Está en la página 1de 26
LA BANDA ORIENTAL — PRADERA - FRONTERA - PUERTO 7 REYES ABADIE BRUSCHERA © MELOGNO ie IMERA EDICION: ee Hi Montevideo, 1966. A EDICION: ees. Montevideo, 1970. “TERCERA EDICION: e i 0. Nantentees| 1974. La “banda oriental del rio de la Plata” no fue objetivo sefialado y deseable en la empresa de la conquista americana y por ello no tiene, asqciado a su ingreso en la historia, el nombre de ningun capitan de gesta. No hubo Cortés ni Pi- “ zarro ni Valdivia que ganaran para la cristiandad y el ansioso mercado europeo, su tierra ignorada. Mas que la bravia hosti- lidad del charréa —protagonista de Su prehistoria— le margi- © nO su extrafieza de los méviles impulsores de la conquista. En ella no radicé el mito de una riqueza fabulosa ni respondié. con el eco de una vigorosa civilizacién a la palabra con que el ibero bautiz6 su costa. : Los exploradores del Plata apenas sefialaron su perfil ri- berefio en cartas y relaciones esquematicas, trazadas 0 redac- tadas, mds que sobre la realidad geografica, sobre el mapa impreciso y vacilante del nuevo mundo colombino, obstaculo— interpuesto a la ambicién hispanica de un camino propio ha- cia el Oriente. La temprana certidumbre de Américo Vespucio sobre la naturaleza del “Parand-Guazt’” —-evidenciada en Ja denominacién de “Rio Jordan” (1)— permanecié oculta para el designio castellano en la politica lusitana del sigilo, Pero ei hallazgo del “mar del Sur” por Balboa y la noticia de existir un ancho paso ‘interoceanico, proporcionada por Nuio Manuel y Cristébal de Haro, en Ia latitud del gran rio ——cuya boca advirtieron en apresurado viaje de exploracion por el Atlan- tico austral— trascendieron en la naciente cartografia moder- na. El aleman Schéner al componer su globo terraqueo, con las tierras y mares conocidos, dibujé el continente americano cortado por un estrecho que comunicaba ambos océanos., La ~ expedicion de Juan Diaz de Solis, para navegar “a espaldas BANDA ORIENTAL : de Castilla del Oro” y “de alli adelante mil setecientas leguas 0 « Teléf, 98.28.10 mids” hasta las Molucas o Islas de la Especieria, tenia sefala- ito que marca la ley. i do el rumbo de ese estrecho. Tras la huella del infortunado ~ ig oe Piloto Mayor y la robinsoniana aventura de Francisco del Puct. ‘ys ER eT Py es TUR to, Hernando de Magallanes surcara el ‘mar dulce’’ del “rio de Santa Maria o de Solis’. Signara entonces, en la costa in- deseable, ‘Monte Vidi” (?) para seguir, una vez verificada por Juan Rodriguez Serrano hasta el “urugua-i (*) la naturaleza fluvial de aquel cauce, su tremendo periplo. El continente re- yelaba su verdadero perfil; pero el rio desdefiado por los bus- cadores del estrecho y del camino de las especias, pronto atrae- ia la ambicion del conquistador con el espejismo de otra ri- queza. El veneciano Sebastién Gaboto caer seducido por el re- lumbrén de Ja nueva leyenda, que le hara felén al Rey espaiiol y a su designio imperial, sumergiéndolo en los cauces ariscos del Parana y del Paraguay. En la capitulacién suscrita con Car- Jos V —el 4 de marzo de 1525— todavia esta presente el ob- jetivo geosrafico y econémico del Oriente. La meta sefialada eran “Jas tierras del Maluco, Tarsis, Ofir, el Catayo Oriental y Cipango”, siguiendo la ruta del estrecho magallanico. Pero al llegar Gaboto a la factoria portuguesa de Pernambuco, tuvo noticias de que mas al Sur “habia unos cristianos de la ar- mada de Solis, los cuales estaban muy bien informados de las riquezas que en el dicho rio habia’. (*) Aludian de este modo, al ndufrago de la expedicién de Solis, Alejo Garcia y sus com- paiieros, que informados por los tupi-guaranies de la existencia en el interior de una “sierra de plata”, habian penetrado en la selva, legando por el Alto Paraguay y Charcas, hasta los contrafuertes andinos, pereciendo luego a manos de los indios payaguaes. Pero Garcia habia enviado ya a los que dejara en Santa Catalina aguardando noticias, tres arrobas de plata y narraba el éxito de su _viaj es. incita al que, desde aquel me lata ocurando Ja sierra fabulosa, remonté los grandes afluentes del Plata, y desengafiado y vencido por la fiera re- sistencia indigena, retorné a Espafia, a rendir cuentas de su desobediencia y de su frustracién, que agotaron el resto de su vida en pleitos, prisiones e inutiles demandas de una nue- va Pisdunidad para viajar a la esquiva regién de su deslum- bramiento. : La revelacién del mundo mejicano, con todo su esplen- «dor y riqueza, y la cesién de las Molucas al dominio portugués, en el tratado de Zaragoza (1529), a la vez que proyect6 de- finitivamente el miraje espaiiol hacia América y le desintere- 36 de la ruta de las especias, opacd, por un instante, la pers- ectiva del Rio de la Plata. Pe uviera pen , ya que a su bordo iba también el alu- -cinado Enrique Montes. Se pensé entonces en organizar una expedicién para defender los limites de la demarcacién co- rrespondiente a la corona de Castilla. La imiciativa corria los minuciosos ‘tramites legales y burocraticos del Consejo de In- «dias y de la Casa de Contratacién, cuando Ilegé a Sevilla, en enero de 1534, Hernando de Pizarro, procedente del Perd, con el rescate de Atahualpa, inmenso cargamento de oro y pla- ta que llend de asombro a toda Europa. Portugal, siempre avi- zor, dispuso entonces aceleradamente una expedicién que, yen- do por el Rio de la Plata, penetrase hasta el Pera. El Embajador espafiol en Lisboa, Don Luis de Sarmiento, trascendié el secreto de los preparativos portugueses e informd a su Corte que pronto partiria la armada lusitana, al mando de un tal Acufia, y que éstos “llevan gente de caballo y esta otra gente de pie de guerra y hanme dicho algunos de los que yo mejor he podido entender, que van con pensamiento de ir -descubriendo por tierra hasta dar por la otra parte en lo del Pera”. Y conclufa urgiendo en su nota reservada que “con- viene al servicio de Vuestra Majestad y bien de estos reinos que si la armada de Don Pédro ha de ir, que sea luego antes que esta otra por allé vaya’. (>) La armada a que hacia refe- rencia el diligente diplomatico era la que se aprestaba en Se- villa, a las ordenes del Adelantado Don Pedro de Mendoza que habia celebrado capitulacién con la Corona, el 21. de mayo de 1534. “Primeramente” —decia la capitulacién— ‘os doy licen- cia y facultad para que por Nos y en nuestro nombre y de Ja Corona Real de Castilla podais entrar por el dicho rio de Solis que llaman de la Plata, hasta el Mar del Sur, donde tengais doscientas leguas de luengo de costa de gobernacién, que comience desde luego donde se acaba la gobernacién que vtenemos encomendada al Mariscal Don Diego de Almagro ha- 7 cia el estrecho de Magallanes, y conquistar y poblar las tie- rras y provincias que hoviere en las dichas tierras”, debiendo, ademas, el Adelantado descubrir, conquistar y defender “todo Jo que fuese dentro de los limites de la demarcacién corres- pondiente a la Corona de Castilla.” El desconocimiento de la realidad geografica americana de los cosmégrafos y asesores de Ja Corona, explica que la jurisdiccién otorgada a Don Pe- dro de Mendoza cubriera una tan dilata extension. Abarcaba, en efecto, desde la linea de Tordesillas (*) y el Atlantico, al este; hasta las doscientas leguas de costa sobre el Pacifico, entre los paralelos 25931’36” —limite de la gobernacion de Almagro— y 36957709”, al oeste; y siguiendo, al sur, por este tiltimo paralelo, un poco por debajo del estuario del Plata; hasta comprender, por el norte, las regiones amaz6ni- cas, en el limite de la gobernacion de las Guayanas, subiendo a espaldas de las jurisdicciones de Pizarro y Almagro. Dentro de tan extendido cuadro territorial, apenas logra- rian el Adelantado y sus tenientes, poblar en la costa del Pla- ta y en la margen del Paraguay, la primera y fugaz ciudad de “Santa Maria del Buen Aire” y la perdurable de “Nues- tra Sefiora de la Asuncién’’, capital, casi durante un siglo, de la gobernacién denominada, indistintamente, del Rio de la Plata o del Paraguay, ‘‘provincia gigante de las Indias”, al decir de los cronistas. Abandonada la primera Buenos Aires y trasladados sus pobladores a Asuncién por decision del enérgico Domingo Martinez de Irala, la costa del Plata quedé olvidada, empefados todos los, esfuerzos en lograr el camino mediterraneo del Pera y de la sierra argentifera. Empecinado en ese propésito, emergera un dia de 1542, en Asuncién, el infatigable Alvar Nufiez Cabeza de Vaca, segundo Adelantado del Rio de la Plata, después de atravesar cuatrocientas leguas de bosques, rfos y serranias, en el rastro de Alejo Garcia, ig- norando el estuario y los rios, que remontan, sus capitanes, Aambién indiferentes a la costa inhéspita. Inesperadamente, sin embargo, aparece sefialado el Rio de la Plata y su costa en los lindes de la jurisdiccién otorgada a Don Juan de Sanabria, en capitulacién suscrita en 1547, y cuyos derechos asumirian, por muerte de éste, su mujer, dona Meneia Calderén y sus hijos Dofia Maria y Don Diego. “Pri. meramente” —expresaba la carta capitular— ‘‘doy licencia 'y facultad a vos, Don Juan de Sanabria, para que, por su Majes- 8 {| awe tad y en su nombre y de la Corona Real de Castilla y Leon, podais descubrir y poblar por vuestras contrataciones, dos- cientas leguas de costa de la boca del Rio de la Plata, y no del Brasil”, ...