revienta que se Jo digan. —iCillate, Holden! —me grité con la cara como la grana—, Te lo aviso. ;Si no te callas, te patto la cara! Estaba hecho una fiera. —iQuitame esas cochines rodillas de enc: dije. Si lo hago, ete callards? No le contesté. —Holden, si te dejo en paz, ¢te callarés? —repiti6. Si Me dejé y me levanté, Me dolfa el pecho horriblemen- te porque me lo habia aplastado con las rodilles. —jEres un cochino, un tarado y un hijoputa! —le dije. Aquello fue la puntilla. Me planté la manaza delante de Ia cara, | —jAndate con ojo, Holden! ;Te lo digo por iltima vez! Si no te callas te voy a. —¢Por qué tengo que callarme?. —le dije casi a gri- tos—. Eso es lo malo que tenéis todos vosotros los tarados. Que nunca queréis admitir nada. Por eso se os yeronoce en seguide. No podéis hablar normale te de... Se lanzé sobfe mi y en un abrir y cerrar de ojos me encontré de nuevo en el suelo, No sé si legé a dejarme rT {5} guardidn entre el centeno 33 K.0. 0 no. Creo que no. Me parece que ¢s0 sélo pasa en las peliculas. Pero la nariz me sangraba a chorros. Guando abri Jos ojos lo tenfa encima de mi. Llevaba su neceser debajo del brazo. —ePor qué no has de callate cuando te lo digo? —me dij. Estaba muy nervioso. Creo que tenia miedo de ha- bermé fracturado el créneo cuando me pegé contra el suelo. {Ojala me lo hubiera roto! — Ti te lo has buscado, qué leches! jo! ;No estaba poco preocupado el tfo! Ve a lavarte la cara, ¢quieres? —me dijo. Le contesté que por qué no iba a lavérsela él, lo cual fue una estupidez, lo reconozco, pero estaba tan fui so que no se me ocurrié nada mejor. Le dije que camino del bafio no dejara de cepillarse a la sefiora Schmidt, que era Ia mujer‘del portero y tenfa sesenta y cinco atios. ‘Me quedé sentado en el suelo hasta que of a Stradla- ter cerrar 1a puerta y alejarse por el pasillo hacia los lavabos. Luego me levanté. Me puse a buscar mi gorra de caza pero no podia dar con ella. Al fin Ia encontzé. Estaba debajo de la cama. Me la puse con Ia visera para strds como a mf me gustaba, y me fui a mirar al espejo. Estaba hecho un Cristo. Tenia sangre por toda la boca, por la barbilla y hasta por el batin y el pijama, En parte me asusté y en parte me fascin6, Me daba un aspecto de duro de pelicula impresionante. S6lo he tenido dos peleas en mi vida y las he perdido las dos. La verdad es que de duro no tengo mucho. Si quieren que les diga Ia verdad, soy pacifista. Pensé que Ackley habria ofdo todo el escindalo y cstarfa despierto, asf que crucé por la ducha y me mett en su habitacién para ver qué estaba haciendo. No solia ir mucho a su cuarto, Siempre se respiraba alli un tufillo taro pot lo descuidado que era en eso del aseo personal. rT Capitulo 7 Por entre las cortinas de Ja ducha se filtraba en su cuarto un poco de luz. Estaba en la cama, pero se le no- taba que no dormfa. —Ackley —le pregunté—. eEstés despierto? —Si Haba tan poca luz que tropecé con un zapato y por poco me rompo Ia erisma. Ackley se incorporé en la cama y se qued6 apoyado sobre un brazo. Se haba pues- to por toda la cara una pomada blanca para los granos. Daba miedo verle asi en medio de aquella oscuridad. —eQué haces? —2Cémo que qué hago? Estaba a punto de dormir. me cuando os pusisteis a armar ese escindalo, ¢Por qué os peledbais? —eDénde esti la Have de la luz? —tanteé la pared con Ia mano. —gPara qué quieres luz? Esté abi, a Ia derecha. ‘Al fin Ia encontré, Ackley se puso'la mano-a modo de visera para que el resplandor no le hiciera dafio a los ojos, 34 al guerdin entre ol centeno 3 —iQué barbaridad! —dijo—. ¢Qué te ha pasado? Se referia a la sangre. Me peleé con Stradlater —le dije. Luego me senté en el suelo. Nunca tenian sillas en esa habitacién. No sé qué hacfan con ellas—. Oye —le dije—, gjugamos tun poco-e Ia canasta? —era un adicto a la canasta, —Estiés sangrando. Yo que tii me pondria algo ahi. —Déjalo, ya pararé. Bueno, gqué dices? gJugamos ala canasta 0 no? —=gA la canasta ahora? ¢Tienes idea de la hora que es? —No es tarde. Deben ser sélo como las once y media, —A¥ te parece pronto? —dijo