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Los palacios de Kólob

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David Moraza Brito

Los palacios de Kólob


© 2010 lulu Publishing S.L.

1ª edición

ISBN: 84-614-4655-1

Impreso en España / Printed in Spain

Impreso por Lulu

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A mi padre,

quien me inicio en otros mundos


Índice

1. Un boom en mi cabeza 7
2. Mi nombre es Belisario 14
3. Corina ¿qué haces aquí? 25
4. Recapitulación con las vacas 44
5. El linaje Jana 54
6. Los días después. 76
7. Una chica puede correr más que tu. 93
8. Una clase con Bisnan 106
9. Mensaje en una botella al mar 137
10. Los mares de Kólob 177
11. Sísifo 219
12. En la isla de los lotófagos 272
13. Los vientos de Kólob 290
14. Alea iacta est 365
15. Ruidos estrepitosos 399
16. En el segundo estado 459

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Capitulo 1

Un boom en mi cabeza
David Moraza Los palacios de Kólob

El estandarte ondeaba al viento agitando el escudo que portaba


para orgullo de aquellos, que bajo el marchaban a la batalla. Semejante al
heraldo que vocea el honor y la causa, que consigue hacer marchar a tan-
tos inocentes a la muerte. Pero aquel estandarte era algo más que lo des-
crito. Destellaba poder, no se necesitaba interpretar, vivía por sí mismo.
Era una estrella azul sobre fondo blanco.
¿Cómo puede tener tanto poder en mi memoria algo tan simple?
Aquella era una batalla, extraña, sí, no había duda que eran contendientes.
Las formaciones como un intrincado mosaico, estaban situadas en las
aristas de un inmenso cubo. En los vértices se encontraba la mayor densi-
dad de combatientes, dispuestos en órdenes complejos de batalla. Enfren-
tados al centro desde cada una de las aristas. De unas proporciones difíci-
les de mensurar, ese cubo contenía un vasto espacio. En el ¿centro?, si esa
palabra puede usarse, estaba, un objeto estratégico. La cúpula central de
los palacios, en cuyo interior se hallaba la morada del más grande y el ac-
ceso al oscuro océano de la inteligencia. El cordón umbilical que unía
nuestro reino con el océano primordial. Ese oscuro mar de donde proce-
demos todos. Controlar esa ventana modificaba la entrada de las inteli-
gencias a nuestro reino, filtraba la forma de la vida. Era vital para el desen-
lace la posesión de los vértices y era condición esencial dominar al menos
cinco. Entonces, esto era ¡tan evidente para mí! Ahora no entiendo cómo
me cuesta entenderlo ya que no lo comprendo totalmente.
El estandarte contrario era una estrella roja sobre fondo en blanco. Pro-
vocaba un impacto a la mente tan fuerte como el primero. Condensaban
en su forma y color las aspiraciones de innumerables habitantes de nues-
tro reino. Los rostros de ambos bandos eran decididos, esculpidos por
una disciplina sin tiempo. Sus facciones no estaban atadas a limitaciones,
eran puras, afiladas por el momento que se vivía, tal como las cualidades
de sus portadores. Semejantes al cristal que revela todo lo que en vano
está detrás. Era estén un reino de habitantes e intenciones transparentes.
Algunas de las cuales no tenían nombre. Iban creándose a medida que los
hechos lo requerían.
Mucho era lo que se jugaba en esa contienda feroz. Estaba en juego la
estructura del reino.
Cada linaje estaba representado por sus enseñas, uniformes, ban-
derines y portaestandartes. Sus líderes destacaban, al encabezar formacio-
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Los palacios de Kólob

nes de gran movilidad y extraordinaria sincronización. En cada casa se


identificaban las distintas escuelas y clanes. Nuestro linaje daba identidad a
cada habitante, pero lo que daba cohesión a ese innumerable ejército eran
las casas, escuelas y clanes. Estos fijaban los valores del linaje mediante el
estudio y la práctica de las nobles disciplinas de Kólob. Mediante la adop-
ción de convenios e ideales. Las escuelas, clanes, academias y asociaciones
de toda índole, eran poderes transversales a toda la organización social y
conseguían, pasando a través de los hilos maestros, una estructura tan po-
derosa, que era capaz de formar un mundo. Y era ese mundo lo que esta-
ba en conmoción, ese mundo cuyo destino se iba a dirimir por primera
vez desde una concepción, que muy pocos recuerdan. Porque todos sali-
mos de la bruma que viene del oscuro océano y entonces Kólob ya estaba
allí. Impaciente por acogernos, junto a su estrella Kokaubean.
Y esto es lo que me hace temblar aun ahora. Esa batalla no era como las
que existen aquí en nuestro mundo. Se parecía a una partida de ajedrez
con un tablero en cada cara del cubo. Era una lucha de posiciones. La
estrategia obedecía a tres premisas principales. Posición, esperanza y en-
foque. Tres ejes que definían nuestra ruta en la existencia. Podríamos de-
cir que estas premisas respondían, la primera a nuestras posibilidades, la
segunda a nuestros deberes y la tercera a las esperanzas. No estaba en
juego la acumulación de riquezas o poder. Se decidía el devenir de la pro-
pia existencia, el modelo de conciencia.
Describir los movimientos de esos escuadrones, innumerables mu-
chedumbres, moviéndose como una sola persona, es imposible. A medida
que fluctuaban en sus situaciones, sus premisas variaban en su intensidad
y dirección. Entonces la realidad se estremecía como una tierra parturien-
ta. Como si el propio espacio que nos circundaba se quebrase, volviéndo-
se en sí mismo. Ellos provocaban en la realidad lo que la masa en el espa-
cio. La estrategia en sus premisas, modificaba nuestro reino y su espacio.
Podríamos decir que retorcían la existencia como alguien que amasara
arcilla.
Había un trasiego continuo de multitudes de un lugar a otro en un empe-
ño por equilibrar sus intereses y expectativas. Pero un trasiego ordenado,
maravilloso de ver, parecido a un baile, cuyos pasos lo dictara el azar. En
esto tan hermoso de contemplar también estaba implícito el incumpli-
miento de promesas y acuerdos. Los tratados rotos. Traiciones ejecutadas
de la manera más hermosa que ojo pueda contemplar.

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Los movimientos obedecían a un plan. Cada movimiento iba acom-


pañado de una esperanza y un enfoque. Se requería de toda la fuerza de
una legión para mantener una posición. Pues esta requería la fijación del
intento. No era fácil esto pues requería el alma misma en el empeño. Y al
ser la naturaleza de los habitantes de este reino, cristalina, no había ocul-
tación del estado anímico. Solo la determinación y la constancia en el es-
fuerzo de los contendientes decidía el éxito de la estrategia.
Podía verse claramente que el compromiso de muchos dependía del resul-
tado que la contienda deparaba. Estos ocupaban las posiciones más exte-
riores y sorprendentemente no había reproche o vergüenza en esto. Pues
al no poder ocultar intenciones sobraba toda apariencia. Es como andar
desnudos en propósitos. En contraste, en las posiciones más internas,
hacia el centro de ese colosal espacio cúbico, estaban los paladines, aque-
llos cuya convicción les hacía olvidar lo que se jugaban en esa colosal con-
tienda. Los movimientos de las premisas eran rápidos en el interior, y co-
mo una especie de fluido, se transmitían con lentitud a las zonas externas.
Estos, cautos, variaban su compromiso de acuerdo a lo que iba sucedien-
do. En su transcurso las posiciones iban perfilándose cada vez más. Todos
los linajes, escuelas, clanes, familias perceptivas, viajeros e historiadores se
resumían en dos estados. Lo posible y lo debido.
Sin embargo yo era presa de la más cruel desesperación. Había muy
pocos como yo. Éramos insólitos. Teníamos una especial configuración.
Caíamos muy fácilmente en ese territorio lineal, afilado como una navaja
de la indecisión. Siempre en lo gris de cualquier contienda, en tierra de
nadie, en esa tierra donde nunca hay vida sino piedras.
Desde que nací, desde aquella bruma de donde vengo, nunca me decidí
por una escuela o por una configuración detallada de las premisas. Me
formé en la escuela matriarcal de Jana, cuarta era. Esto me proveyó la
forma humana. Simpaticé con los perceptivos sin forma, rama de conoci-
miento. Se les llamaba transversales porque su escuela no procedía de lina-
jes matriarcales, sino que se originaron en sitios sin densidad. Ellos renun-
ciaban al plan propuesto para ir a los lugares densos, preferían la libertad
absoluta de no tener forma y acceder a los confines exteriores. Siempre
bajo mandato de las casas. Los lugares densos eran anteriores a los prime-
ros que vinieron de la bruma. Pero en ese momento todo estaba tan bo-
rroso como mi nacimiento.
Los perceptivos sin forma, quedaban al margen de la contienda, Aje-
nos, como siempre, a lo que no fuese la percepción pura de otros mun-
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Los palacios de Kólob

dos, a su propia configuración muy diferente de la general, estos, queda-


ban al margen de todo. No luchaban por configurar nada, porque no per-
tenecían a nada. Me recordaban las golondrinas en el aire, livianos, mara-
villosos de ver, de conversaciones atrayentes, te hipnotizaban con sus rela-
tos. Durante mucho tiempo quedé persuadidos por ellos, por su libertad.
Sin embargo la ausencia total de compromisos hacia el presente, me hacía
sentir un remordimiento insoportable. Pocos los veían con un pie en tie-
rra.
Sin embargo yo, ni siquiera era eso. ¡Que hubiese dado por ser al me-
nos nada! Yo estaba allí, en medio sin pertenecer a ningún lugar. Mi cora-
zón roto. En una inmensa soledad. Mis amigos Solam, Barin, Corina,
Iloa… todos ellos estaban en su lugar. Poseídos por un deseo. Vibrando
como una sola nota, proclamando en su fijación las premisas de su linaje y
escuela. Abiola, Varanto, Vienzian, Miguel, Morón. Todos pertenecían a
una familia o una escuela o a varias a la vez. Sus compañeros, sus amigos.
Sus temores compartidos. Cada uno de ellos estaba en algún lugar de esa
inmensa escena de guerra, tenían un propósito.
Yo era una mota de polvo flotando. Era un traidor a todos, un desleal
a cualquier causa. No ni siquiera podía estar en los exteriores, porque ni
aún la estrategia que genera el interés propio podía inspirarme una deci-
sión. Estaba completamente vacío de propósito pero lleno por dentro de
sentimientos encontrados que paralizaban mi posición en una cobardía
sorda. No había objeción por mi parte, sino una comprensión por todas
las partes, un enamoramiento de cada propuesta.
Me encontraba solo, sin los símbolos de mi oficio, alguien anónimo a
simple vista. No pertenecía a mi antiguo grupo en la casa Jana. Tampoco
al equipo de Misón, de la casa Silam, donde fui admitido como muestra
de hospitalidad y cortesía entre las casas. Delante de mí un espectáculo
paralizador. Las veinticuatro casas matriarcales se encontraban por prima-
ra vez en nuestra era, disgregadas en dos bandos. Conservar la razón era
difícil, la sola idea de eliminar estas dimensiones cotidianas de nuestro
linaje y reducirlas a dos, simplificaba tanto la concepción del mundo que
enfrentaba, que me paralizaba en la toma de decisión en cuanto a qué
bando elegir.
Nuestras hermosas casas, sus hermosos palacios. Mi adorable madre Jana.
Los jardines de Silam, las islas de Sinabea, las mágicas praderas de Kólob,
diseñadas para cautivar. Las terrazas de los palacios matriarcales, la magni-
tud de sus arcos. Midela y sus criaturas inteligentes, la escuela de los acce-
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sos. La escuela de los encajes, donde conocí a Corina, donde pisé por
primera vez las oscuras playas bañadas por el océano de la inteligencia.
Las alegres multitudes de Kólob entregadas a las artes y a la observación
de toda novedad que salieran de las salas de creación. Expectantes a toda
nueva invención que como pajarillos revoloteaban por cada rincón. La
casa Alesiam y sus ritos graves y solemnes. ¿Dónde estaba la casa Miena,
en su pulcritud y comedido oficio? ¿Qué era de la casa Gaviana y su oficio
en la transición de la vida? La casa Tinabi, en su labor centrada en el as-
censo de la inteligencia en los seres densos ¿dónde se encontraba? ¿Dónde
la casa Arisada, esta que insertaba la inteligencia en la cúspide de la vida de
los lugares densos? ¿Cuándo vería de nuevo a Libel–Toban la que provee
el impulso de vivir ante el vacio destructor? Todas ellas, Isaboam, Eval,
Najara, Origia, Raquel, Camí–Olea, Alesiam, Maat, Plamia, Meri, Pazis–
Olea y Elentra. Todas ellas se habían disuelto como gotas de lluvia en
aquella nube de contención que emitía un ruido sordo de contienda.
Nuestro mundo había desaparecido, tragado en dos bloques. Dos
cuadrados negros, donde ningún rasgo distintivo proclamaba la belleza
que siempre tuvieron nuestras casas.
Lo que observaba en la lejanía era semejante a bandadas de pájaros en
perfecta sincronía, o bandadas de peces huyendo armoniosamente de pre-
dadores. Formaban un gigantesco cubo, que excedía a lo que Kólob podía
contener en su horizonte. Sus bordes, siempre definidos por hermosas
nubes o montañas, ahora eran difuminados por una escena de guerra
creando una realidad propia, alejada del escenario familiar acostumbrado.
El aire vibraba y el suelo se conmovía como nunca lo había experimenta-
do. Parecía nuestro mundo dolerse de la violenta escena que sobre él se
debatía. Kólob, que siempre se había esforzado en deslumbrarnos con la
belleza de sus paisajes en claro concierto con Kokaubean, nuestra estrella.
Un mundo intencionadamente bello, que ahora recibía la ira de sus habi-
tantes, poseídos de una locura única en nuestra historia.
Así me encontraba, paralizado en una escena que me era ajena, imposible
de aceptar y entender.
En un momento dado una voz como un torrente se dirigió a mí. La voz
era un estandarte en sí misma, templada, como una daga que penetra hasta
el centro. Y esto me mostró lo vacio que estaba, pues no pude responder
hasta después de enfocar un poco mi atención. Era un oficial del linaje
Origia, comandante de escuadrón. Se dirigió a mí con impaciencia.

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Los palacios de Kólob

- Tú, ¿Qué haces? ¿Tienes posición?... Dime linaje, escuela y pues-


to.
Me mostré azorado y culpable. Qué podía decir a alguien que
irradiaba autoridad y decisión. En cuya sola presencia podía notarse la
alteración del espacio inmediato a su persona. El aire se turbaba en las
cercanías de su piel, radiado por una completa unidad de propósito. Qué
podía contestar a alguien que ni en cien eras podría entender a uno como
yo, habitante de espacios solitarios y fronterizos, un espíritu como el mío.
Lucia su uniforme de jefe de sección de la escuela Brisnán, casa Origia.
Bajo su mando cincuenta equipos, con sus integrantes. En formación de
premisas. No se disponían a conmover al oscuro océano, no, esta vez se
preparaban a quebrar el propio espacio con la fuerza de su convicción. Me
sentí un insecto deslumbrado por aquella determinación.
Recordando las primeras lecciones en la escuela de Jana, recité como
un colegial
- Me llamo Kozam, soy de la casa Jana cuarta era, escuela de los
accesos, grupo de Varanto y oficio de alterador… y no sé a dónde ir o qué
hacer. Me encuentro perdido.

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Capítulo 2

Mi nombre es Belisario

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Los palacios de Kólob

Me di cuenta de mi situación a los 10 años. Fue como un lento des-


pertar, como si intentase decidir en qué momento desaparecen las estrellas
al amanecer. Algo no iba bien en mi cabeza. Eso era lo que con frecuencia
escuchaba en susurros. En miradas. En tristes expresiones de mis padres,
que aunque, intentaban parecer normales, llevaban el mensaje del esfuer-
zo, del músculo obligado a sonreír en contra de todo el mensaje de deses-
peración que radiaba desde el interior de sus pensamientos. Siempre agra-
decí ese esfuerzo, aunque con algo de pena por ellos.
Yo vivía en aquel entonces en Sevilla, en el Cerro del Águila. Mi padre
se llamaba Manuel y era empleado de Mercasevilla. El trabajaba como
matarife desde que era competencia municipal. Trabajo, que aunque hu-
milde, era poseedor de un aura de prestigio al ser antigua dependencia del
poder público. En aquél entonces eran unas instalaciones de estilo árabe,
con sus arcos de herradura y fachadas remozadas de filigranas en ladrillo
visto. Ahora alojan un colegio público. Al ser trasladado, el antiguo
matadero al actual recinto, se perdió parte de aquella magia que residía, en
aquél antiguo lugar, junto al viejo cauce, ahora seco del Tamargillo, que
tantas desgracias provocó al desbordarse en los hogares de mis abuelos.
Mi madre, Josefa, trabajaba en un hotel, pero no en uno cualquiera sino
en Hotel Los Lebreros. Uno de los más grandes de la ciudad, frente al
estadio del Sevilla. Mi madre tenía a orgullo comentar que conoció a Ruiz
Mateos y que este la felicitó al recibir un librito de poesías que ella escri-
bió durante sus momentos de asueto, que eran pocos. Digamos que mis
padres trabajaban en lugares símbolos de modernidad y no en un oscuro
taller de chapa y pintura donde lo hacían otros familiares míos. Tenía una
hermana María a la que todos llamábamos Mari. Ahora el recuerdo con
cierto pesar, por eso de la diferencia de edad, la ignoraba más de lo que
ella merecía.
Las dos personalidades de mis padres eran tan distintas como ellos. Mi
padre soñador, idealista. Mi madre práctica y calculadora. Nunca supe si
esas eran sus inclinaciones naturales o fueron los papeles que las circuns-
tancias les asignaron.

Un día cuando yo tenía once años mi padre trajo un libro de bolsillo


para mí. “De la Tierra a la Luna” de Julio Verne. Fue un libro ilustrativo
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de lo que sería mi vida. Siempre me quedé en el titulo, a medio camino de


un sitio y otro. Sin pertenecer a la Tierra y sin estar completamente en la
Luna. De ahí que mi futuro no podía decirse que fuera brillante u oscuro,
sino de un tono intermedio entre la blanca luz de la luna y el color pardo
que la tierra tiene desde el espacio. No es que fuese un mal sitio para estar,
pero en un mundo práctico como el nuestro, el conocimiento que se pue-
de conseguir a esa distancia no sirve de mucho. Y yo siempre tendí a los
conocimientos e ideas generales, pues me daban las referencias que nece-
sitaba desesperadamente para situarme en el mundo. Los detalles de las
cosas me hacían sentir perdido.
Era evidente, por su lectura, que Verne nunca quiso proponer la cons-
trucción de un gigantesco cañón para disparar esa bala, que como una
especie de ciruela, contenía un hueso humano. Verne sabía que su pro-
puesta era un sueño, una visión. A esa conclusión llegué, después de pen-
sarlo mucho a mis once años, disparando lagartijas en mi rifle de gomillas.
La tracción que estos animalitos, mártires de la ciencia, experimentaban
no era nada comparado al efecto que provocaría esa gigantesca explosión
para aquellos osados viajeros que la sufrieran en el alma de un cañón.
Consulté con mi abuelo Francisco, veterano de la guerra en Marruecos,
quien estuvo allí siendo casi un niño. Me dijo que ese viaje se podía hacer
a base de pólvora negra, como los cohetes de feria, pero con mucha más
pólvora de la que usa Verne en su disparo. Tanta como la que se usó en la
guerra en Alhucemas. Se envaraba cuando rememoraba está época de su
vida. Su cuerpo adquiría la misma rigidez que debió experimentar al pre-
senciar la catástrofe de esa campaña, que dejó en él una herida abierta. Sin
embargo, al final siempre lo recuerdo con su risa fácil, una risa de gatillo
rápido. Profundizando en el asunto de Verne, mi abuelo lo solucionaba
todo a base de pólvora negra y fina, de excelente calidad en gran cantidad,
que tan buen uso le dio el general San Jurgo en la campaña de África a
cuyas órdenes estuvo.
Siempre me resultó del todo singular cómo esas visiones de Verne le
hicieron famoso y admirado y las mías hacían desgraciados a mis padres y
por ende a mí. Me costó tiempo controlar, no mis visiones o recuerdos,
pues estos siempre eran rebeldes a toda intervención por mi parte, sino la
determinación de ocultarlos y no hablar de ellos en la vida cotidiana. Yo
los consideraba una gracia, un “mira lo que tengo” infantil y esperando
admiraciones coseche preocupaciones y desgracias. Así que, triste y de-

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Los palacios de Kólob

cepcionado, tuve que hacer un aparte, una habitación en el trastero para


colocar todo aquello que veía.
No sé cuándo empezó todo. De mi infancia tengo recuerdos vagos y
todo mezclado. Si tengo claro en mi memoria, el rostro compungido de
mis padres, como una estaca clavada en mi frente. Y una palabra siempre
permanente como un apellido en mi vida. Esquizofrenia. Al principio me
parecía un don el tener esa palabra sobre mi cabeza, de hecho, nadie que
yo conociera la tenía. Y eso era como poseer una canica de un color im-
posible. Mis amigos sabían que yo era algo raro y se apretujaban en torno
a mí para que les deletreara la palabra. Yo, orgulloso, me paseaba con esa
extraña compañera, entre mis amigos, como el que saca a pasear un perro
de raza en el parque.
Recuerdo el semblante solemne del médico en la seguridad social, hablan-
do a mi madre sobre mi futuro. A esa edad no se recuerdan tanto las pala-
bras como los gestos. Ese lenguaje mudo pero que cincela nuestra alma.
Con lentitud, mi madre guardaba en su bolso unos caramelos que venían
en cajitas de cartón con nombres impronunciables. No los vendían en
ningún kiosco, solo en farmacias y por gente muy seria. Raras golosinas,
pensaba yo. ¡Cuán afortunado soy! En ningún momento me sentía yo un
enfermo, aun cuando todas las circunstancias me inclinaban a ello.
El tratamiento farmacológico llegó a ser para mi parte de mi alimenta-
ción, una rutina sin la que faltaba una pieza fundamental de la jornada.
Esas pastillas no sabían a nada y había que tragarlos con prisa, como si
fuesen a desaparecer por ensalmo.
Empecé a sentir una cierta indiferencia por todo lo que me rodeaba, más
que indiferencia desinterés. Una especie de distancia invisible me separaba
de lo que ocurría a mí alrededor. Cada vez más cerca de la Luna que de la
Tierra. A veces me sentía flotar. Cuando alguien se dirigía a mí, sentía el
deseo de decir ¡Adiós! Como el viajero sin ataduras que se despide de los
del andén. Era tal esa apatía producida por el haloperidol o la clorproza-
mina, que aún teniendo esos recuerdos o visiones conmigo, abandoné los
deseos de compartirlos. Los episodios se espaciaban. Se interpretó como
una mejoría, sin embargo para mí, la vida empezó a ser un sueño del color
de las pastillas, rosa o azul, que pasaba ante mí. Eso ocurrió a los 13 años.
Una tarde de invierno, yo absorto en el limbo. Mi madre se acercó a mí en
un tono de complicidad. Supo captar mi atención en la forma en que se
sentaba, al filo del sofá, como queriendo saltar sobre una idea tan sutil,
que podría escaparse en cualquier instante.
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David Moraza Los palacios de Kólob

- Belisario, hijo – Lo de Belisario fue una epopeya en la historia de


mi padre que más adelante relataré – te noto distraído en casa. En el cole-
gio me dicen tus profesores que estas como ausente…veras yo sé que es
por las medicinas… sobradamente se que tú no eres… vamos que no eres
como algunos que no estudian porque no quieren.
Aquella charla fue tirando de mí como el sedal del pez. Me fue llevan-
do hasta las capas altas de mi conciencia. Se redujo al mínimo mi distancia
a ese mundo pardo. Escuche atento a lo que me decía.
- Si dejaras de contar esas historias tuyas, y no te quedaras como
ausente, ya no tendrías que seguir tomando estas pastillas que te hacen
estar tan…veras… es que si no, no podemos…Si tú te esfuerzas, las cosas
podrían cambiar.
Se levantó con nerviosismo, asustada de sus propias palabras,
siguió con sus tareas de la casa. Huyendo de una idea que no llegó a for-
mular. ¡Ah! Pero yo cogí ese pez y bien fuerte lo sujete hasta que logré
hilar algunas ideas en mi algodonosa mente.
En definitiva mi madre, más que interés en mi curación, me proponía un
trato. Ver si yo era capaz de dividir mi vida entre lo real y lo que yo vivía.
Es decir crear una escisión en mi comportamiento tal como esquizofrenia
significaba. Mis recuerdos o visiones estaban tan imbricados en mi vida,
que tendría que practicar una cirugía vital. Y dejar en la urna de mi mente
lo más valioso, como una reliquia que en ningún momento habría de salir
a la luz. Me pedía que intentara un comportamiento esquizoide. Por su-
puesto en aquel momento no podía articular esta idea en palabras. Sim-
plemente me di cuenta de su desesperación al verme caer al pozo de una
vida sorda y lenta. Sin esperanza. Ella tuvo valentía o intentó algo total-
mente irresponsable (según se mire) para alguien ajeno a nuestro mutuo
entendimiento.
Para mí había dos cosas claras, ella tenía una autoridad superior a la de
cualquier persona sobre mi salud. Y la otra apareció ante mi vista como
algo tan evidente que no comprendí por qué no se me había ocurrido an-
tes. Sentí la determinación de ocultar mi rostro y mis ojos. Esconder mis
manos y a mis gestos, aquello que sabía. Cuando viniesen esos recuerdos
o visiones los recibiría con toda educación, pero les haría pasar al desván
de arriba. Quizás en momentos de soledad les haría una visita y me rego-
dearía en su contemplación. Pero supe instintivamente que eso sería para
mí un nuevo tratamiento, que me alejaría igualmente del interés por aque-

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Los palacios de Kólob

llo que me rodeaba. Empezaría la ardua labor de esconder los síntomas,


de aprender el acecho a los episodios de ausencia, tratar de cazarlos antes
de tiempo, inventar una y mil excusas para encerrarme en el baño o salir
apresurado a la azotea de mi comunidad. Donde en más de ocasión, algu-
na vecina me encontró “dormido” en el lavadero.
Ese trato con mi madre me volvería a dejar entre la Tierra y la Luna. En
esa zona muerta que los astronautas narraban con cierto misterio. Como
el punto de no retorno a ninguno de los dos cuerpos celestes. Ese punto
en que es decisiva la velocidad y la dirección para no quedar eternamente
fijados en ese limbo oscuro del espacio exterior. Para alguien que me con-
templara, no habría de distinguirse otro habitante distinto, que no fuese de
esta realidad bien definida. Sin embargo yo era como Atlas, con un mun-
do cargando en mis espaldas y a veces como Sísifo, subiendo de nuevo la
pesada carga del no poder decir o compartir esa carga. A veces de tre-
menda presencia.
Y con un esfuerzo por bajar de donde estaba, me dispuse a dejar de
ser la persona jovial por naturaleza que era y sin ayuda del haloperidol o la
clorprozamina. Yo no podía guardar un pensamiento más de 10 minutos
sin contarlo a quien tuviese al lado. Ahora sería un guardián, o mejor di-
cho, un carcelero de media vida. Seria ½ de Belisario, y todos tan conten-
tos. Era como pedirle a Sócrates que atravesara Atenas sin conversar con
nadie. El decía que moraba un dios en su interior. Yo tenía un mundo y
no podía dejar escapar ni un grano a tierra. Era como taponar el cañón de
Verne y prender la mecha. Como cubrir una bombilla con las manos. No
es simplemente no contar, sino no hacer verbo lo que tienes dentro a na-
die, especialmente a tus más íntimos.
Siendo Belisario mi nombre, me dispuse a proteger, no Bizancio, sino
mi mundo interior de cualquier incursión y alejar de sus murallas cualquier
intento de salir o entrar a nadie. Belisario me pusieron en oposición a to-
dos. Iba a ser Manuel mi nombre o Francisco por parte de ambos abuelos.
Mi padre opinaba que siendo esos nombres de simples mortales pondría a
su hijo Belisario, por ser este el último senador del imperio romano. Y
tratándose de Roma no había mortalidad que valga. Era Roma para mi
padre el fundamento de Occidente. Hombre ilustrado, no encajaba en el
perfil de su profesión y siempre andaba como peregrino entre sus compa-
ñeros. Siendo de bastante antigüedad en la empresa, nunca se sintió vete-
rano sino de paso.

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David Moraza Los palacios de Kólob

Por lo tanto empecé a abrirme al mundo exterior y a cerrarme en el mío.


Fenomenal esfuerzo, pues no ocultaba ocurrencias o chistes sino a mi
propia alma. Temí desaparecer en el intento. Necesitaba encontrar algo
que me diera sustancia ante los demás y dejar de parecer un ser etéreo en
permanente guardia para que nadie pudiera acceder a ese lugar oculto
donde guardaba el secreto de un mundo oculto.
Una mañana en la clase de educación física, Don Javier nos puso
a correr quince minutos. Me arrastraba con los últimos, aquellos de tallas
grandes. La tortura se hacía eterna. Arganda, quien iba a mi lado, parecía a
punto de síncope. Eso me aliviaba, yo tardaría un poco más en morir. El
profesor nos jaleaba, en su intento de animarnos. Pero eso solo aumenta-
ba la agonía. Solo deseaba silencio no más presión. No sólo era llegar el
último, sino dejar tu orgullo a ese nivel y después soportar las chanzas.
Ese verano al terminar las clases decidí que la próxima vez sería diferente.
No podía cambiar el hecho de que mi nombre fuera objeto de pareados,
pero otra cosa era que Pachón, ese atleta fumador, me mirara como si yo
fuese invertebrado.
En las vacaciones, salía a correr por la tarde, pareciéndome el desafío
semejante a enfrentarse a un toro. Con una bola en el estómago, miraba al
horizonte y la sensación de querer cruzar el mar a nado me embargaba.
Empecé a tocar con mis dedos y a saborear mi debilidad patética. Esa so-
ledad me permitió conocer un aspecto de la naturaleza, hasta entonces
desconocido para mí. Empecé a tener contacto con el campo, con las
plantas, los olores, los sonidos, el viento, el calor todos se presentaron
ante mí como algo inesperado. No sabía que eso era también correr. Y
deleitándome en esas sensaciones fui tomando los minutos como cucha-
radas un bebé.
A medida que pasaban los días podía reconocer el sitio por el olor,
por la dirección del viento. Empecé a correr al atardecer para ver ponerse
el Sol y antes de comenzar el curso volvía de regreso con la Luna brillando
en el camino y los murciélagos a punto de topar con mi cuerpo. Tragué
insectos como ellos, tiraba piedras para burlarme de su volar incierto. Los
perros me ladraban al pasar (nunca disfrute de eso) y empecé a formar
parte del paisaje, como una criatura más de las afueras de la ciudad.
Comencé a familiarizarme con la sensación de fatiga. De hecho la so-
portaba cada vez más, hasta donde nunca creí que pudiera. Me acostum-
bré a llegar a ese punto indeseado, donde se duda de la posibilidad de se-
guir, a superarlo. Y entonces llegar a ese estado de euforia que te hace no
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Los palacios de Kólob

sentir tu cuerpo como un obstáculo. Aprendí a renunciar a la retirada


cuando mis pulmones se negaban a seguir el ritmo. No sabía si mi progre-
so se debía a mi mayor capacidad aeróbica o a mi mayor capacidad de su-
frimiento. Casi conseguía acallar ese dolor, el que yo solo conocía, que
permanecía en mí como el ruido interno del oído, como un predador aga-
zapado.
Cuando corría, era una forma de simplificarlo todo. Solo había dos
objetivos. Llegar y volver de una pieza. Aguantar. Mantener esa decisión
durante siete minutos al principio. Después una hora. Eso me dio con-
fianza en una pequeña parte de mí y lo mejor de todo es que no tenía que
ocultarla. Eso me animó.
Fijar la atención y todas las facultades en una sola cosa, actuó como
un bálsamo para mí, un periodo de simplicidad, de un solo mundo.
Me sentía como una pincelada que recorría el paisaje enrojecido por el
Sol poniente. Empezó a labrarse en mi interior un hueco real que podría
compartir sin temor. Una hermosa experiencia diaria que sería ya parte de
toda mi vida. Aquel paisaje, que para cualquiera, podía ser el vulgar extra-
rradio de una ciudad, a las afueras de la carretera de Su Eminencia, para
mí se convirtió en un lugar secreto, poblado de criaturas familiares, de
aromas y olores míos. De colores sentidos en mi retina como un regalo.
Sin saberlo estaba desarrollando una disciplina diaria, me curtía en ese
sufrimiento solitario y aceptado. Y eso me ayudó a luchar contra los epi-
sodios repentinos de mi dolencia.
Así transcurrió ese verano.
Una mañana volví a leer mi viejo y gastado ejemplar de “Diálogos” de
Platón. Era una edición de bolsillo, con pastas verdes, donde simplemen-
te se leía el titulo y el autor. Estaba subrayado en muchos lugares. Era mi
sitio especial de peregrinación en los momentos de abatimiento. Tenía
memorizados párrafos completos, las mismas palabras que hace más de
2400 años estaban vibrando en el aire de Atenas. Bajo sus templos, en la
academia. Para mí eran como un abracadabra en mi vida. Me sentía un
tanto extranjero en todo el mundo que me rodeaba, era un sentimiento sin
definir al que ahora pongo palabras. Con Platón estaba acompañado y
fortalecido. Comencé a leerlo para repasar los argumentos empleados con
Simmias acerca de la preexistencia. En las clases había escuchado hasta la
saciedad los argumentos de la profesora de biología acerca de la evolución
y la demostración sin sombra de dudas de las teorías evolucionistas. Ese

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David Moraza Los palacios de Kólob

padrenuestro de la ciencia al que había que reservar un lugar privilegiado


en nuestro mapamundi.
Sin embargo, por Platón en la clase de Filosofía, pasamos igual que un
turista por vasijas prehistóricas. Con respeto pero sin interés. Y es que él
hablaba de la inmortalidad del alma, de la preexistencia. Palabras que co-
mo vasijas rotas son dignas de vitrinas, pero de esas olvidadas en los pasi-
llos, donde los trofeos de antaño no interesan a nadie. Cuando me sumer-
gía en sus escritos, era interesante, me producía algo parecido a correr.
Ocupaba completamente mi atención. A veces, en la lectura temía que-
darme a solas conmigo mismo y a la vez lo añoraba.
Fue en el Fedón o de la inmortalidad del alma, donde esa mañana,
quedé impresionado y a la vez complacido. En un encuentro con Simmias
Sócrates le preguntaba por la preexistencia de las ideas. Platón enseñaba
que había arquetipos para todas las cosas, es decir todo existe de forma
ideal antes de su existencia real. Ya habíamos tratado eso en clase, pero allí
a solas con Sócrates y Simmias, la idea pareció tomar consistencia. Y
quiero decir con esto, que la idea adquiría solidez ante mí. ¿Sería tal cosa
posible?
¿Qué escogerías pues, Simmias? ¿Nacemos con conocimiento o vol-
vemos a acordarnos de lo que sabíamos y habíamos olvidado?
En determinados momentos la mención de algunas ideas o palabras,
provocaba en mí esos efectos devastadores que siempre me han atormen-
tado. Una especie de sentencia, que me condenaban a horas de inmovili-
dad. Quien me observara, vería a una estatua con la mirada enfocada en
una escena invisible a dos metros de donde me encontrara. Eran asaltos a
mi cordura que con frecuencia me hacían dudar de mí. Yo no tenía defen-
sa posible, repentinos, terminaban con mi sensación de lo que me rodea-
ba. Hacían de mí un pelele baboso. Eran momentos de dolor para mis
padres, pues me veían perdido en esa visión vacía. De dolor para mí al no
poder compartir lo que veía Momentos de turbación al despertar en el
autobús o en un barrio desconocido, con una tarjeta en mi bolsillo, con
una dirección y un teléfono que yo procuraba cambiar a otra inexistente.
Eran risas a mi alrededor, Miradas de reproche porque evidentemente, me
consideraban drogado. Pero aún así yo no renunciaba a la vida, ni al Sol.
No renunciaba a vivir esa extraña jornada, que los demás catalogaban de
enferma. Había algo dentro de mí que no aceptaba la derrota de verse re-
legado al estrecho mundo del haloperidol. A menudo me sentía tentado a
proporcionar algo de tranquilidad a mi familia sumergiéndome en los
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Los palacios de Kólob

amorosos brazos de la ciencia médica. Y de esa forma ser responsable y


mirar por los míos. Pero yo estaba ansioso de luz, de sentir. Me conside-
raba completamente vivo y no como un porcentaje de lo normal.
En esa mañana, había algo que emergía desde lo más profundo. Y las
palabras de Sócrates, como las manos de una matrona, tiraban de algo en
mi interior, hacia la superficie de mi conciencia. Sacando algo que anidaba
en mí cabeza y que venía de algún lugar desconocido. Precedido de angus-
tia y miedo. De un dolor perfecto, afilado. No podía caer de nuevo, debía
de controlarlo. Dios mío, ahora no…otra vez. Mis padres, el trato con mi
madre…
Me levanté del sillón del salón, simulé un asunto pendiente y tal como
estaba, salí corriendo a la calle. Llegué a la carretera que salía a las afueras
del barrio. Enfilé, el camino de tierra que conducía a la carretera abando-
nada que cruzaba el rio. Corrí. Corrí como nunca lo había hecho, sin pre-
caución, sin calentar. Sin mirar el reloj. Solo quería ahogar ese parto en mi
mente, en mi memoria. Ahogarlo de fatiga y de calambres. Abortar sin
misericordia ese recuerdo que clamaba por salir. Quería huir de mi propia
mente y no sabía cómo hacerlo. Sabía que no llegaría muy lejos de esa
forma. Como supuse empezó a dolerme la parte izquierda del abdomen.
Como si alguien me oprimiera por dentro. Aguante todo lo que puede el
dolor de los incautos, que respiran por la boca desde el principio el aire
frio de fuera. Así como yo respiraba la esperanza de controlar esa llamada
furiosa de mi memoria. Tuve que parar de puro dolor en el costado y de
asfixia.
Una vez recuperado el aliento, de repente, empecé a reír. Al principio
casi para mí mismo. Después no pude aguantar y reí como no recordaba
hace tiempo. Llore de risa. Ahí, solo, el loco de Belisario, en mitad del
campo anexo al barrio de Santa María del Águila. Cerca del rio que pasa
bajo las vías del tren. Junto a un sembrado de maíz. Con el Sol de las seis
de una tarde de Abril. Belisario, el último senador del imperio romano, el
defensor de Bizancio ante los turcos. Ahí estaba llorando de risa.
La risa me había salvado.
Trataba de imaginar, qué pensarían mis compañeros, cuando me vie-
ran, salir corriendo a la calle o al patio, correr como un desesperado. Me
tronchaba. No sé que sería peor, si babear o correr. Me reía porque la so-
lución era casi peor que el problema. ¡Me he dejado la comida puesta!
Ja...ja...ja..!Me olvidé los donuts¡ ja.ja..ja..Claro que otra solución era gritar
¡Fuego! Y entonces todos a correr, en compañía.ja..ja..ja.
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David Moraza Los palacios de Kólob

Ese tiempo de vacaciones intentaba encontrar una razón lógica en mis


ataques. Una cadencia, alguna pista que me diera unos segundos para es-
cabullirme hacia un lugar solitario. Prefería estar fuera de casa, aunque
fuese solo. Pero perseguía un puzle de difícil solución. No había nada que
produjera esos ataques que yo pudiera identificar. Normalmente algo cap-
taba mi atención y se producía una especie de crack. Como si la cena me
hubiera sentado mal y tuviese que vomitar. Era algo incontrolable. Yo
solo deseaba treinta segundos para salvarme, para no manchar a nadie con
la visión de un psicótico en plena actividad.
Esta lucha me hizo estar en una posición de guardia permanente.
Creo que adquirí el hábito de los cowboys, dormir con un ojo abierto.
Filtraba todo en mi mente, cree un mecanismo de retro visión, una espe-
cie de observación en segunda persona de mí mismo. Intentaba ser cons-
ciente de cómo me afectaba los sucesos de la vida normal. Era terrible,
parecía estar haciendo continuamente un comentario de texto de mi jor-
nada diaria. Empecé a temer que esa práctica pudiera derivar en un com-
portamiento aún más peligroso que el que deseaba remediar. Pero esa
nueva posición, la de lucha frente a los episodios de recuerdos, me ayudó
a no sentirme desgraciado sino a fijar una meta. La misma que conseguí
corriendo, ahí donde empecé a verme ganador de algo.
De esa forma transcurrió el verano, controlando la asfixia de mi cuer-
po en carreras de fondo y perseguido por las visiones de mi recuerdo, que
amenazaban con convertirme en un velocista.

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Los palacios de Kólob

Capitulo 3

¿Corina, qué haces aquí?

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David Moraza Los palacios de Kólob

A primero de Octubre comenzaron las clases. Era como volver a des-


pertar a la vida real, porque todos sabíamos que ese tiempo de clases era
realmente el que contaba en nuestro haber. Las vacaciones pasaban tan
rápido, que parecían algo que se cuenta a otro más que vivirlo uno. El
Centro de enseñanzas integradas de Sevilla, antigua Universidad Laboral,
tenía algo especial en su distribución. Los espacios abiertos, calles anchas,
las plantas y árboles inundándolo todo iban obrando en mí un aprecio por
lo natural, por los rumores de los árboles balanceándose al viento, por el
aroma de la madreselva, los eucaliptos y pimenteros. Rincones solitarios
de paseo y lugares donde no había ruido y podías estar solo. Y si lo desea-
bas andar en los pasillos llenos de estudiantes bulliciosos, que apuraban
cualquier posibilidad que permitiera las reglas del centro. El contraste con
mi barrio era palpable, me inspiraba una sensación de ser anfibio entre
dos ambientes. Había bastante expectación ese año pues por primera vez
en ese centro gestionado por los salesianos, se iban a admitir chicas. Era la
manera de adaptarse a los nuevos tiempos que corrían. Todos estábamos
algo nerviosos de contar con ellas en unos días.
En la primera clase de educación física. Nuestro profesor D. Javier nos
decía que para el mundo que nos esperaba se necesitaba tener un corazón
fuerte y resistente. Este principio lo desarrolló para dolor de muchos, pues
la carrera era el principal de los ejercicios. El había sido militar en la briga-
da de montaña, el deporte era parte de su profesión, lo había sido todo en
su vida. También lo fue un infarto de miocardio que truncó su carrera. Sin
embargo hablaba de ese infarto como algo apreciado y suyo, daba la im-
presión que no lo cambiaría por nada. No entendimos bien lo que decía
en ese entonces, pero ahora en la perspectiva que da el tiempo comprendo
que eso fue la mayor montaña que subió. El orgullo de haber superado
esa prueba lo mostraba como el guerrero que enseña sus cicatrices. Decía
algo así como “ya veis muchachos ese maldito infarto no pudo conmigo”
Todos nos pusimos esa mañana en la línea de salida. Entrala, Polo y otros
resoplaban antes de empezar. Yo estaba nervioso, era mi oportunidad.
28
Los palacios de Kólob

Calzaba unos Yumas elegidos cuidadosamente en la tienda de deportes,


una tienda especializada en la calle Sierpes. Cuando dio la salida con el
silbato, corrimos unos con decisión y otros agonizando al pensar en las
cinco vueltas a la pista. Me situé en la zona media, sabía lo que era no ca-
lentar antes de coger el ritmo. Ya de por sí era una hazaña pertenecer a la
clase media de atletismo del Aula M de Instituto. En la segunda vuelta me
situé en la cabecera. Pachón era siempre el líder en atletismo y ejercía en-
tre nosotros una influencia callada. Ese día corría acompañado de su
guardia de honor, Pedro conocido como el ganso y Moldes el rojo, un
agitador que a todo buscaba motivo de revuelta. Recordé como el año
anterior D. Javier nos decía con ironía: “Mirad a Pachón, puede estar co-
rriendo media hora y no le pasa nada”. Yo había estado corriendo una
hora y diez minutos ese verano. Me puse a su lado y aguanté su ritmo.
Intentaba disimular mi asfixia, ya que el ritmo era superior al que yo tenía
en mis solitarios entrenamientos. Pronto nos separamos del grupo y de su
cohorte.
Cuando llegamos a la quinta vuelta, yo lo estaba pasando realmente
mal. Pachón había corrido en equipos de atletismo y su velocidad era su-
perior a la mía, pero noté que se estaba empleando a fondo. Supongo que
su condición de fumador obraba a mi favor. Cuando ocurrió algo que me
dejo perplejo. Me miro y como pudo, entre jadeos, pero en alta voz, me
dijo:” Anda ya corre...hombre corre… con el muchacho” esto lo acompa-
ñó con un gesto de su mano derecha.
Nunca he tenido reflejos para cosas así. Me quedé mudo y pensé
que había hecho algo mal. Ralenticé el ritmo y llegué segundo. Cuando
recuperé el aliento también vino mi sentido común, como de costumbre
siempre retrasado a los hechos y también vino la argumentación, por su-
puesto a destiempo. Yo no había hecho nada malo, no iba a pedir discul-
pas por entrenar en el verano. Pero los minutos transcurridos hacían de
mi razonamiento una película en blanco y negro. ¡Cuánto me arrepentí de
mi reacción! debí de haberlo machacado ese día, pero yo era tan aprensi-
vo, sentía que debía ser bueno con los demás por una deuda que tenía con
la humanidad. Me soportaban y eso era impagable.
Siempre me reproché a mi mismo no tener el coraje de Moldes el rojo
o los reflejos dialécticos de Molina, el delegado de la clase. Saltaba como
un muelle ante una ofensa o una indirecta, parecía tener las respuestas
programadas. Yo podía hilvanar frases más brillantes y si lo necesitaba con
bastante ironía, pero cuando me disponía a usarlas, la conversación estaba
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David Moraza Los palacios de Kólob

en otros derroteros o el oponente probablemente se había dado la vuelta


y estaba a 100 metros. Inútil hablar, ya no podía escucharte. Cuántas bri-
llantes respuestas, cuántos hermosos discursos se han quedado en mis
labios y cuantas veces he tenido que decir a mi corazón que no había mo-
tivo de tanto acelero, que la ocasión estaba perdida.
No obstante esa mañana triunfé. Rigote, un amigo, me preguntó
¿qué había hecho ese verano? Estaban asombrados. El trío calavera llega-
ba acompañado de los estertores de Entrala. Éste se derrumbo y hubo que
hacerle aire. Un corrillo tirando a comitiva, se formó a su alrededor. Por
primera vez vi a Don Javier asustado, aunque lo intentaba disimular. Tenía
problemas para respirar, pensábamos que el aire no entraba en sus pul-
mones. Me preguntaba si el corazón de Entrala estaría preparado para la
vida que se nos decía debíamos esperar, si nuestra vida iba a ser como una
carrera donde nos faltase el aire. Nos reímos, pero más tarde pensé que
fue él, Entrala, quien lo dio todo esa mañana para llegar el último. Qué
injusta es a veces la vida.
Toda la tensión desapareció en las duchas. Nos desnudábamos con
reparo pues todos teníamos pudor excepto Toro, el cachas. El había sido
jugador en el Sevilla juvenil, estaba acostumbrado a moverse desnudo por
las duchas, era todo un profesional de la ducha pública, pues sin pudor,
hablaba y se exhibía para acá y para allá. Nosotros sin embargo recorría-
mos los trayectos justos y veloces, imitando torpemente a ese profesional.
Aun así aspirábamos aparentar que éramos unos machotes. El jaleo que
se formaba mientras el agua caía, las risas y el ambiente sano y limpio
siempre serán un recuerdo para mí. Nunca entendí las series de televisión
donde jóvenes de nuestra edad eran protagonistas de escenas y situaciones
adultas. Como si pasaran de la infancia a lo viril en 100 metros lisos. So-
naba en ese tiempo la música de Sting “When Dolphins Dance”. Y ya
cambiados y relajados nos dirigíamos a las clases, al pabellón de aulas. En
esa mañana especial, yo tenía una corona de laurel en mi cabeza.
El Aula M tenía cierto caché en el instituto, un aura de personalidad pro-
pia, éramos capaces de negociar con Don Enrique, el director del centro.
Un salesiano algo iracundo, provenía su adustez de la comprensión, por
su parte, de quedar fuera de juego en la marcha de los acontecimientos. Le
tocó a Don Enrique el vivir una autoridad en merma, en lo ideológico y
en lo administrativo. El era una singularidad en ese año. Nosotros, sin ser
conscientes de esto, plantábamos cara a algunas de sus decisiones como
injustas, y qué mayor sentido de la justicia que el que se tiene a los 16. Un
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Los palacios de Kólob

sentido más que nada reflejo, del impulso juvenil. Nosotros éramos la jus-
ticia atrasada que lo visitaba, en recuerdo de los caídos bajo la recia férula
del pasado. No obstante, sin confesarlo a nadie, lo admiraba cuando des-
arrollaba en la pizarra la raíz latina de nuestro lenguaje, que es lo mismo
que nuestro pensamiento. Me daba motivos de reflexión de camino a
casa.
Esa mañana, inicio de clases era algo relajada. Íbamos a recibir una se-
rie de charlas de presentación. Buenos consejos, lo que se esperaba de
nosotros. Y una visita especial de un técnico en orientación laboral, este
de procedencia desconocida. En el comienzo era patente su acento cata-
lán. Por lo tanto adoptamos la guardia alta porque estos daban sin avisar.
Al cabo de unos minutos, nos opusimos en bloque a lo que allí se nos
estaba diciendo. Vino a decir el sujeto la tendencia a la molicie que tiene la
personalidad sureña de nuestro país, a punto estuvo de decir raza. Para
nosotros acostumbrados a cavilar en profundidad en el cálculo de funcio-
nes, aquello era pan comido. Ese tío nos estaba llamando gandules en
función de su idiotez y delante de 38 caras asombradas. Y esa función la
sabíamos al dedillo, la de la idiotez. El pronóstico para ese día de relajadas
presentaciones, de saludos amistosos, paso a ser de maniobras militares.
Fue acosado, el dicho técnico, sin piedad por todos, incluso yo tuve tiem-
po de hilvanar mis pensamientos y, por fin, dispararlos a tiempo. Ya era
hora. Se puso nuestro visitante nervioso y salió de estampida llamando a
voces a Don Enrique. El prestigio del Aula M subió como la espuma,
pensamos en cotizar en bolsa. Don Enrique vino y para mayor gloria
nuestra, nos miro con ojos torvos y confirmo a su colega... “no… si es-
tos... ya… ya “. Eso y decir retirada es lo mismo.
Nos miramos con orgullo, con camaradería. Habíamos defendido
nuestros ancestros, nuestra región, a nosotros mismos y yo diría que hasta
el tejido industrial que no terminaba de engancharse al resto del país. Y de
esta guisa nos dispusimos a entrar en el aula, dispuestos a enfrentarnos al
mismísimo Atila que pasara por la tarima del encerado.
Al entrar, todos nos quedamos de piedra. No estábamos preparados y
aún Molina, lleno de recursos, pudo improvisar algo, así que se sentó en
su pupitre como el cangrejo ermitaño en su caracola.
Había un grupo de chicas en las primeras filas. Con eso no contá-
bamos. Sabíamos que existían, pero no allí. Nos escondimos detrás de
nuestros pupitres. Más asustados que si entrara Don Enrique con armadu-
ra ceñido de espada y escudo clamando venganza por la ofensa al gremio
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David Moraza Los palacios de Kólob

técnico–catalán de momentos antes.


Todos hacíamos muecas de nerviosismo. Entró Don Andrés nuestro tu-
tor y profesor de matemáticas. Recuerdo con dificultad los momentos
siguientes. Bromeo como siempre, nos dijo el sufrimiento que nos espe-
raba ese año. Nos habló de sus vacaciones… no sé donde…cogió la lista
de clase y empezó a nombrar desde la M en adelante…Juan José Maya,
Pedro Molina, Alicia Moraga…
Cuando Alicia Moraga se levantó Don Andrés le pregunto algo… de
dónde era, su centro anterior…sobre todo fue cuando escuché su voz. La
vi y entonces sucedió lo que siempre temí. No podía salir corriendo, por-
que no tuve tiempo. Lo hubiera hecho de haber podido. ¡Dios mío!... aho-
ra no.
Yo la conocía, si lo sabía. La conocía… mi corazón empezó a latir
como si estuviese subiendo una colina a toda velocidad. Empezó a nublar-
se mi vista a golpes de latidos, como a empujones de algo que había de-
ntro de mí. Mis mandíbulas estaban encajadas de forma extraña, como si
no quisieran dejar escapar nada de lo que había dentro. No vi mis ojos,
pero podía notarlos enfocando a 3 metros de mí. Donde estaba ella.
Me vi en tercera persona. Observaba como me levantaba de mi si-
lla y me dirigía hacia ella. No sentía nada a mí alrededor, no veía a nadie.
Solo una especie de círculo borroso donde estaba ella, nítida y brillante.
Los murmullos que debieron de producirse no los escuché. Las risas que
de seguro estallaban no las aprecié. Me sentí atónito al escucharme pre-
guntarle:
- Corina… ¿qué haces aquí?..

Estábamos junto a nuestro árbol favorito. Corina se entendía perfec-


tamente con él. Era lo que aquí, se conoce como un álamo. Ella tenía esa
habilidad de escuchar esos sonidos graves. Lo eran tanto, que nuestra
mente, al menos la de la mayoría, no podía sacar un patrón de esas rever-
beraciones tan espaciadas y sutiles. Corina decía que se formaban a tres
metros bajo las raíces. Nunca supe si se burlaba de mí en este aspecto. Por
lo demás creía a pies juntillas todo lo que ella me decía. Su transparencia
conmigo era total. Nuestro árbol estaba junto a un riachuelo de aguas cris-
talinas, junto a un grupo de su misma especie. Los álamos habían escogido
ese lugar para escuchar todo lo que flotaba en el riachuelo. Los álamos
son ávidos de conocimiento de lo lejano y de los aromas que fluyen sobre
el agua.
32
Los palacios de Kólob

Nuestra amistad era especial, no teníamos que decir nada, a veces solo con
estar en el mismo lugar batíamos nuestros pensamientos como hacen los
delfines con su charla. Nos conocimos en un intercambio de actividades
que menudo se hacen entre las escuelas de Kólob. El objetivo era cono-
cer otros equipos y sus trabajos. Ella era animosa y al cruzarse nuestras
miradas, encajamos como las montañas y el cielo.
- ¿Deseos de ascender y crecer?, Corina los deseos son cosa de
mamíferos. No me dirás que habéis generado un vegetal vertebrado.
- Veras Kozi—me llamaba Kozi, este recuerdo me atravesó de par-
te a parte – los árboles son amamantados por la tierra. La tierra es su ma-
dre y nunca son destetados. La relación entre ambos es maternal no mine-
ral, algo que en los mamíferos es más lejano, pues está la matriz por me-
dio. Sin embargo ellos son concebidos en la Tierra y nunca hay un parto,
siempre unidos a la madre. Sólo un crecer hacia arriba.
A veces le hacía preguntas solo para escucharla, no sé si ella se
daba cuenta. Sus palabras eran hermosas en sí mismas, aún si no tuviesen
significado. Diría que los sonidos que salían de su garganta, no se produ-
cían en ella sino en algún sitio que no acertaba a definir, no creo que fuese
a tres metros abajo, pero desde luego en un sitio con mucha luz, eso segu-
ro.
Yo hablaba, solo lo justo para poder escucharla.
- Corina, a mí la tierra no me dice nada, supongo que tú la escucha-
ras también.
- No, no puedo, pero si puedo preguntarles a ellos.
- ¿Qué te dicen?
- No mucho son pensamientos sencillos pero muy emotivos, se fi-
jan muy fuerte en ti. Puedo conservar las sensaciones de sus mensajes du-
rante mucho tiempo. Creo que van a modelarme bastante. Dicen algo así
como “Vivimos abajo y arriba”, “conocemos la tierra y el cielo”. Pero ve-
ras, es difícil explicar lo que dicen, porque lo poderoso es cómo lo dicen.
Te hacen bajar… puedes sentir a veces cómo sienten. Es algo muy estable
y pacífico. Pocas ideas en el tiempo pero son casi sólidas, podría palpar
esas lentas emociones. Son permanentes, pueden sentir varias cosas a la
vez y enfocarlas todas durante bastante tiempo. Nosotros sin embargo
somos más volátiles, menos estables.
Corina perdía la noción del tiempo cuando se introducía en temas

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David Moraza Los palacios de Kólob

que conocía y a mí no me importaba que corriese como el riachuelo que


estaba a nuestros pies.
- La verdad Corina, no tengo tu habilidad…
- Ven
Me tomó de la mano y me llevo hacia Tuki, nuestro álamo. Aun-
que a mí no me importaba a dónde me llevase siempre que fuese de su
mano. Lo rodeamos con nuestros brazos y ella empezó a hablar despacio.
- Tuki me dice que el escucha todas las vidas que se acercan a su
sombra, por eso tiene sombra para atraer. Pero no mucha, pues es selecti-
vo… le gusta que le observen cuando hay brisa, entonces se ríe con sus
hojas….blancas y verdes… veras….todos los árboles tocan la luz. Tienen
un sentido del tacto diferente… tocan la luz de Kokaubean y en la noche
aspiran la de las estrellas…. Son generosos pues dan mucha vida a cambio
de muy poco….y no sé por qué me insiste diciendo “Heme aquí, aunque
silencioso, necesito reconocimiento”
La interrumpí por un momento
- Si se comunican a la velocidad con que me hablas, no los veo tan
lentos.
- Ellos me llevan a su tiempo, y éste no fluye como el nuestro.
- ¿Puedes pensar en dos tiempos distintos?, es decir hablas con
ellos y conmigo a la vez.
- No necesito escucharlo todo, intuyo gran parte de lo que quieren
decir. Pero cuando estoy a solas con ellos, dejo la intuición y me abando-
no en su tiempo.
En ese momento sentí una gran paz. No era como otras veces era al-
go directo, como si fuese para mí, algo decía “esto es para Kozam”. Al
menos, eso imaginé, pero lo cierto es que la sensación era diáfana, no
provenía de mí ni del riachuelo. ¿Serían las manos de Corina o la influen-
cia de Tuki? No podía saberlo estábamos rodeándolo con nuestros brazos.
- … los árboles sin fruto – continuó explicándome – son sabios,
íntimos casi tímidos, los que tienen frutos son sociables y extrovertidos,
bueno todo lo que se puede esperar de ellos, comunican más pero en su-
perficie. Los que son como Tuki, cuesta más escucharlos, pero te envuel-
ven si sabes esperar y ser paciente.
Corina hablaba dando poca importancia a lo que decía, como si eso fuera
obvio para cualquiera, pero su voz en ese momento transmitía lo que de-
cía, es decir, sus palabras eran ciertas y verdaderas. No había matiz en ella

34
Los palacios de Kólob

que no manifestara autenticidad. ¡Qué mundo era este!, bajo la luz de Ko-
kaubean. No había sitio para la mentira las palabras eran parte de la reali-
dad de nuestro paisaje. Eran vivientes tal como todo lo que se describía,
parecían proceder de lo que se contemplaba, parte de la atmosfera. Noso-
tros al hablar solo exhalábamos su realidad en nuestro aliento. Podía casi
ver lo que ella relataba tan solo por mi confianza en sus palabras. Esto
alentaba la observación, pues al compartirla ensanchábamos nuestros ho-
rizontes sin tener por qué viajar hasta ellos.
Soltamos nuestras manos y caminamos por la orilla del riachuelo, en un
pequeño sendero entre los álamos.
El cielo era de un azul oscuro en nuestro cenit, la luz de Kokaubean
no ensombrecía la de las estrellas y podían verse muchas en lo alto. A
medida que nos acercábamos al horizonte, la atmósfera, iba tornándose
celeste hasta aparentar un fondo casi sólido como en la Tierra. Kokaubean
describía un arco perfecto, como si Kólob fuese plano o como si viviése-
mos todos en un ecuador permanente. Nuestro mundo estaba en forma-
ción. La vida bullía por todos lados, una vida perfecta, llena de conciencia.
Cada conciencia por pequeña que fuese, era perfecta, llenaba cada hueco
de este mundo. Andábamos descalzos, confiados. Nuestra vestimenta
eran túnicas sencillas, con un ceñidor en la cintura. Del color del trigo.
Mangas hasta las muñecas. Túnica hasta las rodillas. Salvo que actuásemos
de oficio, entonces adoptábamos la indumentaria de nuestro linaje y es-
cuela.
Corina pertenecía a la casa matriarcal de Silam, al igual que yo de
la cuarta era. Esta casa figuraba como una de las primeras. Una de las fun-
dadoras de nuestro mundo. La madre Silam cuidaba mucho que las líneas
básicas de conocimiento no se alterasen y se entendieran con total clari-
dad, no permitía turbulencias en lo fundamental. Sin embargo en contras-
te esta casa era una de las más ricas en movimiento social y en propuestas.
Se distinguía esta por la exactitud en los conceptos, pero en la parquedad
de detalles. El conocimiento transversal que aportaban sus escuelas no
oficiales, daban motivos de sobra para elucubrar sobre sus enseñanzas,
pues eran casi acertijos. Yo sostenía que las escuelas transversales, aquellas
sin un origen en la rama materna, eran tan necesarias como las originales.
Estas eran dogmáticas, de una sola dirección. Éramos iniciadas en ellas
desde nuestro nacimiento y constituían el núcleo de nuestro conocimien-
to. Su organización y dirección partían desde la misma presencia de nues-
tra madre. Las transversales, eran llamadas así, porque atravesaban el co-
35
David Moraza Los palacios de Kólob

nocimiento oficial desde distintos ángulos. Su organización y dirección era


dirigido por un liderismo externo y autónomo de las casas matriarcales.
Podían alterar la forma de vestir de sus adeptos, añadiendo colores y
atuendos sobre nuestra túnica básica. Pero hasta llegar a este punto tenían
que demostrar la eficacia de su escuela mediante una probada disciplina en
el arte de la alteración, alterador de grumos y dar forma a la inteligencia o
perfecto alterador. En muchas escuelas se toleraba la fantasía hasta el pun-
to de que a veces a causa de su excentricidad, muchas de sus propuestas se
vetaban en la primera sala, la sala de la prueba. Otras hacían alarde de efi-
cacia en menoscabo de la imaginación. Sabiendo esto quise probarla.
- Me hubiera gustado conocer a Tuki cuando vino por primera vez.
A través de la ventana de la inteligencia. ¿Cómo os enseñan que vienen en
vuestra escuela matriarcal?
- Bueno ya sabes que en las ramas naturales no son muy explícitos
a la hora de explicar estos asuntos. Enseñan que en el oscuro mar de la
inteligencia podemos soplar con nuestra voluntad y conocimiento. Al
hacerlo ese mar se agita y levanta espuma consciente. Esa espuma es diri-
gida por nuestra intención a través de la ventana, pero esa espuma lleva ya
implícita en su dirección su destino. Podemos ser creativos en su forma,
pero no en su esencia. Es decir podemos crear tipos, pero no especies.
Ese mar primordial es como una tierra abonada a la voluntad. Una semilla
de voluntad dirigida de forma perfecta, es capaz de generar una inteligen-
cia con conciencia de sí.
- ¿Tenéis algo entre manos?
- En mi escuela, La “Escuela de los encajes”, hemos presentado un
plan de comunidad arbórea. Hemos ideado algunos tipos de árboles que
llenan algunos vacios que existen ahora. Pero es muy difícil ejercer el in-
tento correcto para conseguir lo que deseamos. Nuestra madre Silam es
muy exigente para otorgar el permiso. Valora el resultado y las intencio-
nes.
- ¿Qué tienen que ver las intenciones en el resultado? Si el intento
es perfecto el resultado lo será también.
- Sí, eso pensaba yo. Pero la intención altera las condiciones de to-
do. No sé por qué. Estamos detrás de la ventana.
En ese momento sentí un deseo irresistible de estar con Corina, vien-
do su progreso, participando de él. Pertenecer a su grupo. Pero sabía que
eso era difícil y había que llegar hasta la mismísima madre Jana. Y eso me

36
Los palacios de Kólob

dolía. Era mostrar desagradecimiento por la casa y sus enseñanzas. Era


como decir. “prefiero vivir con los vecinos”. Y eso no era cierto, pero
había algo en Corina que me hacía plantear situaciones del todo inapro-
piadas. Sólo quería escucharla, estar a su lado y ayudar en lo que pudiese.
Pero también supondría romper mi grupo y dejar nuestro trabajo en la
ignición de la creación.
La dinastía Jana, la mía, se caracterizaba por el trabajo directo en la
materia elemental. Constituía nuestro trabajo, el lienzo donde las demás
casas matriarcales ejercían sus oficios. Las decisiones que se tomaban en
este linaje representaban el punto de partida para las demás. El grado de
turbulencia que se decidiera para los elementos fundamentales de la mate-
ria se transmitiría a todas las demás creaciones, fuesen plantas, seres vivos
o minerales. Llamábamos turbulencia a lo impredecible al margen de liber-
tad que se otorgaba a los elementos. Había muy poco margen en esto y a
veces representaba una frustración las mínimas variaciones con las que
trabajábamos. Había que hacer un esfuerzo de imaginación muy grande
para entrever las consecuencias a gran escala que podían tener nuestros
planes. Nuestra labor representaba un gran honor para nosotros, pero casi
todo era teórico, ya que las llaves de batir la materia residían en el núcleo
de las residencias matriarcales y solo las administraba el gran Gnolaum,
nuestro padre. No podíamos acceder a la materia a través de la ventana de
inteligencia. El camino de acceso a la materia estaba vedado para todos los
linajes. Incluso para Jana. Sin embargo todos los linajes accedían al oscu-
ro mar de la inteligencia a través de su ventana. Se nos enseñaba que lle-
gado el momento actuaríamos baja el directo mandato del gran Gnolaum.
Pero había algo que me impulsaba, incluso, a renunciar a ese honor. Y eso
me asustaba porque no conocía ningún caso en que alguien hubiese cam-
biado de linaje.
- ¿Kozi?... ¿Kozi?... qué piensas… a veces te quedas como ausen-
te…
- Corina, quiero pertenecer a tu grupo.
Corina…Corina… repetía para mí mismo mientras era llevado por el
pasillo. Mientras caras inexpresivas me acompañaban en el espacio de un
giro de cabeza. Corina… Corina… Era real, me daba cuenta que era real.
La impresión era tan fuerte en mi mente que aún mi retina seguía persis-
tiendo en plasmar esas imágenes, como si mi ojo y no mi memoria hubie-
ra sido el impresionado por la escena más maravillosa que se pueda imagi-

37
David Moraza Los palacios de Kólob

nar. La realidad que me rodeaba no rozaba ni por asomo los colores y la


vida que había presenciado. No había experimentado hasta ese momento
una experiencia tan vívida, se había producido un salto de todo orden en
el acceso a mi memoria oculta y creo que Alicia fue el detonante, el hilo
que me conecto a la realidad de Kólob. Sin embargo yo era consciente de
mi patético aspecto, del tremendo ridículo que había protagonizado ese
primer día de todo lo que un joven debería recordar de forma agradable.
Me conducían como a un anciano, como a un herido. Yo intentaba
reponerme cuanto antes, disimular…pero mis piernas eran torpes. Inten-
taba sonreír a los que me rodeaban, intentaba decir algo como “…vaya no
he visto el escalón, que caída más tonta” sin embargo sabía que al hacerlo
mi aspecto debería ser aún más lastimoso. El pulso me temblaba y Don
Enrique me miraba con una expresión de piedad que me aterraba. Que
hubiera dado por que estuviese enfadado, lleno de ira. Rojo como él se
ponía ante los jaleos en la hora de estudio. Esa pena de su mirada era el
preludio de un gran problema. La hora de mi salvación, pues presentía
que él tenía algo que hacer conmigo. Algo que meditaba en esa gran cabe-
za, misterios de misterios pues nadie sabía a qué obedecía su tamaño.
Unos decían que era una mutación evolutiva y que había que medirla para
presentar el caso a la profesora de naturales.
Me llevo a su despacho me hizo tomar asiento. Me dijo que descansa-
ra allí que vendría luego. Frente a mí tenía su escritorio conocido por mu-
chos para momentos malos. Éste infundía temor, de madera oscura y tor-
neada, daba la sensación de estar frente a ti con el propósito de impresio-
nar, de desfogar a los lanzados y banderillear a los chuletas. Solo le falta-
ban los brazos en jarras. En el fondo agradecí esos momentos de estar
solo y tornar a la normalidad. Sin embargo de nuevo me asaltó un senti-
miento de temor, tanta consideración… ¡Dios mío!... mis padres…Me
levanté y empecé a moverme inquieto por el despacho. Deseaba dar una
explicación cuanto antes y parar lo ocurrido allí mismo, que no saliese de
ese espacio. No quería implicar a mis padres en esto. Debería llegar a un
trato.
No podía achacar aquello a una broma por mi parte, estaba demasia-
do claro que no era tal cosa. Solo quedaba admitir los hechos bajo confe-
sión y así dejarlo atado. Era común esa táctica en las películas. Yo pensaba
que solicitar una confesión a un salesiano, era como ofrecer pasteles a mi
hermana, algo imposible de rechazar. Solicitar confesión debería ser para
un cura, un golpe de martillo en la rodilla, algo reflejo. Pero por otra parte
38
Los palacios de Kólob

estaría enganchado a su influencia, siempre podría mirarme con su párpa-


do inferior alzado, esa risa que dice: “te conozco bien” y eso me sonaba a
una sumisión consentida. Podía imaginar ¡Belisario trae un café a mi des-
pacho¡ Claro el perdón por confesión puede traer esa obediencia por la
omisión de cualquier resistencia. Temía que entonces me convirtiera en el
monaguillo, no del cura sino del director del instituto. Una especie de mu-
tación estudiantil única en la Universidad. ¡Dios mío! solo me faltaría que
me dijese “ponte estas gafas de culo de vaso”. Mi mente empezaba a tejer
tonterías a fuer de buscar soluciones. Necesitaba calma para pensar en
algo más lógico que una confesión.
Poco a poco me di cuenta que en las paredes de su despacho había
colgados títulos académicos. Licenciatura en latín y griego. Licenciado en
psicología. Diplomatura en matemáticas. Allí había muchos años de estu-
dio y esfuerzo. Yo sabía valorar eso, sobre todo en las matemáticas que
tanto me costaban. Una foto en blanco y negro me llamo la atención. Es-
taba en un marco de madera algo anticuado, se mostraba Don Enrique
como un joven de 25 o 28 años. Alzacuellos y carpeta bajo el brazo. Son-
reía y tenía su brazo izquierdo sobre el hombro de un hombre mayor de
unos 70 años. Daba la sensación este anciano de soportar un peso desme-
surado sobre su espalda. Eso o Don Enrique lo empujaban para clavarlo
en el suelo con su brazo. Miraba a la cámara el anciano con expresión de
ausencia, mirada desenfocada. Decía con ella “bueno, si hay que hacerse
una foto…pues venga ya” Vestía un traje de batalla, de esos que se llevan
todos los días y que pierden la solemnidad que tenían en su primer día.
No creo que fuese una foto para enseñar. Don Enrique y su expresión
exultante contrastaban demasiado con su acompañante. Es como si el
tonto del pueblo se fotografiara con el alcalde. Pero estaba en un lugar
privilegiado de su despacho, indicaba que esa persona era importante para
él. Yo supuse que era otro salesiano, pero sin alzacuellos. Por otra parte,
era extraño que siendo tan mayor no lo llevara.
- Mi profesor de psicología.
Había estado detrás de mí, no sé por cuánto tiempo. –Ya me está ana-
lizando – pensé yo. Me giré y sacando la voz que encontré le hablé.
- Don Enrique quiero confesarme.
Me miro serio, con mirada de botánico. De esas miradas hechas para
vegetales.
- Qué pasa. Que encima eres tonto también.

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David Moraza Los palacios de Kólob

Bueno eso no me lo esperaba. Ese salesiano era algo raro y encima me


había dejado con la misma cara que tenía hacia una hora. Me dijo que me
sentara, lo hice como un autómata, aun tragando la píldora que había reci-
bido segundos antes. Se quitó la chaqueta y la colgó con parsimonia en el
perchero, echó una mirada por la ventana. Retiró el sillón. Se sentó, reco-
gió unos papeles del escritorio y me miró serio. Juraría que empleo solo en
esto, tres minutos, parecía una liturgia o algo peor, una maniobra calcula-
da. Todo predicaba que estaba en su territorio, que el mandaba allí y que
las cosas ocurrían al tiempo que el marcaba.
- … bueno cuéntame qué ha pasado.
Era la primera vez que alguien fuera de mis padres me hacía esa pre-
gunta tan fácil de formular. Siempre temí un momento así. ¿Cómo colocar
mis piezas?
- Me gusta esa chica… ya sabe me he enamorado.
No sé de dónde salió esa respuesta. Era la cosa más tonta que se po-
día decir en esa situación. Incluso yo me quede sorprendido. Si no fuese
por lo difícil del momento me hubiera desternillado de risa. Pero alguien
debió de pensarla por mí, porque si lo consideraba bien era una buena
salida. A veces tenía recursos verbales que no parecían generarlos mi in-
genio tardío.
- Si…puede ser que te hayas enamorado, a todos se os pone la
misma cara – comento Don Enrique, que se había echado hacía atrás en el
respaldo del sillón – pero no durante diez minutos. Eso ya no es normal.
Eso es una alteración de la conducta. No reaccionabas a nada y tu mirada
estaba vidriosa. Así que te lo vuelvo a preguntar, si no me lo dices, tendré
que preguntarlo a tus padres.
Sabía que llegaría a ese punto, siempre golpean el costado para que
uno no respire.
- No… por favor. Se preocuparían mucho – estaba atrapado y el
no era tonto, no iba a tragarse ningún cuento – He dejado de tomar la
medicación. Tengo un trastorno psicótico. Tomo haloperidol. Pierdo con-
tacto con la realidad de vez en cuando y entonces… bueno ya lo sabe…
llamo la atención.
- El año pasado no supe que tuvieras ningún problema, por qué
ahora.
- El curso pasado tomaba la medicación, no con toda frecuencia,
pero me mantenía. Esta vez, bueno hoy no me la he traído.

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Los palacios de Kólob

Don Enrique se incorporó hacia delante, apoyó los codos en la mesa,


encajo el puño derecho en la palma izquierda y apoyo la barbilla. Alzó las
cejas. Esperaba algo más. Ya sabía el misterio de su gran cabeza. Leía el
pensamiento. No iba a decirlo a la de naturales, solo me faltaba eso, ir de
parapsicólogo.
- No la tomo desde que comenzaron las vacaciones…pero…
Me interrumpió con la mano. Volvió a reclinarse en su sillón. Se vol-
vió girándolo hacia la ventana que daba a la avenida frente al instituto. Allí
estaba la gran torre que presidia todo el complejo. Una torre de 63 metros,
de ladrillo visto y que contenía en su interior un gran depósito de agua.
Don Enrique, según decían, había encontrado una desviación en su altura
de unos segundos de arco. Hecho por lo que tenía fama de sabio entre los
alumnos. La torre de la Universidad era emblemática, de diseño moderno,
coronada por varias plataformas de mayor a menor tamaño. Apuntaba al
futuro, no al pasado. La miraba sin reflejarse en ella. Me exasperaba su
parsimonia. Creo que disfrutaba del manejo de los tiempos. Sin volverse
me preguntó.
- Por qué me pediste confesión… ¡La verdad!
- Pensaba que comentando esto en confesión no hablaría con mis
padres. Ellos sufren mucho con esto.
- ¿Y no es mejor para que no sufran que tomes tu medicación?
- Ya sabe los efectos, usted es psicólogo. Usted sabe que me con-
vertiría en un…tonto…un inútil.
- ¿Te da miedo parecer un bobo o temes más no poder tener tus
alucinaciones? ¿Son agradables o desagradables? Muchos psicóticos dejan
de tomarla porque prefieren lo que ven a su vida normal.
A dónde quería llegar. Por qué no iba al grano. Voy a hablar con
tus padres o no. Te voy a castigar o a expulsar o vete tú a saber lo que
buscaba el cura.
- No lo sé, nunca me he planteado eso. Yo solo quiero ser normal.
- ¿Quieres ser normal? Oh claro eso está muy bien. Así pasamos
desapercibidos, como si no existiéramos. Dime ¿por qué observabas esa
foto? – Al preguntarme esto, se giró y sin mirarme, clavo su mirada en la
imagen colgada en la pared –
- Solo miraba, mientras le esperaba.
- Veras Belisario, yo también se hacer pareados. ¿Te gusta que te
traten como a un tonto?

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David Moraza Los palacios de Kólob

- No
- Pues mira en eso coincidimos. Porque estar diez minutos es esta-
do psicótico y babeante en un aula de 40 alumnos mientras una chica pasa
el peor rato de los últimos cinco años, y señalándola en su primer día de
clase en un centro hasta ahora masculino, eso no es enamorarse ni enamo-
rarla, ni siquiera es elegante, eso es una mala jugada. Y estar casi cuatro
minutos observando una foto de dos fósiles tampoco es mirar es obser-
var. Así que si quieres solucionar esto por lo oficial, descuelgo el teléfono,
hablo con tus padres y ya sabes haloperidol en inyectables, para que no
sustituyas por harina o azúcar el interior de la cápsula o no vomites en el
lavabo. Si quieres por lo religioso te vas y buscas un cura al que le confie-
ses tus miedos. Y si quieres por lo amistoso me respondes la verdad. Y me
cuentas por qué observabas esa foto. Te aseguro que no soy tonto, que lo
seas tú o no, está por ver.
La contundencia que usaba, no ocultaba un interés personal en mi si-
tuación. O debería decir en mi caso, pues tenía la sensación de estar a
punto de convertirme en su caso. Pero no me estaba hablando como a un
enfermo. La impresión primera que tuve desapareció. Estaba siendo Don
Enrique el mismo de siempre y eso me dio confianza, pues ese aspecto
familiar de su persona me devolvía a cierta rutina en la entrevista.
- Observaba, que usted parece muy contento y mira hacia el hom-
bre mayor. Tiene su brazo por encima de su hombro. Pero el tiene la mi-
rada ausente, no muestra emoción alguna y parece que desea que el tiem-
po pase… – En ese momento tomé la revancha y quise devolverle el
guante, quería sinceridad, la iba a tener –… usted está casi girado hacia él,
le ofrece su mirada de afecto… – el tono de mi voz se iba alzando por
momentos –...pero él no la acepta, quiere acabar. Se hizo esa foto a peti-
ción suya, el no la deseaba. Usted quería su afecto, pero él nunca se lo
dio… parece un mendigo ¿por qué tiene esa foto ahí? Cualquiera puede
verlo, hombre.
Entonces ocurrió algo que yo no esperaba. Me sonrió. De manera
franca. Casi orgulloso. No se alteró. Se volvió en su sillón, me miró y si-
guió sonriendo. Algunos asesinos lo hacen también antes de acabar con
su víctima, sonríen mientras afilan su daga. Volvió a girarse hacia la ima-
gen colgada en la pared sin dejar de sonreír y se cruzó de brazos.
- Vaya, vaya con Belisario. Muy bien, muy bien. Supongo que el
año pasado, cuando seguías el tratamiento, no podrías haberlo visto tan

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Los palacios de Kólob

bien como ahora. En una cosa te equivocas. – no dejaba de mirar son-


riendo – … sí me apreciaba en un principio el bueno de Don José Manuel
del Monte… sí me apreciaba. Yo era su alumno favorito… – su tono se
volvió introspectivo, parecía hablar para sí, pausadamente –… yo era su
mejor alumno, pero también me volví raro, no me importaba mi carrera
me importaba la verdad… es verdad, la descripción es correcta, sacas mu-
chas conclusiones, para tener tu edad, de una simple foto. Yo tenía una
rara habilidad también, podía clasificar al paciente sin hacer un estudio
clínico. Podía distinguir un esquizofrénico de una patología esquizofreni-
forme a simple vista. Un trastorno delirante de otro psicótico breve, en
una conversación de tres minutos. A mi profesor le disgustaba, él prefería
los métodos para llegar a los diagnósticos, pero cuando algunos pocos
llegaban a un diagnóstico correcto yo ya estaba allí hacía tiempo. ¿Qué
podía hacer? No iba a enunciar a un don de Dios, solo porque a él no le
gustaba.
- ¿Es por eso que aparece así… en la foto?
El me miró sin contestar. Al cabo de unos segundos pareció en-
cajar la pregunta. Era obvio que regresaba de algún lugar lejos del despa-
cho.
- No…no era por eso. Es otra historia. Pero no estamos aquí para
hablar de mí. En lo que a ti respecta mi deber consiste en que el orden de
las clases no se altere, cosa que hoy, te felicito, has hecho de maravilla.
Para eso debes de controlar tus estados de alucinación.
- No son alucinaciones… son recuerdos – dije adelantando mi
cuerpo hacia el escritorio –
El no se inmuto, estaba resguardado detrás de esa mesa de despa-
cho. Me miró sin decir nada. Su estado de ánimo había cambiado paulati-
namente a medida que transcurría nuestra charla. Su conversación era
pausada, meditada. Continúo hablando como si yo no le hubiera inte-
rrumpido
- …para controlar esos estados de… como quieras llamarlo, ten-
drás que aprender algunas técnicas de lo contario… bueno no puedes
enamorarte de esa forma cada semana, eso sería un romanticismo que este
centro no puede permitirse.
- Entonces…
- No, no hablaré con tus padres, si tú mantienes tus problemas
fuera del aula. Por mi parte enfocaré esto como un problema de compor-

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David Moraza Los palacios de Kólob

tamiento como otro cualquiera. Como si te pillase fumando en los servi-


cios. No voy a interferir en tu tratamiento médico. Eso es cosa de tu fami-
lia y tuya. Pero esta escena no puede producirse otra vez, de lo contrario
estoy obligado a actuar de otra forma.
Quedamos en vernos tres días a la semana. Martes, Jueves y Viernes.
Una hora antes de clase. Después de un mes las visitas se espaciarían de-
pendiendo de mi práctica de control. Yo me sentía en cierta forma cazado
en una tela de araña. No me gustaba depender de nadie y en especial de él.
Mi sensación de libertad se esfumaba, pero no tenía otra salida. Por otra
parte creía que el intento de ayudarme era vano, cuando esa sensación se
acercaba lo hacía con una determinación difícil de entender. No pedía
permiso, era casi violenta, algo parecido a vomitar, pero a la inversa.
Quién puede controlar un vómito. Yo conseguía controlar los estornudos
casi siempre. Pero esto era otra cosa, era distinto.
Salí del despacho camino a las escaleras para volver a casa. Antonio, un
amigo, me esperaba. Estaba sentado.
- Tío qué te ha pasado. Qué te ha dicho el cabezón.
- Bueno… me he puesto malo, no sé un mareo. Tengo que ir al
médico esta tarde. Yo creo que es una bajada de glucosa.
- Ah… bueno te acompaño.
- No, no hace falta. Oye cómo esta… – estuve a punto de decir
Corina – esa muchacha…Alicia.
- Bueno se ha quedado pasada… vaya comienzo. Te quedaste un
buen rato mirándola fijo y decías Corina. Al principio todos se reían, pero
después nos dimos cuenta que pasaba algo raro. Don Andrés intento lle-
varte al pasillo pero no podía. Vino Don Enrique y entre los dos te saca-
ron. Les diré a todos que te has puesto malo y lo de la glucosa.
- Madre mía vaya escena. No sé si venir mañana. Creo que me voy
a alistar en la legión. Mira Antonio, tú ya sabes lo que es. Me conoces de
hace años. Hazme un favor, cuenta lo que quieras, pero espero que no me
miren mañana como a Míster Hyde.
- Ok tío no te preocupes, mañana te cuento, pero no creo que hoy
haya novedades.
Camino a casa, pensé en la entrevista con Don Enrique y volvió a
inundarme una sensación de preocupación. Alguien se había auto invitado
a la “fiesta” y no había forma de decirle “no gracias, no necesitamos su

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Los palacios de Kólob

música tenemos la nuestra” y encima hablaba borde, su psicología era para


mulas.
Sin embargo, allí estaba Corina, en mi mundo. Ella había enlazado los
dos. Yo la conocía de antes. No se me escapaba la posibilidad de que el
recuerdo se hubiera elaborado después de verla a ella y por lo tanto no
supusiese una prueba, que fuese una composición posterior al momento
en que la vi. Pero la sensación era totalmente idéntica a recordar de pron-
to a quién dejé el CD de Black Eye Peas o de recordar el nombre de al-
guien cuando lo tenía en la punta de la lengua. Sentía en esos momentos
que preceden al recuerdo la sensación de ansia, de estar a punto de sacarlo
de mi mente. Es ser consciente de palpar algo que ya tenía y que olvide a
diferencia de algo que se encuentra de repente. A decir verdad estaba
asombrado de cómo pude olvidar la cara de Corina, como pude olvidar
nuestro álamo y el rio a nuestros pies. Cuando siempre había estado ahí,
en mi cabeza, en mi memoria.
Aún había muchas cosas que no entendía, pero la principal de ellas, era
evidente. Y se resumía en una pregunta. Corina ¿qué haces aquí?

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David Moraza Los palacios de Kólob

Capítulo 4

Recapitulación con las vacas

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Los palacios de Kólob

Esa tarde del sábado, no estaba de humor para correr. Almorzamos


en casa con mis abuelos. Cuando ellos venían el menú incluía siempre
ensaladilla rusa. Mi madre hacia una mahonesa con un toque personal que
era una delicia. Es extraño pero siempre asocio este recuerdo a los saltos
de esquí. Por algún motivo la visita de mis abuelos casi siempre coincidía
con los campeonatos de saltos de esquí en algún lugar del mundo. Frente
a la televisión, observaba cómo uno a uno se deslizaban en la misma pista
con resultados diferentes. La única variable era el saltador, la pista, la nieve
el aire eran iguales para todos. Sólo el saltador marcaba la diferencia. Ima-
ginaba cómo debía ser estar tan alto sin alas, cómo podían dirigir su vuelo
y aterrizar como un pato en el agua. Después de pensarlo mucho decidi-
mos que era lo más importante era la velocidad. La clave era ésta, algo
invisible, un concepto que estudiábamos en física, el espacio por el tiem-
po. El espacio lo entendía, ¿pero el tiempo? Ahí estaba el misterio y lo
asombroso del salto, que mirábamos en la pantalla. La existencia de ese
elemento mágico, el tiempo, escapaba a nuestra comprensión, y por esa
razón lo sorteábamos. Y aún así, esos saltos, ejercían en nosotros una fas-
cinación desconocida, porque dentro de la simpleza de lo que sucedía,
había un elemento misterioso, ignorado, dado por hecho, disfrazado de
tiempo. Pero que nadie hallaba, y desde ese anonimato emitía su señal de
misterio.
Así era con mis recuerdos. Pensaba que me impulsaban hacia una
pendiente peligrosa y ese espacio que se abría ante mí se multiplicaba por
un tiempo pasado extraño, de escenas fantásticas, de lugares inimagina-
bles. Ese tiempo de ese mundo olvidado no era como los segundos de
éste conocido. Ese tiempo imprimía a mi vida un movimiento y una velo-
cidad desconocida. Pero la rampa era la misma, mi vida era igual que
siempre, el instituto, mi familia, mis amigos. Y yo tomando velocidad y
haciendo extraños movimientos, saliéndome de pista y todo por ese ex-
traño tiempo recordado, que modificaba toda la ecuación.
Para evitar mi descalabro, es decir por mi bien, mi madre colocaba la
medicación en mi mesita, junto a la cama. La medicación desaparecía cada
mañana y ella suponía que yo la tomaba, mi padre daba por hecho que mi
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David Moraza Los palacios de Kólob

madre controlaba el tratamiento. Mi madre veía que no había novedades y


todos pensábamos en otra cosa.
Mi padre nos hablaba antes de almorzar de un viejo libro, “El retorno
de los brujos”. Al parecer los relatos fantásticos de la antigüedad, des-
echados por la ciencia oficial respondían a una realidad fantástica. Es por
eso que retornaban esas historias desde una óptica científica, dando credi-
bilidad a muchos mitos que habían sido considerados sólo eso, mitos o
leyendas. Yo escuchaba a mi padre hablar ante mi abuelo, serio él con su
ilustrado hijo, de los mayas, la isla de Pascua, de experimentos telepáticos
del ejército americano, del mapa de Piri Reis, del ocultismo nazi. Se expre-
saba con emoción, como si volase más allá de la esfera terrestre y se acer-
cara al lugar donde yo habito. Observaba a mi padre lanzarse por la pista,
seguro de las opiniones del autor y saltar a un realismo fantástico, volando
entre sus páginas. La autoridad de la letra impresa es innegable y más si la
editorial es P&J. Lo observaba con desazón, porque, en mi caso, yo sólo
contaba con mi palabra, en cambio él haría tierra con elegancia, con la
sonrisa de mi abuelo, la risa de mi abuela, la expresión condescendiente de
mi madre, los ojos abiertos de mi hermana Mari. Pero mi relato, el mun-
do que habitaba dentro de mí, había que ocultarlo, había que acallarlo con
drogas, había que ignorarlo, como el tiempo extraño de mi ecuación. El
torpe aterrizaje en medio de la clase el día anterior, producía en mí una
mayor sensación de congoja. Delante me tenía a mí, una especie de brujo
que acudía al haloperidol como al agua bendita. A veces creo que mi padre
hubiera sido feliz con mis recuerdos, el realmente siempre buscaba un
mundo fuera de este.
Mientras escuchaba, mi mente se iba al desastre del viernes. Estaba
asustado. Nunca había pasado por una situación así, delante de chicas, en
la clase. Nunca de una forma tan violenta no solo para mí sino además
para otra persona. Tendría mucha suerte si mis padres no se enteraban.
Después del almuerzo, mi abuelo dormitaba en el sillón, los demás se
echaron la siesta. Yo no lograba concentrarme en las tareas, me aburría
internet y decidí coger mi bicicleta para salir a dar una vuelta. Me dirigí
hacia donde solía correr.
El cielo ocupaba más de la mitad de mi visión, al menos eso me parecía.
Mi bicicleta fue la primera experiencia de libertad palpable que tuve en ese
tiempo. Podía salir de mi vida de forma repentina. Podía sustituir las esce-
nas rutinarias por un paisaje distinto con solo pedalear.