“y asi mismo podais poblar un pedazo de tierra que queda desde la boca de la entrada de dicho rio so- bre sw mano derecha, hasta los: dichos treinta y un grados de altura, en el cual habéis de pablar un pueblo”. (7) Em las’ fojas de un expediente y por mano de notario, aparece asi deslindada en el titulo de gobierno de un Adelantado que no lleg6 a serlo, la “banda oriental”, Pero la “tierra de Sana- bria”’ no lograria traducir su formal existencia del texto capi- tular a la realidad de la geografia. Los herederos del Ade- lantazgo, naufragado el navio que los transportaba, empren- derian desde la costa de Santa Catalina y bajo el mando enér- gico de Dofa Mencia, el camino de Asuncién, donde doha Maria de Sanabria seria madre de ilustre progenie, mientras Don Diego de regreso a Espaiia, obtendria la confirmacién en el gobierno de la tierra concedida a su padre, desistiendo: finalmente de su ejécucién. Idéntico destino de propdsito in- cumplido, habria de tener, algin tiempo después, la concesién de gobierno sobre’ la tierra oriental adjudicada por la Corona a Don Jaime Rasquin. Juan Ortiz de Zarate, rico hacendado del Alto Pert, ob-, tendria el Adelantazgo y gobierno del Rio de la Plata, en capi- tulacién del 10 de julio de 1569. Luego de diversas tramita- ciones, logré organizar su armada arribando al Plata a fines de 1573. Alli, desde el prudente reparo de la isla, recorrié la region que de tiempo atrés era conocida como de “San Ga- brie’, fundando en la costa un modesto fortin y viviendas para sus hombres. Estrechado por la escasez de viveres, resolvié Zarate enviar una partida hacia el interior, que fue sorpren- dida y muertos sus miembros, por un fuerte contingente cha- rréa al mando de Zapican, debiendo el Adelantado y el resto de sus hombres abandonar la costa, y refugiarse en la isla de Martin Garcia. De alli vendria a rescatarlos, Don Juan de Garay, —que acababa de fundar Santa Fe— y marchaba al en- euentro de Zarate, después de haber derrotado a los charrias en la costa del San Salyador, dando muerte a sus principales jefes: Zapican, Abayuba y Taboba. Recobré Animos el Ade- Jantado. con este refuerzo y marché con sus gentes hasta el San Salvador, donde Garay habia ordenado levaniar algunas barracas, con 1a ayuda de los sihditos indigenas del cacique 9 Yamandu. Quiso Zarate honrar la ristica poblacién con el ca- racter de ciudad, ordenando la eleccién de alcaldes y regidores, y declarando que desde aquel momento, la gobernacién del Plata habria de Ilamarse la “Nueva Vizcaya”. Poblado y de- nominacién poco habrian de durar. Abandonado el uno, por decisién de sus desesperanzados pobladores en 1577; recha- zada la otra, con desdén, por castellanos, andaluces y extre- mefos, mayoria en la hueste conquistadora frente a la mino- rfa vascongada, prevalecié, desde entonces, el nombre tradi- cional. Una vez mas, la “banda oriental” o ‘‘de los charrias” quedaba al margen de los propésitos colonizadores, alejada y distante de los objetivos y rutas de la conquista del Plata. Al morir Zarate, por testamento legé la gobernacién al que se casare con su hija Dofia Juana: y mientras ésta vaci- laba entre varios pretendientes, lleg6 la hora de Juan de Ga- ray. Este es un realista, que conoce la tierra americana y sus hombres. Habia venido a Asuncién conduciendo con Relipe de,Caceres desde el Alto Perd, los ganados que Ortiz de Za- rate se habia comprometido a introducir en la gobernacién del Plata. \Y por orden del mismo Caceres habia conducido la hueste fundadora de Santa Fe, en 1573. Al amparo de la Real Cédula de 1537 (§) los vecinos de Asuncién le confieren la tenencia del gobierno, Por entonces, las cosechas de las cha- eras y el beneficio de los yerbatales con la mano de obra ser- vil del indigena, reportan la base necesaria para fundar en la holgura el sefiorio de.los hidalgos nuevos. La ilusién de los mitos se ha desvanecido: la “sierra de plata’’, el Potosi, existe, pero pertenece a los audaces de otra “entrada”; la fantasmal “ciudad de los Césares” ha cegado en el Chaco la memoria de las viejas huestes. Pero hay una nueva generacién, hija del mestizaje: los “mancebos de la tierra”, que no tienen lugar en las anchas posesiones repartidas. Ademés, la mediterranei- dad asfixia al pais. Garay piensa entonces, en “‘abrirle puer- tas a la tierra’. Levanté Garay su pendén y por voz de pregoneros, al son de tambor y trompeta, Ilamé a cuantos quisieran ir en la jor- nada. Se alistaron diez espafioles y cincuenta y seis “nacidos de Ia tierra”. Partieron de Asuncién acompafiados de sus fa- miliares, sus ganados, sus semillas, sus instrumentos de la- branza. Garay lleva el mando: todos le Haman ‘el General’’. Y el 11 de junio de 1580 funda la definitiva ciudad de la San- tisima Trinidad, puerto de Buenos Aires. “Todo se efectia 10 Ge = tranquilamente” ——dice Enrique Larreta. “) “Se acabé la epopeya. Uno es el que mata la fiera; otro el que adereza la piel y aforra el capisayo. No hay por qué omitir la cere- monia de una nueva fundacion. Garay corta hierbas y tira cuchilladas, como lo prescribe la antigua costumbre. El escri- bano ahueca la voz. El buen vizcaino sonrie para sus adentros. Buenos Aires quedaba fundada definitivamente. Cabildo, rollo, cruz; y su plano, en pergamino de cuero. Como el suelo era llano, sin el menor accidente, no habia por qué meterse en gamibetas. Se trazaron de norte a sur, “‘leste ueste”’, calles per- pendiculares. Damero honrado, franco.” Ya tiene “puertas” la tierra; y el Rio de la Plata se abre, desde la interioridad americana, a las rutas del comercio y la comunicacién transatlantica. Frente a la ciudad de Garay, la “banda oriental”, apenas hollada por el conquistador, ofrece el perfil de sus islas y playas; y las bocas de sus rios y arro- yos invitan a penetrar en la extendida penicolina de su pra- dera. Pero para Garay y sus colonos, es tierra fiera y hostil, ajena y extrafia a sus quehaceres y esperanzas. ii. LA “BANDA- Correspondié a & la vision profética de la sig- nificacién y destino de la pradera orieftal. En la primavera de 1607, —poniendo en ejecucién un proyecto que comuni- cara al Rey Felipe HI, ‘— partis de Santa Fe, al frente de setenta soldados que conducian veinte carretas cargadas de canoas indias; atraveso las tierras de Entre Rios, por las sel- vas de Montiel y vadeé el Uruguay en un punto intermedio entre Salto y Paysanda; y dando orden a su gente de conti- nuar la marcha hacia el sur, siguiendo el curso del Rio, se volvié a Santa Fe y después a Buenos Aires, reclamado por obligaciones de gobierno. Su ausencia fue breve, reincorpo- randose en la region de San Gabriel a los expedicionarios, con algunos hombre més, que hicieron ciento diez en total. Pro- siguid la exploracién de la costa hasta la barra del Santa Lucia, al que bautizé con este nombre en celebracién de la efemeérides religiosa del dia 13 de diciembre, en que lleg6 a su ribera. Desde alli varié el rumbo, remontando el curso de} Santa Luefa, y luego, hacia el noroeste, hasta