Ackley—, Mafiana ten- go que levantarme temprano para ir a misa y a vosotros zo s€ 0s ocurre més que pelearos a media noche. ¢Quie- res decitme que os pasaba? —Es une historia muy larga y no quiero aburrirte. Lo hago por tu bien, Ackley —le dije Nunca le contaba’mis cosas, sobre todo porque eia un estipido. Stradlater comparido con él era un verda- dero genio. —Oye —le dije—, epuedo dormir en Ia cama de Ely esta noche? No va a volver hasta mafiana, gno? ‘Ackley sabia muy bien que su compafero de cuarto pasaba en su casa todos los fines de semana. "Yo qué sé cudndo piensa volver! —contest6. {Jo! iQué mal me sent6 aguello! —eCémo que no sabes cudndo piensa volver? Nunca vuelve antes del domingo por la noche. —Pero yo no puedo dar permiso para dormir en su cama a todo el que se presente aqui por las buenas. ‘Aquello era el colmo. Sin moverme de donde estaba, le di unas palmaditas en ef hombro —Eres un verdadero encanto, Ackley, tesoro. Lo sa- bes, everdad? —No, te lo digo en serio. No puedo decirle a todo el que... . —Un encanto, ¥ un caballero de Jos que ya no que- dan —le dije. Y era verdad. Ee 36 J. D. Salinger Tienes por casualidad un cigarrillo? Dime que no, ome desmayaré del sust. “Pues la verdad es que no tengo. Oye, gpor qué os habéis peleado? No le contesté. Me levanté y me acerqué a la ven. tana. De pronto sentia una soledad espantosa. Casi me entraron ganas de estar muerto. —Venga, dime, gpor qué os peledbais? —me pregun- 16 pot centésima vez. (Qué rollazo era el tfo! —Por ti —le dije. —¢Por mi? {No fastidies! —St. Salf en defensa de tu honor. Stradlater dijo que tenfas un carécter horroroso y yo no podia consen- Sr gue dete. asunto le interesé muchisimo. —@De verdad? {No me digas! 2He sido por eso? Le dije que era una broma y me tumbé en Ia cama de Ely. jJo! jEstaba hecho polvo! En mi vida me habia sentido tan solo. —En esta habitacidn apesta —le dije—. Hasta aqui llega el olor de tus caleetines. gEs que no los mandas nunca a la lavanderta? —Si no te gusta cémo huele, ya sabes lo que tienes que hacer —dijo Ackley. Era la mar de ingenioso—. Y si apagaras Ia luz? No Ie hice caso. Segufa tumbedo en Ia cama de Ely pensando en Jane. Me volvia loco imagindrmela con Stradlater en el coche de ese cretino de Ed Banky apar- cado en alguna parte. Cada vez que lo pensaba me en- traban ganas de tirarme por la- ventana, Claro, ustedes no conocen a Stradlater, pero yo si le conocia. Los chi- cos de Pencey —Ackley por ejemplo— se paseban el dia hablando de que se habian acostado con tal o cual chica, pero-Stradlater era uno de Ios pocos que lo hacia de verdad. Yo conocia por lo menos a dos que él se habia cepillado. En setio. —Cuéntame la fascinante historia de tu vida, Ackley, tesoro. ‘nt guerdiéa entre ol centeno m7 — or qué no apagas la luz? Mafiana tengo que le- antarme temprano para ir a misa. ‘Me levamté y la apagué para ver si con eso se callaba. Lego volvi a tumbarme. —éQué vas a hacer? ¢Dormir en Ia cama de Ely? iJol {Era el perfecto anfitrién! —Puede que si, puede que no. Ti no te preocupes. —No, si no me preocupo. Séio que si aparece Ely y se encuentra a un tio acostado en. —Tranquilo. No'tengas miedo que no voy a dormir aqui. No quiero abusar de tu exquisita hospitalidad, ‘A los dos minutos Ackley ronceba como un energi- meno. Yo segufa acostado en medio de la oscuridad tra tando de no pensar en Jane, ni en Stradlater, ni en el pufeteto coche de Ed Banky. Pero era casi imposible. Lo malo es que me sabfa de memoria la técnica de mi compatiero de cuarto, y eso empeoraba mucho la cosa. Una vez sal{ con él y con dos chicas. Fuimos en coche. Stradlater iba detrés y yo delante. jVaya escuela que tenia! Empez6 por latgarle a su pareja un rollo larguf- simo en una voz muy baja y asf como muy sincera, como si ademés de ser muy guapo fuera muy buena persona, un tfo de lo més integro. Sélo ofrle daban ganas de vo- mitar. La chica no hacia més que decir: «No, por fa- vor. Por favor, no. Por favor...» Pero Stradlater siguié dale que te pego con esa voz de Abraham Lincoln que sacaba el muy cabrén, y al final