48
Los palacios de Kólob

La conseguí después de mucho insistir a mi padre, el nunca me dijo


no, sino un ya veremos. No era algo que fuese fácil de adquirir para una
familia trabajadora como la mía, pero realmente la necesitaba. La bicicleta
a esa edad es como extender las alas por primera vez. Volar a voluntad
propia.
En la recta antes de llegar a las vías del tren, a la izquierda de la carre-
tera se anunciaba la vaquería de Miguel. El olor estaba presente en todo el
trayecto. Comprábamos su leche en su propia tienda que estaba cerca de
casa. El reservaba parte de su producción para la venta directa, algo in-
usual e ilegal. Pero no le faltaban clientes, la calidad era inigualable. Había
que hervirla, siempre había que cuidar que no subiera y desbordara el ca-
zo. Cuando me cruzaba con él en la escalera o en la calle, olía a sus vacas.
Eternamente sonriente. Tendría cincuenta años, achaparrado, yo lo atri-
buía a la postura del ordeño. Aún cuando contaba con maquinaria, había
ejemplares a las que dedicaba su arte. Cada vaca tenía su nombre y a cada
una dedicaba una perorata.
Nunca le había visto enfadado la sonrisa era parte de su rostro, podría
decirse que no era un gesto en el sino la forma de su cara y esa tarde yo
necesitaba un rostro en esa dirección. Me desvié más saludarlo.
Miguel estaba con Mariola, le hablaba mientras las ordeñaba.
- Hombre… Belisario qué haces por aquí. Siéntate.
Cogí una banqueta y me senté mirándole ordeñar. Sus manos eran an-
chas y fuertes. Se movían acompasadamente en las ubres de la vaca. La
leche salía con sorprendente presión, creando espuma en el cubo.
- Miguel, ¿qué pasa cuando se hacen viejas para dar leche?
- Hay que sacrificarlas – dijo cambiando la expresión por la serie-
dad de un suceso irremediable –
Tenía confianza para no andarme con rodeos. Me gustaba poder
entablar una charla sin las consabidas presentaciones, además no pregun-
taba por la familia, era vecino y en los pisos se sabía casi todo.
- ¿No te parece que eso está mal después de dar toda esa leche?
- Bueno, también nos morimos nosotros… después de ordeñar to-
da la leche que podemos sacar a esta vida.
- Si pero no morimos a manos de nadie
- Ya…nosotros los hombre hemos conseguido desnudar a la muer-
te, quitarle cualquier aspecto de antaño. Ahora viene desnuda, en un hos-
pital, sin rostro… yo para Mariola soy la vida y la muerte. Es mi papel,

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David Moraza Los palacios de Kólob

ella lo sabe.
Miguel me hacía reír con sus ocurrencias y a veces me dejaba
pensativo con sus comentarios. Le gustaba leer y eso se le notaba cuando
charlabas con él. Pero lo cierto es que su vida transcurría junto a sus vacas
y viceversa. Los acuerdos que hubiese entre ellos, no eran de conocimien-
to público.
- ¿Por qué ordeñas a algunas y a otras no?
- Porque no podría ordeñarlas a todas, estaría todo el día y no aca-
baría. Tu pregunta es por qué ordeño a ésta en concreto. Bueno simple-
mente por afecto, Mariola está mayor y pronto habrá que llevarla a sacrifi-
car, es una forma de despedida….Anda bebe un vaso, está caliente…
- Bueno una cosa es beber leche en casa, de un tetrabrik o viéndo-
la en el cazo y otra directamente de la vaca. Mi cara debió ser muy expre-
siva.
- Ja..ja…ja… – Miguel rio– Se os pone a todos la misma cara. Si
veis de dónde sale, entonces no bebéis. ¡Qué cosas!…Anda ponte aquí, te
enseñaré.
Miguel me hizo acariciar a Mariola y hablarle algunas palabras, no
muchas. Dijo que ella ya me conocía de las veces que había estado allí.
Que es posible que me dejara ordeñarla.
- Las vacas no dejan que cualquiera las ordeñe. Debes de acercarte
con cuidado al principio. Estimular las ubres durante un minuto o dos,
entonces ella se prepara para dar la leche.
Miguel me explicaba que los pezones tienen un grupo de músculos
llamados esfínter, que son como válvulas que dejan pasar o no la leche.
Las vacas deben ser ordeñadas con regularidad, de lo contario sufren do-
lores por la presión de la leche. Me contó que en Normandía, cuando se
produjo el desembarco, los soldados aliados que eran hijos de granjeros,
arriesgaban a veces su vida por ordeñar a vacas abandonadas, incapaces de
moverse a causa del dolor de las ubres llenas de leche. Se acercaban con
sus cascos y aliviaban su dolor a la vez que los traían llenos a sus asom-
brados compañeros.
- Eso sólo lo hace alguien que conoce a las vacas. Mira, hay que
vencer la fuerza de presión de los esfínteres para que salga la leche. El
ternero lo hace chupando, creando un vacio. Nosotros lo hacemos así

50
Los palacios de Kólob

Me ayudo a coger el pezón con la mano en toda su longitud. Era una


sensación extraña. Una unión íntima con el animal extraña para mí. Me
daba cuenta que Mariola no era un objeto animal. Sino un ser viviente.
- Aprieta con el índice y el pulgar la parte superior del pezón y con
los demás dedos hacia dentro y hacia abajo. De esa forma ayudamos a la
leche a pasar por el esfínter…. así… pero con más ener-
gía…así…así…bueno tienes que llenar ese cubo.
Es de esta que forma comenzó mi aprendizaje como lechero. Me gus-
tó, estaba ordeñando una vaca. Y lo más increíble es que Mariola me deja-
ba hacerlo. Miguel se reía. Qué fácil lo hacía, ella tenía esa leche en su in-
terior, el esfínter se aseguraba que no iba a salir hasta que fuera necesario
y si las condiciones eran apropiadas entonces daba lo mejor de su vida a
un hombre que decidiría el día de su muerte. Y según parece ambos esta-
ban de acuerdo.
- Miguel… yo creo que en el trato ella sale perdiendo.
Esta vez tardó en contestarme y su expresión se tornó más seria.
- Veras cuando tenía tu edad, crié una ternera a biberón. Tenía un
problema a causa de un mal manejo del parto. Cuando mamaba retornaba
la leche por ambas fosas. Tenía que darle el biberón con gran esmero para
evitar atoramientos y problemas respiratorios. Eran casi cinco litros dia-
rios y para eso hacía falta tiempo y dedicación. Un examen del veterinario
nos aclaró que había una malformación en el aparato digestivo y que sería
inviable su crianza. Había que sacrificarla.
Miguel había empezado a manipular la ordeñadora para las demás va-
cas. Seguía hablando mientras sus manos se movían agiles y precisas en
esas tareas casi automáticas para él.
- Le dije a mi padre que yo me encargaría, que lo haría bien. Me le-
vantaba de mañana, adelantaba mis tareas. Pero cada vez era más tiempo
dando el biberón. Cada vez más litros de leche y el forraje amenazaba con
asfixiarla. Mis tareas se atrasaban y mi ánimo también. Mi padre era un
buen hombre y no dijo nada. Era paciente y dejo que las cosas siguieran
su curso, ¿sabes? Eso no está al alcance de cualquiera… el ser paciente.
Dejo que yo llevara el asunto, y eso, que afectaba al trabajo de todos. Lle-
gó un momento en que tuve que decidir y me di cuenta que yo estaba allí
para lidiar con esa clase de asuntos. Fue la primera vez que entendí, eso
me hizo encajar en mi trabajo…digamos que somos depredadores a me-
dias.

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David Moraza Los palacios de Kólob

El zumbido de la ordeñadora empezó a llenar el establo y las vacas al


escucharlo, se prepararon para ser ordeñadas, ese zumbido hacia la fun-
ción de la presencia del ternero que estimulaba en las vacas el dar leche.
Miguel continúo hablando mientras hacia sus tareas.
- …la naturaleza es la que asigna estos temas y en eso no hay per-
dedores ni ganadores. Si no fuese yo, sería un lobo o perros salvajes. Vete
a saber. Simplemente hemos ocupado el lugar de otros. Mariola sigue en
su sitio yo he desplazado a otros.
Me esforcé en llenar el cubo, me dolían las manos y los brazos. La tarea
por sencilla que pareciera, requería una buena coordinación y no aflojar la
presión. Me quedé solo por un rato, mientras mi amigo se adentraba en
los fondos del establo terminando la tarea.
Cuando acabé me levante. Al hacerlo entendí por qué andaba como lo
hacía. Ordeñar requería casi agacharse al lado de la vaca. Demasiados años
haciéndolo. Una sola tarde y me dolía la espalda como si me hubieran pe-
gado. El se dirigió a mí con una garrafa que lleno con la leche que yo ha-
bía ordeñado.
- Toma dile a tu madre que lo has hecho tu mismo. Ya verás como
por la mañana te la tomas sin problemas…ja..ja..ja. Sin esa cara que pusis-
te antes. Qué cosas…
Me ayudó a colocarla en el trasportín de atrás, lo que quería decir que
el paseo de esa tarde se acabó. Se lo agradecí y me dispuse a salir. Cuando
ya me iba me llamó y se acercó a mí.
- Mira Belisario… a veces cuando tengo alguna cosa en la cabeza…
ya sabes algún asunto. Vengo aquí. A veces… de madrugada si no me deja
dormir. O un domingo.
Titubeaba como un niño que no se atrevía a decir un deseo de difícil
descripción
- … Me siento a lado de Mariola o Gabriela y… bueno cambio el
pienso o pongo agua. Les hablo y ellas dicen muuu…ja...ja…ja. Me siento
junto a ellas y siento su calor, el ruido de su cuerpo, veras es como un
murmullo tranquilizador. El caso es que veo el asunto que me trae de otra
forma. Es como si además de leche dieran tranquilidad. Bueno es que ellas
no sacrifican a nadie…– sonreía– Veras… no has venido a por leche.
Cuando necesites estar a solas puedes venir por aquí. Ordeñas, coges la
leche y te vas. No hace falta que esté yo.

52
Los palacios de Kólob

Me conmovió su generosidad, pero aún más su intuición. ¡Dios mío!,


ya era la segunda vez en el mismo día que me analizaban. Me daba la im-
presión de llevar mi vida escrita en la cara. A veces una persona como
Miguel, al contrario, al parecer, que yo, ocultaba muchas cosas detrás de
su aspecto. No sé porqué paré en la vaquería, no tenía ganas de ver a na-
die, pero ahora identificaba como cierta la sensación de paz que experi-
mentaba en ese lugar.
Pedaleando de camino a casa, la garrafa de leche oscilaba de un lado a
otro. Y mi olor a vaca me acompañaba, ya era lechero. Debería haber es-
fínteres para el olor, pero no este era universal doquier que estuviesen
ellas.
Olvidándome de mi carga, no tuve cuidado del firme por el que rodaba.
Un bache de la calzada hizo que la garrafa de leche cayera al suelo. Temí
que se hubiese roto, pero al mirar hacia atrás vi que estaba intacta. Imagi-
né (sin poder evitarlo) la presión recibida en el líquido y como esta se
transmitía por igual en todas direcciones (creo que era un principio de
Pascal). Algo tan simple como esto era de proporciones colosales si hu-
biese estado dentro de la garrafa. Hubiera sido un maremoto en un mar
blanco, espumoso y sin hervir. Sin embargo el aumento de presión no
rompió el plástico ni hizo saltar el tapón. Bien y resumiendo era una bue-
na garrafa. Punto.
Mariola, tenía una gran garrafa entre sus patas traseras (seguí imaginando
resignadamente) y cuatro tapones de primera. Para contener toda esa le-
cha de la mejor.
Vale, la mejor garrafa. Ya está bien. Intenté cambiar de tema en mi mente.
A veces me ponía, para mí mismo, insufrible. Un auténtico latazo. Mi
imaginación era como la canción que tarareas en tu mente y no puedes
pararla. La cosa iba de garrafas y tapones, de lo más interesante. A ver
hasta cuándo aguantaba el tema.
Al final, me di cuenta. Yo tenía en mi cabeza la mayor ubre de vaca de
todo el establo. Aunque eso sólo lo sabía yo, el único cliente. Llena de
recuerdos imposibles. De la mejor leche. Y que esta salía cuando le daba la
gana, no para beber sino desparramarse sin sentido como ocurrió el vier-
nes ante todos. Pero yo no tenía pezones como los de Mariola (afortuna-
damente), ni tapones ni nada con lo que regular su flujo. Yo experimenta-
ba esos recuerdos como las crecidas de un rio a causa de una tormenta.
Como el incontrolable valido de un ternero o el zumbido de la ordeñado-
ra. Esos recuerdos sin control iban a acabar conmigo como la leche que
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David Moraza Los palacios de Kólob

mamaba el ternero enfermo. Estaba inmovilizado en los valles de Nor-


mandía esperando que un soldado aliado me… supuse que era mejor no
seguir en esa línea de argumentación.
No iba a renunciar a mi leche, nadie iba a convencerme de que no merecía
la pena tenerla. Yo no era una persona dada al drama o la tragedia. No
consideraba algo trágico lo que me pasaba. Me sentía afortunado y desea-
ba sacarlos todos de ese interior mío, mudo y desconocido. En garrafas de
cinco litros.
Empecé a reírme yo sólo. A veces mi imaginación me ayudaba a
mantener mi reputación de cordura bajo sospecha, haciéndome reír en los
sitios y momentos más imprevistos.
Necesitaba encontrar un modo de controlar ese flujo si no quería que lo
hiciera el haloperidol y de esa forma amputarme de mi mente. Tenía la
certeza que de seguir así, no podría huir. Algún día mis padres se verían
obligados por ese sentimiento de responsabilidad propio de ellos a no
hacer la vista gorda. A mirar de frente y a tomar las riendas que los psico-
trópicos siempre ofrecían. Estaba recibiendo una oportunidad en silencio.
La mirada de mi madre diciéndome… si no contaras esas historias… si
pudieras controlarlo. Me decía con sus ojos: Belisario, no quiero… intén-
talo.
Cuando regresé a casa, encontré una nota. Estaban en el bar de los ca-
racoles. Me esperaban allí. Me fui hacia ese lugar y disfruté de los achispa-
dos relatos de mi abuelo de cuando vivía en Marchena y de cómo su fami-
lia regentaba el matadero municipal. El lidiaba también con esa clase de
asuntos, aunque nunca supero cuando había corderos para sacrificar,
siempre se negó, parecían criaturas según él. Nunca pudieron disuadirlo.
Esa noche me acosté temprano. No quería que nadie adivinase
nada más sobre mí. Ya que por lo visto era un libro abierto. Quería dor-
mir y despertar en una nueva oportunidad. Pero la idea de presentarme en
clase al día siguiente me daba pánico. Deseaba quedarme en cama con
fiebre y perderme en delirios suaves, alejados del pasillo y de los rostros,
terribles para mí, que contemplé ese día. Nunca me he sentido peor que al
ser evaluado por esas miradas que me acompañaban durante los 90 grados
de un giro de cabeza conmiserativo. Y lo peor, mi tonta sonrisa, la de un
bobo que pretendía no dar importancia al suceso. Pero necesitaba ese
control y Don Enrique parecía que iba a ayudarme a encontrarlo, no tenía
otra salida. El había dicho algo de técnicas, Miguel tenía sus técnicas, pero
se me hacía difícil entender qué técnicas se pueden aplicar a algo que ocu-
54
Los palacios de Kólob

rre dentro de mi cabeza y no en las ubres de una vaca. ¿Rezar?, esperar un


milagro. Yo esperaba más de sus títulos que de su profesión. Esperaba no
tener que pagar un precio por ello. O al menos un precio excesivo.
En esto me debatía cuando alcancé el sueño.
Esa noche soñé, al menos recordé haber soñado. Tenía un amigo que
era senador de EEUU. Un personaje importante y poderoso que sentía
simpatía por mí. Tenía que presentarme ante él en su despacho y propo-
ner un proyecto de alimentación para mis vacas. Era la segunda vez que lo
hacía. La primera vez tuve la vaga impresión que fue un fracaso porque no
fui preparado. Se me dijo que su tiempo era muy valioso, y que tendría
otra oportunidad. Me encontraba ahora ante este amigo mío senador con
un cuaderno y algunas notas. El me sonreía animándome y sentí su afecto
por mí. Al coger mi cuaderno, donde se suponía que debería estar mi pro-
yecto, solo había algunas notas ilegibles. Me sentí desfallecer y vi la decep-
ción en su rostro. Pensé que este segundo fracaso sería el último. En ese
momento un temblor de tierra sacudió todo el edificio e interrumpió la
entrevista. Vi el suceso como un golpe de suerte, pues no pudo valorar el
proyecto. Se aplazó la decisión. El terremoto movía el edificio de una
forma extrema, pero los cimientos resistieron.
Pensé en mis vacas y me dije “… todavía me seguirán dando leche”.

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David Moraza Los palacios de Kólob

Capitulo 5

El linaje Jana

56
Los palacios de Kólob

El camino hacia el instituto era una de los mejores momentos del


día. El paisaje no era idílico ni sacado de una película Disney. Un camino
de tierra que conducía a una carretera sin tráfico, cortada a unos km por la
vía del tren. A izquierda y derecha campos sin labranza. Las vías del tren
estaban sobre un puente que cruzaba el rio. Al otro lado más campos to-
dos silvestres salvo uno de maíz. Esta zona era la más tranquila. En pri-
mavera, se llenaba de amapolas. Como las que contemplaba esta mañana.
Había una senda creada por el paso de caminantes a los que nunca vi. Yo
dudaba si sería el único artífice de ese camino, pero estaba casi seguro que
yo era el único que lo mantenía transitable.
Veía acercarse la torre de la Universidad laboral y esto me producía
miedo en forma de una bola en mi estómago. Era temprano, el Sol no
había salido, tenía una entrevista con Don Enrique.
El olor a madreselva, abundantes en aquella zona, me invitó a ralenti-
zar el paso y aspirar el perfume que siempre me ha acompañado en cual-
quier sitio donde vivo. El aroma de madreselva lo aspiraba despacio, olfa-
teándolo desde el primer momento hasta el último. Si lo hacía muy rápido
me saturaba y perdía la sensación. Una vez aspirado lo exhalaba lenta-
mente por la boca y volvía a inspirar por la nariz, pero no inmediatamen-
te. Hay que dejar un instante de recuperación. De este modo podía perci-
bir intensamente la presencia de esta hermosa planta. Podía identificar
algunas variedades, su olor en ocasiones era parecido al limonero, pero
con un toque dulzón. No tan intenso como el jazmín, más suave y dura-
dero. Sí, disfrutaba de la madreselva en mi juventud. Más tarde, cuando la
aspiraba correctamente, podía traer a mis recuerdos esos momentos inol-
vidables del pasado. Como si ella misma los hubiera retenido en sus pisti-
los para la ocasión adecuada.
Me senté en la hierba húmeda unos momentos, tenía tiempo de sobra.
Y una sensación agradable iba creciendo dentro de mí. La naturaleza que
asomaba con esfuerzo en aquél paraje estaba viva y consciente. Yo notaba
que tenía conciencia de sí y no solo era un conjunto de seres vivientes,
estaba accediendo a una percepción distinta de las cosas. La sensación que
recibía era amistosa. Esta vez no fue un crack violento, vino como brisa,

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David Moraza Los palacios de Kólob

me dio tiempo a poner la bolsa de los libros en el suelo y sentarme en ella,


a mirar al rio hasta que dejé de verlo.

En las casas matriarcales, en general, se alteraba en grupos de cinco,


siete o nueve integrantes. El grupo se ejercitaba en el “arte”, porque se
asemejaba a la creación artística, de Alterar (o batir) Formar Grumos y
Dar Forma. Estas tres tareas conformaban la disciplina en la que todo
grupo debía ejercitarse con esmero y exactitud. A esto se conocía como
La Disciplina de la Alteración y debía ejercitarse bajo el enfoque de las
Premisas. Las premisas eran comunes a todas las casas y representaban los
tres ejes de la existencia. Posición, esperanza y enfoque. Se practicó, este
arte, desde el principio de nuestra era y se nos transmitió de mano de los
primeros. Ellos fueron nuestros maestros y después de ellos, las escuelas
que fundaron.
Era una tarea de mucho tiempo el conseguir un grupo capaz de acce-
der a la ventana de la inteligencia que estaba en las oscuras playas. En
nuestro caso, en el linaje de Jana, a la emulación en estados densos ya que
no teníamos acceso al oscuro océano y sus playas. Esto era lo básico en
cuanto a nuestro arte, pero todo cambiaba y se multiplicaba en infinitas
variedades de detalles a medida que se profundizaba en la enorme gran-
diosidad y complejidad de Kólob.
Yo pertenecía a la Escuela de los Accesos. Esta escuela fue fundada
por Minyor para la Casa Jana en la segunda era de Kólob y era famosa por
sus logros en el diseño de cómo percibe o accede la conciencia a la mate-
ria. En el principio de su fundación, hubo conflictos, si se pueden llamar
así a los familiares concilios entre los linajes, a causa de apropiación de
oficios. La apropiación de oficios consistía en la coincidencia de dos lina-
jes en una misma tarea u oficio. La Casa de Maat aducía que la conciencia
era propiedad de los seres vivos y que sería en su linaje que se desarrollaría
este aspecto. Nuestro Casa por otra parte señalaba que la materia y su
conformación alterarían la conciencia de los seres vivos y que debería de
ser un aspecto de su actividad creativa. Todo el debate se reducía a un
punto, a cómo sería el gran pulso de luz que daría origen a todo, ahí esta-
ba la clave y ahí éramos nosotros los maestros.
El Gran Gnolaum siempre se inclinaba hacía la iniciativa y su inten-
ción. Al ser Minyor y sus planteamientos más avanzados que otros, se
aceptó la propuesta de La Casa Jana. Aquí en este mundo este hecho ten-
dría como consecuencia la competición entre dos facciones. En Kólob
58
Los palacios de Kólob

primaba el ajuste de los oficios, la perfección de la tarea. Era claro para


cualquiera con la suficiente transparencia y enfoque, una vez expuesto los
logros, la ventaja de Minyor en este encargo y todos estuvieron de acuerdo
al final, que alguien con tanto talento como él, encabezara este oficio.
Aquello supuso un desafío descomunal para sus fundadores. Aunque no
era oficial sabíamos que la madre Jana seguía de cerca y de primera mano
los avances de mi escuela. Era la primera vez que este linaje se abría paso
a una perspectiva nueva que respondía a la pregunta ¿Cómo va a acceder
la conciencia a la materia? ¿Cómo va a percibirla? Una perspectiva que
sugería la posibilidad de, en un futuro, acceder a la ventana de inteligencia
y algo más. De un trabajo conjunto con la Casa Maat.
Mi grupo estaba formado por siete integrantes Varanto, Vienzian, Mi-
guel, Morón, Esther, Abiola y yo Kozam (me llamaban Kozi, un diminu-
tivo ideado por Abiola con quien siempre me unió mucha amistad). Va-
ranto era el líder del grupo y coordinaba nuestros esfuerzos con Bujan,
encargado de la sección a su vez formada por diez grupos como el nues-
tro. El concepto de trabajo no existía, pues nosotros éramos Alteradores.
Es como decir artistas, creadores. Cantábamos con nuestra imaginación
en la arcilla de la materia o en el lienzo de la inteligencia. Ejercíamos nues-
tro arte como parte de nuestra naturaleza de la misma forma que respirar
o digerir. No era un trabajo a nuestros ojos, sino la propia vida. Nosotros
no describíamos las leyes o las descubríamos, nosotros las imaginábamos
y proponíamos su ejecución como el pescador lanza su anzuelo al mar. A
veces sacábamos una buena pieza y otras había que olvidar el camino em-
prendido y volver a empezar.
Cada integrante se dedicaba a una de las tres tareas básicas. Yo y
Abiola éramos Alteradores o batidores. Morón y Esther eran muy buenos
en la formación de grumos. Vienzian y Miguel daban forma. Varanto
coordinaba el trabajo de todos de acuerdo a las premisas de nuestro linaje.
Siempre tuve una actitud fría con las premisas. Mi adhesión a ellas era
meramente formal. Podían haber sido otras y mi actitud sería la misma.
Sin embargo ellos las vivían. Las contemplaban como a una flor, como
algo único. Yo simplemente las consideraba como una opción elegida
desde la casa y respetada por todos los linajes. A veces notaba en mi es-
palda la mirada intrigada de Varanto. Me observaba preguntándose cómo
estaba yo hecho. Me decía en broma que cuando pasé por la ventana de la
inteligencia, allá en mi accidentado nacimiento, me di en la cabeza con un
extremo de ella y eso me da problemas. Abiola se reía y me cogía de la
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David Moraza Los palacios de Kólob

mano “Vamos Kozi, voy a hablar con la madre para que vuelvas a entrar
otra vez, seguro que ya te das cuenta de la importancia” Esther siempre
más seria y formal se limitaba a mirarme con media sonrisa, una sonrisa
que me turbaba más que nada, ya que me hacía sentir un novato en todo.
Cuando Kokaubean salía en el horizonte las puntas de las tres terrazas
del palacio de Jana reflejaban destellos dorados. El palacio de Jana era
triangular, estando uno de los lados unido a la cúpula central y el vértice
opuesto hacia el exterior. Este palacio, especie de península por su tama-
ño, podría considerarse un accidente natural, si no fuese porque al obser-
var sus perfiles perfectos, su pulida superficie, sus miríadas de ventanales
de hermosa disposición, manifestasen que era obra de unas manos y por
seguro de una mente portentosa. Había tres plataformas superpuestas,
también de forma triangular, de mayor a menor tamaño. Cada vértice ter-
minaba en forma de cuerno dorado. De forma que el leve ascenso le con-
fería la forma de la proa de un barco. El espacio en esas terrazas eran
bosques con toda variedad de especies de plantas y aves, pájaros y criatu-
ras. Riachuelos diseñados de la forma más inteligente para conferir a todo
un aspecto intermedio entre lo natural y lo edificado. Edificios, sedes de
escuelas oficiales, pabellones de congresos y una variedad inmensa de es-
pacios pensados para la enseñanza y el coloquio.
Pero ¿cómo expresar lo que recuerdo para transmitir aunque sea un
reflejo pálido de la magnificencia de aquella estructura?
Al mirar de frente, bajo la perpendicular de la piedra angular en cualquiera
de los arcos, a este palacio resaltaban sus tres puntas doradas, superpues-
tas, como una constelación bajo Kokaubean, nuestro Sol. Las tres premi-
sas del linaje. Cada una de ellas, posición esperanza y enfoque, en forma
de cuerno simbolizaba el poder; su punta redondeada la bondad. Su incli-
nación hacia fuera del plano vertical transmitía una sensación de lugar in-
expugnable, sin embargo cada uno de ellos era el comienzo de un maravi-
lloso itinerario en las terrazas. Había un solo camino para acercarse a La
Casa Jana, mostrando que solo hay un camino para la verdad. En este ac-
ceso, a medida que alguien se acercaba a su puerta, las puntas de las pre-
misas se alineaban hasta fundirse en una sola. En esa conjunción, el fulgor
de Kokaubean destellaba en un solo punto. Y este punto brillante se si-
tuaba en perpendicular sobre cada piedra angular de los tres arcos sepa-
rados y en paralelo. Estos representaban las tres eras de las que se guardan
registros. En cada arco estaba escrito el nombre de cada habitante de Kó-
lob que había nacido en el linaje de Jana en esa era. Y sé que eso supone
60
Los palacios de Kólob

miles de millones. La altura de cada arco llegaba casi al inicio de la primera


plataforma, la más baja. Para definir la dimensión del arco no tengo refe-
rencias. Pero no hay nada en la tierra que pueda servir de medida. Carezco
absolutamente de un marco de comparación. Solo sé que todo era colosal,
sin embargo era nuestra casa y así lo sentíamos.
Pasados los tres arcos del camino que conducía a palacio, incrustado
en su propia estructura, se encontraba el arco actual, el de la cuarta era.
No sobresalía del edificio, sino que era parte de él. Un día todas esas in-
numerables muchedumbres deberían abandonar Kólob y ese arco con sus
nombres saldría de La Casa Jana y pasaría a ser el cuarto arco para mostrar
a todo aquel que pasara bajo él, lo glorioso que es profesar respeto y obe-
diencia al linaje y a sus premisas. La luz de Kokaubean se reflejaría de
nuevo en el cenit de millones de nombres grabados en su carne pétrea.
Todos los veinticuatro linajes, Jana era uno de ellos, formaban una estre-
lla alrededor de la cúpula central. En ésta, una abertura de luz se abría a la
ventana de la inteligencia. Cada casa matriarcal era una punta de esa estre-
lla y había veinticuatro. Cada una de ellas, excepto la de Jana tenía acceso
a la ventana de la inteligencia. Solo a Jana se le reservaba un camino hacia
un lugar desconocido donde algún día tendría acceso a una ventana hacia
la materia. Era esa diferencia la que nos hacia únicos. Nuestra singularidad
entre las casas era observada por muchos con rivalidad. Sería de la mano
del Gran Gnolaum que algún día seríamos conducidos a un extraño lugar,
donde no había conciencia, un desierto absolutamente vacio, donde solo
habría materia inerte. Ese lugar de leyenda absorbía la conciencia igual que
la arena del desierto un poco de agua.
Esa mañana iba a tomar una decisión, que sabía iba alterar el curso de mi
vida. No conocía antecedentes sobre algo así. Solicité una reunión de todo
mi grupo y expuse mi deseo de abandonar la Casa Jana. Sus rostros serios
me entristecían, pero el desconsolado semblante de Abiola me partía el
alma. A punto estuve de renunciar al ver a mi querida amiga.
Varanto fue el primero en hablar.
- ¿Podemos saber por qué?
Yo admiraba a Varanto, sabía que no era su preferido. Yo siempre es-
taba en las márgenes de las relaciones, excepto con Abiola. El era la per-
sona más estable y segura que había conocido. Era totalmente íntegro y
por lo tanto predecible. Su pregunta era totalmente impersonal, carente de
reproche.

61
David Moraza Los palacios de Kólob

- No es por vosotros…
- Ya lo sabemos – comento jocosa Esther – somos de lo mejor,
nadie querría irse de una compañía como la nuestra, por eso no compren-
demos.
Sonreí al escucharla. Pero ella estaba molesta, aunque intentara ocul-
tarlo.
- Me gustaría deciros es por esto o por lo otro. Pero no sabría decir
bien por qué.
- Dinos, entonces, por qué a La Casa Silam. Quizás así puedas ex-
plicarnos mejor los motivos.
Por eso Varanto era el líder del grupo, por eso yo lo admiraba. Por su
claridad de pensamiento. Algo que yo no poseía; mi pensamiento era ven-
toso y cambiante. Turbulento y borrascoso. Me daba cuenta al conversar
con Varanto. El me revelaba sin saberlo el medio de conocerme a mí
mismo.
- Conocí a una mujer del linaje Silam, Corina se llama. Ella me ha
hablado del trabajo se su grupo. Están preparando un plan de comunidad
arbórea. Me ha atraído mucho lo que escuché. Deseo pertenecer a su gru-
po o más bien conocer lo que hacen.
- Ella te ha hablado – comentó Abiola tristemente – Con eso bas-
ta. No tienes que decir más.
Yo le estaba haciendo daño. Y ella no ocultaba su dolor. No para pre-
sionarme o para hacerme cambiar mi decisión. Ella era tan transparente,
que no podía defender ni sus más íntimos sentimientos. Y los presentaba
con tal inocencia que me hacían sentir cruel y despiadado. Morón se diri-
gió a mí adelantando su cuerpo y su brazo derecho como buen Formador.
Ese gesto profesional de Alterador, ensayado una y otra vez junto a Est-
her se habían tejido tan intrincadamente en su persona, que su ejecución
natural en una conversación hacía que cualquiera lo escuchara con gran
atención, pues se disponía a dar lo mejor de sí.
- Kozi, recuerda que las premisas en La Casa Silam son las mismas
que aquí. Creo que llevaras allí tus mismas preocupaciones o dudas.
- Dices bien Morón – respondí – las llevaré allí, porque no busco
respuestas a ellas. Creo que es una tormenta permanente en mi cabeza. Ya
os he explicado por qué deseo marchar. Sé que no encontraré a un grupo
mejor que vosotros ni a mejores amigos.
Esther me miro sin su sonrisa.

62
Los palacios de Kólob

- Ni a mejor madre.
Eso me hizo salir de mi actitud medrosa o suplicante. Yo no quería
ofender ni molestar. Pero eso no estaba dispuesto a soportarlo. Elevé mis
ojos y los mire directamente uno a uno.
- La madre Jana es mi madre. Soy de su linaje. Eso que os quede
claro. No es una renuncia a lo que soy. No busco una Casa, ya la tengo…
- ¿Entonces? – pregunto Esther –
Su pregunta era lógica, renunciaba a aquello que muchos miraban de
soslayo, trabajar en la gran ignición, era un sueño. El hecho de ocuparse
de la gran ignición, aun cuando fuese en modelos teóricos, hacía de catali-
zador de nuestro más profundo deseo. Ir a los lugares densos. Nuestro
trabajo en Jana estaba enfocado a la materia densa, en la que algún día
migraríamos y eso nos hacía estar en permanente contacto con maestros y
seres de mundos exteriores. Sus conocimientos y experiencia conseguían a
veces llevarnos a escenas fantásticas y depositaban en nuestras mentes
conocimientos secretos, que no podíamos compartir. Querer renunciar a
eso, podía considerarse un insulto entre mis compañeros, un desprecio.
Yo no sabía qué contestar, porque no tenía nada qué decir. No había cosa
más desconocida pará mí que yo mismo en ese momento. Yo mismo que-
daría asombrado si alguien tomase una decisión como esta con estas razo-
nes. Ante mi perplejidad Varanto tomo la iniciativa. Y en vez de hablar
propuso hacer.
- Bien amigo mío, siempre sospeche que te distes en la cabeza con
la ventana de la inteligencia. Nunca pensé que el golpe fuera tan serio…
Todos estallaron en risas. Incluso Abiola esbozó una sonrisa que lue-
go se amplió al ver a los demás. Varanto sabía cuando la situación no lle-
vaba a ningún sitio. Sabía cuándo el intento de batir no estaba encajado
del todo en las premisas. Se daba cuenta antes que nadie cuando el grupo
caía en la rutina y el esfuerzo no estaba sincronizado. A veces pensaba que
no pertenecía a nuestra era, que no había marchado con los de la tercera y
se había quedado a soportar a novatos como yo. Cómo podía alguien co-
mo yo estar en su grupo.
- Te diré lo que haremos – puso su mano en mi hombro y me miró
con seriedad – iremos esta tarde a hablar con Bujan. El verá el asunto y,
si lo estima conveniente, lo propondrá al guardián de la puerta. Si no, seré
yo mismo quien te dé en esa cabezota a ver si te arreglo de una vez. Pero
con una condición.

63
David Moraza Los palacios de Kólob

- ¿Una condición?
Yo estaba dispuesto a escribir por triplicado los nombres grabados de
un arco si me lo pedían. Era tal mi turbación, que esa sonrisa anterior fue
como un regalo. Éramos capaces de reírnos juntos después de hablar de
separarnos. Qué gran equipo qué grandes amigos. Yo empezaba a creer
casi con certeza que lo del golpe en la ventana no era una broma, que
realmente estaba trastornado.
- … la condición es que busques a alguien para que haga tu oficio y
que… bueno ya sabes… que no haya tenido accidentes en su infancia.
Una vez que le hayas enseñado, tu compromiso con nosotros estará aca-
bado.
- Sí, estoy de acuerdo, Varanto. Supongo que los demás también –
Vienzian hablaba directamente a Varanto de forma sutil le estaba diciendo
que el grupo debía opinar en esto – pero yo añadiría que Kozi debería
compartir con nosotros de vez en cuando sus experiencias y relatos… no
nos gustaría dejar de verte Kozi…
Esther algo incómoda por el cariz de los sentimientos que afloraban
en todos en ese momento tercio, esta vez con su media sonrisa. Y eso me
tranquilizó. Volvía a ser ella.
- Si Kozi, estoy de acuerdo, te has convertido en nuestro proyecto.
Queremos ver los resultados de este experimento. Eres todo un ejemplar.
- Creo que damos por hecho que las cosas irán como lo hablamos,
pero ni siquiera lo hemos propuesto a Bujan.
Comentó Abiola.
Buscar a alguien para ocupar mi puesto no era una condición, era
una formalidad para hacerme sentir cómodo. Sólo mencionar la posibili-
dad de entrar a formar parte de este grupo de la sección Bujan en la Es-
cuela de los Accesos supondría generar una nube de candidatos que me
cubriría constantemente. Así que la palabra era seleccionar no buscar.
Ese detalle por parte de Varanto me mostro cuan equivocado estaba
yo en relación a su actitud conmigo. Claramente yo no tenía la agudeza en
discernir a las personas que poseían él y otros como él. Esta decisión esta-
ba poniendo mi autoestima a niveles muy bajos. Dudaba de llegar hasta el
final en condiciones aceptables.
La vida en Kólob se organizaba en torno al conocimiento. El
punto central eran las zonas densas. Se llamaban de esta forma a la resi-
dencia de los linajes. Esa inmensa estrella de veinticuatro puntas, único

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Los palacios de Kólob

lugar en todo nuestro mundo donde la materia alcanzaba un estado espe-


cial y denso y donde un puente de luz se perdía en el limpio cielo de Kó-
lob.
De cada punta de la estrella partía una avenida, al igual que de los dos
vértices opuestos. Esas tres líneas, configuraban los ejes de las ciudades
adscritas a las casas matriarcales. Las externas eran compartidas y la cen-
tral era la que conducía a través de los tres arcos de cada Casa a la puerta
de entrada. Donde estaba el guardián de la puerta. Cada escuela tenía un
sector de la ciudad adjudicado. Debían administrar y organizar a sus habi-
tantes, pues era una norma en Kólob “quien no sabe administrar no pue-
de enseñar”.
Varanto me acompaño esa misma tarde a ver a Bujan y exponerle
nuestro caso. La sede de la Escuela de los Accesos estaba en un promon-
torio desde donde se veía gran parte de la ciudad. El edificio, como la es-
piral de una caracola, simbolizaba cómo la conciencia recorre el tiempo en
un sentido, ascendiendo siempre y recogiendo experiencia. Lo encontra-
mos en la sala de estudio, estaba enfrascado en su lectura favorita. Los
informes de historiadores. Estos tenían a los perceptivos sin forma como
fuente de información.
Prácticamente se quedo sin habla. Y es extraño que esto le ocurra a un
responsable de sección y aún más a Bujan, porque escuchan y ven muchas
cosas extrañas a lo largo de todo el tiempo. Varanto, como mi represen-
tante, presento la solicitud lo mejor que pudo y avaló como mi líder la
propuesta. Después de su exposición, tomó la palabra Bujan.
- ¿Y decís que queréis ver al guardián de la puerta para exponerle
esta… extraña petición? ¿Creéis que no hay cosas suficientes para hacer
en todo Kólob que considerar el deseo de alguien de la dinastía Jana que
quiere… cambiar de nombre?
Iba a tener que lidiar siempre con esta cuestión. Parecía que no había
otra forma de entender lo que quería que no pasase por ser un desleal o
un renegado. Iba a intervenir, cuando Varanto me retuvo con una mirada
muy familiar entre nosotros.
- Veras Bujan. No soy yo quien desea…
- Bien – le corto Bujan visiblemente molesto – si no eres tú deja
que hable él.
Le agradecí a Varanto su ayuda. A partir de ahora iba a recorrer yo so-
lo mi camino o a terminarlo.

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David Moraza Los palacios de Kólob

- Bujan. No soy un necio para no reconocer las grandes molestias


que estoy ocasionando con mi petición. Sobre todo al gastar de tu tiempo
en alguien como yo. No me considero especial, al contrario estoy seduci-
do de pensar que soy indigno de rodearme con personas como las que he
tenido durante este largo tiempo…
Por primera vez vi en Varanto una expresión de… algo así como
afecto. Bujan intervino
- Ahórrate presentaciones, solicitar tu salida de la casa Jana, ya lo
hace.
El incisivo comentario, era más por dolor propio de Bujan que por mi
supuesta ofensa al solicitar la salida. Seguía siendo incomprensible hasta
para un jefe de sección, una petición semejante. Continué lo mejor que
pude.
- … notaras que en lo que pido no hay persona de aquí hasta la
puerta del guardián que tenga competencias para otorgarlo o rechazarlo.
Por lo tanto solicito humildemente que presentes mi petición hasta allí.
Solicito el sello de Jana en mi petición.
El sello de Jana consistía en el derecho que cada habitante de Kólob,
que perteneciera a La casa de Jana, tenía de que la cuestión que presentase,
fuese directamente a la madre del linaje. Sin intermediarios. Pero ese sello
sólo se podría conseguir si el asunto en cuestión no tuviese solución en
instancias inferiores. Se necesitaba el aval del líder del grupo donde se ofi-
ciaba y del jefe de sección, en este caso Bujan. El sello se presentaría al
guardián de la puerta y éste decidiría si todo era correcto. Una vez pasado
este último escalón se accedería a la presencia de Jana. Sólo tres pasos,
pero si fallaba el último quedaba en entredicho la seriedad de los dos ante-
riores.
Bujan se volvió lentamente de espaldas hacia el ventanal de la sala de
lectura. El paisaje visible desde allí incluía el palacio desde un ángulo en
que, los arcos parecían interrogantes esperando una respuesta, con una
paciencia infinita. Las cascadas de las terrazas caían lentamente, podía,
esforzándome, haber distinguido las oleadas golpeando las rocas de su
recorrido, pero estaba tenso para esas actividades.
La atmósfera de Kólob era ligera y la nitidez de las formas hacia difícil
el ponderar las dimensiones. La sensación de cercanía envolvía la vista en
todas direcciones. Escrutar los detalles de todo lo que había en el ventanal
podía consumir el tiempo, sin aviso. Igual que la ventana de la inteligencia

66
Los palacios de Kólob

consumía la labor de las eras anteriores. Los tres arcos daban muestra de
ello.
Bujan empezó a hablar pausadamente.
- Kozam. Reconozco que tu petición me ha sorprendido y conse-
guir eso no es fácil, muchacho. Conozco a Varanto desde hace mucho,
antes que a ti. Su presencia aquí, contigo, me sorprende más aún. No es la
primera vez que se me requiere este sello para algún asunto en especial.
Son muchas las ocasiones en las que lo he rechazado porque la cuestión…
digamos que era baladí… en tu caso estar sorprendido es una de las con-
diciones para meditarlo. Pero… – Buján parecía haberlo meditado ya –
¡Por el oscuro! Eres un alterador de primer grado en el grupo de Varanto.
Hay que andar mucho camino para llegar hasta aquí. Y ¿quieres cambiar
eso para trabajar en Silam? con todo el respeto hacia nuestra madre Silam.
¿vas a crear plantas en vez de mundos donde estas habiten? ¿Qué buscas
en realidad?
Y esa pregunta me sumió en el vacío. No podía dar a Bujan la res-
puesta que di a mi grupo. Pero no sabía que decir. Pasaron los segundos
como rocas rodando por una leve pendiente. Varanto iba a intervenir,
pero Bujan alzó su mano prolongando un poco más mi confusión. Era
muy incómodo estar bloqueado ante mi jefe de sección, era como mostrar
mi incompetencia a esas alturas, una caída desde lo alto.
- Creo que sé lo que ocurre. Tú eres uno de esos.
Salí de inmediato de mi aturdimiento
- ¿Uno de esos? ¿a qué te refieres?
Hizo caso omiso de mi pregunta
- Veras, llevo mucho tiempo escuchando peticiones, he relevado a
muchos líderes de grupo por no diferencia una petición formal de un de-
seo espontáneo – miro de reojo a Varanto – sin embargo no tengo refe-
rencia en la escuela de los accesos de algo semejante. Así que, me haré a
un lado y te daré el sello de Jana. Con esto quedamos a evaluación por
parte del guardián de la puerta tanto Varanto como yo mismo. Así que te
ruego, que cuando te presentes ante él, lo hagas correctamente vestido y
preparado para sus preguntas. No será tan cordial como yo.
Imagino que mi sonrisa fue de lo más evidente.
- Te lo agradezco Bujan, no te defraudaré.
- No está eso en tu mano hacerlo o no – comento rápidamente –
sigues a tu naturaleza y con ella la de nuestra decisión.

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David Moraza Los palacios de Kólob

Bujan emitió un bufido y me deseo suerte. Mientras regresábamos


Varanto y yo comentábamos la entrevista y ninguno sabíamos explicar
qué quiso decir con que yo era uno de esos. Varanto al final sentencio que
se refería a uno de esos que se golpearon al pasar por la ventana.
La mañana siguiente fue de gran nerviosismo. Me adecenté lo me-
jor que pude. Abiola me escrutaba como si fuese un grumo. La indumen-
taria de mi escuela era una túnica abierta en el centro, con bordes violeta
en mangas y en el bajo. En mi pecho izquierdo, el símbolo de mi linaje.
Tres esferas y un triángulo con sus vértices en el centro. En mi hombro
derecho, mi grado de alterador. Decidí ir sin mis emblemas de escuela.
Deseaba presentarme lo más simple posible, para que la decisión no se
complicase con todo lo que representaba mi indumentaria de escuela.
Abiola giraba a mi alrededor y daba el visto bueno. Insistió en acompa-
ñarme hasta la puerta.
Nos acercábamos al primer arco. La primera era registrada en Kólob.
Su perspectiva cambiaba muy lentamente, lo que nos daba una idea de su
dimensión. Se había separado del edificio principal hacia un tiempo difícil
de entender, aún para mí en ese lugar, pero su aspecto era como su hubie-
se sucedido hoy. Los nombres fluían desde los cimentos hasta la piedra
angular. A medida que nacían desde el oscuro océano. Nacían de éste me-
diante el sagrado ministerio que solo las Madres desempeñaban. Al igual
que aquí en la tierra una mujer podía transformar la materia inerte en vida
inteligente. Las soberanas de las casa matriarcales convertían la espuma
del oscuro océano de la inteligencia en un ser consciente. Nadie podía
verlo, ni aprender. No había escuelas para eso. Había que ser denso y exal-
tado. Poseer las llaves de la materia y solo ellas y el Gran Gnolaum esta-
ban en esa esfera.
Pasábamos por el segundo arco. Allá justo encima de mi cabeza la le-
jana piedra angular. Brillante a la luz de Kokaubean. Una vez ascendían
los nombres de los habitantes de Kólob hasta ella, enroscándose en la
piedra viva como la espiral de una caracola, cuando se producía esa con-
junción por ambos lados, era el momento especial, en que toda la ingente
muchedumbre de Kólob, escucharía el estruendo que producía el arco al
salir del edificio principal. Se estremecía todo pecho, mientras esa línea
frágil y curva ocupaba su lugar detrás de su antecesor. Era el momento de
partir hacia el destino de cada cual. Un destino que se recibía en las salas
de partida. Situadas en la esfera central de esa gran estrella, comunicaban

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Los palacios de Kólob

con el mundo asignado. Un mundo no era un planeta, era todo lo abarca-


ble por la percepción. Un planeta era un lugar viviente en concreto.
El tercer arco se aproximaba a nuestro paso. Los arcos de las eras,
surgían como brotes en la piedra. No eran construidos, eran vivientes.
Ellos registraban las generaciones del tiempo como los árboles lo hacen
con las estaciones. Había preguntas para las que no teníamos contesta-
ción. ¿Qué había antes del primero? ¿Cuántos más después? Había res-
puestas de todas clases pero ninguna segura.
Abiola me cogía de la mano mientras nos acercábamos a la puerta de
palacio. Sentía un parentesco especial con ella. Me sentía responsable por
sus preocupaciones y me atormentaba hacerle daño, sentía como si fuese
una flor en mi mano. ¿Por qué confiaba en mí? Yo no era de fiar, no era
fiel a nada, solo a las turbulencias de mis deseos. Temía arrastrarla al tor-
bellino de mis dudas, de mis sentimientos inconstantes. Me hacía sentir
culpable al observar la inocencia de sus sentimientos, tan claros a mi vista
como un estanque de aguas cristalinas.
Había que subir una escalera amplia y blanca que terminaba en la pla-
taforma previa a la entrada. Se veía nuestro arco, el de la cuarta era. El
relieve de los nombres llegaba muy cerca de la piedra angular. Me sor-
prendió cuando vi el cambio producido desde la última vez que me fijé.
Nuestro tiempo se acercaba y yo iba con una petición de una naturaleza
inapropiada en ese momento. Me pare a pocos pasos de la entrada y estu-
ve a punto de retroceder. Abiola me miraba con sus cejas alzadas, intenta-
ba saber qué me pasaba.
- No sé Abiola, creo que me equivoco. Todo esto me está pare-
ciendo un disparate. ¿Qué me pasa? – pregunté mirando a sus ojos de
hermana pequeña –
Ella por toda respuesta apretó mi mano, diciendo “estoy aquí”
- Y bien…¿traes el sello? o lo has perdido
- ¿Cómo? Acerté a balbucear
El guardián de la puerta me miraba entre divertido e impaciente
- ¿Esperas a que se complete el arco?
Esa pregunta era común en Kólob. Se realizaba cuando alguien tarda-
ba en hacer algo sencillo sin ningún motivo aparente. El guardián iba con
la vestimenta de su oficio. Túnica azul hasta un poco arriba de los tobillos.
Sobre túnica de color azafrán y bastón en su mano derecha, simbolizaba la

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David Moraza Los palacios de Kólob

confianza depositada en él y la autoridad del acceso a las dependencias de


palacio.
Entregué el sello, que consistía en una pequeña piedra en mi cuello
con una inscripción en azul cobalto. Deposito la piedrecita en un orificio
de su bastón y me dijo.
- La madre Jana te espera. Lleva el sello de tu cuello y te dirigirá
hasta el lugar donde se encuentra. Abiola también debe entrar.
Me entregó el sello que volví a colocar en mi cuello.
- ¿por qué ella también? – pregunté extrañado de que supiera su
nombre –
El guardián adoptó una expresión de sorpresa, me miro sonriente
- Bueno… ella también es su hija.
Me sentí ridículo. Pero me alegró que Abiola viniese conmigo. Pensé
que así podría compensarla en cierta forma por el daño que yo le causaba
con mi marcha.
Entramos de la mano y esta vez, emocionados por lo increíble del lugar.
Todo era denso e impenetrable. Nunca había estado en un lugar semejan-
te. La viveza de colores y contornos saturaba mi mente. El suelo parecía
oro, pero transparente. Era una realidad superior a la que conocíamos. La
sensación era parecida a la de quien navega en una pequeña embarcación
por meses y olvida en parte la solidez de tierra firme, la consistencia de las
rocas y las paredes de su casa. Al tocar tierra y entrar en la mansión más
maravillosa que pueda imaginar parece descubrir un mundo nuevo. Era así
con nosotros, nuestros sentidos estaban admirados de esa nueva sustancia,
su riqueza, opacidad, densidad. Nos sentíamos como un aliento flotando
en aquella escena. Éramos exhalados en aquel lugar. Sin embargo no éra-
mos extraños ni extranjeros, pues allí fue donde nacimos.
La naturaleza de las cosas era dichosa y esto es algo difícil de explicar.
Pues me parecía percibir que toda la materia bien fuera de una clase u otra
que nos rodeaba estaba allí por logros propios. Las paredes ornamentadas,
cubiertas de ventanales viajantes, suelos de sustancias preciosas que acari-
ciaban, plantas cantarinas olorosas, molduras vivientes, tapices crecientes
y variables. Luces flotantes que comunicaban luz y conocimiento con sólo
preguntar iluminaban el alma y los ojos a la vez. Caminantes densos de
presencia poderosa, eclipsaban todo de vez en cuando, una vez que nos
rebasaban todo recobraba su brillo propio.

70
Los palacios de Kólob

No eran pocas las historias de solicitantes de sello, que se habían olvi-


dado de su propósito al perderse en las maravillas interiores de los pala-
cios. Tenían que buscarlos y acompañarlos a la salida. Era el último proto-
colo a superar hasta llegar a su presencia.
El sello de Jana me hacía saber la dirección a seguir en ese laberinto de
pasillos y salas. Jardines, de extraña disposición. Patios con estanques lu-
minosos e inesperados. Estaba seguro de poder vivir para siempre en el
más escondido rincón de aquel lugar y sentirme dichoso eternamente.
Tras una puerta, que se abrió ante el sello (supe que no era yo sino lo
que portaba), accedimos a una columnata. Podía ver perfectamente las
columnas del otro extremo y por el tamaño de las que tenia a mi lado po-
dría tener… es tan difícil escoger las palabras para definir las dimensiones
en mis recuerdos. Lo primero que percibí es lo que inspiraban. Las co-
lumnas eran elegantes y serias. Poderosas, cada una de ellas honraba a sus
moradores. Sus capiteles no se asemejan a nada de lo que he visto y puedo
expresar. Sólo sé que eran circulares, sólo eso se decir de su forma. Tenía
una frente a mí ante la que casi me inclino en adoración.
Abiola, llamó mi atención hacia un lugar del jardín central. Junto a un
árbol de flores blancas, al lado de un riachuelo de aguas lentas.
Era ella La Madre Jana.
Mi Madre Jana es de estatura mediana. Quizás un metro setenta. Sus
ojos eran negros y su cabello, recogido en una trenza en su hombro iz-
quierdo era tan negro, como sus ojos. Sus pómulos altos y salientes. Ojos
almendrados. Sus labios carnosos y suaves. Piel suave y morena. Su nariz
recta y algo ancha en su final. Su barbilla era fina. Su frente alta y amplia.
Resplandecía inteligencia y profundidad. Mirarla era como asomarse al
cielo de Kólob.
Aún ahora ese recuerdo me hace temblar de emoción como una hoja.
Nadie puede imaginar cómo nuestro interior se abrasaba ante su presen-
cia. Era como un fuego y nosotros como hojas secas. Ella era como una
luz en la noche y nosotros polillas que acudían a ella. En un instante todo
cambio para mí. Quería quedarme a su lado para siempre. Para cuidar sus
flores o esconderme tras un árbol y verla pasar. Yo estaría siempre en ese
árbol, contaría sus flores blancas por si algún día me preguntara. Yo sé
contar muy bien. Contaría las columnas y les daría nombre. Inventaría una
historia para cada una de ellas, quizás algún día me preguntara. Contaría
las flores del jardín cada mañana y les pondría nombre, quizás algún día
me preguntara por alguna de ellas. Podría ir por agua, quizás ese riachuelo
71
David Moraza Los palacios de Kólob

algún día se durmiera, quizás ella me preguntara cómo sabía yo que eso
ocurriría. Y si no lo hacía yo estaría allí como un árbol o una flor. Sin mo-
verme, quieto. Ella ni lo notaría. Si venia por aquí el guardián de la puerta
me escondería. Yo sé hacerlo muy bien. Sería un jardinero de palabras o
historias. Sólo quería estar allí, solo para verla.
Nos miraba sonriente. Sus dientes asomaban como perlas, también
sus ojos sonreían.
- Se llama Oblishi. Es la columna de la reverencia. Le encanta que
se fijen en ella. Venid conmigo, os contaré su historia.
Nos extendió sus dos manos a Abiola y a mí. Podía tocarla. Cómo
podía ser eso.
Caminábamos con ella y yo me sentía a su lado un niño pequeño, consu-
miéndome de amor. Casi derretido por su sonrisa. Nos acercábamos a una
columnata rematada de flores cantoras de voces suaves y aflautadas. Sus
colores se abrillantaban a nuestro paso y celebraban nuestro honor de
estar caminando junto a ella. El agua que fluía como lluvia fina a través de
las flores estaba completamente viva y transmitía colores y perfumes co-
mo lluvia fina. No podía enfocar muchas cosas a la vez pues tan solo la
contemplación de este pequeño detalle de la escena saturó totalmente mi
capacidad de entendimiento.
- Cuando Oblishi no tenía nombre, dormía en las montañas de Kó-
lob. Yo soy Jana y pedí a El Gran Gnolaum un lugar agradable y bello
donde pasear con mis hijos. El como buen esposo, quiso agradarme con
suntuosos estanques y jardines y los veis aquí. Le pedí un pórtico de co-
lumnas para descansar de la luz de Kokaubean. Ellas dormían en las mon-
tañas y a una palabra suya fueron despertando de una en una. Todas ellas
ocuparon su lugar, tan felices de estar aquí y eran muy obedientes. Todas
menos Oblishi.
- Madre ¿por qué no quería venir a este lugar Oblishi?
Abiola preguntaba sin temor estaba encantada, parecía no entender
con quien estaba hablando. Entonces Jana rio y en ese momento todo se
silencio, el riachuelo, las flores cantoras y el tiempo. Tal era su risa que
todo se detenía para escucharla.
- Oblishi esperaba allí en las montañas porque no sabía su nom-
bre…
Al decir esto se paro y miro a Abiola con una sonrisa divertida y a la
vez asegurándose que entendía. Lo hacía con mucha amabilidad y era muy

72
Los palacios de Kólob

difícil creer que ella era una Reina que ejercía dominio en muchos mun-
dos. Un ser a quien se rendía obediencia por puro amor, sin compulsión.
¿Quién podría decir no a alguien así? Pensaba yo. Ella no necesitaba ser
amable, pero lo era de forma indescriptible.
- … cuando fue llamada le pareció tan hermoso su nombre que
pensó que ella no podía ser. Y quedo esperando sin saber qué hacer. Fue
el Gran Gnolaum, quien a petición mía, mando a su mensajero de más
confianza, para hacerle saber de nuestra espera. Nos conmovió tanto su
humildad que le dimos el sitio de la entrada al jardín. De esa forma ella
disfruta de la primera mirada y comunica al visitante que la reverencia en
este lugar, es lo que se espera.
Yo no podría quedarme para contar historias, no podía imaginar ninguna
como esa. Además, hasta las columnas de piedra las tenían, porque allí
todo estaba vivo y mi ingenio solo podría dar, con dificultad, color a una
sola flor al día. Había olvidado el motivo de mi visita, La Casa de Silam,
Corina, mis dudas… todo había desaparecido. Solo sabía que quería que-
darme allí, junto a Oblishi. ¡Qué afortunada era al ser de piedra! No podía
articular mis pensamientos con claridad, estaba tan saturado de su presen-
cia que solo podía admirarla.
Entonces Abiola, como una pequeña neófita preguntaba sin temor.
- Madre Jana ¿por qué quiere irse Kozi?
Debió ofenderme esta pregunta de Abiola, esa intrusión. Pero no en
ese lugar, allí era imposible. La hizo con tal inocencia y cariño, que me
partió de nuevo el alma. Desee abrazarla y decirle que no me iba, que me
iba a convertir en jardinero, aprendería a ser el mejor.
Nuestra madre miro a Abiola con tal dulzura, que no creía posible que
los rasgos de un rostro pudieran transmitir tal cosa. ¿Acaso ella ya sabía lo
que yo iba a pedir? Si lo sabía ¿Por qué no se enfadaba como Bujan?
- Venid
Nos llevó al riachuelo. ¿Cómo podía sentir yo celos de un riachuelo?
A un gesto de su mano, sus aguas lentas empezaron a correr y a borbo-
tear, salpicando sus orillas. Se le notaba orgulloso de hacerlo tan bien, de
servir. En realidad lo hacía bastante bien. Me di cuenta que yo no podría
sustituirlo con mis baldes de agua. Mis posibilidades se agotaban.
- Mirad esas gotitas que escapan de la corriente. ¿las veis? – noso-
tros asentimos en silencio – Ellas son las más valientes. Salen de donde
otras se sienten seguras y saltan a un destino incierto. Pero fijaos, las flores

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David Moraza Los palacios de Kólob

de alrededor beben de ellas. Esas gotas son muy valientes. Viajan a lugares
lejanos para refrescar con su agua.
Nuestro Kozi es una de ellas.
Entonces lloré. No sabía que podía hacerlo. Era una habilidad que te-
nía escondida y no lo sabía. Yo era una de esas gotas. Ella me lo decía y yo
lloraba. Porque el ser más increíble que podía imaginar, sabía mi nombre
familiar, Kozi. Porque me contó la historia de Oblishi, porque me decía
que era valiente. Porque era mi madre y me cogió de la mano en el jardín
más hermoso que se pueda concebir.
- Pero, yo ya no quiero irme. Quiero estar aquí siempre a tu lado…
quiero…
Iba decir cuidar tus jardines. Pero ya me di cuenta antes que allí todos
obedecían con pasión.
- Kozi y tu también Abiola. Mirad la luz de Kokaubean. Decidme
¿qué os parece?
Podíamos mirar directamente, sin ningún problema. La luz de Ko-
kaubean tenía un matiz azulado. Era una estrella joven, impetuosa y su
tiempo estaba ligado a Kólob. La creación de las estrellas era algo que iba
a echar de menos. Aún cuando yo no intervenía directamente, me apasio-
naba hablar con Telim. El estaba en una sección que encajaba en este ofi-
cio.
- Es brillante y azulada – respondí yo.
- Muy bien Kozi, pocos ven ese tono azul escondido en su brillo.
Eres buen observador.
A partir de este momento yo me esforzaría en ser el mejor observador
de todo Kólob. Quizás podría quedarme en ese jardín como observador.
Yo contestaría a todas sus preguntas.
- ¿Qué veis más?
- Nada más – respondió Abiola –
Ella se puso a nuestra espalda con cuidado, parecía no querer asustar
a alguna criatura. Colocó una mano sobre mi hombro y la otra sobre el de
Abiola. Entonces nos susurró al oído, como si no quisiera molestar en
nuestra observación.
- Cuando se mira a una estrella todo lo demás desaparece. No po-
demos ver nada más. El día que nació Kokaubean, Kólob había estado
casi a oscuras, solo con la luz de las estrellas, durante mucho tiempo, es-
perando luz y calor. Sus montañas estaban vacías, su agua escondida, sus

74
Los palacios de Kólob

criaturas esperaban en el oscuro océano de la inteligencia. Kólob estaba


impaciente por ser habitado, ya había demostrado ser un planeta muy
obediente. Nosotros le decíamos:”Paciencia”.
El quería su estrella, pero habría de esperar. Primero, Kokaubean, empezó
a brillar con un tímido resplandor rojizo, casi no llegaba calor alguno a la
superficie de Kólob. Poco a poco su luz fue haciéndose más clara, pero
su brillo apagado no iluminaba las llanuras y valles de nuestro mundo. El
nos decía “no es suficiente”. Nosotros sonreíamos y le decíamos “Ten
paciencia”.
Pero un día, de repente, un latido colosal estalló en el cielo, un resplandor
recorrió Kólob de una punta a otra. La más hermosa luz azulada y blanca
que habíamos visto nos rodeo y entonces entonamos la canción preparada
para el nacimiento de una estrella. Era nuestra primera estrella. Kólob
nuestro primer hogar, lejos de nuestra casa, donde nacimos. Aún no había
arcos como ahora. No estaba este jardín. Ni estabas tú ni Abiola.
El día en que brillo. Nosotros no podíamos ver otra cosa y Kólob no po-
día hacer nada, solo mirar su luz blanca y azulada. Y así, admirado, no
supo pedir nada más.
Cuando miras a una estrella solo puedes verla a ella, a nada más. Si per-
maneces conmigo siempre, nunca podrás ver nada más, porque yo hice a
Kólob. Yo imaginé su brillo. Debes salir de Casa para crear tu propia es-
trella. ¿Cómo la llamaras?
Quedé pensando, no por el nombre. Ya sabía cómo le llamaría, sino
por aquello que me estaba diciendo, por cómo me lo decía, por su voz
que fluía como una cascada detrás de mi cabeza.
- Mi estrella se llamará Jana.
Entonces se dirigió a mí y me miro a los ojos. Aunque más bien yo
me precipité a los suyos como la lluvia a la tierra.
- Kozi, cuando vayas a La Casa de La Madre Silam, ¿harás una flor
para mí? Si quieres, le pondrás mi nombre y no tendrás que esperar a ha-
cer una estrella.
No sería el jardinero de ese lugar. Ni un árbol más. No me escondería
en un rincón para verla pasar. Tenía una misión. Yo buscaría la flor más
hermosa que pudiera aprender a hacer y antes que el arco se completara
pasaría por delante del guardián de la puerta, yo le diría: “voy a ver a mi
madre, le traigo algo solo para ella” El me dejaría pasar. Y en este jardín
delante de Oblishi, se la daría, entonces ella me escucharía contar la histo-

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David Moraza Los palacios de Kólob

ria de esa flor y estaría tan orgullosa de mí como del riachuelo o de Oblis-
hi.
- Si Madre Jana, ¿de qué color la quieres?
Los tres nos reímos ante mi respuesta. Yo no era capaz de construir
un pensamiento más elaborado que ese.
- ¿Podré yo algún día tener tantas historias como tú para contar?
Abiola preguntó con tal confianza, que me asombró. Yo no podía
hacerlo así. Creo que Oblishi, la columna de la reverencia me había afec-
tado de lleno.
Mi madre Jana, giro su cuello con gracia y su trenza de pelo negro y
brillante se posó en su hombro derecho. Sonrió a Abiola y a mí entornan-
do sus hermosos ojos almendrados, con una mirada traviesa, dejándolos
en una línea a través de la cual se veía su pupila brillante como un amane-
cer.
Nos extendió de nuevo las manos y se dirigió a nosotros
- Venid, os voy a dar vuestra primera historia. Vamos a visitar a
El Gran Gnolaum, vuestro Padre.
Nunca he podido rescatar recuerdos de la casa del Gran Gnolaum. Mi
memoria siempre se quedo ahí, caminando de su mano en esa columnata
indescriptible. Nunca he podido llegar más allá y a veces quedo esperando
a que algo surja en mi mente y me lleve más lejos de ese patio. Pero siem-
pre de su mano.
Ahora este recuerdo me hace daño. Si, daño porque no sé por qué los
tengo. Cuando vienen a mi memoria, el mundo que me rodea se hace os-
curo y silencioso. Me gustaría volver allí, pero no sé cómo. Anhelo de
nuevo ser una piedra de ese jardín, estar escondido en un rincón solo para
aspirar el liviano aire de Kólob para ver a mi madre Jana andar graciosa-
mente por el pavimento dorado. Para escuchar una historia más. Para lle-
varle una flor prestada, pues aquí no sé hacer nada de valor.
Las amapolas me rodeaban de nuevo. Y el rio seguía su camino hacia
mi izquierda. No veía la torre de la Universidad, pues estaba a mi espalda.
El Sol ya levantaba un palmo del horizonte.
Fue muy difícil volver a levantarme y aceptar los esbozos de mi vida,
que se iban dibujando ante mí. Mis recuerdos eran cada vez más vívidos y
reales, pero me planteaban una cuestión. ¿Qué significaban? ¿Por qué los
tenía? Además de su riqueza y belleza, ellos me producían un dolor com-
parativo con mi vida real. ¿Qué sentido tenía vivir exiliado en una realidad

76
Los palacios de Kólob

oscura?
No tenía ningún aliciente para caminar hasta el Instituto. No había nada
que me compensara de alguna forma. Solo alguien, en quien encontraba
un reflejo de mis recuerdos. Pero ese alguien, Corina, a estas horas debería
tener miedo de encontrarme. Me vería como una muestra de su mala suer-
te en esa nueva etapa de su vida. Fue por ella por quien abandone La Casa
Jana, ahora soy yo quien debe hacerle detestar el lugar donde su juventud
debería mostrarse con confianza y no con recelo de una nueva escena con
un demente.
Lo único que podía hacer era intentar controlar esos accesos, no hacer
daño a nadie. La posibilidad que me planteo Don Enrique se presentaba
como la única. Y sin mucho entusiasmo me dispuse a obtenerla.

77
David Moraza Los palacios de Kólob

Capitulo 6

Los días después

78
Los palacios de Kólob

Cuando llegué al pabellón de aulas, Don Enrique andaba por allí. Me


dirigí a él sin muchas ganas. ¿Para qué iba a dirigirme a solas al Director
del Instituto?, eso me repelía. Era algo prohibido, otra cosa sería si fuese
en un grupo, entonces habría hasta chistes. El hacerlo solo, generaba una
sensación de salir del guion de un estudiante. Pero no tenía otra opción, el
ya me miraba. Caminé hacia él siendo yo el que acortaba la distancia, el
que se desplazaba hacia el cuerpo más masivo, reconociendo su mayor
gravedad. No era sólo con él sino que generalmente era yo quien me acer-
caba si quería alguna compañía, servidumbre gravitatoria de mi persona de
escasa masa social. Con una única excepción, la de Antonio, quien sentía
por mí una genuina amistad.
- Don Enrique, es que he tenido un retraso…
Me miraba con una expresión perfeccionada de entomólogo,
¡qué bien lo hacía! Esperaba de un momento a otro que me arrancara las
alas. O que sacara una lupa. Me ponía de los nervios. Creo que esos debe-
rían ser los escasos momentos para rememorar el poderoso pasado de los
salesianos en la educación. La contemplación del poder que ejerce la figu-
ra autoritaria del único director salesiano de un instituto, creo, de nuestra
galaxia.
- Luego en el descanso sube a mi despacho.
Iba a contestarle si debía llevarme la mortaja puesta. Bueno en reali-
dad no se lo iba a decir, solo lo pensaba. Bien el comienzo había sido co-
mo un puñetazo en el estómago. De hecho éste ya tenía el tamaño de un
puño.
Ahora el marco de la puerta del Aula, se acercaba a mí, ya que mis pies
estaban clavados al suelo. La M que había en el marco parecía M de muer-
te. M de maldita sea mi suerte. M de memo, M de me voy y mañana ven-
go. M de en mala hora fui ese día a clase. M de mentecato. Pero mi nom-
bre era Belisario Ruiz, ninguna M. Mis hábitos me impedían siquiera plan-
tearme salir huyendo. Más bien me obligaban a poner la cabeza en el ca-
dalso. De atravesar esa puerta y pasar a la dimensión de lo desconocido. Si
estuviese en el corredor de la muerte y me ofreciesen una fuga fácil, di-
ría:”No puedo mi ejecución empieza en una hora, lo siento llego tarde”.
Siempre me fastidio el intento de salvar a Sócrates de su condena a muer-
te. Siempre estuve de acuerdo con Sócrates en no hacer esperar al verdugo
que traía la cicuta. Y bien, paso a paso, venia la mía.

79
David Moraza Los palacios de Kólob

Traspasé el umbral del aula y sin mirar a nadie en concreto me senté


en mi pupitre. Por la presión del aire en mi piel sabía que todas las mira-
das se clavaron en mí a una profundidad de un centímetro. No estaba mal,
yo había esperado a tres. Ningún órgano vital quedo dañado, porque esa
presión se repartía uniformemente en todo mi cuerpo, como la atmósfera.
Mi respiración proseguía sin mucha dificultad, pero el corazón parecía
bombear lejía, notaba todas las arterias que desembocaban y salían de él,
ardientes y sofocadas.
La profesora de Lengua, Maite, solo hizo una pequeña pausa en la
lección, pero no me preguntó por qué llegaba tarde. Mala señal, había sido
informada y aconsejada. Debía tratarme con cuidado, para no estropear
mis alas, ellas eran la especialidad del entomo–director. Por lo tanto yo
podía sacar con toda seguridad la bandera de memo de clase, pero en ese
momento me pareció poco adecuado, ya tendría ocasión.
Don Quijote, era el tema del que se hablaba. ¡Qué apropiado! Espera-
ba escuchar algunas risitas y miradas hacia mí, pero al parecer nadie había
leído a Cervantes y la asociación conmigo no terminaba de cuajar. Pero
era cuestión de poco tiempo que fuese Belisario Quijano. ¡Dios mío!
Nunca había considerado las similitudes con mi caso, incluso Dulcinea del
Todoso, podría asemejarse a Corina. ¿Sancho Panza?... no lo ubicaba, na-
die me creía. Era caballero andante sin escudero.
Corina… otra vez ese nombre, tenía que borrarlo de mi cabeza. No
podía permitirme meter la pata otra vez. Alicia, así debía llamarla, Corina
era su nombre klingon. Por un momento, estuve a punto de reírme, mis
ocurrencias iban a crearme problemas de nuevo, estaba dos filas más ade-
lante, dos lugares a mi izquierda, no caería en el chiste, solo faltaba que en
medio de la clase empezara a reírme de los klingon. Podía verla en la di-
agonal, sin tener que girar mi cabeza. Podía ver parte de su perfil. Me alte-
raba mucho. Mi corazón golpeaba el pecho como un tambor. Intenté con-
trolarme, respirar con calma, aceptar su presencia y la situación. Solo una
mirada, no más. Ahora al frente, sigo escuchando a Maite, pero alerta de
mi reacción, controlando, mis pulsaciones, mi respiración. Soham… So-
ham…el mantra que el maestro Hindú Swami no se que Vananda que
visitó el instituto me recomendó Soham… Soham... Soham. So… al ins-
pirar ham… al expirar ham profundo, vibrante como la radiación de fon-
do de microondas que llena el Universo.
So… ella estaba allí con una blusa estampada de flores, llevaba un
pantalón vaquero, cómo de ceñido no lo sabía, pero lo imaginaba. Ham…
80
Los palacios de Kólob

Su pelo era negro como el de mi madre Jana. Su pelo era rizado, como las
ondas que producía al tirar piedras al rio desde el puente. Caían hasta sus
hombros y yo con ellas.
So… Maite le preguntó qué representaba el personaje Alonso Quijano
en la novela de Cervantes. No sé su respuesta, porque solo escuché su
voz, yo inspiraba su voz con So… y la devolvía sin aliento con
Ham…toda su voz se quedaba en mi interior, grabada en las cornisas de
mi particular Partenón ¡Por Dios!, debería acostumbrarme a esa voz rápi-
damente.
So… Su voz era la vívida prueba de Corina. Me toco el alma como si
fuera yo un diapasón. Vibré de forma perfecta y por un momento, por un
instante, pude atisbar una unión perfecta entre mis recuerdos y la realidad
de ese momento. Por un segundo entendí que no había dos mundos sino
uno sólo. Que solo de memoria se componía ese muro divisor en mi men-
te. Ham… En ese segundo mis recuerdos pasaron como un torbellino y
supe que Corina, la mujer de la Casa de Silam, de la escuela de los encajes,
grupo de Misón, cuya voz me encantaba como a una serpiente, por cuya
compañía renuncié a mi escuela y llegue hasta la misma Jana, estaba allí a
cuatro metros a cuatro pasos.
Miré al frente, no podía perder el control, intenté concentrarme en la cla-
se. Estaba emocionado del hallazgo, pasé mi mano por mi cabeza como
queriendo calmar todo esto.
Pero Maite estaba demasiado pendiente de mí.
- Si, Belisario, ibas a decir algo.
Pero bueno, cómo me preguntaba esta tía, acaso no le habían avisado
de que yo era inflamable. O... no sabía… nada y yo lo daba por supuesto.
Todos se giraron hacía mí, excepto Alicia, era la única persona que me
ignoraba en ese momento. Ahora podían mirarme sin excusa. Alguna risa,
murmuraciones. Alicia miraba al frente.
Bien, la bandera de memo, ¿Dónde la puse? Vale ya la buscaría. Ahora
tenía que decir algo, pero no estaba dispuesto a babear. Era una oportuni-
dad para un Ruiz de salir un poco del atasco.
- Silencio, por favor – tercio Maite–
Las risas, las murmuraciones ascendían. Bueno ya estaba todo desata-
do y creo que Maite no sabía nada del día anterior.
- ¡Silencio!, no lo repito más
- Creo que Cervantes…

81
David Moraza Los palacios de Kólob

Me decía a mí mismo… vamos Belisario, tu madre dice que no eres


tonto, has leído a Cervantes, ellos no saben que tu eres el Quijote.
- … Cervantes escribió más de lo que intentó. Su obra es superior
a él mismo. Su obra tomó el control por sí misma. Alonso Quijano somos
todos en algún momento de nuestra vida. Aunque mejor dicho, debería-
mos serlo en algunos momentos, el problema es escoger cuáles.
Como mi madre dice, yo, tonto no soy. La respuesta era inadecuada
para esa clase, se salía de lo esperado. También es verdad que yo también
me salía. Nadie de los presentes tenía a su disposición una memoria de
¿cientos de años?, ¿miles? Qué se yo. Tampoco tenían a su disposición a
alguien como Miguel para charlar, ni a una vaca como Mariola, ni a Platón
como libro de cabecera.
Muchos tardaron en encajar al baboso del día anterior con el listillo de
hoy. Y eso hizo que todos decepcionados, volviesen la cabeza hacía el
frente. Lo siento señores no hay espectáculo esta mañana. El hombre ba-
ba está indispuesto. Otra vez será.
Sin embargo Alicia, despacio, se volvió hacia mí. Su curiosidad era mayor
que su temor. Y me miró. Entonces pude entender, por qué deje la Casa
de Jana, por qué dejé a mi grupo de Alteradores. Por qué fui capaz de pa-
sar por la tortura de dañar a Abiola, y dejar mi corazón en ello.
Sus ojos eran los de mi madre Jana. Cómo pudieron pasar esos ojos,
negros y profundos, desde Kólob, hasta este planeta inhóspito para todos
los de la raza klingon. No pude reír, mi retina estaba impresionada, y
mando un relámpago a través del nervio óptico al centro de mi alma. Fue
un instante fugaz. Pero su rostro selló la impresión que había tenido. No
había enojo en ellos, ni miedo. Había una expresión de lejanía. Como si
ella contemplase una escena a kilómetros de distancia. Como si un vacio
perfecto, incapaz de transmitir vibración alguna, nos separase. No había
afectación, dejaba traslucir un control total de sus emociones. Eso o un
dolor implacable que la alejaba de la realidad, que difuminaba cualquier
emoción. Sin embargo esta segunda opción no me sedujo, pues nadie con
los ojos de Jana podía ser tocada por la desdicha.
No me sonrió, ni percibí resentimiento en su mirada. Eso me desani-
mó. No hay peor cosa que ser insípido. Su mirada era como beber agua
almorzando, solo para ayudar a tragar. Yo estaba acostumbrado a arrancar
en los rostros emociones de perplejidad o giros de cabeza repentinos. Es-
tos me confirmaban mi existencia. Pero nada, eso era peor aún. Nada era
como haber nacido en vano. Era pensar que la expresión de su rostro
82
Los palacios de Kólob

hubiese sido la misma de no haber yo existido, o de haberlo sido en for-


ma de vapor de agua.
Recordé su mirada risueña junto a Tuki. Esos ojos que guardaba solo
para mí. Que decían tantas cosas al entrecerrarlos, concentrando todo su
poder y alcance en una ranura por la que asomaba una pupila escondida
en su iris negro. Ahora me preguntaba, ¿dónde se ha quedado todo eso?
Por qué la han despojado de ese don, cómo han podido perderse nuestros
recuerdos. Uno solo de estos tumbaría a cualquiera de ellos, lo echaría a
tierra de felicidad y asombro. Cualquier escena que compartimos ambos,
sin embargo, acabaría con los deseos de vivir de cualquiera, incapaz de
incorporarse después, a la insoportable mediocridad de la vida circundan-
te.
Molina levantó la mano. Él era el delegado de curso. Todo un carác-
ter. Algo atormentado. Siempre con un libro en la mano. Cabizbajo y con
un pesimismo no declarado. Expresión seria tirando a enojado por razo-
nes profundas. Es decir un intelectual y por lo tanto de opiniones a tener
en cuenta.
- No creo que Cervantes pusiera a Don Quijote como prototipo,
más bien todo lo contrario. Lo ridiculiza todo el tiempo. Cervantes quería
rebajar la imagen de algunos que se daban aires nobles. Y sin embargo
Sancho, el que no era nadie, es quien ayudaba al que era alguien.
Y bien, buena intervención. Pero yo no iba a refutar o defender mi
opinión. Había sido obligado a salir y punto. Pero Maite intervino.
- Belisario, qué piensas de lo que dice Molina.
Lo hacía a posta. Quería fastidiarme la tía esta. ¿Cuánto le quedaba a
la clase? Por qué no cambiaba de tema. De nuevo miradas al de la bande-
ra, pero algunas menos. Debería de recuperar mi categoría de memo, con
mis intervenciones estaba volviendo a categoría de normal. Bueno eso es
lo que quería. Quizás fuera una oportunidad la que me estaba dando Mai-
te.
- Que tiene razón…
Otras vez las cabezas hacia mí, excepto Alicia
- … El Quijote, en una visión frontal es exactamente lo que ha di-
cho Molina, por eso tiene razón. Lo que digo es que si vamos girando
nuestro ángulo de visión veremos, que tal como la realidad es compleja,
también el Quijote nos permite distintas visiones de su historia. Porque

83
David Moraza Los palacios de Kólob

sin alguien diferente como él no hay historia. Pues Sancho Panza hay mu-
chos. Pero Alonso Quijano solo uno en todo el relato.
- Claro – respondió al instante con sus típicos reflejos Molina – sin
un chalado la cordura pasa desapercibida
Esta vez sí. Tocado. Las risas fueron generales. Todo el mundo lo
captó. Todos me miraban a mí. Me lo merecía. Mi bandera de pirado no
me permitía adoptar el papel de sabio, de listillo, de empollón de enterado.
Ya tenía un rol asignado, iba a ser difícil cambiarlo. Cualquiera de ellos
por torpe que fuera sería capaz de juntar cuatro ocurrencias para hacer
reír al más tonto de la clase a mi costa.
- Silencio – Maite no sabía nada, estaba claro – Silencio a qué viene
tanta risa.
Al menos no empecé a sonreír como el otro día. Me la habían
clavado y no iba a decir “vaya que gracia tiene, pero no duele, es solo
broma” Así que taponé la herida lo mejor que supe y miré al encerado,
negro como el momento presente. A mi izquierda Alicia, al menos no se
reía, Su apostura era elegante, en el mar agitado que la rodeaba, con Maite
resignada a esperar la calma, ella impávida, no se contagiaba de la algara-
bía.
Estéticamente era bella en su actitud. Independiente de la escena y sus
causas, era hermoso mirarla, diría que si ella fuese un cuadro su título seria
“la dignidad” o “la renuncia”. Así que en esa misma línea los dos compar-
tíamos en ese momento, al menos, la misma compostura y pose. Aunque
había un detalle más, que luego me inquietó. Molina se dio cuenta en una
mirada rápida. El oteaba su público cada vez que deseaba evaluar el efecto
de sus palabras. Era todo un líder y como tal necesitaba saber las corrien-
tes que recorrían sus dominios. Siempre sentado junto a una pared lateral
de la clase. Esto, le daba, un ángulo de ciento ochenta grados, desde el que
oteaba las diversas especies que componían ese mundo en miniatura, que
era el aula M. Yo no encontraba un valor práctico en ello, pues el benefi-
cio de tal proceder solo podía pertenecer al de un cachorro que afila sus
garras o perfecciona su olfato para el futuro. Estaba ante una persona pú-
blica en embrión.
El detecto un hilo de araña entre Alicia y yo antes de que cada uno
viese o imaginase nada.
Maite se cruzó de brazos ante todos y miró a Molina. Este volvió a
sentarse mirando al frente, dejó de reír, con lo que indicó al auditorio que

84
Los palacios de Kólob

era suficiente. Poco a poco la calma se fue generalizando y ella volvió a


tomar el control. Proporcionar estos momentos de distensión, era a veces
necesario en una jornada cargada de trabajo, pero ser la herramienta de
ello no era agradable. Aún cuando yo podía sentirme compensado por mi,
digamos, conocimiento especial, esto se diluía cuando treinta y ocho per-
sonas se reían de ti a toda pastilla y con motivos muy concretos y públi-
cos. ¿Cruel? Si, puede. Pero la burla hacia otros es una forma de reafirmar-
te cuando tan escasos precedentes se tienen de nuestra valía.
En los descansos de las 11:30 salíamos a tomar el Sol, algunos a fu-
mar. Antonio y yo siempre habíamos hecho amistad. El al igual que yo no
encajábamos exactamente en ningún grupo. Conseguimos en ese entonces
formar un grupo de frontón. Jugábamos con palos, maderas. Cualquier
cosa con la que golpear una pelota de tenis en la pared. Éramos cinco.
Núñez, Reina, Antonio, Reyes y yo. Antonio vino a buscarme para jugar
un rato, pero le dije que no tenía ganas.
Eso no era algo que lo iba a detener. Le comenté que tenía que subir
al despacho del director. Podía haberle dicho que debía ingresar en prisión
por intento de homicidio y su expresión hubiera sido la misma. Creo que
en su imaginación no había algo tan extremo como subir al cubículo a
solas con lo desconocido. Ya que lo que ese hombre guardaba en su cabe-
za solo salía de vez en cuando a través de su mirada de basilisco. Terrible
como el latín que mascullaba de vez en cuando.
Antonio me miro muy serio, se despidió de mí.
- Vamos hombre, no pasa nada. – tuve que decirle a mi pesar –
- Vale tío, si necesitas ayuda estamos en el frontón.
Ahora fui yo quien me reí. Pero bueno ¿Iban a escuchar mis gri-
tos a dos Kilómetros? ¿Iban a venir con los palos de jugar en mi rescate?
Los cinco mosqueteros. Sin embargo sentí una punzada de afecto por mi
amigo, que sin pensar lo que decía dejaba entrever su aprecio por mí. En
el fondo éramos parecidos.
- Antonio, de verdad, no pasa nada. No creo que necesite ayuda
- Estas nervioso, a mí también me da por reír. Bueno tío tranquilo,
ya me contarás.
Subí las escaleras hacía el despacho de Don Enrique. Estaba sen-
tado tras la mesa. Me sorprendió, pues debería yo de haber estado espe-
rándole a él. Para así establecer una vez más quién era el macho dominan-
te.

85
David Moraza Los palacios de Kólob

- Cierra la puerta y siéntate.


Tenía miedo así empezaban muchas conversiones que terminaban
en una misión en África, continente al que había que convertir.
- ¿Recuerdas la charla que tuvimos el otro día? Voy a serte sincero
y quiero que lo seas conmigo. Tienes un problema y lo sabes. De antema-
no te aclaro que te olvides que soy cura. Ahora soy tu consejero, si lo
quieres llamar así. Si aceptas mi ayuda, la tendrás. Si no tendrás al director
del centro y a sus procedimientos solamente, nada más. Ya sabes qué tie-
nes en la otra opción porque vienes de ahí. Ahora quiero que me hables
de tus padres.
Bueno iba directo al árbol de levas. Podría haber planteado la
reparación de un coche con el mismo tono impersonal. Me dieron ganas
de decirle “pues dígale al director que pase y déjese de chulerías” pero yo
tenía curiosidad por saber que podía ofrecerme y además me interesaba
estar a bien con él.
Tardé un rato, al principio trastabillando en mis palabras. Pero luego or-
ganizando mejor mis ideas pude dibujar un cuadro coherente.
Mis padres, trabajadores incansables, partieron de una habitación
en un patio de vecinos donde el aseo era común a 5 familias al igual que la
cocina. Mi madre mantenía esa habitación tan limpia y la pintaba con tanta
frecuencia con cal que las vecinas decían que la iba haciendo cada vez más
pequeña. Ella atada en una máquina de coser, todo el día. Mi padre ha-
ciendo horas extras, incansable en el matadero municipal. Su prestigio, el
afecto de sus compañeros. Yo lo admiraba. Me inicio en la lectura con
Julio Verne. Yo sentía que me alejaba de él, que la comunicación se opa-
caba por algún motivo que desconocía y a veces me sentía culpable. Pero
cuando hablábamos de libros nuestros mundos se acercaban.
Un día me trajo un corazón de vaca en formol. Yo no adivinaba cómo se
enteró que tenía que hacer un trabajo sobre la circulación sanguínea. Ese
día en la escuela, vinieron profesores de otras aulas a ver el frasco. Me
convertí en la atracción de esa jornada. Mis compañeros me miraban con
admiración, tenía un padre que llegaba al corazón de las vacas, algo miste-
rioso.
La charla transcurrió a base de preguntas. Cómo me llevaba con
mis amigos, qué pensaba de esto de lo otro. No dejaba de mirar mis ma-
nos, mis ojos. Tomaba notas en un papel.
- Háblame de tus alucinaciones

86
Los palacios de Kólob

- No son alucinaciones, son recuerdos. – dije tajante –


Don Enrique me miró con interés. Yo notaba que el tono de mis
respuestas le incomodaba. Supongo que estaba acostumbrado a más te-
mor y respeto y menos desparpajo. Hubo un silencio el que no hizo nin-
guna pregunta. Después se echó hacia atrás en el respaldo de su sillón y
dio media vuelta hacia la ventana del despacho. La torre de la Universidad
seguía ahí.
- El otro día apuntaste lo mismo ¿Por qué insistes en decir que son
recuerdos?
- Porque me acuerdo de ellos. ¿Entiende? No vienen de fuera
- Las alucinaciones tampoco
- Cuando recupero esos recuerdos, me doy cuenta que los tenía.
Solo que… yo los olvidé. Recordar algo no es alucinar es eso, recordarlo.
Decir al llegar a casa y encontrar la puerta cerrada, “Jo tío puse las llaves
en la repisa, se me olvidó”. No veo unas llaves luminosas viniendo en el
aire hacia mí. Me digo madre mía las puse allí se me olvidaron. Esa sensa-
ción es la misma, es recordar.
- ¿En qué momento sitúas esos episodios, pasado, presente o futu-
ro?
- Si no le importa, Don Enrique, me gustaría referirme a ellos co-
mo recuerdos y no como episodios. No es una novela, es mi vida.
- Bien de acuerdo. Nómbralos como creas conveniente.
- No creo que sean el futuro, porque entonces no serían recuerdos
y además las escenas no se parecen a la realidad. El presente, descartado,
no se desarrollan en este tiempo. Todo me hace pensar que son del pasa-
do.
- ¿Podríamos decir que son de una vida anterior? ¿de alguna época
del pasado?
Sabía a qué se refería. Los casos de reencarnación se estaban haciendo
populares. Los programas de televisión los sacaban a menudo. Pero nunca
eran campesinos de una remota aldea, casi todos eran Marco Antonio,
Julio Cesar o Paracelso.
- No. Mis recuerdos no son de aquí. Son de un mundo, distinto a
este.
- Quieres decir de un planeta, nuestro sistema solar, otra galaxia?
Bueno, era la primera vez que tenía una conversación de esta natura-
leza y estaba un poco nervioso. Me sentía como un chalado. Era la prime-
87
David Moraza Los palacios de Kólob

ra vez que alguien me preguntaba si había vivido en otro planeta o galaxia.


Pregunta que se le haría a un pirado de atar. Pero no podía negar que la
lógica de la conversación desembocaba en ella. Iba a responder con una
explicación torpe y oscura cuando vinieron a mi mente conceptos claros y
precisos. Yo no sabía cómo pero lo sabía.
- Un planeta o una galaxia pertenecen a nuestro mundo. Un mun-
do es la porción de Universo o espacio que nos es accesible. Mis recuer-
dos son de otro mundo, es decir no puedo ubicarlo, porque ese lugar no
es accesible a nuestra experiencia.
Dios mío, yo podría acabar en televisión. Lo positivo del asunto es
que yo estaba enfrentando objetivamente el aspecto verbal de mi expe-
riencia, lo cual empezó a resultar chocante, incluso para mí. Porque una
cosa era vivirlo y otra expresarlo delante del director. Yo no sabía lo que
había dentro de mí hasta que empecé a vocalizarlo. Don Enrique se quedó
pensativo por un momento. Quizás pensara que me estaba burlando de él.
La frase podía haber pasado por ser de Star Trek,
- Cómo te explicas tu estado casi catatónico.
- No lo sé. Quiero evitarlo. No quiero molestar a nadie y lo peor
mis padres. No quiero preocuparlos. Y lo de Alicia lo siento mucho, no
quise provocar…
- ¿Seguro que intentas evitar esos estados?
Me parecían demasiadas preguntas. Pero hasta yo podía darme cuenta
que estaban dirigidas de forma inteligente. El quería mi explicación, mi
postura ante lo que sucedía. No estaba adoctrinándome, ni dictándome
qué debía hacer. Le hablé de mis defensas para ocultar mi problema a mi
familia. De los tiempos de margen que tenía para desparecer en algún lu-
gar privado. Pero en realidad lo único que hice para evitarlo, el único mé-
todo real, fue correr como hice esa tarde, hasta ahogarme. Esa tarde lo
conseguí.
- Bueno – sentencio – lo que conseguiste fue acabar con el episo-
dio y casi con tu vida. Salvo que entrenes para una maratón, no te será
práctico. Y aún así no tienes garantías, solo desplazarías los episodios a
otro momento.
Don Enrique seguía mirando a la ventana, me sentía más cómodo y
podía hablar con más relajación. Se volvió y miró al cuadro donde estaba
el y su profesor.