alcanzar cl “salio grande” del Rio Uruguay, permaneciendo durante mas de seis meses en la “tbanda oriental”. Desde Bueno: Rey de su expedicién a la “banda del norte o de los charréas”: ..y volvi por la tierra adentro viéndola toda y aunque de lo dicho se deja entender cuan buena es y las calidades de ella para probarla, hay otras muchas muy particulares como son el ser buenas para labores, que, con haberlas muy buenas en esta Gobernacién ninguna como aquellas, porque se da todo con grande abundancia y fertilidad y buena para todo género de ganados y de muchos arro- yos y quebradas y riachuelos cereanos unos de otros y de mucha lefia y madera de gran comodidad para edificios y estancias en que sé criariin gran suma de ganados y para hacer molinos que es lo que aqui falta, y todo con tan gran comodidad que ‘se puede embarcar desde las propias estancias a bordo de los navios gran suma de coram- 12 ‘Aires informaria pormenorizadamente al bre y otros frutos de la tierra que se darén en grande abundancia; y sitviéndose V. Majestad decidir se pueble esta tierra en pocos afios vendria a ser muy préspera y de mucho provecho, porque por la buena comodidad de la tierra, buen y facil navegacidn de ella a esos Reinos de Espafia y al Brasil se podrian navegar los frutos de ellas y suma corambre de que no vendria dafio al Brasil ni a Espafia, sino mucho provecho”. (2): La iniciativa de poblar la tierra charréa fue decretada, ya vencido el mandato de Hernandarias, en una breve proyi- dencia que ordenaba remitir relacién de la carta al nuevo .gobernador del Plata,——Diego Marin Negrén— recabandosele informes sobre el particular; pero no consta del respectivo expediente que se haya producido la referida informacion y ni siquiera si se practicd Ja ordenada relacién. La frialdad de las autoridades peninsulares no hizo yariar, sin embargo, el designio. de Hernandarias, que en 1611 ordené el primer desembarco de ganado vacuno en la isla del Vizcaino, que le habia sido donada por su sucesor, el mencionado Marin Negron. Hacia 1617, dispuso una segunda introduccion, con ganados provenientes de la estancia de Melchor Maciel del Aguila, sita en la costa del Salado Grande, en Santa Fe. La tropa, de cien vaquillonas y algunos toros, fue conducida por el capitan Francisco de Salas y su yerno Gonzalo de Caravajal desde el Salado Grande a Buenos Aires, donde se embarcé en unas balsas venidas del Paraguay ©). El lote fue dividido en dos, echéndose una mitad en la isla del Vizcaino y la otra, en la tierra firme, muy probablemente, como supone Caviglia, en la margen derecha de la desembocadura del San Salvador, y no por el arroyo de las Vacas cuya designacién es de origen pos- terior. (*) Finalmente, la tercera introduccion, fue practicada por los misioneros jesuitas hacia 1634, en el considerable né- mero de cinco mil cabezas, que adquirieron del fuerte hacen- dado correntino Don Manuel Cabral de Melo y Alpoin y que distribuyeron entre todas las reducciones del Tape. De estos rodeos se nutririan después las estancias de las Misiones Orien- tales, cuyos ganados, a su vez, migrarian hacia el ancho vér- tice del Uruguay y del Negro, a mediados del siglo XVII. 13 , xperta estimacion. (6). De aqui resulta un hecho excepcional en la historia: el ganado precede al hombre; se reproduce libremente sin me- diar trabajo de éste y acaba por incorporarse a la geografia, como un elemento natural, que se ofrece a semejanza de un fruto. La formacién de estas “minas de carne y de cuero” en Ja pradera oriental condiciona todo el proceso histérico, pero, particularmente, en sus inicios, porque ‘aporté a la tierra baldia un incentive econémico determinante de la fijacién del blanco en ella. De la tierra ignorada, ‘sin ningén provecho”, de los buscadores de oro y de plata, hemos legado a la codi- ciada “‘banda-vaqueria” dé los faeneros, de los bucaneros, y de los bandeirantes. Y gracias al alimento facil y_abundante de los_ganados, los misioneros podrin fundar reducciones para el indigena, echando los cimientos de la civilizacién espiritual en Santo Domingo Soriano, Viboras y Espinillo y en el Alto Uruguay. Con la fundacién de Colonia del Sacramento por los por- tugueses en 1680, coneluyen “siete décadas de sosiego” (6) en el sur de la Banda Oriental. Las sucesivas guerras que dis- putaron Espafia y Portugal por el bastion lusitano en el Pla- ta, concentraron fuerzas, sea para el ataque, sea para la vigi- lancia, de indios misioneros o de contingentes que venian de Buenos Aires, de Santa Fe o de Cérdoba y el comercio ilicito con Jos portugueses ‘se hizo inevitable, valorizando los cue- ros. Al mismo’ efecto contribuiria el Real Asiento con Ingla- terra para el comercio de negros. ue a partir de entonces que se efectuaron intensas va- uerias en la costa oriental, en una explotacién desordenada ay la riqueza pecuaria, con importantes consecuencias en el orden social. Tropeadas de animales en pie conducidos para tepoblar las estancias del litoral y Buenos Aires, por accio- 14 neros santafesinos —como el célebre capitan Juan de Rocha— © portefios; arreadas de los portugueses —los bandeirantes alia- dos a los indigenas minuanes— que llevaron Jas tropas hasta Minas Gerais, en viajes que Parecen inverosimiles; matanzas indiscriminadas y brutales, por el célebre procedimiento de cor- Sy ike con la media luna puesta en la punta de la lanza, el ten- dén de las patas del animal en huida, que practicaron accio- neros y faeneros autorizados y hasta con zonas adjudicadas —uya toponimia recuerda sus nombres—, o “‘changadores” clandestinos, en alianza con indios minuanes o tapes misio- neros; todos complicados en el trafico clandestino con portu- gueses e ingleses, A la proteccién de los Iusitanos se acogen —como dice Don Sebastién Delgado en informe de 1721 ()— “muchas personas cristianas” que quieren “vivir sin Dios, sin rey y sin ley”. En este escenario y en este ambiente nace el gaucho oriental. Este singular prototipo étnico, més hijo de la pra- dera que del mestizaje, este Jinete andariego, situado perma- nentemente en el centro del mundo circundante, llevando con- sigo mismo su horizonte, sin hallar a su paso vailas insalvables de la naturaleza, sintié la libertad como un dato inmediato del vivir cotidiano y no conocié para ello otro limite que el de la propia voluntad. Autarquico por el facil disfrute del medio Propicio, de él tomé todo cuanto le fue preciso para el ves- tido y la subsistencia;*y el cuchillo fue como un sexto dedo en su mano que, en guascas y sobeos, le otorgé el dominio de Ja materia prima universal del cucro, en-ana ‘sobria y manosa Te opeyuerzue’ “1opedueyp [ep sepeadoy seSrv] se] ue 0 “errapjo1 we Brtop[od oP ‘Tenuqey Pepyqeroos eun op oquerey -eruesoie peligro del puma o del yaguareté, del indio o del bandeirante —su homénimo, aparcero 0 rival— hizo del coraje valor su- premo, afirmando su personalidad en una fiera conviccién igua- litaria. No pudo adquirir el sentido de la propiedad més allé de Ja tenencia inmediata de los bienes indispensables para el dia- rio sustento 0 integrantes de su ristico equipo; y la tierra fue Para él tan de “naides” como el aire o el agua de los rios y arroyos. Observador y contemplativo, aprendié los innumera- bles secretos del campo, la picada oportuna y el rumor sigilo- so, en una experiencia inalienable e intransferible, que for- mo la secreta ciencia de la baquia. Juglar espontaneo con la guitarra ibérica, acompafié con musica primaria los relatos ati i t eee ee de los sucedidos y las milagrerias de los pagos recorridos, y en el habito guarani del mate, nutrié, en comunién telirica, su viva imaginacién y templé el nervio y el misculo, dispues- to para largos estoicismos. “Largo seria enumerar —y trabajoso porque estas cosas mas facil es intuirlas que escribirlas— el conjunto de los ras- gos culturales gauchescos”, afirma con acierto Roberto Ares Pons. (*) “Mencionaremos ahora unos de esos rasgos, que par- ticularmente influyé en la formacion de la psicologia nacional: ‘su extremo individualismo. El individualismo del gaucho halla su raiz en el individualismo hispanico, que en el gaucho se acentiia y cobra forma peculiar. Fue