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Rubén Sierra Mejía

El filósofo colombiano Rubén Sierra Mejía falleció a la edad de 82


años. Sierra nació en Salamina, Caldas y estudió filosofía y letras en
la Universidad Nacional de Colombia, institución de la cual fue
profesor emérito. Además, cursó estudios de posgrado en Europa,
específicamente en la Universität München (Múnich, Alemania).

Sierra se desempeñó como director de la Biblioteca Nacional de


Colombia entre 1988 y 1991, periodo durante el cual trabajó de
forma decidida para asumir la Biblioteca con una visión
patrimonial, la que actualmente se continúa.

Deja un importante legado en la educación superior en Colombia,


pues dedicó su vida a la docencia en universidades como la
Universidad Nacional de Colombia, la Universidad de Caldas,
Universidad del Valle y la Universidad de los Andes.

De su producción académica y sus trabajos de investigación se


pueden resaltar las siguientes publicaciones: República liberal:
sociedad y cultural, La restauración conservadora (1946-1957) y La
crisis colombiana. Reflexiones filosóficas, entre otras. Además, se
desempeñó como coautor, editor, compilador y traductor de
diferentes textos y libros.

En 2016, Sierra fue condecorado durante los actos de celebración de


los 191 años de fundación de su tierra natal Salamina. En ese
entonces, expresó la importancia que tuvo la lectura en su vida pues
su padre, Luis Eduardo Sierra, fue un lector asiduo y coleccionista
de libros: "Mi padre compró libros hasta llegar a adquirir una
biblioteca voluminosa, con obras clásicas de literatura, de cultura
general y varias enciclopedias" […] "Pudimos leer sobre literatura y
sobre violencia. Tenía una biblioteca privada y pude entregarme a la
lectura de obras modernas y clásicas", dijo en ese momento al medio
de comunicación La Patria.
Julián Serna Arango

Nació en Bogotá en 1953. Se radicó en Pereira en 1963. Licenciado


en filosofía en la Universidad Nacional y Doctor en Filosofía de la
Universidad Javeriana. Director de la Corporación Biblioteca
Pública de Pereira 1981-8, cuando la entidad obtuvo el 1º puesto en
el Concurso Nacional de Trabajo Cultural Comunitario, Colcultura,
1986.

Fue Alcalde encargado, en 1984. Profesor de la Universidad


Tecnológica de Pereira desde 1988. Investigador y profesor visitante
en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, así como en
las universidades de León y Sevilla, en España; Libre de Berlín y de
Leipzig, en Alemania, y Harvard, en EU. Ha obtenido la Cruz de los
Fundadores otorgada por la Alcaldía de Pereira en dos ocasiones:
2013 y 2017, y un reconocimiento especial en la Feria del libro de
Pereira, en 2017.

Distinguido como Investigador Emérito por Colciencias, 2019. Sus


últimos libros: Ontologías alternativas, España, 2007; Somos
tiempo, España, 2009; Finitud y tiempo, Colombia, 2009;
Heterodoxias, México, 2009; Adversus agelastos, México, 2011; Las
apuestas perdidas de Occidente, España, 2011; El azar y la ocasión,
España, 2012; Antítesis; México, 2012; Apócrifos, México, 2013;
Reptiles de a pie, México, 2014; Antropología paradójica, España,
2016; Sólo lo efímero es real, México, 2016; El tiempo en zigzag,
España, 2017; El mamífero infeliz, España, 2018; Pensar en el
límite, España, 2019; Menos es más. Del aforismo al microrrelato,
España, 2020; Ideas desencadenadas, Colombia, 2020; Ironías
filosóficas y paradojas literarias, Colombia, 2021
El tiempo

aradójico, el tiempo, todo lo da y todo lo quita. Porque el reloj


gobierna la rutina de los hombres, nada hay más objetivo que el
tiempo; pero también nada hay más subjetivo que él cuando la
espera lo paraliza y la emoción lo acelera. Nada más personal, nada
más compartido. Nada más abundante, nada más escaso. El tiempo
está en todas partes y en ninguna. Es la forma de ser y de ser: El
tiempo es puente, pero también abismo. Desechable, inmortal. La
vida está hecha de tiempo, pero así mismo es una ca rrera contra el
tiempo.

Alrededor del tiempo surgen los conflictos que tejen la existencia; el


conflicto entre el presente y el futuro, origen y fundamento del
conflicto entre el orden y la transgresión; la seguridad y el sentido;
el conflicto entre un futuro que promete y un pasado que obliga,
entre la plenitud del instante y la ubicuidad de lo sido. ¿Cómo
pudiera ser de otra manera? Si a medida que somos no somos, si
somos responsables de lo que ya no somos y es menester contar con
lo que todavía no somos. El tiempo es el enigma de la existencia,
pero también la clave, la sustancia, el reto.