88
Los palacios de Kólob

Me preguntó si había encontrado algún patrón en los recuerdos, si había


algún suceso que los disparase. Si los había yo no los encontré.
- Sin embargo Alicia Moraga si disparo un… recuerdo ayer, ¿no es
así? – yo asentí en silencio – ¿podrías contármelo?
Si accedía a esto tendría que confiar en él. Y no estaba seguro de
querer hacerlo. Por otra parte mi naturaleza no era desconfiada. Por más
golpes que recibiera eso no me hacía subir la guardia. Actitud que en la
teoría de la evolución me condenaría a la extinción. El pareció percibir
mis dudas.
- Mira Belisario, no actúo como cura ni como tu médico, solo co-
mo consejero. Y ante lo que tenemos me puedo buscar un buen lio, de los
gordos. Porque estoy en el borde de lo que un profesional de la educación
puede hacer, yo objetivamente debería derivarte a los servicios de salud
oficiales o a tus padres. Me estoy arriesgando tanto o más que tú. Te libe-
ro de cualquier obligación de venir a mi despacho a hablar conmigo. Por
mi parte puedes salir por esa puerta y seguir tu vida. No voy a interferir.
Pero si seguimos con esto, quiero que entiendas que sólo puedo ayudarte
si tu colaboras.
- Verá Don Enrique. Usted es el director del Instituto, desde esa
posición ascendente sobre mí, no está en situación de ayudarme. Porque
mi visión de usted es autoritaria. No es de igualdad, todo estaría viciado.
Había algo en mí que cambiaba rápidamente. Podría decir que junto
a mis recuerdos estaba recuperando algo del temple de ese mundo, de
Kólob. Estaba rescatando de algún lugar esa indiferencia por las premisas
y por lo establecido. Considerándolo todo meras fórmulas, posiciones,
convencionalismos, llámale x o y me da igual. Intenté rescatar la situación,
pasando a tomar el control de la entrevista.
- Pero, podemos hacer algo si usted lo ve bien. No podré llamarle
Enrique sin el Don, sería imposible para mí, pero a partir de ahora, yo
también haré preguntas. Creo que de esa forma y al menos en este lugar
podríamos hablar de tú a tú.
No se volvió a la ventana, ni miró a la pared. Parecía francamente des-
concertado. No le di tiempo a reaccionar y le pregunté.
- ¿Por qué mira tanto a esa foto de la pared?
- Antes de responderte, hice antes una pregunta que no has contes-
tado. Cuéntame qué despertó Alicia y seguiremos en las condiciones que
has propuesto. Además Don Julio, el de dibujo no va a venir hoy, así que

89
David Moraza Los palacios de Kólob

tienes tiempo.
Don Enrique, era un perro viejo, mis condiciones no iban a torcer su
experiencia profesional, pero yo no podía establecer una relación de con-
fianza con un director. El iba a renunciar tan fácilmente a tener el con-
trol.
Pasé 10 minutos narrando mi recuerdo con Corina junto a Tuki.
Me preguntaba una y otra vez por detalles. Me sugería recuerdos que yo
no había mencionado por si los incluía en el relato. Mientras hablaba to-
maba notas. Me interrumpía y me hacía volver al inicio y repetir algunas
escenas, volviendo a describirlas. Me hacia continuar de nuevo y vuelta a
empezar.
Tuve que llenarme de paciencia, porque sabía que estaba haciendo “su
trabajo”.
Una vez que concluí. Permanecí en silencio esperando que me hiciera al-
gún comentario sobre la historia. Algo como “Uf nunca escuché algo pa-
recido”, pero pensé que alguien como él debería haber escuchado cosas de
todo calado.
Se recostó en su sillón y desvió la mirada hacia la pared.
- Esa foto llama la atención ¿verdad? A ti te la llamó desde un pri-
mer momento
- Bueno Don… Enrique – él se rio. Creo que por primera vez des-
de que lo conocí – la verdad es que la imagen canta por sí misma.
- Don José Manuel del Monte, era salesiano también. Yo, como te
dije era su pupilo. Su alumno aventajado, iba a promocionarme en el de-
partamento de psicología en Madrid. Me estaba ayudando en mi tesis. No
tenía hijos, pero yo era como si lo fuera. Sin embargo siempre hubo algo
en su planteamiento de la psicología moderna que no me terminaba de
encajar.
La Iglesia quería también ser luz en la razón, adoptando los métodos cien-
tíficos en el estudio de la mente no del alma. Esa palabra estaba desecha-
da. Sin embargo Jung decía que todo problema psicológico era en última
instancia un asunto religioso. La psicología quiere salvar al hombre en los
síntomas, pero sin el alma, no creemos en ella. Yo pensaba que la psicolo-
gía y la espiritualidad debían ir unidas, porque esta es una cualidad del al-
ma.
Si Santa Teresa hubiese caído en nuestras manos, le hubiéramos prepara-
do un estupendo tratamiento a base de clorprozamina. Yo le decía a Juan

90
Los palacios de Kólob

Manuel que la psicología no debería ser una ciencia sino una manera de
relatar al hombre. De contarlo. Y que estaba harto de mendigar la aproba-
ción de nuestras conclusiones como científicas. Al final me sinceré con él
y eso nos enfrentó, pero no acabó nuestra relación.
Le dije que el tono salvador que nos arrogábamos al dictaminar sobre los
sufrimientos de nuestros pacientes, no se basaba en la verdad sino en
nuestra obcecación en aplicar el método científico en el estudio del dolor
humano. Que deberíamos buscar el alma detrás de los síntomas, que estos
hablaban del descuido y el olvido que hacíamos de ella. Aún con estas
ideas, me soportaba, lo consideraba fruto de la juventud académica y que
con el tiempo pasarían a ser recuerdos. Hasta que conocí en una confe-
rencia a Stanislav Grof, uno de los fundadores de la psicología transper-
sonal.
Hizo una pausa y me sentí obligado a hacerle la pregunta. Porque
pensé que ese momento iba a ser el decisivo para entender la ruptura con
su profesor.
- ¿Qué es la psicología transpersonal?
- Es alguien que se coló en la fiesta y que nadie invitó. En los años
sesenta un grupo de psicólogos y psiquiatras crearon una rama de la psico-
logía que trataba fenómenos de la psique que hasta entonces eran inter-
pretados como enfermedades o anomalías del comportamiento. Algunas
de ellas son experiencia cumbres, místicas, metafísicas… ya sabes como
Santa Teresa o San Juan de la Cruz. Maslow, uno de sus fundadores la
consideró el cuarto poder. Primero estaba el conductismo, luego el psi-
coanálisis. En estas dos fui formado y descollé. Eran las oficiales, las co-
múnmente aceptadas pues aspiran a ser ciencias naturales. Obsesionadas
por una poltrona en la ciencia. La psicología humanista y la transpersonal
entienden al ser humano como algo más global y trascendente. Es un in-
tento de encontrar su alma y atenderla.
Bueno cuando, después de conocer a Groff, comuniqué a José Manuel
mis intenciones, adopto la actitud que encuentras en esa imagen. Yo le
decepcioné totalmente. Esas fueron sus palabras “has sido una decepción
total” Me desheredó y me expulso de sus planes. En aquellos tiempos,
escogí mi ostracismo más bien que aceptar un futuro brillante pero vacío
de contenido.
Siempre quise que me admirase, que estuviese orgulloso de mí. No conocí
a mi padre, murió antes de nacer. Pero creo que todos necesitamos que

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David Moraza Los palacios de Kólob

nuestro padre nos admire. Es como confirmar que podremos ocupar su


lugar. La naturaleza se asegura la perpetuación mediante esta necesidad.
- ¿no pudo trabajar con Groff? – pregunté –
- Soy sacerdote. Salesiano para más detalle. Tengo un voto de obe-
diencia.
- Don Enrique, qué diagnóstico puede ofrecerme para mi proble-
ma o qué tratamiento.
Estaba deseando hacer está pregunta desde que entré en su despa-
cho. Y ahora todo estaba más o menos claro para mí. Si él tenía el talento
de diagnosticar a simple vista como decía, entonces ya tenía lo suficiente
para decir algo.
- Veras, Belisario. Puedo decirte lo que pienso, pero los diagnósti-
cos en psicología sirven para tranquilizar al psicólogo no al paciente. Si
hubieras venido a mi despacho diciendo que tus padres quieren encerrarte
en un agujero hecho en el patio. Que tu vecino envenena el agua de tu
casa. Que tus compañeros conspiran contra ti para echarte de la escuela.
O peor aún que hay una voz que te incita a castigar el pecado de tu próji-
mo. Entonces no estaríamos hablando. Habría descolgado el teléfono y
habría hablado con tus padres, pues el diagnóstico de psicosis sería acer-
tado. Y el haloperidol sería una alternativa a considerar.
En cambio sufres por las consecuencias de tus recuerdos. Comprendes los
efectos en tu entorno y deseas remediarlos. Tienes capacidad de intros-
pección. Diferencias claramente esos momentos de la realidad normal.
Eres capaz de analizar las situaciones, diría yo que con demasiada lucidez
para tu edad. Y has intentado separar a tu familia de las consecuencias
negativas, mostrando empatía hacia el entorno. No yo no creo que sufras
de psicopatía o esquizofrenia. Por lo tanto, en principio no necesitas tra-
tamiento, porque no estás enfermo. Solo necesitas entender y controlar
tus capacidades. En este caso la de recordar.
La opinión que tenía de él cambio repentinamente. Era la primera vez
en mi vida que escuchaba hablar así de lo que llamaban mi enfermedad.
Ahora, considerarla una capacidad y no un problema, era dar un giro a la
situación, que ni siquiera yo había conseguido dar nombre. Me asombraba
cómo las cosas cambiaban, solo por el hecho de hablar de ellas, de pro-
nunciarlas.
- Desde mi punto de vista – continuo Don Enrique – hay que po-
nerse de parte de tu capacidad, ser sus aliados, porque es una manifesta-

92
Los palacios de Kólob

ción de tu alma y no un problema de tu personalidad.


Aliados, alma, manifestación, capacidad. En ese momento recibí la
sensación de autoestima mayor que nunca he tenido. Cierto es que últi-
mamente había recuperado la confianza en mí mismo, sobre todo después
del episodio con Corina. Pero escuchar a la encarnación de la ley y el or-
den, de la exigencia académica. A la personificación de lo debido de la
justicia. A la severidad en persona, como digo, escuchar a Don Enrique, el
de torva mirada, el de los latines, el de andares graves por pasillos y aulas,
hablar en esos términos de algo que me ha atormentado a mí y a mi fami-
lia por muchos años. Hablar positivamente, supuso una revelación. Si ha-
bía alguna sombra de duda en mi mente desapareció por ensalmo. Tan
hambriento estaba yo de aceptación, de esperanza, que al recibirla esa ma-
ñana me dispuso con la mejor actitud a seguir las instrucciones que tuviera
para mí.
- ¿qué tengo que hacer, por dónde empezamos?
Don Enrique caía a menudo en una especie de ensimismamiento, co-
mo si volviese a revivir trozos de historia. Ante mi pregunta, tardó algo en
reaccionar. Sonrió por ¿segunda vez? Y retomó la conversación.
- El próximo día, que será dentro de dos, el miércoles, me traerás
escrito lo que me has contado de Corina y el árbol… eh.
- Tuki – respondí yo –
- Sí, eso Tuki. Lo escribirás en folios en blanco a bolígrafo. Quiero
el relato de una sentada, sin pausas. Si te equivocas no taches, lo aclaras
sobre la marcha. Aparte de eso, vas a llevar un registro de hora, día, cir-
cunstancias, lugar etc. de cada suceso que tengas. Posibles desencadenan-
tes. A partir de ahora, llamaremos suceso, no al contenido que ya sé que
es un recuerdo sino a todo el proceso en sí. Además necesito que observes
tu respiración, me explicaras de forma clara de qué forma respiras. Y una
cosa más, a partir de ahora tendrás unas gafas de Sol, oscuras, siempre a
mano. Deberás de ponértelas siempre que sospeches que vas a tener un
suceso. Esto servirá para asociarla a un comportamiento de control que
vamos a crear y por lo pronto te ayudará a pasar más desapercibido.
Estuve de acuerdo con todo lo que me pidió. Excepto por lo de la
respiración, eso me pareció extraño, aunque extraño no era algo ausente
de todo esto. Aún no había recibido ninguna medida para controlar mis
sucesos. Aunque estaba tan aliviado por su apoyo y por haber hablado de
todas mis inquietudes que con esto me di por satisfecho.

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David Moraza Los palacios de Kólob

Salí de su despacho y me dirigí al frontón. Todavía quedaba media hora


para la clase de inglés. Podría jugar un rato. Al verme llegar Antonio se
acercó y me preguntó cómo fue todo. Al quedar tranquilo retomamos el
juego. Guardábamos las palas improvisadas, en un recoveco del terreno.
El frontón parecía inmenso ante nosotros. Era un juego de geometría.
Nos gustaba calcular la trayectoria de la pelota, la estrategia en las distan-
cias. Sólo éramos cinco de una clase de cuarenta y dos. Nunca había nadie
en este lugar. La universidad Laboral era extensa y daba cabida a todos en
ambientes tranquilos e íntimos.
Podíamos golpear la pelota con todas nuestras fuerzas, que no
llegaría al final de la pista, siempre, sus dimensiones sobrepasaban nues-
tras facultades. Te sentías humilde en un sitio así. Reina, físicamente infe-
rior al resto, compensaba su falta de velocidad con una estrategia mejor.
No podías confiarte con él. El resto corríamos y golpeábamos fuerte para
hacerlo correr. Esa era nuestro juego. Simple y divertido.
El olor a pimentero, a eucalipto, azahar, tomillo. Nos embriagaba con las
rachas de viento, peinaba nuestro olfato y repujaba en nuestra memoria
esos momentos de amistad y diversión.
Esa mañana, cuando todos reían de mí, yo miraba al encerado. Ni a iz-
quierda ni a derecha. En el encerado solo escuchaba una risa negra. Por-
que no estaba dispuesto a renunciar a ese juego de pelota, que por unos
momentos me hacía sentir parte de un grupo de cinco. Porque en ese jue-
go solo había sudor, risas, bromas. Perder o ganar era secundario. Y todo
lo ocurrido en el aula se situaba detrás de la alta pared del frontón.
En esos días de observar mi respiración de estar alerta, de pensar que yo
tenía una capacidad y no una maldición. Esos días que siguieron fueron
los mejores de mi vida hasta ese momento. Y lo increíble es que ese hom-
bre de rostro adusto, me ayudo a entenderlo así.

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Los palacios de Kólob

Capitulo 7

¿Cómo puede correr una chica de esta


forma?

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David Moraza Los palacios de Kólob

Observar mi respiración, me dio la certeza que vivía, aparte de eso no


encontré mucho más. Las conté por minuto, eran quince o dieciséis. Ha-
bía tenido en la siguiente semana algunos episodios tenues, sensaciones
vagas y colores musicales que venían a mi memoria. Melodías maravillo-
sas, que, desgraciadamente, no pude retener. Si hubiera sabido algo de
música quizás la hubiera podido transcribir. Hora, situación, circunstan-
cias. Ni siquiera habían trascendido a mi entorno.
En mis dos reuniones de la semana con Don Enrique, analizamos la
intensidad del recuerdo. Me di cuenta que no era tanto recordar como
volver a vivir. Mis sentidos se anulaban. Vista, oído, tacto. La vivencia era
muy intensa.
Mi trabajo, a partir de ahora, consistía en intentar recordar mis sue-
ños y llevar un registro de ellos. Tenía que despertar cada mañana, más
temprano que de costumbre, vestirme, sentarme con papel y bolígrafo y
no desayunar hasta haber recordado el sueño de esa noche y escribirlo.
No era fácil y a veces me sentía presa de una impotencia para poder re-
cordar algo tan normal.
El siguiente paso era escoger con qué quería soñar esa noche. Este ejerci-
cio, según Don Enrique, desarrollaba la habilidad de transmitir intencio-
nes o tareas a nuestro otro estado de conciencia que es el sueño. El obje-
tivo era transmitir, en los sucesos, instrucciones tanto de comportamiento
como de control de los recuerdos. Es decir queríamos controlar toda la
experiencia desde su fase de inicio hasta su desarrollo.
A mí esto me pareció algo de ciencia ficción. Pero no tenía otra op-
ción que creer en ello. Y me apliqué como si fuese una asignatura impor-
tante, que no podía suspender.
En el instituto había optado por permanecer en silencio y ahorrarles a
mis compañeros momentos de tensión. La presencia de Alicia era siempre
algo permanente en mi lóbulo izquierdo. Ella era como parte de mi oído
medio, una pieza más, cualquier cosa que escuchase intentaba hacerlo a
través de ella. Cualquier tema me esforzaba en pensar cómo lo haría ella.
A veces me sentía como la descripción del amor de Platón. Éramos seres
incompletos y sólo con la otra mitad podemos ser felices.
Yo no sé si estaba enamorado, aunque algo de eso había. Sí sabía que
ella trastornaba con su presencia todo el espacio a mi alrededor. Ella mo-
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Los palacios de Kólob

dificaba mis sentidos y mis pensamientos. Igual que la luz resaltaba los
colores o el aire húmedo de una tormenta nos permitía escuchar más le-
jos. De la misma forma que una masa en el espacio atrae a cualquier obje-
to en su cercanía. Mis sentimientos estaban muy alborotados, muchas im-
presiones en tan poco tiempo no ayudaban a aclarar las cosas.
Sin embargo tenía que aceptar que ella no necesitaba hablar conmigo.
Tampoco me miraba. Yo podría no haber nacido y su vida sería igual. Eso
me golpeaba en el estómago de forma dolorosa. Yo sentía que no era jus-
to. Pero no caí en la trampa de sentirme con derecho a algo, yo no soy tan
tonto. Ella simplemente no sabía, porque no recordaba y yo no podía
conseguir que lo hiciera.
Nunca había estado en la posición de poder decir tantas cosas a al-
guien y sin embargo no poder ni decir hola. Esa diferencia de potencial en
la comunicación me creaba una tensión muy grande. Deseaba tener una
ocasión para poder al menos presentarme. “Hola, soy Belisario, el pirado
de la clase. El que te llamó Corina manteniendo una mirada vidriosa y
babeando cerca de ti. Me gustaría conocerte” Dios mío, era patético, si me
pusiera en su lugar, pediría una orden de alejamiento.
Sin embargo, a veces, solo a veces ocurren cosas inexplicables. Al no creer
en las coincidencias, creo que los milagros es lo que más se acerca.
Cerca de mi barrio, hay un parque llamado Amate. Era sábado por la
mañana. Mi plan era correr una hora en el parque y después ir a Los Paja-
ritos para comer todos con mis abuelos. Después volveríamos todos a
casa.
Me gustaba más la carretera solitaria de costumbre, pero al menos entre-
naría ese día. En el parque había, todavía está, un bar donde nos gustaban
las aceitunas rellenas y los camarones. Se me hacía la boca agua cuando
pasaba en las cercanías.
Había un pequeño anfiteatro, observé mientras corría a un joven con
síndrome de Down. Estaba situado en el centro y cantaba gesticulando
como si estuviese en un recital. Se le veía feliz y satisfecho con lo que ha-
cía. Estaba en su lugar en el mundo ese día. Él lo había escogido, yo pensé
en ese momento que ese joven estaba dando lo mejor de sí al mundo. Se
esforzaba bastante en hacerlo lo mejor que sabía, giraba sus brazos, par-
tiendo de su pecho, como entregando oleadas de palabras. Pensé que en el
logro interior bruto de la humanidad en ese momento, ese joven había
aportado creatividad y talento. Que debería anotarse como una entrada en
caja. En el mundo que el observaba, él era un artista.
97
David Moraza Los palacios de Kólob

Un poco más adelante empecé a escuchar detrás de mí las zancadas de


alguien que estaba a punto de rebasarme. No es que me hiciera gracia,
pero sabía que no era un veterano en esto del fondo y no iba a serlo por-
que no pensaba competir. Así que me dispuse a ceder el paso.
Fue como si la viese a cámara lenta. Me rebasó por la derecha. Llevaba su
pelo en una cola ¡tan bonita! Una gorra de visera, pantalón de deporte y
camiseta sin mangas. Dejé de sentir fatiga, y la asfixia desapareció. Me
sentí dopado de adrenalina y su cohorte. Era Corina. Sentí su influencia,
fuerte, con un intenso campo magnético de tres metros. A esa distancia
mi capacidad de razonar no existía, solo estaba ella. A más de tres sólo
podía contemplarla, es decir tampoco razonaba. Había jugado con imanes,
acercándolos hasta que casi no podía separarlos. Era una sensación pare-
cida.
No sé si ella me vio, supongo que no y si lo hizo disimuló muy bien.
Iba a cinco metros delante de mí y ganando terreno. ¿Cómo podía co-
rrer una chica así? Esperaba que no estuviese huyendo. Apreté el paso. ¿Y
si empezase a gritar “socorro un loco me persigue”? La idea no me pare-
ció descabellada, entraba dentro de lo posible. Seguí acelerando hasta que
estuve detrás de ella a su ritmo. Ritmo infernal. Nunca había corrido a ese
ritmo, nadie me había obligado hasta ahora, pero iba a aguantarlo hasta
morir si fuera preciso. Sin embargo para morir eran necesarios cuarenta y
dos kilómetros, que ahí es donde se muere, en la Maratón.
Llegamos al extremo norte del parque donde había una buena explanada.
Allí muchos corredores estiraban y hacían ejercicios para desentumecer
los músculos y ahí se quedo mi esperanza de parar, porque ella se disponía
a dar otra vuelta al inmenso parque al mismo trote.
No sabía si se podía fallecer en tan solo cinco kilómetros más a ese ritmo.
Pero me disponía a comprobarlo. Yo estaba seguro que escuchaba mis
pasos detrás de ella por eso hacía esfuerzos para que no oyese la respira-
ción agónica que llevaba. Mis bronquios hacían un ruido silbante. Pero
seguía, no iba a parar. No iba a desperdiciar esa oportunidad de hacer algo
juntos. “Oye mira yo también agonizo en esto de vez en cuando. ¡Ah! veo
que tú lo llevas mejor” “te conozco de algo… ah ya se… te vi en Kólob”
“si… es… un pueblo de Cádiz”. Pensé que era la falta de oxígeno, empe-
zaba a pensar disparates… ¿y si los decía? Alicia se llamaba Alicia. Mo-
mentos antes pensé en Corina. ¡Por favor! No podía pifiarla de esa forma
otra vez. Se llama Alicia por todos los demonios. No voy a meter la pata
de nuevo. Se llama Alicia y yo Filípides.
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Los palacios de Kólob

Porque esa mañana iba a morir. Pero no lo haría como un hombre sino
como un pez sin pulmones. Los pulmones los arrojé hacia dos minutos.
Tenía que concentrarme, ya me había pasado esto otras veces. Sabía qué
tenía que hacer. Debería de visualizar el recorrido que quedaba por hacer,
después sentir las fuerzas de las que disponía y establecer una tregua con
mi cuerpo, llegar a un acuerdo. Mentalizarme del esfuerzo pendiente. La
mayoría de las veces este método hacía que el ritmo se adaptara automáti-
camente.
El problema era que no sabía cuando ella iba a parar y no daba muestras
de cansancio. Ni siquiera la escuchaba respirar.
Nunca me sentí tan mal. Estaba al borde del síncope. Mi corazón empezó
a latir muy rápido. Sabía que tenía que parar. Iba a vomitar. Solo faltaba
eso. Pero no quería perderla de nuevo. Ella se iba sin mirar atrás, cin-
co...seis…siete metros. No iba a dejar escapar esta oportunidad. Lo pru-
dente hubiera sido retirarse a un seto de plantas cercano y morir como
sólo un pez sabe hacerlo. Pero qué es la prudencia ante una visión como
la que yo tenía en ese momento. Su coleta oscilando como el bambú del
rio, cuando sopla el viento de poniente. Eso o la muerte.
- ¡Alicia!
Jadee. No sé cómo salió eso de mi garganta. Pero sé que no iba a
salir una segunda vez. Era la última bocanada que iba a ofrecer al mundo
por ahora, mi última actuación. Necesitaba las demás para mí solo, para
poder vivir un rato más. Milagrosamente y ya iban dos milagros ese día.
Ella me escuchó y se giró. Lo que sucediera a continuación, yo sabía que
era crucial, sin embargo no estaba en las mejores condiciones. La primera
vez que me dirigí a ella babeaba como un idiota y ahora jadeaba como un
moribundo. Todo un record para un mismo tío.
Su mirada fue de sorpresa, y eso era bueno, ya que no era de pánico. Se
dirigió hacia mí. Estábamos… a ver… a unos siete metros. Pensé que al-
guien que entrena de esa forma, deja de hacerlo, como ella en ese momen-
to, por dos razones. Una porque le interesa algo que llama mucho su aten-
ción o dos, porque hay un moribundo que necesita atención urgente.
Pensé que con toda seguridad era la dos.
- ¿Te encuentras bien?
Qué buena persona era Alicia. Se interesaba por mí. Claro que mi
aspecto, debería de disparar automáticamente esa pregunta hasta en Alíen,
que bajase desde la nave Nostromo, una vez liquidada media tripulación.

99
David Moraza Los palacios de Kólob

Intenté contestar lo mejor que pude, pero al final lo hice en piloto auto-
mático.
- ¿Cómo puede correr una chica de esta forma?
Bien, la cagaste. Machista a tope. Ahora ella me contestaría “Qué les
pasa a las chicas, que no pueden correr. Claro somos recolectoras, no ca-
zadoras” Pero para mi sorpresa, empezó a reír.
Por la gran Galaxia. Estaba riendo delante de mí. Había conseguido que se
riera. No podía creerlo. Yo era un pedazo de payaso, el mejor del mundo.
Porque ella se reía en vez de gritar de pasmo, en vez de buscar a la policía.
Empecé a reírme también, más de nerviosismo que de alegría. Pero dejé
de hacerlo, me costaba recuperar y ella se dio cuenta.
- Creo que has forzado demasiado. Ven vamos a la fuente. Échate
agua por la nuca y las muñecas.
Me acompaño. Me temblaban las rodillas. Yo estaba congestionado y
sudaba profusamente.
- Que sudes es buena señal. El cuerpo responde. Agáchate.
Iba a ayudarme, era más de lo que esperaba. No me sentía humillado,
me sentía tocado esa mañana por la fortuna. Cogió agua con sus manos y
me la echó en el cuello varias veces. Después me mojé las muñecas. Poco
a poco volvía a la normalidad. Pero estaría dispuesto a intentarlo el pró-
ximo día con tal de estar esos momentos con ella.
- Tú eras al que pase hace un rato ¿desde cuándo estás corriendo?
- Hace seis o siete meses. – me costaba hablar –
- No deberías forzar tanto, esto cuesta tiempo. Puedes hacerte da-
ño si te obligas demasiado.
- Veras hoy te vi correr y quise aprovechar la oportunidad para de-
cirte algo. Alicia, he buscado durante estos días la manera de disculparme
por lo que pasó el primer día de clase… ya sabes. Siento mucho lo que
paso y… espero no haberte molestado de nuevo.
- Ella se quedó pensativa un momento y yo juraría que sus párpa-
dos inferiores se elevaron, aunque no llegó a sonreír. Aproveché el vacio y
continué
- Perdona, estabas entrenando, siento haberte interrumpido. No
quiero hacerte perder más tiempo. – Bueno reconozco que hasta para mí
ese comentario que hice fue bastante educado –
Ella, miraba alternativamente hacia mí y hacia los lados. Yo no sabía

100
Los palacios de Kólob

qué quería decir eso. Trataba de decir algo o de escoger por donde iba a
salir corriendo de nuevo.
- Qué te pasó ese día. Es una especie de ataque o algo así.
No lo esperaba, pero era previsible. Solo pensando en tonterías en vez
de preparar una respuesta para una pregunta totalmente predecible. Sin
embargo había ya algunas cosas claras en mi mente que no iba a esconder.
- No. No padezco ninguna enfermedad. Aunque lo parezca. Veras,
a veces recuerdo cosas de forma muy viva y eso me hace perder la aten-
ción de lo que ocurre alrededor.
- Pues me prestaste mucha, diría yo. Oye, ¿por qué me llamabas
Corina?
No se cortaba un pelo. Sin embargo no parecía enfadada. Su forma de
hablar era clara y directa. Alguien así me obligaba a pensar con claridad y
en términos reales. Ella tenía delante un caso opuesto a su naturaleza.
Ahora yo tenía una pregunta a la que no podía contestar de forma sincera,
pero que no iba a formularse otra vez posiblemente.
- Veras Alicia. Para contestar a esa pregunta, tendrías que conocer
más sobre mí, porque Corina es alguien importante en una historia que
también lo es.
- Entonces – continuo ella – ese día estabas recordando algo so-
bre esa chica y ¿me confundiste con ella?
- Si, algo así.
- Ya, pero no totalmente así.
Me estaba acorralando. No pensé que fuera tan contundente. Si trata-
ba los temas como corría, iba a ser difícil salir de esa situación dignamen-
te.
- Dime una cosa Alicia, nos conocemos de hace unos días y mi
primera presentación no ha podido ser peor. Me presento por segunda
vez hecho un pingajo, me arriesgo a morir esta tarde para disculparme. –
de nuevo se ríe, estoy de suerte – ¿qué piensas de mí?... bueno mejor no
me lo digas.
Ella pensó un momento con las manos en las caderas. Era absoluta-
mente encantadora. Mi vida se estaba complicando por momentos.
- Me gustó tu comentario sobre Cervantes. Veras no esperaba que
fueras a asistir a clase después de lo que ocurrió. Cualquiera se hubiera
derrumbado o arrinconado. Pero cuando te escuché exponer tus ideas
sobre El Quijote me confundiste. Bueno ¿lo que tienes es una enfermedad

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David Moraza Los palacios de Kólob

o algo así?
Ella me halagaba, me mostraba confianza para que le contara la ver-
dad. Un pequeño halago para estimular mi sinceridad. Yo no podía razo-
nar, porque estaba a un metro de ella y en esa cercanía, dentro de su cam-
po de influencia, todo razonamiento era vano.
- No es una enfermedad. Y ahora te voy a decir la verdad cinco
minutos después de hablar contigo por primera vez. Y me arriesgo a que
me des la espalda y no vuelvas a dirigirme la palabra. Pero creo que si no
lo hago harás lo mismo. Tengo recuerdos muy vivos de escenas de otro
lugar. Corina es una persona de ese lugar. Cuando te vi en la clase te re-
cordé en ese sitio pero con el nombre de Corina. Estoy trabajando en
controlar esos recuerdos y en no provocar más escenas desagradables. Es
por eso que me quería disculpar contigo.
La fuente estaba a nuestro lado. Empecé a beber con ansiedad. Ella
callaba y miraba a la explanada de césped. Me inundo una gran tranquili-
dad, no por estar seguro de haber hecho lo correcto. Si no por haberlo
hecho. Ya las cartas estaban echadas y una especie de indiferencia me
acompañaba. No había visto nunca ni en película que alguien se sincerara
tan rápido con otra persona, sino después de algún tiempo. Yo no tenía la
más mínima noción de la defensa propia. Podrían partirme la cara veinte
veces que mi actitud a la mañana siguiente sería de la misma despreocupa-
ción. Sabía que no podría dedicarme a los negocios, alguien como yo, sin
noción de qué se debe decir y cuando estaba destinado a ser un empleado
por cuenta ajena.
Presentía que de un momento a otro Alicia iba a mencionar la reencarna-
ción…
- ¿Quieres decir que te acuerdas de mí, pero en otro lugar donde
me vistes? Algo así como un deja vu. Lo que no entiendo es que me lla-
mase Corina. No tiene sentido.
- Bueno estoy intentado encontrarle sentido yo también.
Quería contarle todo, pero sabía que se asustaría como una mariposa.
Demasiado para un día. Creo que había despertado su curiosidad, pero no
quería agobiarla con más detalles. Presentía que eso podía hacerle daño, la
había implicado en mi situación a los diez minutos de conocerla. Pensé
que estaba invadiendo su vida de forma brusca. Me pregunté a mí mismo
si tenía derecho a involucrarla en esta historia. Sin embargo Alicia demos-
traba una seguridad en sí misma fuera de lo común. Era difícil creer que

102
Los palacios de Kólob

una chica se acercara a alguien como yo, alguien imprevisible que había
actuado como un demente hacía solo unos días. Y que eso no le impidiera
establecer una charla de lo más natural conmigo.
Intente cambiar de conversación, me daba cuenta que de seguir
hablando sobre este asunto terminaría contándole todo.
- Alicia, antes de irte me gustaría hacerte una pregunta. ¿te gustan
las plantas?
Esta vez no miró a los lados, sino me miró fijamente. Sin dejar de
sonreír.
- Bueno, supongo que a todos nos gustan. Todos nos rodeamos de
ellas, forman parte nuestra.
- Supongo que sí – contesté yo – pero, ¿a ti te atraen de manera es-
pecial?
- ¿Esto es un juego de adivinanzas?
Noté que empezaba a surgir cierta tensión de su parte. Pero no pude
evitar hacer una pregunta más. Esta vez sin dar por sentada la res-
puesta.
- Dime una cosa. ¿Te gustan los árboles?
- Mira esa pregunta es infantil. A todos nos gustan los árboles, si
quieres poner una consulta de tarot, puedes contratar un 908.
Estaba un poco enfadada, pero yo sabía que estaba llegando a un
lugar especial de su interior y a pesar del miedo que sentía a perderla, tuve
que decirlo, por eso nunca seré un hombre de negocios sino de tareas, de
traspiés.
- ¿Te gustan los álamos?
- Bueno Belisario. Me tengo que ir. Estoy enfriándome y tu deberí-
as de abrigarte has perdido mucha agua. Nos veremos en clase.
No iba a pedir perdón otra vez, sonaría pesado. Pero, me di cuenta que
era celosa de su intimidad, sin embargo no había dudado en preguntarme
con contundencia sobre temas que eran difíciles para mí. Esa protección
sobre cosas tan sencillas me dejó confuso y buscando en mi mente en qué
le ofendí.
Repasé vez tras vez nuestro encuentro como Mariola rumiaba el
pasto. No conseguía entender por qué se mostró tan suspicaz por tres
preguntas tan sencillas y llegue a tres conclusiones.
La primera, ella reconoció mi acierto al suponer las respuestas y se pre-
guntaría a qué venía eso ¿me quiere impresionar sin hablar del Quijote?

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David Moraza Los palacios de Kólob

La segunda, el cambio de tema tan abrupto que hice solo podía obedecer a
que este muchacho estaba tocado. Sin embargo había una tercera que no
llegué a expresarla en mi mente y no consideré. Alicia protegía sus espa-
cios reservados porque estaban siendo dañados y yo había puesto un pie
en ellos. Ninguna de las tres me gustaba, pero estaba seguro que una de
ellas era la correcta.
Me despedí de ella, con un peso en el estómago. Tenía la impre-
sión que el encuentro había acabado en fiasco. Al final terminé haciéndola
huir. En conclusión ella sabía de mis extraños problemas, de mis esfuer-
zos, que la confundí con Corina, mis preguntas infantiles y peor aún, que
corría como un pato fumador. Me había visto en dos estados, en el cata-
tónico y el agonizante.
Sería suficiente para cualquiera esperar la aparición en mi pupitre de una
daga ritual de sacrificios humanos. El encuentro en el parque fundaría la
sospecha de acoso con la intención de sacrificar a Alicia a un dios arbóreo.
Eso y mi fama… seguro a televisión.
Cuando llegué a casa de mis abuelos, mi madre me dirigió una
mirada escrutadora. No se impresionó de ver mi camiseta empapada en
sudor. Observaba a mi cara intentando encontrar algo, para ella conocido.
Sabía encontrarlo. Le sostuve la mirada, confiado y satisfecho. Ella sonrió
y me dio ropa limpia para cambiarme.
- Anda dúchate y cámbiate. Pero tú crees que es bueno darte esas
pasadas.
Me encantó ese comentario, tan ajeno y lejano a otros que me han
acompañado toda mi vida. Nuestro acuerdo seguía intacto. Mi padre ajeno
a todo delegaba en mi madre el seguimiento de mis problemas. Confiaba
tanto en su criterio que daba por sentado que el tratamiento seguía su
cauce normal.
Sin embargo mis gafas estaban siempre cerca de mí. Siempre alerta, como
alguien amenazado, que no sabe cuándo ni donde será asaltado por algo
más fuerte que él.
Durante el almuerzo, mi abuela hablaba de sus preocupaciones por
su hijo Miguelin que es como se le llamaba al menor de mis tíos. Era por-
tero de discoteca. Sus amistades, su nueva novia. Una chica de formas
marcadas y miradas lánguidas. Hace dos días vino con una brecha en la
frente. Sus horarios extraños y nunca una explicación.

104
Los palacios de Kólob

- Y dime ¿Qué está aprendiendo? ¿Qué oficio está aprendiendo? –


preguntaba mi abuela una y otra vez –
Mi tío Miguelin estaba empeñado en presentarme a unas chavalas. Me
quería iniciar en el rito de los adultos de acuerdo a su técnica infalible. Mi
padre siempre le decía “deja al niño que tiene que estudiar” después de
esta frase, el siempre me guiñaba el ojo. Nunca creí que hablara en serio.
Siempre pensé que si alguna vez le dijera “venga tito esta tarde” el me di-
ría “no, que tienes que estudiar. Cuando seas mayor” el interpretaba el
papel de disidente. Pero en el fondo siempre guardó su sentido común
bien oculto.
Mi abuelo hablaba esa tarde de la campaña española en Marruecos. Al
mando del general San Jurgo. Tantos años pasados y hablaba de su gene-
ral con admiración, tomando su semblante una expresión marcial y seria.
Alhucemas sería para él un punto de inflexión en su vida. Llegó siendo un
muchacho y salió conociendo la muerte y la brutalidad de la guerra.
Prefería hablar con el de cohetes y del espacio, el se reía de mis preguntas
y yo de sus respuestas. Pero esa tarde hablaba de la guerra y de sus enemi-
gos.
- … el único bueno tenía que tener un cuchillo clavado aquí.
Y señalaba el hueco, debajo de la laringe. Con su dedo apretaba
ese lugar y yo me estremecía al imaginar alguien clavando todo su odio en
un solo punto tan vulnerable.
El era asistente sanitario. Además de luchar en el frente, es quien recogía a
los heridos y los llevaba hasta el hospital militar.
- …un día nos ordenaron abandonar las tiendas improvisadas don-
de estaban los heridos que no podían moverse. No había tiempo ni trans-
porte para llevarlos. Los médicos, los suboficiales se marcharon. Yo no
sabía qué hacer. Les avergonzó tener que ordenarme abandonarlos en
esas condiciones y me dijeron que hiciera lo que viera conveniente. El
enemigo se echaba encima.
Todos se fueron y yo me quedé solo. Los miraba tendidos en las camillas,
mirando con ojos vidriosos por la fiebre. “Manuel agua”, “Manuel esto,
Manuel lo otro”
Al final, me dije:”Manuel, aquí no haces nada, te matarán” y entonces yo
también me fui, como ellos. Al día siguiente recuperamos la zona, al entrar
en la tienda… eso no se hace… ¡alimañas!... aquí… con un cuchillo
aquí…

105
David Moraza Los palacios de Kólob

En este punto mi abuela y mi padre intervenían para calmarlo. El


carácter afable y alegre de mi abuelo, que siempre tenía su risa a punto, se
ensombrecía con sus recuerdos de Alhucemas. Allí encontró una parte de
si mismo que no le gustaba recordar. Allí perdió amigos en sus brazos y
odio a suboficiales que no merecían mando sobre hombres como él.
Mi abuela le pedía que se tranquilizara, que no estaba bien hablar así de-
lante de sus nietos.
- Vale…vale ya está… con esta mujer. Ya vale.
Entonces se levantaba del sillón y salía al patio. Volvía a quitar la
parrilla del suelo de la jaula a los canarios. Les volvía a cambiar el agua.
Soplaba en la jaula para limpiarla de plumas y polvo. Les echaba de nuevo
alpiste y en esa sencilla rutina. Les hablaba a sus pájaros. A cada uno por
su nombre y les decía que no volasen muy lejos, que no iban a encontrar
nada bueno.
Ya por la tarde, a la hora del café, nos disponíamos todos para ir al bar
enfrente de su casa. Todo el mundo le conocía. Tomaba café mientras
bromeaba con los conocidos. Siempre invitaba a ese café, que para mí y
mi hermana era un batido de chocolate. Nos sentábamos en una mesa en
la calle peatonal.
Empecé a notarlo antes que en otras ocasiones. En un instante hice
memoria del lugar que tenía planeado para una emergencia en esa zona.
Era una plazoleta a poca distancia de donde estábamos, sin mucho trasie-
go de personal. La había escogido con cuidado. Árboles alrededor, algu-
nos bancos. Poco atractiva para familias, por ser pequeña.
Había visualizado todos los lugares de escape, de forma rutinaria, eran
como mis plegarias diarias. Desde una dirección desde otra. Esos lugares
eran como las vías de escape en un naufragio. Podía dirigirme a ellos con
los ojos cerrados, casi de forma inconsciente.
Tenía treinta y cinco segundos. Miré mi reloj.
- Uff… mamá quedé con Alicia hace diez minutos. Me tengo que
ir.
Un beso a cada uno. Son cuatro. Mi abuelo se empeña en darme
cinco euros para invitar a esa muchacha, que tendría que llevarla a su casa
para conocerla.
Veinte segundos.
Salgo trotando hacia la esquina. Me puse las gafas de Sol. Al volver a la
derecha corro, pero controlando mi respiración. Sigo concentrado en el

106
Los palacios de Kólob

recorrido, visualizo el espacio que falta, me ordeno a mí mismo llegar.


Sentarme en el banco y a ser posible ponerme los cascos del móvil. Con
cada respiración repaso esos movimientos, los pasos.
Diez segundos.
Veo la plazoleta, no voy a llegar. Dios mío, no voy a llegar. Mi visión se va
nublando, voy dejando de escuchar los sonidos del ambiente. Sigo contro-
lando mi respiración y anotando en mi mente la ruta realizada y la pen-
diente. Me concentro en hilos de voluntad para fijar una tarea automática.
Veinte pasos, media vuelta. Sentarme y a ser posible ponerme los cascos
del móvil. La mandíbula apretada. La lengua arriba en el paladar. Nada de
aire en la boca. Por eso no podía correr demasiado. Todo por la nariz.

107
David Moraza Los palacios de Kólob

Capitulo 8

Una clase con Bisnan

108
Los palacios de Kólob

El periodo de traslado a la casa de Silam no era inmediato. Había


que establecer mi pertenencia a un grupo de trabajo, a ser posible el de
Corina. Tenía que preparar a alguien en mi lugar. La mejor forma que tuve
para hacerlo fue preguntar a Abiola por alguien que conociera y reuniera
las características de un buen Alterador. La visita a la madre Jana había
creado entre nosotros un nuevo lazo, el de haber experimentado juntos la
compañía del ser más hermoso que pudiéramos imaginar. Era tal su poder
que despejó cualquier sentimiento ajeno al afecto que siempre nos hemos
tenido. Eso nos ayudó a analizar una lista de candidatos.
Nos decidimos por Merit. Una joven, ajena hasta ahora, a todo lo que no
fuese diversión y juegos. Pero su notable habilidad en influir en nosotros,
nos hizo prever que lo haría también en el oscuro océano de la inteligen-
cia.
En Kólob la inmensa mayoría de la población no se ocupaba de
las disciplinas nobles. No se adentraba en el mar de conocimiento dispo-
nible para mentes curiosas o deseosas de saber. Era fácil dejarse llevar por
el flujo ordenado que lo rodeaba todo. Las personas, más bien dormitaban
en sus rutinas, en sus conversaciones, en la contemplación de ese mundo
imposible de convertir en algo monótono. Kólob se esforzaba en sor-
prender a todo aquel que lo observaba, y ciertamente lo conseguía.
Gran parte de la población era indiferente al conocimiento y sólo
se interesaba por aquello que le afectaba de forma directa. Quiero decir
con esto, que se preocupaba solo por lo que fuese a golpearlo directa-
mente y de forma inmediata. Esta especial disposición de los espíritus es
necesario encauzarla, pues así como el agua fluye hacia los sitios bajos, en
Kólob quedaba grandemente resaltada la disposición de los espíritus y sus
inclinaciones. Pero siendo este mundo un sitio de paz y orden, podíamos
decir que muchos vivían una perpetua infancia en cuanto al conocimiento
y los trabajos que a aquel conducen.
Pocas artes o conocimientos trascendían de forma general. Algu-
nas como la música o la poesía eran populares. Pero juegos como carreras
sobre árboles arrastraban a multitudes. Los tupidos bosques de Kólob,
especialmente preparados para estas actividades, formaban el mejor en-
torno imaginable. Los bosques de saltos, como se les llamaban, estaban
formados por mosaicos gigantes de especies variadas. A veces cinco o más
109
David Moraza Los palacios de Kólob

especies formando un intrincado tejido de colores y alturas. Miles de árbo-


les perfectos situados a distancias exactas unos de otros.
Tres equipos de cinco saltadores se disponían en la línea de salida y echa-
ban suertes sobre la especie que iban a tomar por enseña. Si salían eucalip-
tos, cedros, abetos, deberían desplazarse de un árbol a otro de la misma
especie, hasta llegar a la meta. Las otras dos especies servían de comodi-
nes. La distancia entre un árbol y otro se atravesaba a saltos. Nuestros
livianos cuerpos en ese mundo eran capaces de librar distancias de diez a
quince pasos. Era un juego sobre todo de estrategia, velocidad y equilibrio
y se necesitaba un gran conocimiento del terreno y la distribución de los
árboles sobre él. Huelga decir que esto requería mucha dedicación y es-
fuerzo antes de poderse practicar con algo de destreza.
Los nombres de algunos famosos equipos de saltadores eran tan conoci-
dos como los de sus casas matriarcales. Era la fabricación de una gloria y
un prestigio fuera de los palacios.
Pudimos jugar en algunas ocasiones con otras secciones de mi escuela,
por aquello de a ver cómo se nos da esto. Sólo en una conseguimos llegar
a la meta, las demás perdidos e ignorantes de la distribución de las rutas,
dábamos vueltas y vueltas sobre el terreno. Nos hacía sentir humildes ha-
cía los jugadores no tan imbuidos en nuestros saberes
Se requería demostrar primero, mucho interés y luego dotes para
poder ingresar en La escuela de los Accesos y formar parte un grupo de
trabajo de cualquier sección en nuestro linaje. Ser considerado y vestir la
indumentaria de Alterador batidor era un honor apreciado por muchos.
Pero muchos eran muy pocos en la innumerable población de Kólob, in-
numerables conversaban sobre rutas especificas de helechos gigantes para
competir con otra de bambúes.
El grupo de Varanto, mi grupo, no sabía cómo referirme a él, participaba
en algo tan importante como es la ignición. Esta tarea consumía una sec-
ción entera de la escuela y estaba coordinada con otras escuelas distintas.
Nuestro trabajo consistía en diseñar el inicio de acuerdo a las premisas.
Cómo empezaría todo, la gran expansión. Debía ser un movimiento muy
preciso, un suceso perfecto y todo debía estar “empaquetado” de forma
totalmente exacta, impecable. Esa semilla de luz, llevaría en su interior la
forma del mundo que nos corresponde. Al desplegarse, daría existencia a
un tiempo y a un espacio denso. En sus elementos anidarían nuestras
creaciones, que por tanto tiempo han esperado gozar de una efímera
unión a lo que más ambicionamos, los estados densos.
110
Los palacios de Kólob

Nosotros seríamos los primeros en actuar y eso representaba una gran


responsabilidad. El efecto final tenía que ser exacto, un error del grosor de
un cabello en mil metros podía ser fatal. Debía ser un despliegue uniforme
y suave. Era muy importante que esa esfera de luz fuese perfecta y con un
crecimiento sin rugosidad en un principio. Si la velocidad del despliegue
fuese un poco más rápido que esa tolerancia descrita, el Universo resultan-
te se enfriaría demasiado rápido y no habría colapso gravitatorio para
formar cuerpos complejos como galaxias y estrellas. Si por el contrario la
velocidad fuese un poco menor, en un corto tiempo, todo colapsaría de
vuelta a ese punto de luz, sin dar tiempo a que el gran plan de la vida se
desarrollara.
Recuerdo a Bujan cuando nos hablaba de ese movimiento.
“Acordaos de los mares de Kólob, sus olas llegan a la orilla a la justa velo-
cidad para que podamos contar los globos de su espuma. Una vez que
contamos se retrae en sí mismo. Hay que encontrar ese punto. Ni más ni
menos”
En cuanto al por qué de los trabajos en las casas, Bujan repetía con
frecuencia.
Ellos comparten con nosotros, no se sirven de nosotros. Equivocarnos,
sería un desprestigio para todos y nunca desde el comienzo del tiempo su
voluntad ha sido torcida por nada, porque él es el más inteligente de to-
dos.
Era una tarea supervisada de cerca por la Madre Jana. La única tarea de
todos los linajes en la que una madre estaba al tanto de todo aquello que
se hacía en las escuelas y secciones. No había delegación en otras instan-
cias de Kólob. Esto daba una idea de la importancia de nuestra labor.
A veces, en la época en que abandoné mi casa, imaginaba cómo
sería ese momento. Estaría en persona el Gran Gnolaum, él, ante todas las
escuelas y secciones de la Casa Jana implicadas en ese momento único.
Todos formaríamos en orden de escuelas y secciones. Seríamos los únicos
en Kólob que tendríamos acceso al pasaje secreto que accede al oscuro
mar de la materia.
Algunos registros de otros arcos dicen que es lo más terrible e impersonal
que se pueda experimentar. Que aún siendo un honor, pocos ambicionan
adquirirlo. Se experimenta el profundo desasosiego que produce contem-
plar una parte de ese oscuro mar sin alma y sin luz. El vacio de luz más
completo que pueda imaginarse. Uno entiende qué es lo auténticamente
impersonal. Se siente sobre el alma la fría mirada de la materia, el profun-
111
David Moraza Los palacios de Kólob

do abismo que nos separa de ella, el insaciable vacio de conocimiento y


luz que flota en ella, delante de nosotros y que succionaría nuestra con-
ciencia como un animal sediento que encontrara un charco en el desierto.
Solo el pensamiento de aproximarnos a su borde nos llenaría el alma de
indecible horror.
Pero dicen los registros, que en ese instante terrible aparece una estrella en
la oscuridad, un punto de luz. Todos mirarían a ese punto y recordarían el
motivo de estar allí. A continuación, después de esto, el Gran Gnolaum
cantaría las palabras de la creación. Y los elementos despertarían. Todos
conocíamos las palabras pero ninguno las había escuchado salir de su bo-
ca. Una sola vez por arco y sólo unos pocos la escucharían.
“Despertad de vuestro sueño
despertad elementos del oscuro océano
os propongo un mundo nuevo
os daré la luz y la vida
Id hacia la única estrella
perforad la oscuridad como una aguja
Os daré el espacio que anheláis
os daré forma una vez más
abandonad vuestro reposo oscuro
levantaos, yo soy, el organizador sin fin”
Mi madre Jana, ella crearía ese punto de luz, ese pequeño hueco
único y brillante. Ella es la que abre una minúscula ventana en la negra
noche. Nosotros le damos forma, alteramos, batimos ese punto hasta
convertirlo en un modulador de todo lo que lo atraviese. En ese instante,
al otro lado, un capullo de energía asomaría en la nada. En ese lugar tan
vacío que ni es pensado. Siempre bajo la poderosa presencia de Jana. A
veces me pregunto cómo una mujer dulce como la miel, amable como
nada que yo conozca; puede ser a la vez alguien de semejante poder. Có-
mo pueden coexistir ambos aspectos en alguien como ella de apariencia
frágil como el cristal. En alguien que se mantiene impasible en el mismo
borde del oscuro océano.
Los elementos acudirían como polillas a la luz, obedeciendo a aquel que
cantaba la canción de la creación. “Id hacia la única estrella” El gran Gno-
laum agitaba los elementos, pues sólo él tenía las llaves para ello. Y solo él
era honrado de tal forma en ese oscuro lugar, que hacía de su palabra po-
der.
Mientras, mi madre Jana, sostendría ese punto brillante, podría decirse,
112
Los palacios de Kólob

que nosotros la ayudábamos a dar a luz a través de este a los elementos


que en espiral y en un hilo de luminiscente enhebraban en esa aguja pri-
mordial.
Al otro lado una esfera de luz, acumulaba energía hasta llegar al punto que
diseñamos. Después, comenzaría el despliegue de todas sus cualidades. Lo
que segundos antes era caos y oscuridad, se convertía en luz y vida. Los
elementos obedecían con su elemental y minúscula inteligencia. Serían
muy obedientes a mis padres, según el plan previsto, y todo por su con-
fianza y el honor que supone escuchar su canción.
Tan solo la palabra de Gnolaum sintonizaba con la inteligencia de la ma-
teria, la organizaba de forma brillante, con un potencial para multiplicarse.
Comenzando en una semilla de plasma que estallaría poblando el espacio
de riqueza y propiedades. Este era el giro eterno de los linajes, tanto del
nuestro como de los exteriores.
Nunca supimos que hubiese habido un comienzo, un primero.
De la misma forma que nosotros nunca tuvimos un comienzo, siempre
estuvimos allí, en aquel oscuro abismo, conscientes pero sin saberlo, pre-
sentes pero sin tiempo. Antes de ser sus hijos éramos como frutos que
pendían de un descomunal árbol. Asociados al oscuro no sabíamos de la
semilla que albergábamos en nuestro interior, hasta que ellos nos llamaron
desde las playas de Kólob y nos dieron un nombre. Al separarnos del os-
curo, empezamos a crecer en la luz y conocimiento de nuestro linaje, em-
pezamos a madurar en el secreto de nuestra sustancia.
La perplejidad que despertó en todos mi decisión, la de abandonar un
grupo de gran conocimiento y responsabilidad, aún tardaba en abandonar
los rostros de Morón y Esther. Ella, siempre fue para mí una ventana
cerrada, una media sonrisa. Quizás fue quien percibió antes que Varanto
mi huida. Nunca pude provocar emociones palpables en ella. Sin embar-
go yo podía ver cómo con Morón, su rostro demostraba emociones que
nunca pude ver de frente. Eso me hacía sentir inseguro, tan débiles éra-
mos aún en esa etapa temprana.
Esa tarde que recuerdo, o más bien veo, tenía lugar un gran acontecimien-
to para todos aquellos que lo apreciaban. La mayor parte de la población
estaba decantada a otras actividades, sin embargo esa tarde se expuso algo
cuyo conocimiento era de suma importancia para futuras escenas que to-
dos contemplaríamos con horror y espanto.
Se anuncio una conferencia de Bisnan en el gran auditorio. Bis-
nan era de la Casa Tinabi que oficiaba en el desarrollo de la inteligencia.
113
David Moraza Los palacios de Kólob

Entendiendo como inteligencia no la habilidad en ejecutar las tareas de


cualquier ser vivo sino inteligencia como la capacidad de tener conciencia
de sí. Esa capacidad en todo ser vivo crea el impulso de sus elementos en
ser dignos de que moren nuestras creaciones en ellas.
Bisnan gozaba de la confianza de todas las casas matriarcales. Representa-
ba el consenso y la unidad de criterios en Kólob. Su conocimiento de las
premisas era completo y por eso tenía el título de “Maestro de premisas”.
Era extraño verlo en persona y más escucharlo en una conferencia. Un
personaje de la talla de Bisnan, normalmente se dedicaba a capacitar a
otros y estos se encargaban de la enseñanza en las escuelas o casas ma-
triarcales. No adivinaba el motivo para que realizara una tarea tan sencilla
cuando cualquier otro de sus alumnos podría desempeñarla.
El estudio de las premisas extendía sus ramas en todos los linajes y sus
escuelas. Los rudimentos básicos eran enseñados obligatoriamente a cada
habitante de Kólob, antes de salir de las casas maternas al amplio mundo.
Era inconcebible la vida sin una formación en ese conocimiento.
El gran auditorio recibía su nombre por sus dimensiones colosales. Un
tronco de cono con su base menor debajo de nivel de tierra. Su base ma-
yor, se alzaba artificialmente a una altura casi igual que los lugares de den-
sidad. Estaba dividido en 24 secciones, una por linaje. Toda su superficie
interior, estaba compuesta de voladizos a semejanza de una gigantesca
tuerca. La visión interior era impresionante, provocaba vértigo asomarse a
cualquiera de sus terrazas, pero estaba diseñado para la enseñanza, para el
conocimiento. La base superior y mayor, de ese gran tronco de cono in-
vertido, no terminaba a cielo abierto. De sus bordes a gran altura de la
superficie, se proyectaba una colosal cúpula viva y flexible, realizaba la
función del iris de un ojo gigantesco. Esa cúpula tenía una abertura central
al cielo de Kólob, era variable y se comportaba como el conjunto de iris y
pupila. Estaba diseñada, esa estructura superior, para proporcionar al au-
ditorio la luz requerida para la enseñanza. Podía “mirar” durante todo su
recorrido a Kokaubean, en su recorrido a través del cielo, observar cual-
quier estrella y traer el lejano disco de su esfera al centro del auditorio. Era
un espectáculo a partir de cierta profundidad ver las estrellas en el mismo
borde de Kokaubean.
Era un gigantesco ojo abierto al conocimiento. En el centro geométrico
de ese vasto espacio se materializaban imágenes, escenas, textos, rostros y
un sinfín de riquezas. La voz llegaba nítidamente a cualquier punto. Millo-
nes podían al unísono recabar conocimiento e instrucción.
114
Los palacios de Kólob

La superficie interior no era fría ni artificial. Templada y de la textura de la


madera, transmitía la sensación de bienvenida, de estar en casa. No había
junturas ni uniones de materiales. Delicados relieves labrados en cada sec-
ción, recordaban los logros de habitantes de eras anteriores. Los símbolos
de los linajes estaban en cada sección y terraza al igual que las premisas.
¿Cuántos habrían escuchado en sus terrazas? ¿Cuántos nombres de los
tres primeros arcos miraron a través de sus pupilas a la gran pupila del
auditorio con expectación, para vislumbrar por primera vez su mundo de
destino? Se solía decir en Kólob que la primera revelación que se recibía
era nuestro nombre de labios de nuestra madre y la segunda el nombre de
nuestro mundo, también de sus labios y bajo la gran pupila del gran audi-
torio.
Varanto conversaba con Merit mientras nos dirigíamos a la entra-
da que correspondía la Casa Jana. Dentro de nuestra sección La escuela
de los Accesos tenía un lugar asignado, un poco más arriba del ecuador
del auditorio. Desde mi asiento podía observar la sección de la Casa de
Silam. Corina debería estar en algún lugar, allí donde el color verde claro
de sus insignias salpicaban el espacio como flores en una ladera.
La última vez que le hablamos le expresé mi deseo de venir a su grupo.
Me sobrecogió de pronto un temor repentino. En ese preciso instante, me
di cuenta que no había calculado, ni siquiera considerado el efecto que mi
petición iba a causar en ella. La noticia le llegaría a través de su jefe de
sección, o líder de grupo. No recuerdo si tomé más tiempo para conside-
rar el asunto con ella. Me levanté sin pensar, con un impulso, al reconside-
rar mis opciones. Solo pensé en correr hacia allí y buscarla, avisarla, expli-
carle.
Entonces note la mano de Abiola coger la mía, mirarme de forma com-
prensiva, intuyendo lo que pasaba en mí, me miró sin reproche. Pensé que
nunca conseguiría esa sonrisa ni esa mirada. Supe en ese momento, que
sólo desde el oscuro océano de la inteligencia se pude aparecer en Kólob y
mirar y sonreír a alguien de esa forma. Imposible de aprender o emular.
Sólo Jana puede otorgar el don que tenía Abiola.
Me senté, en parte avergonzado, por mostrarme tan impulsivo y por no
apreciar en lo debido el afecto que me otorgaba ella. Tan gratuito, tan des-
apegado a cualquier respuesta de mi parte. Cuando tuviese la ocasión de
hacer una flor para mi madre Jana, cuando en la sala de batir, me acercara
al oscuro océano, pensaría en Abiola e intentaría encontrar esa sonrisa en
aquella oscuridad aterradora.
115
David Moraza Los palacios de Kólob

Estaba enfrascado en estos pensamientos cuando empecé a escuchar


los acordes del himno de Kólob. Sin principio de días esa música y su letra
estaban grabadas en cada uno de los habitantes de forma profunda. Todos
nos pusimos en pie, alzamos los brazos y cantamos a una sola voz. Nues-
tras voces parecían ascender a través del ojo de la cúpula como el fuego de
un volcán. Sentimos una sensación de poder, llenamos todo aquel inmen-
so espacio con nuestras voces y eso lo hizo más pequeño durante esos
instantes.
Todos en Kólob alabamos su saber
alzamos nuestra voz hacia Kokaubean
no hay fin en su poder
vinimos del oscuro océano sin forma
en Kólob encontramos nuestro ser
a través de la ventana comenzó nuestro despertar
nos preparamos para un día marchar

Molan, el director del auditorio, tomó la palabra y presentó brevemente a


Bisnan y el asunto a tratar. No era necesario hacerlo, pero había que seguir
las formas. Había cuatro auditorios, uno en cada punto cardinal de los
sitios densos. Cada uno de ellos tenía una dirección en la que se turnaban
las seis Casas matriarcales correspondientes por cercanía, cada una de ellas
aportando su experiencia y asuntos a tratar.
Más tarde me informaron que fue necesario el acuerdo unánime de todas
las Casas para afrontar este problema. Sí, porque poco a poco se convirtió
en un problema y después para mí en una pesadilla. Esta clase de Bisnan
se repetiría en cada uno de los cuatro auditorios y se daría instrucciones
para tocar sus puntos sin alterar la normalidad en cada escuela. Era evi-
dente que los linajes estaban preocupados por esta corriente subterránea y
silenciosa.
Bisnan, vestía sus ropas de maestro de premisas. El emblema de Kólob en
su pecho izquierdo, dos circunferencias, una arriba y otra abajo, unidas en
un punto. Por este punto pasaba una recta horizontal. Este punto común
era el centro de un rombo, cuya mitad superior estaba en el interior de la
esfera superior, y su mitad inferior en la esfera inferior. El rombo estaba
cortado por la recta. Simbolizaba la circunferencia superior, el oscuro
océano de la inteligencia y la inferior la materia. Kólob era la línea, ese
mundo intermedio y los linajes, su poder y conocimiento, su gloria y pre-
misas. Se alzaba el rombo, elevándose o hundiéndose en el interior de casa
116
Los palacios de Kólob

esfera.
Bisnan comenzó su exposición:

INTRODUCCION
- Habitantes de Kólob, os saludo, en esta ocasión con la esperanza
que escuchéis mis palabras y con el deseo que vuestros oídos sean abiertos
y vuestras mentes dispuestas. Honramos en este día a nuestras divinas
madres y a nuestro padre, el sabio y poderoso Gran Gnolaum. Cuya hon-
ra y honor se expande con sus obras. Sin fin son y por innumerables se
las conoce. Nosotros, sus hijos, vinimos de la bruma y recibimos su soplo
a través de la ventana. Ahora tenemos el don de la conciencia y por eso
estaremos eternamente agradecidos y en deuda…
Abiola y yo nos miramos y sonreímos. Bisnan era famoso tam-
bién por sus preámbulos, su apego a las formas antiguas, que se iniciaron
desde el primer arco.
- Bueno supongo que aún tardaremos algo en entrar en materia. –
le comenté a Abiola–
- ¿es que tienes prisa? – su rostro mostraba una mirada pícara –
- No, Abiola, contigo siempre estoy bien. No tengo prisa – lo dije
sinceramente de forma sentida y me sorprendí a mí mismo dándome
cuenta de lo cierto de mi afirmación. No hay nada como hablar para crear

El discurso de introducción de Bisnan siguió un sinuoso recorrido, que
finalizo al nombrar uno por uno a todos los linajes, que eran veinticuatro,
y los oficios principales.
- … La noble y gloriosa madre Najara quien preside la sucesión y el
orden en la vida, todos sus linajes están aquí representados…
Después de agradecer a todos el estar allí y del esfuerzo de cada
uno en cada oficio. Hizo una pausa y todos entendimos que iba a comen-
zar su exposición.

- …Últimamente han surgido algunas desviaciones o dudas…


Su ambigüedad me puso alerta. No es igual una desviación que
una duda. Dudas teníamos todos, pero desviaciones era una palabra in-

117
David Moraza Los palacios de Kólob

quietante en un mundo donde no existía ni un reflejo desviado mientras


no lo exigiera el diseño.
- … Se nos ha enseñado desde nuestro nacimiento el valor e im-
portancia de las premisas como ejes directores de nuestra vida presente y
con mayor importancia en la futura. La posición, esperanza y enfoque
conforman los ejes que contienen el espacio donde nos desarrollamos
aquí y en el futuro.
La posición nos recuerda que el libre albedrio es el eje director de nuestra
vida, este eje va unido a nuestra persona y al fluir del tiempo, de forma
que este trió es una unidad en sí misma. La posición nos muestra qué
podemos hacer y nos da la oportunidad de elegir libremente. Es un don
sagrado, único y especial. Sin él no seríamos lo que somos, florece este
don de la posición ante la multiplicidad del mundo, ante la variedad de
situaciones.
Los otros dos ejes son la esperanza y el enfoque.
La esperanza nos abre a la imaginación al acto creativo, planear y esperar
lo que acontecerá de nuestras decisiones, la esperanza nos dice qué pode-
mos anhelar, nos sitúa en la expectación, hará latir el corazón con fuerza y
nos impulsará a lugares elevados. El eje de la esperanza nos hace elevar-
nos de los otros dos, imprime un vector mágico, idealista, da una visión
desconocida al que la porta. La esperanza es el aliciente que nos eleva de
lo visible y nos empuja a abarcar más espacio.
El enfoque es el eje del deber, de nuestro código de conducta, de la moral,
esa dimensión solo accesible a las inteligencias más avanzadas. Ese código
natural y creado que nos compromete con una cierta línea de conducta en
el fluir del tiempo. Sin éste eje la sociedad humana no sería posible, pues
nadie sin moral puede acceder al concepto de justicia.
Había escuchado lo mismo muchas veces. De muchas maneras
distintas, pero Bisnan tenía una rara habilidad, para que una vez termina-
dos los protocolos, captar la atención sobre los asuntos más simples.
- … estas premisas han presidido este auditorio durante todo el
tiempo de los tres arcos anteriores. Nuestro padre, El Gran Gnolaum
siempre ha velado y cuidado de que la pureza de este conocimiento llegue
intacta a cada generación que ha salido por las puertas de los lugares den-
sos. ¿Sabéis por qué?...
Bisnan hizo una pausa. No esperaba una respuesta, pero paseo su
mirada sobre los sectores directamente frente a él. Cabe decir que al

118
Los palacios de Kólob

hacerlo, todos los sectores se vieron interrogados, ya que en cada lugar la


visión que tenían de Bisnan era frontal. No había ángulos.
- … yo os lo diré. Esas premisas han tenido éxito durante tres ge-
neraciones en Kólob, han dirigido a miles de millones hacia estados exal-
tados. Y lo han hecho por un tiempo que no podemos entender y en
mundos que nunca podremos habitar. Ellas han proveído de gloria y ho-
nor a cada una de nuestras madres haciendo de sus nombres símbolos de
poder a través de todos los espacios y por todos los tiempos. Convirtien-
do, el ser admitidos en su presencia, en el mayor honor que un ser inteli-
gente puede imaginar. Han hecho que la sola mención del nombre Miena,
o cualquiera de los veinticuatro linajes, sea suficiente para doblar la rodilla
y confesar que no hay mayor honor. Por eso esas premisas están grabadas
en las paredes de este auditorio, por eso los cuernos dorados de las casa
matriarcales son tres y convergen en la piedra angular de cada arco en las
entradas a palacio. Quiero que grabéis esto en vuestra mente, en lo más
profundo, con devoción. Porque de esto depende vuestro futuro hasta
que el tiempo acabe. Hasta que el eje director se alce sin límites ni ata-
duras y seáis señores y dueños de todo lo abarcable…
Una pausa en su discurso nos sirvió para notar que el tono de sus palabras
no tenían solo la intención de instruir sino la de ser un preámbulo para
otro asunto importante.
- Esto parece que se pone interesante– Abiola me susurró al oído
– Tanto prólogo es para algún tema importante.
Empecé a reír intentando no llamar la atención. Abiola no lo notó. La
rima había sido espontánea.
- Abiola te ha salido en poesía, no te irás a ir ahora a la composi-
ción de canciones.
Ella se dio cuenta de la forma de su comentario y empezó a reírse tam-
bién. Una señal a nuestro lado nos invito a guardar silencio. Bisnan prose-
guía.
- … Hace algún tiempo que circula y se debate una propuesta so-
bre un cambio en las premisas….
Un murmullo recorrió todos los sectores del gran auditorio. Bisnan lo
tenía calculado y esperó a que se calmaran los asistentes. Ese era el tema
de hoy. La razón de su asistencia para algo que parecía ser tan simple.

119
David Moraza Los palacios de Kólob

- … Bien sabéis que en nuestro mundo hay libertad de propuestas,


incluso de propuestas excéntricas como la creación de plantas vertebra-
das…
Al decir esto sonrió, algunas risas en los asistentes.
- …el buen juicio de los maestros de salas nos ayuda a elegir las
mejores y las más viables. Pero a nadie se le prohíbe imaginar y proponer
porque es a través de la imaginación donde surge lo maravilloso y lo bello,
lo perfecto. Es de la selección en la Casa Silam donde florecen las más
hermosas creaciones desde el primer arco. Sin embargo es necesario selec-
cionar. Felicitamos a las escuelas de la Casa Sinabea por los gigantescos y
maravillosos animales diseñados. Que son un desafío para la imaginación
y para la destreza en la Alteración. Pero es necesario seleccionar.
Ahora circula una propuesta para modificar las premisas. Y diréis de qué
Casa de qué escuela. Quien la hace. Yo os contesto. De ninguna casa, de
ninguna escuela y de nadie en particular. Es una propuesta ajena a Kólob,
se filtra por todos lados y apela al miedo y a la falta de esperanza. Y yo os
digo, necesitáis seleccionar y hacerlo bien…
Había escuchado de esta propuesta hacia tiempo, pero no le pres-
té mucha atención. Sin embargo era cierto que estaba presente en muchos
foros y debates. En muchas conversaciones. Pero mi tendencia a vivir un
mundo algo cerrado al exterior me blindaba de todo lo que no fuera mi
oficio y mis tormentas internas. Todo esto de las premisas no lograba
afectarme demasiado. No es porque no viese su importancia, sino porque
yo era refractario a cualquier devoción a algo convencional. Algo que no
fuera mi madre Jana y mis tormentas.
- …A fin de tratar este asunto en profundidad, desarrollaré la doc-
trina de nuestras premisas y los efectos que tendría una alteración en la
principal de ellas: la posición. Porque sí, mis queridos compañeros, es al
libre albedrio a lo que ataca esta propuesta…
Bisnan recurrió al ojo del auditorio. Proyectó en el centro una
representación de las premisas como ejes espaciales que derivan de ellas.
Lo que vimos era algo nuevo, no tan abstracto como lo que siempre ha-
bíamos aprendido. No pensábamos que algo como las premisas pudiera
dibujarse. Hizo una pausa para que pudiésemos observar la imagen que se
mostro ante nosotros. Es difícil imitar algo realizado por un maestro de
premisas, pero lo que puedo recordar y expresar se parece a las cenizas de
un incendio, solo vestigios de dónde hubo un bosque.

120
Los palacios de Kólob

Bisnan continuó con su exposición, de forma resuelta y vibrante ha-


ciendo que el auditorio le siguiera dócilmente.
Los ejes de las premisas
– … de la misma forma que en una superficie, la altura, es lo que da
existencia al espacio, creando una tercera dimensión donde seres evolu-
cionados puedan vivir. También nuestras premisas, crean un espacio espi-
ritual donde la conciencia puede tener el conocimiento de sí.
La importancia del enfoque radica en que es necesario un código moral
para la conducta, un código interno básico y uno aprendido o cultural. Es
lo que hemos hecho a través de todo nuestro arco. Imprimir, grabar, sellar
en vuestra más profunda constitución la forma humana, los principios de
luz que portareis en vuestro viaje. El fraguado a fuerza de instrucción, a
veces mediante la sola contemplación de Kólob, de por sí el mejor maes-
tro para nuestro espíritu. Este enfoque es la herencia de impresiones, la
orientación muda hacia la luz que brilla a través del espacio y que da vida a
cada ser que va a su mundo.
La esperanza, es la otra dimensión. La expectativa que tiene una inteligen-
cia con dimensión moral, la que lanza su fe como un brazo que se agarra a
algo que aún no ve. La creatividad, el alcanzar horizontes cubiertos de
bruma. Ese es un buen bagaje amigos míos…si…si… un buen bagaje

121
David Moraza Los palacios de Kólob

Esta última frase, la pronuncio Bisnan, asintiendo varias veces


con su cabeza y recorriendo todo el auditorio con su mirada. Bisnan era
muy poderoso al hablar. Conseguía, y sólo a él lo vi hacer, hablar con todo
su cuerpo, de tal manera que lanzaba sus palabras como dardos y al mis-
mo tiempo sabía emplear las pausas con una maestría sin igual.
Una vez recorrida la circunferencia del auditorio con su mirada continuó.
- … Pero de nada serviría esta superficie que veis representada, un
universo de deberes y esperanzas si no fuese alzado el espacio moral que
crea la posición o libre albedrío. Es este eje, la posición, el que permite a
una inteligencia viviente como vosotros, fluir en el tiempo. Es lo que da
volumen a la vida.
La sabiduría de nuestros linajes junto al conocimiento de El gran Gno-
laum decidieron en el comienzo y aún antes, cuando todos nosotros éra-
mos pura inteligencia sin vida propia, antes de atravesar la ventana desde
el oscuro océano, ellos decidieron que nuestra conciencia, gestada por
nuestras madres fluyese en el tiempo con libre albedrio. Siendo en sí mis-
mo un triple eje en uno. Yo+libertad+tiempo.
Con el eje director o vertical, de esta combinación descrita, las posibilida-
des de elegir o ampliar deberes y esperanzas aumentan y se crea un espa-
cio que sería digno de ser calificado como humano…
A continuación apareció un cono entre los ejes, creciendo en altu-
ra paulatinamente. Esta vez la pausa de esta visión puso a todo el mundo
a pensar qué era esa figura. Miré hacia mis lados y observé que todos los
asistentes hasta donde podía distinguirlos, estaban observando. Todos en
el auditorio parecían gotas de agua condensadas alrededor de Bisnan, a
punto de caer. Varanto detrás de mí puso su mano en mi hombro y lo
apretó amistosamente. Parecía decirme ¿entiendes? ¿Ves? No me volví a
contestar, pero el gesto lo agradecí como muestra amistosa.
El cono de percepción
- … Cuando uno de nosotros entra en su mundo asignado, la per-
cepción que tiene de ese universo está condicionada por las leyes que im-
peran allí. Los cuerpos densos curvan el espacio, la luz está limitada en su
viaje, el tiempo se adapta en su fluir a todas las variables que participan.
Nosotros sólo tendremos percepción del pasado. Se puede representar la
percepción que tendremos, mediante un cono de cuarenta y cinco grados.
Representar un cono es una forma muy parecida a lo que somos capaces
de ver en un espacio denso de cuatro dimensiones (largo, ancho, alto y

122
Los palacios de Kólob

tiempo). Las zonas exteriores al cono son inalcanzables e invisibles. No


podemos percibir nada de lo que ocurra fuera de ese límite de sucesos. La
base del cono representa los sucesos más antiguos que podremos recor-
dar, coincidiendo con tiempo 0, es decir nuestro nacimiento, nuestro lími-
te en la memoria. El vértice del cono representa el presente. A medida que
fluye el tiempo el volumen de sucesos observables aumenta.

Como podéis ver, no hay un tiempo inferior a 0. Es decir, en los estados


densos no recordaremos nada de nuestra vida en Kólob. Pero sin embar-
go desde el plano que representa el eje Enfoque–Esperanza radiará hacía
nosotros las impresiones que fuertemente, hayamos grabado en nuestra
alma mientras estamos aquí, así como nuestro nombre está grabado en la
piedra de vuestro arco. Tendremos que ser sensibles para poder escuchar-
lo.
Deber y esperanza forman una superficie que llamaremos “lo posible” y
podemos expresar la relación directa que existe entre estas premisas de
esta forma: “Lo posible = Esperanza * Enfoque”. Esto sugiere a nuestra
mente que Esperanza = Lo posible / Enfoque, dicho sencillamente, si en
esta relación hubiese sólo un aumento de deberes, eso no nos daría más
esperanza, sino un mundo de más deberes morales sin esperanza. Por otra
123
David Moraza Los palacios de Kólob

parte el Enfoque = Lo posible / Esperanza, un aumento de la Esperanza


sin una base moral es irreal, no mejoraría el enfoque.
Es el crecimiento proporcionado, que enseñamos en Kólob, de las pre-
misas lo que consigue en cada era, un mundo humano donde podemos
morar. Un lugar equilibrado donde el uso del libre albedrio forme un cono
perfecto en sus formas y de a cada uno la oportunidad de ver y entender
su lugar en el mundo.
- …dentro de esa superficie que hemos descrito y a su vez, dentro
del cono, en su base… es donde sucede lo posible para nosotros. A medi-
da que el tiempo fluye en una sola dirección, accedemos a nuestro pasado
mediante algo muy importante y que quiero recordéis… la memoria… no
olvidéis la memoria.
Hubo risas, que Bisnan aprovecho para mostrar un pequeño cono de
nombre S1. Me resultaba interesante la exposición de Bisnan, había capta-
do mi atención. Sin embargo mis compañeros estaban inmersos en un
trance, no solo escuchaban sino que bebían y tocaban con su mirada la
imagen que flotaba en medio de ese vasto espacio en el centro del audito-
rio. No era solo algo intelectual, les llegaba hasta el centro de ellos mis-
mos, podía notar un acoplamiento entre ellos y las premisas. Un ensam-
blado perfecto. Sin embargo en mi caso no dejaba de ser solo un conoci-
miento interesante, tal como el funcionamiento de la rotula lo deber ser
también.
Bisnan continuó con su explicación.
- … S1 es una posibilidad accesible a nuestra experiencia en el yo
presente, pero no en el yo pasado. Por una razón básica, crecemos en el
tiempo, usando el libre albedrio y además, la naturaleza de ese universo
limita nuestra percepción de las cosas. Cambiamos con el tiempo no con
la distancia. S1 nos muestra cómo en este diseño de premisas, nuestra su-
perficie de “lo posible” aumenta y por lo tanto nuestras posibilidades de
que sucedan aquellas cosas esperadas y debidas. S1 nos muestra cómo
mientras fluye el tiempo y observamos el enfoque y aspiramos a la espe-
ranza abarcamos nuevas posibilidades que en el pasado eran inasequibles,
en pocas palabras, crecemos en nuestro conocimiento.
La nueva propuesta
– Pero - Bisnan cruzó las manos y miro con barbilla alzada al
auditorio- … tenemos una nueva propuesta para limitar el libre albedrio.
Ese don recibido por nuestros padres. Algunos piensan que es demasiado

124
Los palacios de Kólob

arriesgado dejar algo tan valioso sin tener una memoria completa de nues-
tra vida en Kólob. Alegan que privados de esta cometeremos errores, fal-
tas, que millones deambularan de forma errática en esperanzas vanas, en-
foques erróneos y en el ejercicio de una libertad estéril, privados de cono-
cimiento…
Una nueva pausa en la que esperamos un argumento en contra.
–… bueno, estoy de acuerdo con ellos, todo esto es cierto…
Consiguió, cómo no, descolocar a toda la audiencia. Los murmullos
hacían de los asistentes un enjambre de abejas excitadas por algo in-
usual a su rutina.
- … ¿y qué?, ¿es eso algo nuevo para nosotros? ¿Acaso no sois vo-
sotros una muestra de las mejores inteligencias que han salido del os-
curo océano? Cuántas de ellas solo han podido tomar la sustancia, la
forma de seres vivos inferiores en conciencia. Sin embargo nosotros,
proviniendo del mismo terrible y oscuro lugar, hemos escalado hacía
la cima al recibir forma humana. Hemos sido hechos semejantes a
ellos. Pero hubo un destello en nuestro viaje desde el oscuro mar has-
ta la ventana, que nos hizo merecedores de ser sus hijos…
En realidad Bisnan no aclaraba mucho acerca de nuestro origen,
pues cuanto más se acercaba uno a la bruma, más oscuro e incierto era lo
que se podía ver y entender, aquello se convertía en un límite para nuestra
comprensión. No obstante, era indudable la intervención de nuestras ma-
dres y del gran Gnolaum. Pero la cuestión de si nuestra identidad como
espíritus era un don recibido o un logro por nuestra parte, era una de las
principales fuentes de polémica en Kólob. No debiendo serlo, pues la
cercanía de la respuesta, debería haber resuelto la cuestión desde antes del
primer arco. Bisnan, se inclinaba a adoptar un punto medio, haciendo de
un supuesto progreso inicial, mérito para ser elevado a la categoría de hijo.
Otros afirmaban, que esta condición era concebida desde el mismo borde
del oscuro océano e impulsaba al individuo hacia la ventana ya como espí-
ritu consciente.
Bisnan en su alegato contra la nueva propuesta, nos hacía ya responsables
de nuestro éxito de llegar hasta donde estábamos, allí en Kólob, por lo
tanto, por qué no seguir aceptando los riesgos del nuevo estado, en los
lugares densos.
- … no obstante, siguiendo con esta propuesta huérfana de escuela,
he aquí la representación de nuestro estado, con una disminución del libre
albedrio, algo así como viajar a un estado tutelado e infantil…
125
David Moraza Los palacios de Kólob

Ante nuestra vista el eje del libre albedrio se desligó del tiempo.
La altura del cono disminuyó paulatinamente. La superficie del límite de
sucesos de la base del cono también lo hizo. El cambio de la perspectiva
provocó un murmullo general en el auditorio. Bisnan había conseguido, al
menos, representar una y otra propuesta de forma clara.
Bisnan prolongó su intervención. Miraba hacia arriba simulando cómo un

vértice imaginario fuese a precipitarse sobre su cabeza, elevó sus hombros


y agacho su cabeza. Las risas de los asistentes no se hicieron esperar y
confieso que yo mismo me reí al ver a alguien tan solemne como él, si-
mulando algo tan cómico en aquel sitio cargado de seriedad. Realmente
era alguien especial este Bisnan. Casi me persuadió a adoptar las premisas
como una brújula en mi vida. Aunque lo cierto es que había demostrado
con claridad meridiana las consecuencias de ese rumor general que circu-
laba como una inundación callada y que se decía llamar una nueva pro-
puesta.
- … y bien amigos cuidado con la cabeza…
Risas generalizadas. Pero Sin perder su compostura y dando ya un
tono solemne a su rostro se dispuso a continuar su clase.
126
Los palacios de Kólob

- … casi es innecesario comentar lo que vemos, pero aún así, sé


que muchos harán caso omiso a lo evidente. Al hecho de que una dismi-
nución en el libre albedrío en nuestras premisas romperá ese eje que agru-
pa al yo, libertad y tiempo. Eso como veis disminuye la cantidad de suce-
sos posibles en esa vida contenida en el deber y la esperanza. Hará que
nuestro límite de sucesos disminuya de forma apreciable y perdamos ri-
queza…ni siquiera nos acercaremos a los límites de la esperanza y del de-
ber, como en la proyección anterior. Estaremos muy lejos de nuestro au-
téntico potencial como humanos…
A la izquierda de la representación anterior, volvió a aparecer la
primera, la que representaba las premisas de Kólob. La diferencia entre
ambas era palmaria. Bisnan espero a que todos pudieran sacar algunas
conclusiones. He visto a brillantes maestros hablar continuamente en el
transcurso de sus enseñanzas. Pero el, no consideraba los silencios incó-
modos. Los usaba como si supiese cuando necesitábamos respirar con
nuestra razón. Apoyarnos un poco para seguir el hilo de su exposición.
Tal como la música, usaba las pausas para construir una melodía.
Hizo una pregunta en voz baja, que acabó con los comentarios de todos.
No la escuche la primera vez y volvió a repetirla.
- … ¿recordáis que os dije que no olvidéis la memoria?... ¿por qué
es tan importante la memoria?... mirad las criaturas que atraviesan la ven-
tana de la inteligencia. Lo hacen con maravilla, asombrados de experimen-
tar por primera vez el ser. Algunas de ellas son criaturas avanzadas, inteli-
gentes y con memoria. La necesitan. Otras son simples, su comportamien-
to emplea un libre albedrio muy limitado, no necesitan de ella porque su
mundo está determinado. Al ser un mundo determinado, no necesitan
recordar el pasado para aprender de él y tomar nuevas decisiones. Su cono
de percepción no existe, su mundo es plano. Su programa de existencia
está completo, no tienen que pensar ni tener esperanza ni deberes. Su
conciencia del tiempo no existe. Porque sólo una conciencia que posee
libre albedrio puede percibir el tiempo de lo contrario, observaremos el
mundo que corresponde a un espíritu incompleto.
Calcular el tiempo, nos sitúa en el eje del cono. Pero sin libertad auténtica,
nuestro eje principal se rompe y caemos a un horizonte estrecho no apto
para la inteligencia….al reducirse nuestras expectativas de lo posible,
nuestra memoria deja de operar como referente en nuestro juicio. Lo po-
sible en nuestra vida se reduce a lo que se abarca en una mirada rápida y

127
David Moraza Los palacios de Kólob

vacía. La excelencia de la esperanza queda lejos de nuestra comprensión y


el eje de nuestro enfoque solo llega a ser una rutina mecánica. Queda en la
bruma el poder aspirar a todo lo que un mundo hecho para nosotros,
guarda para quien sepa apreciarlo…
Todos callábamos. Sus palabras nos dominaban completamente.
Entendíamos con claridad y aún así yo sabía que la propuesta debería de
tener más fundamento que el que se explicó. No podía ser tan simple. Si
consistía en una simple disminución del libre albedrio para evitar el fraca-
so en los lugares densos. Entonces Bisnan la había destrozado completa-
mente. Su brillante exposición no había dejado ningún argumento a su
favor.
Pero se me hacía difícil pensar que todo se redujera a eso. No eran los
habitantes de Kólob tan simples, como para propagar una propuesta que
se desbaratara en tan brillante formación de ideas, tales como Bisnan pre-
sentaba. Bisnan, resumió todo lo dicho anteriormente y apeló a la historia
de Kólob, todos aquellos que se sentaron en esos mismos lugares y escu-
charon de otros labios el mismo conocimiento. Solo hay una manera de
seguir en nuestro progreso.
Ahora era el momento de las preguntas. Estas eran dirigidas a Bisnan por
un representante de cada sector, solo se permitían una por sector. Molan
tomó la palabra.
- …Estimados hermanos, tenemos una pregunta del sector que co-
rresponde a la casa Alesiam …
Una joven se levantó representando al linaje. Se encargaba su es-
tirpe de los cambios de estado de las inteligencias. Nacimientos y muertes.
La vigilancia sobre conocimientos prohibidos. En este caso, en Kólob,
ellos eran recopiladores de todo suceso, de todo informe de los percepti-
vos sin forma. Ellos llevaban el libro de la vida. Encarnaban la memoria
de nuestro mundo y de todo lo que fuese a acontecer en el futuro. Y algo
especial, cualquier verdad o nuevo principio de inteligencia que aportara el
más humilde de los habitantes de Kólob, pasaba a engrosar el libro del
conocimiento. Para ellos sagrado, pues era la siega de lo que en un princi-
pio se sembró en el oscuro mar de la inteligencia.
- …hemos visto que nuestro cono de percepción se enfoca en el
pasado. ¿Tendremos otro enfocado al futuro?...
Bisnan sonrió, mirando hacia la muchacha que había formulado la
pregunta.

128
Los palacios de Kólob

– … mi querida amiga de la muy noble casa de Alesiam, la direc-


ción del tiempo solo puede fluir en un sentido a la vez. En este caso hacia
el futuro. El cono de percepción se compone de sucesos observables y
pasados. Si pudiésemos tener otro enfocado al futuro, el eje de la esperan-
za sería inservible. Por lo tanto no habría una superficie de “lo posible”.
Además la vida se genera en la expansión, en ese estado, el tiempo va en
la dirección del futuro. Si tuviésemos la funesta situación de estar en el
punto medio de esos dos conos, teniendo conocimiento de ambos, toda
nuestra existencia consistiría en una huida de uno de los dos…
Molan pasó a dar el turno de palabra al sector de Plamia.
- … ¿hasta dónde llegará nuestra memoria?
La Casa de Plamia velaba por el orden y la sucesión en la vida.
Por lo tanto estaba encargada del mecanismo común que asegura la perpe-
tuación de todas las clases de seres. Esta Casa cooperaba con muchas de
las demás. Sus soluciones eran útiles en multitud de niveles de vida. Ac-
tuaba directamente en las especies propiciando cambios y transiciones
para que cada creación tuviera la ocasión de ser.
Bisnan, reflexionó por breves instantes, antes de responder.
- … hay un recuerdo que está vedado para el Universo, su propio
nacimiento. Lo que paso en el mismo instante o antes de su despliegue de
luz. A partir de ese momento cero, la bruma se va aclarando hasta enten-
der gran parte de él. De la misma forma, los recuerdos anteriores a nues-
tro nacimiento también nos serán vedados. Después de nuestra propia
expansión como humanos, iremos entendiendo y recordando paulatina-
mente hasta comprender el mundo. Los estados densos, habéis de enten-
der, nos limitaran por una parte y por otra, nos darán experiencia…
si…si… sé lo que pensáis… ellos no parecen sufrir limitaciones ni cosa
que se parezca a sufrir…
Al decir ellos, Bisnan se refería a nuestras madres, al gran Gno-
laum y personal de su confianza, ellos eran densos, al contrario que noso-
tros.
- … ellos ya os han enseñado acerca de esto, no voy a insistir en al-
go ya conocido
En ese momento la atención de Molan se dirigió hacia una zona espe-
cial del auditorio. Estaba reservada a los primeros de la creación. Aquellos,
que fueron engendrados del oscuro mar en el principio. Eran los más an-

129
David Moraza Los palacios de Kólob

tiguos e inteligentes. Incluso Bisnan, se sentía turbado por esta irrupción.


Ellos aunque procedían de linajes concretos, eran considerados como ma-
yores de edad, independientes y tenían acceso directo hasta el Gran Gno-
laum. Oficiaban con autoridad y a la par de las casas matriarcales. No más
en poder, pero justo por debajo. Ellos fueron los que prepararon junto a
nuestros padres la llegada de todos nosotros, eran nuestros hermanos ma-
yores. Eran poderosos y despertaban admiración entre todos nosotros. El
hecho de que uno de ellos fuese a formular una pregunta, era del todo
algo extraño. Estaban más allá de las preguntas. Su asistencia al auditorio
se consideraba una muestra de cortesía hacía el resto, un acompañamiento
casi paternal. Un honor para todos.
Allí de pie, se encontraba Aribel, uno de los primeros. Su cabello ondula-
do y castaño llegaba hasta los hombros. Sus ojos grandes y algo separados,
pómulos salientes y rostro cuadrado. Era la viva imagen de la fuerza y la
inteligencia. La pregunta de qué linaje provenía carecía de importancia,
porque emanaba una majestad propia, que sólo la da el haber estado en el
principio y gozar de un mayor conocimiento. De haber entonado las pri-
meras canciones de la creación, de haber sido testigo de la primera luz de
Kokaubean. Ellos trazaron nuestro arco. Delinearon los caminos que lle-
van a las puertas, centraron las tres puntas de los pabellones en las premi-
sas. Pisaron los solitarios parajes de Kólob de la mano de nuestras madres.
Y ellos gozaron de sus presencias, de forma cotidiana. Llevaron la sabidu-
ría de la fuente a sus labios y bebieron de las manos de nuestro padre.
Aribel no tenía que hablar representando a ningún sector, ni Casa, estaba
allí por sí mismo. Verlo de pie, a punto de tomar la palabra, era turbador y
maravilloso.
Molan sorprendido, como todos, se dirigió a la asamblea.
- Tiene la palabra nuestro hermano de la mañana Aribel. Es para
todos un honor gozar de su presencia en este auditorio
Se produjeron los inevitables susurros, por primera vez Molan
tuvo que pedir silencio. Era comprensible, pues había cierta distancia en-
tre ellos, los primeros, y los demás. Con el tiempo sus responsabilidades
los fueron alejando del común hacer diario, eso fue creando un aura de
poder a su alrededor. Sin embargo, al menos teóricamente, eran como
nosotros y cualquiera podría dirigirse a ellos. Por supuesto que dado el
caso estaría luego presumiendo durante bastante tiempo de ello.

130
Los palacios de Kólob

- …queridos hermanos míos. En Kólob somos muy afortunados


de tener a maestros de premisas como Bisnan, no creo que pudiera al-
guien exponer de forma tan clara las premisas como lo ha hecho el en este
auditorio…
Bisnan a duras penas podía mantener un semblante ecuánime. Que
uno de ellos reconozca tu buen hacer ante millones era como para
fundirse de pura satisfacción.
- …nuestra joven amiga ha realizado una pregunta simple, pero de
gran profundidad. Ha preguntado por la memoria, una cualidad superior
en la vida inteligente, y no por el hecho de tenerla, ya que como sabéis,
muchas criaturas la tienen en abundancia, aún más que nosotros. Sin em-
bargo nosotros la usamos para mejorar nuestras decisiones, para aumentar
nuestras posibilidades. Extraemos de ella conclusiones para nuevas situa-
ciones. Nuevas porque el mundo no está determinado para nosotros.
¿Hasta dónde llegará nuestra memoria?…me gustaría aclarar esa pregunta,
nuestro buen Bisnan a veces es demasiado profundo para aquellos que
son jóvenes. Yo lo fui también y necesité más de una mirada de reproche
de mi madre Camí–Olea…
Increíble, Aribel nos hablaba de su madre y su infancia. En ese
momento se ganó la simpatía de todos, era como bajar del pedestal y dar
la mano al pueblo de Kólob. Bisnan quedó en un segundo plano de forma
inmediata. Cada frase de Aribel nos revelaba más acerca de nuestros orí-
genes que cualquier otra exposición por perfecta que fuese. El era un nexo
con nuestro pasado. Yo sabía que beberíamos como sedientos cada pala-
bra que pronunciase. Sentí una punzada de dolor por Bisnan, creo que fue
algo injusto esa irrupción, me di cuenta luego de esto pero en ese momen-
to todos éramos oídos y ojos.
- … muy temprano en mi vida recibí de mi padre responsabilidades
acerca del cuidado y el bienestar de vosotros, mis hermanos. En el princi-
pio el Gran Gnolaum cuidaba de esta, entonces, pequeña familia junto a
nuestras madres de forma dedicada y especial. Nosotros fuimos creciendo
en responsabilidad y dejamos la juventud más bien pronto. ¿Sabéis?...
nunca he participado de una carrera de saltos. Si lo hiciera sería el últi-
mo…
Risas en general. La asamblea estaba en su mano como un pájaro
que fuese a comer gustoso el grano que se le ofrecía.