uno de los tipos mas solitarios que haya producido la especie humana”. “El gau- cho ignora la comunidad, es un ser desarraigado y desape- gado. Los vinculos que establece son siempre libremente ele- sidos y a menudo esporddicos. «Antes de 1800 la familia casi no existe en la campaiia; son escasas las uniones regulares y permanentes», dice Zum Felde. Los hijos del gaucho se crian -ebajo una especie de matriarcado doméstico»y, son el fruto de uniones effmeras. El gaucho es un guacho; no es dificil que exista un lazo etimolégico entre ambas palabras. El gaucho elige a su patrono y a su caudillo, le presta acatamiento y fi- delidad, mas no en funcién: de instituciones previas y ajenas a su voluntad. Ignora la norma impuesta, desconoce el signi- ficado ‘de las instituciones colectivas; sus relaciones, efimeras © perdurables, unen al individuo, se quiebran cuando se ex- tingue el afecto o caducan las circunstancias que determinaron ja asociacién’”’. “Sia su andrquico individualismo agregamos la caren- cia del instinto o sentido de la propiedad que caracteriza al gaucho, tendremos dibujado un tipo historico que se distin- guid por el desarraigo, la ausencia de vinculos estables con los hombres y con las cosas. Esto le concede una angustiosa Kibertad, explica su altivez, su concepto exaltado de la digni- dad personal ‘y asimismo su orfandad radical; la pasion con que’ suele entregarse es la pasién del solitario deslumbrado por la irrupcién de la trascendencia. De ahi su abnegada de- vocién al caudillo, su hondo sentido de la amistad y de la fidelidad, su capacidad de sacrificio cuando una causa lo in- ~ flama”. “Si la soledad gauchesca ofrece muchos rasgos que enal- tecen la condicién humana, también ese salvaje individualis- 16 mo supone una valla insuperable para la constitucién de una colectividad. El individualismo del colono espaiiol era patriar- ealista y requeria para la exaltacién del individuo el fondo de wna comunidad sélidamente establecida. Culmina pues con la fundacién de progenies, ciudades y naciones. El gaucho en cambio es un tipo histéricamente no viable, que debia perecer como estamento social para que la nacién fuese posible. Mas al morir, rindié su espiritu, y éste anima atin todo el fondo de nuestro inconsciente colectivo.”” Simonsen expresa, con acierto, que “‘la época del cuero en el extremo sur comienza con la fundacién de la Colo- nia”. (°) : Coincide este momento, en que un articulo del litoral jnteresa directamente al europeo, con la progresiva decaden- cia de Potosi, por la escasa ley de sus metales. JY, por lo tanto, marea el instante en que las mercancias europeas, en lugar de transitarse hacia el norte para canjearse por plata, abastecen a la poblacién de la zona portuatia y su contorno productor, trocéndose por cueros. Faciles de burlar fueron, por lo demas, en la vegién de los rios, las trabag para un comercio ilicito, a lo que no fue extrafia-tampoco la complicidad de las au- toridades, Jas menores y las altas, Directamente en Buenos Aires, desde la vecina Colonia, o por la intermediacion de los “changadores” de los campos, fue activisimo; y generé Jas nuevas condiciones econdémicas que, al desarrollarse en el siglo XVIII, provocan la prosperidad mercantil de la re- gién platense. Simulténeamente aparece Inglaterra. El tratado de Utrecht —de trascendente incidencia en el destino del imperio espanol en América— le concedié el “navio de permisién” y el Real asiento para el comercio de negros esclavos, que ejercié la “South Sea Company”, con variadas intermitencias, entre 1716 y 1739. La Real Cédula de 1716 autoriz6 al Cabildo de Bue- nos Aires a celebrar los ajustes con la compafiia inglesa para -el comercio de los ‘“frutos de la tierra” en los viajes de re-. torno de jos navios del trafico negrero, cobrando un tercio del valor de los cueros en beneficio de las rentas concejiles. El intenso movimiento mercantil que entonces se produjo tuvo, como siempre, una faz legal y otra ilicita, tanto en la mercan- cia que introducfan los ingleses —no siempre exclusivamente 17 negros— como en la que llevaban, —no siempre cueros— a menudo, metales disimulados en las vejigas del sebo. En este cuadro, la “banda-vaqueria” era la gran fuente productora, y su costa propicia, principalmente desde el foco lusitano de Colonia, el ambito preferido del trAfico ilicito. El hecho econémico hizo patente, entonces, a los ojos de las autoridades espafiolas, el significado de la Banda Oriental como centro estratégico de la dilatada frontera con los domi- nios americanos de Portugal. El secular conflicto. subsiguien- te, revelaria el caracter de clave del Plata, por donde podia salvarse o perderse, el imperio espaiiol; e introduciria una nue- va dimensién en la funcién histérica de la Banda: la ‘“ban- da-frontera”. es I. LA “BANDA-FRONTERA” ~ El tratado de Tordesillas, suscrito por los reinos de Cas- tilla y Aragon y el reino de Portugal el 7 de junio de 1494, al corregir el trazado de la linea, limitrofe entre los respecti- vos dmbitos de expansién y conquista, establecido en la bula “Inter Coetera’”’ del Papa Alejandro VI, del 4 de mayo de 1493, configuraria en América una vecindad prefiada de ex- plosivas consecuencias. El gran centro atractivo del Pera determiné que el eje del dominio politico y econémico de Espafia, desde las Anti- llas y a través del nédulo de Panam, se vertebrara hacia el perfil pacifico de Sudamérica, polarizando en Lima la direc- cién administrativa y el encuadre jurisdiccional de las ‘“pro- vincias” marginales de Nueva Granada, Quito, Chile, Alto Peri, Tucuman y Paraguay o Rio ‘de Ja Plata. Sustituido el objetivo originario del camino propio a las Islas de la Espe- cieria, al Catayo y Cipango, que determinaran el descubri- miento y la exploracién del Plata, por las nuevas obsesicnes del “imperio del Rey Blanco” y de la “Sierra de Plata’ corporizadas luego en la brillante realidad del Tahuantinsuyu y Potosi, el Estado espafiol rapidamente procuré defender las espaldas atlanticas del Peré, obstruyendo la_previsible pe- netraci6n portuguesa. A tal propésito responderia la fallida expedicién de Mendoza; e idéntica preocupacién evidencian las capitulaciones otorgadas con Alvar Nifiez Cabeza de Vaca, Juan de Sanabria, Domingo de Irala y Juan Ortiz de Zarate, diversas en facultades y sefiorfo para sus titulares, pero todas coincidentes en el reiterado cometido de guardar y defender el ierritorio americano de Castilla y su epicentro peruano. En 1580, el Rey de Espaiia, Felipe II, cenia, por heren- cia, la Corona de Portugal; y Garay abria las*puertas de la tierra paraguaya, con la definitiva fundacién de Buenos Aires, en insélito reflujo americano de la “entrada” hispanica. Am- bos hechos habrian de converger en un efecto comin: en el 19 TY abatimiento de las defensas juridicas y politicas de las espal- das atlanticas del Pera. Durante sesenta afios decisivos, —has- ta 1640— la unién personal de los reinos de Espafia y Por- tugal hizo irrelevante la linea de Tordesillas; y por la fron- tera abierta irrumpié en territorios espafioles. el coatingente trashumante de las “bandeiras” del Brasil. Buenos Aires atra- jo al Rio de la Plata la codicia de los piratas caribefios y de Jos mercaderes clandestinos, avidos de canjear la plata poto- sina, —los cueros y la carne vacuna, después— por tabaco, ron, chocelate y pafios, instrumentos de labranza, y artieu- Jos del ajuar, abriendo una sangria irrestafiable para el mo- nopolio limefo. En este inesperado cuadro de las dos coronas rivales uni- mismadas en un solo Rey, es que el criollo Hernandarias pro- yecta hacia el perfil atlantico, a la vez, el epicentro del domi- nio espaiiol en América y el destino histérico de la cuenta pla- tense. La provincia del Plata genera un sistema’ propio de produccién e intercambio: tabaco, algodén y yerba, en los cultivos indigenas de las Misiones y del Paraguay; cueros, maderas, azticar y vino, desde Asuncién; cueros, sebo, astas, y también carne para el tasajo, en las estancias santafesinas y bonaerenses y poco después en la Banda Oriental; por el rio Parana .y el Paraguay suben las mercancfas del puerto de Buenos Aires, hasta