se hizo un silencio es- pantoso. No sabfe uno ni adénde mirar. Creo que aquella noche no legé a tirarse a la chica, pero por poco. Por poguisime. Mientras segufa alli tumbado tratando de no pensar, of a Stradlater que volvia de los lavabos y entraba en nuestra habitacin, Le of guardar los trastos de aseo y sbrir la ventana. Tenfa una manfa horrorosa con ¢s0 del aire fresco. Al poco rato apagé la luz. Ni se moles- 16 en averiguar qué habia sido de mf. Hasta la calle estaba deprimente. Ya no se ofa pasar ningin coche ni nada. Me sentf tan triste y tan solo que de pronto me entraron ganas de despertar « Ackley. Yr 38 J. D. Salinger —Oye, Ackley —le dije en voz muy baja para que Stradlater no me oyera a través de las cortinas de la ducha. Pero Ackley siguid durmiendo —iOye, Ackley! Nada, Dormia como un tronco. iE! jAckl Aguella vez si me oy6. —2Qué te pasa chora? gNo ves que estoy dur miendo? —Oye, gqué hay que hacer para entrar en un monas. terio? —se me acababa de ocurrir le idea de hacerme monje—. ¢Hay que ser catélico y todo eso? desis? a0 hay qe ser etic! jCabréa! 2¥ me lespiertas para preguntarme esa estupidez? —Vuélvete a dormir. De todas formas acabo de deci- dir que no quiero ir a ningiin monasterio. Con la suerte que tengo itia a dar con los monjes més hijoputas de todo el pats. Por lo menos con los més estipidos. Cuando me oyé decir eso, Ackley se sent en la cama de un salto. —iOyeme bien! —me dijo—. No me importa lo que digas de m{ ni de nadie. Pero site metes con mi reli gién te juro que. —No te sulfures —le dije— religién. ‘Me levanté de la cania y me dirigi a la puerta: En el camino me paré, le cogi una mano, y le di un fuerte apretén. El la retird de un golpe. —eQué te ha dado ahora? —me dij. —Nada. Sélo queria darte las gracias por ser un tio tan fenomenal. Eres todo corazén. ¢Lo sabes, verdad Ackley, tesoro? —ilmbécil! Un dfa te vas a encontrar. con... No me molesté en esperar a oft el final de Ia frase. Cerré Ja puerta y sali al pasillo, Todos estaban dur- miendo 0 en sus casas, y aquel corredor estaba de lo més solitario y deprimente. Junto a la puerta del cuarto de Leahy y de Hoffman hhabfa-una caja vacta de pasta dentffrica y fui dindole Nadie se mete con tu 1 guardién entre el centeno Py patadas basta les escaleras con las zapatillas forradas de piel que levaba puestas. Iba a bajar para ver qué hacfa Mal Brossard, pero de pronto cambié de idea. Decidé jime de Pencey aquella misma noche sin esperar hasta dl miércoles. Me irfa a un hotel de Nueva York, un hotel barato, y me dedicaria « pasarlo bien un par de dias. Inego, el miércoles, me presentaria en casa desc y de buen humor. Suponia que mis padres no recibirian Jn carta de Thurmer con la noticia de mi expulsién has- tm el martes o el miércoles, y no queria Legar antes de que la bubieran leido y digetido. No querfa estar delan- te cuando la recibieran. Mi madre con esas cosas se pone totalmente histérica. Luego, una vez que se ha hecho a la idea, se Je pasa un poco. Ademés, necesitaba unas vacaciones. Tenfa los netvios hechos polvo. De verdad. ‘As{ que decidf hacer eso, Volvi a mi cuarto, encendi Ja Juz y empect a tecoger mis cosas. Tenia una maleta casi hecha. Stradlater ni siquiera se despert6. Encendi tun cigarrillo, me vestt, bajé las dos maletas que tenia, y me puse guardar lo que me quedaba por recoger. ‘Acabé en dos minutos. Para todo eso soy la mar de ripido. ‘Una cosa me deprimié un poco ot hacia el ipaje. Tuve que guardar unos patines completamente fmcvor que me hable mandado mf medre hacia unoe po. cos dias. De pronto me dio mucha pena. Me la imaginé yendo a Spauldings y haciéndole al dependiente un nillin de preguntas absurdas. Y todo para que me ex- pulsaran otra vez. Me habia comprado los patines que no eran; yo le habia pedido de carreras y ella me los habia mandado de hockey, pero aun as{ me dio léstima. Casi siempre que me hacen un regalo acaban por dejarme hecho polvo. Cuando cerré las maletas me puse @ contar el dinero que tenfa. No me acordaba exactamente de cuénto era, pero debfa ser bastante. Mi abuela