131
David Moraza Los palacios de Kólob

- … en una ocasión mi madre Camí–Olea observó cómo me esfor-


zaba en levantar una pequeña colina a cierta distancia del primer arco que
conduce a su pabellón de entrada. Quería que ese lugar fuera una hermosa
elevación para quien quisiera contemplar los lugares densos a través de los
arcos…si miráis hoy encontrareis una bonita planicie.
Risas de nuevo, la distensión, después de la densa charla de Bisnan,
era total.
- Yo quería ser como mi padre, pero mi esfuerzo torpe y vano ha-
cía reír a mis hermanos. Mientras yo insistía, estando a punto de utilizar
mis propias manos, se acercó y como sólo ella sabe hablar me dijo “…
antes de pedir obediencia hay que obedecer. Antes de dominar los ele-
mentos deberás aprender a dominarte cuando vivas en ellos“. Entonces
puso esta piedrecita con un cordón en mi cuello. En ella está grabado
“Aribel el que levanta montañas”. Desde entonces siempre la llevo con-
migo. Me recuerda esta enseñanza de mi madre. Me recuerda quién soy y
qué debo hacer para, algún día, levantarlas. Me traen recuerdos del princi-
pio. Este recuerdo en mi memoria me hace entender que no pude tener
mejor madre que ella, Camí-Olea, cuyo nombre pronunciado en este mo-
mento, hace estremecer cada fibra de mi cuerpo.
Un profundo silencio se extendía sobre el auditorio, tan espeso que
podíamos flotar sobre él. Aribel estaba recordando mientras hablaba. Su
mirada desenfocada daba un aire auténtico a sus palabras. En la pausa que
siguió a esta historia, cada uno se nosotros se había trasladado a la escena.
No hablaba por conocimiento sino en sus sentimientos y eso fue un gran
contraste ese día.
- … bien amigos míos. Cuando el arco se desprenda, cuando llegue
la hora de partir tened esto en cuenta. No recordareis nada. No habrá na-
da en vuestra mente que os diga quienes sois. Yo mismo perderé el nom-
bre de mi madre y de mi padre. Olvidaré que quería hacer colinas y se
perderá para siempre esta piedrecita de mi cuello y todo lo que representa.
Creo que esto es, en pocas palabras, lo que nuestro maestro de premisas
ha contestado tan detalladamente…
Dicho esto Aribel se sentó. Todos quedamos esperando algo más. Algún
detalle. Pero sólo fue eso. Bisnan quedó esperando alguna pregunta más,
pero su expresión era de perplejidad. Molan no acertaba a intervenir. Y se
produjo un incómodo impase que nadie acertaba a solventar. Al fin Mo-
lan, a requerimientos, se levantó y dio por terminada la asamblea.

132
Los palacios de Kólob

Todos empezaron a dirigirse a las salidas. Estaban distribuidas de


forma tan eficaz que el auditorio se vaciaba como si fuese agua lo que cir-
culaba por sus terrazas. El ojo de su cúpula de abrió dejando ver un cre-
púsculo creciente. Las estrellas parecían caer desde el cenit en ramilletes
hacia abajo. Su brillo era nítido, no temblaban a causa de una atmósfera
densa. Compartían el cielo cuando Kólob se acercaba al horizonte. La
noche en Kólob no era oscura, una suave aurora permanecía dando un
tinte rojizo a todo y el extraordinario cielo estrellado hacía de esta algo tan
hermoso como el pleno día. Las cosas no eran como aquí, todo contenía
porciones de gloria. Es decir todo estaba empapado de conciencia, todo a
tu alrededor no solo formaba parte pasiva del mundo sino que aportaban
su conciencia de estar en un lugar especial. Eso hacía hermoso cualquier
momento y lugar.
Abiola se dirigió a mí después de esperar un rato.
- Kozi, ¿nos vamos?
Me costaba trabajo hablar. Algo rondaba mi cabeza sin mostrase cla-
ramente
- No Abiola, voy a estar aquí. Necesito pensar.
La respuesta de Aribel ocupaba mis pensamientos. Sus palabras
habían sido emotivas, no didácticas. Su intención no había sido de ense-
ñar, aunque esa era la impresión. Su equilibrio entre la humildad de inten-
tar elevar una colina con las manos, las risas de sus hermanos y el recono-
cimiento de su madre, había conmovido a todos. Ese acercamiento de
alguien como él a todos, había sido un golpe de efecto muy fuerte. Solo
había que estar allí para entenderlo cabalmente. Elevó sus sentimientos al
transformarlos en recuerdos. Después, una pausa y un golpe seco. “No
recordareis nada”
Había algo que no entendía. Pero me di cuenta que si había ape-
lado a los sentimientos, más que razonar debía ser consciente de qué sen-
tía, repasé de nuevo sus palabras.
Hubo una sola pausa intencionada, la primera fue por las risas de
los oyentes. En la primera parte, el dejó claro quien hablaba, el estuvo en
el principio y tenía responsabilidades de las que respondía directamente al
Gran Gnolaum. Su trato íntimo con Camí–Olea le colocaba en un plano
distinto a los demás. Mencionó sus recuerdos y la importancia de estos en
su vida. Todavía lleva colgada de su cuello el regalo de su madre. El traba-
jó desde el principio para nosotros. A continuación, después de una pausa

133
David Moraza Los palacios de Kólob

Aribel viene a decir que todo eso se perderá, incluso la piedrecita, tallada
por las propias manos de su madre, vendrá a ser quitada de su cuello y de
su memoria.
Él, Aribel, nos dijo que iba a ser desposeído de todo lo que ama-
ba y de toda su vida en Kólob. Nos vino a decir que el perdería mucho
más que nosotros. Pensé en las proporciones tan distintas entre su vida y
la mía.
Los primeros recibieron la primera cosecha de conocimiento y
era lo más valioso para ellos. Era todo lo que tenían y la sola posibilidad
de arriesgarse a perderlo era como retornar a la ventana de la inteligencia y
sumergirse de nuevo en el oscuro océano. Al fin y al cabo nosotros solo
estamos en una pequeña parcela, en una sección de una escuela y si bien
perderíamos algo no sería la totalidad de lo que una inteligencia puede
obtener en el transcurso de un arco.
Ellos ayudaron en la fundación de Kólob, podían realizar cual-
quier oficio de cualquier linaje con maestría sin igual. Poseían todos los
grados y emblemas posibles de Alteradores, formador de grumos y for-
madores. Habían sido historiadores, eran los maestros de maestros como
Bisnan. Crecieron junto al rio de la sabiduría y hundieron sus raíces du-
rante eones en la misma fuente que las casas matriarcales. Vieron crecer
los lugares densos a medida que la obra de sus padres crecía como una
marea de vida continua. Recibieron potestades, mandatos, responsabilida-
des que aún el más fuerte de nosotros temblaría bajo la presión. Vieron
formarse nuevas estrellas y mundos, dieron nombre a algunos. Fueron
abrazados y amados por los más grandes. Fueron ellos quienes iniciaron
las escuelas y las artes. Los que comenzaron a escribir el libro de la vida.
Quienes aprendieron la canción de la creación y la enseñaron a cada uno
de nosotros.
Compusieron el himno de Kólob y lo presentaron orgullosos de
su talento a sus padres, el que cantamos todos al comienzo esta tarde,
“Todos en Kólob alabamos su saber, alzamos nuestra voz hacia Kokau-
bean, no hay fin en su poder” aun se puede captar el inocente desafío para
unos jóvenes al querer sorprender a su padre con esas palabras de admira-
ción. Podía palparse en sus vidas el deseo permanente de conseguir la
aprobación, de escuchar “bien hecho, hijo mío”.
Aribel, fue uno de los pocos que vio la emergencia de nuestro
arco, de la piedra viva de los lugares densos. Escucharon el crujido impo-
nente en el oscuro hueco que llega a las entrañas de cada palacio. Vieron
134
Los palacios de Kólob

emerger de las profundidades de palacio el arco de nuestra era, de cada


casa, con sus nombres grabados en la piedra. Sus nombres pueden leerse,
porque están en la base de cada arco en cada casa.
Y más aún, algunos de ellos oficiaron como perceptivos sin for-
ma, sirviendo como nexo entre Kólob y los misterios que sólo ellos cono-
cen. Viendo las maravillas de la eternidad. Acumulando recuerdos de esos
extraños viajes que cambian al viajero para siempre, probando el néctar de
la percepción sin límite de todo lo que existe. Visitaron linajes cuyos
nombres son imposibles de pronunciar en nuestra boca, extrañas humani-
dades con vidas exóticas cuyo fruto eran conocimientos inimaginables,
seres exaltados por planes alejados de nuestra compresión. Ellos oficiaron
como perceptivos, ellos cosechadores de conocimiento, viajan a través de
toda dimensión y dominio y volvían cargados de sabiduría y relatos mara-
villosos, enriquecidos, eternamente libres. Imposible regresar de ese esta-
do para enfrentarse a una posibilidad en los lugares densos. Sin embargo,
volvieron y dejando todo esto de lado, en su momento, volvieron a su
forma humana abandonando ese estado del que es casi imposible volver.
Un estado en que se pierde todo interés en los asuntos que están fuera de
la pura percepción.
Hicieron un esfuerzo colosal, realizaron la hazaña de volver de ese estado
y mostrar en el futuro que es posible renunciar a él para trabajar en las
tareas propias del linaje. Y aún así, reteniéndolo todo en su memoria y
demostrando una obediencia a prueba de fuego. Ahora reciben el justo
reconocimiento no por ser los primeros, sino por haber hecho bien su
trabajo desde el principio.
Entonces me di cuenta de cuánto perdían, de cuánto olvidaban.
Entonces, por primera vez pude, solo entrever, toda la pérdida que supo-
nía, ser uno más y dejar atrás todos sus recuerdos y conocimientos. Todo
su bagaje acumulado poco a poco a través del tiempo. Y esta vez, no era
renunciar para oficiar en altas dignidades, como en la ocasión anterior,
sino para enfrentarse al mismo desafió que el menor de sus hermanos y
con igualdad de garantías si es que había alguna. Me di cuenta que a tra-
vés del inmenso arco de nuestra era, habían estado en cada surco, en cada
nombre escrito. Que todo ello se olvidaría al entrar en los estados densos.
Y que no había ninguna seguridad de volver a recuperar lo anterior. Es
más, el peligro de perderlo todo.
Y en ese instante de lucidez, mi admiración por Aribel y los que
son como él creció. Creció al entender sus veladas palabras, sutiles y cui-
135
David Moraza Los palacios de Kólob

dadosas. Ellos eran uno de nosotros, pero no como nosotros.


Entonces fue cuando lo vi claramente. Y me estremecí, cuando esta frase
quedo formada en mi mente. Era la cara oscura de mi conclusión. Porque
a la vez que entendía mejor a Aribel, también vi algo más.
Vi el dolor y el resentimiento.
Quede aturdido, una sensación de vértigo. Sentí que me inclinaba
al vacio para explorar un pensamiento sin fondo. ¿Podría Aribel sentirse
resentido por este hecho? Hasta ahora nunca había dudado de cómo era el
mundo, nunca me había replanteado sus cimientos, y eso que siempre me
sentí libre de ataduras con lo convencional. Hasta ahora todo el orden que
conocía, lo podía apreciar más o menos, pero estaba ahí como Kokaubean
o las estrellas. Era ilógico pensar de otra forma.
Pero pensar en Aribel dolido y resentido, era como una herida en
mi mente. Una brecha en mi confianza, una revelación de un mundo, has-
ta ahora perfecto. Ellos, los primeros, eran parte de los cimientos, si caye-
ran las estrellas no sería peor que ver caer una lágrima de Aribel a causa
del resentimiento. Y no producido por el azar de un dolor pasajero, sino
por un rugido profundo en la tierra.
La clase con Bisnan había sido una revelación sobre la profundidad de
las premisas, hasta ahora no había entendido un conocimiento tan familiar
y básico en una dimensión tan amplia. Pero unas palabras, solo unas pala-
bras, de uno de ellos, de Aribel y todo parecía tambalearse en mi interior.
Necesitaba hablar con alguien, tenía que hablar con Corina. Tenía que
verla y escuchar de sus labios qué pensaba de todo esto. Me encontraba
solo en el auditorio, no había nadie más. El atardecer incipiente de antes
sólo era un recuerdo. Un maravilloso cielo estrellado inundaba el ojo de la
cúpula abierto, con su enorme pupila dilatada, como si buscara permanen-
temente en el interior del cielo tibio de Kólob. Ni todo su esfuerzo pudo
calmar mi inquietud.
La oscuridad me envolvía y poco a poco escuche sonidos de pa-
sos a mi alrededor. El auditorio se había reducido a una plazoleta en un
barrio humilde. Estaba sentado en el banco elegido de antemano. Llevaba
los cascos puestos y mis gafas de Sol. Tardé en entender qué hacía allí.
Estaba solo y triste. Cada vez era más duro mirar a la tierra y sentir de
nuevo el peso de la existencia. Volvía a sentir la sensación de salir del agua
después de horas de estar en el mar, y soportar de nuevo el peso de mi
vida. Mi boca estaba seca y la lengua pegada al paladar. Las luces de las
casas estaban encendidas y la única farola que había dejaba un cerco de luz
136
Los palacios de Kólob

en el que yo no estaba. Un grillo cantaba desde un lugar incierto, reclama-


ba su lugar en el mundo. Desde algún lugar me visitaba el aroma a jazmín,
que, en mi memoria, siempre estaba asociado a mi abuela. Nadie parecía
reparar en mí. Solo un niño sentado en el portal del edificio, junto a su
bicicleta, me miraba atento. Tenía el móvil en mi mano, apagado, sin bate-
ría.
Lo saludé con la mano y sonreí. Siempre queriendo aparentar normalidad.
“No pasa nada”. Lo asusté. Imagino que un tipo inmóvil por horas, con
gafas de Sol en plena noche y quieto como una esfinge, que de pronto alza
una mano y sonríe es como para asustar a cualquiera.
No me levanté de inmediato. Había sido el recuerdo más largo y
vívido que había tenido hasta entonces. Mi mente estaba desorganizada,
tenía que empezar a percibir este mundo caído, triste y solitario y eso se le
hacía difícil. Enfocada, como había estado, en Kólob, colorido, brillante,
mágico e indescriptible, ahora tenía que sintonizar con algo oscuro y lú-
gubre. Era doloroso, como rehabilitar un miembro entumecido o una arti-
culación dañada.
Me preocupaba desconectar de forma tan intensa y por tanto
tiempo. Mire a mi izquierda, de donde vine. Perdí la percepción de la rea-
lidad a unos quince metros de donde estaba. Solo tenía las gafas puestas.
Lo que quiere decir que camine esa distancia, llegué, me senté y me puse
los cascos. Todo de forma automática. Y lo que es más difícil, crucé la
calle, a pesar del tráfico, con éxito y espero que no fuera por pura suerte.
Desde ese lugar hasta mi casa, fui caminando. Media hora de pa-
seo. Fui despacio, no tenía prisa.
No podía decir cómo me sentía, era todo confuso. No sabía con
quien compartir lo que me pasaba. No quería comprensión. Sólo contar
mi historia y no en el despacho de Don Enrique. Sino a alguien a quien
quisiera. En Kólob quería encontrar a Corina, aquí… estaba en la misma
situación, pero Alicia… me sentía mal de meterla en este problema. Y sin
embargo pensaba que ella tenía derecho a saber quién era antes y de dón-
de venía.
Pero hacer eso sería contravenir las condiciones por las que ella vino aquí.
Porque esas condiciones no eran las mías. Yo lo iba recordando todo po-
co a poco y no sabía por qué. El hecho es que se había producido una
tremenda coincidencia en nuestras vidas. Coincidir Corina y yo en un
mismo lugar y tiempo, sería un buen ejercicio de probabilidades. Yo no

137
David Moraza Los palacios de Kólob

creía en ese tipo de casualidades, tendría que haber un por qué. Alguna
razón para habernos encontrado en situaciones distintas.

138
Los palacios de Kólob

Capitulo 9

Mensaje en una botella al mar

139
David Moraza Los palacios de Kólob

Me daba cuenta de cómo mis sesiones de recuerdos cada vez eran


más intensas y ricas en contenido. La viveza de las imágenes y sonidos
realizaban el trabajo que un mundo real hace con sus criaturas. Me sentía
como una masa de harina a la que se le pasa un rodillo. La influencia de
mi último recuerdo en el auditorio me estaba dando una perspectiva dis-
tinta de todo.
En un principio en mi niñez yo tenía un problema de salud. De-
bido a la medicación supongo que unos doscientos millones de mis neu-
ronas estarán fuera de combate a causa de ella. Mi capacidad era un lastre
en mi vida y la de mi familia. Después, recientemente, mis dotes han sido
algo muy interesante. De hecho podría ser el centro de una fiesta de estu-
diantes donde se hubieran olvidado de la música y las patatas.
Pero esa última vez no pude anotar mi visión sin darme cuenta que las
implicaciones, de ser todo cierto, son importantes. Las impresiones han
sido muy fuertes. Aún puedo sentir la zozobra al reconocer el resenti-
miento de Aribel en sus palabras. Puedo sentir como si estuviese allí, la
sensación de estar perdido al transformarse un referente tan importante
en una incógnita difícil de resolver. La clase de Bisnan no puede ser fruto
de mi imaginación, demasiado elaborado todo, demasiado diferente de
mis lecturas e intereses.
La necesidad de salir de mí mismo y contrastar mi experiencia con los
demás era muy fuerte, yo diría que era una necesidad biológica. Así se han
enriquecido siempre los pueblos según la de sociales. Y en este momento
sólo había dos personas en mi horizonte.
Mi deseo de hablar con Corina acerca de lo que pensaba de las
palabras de Aribel, generaban la misma urgencia cuando pensaba en Ali-
cia. Deseaba compartir todo con ella, contárselo todo. Sin embargo, ella
no recordaba nada, al menos eso me parecía a mí. Y eso era así porque,
según Bisnan, el mundo estaba hecho así. Era necesario en nuestro estado.
Pero cómo explicar la coincidencia de los dos en un mismo lugar y tiem-
po. Éramos miles de millones, demasiada coincidencia y yo no era procli-
ve a creer en ellas, debería haber una razón. Al igual que en Kólob necesi-
taba escuchar su voz en esto.
Luego estaba Don Enrique, no es que fuese de mi devoción el tener que
hablar de esto con él, pero he de reconocer que gracias a su ayuda el con-
140
Los palacios de Kólob

trol de los sucesos era cada vez más una posibilidad. De esta manera pude
centrarme más en el contenido, que en el cómo se producía. No salía de
mi asombro al recordar cómo pude estar en la última vuelta casi veinte
segundos en automático y realizando tareas complejas. Sin embargo nece-
sitaba una prueba que confirmara todo lo que veía y escuchaba en Kólob.
Necesitaba encontrar a alguien como yo, con la misma facultad. Con eso
estaba suponiendo que había otros como yo. Y eso era suponer mucho,
no tenía nada en lo que basarme solo en la idea de la probabilidad. Entre
tantos millones no creo que sea el único. Tenía que intentarlo al menos y
hacerlo de una forma que no me delatara como el autor de semejante
aventura.
Se me ocurrió la idea de internet. Una página web, con un domi-
nio propio. Muchas veces se contacta mejor por un dominio significativo.
Un dominio como Kólob.es, si alguien estuviese en mi misma situación
solo tendría que teclear Kólob en el google o directamente en el navega-
dor. Mi identidad estaría a salvo y seria una botella lanzada al mar. Había
calculado el costo 10 euros el dominio y el alojamiento gratis en algún
portal de servicios. Pero había un problema, yo no tenía ni idea de cómo
hacer una página web. La idea de tener un blog en un sitio gratuito lleno
de toda clase de contenidos no me seducía. No quería asociar mi demanda
a nada que pudiera quitar o poner otro sentido que el que tenía.
Analizando la situación estaba casi completamente solo exceptuando a mi
consejero espiritual–psicológico, Don Enrique.
A comienzos de Diciembre la situación en casa era de lo más op-
timista. Mis padres parecían haber recuperado una alegría que nunca co-
nocí. Mi madre parecía no preocuparse de que el haloperidol se hubiese
acabado. Curiosamente ninguno de ellos lo mencionaba, parecían no que-
rer tocar ni respirar cerca del castillo de naipes, por miedo a que se viniese
todo abajo. No voy a entrar si eso era un defecto o una virtud por parte
de ellos, solo sé que yo tampoco iba a mencionar el asunto. Por mi parte
estaba bien como estaba.
Yo seguía preparando mis lugares de emergencia para cuando
tuviese constancia de la cercanía de un suceso, planeando todo cuidado-
samente. Las gafas de Sol en mi bolsillo. El móvil siempre cargado listo
para que sonase una llamada o un mensaje que me obligara a salir rápida-
mente. La bicicleta a punto y los itinerarios calculados para mi tiempo de
respuesta. Continuamente exploraba los alrededores para localizar lugares
reservados y poco llamativos. Era una suerte vivir en las afueras de la ciu-
141
David Moraza Los palacios de Kólob

dad y tener a disposición la tranquilidad de parajes solitarios. Aún así tra-


bajaba, como me enseñó el director, en visualizar tiempos más prolonga-
dos de tareas complejas. Visualizaba todo en mi mente a partir de diez
segundos de los primeros síntomas. A solas en mi habitación, ensayaba los
movimientos, los pasos. Parecía un ciego calculando espacios, escalones,
puertas. Pero en mi caso no sólo era la vista sino la conciencia lo que per-
día. Cuando en cierta ocasión mi padre me sorprendió en esta tarea. Tenía
mi respuesta preparada. Practicaba Taichí. Me convertí en un profesional
del disimulo y de los tiempos. Empecé a tener la sensación de control so-
bre los aspectos negativos de mis dotes.
Escribí mi último recuerdo como Don Enrique me pidió y reco-
nozco que oculté algunos detalles, como la intervención de Aribel o mi
deseo de hablar con Corina. No quería que el supiera todo, simplemente
por sentirme dueño de lo que era mío, no quería perder la sensación de
independencia hasta un punto tan evidente. También quería apartar a Co-
rina de la situación, suponía que el recordaba que la relacioné con Alicia.
El jueves siguiente subí a su despacho una hora antes de las clases. Dis-
puesto a tener una sesión de control. Estaba pensando que pronto podría
darle las gracias por su ayuda y seguir mi camino. Pero esa mañana, iba a
recibir un golpe en todos mis esquemas. Que para entonces iban siendo
bastante claros. Al entrar en su despacho, estaba repasando lo último que
le mandé. Le saludé y solo emitió un murmullo. Al parecer estaba ensi-
mismado en la lectura, así que me acomodé esperando su salida del trance.
Había cierta confianza entre nosotros y eso propiciaba que me volviese a
tener más cinco minutos esperando que terminara. Esta vez no era por
motivos de sabes–quien–manda–aquí. Supongo que repasaba lo que es-
cribí.
- La verdad es que lo que escribes es de lo más interesante. Podías
dedicarte a la novela.
Si era un chiste no lo supe, así que ni esforzándome pude esbozar una
sonrisa.
- Bueno, lo tendré en cuenta. Pero no intento copiar a Calderón de
la Barca.
- Esa es buena, esa es buena. La profesora de lengua hace bien su
trabajo. Lo dices por su obra “La vida es sueño”.
- No lo digo por la que yo escribo “La vida es complicada”
Nos reímos los dos ante mi ocurrencia, pero es que me lo puso

142
Los palacios de Kólob

en bandeja. Don Enrique tenía otro aspecto conmigo que el del primer
día. Se le notaba relajado, no tenía que representar conmigo el papel de
sabes–con–quien–hablas. Así que los dos participábamos de un ambiente
distendido.
- Al repasar tu último recuerdo – este tratamiento de mis sucesos
me costó bastante el conseguirlo – había algo que me era familiar. ¿Sabes
que es un cono de luz?
Me sentí confuso. Cono de percepción de eso hablaba Bisnan,
pero cono de luz…
- Pues no la verdad…
- Un cono de luz es la representación del espacio tiempo en la teo-
ría de la relatividad. Existe un cono de luz pasado y uno futuro. Tienen
una abertura de cuarenta y cinco grados. El cono representa todos los
sucesos accesibles a un observador en el espacio tiempo. Todo lo que esta
fuera del cono pasado o futuro son inobservables y no pueden influirse
mutuamente. El cono de luz futuro reproduce todas las líneas de futuro
posibles en las que puede influir el observador en el vértice del cono. Y el
cono pasado contiene todos los sucesos que pueden afectar al observa-
dor…
Sabía perfectamente a donde quería llegar. Guardó silencio des-
pués de decir esto y esperó a que yo dijera algo. Pero no iba a decir nada.
Por dentro notaba una bola que crecía desalojando cualquier estructura
lógica que hubiera podido construir en esos meses. Tenía la impresión de
hacer de sparring esa mañana. Y allí estaba el director, dibujando en un
folio algo muy parecido a lo que dibujé en mi relato de la clase de Bisnan.
Pero además de la rabia que sentía por tener ante mí al primo hermano de
Bisnan en forma de director, desbaratando mi mundo. Volvía de nuevo lo
que viví en el auditorio y sentí la misma daga de acero introducirse en mis
entrañas, cuando Aribel derribó con una gentil frase mi confianza en el
mapa de mi mundo en Kólob. Ahora estaba traspasado por una evidencia
en forma de un dibujo bastante malo.
Don Enrique me miró y me preguntó.
- Bueno, no sacas ninguna conclusión.
- Si supongo que la misma que la de la profesora de lengua. Una
vez nos encargo escribir un cuento de tres folios. Cuando entregué mi
trabajo me dijo que era una copia del cuento de La habichuela mágica de
Andersen. En mi trabajo contaba la historia de un muchacho que se subía

143
David Moraza Los palacios de Kólob

a un eucalipto y durante tres días subió y a la vez descubría cosas de su


vida. Yo diría que Andersen y yo coincidimos.
- O también puede ser. Que tu memoria, de forma inconsciente….
En esto hizo hincapié, en lo de forma inconsciente. No quería ofen-
derme.
- … rescatara este episodio y a ti se te ocurriera tu historia. Esto no
es extraño y no lo considero un plagio porque nuestra memoria nos sugie-
re a través de canales fuera de nuestra conciencia, ideas que para nosotros
son originales.
Yo me estaba poniendo nervioso y a la defensiva. No podía man-
tener la calma y razonar con claridad. No estaba poniendo en duda la pre-
sión de las ruedas de mi bicicleta, estaba cuestionando la veracidad de mis
relatos o lo que es lo mismo lo que más me importaba en ese momento en
mi vida. Supongo que él estaba ya considerando esto como un hecho.
- Vale Don Enrique, suponga que ese día Bisnan viene y nos expli-
ca la relación entre la circunferencia y su radio y nos dice en el auditorio
que esta es igual a 2πR, entonces usted me diría. Ves, esto es un recuerdo
inconsciente que has puesto en tu relato. Dígame ¿no podría ser que esta
relación geométrica fuese universal, tanto en Kólob como en la casa de mi
tía angelita.
Don Enrique, pensó por un momento y cambio de tema.
- Belisario no puedo pedirte que seas objetivo. Esa era una manía
de mi escuela. Verás ellos querían que analizáramos objetivamente a todos
los pacientes. Es decir nos pedían que ayudáramos a las personas pero
dejando de serlo nosotros mismos. Cuando eres totalmente objetivo dejas
de ser humano. Entonces yo me preguntaba ¿cómo podía ayudar a alguien
desde esa posición? Eso podría hacerlo con el eje de un motor, pero una
persona es un misterio. Ellos pensaban que todo tenía una explicación
mecánica y una solución química, por lo tanto había que adoptar una po-
sición impersonal.
Si el origen de tus recuerdos obedece a un suceso real o está inducido por
sucesos inconscientes, para mi tienen valor ambos. Una sinfonía lo es tan-
to si nació de la inspiración pura como de un recuerdo inconsciente. El
valor está en lo que tú le des. El juicio de la profesora de lengua es secun-
dario, lo importante es lo que comunicas al que lo lee.
- Mire Don Enrique. Para mí o lo que me sucede es cierto o no sir-
ve para nada.

144
Los palacios de Kólob

Don Enrique se le iluminó la mirada y asintiendo con la cabeza


me dirigió una sonrisa.
- Vaya eso me recuerda algo, déjame que te lo cuente.
Qué remedio, me dije a mí mismo cada vez más impaciente por
salir a respirar fuera de ese despacho. Quedaba media hora larga.
- Cuando Sigmund Freud escribió su libro “la interpretación de los
sueños” envió un ejemplar a Albert Einstein, ya sabes el tiene mucho que
ver con los conos de luz. Después de leerlo Freud le preguntó a Einstein
qué le había parecido su lectura. Einstein le respondió que él no estaba
calificado para emitir un veredicto sobre su valor científico. Ya ves él,
Einstein, decía que no estaba calificado para eso. Fue una forma muy cor-
tés de decirle que su obra carecía de valor científico y que consistía en un
relato del hombre, nada más. ¿Sabes que respondió Freud?
Iba a tener que responder sin más remedio, porque se paró y me
miró fijamente. Me molestaba esa costumbre de esperar a monosílabos
para poder continuar una charla.
- No Don Enrique, no sé lo que contesto.
- Lo mismo que tú. El dijo “o es ciencia o no es nada” y ahí estaba
su error. Ese libro se convirtió en la base del Psicoanálisis y una contribu-
ción gigantesca en la compresión de ese misterio que somos todos.
- Y sin embargo usted abandonó esa escuela, luego era nada
- No, simplemente no era suficiente que no es lo mismo que nada.
Lo que quiero decirte es que es que sea cual sea el valor absoluto de tu
experiencia, no debes centrarte en el. Sino en la utilidad que le des en tu
vida. Porque sigues teniendo una vida además de tus recuerdos… o me
equivoco?
Me sentía derrotado. Sin fuerzas y sin argumentos ¡Tan débil era
yo entonces! Ahora veo que los argumentos de Don Enrique eran total-
mente lógicos y de difícil refutación. Sin embargo cuando estaba en la más
profunda tristeza, que para mí consistía en desechar la idea de que todo
había existido como yo lo había visto. Cuando empecé a dudar de todo
me vino a la memoria la imagen de mi madre Jana. Me sentí reconfortado
y con una cierta tregua en mi mente, de forma que pude empezar a tejer
mis frases con más tranquilidad.
- Don Enrique ¿y los sentimientos? ¿También son asociaciones de
recuerdos? Usted leyó sobre mi madre Jana, lo que sentí al estar en su pre-
sencia, no puedo describirlo. Solo sé que si me dieran a elegir volaría a su

145
David Moraza Los palacios de Kólob

lado y me convertiría en una piedra de su jardín solo para verla durante


unos segundos al día. Porque ahora que lo recuerdo el corazón me salta
del pecho. Usted no sabe nada de esto… no sabe nada. Esto que le digo
no está aquí… no es de aquí. Esto que sentí es de otro sitio. Nadie puede
imaginar a alguien como ella, porque nadie ha concebido alguien así. Y no
tiene que ver ni con conos ni con 2πR.
Don Enrique dio la vuelta al sillón y miro a la pared a su izquierda, al
cuadro donde estaba su maestro.
- No eres el único Belisario. Hay muchos que han tenido esas
emergencias espirituales, emergencias en el sentido de emerger del fondo.
Algunos fueron tildados de brujos, otros de locos y los menos de santos.
Algunos de ellos han aportado a la humanidad mucho valor y riqueza. Y
no importa el origen exacto de su experiencia.
- A mí sí me importa. Quiero saber si Jana es mi madre o es un
producto de la colisión de varias corrientes nerviosas en una neurona de
las que me quedan sanas. O si es el efecto de un rayo gamma en el lóbulo
izquierdo de mi cerebro. O si Bisnan es un maestro de premisas o la pro-
yección de mi abuelo Francisco en mi subconsciente.
Don Enrique cerró los ojos y se recostó en el respaldo. Mantuvo
silencio unos momentos. Lo agradecí porque necesitaba un respiro. La
adrenalina estaba a la baja.
- Belisario ¿sabes quién es Inmanuel Kant?
- Supongo que otra aportación de mi subconsciente a mi historia.
Don Enrique sonrió de forma cansada, resignado a mi ironía
cuando me sentía acorralado e impotente. Ese gesto, esa sonrisa de Don
Enrique era la primera vez que la veía, me impresiono saber que era capaz
de expresar una emoción tan sutil. Yo no podía evitarlo y sé que estaba
mal, no solo por el hecho en sí, sino por mostrar mi débil situación.
- Kant decía que la existencia del hombre obedecía a tres pregun-
tas. Qué debo, qué puedo y qué espero. Son las premisas de Kólob Belisa-
rio. Solo que Kant nació en 1724. Qué importa si está Kant detrás o Kó-
lob. Lo importante son las preguntas o las premisas como quieras llamar-
lo.
Ese fue el gancho que esperaba de un momento a otro. También
las premisas fluían de mi memoria. Quizás por casualidad un día mientras
dormía o almorzaba, daban en televisión un documental de la 2, el narra-
dor menciono este aspecto de la obra de Kant, esas preguntas. Mientras

146
Los palacios de Kólob

comía un plato de pescado frito y mi hermana terminaba con la ensalada,


sin esperar a nadie como siempre hacía. Pues en ese momento en que yo
me quejaba sobre su fijación con la lechuga. Un canal anónimo en mi ce-
rebro, sin mi permiso, guardaba en mi archivo principal este dato. Con
una intención muy zorruna, gestaba en ese momento una broma de mal
gusto. La de amargarme la vida con una película en 3D. Pero estaba cojo-
nudamente hecha, vamos para engañar a cualquiera que no fuera un sale-
siano con una cabeza descomunal para resolver misterios.
Recuerdo que me abandonaron las fuerzas, me sentía como des-
pués de correr quince kilómetros. Pero sin la agradable sensación del ejer-
cicio terminado. Dicen que es por las endorfinas. A mí eso me recordaba
a las primas josefinas de Dos Hermanas, también la ocurrencia de poner a
las dos el mismo nombre. Hay padres que son bromas. Sentía un cansan-
cio sordo, sin segunda parte. Un cansancio sin mensaje, eso que normal-
mente dice el estar cansado “vaya paliza que te has dado” “te mereces un
descanso”. No este no decía nada, era un cansancio fantasmal. De derrota,
más bien decía “cierra los ojos y duérmete por ahí” y para decir eso mejor
que no viniese. Me levanté despacio y me dirigí a la puerta, no dije nada. Y
para mí eso es algo extremo, siempre tan cumplido con la sonrisa de “jo
que golpe más tonto, no pasa nada…hiiii”. Pero estaba realmente mal.
Don Enrique, se dirigió a modo de despedida.
- Nos vemos.
No respondí. No estaba enfadado ni con rencor. Simplemente
estaba vacío, no tenía ninguna palabra voluntaria para salir. Lo miré y me
di la vuelta en automático pero esta vez aturdido al observar las ruinas que
tenía que arrastrar hasta el Aula M. Que estaba a un montón de metros, de
los del sistema métrico decimal, que eran los peores en este momento.
Porque cada recuerdo de Kólob me pesaba como una tonelada y multipli-
car a todos por sesenta metros me salían una cifra de Kilográmetros bes-
tial. No sabía si iba a tener fuerza para llegar a la clase y menos para aten-
der. Al menos tenía la ventaja de que mi popularidad me creaba un cómo-
do espacio vacío a mi alrededor. Por lo tanto mi atmosfera comunicativa
era ligera de llevar. Me proporcionaba el único placer de los derrotados. El
del silencio.
Los días siguientes transcurrieron en el dulce sopor de la mono-
tonía. Pero siempre presente la sensación de tener clavado en el pecho un
hierro de unos veinte centímetros.
Dude algunos días en ir a correr al parque Amate y tener la suerte de en-
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David Moraza Los palacios de Kólob

contrarme con Alicia. Pero inmediatamente se presentaba una imagen de


ella preguntándome de forma directa y demoledora. Y responder con un
hierro clavado en el pecho es difícil, ya de por si lo es correr. No tenía
energías para eso, no estaba entero y no sabía cuando iba a estarlo. Ahora
tampoco estaba seguro de quién era ella. Si eran la misma persona o una
proyección ectoplásmica de algo.
Las coincidencias de los conos de luz, las cuestiones fundamen-
tales de Kant martilleaban mi cabeza sin parar. Y la pregunta de ¿sigues
teniendo una vida además de tus recuerdos? Esa estaba bien afilada de-
monios de pregunta. ¿Ese era el billete a pagar por recibir ayuda? ¿La du-
da, el cuestionarme todo? No estar seguro de nada. Dividir mi vida como
lo estaba mi cerebro. Un hemisferio creyente en lo trascendente y otro
cuestionándolo todo. Iba a tener que batallar con ambos.
Deje de asistir a las citas con Don Enrique. No me interesaba
trabajar en mis recuerdos desde el punto de vista Universal del de no im-
porta lo que sea, qué te dice. Yo no me sentía una ONG, sino un indivi-
duo con necesidad de respuestas sencillas. Verdad o mentira. Cierto o fal-
so. Existe o no. ¿Era pedir mucho?
A medida que pasaban los días empecé a correr por mis sitios de
costumbre. Empecé a recibir la caricia de las tardes. Si llovía alargaba la
carrera hasta empaparme de la lluvia. Quería que me dieran su impresión,
notar la presencia del cielo en mi piel, una unión cercana, la imagen del
cielo única e irrepetible sobre mí. El olor a tierra mojada. Esto y el tiempo
empezaron a ejercer sobre mí una especie de terapia tranquila. Una cica-
trización de la herida abierta en el pecho. Poco a poco encontré la resig-
nación. La aceptación de que las cosas no son sencillas de entender.
Fue una tarde, después de correr y esperando la cena. Sentía un
cansancio agradable y honrado. Me había duchado, pero aun seguía su-
dando. Unas gotas gruesas y limpias. Mis pensamientos eran reposados,
sencillos. Cansancio, hambre. Mi familia. Todo bien.
Abrí mi gastado ejemplar de Diálogos de Platón por la señal que deje la
última vez, hacia ya de esto bastante tiempo. Intenté encontrar lo último
que leí en el Fedón, el dialogo entre Sócrates y Simmias. Lo encontré.
¿Qué escogerías pues, Simmias? ¿Nacemos con conocimiento o vol-
vemos a acordarnos de lo que sabíamos y habíamos olvidado?
Había allí una respuesta sencilla a mi dilema. Nos acordamos de
lo que habíamos olvidado. Bisnan nos dijo que no perderíamos todo. Que
deberíamos saber escuchar y algunas impresiones nos serían familiares.
148
Los palacios de Kólob

¿Sería posible que mucho conocimiento del que disponemos se encuentre


en nuestra memoria? Pero no ya en la memoria traicionera de la vida
normal, esa que me ha fastidiado durante todo este tiempo. Sino una me-
moria residual de un mundo olvidado. Entonces 2πR sería lo mismo allí
que aquí. La verdad sería la verdad allí, aquí y en casa de mi tía angelita. La
coincidencia no sería extraña sino lo normal.
Si el cono de luz es una representación de las trayectorias de un
rayo de luz en el Universo, eso debería ser así aquí y en Pekín. Por qué
esperar algo distinto. Somos los mismos, aquí y allí. Bisnan solo extrapoló
esta ley a un plano moral, por eso recibió la felicitación de Aribel, por su
originalidad en la enseñanza de las premisas. Siempre podemos ver las
cosas de un modo o de otro, no hay una sola cara. Yo había escogido el
lado difícil, la cara oculta de la Luna, porque la otra era la que todo el
mundo ve. Julio Verne era yo.
Había buscado sobre Kant en Internet y encontré algo que me
dio qué pensar. El dijo:
“Dos cosas llenan el ánimo de admiración y respeto, siempre nuevos
y crecientes, cuanto con más frecuencia y aplicación se ocupa de ellas la
reflexión: el cielo estrellado sobre mi y la ley moral en mi”
El cielo estrellado sobre mi y la ley moral en mí. ¿Es posible que un ser
temporal y determinado sea capaz de producir un pensamiento así? Podía
llevar esa frase a Kólob y sería un elemento más del paisaje. Cuando re-
cordé esa noche en el auditorio, con la bóveda abierta a ramilletes de es-
trellas cayendo como cascadas al horizonte, podía imaginar a Kant senta-
do allí en mi sector, dos bancadas abajo a la izquierda. Con su perfil acha-
parrado y su sonrisa tímida. Maravillarse de ese espectáculo. Y esa misma
maravilla trasladarla a su interior para observar el milagro de la ley moral
que está en su interior. No era en absoluto difícil pensar en Kólob como
un sitio real cuando leía las palabras de Kant. El comparó las dos maravi-
llas, una inalcanzable e infinita, creada y otra igual pero encerrada en sí
mismo. Somos grandes como las estrellas. Grandes como Aribel que estu-
vo presente en el nacimiento de muchas de ellas.
Y ese pensamiento me agradaba, sin una razón que lo apoyara.
Simplemente me hacía sentir bien. Y ¿Acaso ese sentimiento no es una
brújula? Había pasado por un infierno esos días y poco a poco los elemen-
tos de mi vida se integraban en una nueva forma. Una forma más reposa-
da, menos pretenciosa. Reconociendo que las cosas son complejas y que
es nuestra voluntad la que elige un camino, la dirección en la que mira
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David Moraza Los palacios de Kólob

nuestro cono de luz. Nosotros elegimos en cierta forma el mundo que


vemos.
Decir que superé la versión de banda ancha que Don Enrique me
propuso acerca de mis recuerdos sería pretencioso de mi parte. Más bien
conseguí una actitud más flexible ante las distintas formas de entenderlo
todo. Conseguí aceptar que un compromiso por mi parte de actuar en un
sentido, no tenía por qué ignorar otras explicaciones como la propuesta
por mi director. Era optar por un camino sabiendo la existencia de otros.
Yo me había decidió por el camino que mi corazón me indicaba, creer en
la veracidad de mis experiencias sin dejar de ver otras interpretaciones.
Pensé en seguir trabajando con él en el terreno común que teníamos, que
era el del control de la experiencia. Yo a cambio le daría mis relatos para
que el pudiese trabajar en su propia interpretación del hecho.
A pesar de todo no podía dejar de reconocer la ayuda que me había dado,
los éxitos conseguidos. Decidí continuar con las entrevistas en su despa-
cho hasta que pensara de otra forma.
Los días pasaban y mi seguridad aumentaba. Iba formándose en
mí un punto brillante. Tan solo una estrella del cielo estrellado del que
hablaba Kant, en mi interior.
El asunto de la página web me rondaba en la cabeza de forma intermiten-
te.
No se habían producido más incidentes en clase en los que yo estuviera
implicado. Era totalmente transparente, en lo que se refería a la actualidad
en el instituto.
Nos encontrábamos Un Jueves, en la última hora en el taller de
informática. Era parte de la clase de Nuevas tecnologías. Había que hacer
una hoja de cálculo para un trabajo de química. Alicia estaba en la fila de-
lante de mí a la izquierda. No podía dejar de ignorarla, era como la estrella
polar. Todo giraba a su alrededor, incluidos todos los de clase. Sin embar-
go ella era fría, una estrella lejana y fría.
Mientras miraba la pantalla del ordenador, me lamentaba de ha-
ber irrumpido en su vida de la forma patética en que lo hice el primer día,
me sentía tatuado en la frente por esto “impredecible”. Lo peor que pue-
des ser para una chica. Había intentado todo ese tiempo ser normal. Vestir
correctamente, cosa que para mí es un esfuerzo. Participar en clase de
forma normal, aprender algún chiste por si la ocasión lo requería. Contro-
larme en todo momento era ya una disciplina en mí, observarme, estar
atento a cualquier indicio de la cercanía de un recuerdo. No caer en la al-
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Los palacios de Kólob

garabía y el desorden. En definitiva podía decir que aparentaba cincuenta


años. Todo lo que fuese contrapesar la imagen nefasta de ese día.
Yo deseaba que el ruido diario, día tras día fuese depositando una
fina capa de olvido sobre mí, redimir mi falta. Tan bien lo hice, que algu-
nos empezaron a pensar que yo era un bromista extremo y que aquello fue
una broma macabra para ligar de manera algo exótica. Eso lo consideré un
triunfo. Pero como todo en la vida la versión morbosa era la predominan-
te. Creo que lo único válido de mi esfuerzo por arreglar mi imagen fueron
dos cosas. Mirar a todos a la cara sin miedo a hablar y controlarme en to-
do momento ante provocaciones o indirectas. Me blindé, porque sabía
que si perdía el control sería la confirmación de mi idiotez, nadie lo inter-
pretaría como la reacción normal de un joven. El título de tarado oficial
parecía todavía vacante, yo estaba al filo de ser campeón absoluto y no iba
a consentir que ningún empujón me lo otorgase a perpetuidad. Eso sería
lo que definitivamente me alejaría de la única persona que me interesaba
de verdad.
Yo estaba construyendo un puente hacía ella, hecho de paciencia
y constancia. Quería ganarme la oportunidad de volver a hablar con Alicia
de nuevo, ya que desde que coincidimos en el parque Amate, no tuvimos
más conversación que “hola” “hasta luego” y eso para mí eran dos gotas
de agua en mi desierto. Buscaba la ocasión de dirigirme a ella, encontrar el
modo, pero no era fácil, me sentía inseguro de mi mismo. La última vez
que hablamos, yo estaba extenuado, casi moribundo. Al final algo le mo-
lesto de lo que dije y se despidió de forma urgente.
Yo sabía que no tendría muchas más oportunidades, y me jugaba
mucho. No sólo me gustaba además de eso había un misterio común. Una
historia maravillosa para contarle. Quería tener la oportunidad de hacerlo
de la mejor forma. Lo mejor que pudiera, entonces aceptar lo que viniese.
Porque yo no estaba dispuesto, y así lo había decidió, ocultarle nada.
Mientras pensaba en todo esto, me había olvidado de dónde esta-
ba. Alguien estaba tocándome el hombro, por detrás.
Al mirar, no podía creerlo. Era Alicia.
- ¿Qué haces? La clase ha acabado.
Maldición de maldiciones. La clase estaba vacía, yo me encontra-
ba mirando a una hoja de cálculo en blanco, donde después de cuarenta y
cinco minutos debería de contener algún signo de inteligencia. Y ella me
hacía una pregunta ¿qué haces? y dándome a entender que no me había
enterado que se habían ido todos. Y claro qué hago durante cuarenta y
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David Moraza Los palacios de Kólob

cinco minutos mirando una pantalla en blanco. A cualquiera esto no le


supondría ningún inconveniente, pero en mi caso, era una pesa de cin-
cuenta kilos atada a mi pie y lanzada al abismo. Me empezó a invadir la
desesperación. Pero ocurrió un segundo milagro como el del parque Ama-
té. Había una ventana minimizada en la barra de tareas. Era un web de
alojamientos gratuitos que había pensado consultar al principio. Entonces
vi la luz. La maximicé y entonces fui yo el que pregunté.
- Alicia ¿sabes algo de páginas web?
- Algo sí, tengo una. ¿por qué lo dices?
- ¿La hiciste tu misma?
- Si, por qué.
No podía creer mi suerte. ¿Hay alguien ahí? ¿Un gnomo?
- Es que quiero hacer una web y no tengo ni idea. He comprado un
dominio, pero no sé cómo seguir.
En ese momento me di cuenta que improvisar no es bueno. La pre-
gunta siguiente iba a ser qué dominio y lógicamente querría saber de los
contenidos. Esta vez no iba a equivocarme Me había metido yo solo en la
trampa. Revelar mi identidad con el nombre de dominio, es increíble. Me
sentí de lo más torpe. No sé cómo iba a salir de esto. Ella sin embargo
sonrió, el tema le interesaba.
- ¿Qué dominio has comprado?
No me equivoqué. Ahora tendría que seguir hacia delante. No había
salida.
- Kólob.es
- ¿De qué va?
Bien todo se cumplía mis facultades estaban intactas. No sabía qué
responder y creo que empecé a ruborizarme, estaba claro que lo tenía muy
crudo con Alicia. No me salía nada a derechas. Ella siempre me ponía en
jaque. Había imaginado otra escena para abordar el tema. Una situación
algo más digna para mí. La primera babeando, la segunda al borde del in-
farto y ahora en blanco total. Bien era el momento de seguir acudiendo a
la verdad, mi verdugo.
- Veras… es un poco…
- ¿Difícil?... si ya me he dado cuenta que tienes una vida algo difícil.
Cada vez que te hago una pregunta me da la impresión de plantearte un
problema de matemáticas… chico tan complicado es decirme de qué es la
web.

152
Los palacios de Kólob

Decidí hablar francamente, no podía ir con rodeos con alguien como


ella. Si lo hacía el puente que había estado construyendo tan pacientemen-
te se vendría abajo. Una cosa era cierta, ella podía estar camino de la para-
da del autobús, con sus amigas. Sin embargo llevaba cinco minutos ha-
blando conmigo, cuando la clase había acabado. Y eso era mucho más de
lo que yo podía esperar.
- Te acompaño a tu casa y en el camino te lo explico todo…
Ella se quedo muda. No lo esperaba. Ahora era yo quién tenía la
iniciativa. Continué hablando.
- … bien, solo te pido esto. Alicia, no quiero molestarte, te explico
la cuestión y luego tú decides si quieres ayudarme o no. Si te interesa o
prefieres dejarme un libro de diseño web, pero necesito un poco de tiem-
po para que lo entiendas.
Me miró. No sé si pensaba en que se le olvidó el spray de defensa
o si había algún tramo solitario de regreso a casa.
- ¿Me puedo fiar de ti? No serás un pesado de esos que solo…
- Alicia, puedes confiar en mí…
No recuerdo haber dicho algo con más sinceridad que esas pala-
bras. Pero no sabía si eran verdad. ¿Realmente podía confiar en mí? Ella
estaba en el centro de toda mi historia. Si yo estuviera en su lugar y supie-
ra de qué va todo, quizás buscaría un manual de html y le deseara suerte.
O quizás no, quizás sintiera algo, aunque fuera simple curiosidad.
- Bien vamos, mi autobús sale en cinco minutos. Vivo en Nervión,
lo digo por si te pilla lejos ¿A propósito dónde vives?
- Vivo por el Cerro del Águila, pero no te preocupes. Me gusta an-
dar.
Bueno supongo que ella pensaba que alguien que va a andar todo
ese trayecto de vuelta debería de tener mucho interés en que le escucha-
sen.
Camino a la parada de autobús, nos caían miradas de curiosidad que
me incomodaban bastante. No por mí sino por Alicia. Yo no quería que
se burlasen de ella por verla conmigo. Algunas risas.
- Mira Alicia si quieres nos vemos en algún sitio, y seguimos ha-
blando.
Ella se paro, casi enojada por mi comentario. Y contestó algo que
me impresionó bastante, pues hablaba de su independencia de carácter.

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David Moraza Los palacios de Kólob

- Oye mira, si lo dices por las burlas de estos, ni te preocupes. Lo


que no sé es cómo lo aguantas, porque te veo capaz de enfrentarte a ellos.
No eres de los que se esconden. Lo tuyo es paciencia o una promesa ¿no?
- Bueno digamos que si no la tengo, todas las papeletas de ser el lo-
co de la clase están en mi mano. De verdad que lamento la vez que…
- Venga ya, estos que tanto hablan los he visto colocados y beodos.
Te aseguro que se les ve muy poco elegantes entonces. Lo tuyo no sé de
qué va, pero me pareces más normal que la mayoría.
Estuve a punto de preguntar ¿de verdad lo crees? Pero me contuve.
Sentí un gran alivio al escuchar su concepto sobre mí, que no dejaba de
ser el de considerarme una persona normal. Pero eso para mí estaba mejor
que bien. De hecho era fantástico, retrocedí en un minuto un paso del
precipicio. Por otro lado escuchaba el tic tac de una bomba a punto de
explotar. Viendo su personalidad marcada, no sé si iba a considerarme
normal después de escuchar lo que tenía que decirle. En ese momento la
alegría y el miedo estaban en el mismo lugar en mi mente. Y eso física-
mente es imposible ya que viola el principio de impenetrabilidad de la ma-
teria. Dos cosas no pueden estar en el mismo lugar y al mismo tiempo.
Bueno pues eso no era verdad estaba feliz y a la vez muerto de miedo.
Empecé por el principio. Mi infancia y mis desvaríos. Las preocupaciones
de mi familia. Los tratamientos y sus efectos. Algunos de mis recuerdos.
No me interrumpió hasta que llegué a las citas con Don Enrique.
- Ahora entiendo por qué siempre estas allí, el primero. No sabía
que era psicólogo y que había hecho matemáticas.
- Pues ya ves, los curas se ve que tienen tiempo para estudiar.
- ¿Entonces, no es esquizofrenia?
- No, veras. El dice, que es una habilidad que tengo. Solo que no
podemos entender su sentido. No necesita tratamiento porque no es una
enfermedad. Es una capacidad de recordar sucesos que no son de aquí.
Alicia no perdía el hilo de lo que le decía.
- Pero esos recuerdos son auténticos o son imaginados. Lo que me
has contado de Corina con el álamo ese, es muy bonito, pero ¿es verdad?
- Esa es la cuestión Alicia. Don Enrique me comento que algunos
aspectos de mis recuerdos pueden ser aportaciones involuntarias de la
memoria, que después de forma inconsciente se añaden a un suceso ima-
ginado. Que dan la impresión de que recordamos. El dice que lo que im-
porta es el mensaje que traen no cómo se produce el mensaje.

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Los palacios de Kólob

- ¿y tú qué crees?
- Yo creo que son auténticas, pero no tengo seguridad completa es
por eso que quiero hacer la web.
Nos sentamos en la parte de atrás del autobús. Mientras le habla-
ba de Jana, mi madre, Varanto, Abiola, Bisnan el maestro de premisas,
Aribel, Morón. Los describía como si estuviesen allí, pero omití la de Co-
rina. No quería entrar en ese tema y esperaba que ella no me lo pregunta-
ra. A medida que mis palabras salían experimentaba una sensación de rea-
lidad. Cuando describía los paisajes de Kólob, los lugares densos, parecía
como si todo tomase consistencia, como si realmente hubiese un lugar
que correspondía a esas descripciones.
Le detallé mis últimos logros en el control de los recuerdos. Ya
no pensaba generar escenas como la que ella vio. Podía tener una margen
de control en el inicio.
Al bajarnos del autobús, en Nervión, caminando hacia su casa, se sentó en
un banco, situado en la calle. Por supuesto yo me senté a su lado. Pero eso
me puso alerta. Se suponía que yo la acompañaba a su casa. Sin embargo
alargó el tiempo al sentarse.
- Cómo era Corina. Te dirigiste a mí por ese nombre ¿te acuerdas?
Yo no quería entrar en ese tema. Era demasiado por hoy. No
quería asustarla. Pero era difícil escapar de Alicia cuando se empeñaba en
algo que quería saber.
- Era de tu estatura. Ojos almendrados y profundos como los de
mi madre Jana. Rostro ovalado y normalmente seria. Pero cuando reía se
le formaban unos hoyuelos muy graciosos en sus mejillas. Le apasionaban
las plantas y los álamos. Me contaba de sus conversaciones con ellos. Los
dos podíamos hablar horas y horas. Yo me contentaba con eso, con escu-
charla. Entonces es como si todo cantara para mí. Veras no era solo su
conversación, también su voz me acariciaba como si fuera una brisa fres-
ca. Sus ojos eran brillantes y sin fondo, podía hablar con ellos sin necesi-
dad de decir nada. Por eso yo siempre atendía a su mirada tanto como a
sus palabras. Ella podía decir las cosas más increíbles como si lo que dijera
fuese común o sin importancia. Y eso para mí le daba una sencillez encan-
tadora.
Nunca destacaba entre los demás, permanecía en segundo plano. Más bien
observadora. Sin embargo sentía que ella comprendía todo, lo captaba
todo con una inteligencia fina y sensible. Si andaba a su derecha, pensaba

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David Moraza Los palacios de Kólob

que el mundo de mi izquierda estaba cubierto y explicado. La sola des-


cripción que hacía de las cosas me revelaban más que mi propia visión. Y
a veces se reía de mí por mis preguntas tontas. ¿es que no lo has visto? Me
decía. Pero yo solo le contestaba “sí, pero cuéntamelo tú” y entonces la
escuchaba y era como descubrir una música siempre nueva, desconocida.
Pasábamos mucho tiempo comparando flores y diseñando una especial,
yo tenía un encargo de Jana y Corina me ayudo en esta tarea. Le divertía.
- ¿Corina diseñaba flores?
Alicia tenía la mirada desenfocada, perdida en la distancia. Yo
supuse que era tiempo de acabar aquella charla. Había algo especial en ese
momento y temiendo que desapareciera o yo lo estropeara, deseaba salir
corriendo para congelar esa sensación para siempre.
- Oh, perdona no te he hablado mucho de ella. Pertenecía a la casa
Silam ellos diseñaban el mundo vegetal. A ella le divertía diseñar flores.
Algunas de ellas eran de cuento de hadas. Le pedí ayuda para una flor para
mi madre Jana.
- ¿La querías?
Alicia me desconcertaba. A qué venía esa pregunta, claro que
después de hablar de Corina en los términos de antes, había que ser tonto
para no darse cuenta de lo apropiado de la pregunta
- Supongo que sí…
- Oye Belisario, esas cosas no se suponen. Son o si o no. No te
pregunto por el teorema de Pitágoras. Cambiaste de… domicilio por ella
¿no?
Empecé a reír, lo de cambio de domicilio era chistoso en térmi-
nos de la vida de Kólob.
- Bueno domicilio. Si cambie de Casa y escuela por ella. Es cier-
to…perdón la pregunta… sí la quería.
- ¿Por qué me llamaste Corina el primer día de clase?
Ella debería ser interrogadora profesional. Podría arrancarme el
número de cuenta de mis padres si quisiera, aunque yo no lo supiera. Pero
estaba en su derecho, era yo el que solicitaba que me escuchase por lo
tanto debía contestar a sus preguntas. Y esa era muy especial.
- Te llame Corina porque ella se parecía a ti.
- Ya, tengo una prima que se parece a mí como una hermana.
¿Cuánto se parecía a mí? De uno a diez, cinco, ocho, dos.

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Los palacios de Kólob

- Se parecía mucho.
Entonces ella se levantó. Y volviéndose me miró a la cara.
- Mira, estoy harta de que me engañen, mi padre, mi madre. Los
colgados que me rodean. Todos buenas palabras, todo sonrisas y luego
que te den. Tú vienes con una bonita historia. Te hago una pregunta y me
dices que se parecía a mí. Después de verte esa mañana cómo me mirabas,
yo diría que la estabas viendo a ella. ¿Por qué no dices? Eras tú Alicia, no
te parecías a ella porque Corina eras tú. Y siempre perdona…perdón. A
qué viene todo este… tiento… ¿vas a venderme un quitamanchas?
Yo me levanté para contestarle. Temiendo perder la última opor-
tunidad que tenía de contactar con ella. Me guarde mucho de alzar la voz
como ella, pero no pude evitar cierta emoción. Son las consecuencias de
mi entrenamiento en la observación de mí mismo.
- ¿Por qué? Te lo diré Alicia. Porque eres la única persona con la
que he hablado de esto y me ha dirigido la palabra por segunda vez. Y
tengo miedo, un miedo atroz a ofenderte, asustarte o a hacer algo que
rompa este hilo. Y tengo miedo a hacerte daño al compartir algo que es
una carga en cierto modo, a ser injusto contigo. Y tengo temor de que
pienses que quiero ligar contigo y monto esto para hacerme el interesante.
Porque maldita la gracia que tendría esto de ser una broma. Si quieres lo
olvidamos y te doy mi palabra que no te molestaré en lo más mínimo por-
que he aprendido a renunciar a muchas cosas, pero por primera vez veo
algo allá al fondo que pude ayudarme a entender. Puedo seguir adelante
solo, lo he hecho hasta ahora. Pero si quieres ayudarme, te lo agradezco y
no voy a atarte con ningún compromiso y quiero que no sientas ninguna
carga, simplemente porque no la tienes. Pero ¿quieres una respuesta? Pues
sí, demonios, sí, tú eras ella, ella era tú. Y no por eso espero nada de ti.
Eres absolutamente libre de mandarme a paseo, es más si lo haces lo vería
de una lógica total. Es más también, me pregunto cómo no me has man-
dado a tomar viento todavía.
- Lo haría, te mandaría a paseo ahora mismo, pero de aquí al Cerro
no es un paseo hijo mío, es una caminata de narices.
Yo quedé perplejo, pasar de mi discurso lleno de convicción a este
comentario me desoriento bastante. Ella empezó a reír y yo sonreí. Siguió
riendo y unos hoyuelos muy graciosos se formaron en sus mejillas. Y su
risa desbarató cualquier cosa debajo de la luz del Sol o de Kokaubean.
Empezamos a reír los dos de tal forma que ya no podíamos parar. Algu-

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David Moraza Los palacios de Kólob

nos que pasaban nos miraban sospechando las cosas de costumbre y al


verlos más difícil se hacía el final de aquello, reíamos de nuestra propia
risa ya que no de la situación. Decidimos andar mientras íbamos en direc-
ción a su casa. La respiración nos ayudo a calmarnos un poco. Las lágri-
mas rodaban por nuestras mejillas.
Alicia se dirigió de nuevo hacia mí.
- Mira te aseguro que no me asusto fácilmente, tengo cierto entre-
namiento. ¿Cómo piensas que una web va a ayudarte en esta cuestión?
- Quiero que salga en google cuando alguien busque algunas pala-
bras clave… encontrará mi página Supongo que si hay alguien con la
misma experiencia que yo, podría ocurrírsele buscar a alguien en internet.
Alicia, pensó durante unos momentos.
- No es mala idea, pero eso va a costar algo de tiempo. En google
es cuestión de esperar un poco para salir en las primeras. ¿Has pensado
dónde vas a alojarlo?
- En eso estaba… bueno no estaba en eso cuando viniste. He bus-
cado algún servidor gratuito para alojar el dominio, pero no he visto nada
por ahora.
- Eso es fácil, no busques más. Tengo un alojamiento multidomi-
nios, puedes alojarlo en mi espacio.
Esta chica no dejaba de asombrarme.
- Pero bueno, a qué te dedicas. Es que haces páginas web.
- Veras un alojamiento multidominio en EEUU es más barato que
uno normal aquí. Así que para alojar mi página me salía más barato allí.
Para mí, que no había salido de mi ciudad, excepto para ir a la
playa en los veranos con mis padres, escucharla a ella hablar de Estados
Unidos como el que va a comprar pan a la esquina de su casa era del todo
increíble. Y creo que se me notó en la cara porque me miró y empezó a
reír otra vez.
- Bueno qué pasa, no he tenido que viajar para eso. Se hace por el
ordenador ¿Sabes?
- Sí, pero en ingles ¿no?
- Oh yes, don´t you speak English?
- Oui
Mientras nos reíamos llegamos a su casa. La calle se llamaba San-
to Domingo de la Calzada. Una calle cercana a la Gran Plaza.

158
Los palacios de Kólob

Yo iba literalmente flotando por la acera. Aproximadamente a cinco


centímetros del suelo. Creo que nadie lo notaba. Era un globo de feria
atado a ella y sin embargo ella ni lo sabía. Nos despedimos hasta mañana,
nos veríamos en clase. Y de pronto sentí miedo porque no sabía cómo
dirigirme a ella cuando estuviesen observándome todos.
No podía creérmelo. Me costaba entender cómo una chica tan
hermosa podía tratar con alguien en mi condición. No es que yo me sin-
tiera menos que nadie, no era eso. Yo tenía una autoestima aceptable para
alguien en mis circunstancias. Simplemente alguien como ella podría ser
mucho más exigente, podía permitírselo y sin embargo estaba relacionán-
dose con una persona extraña, con un comportamiento raro y con una
presentación inicial catastrófica. Y eso seguía siendo un misterio para mí.
Lo entendería en una chica desesperada por encontrar alguna amistad.
Pero ella no tenía apariencia de eso. Y para mí era guapísima, también he
de decirlo.
Siempre he tenido cierta conciencia de mis posibilidades en cuanto a las
chicas. Para mí es fácil sabes si molesto o no y he odiado el parecer pre-
suntuoso o pesado por tener un concepto exagerado de mi mismo. Eso
me lo ha proporcionado el conocer mis problemas y estar en alerta per-
manente.
Sin embargo Alicia, me confundía. Daba la sensación de que el espacio
que ocupaba mi cuerpo en la clase podía muy bien ser ocupado por aire o
serrín, eso a ella le era indiferente. Eso lo entendía. Lo que no comprendía
era cómo después se acerca a mí, me toca en el hombro y acabamos rién-
donos como ese día. Me daba la impresión de ser una mascota. Su dueño
pasa de ella y de pronto se acerca, le acaricia y le dice “salta monito”.
Ese pensamiento era una posibilidad más. No me hacía gracia, pero estaba
ahí otorgado por los temores que siempre me acompañan. Por otra parte
había un cierto desengaño en sus palabras en cuanto a las personas. No
sería así conmigo, me juré a mi mismo que sea lo que fuere aquello que la
desengaño, no le pasaría eso conmigo.
No me di cuenta que llegue a casa hasta que no vi la puerta de mi
bloque de viviendas. Había estado tan absorto en la conversación que tu-
vimos que no había sido consciente del trayecto. Tuve una sensación de
felicidad que duró todo el día.
Mi madre me miraba curiosa.
- Va todo bien, Belisario. Has venido tarde

159
David Moraza Los palacios de Kólob

- Va todo bien mamá, como nunca.


- A qué viene ese entusiasmo.
- Pues porque por fin entiendo el cálculo de las funciones deriva-
das.
Pase la tarde ayudando a mi hermana Mari en sus tareas. Me sen-
tía una buena persona, mejor que nunca. Mari me miraba curiosa por lo
extraño de mi repentina buena fe. Aprovecho para soltarme casi toda la
carga de tareas, incluso quería que hiciera un dibujo de una escena fami-
liar. Tarea que, aún mi buena voluntad, me negué a realizar aduciendo que
no sería honrado por su parte. Nunca he sido muy hábil para expresar mis
sentimientos con mi familia, pero eso no quitaba que a partir de ese día
me propusiera tener algunos detalles con ellos. Empezaba a valorar la
quietud de mi casa, la paz. Supongo que mis padres tendrían sus proble-
mas, pero no había grandes turbulencias a causa de ellos. Mañana traería
una golosina para Mari, no tendría que decir nada, solo dársela. El efecto
de mi amistad con Alicia se reflejaba en mi relación con mi familia. No
entendía esa clase de mecanismos, por qué era así. Pero era claro que me
ayudaba a ser mejor de lo que era antes.
A la mañana siguiente me propuse buscar a Don Enrique y exponerle mi
punto de vista, al que había llegado después de un padecimiento sin pre-
cedentes. A ello me dispuse, levantándome antes para ir a la cita. No sabía
si iba a estar allí, pero iba a probar.
Cada mañana me preparaba para caminar cuarenta minutos cam-
po a través para ir a clase. Al principio lo hacía en autobús. El recorrido
serio, de personas aún sin despertar o cabeceando me deprimía. Veía des-
de mi casa la torre de la Universidad, y sabía que podría caminar hasta allí.
Quedé maravillado el primer día que lo hice, nunca más volví a tomar el
autobús.
Podía llover o hacer frio. Podía ser de noche, como la boca de un
lobo. Si llovía ponía bolsas de plástico en los pies y los ataba a mi pierna
para no llenarme de barro y me llevaba un paraguas. Bajo esa protección
me sentía libre de observar el mundo desde otra visión. Rodeado de gotas
cayendo, las veía como sucesos únicos que no se repetirían y que sólo me
tenían a mí como testigo. Era necesario estar allí pues de lo contrario, na-
die escucharía la voz de esa escena. Me sentía, pues casi como su creador,
era el único en ese lugar solitario que daba fe de cómo el viento, el frio y
la lluvia creaban para mí un nuevo mundo de olores nuevos, de colores

160
Los palacios de Kólob

irrepetibles. De sonidos privados. En esos días mi alma se impregnaba de


lo sencillo, no le encontraba utilidad a esos momentos, solo los observaba
y les reservaba espacio en mi interior. En los días, en que una conjunción
de frio, lluvia, nubes pesadas y oscuras, truenos roncos me desafiaban. Yo
sentía que era una llamada para adentrarme en sus misterios. De llegar al
centro de la borrasca y sentir todo lo que el mundo se guardaba de mos-
trar a los hijos idos.
Yo sabía, que allí arriba solo había vapor de agua, electricidad
estática y aire. Pero también sabía que era mera apariencia, se podía reali-
zar una autopsia a lo más hermoso y reducirlo a átomos, desposeerlo de la
magia. Empobrecernos a base de razón, sin embargo el sentido mágico en
las mañanas, caminando hacia el instituto, a campo a través, nunca me
abandonó. Y nunca lo olvidé totalmente.
Ahora que la vida y sus tareas son cuestión de minutos, recuerdo con
asombro cómo gastaba casi dos horas al día en una caminata, que actual-
mente sería una pérdida de tiempo.
Un día llegué lleno de barro, me había resbalado. Pase todo el día
sucio, contando a todo el mundo que un resbalón lo tiene cualquiera. Te-
nía que pasar cerca de un pequeño cortijo con perros sueltos, siempre me
atemorizaban, pero yo hacía como que no los escuchaba.
Esa mañana no vi salir el Sol y camine a la luz de la aurora. El frío
y humedad hacían que caminase sin sentir mis pies. Los perros empezaron
a ladrar y cada día, a mi parecer se esforzaban más. Yo los ignoraba con
un disimulo rígido e hierático. Se transformaba mi cara en una escultura
de piedra, pensaba que de manifestar lo que sentía, saltarían sobre mí.
Atronaban mis oídos a izquierda y derecha. Ese momento esperado siem-
pre ensombrecía el paseo diario. Pero nunca me acordaba de ellos hasta
que veía las alambradas tras la cual agitados y acompañándome el tramo
de camino, ladraban como nunca he visto hacerlo.
Al llegar al pabellón de aulas, subí las escaleras en dirección a su
despacho de Don Enrique. A diferencia de la última vez, esta vez camina-
ba confiado y con una determinación distinta. La de hacerlo en una direc-
ción, acompañado de dudas y otras posibles explicaciones a los hechos.
Igual que esa mañana, los ladridos que soplaban sobre mi vela intentando
cambiar rumbo. Mi decisión era firme, la de soportar incluso la presencia
de lo razonable.
Llamé al despacho, no contestaron y abrí tímidamente la puerta.
- Hombre el hijo pródigo.
161
David Moraza Los palacios de Kólob

Don Enrique me miraba sonriente y expectante. Tenía un libro en sus


manos.
- Buenos días Don Enrique. No sabía si iba a estar aquí.
- Siempre estoy en la colina, mirando al horizonte.
No sabía a qué se refería. Lo dijo gesticulando con una actitud teatral.
Dentro de los límites de una persona con su carácter.
- Vera… siento no haber venido durante un tiempo…he estado
pensando…
- Y… – dijo él inclinando el cuerpo hacia delante –
No había preparado nada. No sabía qué le iba a decir. Parecía un
tonto sin saber qué helado iba a pedir si el de chocolate o el de nata. Me
decidí por el camino de en medio. No iba a ir por las ramas.
- Don Enrique. ¿Y si todo es cierto? ¿Y si mis recuerdos son re-
ales? No me refiero a reales en el sentido de pensar solo en la utilidad o el
mensaje, sino a que existe Kólob y a que Aribel existió. ¿Por qué no con-
siderar esto como una posibilidad?... entiendo que no es la única, pero he
de decidirme por alguna… puedo seguir adelante con todas las opciones,
pero he de decantarme por alguna, a pesar de evidencias a favor o en co-
ntra.
Don Enrique dio un vistazo por la ventana. Supe que si a través
de ella solo hubiese un desierto árido y vacío, miraría exactamente igual.
No miraba hacia fuera sino hacia dentro.
- Mi maestro me decía que no hay que fiarse de lo aparente. Freud
siempre encontraba un sentido extraño a lo aparente. Aparentemente tú te
has decantado por ello.
No sabía qué contestar. No iba preparado, no había vocalizado
en mi mente lo que iba a hacer.
- ¿Por qué no?, por qué no pensar que la explicación sencilla es la
correcta.
Don Enrique, se puso rígido, afectado.
- Porque nuestra mente es antigua, tiene millones de años. Trae un
bagaje extraño y a veces indescifrable. Nos habla a veces por señas, otras
canta canciones sin sentido para nosotros. No entiende a menudo el
mundo en que vive, ha sido demasiado rápido todo. Entonces se queja,
inventa nuevas historias y las pinta en la caverna para poder entender y
vivir en un nuevo bosque. Ellos, los sabios, lo llaman disfunción porque
ven el alma desde una posición razonable y acomodada. Pero lo razonable

162
Los palacios de Kólob

solo araña el suelo de la tierra, no cava en ella, no ara el mundo subterrá-


neo. Tu alma te está hablando de forma maravillosa, te ha regalado una
historia hilada desde la más profunda inocencia, de la inocencia del pasado
remoto.
En ese momento me acordé de mis caminos y mis tormentas. De
mis momentos especiales ante la naturaleza y encontré aquello que quería
expresar y que pugnaba por salir.
- Hace unos días, mientras me dirigía a clase, empezó a llover.
Aquello que ocurría a mi alrededor podía explicarse en la clase de ciencias
de forma satisfactoria para muchos… ya sabe la condensación, las bajas
presiones etc. Pero Don Enrique, además de eso yo encuentro otras cosas.
Encuentro la historia antigua de mi alma, Zeus tonante, Marte y su carro.
Encuentro el miedo del cazador a la fuerza de arriba. También otros sen-
timientos que no sé de dónde salen. Para mí eso es lo aparente. Pero tam-
bién encuentro a la clase de ciencias naturales y la descripción que corres-
ponde. Para mí eso es Freud y su explicación del mundo. Todo es cierto,
pero solo disfruto de una, solo una me hace sentir, no solo bien sino sen-
tir algo. No voy a renunciar a ninguna de las dos formas de ver una tor-
menta, pero solo una de ellas es la que va a hacerme sentir algo que dure
más de cuarenta y cinco minutos. Intento caminar con todo ello a cuestas
y mantener una apariencia lo más digna posible. En esto quiero agradecer-
le su ayuda, pues ha sido vital.
El se quedó mirándome por algunos momentos. Yo había dicho
lo que me había propuesto. No tenía más. Al final sonrió.
- Sabes muchacho. No hablas conforme a tu edad. Puedo estar o
no de acuerdo contigo, pero he de reconocer que lo que has dicho es co-
herente. Claro que algo coherente no tiene por qué ser correcto o verdad.
Se levantó, metió su mano en el bolsillo y sacó una llave. Me la dio.
- ¿Por qué me da esta llave?
- Es la de este despacho.
- No se… por qué – atiné a farfullar –
- Mira estamos trabajando en un tiempo de margen de ¿treinta se-
gundos?
- … si, más o menos.
- Si tienes algún problema en clase aquí te sobrarían quince segun-
dos. Si alguien te pregunta le dices que vas a buscar algo para mí o que vas
a consultar algo en mi colección. Estarás seguro. Si estás fuera, deberás

163
David Moraza Los palacios de Kólob

calcular hasta dónde te sería útil. Pero vas a estar en este pabellón siete
horas al día, así que no me parece mala idea entregártela.
Tuve que reconocer que era una gran idea. Y me sentí embargado
de gratitud. Fue una muestra de confianza que no me esperaba. Su despa-
cho estaba en un recodo del pasillo, un lugar sin bullicio y reservado. Era
una gran idea. Se lo agradecí y le reconocí el acierto al pensar de esa for-
ma. También por su confianza. El cambio de tema y pasó a sacar a cola-
ción un aspecto que no esperaba.
- Espero que no estés pensando en involucrar a Alicia en todo es-
to. Aunque no has escrito mucho de Corina, no hay que ser muy listo para
darse cuenta que ella está muy presente en los recuerdos.
Bueno no era de extrañar, los curas y más los salesianos son lis-
tos. Tienen todo el día para pensar y la noche para meditar. Es como si no
tuviera nada que hacer en todo el día excepto armar un puzle. Por muy
difícil que fuera al final a base de horas lo consigues. No tenía sentido en-
gañarlo, al final se enteraría y perdería su confianza, que por ahora me era
útil. El me daba la llave y a continuación me preguntaba. Toma y daca.
- Ya he hablado con ella. Tenemos cierta amistad.
- Lo imaginaba. Puedes hacerle daño, no sabes sus circunstancias
personales y esta historia donde esta ella, por no decir que es su centro,
puede afectar no a Alicia, sino a cualquiera. A mí también porque ella es
alumna del centro.
Lo pensé por un momento. Llevaba varios meses entrevistándo-
me con Don Enrique, desarrollando mi capacidad de control de las expe-
riencias, y era cada vez más consciente del riesgo que el corría. Si pasaba
algo podían acusarlo de ejercer como médico sin estar en funciones, de no
informar a mis padres.
- Don Enrique, además de lo que le he dicho antes, también quería
pedirle acabar con las consultas por la mañana. He progresado bastante y
creo que podría continuar solo. De esa forma usted quedará al margen de
lo que ocurra en adelante. No quiero que arriesgue su carrera en esto…
El empezó a reírse. Yo lo miré sorprendido, pues no era una son-
risa sino una carcajada que parecía ir creciendo en intensidad. Lo miré
incrédulo, pues era la primera vez que lo veía capaz de algo así. Parecía
otra persona.

164
Los palacios de Kólob

- …mi carrera…
Se quitó las gafas y se seco los ojos con un pañuelo. Sus ojos es-
taban llenos de lágrimas a causa de la risa.
- … perdona es que no escuchaba esa frase desde hace veinte años,
y la última vez cargada de reproche. Mira he arriesgado mi carrera toda mi
vida. De hecho la tiré por la ventana hace diez años. Me importa un pito
mi carrera. Lo que me importa de verdad es el conocimiento. Perdí el ego
hace años ya y los hábitos me facilitan esa tarea. No te preocupes por mi
carrera, pero si es cierto que ya puedes seguir solo. Únicamente te pido
alguna entrevista a modo de charla informal. Veras sigo teniendo la curio-
sidad de los veinte años. Espero que lo entiendas. La única cosa que nos
va a relacionar en todo esto es la llave y lo que hayas contado a Alicia so-
bre nuestras entrevistas. Mi despacho es una dependencia más del institu-
to y puedo autorizar a quien quiera para que lo use como lugar de estudio
o consulta. Ahí no hay problema.
- Trataré de no perjudicar ni a Alicia ni a usted. – dije con resolu-
ción –
- No está en tu mano, Belisario. Cuando una mujer da a luz no lo
hace pensando en molestar lo menos posible. Grita con todas sus fuerzas
y llama la atención del mundo porque de su interior nace un nuevo ser,
una nueva oportunidad al mundo. Y tú, amigo mío, llevas dentro algo que
saldrá por sus propias fuerzas y por mucho que te prevenga del dolor que
puedes causar, creo que no podrás evitar el curso de las cosas.
Nos levantamos y dimos por concluida la entrevista. Me tendió la
mano. Sonreí y la estreche. Me disponía salir de su despacho en dirección
a la calle a esperar a los demás cuando me llamó. Al volverme me miró
fijamente, invitándome a prestar atención.
- Ad astra per aspera
Mi expresión neutra, lo decía todo. Su traducción fue lenta y pausada.
- Ad astra per aspera. A las estrellas pese las dificultades.
Fuera había ya grupos apurando los últimos momentos antes de
entrar. Mezclado entre ellos buscaba a Alicia con la mirada. La vi entre
algunas compañeras. El corazón empezó a latir con fuerza provocando en
mi vista compases oscuros. No tenía el valor de acercarme a ella ni mucho
menos dirigirle la palabra. Entonces nuestras miradas se cruzaron. Si hu-
biese recibido una descarga eléctrica no hubiera sido distinto. Aguante lo
mejor que pude sabiendo que mi rostro podía permanecer mudo ante la-

165
David Moraza Los palacios de Kólob

ladridos de perros cortijeros, pero sabía que acusaría la mirada de esos


ojos profundos y negros. Fueron tres o cuatro segundos, ella era la viva
imagen de una cariátide o de una esfinge. Totalmente inexpresiva ¿tan
poco le afectaba? Pensé yo. Intenté sonreír pero cuando empezaba desvió
la mirada. Quizás evitando tener que responder al gesto. Me dejó de pie-
dra, atontado. No notaba cómo Antonio a mi lado me hablaba.
- ¿Qué? ¿cómo?
- Beli, se te nota mucho. ¡Eeee!
Me fastidiaban esas bromas.
- Ya Antonio ya va.
Lo miré pidiendo con la vista que parase, no quería más publici-
dad que la que ya tenía. Molina estaba por allí y no se le escapaba una.
Antonio se acercó a mi oído.
- Es que te quedas traspuesto cuando la miras. Hombre si me doy
cuenta yo, ya me conoces, cualquiera lo ve.
Antonio tenía razón. Alicia me atraía por muchos motivos. Aun-
que no recordase nada de Kólob, ella misma capturaba mi atención como
la luz a las polillas. Sólo mirándola podría pasar horas. Su presencia me era
hipnótica, aún a la distancia me provocaba un cosquilleo en el cuello, y la
sensación de flotar en sus manos. Debería de ser más cuidadoso, no que-
ría que fuese objeto de burlas por mi causa.
La mañana transcurrió normalmente. Había desarrollado una
buena habilidad en la toma de apuntes. Inventaba signos y otros los saca-
ba de las matemáticas. Mi peculiar taquigrafía me ayudaba a escribir casi al
ritmo en que hablaba el profesor. Igual, implica, en función de, pertenece
o no, para todo, entonces etc.
Al llegar la clase de ciencias sociales, comenzó el problema. El
profesor Don José Entrala, era lo opuesto a una asignatura que debería
ser ligera y suave. Quizás para compensarlo, Entrala exigía disciplina y
preparación de una forma desproporcionada en relación a otras. Su aspec-
to macizo, le daba apariencia de un tonel musculado. Calvo completo y
gafas de Sol, cara inexpresiva y tono de voz grave. Su sola apariencia im-
ponía temor. Incluso Molina en las pocas ocasiones en que se había per-
mitido interrumpir, había salvado su honor de delegado inviolable a duras
penas. Entrala parecía no reconocer más autoridad que la divina y la pro-
pia. Sus comentarios eran tan contundentes como su apariencia.
Entró en la clase, se sentó en la silla detrás de su mesa. Cogió la

166
Los palacios de Kólob

lista de asistencia y cuarenta y cinco corazones empezaron a latir a más de


noventa y cinco pulsaciones en el grado de reposo permitido en su pre-
sencia.
Me di cuenta en ese momento. Iba a preguntar por la influencia
del progreso científico en el desarrollo de la sociedad y del pensamiento.
Lo había olvidado y suponía que no era el único. Un silencio denso se
abatía sobre todos los pupitres. Cada cual intentaba la invisibilidad. Dicen
que los indios del amazonas conseguían ser invisibles, pero ahí estábamos,
deseando no haber nacido. Daba la sensación que la inmovilidad y el si-
lencio podían obrar el milagro de no ser nombrados, pero sólo conseguía
que en el silencio absoluto, la voz de Entrala adquiriese una sustancia fan-
tasmagórica, retumbando en nuestros oídos como una sentencia.
- José Manuel Expósito.
El reo salió de su escondite con movimientos pesados, se diría
que cargaba un peso invisible. Todos deseábamos en ese momento una
larga intervención. Que consumiera todos esos cuarenta y cinco minutos,
que ya iban siendo cuarenta y cuatro.
Una vez en la tarima que crujía al tener que soportar el peso extra de su
miedo, Entrala hizo su pregunta.
- Influencia de la revolución del conocimiento en el desarrollo de la
sociedad y de su pensamiento.
Expósito, era un buen jugador de balonmano. Prometía futuro en
esta práctica hasta que un examen rutinario le encontró una malformación
de nacimiento en el corazón. Esto le produjo un gran golpe del que se iba
recuperando poco a poco. Pero su rostro nunca lo vi tan demacrado co-
mo en ese momento. Molina no tenía su habitual postura de sentarse de
espaldas a la pared derecha del aula y así mirar tanto al resto de la clase
como al profesor. Estaba rígidamente mirando hacia delante.
Entrala esperó un minuto terrible y Expósito acusaba la tensión. Lo peor
era el silencio que reinaba y su mirada a través de las gafas clavada en su
objetivo. Parecía disfrutar de la escena, pero no lo demostraba.
- No dice usted nada… es decir no tiene ni idea de la pregunta.
¿Alguien quiere ayudarle?
Nadie estaba tan loco para eso. Es difícil describir el efecto de su
voz después de un minuto esperando una respuesta. Era semejante al
trueno de una tormenta que se acerca a ti. Objetivamente no había un
motivo para tanta tensión, era la escenificación lo que provocaba ese te-

167
David Moraza Los palacios de Kólob

mor supersticioso, que no pudimos romper nunca y que hizo que de cada
clase Entrala saliera de ella como el torero después de clavar la espada
hasta la bola.
Expósito parecía tan pequeño en aquella tarima, daba la sensación que se
encogía sobre sí mismo.
- Puede usted sentarse.
Entrala se inclinó de nuevo sobre la lista y Expósito se dirigió
hacia su asiento arrastrando una imagen tocada por el dedo poderoso de
Entrala. No tiene usted ni idea de la pregunta. Frase lapidaria. Puede usted
sentarse, es como decir no sirve para otra cosa. Esta misma escena en otra
hora de clase terminaría con una sonrisa autocrítica “ni idea” y alguna risa.
Entonces levanté la mano. No tenía ni idea de lo que iba a decir, son esas
reacciones típicas del ciudadano mediocre que de pronto salva a una ma-
dre y dos hijos de un incendio ante la atónita mirada de los transeúntes. Y
después piensa para sí, mostrando una sonrisa incrédula, “si lo pienso dos
veces…”. Algo escuché una vez del gen egoísta, al parecer la única fun-
ción de este gen es preservar a la especie a costa de la vida de su portador.
Y eso mismo es lo que iba a hacer yo, salvar a la clase de Entrala a costa
de mi propia integridad, ya que no tenía ni idea de lo que iba a decir en la
tarima.
Noté la mirada de náufragos rescatados, que tenían todos en la clase. Su-
bía a la tarima y cogí una tiza y la apoyé en la negra pizarra, que amenaza-
ba con negarse a colaborar. Fueron así como cinco segundos y entonces
comprendí lo que había ido a hacer allí. Fueron brotes espontáneos de
ideas e imágenes. Recuerdos sin ambientes, sin entornos. Solo recuerdos
puros y concretos.
Comencé tímidamente a medida que brotaban las ideas, y se desplegaban
ante mí con una familiaridad olvidada.
- Actualmente hay una expansión de la Qct (cantidad de conoci-
miento tecnológico) en relación a Qch (cantidad de conocimiento huma-
no). Podemos ver aproximadamente en qué relación.
La medida de la cantidad de conocimiento humano, Qch, está dada por
una magnitud cuadrática, va en función de un plano social. Su expansión
podemos entenderla mejor si asignamos un
valor arbitrario a su radio.
- S = л . R2. Si el radio inicial le ad-
judicamos un valor de R1 = 2, la superficie

168
Los palacios de Kólob

será de 12,56. Imaginemos que hay un crecimiento de ese conocimiento


con un radio de R2 = 4. Entonces la superficie será de 50,22. Lo que su-
pone el cuádruple de la superficie inicial. Esta expansión es a base de
planos de población, más o menos amplios. Siempre que ha sucedido un
hecho cultural notable, como pudo ser la teoría del psicoanálisis de Freud
o el descubrimiento de la expansión del Universo por Hubble, afectan a
planos de población, en este caso a planos especializados o a una pobla-
ción interesada en estos temas. Sin embargo hay muchos colectivos de
personas que son ciegos a estos sucesos, porque no les afectan. Y no les
afectan porque no son necesarios en el planteamiento de sus vidas en un
principio. El conocimiento humano va ocupando cada vez más una latera-
lidad en la visión humana del mundo, va perdiendo la dimensión universal
y completa que en su día tuvo.
- La medida del conocimiento tecnológico, Qct, está dada por una
relación volumétrica.
- V = л . R3 , si sustituimos, como en el caso anterior R = 2, nos
daría un volumen de 25,12. Si el crecimiento tecnológico lo llevamos a un
R = 4, en mi opinión bastante modesto, nos encontramos con un volu-
men de 200,96. Esto representa un óctuplo del volumen inicial. La expan-
sión de Qct es volumétrica, porque el conocimiento técnico pertenece a
un tejido general que presiona los resortes de expansión en cualquier or-
den social, este conocimiento configura el espacio social, así como la dis-
tribución de la masa configura el espacio tiempo universal. La gravedad
no es que se transmita, sino que configura el espacio.
Así también, un logro técnico no sólo se expande en nuestra cultura, sino
que la modifica de acuerdo a la masa de su importancia. Es la diferencia.
El conocimiento humano reside en nuestra mente y puede modificar
nuestra conducta individual, el técnico transforma el medio físico en la
sociedad y crea el entorno para modificar nuestro comportamiento.
Bien, si había alguien extrañado de lo que dije, ese era yo. Pero
también Entrala, que por primera vez que yo recuerde, se quitó sus gafas
de Sol para observar mejor lo que había dibujado en la pizarra. Por prime-
ra vez vi sus ojos grises, pequeños, perdidos en un rostro que se concen-
traba en un punto alrededor de su nariz. Su entrecejo estaba fruncido,
creando una arruga vertical en su frente. Ahora que lo veía me recordaba
al guardia de la prisión turca de “El último expreso de medianoche”. Pa-

169
David Moraza Los palacios de Kólob

recía víctima de un golpe mortal recibido de la percha en su cabeza. Su


reacción fue algo torpe.
- Sí, pero conteste a la pregunta. Cómo afecta al pensamiento en
nuestra sociedad los logros científicos.
Yo sabía que no le había dado tiempo a digerir lo que dije, que
estaba pensando en ello todavía y solo quería ganar tiempo para plantear
su próximo paso.
- Su característica principal es la propiedad de presionar los resor-
tes sociales que le hacen adquirir volumen, es decir crecimiento en cual-
quier dirección del espacio. No importa el plano social, hay ordenadores
casi en cualquier lugar, no importa la religión, todos ven la televisión, da
igual la latitud las ondas de radio van de polo a polo. No afecta la filosofía
personal de vida, los postulados de nuestros orígenes se enseñan en las
escuelas, no hay debate. Y ahora aparentemente la economía de mercado
es parte del espacio, se ha convertido en única opción, es decir tiene la
categoría de dogma. El conocimiento tecnológico, no es ya algo cuestio-
nable, le hemos dado categoría de sustancia, le hemos llevado de un cre-
cimiento laminar a envolvernos en el dándole curvatura, es decir poder
sobre el espacio humano. Ante un crecimiento tan impresionante como
éste, los logros humanos nos parecen como agregados, como efectos co-
laterales de los logros tecnológicos. En el momento actual, no hay equili-
brio entre Qch y Qct, ya que el hombre se caracteriza más por sus herra-
mientas que por sus pinturas.
Entrala se había puesto de nuevo sus gafas y sonreía de forma
extraña. Quizás porque era la única vez que le vimos hacerlo.
- ¿De qué autor ha tomado esas ideas… o son de su cosecha?
Lo escuché de labios de Bujan en cierta ocasión… - no, no quería
ahondar. Tenía miedo de que sucediera algo. Era la primera vez que un
recuerdo concreto emergía en un estado normal. Estaba confuso, no que-
ría forzar más la situación, no quería usar la llave si empezaba a forzar mi
memoria.
- No, no son ideas mías. Creo que el autor se llama Bujan, pero no
recuerdo el libro. Hace tiempo de esto.
- Pues para hacer tiempo recuerda muy bien los detalles. Además
esto es sociología de segunda. Librería de ficción.
Vino en ese momento el recuerdo de Buján, en la biblioteca de la sede
de la Escuela de los Accesos. Si alguien pudiese vislumbrar las dimensio-

170
Los palacios de Kólob

nes, lo hermoso y refinado; la sabiduría que emanaba de ese lugar donde


Bujan era jefe de una de las secciones más importantes de la Casa Jana.
Entonces, entendería el calibre de la necedad que Entrala dijo en ese mo-
mento. Mi explicación en el encerado representada un pequeño reflejo de
lo que un aprendiz pudo captar de una versión simple de lo que Bujan
sabía. Y lo sabía al contrastar múltiples informes que los perceptivos sin
forma habían recolectado durante eras completas a través de sus extraños
viajes a otras líneas de creación.
- ¿podría decirme usted qué aspecto de lo que he dicho le parece
sociología de segunda?
- Vera las preguntas las hago yo. Usted no sabe siquiera quién es
ese Bujan. Por lo tanto no puede tener una referencia del valor de lo que
ha dicho. Ni siquiera creo que sepa de qué época es.
- Y qué importa el origen, lo que importa es si el contenido es de
valor para nosotros.
En ese instante me sentí como Pedro al negar a Jesús tres veces
en el patio de Caifás. Y me di cuenta que lo primero que negó Pedro fue
sus propias palabras y después a su maestro. Canto el gallo para mí en ese
momento al acordarme que el argumento que emplee, fue el mismo que
yo rechacé cuando lo recibí de Don Enrique.
- Muchacho…
Se refería a mí por ese nombre, mientras miraba su reloj y recogía sus
cosas
- … el origen de algo nos habla de su trayectoria y nos da una idea
de su destino final. Si no tiene ese dato, lo que ha expuesto es farolear.
Y diciendo esto salió de la clase a grandes zancadas, dejándome
en la tarima. Yo estaba pensativo porque había algo en lo dicho que me
inquietaba. Una vez que salió Entrala, el profesor, los vítores y voces de
alegría que se produjeron en la clase, me despertaron de mis distracciones.
Se acercaron muchos a los que ni siquiera saludaba y felicitándome por
haberle plantado cara al facha, como le llamaban, me palmeaban la espal-
da.
Adoptando una actitud práctica, deseche las dudas y me dispuse a disfru-
tar del único momento de gloria que recuerdo en mi vida social de ese
tiempo. Tuve la sensación de haberme redimido, de mi terrible falta ini-
cial, que ésta había sido olvidada por el paso del tiempo y por la faena
rematada esa mañana con Entrala. Yo los había salvado de 45 minutos de

171
David Moraza Los palacios de Kólob

agonía. Y no solo eso, me creían vencedor en la contienda. Dudo que na-


die hubiese entendido lo que dije, incluso dudo que yo hubiera podido
explicarlo otra vez. Pero el efecto fue de lo más encantador para mí. Si se
publicara una revista estudiantil, habría salido en primera página.
Miré a Alicia. Estaba sentada y no participaba de la algarabía ge-
neral. No se había movido de su asiento y observaba con distanciamiento
todo lo que ocurría. Parecía decirme con su actitud “recuerda que eres
mortal y además tonto de remate”. Ella tenía tanta influencia en mi ánimo,
que una especie de debilidad en las coyunturas empezó a subirme empe-
zando de los tobillos hacia arriba. Me pregunté si eso era normal en al-
guien que lo fuera. Si me hubiese mirado en ese momento, tendría que
haberme sentado en la silla de Entrala para no caer de culo al suelo.
Necesitaba hablar con ella. Siempre he necesitado que me descri-
biera el mundo de mi lado izquierdo, si caminaba a mi derecha. Yo no
sabía ver sin sus palabras.
La nube de felicitaciones desapareció tan rápido como vino. Ya
despejado me dirigí hacia su pupitre, no sin esforzarme bastante en con-
trolar mi temor de recibir una de sus gélidas miradas o su indiferencia le-
tal. Ella, anticipándose, se levanto para salir al pasillo y se dirigió a mí.
- Enhorabuena, lo has bordado…
Iba a darle las gracias, pero no era un cumplido sino una incógnita de
cuarto grado. Irresoluble.
- … me parece que quedamos esta tarde. Tu ordenador ¿es portá-
til?
- Si, ¿por qué?
- Tengo problemas con el mío. Tráelo a casa y te reservo espacio
desde el tuyo.
Me hablaba como si fuese a venderme una impresora de segunda
mano, pero en buen estado. De una forma totalmente profesional. Yo
aguanté el tipo, no me di por aludido en las formas, le contesté con la
misma formalidad. Se dio la vuelta y caminó hacia el pasillo, donde las
risas y los comentarios hacían imposible extraer una frase con sentido.
No tenía ganas de volver a recibir felicitaciones de algún descolgado y
preferí sentarme en mi pupitre a esperar la próxima clase. El contraste de
su conversación entre un día y otro me dejaban fuera de juego, debido a
mi tendencia a buscar el problema en mí mismo. Tan convencido estaba
yo de haber hecho algo mal. En un test de personalidad, de los que circu-

172
Los palacios de Kólob

lan por internet, al realizarlo, dio como resultado una actitud sumisa. Creo
que si eso fuera cierto yo hubiera desaparecido hace tiempo. Pero con
Alicia o Corina, con ambas, yo tenía una dependencia total. Y eso dicen
que no es bueno.
Al llegar a casa a punto para el almuerzo, seguía pensando en Ali-
cia y en cómo debía hablarle cuando fuese a su casa. Entonces me di
cuenta de que me había invitado a su casa. Tan ciego estaba al compren-
der mis emociones que no medaba cuenta del hecho más importante. Na-
die invita a su casa, aunque sea en el tono más glacial que se pueda, a me-
nos que haya alguna afinidad entre ellos. Y había sido ella quien me lo
había recordado. Realmente yo era un animal rumiante, en vez de usar el
cerebro pensaba con… el test, ¿tendría razón?
El ciclo amenazaba con empezar de nuevo. Mi madre me sacó de él mien-
tras me servía las lentejas en mi plato.
- ¿Vas a querer chorizo?
- ¿eh? Ah no, no gracias mama.
- ¿Qué te pasa hijo que estas como en otro sitio?
Mi hermana Mari tuvo la ocurrencia propia de su edad.
- Eso es que está enamorado.
- Tu qué sabes de eso, eres una cría.
- Porque sea pequeña no soy tonta, a los hermanos de mis amigas
se les pone la misma cara y no saben dónde están. Y se les quita el ham-
bre.
Mis padres reían de los comentarios de Mari.
– Pues veras lista, a ver quién se va a comer este plato.
– No es el plato, es el chorizo lo que ya no quieres, por eso lo sé.
Al salir de casa, con mi portátil, pensaba en lo que dijo mi herma-
na. Indudablemente Alicia me gustaba, pero había además una sensación
de inquietud un sentimiento de aprensión. Tenía miedo de hacerle daño y
a la vez temía el efecto que su indiferencia o desprecio podría ocasionar-
me. Todo esto era a causa de mis recuerdos. Todo estaba afectado por
este hecho.
Procuré no andar demasiado deprisa para llegar presentable. Yo tenía
aversión a los autobuses y solo los tomaba cuando no había otra opción.
A medida que me acercaba a su casa me iba poniendo más nervioso. Eso
de estar en su casa con sus padres me hacía sentir de lo más intranquilo.
Ensayaba en mi mente el saludo, cómo iba a responder a sus preguntas,

173
David Moraza Los palacios de Kólob

no gracias, sí por favor, encantado, etc. Al llegar al portal de su edificio me


di cuenta que no sabía el piso y en el portero no había nombres sino nú-
meros. También me di cuenta que no temía su móvil… los buzones… no
recordaba su apellido. Estaba nervioso.
Traté de calmarme mientras elegía al azar un botón y preguntaba
por ella. Después de varios intentos, me indicaron el 4ºA.
Cuando toqué el timbre de su puerta, mi corazón latía a un ritmo normal
pero lo hacía a golpes sordos en mi pecho, como si fuera un puño que
golpeara mi tórax.
- Ah pasa, te esperaba. ¿Has estado tocando otras puertas?
No perdonaba una. No era necesario.
- Si olvidé preguntarte el número de planta.
- No te preocupes, debería de habértelo dicho yo. ¿has traído tu
portátil?
- Si, está aquí.
Me hizo pasar al salón de su casa. Aireado y elegante. Muebles
caros. Estaba sola, y no aparentaba ninguna incomodidad por eso. Nos
sentamos en una mesa situada en lo que antes era el balcón y ahora for-
maba parte de la casa. Encendió mi ordenador y procedió a identificarlo
en su red de conexión. Sus dedos eran agiles y ejecutaba las tareas con
total seguridad. No había titubeos y eso me dio una idea de su buena for-
mación en estos temas. Yo sin embargo tenía que repasar las instrucciones
para cualquier operación que saliese de lo normal.
Pero hasta un internauta básico como yo podía darse cuenta que ella esta-
ba mirando el histórico de navegación de mis navegadores. Hasta yo me
di cuenta que accedió a mi carpeta de archivos temporales para visualizar
las imágenes que tenía en mi cache. Repasar fechas. Entonces le pregunté.
- Qué estas buscando.
- Estoy buscando un sitio web
- ¿En mi historial?, dime cuál y te diré si lo vas a encontrar.
Ella no me contestó. Aceleró su búsqueda. Buscaba ahora en las
cookies, algún rastro. En la papelera de reciclaje. Empezó a revisar en si-
tios que no conocía ni sabía que existían. Yo me daba cuenta que pasaba
algo, y eso era que estaba poniendo patas arriba toda mi información, un
registro exhaustivo. Intenté suavizar la situación porque Alicia se estaba
poniendo alterada, nerviosa. No encontraba aquello que fuera lo que bus-
caba.