Asuncién, y desde alli, caminan por el alto Paraguay y Santa Cruz de Ja Sierra, en busca de la plata de! Potosi; desde Santa Fe, marchan las;carretas repletas ha- cia Cordoba, Tucuman y el Cuyo. Pero hay una regién que queda fuera de las rutas econémicas; la que integran las ciu- dades del Guaira, jalones de las viejas “entradas”: Ciudad Real, Villa Rica y Santiago de Jerez. Entonces Hernandarias propone al Rey crear con ellas una gobernacin propia, distin- ta de la del Rio de la Plata, “para que teniendo duefio y quien se duela délla, sin cuidado désta, se pueda ensanchar y hacer una buena gobernaci6n’”. (1) Reiterada en 1615 la peticién en Ja Corte, por el Procurador de Ja Provincia del Rio de la Plata, Don Manuel de Frias, se pidié informe al Virrey del Peri, Marqués de Montes Claros. Este, que veia desguazarse por el Plata el marco politico y econémico de la capital vi- rreinal, juzgé propicia la oportunidad para hendir en dos partes la extendida y excéntrica gobernacién platense, suje- tando mejor ambas mitades: y recomendé se practicara la division, incluyendo, en la una, a las citadas ciudades del Guai- 20 ra, pero ademas, Asuncién, y sus respectivas jurisdicciones; y_en la otra a Buenos Aires, Santa Fe, Corrientes y Concep- cién del Bermejo y sus dependientes tierras de los aledanos. La Real Cédula del-16 de diciembre de 1617 consagra- ba la divisién del Plata, en dos gobernaciones: la del Para- guay o del Guaira, con capital en Asuncion, y la del Rio de la Plata, con capital en Buenos Aires. Poco después, en 1622, el comercio limefo obtenia la creacién de’ la llamada ‘“‘Aduana seca” de Cérdoba, procurando obturar, por este medio, la eréciente corriente clandestina de mercaderias que subian, a lomo de mula, desde el puerto de Buenos Aires y el gran centro difusor de Santa Fe, compitiendo con el trafico legal del monopoliok Vano intento que frustrarian ios baqueanos de las recuas, por escondidos pasos de la montafia. Un nuevo mundo surgia asi, a espaldas del Virreinato peruano y su opulenta capital, disputando supremacias econémicas, y atra- yendo inexorablemente la gravitacién diplomatica, politica y militar del imperio espaftol, hacia la cuenca atJintica del Plata. Rota la unién de las Coronas ibéricas —en 1640—, so- brevino la larga guerra de la independencia portuguesa, que afianzaria en el trono al débil Alfonso VI, pronto destronado y sustituido por su hermano, el audaz Principe Don Pedro. En América la hostilidad de los reinos peninsulares, avivé en pro- fundidad las “entradas” de los bandeirantes, verdaderos “fun- dadores horizontales” (7) del Brasil. Pero derogada en los hechos la frontera juridica de Tordesillas, las “‘bandeiras” iban a chocar con el antemural de las misiones jesuiticas. Ini- cialmente establecidas en las tierras del Guayra, trasmigra- rian después, ante el empuje de las “‘malocas”; a su asiento definitivo, en la vasta regién que cruzan el Parana y el Uru- guay, desde el Tebicuary hasta el Ibycui. Eran treinta pue- blos, que aglutinaban més de cien mil indigenas, reducidos por el Evangelio y organizados comunitariamente en una for- midable empresa econdmica y social. (8). - és Esta singular ‘“Lotaringia’”’ jesuitica, imbricada en el fren- te americano de choque de Espafia y Portugal, reconocia dos inflexiones fundamentales: sobre el Parana, en tierra para- guaya, el régimen agrario y. sobre todo, el duro laboreo de la yerba maie, imprimié su ritmo sedentarizante y arraigado al terrufio, del que fue escudo invulnerable; sobre el Uruguay, las Misiones Orientales, enhebraron entre los siete pueblos, 21 Phen desde la sierra del Tape hasta el rio Negro de la Banda, y aun mas al Sur, hasta el arroyo de las Vacas y al este, en la “vaqueria del mar”, las estancias, de pingties rodeos, y animaron en sus pobladores el alma de la pradera. Distinta la estructura y la funci6n histéricas, consolidarian, en el Para- guay, la condicién de “marca”, de bastién sitiado y erguido, de frontera cerrada; y en el Uruguay, prolongacién natural de la Banda, tierra de su tierra, un mundo dinamico de relacién en el area gaucha, la frontera abierta. En el orto revolucionario, Paraguay guiard su destino a través del en- simismado Dr. Gaspar Rodriguez de Francia, el “Supremo”, fundador de una repiblica comunitaria, absorta y replegada sobre si; la Banda Oriental, en su “admirable alarma”, ges- tara el Caudillo de los jinetes, el ‘Protector de los Pueblos Libres”, campeén de la federacién integradora. Puco demoraria Portugal en seguir el camino desbrozado pur los “bandeirantes”. Y poniendo en ejecucién el mandato de su Principe, Manuel de Lobo funda la “Nova Colonia do Sacramento”, en la tercera semana de enero de 1680. (+) Para los portugueses la cuenca del Plata tenia una doble significa- cin: como zona templada podia constituirse en el granere de las opulentas zonas tropicales; y, geopoliticamente, era no solo el resguardo y apoyo necesario para el avance paulistano hacia el oeste, sino que, sin el Plata el Brasil era un coloso con pies de barro, pues carecia de vias de acceso faciles hacia el interior, Para Espafia, era el flanco vulnerable de su im- perio, ruta atlantica del Pera; y, en particular, para Buenos Aires y Santa Fe, la Banda Oriental era ya la gran base de su beneficio econémico. El pleito de la Colonia fue, por lo tanto, el conflicto esencial de los dos imperios ibéricos en Sudamérica; aunque ya asomaba, en los entretelones, Ingla- terra, que convertia paulatinamente a Portugal en su satélite. Y en él se ata, incluso, el nudo de toda la futura politica ex- terior de Brasil y de las repiblicas del Plata. (5) Apenas tuvo conocimiento el gobernador del Rio de la Plata, Don José de Garro y Astola, del establecimiento por- Weise en la regién de San Gabriel, intimé el desalojo que Lobo rechazé aduciendo encontrarse en territorios de la de- marcacién lusitana y haber obrado en cumplimiento de 6r- denes de Su Majestad Fidelisima. Simultaneamente, ordend lz concentracién de fuerzas en Santo Domingo Soriano, proce- dentes de Buenos Aires, Tucuman, Santa Fe, Parana, Corrien- tes y de tres mil indigenas de las Misiones. Al mando del Maestre de Campo don Antonio de Vera Muxica, el ejército hispano-guarani acampo el 25 de julio de 1680, a dos leguas de Colonia, en el paraje que desde entonces es conocido como el “Real de Vera”, y el 7 de agosto tomaba la plaza por asalto, cayendo prisioneros Manuel de Lobo y sus principales lugartenientes. a En Europa se conocié la toma de la Colonia, simultanea- mente’en ambas Cortes ibéricas, en momentos que por la via diplomatica discutian el alcance territorial de ‘sus dominios en América. Las negociaciones fueron interrumpidas; y el prin- cipe Regente de Portugal Don Pedro, intimé al Rey de Espaiia, Carlos Il, ‘‘el’ Hechizado”, la devolucién de la ciudadela en el término de yeinte dias y la destitucién de Garro. Por el llamado ‘“Tratado_ Provisional”, suscrito en Lisboa, el 7 de mayo de 1681, Espaiia devolvia la Colonia a Portugal, con todos los prisioneros, armas y pertrechos tomados y se oor taba la destitucién del gobernador Garro. En el articulo XII del tratado se convenia en someter el problema de los limites ‘a una Comision bipartita de peritos cosmégrafos y en el caso de que éstos no pudieran ponerse de acuerdo, se llevaria el diferendo al arbitraje del Papa. La conferencia de peritos se reunié en Badajoz ese mismo afio, celebrando extensas y eru- ditas deliberaciones al cabo de las cuales no hubo acuerdo so- bre el trazado definitivo de los limites entre los dominios espaftoles y portugueses en América; y llevado el problema por el Rey Catélico al arbitraje papal, Portugal dio largas a la ges- tién, quedando el pleito sin decisién. En 1683, el nuevo gober- nador de Buenos Aires, Don José de Herrera y Sotomayor, entregaba la plaza de Colonia al gobernador de Rio de Janciro, Duarte Texeira Chaves, especialmente comisionado al efecto. Se cerraba asi el primer capitulo,de un largo proceso de desaciertos politicos y diplomdticos de Espafia con respecto al conflicto de la Colonia, admitiendo, desde el comienzo, la discusi6n de dereclos que le correspondian del modo mas