acababa de mandar- me un fajo de billetes. La pobre esté ya bastante ida —tiene més afios que un camello— y me thanda dinero pata mi cumpleafios como cuatro veces al afio. Aunque Yr o J. D. Salinger la verdad es que tenfa bastante, decid que no me ven. drian mal unos cuantos délares més. Nunca se sabe o que puede pasar. As{ que me fui a ver a Frederick Wood. ruff, el tio-a quien habia prestado 1a méquina de escri: bir,'y le pregunté cuénto me darfa por ella. El tal Fre. derick tenfa més dinero que pesaba. Me dijo que no sabia, que la verdad era que no le interesaba mucho la méquina, pero al final me la compr6, Habia costado no- venta délares y no quiso darme més de veinte. Estaba furioso porque le habia despertado. Cuando me iba, ya con maletas y todo, me paré un momento junto a'las escaleras y mité hacia el pasillo, Estaba a punto de llorar. No sabia por qué. Me calé la otra de caza roja con la visera echada hacia atrés, y gri- té a pleno pulmén: ‘«jQue durméis bien, tarados!» Apuesto a que desperté hasta al diltimo cabrén del piso. Luego me fui. Algtin imbécil habia ido tirando céscaras de cacahuetes por todas las escaleras y no me romp! una pierna de milagro. Capitulo 8 Como era ya muy tarde para amar a un taxi, decidi ir andando hasta Ia estacién, No estaba muy lejos, pero hacia un fio de mil demonios y las maletas me iban chocando contra las piernas todo el rato. Aun asf daba sto respirar ese aire tan limpio, Lo tinico malo era que con el frio empez6 a dolerme la nariz y también el labio de arriba por dentro, justo en ef lugar en que Stradlater me habfa pegado un pufitazo, Me habia clavado un diente en Ia carne y me dolia muchisimo. La gorra que me habia coinprado tenfa orejeras, ast que me las bajé sin importarme el aspecto que pudiera darme ni nada. De todos modos las calles estaban desiertas. Todo el mundo dormia a pierna suelta. Por suerte cuando llegué a la estacién sélo tuve que esperar como diez minutos. Mientras egaba el tren cogi tun poco de. nieve del suelo y me lavé con ella la cara ‘Adin tenfa bastante sangre. Por Io general, me gusta mucho ir en tren por la roche, cuando va todo encendido por dentro y las ven tanillas parecen muy negras, y pasan por el pasillo esos a Ee a J. D. Salinger hombres que van vendiendo café, bocedillos y periédi- cos. Yo suelo comprarme un bocadillo de jamén y algo para leer. No sé por qué, pero en el tren y de noche soy ccapaz hasta de tragarme sin vomitar una de esas novelas idiotas que publican las revistas. Ya saben, esas que tie nen pot protagonista un tfo muy cursi, de mentén muy masculino, que siempre se lama David, y una tia de la misma calafia que se lama Linda o Marcia y que se pasa el dfa encendiéndole Ia pipa al David de marres, Hasta eso puedo tragarme cuando voy en tren por la noche. Pero esa vez no sé qué me pasaba que no tenia ganas de leet, y me quedé alli sentado sin hacer nada, Todo lo que hice fue quitarme Ia gorra y metérmela en el bolsillo. Cuando Hegamos a Trenton, subié al tren una sefiora y se senté a mi ledo. El vagén iba précticamente vacio porque era ya muy tarde, pero ella se senté al lado mifo porque levaba una boisa muy grande y yo iba en el primer asiento. No se le ocurrié més que plantar la bolsa en medio del pasillo, donde el revisor ¥ todos los pasajeros pudicran tropezat con ella. Llevaba en el abri- go un prendido de orquideas como si volviera de una fiesta, Debfa tener como cuarenta 0 cuatenta y cinco afios y era muy guapa. Me encantan las mujeres. De ver- dad, No es que esté obsesionado por el sexo, aunque cla- ro que me gusta todo eso. Lo que-quiero decir es que Jas mujeres me hacen muchisima gracia. Siempre van y plantan sus coses justo en medio del pasillo Pero, como decia, fbamos sentados uno al lado del otro, cuando de pronto me dijo: —Perdona, pero eso, éno es una etiqueta.de Pencey? —iba mirando las maletas que habia colocado en Ia red, Si —le dije. ¥ era verdad. En una de las maletas evaba una etiqueta del colegio. Una gilipollez, lo re conozco. —

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