174
Los palacios de Kólob

- Me parece que para hacer esto necesitas una orden judicial.


No me hizo caso y por fin explotó.
- Bien, eres muy listo. ¿Cuándo supiste de mi sitio web?, te enteras-
te de alguna forma que iba a haber chicas nuevas en ese monasterio que
tenéis por instituto. Alguien te filtró los nombres, ya se sabe, entre tíos
hay camaradería. Es muy fácil encontrar mi web a través de mi nombre,
está en los metas del encabezado. Te informaste bien de mis aficiones y
has montado una historia de narices. Los álamos, las flores, los diseños.
Tío, la verdad, es que reconozco que le echas tiempo e imaginación. Su-
pongo que te has conectado en un ciber o este es el portátil de un amigo.
- Entonces me di cuenta. Desconfiaba de todo el mundo. Su acti-
tud de reserva era para protegerse de los demás. No se fiaba de mí.
- No sé de qué me hablas.
Esa frase, me sonó fatal. La decían en todas las películas y al final
quien la decía sabía de qué iba todo porque lo había tramado. Tenía que
haber escogido otra. Ella siguió atacándome.
- ¿No sabes? Algo me extrañó el otro día. Cuando te dije que yo
tenía un sitio web, no me preguntaste cuál era, su dirección. Veras tío, eso
es lo primero que se pregunta. A no ser que ya lo sepas de antes.
- Debí haberte preguntado. Pero todo lo que dices no es verdad.
No sabía cómo sacarla de su error. Y por otra parte no deseaba
esforzarme mucho en ello, empecé a concebir la idea de que quizás fuese
mejor así, pues barruntaba que el dolor estaría allí donde pudiera llevarle
esta historia.
- Veras Alicia yo en tu lugar tendría las mismas sospechas. No sé
qué decirte. Tú estabas allí, en Kólob… te llamabas Corina…
Su mirada era implacable, me decía “pero crees que soy tonta”
- …ese mundo era anterior a nuestro nacimiento. No sé por qué lo
recuerdo. Sé por qué tú o cualquiera no puede. Pero no entiendo todas las
cosas. Deseo tu ayuda para encontrar alguien con mi misma capacidad…
deseo compartir esto contigo. Y me culpo por ello y quizás sea mejor que
me vaya y olvides todo este asunto.
- Pero ¿te das cuenta de lo que dices? Tío estas como…
- Por favor, entiendo que no me creas, pero hasta ahí es suficiente.
Me levanté con determinación. Mi portátil estaba con sus dedos apoyados
en el teclado.
- Alicia, ¿me permites? Creo que es mejor que me vaya.
175
David Moraza Los palacios de Kólob

- Sí, claro. Belisario… entiéndelo. Son muchas coincidencias y ya se


lo que es que te engañen.
- Claro, Alicia, eso es lo peor de todo esto que te entiendo perfec-
tamente y no puedo echártelo en cara. Porque lo entiendo, solo que no
esperaba una maniobra como esta. Lo siento es la primera vez que tengo
un registro.
Ella parecía confusa y cruzó sus brazos sobre el pecho, su expresión
era impenetrable y sus labios apretados. Se dirigió hacia mí.
- Lo lamento, lamento todo esto, creo que ha sido una equivoca-
ción haber llegado hasta este punto. No debería haber hecho esto, tienes
razón. Creo que es mejor que olvidemos todo esto.
Me acompañó hasta la puerta de su piso y encendió la luz del pa-
sillo. Me indicó dónde estaba el ascensor, algo innecesario. Me invadió
una tristeza profunda. Un dejar hacer, dejar pasar muy liberal. Como si mi
vida fuese un mercado en el que yo no debiera de intervenir. Algo que no
me pertenecía. Y me sentí en tercera persona cuando atravesé el umbral
de su puerta y empecé a atravesar el pasillo hacia la escalera. No me gus-
taban los ascensores ni los autobuses.
Entonces comenzó el proceso de digestión rumiante para mí.
Repasar la escena, cada palabra. Reconstruir la escena en casa de Alicia.
Repasar su forma de hablar y encontrar algo para entender realmente. Pe-
ro era difícil con un estado de ánimo como el que tenía. Todos mis recur-
sos se concentraban en la reparación de heridas. Sin embargo intuía que
Alicia estaba herida de forma permanente por algo que la hacía desconfia-
da, aunque quién confiaría en una historia como la mía… no, una inteli-
gencia media hubiera reaccionado de la misma forma o peor. Lo que no
entendía es por qué llegué hasta su casa. Cualquier otra me hubiera despa-
chado junto a la pantalla en blanco de la clase de informática. Sin embargo
ella fue la persona más cercana al borde de mis recuerdos. Incluso mi ma-
dre escuchó en alguna ocasión mis historias desde una expresión de “po-
bre hijo mío” y desde ahí es imposible cambiar cualquier postura.
El enfado de Alicia conmigo, tenía algo de positivo. Me consideraba cuer-
do. Para engañarla, eso es cierto, pero al menos cuerdo. Pero hacía falta
ser muy atravesado para inventar algo así para engatusar a una chica, y
menuda historia para ligar.
Mi cabeza no paraba de dar vueltas a mi fatal salida de su casa.
Era presa de un torbellino emocional que no me permitía dejar de dar

176
Los palacios de Kólob

vueltas en la escena junto a Alicia. Ella y yo compartíamos una órbita ale-


jada a los acontecimientos de los planetas interiores, aquellos donde se
desarrolla la vida evidente y palpable. Intuíamos por las débiles señales de
nuestros epiciclos que nuestro movimiento no era alrededor del sol que
ilumina este mundo y sus habitantes, sino que extranjeros, buscábamos un
centro de gravedad distinto al resto. Y en el fondo lo sabíamos, pero había
ciertas formalidades que dos planetas no pueden obviar y es el de conside-
rar el respeto debido a su masa. Alicia temía acercarse demasiado al mis-
terio de ese cuerpo oscuro, que representaba mi vida, intentaba sondearlo,
violando inevitablemente la censura de todo misterio.
Entré en ese estado de conciencia anterior al sueño, donde hay
una lógica diferente y reveladora. Mis defensas estaban bajadas y mis sis-
temas de seguridad alertados. Hacía rato que Loki y su luz roja centelleaba
ante mí, pero no me di cuenta hasta que fue muy tarde. Pensé en algún
lugar próximo. ¿Dónde estaban los bancos del puente que cruzaba el Ta-
marguillo? Algún parque o un rincón en un sitio reservado.
Me puse las gafas y los cascos del móvil y noté cómo mi visión era ya un
embudo. Demasiado tarde para correr, estaba en medio de la calle, con
gente andando arriba y abajo. Había cometido un error de bulto. No había
estado atento, ni había planificado ninguna ruta. Estaba demasiado ocu-
pado con Alicia y mis cavilaciones. Ahora tendría que afrontar lo que vi-
niera. Más aún llevaba en mi cartera mi documento de identidad y en mi
móvil mi agenda., fruto de un exceso de confianza, había faltado a las mí-
nimas medidas de seguridad que siempre habían sido parte de mi rutina...
Podían localizar a mis padres.

Capitulo 10
177
David Moraza Los palacios de Kólob

Los mares de Kólob

Los palacios matriarcales, esa gran estrella de veinticuatro puntas,


no podían verse en su total dimensión sino a través de la distancia o de la
altura. Nadie sabía exactamente cómo se formaron, pues nadie podía en-
tender cómo podía hacerse algo tan colosal mediante unas manos. Tan
sólo se nos decía que el poder del Gran Gnolaum los organizó, pero muy
pocos sabían en qué consistía su poder. La infancia perenne era el mayor
peligro en Kólob, pocos podían sustraerse de su entorno glorioso y plan-
tearse preguntas. Era tanta la maravilla que nos rodeaba que su sola con-

178
Los palacios de Kólob

templación eclipsaba cualquier proceso en nuestra mente. Su belleza era


parecida a la brisa y las olas aquí en la tierra, podemos ignorarlos al con-
versar o al emprender tareas cotidianas, pero al menor silencio o descuido
de nuestra mente, la caricia del viento y esa canción de cuna nos inunda.
Así era nuestro mundo, por sí solo, enseñaba a sus criaturas. Y enseñaba
que no hay cosa mejor que residir en él.
Contemplar a Kokaubean brillar con su resplandor azulado, sin que nues-
tra vista sufriera por ello. Y a la vez, observar el brillo de las estrellas, co-
mo ramilletes de flores brillantes caer hacia el horizonte y desaparecer
entre nubes. Y estas de formas irrepetibles cabalgar sobre éste en el hori-
zonte. Y entender como algo normal, que cada parte del paisaje tuviera
intencionalidad, era sublime. Todo eran criaturas inteligentes, no había
reinos sin vida, nada era mineral. Y todo esto rodeado de una gloria indes-
criptible podía anular la voluntad de describir cualquier cosa.
Podía y de hecho lo hacía, condenar a una infancia dorada a multitud de
habitantes.
Ese día esperaba a Corina a la orilla de Irreantum, el mar de Kó-
lob. El reflejo del cielo sobre sus calmadas aguas, creaban la ilusión de
estar en el borde de un abismo al espacio, siendo los lugares densos islas
flotantes. La presencia de Irreantum cohibía para quien no estuviese acos-
tumbrado. En cualquier dirección que mirase estaba presente su carácter
femenino, extenso y callado. Una gigantesca matriz en gestación de las
creaciones de las casas de Gaviana, Sinabea y Silam.
El palacio de Sinabea estaba entre estos dos, como el espolón de
un barco se introducía en el mar. Frente a su puerta de acceso los tres ar-
cos de sus generaciones ascendían desde el fondo, su reflejo en el agua
formaba la imagen de un círculo perfecto, la gran dimensión de estos ar-
cos se duplicaba en el mar; el efecto era majestuoso. Bajo ellos la calzada
sobre Irreantum se adentraba más allá del primero de ellos. Al final, en
una hermosa explanada provista de todo tipo de vegetación, partían dos
calzadas una hacia cada lado. La de la izquierda enlazaba con la puerta de
la casa Gaviana y la de la derecha con la casa Silam. Los palacios de Ga-
viana y Silam limitaban con el mar por uno de sus lados, de modo que
tocaban tierra y mar.
Esa amplia superficie marina estaba cuajada de islotes, del más hermoso
aspecto, todos estaban conectados unos a otros, de modo que sus habi-
tantes podían trasladarse con facilidad. Eran las sedes de las escuelas ads-
critas a la casa Sinabea. Todos ellos refulgían de hermosos edificios.
179
David Moraza Los palacios de Kólob

La vida surgía desde esta casa como una fuente que manara en dos direc-
ciones opuestas, fluyendo ambas hacia las demás puntas de la estrella. Era
un fluir de vida y conocimiento. Confluían las dos líneas en la Casa Arisa-
da, situada en el extremo opuesto a Sinabea, podía decirse el Sur.
La casa Arisada era la culminación de la vida inteligente, la que ensambla-
ría un cuerpo con una mente de inteligencia superior al resto. De modo
que la vida empezaba en el Norte, en Sinabea y bajando ambas ramas por
uno y otro lado atravesaban las casas matriarcales en etapas conocidas
como el inicio y la expansión en el Norte. En el ecuador, coincidiendo
con el este y el oeste las etapas de la maravilla y el equilibrio. En el Sur o
en la casa Arisada, la etapa de la culminación.
La organización era tal que a medida que las creaciones vivas ba-
jaban en ambos sentidos como una cascada, cada casa matriarcal aportaba
y dirigía el flujo vivo según su escuela y oficios. Cada una edificando en
los fundamentos que recibían desde el Norte. Este movimiento circular de
la vida a través de un giro en dos sentidos opuestos a través de las casas
conformaba la capa de la vida. Este movimiento no se producía en la zona
exterior, sino a través de la última sala de creación, la sala del maestro
formador. La más interior y próxima a la esfera central, la morada del
Gran Gnolaum.
Pero este movimiento no era el único, cada una de las veinticua-
tro casas, generaba otra corriente de creación que recorría superpuesta a
las demás el círculo de esa estrella. Cada una hacia girar esa gran rueda de
vida y conocimiento en diversos sentidos y en cada uno de ellos se confi-
guraba el engranaje de la creación, de modo que en un momento dado, en
un instante escogido al azar, los veinticuatro aspectos de la creación coin-
cidían en un momento perfecto, donde todas las condiciones de la vida,
eran las propicias para el desarrollo de las creaciones. En este baile divino,
increíble e incomprensible para cualquiera, consistía el honor y el prestigio
de nuestra línea de creación. El giro eterno del Gran Gnolaum.
Quedé con Corina en vernos por la mañana, donde empezaba la cal-
zada hacia los arcos de Sinabea, justo en la orilla del mar, frente a la puerta
de la casa Gaviana. Los arcos de esta casa tenían un pilar en el mar y otro
en tierra. Simbolizaba esto el oficio de la transición. El noble arte de ex-
traer la vida del mar y llevarla a tierra. Haciendo del mar el hervidero don-
de proveer de vida a la tierra.
Por otra parte la casa Silam, era la imagen especular de la casa

180
Los palacios de Kólob

Gaviana, simbolizando el nacimiento del mundo vegetal desde el mar. El


mar la gran matriz de la vida.
Mientras esperaba a Corina, pensé en cómo sería mi primera visi-
ta a la casa Silam. Tenía que ser presentado ante el guardián de la puerta
para tomar constancia de mi pertenencia a partir de hoy a esa casa, en ca-
lidad de invitado. Corina quería enseñarme toda la zona relacionada con
su casa y pasear por las calzadas de Sinabea. Esto constituía una de las
delicias de Kólob. Caminé en cierta ocasión por la calzada que tenía ante
mí, en un atardecer. Es difícil expresar algo así, pero a excepción de la
visión de mi madre Jana, no he visto una escena de más impacto que ver a
Kokaubean hundirse en el mar, detrás de los arcos de Sinabea e inflamar
de rojo y escarlata el horizonte. Convertir a Irreantum en un rubí líquido y
sentir la emoción de ver a millones de estrellas en cascada inundar el cielo
de Kólob. Y luego el conocimiento de saber que, en toda esa visión, había
intención de maravillar, que no era solo una conjunción de casualidades,
sino que todo era diseñado para su contemplación y admiración.
Vi llegar a Corina caminando con los arcos de Sinabea a su espal-
da. Venia por la calzada hacia mí. Me levanté para salir a su encuentro,
pero me hizo señas para que permaneciera allí, en la orilla. Las distancias
en Kólob eran formidables, pero nuestros cuerpos eran ligeros como el
aire que nos rodeaba. Corina estaba maravillosa, traía una corona de flores
en su cabeza. No era ni muy ostentosa ni podía evitarse el admirarla. Ese
gusto equilibrado en las cosas me admiraba de ella. Al llegar a mi altura se
sentó a mi lado sobre la arena de la playa.
- Hola Kozi, ¿preparado para el gran día?
- Contigo cualquier momento es un gran día.
Ella rio ante mi cumplido. Aunque no era un cumplido, era cierto
como su risa que ahora acompañaba las pequeñas olas que acariciaban
nuestros pies. Entonces guardo unos momentos de silencio, miro al hori-
zonte y fijando su vista en un punto desconocido para mí me preguntó
- ¿Has estado alguna vez ante el oscuro océano de la inteligencia?
- No, ya sabes que en Casa Jana trabajamos sobre modelos. He es-
cuchado historias de cómo será el día en que estemos antes el oscuro
océano de la materia… bueno yo ya no estaré.
Ella me escuchó en silencio pero su mente parecía permanecer en
ese punto lejano del horizonte.

181
David Moraza Los palacios de Kólob

- He estado dos veces…las dos han sido distintas. ¿Sabes? El te re-


cuerda.
- ¿El? A quién te refieres
- Al oscuro océano. Cuando ves a Irreantum, nuestro mar, por
primera vez te sientes sobrecogido por su inmensidad. Nunca has visto
nada tan extenso y puedes meter tu pie en el agua y pensar que estas de-
ntro de algo tan grande. Luego te acostumbras y dejas de impresionarte.
Pero cuando estas delante del oscuro océano, sientes que te observa y que
desea de forma intensa la luz que llevamos todos. Tienes la impresión que
una delgada hoja separa su ambición de absorberte en su interior de tu
situación a la derecha del maestro formador. Te hace sentir que éramos
como peces nadando en su oscuro interior y que tuvimos la oportunidad
de salir y emplear nuestra inteligencia o luz en la creación de un espíritu.
Te hace sentir en deuda con él. Requiere algo de ti, que le devuelvas aque-
llo que te dio. Has de tener mucha disciplina y control para manejar las
premisas de forma perfecta bajo esa presión. Algunas veces no aguanta-
mos y el maestro formador ha de abortar el intento. No es un deshonor,
pero no habla bien de nuestro grupo y sección.
- ¿por qué me dices esto?
- Porque quiero que seas el mejor de mi equipo.
Me quedé sin habla. No esperaba tantas expectativas por su parte.
Alicia se levantó y con sus manos en jarras me miro con aire desafiante.
- Bien, nos vamos. Quiero enseñarte algo antes de ir a ver al guar-
dián de la puerta.
Caminamos por la calzada desde la puerta de Gaviana a los arcos
de Sinabea. A esa hora Kokaubean ascendía un palmo detrás de los luga-
res densos. Aún no veíamos su disco en el cielo, pero ya las estrellas cerca
del horizonte palidecían, no así las más altas que siempre eran visibles. A
nuestra derecha podíamos ver el palacio de Gaviana en su vertiente al
mar. Más adelante el perfil de la casa Sinabea, introducido en el mar, sus
pabellones daban la sensación de mirar orgullosos a la planicie inmensa de
Irreantum, el mar.
Antes de llegar a la plataforma de acceso a los arcos y al camino
que conducía a la puerta, Corina me tomó de la mano y me condujo por
una calzada que se alejaba de la senda principal y que conducía hacia uno
de los islotes que poblaban todo ese mar interior. Mientras nos dirigíamos
hacia allí, bajo nuestros pies, el mar bullía de criaturas marinas de todo

182
Los palacios de Kólob

orden. Era un mar amigo no hostil. La altura de las calzadas permitía ob-
servar con todo detalle hasta una buena profundidad, pero impedía tocar
la superficie del agua. Pregunté a Corina la razón de esto.
- No interactúan con nosotros, hay una distancia entre ellos y no-
sotros. Sin embargo a donde vamos han cambiado esto. La isla se llama
Midela y reside en ella la escuela Retornos.
Se quedo mirándome, sonriendo, la conocía y sabía que esperaba la
pregunta de rigor. Le gustaba ese juego de exigir las preguntas obvias para
seguir una conversación. Le conteste con resignación fingida.
- Vale…por qué se llama la escuela de los retornos.
Empezó a reír… solo por verla reír seguía su juego con deleite.
- Como ves Midela está cercana a Gaviana, la transición. En Midela
se trabaja en el regreso de muchas criaturas al mar, después de estar en
tierra. En un principio hubo mucho debate en eso. Se consideraba un pa-
so atrás, pero Bento, su fundador, propuso una nueva línea de inteligen-
cia. Algo así como la conciencia de ser en el mar. Así como nosotros lo
seremos en tierra. La idea cautivo a la madre Sinabea, al grado que se dis-
puso participar en persona en el proyecto. Como comprenderás cualquier
oposición a esta idea se esfumó. Se asignó a la escuela de Bento esta isla y
los resultados han sido sorprendentes.
- Pero ¿por qué iban a necesitar regresar al mar después de con-
quistar la tierra?
- No necesitan volver. Desean hacerlo, volver a casa habiendo con-
seguido una inteligencia superior. Es como regresar después de estudiar.
Llegamos a un edificio de paredes blancas, todas sus líneas eran
curvas y esquinas redondeadas, parecía listo para surcar las profundidades
con poco esfuerzo. Su estructura se introducía en el mar a bastante distan-
cia. Daba la sensación que se vertía en el agua como piedra fundida. A
medida que se acercaba a la orilla sus paredes eran traslucidas y pulidas
como el ámbar. Nos recibió un hombre a juego con el entorno. Pantalón
a media pierna de color blanco y una túnica corta ceñida a la cintura con
un cinturón azul oscuro. Se dirigió a Corina.
- ¡Tú por aquí! Corina se bienvenida. Qué alegría.
Se acercó a Corina y la abrazó con efusión. Me miró y preguntó con la
vista
- Es Belisario, un amigo. Veras Taleon, el es Kozam va a estar en
mi equipo.

183
David Moraza Los palacios de Kólob

- Ah sí, he oído de ti. Tú eres de la Casa Jana y vas a mudarte a Si-


lam. Eres toda una celebridad. No es frecuente que se abandone la casa
materna.
Me sorprendió que el supiera algo. Aunque siendo amigo de Co-
rina posiblemente ella le informara sobre mí. Iba a contestar a Taleon para
aclararle ese punto cuando Corina me interrumpió.
- Taleon venimos a ver a tus criaturas especiales. Quiero que Beli-
sario las conozca.
Y mirándome con ojos traviesos me dijo
- … y yo no le he dicho nada.
Fuimos caminando hacia una especie de gran estanque abierto al
mar. Había entrantes, túneles, todo era transparente, dando la sensación
de que el agua se abriera ante nuestros pies. El complicado laberinto, que
solo se adivinaba a medias, permitía un acercamiento a la fauna marina
total. Su nivel, un poco inferior a este, permitía acercarse al agua como a la
mesa de un despacho. Taleon batió el agua de forma especial y al poco
tiempo acudieron unos peces especiales. No eran criaturas normales, eran
inteligentes y conscientes de sí. Entonces tomó la palabra.
- Cuando fueron traídos a través de la ventana, nuestra madre Si-
nabea estaba presente, e hizo lo que nunca se ha hecho. Sopló a través de
la ventana antes de que saliesen y les envió el conocimiento de su propia
muerte. Cuando salieron ya eran autoconscientes.
- ¿Qué quieres decir con el conocimiento de su propia muerte?
Taleon miro a Corina y sonrió.
- Ya veo que en tu casa estáis en los asuntos de la materia, no me
malinterpretes. Todos honramos a Jana, pero algunos detalles solo se co-
nocen en estas islas.
Hizo una pausa mientras miraba con admiración los juegos y sal-
tos que hacían esas criaturas, estilizadas, la sola visión de ellos susurraba a
la mente dotes extraordinarias. Taleon continúo
- …solo habrá dos seres conscientes, con totalidad, de su muerte
nosotros y ellos. Y por lo tanto solo dos tendrán la capacidad de vivir vo-
luntariamente en los sitios densos.
- ¿Quieres decir que tendrá conciencia de sí?
- Si, de forma distinta a la nuestra, ellos no son linaje de Gnolaum,
pero son creaciones especiales que bordearan el salto.

184
Los palacios de Kólob

Los observé y tenían la apariencia de alguien no de algo. Daban


una impresión especial. Jugaban entre ellos, parecían niños. Se les conoce-
rían como delfines. Taleon me observaba curioso, el efecto que provoca-
ban en mí.
- Puedes tocarlos, serán mamíferos y por lo tanto interactúan con
nosotros y en un grado profundo.
Fue al tocarlos donde percibí las maravillas que la casa de Sinabea po-
día hacer. Crear algo así de un oscuro océano era más de lo que podía pe-
dirse. Su piel era sedosa y delicada, hecha para resbalar en el mar de una
forma suave. La fuerza que desprendía era mucho mayor que la aparente
por su tamaño. Al tocarlo me invitó a jugar. Eran niños de siete años.
La madre Sinabea y su linaje podían hundir sus manos en el barro de la
inteligencia pura y crear vida consciente.
- Pueden comunicarse entre ellos. Se reconocen en un espejo, les
gusta colaborar con nosotros. Se ayudan entre ellos.
Taleon volvió a batir el agua, esta vez chascando los dedos y uno
de ellos se alzo del borde del estanque, mostrando su cabeza. Con un ges-
to me animó a acariciarlo. Me indicó que lo hiciera en el hocico.
Me impacto bastante, de nuevo la sensación de estar conociendo a al-
guien, de estar ante alguien infantil, pero totalmente maduro en sus posi-
bilidades. Quería llevarme a conocer su familia, lo transmitía de forma
clara. Parecía reír, su lenguaje corporal era extraordinario.
- ¿Cuándo vivirán?
Ambos empezaron a reír, una risa clara e imposible de ofenderse
por ella. Corina se me acerco y puso su brazo sobre mi hombro.
- Belisario, – me respondió Taleon – esa pregunta es la primera
que hacen nuestros hermanos cuando les enseñamos por primera vez al-
guna de nuestras creaciones. Cuando salen del palacio de nuestra madre
Sinabea, después de atravesar todo el recorrido de enseñanza. Yo también
la hice en mi momento. Quería saber cuándo brillarían en los lugares den-
sos nuestros campeones. Los creamos con esmero, con mucho tiempo
para imaginarlos, nos basamos en algo anterior, en una variación o en algo
totalmente nuevo. Antes de ir al guardián a presentar nuestro proyecto, ya
lo amamos como si existieran. Ha ocupado nuestra mente, como si esta
fuera un estanque, te aseguro que Loudin ha batido con su cola nuestros
pensamientos más veces que las olas de Irreantum. Ellos son nuestros
campeones.

185
David Moraza Los palacios de Kólob

Y al decir esto abrazó la cabeza emergente de ese delfín y la acer-


có a la suya con un afecto nuevo para mí. Loudin se dejó querer de esta
forma y seguidamente se reunió con su grupo. Volvió a mirarme y conti-
núo su charla.
- …contestando a tu pregunta, nosotros sólo los imaginamos y los
creamos. El cuándo es labor de la Casa Gaviana, ellos tienen la compleja
tarea de asignar el momento adecuado para su partida. Ellos saben mejor
que nadie si surgirán por transición o por aparición súbita. Ellos tocan los
resortes para que en su momento la vida sea capaz de admitir a inteligen-
cias especiales como Loudin. Y si son dignos, ¡que lo serán!…
Esto último lo acompañó de un gesto autoritario que hizo reír a Cori-
na
- … la Casa Plamia le dará la oportunidad de persistir en el tiempo.
- Estoy seguro que la tendrán, Taleon, después de verlos no puedo
recordar criaturas más inteligentes que ellos.
Visitamos otros estanques parecidos a este y nuestro asombro fue
a mayor. Algunos de ellos eran gigantescos otros de formas extrañas. La
isla entera era como un panal diseñado para incubar nuevas especies de
vida marina. La escuela del Retorno, iba a contracorriente del movimiento
normal de la vida, era un intento imaginativo de llevar lo mejor de la tierra
al mar. Y yo daba fe que lo había conseguido.
Y el mar de Kólob, Irreantum proporcionaba la gigantesca matriz
para el inicio de todo. Y todo giraba hacia la vida, hacia su nacimiento. Y
sorprendía la variedad infinita de ella. Había un derroche perturbador en
esto, como si alguien quisiera saturar nuestra capacidad de recordar o des-
cribir. Se derramaba la imaginación sin medida por todos lados, con un
impulso de querer agotar toda posibilidad, un querer admirar todo desde
cualquier ángulo posible. Agotar toda la capacidad de la mente en sacar
del oscuro océano a todas las criaturas atrapadas en el estado llamado “el
carecer de belleza y forma”
La vuelta a la calzada principal, estuvo llena de comentarios por parte
de Corina.
- Le has gustado – me comento ella–
- Bueno, solo me falto meterme en el estanque. Y puedes creerme,
estuve a punto de pedirlo.

186
Los palacios de Kólob

- De que hablas, no me refiero a Loudin, sino a Taleon. Cuando te


referiste a Loudin como ellos y tu pregunta ¿Cuándo vivirán? De verdad
parecías un novato.
- Ya, pero yo no he abandonado mi linaje, eso es algo que siempre
tengo que explicar. Además, quiero uno.
- Un qué
- Quiero un Loudin.
La risa fácil de Corina, me contagio. Nos reíamos de todo, de los
transeúntes, de sus expresiones, nos reíamos de nosotros. Mientras cami-
nábamos rodeados de agua a izquierda y derecha. Los arcos de Sinabea
iban dejando de ser líneas recortadas en el cielo para adoptar su curvatura
propia. Todo parecía diminuto a su alrededor, seguir su recorrido desde la
base producía cierto temor de ver desplomarse de un momento a otro
algo tan alto con una base en comparación minúscula.
Cada generación, representada en cada arco, era una urna sellada.
Sólo conocíamos sus nombres, sus huellas en los auditorios. La certeza de
que los que habitaban los lugares densos de Kólob, los conocieron a to-
dos. Todos los registros que correspondían a esos arcos estaban sellados
en la Casa Alesiam, muy pocos accedían a su contenido y todos ellos den-
sos. Toda la actividad de Kólob era registrada minuciosamente por los
miembros de esta casa, suyo el privilegio de tener una visión extensa y
documentada de nuestra era. Muchos de ellos eran miembros de socieda-
des de coleccionistas, ocupados en visitas muy supervisadas a otros linajes
y a establecer estudios de historia comparada.
No había porosidad entre eras, las madres decían que cada arco tiene su
cielo y su tierra. Debíamos partir de cero hacía nuestro destino. No se
debía introducir conocimiento que correspondiera a tiempos opacos a
nosotros. Ni su memoria ni su destino se cruzarían en el nuestro. Sin em-
bargo estaban allí, majestuosos y dando testimonio de pasadas multitudes,
que caminaron, quizás por esta misma calzada.
Solo los perceptivos sin forma podían saber algo, pero eran imposibles de
contactar y no tenía objeto preguntarles. Sus labios, si los tenían, estaban
sellados.
Corina me hablaba de su equipo. Eran siete y habían tenido que in-
corporar a uno más para que fuésemos nueve. El número no podía ser
par, ya que el líder del grupo era el que controlaba las premisas en los dos
flancos. Ella y yo éramos Alteradores. Nosotros somos los primeros en

187
David Moraza Los palacios de Kólob

actuar. Despertamos en la inteligencia pura el deseo o el interés en nuestra


llamada. Nos identificamos como hijos del Gran Gnolaum y mostramos
nuestra dignidad en ser atendidos. Esto siempre provoca un movimiento
allá en la oscuridad, una conmoción. Ocurre en gran parte a causa de
nuestro linaje, llevamos el sello de nuestro padre, y su poder es reconoci-
do incluso allí en esa oscuridad expectante. Una vez conseguido el grado
de alteración, hemos de conseguir arrancar de ese avaro océano algo de su
sustancia, lo cual es conciencia pura. A eso le llamamos espuma. Para ha-
cer esto es necesario tentarle con la posibilidad de tener forma y ser bello.
Estas dos cualidades eran deseadas desde su morada oculta.

Decían los perceptivos sin forma, que el oscuro océano de la inteli-


gencia escruta las costas de los lugares densos y observa su luz y belleza.
Concibe el deseo de apoderarse de ellas, ambiciona llevarlas al centro de
su morada, pero sólo puede conseguirlo en un pacto con los linajes. No-
sotros le tentamos con solo mostrarle nuestra forma y disposición. El se
maravilla al ver las gotas oscuras de inteligencia, un día escapadas de su
seno, convertidas en almas inteligentes. Hay que tener en cuenta que solo
esta emoción es posible con una entidad como esa. Para tentarle hay que
visualizar nuestra propuesta de forma completa y en una actitud de acuer-
do a las premisas, es decir ofreciendo un lugar apropiado para nuestra
creación, perfectamente situado en un espacio de posición, esperanza y
enfoque, de lo contrario no nos reconocerá como enviados del Gran
Gnolaum. El Señor de los dominios ordenados y obedientes. El Señor de
la creación inteligente. Esta fase es la más difícil e importante.
Visualizar nuestra propuesta en todos sus aspectos y mantener
esa visión en nuestra mente y de forma sincronizada durante un tiempo
apreciable, en ese amenazante lugar, requiere entrenamiento y una afini-
dad especial en la pareja que lo realice. Sincronización y fijación.
El oscuro océano necesita algo, que podría expresarse, como “ver de qué
se trata”. La fijación de nuestra imagen le ofrece el infinito y único placer
de alumbrar su espacio oscuro con una visión donde él puede reflejarse.
Convertirse en algo bello y con forma. Su sed y hambre de esto es infinita.
Es imprescindible para los alteradores o batidores, tener un conocimiento
completo del proyecto y una habilidad especial para imaginarlo en todas
sus partes y detalles y de esta forma arrancar la espuma. Nuestro trabajo
es intelectual, en el sentido de dominar y comprender cada aspecto de
nuestro proyecto y otro aspecto mental, este es el que más entrenamiento
188
Los palacios de Kólob

requiere. Corina y yo debíamos de realizar estas tareas totalmente sincro-


nizados. Deberíamos hacer frecuentes visitas a la sala de la prueba en el
palacio de Silam.
Una vez que nuestro intento había conseguido su objetivo, pasa-
ban a escena, los alteradores de grumos, quienes, básicamente, conforma-
ban el grado de inteligencia necesario, dando cohesión a la espuma. Segui-
damente, los formadores, cortaban el flujo de inteligencia, y nos relevaban
en la tarea de mantener la forma. La inteligencia, ya encapsulada en nues-
tro proyecto, lo asume como la mano un guante. Al pasar por la ventana
de la inteligencia, olvida de dónde salió y toma su nueva vida. Pero no es
así con el oscuro océano, que siempre mantiene un vínculo indisoluble
con las criaturas, quienes viven y progresan, también para gloria suya.
Corina y yo repasábamos todos estos asuntos, en una toma de contacto
más cercana a nuestros oficios. Parte de nuestro entrenamiento consistía
en cantar juntos. Al hacerlo y conjuntar nuestras voces, nos iniciaba en un
mejor conocimiento de nuestros tiempos, nos ayudaba a pensar como uno
durante un tiempo. Corina ya había escogido algunas canciones, me pedía
mi visto bueno, pero eso era innecesario yo aceptaba todo lo que salía de
sus labios como algo inevitable para mi voluntad.
Llegamos a la plataforma que daba final a la calzada que conducía a la
puerta de la casa Sinabea. Teníamos frente a nosotros una perspectiva
frontal de los arcos. Un fenomenal pórtico con las terrazas de Sinabea al
fondo. Las puntas doradas de sus pabellones directamente sobre las pie-
dras angulares de cada uno. Ese lugar estratégicamente diseñado, susurra-
ba a la mente que esos arcos de piedra viva, semejaban a ondas en el
tiempo, que nacían de los lugares densos y que no terminarían nunca de
extenderse, que cada una de ellos era una eternidad para sus habitantes.
Esa ondulación de piedra parecía extenderse hacia Irreantum y perderse
en el tiempo. Nosotros seríamos el cuarto.
La calzada que se extendía bajo ellos, tenía una apariencia amba-
rina, estaba desprovista de adornos y accesorios. La simplicidad de la es-
cena, reforzaban su monumentalidad. Solo un camino recto bajo las pre-
misas.
Una vez dejada atrás la plataforma, Los pabellones de Silam aparecieron
ante nosotros, con una apariencia similar, pero con impresiones distintas.
Cada lugar emanaba un aura diferente. Corina comenzó a hablar de nues-
tro futuro empeño.

189
David Moraza Los palacios de Kólob

- Vas a tener que trabajar duro para entender nuestro proyecto. Es-
tá avanzado.
- Lo sé. Y no sabes cuánto te agradezco la oportunidad que me
dais. Entiendo que os voy a retrasar.
Ella hizo una mueca de estar molesta y añadió en tono serio.
- Si, si, espero que nuestra decisión no haya sido un error.
Me sentía mal, la verdad es que había tenido en cuenta todos los in-
convenientes que ocasionaría a un equipo en marcha la inclusión de un
nuevo participante. Yo mismo hubiera mostrado mi desacuerdo en una
situación así. Entonces empezó a reír.
- No te preocupes… no ha sido decisión nuestra, de hecho no nos
han consultado. La decisión la comunicó el propio guardián de la puerta.
Ya sabes qué quiere decir eso. El asunto es de alto rango. ¿es que hablaste
con la madre Jana?
- Si
- No me has contado nada, a qué viene tanto secreto. Vamos a tra-
bajar juntos, no debemos de tener secretos entre nosotros.
Ella tenía razón. Me sentí tocado por su comentario, porque era cier-
to. Subió a mi memoria el rostro de Abiola. Mi mal hacer con ella, porque
siempre me reservaba algo para mí. Yo le mostraba afecto, pero nunca
dejé que pasará a mi interior, y eso ella siempre lo supo. Siempre intuía
que había un espacio cerrado en mí, donde nunca tendría acceso. Lo sa-
bíamos sin palabras, en su mirada clara.
Le conté con detalle todos los pasos que tuve que tomar para
elevar mi petición. Recordé con detalle y nostalgia mi visita a mi madre
Jana y su petición de crear una flor para ella. Le dije todo lo que mi me-
moria era capaz de recordar y sentí remordimiento por no haber tenido la
misma confianza con Abiola, mi anterior compañera.
Corina cambio de tema abruptamente.
- Tienes que entender algo…
Señaló con su mano hacia las terrazas coronadas de bosques y casca-
das. Daba la impresión que tanta belleza en la lejanía era como pintada.
Tantos detalles había en su contemplación que perdía el hilo de sus pala-
bras.
- …Silam es la casa de la avanzadilla de la vida. Nosotros prepara-
mos el mundo para recibir a la vida animal. Somos el primer pie que toca
el mar o la tierra. Nuestras creaciones no se alimentan de nada ni nadie.

190
Los palacios de Kólob

Tienen que lidiar con la nada. Solo la luz y una atmósfera hostil. Algunos
no valoran en lo debido al reino de Silam, pero nosotros tejemos el manto
invisible que cubre la vida en un planeta y la protege de la radiación mortal
de las estrellas. Nosotros creamos la primera forma y la belleza primera en
un mundo. Pues nuestra madre Silam no sólo se complace en la perfec-
ción de una tarea sino en la belleza. Por eso las plantas son perfectas en
sus funciones y hermosas en sus formas visibles.
Miré la corona de flores en su cabeza. Tejidas en tallos verdes con
hojas diminutas, asomaban flores pequeñas como miradas de amor
primerizo, como frases tímidas de adolescente. Mirarlas junto a los ojos
oscuros y profundos de Corina me perturbaba más allá de toda
suposición. Al punto de experimentar cierto temor. El realce en su
aspecto era mutuo pues no sabría decir quién adornaba a quien, si el
rostro de Corina a esas pequeñas flores o viceversa.
- Corina, hasta qué punto son conscientes las plantas.
- Veras, a la hora en que tengamos que alterar al oscuro océano, lo
hacemos desde la ventana de la inteligencia de la casa Silam. Cada ventana
tiene una especial configuración que crea cierta disposición allá en lo os-
curo, para solicitar lo que se necesita. Digamos que hay cierto reconoci-
miento de quién llama a la puerta.
Cuando nos acerquemos a ese lugar, ese día, presentaremos un espacio
donde la posición o libre albedrio no será lo principal, sino la esperanza y
enfoque. Necesitamos unas inteligencias, adecuadas a esto, es decir. De
proyecciones a largo plazo. La flecha del tiempo es corta, la conciencia de
su tiempo no es la nuestra. Su libre albedrio es una pequeña parcela de
pocas decisiones, pero de consecuencias muy lejanas. La esperanza las
anima día a día, pues tienen una conciencia exacta de su potencial. Así
como para nosotros el futuro es un velo espeso, para ellas es una imagen
nítida, solo desean llegar a ese potencial.
- Sí, pero tú crees que pueden sentir como nosotros,
Corina me miró de forma curiosa.
- Veras, para tener la conciencia de sí que nosotros experimenta-
mos hay que reunir dos condiciones principales. Una ser del linaje del
Gran Gnolaum y la otra tener energía suficiente.
- La primera la entiendo a qué te refieres con la segunda.
- Las plantas, en general, son la primera vida en aparecer en la tie-
rra y deben de subsistir con los alimentos generados por ellas mismas, ya

191
David Moraza Los palacios de Kólob

que el mundo está vacío. No pueden generar más energía que la que con-
siguen en su propia forma de la luz y del aire. Esa energía no les permite
acceder a estados de conciencia como el nuestro, ni siquiera parecido a los
animales. Sin embargo experimentan una conciencia más general que indi-
vidual, de especie. Además, su unión con la tierra le aportan una satisfac-
ción y seguridad permanentes. Esto es necesario a fin de crear un colchón
vivo para que los demás reinos puedan subsistir en un mundo que se de-
sarrolla desde cero.
En el fondo agradecía que Corina no entrara en detalles en ese mo-
mento. Me gustaba balancearme escuchando los conceptos generales. Es-
tos no requirieren mucho empeño en su comprensión, yo deseaba disfru-
tar del placer que por sí mismo consistía en escuchar sus palabras.
Nos acercábamos rápidamente al final de la calzada, en la entrada de los
arcos de Silam. Pero esta vez los márgenes se veían llenos de vida, plantas
y árboles de todo tipo y tamaño. Y aún el mayor de ellos era minúsculo
bajo los arcos.
Caminamos hacia la puerta de la Casa de Silam, para presentarme ante
el guardián de la puerta. Allí recibiría mi llamamiento como integrante del
grupo de Corina y mis insignias como alterador. Debíamos atravesar antes
el camino bajo los arcos de Silam, a diferencia de la simplicidad en Sina-
bea, allí la exuberancia predominaba por todos lados.
Hay una diferencia entre estar presente ante una persona o ante
una planta. En la vida cotidiana una planta, salvo para personas sensibles,
es un objeto que solo comunica una cualidad estética y esta cualidad crea
emociones en nuestro interior. Sin embargo a medida que me acercaba al
camino de acceso, bajo los arcos, me inundó una sensación de presencias
individuales que abotagaba mis sentidos. Si hubiesen sido multitudes de
personas a ambos lados del camino, lo hubiera interpretado como una
bienvenida a Silam. Pero al observar que eran árboles, plantas, parterres de
toda forma, tamaño y variedad sentía una especie de temor a algo que
desconocía. Tenía la impresión de que me observaban, que se pregunta-
ban quién era yo. Intuía que cada una de esas creaciones estáticas en el
acceso a la puerta realizaba una misión y que eran conscientes de su valor
individual. Empecé a pensar en ellas como si fuesen personas. Nunca ha-
bía experimentado esa percepción con tanta fuerza.
- No son personas, Belisario. No te confundas.
- Es que me lees el pensamiento.

192
Los palacios de Kólob

- No, claro que no, pero tu expresión es la misma que la de cual-


quiera caminando por primera vez bajo estos arcos. Una vez escuchaste a
Tuki, ¿recuerdas?...
Lo recordaba, fue el día en que decidí trabajar en su equipo.
- … nuestro Tuki era un álamo sencillo, en la rivera de un rio y aún
así lo notaste. Ahora estás presentes ante los primeros. Los honorables de
nuestra casa. Ellas fueron en la mañana de la creación y ocupan un lugar
de honor en Kólob. Ellas guardan la puerta de La Casa de Silam. Son po-
derosas y especiales. Ellas serán los irruptores en los lugares densos.
- ¿irruptores?
- Sí. Ellas serán los que crearan momentos decisivos en la historia
de los lugares densos. Las plantas afectan la forma en que vemos el mun-
do, nos orientan hacia formas de pensar, lo hacen de maneras sutiles. Es
así como los mundos interactúan con la superficie viva que los envuelve.
Las que ves en este lugar son las decisivas, están cargadas de conciencia y
saben de su valor.
Bajo los árboles de diferentes tamaños y especies había parterres y
macizos que capturaban mi atención, era muy difícil dirigir la vista hacía
otro lugar. Su diseño era de gran belleza y poseían algo que no sabría defi-
nir. Podía usar la palabra conciencia y sin embargo equivocarme en su
empleo. Podían interactuar con mi vista. Sabían que yo los miraba y ellas
sabían que yo lo sabía. Incluso el césped que formaba una alfombra verde
indescriptible, pedía ser pisado no solo contemplado sino pisado, cosa de
lo más inverosímil, ya que era consciente de la agradable sensación que
podía comunicar a quien caminaba sobre él; estaba deseoso de mostrar
sus habilidades.
- Esas agrupaciones que miras son sociedades autosuficientes. En
su diseño se emplea mucho esfuerzo, en conjunción con otras formas de
vida crean espacios casi autónomos. Pequeñas islas de vida
Yo no podía apartar mi vista de ese lugar en concreto, me extasiaba
en la contemplación de un macizo de plantas. Empecé a diferenciar los
individuos de ese macizo, no con mi vista al percibir sus especies, sino en
su forma de ser. Entablé la conversación más extraña que jamás hubiera
tenido. Empezaron a formarse en mi mente ideas inducidas, como si mi
cabeza fuese una red para cazar mariposas.”Contémplame”, “Estoy aquí”,
“Cuido de mis hermanas”. Esta última frase me hizo, tomar conciencia de
nuevo y poder, momentáneamente, formular una pregunta a Corina.

193
David Moraza Los palacios de Kólob

- Ella dice que cuida de sus hermanas.


Corina dirigió la mirada hacia donde yo estaba.
- Esa planta espigada y alta es la preferida por un tipo de araña. En-
tre al menos dos como ellas, teje su tela. Es una protección para el resto.
Sin embargo ha de alcanzar la altura adecuada. De eso depende gran parte
de la seguridad del grupo. También llaman la atención de pájaros que se
alimentan de esa araña. En sus excrementos viajan las semillas de sus
compañeras.
Entonces, ocurrió algo que no esperaba. Empecé a entender sin pala-
bras la extraordinaria sociedad que tenía frente a mí. Y en la medida que
entendía mi conciencia se abstraía de lo que me rodeaba, hasta el punto de
no ver otra cosa en mi campo de visión. Las siete especies que componían
ese macizo vegetal desgranaban su vida en destellos de ideas, impregnan-
do mi mente de un conocimiento imposible de expresar. Entendí por qué
el aroma a lavanda era agradable a nuestro olfato, comprendí que esa sin-
tonía con nosotros sería necesaria para su supervivencia y que a la vez
nosotros necesitamos esa belleza escondida en el aire para enriquecer
nuestros sentidos y nuestra mente en cada aspecto de nuestras posibilida-
des de percepción. Sentí que necesitábamos percibir la belleza también
por nuestro olfato y que eso enriquecería nuestro lenguaje y nuestro pen-
samiento. Comprendía que ella estaba allí para despertar el arte. ¡Dios
mío!, supe que el arte empezó por nuestro olfato al percibir lo invisible en
nuestra mente, al componer en nuestra imaginación antes de ver, lo que
producía esa fragancia. Ese momento mágico en que olemos pero no ve-
mos y buscamos el origen, es el momento más creativo de nuestra mente.
Y el descubrimiento al encontrar la fuente, asociar lo agradable a lo bello y
sus formas. Lo flexible, maleable, suave y sus contrarios.
- Kozi…eh…Kozi.
Tarde algo en enfocar mi vista en Corina. Ella estaba delante de mí.
- Debes tener cuidado. Las plantas de este lugar son poderosas, son
las primeras, ya te lo comenté. Son muy golosas con los visitantes nuevos,
acaparan su atención sin medida. Si las dejas pueden mantener tu atención
el tiempo de un arco.
Yo estaba sencillamente maravillado. Todas las sensaciones que tuve
con Corina en aquel riachuelo por donde paseábamos, junto a Tuki, se
multiplicaban a medida que caminábamos.

194
Los palacios de Kólob

A, nuestra derecha, destacaba un árbol de gran tamaño. Parecido a


una encina, pero de un aspecto perfecto. Sus ramas inferiores, gruesas y
extensas parecían sostenerse por una fuerza oculta. Su copa era de forma
piramidal. Daba la sensación que la luz de Kokaubean tuviera predilección
en penetrar sus hojas, filtrándose como una lluvia brillante, despertando
en sus delgadas láminas impulsos de conciencia. No pude evitar quedar
dominado por su visión. Todo el espacio cercano a él, estaba afectado por
esa presencia, como si sus límites no se fijaran a su corteza sino que algo
de su esencia se propagara a su alrededor. La brisa movía sus ramas y
hojas, pero tuve la impresión que escondido bajo esa apariencia de regula-
ridad, se producían movimientos propios, ajenos a la atmósfera amigable
de Kólob.
Corina me observaba, ella misma parecía ver de nuevo esa escena a través
de mis ojos. Imaginando mis emociones, disfrutando de volver a sentir.
- El se llama Osimlibna. Es el árbol del conocimiento.
- Corina, me miró esperando mi pregunta. Pero yo estaba abstraído
en la contemplación de algo que no había visto hasta ahora. Y es que en
Kólob siempre encontrabas maravillas cuando suponías que lo habías vis-
to todo. Ella tiró de mi manga y sonrió.
- Perdona…estaba…¿qué es un árbol del conocimiento?– pregunté
sin dejar de mirar a Osimlibna –
- No es un, sino el. Osimlibna es único. Está justo debajo del pri-
mer arco, porque nació en esa era. El es capaz de convertir la luz en cono-
cimiento. Ese es su fruto. Es un árbol, por llamarlo de alguna forma, mi-
nistrante. Las demás creaciones son conscientes también, pero él trans-
forma la luz de la estrellas, todo lo que “ve” a través de sus hojas en co-
nocimiento y no solo eso sino que lo transporta y condensa en sus frutos.
Osimlibna solo nace una vez por era, hace lo que tiene que hacer y enton-
ces se va. Y no me preguntes qué tiene que hacer, porque no lo sé.
- Me dijiste que una planta no tiene energía para tener una concien-
cia como nosotros, cómo en este caso es distinto.
- Corina empezó a reír y me felicitó.
- Vaya parece que nuestro recién llegado no pierde el tiempo. Pero
recuerda que te dije que Osimlibna es único y que lo llamamos árbol por
llamarlo de alguna forma. El es, no uno de los primeros, sino uno de los
contados seres densos en la Casa de Silam… Ah… no te habías dado
cuenta, tan impresionado estas que no lo has visto. A pesar de estar fuera

195
David Moraza Los palacios de Kólob

de los lugares densos él lo es desde tiempo inmemorial. Observa cómo el


espacio a su alrededor se altera a causa de la presencia de alguien denso.
La impresión de contemplar a una criatura tan avanzada, nublo por
un momento mi capacidad de ver normalmente. Era un árbol denso, no
entendía cómo estaba allí y por qué. Me di cuenta que había muchas cosas
que no sabía y que me iba a costar trabajo entender. No era cuestión de
intentarlo todo el primer día.
Mientras rebasábamos a Osimlibna, vino a mi mente la escena del audito-
rio, fue como una sacudida. Me dejó perplejo cómo no se me había ocu-
rrido hasta ahora no haber preguntado a Corina. Parecía como si de re-
pente se hubiera alzado en mi memoria reclamando el primer lugar de mis
pensamientos.
- Corina, ¿estuviste en la conferencia de Bisnan, en el auditorio?
- Sí, claro, fuimos muchos de las escuelas.
- ¿Qué piensas de lo que dijo Bisnan?
Corina pensó por un momento lo que iba a decir. No podía evitar
mostrar que era un tema delicado para ella. Su piel era como un cristal
para mí. Entonces me sorprendió tomando mi mano, deteniéndose me
miro a los ojos.
- Kozi, no debemos tener secretos entre nosotros, de lo contario
no podremos alterar de forma perfecta. Nuestro equipo… bueno tene-
mos que hacerlo bien para no ser una carga para ellos… por eso…
- ¿Qué pasa? ¿te preocupa algo? Sólo te he preguntado qué piensas
de la conferencia de Bisnan, no que me la resumas.
Yo esperaba verla reír de nuevo, pero su semblante se había vuelto re-
servado.
- Tengo miedo Kozi. La exposición de Bisnan fue brillante, no ha-
ce más que reforzar mi adhesión a las premisas de Kólob…
Se detuvo un instante. Me miró con esos ojos profundos y negros a
los que nada se puede negar. Donde la mentira no halla su lugar.
- … pero Kozi tu no me preguntas por Bisnan sino por Aribel.
No tenía sentido ocultarle a Corina mis dudas o mis preguntas. Em-
pezaba a crear otra zona reservada con ella. Se repetía de nuevo lo mismo.
Y no iba a permitirlo otra vez.
- Perdona Corina. Es cierto, me preocupa el comentario de Ari-
bel… “no recordareis nada, no habrá nada en vuestra mente que os diga
quiénes sois” y volvió a insistir en la gran pérdida que supondrá para él,

196
Los palacios de Kólob

abandonar los sitios densos. Veras no hay nada de lo que dijo que no fue-
ra cierto, pero había un fondo de desdicha de… resentimiento. Y lo que
ahonda más mi temor es el hecho mismo de su presencia en el auditorio y
el aprovechar una pregunta trivial para lanzar ese comentario tan sutil.
¿Por qué? No me cuadra ese desahogo inocente en alguien como él… “se
perderán para siempre…”
Antes de responderme, ella me tomó de la mano y me llevó a una pe-
queña glorieta, donde me esforcé en no observar nada. No quería quedar
de nuevo pasmado con otra novedad de aquel camino bajo los arcos.
Nos sentamos arrullados por una especie de flores cantoras, la ligera brisa
penetraba a través de sus flores en forma de cilindros. Al hacerlo silbaban
como flautas lejanas, cada una de ellas de forma distinta a las demás. Co-
rina, se adelantaba a mi nuevo trance vegetal.
- Kozi, escúchame. No es Aribel, son muchos de ellos. Te repito
que tengo miedo. La conferencia fue un señuelo para identificar a los des-
contentos. La intervención de Aribel fue totalmente calculada, no lo hizo
impulsado por un sentimiento de abatimiento o pena. Ellos no son sim-
ples como nosotros. Controlan sus sentimientos y actúan con un cálculo
al que ni tú ni yo estamos acostumbrados. El quería producir sencillamen-
te lo que sientes ahora mismo.
Este comentario me hizo sentir tocado en mi capacidad de analizar las
situaciones. Cosa en la que yo me sentía bastante hábil. ¿Cómo podía ella
decir qué sentía yo en ese momento, a excepción de estar preocupado?
- ¿Cómo crees que me siento ahora?
- Azorado, inquieto, inseguro.
- ¿por qué estas tan segura? ¿vuelves a leerme el pensamiento?
Corina apretó mis manos contra las suyas, ese gesto deshizo el brote
de amor propio que subía por mi garganta amenazando despertar palabras
en una defensa inútil ante alguien radiante de bondad como ella.
- Creo que es así porque yo me siento igual. Fíjate que el comenta-
rio de Aribel fue sobre sus sentimientos. ¿Cuándo hemos escuchado a uno
de los primeros hablar de sus sentimientos heridos? Ellos son prácticos,
brillantes, seguros son luces entre nosotros. Aribel no quiso aclarar la pre-
gunta sino cuestionar las premisas apelando a la pérdida que todos ten-
dremos. Su mensaje auténtico era “Mirad nosotros que lo dimos todo por
vosotros desde el principio, que hemos cosechado el fruto de una era. Lo

197
David Moraza Los palacios de Kólob

perderemos todo, no sabemos si volveremos. Todo se perderá, muchos se


perderán de los primeros y de los últimos. Toda una injusticia”
- Entiendo lo que dices y creo que es cierto. Pero ¿y si también lo
es todo? Es decir la intención de Aribel puede que fuese la de sembrar la
duda, pero ¿acaso no es legitimo dudar sobre el precio que se ha de pagar
para ir a los sitios densos? He pensado mucho sobre esto y creo que lo
que se les pide va más allá de lo que imaginamos. Sin embargo me aterra
su expresión cuando dijo esto. No me cuadra en la imagen que he tenido
siempre de ellos.
Corina me miro por primera vez como si descubriese una ladera es-
condida en una montaña. Una vertiente inexplorada. Pero había decidido
no tener secretos con ella y eso incluía mis dudas y mi eterna zona muerta
donde ningún objeto ejercía una influencia decisiva sobre mí.
- Cómo que si es legítimo dudar. ¿Crees que yo no las tengo?, pero
lo que nos afecta en definitiva no son las dudas sino las decisiones. Si ac-
tuásemos a condición de completa certeza no haríamos nada.
- Lo sé Corina, lo sé. Admiro tu determinación. Es algo que a mí
me resulta difícil de alcanzar, me muevo por certezas.
- No Kozi, por temores. Lo que tienes ahora es temor no certeza
ni dudas.
Un silencio vino a ocupar el espacio entre nosotros dos, tan solo
acompañado de dulce sonido de las flores que emanaban a un mismo
tiempo sonidos y aromas. A pesar del momento tenso en que estábamos,
no había malestar dentro de mí. Había buscado a Corina ese día en el au-
ditorio. Hubiera volado hasta ella si hubiese podido. Ahora estaba a mi
lado y su presencia era el equilibrio en mi alma atormentada por mis du-
das.
- Corina eres muy valiosa para mí. No sabes lo que tus palabras me
ayudan a entenderme a mí mismo.
- Kozi, escúchame bien. Ahora, en unos momentos, te presentaras
al guardián de la puerta de Silam. Nosotros tratamos directamente con el
oscuro océano. Si detectan algún titubeo en la alteración bajo las premisas,
no solo no llegaremos a la ventana, sino que no pasaremos de la segunda
sala. No se puede permitir que ningún grupo se presente en la ventana sin
una sintonía en las premisas impecable. De lo contario sería una merma
en el honor de la Casa Silam ante el oscuro océano y eso no se ha dado

198
Los palacios de Kólob

nunca, en ningún arco. Es imposible e impensable. Entiendes lo que te


digo.
Yo lo entendía todo perfectamente y sentía un dolor nítido al infligir
problemas en un equipo tan eficaz y al comprometer la palabra de Corina
ante sus compañeros por mi causa.
Yo podía haber elegido una vida menos implicada en la obra de
los lugares densos, pero no podía mantenerme al margen, mi impulso más
sencillo era el de saber y dominar, subir. Era ambicioso en mis deseos.
Quería mi nombre escrito en los registros de alteradores de la casa de Ja-
na. Quería estar en el gran día de la ignición. Estar presente en el momen-
to de ser cantada la canción ante el oscuro océano. Pero me daba cuenta
que arrastraba conmigo una tara en mi compromiso. La cuña de la duda
estaba clavada en el centro de mi alma y eso me restaba energías. Me daba
cuenta, ahora que hablaba con Corina, con una claridad diáfana.
Sin embargo en una zona de mi interior, ubicada en la parte iz-
quierda de mi espalda, y no podía decir si dentro o fuera de mí, tenía la
impresión que todo obedecía a una razón escondida a mi comprensión. La
imagen de mi madre Jana me incitaba a seguir y a enfrentarme a todo lo
que se pusiera en mi contra. Incluso mis propias dudas.
Miré a Corina a sus ojos. Estaba sonriéndome con ellos, a pesar de su
semblante serio. Era una mirada de desafío, me decía ¿serás capaz?
- Oye jovencita. Estas hablando con Kozi…perdón… con Ko-
zam…
Me levante y empecé a caminar de un lado a otro delante de ella. Em-
pezó a sonreír.
- Si crees que vas a asustar a un Alterador de la Casa Jana, del selec-
to grupo de Varanto, sección de Bisnan, Escuela de los Accesos. Que ha
superado todas las salas de la creación, y he de decir, con bastante éxito….
A estas alturas Corina empezó a reír y a adoptar una pose impresio-
nada por mis palabras.
- … que ha obtenido su vestimenta de oficio con mención de ho-
nor de manos del severo y muy sabio Bisnan…
Alcé mi dedo índice al cielo y con gesto solemne, voz ahuecada… Co-
rina empezaba a reír a carcajadas descomponiendo su pose.
- Si… que se ha enfrentado a todos en su petición única en la his-
toria de cambiar de oficio… si crees que vas a asustar a alguien así… en-
tonces…lo has conseguido. Me voy… adiós.

199
David Moraza Los palacios de Kólob

Corina se sorprendió, paró en seco, me miro. Y entonces fui yo el que


empezó a reír. Empecé a correr hacía la puerta de Silam. Corina se debatía
entre reír o alcanzarme. Nos divertíamos tan intensamente como en serio
nos tomábamos nuestro oficio y nuestros desafíos. Y a mí, provocar la
risa en alguien como ella, suponía de por sí, crear belleza en el mundo.
Sacar de un espíritu como el suyo, la alegría latente, era como correr en un
campo de mariposas, verlas levantar una alfombra de color a causa de mi
torpeza. Me sentía afortunado de hacerla feliz o al menos reírse de mí.
Así, ella, tenía un guardián. El de su risa y ese era yo.
Andábamos ebrios de alegría, porque lo que teníamos en ese
momento era superior a lo que esperábamos uno de otro. Nuestros temo-
res, dudas, ineptitudes todo se había disuelto en un ya veremos. En una
confianza inocente, por lo tanto poderosa. La puerta de Silam ocupaba
todo nuestro campo de visión. Fuimos serenando nuestro porte a medida
que se hacía más presente la inmensa presencia de los lugares densos. Era
imposible permanecer en ese lugar sin sentir la vibración de fuerza y po-
der que emanaba de ese lugar. Se hacía difícil razonar de la misma forma
que lo hice momentos antes acerca de mis dudas, delante de mí tenía el
resultado de las premisas de Kólob ¿qué mayor prueba necesitaba de su
validez?
Así que de su mano, fuimos ascendiendo por la escalinata hasta la entrada
del palacio matriarcal.
En las múltiples entradas, a través de la gran puerta, iban y venían
multitudes en el más perfecto orden, sin precipitación. Guardando una
serenidad o reverencia que no se si estaba inducida por el lugar o portada
antes de entrar. He de decir que habitantes y lugares sintonizaban de for-
ma perfecta confiriendo aquellos a la arquitectura un elemento vivo total-
mente en sintonía con las formas y colores.
Corina ya me había instruido en lo referente al guardián de la
puerta. Estábamos ya en el lugar destinado a la recepción de visitantes.
Pero mi caso era diferente.
Nos hicieron pasar a una sala anexa al pórtico, donde me preparé
para recibir la unción de la casa de Silam.
Después de recibir una detallada descripción de mis deberes y
tareas se me pidió que me pusiera en pie. Se me despojó de mis vestimen-
tas de la casa Jana y recibí la de Silam. A continuación procedí a realizar el
juramento de fidelidad a la casa en condición de hijo adoptivo por oficio.

200
Los palacios de Kólob

Se me administró la unción en los convenios de la casa, a los cuales juré


fidelidad y obediencia.
- Yo Kozam. Hijo de la madre Jana, vengo aquí en calidad de hijo
del Gran Gnolaum solicitando el honor de ser admitido en esta casa, la de
la madre Silam, a fin de ser instruido en todo lo necesario para desempe-
ñar mi oficio de alterador, para mayor gloria de esta casa, rindiendo obe-
diencia a las premisas y a cualquier instrucción que se me comunique en
mi línea de autoridad. En ello empeño mi honor y el de mi linaje.
Una vez dicho esto con la mayor seriedad, se me impuso las franjas de
alterador, sin condiciones, haciendo válida la formación que traía de mi
anterior casa.
El guardián de la puerta, me miró intrigado, al final comentó.
– Bien Kozam, es para nosotros un honor… y un misterio…
Esto último lo dijo en voz baja y en tono confidencial.
- …sé que Corina será para ti una excelente guía, porque supongo
que querrás conocer algo de nuestra casa ¿no es así?
En definitiva me estaba invitando a mirar al interior de la casa Silam.
Ni Corina ni yo esperábamos esa invitación.
- Es para mí – dije – un honor inesperado. Te lo agradezco mu-
cho.
- No es a mí a quien tienes que agradecerlo– el guardián sonreía de
forma displicente–. No hay nada que ocurra en esta casa que su dueña no
sepa. Es a la bondad de nuestra madre a quien debes agradecerlo.
Me incliné ante él y Corina y yo partimos hacía el interior.
Una vez franqueada la gran sala de recepción, tuvimos acceso al distribui-
dor de recorridos. Ante nosotros había tres bifurcaciones a cual más her-
mosa y gloriosa. La de la izquierda era la ruta del gobierno. El acceso a
este lugar estaba condicionado a permisos especiales del más alto nivel y
por los motivos más serios. Sin embargo podía ser observado desde cierta
distancia. A través de esa entrada se accedía a una ciudad interior
de enorme complejidad donde se recibían embajadas, se administraban
asignaciones, se establecían relaciones con las demás casas matriarcales.
Allí se recibían a reyes, príncipes, seres de dominio, herederos de potesta-
des, muchos de ellos eran densos y venían de mundos distantes y algunos
no accesibles, otros en formación. Pararse allí y contemplar el paso de
esos seres perfectos, con un cuerpo denso, emanando poder y rectitud
como si fueran ríos afluyendo a Kólob, en acción de rendir informes a

201
David Moraza Los palacios de Kólob

nuestras madres y al Gran Gnolaum sugería a nuestra mente la grandiosi-


dad de nuestro linaje. Cuando pensé en mi madre Jana, más baja de esta-
tura que yo, con una dulzura fuera de proporción, susurrando a nuestros
oídos detrás de nuestros hombros para no molestar en nuestra observa-
ción de Kokaubean, tomando tiempo para contarnos historias antiguas,
llevándonos de las manos llena de amor a través de su pórtico , cuando
recordé su petición de llevarle una nueva flor para ella, entonces, cuando
vi a esos seres majestuosos, que imponían cierta distancia tan solo con su
presencia, acceder por esa puerta a rendir honor y obediencia a la madre
Silam, recorrió todo mi cuerpo un temblor cercano al temor. Un temor
originado por la ignorancia de no entender por qué o cómo podía yo ha-
ber sido receptor de un solo instante de la atención de Jana. Cómo era
posible que ella conociera mi nombre familiar. Sentía vértigo de haber
estado ante una presencia densa como la suya, que recibía también la in-
clinación de asombro y reconocimiento de seres adultos de la eternidad,
con un dominio y poder ajenos a nuestro conocimiento. Mientras miraba
junto a Corina, no me atrevía a su paso, ni pensar el decirles “miradnos,
ellas son nuestras madres” porque despedían ellos tal sensación de poder
que anulaba por un momento la conciencia de nosotros mismos.
Corina, al igual que yo, miraba en silencio e incapaz de articular ningún
comentario, ni en sus palabras ni en su gesto.
- Te puedes acostumbrar a la grandeza de Irreantum, pero a esto
nunca te acostumbras – dijo con una mirada desenfocada – ¿Crees que la
madre Silam necesita escuchar sus informes o peticiones?
Yo realmente no tenía ni idea de la respuesta a esa pregunta, pero im-
provisé algo que al final terminé creyendo.
- Creo que, más que nada, los recibe por el placer de verlos crecer.
Aunque supongo que habrá algo de todo.
Corina me miro extrañada al escuchar mi comentario y yo le devolví
la misma mirada. Comprendimos que no era lugar para empezar a reírnos,
luego no podríamos parar.
A nuestra derecha estaba el acceso a la ruta de la enseñanza. Por esta
puerta salían a miles diariamente hacia diversos lugares de Kólob. Des-
pués de un largo tiempo de instrucción en el conocimiento básico en la
educación de la percepción, después de dominar su forma humana, eran
iniciados bajo la supervisión de un guía permanente Este les instruía acer-
ca de los usos, costumbres, liderazgo, actividades y orientación de su futu-

202
Los palacios de Kólob

ro en el gran plan. El movimiento siempre era del interior hacía fuera. A


diferencia de las demás creaciones nosotros no proveníamos de ninguna
escuela ni de ninguna ventana asignada a las casas. Proveníamos directa-
mente de la zona central de los lugares densos. Un lugar inaccesible para
todos nosotros. Solo sabíamos que éramos un linaje directo del Gran
Gnolaum y de nuestras madres.
Cuando alguno de nosotros nacía a través de la gran ventana, no
venía totalmente formado. En esa etapa inicial de nuestro crecimiento,
llamémosla infancia, se producía una adopción de la forma humana, esa
forma, tan familiar para nosotros era la adoptada por todas las líneas en
todas las eras. Era la forma más afín con la inteligencia pura. A excepción
de las criaturas mamíferas de la isla de Midela, que supusieron una rama
distinta y revolucionaria. Para que una inteligencia pura, engendrada por
nuestro linaje adoptara la forma humana, necesitaba estar en un ambiente
saturado de afinidad con esa forma. Digamos que se adoptaba por emula-
ción, por cercanía. Además de por herencia de nuestros padres. Pasar de
inteligencia pura a ser un habitante de Kólob, un hijo de Jana por ejemplo.
Requería un poder que solo los linajes densos poseían. Y requería de un
aprendizaje que solo ellos podían impartir. Por lo que la influencia directa
de nuestros padres estaba íntimamente ligada a nuestras facciones y a
nuestra forma. Por desgracia nuestra memoria de esas escenas se diluye a
medida que retrocedemos en el tiempo y nos acercamos a nuestro naci-
miento.
Directamente frente a nosotros estaba el gran acceso a las salas de la
creación. En la zona central, simbolizando contener el germen de todo,
flanqueada por el gobierno y la educación, se adentraba en su final en el
oscuro océano. Caminamos a su través, bajo el amplio arco de acceso, tan
monumental que costaba trabajo entender que toda esa estructura se ha-
llase contenida en otra de colosales proporciones. Los lugares densos nos
preparaban para aceptar el hecho de que somos muy pequeños sea cual
sea el cielo al que fuésemos destinados.
Las salas de creación no eran tales. En realidad eran palacios de
formas sugerentes, grandiosas como todo allí, Cada uno de ellos, llamados
salas, en su interior albergaba numerosas estancias gemelas en las que gru-
pos de alteradores oficiaban en las distintas etapas. De modo que a un
mismo tiempo numerosos grupos podían oficiar sin interferirse unos a
otros.
En cada sala había un maestro de sala que supervisaba y daba el visto
203
David Moraza Los palacios de Kólob

bueno a las tareas encomendadas. Era un ser denso, alguien adscrito a la


casa que provenía de un tiempo remoto, anterior a Kólob, el gozo y el
honor de servir en ese puesto era de incalculable valor para ellos. Tenían
autoridad y poder, no solo en el desempeño de su oficio, sino fuera de
este. Ellos tenían libertad de acceso a cualquier lugar, incluso a la presen-
cia del Gran Gnolaum. Cada uno de ellos formaba parte de un sumo con-
sejo, que daba cuenta pormenorizada de la actividad en la Casa a la que
pertenecían. Tenían asignaciones especiales, permanentes o temporales.
En Kólob o fuera de aquí. En otros mundos accesibles o no. Su residencia
era la del linaje. Contaban con la confianza de las familias residentes por-
que su perfección, conocimiento y fidelidad estaban fuera de nuestro
tiempo. Ellos en realidad eran una extensión del poder de nuestros padres.
Podríamos llamarlos ángeles.
En la línea de creación había cinco salas o cinco palacios. Cinco rein-
os, porque sí, a eso se asemejaban cada peldaño de esta zona.
La primera sala era la de la prueba. En esta se somete al equipo a un estu-
dio de su cohesión. Primero por parejas de alteradores, confirmando el
grado de sincronía, su capacidad de fijación durante el tiempo primero de
ideas simples, después de fragmentos de su proyecto. Por último se prue-
ba el grupo completo. El maestro de sala nos ayuda a resolver las dificul-
tades en este proceso y puede retener la marcha del equipo hasta que no
esté todo perfectamente preparado para el siguiente paso. No hay apela-
ción a su juicio, por eso no solo gozan de autoridad sino de poder. Cuan-
do un grupo inicia el recorrido en esta sala, no hay marcha atrás. Si hay
algún problema con un integrante, es más práctico resolverlo que buscar a
alguien. Por eso era tan inusual que alguien como yo, además de otra casa,
se integrar en un grupo en marcha.
A través de jardines y lagos y bajo una cúpula celeste a semejanza del
cielo de Kólob, esta la siguiente sala, La de la intención. Aquí el maestro
de sala se asegura que el proyecto obedece a las premisas y a la proporción
correcta de ellas. Es aquí donde para mí sería la prueba de fuego, porque
requiere una mayor fijación de nuestra mente y durante más tiempo. Si
nuestra intención, no está inspirada en el enfoque, posición y esperanza
correctos, no podremos continuar. Nuestro líder de grupo queda espe-
cialmente en evidencia en este punto porque esta es su tarea. Por lo tanto
antes de esta fase, el se asegura de que todos estemos listos. Yo podía no-
tar un desfallecimiento en mi pecho al pensar en ese momento, una espe-
cie de debilidad en mis coyunturas cuando pensaba que alguien denso me
204
Los palacios de Kólob

escrutaría hasta el fondo para cerciorarse de la consistencia de mis premi-


sas.
La tercera sala, en realidad eran tres, la sala de la variación, de la mu-
tación y la del salto. Una vez pasado el trance de la intención. El equipo se
enfrentaba al enlace de su proyecto en el conjunto que hasta ahora existía.
Cada una de las tres contaba con un maestro o maestra de sala, entre los
tres consideraban a qué itinerario correspondía el equipo y su trabajo. La
sala de la variación contemplaba modificaciones basadas en creaciones
anteriores. La de la mutación admitía cambios drásticos en las creaciones.
Era la sala del salto la que admitía nuevas formas de vida, aunque en reali-
dad había una base común fuera de un reino o de otro, ya que las corrien-
tes de conocimiento que atravesaban los lugares densos en el interior de la
sala del maestro formador exigían patrones comunes, de forma que los
proyectos no se excluyeran unos a otros. Las casas Gaviana en la transi-
ción y Miena en la intervención, estaban presentes en las tres, pues tenían
mucho que decir en cuanto a los cambios y el momento de efectuarse.
Había un delicado equilibrio entre la imaginación y la practicidad de
las aportaciones de las escuelas y sus equipos. A medida que se avanzaba
en el tiempo el margen para los saltos disminuía, los cambios se producían
más por afinación, por movimientos sutiles y tenues que por los juveniles
saltos de los equipos imaginativos que tan elogiados eran por sus magnífi-
cas criaturas. Sin embargo a medida que ascendíamos en el tiempo y se
aproximaba el desprendimiento del cuarto arco, la sala del salto y la muta-
ción eran cada vez menos visitadas. Pues la inteligencia avanzada que las
madres Tinabi y Maat hacían ascender a través de la vida y el tiempo en-
contraría muy pronto su momento de aparecer y en esto la casa Arisada
tendría la potestad de establecer la ocasión. Ese sería el momento de nues-
tra partida, cuando el mundo asignado estaría maduro para acogernos.
La cuarta sala era la sala del tiempo. La complejidad de todo este en-
tramado no era accesible a la comprensión de una sola persona. Solo los
habitantes densos podían abarcar todo de una sola vez. Demasiados suce-
sos al mismo tiempo hacían muy difícil ver cómo se interactuaba entre las
distintas salas de las distintas casas matriarcales. Puntualmente, en este
caso, una vez que el proyecto pasaba de la tercera sala, se producía un flu-
jo del mismo en dos sentidos, uno, podíamos decir hacia la izquierda a la
casa de Gaviana donde se buscaba el momento de la transición o del salto
en la creación y otro hacia la derecha o hacía la Casa Plamia donde se de-
cide el orden y la sucesión de la creación en cuestión. Algunas casas eran
205
David Moraza Los palacios de Kólob

casi transparentes en algunos flujos al estar alejados de sus campos de in-


fluencia, y otras sin embargo, como excepción incluso podían volver atrás
el movimiento hacia su origen, por entrar en una contradicción grave con
aspectos pertenecientes a su campo de acción.
De modo que una vez que la propuesta ha circulado por las vein-
ticuatro casas, y ha sido alterada o no, en su concepción, vuelve a su ori-
gen en la sala del tiempo, en este caso de la casa Silam, portando en sí, el
consenso de todos los actores y la seguridad de un encuadre correcto en el
conjunto.
Esta sala del tiempo era el nexo al conjunto de todas las casas, todo lo que
fluía desde aquí tenía el sello de calidad de un linaje y los que oficiaban en
el.
La última de ellas era la sala del formador. En esta se producía el acto
mismo de la creación. Entendiendo como creación tal como se considera-
ba en Kólob, es decir organización. El elemento básico, la inteligencia, no
fue creado ni hecho. Ninguno de nosotros sabe su origen, solo sabíamos
que estaba allí antes de los arcos, antes que Kólob, antes que nuestros
padres.
Esa inteligencia pura a la que accedíamos no revelaba su oscuro secreto,
solo el Gran Gnolaum sabía y el nunca enseñaba detalles de esto en nin-
gún momento de nuestra formación. Sólo se nos enseñaba que éramos
gotas de ese océano y que en los lugares densos se mezcla esa gota con la
arcilla de nuestros padres dándonos forma y belleza. Y… haciéndonos
conscientes de ello. De esa forma contentamos al oscuro océano y for-
mamos parte de nuestro linaje. Cuando me pregunto si como tales gotas,
antes de pasar por la ventana, éramos conscientes, tengo la sensación de
adentrarme en una densa bruma.
En la sala del maestro formador hay varias etapas de acercamien-
to al oscuro océano. Es tal la impresión que se recibe, que nadie está pre-
parado para la primera vez. Hay algo familiar en él, según dicen, se produ-
ce un miedo terrible, el de perder nuestra conciencia al introducirnos en
ese mar. El de ahogarnos en su interior y desaparecer como individuo. La
disolución perfecta en esa presencia viva, pero completamente imperso-
nal. Sin embargo ambiciosa de forma y belleza. Algunos comparan ese
momento a acercarse a un abismo donde en su fondo está un negro océa-
no en el que nadie sabe nadar.
Una vez que el equipo se aclimata, en lo posible, en ese lugar.
Una vez que podemos reproducir nuestro proyecto en nuestra mente,
206
Los palacios de Kólob

antes de alterar o batir, el maestro formador ha de dar su visto bueno y en


este paso es realmente exigente. Al parecer la llamada desde la ventana es
reconocida en ese lugar y no ha de ser en vano, pues la honra de Kólob
está en la perfección de sus intentos.
Llegado el día crucial formaremos en una V invertida. Todos de
frente a esa oscuridad inteligente. En el vértice estará el líder de grupo,
cuidando del equilibrio de las premisas entre un flanco y otro. Equilibran-
do, compensando, pues el esfuerzo se hace siempre en paralelo. A ambos
lados, de dentro hacia fuera estarán las parejas de formadores, formadores
de grumo y en los extremos alteradores batidores, es decir Corina y yo. El
maestro formador de sala estará justo detrás del líder de grupo, vigilando
todo el proceso.
La actuación es de las alas al centro. Siendo Corina y yo los pri-
meros. Al parecer el momento en que conseguimos que se enfoque la
atención del oscuro océano en nosotros, es crucial. Es un golpe en nuestra
conciencia de cariz amenazante, tan fuerte que representa el momento
más difícil de todos. Se nos entrena en esa sala durante algún tiempo antes
del intento último, solamente para mantener la templanza de ánimo y po-
der enfocar el proyecto bajo esa fuerte presión.
Había perdido toda conexión con la realidad, era demasiado
asombroso observar in situ todo esa grandeza sincronizada como un me-
canismo perfecto sin entender cómo podía funcionar de esa forma. Multi-
plicar todo lo que veía por veinticuatro. Cada proyecto por dos capas de
recorrido, Cada casa por cientos de equipos trabajando de forma continua
en sus proyectos y estos miles circular a través de las salas del tiempo de
cada linaje, siendo pulidos y aumentados y hacer de este conglomerado un
cuerpo coherente e impecable. Unir a todo esto la actividad incesante en
la línea de educación y el movimiento de entrada y salida en la línea de
gobierno, provocaba una especie de vértigo.
Corina me llamo la atención por segunda vez.
- ¿Kozi, me escuchas?
Al parecer siempre he tenido la habilidad de escapar, allá donde estu-
viere.
- Esto es asombroso Corina. Veras en La Casa Jana trabajamos con
modelos. No tenemos la ocasión de trabajar de forma directa como voso-
tros.

207
David Moraza Los palacios de Kólob

- No quiero que subestimes a tu casa Kozi, la importancia de Jana


es crucial su flujo es la base de todo y…
- No la subestimo, solo digo que no estoy acostumbrado a ver esto.
Veras poco antes de venir, una rama de la Escuela de Fuerza fundada por
Telón que trabaja en las sociedades materiales y sus turbulencias, llamados
buscadores de densidad, estaba a punto de crear zonas densas donde po-
der probar nuestros modelos. Era de lo más interesante, según ellos, podí-
an agrupar materia no densa hasta un punto en que empezaban a tener
características de los lugares densos. Cierto es que no por mucho tiempo,
pero era un campo abierto que podría cambiar un trabajo tan abstracto
como el nuestro.
- Y qué decía Bujan de eso
- No había antecedentes de nada parecido. Era un asunto que se
presentó al guardián de la puerta. Estaban a la espera de ver que se decidía
en los lugares densos sobre este asunto.
- Pues a mí me parece una especie de competencia. Aunque no se
cómo rayos alguien va a poder crear lugares densos, no podemos interac-
tuar con ellos. Además ese tema es prerrogativa del Gran Gnolaum.
Alcé las cejas y miré a Corina sorprendido.
- ¿por qué no intentarlo si es posible?
- Porque no todo lo posible hay que intentarlo
- ¿y por qué no?
- Porque si sigues por ese camino voy a concentrar vapor en forma
de vara densa y voy a darte con ella en esa cabezota que tienes.
Nos llevó bastante tiempo llegar al final. No podría decir cuánto, no
hay comparación en cómo fluye aquí en nuestro mundo. El final de las
salas, en este caso la del maestro formador fue algo inesperado. Hasta
ahora todas las formas de las salas eran humanas, es decir de factura de
Kólob, pero el final de la sala del maestro formador divergía en una multi-
tud de filamentos, eso parecía desde la distancia, que se introducían en la
zona central de los lugares densos. Una inmensa esfera, residencia del gran
Gnolaum y supuestamente lugar donde se accede al oscuro océano de la
materia.
Nos detuvimos a observar con más detalle esa maraña de tubos o conduc-
tos de formas irregulares y aparentemente sin orden que se abrían desde la
sala a la esfera.