legitimo, El préximo acto le cupo interpretarlo a Felipe V, primero de los Borbones, Iegado al trono de Espajfia, en vit- tud del legado que le hiciera Carlos II, ‘el Hechizado”, bajo fuerte presién del soberano francés, —tio abuelo de aquél— el poderoso Luis XIV; y que pronto habria de arrastrar una fuerte coalicién de potencias, empefiadas en defender al otro 23 pretendiente, el principe Carlos Leopoldo de Habsburgo, impi- diendo, a la vez, la eventual ‘‘supresién de los Pirineos”, me- diante la asuncién de la corona de Francia, por el Rey es- pafol. En procura de apoyo para su vacilante trono, Felipe V suscribié, el 18 de junio de 1701, el tratado Iamado “de Alianza”, con Portugal. El articulo 14 de dicho instrumento, consignaba: “Y para conservar la firme amistad y alianza que se procura conseguir con esie Tratado, y quitar todos 1 i ser contrarios a este efecto, su Majéstad Catdlica cede y renuncia tedo y cualquier derecho que pueda tener en las tierras sobre que se hizo el Tratado Provisional entre ambas Coronas, el 7 de mayo de 1681, y en que se halla situada la Colonia del’ Sacramento; el cual Tratado quedara sin efecto, y el dominio de la dicha Colonia’ y uso del campo a la corona de Portugal, como al presente lo tiene”.(6) Pero el afio siguiente, Felipe V, reaccionando, aunque tar- diamente, de su error, daba instrucciones al embajador de Espaiia en Lisboa, para que procurara ‘con toda la destreza y Mafia que os dictaran vuestra prudencia y celo a mi ser- vicio, restringir y anular los puntos del Tratado conque se costed la alianza, siendo el primero que debéis disputar el de Colonia del Sacramento, en que se anula el Tratado Pro- visional de 1681, y se deja el dominio de la Colonia y uso de la campafia a la de Portugal” (7). En ese entonces, y mien- tras el Consejo Ultramarino evacuaba consulta al Principe Regente de Portugal, aconsejando reforzar la guarnicién y fortificar Colonia, y tomar posesién efectiva de la costa orien- tal, estableciendo fortificaciones en Montevideo y Maldonado, estallé la guerra, llamada “de la Sucesién de Espafia”, que enfrentaba a la coalicién formada por Inglaterra, Austria, Sa- hoya y Holanda, con Espafia, Francia y Baviera. La diplo- macia inglesa maniobré con éxito para incorporar a Portugal a su bando, suscribiéndose en 1703, el importante tratado de Methuén, que sellaba la alianza. Felipe V impartié, entonces, instrucciones al Virrey del Peri, conde dela Moncloa, dispo- niendo el desalojo de los portugueses de‘la Colonia; la medida se haria efectiva en abril de 1705, por abandono de sus ecupantes que Jograron forzar el bloqueo de la escuadrilla es- pafiola de Buenos Aires. Durante diez afios quedé la plaza abandonada y sin que proveyeran las autoridades espafiolas a su restauracién y 24 poblacién. Pero concluida la guerra de la Sucesién, en el tra- tado suscrito en Utrecht, el 6 de febrero de 1715, se devolvia una vez mas, y en terminos de tremenda solemnidad, a Portu- gal. Decia el articulo 6° del Tratado: “Su Majestad Catélica no solamente volveia a Su Majestad por- tuguesa el territorio y Colonia del Sacramento, situada sobre el borde septentrional del Rio de la Plata, sino también cedera en su nombre y en el de todos sus descendientes, sucesores, herederos, toda accién y derecho que $. M. Catélica pretendia tener sobre el dicho territorio y Colonia haciendo la dicha cesién en los términos més fuertes y mas auténticos y con todas las clausulas que se requieren, como si estu- vieran insertas aqui, a fin que el dicho territorio y Colonia queden comprendidos en el dominio de la corona de Portugal, sus descen- « dientes, sucesores v herederos, como siendo parte de sus Estados, con todos los derechos de soberania, de absoluto poder y de entero dominio, sin que S. M. Catdlica, sus descendientes, sucesores y here- deros puedan jamds turbar a $. M. portuguesa, sus descendientes, sucesores y herederos en dicha posesién; y en virtud de esta cesién el Tratado provisional concluido entre las dos Coronas, en 7 de mayo de 1681, quedara sin efecto ni vigor alguno”.(8) Mientras a mediados de noviembre de 1716, el nuevo gobernador lusitano de Colonia, Don Manuel Gomes Barbosa tomaba posesién del cargo, y procedia, prdcticamente, a la nueva construccién y poblacién de la abandonada ciudad, Fe- lipe V, caviloso y dubitativo, sometia a dictamen de su con- fesor, el Padre jesuita, Guillermo Daubenton, las severas clau- sulas de su renunciamiento y cesién de la Colonia. El confe- sor real vio el punto débil del tratado de Utrecht, y afirmé que el territorio concedido no podria ser otro que el efecti- vamente poseido por Portugal antes de las hostilidades y cuyos lindes no sobrepasaban las inmediaciones de la plaza de Colonia. Por lo demas, coincidiendo con ese criterio, el gobernador interino de Buenos Aires, Don Baltasar Garcia Ros, escribfa al Rey, sefialando su perplejidad por los términos del tratado —que habia conocido por Ia versién de un pe- riédico inglés— en relacién con la férmula “Colonia del Sa- eramento y su territorio”, expresando que este ultimo no po- dia tener otro alcance que “donde estaba la fortaleza y su cir- cunvalacién, a distancia de tiro de cafén”. (°) Felipe V entonces, no vacilé mds; con fecha 13 de no- viembre de 1717 impartié instrucciones al nuevo gobernador del Rio de la Plata, Don Bruno Mauricio de Zabala, para que 25 procediera, a la mayor brevedad, a poblar y fortificar los puestos de Maldonado y de Montevideo. Diversas razones no siendo la menos importante la renuencia del Cabildo de Buenos Aires a facilitar la instalacion en la ‘tbanda-vaqueria” de ‘una poblacién rival— demoraron el cumplimiento del man- dato, varias veces reiterado, del monarca espafiol; pero cuan- do el maestro de campo Freitas da Fonseca alzé sus tien- das sobre la desierta peninsula, el 22 de noviembre de 1723, Zabala, al frente de una apresurada expedicién, y con el con- curso de mil indigenas misioneros, desalojé al adversario y dio comienzo a la etapa fundacional. Treinta y tres meses después la primera expedicién de don Francisco de Alzaibar afirmé la colonizacién definitiva del Real de San Felipe, puerto de Montevideo. La implantacién de un jalén hispano, fortificado y poblado, interpuesto entre la Colonia y sus bases atlanticas del Brasil, redujo el dominio lusitano a una cireunseripcion ais- Jada y, a la vez, sellé su destino. Consolidado el bastion de Montevideo, el sucesor de Za- hala, don Miguel de Salcedo, traia érdenes para intimar al gobernador de Colonia una demarcacién de limites que se ajustara al Tratado de Utrecht, segiin la tesis espafiola, Ante Ja negativa, Salcedo organizé6 —con el infaltable concurso de cuatro mil indigenas misioneros— el asedio y el bloqueo de la plaza. Sin embargo, el largo sitio no logré doblegar la tesistencia coloniense, concluyéndose ‘con la notificacién del armisticio firmado el 16 de marzo dé 1737 en Paris, entre las Coronas rivales, por la mediacién de Inglaterra y Francia, que volvia las cosas al “statu ‘quo ante bellum”. Pero decidido el Rey espafiol a reducir la ciudadela portuguesa del Plata, im- partié instrucciones precisas, a su vez, al sucesor de Salcedo, don Domingo Ortiz dé Rozas, para mantener la plaza dentro de un bloqueo sin batallas, privandola, dentro de lo posible, de los abastecimientos necesarios para su subsistencia. La guardia de San Juan se convirtié asi en un centro activo de policia que impedia las comunicaciones, el paso de los gana- dos y el acopio de lefia, . La comprometida situacién de la Colonia tendria, sin em- bargo, una variacién sustancial, pocos afios después.yA la muerte’ de Felipe V, le sucedié su hijo, Fernando VI, casado -con la princesa” portuguesa, Barbara de Braganza; y a esta alianza dindstica, se sumaba el matrimonio del principe José, “26 hermano de ésta, con otra hija de Felipe V, la infanta Maria Victoria. Dofia Barbara influyé en el animo de Fernando VI para conciliar la politica exterior de ambas Coronas, en cuyo propésito colaboraria decisivamente, el ministro espaol Don José de Carvajal y Lancaster, firmemente dispuesto a desalojar a los portugueses del Plata, fuere cual fuere el costo- de