Hijo de un médico, biólogo en primera instancia, Aristóteles se


ocupa de los animales cuya vida permanece confinada en el aquí

y el ahora. No debe extrañarnos así que Aristóteles asuma la


concepción del tiempo como la sucesión de ahoras, como el
ensamblaje del antes y el después, es decir, como el número del
movimiento.
La concepción del tiempo como fenómeno natural, incluso como
fenómeno objetivo, alcanza en Newton su formulación por
excelencia. Leemos en sus Principios matemáticos de filosofía
natural: “El tiempo absoluto, verdadero y matemático, en sí y por su
propia naturaleza sin relación a nada externo fluye
uniformemente”'. Probablemente así perciba el tiempo el dios
omnipotente de los teólogos; un ser plano sin acentos ni dobleces. No
es el caso del hombre, sin embargo.

San Agustín discrepa de la concepción objetivista del tiempo. Si el


tiempo no fuera más que un fenómeno exterior, no pudiéramos
menos que registrar que el pasado ya fue, que el futuro todavía no
ha sido y que el presente no sería más que un instante cuya duración
-en sentido estricto- tiende a cero, y en esas condiciones sería
menester concluir, en síntesis, la inexistencia del tiempo. Para San
Agustín, en cambio, el tiempo es un fenómeno interior, una realidad
vivida

Y de esta misma manera, diversos filósofos del tema se han visto


envueltos en un debate sobre el tiempo

Filósofos como Bergson, lingistas como Whorf, en síntesis, no sólo


toman partido por la postura subjetivista, sino que además a llevan
hasta sus últimas consecuencias.

Incluso Heidegger estaría más cerca de San Agustín que de


Aristóteles, cuando en “La esencia del habla”, incluida en De camino
al habla, se refiere a la triple simultaneidad del tiempo en términos
de “(...) la igualdad unida de haber sido, ¿presencia y lo que guarda
encuentro”? Heidegger, no obstante, toma distancia de las posturas
precedentes: a de Aristóteles, quien hace del tiempo un fenómeno
exterior; la de San Agustín, quien hace de él un fenómeno interior
que gravita alrededor del tiempo presente, cuando concibe el
advenir como éxtasis primordial del tiempo. El ser que somos
nosotros, dirá Heidegger es un ser abierto a sus posibilidades, El
presente, el pasado también, se definen con elación al futuro; el
presente, por las posibilidades que le son propias, el pasado por
aquellas a las que podemos retornar.

San Agustín se opone a Aristóteles, Kant toma distancia de ambos,


Bergson difiere de la tradición precedente, Heidegger hace otro
tanto. Con Borges se repite la historia. Sus antecesores han ofrecido
una imagen coherente, consistente, cuando no sistemática del
tiempo. Borges, en cambio, da cuenta de su condición paradójica. No
lo hace mediante una teoría, sino a través de los poemas, de los
relatos en los que el tiempo desempeña un papel protagónico.
Fernando Gonzales Ochoa

Fernando González nació en la localidad de Envigado, situada a


pocos kilómetros de la ciudad de Medellín, capital del departamento
de Antioquia, el 24 de abril de 1895. Sus padres fueron Daniel
González Arango y Pastora Ochoa Estrada. Cursó estudios
primarios y secundarios en el Colegio San Ignacio de los padres
jesuitas. Estudió en la Universidad de Antioquia y se recibió de
abogado. Ejerció su profesión y llegó a juez. Contrajo matrimonio
con Margarita Restrepo, hija de Carlos E. Restrepo, presidente de
Colombia de 1910 a 1914. Tuvo cinco hijos: Álvaro, Ramiro, Pilar,
Fernando y Simón. En 1916 publica Pensamientos de un viejo. En
1931 es nombrado cónsul de Colombia en Génova, Italia. Es
expulsado de Italia por orden del gobierno italiano a raíz de la
publicación de El Hermafrodita dormido (1933). En 1932 es
nombrado cónsul de Colombia en Marsella, Francia. En 1936
empieza a publicar en Medellín la revista Antioquia, que alcanza
diez y siete números. En 1954 es nombrado cónsul de Colombia en
Rotterdam, Holanda, de donde pasa a ocupar cargo similar en
Bilbao, España. Regresó a Envigado en 1957, donde permaneció
hasta su muerte acaecida el 16 de febrero de 1964.