208
Los palacios de Kólob

–Mira Kozi – me dijo Corina – el tronco de las salas de creación ter-


mina en una copa que mira a la inteligencia. Esa copa se alimenta de nues-
tra actividad y fructifica en esas ramas, que son el final de todo el proceso
de la casa de Silam. Los conductos que ves representan las ramas del árbol
de Silam. Cada rama es el pasillo de las salas de los maestros formadores,
ahí se recibe la savia que aportamos nosotros y gracias a la función de las
premisas se conciben frutos en ese cielo oscuro de la inteligencia, esos
frutos son nuestras creaciones. Todo el recorrido de las salas de creación
representa un árbol, el árbol de la vida de Silam.
En ese momento entendí, al menos en parte, el simbolismo de toda
esa estructura y organización. Nosotros que estuvimos en el oscuro océa-
no, convertidos en almas con conciencia éramos la savia que fluía en la
casa de Silam y en todas las demás. Enriquecidos por el conocimiento
recibido en nuestra instrucción retomábamos el camino de vuelta al océa-
no oscuro. Ascendiendo a través de las salas hasta la copa. Esta miraba no
a la luz sino a esa oscuridad inteligente, en ella podíamos transformar lo
inerte en conciencias libres. Era un movimiento circular donde todos ga-
naban. El oscuro océano ganaba forma y belleza, pues seguía unido a esas
gotas que escapaban hacia la luz. Las creaciones conseguían ser conscien-
tes y aportar riqueza a su matriz. Nosotros adquiríamos conocimiento.
Los linajes densos aumentaban en gloria y honra. Esto es poder.
Viendo que me detenía en la admiración de lo que veía, Corina me
preguntó.
- ¿Crees que viendo esto hay alguna razón para temer lo que pueda
venir de uno de ellos?
Temer era la palabra que me oprimía, porque por más que quisiera el
temor se había aposentado en mi interior como una niebla baja imposible
de disipar. Como si mi interior tuviese una orografía dispuesta a las bru-
mas permanentes a los paisajes dubitativos en los que ocres y grises pre-
dominan sobre los colores decididos de la primavera.
Ese miedo fue condensándose a mi alrededor como filamentos
vibrantes que se entrelazaban hasta tejer un anillo constrictor. Mi espacio
se reducía a la par que mi angustia aumentaba hasta oprimir mi interior
como una lata vacía. Cerré mis ojos porque el dolor era mayor que mi
deseo de ver lo que ocurría en mi alrededor. Una conciencia distinta se fue
superponiendo como una teja encima de otra. Y aún cuando mi mente
daba fe de una continuidad en el relato del momento sabía que ya no es-

209
David Moraza Los palacios de Kólob

taba allí, sabía que si abría los ojos no vería el lugar increíble que persistía
en mi retina.
- ¿Te encuentras bien?
Todavía con mis ojos cerrados escuché la voz de Corina y por un
momento pensé que había sido un suceso extraño. Alcé mis manos y pal-
pé las gafas de Sol, los cascos en mis oídos. ¿Cómo era posible? Me costó
un tiempo poner todo en su lugar. Alicia estaba junto a mí. Sentada con
un libro entre sus manos, me observaba preocupada. Empecé a recordar
mi angustia al sentir que estaba perdido, sin refugio en un lugar concurri-
do, cerca de Nervión. Recordé la despedida abrupta y cortante que ha-
bíamos tenido antes de ocurrir el suceso.
Me era cada vez más duro volver en mí. Las experiencias de mis
recuerdos eran cada vez más intensas y resultaba más difícil aceptar el
mundo gris que encontraba al volver a ni conciencia diaria. Sufría una es-
pecie de resaca, un efecto desolador. Si en ese momento un genio me
concediese tres deseos, me hubieran sobrado dos. Solo deseaba no des-
pertar.
- Espera un poco – le respondí –
Al contrario que en una pesadilla, la mía empezaba al despertar. Tenía
que encajar que vivía en un triste y solitario mundo. Y que esa vida debía
de tener un sentido para mí de lo contrario no tendría fuerzas para levan-
tarme, para andar, ni motivos para respirar. Pues no había nada automáti-
co en ese momento, mi cuerpo no daba nada por sentado, ni siquiera la
posibilidad de vivir. Todo debía ser empujado. Recordé, en ese momento
no sé por qué, que el exilio representaba para un romano algo peor que la
muerte. Lejos de Roma no había ley ni luz. Yo me sentía en esos momen-
tos en el más oscuro y lejano exilio. No encontraba ningún sentido a mis
escenas cotidianas que me esforzaba en recordar, y que luchaba por in-
corporar al espacio sediento de mi alma como si esta se hallase en la isla
Pandataria. Esta situación de estar desconectado de todo sentido de la
realidad, había estado latente siempre que vivía un episodio de rememora-
ción. Pero la intensidad de este último era atroz, tenía que recomponer mi
conciencia a fuerza de voluntad, tenía que lanzarme a ciegas en algo tan
simple como mirar, mirar y mirar hasta que algún sentido apareciese por
algún lado y entonces aferrarme a esa brizna de razón con la esperanza
que me elevara de ese lugar ciertamente oscuro.
Deslicé mi mano hacia la de Alicia, aún sabiendo que era un gesto

210
Los palacios de Kólob

arriesgado. Pero me sentía naufrago, rodeado de un mar inhóspito y real-


mente asustado pues nunca había experimentado una sensación tan devas-
tadora de vacío. Cogí su mano con mi derecha al igual que se aferra a una
roca el desesperado en un abismo, sin embargo intenté no asustarla, no
transmitirle la lucha que se debatía en mi interior. Siempre he tenido mu-
cho control cuando he sido dueño de mí.
- ¿Cómo te encuentras?
Había algo en su tono de preocupación. No era fingido.
- Mejor, gracias. ¿Cómo me has encontrado? ¿Cuánto llevo aquí?
Mis palabras sonaron extrañas, pronunciadas por otra persona.
- Bueno, te dejaste el cargador de tu portátil. Fui a devolvértelo y te
encontré en medio del puente mirando por la barandilla a no sé dónde
porque no hay nada que ver. Tenías las gafas de Sol y los cascos puestos,
me acerqué y me di cuenta que tenías los ojos cerrados. No me respondí-
as, pero te dejaste llevar hacía este banco donde estamos. A la media hora
más o menos vi que iba para largo y subí a por un libro mientras regresa-
bas.
- No has podido hacerlo mejor. Gracias de nuevo. Me marcharé
dentro de un momento. Necesito recuperar un poco.
Aún tenía su mano en la mía. Ella hizo un gesto haciéndomelo notar.
- Perdona – le respondí – no es lo que piensas. Necesitaba algo de
ayuda.
- No sabes lo que pienso. Y no sé en qué te he ayudado. Respon-
diendo a tu pregunta – miró el reloj de su móvil – llevas casi dos horas
sin mover ni un músculo. Si te vistieses de purpurina podías poner una
lata y ganar algunos euros. No hay nadie que lo haga mejor que tu.
Percibí cierta satisfacción porque me daba cuenta que había automati-
zado bastante bien los episodios donde perdía la conciencia. Podía impro-
visar inconscientemente un lugar o una actitud de defensa para evitar lla-
mar la atención. No estaba nada mal, no sabía cómo demonios lo conse-
guía pero no iba a quejarme. Sin embargo estos sentimientos no impreg-
naban mi interior, más bien parecían grabados en un muro frente a mí, no
me identificaba con mis sentimientos. Había una desconexión parcial en-
tre las partes de mi conciencia. Algo me afectaba, pero no me conmovía.
Siempre pensé que todo ocurría en una misma zona de mi alma y me sor-
prendía percibir los espacios y conductos que antes suponía un solo cuer-
po. Me di cuenta que al hablar todo se iba acercando y adquiriendo el vo-

211
David Moraza Los palacios de Kólob

lumen cotidiano.
Por otra parte me encantaba cómo Alicia enfrentaba la situación,
su humor y sinceridad me ayudaban como si fuesen una cuerda en un po-
zo.
- Gracias Alicia, pero debo de marcharme y tu tendrás cosas que
hacer.
Ella me miró enfadada, pero sonriendo de nariz hacia arriba. Empe-
zamos a reír.
- Mira Belisario, puedo encajar que cojas mi mano sin mediar pala-
bra y sin que me expliques para qué la quieres. Pero que me diga tu o
cualquiera que tengo cosas que hacer me crispa un poco. Ahora quiero
pedirte algo. Cuéntame lo que has estado haciendo o dónde has estado.
Ya sabes que las chicas somos condenadamente curiosas y cotillas.
Me quedé pensativo, renuente.
- Por favor.
Al escuchar esa frase, hubiese corrido de haberlo necesitado. Habría
hecho lo que me hubiera pedido. Hubiera saltado, volado, ido, realizado o
escrito. Sin embargo tuve la contención de esperar cinco segundos, seme-
jantes a cincuenta sin respiración. Por aquello de las formas y la dignidad.
Comencé a relatarle lo visto en los mares de Kólob sin ahorrar detalles,
nombrándola por su nombre olvidado y mirándola a los ojos. Perdí el pu-
dor y mis palabras manaban sin obstáculo, porque eran de verdad. Perdí el
temor de ser enjuiciado. Yo sabía que lo sabía. Lo vi en mi retina. Yo la vi
en la Casa de Silam. Le describí la puerta de Sinabea, sus arcos emergien-
do de Irreantum. Describí sentados en el banco, en el barrio de Nervión,
la incomparable belleza de la isla de Midela. Taleon y sus criaturas. La
extraordinaria belleza de los accesos a Silam. La impresionante presencia
de Osimlibna, el árbol del conocimiento. Las salas del Palacio matriarcal
de Silam, salas que eran como inmensos parques donde se realizaban la
alteración. El extraordinario orden y organización que lo llenaba todo. La
complejidad del trabajo en las salas. La gloria y majestad que emanaban de
los distraídos seres densos con que nos cruzábamos, humildes y sencillos,
lo que realzaba su majestad. Buscaba palabras de forma casi desesperada
para tratar de reflejar en nuestro lenguaje incoherente y retorcido, la apa-
riencia de ese mundo cuyo recuerdo me atormentaba cada vez con mayor
intensidad.
Ella parecía no oponerse a mi relato, simplemente me escuchaba. No es-

212
Los palacios de Kólob

taba tejiendo una réplica, su mirada se desenfocó y por un momento creí


que ella veía lo que estaba diciéndole. Esperanza que deseché de plano,
pues no quería caer en esa dulce impresión.
Al terminar lo hice igual que el explorador que llega a destino y se
libra de sus cargas. Tuvimos un silencio entre nosotros suave y sin inquie-
tud.
- …ven quiero enseñarte algo.
Me daba igual lo que iba a enseñarme. Podría ser una pirámide des-
montable o una supernova de escritorio o un elefante volador, lo impor-
tante es que dijo ven y eso para mí era un verbo transitivo pues yo estaba
detrás de sus verbos de forma permanente, como un complemento a lo
que ella deseara. Y así, de esa manera, se hizo la luz en mi mente, y de
forma imperativa ella devolvió la fuerza a mis piernas y brazos, quienes
antes eran entidades separadas de mi persona.
Nos dirigimos de nuevo hacia su casa, de nuevo admitido en su mun-
do. Seguía sin saber en qué planta vivía y no iba a preguntarlo pues ni si-
quiera me fije en el botón del ascensor que pulsó. Tal era mi deleite en
seguir su estela por el pasillo que tampoco me fijé en el número de piso. Y
me encontré de nuevo de donde salí con el mismo conocimiento que
cuando entré.
Encontramos a su madre, sentada en el salón fumando un cigarrillo y le-
yendo. Alicia me presento.
- Mamá este es Belisario, un compañero.
Ella se levanto y me extendió la mano. Se llamaba Loreto. Estuve a
punto de hacer una reverencia. Estaba muy nervioso. Me quedé de pie
ante ella y sin saber dónde poner las manos o qué hacer con mi cuerpo.
- Tiene usted una casa muy bonita.
- Eso intento, cuesta mucho trabajo mantenerla así.
Ella parecía observarme con interés y yo pensé si es que había algo en
mi aspecto que hubiese pasado por alto. Bien, llevaba toda mi ropa y la
cremallera cerrada. Esto lo comprobaba a menudo, era un gesto automáti-
co.
Alicia me ayudó a salir del trance.
- Es por aquí.
- Con permiso

213
David Moraza Los palacios de Kólob

Loreto me observaba con un interés casi científico. Diría yo, que es-
tuvo a punto de tomar una muestra de mi pelo o de mi boca con uno de
esos bastoncillos.
Cuando pasé al cuarto de Alicia, más bien diría que lo hice a un jardín.
Había plantas en las paredes, en su ventana, en todo espacio que cupiese
una maceta. La disposición de las plantas estaba hecha con un gusto muy
definido. Yo no entendía en cuanto a decoración, pero la sensación que
recibí era pareja a lo que veía. Los potos se extendían por la pared for-
mando una pared verde. Los helechos estaban cuidadosamente podados
de modo que cada rama era perfecta, podían ser tomadas como modelos
perfectos de su especie. Los geranios en su ventana daban un colorido
variado a la vista del exterior. Una maceta de flores azules me llamó la
atención. El tono azul cobalto de sus flores parecía tocar alguna zona de
mí que desconocía.
- Son lobelias, su color me gusta, no es común. Se distancia mucho
del resto de sus compañeras. No debería estar aquí, florecen en primavera.
Pero parece que están cómodas todo el año.
Alicia me iba señalando cada especie y me hablaba de ellas. Junto a la
cabecera de su cama había una…
- No es una palmera, es una Kentia.
Sus hojas perfectas, su color verde brillante. Parecía haber sido ence-
radas previamente. Encontraba una sintonía perfecta en el aspecto de las
plantas. No había ninguna que rompiese la armonía o el tono saludable
general. No pude hablar por unos momentos porque realmente el ambien-
te de ese lugar era único. Esa invitación a pasar a su habitación suponía
más que una cortesía, me mostraba lo más íntimo de su vida. Porque ella y
yo sabíamos que no solo era un gusto por las plantas sino algo más lejano.
Sin poder evitarlo me sentí desbordado por su confianza, intuía que era
una de las pocas personas que accedía a su santuario.
- Cómo puedes mantenerlas en ese estado tan… parecen de ma-
nual.
- Bueno mi madre dice que tengo mano con las plantas. A veces
me traen algunas para que las arregle. Ya ves soy curandera de plantas.
- Me encanta tu habitación, nunca había estado en un lugar así. Pa-
rece que está vivo, que tiene personalidad. ¿Es verdad que con música
clásica crecen mejor?

214
Los palacios de Kólob

Supe en ese momento que había hecho una pregunta tópica. Es decir
es una pregunta salida de revistas pseudocientíficas o de programas de
televisión. Pero Alicia no pareció molestarse.
- Ellas no captan tanto la música como el efecto que ésta causa en
nosotros. Son nuestras sensaciones lo que realmente escuchan. Por mu-
cho Hayden que escuches si por dentro estas hecho polvo al final ellas te
seguirán a ti no a la batuta.
- Y tú, Alicia, las has escuchado alguna vez.
En este momento, ella pudo pensar que mi pregunta era por un inte-
rés objetivo por saber la respuesta. Sin embargo yo solo quería saber si me
admitía en su confianza, porque la respuesta me era indiferente.
- Y qué si te dijera que sí, ¿ibas a creerme por eso?
- Por supuesto que te creería.
Me conformaba con que me hubiese contestado con una pregunta.
Para mí era un sí. Ella desenfocó su mirada, que era como bajar los brazos
en un combate. En esos momentos no sabía que decir y aún cuando ella
parecía no dispuesta a retomar la conversación, no quise improvisar nin-
gún comentario. Tomé una extraña planta que más me pareció un tomate
verde en tierra. Alicia empezó a reír
- Es un cactus, pero sin espinas. Se llama peyote. Es una planta sa-
grada para los chamanes, provoca visiones y experiencias extrañas. Lo
malo es que sus efectos secundarios son muy desagradables.
- ¿Lo has tomado?
Al parecer le divertía todo lo que yo decía.
- … a veces las plantas están envueltas en la cultura que las usa.
Créeme no sería útil tomar peyote a no ser que vivieras en su paisaje.
Yo no podía entender en su totalidad sus respuestas, porque el ritmo
de la conversación no me permitía analizar sus comentarios. Sin embargo
presentía una sabiduría oculta extraída de ese mundo quieto y acogedor.
Sus palabras tenían en mí un efecto sedante, más que escucharlas recorrí-
an mi cuerpo y mis miembros como una lluvia ascendente. La compren-
sión de ellas era posterior a la agradable sensación de sus sonidos y por
eso me costaba seguir una conversación con ella a un ritmo normal.
- No has contestado a mi pregunta. ¿has escuchado alguna vez a las
plantas?

215
David Moraza Los palacios de Kólob

- Veras nadie me ha preguntado eso nunca. ¿sabes por qué?... por-


que nadie que yo conozca ha imaginado una pregunta así. Si tú la haces es
por dos motivos, uno porque tienes mucha imaginación….
Se detuvo esperando mi intervención, de la misma forma que en
nuestras conversaciones en Kólob. Allí ella sabía que eso me ponía de los
nervios y se divertía con ello. Aquí ella esperaba mirando fijamente a los
ojos a que yo dijera…
- ¿y dos?
- …la segunda razón para preguntar esto es que tú las hayas escu-
chado.
Había devuelto la pregunta de forma muy inteligente y me ponía en la
misma situación a la que intentaba llevarla yo.
- Bueno, nunca he tomado peyote. Y dado mi historial, no quisiera
añadir más rarezas a lo que digo, pero cuando alguien da tantos rodeos
como tú para responder a una pregunta, es que “no” quizás no sea la res-
puesta…si una mañana sentí algo. No fue con el oído, fue algo especial.
Caminaba hacía el Instituto por el campo, cerca del rio. Fue un impacto
muy fuerte que venía a decir “estamos aquí”, “somos conscientes y vivas”
“podemos sentirte”. Fue muy bonito. Disfruté todo lo que pude de ese
momento y no lo olvidaré. Ahora ya puedes añadir a mi historial el título
de visionario vegetal.
Alicia se echó hacia atrás y se tumbo en la cama. Gesto que me des-
concertó, pues era una postura totalmente indefensa. Empezó a reír de
forma alegre y divertida.
- No, no…eres un vegetanario
- Vaya, hombre – respondí – podíamos dejarlo en ecovisionario
- O también visioacusticovegetativo. – Alicia reía y yo con ella,
aunque fuera de mí mismo –
- Eso me suena mejor, me siento más importante. Podría fundar
escuela. Visioacusticovegetativo.com
Fue un momento mágico, nos reíamos como delfines, nombrando
cada vez los más extraños títulos que se nos ocurrían. Batiendo nuestras
risas al unísono, saltando y sumergiéndonos en nuestro ingenio. Al pasar
este momento, Alicia dijo.
- Yo también las he escuchado. Pero tío, te lo juro, yo las he senti-
do cantar.

216
Los palacios de Kólob

Esta vez no hubo propuestas de nombres, simplemente nos reímos a


discreción. Cada uno a su estilo y con su potencia.
Después hablamos de las clases de Don Enrique, del que tuve que definir
cuál era nuestra relación, en qué consistía su ayuda. Cómo iba mi progreso
en atletismo. En un momento de la conversación. Alicia me invitó a sen-
tarme junto a ella, en su cama.
- Quiero enseñarte algo.
Bueno de nuevo las palabras mágicas. Obedecí en un tiempo record,
no me pude contener. Estaba algo cohibido, una cosa es sentarse en un
sofá y otra muy distinta en la cama. No es por nada, sino que en ese lugar
muy pocos tienen acceso. Al menos eso pensaba yo. Además que tenía la
sensación de estar en el capullo donde se produjo la metamorfosis de su
infancia. Me sentía rígido, tenso y a la vez emocionado.
Sacó de un cajón debajo de su cama un bloc de dibujos. Eran
flores dibujadas en tono pastel. Se las veía perfiladas a lápiz y después co-
loreadas. Su ejecución era atractiva a la vista, no sabría calificar en cuanto
a su calidad artística, pero eran bastante bonitas. Pasaba una hoja tras otra
mientras yo miraba.
- Están muy bien – dije– ¿de dónde son?
- ¿qué es lo que más te llama la atención?
- Bueno –respondí mientras volvía a contestarme con otra pregun-
ta– la verdad es que no entiendo mucho de plantas. No reconozco a nin-
guna de ellas.
Ella sonrió satisfecha de mi respuesta, al parecer es la que esperaba.
- No reconoces ninguna, porque no existen. Las he imaginado.
Diseño flores y plantas.
Pensé que me estaba tomando el pelo. Era demasiado evidente que su
respuesta aludía a los recuerdos que compartí con ella. Eso no cuadraba
con el ambiente de confianza que teníamos en ese momento.
- Alicia, espero que no sea una broma de… ya sabes algo vegetana-
rio.
- Nunca hago burlas sobre esto Belisario. Me puedo reír, pero no
burlarme. Cuando viniste por primera vez con tus recuerdos sobre mí y
las plantas, mi interés por ellas, los trabajos de diseño en ese mundo…
- Kólob – respondí–
- … si, Kólob, pensé que estabas utilizando mis intereses para ligar
conmigo. Eso si tu estilo era diferente en vez de venir en coche, hacerlo

217
David Moraza Los palacios de Kólob

montando en esa historia era algo original. Es demasiada la coincidencia y


encima reconocerme en ese mundo. Me sigue sonando fantástico e increí-
ble.
- Y ahora qué piensas Alicia.
- Voy a ayudarte a hacer esa página web.
- No me respondes a lo que te pregunto.
- ¿Es que no puedo responderte, qué esperas un veredicto, una
sentencia. No te dice nada mi ayuda en hacer esa página? No puedo re-
nunciar a la razón porque alguien venga contando, eso sí, una historia ma-
ravillosa en la que yo soy la princesa del cuento. Es demasiado, debo al
menos de aparentar cierta cordura. ¿qué quieres que te diga?, no sé cómo
sigo con este tema. Me asombro yo misma de lo que voy a hacer.
Tuve el impulso de caer en la autocompasión, de ofenderme, levan-
tarme dolido y salir de forma dramática. Pero me di cuenta que estaba
sentado en su habitación, que de alguna forma ella empezaba a confiar en
mí. Que al igual que ella, yo también podría hacerle daño. Me di cuenta
que esa habitación no debía ser un centro de reuniones, sino que era su
lugar de recogimiento y yo estaba en este lugar, mirando su mundo priva-
do y sus plantas. Sería abusivo esperar una total entrega.
- ¿Qué te parece kólob.es?
Alicia entendió perfectamente mi retirada
- Directo, corto y misterioso. Todos los ingredientes. ¿Lo compras-
te?
- Bueno, no… no lo compré en realidad no sé cómo va eso.
- ¿Tienes visa?
Mi cara inexpresiva, fue la respuesta.
- Bien, no importa, ¡mama! No te preocupes ella y yo nos enten-
demos en este asunto, ya me lo darás en metálico otro día.
Fue un alivio y un detalle esa salida que tan amablemente me tendió,
porque como siempre yo no llevaba dinero encima. Había entrado en esa
casa y lo primero que hice fue gastar 10 euros de sus inquilinos. No está
mal para ser el primer día, pensé, solo faltaba que me dieran de comer
también. Se hizo bastante tarde, Alicia compró el dominio y dejo la página
en pruebas. Estuvimos hablando del contenido, de los colores e imágenes.
Decidimos que fuera sencilla, que diese la impresión de sólo transmitir un
mensaje una petición. Sólo una botella al mar.

218
Los palacios de Kólob

Miré mi reloj, eran las 21:20. Me levanté un poco azorado por un sen-
timiento de haber abusado de la confianza de ella y su madre. Siempre fui
un poco corto y tímido en casas ajenas. Siempre temiendo abusar o mo-
lestar. Iba a costarme trabajo despedirme de su madre, sabiendo que le
debía diez euros y que ni siquiera se los había pedido. Salimos de su habi-
tación y al pasar a salón no vi a nadie, pensé que quizás hubiese salido.
- Alicia despídeme de tu madre y dale gracias por su ayuda…
No me contestó. Me señaló hacia la cocina, estaba en la entrada a la
izquierda. Loreto nos sonreía y se dirigió a nosotros.
- Os he preparado algo de cenar. ¿Belisario te gusta el pisto?
Enrojecí, porque conocía esa sensación de convertirme en un surtidor
de calor corporal de mi cuello hacia arriba. Me sentía un faro, una farola,
un cromo, un “miren que colores tengo” y para colmo no supe que con-
testar, me encasquillé. Empecé a acalorarme.
- Es usted muy amable, no tendría que haberse molestado…yo...
Alicia acudió en mi ayuda
- Vamos Beli, se enfría y esto frio...
Y fui Beli desde entonces tal como antes era Kozi.

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David Moraza Los palacios de Kólob

Capítulo 11

Sísifo

220
Los palacios de Kólob

Siempre supuse que la mitología griega era más que historias fantásti-
cas. Y en ese tiempo la historia de Teseo y el minotauro evocaban muchas
semejanzas con mi situación.
Teseo era el futuro rey de Atenas y conociendo el tributo de siete donce-
llas y siete jóvenes que debían ser enviados a Creta para ser devorados por
el minotauro, decidió acompañarlos para librar a Atenas de esa humilla-
ción. El Rey Minos de Creta construyo un inmenso laberinto en cuyo cen-
tro habitaba Asterión, el minotauro. La princesa Ariadna se enamoro de
Teseo y propuso derrotar a su hermano a cambio de ser su esposa en
Atenas. Proporciono un ovillo a Teseo con el que se orientara en el inter-
ior del laberinto hasta hallar a Asterión, matarlo y después volver.
Pensaba en mi laberinto, yo debía llegar hasta el centro y más que matar,
tenía que entender a ese minotauro que amenazaba con devorar mi razón,
mi sentido de la realidad. Alicia era ese hilo que me guiaba, que me daba
aliento en esa encrucijada, no tenía otra forma de regresar a la realidad,
entenderla, y asumirla que a través de ese hilo que ella me ofrecía sin saber
que lo hacía.
A pesar de su aspecto feroz el minotauro tenía un nombre extraño Aste-
rión, estrella. ¿Sería una estrella lo que yo guardaba en mi laberinto, o solo
algo que amenazaba devorarme? Yo pensaba que en Teseo encontraba un
modelo.
No sabía entonces que antes debería de conocer a Sísifo
La relación entre Alicia y yo era de lo más singular. Éramos amigos.
Ese delicado equilibrio, por supuesto era aparente. Se debía, al menos por
lo que a mi correspondía, a un esfuerzo de la voluntad en contener la ava-
lancha provocada por mis sentimientos. En someter las palabras y accio-
nes al estrecho cerco que me había auto impuesto. Temía perder su com-
pañía si sacaba a relucir mis sentimientos y además, nunca pude des-
hacerme de la sensación de estar en deuda con ella. Yo era consciente de
que Alicia era el único lazo que tenia entre Kólob y la realidad palpable.
El trabajo en la página web había sido un ejemplo del poder del mag-
netismo. Notaba un campo de atracción a su alrededor que orientaba
todo mi pensamiento en su dirección, que era el norte, por aquello de que
siempre se representa mirando al frente. El influjo que producía en mi era
variado y difícil de describir.
Cuando Alicia me preguntaba si íbamos a realizar el contenido a dos o
tres columnas. Cómo quería el menú de navegación. Los colores domi-
nantes que íbamos a usar. Me costaba mucho trabajo concentrarme y con-
221
David Moraza Los palacios de Kólob

testar de forma correcta. Pues su voz, ese fenómeno único, dentro de su


campo de atracción, inducia en mi nuca y cuello cosquilleos que recorrían
una y otra vez mi cuerpo, produciendo una sensación de calma, un vaivén
acunado cual si yo fuera un lactante.
En esos momentos yo temía hablar, o emitir cualquier sonido,
temiendo que esa sensación desapareciera y prefería que ella decidiera por
mí. Incluso su respiración marcaba el compas de mi atención, pareciéndo-
se esta, a un metrónomo cuya oscilación iba y venía con el aliento de Ali-
cia. Yo intentaba respirar el aire que ella exhalaba sabiendo que este había
estado en su interior y que me traía algo de ella.
La semejanza entre esta situación y la que recordaba de Kólob era
absolutamente reveladora. Quizás la mayor prueba que podría encontrar
acerca de la realidad de mis experiencias, ya que se pueden inventar re-
cuerdos a fuerza de evocarlos, según Don Enrique, pero ¿también sensa-
ciones como esas? Eran ajenas a mi voluntad y como es sabido de todos,
los sentimientos ¿Quién los puede controlar? Podría yo seguir aparentan-
do que no bullían dentro de mí las burbujas que subían y bajaban por mi
garganta, esas sensaciones nuevas, pero no extrañas que me dominaban
casi completamente.
Por otra parte, Alicia era una completa incógnita para mí. A veces me
daba la sensación que me ayudaba porque necesitaba completar un tiempo
de ayuda social en su currículo y así optar a una beca. Que mejor proyecto
que ayudar a una persona inadaptada y con problemas emocionales. Y en
este sentido cuadraría su comportamiento. Era profesional en nuestro
tiempo de trabajo, su compromiso conmigo no daba lugar a más conjetu-
ras. Por otra parte, no podía evitar ponerme en su lugar y reconocer que
cualquier otra chica me hubiese mandado a paseo o peor aún, hubiese
pedido una orden de alejamiento. Así que me atormentaba no saber si me
ayudaba por sentimientos humanitarios o porque también sentía algo por
mí, aunque fuese un sentimiento homínido básico.
Había una solución intermedia que yo había aceptado como váli-
da. Tanto ella como yo habíamos creado un espacio de amistad, una tierra
de nadie, un lugar neutral, donde nos despojábamos de cualquier inten-
ción que no fuese la de hacer algo práctico. Intente en varias ocasiones
quedar con ella para correr, pero era inútil, siempre había algo que lo im-
pedía. Trate de convencerme a mí mismo, que no quería ponerme en evi-
dencia, es decir, evitar que yo emitiera resuellos terminales, aquellos que
pudo escuchar ese día en el parque Amate.
222
Los palacios de Kólob

Sin embargo había algo que me llamaba la atención de Alicia. Por más
que algunos de la clase lo intentaba ninguno podía ir más allá de unos cen-
tímetros en su campo de fuerza. Ella interponía el tercer polo, no el de
atracción o repulsión, sino un tercer. El del frio. Una bajada de temperatu-
ra en su cercanía, que incluso yo podía notar, y que desalentaba al más
apuesto en la búsqueda de una conversación personal o cercana a su su-
perficie. No se la podía tachar de antipática o creída, en ese caso, solo se
podía notar el gran vacío que había a su alrededor, cuando la intención era
la de atravesar esa distancia. Pensaba en ocasiones en una palabra, cautelo-
sa, recelosa, precavida. Ese tipo de personas que encajan con lo felino al
ser estos afines con sus gustos y tendencias.
Encontraba con desazón para mí, como me sentía con ella. Como
si acariciara mi cabeza, como si rascara mi lomo. Y me alarmaba com-
prender, que si fuese felino ronronearía satisfecho.
Estas cavilaciones me acompañaban a menudo y producían en mí
una actividad rumiante incesante que me desagradaba, pero que no podía
eliminar esa especie de migración al reino bovino. Ahora tengo la certeza
que se debía a ese estado tan común, pero tan nuevo para muchos que es
el de estar enamorado, y en mi caso, desde antes de nacer. Un estado que
te da igual ser felino o reptil con tal de disfrutar de una caricia por peque-
ña que sea o unas palabras aunque estén perdidas o lanzadas al azar.
Se acercaba las vacaciones de Navidad y la propuesta de la profesora
de historia fue como una bocanada de aire fresco. Fue algo más, fue seme-
jante al alivio experimentado cuando el aire te sacia al penetrar hasta el
fondo de los pulmones y estos certifican con una sensación de bienestar
que el oxígeno llegara hasta la última célula del cuerpo. Esa sensación,
curiosamente se transforma en una certeza para la mente. La de estar vivo
y respirando.
El hecho de salir un día de las clases y visitar el museo arqueoló-
gico representaba una gran novedad, podíamos escapar de las manos de
las asignaturas, al menos por un día.
El día estaba lluvioso. Me gustaba, conseguía hacer de la naturaleza
algo más presente en el paisaje de la ciudad. En estas situaciones me en-
frentaba a decisiones complicadas. Era difícil para mí saber qué hacer en
un ambiente general. Alicia iba acompañada de sus amigas y yo estaba de
más en ese grupo. Sin embargo era ridículo no estar a su lado, no era lógi-
co teniendo confianza mutua, habiendo tenido momentos de gran con-
fianza entre nosotros. Nada en su comportamiento me hacía pensar que le
223
David Moraza Los palacios de Kólob

gustase mi compañía en ese ambiente. Por otra parte no me pasaba des-


apercibido que Molina no dejaba de observarnos de forma disimulada y
eso no me gustaba. Esa mirada predadora en las personas siempre me ha
dado mala espina.
En esa ocasión yo iba preparado para entablar una charla con
Alicia. De ir sola no hubiese tenido problemas, pero esa guardia perma-
nente en la que estaba envuelta, me hacía necesario una estrategia para
romper el cerco. Una vez dentro era cuestión de ver como se desenvolvía
la situación. Me había informado de la Venus Itálica, que estaba en la sala
XXVIII.
Sin embargo no había solucionado el problema de mi seguridad. No tenía
muy clara la situación de los servicios. En el plano que había en la web del
museo no figuraban. Debería de preguntarlo al llegar. Me sentía incomo-
do. Conociendo el recorrido que iba a ser de la prehistoria a la época ára-
be, podría siempre perderme hacia atrás y quedarme observando alguna
vasija. Todo esto me inquietaba, pero no podía dejar pasar la oportunidad
de estar con Alicia. Me daba cuenta que en otras circunstancias no me
habría arriesgado a una salida sin tenerlo todo planificado. Pero mis sen-
timientos me traicionaban, no me dejaban pensar con claridad. Aunque
quizás deba ser así, de lo contario actuaríamos con un grado de raciocinio
total, como hacen los invertebrados.
En el autobús era todo algarabía. Me senté con Antonio a algunas filas
de Alicia. Antonio me enseñaba algunos esbozos de caricaturas que tenía
en su cuaderno. Su talento era indudable y el veinte por ciento de mi cere-
bro mantenía una conversación medio decente con mi mejor amigo. El
otro porcentaje, que no me atrevería a nombrar como el ochenta por mo-
destia, pensaba en cómo acercarme a Alicia y en cómo solucionar los ries-
gos de un asalto de mi memoria.
Supongo que Antonio calibro mi conversación como educada y cambio
de tema.
- ¿cómo te va con Alicia?
La pregunta me cogió por sorpresa
- ¿qué? ¿qué quieres decir?
- ¿Qué quiero decir? No nada...voy a enseñarte mi colección de pi-
tufos. Son de todas las formas y tamaños. Unos trescientos aproximada-
mente. Los tengo aquí.

224
Los palacios de Kólob

Antonio no me daba salida. Trescientos eran demasiado y conocía de


sobra su afición a los pitufos, cosa que me era de lo más extraña. Supongo
que dominar esa técnica daba para muchas variantes.
- Vale, vale. No hace falta. Pues que quieres que te diga. Somos
amigos.
- Ya, bueno mira este es el papa pitufo, es el que manda en el pue-
blo, le he puesto la cara de Don Enrique... y...
- Nos reímos, el más que yo.
- Bueno... me gusta Alicia. Lo que pasa es que me cuesta hablar
con ella, así como así, no sé cómo romper el hielo. Y Molina no hace más
que mirar, me tiene de los nervios.
Antonio volvió la cabeza para mirar dónde estaba Molina.
- Oye podrías ser un poco más disimulado – le comenté en voz ba-
ja –
- Mira ese tío es un gilipollas. Se cree alguien. Pero lo que no sabes
es que ha estado rondando a Alicia y esta le ha dado calabazas y eso el
macho dominante no lo digiere bien.
- Vaya eso era nuevo para mí, incluso yo empezaba a darme cuenta
de algo.
- ¿qué paso? – pregunte en voz baja –
- Veras – Antonio cerro su cuaderno de dibujo y se repantigó satis-
fecho en la butaca del autobús – hace más o menos una semana Molina y
su corte, ya sabes, hicieron una visita a Alicia y sus amigas en el descanso.
Las invitaron a una fiesta que iban a hacer en casa de uno de ellos, los pa-
dres estaban fuera. Algo muy profesional, bien preparado y sin dárselas de
don Juanes. Algo amistoso.
- – ¿cómo sabes esos detalles? – le pregunté–
Antonio me miro un momento en silencio y con semblante serio
- Porque vivo en este planeta, no como tú que eres un pasmarote y
no te enteras de nada. ¿qué harías sin mí? No me interrumpas que pierdo
el hilo. Molina creo que no está acostumbrado a que lo rechacen en una
propuesta tan perfecta como aquella. ¿Qué pasó? Pues que se quedo de
piedra al recibir un no. Pero no un “no puedo tengo que estudiar” o “no
me dejan mis padres” o “no puedo he quedado con mi prima”. Tío de
verdad fue un “no” seco y sin más comentarios. Molina y su corte se que-
daron de piedra, no pudieron reaccionar. Las amigas empezaron a reír al
final no sé si algunas de ellas fueron, pero Alicia le dio un corte total.
225
David Moraza Los palacios de Kólob

- Caray – acerté a decir –


- Pero eso no es todo... es que no te enteras de nada o me lo parece
a mí...
Empecé a bufar porque la verdad es que no quería admitir que no sa-
bía nada de esos detalles. Y sin embargo compartía el espacio y el tiempo
con las mismas persona que él. En esa situación lo mejor es soplar una o
dos veces hasta que el interlocutor adivine que solo podemos emitir aire
sin modular.
- Bueno...como te decía. ¿Te acuerdas del examen de Ingles? Bue-
no pues Alicia fue a quejarse al profe haciéndole notar algún desacuerdo
en la puntuación del examen. ¿qué paso? Pues que Molina, como está de
guardia cuando quiere, se acercó a la conversación. Cogió el examen y
empezó a mirarlo. Tanto el profe como Alicia se quedaron observándolo.
Al terminar su investigación post mortem Molina iba a enunciar su vere-
dicto... veredicto que nunca escuchó nadie porque Alicia le dijo que quien
lo había invitado a la conversación.
Antonio volvió a mirarme para asegurarse que no estaba fuera del au-
tobús o en algún sitio más lejano.
- Jo tío es muy fuerte. Esa tía no se amedranta con nadie. Molina le
dijo que él era el delegado de clase y que tenía derecho a opinar sobre
cualquier problema que tuviese algún alumno del curso. La verdad es que
fue una respuesta improvisada, con un directo como ese en vez de doblar-
se en dos y echar el desayuno le dio por decir esa gansada. Alicia le con-
testo que antes que sus derechos como delegado estaba su voluntad como
alumna y que ella no había requerido su opinión ni su participación en una
conversación privada.
Eso y una herida de arma blanca es lo mismo. Me parece que a Molina le
dieron ocho puntos de sutura en la enfermería.
Empezaba a comprender las cosas, al menos eso me parecía.
- Ahora empiezo a entender por qué me mira así el tío este.
Antonio se volvió hacia mí y torció el rostro de una forma muy cómi-
ca que solo sabe hacer el.
- No Beli, no entiendes nada. Veras, esa chica es diferente a todas.
Cualquiera no puede acercarse a ella. Vamos que tonta no es. Ya sabes a
qué me refiero. Algunos lo han intentado y ha salido rebotados. Es guapa
de narices y resulta que tú eres el único con el que ha hecho migas. Y en-
cima esta lo de la escenita esta de marras que hiciste el primer día.

226
Los palacios de Kólob

Bueno que remedio seguí soplando. ¿Qué podía hacer?


- Si...si... buuuf...bufff...pues eso que estas ahí como un pasmarote
lamentándote de que no sabes cómo entablar conversación. Es como el
que llega a la Luna y se lamenta porque no se trajo el cepillo de dientes...
oh tío que pena. Así que deja de lamentarte y háblale de lo que sea, si
quieres te dejo mi cuaderno de pitufos. Ya sé que no te gustan, pero ante
tus recursos es mejor que nada.
En ese momento le hubiera abrazado. Antonio era práctico e inteli-
gente sin embargo a simple vista lo ocultaba muy bien. Tenía fama de ar-
tista, es decir de algo extraviado en su mente, de poco práctico. Sin em-
bargo en la distancia corta y en confianza se revelaba de una agudeza sin
parangón. Podía ponerte de vuelta y media mientras tú soplabas, pero
también te revelaba las cosas con claridad meridiana. Sin embargo cuando
venía a clase con sus zapatillas blancas de deporte previamente tintadas de
blanco, impolutas. Esa preocupación detallista en su aspecto te hacia
fruncir el entrecejo.
Nunca supe realmente por qué éramos amigos, yo no aportaba
mucho a nuestra relación y a veces me sentía apabullado por sus muestras
de aprecio. A veces sentía que no merecía un amigo así.
Mientras me aconsejaba acerca de la táctica a seguir, llegamos al mu-
seo arqueológico en el parque de María Luisa. Estaba a punto de llover. El
aire estaba cargado de electricidad. La baja presión aumentaba nuestra
vitalidad y todos nos movíamos nerviosos y excitados.
La fachada del museo, de un gris claro, destacaba en el cielo car-
gado de nubes oscuras. Siempre me han cautivado esas escenas de con-
trastes. Una escena cargada de contenido escrito, de frases. Yo los consi-
dero paisajes llenos, rebosantes de detalles. Una clase de espacio comple-
to, si así era. El espacio de la escena era completo y su densidad máxima.
Al bajarnos del autocar iba a dirigirme hacia Alicia, pero alguien me
cogió del brazo. Era Molina y quería hablar conmigo. Una sorpresa desde
luego, pues esa deferencia hacia mí era de lo menos frecuente.
- Belisario, ¿puedo hablar contigo un momento?
- Si dime ¿Qué pasa?
Una mirada a Antonio le invitó a adelantarse.
- Luego te veo –comentó Antonio –
Molina le siguió con la mirada hasta que se aseguró que no nos escu-
chaba.

227
David Moraza Los palacios de Kólob

- Mira no te tomes a mal lo que voy a decirte. Pero es que me da


un poco de pena que una tía tan competente como Alicia pueda tener
problemas.
Sabía a qué se refería y sabía quién era ese problema. Pero quería que
Molina retratase sus pensamientos de forma clara.
- A qué problemas te refieres.
Molina me miro condescendiente. Iba a verse obligado a bajar al
mundo de lo concreto.
- No te hagas el tonto. Alicia es una tía que tiene buen corazón y le
has atacado en ese flanco. Te estás aprovechando desde el primer día, ya
sabes. Ella no se merece que la manipulen de esa forma. Y francamente
me da nauseas que un colgado como tú se aproveche de eso. Así que
piénsatelo porque a mí no me engañas, y no soy el único que piensa así.
Eso era lo que yo esperaba, sin embargo no contaba con el efecto que
causo en mí. Estaba acostumbrado a medir y observarme a mí mismo.
Pero ese comentario era nuevo para mí.
- Veras Molina eso no es verdad... eso... eso no es verdad...
Se me trabó la lengua, sentí impotencia. El estaba allí mirándome
tranquilamente sacudiéndome a placer y yo solo podía articular al nivel de
un niño de seis años. No podía enlazar un verbo y su predicado. Porque
en el fondo estaba aterrado ante la posibilidad de que eso fuera cierto.
Momentos antes esperaba con humor lo que fuera a decirme, después, de
la palmada en el hombro que, en resumen, fue lo que me dio Antonio. Y
ahora sentía una barra de hierro atravesarme de parte a parte. Me espanta-
ba mi vulnerabilidad.
Molina se volvió, con una media sonrisa ante mi mirada cautiva
de un estado comatoso. Camino tranquilamente y me recordó al torero
que deja a su oponente con el acero clavado de parte a parte. Su dirección
era en línea recta entre mi herida y el museo, parecía haberlo planeado así.
Entonces vi a Alicia a lo lejos subir la escalera del museo. La vi volver su
mirada atrás y buscar. Intenté pensar que no era a mí, sin demasiado es-
fuerzo lo conseguí. Conocía la escena en la película donde la encantadora
protagonista invitaba a su mesa al tonto de la escena que estaba en la
perpendicular al invitado. Aquel se levantaba y gesticulaba ¿te refieres a
mí?... entonces las risas de los espectadores se escuchaban porque no era a
él a quien invitaba sino un apuesto joven a su espalda.
Mi corazón empezó a latir igual que subiendo la pendiente cerca-

228
Los palacios de Kólob

na a las vías del tren. Porque Alicia decía “vamos” con la mano y lo hacía
en la perpendicular coincidente con la barra de hierro que Molina clavo en
mi estómago hacia unos momentos. Detrás de mi estaba el autocar ¿cono-
cería al conductor? ¿Habría alguien detrás de mí? Estuve a punto de mirar
atrás, pero ya estaba cansado de ser el tonto de la película ¿Por qué no
podía ser yo esta vez el apuesto joven a la espalda del tonto?
Empezó a latirme el pulso justo como en la llegada a las vías del
tren, una vez subida la cuesta. Levanté mi mano y el tiempo se paró. Sen-
tía que el corazón golpeaba el jersey que llevaba. Entonces ocurrió. Alicia
acaricio el aire frente a ella atrayéndolo a su cara. Con eso creaba una pe-
queña depresión que me hizo confirmar que ese día yo no era el tonto,
quizás otro lo fuera pero no yo. Sus dos movimientos de mano invitán-
dome a ir hacia ella eran para mí.
Nada más necesitaba para atravesar los cien metros que había, lu-
chando por no correr, por hacerlo de la forma más natural. Un bordillo,
otro bordillo, la acera. Molina.
Ah Molina, eso no es verdad. La cara de Molina sin su media sonrisa.
El albero del jardín flanqueando mi subida al cielo, que fue en lo que se
convirtió la entrada del museo con Alicia en la puerta y las nubes negras
sonriéndome desde arriba, palmeando mi espalda con su frescor húmedo,
a punto de descargar su charla sobre todos nosotros.
- ¿Qué cuenta Molina? – me preguntó Alicia–
- No nada...
Era imposible. Sus facultades telepáticas crecían cada día. Era una
chica mutante. Se paro y empezó a sondear mi mente con su mirada y
antes de que encontrara algo más le contesté.
- Vale, está bien. No se te escapa nada.
Le resumí mi charla con Molina de la forma más ligera que pude. No
detalle lo que pensaba Molina acerca de mis intenciones por puro pudor.
Ese comentario me helaba el alma, como si me quitara la ropa en medio
de una tormenta. No quería hacer de ello un casus belli. Ella no le dio más
importancia y cambio de tema. Me di cuenta que hablar de ello traería una
conversación que ninguno deseaba.
Caminábamos junto al grupo a través de las salas del paleolítico. Nu-
ria, la profesora de historia, iba desgranando las piezas que veíamos como
si fueran las de un rosario. Recitaba sus orígenes y su uso como si descri-
biera su propio ajuar de novia. Y algo así encontramos en el tesoro del

229
David Moraza Los palacios de Kólob

Carambolo.
Se componía de veintiuna piezas de oro de veinticuatro quilates. Una de
ellas se encontraba rota por un extremo. Nuria comenzó la narración de
su descubrimiento. Como todo descubrimiento la anécdota de su hallazgo
decora el propio tesoro, mostrando por qué medios tan simples se en-
cuentran tesoros tan valiosos. Al parecer unos obreros que trabajaban en
la futura sede de una sociedad de tiro al pichón, encontraron casi en la
superficie un brazalete de oro. Siguieron excavando y llegaron al hallazgo
de un recipiente de barro cocido y en su interior el resto del tesoro. Uno
de los trabajadores doblo repetidamente una de las piezas para demostrar
que no podían ser de oro. Al hacerlo la rompió en uno de sus extremos.
- ... la polémica – continuo Nuria – sobre el origen tartesio del te-
soro ha quedado zanjada por recientes estudios sobre la cerámica que
acompañaba el hallazgo su modelado, siendo este de origen fenicio. ¿Por
qué? Pues porque los tartesios no conocían el torno, que fue introducido
por los fenicios.
Hubo dos detalles que captaron mi atención. La pulsera encontrada,
casi a ras de tierra y la forma de los sellos signatarios que colgaban del
collar. ¿Cómo podía estar el brazalete, siendo parte del conjunto tan aleja-
do del resto de piezas? Por otra parte la observación de los sellos captaba
toda mi atención. Había siete sellos, sin embargo colgaban ocho cadeni-
llas, por lo que faltaba uno de ellos. A mi parecer la perdida no era recien-
te, pues el corte de la cadenilla estaba erosionado. Cada sello terminaba en
una pletina que encajaba perfectamente entre el pulgar y el índice de la
mano. Esos sellos verificaron operaciones comerciales y propiedades. Tra-
tos y juramentos. Cada uno de ellos tenía una función y una historia.
Los pectorales tenían forma de piel de toro extendida. Casi podía
ver esos toros perfectos, sin defectos engalanados con esos pectorales de
oro en su testuz. Acercarse a un altar de la misma forma, con la parsimo-
nia de un rito milenario. Serian sacrificados por el bienestar de la ciudad
fenicia a la orilla del rio, llevarían a cuestas las ofensas de los habitantes.
Serian sacrificados a Baal, el dios protector de la tempestad, quien les ayu-
daba en sus viajes de comercio en el norte de África y otras tierras alrede-
dor de ese mar fértil como Astarté. La diosa tenía en su cuello el collar y
los brazaletes. Ella representaba el orden a la Maat egipcia. La paz que da
la ley, que nos libra de la barbarie y la anarquía. Había que ser agradecidos
y mostrarlo al regreso llevando al altar de Baal una res perfecta como
muestra del reconocimiento de la ciudad del rio,
230
Los palacios de Kólob

- Beli, es una réplica, no estarás pensando en...


Era la voz de Alicia. Yo me encontraba en ese momento en una sala
de cine, en lo mejor de la película y ella desde la puerta me decía que tenía
que salir, que alguien preguntaba por mí. Y por mi se podían ir todos al
diablo, yo estaba presenciando la mejor escena de historia que había visto
hasta ahora. Pero la voz de Alicia era mi hilo de Ariadna. No podía ne-
garme a su llamada.
- Ah... ya si me lo imaginaba. Además creo que el cristal es blinda-
do.
- Parecías ensimismado. ¿en qué pensabas?
Fue un alivio que no me preguntase que veía. Al menos confiaba en
que mis mecanismos internos seguían siendo los usuales. Pero lo cierto es
que mirar ese tesoro me altero bastante. Y sin embargo era un replica.
- Pensaba que para ser una réplica me ha seducido bastante. Debe
ser muy buena. Fíjate el corte que hay en la cadena que no tiene sello. Pa-
rece de hechura antigua, no así el corte del pectoral, tiene los bordes afila-
dos. La pérdida del sello es antigua.
- ¿qué quieres decir?
- Pues que el tesoro se enterró sin ese sello.
Alicia se me quedo mirando pensativa. Miro con más detenimiento el
collar y el pectoral.
- Beli, recuerda que son replicas. No han podido envejecer esos
cortes en épocas distintas. Han sido fabricadas en nuestra época.
- Si lo sé. Pero, si es así ¿Por qué no tienen el mismo aspecto los
dos cortes?...
Alicia no me respondía. Entonces continúe mi exposición. A todo es-
to a nuestro alrededor se había formado un grupo que seguía nuestro de-
bate. Nuria termino por acudir para ver por qué no seguíamos el recorri-
do.
Loli, una de las amigas de Alicia, resumió la cuestión con bastante
claridad. Nuria tomo unos momentos para pensar. Y el resto quedamos
expectantes para ver su conclusión.
- Humm... que yo sepa Alonso Hinojos los obreros se repartieron
el tesoro hasta que sintieron temor por las posibles responsabilidades de
no comunicar el hallazgo. Que sepamos devolvieron todas las piezas... si
lo más seguro es que ese sello faltara en el momento de ocultarlo.

231
David Moraza Los palacios de Kólob

- Entonces – comento Alicia– por qué no quedarse con todo el co-


llar y simplemente con uno de sus sellos.
Nuria y los demás se quedaron pensativos. Parecíamos estar en una de
esas películas de Indiana Jones. Solo faltaba mover una piedra oculta para
ver aparecer un pergamino aclarando el misterio y presentando otro aun
mayor.
- El sello que falta es el que liberaba a esclavos o los hacía ciudada-
nos, fue robado porque alguien llamado Nui, deseaba hacer de su esclava
Alimai, su esposa y por lo tanto heredera ella y su progenie. Eso era impo-
sible de no mediar una fortuna, pero en un momento de inestabilidad, de
miedo a algún peligro se enterró el tesoro y los sellos. Pero esa persona se
hizo del que necesitaba. No fue por riqueza sino por arreglar una trágica
situación personal.
El que había hablado era yo. Y el primero en quedarse perplejo fui yo
también. A mi alrededor se produjo un silencio bastante incomodo. No
era de admiración sino de... no saber que pensar. En sus cabezas digerían
la idea de si era un nuevo rapto místico–delirante sin babas o si yo iba de
enteradillo. Podía casi escuchar los clics de sus pensamientos. Al mirar a
Alicia me di cuenta que ella se tomaba más en serio lo que dije, pero en el
fondo y a través de la zona media de su rostro, y más concretamente en
sus parpados inferiores me di cuenta que me decía “Beli, no me hagas
esto” me enternecí de momento.
- Bueno, no me miréis así. No podréis negar que es una buena his-
toria para una película.
- Pues... la verdad es que si. Podrías ser guionista – sentencio y ce-
rro el caso Nuria–
Todo volvió a la normalidad. El Sol siguió su camino, después de
detenerse cincuenta segundos. Al fin y al cabo nadie iba a darse cuenta tal
como estaba el cielo ese día. Todas las cabezas cesaron de emitir esos clics
rechinantes. La conclusión fue tranquilizadora. Yo iba de gracioso.
Sin embargo Alicia no quedo satisfecha. Permaneció silenciosa, durante
toda la edad del hierro y en el tiempo de los turdetanos. Entramos en la
época romana y esos minutos destilaban siglos para mí. Al fin y de repente
mi renacimiento favorito, el de Roma en medio de una vitrina de dioses
familiares de un hogar romano.
- ¿Por qué hiciste ese comentario?
- ¿A qué te refieres?

232
Los palacios de Kólob

Su mirada cargada de rabia. Me decía “si me tomas por tonta otra vez
te pongo la vitrina en tu testuz delante del macho dominante” no hizo
falta mucho tiempo para reaccionar.
- Creo que debí haberlo visto en alguna película.
- Ya
Sabía a ciencia cierta que no me creía. Sabía que ella lo sabía y que por
ese pacto no declarado dejaría de hurgar en el asunto. En ese punto
habíamos desarrollado un conocimiento mutuo que permitía ciertas licen-
cias, como la de no tener que expresar en palabras situaciones embarazo-
sas que ambos conocíamos.
- ¿Sabes Beli?
- Que...que...que
Le interrumpí cuando iba a seguir hablando. No dijo ¿sabes Beli?
Porque me preguntara algo, simplemente era una forma de empezar una
frase. Pero estaba tan ansioso de cambiar de tema que salte como un cole-
gial ante una oportunidad más de adivinar dónde está la sorpresa. Me sentí
tan idiota que creo que mi cara adquirió el aspecto clon de mí que... que...
que... es decir cara de tonto.
La hice reír sin intentarlo. A los cinco segundos empecé a reír yo
también. Entonces ella se doblo sobre sí misma y parecía no poder más.
Tomando un poco de aire consiguió articular
- ¿puede saberse de que te ríes?
Y doy fe que en este momento mi respuesta fue sincera. Y creo que
continuo en la senda abierta por mí que... que... que.
- Por mi parte de lo que tu digas.
Bueno no tuvimos más opción que reírnos con tranquilidad delante
de un busto de Alejandro Magno. Una copia romana de Lisipo. Mirarlo
era escucharlo preguntar ¿de qué vais? Si alguien mira a ese busto en la
sala XV, entenderá a que me refiero. Su expresión es la previa a un intento
de entrar en conversación. Así que los tres nos reímos sin estar muy segu-
ros de que.
Después de recuperar el aliento, esto de reír puede ser agotador, Alicia
retomo la misma frase.
- ¿Sabes Beli? –
Me miro con las cejas alzadas, pero yo ya no iba a decir más tonterías,
quería saber lo que iba a decirme. De hecho para mí era mi Astarté. Ocu-
paba el frente de mi visión.

233
David Moraza Los palacios de Kólob

- ...debes tener cuidado – continuo– esos comentarios que haces


no te favorecen. Tu eres como una ofrenda para sacrificar y llevas en tu
frente un cartel de oro, que dice:”yo soy el voluntario para el sacrificio” y
cuanto más destaques más claro lo leerán en fu frente. Las personas nece-
sitan victimas donde depositar sus perjuicios, una víctima para sentirse
libres de sus defectos.
No podía creerlo y no podía decirlo.
- Quieres decir como esos toros que ofrecían en un altar y que lle-
vaban en la frente joyas de oro.
Ella me miro sin saber que pensar. Pero yo no me estaba burlando.
- Acabas de decirlo ¿o no? – le pregunte –
- Bueno si... es un ejemplo.
- Lo sé Alicia. Eres maravillosa.
Y en realidad lo sentía así. Nuestra afinidad se había forjada durante
siglos o milenios. Más que toda la historia que nos rodeaba. Nuestras risas
venían de muy atrás y nuestros silencios, que no eran tales, estaban llenos
de sentido. No eran como esas salas sin público, que por momentos per-
dían la razón de ser.
Había un cordel fino que, para ella, puede que saliese de la nada.
Pero en su contacto podíamos sentir un espacio diferente a nuestro alre-
dedor. Es como tener la confianza de compartir una memoria perdida.
Como comprobar que la forma de uno se acoplaba al otro, que nuestras
voces eran resonantes a la misma nota. Algo así como compartir una
misma forma de ver los colores. Un patrimonio de sensaciones que solo
pueden labrarse desde muy atrás.
Yo sabía de la certeza de esto pues conocía el lado del cordel que
ella no veía. Y guardaba la esperanza de que ella fuese percibiendo poco a
poco todo lo que nos unía. Y estaba dispuesto a esperar lo que fuese ne-
cesario si ella lo permitía.
Nos unimos al grupo principal que seguía las explicaciones de
Nuria.
Yo encontraba excitante estar junto a Alicia. A la vez me daba la impre-
sión de estar en el interior de una esfera de unos dos metros de diámetro.
En su interior llegaban los ruidos exteriores amortiguados, carentes de
interés. La atmosfera en ese lugar era algo más espesa que en el exterior
pues estaba saturada de una sustancia indescriptible. Algo que solo inter-
actuaba entre nosotros. Podía respirarse, y al hacerlo la notabas pesada en

234
Los palacios de Kólob

tus pulmones, produciendo en la punta de inspiración una notable presen-


cia de algo ajeno a ti en tu interior. En esa esfera circulaba en perfectas
líneas, una fuerza magnética desconocida que se mostraba, como si fuesen
auroras, en el momento que Alicia me hablaba. Yo por supuesto no veía
colores ni espirales de luz. Mi detección se producía en mi nuca y cuello
mediante unos cosquilleos que hacia entrecerrar mis ojos. Y también mi
mente pues en ese momento no deseaba analizar conversación alguna sino
solo dejarme envolver en la atmosfera de ese planeta privado alrededor de
ella. Costaba un gran esfuerzo responder a estímulos fuera de ese horizon-
te singular, pues el tiempo se detenía en su borde, es decir a un metro de
nosotros. Y aun cuando si alguien nos observara no repararía en anomalía
alguna, para mí era evidente que sus tiempos eran largos y ajenos al nues-
tro.
Esa esfera era solidaria con nuestra presencia, se desplazaba con
nosotros de forma perfecta y solo se formaba cuando estábamos juntos.
Yo no sabía si Alicia compartía mis impresiones, pero después de obser-
var la parte media de su rostro implorando “Beli no me hagas esto” estaba
decidido a no atormentarla con comentarios que no fuesen totalmente
matemáticos o al menos con incógnitas despejables.
Mientras nos acercábamos a la sala XVI recordé que prepare un
as en mi manga. La Venus Anadyomene, que presidia la sala. Aun cuando
no iba a ser necesario usar mi estrategia para romper el hielo, ya que Alicia
lo hizo como las diosas con un solo gesto de su mano, pensé que le gusta-
ría escuchar algún detalle que Nuria no comentase.
– ¿Ves esa hoja en la mano de Venus Anadyomene?
– Anady.....
Con solo decir Anady... se indujeron en mi cuello esas corrientes que en-
turbiaban mi razón. Sin embargo había que seguir
- Anadyomene. Quiere decir en griego que sale del mar, en la mito-
logía Afrodita nace de la espuma. Cronos cortó los genitales a Urano y los
lanzo al mar y de ahí nació la espuma de donde salió Afrodita o la Venus
romana.
La mire por un momento y supe que podía seguir sin problemas.
- Veras esta estatua es especial entre todas las que hay representado
a esta diosa, mírala de cerca y dime si ves algo que te llame la atención.
Alicia se acerco y observándola la rodeo hasta completar un círculo.
Note con sorpresa que la esfera no se deshizo sino que aumento su diá-

235
David Moraza Los palacios de Kólob

metro. Al regresar junto a mí en esa orbita, me miro con expresión incré-


dula.
- No sé que buscar o a que te refieres.
Yo sonreí divertido.
- Vamos Alicia. Se tu misma debes de mirar con tus ojos.
Una última tentativa. Temía agotar su paciencia con mi juego. Alicia
era tremendamente práctica y a la vez soñadora. Se volvió y me miro con
ojos brillantes. Lo había entendido.
- Tiene una hoja de loto en su mano.
- ¿Pero, bueno como sabes que es de loto?
Ahora ella disfrutaba y me lo hacía ver, demorando su respuesta.
- Muy fácil. Tiene forma de hoja de loto...bueno y eso que quiere
decir.
- Pues también es muy fácil saber que quiere decir...
Mi respuesta le divirtió y a mí eso me encantaba.
- Esta estatua es una versión alejandrina de Venus. El loto se rela-
ciona con Isis, diosa egipcia de la fecundidad, no solo del amor. El loto
figura en las estatuas de Isis como un atributo. Aquí confluye la influencia
egipcia en la Venus romana. En muchas culturas...
Empecé a sentirme ir. Mire hacia delante y vi el grupo pasar a la si-
guiente sala. Algunos remoloneaban.
- Alicia tengo que ir al servicio.
Ella supo, que algo iba mal. Yo luchaba por contener ese ataque
demoledor dentro de mí y nuestra esfera se quebró como el cristal. Se
dirigió a sus amigas, que protestaron brevemente. Y entonces cogió mi
mano. Fue delante de todas, cosa que provoco algún murmullo y alguna
risa. Solo note su contacto, y como me conducía hacia un pasillo. Intente
caminar lo más normal posible, busque mis gafas de sol y me las puse.
Entonces supuse que esa señal seria clara para ella. Me encontró con ellas
en el puente de Nervión. Me alarme al recordar que estábamos en la pri-
mera planta. No me daría tiempo a salir al parque de enfrente donde po-
dríamos sentarnos.
- Alicia no he planeado esta salida... No sé donde hay un lugar se-
guro... siento...causarte...
No pude seguir hablando. Un embudo se formo frente a mí. Una
sensación de remordimiento fue desdibujándose en mi conciencia, en rea-
lidad estaba allí en algún sitio. Las palabras de Moldes se hicieron presen-

236
Los palacios de Kólob

tes de forma clara, acusándome de doble intención “ella no se merece que


la manipulen de esa forma”... allí estaba yo a punto de ser tragado por ese
vórtice cada vez más potente y siendo consciente por última vez de la
mano de Alicia apretando la mía. Guiándome hacia un lugar seguro pero
yo me sentía como una piedra pesada enrolladla a su cuello y que amena-
zaba precipitarla a un abismo desconocido. Me sentía como el octavo se-
llo, pero en vez de liberar a esa esclava mi sello la encadenaba a un destino
incierto donde no podía prometer paz ni felicidad, solo interrogantes.

Recuerdo su mirada brillante describiendo las hojas de loto y co-


mo siempre prefería escuchar sus palabras que ilustrarlas con las flores de
loto que flotaban graciosamente en el estanque junto al que conversába-
mos. Nunca podré asimilar como un mundo tan vasto y extenso podía
contener tanta riqueza de detalles. Es como si se hubiesen esmerado en
llenarlo.
La casa de Silam contaba con infinidad de estanques naturales como en el
que estábamos. En ellos las flores acuáticas como el loto expandían sus
hojas al limpio cielo de Kólob. Abarcaban en sus pétalos un arco del cielo
rebosante de estrellas y todas ellas depositaban su luz en finos hilos en
cualquier mirada que las observara. Y estas flores acompañaban a Kokau-
bean a través de su recorrido diario, tratando de entender de donde venia
y a donde iba. Corina me explicaba algunas de sus características.
- Esta flor fue obra de Temidiona. La conozco a ella y su equipo.
Ellos son de la escuela llamada “Enseñanza persistente”.
- ¿Qué quiere decir enseñanza persistente?
Corina se me quedo mirando fijamente. El tono de mi pregunta
estaba al borde de lo jocoso. Corina decidía si contestar o empujarme jun-
to a las flores de loto. Arrugue mi frente y la mire como una trucha desde
el fondo del agua. Decidió reservarme para otro momento.
- Pues más o menos como “Escuela de los accesos” Accesos o ex-
cesos no estoy segura, del nombre ¿me lo podías aclarar tú?
- Perdona, necesitare mil años para mejorar... lo siento.
Corina siguió su explicación y yo me arrepentí de haber puesto en
peligro lo que más amaba de ese mundo. El escucharlo a través de sus
labios.
- Bien escucha pequeño neófito. Porque aunque no lo sepas el
mundo vegetal es el útero de toda vida. Nunca podremos prescindir de

237
David Moraza Los palacios de Kólob

este mundo en ninguna etapa de la vida presente o futura. Ni siquiera en


los centros de las casa matriarcales prescinden de ellas. Las plantas atem-
peran nuestra percepción y emociones. Pero hacen algo más. Inspiran
ideas y principios a través de sus formas. Las creaciones de Silam susurra-
ran en el próximo estado, el mundo del que venimos. Mostraran una be-
lleza gratuita, es decir no solo crearan un mundo habitable y sostenible
para la vida animal. Sino que lo harán con elegancia y belleza. Mostrando
generosidad más allá de sus funciones. Serán un reflejo del amor de nues-
tra madre Silam por todos nosotros.
Corina se acerco al agua y la palmeo con su mano, creando ondas
que se propagaban ordenadamente en el estanque. Llegaban a las flores de
loto y el suave movimiento que ocasionaba en ellas me atrapo. No estaba
preparado para ello. Más que moverse, bailaban y exponían su olor y for-
ma al cielo de Kólob. Y esto creaba una onda especial que a la vez cim-
breaba mi espíritu de forma increíble. De tal forma que yo mismo creía
estar dentro de otro estanque, hasta ahora invisible a mi conciencia. Esas
flores me hicieron sentir vulnerable a ellas mismas. Ellas estaban ondulan-
do mi estado de ánimo hacia la contemplación de sus formas. Una parte
de mi asombrada por el inesperado efecto contemplaba como la otra
aceptaba como algo normal ser receptor de ondas apacibles provenientes
de las flores. Entendí en ese momento de forma directa, sin palabras, que
todo lo que nos rodeaba no eran entidades separadas, sino más bien está-
bamos enraizados a un mismo estanque, cuyos bordes era imposible de
vislumbrar.
Yo le pregunte casi sin poder articular
- Como... ¿cómo hacen eso?
- Bueno, es su escuela – Corina hablaba mirando al estanque con
su sus ojos perdidos en el fondo –...dejan mensajes envueltos en sus crea-
ciones. La intención es que se descubra cuando alguien las observe.
- Pues no creo que haya que buscar mucho la impresión es muy
clara, aunque no se cómo explicarla.
Por unos momentos quedamos envueltos en el silencio, yo inten-
tando explicar lo que sentía y ella sumergida en el agua cristalina de donde
no salió en toda la tarde.
- Cuando estemos en los lugares densos, no será igual. Aquí en Kó-
lob estamos hechos de materia refinada, allí tendremos una gran carga.
Los cuerpos densos son difíciles de alterar y no seremos tan receptivos al

238
Los palacios de Kólob

arte de Temidiona. Temo que muchos secretos se queden para siempre


ocultos de las miradas.
- Me cuesta creerlo...
Repuse yo con gran convicción.
- ...hablas como Aribel, y no lo tomes a mal ¿Por qué hemos de
perderlo todo? ¿Por qué esa oscuridad al hablar de ese mundo? ¿quién va
a querer ir?
- Kozi no hay otra manera ¿no lo entiendes? No hay otra forma.
Recuerda la clase de Bisnan...
- Oh si muy brillante, también recuerdo otras cosas
- ¿Qué te pasa? Parece como si no entendieses algo
- Eso es lo que pasa que no entiendo nada.
- Las palabras de Aribel te afectaron. Lo se
Me separe del estanque. No podía pensar con claridad, las flores
captaban mi atención de forma golosa. Percibía que disfrutaban al hacerlo.
Indique a Corina que siguiéramos caminando. Ella accedió remoloneando
en la orilla del estanque, se veía como una flor que la arrancara de su lugar
natural.
La senda serpenteaba entre colinas no muy altas. Nos flanquea-
ban bosquecillos de monte bajo, regados por abundantes arroyos del an-
cho de una persona, podían cruzarse fácilmente. Espliego, lavanda, tomi-
llo, romero estaban dispuesto con trazo inteligente entre los árboles. Fru-
tales en familias de colores y tipos. Mazos de flores de clases variadas y
solas. Insectos y aves de todo tipo alegraban la vista con un movimiento
continuo.
Yo, aun era nuevo en la casa de Silam, y no estaba acostumbrado
a hacer oídos sordos a la multitud que nos rodeaba. En el instante que
dejaba vagar mi atención sin rumbo fijo, era “capturada” por el permanen-
te flujo de conciencia que nos abordaba por los flancos. Era semejante a
pasear entre filas de monos o cacatúas. Solo que en este caso eran plantas,
nombre totalmente inapropiado para lo que yo experimentaba. Y de vez
en cuando en pequeños grupos, sobresalían gigantescas especies que nun-
ca había visto. Como islas en medio de ese mar de vida llamaban la aten-
ción por su silencio. Su indiferencia a todo lo que les rodeaba.
Corina observaba mi atención y como buena guía me aclaraba lo que esta-
ba ante mí.

239
David Moraza Los palacios de Kólob

- Esos árboles serán lanzadas a épocas donde nadie con conciencia


de sí, podría observarlos. Esa belleza pujante y ciclópea no tendría testi-
gos humanos que caminen en la tierra a donde vaya.
Me daba la impresión que hablaba para sí misma, quizás no hu-
biese salido del estanque.
Entonces, si nadie va a admirarlos, parece que es una perdida. ¿No te
parece que tanta belleza se pierde en un mundo donde nadie va a
apreciarla? Es como un derroche.
Corina se me quedo mirando un instante. Me cogió por el brazo y
me dijo.
- Creo que ya es hora de que lo intentes.
- Intentar que.
Sonrió y guiándome hacia el interior del follaje me dijo
- Que intentes escuchar a uno de ellos. Te aseguro que no es lo
mismo que nuestro Tuki. Al formar parte de la casa de Silam, aunque sea
como invitado, quizás puedas entender hoy algo.
- No habrá que subirse arriba ¿no?
Reímos mientras nos acercábamos hacia el gigante. A medida que
lo hacíamos veíamos a su alrededor un espacio vacío, donde no crecía
nada y no a causa de la intención de algún jardinero, según me dijo Cori-
na, era por respeto del entorno hacia el secuoya. Respetaban su silencio y
reserva.
Primero no detuvimos a unos cincuenta pasos, que es donde co-
menzaba su espacio privado. Estuvimos un tiempo observándolo, inten-
tando despejar nuestra mente de cualquier pensamiento elaborado. Solo
escuchando su entorno, que era de total calma y silencio. En esos momen-
tos yo había desechado cualquier postura trivial sobre Corina y su casa.
Tenía una confianza total en su guía y consejos.
- Bien –dijo Corina – voy a intervenir antes. Sígueme y haz lo que
veas. Vamos a caminar lentamente hacia su tronco. Imagina que no quie-
res asustar a una mariposa. Cuando lleguemos me sentare de espaldas a su
tronco y preparare su atención hacia nosotros. Cuando te diga harás lo
mismo. Pegaras tu espalda a su corteza como si fueses parte de ella.
Ver a Corina ejecutar esta sencilla instrucción fue la danza más
hermosa que he visto. Estaba contemplando un injerto espiritual de una
sencilla mujer en un ser vivo colosal. Podría jurar que su espalda se había
fundido en el tronco y empezaba a recibir la savia que se elaboraba desde

240
Los palacios de Kólob

las entrañas de Kólob.


Me recomendó que no usara ese momento para presentar pre-
guntas sino para escuchar, solo sentir el flujo del conocimiento entre Kó-
lob y Padem–Beam (el que se alza al cielo y lo sostiene). El nos haría el
inmenso honor de hacernos participes de su tiempo y sensación. Y no fue
en vano el intento, pues no tardo en llegar a mi percepción, una gran tris-
teza de entrada, que me hizo dudar de lo que estaba haciendo. Corina co-
gió mi mano fuertemente, conminándome a no dudar sino solo escuchar.
Y eso hice.
Seria un esfuerzo vano traducir lo que sentí. Pues nuestro lenguaje está
sujeto a nuestro tiempo, nuestros segundos y su flujo.
Esa tristeza inicial solo era el sonido de su interior, bajo y grave. Retorcía
mi interior hasta acoplarlo a ese mundo de luz parda y en forma de huso
por el que ascienden.
Las emociones de Padem–Beam eran estáticas en el tiempo. Po-
día fijarlas como piedras en un rio. No se alteraban por el flujo de las co-
sas. El se recreaba en sus emociones, generando esa contemplación un
movimiento de ascensión continuo. Y eso me trastornaba porque rompía
la idea fijada en mi mente de lo inmóvil de su apariencia. Tuve la sensa-
ción que todo lo que había en su exterior impregnaba su tronco como lo
hace el roció en el campo, que de todo lo que ocurría se daba cuenta en
los anillos de su tronco. Y esa sabiduría ascendía hasta la copa para dar
gloria y honor a la madre sustentadora y al padre cielo.
Padem–Beam tiene dos cielos el de Kólob y el de Kokaubean. El
uno ligero y etéreo el otro denso y oscuro. Ambos componen su origen y
destino. Y de ambos se nutre. El de Kólob en conocimiento y sustancia el
de Kokaubean en gloria y maravilla. En medio de ambos esta Padem–
Beam, por su tronco fluyen cielo y tierra. Por lo tanto el no necesitan que
observen su belleza para que ésta exista. El es una criatura independiente
sobre la tierra. Pero aun así brinda cobijo bajo sus ramas, así se lo enseño
el cielo.
Me fundí en su tronco y se produjo un injerto de mi percepción
en la suya. A través de mi fluía la savia de su interior trayéndome sensa-
ciones graves y de luz cenicienta. Una mínima parte de esa corriente viva
se desvió a mi conciencia y pude vislumbrar el oscuro fondo del cielo en
que vivía. Su mundo era en forma de dos conos unidos por su vértice. En
ese punto de equilibrio habitaba Padem–Beam. En su cenit estaba Ko-
kaubean, quien envía una fina lluvia de rayos de luz. No obstante la luz era
241
David Moraza Los palacios de Kólob

independiente de la negrura del cielo. Oscuridad y luz cohabitaban en una


misma visión. La atmosfera, no era visible y no perturbaba la visión del
oscuro espacio allá en el fondo. La luz llovía sobre sus hojas en una fina
maraña de hilos brillantes, cada uno de ellos, con su propia identidad y así
recibidos en toda la extensión de sus hojas. La forma de su mundo se es-
trechaba en el presente y se ampliaba en futuro y pasado, sé que esto, aho-
ra es difícil de entender y aun recordando he dejado de intentarlo. En ese
momento lo veía tan natural que no comprendía cómo no lo veía antes.
Era una comprensión diferente pero con total lógica. Parecida a la que se
tiene en esos momentos de duermevela donde se conciben claros pensa-
mientos que luego son difíciles de encajar en la lógica de la vigilia.
El mundo de nuestra secuoya gravitaba alrededor de la luz. Esa
era su autentica gravedad. Pero era una luz diferente a la que yo conocía.
Era una luz inteligente que penetraba en sus hojas y producía conciencia.
Su impacto en Padem–Beam se producía en forma de un golpeteo de mi-
llones de minúsculas gotas brillantes que al impactar producían una onda
de carácter pacífico que se extendía alrededor del árbol. Podía notarse una
sensación de paz. ¡Qué gran don! Pensé al observar el espectáculo, sentía
que recibía un grandioso regalo solo por poder mirar.
En la parte opuesta de ese mundo, en oposición a Kokaubean,
nuestro árbol buscaba en las entrañas de Kólob, con miles de dedos, lo
que esa densa y oscura tierra tenía por mostrar. Note que realizaba una
intermediación entre el cielo y Kólob. Aquel brindaba conciencia y luz y
esta vida. Y ese punto de contacto, en este caso particular, lo protagoniza-
ba el árbol en el que estábamos fundidos en ese momento.
El cielo penetraba en el interior de Kólob en forma de raíces,
como si fuesen los mismos rayos luminosos que Padem–Beam devolvía a
la tierra en forma de filamentos vivos. La fina capa de vida vegetal que
rodeaba este mundo, se asemejaba a la corteza superior de la mente de un
ser vivo. La ultima capa donde reside su conciencia, la culminación de
todo el calor que emana de sus entrañas. El árbol se proyectaba al cielo
como si de un brazo de Kólob se tratara, intentado asir a las mismas estre-
llas.
En esos instantes en que veíamos a través de la secuoya, el tiem-
po fluía linealmente pero girando sobre sí mismo. Padem–Beam no fluía
en el tiempo de forma lineal como nosotros. Sino que lo hacía girando
alrededor de su presente en una circunferencia que tan pronto se adelan-
taba al presente como retrocedía al pasado. Pero en su movimiento, fluía
242
Los palacios de Kólob

hacia el futuro. Me dio la sensación que danzaba en una especie de baile


con el presente. Ese era su autentico movimiento. En el tiempo. Sin em-
bargo nosotros, dueños del espacio éramos esclavos de cronos. Debido a
esta propiedad de su existencia, tenía una visión de sí mismo en tercera
persona. Podía contemplar su pasado y destino sin perder de vista el pre-
sente. Esta fluidez de movimiento en el tiempo era semejante a la que yo
disponía al desplazarme por los parajes anejos a la Casa Jana. El presente
era su eje de rotación y ese movimiento le proporcionaba a Padem–Beam
un conocimiento certero de su destino, una visión del conocimiento toda-
vía no radiado en la superficie de Kokaubean o de cualquier otra estrella.
En ese momento no lo comprendí, pues estaba absorto en grabar
cada momento en mi memoria de la forma más fiel posible. Más tarde me
di cuenta de por qué esa especie de indiferencia, casi hiriente, a comuni-
carse con nosotros, sus vecinos. Su mundo no era traducible al nuestro.
Su relación con el oscuro mar de la conciencia era permanente. Los rédi-
tos que producía a ese oscuro lugar el colaborar con nuestro linaje, eran
muchos y fluidos, enriqueciendo a ese oscuro mar. Todo para mayor glo-
ria del Gran Gnolaum, como organizador o creador, quien a partir de ese
barro oscuro e inteligente era capaz de moldear algo tan maravilloso como
la gigantesca secuoya a la que estábamos adheridos como polillas a la luz.
En los últimos momentos que estuvimos como lactantes al pecho
materno, supe que parte de mi pasaba a su torrente y que en los anillos de
ese tiempo estaría registrada nuestra visita como un suceso más de su his-
toria. De la misma forma algo de mi penetro en él. Supe que si volviese
me recordaría.
Nos devolvió a nuestro “mundo” repentinamente, como se saca
una astilla de la piel. Corina se levanto como un pajarillo. Ligera y prepa-
rada para otra cosa. Sin embargo mi vuelta fue tan dolorosa como una
despedida de alguien querido. Permanecí pegado a la corteza mientras
Corina reía divertida al ver mi cara de pasmo, sin poder articular una pala-
bra durante un tiempo. Tan saturada estaba mi mente de impresiones
nuevas que no podía responder hasta organizar todo aquello de la manera
más decente posible. Empecé a sentirme ridículo, noqueado por algo a lo
que ella estaba habituada.
- ¿te lo esperabas así?
Intenté responder lo mejor que supe, pero hubiera necesitado algún
tiempo más.

243
David Moraza Los palacios de Kólob

- Yo… no sabía…que… bueno… es solo un árbol ¿Cómo es posi-


ble?
Ella me extendió la mano y me ayudó a incorporarme. Demasiado
pronto para mí.
- Kozi, ellos y nosotros somos verticales de forma permanente. No
hay otras criaturas en esa categoría. Buscamos la luz, nadie más mira direc-
tamente a Kokaubean. Simplemente esa estrella no está para otras espe-
cies. Sin embargo pertenecemos a mundos distintos. En su mundo Pa-
dem–Beam es un ser avanzado e inteligente, puede ser el humano de su
mundo. En el nuestro, como has dicho, es solo un árbol.
Cuando dijo “solo un árbol” instintivamente mire hacia su tronco te-
miendo que este lo considerase una ofensa. Corina rio al ver mi reac-
ción.
- No te escucha ahora, tontín.
- ¿cómo lo sabes?
- Porque lo haces muy deprisa. Si quieres que te escuche, primero
has de saber muy bien qué vas a decirle, nada de trivialidades, luego tienes
dos opciones o mantienes lo que piensas decirle durante todo un día o
más o entras en su tiempo.
Ella me hablaba como lo hace alguien habituado a ceñirse su vestido
de escuela en una ceremonia de su casa matriarcal.
- Bueno y que es más difícil ¿mantener la pregunta o entrar en su
tiempo?
- Lo más difícil es saber que puedes decir a alguien como Padem–
Beam para que parte de su atención descienda hasta ti. El no nos necesita,
somos nosotros los que acudimos bajo su protección y los que buscamos
su paz. Nos da lo mejor del cielo y el fruto de la tierra.
Veía claramente sus palabras en la imagen de esos árboles que
nos rodeaban y que poblaban la línea del horizonte, como el vello de una
colosal criatura. Y sentí una honda tristeza al comprender que muy poco
de esto quedaría una vez completado el arco. Sería un conocimiento olvi-
dado, serian piedras de Kólob bajo nuestros pies. Y esto me asustaba,
pues era un reflejo de lo que sería morir en un estado denso. En Kólob,
esta pérdida de sustancia en la percepción de las cosas era como el fin de
nuestro mundo. Había que mirar fijamente a las puntas doradas de las
casas matriarcales y confiar en el mensaje permanente del poder de sus
premisas para no caer en un pozo de preocupación al que tan fácilmente

244
Los palacios de Kólob

se precipitaban nuestros espíritus al meditar sobre estados futuros. Nues-


tra constitución era etérea, transparente como la atmosfera milenaria de
nuestro mundo. Podíamos ser sutiles y ligeros hasta penetrar en la esencia
de las cosas que nos rodeaban, pero de la misma forma nuestro espíritu se
cimbreaba como el bambú en las orillas de nuestros ríos al ser azotados
por ese viento creciente que empezaba a soplar a medida que los arcos se
cerraban allá arriba, en su piedra angular.
Los paisajes y escenas que tan grabados teníamos en nuestra alma
empezaban a levantarse de ella como invitados que habían de despedirse.
Llegado el momento sólo nos quedaba la esperanza de que una sutil voz
que escucharíamos, nos recordaría quiénes éramos y que habíamos de
hacer. Esa promesa o esperanza no podía asirse con nada que no fuese la
confianza en todo lo que se nos enseñó hasta ese momento desde la pri-
mera luz que vimos al salir a través de la ventana de la inteligencia.
No era suficiente la gloria que el Gran Gnolaum recibía de sus creaciones
allá en todos los mundos creados antes. Ahora nosotros enfrentábamos el
gran reto, único sobre todas las especies. La que representa el vacio que se
cernía sobre nosotros. El olvido de todo a cambio de la esperanza en algo
por encontrar.
Empezaba a caer en un estado melancólico que no podía ocultar
y menos a Corina. Aún a pesar de la notable experiencia que habíamos
experimentado, los rasgos aplastantes de la melancolía empezaban a des-
dibujar en mi rostro los trazos vivos que Padem–Beam había grabado
momentos antes, como si la corteza vegetal fuese yo. Por desgracia en
nuestro mundo las impresiones aunque vivas también eran volátiles.
- Estas preocupado por algo. Dime ¿qué es?
Yo me sentía como el eslabón débil. Siempre turbulento en mi
interior a un punto de la fractura. Eso no me gustaba, necesitaba ofrecer
también un punto de apoyo. Sentirme sólido, al menos para alguien.
- Veras Corina. No estoy preocupado, lo que pasa que encajo las
cosas de otra forma que tu. Las cosas se me presentan desde muchas po-
siciones y todas a la vez. Por ejemplo, he disfrutado mucho de nuestra
entrevista anterior con Padem–Beam, ha sido única y maravillosa. Pero lo
perderé todo cuando se cierre el arco. Nunca puedo disfrutar de algo
completamente. Siempre viene su sombra detrás.
- Kozi, por mucho que cierres el puño, nuestra mano no está hecha
para retenerlo todo.

245
David Moraza Los palacios de Kólob

- ¿Si? – contesté yo – entonces ¿por qué tenemos el deseo de


hacerlo? Dime por qué estamos dotados de deseos que no pueden reali-
zarse. Es como ser capaz de concebir un sentimiento y no poder alcanzar-
lo nunca. Es tener la capacidad de desear y no poder tener. ¿No te parece
cruel e injusto?
Corina sonrió para sí.
- Aún no has asimilado lo que has recibido y ya estas lamentando el
día de su partida. Dime ¿Por qué no has solicitado el estado de perceptivo
sin forma? Ellos lo retienen todo.
Por un momento interpreté esa frase de “si no te gusta por qué
no te vas” pero viniendo de Corina supe que su intención no era gol-
pearme sino plantear mi postura desde otro punto de vista.
- Bueno ellos están fuera de todo el plan… no tienen compromiso
alguno.
- Te equivocas. Ellos forman parte de plan, pero no del viaje a un
lugar denso.
- Ya, lo sé.
Durante unos instantes callamos mientras yo intentaba encontrar
una respuesta. Pero no lo lograba. En cierta forma me di cuenta que que-
ría tenerlo todo sin arriesgar nada. Y es ahí donde Corina me había lleva-
do de manera sutil.
De repente avanzó unos pasos y se puso de frente, ante mí, obligándome
a detenerme.
- Tengo una sorpresa para ti, a pesar de no has sido bueno durante
esta tarde.
Iba a empezar a defenderme de su acusación, cuando me di cuen-
ta de lo tonto que hubiese sido el hacerlo. Más bien habría de arrodillarme
ante aquel ángel que una y otra vez soportaba mi tendencia al abatimiento
intelectual. Sonreí y me sacudí todo rastro de polémica y con la mejor de
mis sonrisas esperé sus palabras. Al cabo de unos segundos dijo.
- ¿No vas a preguntarme?
- Oh. Perdona, ¿qué sorpresa es esa?
Corina, cerró sus puños como si contuviesen algo. Aunque yo los
sabía vacios. Los mire como esperando que se abriesen para revelar el
secreto. Ella disfrutaba con toda esta representación.
- ¿Has conocido alguna vez a un perceptivo sin forma?
Su pregunta me dejó totalmente descolocado. Hasta entonces los

246
Los palacios de Kólob

perceptivos sin forma eran individuos inaccesibles para los habitantes de


las casas de Kólob. Servían directamente a las madres y al Gran Gnolaum.
Todo lo que sabía de ellos era a través de rumores, de comentarios de du-
dosa veracidad. Había leído algunos informes recibidos de ellos cedidos
por Bujan y solo como una muestra de suma confianza hacia el grupo de
Varanto. Estos perceptivos sin forma tenían la visión exterior de nuestro
linaje. Entraban y salían de nuestro mundo, eran envidiados y compadeci-
dos. Vistos como sombras en ocasiones y como antorchas brillantes en
otras. Traían el conocimiento de fuera, exploraban y retenían todo. Nada
les era quitado y a nada temían. Eran ajenos al plan como las secuoyas a
nuestros asuntos.
- Bueno ¿vas a responderme?
Salí de un estado absorto en la posibilidad de conocer a uno de
ellos. Sin embargo por prudencia fingí no haber entendido la intención de
su pregunta.
- No, lo siento no conozco a ninguno. No puedo ayudarte.
Corina empezó a reír y entonces tuve por seguro que su oferta era re-
al.
- Te estoy invitando a conocer a uno, tonto. Y antes que me pre-
guntes te diré que nuestro grupo ha entablado cierta amistad, si eso puede
decirse respecto a ellos. Ya sé que te cuesta creerlo, pero en La Casa Silam
gozamos… pues… de ciertos privilegios. Uno de ellos es tener acceso a
ellos, a condición de respetar su pacto.
- ¿Su pacto?
- Ellos no pueden compartir cierta información. Todo lo referente
a valoraciones en cuanto a Linajes o detalles referentes a sus planes. Ya
sabes, no interferencia en la evolución de los hechos.
Durante todo el trayecto hacia el lugar de la entrevista intenté
saber cómo había conseguido su grupo acceder a alguien así. Para mi
asombro supe, que no fueron ellos sino el visitante quien les escogió. Al
parecer los perceptivos necesitaban tratar con personas con forma huma-
na (nosotros) a fin de no perder toda referencia con sus orígenes, de no
perderse en la pura percepción. Corina se mostró reacia a seguir hablando
del asunto. Quería hacerme un regalo y yo estaba empeñado en abrirlo
antes de tenerlo.
Recorrimos un estrecho sendero que se perdía entre jardines que
se cuidaban a sí mismos, todos ellos conscientes de su belleza. Eran como

247
David Moraza Los palacios de Kólob

personas que nos miraban e intentaban seducirnos con una estancia pro-
longada en su interior. Y es que el reconocimiento de los demás es una
cualidad de toda vida. La vida se engalana para seducir al que la observa
de hacer entender que ella en concreto es poseedora de la belleza y que la
expone sin poder evitarlo. Era difícil avanzar sin detenerse, era necesaria
cierta disciplina para no perderse en la tentación de la contemplación. Y
no la observación, pues en Silam, la belleza de sus creaciones no te permi-
tían concretar en qué aspecto seducían. Simplemente absorbían tu aten-
ción como si hundieran sus raíces en tu alma. Tú les proporcionabas aten-
ción y admiración, ellas aleteaban en tu interior inundándote de admira-
ción y maravilla. No podías pensar hasta que no adquirías cierto distan-
ciamiento, que solo el tiempo y la práctica proporcionaban a los neófitos
como yo.
Después de caminar cierto tiempo (cómo medirlo ahora, imposi-
ble) vi una cúpula laboriosamente decorada imitando a cascadas de agua
que desbordaban en los salientes. Su hechura era de una laboriosidad in-
creíble. Las columnas que la sostenían imitaban a árboles, cuyas ramas
encajaban en la estructura que soportaban. Ya el lugar me pareció delicio-
so para cualquier encuentro, más aun para uno tan especial. Subimos cin-
co escalones hasta el enlosado que recubría su interior. En círculos con-
céntricos, había grabados que iban del centro hacia el exterior y que rela-
taban las escuelas y grupos que habían usado ese recinto. Los visitantes y
el arco al que correspondían. Bajo nuestros pies estaba un trozo de la his-
toria de la Casa Silam. Esperaban en animada charla el grupo de Corina.
Éramos nueve. Una vez aceptado como miembro del grupo,
hubo que buscar otro para llegar a la cifra de nueve, tarea nada fácil. El
proyecto del grupo de Misón se encuadraba en la Escuela de los encajes,
esta escuela trabajaba en el diseño de entornos o comunidades de especies
distintas y en cómo organizarlas en comunidades afines. Su objetivo era el
de conseguir sociedades vegetales viables. Para esto debíamos formar un
puzle con los millones de posibilidades que nos ofrecían todas las creacio-
nes de Silam. Ellos trabajaban de común acuerdo con muchas casas en
particular con Gaviana. Cada elemento vegetal de ese rompecabezas apor-
taba al proyecto riqueza, pero también necesidades. Formaba una gran
esfera de vida a la que se iban sumando aportaciones de diferentes casas
matriarcales, cada una según su misión. Toda esta información circulaba
en el interior de esa gigantesca estrella que eran los palacios de Kólob.
Las comunidades vegetales que diseñábamos debían de aportar,
248
Los palacios de Kólob

no solo estabilidad, sino conciencia. En el mundo de Silam, la conciencia


de cada especie se sumaba a las del resto de forma que se creaba un ente
general, como el de bosque o prado. Este ente cuidaba del progreso y
porvenir del conjunto. Mientras no se consiguiese esto, no habría una en-
tidad vegetal común ni nada que cuidase del bienestar general de las espe-
cies que componían la comunidad arbórea. En definitiva solo tendríamos
montones de plantas aisladas en un lugar de Kólob.
Se buscaba también en este diseño el mensaje oculto de Silam, ese
regalo envuelto en su verdor y que susurra al que escucha lo sagrado de la
vida. La luz tamizada por millones de hojas, invitando a la reflexión a bus-
car lo que se oculta a Kokaubean. Los árboles invitan a las conciencias a
alzarse. Sin embargo también se diseñaban comunidades amenazantes,
extrañas a toda admisión en su interior. Ajenas a lo humano y centradas
en el propio disfrute de su existencia, no requerían ser observadas, hura-
ñas y ermitañas en toda relación. Cada comunidad tenía su nombre, su
sonido, color y cantar. Cada una se posicionaba en las premisas, sin em-
bargo en cuando a la posición, se requería de estas creaciones una ad-
hesión total a las leyes de Silam. No se permitía desviaciones en cuanto a
la posición, pues este reino era el núcleo donde se desarrollaría toda la
vida.
Mi admisión en el grupo de Misón fue aceptada como una misión
más encomendada. Alguien de la casa Jana en visita para aprender de sus
conocimientos. En cierta forma yo era un halago para ellos. Abandonar
mi casa se consideraba causado por una admiración mayor hacia Silam.
Toda una rareza por conocer y así eran sus miradas en un principio hasta
que la rutina de las tareas terminaron por limar cualquier reserva hacia mí.
Misón se dirigió a mí sin levantarse
Vaya Kozam, creo que hoy vas a conocer alguien interesante. No te-
néis estas oportunidades en la Casa Jana.
Misón siempre comparaba ambas casas intentando siempre des-
tacar los privilegios que disfrutaban en su escuela y grupo.
- Bueno, cada Casa tiene sus especialidades – contesté – y sería
largo nombrarlas a todas. Pero si es cierto que vamos a conocer a un per-
ceptivo sin forma, reconozco que es un gran privilegio.
Misón sonrió satisfecho. Siempre me pareció un poco petulante,
como si lo que hacía fuese el centro de lo que importa de verdad. Corina
me avisó que sus comentarios tenían tendencia a la ironía.