la compensacion a otorgar. Tales presiones condujeron a la firma del Tratado de. Madrid, llamado también de “permuta”, el 13 de enero de 1750. El importante documento contenia en su pre- facio una exposicién de las doctrinas geograficas sustentadas por Espana y Portugal’y sus respectivos fundamentos; un bre- ve examen de los convenios celebrados para delimitar sus po- sesiones, desde el Tratado de Tordesillas, y determinaba las jurisdicciones coloniales de ambas Coronas, “para que en ningém tiempo se confundan ni den origen a disputas”. El texto reconocia la soberania de Espafia sobre las Filipinas; y la de Portugal en el territorio de Matto Grosso, las riberas del Amazonas y las Misiones jesuitas;~y establecia la linéa divisoria de los dominios en el Monte de Castillos Grandes, siguiendo el filo de las cumbres hasta las cabeceras del Rio Negro, y continuando el curso del Ibicuy hasta su desagiie en el Uruguay; finalmente, cedia definitivamente a Espafia la Colonia del Sacramento y sus tierras. Este importante convenio fue seguido de seis protocolos complementarios, interpretativos © ejecutorios del principal: cuatro de ellos suscritos el 17 de enero de 1751, otro el 17 de abril y el ultimo el 12 de julio del mismo afio. “1 Pero a pesar del Tratado de Madrid, Colonia siguié ocu- pada por los portugueses, La muerte de Juan V de Portugal alejé del ministerio al brillante Alejandro de Gusmao, —bra- silefio, nacido en Santos y educado en Coimbra— inspirador del convenio por el lado portugués; sucedié ‘a aquél, su hijo José I, que llevé a Ja direccién de la politica lusitana, al futuro marqués de Pombal, contrario a la ejecucién del Tra- ‘ tado. Sobrevino “la guerra guaranitica”, formidable alza- miento de los contingentes reducidos en las Misiones jesui- ticas, que rechazaban la cesién a Portugal; y las interpre- taciones contradictorias de los comisarios designados por am- bas Coronas para trazar sobre el terreno la linea de frontera, frustraron finalmente su realizacién. Transcurrié asi una ‘dé- cada entera, sin definirse el estatuto territorial de la dis- putada Colonia. Pero la muerte de la reina Dofia Barbara, 27 seguida de la de Fernando VI, modificé nuevamente los tér- minos de la relacién internacional de las monarquias ibéricas. Carlos II, hermano y sucesor de Fernando VI, suscribis el “12 de febrero de 1761, en El Pardo, un tratado, con Por- tugal, que declaraba la caducidad del de Madrid y nueva- mente en vigor las circunstancias anteriores al mismo. . , Don Pedro de Cevallos, gobernador, desde 1756, del Rio de la Plata, reclamé la deyolucién de territorios demarcados segin el tratado caduco dé Madrid y que ocupaban colonos y fuerzas lusitanas; pero sus negociaciones fueron vanas: y en conocimiento de la nueva ruptura de relaciones sobre- venida entre Espafia y Portugal —la guerra de ‘Siete afios\— puso _cerco a la Colonia. La plaza capitulé el 30 de octubre de 1762, retirandosd su guarnicién para el Brasil. Poco des- pués, Cevallos debia defender la plaza de la accion combinada de fuerzas portuguesas y brasilefias, apoyada por una escuadra de unidades lusitanas e inglesas, al mando del almirante John Mac Namara, obteniendo Ja victoria al incendiarse la nave in- signia y perecer el marino britanico, jefe de la expedicion. Este triunfo de las armas espafiolas tenia lugar dos meses des- pués de haberse suscrito en Fontainebleau el Tratado preli- minar que ponia fin ala guerra de Siete Afios y restablecia la concordia entre los dos rivales, El] Tratado’ de Paris, fir- mado el 10 de febrero de 1763, reintegraba Colonia a sus antiguos poseedores. cuando ya Cevallos habia ocupado las fortalezas de Santa Teresa y San Miguel —construidas por los portugueses, afios antes, al amparo del tratado de Madrid— -y dominado la region de la laguna de los Patos, El 24 de diciembre de 1763 se realiz6 la restitucién a los portugueses de la Colonia. Pero desde ese mismo instanie re- comenz6 la inevitable disputa acerca del alcance e interpre- tacién del convenio de Paris. El articulo 21.9 del mismo, disponia que los territorios coloniales quedaban en las con. “ diciones existentes antes del conflicto; y_en su virtud, recla- maron los portugueses la devolucién del Rio Grande, las islas de Martin Garcia y Dos Hermanas y del territorio adyacente a la Colonia y region de San Gabriel. Fue tnicamente acep- tada la restitucién de los. dos tltimos, pero no los anteriores, que los espaiioles sostuyieron pertenecerles sin duda alguna, La situacién volvié a hacer crisis en 1776, en cuyo mes de abril, las fuerzas lusitanas atacaron las villas y pueblos del Rio Grande. Entonces Carlos III puso en ejecutién una de- 28 terminacién que desde hacia tres afios se estudiaba en el ga- binete de Madrid: por Real Orden de 19 de agosto de 1776 cre6 el Virreinato del Rio de la Plata y designé primer titular a Don Pedro de Cevallos, que ademas, tomé la direccién mi- litar de una formidable expedicién destinada a imponer el do- minio espafiol en los territorios en disputa. Una répida cam- paha iniciada en febrero de 1777, con la toma de la isla de Santa Catalina, culminé con la entrega de Colonia por su gobernador —en cumplimiento de instrucciones de Pombal que juzg6, con razén, indefendible la plaza— el 3 de junio del mismo afio, La guarnicién, sus oficiales, clases y sus fa- milias y esclavos, volvieron al Brasil; los soldados y gran parte de la poblacién civil fueron dispersados en pueblos de la provincia de Buenos Aires; las murallas y. las fortifica- ciones fueron’ arrasadas. En el plano diplomatico, la paz se celebré —desaparecido Pembal del escenario politico, por la muerte del Rey José 1 —eutre los plenipotenciarios de los dos monarcas hermanos: la veina viuda de Portugal, Maria I y Carlos III de Espaia. Fue el Tratado de San Ildefonso, firmado' el 1° de octubre de 1777 (27). Con este instrumento culminaba el largo pleito de tas dos potencias ibéricas por la demarcacion de sus domi- nios en Sudamérica. El centro neuralgico del conflicto —la lonia— quedaba incluida, finalmente en el territorio es- fol; pero la zigzagueante linea de San Ydefonso, a larga tancia, tierra adentro, de la originaria demarcacin de Tor- desillas, consagraba ahora, de derecho, la expansion de los bandeirantes y la persistente tenacidad diplomatica de Portu- gal. Cierto es, que afios antes —en 1767— ambas potencias habian descuajado el vasto “hinterland” de los jesuistas, ex- pulsando de sus dominios a los Padres de la Compaiiia; y con‘ ello, la frontera habia perdido el poderoso antemural neutra- Hzador que, por un lado, frenaba la penetracion bandcizante y, por el otro, interpenetraba los territorios hispanoamericanos, itando la plena potestad de las autoridades reales e, in- poniendo vallas y limitaciones al ansia de lucro y_ex- a de riquezas de los patriciados criollos del ‘comin’ »araguayo y de la pujante ciudad-puerto de Montevideo, sobre - el Ambito atractivo de la campafia oriental, I c } I € ‘ Iv. EL PUERTO Y (UDAD MURADA Montevideo habi ide ‘go conflicto luso-hispano, la clave decisiva para ponte: s 2 leito por la “banda - fronte- ra”. Con su fundacién, urgida por etactcias bélicas, cai fuerte de San José”, en 1724 y luego, como ciudad, el 24 de diciembre de 1726, Espafia daba ejecucién al viejo proyecto colunizador entrevisto por Hernandarias en 1607, y a inicia. tivas largamente postergadas en el tiempo. (1) Al escaso ni cleo: de vecinos venidos de Buenos Aires, se agregaron los grupos de familias canarias que trajeron a Ja ciudad, entre 1726 y 1729, Francisco de Alzaibar y Cristobal de Urquiju Domingo Petrarca delinea la planta de la ciudad: Pedra Mi. lan empadrona los pobladores, fija la jurisdiccién del faturo Cabildo y el area donde los préximos moradores han de tener “sus faenas de campo y monte”, hasta el arroyo Cufré, al oeste; las serranias de Maldonado, al este; los cabezales de los rios San José y Santa Lucia, siguiendo “el albardén de los. faeneros , al norte; traza las manzanas, determina el ejido : las tierras de Propios; reparte solares, dehesas y chacras y ‘suertes de estancia”, —tres mil varas de frente por legua media de fondo— todo de acuerdo