Fernando González escribió seis ensayos, una crónica-ensayo, dos


novelas, dos ensayos novelados, un compendio de cartas personales
de gran significado en relación con el contenido del resto de la obra,
y una tragicomedia-novela. Esto en cuanto a una breve
identificación genérico-literaria. Cabe destacar, sin embargo, que el
contenido ontológico de la obra toda, la emoción con que está escrita
y, sobre todo, la avasallante personalidad del autor, se imponen a
cualquier intento serio de clasificación genérica. Su pensamiento
vence definiciones y encasillamientos, y nosotros no podemos menos
que caminar de soslayo por los intrincados corredores de este
pensamiento.

LA VIDA

En Fernando Gonzales Ochoa encontramos un pensamiento, así


como es la vida: contradictorio. De lo que se trata es de vivir
plenamente la vida: «El objeto de la vida es que el individuo se auto-
exprese» y que su expresión sea reflejo de su armonía con la energía
vital del universo.

El universo es un canto armonioso a la suprema energía. «La


armonía suprema nos llama más allá de la tierra». La causa de la
tristeza del hombre es que por la irregularidad de su vida no
armoniza con este canto.

Marquínez anota que «desde esta visión de la vida, como derecho y


deber de autoexpresión de los individuos y de los pueblos, critica lo
que considera pseudo valores morales, religiosos, pedagógicos y
políticos en la sociedad colombiana de su tiempo. Sus prédicas en
contra de una tradición anquilosada y maniquea escandalizaron a
los guardianes del inmovilismo: “Los códigos morales, las virtudes
aceptadas, petrificadas, las catalogaron hombres debilitados ya. […]
A medida que crece nuestra pobreza vital, aumenta nuestra
moralidad y nuestro apego a los prejuicios”».

La vida, en Fernando Gonzales, es la manifestación de la suprema


energía de la tierra, del universo. Es una abundancia que «se afirma
indefectiblemente» y que no puede ser definida, limitada.
De la tierra nos viene la energía: sus «jugos deben nutrirnos». La
tierra es nuestra madre. Al final del viaje «[…] percibimos más
claramente que la tierra es nuestra madre. [T]todo nuestro vivir era
el palpitar de la energía en nuestra madre».

Es por lo que Fernando ubica la «esencia de la vida» en el «poder


curativo del alma, el poder cicatricial, la divina facultad del olvido».
La fuerza vital es un poder regenerador que incluso nos permite
enfrentar la muerte: «Es propio del que está lleno de vida olvidar la
muerte». El olvido hace al hombre más o menos poderoso. «Los
superhombres cicatrizan pronto sus heridas».

La vida es un movimiento que rompe la individualidad y toda lógica.


Es la fuerza vital la que domina: el ánimo que nos hacer amar,
crecer y desear. Somos «depósitos» de energía y, por lo tanto, de
poder. Es lo que llama FGO la sinergia. Tener sinergia es estar lleno
de vida; tanto para recibir como para dar.

Pero, aquí está también su dimensión trágica: «La vida del hombre
sobre la tierra es brega y tristeza. Vivir es luchar con el tiempo, el
cual nos arrastra, a pesar de resistirlo. ¡Qué horrible es, durante
algunos días, vivir…!».

«¡Cuán propia es esta vida moderna, rápida, difícil y varia, para


perder toda fe, para ir por la vida como madero agua abajo!». Se
nos gasta la fuerza vital en perseguir a seres que no van a ser
nuestros. Por ejemplo, para qué correr tras las mujeres: si han de
ser nuestras vendrán donde estemos.

«El único método para vivir que conserva la alegría, es vivir


resistiendo al deseo que nos urge por el goce; vivir despacio,
inervados»: la búsqueda casta del goce: la contención. Lo contrario
es «la esclavitud del alma por los deseos».
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https://www.otraparte.org/fernando-gonzalez/vida/ordenes-jorge-1/

https://www.otraparte.org/fernando-gonzalez/vida/ramirez-edgar-1/

Aquí hay una cita de Juan Carlos Scannone sobre la unidad y


trinidad:

"La unidad y trinidad de Dios es la clave para entender el misterio


de la vida, porque nos enseña que Dios es una realidad dinámica de
amor y comunión que se da a sí mismo en la creación, la redención y
la santificación" - Juan Carlos Scannone, "La unidad y trinidad de
Dios en la ética de la liberación", Revista Latinoamericana de
Teología, Vol. 30, No. 120, 2005.

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