249
David Moraza Los palacios de Kólob

- Veras Kozam, el perceptivo en cuestión se llama Carolo. Es anti-


guo, de los primeros y contemporáneo de Primabel, Meronte, Aribel… ya
sabes los grandes. ¿Sabes por qué en casa Silam tenemos este privilegio?
- Bueno, te confieso que me lo preguntaba
Dije mirando a Corina, quien no quiso explicarme este detalle
- En las creaciones del reino de Silam no se debate sobre la posi-
ción (libre albedrio). Nuestras creaciones son bastante obedientes, salvo
algunas que necesitan mundos diferentes. Por lo general ofrecemos a
nuestra madre una estabilidad bastante eficiente. De ahí que seamos depo-
sitarios de su confianza. Sin embargo en Jana…
Empezaba a cargarme un poco con su ironía y su cambio de ex-
presión tornándose ahora en una franca lamentación, me exasperaba.
- … en Jana estáis pendiente de un hilo. Un poco más de masa, un
poco menos de velocidad. Densidad de energía… cualquier mínimo cam-
bio trae el desastre. Necesitáis mucho… como lo diría… que os contro-
len. Demasiada información puede haceros demasiado ambiciosos, im-
predecibles. Vuestras posibilidades están muy acotadas, por eso hay cosas
que no debéis saber.
- ¿Y cómo explicas, Misón, mi presencia aquí? Te recuerdo que no
he renunciado a mi casa, simplemente estoy trabajando por cortesía de
vuestra madre Silam en este grupo que lideras con tanta sabiduría. Ahora
voy a conocer a alguien prohibido en mi linaje, ¿consideras que voy a
convertirme en un peligro para ese hilo del que depende todo?
Misón se incorporó sin dejar de sonreír. Avanzó un paso hacia mí
y se inclino levemente en forma confidencial. Bajo la voz hasta ser un su-
surro, aunque todos la escucharon.
- ¿y qué te hace pensar, amigo mío, que después de esta ocasión,
podrás volver a tu casa a desempeñar tus funciones con Varanto en la
Escuela de los Accesos? No Kozam, has elegido, estas cortando vínculos
que nunca podrás recomponer. Sin embargo aún puedes escoger.
Corina intervino ante el cariz que tomaba la conversación.
- Misón, estas faltando a la hospitalidad de nuestra madre. Es ella
quien nos ha encomendado su aprendizaje y nuestra amistad.
Misón contesto a Corina, esta vez sin sombra de ironía, sino con
una suavidad pasmosa que solo dio más credibilidad a lo que dijo.
- Yo no estoy faltando a ella Corina. Solo quiero que Kozam en-
tienda que está a punto de dar un paso sin vuelta atrás. No se puede co-

250
Los palacios de Kólob

nocer a un perceptivo sin forma y después considerar factible la vuelta a


tu casa original, si esta, es la Casa Jana. Por eso el debe decidir si sigue
adelante o guardar la posibilidad de volver. Tú decides Kozam.
Misón se reveló como alguien más inteligente de lo que esperaba,
su petulancia e ironía disfrazaba una inteligencia aguda. Había cosas no
escritas pero que podían deducirse como la que ahora me planteaba mi
jefe de equipo. Es cierto que en mi casa los perceptivos sin forma eran
inaccesibles y solo sabíamos por referencias, algunas contradictorias.
También entendía que nuestro trabajo en la Escuela de los Accesos era
primordial. El acto del despliegue era una fracción de tiempo que decidía
el desarrollo del resto. Conocía y entendía por qué nosotros éramos
únicos, al poder trabajar con el Gran Gnolaum de forma directa. Dema-
siado poder y responsabilidad, habían de ser controladas de cerca. Intuía
en ese momento que demasiada información foránea podía afectar al deli-
cado mecanismo del gran destello. No sabía qué podía decir Carolo para
que hiciera peligrar mi vuelta y por un momento desee renunciar a esa
entrevista para tener en mi mano la llave de la vuelta a casa. Pero dentro
de mí latía un deseo imparable de saber, de entender y conocer cada as-
pecto de ese mundo al que es imposible acostumbrarse. Tenía una sed
insaciable por saber y retener y me sabía capaz de sacrificarlo todo. Y en-
tonces temí algo que no pude expresar a nadie ni siquiera a Corina, porque
era de ella de quien provenía esa sospecha. ¿Por qué me invitó Corina a
esa visita? Y su pregunta momentos antes ¿por qué no has solicitado el
estado de perceptivo sin forma? Ella me conocía bien, mi inadaptación a
muchas cosas y modos en Kólob, mi permanente estado de cuestiona-
miento de todo. Mi indecisión en las premisas. Me di cuenta que yo era un
candidato a ese estado de completa libertad. Y lo que me daba más miedo
es que ella no me avisó de las consecuencias que tendría si aceptaba esa
entrevista. Ante mí se abrían ahora dos caminos: seguir en la casa Silam,
solo dependiendo del afecto que sentía por Corina. O, si esto fallaba o
cambiaba de signo, solo tenía ante mí el exilio permanente de un percep-
tivo sin forma oriundo de la Casa Jana, extranjero en Silam, sin el afecto
de los suyos.
Comprendí la situación de lleno en unos segundos. Traté de ocul-
tar la zozobra que me inundaba y lo hice afirmando una decisión que una
vez salió de mis labios, se convirtió en puñales que atravesaron mi cora-
zón. Pues vino a mi memoria la calidad faz de mi madre en ese jardín
donde yo deseaba ser una de sus piedras. Se convirtió esa afirmación en
251
David Moraza Los palacios de Kólob

una renuncia cruel al ser más dulce y amoroso que alguien pueda concebir
y eso traspasó mi alma con una profunda herida, que hoy, al recordarla me
sume en un intenso padecimiento del que no se si algún día seré rescata-
do.
- Misón y a todos los que escucháis, no emprendí este camino para
volver atrás ante el primer desafío. No se nos confió, a nosotros los hijos
de Jana, el gran destello por ser pusilánimes, sino por todo lo contrario. Si
Carolo nos visita, no solo lo escucharé sino, que si me lo permitís, le haré
preguntas y si estas preguntas me llevan solo al conocimiento y a la sole-
dad, sea. Pero no voy a renunciar a saber.
Misón se quedo contemplándome sin expresión alguna. Por un
momento conocí su verdadero rostro, hasta el punto de parecerme un
desconocido. Se había mostrado a mí como era y me dijo.
- Recuerda que hay un pacto con ellos en cuanto a las preguntas.
A esas alturas, yo había renunciado a todo y me sentía más libre
que de costumbre en mis respuestas. Tenía la sensación de estar solo y por
lo tanto de no responder ante nadie. Aún así sentía la punzante impresión
del rostro de mi madre y del susurro de su voz detrás de mi oído compa-
rándome a una de las gotas saltarinas del riachuelo de su jardín.
- No sé de ningún pacto. Sé de los míos él sabrá de los suyos.
Antes de que Misón me respondiera, comenzó a escucharse un
murmullo del resto de asistentes. Al parecer nuestro visitante estaba lle-
gando.
Venía con alguien más y sin que yo preguntara Corina me explicó
que el acompañante era el anfitrión del recinto donde nos hallábamos. Su
misión era tomar nota de las preguntas y de todo cuanto se hablara allí.
Ese control era necesario, como garantía de cumplimiento de los pactos.
La voz de Corina me delataba su pesar por la conversación anterior, don-
de un buen oyente habría deducido una negligencia o una intención por su
parte.
El perceptivo sin forma tenía forma. Humana por supuesto, sin
embargo enseguida percibí lo que podría llamarse un aura distinta. Era
alguien ajeno a nuestro mundo y sin embargo procedente de este. Si dijera
que me inundó una dulce tristeza, mentiría, pero no encuentro otra des-
cripción a lo que experimente al observarlo. Aquí podría asemejarlo a un
viajero polvoriento y experimentado que exuda una veteranía que le hace
inmutarse por aquellos asuntos nuestros que nos sacuden y conmueven.

252
Los palacios de Kólob

Un alejamiento sin premeditar y aun a pesar de sus gestos amables, no


ocultaban un esfuerzo en esa compostura trabajada. Vestía el atuendo de
la casa y sin embargo podía palparse su lejana procedencia porque su ex-
presión no había sido esculpida por los paisajes de Kólob sino por el paso
de la eternidad en lugares inaccesibles a nosotros. Mirar sus ojos era una
prueba de templanza, ellos habían visto lo innombrable, eran acerados,
habían salido de nuestro mundo y viajado por distancias que no podían
pronunciarse. Y aún así buscaba algo de nosotros.
El anfitrión hizo una pequeña presentación de Carolo y le cedió la palabra.
- Gracias amigos míos por el calor de vuestra compañía. Conside-
radme uno de vosotros, aun cuando el camino que elegí me desvía del
vuestro. Aun así servimos al más grande, al Gran Gnolaum, cuya gloria y
honra se la conoce en mundos sin fin de los cuales nada sabéis. Creedme
si os digo que debemos considerarnos los más afortunados por ser conta-
dos en su linaje sea cual sea la casa a la que pertenezcamos.
Sus palabras eran casi como un susurro sin embargo, eran claras y
bien pronunciadas. Eran más como una brisa, sin afán de llegar muy lejos,
sin embargo azotaban el alma, porque se percibía que transportaban afir-
maciones verdaderas. Continuó hablando y poco a poco fue tomando una
actitud más distendida, como el que se despierta y lentamente adquiere el
ritmo de la vigilia.
- Desde la última vez que nos vimos, he viajado bastante y en pro-
fundidad. Vuestra compañía me depara gratos recuerdos y me devuelve el
calor del hogar. Por lo que veo nuestro grupo ha crecido y no soy el único
visitante.
Todos se volvieron hacia mí y tuve necesidad de presentarme. Lo
hice torpemente, la ocasión era sin precedentes y desconocía las reglas
practicadas con alguien así.
- Me llamo Kozam, soy de la Casa Jana, cuarta era. Escuela de los
Accesos. Soy maestro Alterador y estoy en este grupo en calidad de invi-
tado por la madre Silam.
Carolo me escudriño como si yo estuviese dos pasos más allá de
donde me encontraba, estuve tentado de mirar hacia atrás. Unos instantes
después exclamó haciendo silbar su aliento, como un susurro, pero que
llegaba claramente a todos.
- ¡Vaya! Nuestro amigo tiene forma, pero no está cómodo en ella.
Fueron momentos en los que el tiempo se paró. Esa frase conte-

253
David Moraza Los palacios de Kólob

nía mi situación pero nadie, ni yo mismo, habría sabido evocarla. Porque


si algo tenía ese individuo, era poder de evocación en lo que decía. Traía a
mi mente mi inadaptación a la forma de vivir o de aceptar lo común, de
no ajustarme a la visión que se esperaba de mí.
Carolo no tuvo pudor en dejar su mirada clavada en mí o en algo detrás
de mí que yo era incapaz de ver. Y en sostener ese silencio después de sus
palabras, al parecer no practicaba con asiduidad la conversación humana.
Agradecí por lo tanto la intervención de Misón.
- Estimado Carolo, somos nosotros los que estamos agradecidos
por tu visita, eres para nosotros la mirada y el viaje que nadie es capaz de
realizar, la amabilidad que demuestras a compartir tus experiencias nos
honra.
Pensé que alguien iba a comenzar haciendo preguntas, pero per-
cibí que lo admiraban demasiado como para hacer algo tan común. Fue
Carolo quien comenzó a hablar.
- Misón, amigo mío…
Esperaba que no se dirigiera mí en esos términos. Me estremecía
escuchar esa frase fría como las estrellas.
- … mis viajes son solitarios, no puedo llevar a nadie conmigo. El
oscuro mar es común a todos los linajes exteriores, que como el de Gran
Gnolaum, sacan de esa negra oscuridad la maravilla de la forma y la con-
ciencia. Sus obras no tienen fin, pero la forma de sus criaturas es semejan-
te. Obedece a su forma ya que es el padre de ellas. Sin embargo los linajes
exteriores son muchos y no todos iguales…
Celem se levantó y con ojos brillantes y preguntó.
- ¿Dónde has estado esta última vez?
A Carolo pareció divertirle, no solo la pregunta sino el entusias-
mo con que Celem la hizo. Ella oficiaba como Formadora de grumos.
- Tu pregunta es como una llama brillante ante mis ojos. Nadie lo
ha hecho por mucho tiempo. Gracias Celem.
Carolo parecía necesitarnos tanto o más que nosotros a él. La
intervención de Celem pareció dotar a su rostro de una expresión más
redondeada, no tan angulosa y quizás algo de color a sus mejillas. Daba la
impresión de estar calentándose ante una fogata.
- …He estado en linajes exteriores, el último es el de Sigroom. No
suena así en su pesada atmósfera, pero es lo más parecido que puedo pro-
nunciar a su sonido original. A ver repetid conmigo Sigrrroommm…

254
Los palacios de Kólob

Fue algo que no me esperaba, el grupo intentaba que esa palabra


sonara como salía de los labios de Carolo y eso provocó risas y un acer-
camiento de todos a ese ser singular. Yo mismo me sentí distendido y
empecé a estar cómodo ante su presencia. Su aspecto o más bien su forma
iba haciéndose cada vez más… humana. La voz silbante de un principio
empezó a tomar consistencia, más solida y familiar. La entonación menos
monótona.
- El linaje de Sigroom vive en un mundo de seis aspectos o dimen-
siones y estos aspectos coinciden con sus premisas. Es decir, su espacio
moral y el físico son lo mismo. Su mundo está definido por alto, ancho,
largo, tiempo, obediencia y pulso. Su fueseis un habitante de los nublados
cielos en Kadeth, que es su mundo, vuestra obediencia a las premisas, al-
teraría la percepción y la relación con el espacio y el tiempo. El pulso es la
cualidad de las intenciones y si es sostenida es capaz de mantener la situa-
ción a la que les lleva la obediencia. Son mundos complicados al principio,
pero luego dan una gran variedad de individuos que viven vidas diferentes
en el mismo planeta.
Cuando alguien del linaje de Sigroom nace en un lugar denso…
Carolo hizo una pausa. Miró con afecto tierno a Celem, como lo
haría un hermano mayor que vuelve a casa.
- …si mi pequeña Celem… el desafío de dominar los lugares den-
sos es el mismo en todos los linajes… cuando ellos nacen en ese lugar
llevan ya de por sí la capacidad de moverse en el espacio cómo el viento.
Su tiempo, así como para las creaciones de Silam, gira alrededor de un
presente que fluye lentamente y al que observan en segunda persona. Es
extraño, pero tienen una proyección de sí mismo a la que toman como
referencia y la llaman el explorador. Es la imagen especular de ellos mis-
mos y no está dotada de conciencia, simplemente les muestra el presente
que fluye de su obediencia y pulso.
Celem parecía confusa, al igual que todos nosotros y volvió a
preguntar lo que todos deseábamos saber.
- Carolo no entiendo, entonces, cómo viven y a qué obedecen di-
nos un ejemplo de lo que nos cuentas.
Carolo hizo una pausa antes de contestar, parecía buscar dentro
de sí alguna forma de explicar algo fuera de nuestra experiencia.
- Para eso, querida Celem, tengo que comparar, no puedes ver la
profundidad con un solo ojo. Y comparar requiere un cuidado semejante

255
David Moraza Los palacios de Kólob

al que tuvieron al mostrarnos la luz de Kokaubean por primera vez, des-


pués que salimos de la oscura ventana.
Noté que Carolo hablaba con aire familiar, pero desde una posi-
ción de madurez, Daba la sensación del hermano que regresa en una no-
che helada a casa y que se sienta al lado de un fuego agradable al calor de
la compañía, contando historias de sus viajes.
- Aquí en Kólob y en nuestro destino en los lugares densos vivi-
mos todos una misma realidad y tiempo. Percibiremos todas las cosas de
forma semejante. Habrá uniformidad en el tiempo. Esta pérgola, que
nuestro anfitrión Partal, tan bien administra, será parte de nuestra expe-
riencia común y de la historia de esta casa. No tendrá nada que ver con
nuestras decisiones porque esa dimensión moral afecta solo a nuestra alma
no a la forma de nuestra realidad. Por otra parte nuestras premisas están
fijadas de antemano, posición, esperanza y enfoque se cristalizan en los
lugares densos para nuestro linaje. Una vez lleguéis allí serán las que estén.
No se podrán modificar.
Paseo su mirada azul y fría por los que estábamos allí. Quería cer-
ciorarse de que estábamos todos de acuerdo con su exposición. Sin em-
bargo pasó a través de nuestra alma como una brisa fría recordándonos de
que lugar lejano soplaban sus palabras.
- … En Kadeth tienes tres ejes más. De los seis ejes, dos de ellos
son dominados a voluntad de sus habitantes y afectan a los otros cuatro.
No viven todos una misma experiencia como nosotros aquí en Kólob o a
donde vayáis en el futuro. Sus vidas pueden imaginarse como gajos de una
naranja o granos de una granada. Cada gajo es la realidad que se percibe
para una obediencia concreta. La persistencia de vivir en ese gajo o reali-
dad se consigue con el pulso o la disciplina de una voluntad entrenada.
Cada obediencia ligada a su pulso correspondiente te ofrece un espacio y
un tiempo propio. Es decir un mundo. No debéis suponer que esas pro-
posiciones de mundos son estables. Es ahí donde radica su prueba. Bullen
como el interior de las estrellas, como lava de volcán. Ellos al igual que
vosotros no retienen nada de lo que vivieron en su primer estado y deben
buscar su lugar perfecto. Han de encontrar la obediencia y la fuerza para
el pulso que les haga reconocer en los lugares densos, cuál es el mundo
que les corresponde. Deben decidir y escoger entre su voz interior y las
infinitas posibilidades de vivir.
Partal tomaba nota de lo que se hablaba, de las propuestas. Si en

256
Los palacios de Kólob

algún momento alguien preguntaba algo no pactado, intervendría para


detener la entrevista. Nunca se había registrado que un anfitrión tuviese
que quitar la palabra a un perceptivo. Quebel, compañero de Celem en el
ala opuesta era también formador de grumos alzó la mano para hablar.
Partal le otorgó la palabra.
- Entonces Carolo, sería muy fácil ir probando distintas obedien-
cias hasta encontrar el mundo correcto.
Carolo sonrió abiertamente y fue haciéndose a cada momento
más semejante a nosotros. Se le veía cada vez más cercano. Se dirigió a
Quebel.
- Veras Quebel, ni cien mil vidas podrían apurar todas las posibili-
dades que te brindan la obediencia y el pulso. Además en la mayoría de
ellas estarías solo en un mundo agreste y solitario.
- A mí a veces me gustaría.
Tercio Caliandro, un magnífico formador del grupo de Misón.
Todos rieron de buena gana. Caliandro destacaba sobre todos y a veces
nos decía que tenía que tirar de nosotros como si fuésemos troncos de
piedra.
- Pero pensad – contestó Carolo – que muchos de ellos optan por
vagar de un lugar a otro sin edificar nada en su vida. Sin ataduras, Lo que
en un principio les seduce, al hacerles sentir libres, con el tiempo los con-
sume en una hoguera de pasión por experimentar y probar. La pasión por
la percepción no se acaba nunca. No cesan de percibirse a sí mismos,
como obras de arte en esos mundos variables y cuando deciden bajan y
moran allá donde quieren. Son peregrinos siempre en tierra extraña.
Sentí en ese momento que en el fondo, Carolo se estaba descri-
biendo a sí mismo. Un incómodo silencio se asentó en la estancia abierta
por todos lados a los paisajes de Kólob. Por muy lejano que se enfocara la
mirada los detalles llegaban con claridad. La tenue atmósfera transportaba
llanuras y relieves, aristas y oquedades. Colores que parecían desparrama-
dos por un pintor descuidado allá arriba. Me sentía herido en lo más hon-
do de mí, por qué perderlo todo. A qué obedecía todo esto. ¿No era sufi-
ciente prueba el saberse perdedor desde un principio y aún así seguir ade-
lante manteniendo la compostura y el apoyo a las premisas? ¿Acaso no era
esa extraña sed de percibir la que sostenía la vida de cada criatura en los
lugares densos?
Y me animé a preguntar

257
David Moraza Los palacios de Kólob

- ¿y qué les queda sino apurar toda posibilidad de experimentar


hasta que acabe su tiempo?
Y en ese momento me di cuenta que yo también describía mi vida
en una sola pregunta. Así como Carolo, según yo creía la suya.
- Si, Kozam… qué queda sino apurar hasta el último instante en
que cierre el arco. Nunca he conocido a un perceptivo con forma y ahora
tengo a uno delante de mí.
Misón dándose cuenta de que la conversación podía derivar en
asuntos personales intervino. Y con buen tino, pues yo encajé el comenta-
rio, sintiéndome tocado en cada palabra. La habilidad de Carolo para pe-
netrar al alma con una mirada era sorprendente e incómoda.
- Y dinos Carolo, como son el final de las eras en otros linajes, hay
tanto debate como aquí. Ya sabes que hasta Bisnan ha tenido que aban-
donar su dorada torre para aclarar los puntos.
Partal se levanto para moderar a Misón en la pregunta, pues daba
puertas a entrar en temas intocables, como eran los detalles de los fines de
eras en los linajes. Sin embargo Carolo alzo la mano, dando a entender a
Partal que entendía su alarma y que no debería de preocuparse.
- He escuchado de Bisnan, y de su conocimiento en la casa Tinabi,
maestro de premisas. Pero Misón, no has dicho bien, Bisnan no ha aclara-
do puntos. Los ha defendido y eso siempre ocurre en cada final de era.
Los espíritus tiemblan como hojas, los ojos brillan como las estrellas del
arco de Mani. Los grandes se entregan a su saber y todos creen entender
qué es lo mejor. Cada era tiene su parto entre dolores y todos han de de-
cidir.
Yo, un tanto herido por lo certero de sus palabras anteriores aprove-
ché la ocasión.
- Excepto tu, Carolo, tu no tiemblas como una hoja, y tus ojos bri-
llan pero con el brillo metálico de los que observan y no se implican. Vo-
sotros los perceptivos sin forma habéis renunciado al dolor, es cómoda
vuestra visión…
Todos me miraron con ojos asombrados, al parecer había roto
algo. Partal intervino levantándose de forma brusca.
- Kozam, como anfitrión, quiero que consideres tus comentarios.
Carolo no ha venido para ser juzgado. Y menos por alguien que se acoge a
la hospitalidad de nuestra Casa.

258
Los palacios de Kólob

Carolo sonreía de forma relajada. Y eso empezaba a molestarme,


mi incapacidad para llegar a alguna fibra de ese extraño viajero.
- Partal…Partal. Amigo mío. Nuestro amigo Kozam solo quiere
tocar, quiere tocarme para ver de qué estoy hecho
Se levantó y nos dio la espalda. Miraba hacia Irreantum y cómo la
luz de Kokaubean empezaba a batir sus cristalinas aguas. Danzaban a lo
lejos las olas centelleando en aquel escenario indescriptible. Nuestra men-
te resurgía cada mañana igual que Kólob para no acostumbrarse nunca a
la maravilla de ese mundo, por eso la renuncia era tan dolorosa.
- Yo pertenecí a la casa Tinabi, al igual que Bisnan, pero fui antes
que él. Fui de los primeros junto a los grandes, como Aribel o Miguel. Mi
hermano Primabel fue asignado como perceptivo sin forma por un tiem-
po, como parte de su formación. En aquellos tiempos éramos pocos y lo
compartíamos todo. Nos regocijábamos en el conocimiento y Primabel
era una fuente inagotable para una mente ávida como la mía. Sus historias
del infinito cuajaban en mi alma como los rayos de nuestra estrella en las
hojas de Osimlibna inflamando en mí un deseo perfecto de alcanzar esa
libertad de conocimiento. Yo conocía a mi madre Tinabi y su ternura y
amor eran lo único que me ataba a este mundo.
Entonces me di cuenta que yo era distinto en cierta forma, enten-
dí que yo era capaz de renunciar a todo a cambio de la libertad fuera de
Casa. Pero también comprendía que la libertad estaba cincelada en hielo y
que asirla requería renunciar a mi forma y a mi casa… a mi madre Tinabi.
Todavía veo sus ojos mirándome y quedándose en mi interior para siem-
pre. Ese dolor me acompaño como un puñal hasta que perdí la forma que
ella me dio cuando atravesé la ventana.
Se detuvo unos momentos, y lo imaginé sumergido en esa escena
mientras miraba a Irreantum.
- Ahora viajo como una chispa de su grandeza a través de los espa-
cios solitarios. Yo salgo de su presencia para ligar los mundos para pro-
clamar su grandeza en los lugares oscuros. Cruzo lo oscuro sin forma co-
mo una luciérnaga creando puentes entre los linajes, embajador de la hon-
ra de mi Padre. Somos inteligencias que brillan donde nada hay, reafir-
mando que aun en la nada hay esperanza y luz. Somos el cumplimiento
del pacto que reclama luz en la más profunda oscuridad. Es una exigencia
del oscuro, el necesita una llama, aún en los lugares donde no haya nada.
La luz que ilumina la inmensidad del espacio. He visto linajes ascender

259
David Moraza Los palacios de Kólob

desde el oscuro océano hasta elevarse a niveles de conocimiento sin par.


También los he visto caer y desvanecerse de nuevo en esa agua oscura del
que partieron y ser abrazados por el oscuro océano con avidez
Partal estaba visiblemente alterado y todos sabíamos que algo ocurría
- He visto nacimientos de linajes, de los que ni siquiera puedo
pronunciar su nombre desde esta forma y en esta atmósfera. Solos, en la
nada, con la luz que llevaban en su interior como única lámpara. Los he
visto cantar su canción por primera vez y entonces ver florecer la materia
como espigas en el campo. Esta acudía a ellos como abejas a la flor, como
polillas a la luz y presentar su obediencia como primera ofrenda a sus pies.
Nosotros estamos ahí, siempre presentes, con la mirada acerada del que
no se implica, pero hemos de cruzar la nada estar incluso en lo oscuro.
Porque es necesario testificar de la luz aun desde las mismas tinieblas. Es
una exigencia de los pactos que nosotros cumplimos, nadie más puede
hacerlo. Y os aseguro que nadie con vuestra forma seria capaza de hacer-
lo. Pues un solo vistazo a lo profundo de la nada dejaría en vuestra alma la
terrible impresión de lo totalmente inerte. Quedaríais heridos para siem-
pre, pues hay cosas que no deben verse. A no ser que estés dispuesto a
dejarlo todo.
Todos los linajes han de enfrentar el reto de testificar ante lo inerte que
solo ante la luz y la inteligencia se ha de rendir obediencia y ellos mues-
tran el camino de la creación, el cual lleva aparejado el de la disolución….
…si Kozam, es verdad, que hasta cierto punto somos observadores. Y
digo hasta cierto punto, porque estoy ligado al Gran Gnolaum para siem-
pre y mi destino es el suyo, esto es, grandeza en los espacios vacios. Para
eso renuncie a todo, a tener progenie, a heredar tronos a tener una com-
pañera. Al abrazo de mi madre.
Carolo de pronto, se volvió hacia nosotros. Su semblante adqui-
rió de nuevo el aspecto lejano y distante de un principio. Camino hacia mí,
y a pocos pasos me lanzo una pregunta que me lleno de temor.
- ¿Estarías tu dispuesto?
Hubiera preferido en ese momento encontrarme lejos de allí. Me
sentía fascinado por su relato y a la vez lleno de temor pues temí por un
momento que una respuesta en ese momento marcara mi destino. Y mo-
mentos atrás habían ido formándose a mi alrededor espesas nubes. No
estaba seguro de nada y nada respondí. Carolo adivino mi desconcierto y

260
Los palacios de Kólob

se volvió nuevamente hacia el horizonte que poco a poco cerraba el cielo


contra la tierra.
- Mi madre Tinabi, nunca me retuvo. Ella supo antes que yo que
partiría algún día y no quiso atarme a su lado. Hasta ese punto me quiere.
Calandro se levantó y pidió la palabra. Partal asintió lentamente.
Todos estábamos sumergidos en las imágenes que surgían de la interven-
ción de Carolo y esto confería un retraimiento en nosotros, como si él nos
describiera un profundo abismo invisible ante nosotros.
- Carolo, tenemos en este momento un gran debate acerca de las
premisas. Algunos ponen en cuestión su validez en los lugares densos.
¿qué piensas tú de todo esto?
Carolo miró fijamente a Partal. Intentando encontrar un acuerdo
en sus miradas. Después de lo que nos pareció demasiado tiempo contes-
to a la pregunta.
- El cierre de cada arco es el final de una era. El comienzo de un
reto. El reto de sobrevivir. Es así con todas las criaturas que existen y exis-
tirán. No es aún este debate una batalla, pero siempre hemos de estar
preparados por si esta acontece.
Intervine y esta vez lo hice tranquilamente con la seguridad que
recibiría mi ración de verdad. Como aquel que se interroga mirándose en
el fondo de un lago.
- ¿Qué batalla? ¿quién vendrá a oponerse a las casas? Eso es impo-
sible.
Carolo, me miro y perforó lo que quedaba de mi coraza.
- ¿quién promueve la batalla en nuestra alma? No necesitamos a
nadie, nuestras tormentas surgen en nuestro interior. Cada uno posee su
propio clima. Y por doquier encuentro a personas que se debaten en el
interior de ellos mismos. Así ocurre en cada era. Cada una de ellas tiene su
propia tormenta. Tenéis que estar preparados para la vuestra y esta se ave-
cina. Todos podéis presentirlo…
En ese instante miró a Partal, encontrando sintonía en su mirada
- No les estoy diciendo nada nuevo.
Y tú Carolo – pregunté –– ¿qué harás, en qué lugar estarás en la tor-
menta?
Partal ya no se inmutaba, entendía que si bien se habían traspasa-
do ciertos límites, también era cierto que el momento que vivíamos
permitía ciertas licencias.

261
David Moraza Los palacios de Kólob

- Yo soy un perceptivo sin forma. Mi destino está sellado. Serviré


al gran Gnolaum. No pretendo nada más porque no concibo mejor desti-
no para mí que realizar sus mandatos allá donde me envíe. Nací para to-
mar esta decisión y os aseguro que nunca me he arrepentido.
No pude evitar la ironía en mis palabras. Porque yo también nací
para decir ciertas cosas
- Ya veo– conteste– eres muy afortunado Carolo, por estar libre de
estas contingencias climatológicas.
Partal intervino para dar la palabra a Celem, dejando la ironía de
mi comentario a un lado. Reconozco que me sentí mal por haberme deja-
do llevar por un sentimiento de impotencia. Ahí estaba alguien ajeno a
todo, a salvo de todo. Dejando ver su virtud, la de acceder a experiencias
inalcanzables para nosotros. Y avisándonos de tempestades próximas.
Solo eso faltaba para sumar a la incertidumbre de nuestra partida, la posi-
bilidad de que esta fuera entre lamentos y condenas.
La tarde pasó de pregunta en pregunta, todas eso sí, muy ajusta-
das a protocolo. Narró la increíble experiencia de los habitantes de Lisam.
Ellos irían a un mundo desde donde podrían divisar los contornos del
sitio de donde provenían, de su primer estado. Tendrían la capacidad de
ver el fulgor que emana de los lugares densos de donde partieron. Sin em-
bargo eso no aumentaría sus posibilidades de regresar con éxito porque la
constante presencia de esa vista los haría ciegos a esa visión. Al parecer el
dominio de los elementos era una constante en todo linaje, algo que esta-
ría grabado indeleblemente en nuestra alma. También en Lisam, y por ello
sus habitantes descubrirían algún día que para llegar a ese fulgor, no sería
suficiente con dominar la gravedad y el espacio.
Carolo dejo muy claro que es el anhelo de lo eterno, de la bús-
queda de la felicidad lo que concibe en cada mundo el progreso del cono-
cimiento.
Nos explicó cómo la gravedad determina en gran parte el desarrollo de la
civilización. Mundos con una gravedad alta, generan modos de vida me-
dievales, caracteres fuertemente territoriales, de difícil salida hacia otras
etapas; vidas ligadas a la tierra y sin embargo en estos lugares el fruto de
esta era de difícil obtención. En sus sociedades el concepto de autoridad
estaba muy desarrollado y la jerarquía de sus instituciones eran tan fuertes
como la tierra que pisaban. Mundos de poca masa y débil atracción alber-
gaban a sociedades por lo general muy avanzadas en conocimiento pero

262
Los palacios de Kólob

de pobreza espiritual y emocional. Eso no implicaba que no existieran


todos los aspectos que nos eran famulares, sino que destacaban unos u
otros dependiendo del lugar. Pero todos debían ser habitados, pues en
todos el crecimiento de la inteligencia era posible y en todos se podía ad-
quirir la experiencia y conocimiento necesario para… bien eso era lo que
siempre se dejaba a un lado. Para volver y adquirir el tercer estado. Nues-
tra meta más querida, el sueño que todo habitante de Kólob anhelaba.
Excepto los perceptivos sin forma. Ellos habían renunciado con una es-
pecie de voto espontaneo. A todos nos asombraba el arrobo con que em-
prendían esa etapa que se nos presentaba misteriosa y ajena a nuestros
intereses.
El tercer estado era la obtención de un cuerpo denso en condi-
ciones de libertad y conocimientos sin fin. Era tener la vida que ellos tení-
an, heredar el estado que tenían nuestros padres. Algo tan familiar para
nosotros, que no nos dábamos cuenta del precio a pagar.
Seríamos lanzados a los lugares densos como huevos de tortuga y
poco a poco, miles de millones de nosotros intentaríamos volver al lugar
de donde salimos, adivinar en qué dirección se encontraba ese oscuro
mar. Se nos prometió una guía invisible pero efectiva. También sabíamos
que existirían depredadores, oposición, pero no sabíamos de dónde saldría
esa extraña colaboración en toda esta historia. La incertidumbre se cernía
constantemente sobre nosotros y solo había ayuda en la confianza en las
premisas. Algo en lo que yo no encontraba mucho consuelo.
Nos despedimos de Partal y de nuestro visitante. Cuando me disponía a
salir de aquel lugar Partal me pidió que me quedase. Carolo quería hablar a
solas conmigo. Me sentí amedrantado por mi actitud crítica hacia alguien
que realmente no merecía ningún comentario o pregunta hostil como yo
las había hecho y pensé en que iba a recibir una llamada de atención.
Carolo me esperaba en los jardines anexos al lugar de reunión.
Me daba la espalda y parecía mirar hacia el palacio de Silam. Esperé a po-
cos pasos de él a que reparara en mi presencia.
- ¿Sabes que se siente al perder la forma humana?
No supe qué contestar, no esperaba esa pregunta. Creo que mi
silencio hablaba por sí mismo.
- Veras, no consideres que quiero examinarte… tómalo como una
excusa para charlar. No sabes qué reconfortante es hacerlo después de
estar fuera de casa tanto tiempo… perder la forma es algo así como no

263
David Moraza Los palacios de Kólob

tener que defenderte de nada. No ser amenazado por nada y también que
nadie repara en ti como elemento en ninguna contienda.
- De qué contienda hablas. Podemos diferir en ver las cosas de
formas distintas, eso en Kólob es normal. Yo no diría que eso es una con-
tienda.
Carolo se volvió hacia mí. Su mirada era neutra, yo no podía in-
tuir cuál era el estado de ánimo de ese ser peculiar. Ajeno a toda ironía.
- El oscuro océano de la inteligencia es goloso con lo suyo. Ha
existido siempre, aún antes que el Gran Gnolaum. Su avaricia solo es su-
perada por su afán de percibir, de cosechar y sólo puede hacerlo a través
de los linajes. No lo interpretes como que es malvado. Eso son juicios
humanos y el no lo es. Alzar a la inteligencia desde la oscuridad a la luz es
la labor de nuestros padres y en eso te aseguro que la pericia y sabiduría
del nuestro no es superada por nadie…
Carolo hablaba pausadamente y aunque yo había escuchado eso
mismo muchas veces, hasta ese momento no supe de la veracidad de las
palabras. El hablaba con un conocimiento directo y eso le otorgaba un
aura certera.
- ..¿dónde está la contienda?... te lo dije hace un momento. Dentro
de nosotros. Tenemos miedo a caer de nuevo en ese lugar oscuro, a per-
der todo lo que hemos adquirido y entregarlo de nuevo a esa avara oscuri-
dad, a eso que muchos lo llaman muerte. Y no entendemos – y llevó su
mano al pecho no a la cabeza – que ya no podremos volver allí sin dejar
de ser lo que somos, pues somos linaje del más grande. Sin embargo caer
de nuestro segundo estado, en los lugares densos, supondría no volver
con honor. No haber superado la prueba. Ahora se avecina el final de la
era, la partida. No hay parto sin lucha. El final del arco siempre es el co-
mienzo del viaje a los lugares densos. En esa transición siempre ha habido
una contienda y esta, la nuestra, será formidable.
A esas alturas de la conversación y sin Partal con nosotros, me
sentía libre de preguntar cualquier cosa.
- ¿Ocurre lo mismo en linajes exteriores?
Se volvió de nuevo de espaldas a mí y bajo su cabeza. Guardo
silencio y entendí que calibraba lo que iba a responderme. Yo estaba te-
niendo una oportunidad que nadie que yo supiera había tenido y eso me
hacía sentir como irreal como si fuese un momento imaginado.

264
Los palacios de Kólob

- Dime una cosa antes… ¿te encargó algo nuestra madre Jana antes
de salir de su Casa?
La pregunta me asombró. Por dos detalles, dijo nuestra madre y
por otra parte creía que solo yo Abiola y Corina lo sabíamos. Y no me
imaginaba que alguna de ellas hubiera tenido la ocasión de comunicarlo a
Carolo.
- Si, lo hizo
- ¿qué fue?
- Me pidió que hiciera una flor para ella.
- Bien, amigo mío. Una cosa es segura. Tú no serás un perceptivo
sin forma. Tu madre te ha atado con un vínculo. Ella te conoce mucho
mejor que tú mismo. Por lo tanto formarás parte de lo que aquí va a acon-
tecer. Sin embargo Misón tiene razón, no podrás volver a tu escuela, ya no
Le volví a preguntar algo impaciente. Aunque sabía que eso no iba a
afectarle.
- ¿Y eso me impide saber qué ocurre en los linajes exteriores?
El se volvió bruscamente y por primera vez en esa tarde vi una emo-
ción en su rostro.
- No entiendes. Eso no te lo impide, eso te protege de saberlo. No
puedes dar más pasos en esa dirección y yo no voy a ayudarte en eso. Sin
embargo te diré algo. Tu forma es humana pero eres distinto a todos. He
encontrado a muy pocos como tú. Estáis a medio camino entre todas las
partes, camináis por los bordes y preferís las laderas a las planicies. Sois
exploradores de los caminos intransitados, pero aún así pertenecéis a
vuestro mundo. Estáis con los demás pero siempre os sentís extranjeros,
no pertenecientes a ningún lugar. Sois de pocos afectos, pero intensos.
Jana sabía esto y dejó que salieses, pero no que rompieses el vínculo.
El me conocía. A medida que hablaba iba encajando cada suceso
de mi alma en su lugar, recomponiendo un rompecabezas que hasta ahora
había sido un paisaje caótico. Aún así, ese conocimiento de mi naturaleza,
que ahora se revelaba de forma nítida, nunca evitó que mi clima interno
sufriera los ciclos que le son naturales. Siempre me he mantenido en esos
lugares poco transitados y solitarios y no por obligación a un ideario sino
porque mi propia naturaleza me conducía a ellos.
Sabía que el tiempo se acababa y que quizás no volviese a tener la oportu-
nidad de una nueva cita con Carolo. Y volví a preguntarle una cosa más.

265
David Moraza Los palacios de Kólob

- ¿Por qué será una contienda formidable?


Carolo sonrió, incluso sus párpados inferiores se levantaron. Casi,
pensé, iba a acabar en una risa. Pero no fue a más.
- No os conocéis. No sabéis vuestro valor. Yo puedo establecer
cierto juicio porque he visto muchos mundos y sus habitantes.
Me miro de forma tierna, me hizo sentir incómodo. Como si fue-
se un hermano pequeño preguntando si volverá a salir Kokaubean al día
siguiente.
- … hay clanes de linajes, el Gran Gnolaum pertenece a uno de los
más renombrados. En ninguno de ellos sus habitantes han alcanzado la
altura que aquí. Este lugar es peculiar entre todos, no es el centro, pero sí
es especial. Porque en ninguno de ellos se luchará tan vivamente en el
cierre de un arco. El plan de vuestras premisas, no os destina, una vez
vueltos con honor, a ser vasallos del más alto y grande, no está diseñado
para heredar regiones de un linaje, para ser príncipes o gobernadores so-
bre dominios que pertenezcan al tercer estado. Vosotros no estáis desti-
nados a eso, sino a ser fundadores de vuestro propio linaje. Y para eso,
amigo mío, hay que pagar un precio muy alto. Hay que arriesgar y ser va-
liente. Os han preparado para ello, pero aún así, no habrá un comienzo
fácil porque el miedo se apoderará de muchos. Porque este plan, se des-
pliega lentamente en el eje de la esperanza. Y la esperanza es una novedad
en todas las creaciones de todos los clanes. Es la increíble aportación de
nuestro padre.
Carolo me miraba con sus ojos como llamas. Casi notaba mi
cuerpo traspasado por ellas.
- … creo, amigo mío, que tu destino está fijado, no voy a cambiarlo
por hablarte así… Es necesario que aprendáis a enfrentaros a lo incierto, a
lo desconocido. Si no enfrentáis el riesgo de ir a los lugares densos sin
totales garantías… no seréis dignos ni capaces de hacerlo en la oscuridad
para cantar vuestra propia canción y dar inicio a vuestro linaje. Porque en
ambos lugares y en esos momentos os hará falta la misma esperanza para
enfrentaros a esos desafíos. Así es la divinidad, un logro permanente. No
es sustancia sino estado, al que se llega por una larga y estrecha senda.
El día en que vuestro arco se cierre, muchos ojos estarán puestos aquí,
porque lo que aquí ocurra será fundamento de experiencia para los exte-
riores. Nadie se atrevió a tanto, porque nadie es tan sabio y grande como
nuestro padre y su familia. ¡Cuánto lo quiero! ¡Cuánto lo admiro! El cono-

266
Los palacios de Kólob

cimiento es una fuente de poder y creo que ya te he dicho bastante.


Carolo me extendió su mano derecha. Un gesto inusual en al-
guien como él. Yo la estreché y el puso su mano izquierda sobre ambas.
Entonces me miró y sentí por un momento la ausencia de ego y lo liviano
de su alma. Era ligero como una pluma y entendí que no había nada en su
persona que necesitara defensa ni sostén. Y entendí casi al borde de la risa
que no se podía atacar u ofender a alguien carente de estructura humana.
El había abandonado el lastre de nuestra forma, se colaba por las rendijas
del espacio como una abeja entre las flores. Como el agua entre los dedos
o el viento entre las hojas. No se le podía retener ni con preguntas ni con
ironías. Ni con afectos ni con las cuestiones que solo afectaban a los cuer-
pos pesados como nosotros. El tiempo para el eran nubes pasajeras que
cruzaban y en las que su mirada se posaba cabalgando ligera y veloz.
Me di cuenta que acudía a nuestra compañía para no perder el recuerdo de
su forma, para no olvidar el recuerdo de su voz. Porque ese hilo fino y
alargado era el vínculo que le hacía no perderse de forma definitiva en la
vasta expansión de la eternidad.
Caminé en silencio mientras volvía de regreso a la escuela de los
encajes. Suponía que Corina estaría allí comentando con los demás algún
detalle de lo escuchado esa tarde. No prestaba atención a lo que me ro-
deaba, sin darme cuenta no sucumbí a los encantos y sugerencias de las
criaturas que bullían ante mí, por primera vez desde que residía en Silam.
Y casi pasé sin darme cuenta junto a Corina. Ella me esperaba sentada en
la hierba, tirando piedrecitas al rio.
La contemplé por primera vez desde cierta distancia resistiéndo-
me a su poder sobre mí. Intentando entender qué ocurría y por qué la
razón de esa reunión decisiva.
- ¿Sabías que si conocía a Carolo no podría volver a mi escuela?
- Sí, lo sabía.
- ¿Por qué no me avisaste?
- Nadie conoce a alguien como ellos sin saber antes, las consecuen-
cias si hay alguna. Tú las supiste antes de seguir. El mismo Carolo te hu-
biera avisado… ¿por qué no lo hice yo?
Corina se incorporó, se alisó el vestido que llevaba y frotó sus
muslos para aflojar la tensión que sentía. Se cruzó de brazos y se volvió
hacia el riachuelo que corría a su espalda.

267
David Moraza Los palacios de Kólob

- No fui capaz de hacerlo, quería que otro lo hiciera. Yo no quiero


que te vayas.
Estaban todos reunidos en el salón de conferencias de la escuela
de los encajes. Había gran agitación por algo que no sabíamos. Corina y
yo nos acercamos a donde se suponía que estaba el centro de atención.
Había una acalorada conversación sobre algo que nunca había sucedido en
Kólob. Según fuimos escuchando una nueva escuela se había constituido
y no pertenecía a ninguna de las casas matriarcales. Entre sus fundadores
había muchos de los primeros y entre todos ellos destacaba Meronte y
Aribel. Esos nombres hacían que el asunto tomara una dimensión muy
importante. Reinaba un gran desconcierto, no existían referencias de nada
parecido en nuestra era. Todos esperaban que Arpangea, fundadora de la
escuela, hiciera aparición para aclarar el asunto.
La gravedad de lo que sucedía, radicaba sobre todo, por plantear
tal iniciativa sin el acuerdo del linaje de donde se generaba la actuación.
Eso llevaba implicado dos cosas. Una que no se reconocía la autoridad de
dicha casa para lo propuesto y la otra que lo que por ese método nacía,
podía convertirse en una casa de facto, la veinticinco. No había ninguna
situación anterior parecida para poder establecer una comparación con lo
que estaba sucediendo.
Qué enseñaba en qué aspecto trabajaba, cuál era su fundamento
nadie lo sabía. Al no estar afiliada a ninguna casa, no se podía adivinar su
objetivo.
De pronto los murmullos empezaron a remitir. Arpangea entraba
por el estrado de esa gran sala atrayendo la atención de todos. Era esta
mujer de espigado talle y mirada seria como correspondía a su posición.
Su rostro era anguloso de pómulos altos y labios finos. Extrañamente su
voz grave no correspondía a su apariencia. Se paró en el estrado y en su
postura inmóvil, esperó a que se produjera el silencio. Miró a un lado y
otro y comenzó a hablar.
- ¿Realmente hay motivo para este alboroto? ¿Qué clase de viento
sopla que os movéis como paja seca? No son débiles las raíces de los hijos
de Silam para que os turbéis por la primera brisa que sopla en Kólob. Ha-
ce días ha llegado a mi conocimiento la fundación de una escuela que no
está adscrita a ninguna casa y por lo tanto fuera de control. Ya sé quiénes
son sus fundadores y por el ruido que hacéis supongo que vosotros
también. No habrá relación oficial de nuestra escuela con ellos, no los

268
Los palacios de Kólob

reconocemos como compañeros de labor, porque nosotros pertenecemos


a Silam y es a nuestra madre a quien obedecemos. Quiero que entendáis
que si alguien piensa adscribirse a esa escuela, no podrá hacerlo sin que
abandone esta. No se va a permitir como es lo usual y deberá abandonar
sus insignias de alterador o cualquier otra función que desempeñe. Por
supuesto que cada uno de vosotros es libre de hacer lo que vea conve-
niente – hizo una pausa – ya nuestra madre se encargo que vinieseis a este
mundo con ese don. Pero espero que ninguno de vosotros lo emplee en
una aventura de nacimiento ilegítimo. Y final incierto.
Luego eran ciertos los rumores. Mi impresión en el gran auditorio
era cierta. Una sospecha empezó a crecer dentro de mí al relacionar mis
impresiones con los nombres. No se trataba de una escuela para desarro-
llo de aspectos de la creación. Sus causas eran mucho más profundas, a tal
punto que no afectaban a las casas sino a todo Kólob. De ahí su no afilia-
ción a casa alguna.
Y creo, ahora después de todo lo ocurrido, que muchos como
Arpangea, pusieron ese día un árbol de fruto codiciable en medio de no-
sotros con el mandato de no comer de él. Y eso hizo que muchos en mu-
chos lugares viesen en esa nueva escuela una acción fresca y juvenil. Un
fruto nuevo de este mundo que no solo producía criaturas sino creaciones
sociales como aquella. Que decían al oído “hay otras formas”. Y yo como
buen escrutador de senderos intransitados (Carolo me conocía bien) supe
que tarde o temprano no iba a privarme del place de ver y probar algo
nuevo. Relacionar la variación de las premisas de la que nos alertó Bisnan
y esta nueva escuela fue un juego de niños. Pero no iba a revelar a nadie
mis conclusiones. Ni siquiera a Corina, pues quería tener cierto margen de
maniobra a fin de actuar sin que ella se preocupase.
La disertación siguió en la línea de una advertencia y sin darnos
cuenta al final, el interés en esta nueva escuela creció más de lo esperado y
ya muchos se dirigían a sus puertas para conocer de cerca el motivo de
tanta advertencia. Era así nuestra naturaleza.
Al finalizar la pequeña conferencia cada uno se dirigió a sus ocu-
paciones o al no hacer nada, que es lo que la gran mayoría de los habitan-
tes de Kólob hacían. Esa especie de ocio permanente estaba producido
por la práctica ausencia de necesidades. Sin embargo era un ocio activo,
pues las posibilidades de observación y aprendizaje que generaba Kólob
eran en sí mismas suficientes para tener ocupado a cualquiera. Y sin poder
remediarlo aún los más ociosos aprendían alguna cosa, aunque fuese de la
269
David Moraza Los palacios de Kólob

simple contemplación del trabajo de otros.


Era el arte una consecuencia de nuestra naturaleza creativa y de la posibi-
lidad de proyectarlo. Una herencia en pequeño del poder de las casas. Y
en eso se entrenaban muchos con los elementos que tenían a su disposi-
ción.
Y pensando en esto me encontré mirando fijamente a un busto
erosionado por el tiempo, sin poder comprender cómo el tiempo era ca-
paz de hacer eso en un lugar donde su paso era casi invisible y donde la
única regulación eran las revoluciones alrededor de Kokaubean. La mirada
hueca de piedra, me reprochaba algún asunto del pasado que no recuerdo.
Sus cejas pobladas evidenciaban un espíritu enérgico y de voluntad fuerte,
la necesaria para vencer al tiempo y llegar con esa misma expresión al lu-
gar donde me hallaba.
Aquello iba a ser duro. Muy duro. Sabía que iba a ser más difícil
que la vez anterior. Llevé las manos a mis ojos y noté mis gafas de Sol.
Una profunda vaharada de tristeza me inundó como la repentina ola de un
dique roto. Una tristeza que estaba esperando mi llegada para demostrar-
me el poder de los líquidos en reposo.
Me encontraba en una especie de taller de arte. En ese lugar repleto de
instrumentos y recipientes se restauraban objetos antiguos y uno de ellos
era ese busto de un noble romano, lleno de reproche hacia mí. Conseguir
esa expresión en piedra habría requerido toda una vida de severidad en la
mirada. Conocía la situación y noté afortunadamente la compañía de Co-
rina a mi lado. Cogí su mano y la apreté indicándole que estaba de nuevo
ahí. Pero no estaba solo un vigilante de seguridad me miraba incrédulo,
supongo que pensando en que yo era presa de un viaje provocado. Y para
mi sorpresa Nuria, la profesora de historia, estaba con mirada preocupada
junto al vigilante. Esa situación frente a mí componía un cuadro cómico,
ella, el vigilante y el romano. Todos con expresiones parecidas. Y me
hubiese reído en otro momento de no entender que estaba en un proble-
ma gordo. Paradójicamente, esa situación me ayudó a salir del pozo
emocional en que me encontraba, el peligro juntó las piezas grises y oscu-
ras de esta realidad en segundos, tirando de mí hacia este triste y solitario
mundo como se saca a un pez del agua. Inmediatamente empecé a com-
poner mi postura y expresión, soy tan comedido, que casi pido disculpas
por quedarme dormido, al menos no había babas. Pero no iban a acabar
ahí mis problemas, Molina miraba en un discreto segundo plano, como un
actor de segunda que solo dice tres palabras en la obra, como por ejemplo
270
Los palacios de Kólob

“tiene otro ataque”, suficiente para cambiar todo el hilo de los aconteci-
mientos. Como aquella teja lanzada por una madre vengativa sobre la ca-
beza de Pirro, invicto ante los romanos, lo que no consiguieron senadores
y legiones, lo hizo un trozo de barro cocido. Allí estaba Molina contem-
plando la escena desde su muralla, teniendo la gentileza de no reír, pero sí
la de mirar satisfecho. ¿Cómo pueden los ojos hablar tanto?
Miré a Alicia y entonces todo se desmoronó, porque vi con la
misma claridad que en Kólob, leí en sus ojos como en un libro abierto,
quizás reteniendo alguna habilidad todavía algo de ese lejano mundo, leí
en ellos la alarma provocada por una traición. Supe que él me había en-
contrado y que había avisado en contra de Corina a Nuria. Y algo más,
que deseaba mi caída a cualquier precio.
Por eso no me extraño ver aparecer a dos enfermeros del 061
trayendo una camilla y dirigiéndose hacia mí. Entonces supe que todo
estaba perdido, yo sería una pieza más en un laboratorio de restauración y
que alguien me contemplaría y se preguntaría cómo se puede tener esa
expresión perdida siendo tan joven.
La situación fue de lo más violenta para mí, me sentía lúcido e
intenté explicar que no era necesaria la camilla, pero me encontraba débil
y vulnerable. El protocolo se desarrolló como se extiende un mantel, casi
sin mirar. Me cogieron de ambos brazos y me obligaron a tumbarme. En-
tonces empecé a llorar de impotencia y de vergüenza. Me sentía humillado
y vencido. Alicia me acompañaba a un lado a través del pasillo y si difícil
fue el primer transito por el pasillo del instituto, ahora yo era un enemigo
vencido del general Molina, expuesto en el desfile su triunfo a través de las
calles de Roma. Su rostro pintado de ese rojo satisfecho y su aura de justi-
cia acompañándole.
Empecé a realizar el cálculo de las consecuencias igual que lo
haría el propietario de un negocio en quiebra, con lucidez y espanto. Su-
puse la llegada de mis padres al hospital, el reproche de mi padre, la an-
gustia de mi madre y de nuevo esa gran piedra que corría cuesta abajo en
mi vida atándome a su rodar pesado y lento. Había luchado con ese peso
y tenía la sensación de tenerlo sujeto y controlado, esa piedra que amena-
zaba con aplastarme pero que a la vez, subido a ella, divisaba parajes de
extraordinaria belleza. Empujada día a día a través de mi vida como un
escarabajo su bola de estiércol. Igual yo sentía que en ese peso estaba algo
de enorme valor, pero de amenazante compañía. Y entonces me acordé
de Sísifo y me di cuenta que yo no era Teseo y que estaba solo ante esa
271
David Moraza Los palacios de Kólob

inmensa carga y no iba a arrastrar a quien más quería hacia el fondo de un


valle tenebroso.
Me dirigí a ella y le hablé con convicción.
- Alicia no debes acompañarme ahora. No quiero que estés mar-
cada por este día.
Ella pareció casi enfadada y me respondió algo que me dejo mi de-
terminación en jaque.
- Joder Beli, eres capaz de cabrearme incluso ahora. Que cumplido
eres.

272
Los palacios de Kólob

Capitulo 12

En la isla de los lotófagos

273
David Moraza Los palacios de Kólob

Nunca me han gustado las historias de equívocos, todo el argu-


mento se desarrolla en un error en un malentendido. Los personajes de-
ambulan de forma errada por alguna argucia del destino o de artimañas
malvadas. El no te quiere, se lo escuché decir, te ha engañado y entonces
la tragedia. Las situaciones que se narran suelen colocar al lector o espec-
tador en una línea, que no puede traspasar pero que ansían hacerlo para
aclararle con tres palabras el error en que están sumidos los protagonistas.
Siempre he preferido las situaciones frontales y marcadas. Donde la lucha
es un cuerpo a cuerpo y no contra fantasmas o vapores. Donde el perso-
naje tiene en su haber toda la información y todo su talento.
Pero por desgracia no era esa mi historia. Me encontraba en casa después
de haber estado en el hospital. Una vez mis padres aclararon el problema
y se hubo accedido a mi historial, volví a la dulce compañía de mi familia
compuesta por mis padres mi hermana Mari y el haloperidol o Hal mi
hermano.
Y todo transcurría tranquilamente, esos primeros días acallada la
voz de mis sueños, e intentando sin mucho éxito preocuparme por mis
exámenes. Pero nadie se alteraba por eso, todos en mi familia entendían
menos yo, el hecho de rezagarme cada vez más en mis deberes de estu-
diante. Yo mismo me sentía seducido por la compañía de Hal que susu-
rraba a mi oído “no importa, no te preocupes”.
Pero había algo dentro de mí. Una especie de tumor duro y oscu-
ro. Estaba en la parte media de mi cuerpo y no sé cuándo surgió. Esa zo-
na de mi interior era hostil a todo halago y razonamiento. Era una zona
inexplorada y salvaje donde mi hermano Hal, a pesar de sus esfuerzos, no
podía entrar. Era la reserva india, no había civilización y la habitaba una
fiera salvaje que pugnaba por salir. Yo estaba preñado de esa criatura a la
que nadie veía y de la que no podía hablar. Me miraba ceñuda como aquel
busto romano y sabía que estaba enojada conmigo. Pero mi hermano Hal
lo cercaba, lo mantenía sitiado en su cerco químico y me susurraba siem-
pre “no importa”. Sin embargo yo acariciaba aquel lomo musculoso y
listo para saltar. Recordaba los momentos vividos en su grupa en ese
mundo, Kólob, cuya memoria se iba diluyendo como las nubes.
Mi padre se veía tranquilo y satisfecho. En su mundo, asumía
274
Los palacios de Kólob

que las cosas estaban en su lugar ahora que yo recibía el tratamiento. El se


regía por el sentido del deber, tenía miedo a fallar en eso y eso era lo que
ocultaba a su vista los detalles tenues de la realidad. El miedo anulaba su
vista. No así mi madre que percibía mi interior de forma más cercana, no
en vano estuve en el suyo. Y percibía esa protuberancia rebelde, ese re-
punte de rebelión.
Ahora mi padre supervisaba más de cerca mi tratamiento, desconfiando
de ese amor de madre que me llevo al borde del precipicio según su opi-
nión y no puedo recriminarle ese torpe cuidado, que yo mismo en su si-
tuación hubiese dispensado a alguien a quien quería.
Yo veía su sufrimiento y en ocasiones su mirada se perdía en un
lugar del pasado donde concibió la imagen de ese joven que algún día sería
su hijo y que le reportaría el orgullo de llevar su apellido. Nunca hablaba
de estas cosas, era reservado por naturaleza, pero aun a través de brumas
yo podía percibir en mi estómago el amargo peso de la culpa y la decep-
ción que yo le provocaba. Esa sensación de no ser el cumplimiento de las
aspiraciones de mi padre, golpeaba mi alma igual que lo hacen las olas en
una playa de arena. Con un sonido apagado y lejano, pero siempre pre-
sente. Me hubiera gustado decirle “mira papa quien soy” pero en cambio
mi eterna compostura intentaba dibujarle cada día el mejor cuadro que
pudiese componer con las grises pinturas de mi vida. Estaba dispuesto
incluso a admitir que después de todo el haloperidol no tenía tan mal sa-
bor
Una que vez empecé a asistir a clase y en contra de lo que espera-
ba encontré a mi alrededor una extraña normalidad. Digo extraña porque
en general todos me trataban como si nada hubiera pasado. Y eso me gus-
tó al principio, era todo tan suave y agradable que hubiese seguido en ese
dulce mundo tejido por mi hermano Hal si no fuese por esa molesta sen-
sación de ese bulto alojado en mi vientre. Ese disconforme lugar que todo
lo criticaba. Insistía en convencerme que esa normalidad era falsa y que
obedecía a un hecho. Ya me habían catalogado, no había alarma conmigo,
no entraba en competición.
El debate sobre mí había terminado, caso cerrado, yo estaba chalado. Eso
tranquilizaba al grupo. Y no proporcionaba mucha madera a ninguna cal-
dera. Me habían atravesado de parte a parte con un gigantesco alfiler y
estaba de exposición en una gran vitrina donde una etiqueta informaba
“imbeciloptero” y a otra cosa.
Yo había arribado a la isla de los lotófagos. Junto a Ulises, esa
275
David Moraza Los palacios de Kólob

bestia de mi interior que quería obligarme a regresar a Ítaca. Los compa-


ñeros de Ulises en su odisea habían ido a por agua, pero encontraron a los
lotófagos, comedores de loto. El fruto de esa flor, hacía que olvidasen
toda su vida y no desearan abandonar ese hermoso lugar donde todo era
fácil y bello. Pero Ulises no comió y conservo el recuerdo de su hogar a
donde debía llevar otra vez a sus compañeros. Los llevó al barco y los ató,
obligándoles a abandonar la isla.
Ahí estaba yo en la isla de los haloperidólfagos. Y ciertamente no
estaba mal, todo lo contrario, estaba convencido de que no importa lo
pasado, solo ese presente suave, sin estridencias que tenia ahora, pero ese
cuerpo extraño que habitaba en mi interior solo intentaba atarme a su
mástil y obligarme de nuevo a empujar mi roca por la pendiente de la
montaña.
Desde el primer día que llegué a clases, Alicia noto esa nueva personalidad
que hacía de mi alguien feliz y seráfico. Nadie se dirigía a mí con sarcas-
mos, sería como golpear a un saco de paja. Sin embargo mis facultades
intelectuales eran las suficientes como para no representar un nudo en la
marcha de la clase. Ese dardo lanzado tan certeramente contra mí afectaba
sólo a territorios delimitados de mi persona, maravillas de la ciencia. Si no
fuese por aquel lugar sitiado por Hal en mi interior, diría que era una per-
sona feliz.
Al segundo día de clase Don Enrique me llamó a su despacho en
el descanso. Se interesó en mi situación y me dio algunos formularios para
rellenar, a mi me parecieron juegos, pero en realidad eran test para averi-
guar mi estado mental. Me preguntó la dosis que tomaba diariamente y no
supe qué contestarle, solo sabía que Hal y yo éramos amigos. Me habló de
Alicia, ella había ido a hablar con él. Ella estaba preocupada por mi esta-
do. Decía no reconocerme. Don Enrique me reprocho que la hubiese in-
volucrado en este asunto, pero que era una chica cabal y entendía perfec-
tamente la situación. Su tono empezó a hacerse más agrio y hasta llegó a
alzar la voz. Sin embargo no me sentía afectado por lo que en otra situa-
ción me hubiese hecho reaccionar de forma tardía, como es mi natural
condición, pero con la ironía de costumbre. No obstante, allí estaba yo,
soportando su diatriba con un plante estoico en apariencia. Sin embargo
lo impasible de mi persona se debía más que a mi temple, a un distancia-
miento de mis emociones que parecían ralentizarse en mi interior hasta
dejar de pertenecer al presente de aquella entrevista. En un momento da-

276
Los palacios de Kólob

do Don Enrique paro de hablar, recuperando una calma que pareció apa-
recer de repente. Y se dirigió a mí.
- Muchacho, ya veo que estas tomando una buena dosis. Todo a tu
alrededor te es ajeno ¿verdad?
Perdidos mis reflejos solo acerté a contestar algunos monosíla-
bos eeeh…. Hummmm… pues…. El se reclinó atrás en su sillón y miró
hacia la pared, de donde había desaparecido aquella fotografía junto a su
profesor.
- Siempre quise que se sintiese orgulloso de mí. Ya sabes, mi profe-
sor Don Manuel del Monte. A falta de un padre, el representaba mi as-
cendente intelectual. Uno siempre busca ese reconocimiento en los pa-
dres, nos hace sentir que podemos dirigir la posteridad con éxito. Nos da
seguridad contar con el beneplácito de los ancianos. El no conseguirlo por
cualquier motivo nos desenlaza, nos separa de la cadena familiar. Nos sen-
timos como un intento fallido de la naturaleza. Una fuente de desgracias y
dolor. Entonces hay dos posturas mandar a todos a paseo y seguir nuestro
camino o intentar convencerlos de que no somos tan malos y pedir volver
al rebaño, a la seguridad de lo conocido. Luego está el camino del medio,
pero está reservado para Buda y los santos. ¿me entiendes Belisario?
Y lo entendía a un nivel puramente intelectual, sin embargo ese
entendimiento no humano, me desligaba de toda implicación. Claro que lo
entendía. Su caso y el mío eran parecidos. Yo con mi mundo olvidado y
Don Enrique con la herejía de la psicología transpersonal. Yo lo entendía
todo perfectamente. Pero no veía que podía hacer con eso salvo asentir
educadamente.
- Veras, Belisario, tengo cincuenta y seis años. No tengo muchas
aspiraciones por cumplir. En cierta forma comprendo a Galileo, cuando
se presentó ante el papa Julio. Eran amigos, pero aun así, tuvo que escon-
der su mundo orbitando alrededor del Sol, para seguir en este inmóvil en
el centro del universo. Yo he hecho algo parecido, pedí volver al redil y
olvidé mi sueño. Sin embargo desde que te conocí me he dado cuenta que
tú estás luchando la batalla que yo abandoné. Tantos años dirigiendo este
instituto, siendo un buen chico y sabes, todo para tener un despacho y
una fotografía de un anciano de mirada condescendiente.
Miré a la pared. Sólo había un calendario de un almacén de frutas.
Un niño sonrosado mordía sonriente una manzana roja y brillante. Casi
parecía irreal.

277
David Moraza Los palacios de Kólob

- Don Enrique no está la foto de su profesor y usted. ¿qué ha he-


cho con ella?
- La he mandado a tomar viento, la he mandado a la mismísima,
Belisario, la he mandado a paseo, por todos los demonios al petulante de
Don Manuel Montes, a él y a toda su cohorte de gilipollas. Los he sopor-
tado durante años, sonriente, intentando ser un buen chico, lo he intenta-
do por el camino de en medio, pero no soy ni Buda ni San Enrique. Y
además “Eppur si muove” como diría Galileo. Ahora voy a hacerte una
pregunta y quiero que hagas un esfuerzo para entenderme. Creo que hay
que sacarte del tratamiento que tienes, porque de lo contrario te converti-
rás en un ángel del cielo. Vamos que no me has llevado la contraria en
nada después de ponerte a parir. Eso es intolerable para alguien de tu
edad.
Hizo una pausa y se me quedó mirando. Esperaba que yo dijera algo.
- …es que Don Enrique, usted es muy bueno…
- Ya veo, estás más grave de lo que creía.
Cogió mi muñeca y tratando de llegar a algún lugar de mi mente
donde alguien responsable le atendiera, apretó con fuerza hasta hacerme
sentir dolor, y despertarme de ese sopor suave y dulce que me envolvía
permanentemente.
- Belisario, voy a hablar con tus padres y voy a proponerles un tra-
tamiento alternativo. Aparte de eso y a causa de tu extraordinaria torpeza
adolescente, Alicia va a ayudarte. Se ha ofrecido a… digamos… hacer
de… ¿pero por Dios cómo se te ocurrió contarle todo esto? … pero has
tenido suerte esta tan loca como nosotros, estamos los tres de atar. ¿has
entendido todo y estás de acuerdo?
- Lo que usted diga Don Enrique.
- Dios mío – contestó–
Y así, envuelto entre algodones salí de su despacho. Me acompa-
ñaba la imagen de Don Manuel Montes, en la desaparecida fotografía,
grabada en mi mente con esa mirada huidiza y paciente del que se sabe
atrapado en una escena tolerada solo por el que posee una buena educa-
ción incluso en la inoportunidad. Sentí una vaharada de compasión por
Don Enrique, cosa extraña, pues creí haber estado con Hal esa mañana,
me conmovía hasta debilitar mis coyunturas el ruego que representaba su
mirada, la de mi director, sonriente e implorante. Tratando de engranar su
persona a la de alguien que a todas vistas había sido cazado por una cáma-

278
Los palacios de Kólob

ra desconocida. Mi hermano Hal era tolerante conmigo, dejaba mi capaci-


dad de observación intacta y ese día me permitió incluso conmoverme a
causa de un recuerdo. Yo le estaba muy agradecido.
En los días siguientes, Alicia y yo salíamos en los descansos a pa-
sear, procurando a instancias suyas, hacerlo por sitios concurridos. Ella
me decía que había que aclarar bien las situaciones y no emborronarlas.
Éramos amigos y no íbamos a esconderlo. La amistad siempre deja más
espacio para todo decía ella. Yo me daba cuenta del sacrificio personal que
hacía al exiliarse voluntariamente en la isla del lotófago. Ella que podría
ser el centro de toda la Hélade, prefirió orbitar junto a mí en los extrarra-
dios del instituto. En más de una ocasión atrapé miradas iguales a la del
viejo profesor, dirigidas hacia nosotros, pero nunca vi en Alicia ninguna
intención de caer en la escena en que estuvo Don Enrique, nunca la vi
tentada de mendigar un comentario o un saludo. Y entonces mi admira-
ción por ella crecía y crecía como nunca la tuve por nadie. Y temí que esto
fuese a acabar con aquello que Hal me dejaba sentir por ella. Temí que mi
admiración acabase con el amor que despuntaba en mi alma. Era difícil
querer a lo inaccesible y ella empezaba a serlo para mí. Ella fuerte de ca-
rácter, independiente y decidida. Yo en cambio tutelado por mis padres,
por Don Enrique, protegido por ella y cuidado por Hal. Me di cuenta de
esta circunstancia de forma cabal dos semanas después de mi entrevista y
el día anterior de la visita de Don Enrique a casa. Estábamos sentados en
el pretil del instituto, mirando a la torre de la Universidad. Intentando en-
tender para qué servía esa construcción de ladrillo visto, rematada en su
cima por plataformas paralelas. Habíamos escuchado que eran depósitos
de agua. Pero saltaba a la vista que tenía que haber otra razón para tanta
aparatosidad.
- Alicia, ¿por qué estás aquí conmigo?
Su gesto se ofusco ante la pregunta.
- Ya estas otra vez con lo mismo. Ya te lo he dicho muchas veces,
no me importa lo que piense la gente. Estoy aquí y basta. No creo que
estés loco ni nada parecido.
- Gracias por tu aclaración, pero estamos preguntándonos que hace
esa torre ahí y la respuesta no es. Está ahí y eso es suficiente. Te pregunto
¿por qué estás conmigo?
Ella se encogió de hombros

279
David Moraza Los palacios de Kólob

- Me caes bien y tienes una historia interesante. Además soy prota-


gonista.
Esto último lo dijo con expresión resignada. Y en ese momento
sin saber por qué desde ese núcleo rebelde de mi interior escuché el susu-
rro de mi fiera enjaulada. Ella guardaba otra como la mía. Guardaba re-
sentimiento y desilusión. Había sido traicionada y escondía su dolor de-
trás de su autosuficiencia. Yo podría ser muy bien una excusa para alejar a
los demás, a aquellos que podrían volverla a herir.
- ¿Por qué te cuesta tanto hablar de ti misma? Si somos amigos,
como tú dices, contéstame a lo que te pregunto. Aun cuando esté bajo los
efectos de Hal (Alicia sabía a qué me refería) retengo la especial lucidez de
los que no son asaltados por los sentimientos. Créeme, a veces me gusta-
ría seguir así, veo algunas cosas, pocas, muy claramente. Y lo que no en-
tiendo es qué hace alguien como tú, que se parece a esa torre en mi opi-
nión, entregada voluntariamente a una situación ridícula y de chiste. Si tú
dices que es por amistad por qué no intentas convencerme de lo mejor
para mí, por qué no me mandas a tomar viento. Tú dices que no crees que
yo esté loco, pero mira ¿tú crees que esa torre es sólo para contener depó-
sitos de agua? Yo creo que no ¿estás soportando todo esto sólo porque
tengo una historia interesante y te importa un bledo lo que piensen los
demás? Creo que esas razones no llenan todo lo que haces por mí.
Ella se revolvió saliendo de su aparente mutismo.
- Y quién dice que lo hago por ti. ¿Qué te crees, una estrella de lo
paranormal?
Alicia cuando quería podía ser letal en sus comentarios, pero Hal
no permitía a mi ego el acceso a cualquier lugar y en cualquier momento.
Y ahí estaba yo impasible ante una respuesta que en condiciones normales
(lo digo entre comillas) habría terminado con la conversación de forma
inmediata.
- No, no me creo ninguna estrella, solo tengo una pregunta que no
me has contestado. Tú sabes de mí todo. Te he confiado todo sobre mí.
Podrías regresar con los demás y descuartizarme a placer y serías de lo
más popular. Podrías hacerme polvo en cualquier momento. Pero yo con-
fío en ti, más que en mi propia familia. Quizás porque los quiero, los man-
tengo alejados de mí. Muchas veces me siento culpable por haberte meti-
do en esto…
Alicia se alejó unos pasos dándome la espalda. Yo temía que al-

280
Los palacios de Kólob

guien nos viera y detectara la situación, pero no tenía remedio. Algo se


había desatado en su interior y fuese lo que fuese yo no iba a ponerme en
medio. Guardó silencio durante unos momentos que me parecieron largos
e interminables. Al final se volvió y me invitó a caminar hacia el frontón.
Yo calculé que el trayecto nos retrasaría más del tiempo que teníamos
hasta la clase siguiente. Pero no me preocupaba tanto perder una clase
como que notaran nuestra ausencia y estoy seguro que a Molina no le pa-
saría desapercibido. Temía que esto sellara sobre Alicia la categoría de
chalada en segundo grado.
- Sé lo que estas pensando. Temes que se enteren que no asistamos
a la clase y empiecen a murmurar sobre nosotros y a catalogarme con más
motivo como una loca o algo así…
Mi silencio y mi cara de perplejidad contestaron a su pregunta.
Ella rió pero sin mucha energía. Era una risa laxa y que se elevó de la se-
riedad solo una cuarta.
- Te conozco muy bien y me perturba que pueda hacerlo con tal
exactitud es como si te hubiese conocido de mucho antes. Y pensar esto
me da miedo porque creo que estoy cayendo en una red. Y no digo que tú
la lances… es que es un lio…
…yo pensaba que conocía a mi padre. Éramos uña y carne. Jugábamos al
ajedrez y sé que se dejaba ganar aunque él no lo reconociera. Me decía que
yo era su princesa. A veces lo acompañaba en vacaciones a alguno de sus
viajes de representante, trabajaba para una empresa de productos farma-
céuticos. Me enseñaba a conducir y comíamos en bares de carretera. Para
mí era todo como una aventura y con él me sentía protegida y mimada.
Incluso me explicaba algunos problemas con los clientes. Yo me reía
cuando imitaba las conversaciones y los gestos que ponían en el toma y
daca. Siempre tenía un regalo especial para mí, quizás algo sin importancia
pero de gran valor sentimental. Éramos colegas.
Un día vi a mi madre llorando. Supe que ya nada sería igual. Se divorcia-
ron hará unos dos años y desde entonces no sé nada de él. Cuando re-
cuerdo todo esto es como si fuesen escenas de cartón. Me acuerdo y es
como si fuésemos huecos por dentro, veo las escenas estáticas, como si
anduviese por un museo de habitación en habitación observando escenas
mudas.
No entiendo cómo pudo olvidarse de mí...
Alicia tenía su mirada desenfocada, me di cuenta que era la prime-

281
David Moraza Los palacios de Kólob

ra vez que adquiría esa expresión. Siempre estaba en guardia y lista para
un movimiento de defensa. Después de una pausa continúo hablando.
- …supongo que a causa de esto me he vuelto más introvertida y
más recelosa. Seguro que el director sabría dar un diagnóstico más profe-
sional. Me cuesta confiar porque no me fio de nadie. ¿Ves? Al final las
cosas son siempre simples. Pero todavía no he contestado a tu pregunta
¿por qué estoy aquí contigo? … me impresionaste cuando me hablaste de
Corina y su trabajo con las plantas, al principio creí que lo habías prepara-
do, pero luego acepté que no había intención de impresionarme o ligar
conmigo. Además si la hubo creo que ha acabado en un desastre total.
Nos reímos tímidamente al principio y después si control, porque
hasta yo en mis circunstancias pude darme cuenta de cómo mi historial
iba fortaleciendo la imagen tragicómica de mi vida. Realmente era tan la-
mentable mi imagen pública que hasta mi me daba la risa.
- Si, la verdad – comenté– que en una fiesta de disfraces yo solo
tendría que asistir sin más complicaciones.
- Bueno ya empezaron a mirarnos algunos extrañados de tanta risa.
Alicia respondió
- Y yo con unas gafas de culo de vaso haría de tu escribiente.
No fue esta una broma solamente, pues decidimos, sobre todo
por parte de Alicia, llevar una relación mucho más detallada de toda mi
experiencia. Su sentido del orden y de la estética hizo de mis borradores
algo organizado, más completo y de mejor lectura. Me obligo desde en-
tonces a escarbar en mi memoria y me exprimió como un limón al grado
que nuestras sesiones de redacción eran extenuantes. Ella estaba ávida de
detalles, sentía a veces la impresión de su ansia por estar en mis lugares.
- Quiero decirte algo, pero solo te lo diré una vez. Yo no sé si tu
historia es real, es decir si existe ese mundo al que llamas Kólob. Solo sé
que si fuese verdad sería maravilloso. Pensar que vivíamos antes en ese
lugar tan increíble. En cierta forma tú me has sacado del lugar gris donde
estaba, pero no puedo evitar reservarme, no quiero creer, me da miedo.
Cuando mi padre me contaba un cuento antes de dormir, la protagonista
siempre llevaba mi nombre, yo protestaba pero el siempre me decía “no
tengo la culpa “y se encogía de hombros. Siempre me veía triunfante al
final, porque él con sus palabras me llevaba por castillos, ríos, barcos atra-
vesando el mar. Siempre regresaba al final para darme el beso de buenas
noches…

282
Los palacios de Kólob

Me mantenía en silencio, en un silencio respetuoso, reverente.


Intentaba no hacer ruido ni siquiera con mi mirada, porque para mí era un
momento sagrado. Su alma herida se abría ante mí, ante alguien que estaba
contándole un cuento, igual que lo hacia el padre que la traicionó. Y en-
tendí que Alicia estaba dándose una oportunidad más de vivir.
- Cuando recuerdo esos momentos siento que no me los contaba a
mí sino a otra niña, una que vive en un lugar lejano. Entonces cuando me
hablaste de Corina y de mí, todo volvió a empezar de nuevo. Sin embargo
hay algo que tira de mí en este asunto, algo que no puedo entender. Si no
fuese cierto, no me sentiría engañada, tú también lo estarías, pero sería la
mejor historia que haya escuchado. Además no tengo otra cosa mejor que
hacer.
- Vaya me alegro.
Alicia me miró con curiosidad exagerada.
- Oye, ese comentario tan de ti mismo… lo sabe Hal.
- Si, ya lo creo. Pero voy a mandarlo donde Don Enrique su cua-
dro.
Entonces tuve que explicarle la historia de Don Manuel Montes y
la psicología transpersonal a la que Don Enrique se adscribió.
Preparé la visita de Don Enrique a mi casa de forma cuidadosa y
con todas las garantías que podía presentar. Recopilé información en in-
ternet y contaba con una ventaja. Mi padre era curioso por naturaleza y
acogió con interés todo lo que le di a leer. Era a él a quien tenía que con-
vencer de que escuchara, que aceptara una entrevista. Pero no iba a ser
fácil. Aunque matarife de profesión contaba con una extensa cultura fruto
de su mucha lectura y especial facilidad para asimilarlo todo. Tengo por
cierto que en otras circunstancias él hubiese descollado en algún campo
del conocimiento. Es por eso que intenté informarle lo mejor posible
antes de que tomara una decisión. De no hacerlo estaba seguro que apla-
zaría su decisión hasta no saber por sí mismo todos los detalles, y lo haría
desde la desconfianza, desde la reserva.
El día que le presenté la idea de hablar con mi director, ató todos
los cabos en un santiamén. Y para mi alegría no lo tomó a mal, pero su
semblante no reproducía ninguna expresión que me diera tranquilidad.
Más bien me recordaba el rostro serio y concentrado del matador de toros
que no sabe bien de qué lado derrota el astado. Intenté convencer a Don
Enrique de que Alicia nos acompañara, si iba a ayudarme habría que con-

283
David Moraza Los palacios de Kólob

siderarla como parte del equipo. La palabra equipo consiguió que me mi-
rase escéptico.
- Muchacho esto no es una operación a corazón abierto. No nece-
sito a nadie que me pase el escalpelo
Al parecer había en Sevilla un colega de Don Enrique, que si bien
no ejercía su profesión bajo el epígrafe de sicólogo transpersonal, si admi-
tía de forma confidencial, la realidad de esta rama de su profesión. Aceptó
presentar sus servicios con la ayuda de Don Enrique. Pero en realidad
solo era un aval para que mi padre entendiera que no eran brujos o mé-
diums; sino personas de universidad, que han sido testeadas por las auto-
ridades competentes. Don Enrique presentaría la opción tras la frase “…
conozco a un colega que su consulta trata este tipo de trastornos de forma
eficaz”. Eso tranquilizaría a muchos. Conozco a un colega viene a decir
que estoy en activo en mi profesión, de lo contrario sería “conozco a un
amigo”, al decir en su consulta, entendemos que ese colega vive de su pro-
fesión lo suficiente como para pagar los gastos de un local donde van gen-
te a solicitar su ciencia. Y al decir “este tipo de trastornos” se infiere que
Don Enrique los conoce y se ha visto frente a ellos en todo tipo de situa-
ciones. Lo que no sabía mi director es que mi padre no era cualquiera a
quien se pudiera impresionar con palabras.
Mi madre preparó un bizcocho de nueces. Una especialidad que
nadie como ella sabía elaborar. El contraste entre la suavidad de la masa y
el crujir de las nueces era delicioso. Debido a mi tratamiento todos había-
mos dejado el café por la malta, sin embargo podíamos repetir todo lo que
quisiéramos sin temor a los efectos de la cafeína. Y en esa merienda a la
que Don Enrique se aplicó sin reservas, comenzamos a charlar de educa-
ción, la vocación religiosa y de cómo surge.
Fue en la infancia de donde empezó a sentir el acicate de las misiones y el
afán de ir a tierras lejanas. Sin embargo ese afán de aventura vino a con-
cretarse en la psicología, elegida como campo de batalla contra todos
aquellos que hacían de la religión asunto de viejas y supersticiones. Don
Enrique se propuso combatir a favor de la fe en el campo de la ciencia.
Un relato que nos interesó a todos y que escuchábamos con cierta emo-
ción de su parte. Poco a poco la conversación fue ribeteando el asunto
que todos teníamos en mente.
Cuando mi director empezó a hacer una breve exposición de las
virtudes y características de esta rama del conocimiento humano, mi pa-
dre levantó su mano, resumió brevemente las escuelas transpersonales,
284
Los palacios de Kólob

sus fundadores y quiso saber con cuál de ellas simpatizaba y por qué.
Don Enrique tardó un poco en reaccionar, estaba acostumbrado a tratar
con padres retraídos y casi subordinados de entrada. Ya se sabe nunca
porfíes con tu dentista ni con los maestros e tus hijos. Y empezó esta
tarde, en el salón de mi casa a lanzar sus preguntas.
- ¿Por qué la psicología transpersonal no se contempla como servi-
cio en la seguridad social?
Se lo dije días antes. Debería de prepararse antes de venir. Pero
no me hizo caso, mi director se sentía seguro de sí mismo, estaba acos-
tumbrado a despachar a padres llenos de respeto y admiración por ese
salesiano que era sicólogo y matemático. Y además sabía de latines. Sin
embargo esa clase de personas eran ya cada vez menos frecuentes y mu-
chas veces el respeto se había sustituido por demostraciones gratuitas
de… porque usted sea cura no va a…o el típico a mi hijo no vuelva a de-
cirle o hacerle. Un claro síntoma de que los tiempos habían cambiado de
forma drástica, que su ascendente iba decayendo con el tiempo. Sin em-
bargo ahora estaba ante alguien que le pedía razones concretas.
- Vera… la psicología transpersonal hace una diferencia entre pato-
logía y emergencia espiritual. Emergencia no en el sentido de alarma, sino
de emerger desde el fondo de la persona, experiencias que las escuelas
clásicas no contemplan como cualidades naturales del hombre. Este plan-
teamiento que roza, si quiere llamarlo así, lo espiritual no puede ser asu-
mido por la escuela clásica, pues está es netamente materialista. Así que se
ve relegada, como rama de la psicología al terreno de la docencia privada.
Mi padre escuchaba con interés, pero sin mostrar ninguna emo-
ción en su rostro. Sin embargo mi madre mostraba un brillo en su mirada
al ver una puerta diferente a la que conocía.
- ¿Por qué me presenta esta alternativa con mi hijo, qué le hace
pensar que se le aplica?
En la medida que escuchaba a mi padre me sentía orgulloso de
que Don Enrique se diese cuenta que mi familia sabía llevar una conversa-
ción de esa naturaleza. Sin embargo mi madre se veía nerviosa y angustia-
da y rogaba con la mirada a mi padre que fuese más amable.
- Vamos a ver, su hijo, Belisario es una joven con un sentido de la
realidad que ya quisiera yo para el resto de los alumnos…
Mi padre le interrumpió

285
David Moraza Los palacios de Kólob

- Por favor le rogaría que hablase sin halagos, hable de forma con-
creta, no necesito que adule a mi hijo, necesito ser objetivo a la hora de
valorar lo que tiene que decirme y no hay cosa peor para esto que me de-
talle su admiración. Solo hábleme de los hechos o sus conclusiones.
Don Enrique se quedo literalmente de piedra, ni siquiera intentó discul-
parse o aclararse
- Su hijo, no confunde la realidad con sus experiencias. No muestra
ningún temor o amenaza exterior. Sufre por los efectos en su entorno
causado por sus emergencias. Es totalmente consciente de los límites en-
tre estas y su vida personal. Su comportamiento es totalmente responsa-
ble. Su juicio y valoración de sus emociones es normal, es objetivo en el
análisis de las situaciones y sus emergencias no influyen, al menos de for-
ma negativa, en su raciocino. Pide ayuda para controlar los efectos en su
entorno.
- Con eso – continuo mi padre – me está diciendo usted que no
presenta ningún cuadro de patología del comportamiento, según su escue-
la.
Don Enrique apoyó su espalda contra el sofá adoptando una pos-
tura más cómoda. No debía haberlo hecho mi padre, yo lo sabía, lo inter-
preto como una señal de ganar terreno
- Vera Don Manuel – una sonrisa en el párpado inferior de mi pa-
dre por lo de Don Manuel – hay muchachos superdotados con un coefi-
ciente de inteligencia superior a la media, si se les encuentra, se les valora y
se les ayuda. Otros sin embargo si no se les detectan lo pasan mal por eso
mismo. Pero en definitiva en una sociedad como la nuestra que se centra
en la resolución de problemas, este tipo de habilidad o dotación se valora
positivamente, se las contempla con admiración. Su hijo está dotado de
una habilidad o capacidad especial para saber cosas o recordarlas que no
posee nadie que yo conozca. Pero no sirve para deducir el sentido de giro
de un engranaje o para despejar una incógnita en una ecuación, o para
establecer patrones en series de números, por lo tanto a estas personas,
en la seguridad social, se les trata como dueños de problemas más que de
capacidades. Y sus problemas los tratan con drogas que los esconden.
Nosotros intentamos ayudarles, a convivir con lo que son. A conocer qué
tienen que decir.
Mi padre guardaba sus pensamientos como en una partida de po-
ker. Era imposible saber qué pasaba por su mente. Salvo la pequeña sonri-

286
Los palacios de Kólob

sa en sus ojos que puede ver momentos antes. Nada hacía ver su postura.
Sin embargo mi madre era un libro abierto, por momentos pensé que iba
a invitarlo a cenar.
- Dice usted que sus emergencias no influyen negativamente en su
raciocinio, por lo que deduzco que guarda un registro clínico, o como us-
ted lo llame. O es sólo una impresión ¿ha hecho usted un estudio formal o
solo son impresiones de pasillo como director?
Yo rezaba en ese momento para que Don Enrique no sacara su
famosa habilidad en los diagnósticos. Si lo hiciera ya seríamos dos “su-
perdotados”, pero mi director no era tonto era salesiano.
- Verá Don Manuel, voy a responderle de forma clara pero permí-
tame contarle algo antes. Yo he ejercido durante años en la psicología,
digamos oficial, llegue a esta nueva rama con un extenso bagaje, no lo hice
con la inocencia o el candor del neófito. Lo hice después de años de ex-
periencia. Y eso me ha costado mucho. Puedo distinguir perfectamente un
comportamiento esquizoide de otro paranoico. De la misma forma que
usted, y perdone la comparación, distingue a simple vista una vaca de un
becerro. Su hijo no es ni lo uno ni lo otro.
Y en ese momento, todos nos quedamos callados, porque no sa-
bíamos si se refería a mi catalogación como paciente o como mamífero.
Sabía que mi padre no iba a desaprovechar la ocasión.
- Bueno, vera, creo que tanto mis antepasados como los de mi mu-
jer dejaron esa rama de la evolución, nos gustaban más los árboles.
Don Enrique se deshizo en disculpas.
- No se preocupe – tercio mi padre – entiendo lo que quiere decir.
Y bien dígame. Si no hay un efecto negativo en su rendimiento como es-
tudiante, y eso lo sé, sin embargo si hay efectos negativos en su relación
con los demás. El pierde la conciencia, eso afecta – y lo recalcó– negati-
vamente a su imagen, que en esta edad, es vital. Sus antiguos colegas, so-
lucionan esto con el tratamiento que tiene en la actualidad, quizás no sean
tan comprensivos, pero solucionan el problema.
- No se engañe, Don Manuel, no lo solucionan. Lo esconden. A
costa precisamente de pagar un precio en sus relaciones con los demás
con un distanciamiento, un dejar pasar. Yo recomendaría que se siguiera
ese tratamiento si el caso fuera otro, pero en este no.
- ¿qué podrían conseguir su colega y usted en caso de que decidié-
ramos seguir adelante? Y… ¿Cuál sería el precio?

287
David Moraza Los palacios de Kólob

Mi padre dejó caer lo del precio con doble sentido y dejó a su


interlocutor la decisión de a cuál se refería. Me sentí entado de contar lo
que había conseguido hasta ahora, pero eso solo complicaría las cosas.
Permanecí en silencio. Y entendí el dicho “tiene más salidas que un cura”
- Nos enfocaríamos en el control de la emergencia, no en su elimi-
nación. Trabajaríamos en conocer mejor su inicio y evolución. Buscar un
detonante de su aparición si es que hay alguno. Nuestro objetivo sería
que el impacto de esta experiencia en su vida fuese el menor posible.
Mi padre pensó durante un momento. Yo sabía que mi madre
había tomado una decisión mucho antes. Ella no soportaba verme mer-
mado en mis facultades y se agarraría a cualquier posibilidad. Pero tenía
que contar con su apoyo para aceptar esta opción.
- Bien, en todo esto, hay varios puntos que no veo claros. Mi hijo
va a estar casi todo el día solo entre sus compañeros. No va a estar en una
institución médica. ¿Qué apoyo habrá en esos momentos? Por otra parte,
este caso desde su punto de vista es una oportunidad de estudio. Todo el
material que acumulen de observaciones y relatos lleva la vida privada de
nuestra familia a desconocidos. Eso me preocupa, ya sabe algunos son
famosos por sus dolencias. Y por último el costo de este trabajo debe ser
elevado.
Don Enrique tenía ante sí el momento de aclarar estos puntos sin
la compañía de su colega. Tendría que arriesgarse si quería sacar algo en
claro.
- Tenemos ayuda entre sus compañeros, una chica, Alicia, es de to-
tal confianza. Ella ya le está apoyando. Se omitirá los nombres de su fami-
lia en todos los informes y notas. Y los derechos de sus relatos o conteni-
do de emergencias serán suyos. Pero nos reservamos publicar las conclu-
siones, tratadas de forma anónima. El costo no tendrá que pagarlo usted,
nos conformamos con que nos dé la oportunidad de hacernos cargo del
caso. Será informado semanalmente de toda novedad que haya. No aban-
donaremos la medicación de forma inmediata será paulatinamente y de
acuerdo con ustedes.
Mi padre giró su mirada hacia mi madre que imploraba con su
vista una respuesta positiva.
- Los informes serán semanales, haya o no haya novedad y estarán
fechados y firmados. Este acuerdo se hará por escrito y ante testigos. Si
ustedes cumplen yo cumpliré mi parte que sería aportar mi confianza du-

288
Los palacios de Kólob

rante tres meses. Al término de este periodo veremos si ha habido progre-


sos pero a petición nuestra este acuerdo se puede romper en cualquier
momento. El periodo de tres meses lo incluyo para que ustedes se fijen
metas en ese plazo.
Mi director tenía una expresión desconocida para mí, entre estu-
por y asombro. Su cara estaba ligeramente roja y tenía unos capilares en
las mejillas que nunca había visto. Al parecer solo afloraban en situaciones
especiales. Miraba fijamente a mi padre y yo empecé a dudar de que fuera
a aceptar el trato. Era demasiado, al fin y al cabo solo querían ayudarme.
- De acuerdo – dijo Don Enrique – pero solo pongo como condi-
ción que yo redacte el acuerdo.
- Bien, me parece bien, pero el documento lo traerá en formato
electrónico en una memoria externa, lo repasaremos y si no hay modifica-
ciones por mi parte procederemos a su impresión y firma. Yo, le adelanto
iré con testigos.
- Manolo por favor– dijo mi madre.
En ese momento mi padre apretó las tuercas a todo lo que un
director salesiano de un instituto podía soportar.
- Perdone que le diga, pero hay algo de desconfianza por su parte,
si no se fía de nosotros podemos dejarlo.
- Al contrario Don Enrique, somos nosotros los que ponemos to-
do en este asunto. Porque nuestro hijo y nuestra vida es lo mismo. Si con-
fió en ustedes no será por un papel, ese trato no nos asegura nada ni nos
tranquiliza, sólo es para un mayor compromiso de su parte. Ahora si no
confían en nosotros podemos dejarlo.
Don Enrique no dijo nada, extendió su mano para estrecharla
como respuesta. Y ya en la despedida mi padre concluyó.
- Bien consultaremos mi esposa y yo, mañana lo llamaré al instituto
y le daremos una respuesta. Gracias por todo.
Dios mío, sentí que el suelo se abría ante mis pies. Lo que todos
habíamos entendido como un sí, solo era un preacuerdo. Un sondeo de
intenciones. A su petición acompañe a mi director hasta la calle. En el
trayecto me deshice en disculpas, intentando que entendiera el especial
carácter de mi progenitor. En un momento dado levantó su mano para
indicarme que parase. Antes de salir al portal y encaminarse al aparca-
miento, se despidió de mí con una frase.

