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Medida
Medida
Estas son solo algunas de las críticas que pueden plantearse sobre las medidas de
aseguramiento y, en particular, de las privativas de la libertad. Sin embargo, estimo
pertinente plantear algunas reflexiones acerca de esta figura.
El año pasado, a raíz de una decisión de esta índole al interior del proceso penal más
importante de la historia colombiana, pudimos apreciar varias opiniones en redes sociales
que criticaban la implementación de la medida de aseguramiento y en las que se llegó a
censurar a aquellos penalistas que la “celebran”. Lo primero que se me vino a la cabeza es
esa palabra, celebrar. Una cosa es “celebrar” o “aprobar” su decreto y otra muy distinta es
“alegrarse”.
Se puede estar de acuerdo algo sin que ello implique felicidad. Que se restrinja
cautelarmente la libertad sin fallo condenatorio no es motivo de júbilo. Inclusive, la
sentencia que impone una pena debe interpretarse como lo que es: ejercicio del poder
punitivo y de violencia institucional del Estado. En sentido similar, me cuesta creer que la
mayoría de fiscales sientan “euforia” al solicitarla ante los jueces y que estos se “alegren”
por dictarla.
Pensemos en un fiscal acucioso, que acredita una inferencia razonable coherente con sus
medios de prueba y que, corolario a lo anterior, demuestra el o los fines constitucionales
con prognosis a futuro. Y pensemos también en un juez diligente que, tras escuchar y
analizar cada una de las manifestaciones aportadas por las partes y de los demás
intervinientes, decide decretarla, con una debida sustentación, por encontrarla jurídicamente
procedente.
Sus acérrimos detractores consideran que siempre será la antítesis del garantismo. Difiero
respetuosamente porque en mi concepto, y bajo circunstancias particulares, podrá ser lo
contrario. Por ejemplo, cuando se judicializa a señalados miembros de grupos armados
organizados o grupos delictivos organizados dedicados a múltiples crímenes, como
homicidios y extorsiones, en determinados sectores de un país tan violento como el nuestro,
se puede hablar de una tutela de los intereses de las víctimas; o si se identifica que un
indiciado cuenta con la doble nacionalidad de un Estado que no extradita a sus ciudadanos
y quiere huir a este, se puede proteger la administración de justicia, por no hablar también
de la verdad, justicia y reparación de los perjudicados.
O pensemos en otros casos límite: violadores en serie o que cometen conductas sexuales en
contra de mujeres mayores o menores de edad. En estas circunstancias no se apela a la
necesidad de sentencias anticipadas, a falsas apariencias de eficacia de la administración de
justicia o a criterios emocionales y populistas, sino a la protección de la comunidad y de las
víctimas, entre otros posibles propósitos constitucional y legalmente consagrados. Si la
Fiscalía General de la Nación cuenta con un buen acervo probatorio y hace una adecuada
sustentación, ¿será tan erróneo “celebrar”?