con las Ordenanzas de Poblacién de Felipe I] de 1573 y Leyes de Indias. a los vecinos fundadores, que reciben el titulo de “hijosdalzos de solar conocido”, con el tratamiento honorifico de “Don” ai tepuesto a sus nombres o n el padron de los solares distribuidos por Millé lee que no han de pretender los pobladores “accion te a los ganados vacunos” orejanos, que pastan en la vasta ju- tisdiccién de la ciudad, pues no han sido “procreados a ae pensas de ninguno de ellos”. E] aprovechamiento seré comin, y ninguno ha “de ser ozado a salir a campaiia a hacer faena de recogidas, ni matanzas’ ni corambres, sin expresa licen- cia de las autoridades. También serén comunes’ los “pastos montes, aguas y frutas silvestres” aunque sean de “tierras de 30 Sefiorio”, y para que “‘los ganados y el trajin de carretas”” tengan libertad de movimientos y uso de las aguas, ha de de- jarse ‘entre suerte y suerte una calle de doce varas de ancho que sirva de abrevadero comin”; por fin, que los caminos, ahora y en adelante, “sean libres para todo genero de gentes’’ de forma que aun cuando atravesaran heredades repartidas no sufran embarazo ni impedimento alguno. (*) La fundacién juridica de la nueva ciudad —que esto fue desde sus inicios y no villa ni pueblo—, data del 20 de di- ciembre de 1729, cuando Zabala ordena se forme “el Concejo, Reptblica y oficiales de ella”, a cuyos efectos instituyd las magistraturas del ‘Cabildo, justicia y regimiento”: los alcal- des de primero y segundo voto, “juez de los naturales” y de “menores”, respectivamente, “con toda la jurisdiccién que compete a los alcaldes de las ciudades, villas y lugares de estos reinos”; el Alférez Real que paseara el estandarde real en las festividades.religiosas y civiles; el Alguacil Mayor quien “continuamente traiga vara alta de justicia”, cele presos y pri- siones y “sirva de ministro ejecutor de las érdenes y manda- mientos de los alcaldes’ ordinarios”;. los alcaldes Provincial y de la Santa Hermandad, “para la guarda y custodia de estos campos”; un fiel ejecutor, un depositario general, sin contar el sindico “procurador general’? cuyas funciones por ahora “y mientras no haya numero suficiente de individuos”, las desempafiaraé el Alguacil. Un ajfio duraria, designandose por cooptacién en acto que refrendara la superior autoridad gubernativa; han de procu- rar elegir personas beneméritas “de buenas costumbres, opi- nién y fama, da manera que no sean inferiores ni tengan raza alguna de morisco, judio ni mulato”, y que sean idéneos y de capacidad aunque no sepan leer y escribir, al menos durante los seis primeros afios, A las Reales Ordenanzas que se observan en Buenos Aires se remite el fundador; pero un nuevo auto del 2 de enero adecué las providencias a las con- diciones del medic— prueba infalible para juzgar de la ca- pacidad del gobernante—, y dispuso se simplificaran las cere- monias oficiales, se limitaran las reuniones del Cabildo a una por mes en lugar de una semanal; derogé por seis afios las vedas para que alcalde o regidores pudieran vender al menu- deo sus cosechas propias y, la mas importante, instituy6 el voto secreto para la eleccién de cabildantes, a efectos de anular influjos de compadrazgo, engafio 0 concusién, por el 31 eT Oe Me simple acto de que las papeletas sin firma, fueran seleccionadas por mano de nifio que las sacaba de las urnas ©). En esas condiciones el primer Cabildo empezé a funcionar el 19 de enero de 1730, cerrandose el ciclo fundacional de la ciudad. Montevideo fue una ciudad murada, plaza fuerte equi: parable a las de Callao y Cartagena de Indias. El cuadrado fortificado de la Cindadela —cuya construccién se efectud desde 1742 hasta 1780—, con sus cincuenta piezas de artille- ria, sus baluartes artillados en los cuatro angulos salientes, y su foso de quince varas de profunidad, fue el eje del sistema “de donde partia la linea sinuosa de la muralla, apenas abierta en los dos Portones de San Pedro al norte y el Nuevo que la horadaba al sur, y remataba en los dos Cubos del Norte y del Sur. Las trece 0 catorce haterias que defendian la costa se complementaban con el Fuerte San José —terminado en 1741— en el acceso a la Bahia y enfrente igual proteccién dispensarfa la fortaleza del Cerro que reciéi Se.construyé en 1808. La ciudadela estaba totalmente cerrada hacia el lado ex- terior y la entrada se orientaba hacia la ciudad, por la. her. mosa puerta ubicada sobre el eje de la actual calle Sarandi, que hoy en su primigenia ubicacién, muestra su estampa de invalorable monumento arqueologico (4). El vecindario del periodo fundacional sufria la eétrecha condicién de la vida militar, los asedios y zozobras de los indios minuanos y los conflictos entre los Comandantes mi- Htares y Cabildos. Reiteradamente se solicitaria a la Corona que elevara la ciudad a la categoria de “gobernacién” ‘con castellano propietario”. Por Real Cédula de 22 de diciembre de 1749, Montevideo era erigida en Gobernacién Politica y. Militar, pero dentro de los lindes que le sefialara Millan, En 1750 se hacia cargo de sus funciones, el primer gobernador Brigadier José Joaquin de Viana. Aliviada la tensién impuesta al vecindario montevideano por un régimen civil que autonomizaba relativamente su desti- no politico y administrativo de las autoridades bonaerenses, se inicié un nuevo periodo en la historia de la ciudad. Y, al mismo tiempo, se consolidaba la posesion espafiola del te- tritorio con nuevos poblados nacidos oficialmenie por necesi- dades militares 0 finalidades colonizadoras; donde incluso has- ta las “cuarenta casas de tejas” y “el templo” los “costed 21 Rey” como ocurrié en Minas; 0 surgidos espontineamente, al amparo del fortin, 0 en los cruces de los caminos abiertos 32 por las huellas de las carretas, bajo el signo tutelar de una _ capilla; en el paso concurrido por las tropas de ganado 0 en la atraccién de pulperias de intercambio y acopio, y escenario de carreras, bolos y jugadas; 0 en torno a un antiguo pueblo de indios. 3 : : Asi se agregaron a Santo Domingo de Soriano, antigua reduccién indigena organizada por los padres franciscanos, y ja Colonia del Sacramento, de cambiante destino, una atalaya militar con pujos mercantiles: San Fernando de Maldonado, fundada por Viana en 1755; y otros muchos pequefios pue. blos o villorios: Guadalupe de los Canelones —1778—, San Isidro de Las Piedras —1780—, San Juan Bautista, puerto de Santa Lucia, —1781—, San José, —1783—, Nuestra Se- fiora de la Concepeién de Minas, —1783—, Pando, —1787—, y San Fernando de la Florida Blanca —1809—, precedida de Ja Capilla del Pintado, en 1779, —dentro de la jurisdiccién de Montevideo;— San Carlos, 1763, —Rosario del Colla, —1777—, Capilla Nueva de Mercedes, —1789—, Nuestra Se- fora de los Remedios de Rocha —1801_, Melo, 1195, Porongos o Trinidad, en 1802, —en tierras que correspondian a la jurisdicctén de Buenos Aires—; y Paysandii, Salto y Belén, al norte del Rio Negro, en zona dependiente de las Mi- siones, En total, veinte y tantas al comenzar el siglo XIX; periféricas y radiales a Montevideo, en el sur, sobre las rutas de acceso al puerto; circundando a San Carlos y Maldonado y formando un cuadro defensivo ccn Santa Teresa, Castillos y San Miguel, al Este; en las inmediaciones de Soriano y Co- lonia, hacia el Oeste, y siguiendo el litoral; o en avanzadas guardias fronterizas, en el camino de los changadores, como Melo, Batovi y Santa Tecla. S Sus vecinos fundadores recibieron solares para sus casas y tierras para labrantios y estanzuelas. Ellos, como los pobla- dores iniciales de Montevideo, conteniendo a los indios, comen- zando el trabajo organizado de la ganaderia y los balbuceos de la agricultura, fueron los olvidados pioneros _de la civili- zacién en la antigua “banda de los charrtias”’. (°) Luego de erigido en cabeza de Gobernacién, Montevideo comenz6 el pro- eso evolutivo que habria de transformarlo, al cabo de pocos afios, en puerto de primerisima poprancia en el Rio de la Plata. Hacia el puerto, de buen abrigo y aguas profundas, en la medida que su importancia fue siendo reconocida y am- pliada por sucesivas disposiciones reales, fue acudiendo la: 33

También podría gustarte