289
David Moraza Los palacios de Kólob

- Joder con tu padre


Al regresar a casa tuve que describir el acompañamiento hasta la
calle. Al preguntarme qué fue lo último que dijo, se lo repetí con sus mis-
mas palabras y mi padre dijo satisfecho.
- Lo pilló
Como todos esperábamos la llamada de mi padre fue para con-
firmar nuestro acuerdo en la propuesta.

290
Los palacios de Kólob

Capítulo 13

Los vientos de Kólob

291
David Moraza Los palacios de Kólob

El amigo en cuestión de Don Enrique era de lo más curioso.


Ciertamente tenía una consulta en una zona de clase media de Sevilla. El
lugar daba una impresión positiva. Sin embargo, el aspecto de su colega
era el del clásico sabio despistado. Cosa soportable en alguien dotado de
sabiduría, pero la suya estaba por ver. Algo desastrado, no hasta el punto
de huida, pero el necesario para que mi padre arrugara el entrecejo. Bueno
el entrecejo de mi padre no era preocupante, si era motivo de preocupa-
ción si arrugara los ojos y se mostraran las patas de gallo. Afortunadamen-
te no sucedió. Después de las presentaciones, me quedé en la consulta y
mis padres se marcharon. Todo esto previamente acordado con ellos. Lo
primero que hizo fue preguntarme.
- Que, ¿cómo te van las cosas?
Lo hizo en un tono confidencial. Inclinó su cabeza y la doblo
hacia su derecha. Inmediatamente sentí un espacio de confianza entre no-
sotros. Me comunicó con esa simple pregunta la sensación de que sabía
mucho sobre mí. Que entendía mi situación. ¿Cómo pueden algunas per-
sonas decir tanto con tan poco? No era esa habilidad fruto de su forma-
ción sino una rara disposición de los espíritus a colocarse en un mismo
nivel, simpatizando como si eso fuese lo más natural. Lejos de sentirme
en una consulta consiguió que me olvidara de donde estaba. Se presento
de forma sencilla, se llamaba José Mateo y me pidió que no le llamase
pepe ni Mateo, que era su apellido. Lo que vino a decirme que perfecta-
mente podría habérseme ocurrido hacerlo. Ese supuesto subliminal dis-
minuyó el espacio que nos separaba a la mitad.
- Veras eso de Pepe, quiere decir páter putativo, lo que era San Jo-
sé. Y yo no me siento bien en ese papel. Además lo de putativo me suena
fatal.
Hablaba distendidamente, relajado. Y yo me sentía de la misma
forma. Ese día me habló de algunos conceptos que ya me eran familiares
acerca de la psicología transpersonal. Me mostro su total confianza en la
opinión de Don Enrique y dijo algo que me cogió totalmente por sorpre-
sa.

292
Los palacios de Kólob

- Veras, tú no eres mi paciente. No esperes ninguna cura, no estás


enfermo. Así que nuestra relación será de docencia. Es decir considérame
tu profesor y yo te adoptare como alumno.
- Y cómo lo sabe. Solo me ha hecho una pregunta.
Sonrió antes de contestarme.
- ¿Cómo lo sé? Veras Belisario. Ese cura que conocemos es una
eminencia en su campo. Lo que pasa es que es un cabezón de narices. No
ha dejado la férrea jerarquía de su orden. Podía haber descollado en el
campo de la psicología y no me refiero solo a la transpersonal. Pero…
todos debemos decidir cuál es nuestro camino. Si él dice que eres un tipo
estupendo, para mí lo eres. Como comprenderás Enrique no puede llevar
este asunto porque se buscaría un problema mayúsculo y más ahora que
tan sensible están las cosas con los menores de edad y los curas.
Me habló acerca de otras culturas, no tecnológicas, en las que las
personas como yo ocupábamos puestos de importancia en la jerarquía
social.
- Cada cultura alimenta a los líderes que necesita y esta amigo mío,
ya tiene “resueltas” – hizo una señal de comillas con los dedos– las pre-
guntas de su alma. Fíjate en Julio Cesar. El padecía ataques de epilepsia, si
se hubiese sometido a un tratamiento moderno, posiblemente no hubiera
llegado a ser el forjador de un imperio. Habría sido apartado de la carrera
militar o política. Pero ellos consideraban que esos ataques eran mensajes
de los dioses a personas elegidas. Su época supo aprovechar, a alguien
brillante y capaz, que aquí, por el contrario, sería apartado a un lado, e
hizo de él un líder que ha sobrevivido al tiempo. Tú vienes con un relato
del mundo diferente y lo haces de forma inexplicable y este relato no re-
suelve ninguno de los problemas importantes del momento, así que te
consideran el problema. Nosotros vamos a trabajar en dos aspectos, la
ocultación de síntomas y la comprensión de tus emergencias.
Aproveché mi condición de alumno y le hice algunas preguntas.
- Por qué ha dicho resueltas entre comillas, es que no cree en la
ciencia y sus respuestas.
El sonreía de nuevo. Cogió un papel y dibujó varios círculos con-
céntricos y a un monigote junto a la primera circunferencia interior. Su
tono era íntimo y pensé que compartía conmigo sus descubrimientos per-
sonales, sus joyas.

293
David Moraza Los palacios de Kólob

- Veras, nuestro amigo – señalo al monigote– quiere saber lo que


hay más allá del círculo y puede ver algo, pero la bruma le impide conocer
todo. Entonces crea hipótesis de acuerdo a su cultura, es decir a todo lo
que tiene a mano, incluido el pensamiento científico. A medida que avan-
za, va recogiendo datos y confirma alguna de sus hipótesis, pero el círculo
aumenta aún más las preguntas y las dudas de lo que no sabe. Y la bruma
vuelve a ocultar su visión. Se da cuenta que el pensamiento científico
también está dentro del círculo y sujeto igualmente a la bruma. Entonces
vuelve a crear hipótesis de nuevas.
- Entiendo – comenté–
- Entonces vienes tú…
Se paró un instante y me miró, como si lo hiciera por primera
vez, con asombro. Después de una pausa, continuo, de forma animada.
Dibujo otra figura en la parte exterior de los círculos con una flecha hacia
el centro.
- …vienes desde fuera en dirección contraria, contando tu relato. Y
amigo mío no hay ninguna hipótesis que diga que alguien puede venir
desde esa dirección, porque hay solo hay bruma. Caminas desde ella en
contra del tiempo. No saben qué hacer contigo. Entonces hacen otra
hipótesis, y esta dice que padeces una variante de esquizofrenia. La cues-
tión es ponerte en algún sitio y retirarte de la política.
Estuvimos repasando mis logros en el control de las emergencias
y pareció satisfecho con lo realizado hasta ese momento.
Para satisfacción de mis padres seguí tomando haloperidol, pero
en pequeñas dosis. Me ejercité en la vigilancia en segundo plano. Creamos
una especie de programa que trabajaba de forma casi inconsciente. Una
vigilancia residente en una parte de mi conciencia que solo me restaba
algunos recursos de mi atención. Le pusimos un nombre, Loki. El nombre
correspondía a un dios escandinavo, astuto, algo loco y poco de fiar. La
verdad, no muy apropiado para una función de vigilancia, pero también
era el nombre de un perro que tuvimos y al que quisimos hasta que murió.
Por esa razón José aceptó el nombre.
Debía anotar cada día cuantas veces era consciente de Loki y si lo
hacía con frecuencia o de forma aleatoria. Empecé a llevar un diario don-
de debía anotar de forma sucinta toda la actividad de Loki. Anotaba mi
estado de ánimo por horas, en una escala de 1 a 10. Preocupaciones y su
intensidad. La existencia de algún tic. Cada día debía escribir todo ello a

294
Los palacios de Kólob

mano en un libro y mandar copia escaneada por e–mail a José. El objetivo


era cazar el patrón o el síntoma de la llegada de la emergencia. Había que
ampliar la zona de seguridad en la aparición de esta. Localizar la pequeña
brisa que trae la tormenta era una tarea de detectives. Todo el programa
de mantenimiento de Loki estaba cuidadosamente organizado de forma
que tuviera el menor impacto en mi horario. Poco a poco empecé a sen-
tirme orgullosos de mi tarea, estaba creando un mecanismo perfecto de
ejecución impecable. Esa disciplina me ayudó a recobrar confianza en mí
mismo.
Se acercaba el tiempo en que prescindiríamos de mi hermano hal y de
probar a Loki en condiciones reales.
Alicia se convirtió en una amiga especial. Nos sentíamos cómpli-
ces, no en delito alguno, pero sí en algo prohibido. El ir contracorriente
en algo que por naturaleza era desacreditado por muchos, nos hacía pen-
sar en nosotros como en luchadores de la resistencia. Resistencia a admitir
que la magia no existía y que podrían existir otras historias diferentes del
mundo. Alicia estaba empeñada en escribir mis historias en tono noveles-
co, creía que podría ser un éxito.
Un mediodía llegué a casa del instituto. Y vi una nota en la mesa
de la cocina. Mi hermana Mari había sido ingresada aquejada de fiebre y
cólico. Habían salido a urgencias al hospital García Morato. Instintiva-
mente miré mi móvil y tal como suponía estaba en modo silencio. Había
olvidado cambiar a modo normal y tenía varias llamadas perdidas. Des-
pués de comer algo llamé a mis padres. Al parecer no era nada grave, lo
más seguro apendicitis, pero había que intervenirla. Después llamé a Ali-
cia, ella siempre debía saber cualquier cambio en mi rutina, que eran
usualmente pocos. Me encontraba algo nervioso, debía ir al hospital y no
me atreví a pedirle a Alicia que me acompañara. Le dije que me quedaría
en casa.
Eso intenté, pero sentía que debía estar con los míos y salí a coger
el autobús. La línea 21 salía de la carretera Su Eminencia y pasaba por el
campo de futbol del Real Betis y después se encaminaba al aseo de las
palmeras. Toda mi familia por parte de mi madre, era de la afición sevillis-
ta y mi padre en clara contraste era del Betis. Más que nada por llevar la
contraria, cosa que le encantaba en ocasiones. A mitad del recorrido esta-
ba el hospital. Yo nací en ese hospital García Morato, en un 5 de Abril
lluvioso. Mi padre me contaba que ese día llovía de forma torrencial y ha-
cia viento. Cuando miró por la ventana, donde nos encontrábamos yo y
295
David Moraza Los palacios de Kólob

mis coetáneos, se quedó espantado de mis casi cinco kilos. La gente pre-
guntaba de quién era ese niño tan grande y que lloraba tan fuerte. Nadie
lo creía cuando decía que él era el padre de la criatura. Usted– decían–
usted no puede ser. Esa fue mi entrada en este mundo, dando el cante, y
ahora seguía en lo mismo aunque por otras razones y de otra forma.
Viajaba en el autobús mirando pasar las palmeras que flanquea-
ban la carretera Su Eminencia, eran altas pero desangeladas en la cúspide.
Quizás esa misma altura empequeñecía los méritos de sus copas. A mi
izquierda, en el horizonte, la torre de la Universidad Laboral, me recor-
daba los exámenes que se acercaban. Siempre esa imagen emergente, pro-
vocaba una pequeña presión en mi estómago. Una presión parecida a la de
una bola de plomo en un colchón de gomaespuma. La presencia de esa
torre lejana hundía el espacio a mi alrededor lanzándome la influencia de
una pequeña depresión hasta mi espíritu.
Loki saltó de improviso.
La depresión producía un tirón muy familiar hacia el miedo, el no
saber si podré superar las pruebas de química o el examen de funciones
derivadas. La persistente dificultad en plantear una ecuación y despejar las
incógnitas. Toda esa materia intelectual gravitaba con rabia y de forma
impersonal. Sin necesidad de saber mi nombre. Yo solo era un objeto en
su campo, deformando mi espacio como si fuese suyo. Loki saltó de nue-
vo, había detectado un movimiento extraño en mi estado habitual, un des-
lizamiento hacía una fantasía sin control. Me avisaba que me estaba dejan-
do llevar, sin embargo era la atracción de ese horizonte singular el que me
arrastraba sin remedio al agujero negro de la torre. Le pedí al Capitán Kirk
potencia máxima, había que salir de la trampa. Toda la tripulación se diri-
gió a los puestos de emergencia. La nave vomitaba chorros de plasma en-
loquecido por sus toberas. Vibraba por el esfuerzo y por un momento se
mantuvo en el horizonte de la singularidad, pero se producía una lenta
derrota hacia la popa. Yo y la Enterprise navegábamos sin control en el
rumbo. Aún no había notado ese embudo que en otras ocasiones me tra-
gaba, pero ya detectaba su gravitación radiada desde la aguja de la torre.
En medio del recorrido se encontraban algunos barrios de ambiente de-
primido y de gran nivel de delincuencia. Veía acercarse el barrio de las dos
mil viviendas a mi derecha. Y presentía que esa parada sería la mía. A tres
paradas del Hospital. Un mal sitio para ocultarse, peligroso y solitario. La
policía no solía entrar en él. Tuve el acierto de llamar a Alicia.
- Dime Beli
296
Los palacios de Kólob

Respondí de forma entrecortada


- Alicia, no llego…al hospital. Me bajo en las dos mil viviendas.
- Joder Beli, bájate en San Felipe más adelante. Aguanta.
- …no puedo… no llego. No vengas sola.
- Deja la línea abierta, no cuelgues.
- … lo siento… de verdad… lo siento
Después de mis disculpas y tras casi desearle un buen día – no
puedo evitar mis cumplidos– fui el único viajero que se bajo en la parada.
La fachada del barrio que daba a la carretera se asemejaba al escenario de
una guerra urbana. Podía haber servido perfectamente como exteriores a
una película bélica. Me puse las gafas, pero no los cascos. No quería atraer
la atención sobre mi móvil. Buscaba un lugar donde sentarme y donde
Alicia pudiera encontrarme. Pero no existían bancos, o más bien sólo
quedaban las señales de sus anclajes. Empezaba a sentir cómo se iba mi
atención y mi visión. ¿Cómo era posible a pesar de que hablé con hal esta
mañana?
Camine por la calle, ante las miradas curiosas de algunos individuos con
pintas nada tranquilizantes.
Intenté parecer un colgado, no era la primera vez que me con-
fundían con uno, empecé a murmurar palabras inconexas, todo para con-
fundirme con el paisaje. Caminé dando tumbos y seleccioné una tapia lle-
na de heces y basura como lugar más seguro de mi espera. Aún en el bor-
de me asombré de las decisiones lúcidas que estaba tomando y acabé con
un solo pensamiento. Al final, Loki, ese dios escandinavo, no era tan ma-
lo como dicen. Después de eso todo se hizo oscuridad.
Una oscuridad profunda y consciente que se extendía ante noso-
tros sin revelar toda su vastedad, pero soplando hacia nuestra mente una
brisa de temor que nos calaba hasta el centro. Sentíamos que la oscuridad
era alguien y nos observaba. Sin ojos sin palabras, pero con una concien-
cia tan intensa que su flujo nos llegaba como olas en una playa. Solo nos
manteníamos firmes en ese lugar gracias a nuestra formación en cuña y a
un entrenamiento largo y constante. Pensar en la soledad en un lugar así
desquiciaría al más fuerte de nosotros. Y sin embargo todos salimos de
ese oscuro océano, tan ajeno a nuestros afectos y apariencia.
La gran ventana de la inteligencia, nos enmarcaba como objetivos
de su atención. Desde esa profundidad éramos observados como un cu-
riosos cuadro, un punto de luz lejano atrayendo la atención de esa colosal

297
David Moraza Los palacios de Kólob

polilla buscadora incansable de vida y conocimiento.


Habíamos pasado las cinco salas de la creación y nos encontrábamos en la
sala del maestro formador, un ser denso y poderoso. Su presencia era cáli-
da pero terrible. El vivía al borde del abismo y mantenía la calma de una
espiga junto a un rio impetuoso. Su nombre era Tobán. No pertenecía a
ninguna de las eras, no era un habitante de Kólob ni lo fue en su pasado.
Pertenecía a la casa del Gran Gnolaum y adscrito a ella y no a ningún
mundo que conociéramos, podía oficiar aquí como en cualquier otra de
las creaciones exteriores. Emanaba un dominio de sí y de su oficio que
provocaba admiración, era una influencia que iba más allá de su contorno
físico, una especie de aureola que no me atrevería de decir que fuera visi-
ble, pero ciertamente era notable. Sus rasgos eran sólidos, palabra que
para nosotros no existía en la vida normal, pero que adquiría una consis-
tencia indescriptible ante la presencia de un ser denso como aquel. Su voz
producía reverberaciones no solo en nosotros sino en el aire que nos ro-
deaba, era como estar ante el rugido del viento o la caída de una cascada.
Tan solo la consistencia de su voz nos hacia estremecer. Y eso entendí
que era necesario ante el desafío que teníamos por delante. El era nuestro
anclaje en la razón, nuestra cuerda de seguridad para regresar a Kólob. Su
voz y su presencia eran necesarias en la retaguardia de nuestra formación
para asegurar que no perdíamos la forma ni la cohesión.
Nos reunió antes de tomar el camino que nos conduciría a la ven-
tana. Era la primera vez que iba a encontrar lo que siempre había sabido
por otros labios. Yo era neófito en esta maniobra y todos me miraban
curiosos por ver mi comportamiento, quizás todos recordaban su primera
vez al verme. Empezó dándonos una cordial bienvenida y reconociendo
nuestro trabajo realizado hasta este momento. Tuve una sensación extra-
ña, parecida cuando escuché a Carolo, el perceptivo sin forma, sin embar-
go Tobán emanaba una sensación de ser completo, de alguien que ha lle-
nado su medida hasta rebosar. Lo que para mí representaba un desafío sin
precedentes para el sólo era un leve rizado en su superficie.
- Es para mí un placer encontrar alteradores y formadores de tan
alta preparación en mi sala. Representáis lo mejor de la casa Silam. Vues-
tra madre está muy orgullosa de vosotros y vuestro padre habéis de saber
que ni una sola flor se abre en Kólob sin que él la contemple. Ahora mos-
traremos que sabemos llegar hasta el final.
Caminamos a su espalda, estaba ataviado con las ropas de un
maestro de sala. Túnica azul oscura ribeteada de oro, ceñida con cinturón
298
Los palacios de Kólob

del mismo color, suelta hasta arriba de los tobillos. Mangas anchas hasta
arriba de las muñecas. Encima de su túnica un sobretodo de color arena.
Sus insignias en su hombro derecho. Caminaba despacio. Y sus ropas os-
cilaban acompasadamente. Toda esa materia textil, densa moviéndose con
elegancia daba un toque majestuoso a su portador. Todos deseábamos
llegar a ese estado, para poder adquirir dominio sobre los lugares densos.
Llegamos a la antesala de la ventana de la inteligencia. Era un lu-
gar cerrado de una luz cenicienta. Se accedía a esta sala cruzando un pórti-
co ricamente elaborado con dos imágenes casi tres veces del tamaño natu-
ral de una persona. Mostraban a dos maestros de sala extendiendo su ma-
no derecha hacia el acceso a la ventana. Toda la bóveda sobre nosotros
estaba cruzada de una abigarrada exposición de follaje, plantas, ramas en-
trecruzadas de admirable ejecución. La altura y la formidable multiplicidad
de detalles daban la impresión de movimiento, de estar vivo. Pero la apa-
riencia era pétrea, pobre palabra para expresar el aspecto de las construc-
ciones en Kólob.
Tobán nos pidió que formáramos en nuestras posiciones de gru-
po. Misón como responsable en el centro adelantado, como vértice de la
cuña. A ambos lados izquierda y derecha como formadores a Caliandro y
Melen. Atrás como formadores de grumos Quebel y Celem, Moses y Ali-
nia. Alinia había sido incluida debido a mi llegada, de modo que habría
dos parejas de formadores de grumos. Al final como Alteradores o bati-
dores yo y Corina. Varones a la izquierda y mujeres a la derecha, mirando
hacia la oscuridad. Tobán tras Misón, en el centro de la cuña. En ese pun-
to y a treinta pasos del último pórtico, Recibimos las últimas instrucciones
de nuestro maestro de sala, que por momentos se convertía en el mayor
consuelo y protección que podíamos anhelar.
- Mis amigos – todos nos sentimos honrados por ese título– es de
vital importancia que conservemos nuestra formación con exactitud. Ya
sabéis que, os sentiréis completamente solos. Porque básicamente todos
estamos solos ante la eternidad. Vuestro entrenamiento os ha provisto de
una coordinación excepcional. Conocéis hasta el ritmo de respiración de
cada uno, sabéis conservar la posición incluso después de horas sin visión.
Habéis de confiar en lo aprendido y practicado miles de veces.
Sin embargo cuando lo que hay al otro lado os mire, os perturbará y cim-
breará profundamente vuestro espíritu. Hoy solo mantendremos la forma
y nuestra templanza. Hoy lo oscuro sabrá que sois un equipo de poder.
Que sabéis mantener la mirada de lo completamente impersonal. Hoy
299
David Moraza Los palacios de Kólob

conocerá que los hijos del Gran Gnolaum siguen conservando su centro
inmóvil, ante el embate de las densas y oscuras olas del océano de la inte-
ligencia.
Marchamos despacio, manteniendo nuestra formación, como si
en ello nos fuera la existencia. A quince pasos de la entrada, empecé a sen-
tir cómo mi mandíbula se cerraba herméticamente temiendo alguna tem-
pestad extraña. Misón al frente rebasó el dintel del pórtico. Este flan-
queado por dos colosos que de espaldas miraban hacia la oscuridad, refor-
zaban nuestra atención a lo que hacíamos. Tobán ocupaba el centro
geométrico de esa falange que se adentraba en lo desconocido. Una vez
que Corina y yo rebasamos esa línea, nos hallamos inmersos en una oscu-
ridad total, no había ninguna luz, que desde la sala anterior, nos guiara en
aquel sitio. Caminamos durante unos minutos que se hicieron eter-
nos y para mi asombro empezamos a hacerlo por una pendiente ascen-
dente, una especie de colina. La consistencia del suelo era arenosa y uni-
forme. Caminábamos a través de un lugar desierto y lúgubre, parecía no
estar hecho para nuestra presencia. Empecé a sentir una opresión en mi
pecho cada vez más intensa, una tristeza dulce me invadía invitándome a
parar y dejar pasar las cosas. Al cabo de un tiempo Tobán susurró a Misón
y este nos dijo que parásemos. Nos encontrábamos en una pequeña mese-
ta sin bordes definidos. Podíamos ver sólo un pequeño círculo a nuestro
alrededor, no identifiqué ninguna fuente de luz de aquella fosforescencia
parda.
Yo sabía lo que iba a ocurrir ahora. Pero no estaba preparado
para ello. Tobán empezó a cantar su canción de llamada. Pero su voz no
sonaba como antes de cruzar el dintel. Su voz era sólida se extendió al
frente como si abriese unos brazos, hasta ahora desconocidos. En ese
silencio formidable, su voz potente y vibrante nos clavo al suelo como
estacas eliminó nuestros temores como el embate de un torrente de agua
que bajase de la montaña.
Al que habita en el profundo abismo
Al que acuna en sus olas las inteligencias dormidas
Volvemos a ti, maduros y formados
Contempla a aquellos que flotaban en tu seno
Somos los hijos de los antiguos y grandes
Somos los que soportan la mirada terrible
Aquellos que durmieron en el profundo abismo.
Si en ese instante, hubiese habido algún defecto en nuestra posi-
300
Los palacios de Kólob

ción o nuestro enfoque, esa canción de llamada habría alineado cada


partícula de nuestra mente como los polos de la Tierra orientan una
brújula, y disipado cualquier temor que no fuese el de fallar.
Ante nosotros empezó a dibujarse un tenue horizonte, como el de un
atardecer que se recuerda y que no se ve. Una línea delgada y lejana
cortaba como un cuchillo la oscuridad y la escena de un invierno, os-
curo, pasado y melancólico se perfilaba ante nosotros. Poco a poco
pude entender por qué le llaman el oscuro mar. La impresión de su
vastedad era tal que solo la sensación que se tiene al ver los mares de
Kólob por primera vez se le puede comparar. Era oscuro y conscien-
te. Había un límite, tenía contorno, pero este contorno era fruto de un
antiguo pacto con nuestro padre. Una deferencia hacía alguien que era
digno de someter los bordes de ese voraz lugar. No era lugar para la
reflexión ni momento, saturados como estábamos de esa visión, pero
más tarde nuestra admiración por nuestro padre creció en gran mane-
ra al no poder ni imaginar cómo podía sujetar al negro abismo en sus
límites.
Pequeñas olas lamian la playa solitaria, olas como latidos de algo
que lo habitaba. Y al paso de un caminante, subió hasta nuestra coli-
na, el conocimiento terrible de nuestra pertenencia a esas oscuras
aguas. Un conocimiento extraño, sin palabras, y que venía de fuera.
Ese conocimiento ascendió a nuestra pequeña colina y nos hizo sentir
nuestro origen y por primera vez vimos aquello, nuestra infancia.
Pensaba que de mi interior se extendían filamentos finos y brillantes
que se introducían en esas aguas y que absorbían sensaciones olvida-
das. Flotar en la oscuridad. Pensar en vacio sin ningún apoyo donde
sostener la atención. Ser solo una mirada, sin ojos ni rostro. Consistir
en una posibilidad una promesa constante. Albergar en algún lugar sin
contorno, vagas sensaciones de pensamientos que no llegan a formar-
se como tales. Embriones sin tiempo, eternos, sin principio. Nada en
mis manos, ninguna palabra en mis labios, ningún color en mis ojos.
Silencio constante, ni siquiera el ruido de mi aliento. Sin embargo una
clara sensación de ser algo, de consistir, de ser parte, de albergar una
sola chispa, como una semilla enterrada en el terreno prometedor de
la conciencia.
Descubrir de pronto esa infancia olvidada, ver la cuna de nuestros
espíritus. El origen de nuestro centro, sacudió nuestra mente de tal
forma que Tobán solicito a Misón un rápido retorno a la disciplina de
301
David Moraza Los palacios de Kólob

las premisas. Era la única garantía de la integridad de nuestro ser.


Como la gota que se aferra a la hoja donde está, y esa adherencia le
salva de perderse en el torrente de abajo. Así nosotros debíamos ad-
herirnos a las premisas para no caer en ese océano del que partimos.
Nuestra individualidad de contornos definidos, hermosa y única era
posible gracias a nuestros padres. Pero las premisas en nuestras ma-
nos demostraban al oscuro, que aquel desprendimiento de su sustan-
cia no había sido gratuito, pues retornaba crecido y rico de impresio-
nes.
Yo sabía, pues se me enseñó, que una vez recordada nuestra in-
fancia, vendría el momento de la mirada. Aquello saldría del oscuro
océano y se acercaría a nosotros para observarnos a cada uno y se es-
peraba que soportáramos su mirada sin pestañear. Pero no había pre-
paración para lo que conocimos. No vino a paso de caminante como
nuestra infancia. Nos vimos de repente a orillas del gran océano. Sus
olas batían rítmicamente la arena suave bajo nuestros pies. Yo obser-
vaba con miedo, cómo las aguas, subían perezosamente a pocos pasos
de Misón y rogaba en mi interior que no pasaran de ese punto. Perdí
atención en las premisas. Noté la mano de Tobán en mi hombro. Pe-
ro no escuché que dijera nada.
Me concentré con todas mis fuerzas en el valor de la posición, de
la esperanza y del enfoque. Busque cualquier resquicio de convicción
en mi alma para aferrarme en ese momento a las tres letras vocales de
nuestra alma. Me esforcé en mostrar el enfoque, o el valor de la liber-
tad, me concentré en nuestra primera premisa ¿qué es la libertad?, de-
bía de sentir en ese momento oscuro, de miedo, la aportación que la
libertad había hecho en mi alma. Sería la primera cosa que habría de
portar en mis manos, colocadas en forma de cuenco a la altura de mi
pecho. Hacerlo sin palabras, detectar en mi alma, el resultado de
sumarle la libertad como un don recibido en mi nuevo mundo. Cuan
hermosa es la libertad, cuánto me hace crecer. Debería de convertirme
en un niño que atrapa un pajarillo y corre a mostrarlo a su padre. Pero
ese padre terrible había llegado. Sus aguas de miel negra envolvieron
mis pies con un abrazo denso y envolvente. En mi mente se reveló
una pregunta sin vocales ni consonantes. Era la pura duda, una pre-
gunta del reino mineral en su consistencia y que no admitía otra cosa
que no fuese la consistencia o la vuelta.
– ¿Quién eres tú?
302
Los palacios de Kólob

Era una pregunta realizada por algo impersonal. Nuestros esque-


mas de relación daban por hecho que al otro lado de una pregunta
siempre hay alguien que la formula. Incluso un fantasma es alguien.
Un árbol es un alma viviente. Una piedra es algo que vemos y cono-
cemos. Hay historias de columnas que esperan a que se les llame y
montañas que como madres ofrecen joyas escondidas a los que bus-
can en sus entrañas. Pero nada nos prepara cuando el oscuro océano,
lo completamente ajeno, te pregunta quién eres.
Empecé a moverme de forma involuntaria, luego supe que eso
era temblar. El pánico se apoderó de mí. Pensaba en espasmos, como
vómitos repentinos. El enfoque… el deber yo era una persona con
deberes… y libertad. Empecé a concentrarme con un solo dedo libre
enganchado a ese clavo, el del deber, el del enfoque. Qué importante
es tener un deber en nuestra vida. Cuando estaba en mi infancia no
los había. Solo flotaba allí si nada que hacer. Ahora que he entendido
el bien y el mal tengo un enfoque en mi alma. Eso he recibido en este
nuevo mundo. Tenía que extender mis dos manos hacia delante con
las palmas hacia arriba para que el oscuro pudiera ver mis deberes, en
las palmas de mis manos, ellas realizaban esos deberes. Yo era impor-
tante era alguien porque tenía deberes morales, no solo tareas sino
formas correctas de ser. ¿Y no es eso algo grande?
Pero me faltaba el valor de extender mis manos, tenía pánico a
tocar algo delante de mí. Eso estaba allí y me observaba, yo estaba en
el interior de su ojo, como una mota flotando y su párpado se cerraba
frente a mí en forma de horizonte. Me esforcé y poco a poco separé
mis manos, que parecían haber estado siempre juntas. Hacerlo y ex-
tenderlas significo lanzarlas a un viaje desconocido, entregarlas a la
oscuridad al terror de palpar aquello. Eso de ahí fuera podía tomarlas
y arrastrarme con ellas, pero yo solo quería mostrárselas, decirle “Mi-
ra, tengo manos ahora”
Supe que era posible llorar sin lágrimas, esperaba piedad en algún
lado, anhelaba que la misericordia se produjese en algún lugar cercano
y que alguien me observase desde allí. Pero aquel era un lugar sin mi-
sericordia.
El agua oscura ascendía por mis rodillas apoderándose de mí una
languidez infinita, lejana. Un deseo de ser mecido, de acurrucarme en
un rincón y olvidarlo todo.

303
David Moraza Los palacios de Kólob

- Me llamo Kozam,
Escuche decir, me pregunté quién hablaba en mi nombre, cómo
era eso posible.
- Soy del linaje Jana, cuarta era
Las palabras brotaban en mi mente por la inercia de la práctica,
por reflejos. A eso me reduje. Ofrecí mi pajarillo a la voracidad infinita
que me rodeaba y pensé que no sería nada que pudiese satisfacer. Aquel
era el lugar sin misericordia, sin amor. No había tolerancia ni compren-
sión. Solo la justicia imperaba, y yo estaba fallando.
Notaba cómo ascendía por mi cuerpo la disolución de mi ser. Iba
combinándome como el azúcar en el agua. Devolvía todo lo aprendido,
mis recuerdos al oscuro océano, como el pescador al que se le requieren
todos los peces capturados durante su vida y los va entregando uno a uno.
Entonces sentí que junto con el agua ascendía también una cuestión plan-
teada en los mismos términos que la anterior.
- ¿Qué haces aquí?
Me sentía incapaz de contestar, había abandonado toda esperanza
de volver con honor o si acaso volver de una pieza. Y ya resignado a mi
suerte notaba como mi cuerpo ligero y tembloroso se disponía a entregar-
se, vencido.
En ese momento de renuncia a cualquier resistencia, vino a mi
mente una imagen desconocida. Una flor. Su color amarillo y una pregun-
ta entre sus pétalos “madre Jana ¿de qué color la quieres?”. Corrí hasta esa
flor, quería llevarla a palacio. Hablaría con el guardián de la puerta y ten-
dría que dejarme pasar porque ella se acordaría de mí y de su encargo. Me
daría la piedrecita colgada a mi cuello y me conduciría ante la columna
Oblishi, después de una reverencia, la esperaría en el jardín.
La esperanza es la tercera de nuestras premisas. Quizás la mayor
de todas, pues exige libertad y deber. Podemos ser libres pero sin esperan-
za, podemos ser rectos como árboles de un bosque pero ser sin esperanza.
Para ella es necesario tener la chispa inextinguible. Extendí mis brazos, ya
sin fuerzas los abrí a pesar del plomo que había en ellos y le mostré que yo
era débil y no quería compasión, pero que tenía algo que mostrar, tenía
una esperanza.
- Vengo a buscar una flor, es para Jana, mi madre. Y la arrancaré de
ese prado oscuro de donde vine. Sé que está allí en algún lugar.
Me aferré a esa esperanza como si colgase de ese simple tallo so-

304
Los palacios de Kólob

bre un abismo y temí se quebrara en cualquier instante. Pero poco a poco


la mirada bajaba, retrocedía como la vuelta de una ola de regreso al mar.
Resonó la voz de Tobán.
- Avanzad.
Esa orden estallo en mi nublada mente como un relámpago. Co-
mo un autómata caminé como tantas veces lo había hecho antes, hasta
una posición avanzada, invirtiendo la cuña inicial en una uve. Esa sería la
posición en la que proyectaríamos nuestra alteración. Pero antes de eso
deberíamos aclimatarnos mejor hasta alcanzar cierta estabilidad y garantías
de éxito. Solo Tobán juzgaría la llegada de ese momento.
Permanecimos en esa posición, la de alteración, durante el tiempo
de atención, es decir mientras el oscuro océano tuviese a bien prestárnos-
la. Y era imposible no sentir sobre mí esa mirada aplastante que parecía
atravesarme y desbaratar por momentos todo proyecto de conciencia per-
sonal, nuestra conciencia parecía agrietarse ante la mirada oscura. Parecía
querer demostrar lo frágil de nuestra recién adquirida humanidad y dejaba
patente que sólo desde ese oscuro lugar nace toda vida.
De forma repentina, su mirada cesó y así como el naturalista cu-
rioso cambia de interés al buscar otro insecto, de esa forma ceso su inte-
rés en nosotros. El cambio fue tan brusco que casi rompemos nuestra
formación cayendo al suelo. Tal fue la liberación de la enorme presión que
había. A una voz de Misón dimos media vuelta y la cuña quedó mirando
hacia el inicio del recorrido. Para mi sorpresa, podía ver las estatuas de los
maestros formadores que nos miraban alentándonos a llegar. No entendía
como el regreso era tan corto cuando la ida, a mi entender, fue larga y
prolongada. ¿Dónde estaba la pendiente? ¿Y el suelo arenoso? Sentimos el
pavimento sólido bajo nuestros pies en un tiempo muy corto.
Mientras me acercaba al dintel de la puerta, de vuelta a la antesala,
miraba la estatua a mi derecha, con su brazo derecho extendido hacia de-
lante, es decir hacia la escena de mi espalda. Nunca imaginé una experien-
cia parecida. Terrible pero a la vez atrayente. La mezcolanza de sentimien-
tos era turbadora. Podría jurar en ese momento que sería la última vez que
enfrentaría ese reto y por otra parte me había golpeado hasta sacar de mí
un sonido desconocido, como una campana que no sabe de su condición
hasta que el badajo la golpea. Caminaba de vuelta con la clara impresión
de haber fallado, el toque en mi hombro de Tobán, llamándome al orden,
me quemaba como si su mano hubiera sido un hierro al rojo.
Todos estábamos excitados al entrar en la antesala. Tobán nos condujo
305
David Moraza Los palacios de Kólob

inmediatamente a una sala anexa preparada para la recapitulación. Tenía-


mos que analizar la ejecución de todo lo realizado en el otro lado. Como
es de rigor, Misón tomó la palabra.
- Bien quiero felicitaros a todos. Ha sido una prueba de gran dure-
za. Parecía que el oscuro océano no terminaba de aceptarnos como cami-
nantes en sus playas. Pero al final todo ha salido bien. Alguna dificultad,
pero superada.
Moses levantó la mano para pedir la palabra. El está delante de mí
en la formación. Misón le invitó a hablar.
- Ciertamente Misón, hemos salido con cierto éxito. Pero nuestro
flanco izquierdo casi se vino abajo. Creo que hemos estado a punto de
caer.
Yo sabía que Misón era consciente de ello, pero supuse que no
quería admitirlo delante de Tobán, en definitiva éramos su equipo y su
prestigio.
- Si, correcto – respondió Misón – no cabe duda que todos hemos
notado algunas dificultades, es lógico, hemos tenido cambios, incorpora-
ciones nuevas. Nada que no se pueda mejorar con práctica.
Moses parecía incómodo y renuente, pero levantó de nuevo la
mano. Misón solo asintió con seriedad.
- Vamos a ver. Quiero explicarme bien, porque no me mueve nada
que no sea el éxito de nuestra misión, en la que tanto esfuerzo hemos rea-
lizado durante tanto tiempo. No es la primera vez que algunos de noso-
tros enfrentamos un encuentro en la oscuridad que nos mira, de ahí fuera.
No creo que haya nadie, salvo los maestros de sala, seres densos como
Tobán, que sean capaces de encajar algo así sin perder la calma. Pero hoy
he notado la debilidad en el flanco izquierdo, en el mío, no en el derecho.
Y temo que sea una debilidad de consistencia en las premisas. Y si esto
vuelve a ocurrir, todos podemos irnos despidiendo de nuestra meta y ofi-
cio.
Corina saltó de su asiento y se adelanto a mi intervención. Pues
era claro que se refería a la única incorporación nueva en ese flanco, que
era yo.
- Bien, Moses, y si es así ¿Quién nos asegura que la grieta no ha si-
do por ti?
Tobán miraba escrutador nuestro debate. Y yo me levanté sin
pedir la palabra. Todos me miraban.

306
Los palacios de Kólob

- Moses tiene razón. Lamento lo que ha pasado. Esta experiencia


me ha superado hasta el punto de que el propio Tobán tuvo que llamarme
al orden durante la subida de la infancia. No voy a ocultarlo y os pido que
consideréis mi…
Quise continuar y pedir mi baja del grupo para no representar un
obstáculo al resto. Pero en ese momento Tobán se levanto.
- Amigos míos. Ha sido para mí una grata experiencia haber cami-
nado por las oscuras playas en vuestra compañía. Nos despedimos por
hoy y recibiréis mi llamada en un tiempo prudente y próximo. Kozam,
Moses y Corina deben permanecer aquí.
Uno a uno los asistentes tomaron la salida en silencio. Terminada
la reunión. Tobán se dirigió a nosotros.
- Misón, amigo mío, te felicito por el trabajo de tu grupo. A pesar
de los desafíos que has tenido al integrar a nuevos alteradores, lo están
encajando con maestría. Tu labor ante los maestros de sala es bien valora-
da. Ahora te ruego que la unidad en tu equipo continúe mostrando total
apoyo a Kozam. Gracias Misón, puedes retirarte.
Nunca me acostumbraré al afecto y sinceridad con que los más
poderosos se dirigían a nosotros. Siendo mi madre misma, mi madre Jana,
la más grande, quien más humilde y cariñosa se mostraba.
- Corina, quien como Corina para alentar y apoyar. No puedo ima-
ginar una mejor compañera y amiga en los trabajos y difíciles desafíos de
la Casa de Silam. Te ruego a ti también que sigas apoyando a Kozam co-
mo tu par en la lid. Hay una razón para todo y todos entenderéis en su
momento. Pero la obediencia siempre está antes de cualquier momento
correcto. Gracias Corina puedes retirarte.
Y me quedé solo con un ser denso que no era mi madre. Era una
persona completa y emanaba poder en cada aspecto de su persona. Su
cuerpo denso y fuerte, milagrosamente reproducía cada intención de su
alma. Yo veía como su afecto por nosotros no quedaba solo en una emo-
ción sino que esculpía en la materia una sonrisa semejante. El podía modi-
ficar su materia viva, de forma directa, con un control total. Su voz no
solo se dirigía a nuestra mente sino que hacía vibrar el aire de Kólob. Su
cara reflejaba su alma con una fidelidad pasmosa. Ni el mejor escultor de
Kólob, podría, con los elementos que disponía, reproducir las cualidades
del alma con la maestría que un cuerpo denso mostraba a su dueño. Kó-
lob mismo encajaba en su persona como si fuese parte de su vestidura. La

307
David Moraza Los palacios de Kólob

sensación de plenitud que emanaba me hacia contemplarle maravillado. Y


sin embargo el rogo a Corina, no le ordenó como pudiese corresponder a
su nivel, ni siquiera le pidió.
- Y bien Kozam, creo que interrumpí algo que ibas a decir.
- Bueno, creo que debo abandonar el grupo. He estado a punto de
echarlo todo a perder.
Tobán no sonrió, sino no más bien se rio y me miró divertido.
Guardo silencio durante un tiempo mientras me atravesaba con su mirada.
- Hace mucho tiempo, yo habitaba, como humano, sobre una tie-
rra llamada Elamba, vivía con mi familia. Era el hijo mayor de mi padre, el
se llamaba Melkar un… cuidador de mayons. Como hijo mayor tenía que
ser el que llevase los animales a pastar en la montaña. Teníamos dos ma-
chos reproductores, las joyas de nuestra familia. Los mayons es una raza
que se reproducen sólo en cierta estación y solo admiten a dos machos en
la manada. Teníamos a un enemigo común ellos y yo. Los boxtar, eran
depredadores fieros y peligrosos a los que había que hacer frente. Yo era
el mayor, pero era joven y temía a los boxtar y sólo contaba con mis pie-
dras y mi lanza. Teníamos dos estrellas en nuestro mundo, nuestra estre-
lla nocturna Belka, iluminaba con su luz rojiza la noche en la temporada
de reproducción. Y esa noche dos de ellos atacaron al rebaño. Yo me es-
condí entre las rocas. Estaba aterrorizado, no fui capaz de enfrentarme a
sus tres colmillos y a sus garras. Habían matado a los dos machos de la
manada, sus restos eran la mayor acusación contra mi cobardía. Me hubie-
ra marchado al día siguiente de no haber tenido que conducir de vuelta al
ganado a sus establos. Cuando llegue a casa, no pude mantener la mirada
de mi padre. El no vio signos de lucha en mi cuerpo, sin embargo, el mie-
do estaba grabado en mi cara. Me dijo.
“Iras a las montañas Kujavi y me traerás las cabezas de esos dos boxtar,
esa será tu oportunidad”
Y como una oportunidad de redimirme la consideré. Así que olvidé mi
vida anterior y consagre la que me quedaba a la caza de las fieras. Oré al
Gran Gnolaum para que me protegiera y me diera fuerzas y salí a cazar.
En realidad salí a cazar el miedo que me atenazaba, mi padre me envió
para abatir una parte de mí, aunque yo no lo entendí en ese momento.
Joven Kozam ¿Quiénes son tus boxtar?
No respondí, no sabía qué decir. El tampoco esperaba una res-

308
Los palacios de Kólob

puesta y sentado frente a mí. En calma, ese antiguo pastor de un mundo


ya extinguido, compartía conmigo un recuerdo de innumerables eras atrás.
- Maestro Tobán, que ocurrió ¿pudiste acabar tu misión?
Me miró entre divertido y amable.
- Qué importa eso, la acepté.
Se levantó y dio por terminada la entrevista, cuando ya me dirigía
para salir de las salas del maestro formador, me llamó de lejos.
- Joven Kozam, recuerda. Yo no toqué tu hombro.
Y se volvió sonriente y divertido.
De vuelta a nuestro sitio habitual de reunión, en los jardines de la
primera terraza del palacio de Silam, no podía dejar de pensar en tres co-
sas, me había dado una oportunidad, debía desechar mis dudas en cuanto
a las premisas y el no tocó mi hombro. No me sentía en ese momento con
fuerzas de enfrentar ninguna de ellas y eso me mortificaba. En la casa Jana
no necesitábamos aferrarnos a las premisas de forma tan vital. Nuestro
trabajo era puramente intelectual, teórico. Ciertamente regido por las
premisas, pero sin ninguna implicación personal en ellas. Pero frente al
oscuro océano, percibes que sin ellas estas disuelto en su interior. En cier-
ta forma, mi autoestima había desaparecido momentos atrás. Mi prestigio,
que siempre había sido parte de mi naturaleza se esfumó y ahora me en-
contraba como un aprendiz de primer nivel. Cómo podría presentarme
ante mis compañeros y cómo podría soportar sus miradas sobre mí. No
deseaba la defensa de Corina de nuevo, delataba su compasión por mí. Al
menos así lo veía yo.
Decidí cambiar mi rumbo y perderme entre las multitudes que
poblaban las calles y edificios de la zona exterior al palacio. Quería empa-
parme de la indolencia que la mayoría mostraba hacia estas cuestiones.
Una inmensa mayoría de ellos no tendría nunca la visión de esa playa ex-
traña, espesa y lenta. El horizonte como una línea difusa y la infancia an-
dando hacia ti para recordarte de dónde procedes. Muy pocos sabrían la
forma terrible y paralizante con que el oscuro océano te miraba para en-
contrar algo nuevo en una de sus gotas escapadas.
Era fácil, muy fácil dejarse llevar por la imagen hermosa de los
habitantes de Kólob, siempre presurosos a algún asunto. Alguna actividad.
Los paseos por los jardines interminables. La exposición constante de
nuevas maravillas. Su arte que lo inundaba todo en cada rincón. La música
de mil instrumentos nuevos y extraños que sonaban en cada glorieta o

309
David Moraza Los palacios de Kólob

rincón. Las escuelas de toda índole que pululaban como abejas entre sus
habitantes. Los narradores de mundos, que si imaginaban o eran relatos
de perceptivos sin forma, no había forma de saber, pero su verbo era po-
deroso y te mantenía inmóvil sin poder dejar de oír. Los transformistas
que podían modificar su forma para representar cualquier raza de la que se
tuviera noticia. Los creadores de ropajes y peinados. Los juegos forestales,
acuáticos, de toda índole en los que se formaban equipos y linajes de
maestros. La narrativa y poesía en las que había competiciones. Las escue-
las de danza donde se traducían poemas y canciones a ritmos corporales
que parecían hablar.
En una de las exposiciones había una expectación especial. La
escuela agreste mostraba una planta que guardaba el agua en su interior y
la tomaba de la atmósfera. Al parecer trabajaban de acuerdo con la Casa
Najara y proponían plantas adaptadas a entornos áridos, cosa difícil de
imaginar en un lugar como aquél. Había que explicarlo con hermosas pin-
turas que recreaban entornos desconocidos en Kólob como los desiertos.
Lo ingenioso de sus creaciones atraía a muchos y las soluciones que pre-
sentaban asombraban a la mayoría presa de una curiosidad insaciable.
Como esponjas absorbían cada novedad que se producía en los entornos
de la Casa Silam, extensa como un continente que albergaba a innumera-
bles habitantes. A menudo pensaba en lo inexplicable del hecho que sien-
do de una misma familia, procediendo de un mismo lugar y habiendo re-
cibido una misma instrucción en las casas matriarcales hubiese tal variedad
de actitudes e intereses. Yo me consideraba alguien aparte del tumulto,
pero con un peso en el alma que bien podría no ser necesario si mis inter-
eses fuesen otros. Pero en el fondo yo quería saber y conocer la
profundidad de todo y me asombré a mí mismo deseando volver a la pla-
ya oscura de la inteligencia ese lugar del que no volví siendo el mismo. De
alguna manera roto, pero más sabio. El saber que fuimos una sombra de
lo que somos.
Me dirigí a los parajes solitarios y tranquilos de las afueras. A nuestros
desiertos, redondeadas y suaves colinas del más hermoso césped, salpica-
do de flores innumerables. Revoloteado de insectos de toda clase, todo en
una perfecta armonía. En el fondo árboles frondosos y espaciados realza-
dos en su perfección por el horizonte de Kólob. Poblado este de nubes
bajas y conforme ascendía la vista, las estrellas, brillantes como pequeños
soles lejanos y desapareciendo a medida que en mi cenit radiaba Kokau-
beam su azulada luz. No había forma de acostumbrarse a ese paisaje, no
310
Los palacios de Kólob

se embotaba nuestra sensibilidad a base de observarlo y muchos de mis


hermanos pasaban su tiempo contemplando y buscando nuevas visiones,
creando de esta forma la “Escuela de la Contemplación”. Quizás esto
suene a simplicidad, pero no se debería subestimar la influencia que un
paisaje con intenciones, puede provocar en el espíritu. Y Kólob en su to-
talidad se desvivía por deslumbrar.
Esta vez, no me resistí. Me deje acunar por la visión que se ex-
tendía ante mí. No me resistí al diseño esmerado en los colores y su dis-
tribución. La gloriosa apariencia de un castaño revestido de toda su pleni-
tud, es decir, cada posibilidad estética a la que tuviera acceso estaba pre-
sente y realzada en su forma. Porque la estética y lo bello era consustan-
cial a todas las creaciones.
Mi vista seguía el perfil de las colinas, con el deseo de recorrerlas
y habitarlas en cada detalle. Deseaba ver mi mundo, desde cada ángulo
que se me ofrecía, cada uno de ellos el más perfecto. Entonces me topé
con lo que parecía ser una reunión de amigos en un hermoso paraje. No
era una reunión informal, parecía, por la distribución de los asistentes que
se escuchaba a alguien. Con curiosidad me acerqué a ver de qué nueva
maravilla se trataba.
Para mi asombro era Meronte quien hablaba. Meronte hermano de Aribel.
Ambos hijos de Miena quien dirige la casa de la intervención. Esta casa
plantea los accidentes o sucesos que darán, curso al plan preestablecido de
la vida y su devenir en el tiempo. Sucesos que pueden ser intervenciones
puntuales, simples como la formación de un arroyo o acontecimientos
terribles como el impacto de un meteorito. Medios sutiles o poderosos
para sacar a escena el inmenso plan de creación. Eso requería de esta casa
un conocimiento completo de todos los actores y sus papeles. A la vez el
tacto mínimo de una mariposa para no alterar el libre albedrio otorgado
en cada esfera de creación.
Me senté entre el grupo y me dispuse a escuchar.
- …¿pensáis acaso que en ese plan tendréis las mismas posibilida-
des todos? No amigos míos. Iréis allá como todos, pero no igual que to-
dos. Unos tendrán más conocimiento y otros menos. Unos podrán saber y
otros ni siquiera tendrán la capacidad de suponer. Pero la tentación es
fuerte, claro, un cuerpo denso ¿quién entre nosotros no desea uno?
¿Quién no ha soñado con arrancar una sola flor de los jardines de los pa-
lacios, esos que sólo ellos pueden disfrutar? El arco se cierra y pronto se
terminará el tiempo. Saldremos sin saber si volveremos, digo más muy
311
David Moraza Los palacios de Kólob

pocos regresaran aquí. ¿Quién puede regresar a un lugar que no recuerda?


¿Cómo encontrar el camino de vuelta que no se conoce?
Alguien se levantó e interrumpió sin pedir la palabra.
- ¿Qué nos dices de las premisas? ellas lo regulan todo, que propo-
nes hacer con ellas.
Meronte volvió sus manos hacia sí. Parecía ofendido por la pre-
gunta, pero no dejaba de parecer teatro.
- ¿Hacer con ellas?… ¿hacer con ellas?... ¿piensas hermano que
queremos hacer algo con ellas?…
Meronte, caminó con las manos detrás de la espalda, frente a to-
dos, silencioso y cabizbajo durante unos instantes. Entonces se detuvo y
encaró a quién le hablaba.
- Cuando tú dormías en las olas del oscuro, cuando aún no tenías
nombre, yo desempeñaba misiones como perceptivo sin forma. Cuando
tú no tenías capacidad de formular un pensamiento de tres frases, yo en-
tablaba entrevistas con el linaje de Yahomma, entregaba los presentes de
mi padre y trataba de no temblar, asustarme o palidecer ante el imponente
aspecto de su familia, donde un solo anillo de uno de sus miembros regía
la gloria de cien mundos exaltados. Si, era difícil mantenerse erguido, ante
ese indescriptible reino construido durante mil eras. Pero yo era hijo del
Gran Gnolaum, no he nacido para inclinarme. Cuando algunos de voso-
tros nos acusáis de querer destruir las premisas de nuestra familia, yo ya he
conocido las premisas de trescientos veinte linajes exteriores, con los que,
durante mi oficio de perceptivo, tuve la ocasión de oficiar. Y os aseguro
que en la mayoría de esos linajes las garantías de éxito son mucho mayores
que en las nuestras. No, amigos míos, no queremos derribar nuestras
premisas, queremos incorporar la experiencia de otros linajes, que han
conseguido no situar a su posteridad ante la grave situación en la que nos
hallaremos en breve.
Nunca había escuchado palabras tan directas cuestionando la sa-
biduría de nuestro linaje. Quedé paralizado por la impresión. Aquello so-
naba a algo que nunca había conocido y por lo tanto no tenía palabras
adecuadas para describirlo y yo quería poner nombre a ello. Levante la
mano para pedir la palabra.
Se me concedió y se me pidió que me presentase.
- Me llamo Kozam, soy hijo de Jana, cuarta era. Alterador, primer
grado. Oficio en la casa de Silam, por cortesía de su reina, es para mí un

312
Los palacios de Kólob

honor ser admitido en la escuela de los encajes, oficiando en el grupo de


Misón.
Todas las miradas se volvieron hacia mí. Me sentí un tanto retraí-
do. Noté que Meronte miró a alguien en la primera fila, de espaldas a mí.
- Es un honor para nosotros contar con la visita de un alterador…
y de primer grado. Adelante Kozam, te escuchamos.
Me dirigí a él con temor, no podía evitarlo. Estaba hablando con
uno de los primeros y era la primera vez que lo hacía.
- El honor es mío Meronte, tu nombre llega con claridad a la casa
Jana, hasta el otro extremo. Nadie lo desconoce y todos te honramos co-
mo uno de los primeros. Es por eso que el poder de tus palabras me tur-
ba, me siento confuso puesto que entiendo que nuestro linaje no está diri-
gido con total sabiduría. O quizás es mi torpeza lo que me lleva a esta
conclusión.
Meronte adelantó su mano con energía para contestarme, pero
alguien se levantó en primera fila y le hizo un gesto. Meronte se detuvo y
después de unas palabras que no escuche se sentó. Al volverse, vi quien
era. Aribel, al mismo que escuché en el auditorio en la conferencia de
Bisnan. Era atrayente su apostura, reflejaba moderación y equilibrio. Una
energía bien contenida, al contrario que su hermano, todo pasión y fuerza.
- Hemos escuchado sobre ti, Kozam. No es usual que alguien salga
de su casa, en especial una tan reputada como Jana, para enfrentar un
desafío nuevo. Es de notar tu valentía en hacer algo así.
Asentí al escuchar sus palabras, me sentí algo incómodo porque
fuese tan notorio mi caso y me senté a escuchar.
- Todos conocéis a mi hermano Meronte, el ha no sólo ha sido pa-
ra mí un maestro sino un ejemplo a imitar. Su energía e ímpetu han sido
necesarios para construir esta era, para realizar las hazañas del principio,
aquellas que nuestro padre nos encomendó ejecutar. Quiero comentar un
aspecto de lo dicho por mi hermano, que desde mi posición, veo clara-
mente. Es en cuanto a nuestras intenciones. ¿quién puede estar seguro de
sus intenciones? Sin embargo juzgad vosotros mismos. Tanto Meronte
como yo hemos sido perceptivos sin forma. No lo digo con orgullo, solo
examinemos los hechos. Las premisas, el conocimiento adquirido desde el
principio, la influencia cercana de nuestros padres. Podría decirse que
nuestro espíritu está totalmente construido en esas bases, impreso hasta el
centro. Ningún velo en nuestra memoria podrá borrar totalmente ese fun-

313
David Moraza Los palacios de Kólob

damento. Cierto que olvidaremos, pero no totalmente, lo sé. No nos per-


deremos fácilmente. Somos los últimos que nos interesa cambiar algo de
lo previsto. Sin embargo vuestra situación no es la misma y a riesgo de
que me consideréis presa del orgullo os diré que pasáis vuestros días en
nobles actividades, pero que solo dejan en vuestra alma tendencias intere-
santes, el arte, la retórica, el juego la contemplación de lo bello, el deseo
de sobresalir. Nada de eso os ayudará a volver aquí como vencedores en
los sitios densos. La resonancia de vuestro espíritu con las premisas, será
apagada por el ruido de fondo en esos lugares.
Hermanos míos, yo supe vencer el estado de la percepción total, sus-
traerme a su poder, a la enorme tentación de esa libertad embriagadora y a
ese conocimiento creciente del que nadie ni nada puede despojarte. Lo
hice en mi juventud por obediencia a mi padre. Nosotros sabremos ven-
cer el estado denso y volver triunfantes… pero ¿y vosotros? ¿tendréis
tiempo entre danza y danza en esforzaros en vuestra imprimación? ¿re-
nunciareis los de la escuela de la contemplación a vuestros sublimes paisa-
jes de los cuales sustraerse es difícil incluso para mí también, para dedica-
ros a la agreste tarea de la alteración? Decidme, ¿cambiareis la música, los
juegos, los paseos alegres, los viajes a través de las creaciones de las casas,
las mil actividades a las que asistís por un serio esfuerzo de estudio y prác-
tica de las disciplinas honorables? ¿Si? ¿lo haréis? Bien, pero ya no hay
tiempo… ya no.
Ahora contestando a nuestro amigo Kozam. Mi padre nos encomendó
vuestro cuidado y no hemos sido relevados de ese llamamiento. Tanto en
nuestra fase de perceptivos, como ahora, nuestro oficio es vuestro apren-
dizaje y progreso. La eternidad no es un oscuro vacío, porque nosotros
pululamos como luciérnagas en la noche. El conocimiento se dispersa
como el polen de las flores. Y en nuestros viajes todo el afán era traer lo
mejor para nuestro linaje. Informar y proponer era y es nuestra misión y
es lo que hacemos.
No intervine más, aunque me inundaban las preguntas. Aribel
Hablaba de forma suave y sin alzar la voz. No denotaba pasión en su ex-
posición, depositaba las palabras de forma suave sobre nuestros oídos. No
intentaba mover a nadie ni conmover nada, daba la impresión de pasear
relajadamente en sus argumentos.
Terminada la reunión todos se fueron hacia la zona de los pala-
cios. Uno de los asistentes se dirigió a mí y me pidió que le acompañara.
Aribel, quería conocerme. Mientras caminaba detrás de él, me crucé con
314
Los palacios de Kólob

Meronte, me sonrió e inclinó levemente la cabeza. Yo no podía creerlo,


iba a conocer personalmente a uno de ellos y otro me saludó formalmen-
te. Cuando llegué a donde estaba Aribel, se volvió hacia mí, me estrecho
vigorosamente las manos y me presento a sus acompañantes.
- Kozam te presento a Primabel de la casa Gaviana, Minión de la
casa Sinabea, Metrón de la casa Gaviana.
Cada uno de ellos estrechó mi mano, me miraban sonrientes. Su-
pongo que contemporizar con nosotros los menores, les hacía sentir gene-
rosos. Sus miradas eran brillantes y expansivas, difíciles de soportar.
- Y bien, Kozam, qué piensas de lo que has escuchado hoy. Su-
pongo que algo sabrías de antemano. – Era Metrón quien me preguntaba.
- Bueno, perdonad que no pueda explicarme muy bien, la verdad es
nunca he hablado con uno de los primeros y ahora estoy ante tres. Me
siento muy honrado de esta oportunidad pero…
Ellos rieron ante mi azoramiento, distendiendo el momento. Pero
yo sólo pretendía ganar tiempo y dar una respuesta. Estaba en un callejón.
Metrón dejo de reír y me miró fijamente.
- ¿Y bien?
No sabía qué decir, no tenía ni idea de cómo contestar y no que-
dar ni a favor ni en contra. Aribel dándose cuenta de la situación, terció en
ese momento.
- Vamos Metrón, dejemos a nuestro amigo respirar un poco. Haz
de saber Kozam que nuestro amigo Metrón es famoso por no perder el
tiempo en circunloquios, con él podrías tener una conversación usando
solo sí y no.
De nuevo rieron y yo lo hice de alivio. Aproveché para ganarme
su simpatía con uno de mis comentarios educados.
- He estado hace poco visitando la “Escuela del retorno” en la isla
Midela. Conocí a Taleon. Realiza un extraordinario trabajo con unos ma-
míferos, de una inteligencia increíble. La casa Gaviana es asombrosa en
sus logros.
Entonces ocurrió algo que no entendí. Metrón me miro serio y
sin mediar palabra alguna se despidió de todos y se fue. Aribel alzó las
cejas como disculpándole ante los demás y agradeció la asistencia de todos
y se despidió de sus acompañantes. Me dijo que lo acompañara y le expli-
cara cómo fue la decisión de dejar mi casa. Ante su curiosidad le relaté
con detalle toda mi historia. Caminábamos en dirección al acceso al tercer

315
David Moraza Los palacios de Kólob

arco. El largo trecho por recorrer me ayudó a calcular mi exposición.


Aribel concluyó mi historia.
- Si la casa Silam es cautivadora, pero sus hijas lo son aún más.
Traté de esconder mi desconcierto, solo mencioné a Corina como
una integrante más, pero Aribel me mostró la verdad de la forma más na-
tural.
- Kozam ¿qué es lo que te preocupa de lo escuchado antes?
En ese momento, empezó a inquietarme el motivo por el que
alguien del prestigio de Aribel, se tomase la molestia de hacerme esa pre-
gunta. Creía que era demasiada pérdida de tiempo con alguien como yo, y
no lo pensaba por modestia. Tenía una clara idea de las proporciones en-
tre nosotros.
- Dijiste que vuestro deber es informar y proponer. ¿habéis infor-
mado al padre? ¿qué piensa él?
Aribel bajó la mirada y compuso una expresión distante
- Quién lo sabe. El no revela todos sus pensamientos, el domina el
tiempo de sus actuaciones de forma magistral. Nosotros somos piezas en
sus planes.
- No sería mejor esperar su decisión y entonces informar al resto.
Aribel se tomó tiempo para contestar. Se mostraba remiso a decir
ciertas cosas.
- Veras Kozam, mi hermano Meronte, en su ímpetu, ha olvidado
que como perceptivos que hemos sido, estamos bajo un juramento de no
revelar cierta información que es solo del conocimiento de los seres den-
sos. Pero el arco se cierra y lo que sabemos nos quema en las entrañas
como fuego. Te digo es posible otro camino. Se puede. Lo hemos visto en
otros linajes. Y también hemos visto que bajo premisas semejantes a las
nuestras los seres se pierden, la pérdida es mucha, muy pocos encuentran
el camino de vuelta. Se ha sobredimensionado el libre albedrio, como eje
de la existencia en los lugares densos.
La franqueza de su conversación me asombraba y no iba a dejar
escapar la oportunidad de expresar todas mis preguntas.
- Pero maestro Aribel, aquí somos libres, por qué no hacer la liber-
tad el eje de esos lugares.
- No me llames maestro – sonrió – la diferencia, Kozam, es que allí
no tendremos este conocimiento. De qué sirve la libertad sin instrucción.
Sí, ya sé. Habrá instrucción, tendremos el susurro en nuestro espíritu de

316
Los palacios de Kólob

las premisas. La luz de la verdad iluminará a todo ser que nazca en ese
mundo. Dime Kozam, ¿no te has preguntado por qué somos tantos?
Callé por respuesta.
- Has estado en la isla de Midela pero hay otra isla que se llama Ta-
ramis. En ella existe una criatura encerrada entre dos caparazones. Cuan-
do desove en las playas sus huevos, solo uno de cinco mil sobrevivirá has-
ta llegar a su regreso de nuevo a esa playa donde nació. Hay muchos
enemigos esperando y el número soluciona la supervivencia. Kozam,
ellos, los densos, esperan muchas pérdidas. Lo tienen asumido. Nosotros
no, no aceptamos tantas bajas. Nosotros buscamos el éxito de todos, no
sólo de los mejores. Queremos volver con todos vosotros, que no se pier-
da ni uno solo. Nuestra propuesta, no es, como dice Bisnan, el reducir el
eje de la libertad. Más bien rotar ese eje hacia un extremo y dejar que el
enfoque predomine sobre los demás. Guiaremos a esas pequeñas criaturas
a desarrollarse, a volver de nuevo a la playa.
Por otro lado, no veo en ese plan al depredador, quién se va a oponer,
quién o qué va a provocar el peligro en los sitios densos de modo que se
pierdan muchos. Un simple velo, no justifica tanta alarma. Y por otra par-
te si la posición es el eje director, requiere opciones para escoger, de lo
contrario el libre albedrio no tendría sentido. Luego está el salvador, tema
espinoso
- ¿Qué se dice sobre esto último? – pregunté –
- El plan de las casas requiere un reequilibrio con el oscuro océano
y eso amigo mío es algo inimaginable.
Aribel hablaba con calma, mientras caminábamos hacia el tercer
arco. Al mencionar al oscuro océano, me sobrevino de nuevo la sensación
terrible y magnífica de ese día con mi equipo. Según las leyes de los linajes,
sólo la justicia impera en el Universo, la misericordia no existe en su me-
cánica, es un lugar sin compasión. Ésta, la compasión, sólo es un territo-
rio privado de las criaturas conscientes. En todos los linajes se guarda un
delicado equilibrio entre los fracasos de sus habitantes en los lugares den-
sos y las demandas de justicia del oscuro océano. Si alguien, en su estado
denso, no seguía el camino de las premisas, generaba un déficit de justicia
en su causa personal, un desequilibrio. Ese déficit reclamaba una conse-
cuencia, que pasaba por una disminución en su conocimiento y en su glo-
ria postrera. Es decir reclama su caída, su destino miserable en un lugar
despojado de luz y conocimiento. Sólo así se reequilibra la balanza con la

317
David Moraza Los palacios de Kólob

demanda de justicia del oscuro océano. Uno recibe el lugar que le corres-
ponde de igual forma que la materia recibe la porción de luz que com-
prende y su gloria correspondiente. De igual manera que cada criatura
llena su esfera y recibe la luz que habita en ella. Nosotros éramos un caso
especial. Éramos su linaje y por tanto la prueba era mayor y también la
recompensa.
- Aribel, he estado hoy en la oscura playa. Pensé que me iba a di-
solver en sus aguas, creo que defraudé a los míos…
No me importaba reconocerlo ante él. No había sentido en man-
tener una imagen exitosa ante alguien que lo era por naturaleza, inalcanza-
ble. Alguien maestro de todos los oficios, y cotidiano de la morada central.
- … vi al oscuro océano de la inteligencia, en su presencia inexpre-
sable, observe la línea de sus olas. No osaban traspasar la ventana. Me
asombra el poder de nuestros padres. Si pueden sujetar esas olas a su vo-
luntad, también pueden obligarlo a soportar la tolerancia que requiere la
compasión hacia nosotros.
Aribel sonreía, de forma paternal. Como si escuchase las primeras
frases de una inteligencia al penetrar en su nuevo estado de humanidad.
- Hay un pacto, Kozam. Se permite el ascenso de la inteligencia
desde el oscuro, siempre que guarde las leyes. De lo contario ha de caer.
Es la ley. Si el Gran Gnolaum no cumpliese su parte del pacto, haciendo
una excepción con nosotros el perdería su poder y su linaje. Las oscuras
olas del mar de la inteligencia inundarían nuestra conciencia obligándonos
a volver a nuestro origen. Sumiéndonos en la oscuridad, hay un lugar para
eso y es carente de luz y conocimiento. Entiéndelo, Kozam, sus creacio-
nes le obedecen por su prestigio y el oscuro le cede sus aguas por su
maestría, por su crédito y reputación. Reconozco que esta es conocida en
todo rincón.
De repente entendí su exposición. La alternativa al plan de las
casas, proponía pasar por los estados densos sin violentar el equilibrio de
la justicia, mediante la supremacía del eje del enfoque, del deber. Una
obediencia impecable a las premisas. No habría fracaso personal y por lo
tanto la vuelta de todas las tortugas a la luz y el conocimiento. Intenté si-
mular mi sorpresa ante la idea de éxito general.
- ¿Y entonces cómo equilibra el plan de las casas las demandas de
justicia generadas por nosotros en los lugares densos?
Realmente, yo lo sabía, cualquier alterador podría contestar a esa

318
Los palacios de Kólob

pregunta, pero quería escucharlo de alguien como él. No es lo mismo mi-


rar una obra maestra que ver su ejecución. Y yo deseaba oír cómo uno de
los primeros pintaba esa respuesta.
Pensó durante unos instantes y pareció animado de repente.
- Vosotros, en la casa Jana, trabajáis con la materia. Diseñáis estre-
llas como Kokaubean. Dime, ahora te preguntaré yo. ¿Qué mantiene a
una estrella en equilibrio?
- El peso de su masa por una parte y el calor que radia de su núcleo
por otra– contesté–
- Bien – asintió él– entonces ¿cuándo se rompe ese equilibrio?
No entendía a dónde quería llegar, pero él estaba jugando al mis-
mo juego. A preguntar lo evidente
- Se rompe, cuando el núcleo se enfría al final de su primer ciclo, se
contrae, aumenta la temperatura y encuentra el siguiente ciclo, eso vuelve
a restablecer el equilibrio.
- Muy bien– ¿qué ocurre al final, de todos los ciclos?
Continué tratando ser lo más conciso posible.
- Las capas aplastan al núcleo y este puede acabar degenerando len-
tamente hacia la oscuridad o estallar devolviendo todo el material al espa-
cio circundante.
Mientras, el tercer arco se acercaba, mostrando todo su diámetro
a nuestra vista, creando un horizonte. El de su historia y sus habitantes.
Nos dirigíamos a la base más cercana, de donde arrancaba la enorme es-
tructura hacia el cielo.
- Algo así ocurre en el plan que ellos proponen. El equilibrio entre
la impecable existencia que se espera de nosotros en los lugares densos y
el peso del fracaso que tendremos, con las premisas propuestas, se rompe-
rá. Y todo el peso de la culpa se precipitará sobre nosotros, sus causantes,
y nada impide que degeneremos hacia la oscuridad. Pero ellos esperan que
alguien se interponga y sufra esa onda de choque que genera el fracaso y el
desplome de un arco y su era. Sin morir, sin caer, soportando esa inimagi-
nable presión en su espíritu y de esa forma, equilibrar de nuevo esa estrella
de dolor en que se convertirá la existencia humana. De esa forma el oscu-
ro océano verá compensada la imperfección de esas criaturas extrañas que
somos a cambio de la expulsión de nuestras culpas a capas exteriores,
donde llegarán transmutadas en rico conocimiento, aceptable para el oscu-
ro. Transgresión purificada en el horno ardiente de un alma atormentada

319
David Moraza Los palacios de Kólob

hasta lo indecible.
A medida que las palabras salían de su boca, se desplegaba ante
mí el panorama exacto de la situación en Kólob. Los elementos desfilaban
ante mí orquestados en una narración clara e inteligente. Aribel no atacaba
el plan de las casas matriarcales, lo conocía y lo exponía sin prejuicios.
- ¿Puede hacerse algo así?
Aribel se detuvo y me miró, de forma quieta durante un instante.
Parecía sorprendido por una pregunta de cuatro letras.
- No eres alguien común, amigo mío. No te pierdes en las ideas,
eso me gusta. Creo que llegaras lejos, a pesar de tus problemas en las os-
curas playas…
Reímos un buen rato. Y yo empecé a dudar si estaba quemando
demasiado rápido esa ocasión de oro para adquirir información. Tenía la
sensación de ir demasiado rápido en mis preguntas y de falta de pudor por
mi parte. Sin embargo Aribel no parecía molesto, sino más bien sorpren-
dido.
- ¿Puede hacerse?... supongo que sí. Pero fíjate, no hay nadie que se
presente voluntario para algo así. Y no se puede asignar a nadie sería un
castigo.
Volví a hacerle la pregunta de otra forma. Jugué mi última baza.
No seguiría insistiendo más. Me parecía algo sorprendente haber llegado
hasta este punto.
- ¿Puede alguien con un cuerpo denso soportar la presión del peso
total de la caída de las capas de fracaso?
Aribel, miro hacia el arco, cuya cúspide se elevaba a nuestra izquierda
- No, ningún cuerpo denso de los que obtengamos, puede soportar
esa carga. Ni siquiera podría equilibrar con el oscuro océano la caída de las
premisas de diez de nosotros, no está diseñado para eso. Moriría en el
acto.
Yo no entendía entonces. Todo el plan de las casas se basaba en
eso y fallaba en su base. Éramos incontables, como las arenas de las playas
de Kólob, entonces cómo era posible llevar a cabo ese plan. Mientras pen-
saba en esto, sabía que la cuestión estaba sin dilucidar, pero no pensaba
presionar más en este sentido, pues las respuestas de Aribel iban hacién-
dose más cortas a medida que avanzaba la conversación. Nos dirigíamos
hacia el pilar del arco de la tercera era. De lejos era como la línea que traza
una piedra lanzada a un sexto del horizonte de Kólob, contando desde la

320
Los palacios de Kólob

vertical. El arco era una elipse alargada. La enorme carga se apoyaba en


una base circular de un material que no sabría definir. Accedimos al
arranque de la piedra a través de una escalinata. En la base y en un anillo
que abrazaba el comienzo del arco, figuraba el nombre de la mitad de las
casas, la otra mitad en el extremo opuesto. Después del anillo arrancaba el
primer nombre y su oficio o escuela. Como un surtidor mineral, era con-
tinuo, no había piedras individuales ni junturas. Parecía todo un solo blo-
que fundido. Su origen era la puerta principal de acceso, en los palacios
matriarcales. Crecía la mole pétrea en el interior de la construcción como
una perla en la ostra hasta el día de su eclosión, terrible día, el que se acer-
caba rápidamente. Leí el primer nombre Arelia, maestra de los oficios de
la casa de Silam.
- ¿Qué habrá sido de ella?
Lo pregunte sin pensar en la respuesta, hablando ensimismado
- Es un conocimiento censurado, solo podemos saber algo a través
de las casas y estas son parcas en detalles. Incluso los perceptivos, sólo
pueden viajar a los espacios que no corresponden a nuestro linaje. De lo
contrario accederían al conocimiento de los arcos. Demasiado conoci-
miento, demasiado peligro. Sólo sus nombres y oficios. Ni aún la casa
Alesiam en sus registros del libro de la vida, puede tener acceso a ellos.
- ¿Sabes qué es lo peor que nos puede pasar? –me preguntó Aribel

- No volver.
Aribel sonrió de nuevo
- No hay peor castigo que un lugar donde el conocimiento de la
verdad se posea sin luz. Donde no lleve aparejado la gloria correspondien-
te. ¿Cuántos de ellos – e hizo un gesto con su mano en toda la longitud
del tercer arco– cuántos de ellos están es ese lugar?...
Guardó silencio y supe que la pregunta no era para contestar.
Recorrió con su mirada toda la extensión del arco, sin enfocarla en un
lugar concreto. Lo recorrió hasta llegar a la base opuesta y allí, con la vista
clavada en la base, permaneció inmóvil.
- … muchos…demasiados…
Fue un momento difícil de describir. Al llevar su mano hacía el
otro extremo del arco, se quedó mirándolo durante un tiempo, inmóvil y
pensativo. Sentí que debía guardar silencio, había sido altamente favoreci-
do ese día al hablar con uno de los primeros, y creía haberme excedido en

321
David Moraza Los palacios de Kólob

mis preguntas. Mi silencio y la espera eran una muestra de agradecimiento


y respeto hacia él.
Al cabo de un tiempo, que se me hizo largo y tenso, se volvió
con lentitud y me miro seriamente, como no lo había visto hasta ese mo-
mento. Esa expresión le dio a su rostro una apariencia desconocida para
mí.
- Quiero aclararte algo y después partiré a mis obligaciones. No
necesitaremos que todos pierdan el conocimiento al marchar, tendremos
muchos de memoria intacta, para ser dirigentes y líderes. Serán los que
guíen a los pequeños hasta la playa, ellos recordarán nuestro origen. Nues-
tro arco será diferente. Marcará una nueva senda, esta será nuestra era.
Nadie se preguntará donde están los que habitaron el cuarto arco, porque
ya no habrá censura en Kólob.
Se marchó en dirección a la entrada principal. Yo me quede sen-
tado en uno de los múltiples lugares que rodeaban el pilar derecho. Más
tarde, tomé la pasarela que partiendo del anillo conducía a la calzada prin-
cipal, en su extensión a través de los arcos. Al fondo, mirando hacia el
palacio imponente de Silam, la figura de Aribel se centraba en la parábola
incrustada en el frente de la entrada. Caminaba ligero como una pluma, en
el lado derecho del camino, justo en la perpendicular donde el brazo gi-
gantesco de la cuarta era arrancaba del anillo, aún fijado en el frontispicio.
Su nombre estaría grabado en la primera espiral y su oficio maestro de
todos los oficios y premisas, además de perceptivo. Embajador del Gran
Gnolaum en ciento de reinos, realizador de las proezas en el principio. No
hay mayor grado, no se podía aspirar a más con un cuerpo liviano como el
nuestro.
El hecho de haber estado conversando con él, me provocaba una
sensación de euforia, de haberme elevado por encima de mis posibilida-
des. De haber sido tocado por la fortuna. Durante nuestra charla presento
con claridad las distintas posturas en Kólob y sus planes. Guardaba dentro
de mí la sensación de saber algo que otros desconocían. Y con este aire,
me encaminé hacia los jardines de la primera premisa, donde suponía que
se encontraba Corina y los demás.
Caminaba con el mar de Kólob a mi derecha. Las islas de Sinabea
salpicaban las aguas como si hubiesen sido lanzadas al azar. En cada una
de ellas, las escuelas, sus trabajos e imaginaciones. Siempre bullendo como
pompas de conocimiento que suben a la superficie.
Los mares de Kólob eran de las pocas cosas con que podíamos
322
Los palacios de Kólob

interactuar hasta cierto límite. Eran como seda suave que se deslizaba por
nosotros. En su interior las criaturas de Sinabea pululaban como insectos
en las praderas. Todas ellas conscientes, en su plenitud. Con el mismo
afán de mostrarse que el mundo que los sustentaba. Si me paraba y obser-
vaba, podía tener conciencia de cada una de ellas. No era a través de la
vista solamente que podía contactar con su presencia, podía presentirlos
allá en las cristalinas aguas. Notar su volumen desplazando a las aguas un
tanto, golpeando suavemente la realidad para mostrar que estaban allí.
Que son parte del libro de la vida. Ese reclamar la atención constante de
los observadores les reportaba alimento a su conciencia de sí. Como niños
necesitaban de permanente asentimiento a su realidad viviente. Las islas
de Sinabea mimaban a sus criaturas, las acariciaban les hablaban y mol-
deaban su espíritu como se amasa la arcilla. Tardé en acostumbrarme a
contemplar esas escenas y ser capaz de parar de forma voluntaria, literal-
mente actuaban para ti. Buscaban despertar la admiración de todo aquel
que las observara.
Pasado el tercer arco, el imponente frontispicio de Silam, ocupaba
toda mi visión frontal. Sus tres terrazas se alzaban al cielo con su vértice
dorado, símbolo de sus premisas. ¿Cómo se podía rotar a un extremo la
posición y elevar el enfoque? Se tendrían que volver a reconstruir las te-
rrazas, modificarlo todo. Había algo que me inquietaba y era la calmada
normalidad con que Aribel hablaba de un cambio total, como si anunciase
un cataclismo en tono coloquial. Al pensar sobre esto me reía de mis pro-
pias elucubraciones, es difícil reconocer algo cuando no hay referencias
anteriores, cuando nuestra percepción no es capaz de distinguir una for-
ma, cuyo contorno nunca ha impregnado nuestra conciencia. Era así con
la conversación de Aribel, demasiado nueva para poder entender sus di-
mensiones. ¿Cómo establecer el valor de una palabra, cuando el jinete que
la monta es desconocido?
Me encontraba frente al frontispicio de la entrada a la casa de
Silam. Las ciclópeas dimensiones de cada elemento de su arquitectura y su
disposición emanaban un mensaje contundente acerca del poder de los
lugares densos. Para mí era impensable no doblar mi rodilla o ser capaz de
albergar una disposición diferente de sus principios. Hacerlo requería de
una energía desconocida, una energía que Aribel poseía detrás de la apa-
rente suavidad de sus formas.
La afilada punta de cada casa, no era tal. El enorme arco de la era
cuarta, residía en el interior de una concavidad del frontispicio. Pulida
323
David Moraza Los palacios de Kólob

como un espejo, la piedra tentaba a ser acariciada de forma instintiva. El


anillo que abrazaba el arco tenía un diámetro de treinta pasos y su forma
era troncocónica. En su parte estrecha y elevada abrazaba la estructura de
forma ajustada. Se podía notar que era una pieza distinta al resto de ele-
mentos, sin embargo la sensación de perfección en el ajuste era tal, que
impresionaba cómo, aún en esa grandeza, se buscaba la perfección en el
detalle. Un visitante podía pasear en el hueco y dar una vuelta completa al
anillo y ver, desde cierta distancia, los primeros nombres del linaje de Si-
lam. Pero en el anillo podía palpar con sus manos, los emblemas de las
casas matriarcales, sus oficios y títulos. Sus nombramientos y dominios.
Una sola circunvalación a un anillo para leer su contenido podía ocupar
muchos días de atenta lectura. La altura del arco y la ligera atmósfera de
Kólob creaban un efecto engañoso de las proporciones, pareciendo éstas
menores de lo que eran en realidad.
El arco, contenía en su zona interna los accesos al interior a tra-
vés de un pasillo abovedado, a cuya entrada se accedida por una escalinata
semicircular. Esta escalinata estaba salpicada por terrazas, donde se reuní-
an personajes de toda índole a la espera de asuntos o entrevistas. Había
pequeños jardines de toda variedad de plantas aromáticas y de vistosos
colores. Se podía acceder directamente a la entrada o hacerlo de forma
sinuosa. El sólo acceso a la casa de Silam podía hacer olvidar el objeto de
la visita.
La luz emanaba de cada lugar donde mirase. Desde la zona cen-
tral, se propagaba a través de paredes, suelos y elementos ornamentales de
la misma forma que el calor lo hace en el metal o los colores en el aire. El
acceso a las zonas densas contenía un espacio independiente del resto de
Kólob y su luz era irradiada, como una propiedad más de la materia.
Subí a los jardines de la primera premisa a través de una rampa bordeada
de un césped inmaculado y tachonado de florecillas de múltiples colores,
la tentación de recostarme en esa mullida extensión rampante era fuerte.
No se podía culpar a la desidia por la actitud de muchos, sino a falta de
voluntad en sustraerse a las maravillas de nuestro mundo. Las esculturas,
distribuidas al azar, encajaban en el paisaje sugiriendo actitudes. Pensativas
unas, decididas en la actuación otras. Sus expresiones eran rotundas y
enérgicas. Pareciendo en esto querer vencer a la materia en su determina-
ción de expresar algo vivo.
Encontré al grupo de Misón en Crómina. Esta era una zona do-
tada de foros de encuentro. El nombre de Crómina, se dio en honor a la
324
Los palacios de Kólob

fundadora de una de las escuelas permanentes. El origen de estas se pierde


en el tiempo y es su utilidad y perfección en los planteamientos lo que las
hace traspasar las eras. Los oficiales de las casas, seres densos, son los en-
cargados de refundar en cada era estas escuelas, indispensables para la
actividad creadora. Presidía esta zona su estatua de tamaño natural, con las
insignias de la casa y su rango. En el hueco de una de sus manos, surgían
brotes tiernos de una planta. La maestría en la talla era asombrosa. No
tanto por su fidelidad con la realidad sino por el poder del mensaje, expre-
sado más allá de la superficie.
La animada conversación que sostenían fue cesando a medida
que me acercaba. Era evidente el asunto tratado. La caída del flanco iz-
quierdo, es decir yo. Misón se dirigió a mí.
- Hola Kozam. Estamos hablando de lo que ha ocurrido hoy. Dis-
culpa a Misón, el sólo está preocupado por la marcha de nuestro equipo.
Todos entendemos que la primera vez es difícil.
Misón a duras penas podía disimular su esfuerzo por no decir lo
que pensaba. Los demás guardaban silencio. Me sentía herido en lo más
profundo. Afortunadamente, nunca llegué a Silam con la prepotencia de
un alterador de primer grado de la casa Jana y no se me podía acusar de
presumir de habilidades. Pero mi primera actuación fue decepcionante y
eso me llenaba de vergüenza.
- Siento mucho no haber estado a la altura, desde luego no volverá
a pasar.
Misón asintió sonriente. Los demás en silencio me miraban espe-
rando algo más. Deseaban el relato de la víctima en persona. Pero eso
tendría que esperar, Corina cogió mi mano y tiró de mí. Con un sencillo
gesto se despidió de los demás sacándome de mi situación, clavado en la
diana de un círculo de cazadores. Nos alejamos en dirección a los accesos
de la segunda terraza, la de la esperanza. Teníamos que atravesar la mitad
de la primera, la del enfoque. Una vez alejados del grupo ella se dirigió en
forma de reproche.
- ¿Dónde has estado? Ya te dábamos por huido
- No vas a creerlo.
Nos movíamos con gran rapidez. Pero al escuchar esto ralentizó
la marcha. Se me quedó mirando fijamente.
- A ver ¿qué hay en Kólob que sea difícil de creer, incluso para mí?
¿te has encontrado con Toban?...

325
David Moraza Los palacios de Kólob

Yo negaba con la cabeza y me reía divertido a medida que negaba


cada propuesta suya.
- ¿Has conocido al quórum del círculo Madán?... ¿has sido elegido
como consejero del Oeste?... ¿has adquirido el derecho Palpar?..
El derecho Palpar, Corina iba demasiado lejos. El derecho Palpar
se otorgaba a aquellos que demostraban un conocimiento y dominio de
los oficios sostenedores, que correspondían a los formadores. Estos en el
desarrollo de su arte podían mantener formas de materia no densa durante
un tiempo muy largo sin perder forma ni cohesión. Para mí representaban
un acto de habilidad circense, no entendía muy bien por qué se les confe-
ría el derecho a acceder en determinados momentos a las zonas restringi-
das a fin de conocer mejor esos lugares especiales.
- Bueno, no sigas elevando tanto. He conocido a Aribel y he estado
hablando con él.
Entonces se detuvo en seco. La perdí de vista durante unos ins-
tantes. Me volví y encontré su mirada inexpresiva, clavada en mí.
- ¿qué te ha dicho?
Su pregunta fue directa y reveladora. En ese momento no me di
cuenta, pero tenía un fondo inquietante, una desconfianza extraña en al-
guien a quien no conocía. Tomé tiempo en relatarle todo con detalle. Lo
hice con cierto placer. Ese mismo día en que debería estar a la defensiva
por mi impericia, pasé a describir con deleite la increíble experiencia de
conversar en privado con uno de los primeros. Esperaba expresiones de
asombro por parte de Corina, pero ella tenía su mirada perdida en un pun-
to a escasos pasos delante de nosotros. Cuando le expliqué la propuesta
de Aribel, la mesura de su exposición, la comprensión por su parte del
plan de las casas, los fallos detectados, su afán por nuestra seguridad en el
éxito, Corina se arrodillo en la blanda alfombra verde que pisábamos,
apoyó sus manos en esta y susurró.
- Te ha atrapado a ti también.
Me sentí perplejo ante su comentario.
- ¿Cómo? ¿qué quieres decir con a ti también?
Corina tardó en reaccionar y cuando lo hizo, su voz salía sin en-
tonación, como si sus palabras fuesen guijarros lanzados contra una pared.
Me invitó a sentarme y a escuchar. Me hizo prometer que lo haría hasta el
final.

326
Los palacios de Kólob

- Conocí a Aribel en una charla que impartió en nuestra escuela


acerca de… no recuerdo ahora el tema… porque no vino a eso…vino a
por mí.
Me levanté de un salto, no podía creerlo.
- No me has dicho nada. ¿Por qué lo has ocultado?... ¿que… que...
está pasando?
- Kozi… siéntate y escucha para que puedas entender y luego haz
lo que desees.
Lo hice con enojo. Me senté mirando en otra dirección, ella a mi
izquierda empezó a hablar y yo mirando al horizonte veía sus palabras
depositarse en esa línea lejana escribiendo una historia inesperada.
- Entablé una conversación con él. Me sentía igual que tú, tocada
por la fortuna, de entre todos me eligió a mí para compartir algunas ideas
que me parecieron sublimes. Ya sabes, Elegida como depositaría del co-
nocimiento de uno de los primeros. Me gano para su plan, lo veía muy
lógico y posible.
- ¿Ahora no?
Ella pareció no escuchar mi pregunta y continuó con su exposición.
- Conocí a Meronte, Rafael, Minión, Primabel. Me sentía una más
en su compañía. Me revelaron conocimientos escondidos, historias jamás
contadas. Ahora me pregunto cómo fui tan simple de no entender que
nada era gratuito. Pero eran brillantes, alegres. El futuro para ellos era diá-
fano como el cielo de Kólob. Acudían a la presencia del Gran Gnolaum y
hablaban de eso con naturalidad y lo hacían también conmigo. Yo asumía
que todos sus planes, expresados tan sencillamente, eran de conocimiento
de las casas. Sabía que no habían sido concebidos en ellas, pero qué dife-
rencia había. Ellos entraban y salían de ellas con normalidad, hablaban
con seres densos de tu a tu. Recibían caricias de las madres, abrazos de los
más grandes, encargos de trascendencia. Llevaban el aura del poder alre-
dedor de ellos. Representaban todo para nosotros. Si no ¿Por qué les die-
ron esa autoridad? ¿Cómo sustraerse a esa melodía de seducción que
emanaba tan solo de su presencia?
- Dolido y humillado acerté a decir.
- Tú lo has hecho.
- ¿Crees que he renegado de ellos?... no es tan fácil. No hay cosa
más difícil que renunciar a la gloria personal, a elevarse por encima de los
que te rodean. A escuchar tu nombre en labios ajenos pronunciado con

327
David Moraza Los palacios de Kólob

admiración. Pero antes de que eso fuese realidad, aquí en mi casa, Meron-
te y su hermano Aribel me plantearon un problema. El plan necesitaba
acceso a las oscuras playas de equipos con nuevas configuraciones de
premisas. Necesitaban contactar con el oscuro océano desde otra perspec-
tiva a la usual. Había que tener a esos equipos preparados para el momen-
to acordado. Y una pieza clave era el equipo de la casa Jana. El momento
de la gran expansión debería recalcularse de otro modo para que el eje del
enfoque encajara en una posición preeminente.
Una sensación extraña fue subiendo desde mis pies hasta mi ca-
beza, recordándome la llegada de la mirada oscura en sus playas. Una pe-
sadez de espíritu subía hacia mí a medida que las palabras de Corina gol-
peaban el horizonte del mar de Kólob hasta llenarlos de bruma. Y sor-
prendentemente a medida que esa bruma llenaba mi alma, la claridad se
abría en mi mente.
- La casa Jana tenía la llave, pues solo ella daría el primer paso con
el oscuro océano de la materia. Entonces ese día Aribel pronuncio tu
nombre, Kozam. Ellos te conocían desde hace mucho y sabían de tus…
problemas con las premisas.
Iba a protestar por eso, pero ya la inmovilidad me invadía y decidí
dejarme llevar por las palabras de Corina y no me resistí como lo hice en
las oscuras aguas.
- Ellos me animaron a rescatarte para nuestro plan.
Sonreí con ironía ante la idea de mi rescate. Bonita palabra para
cazar mariposas, rescatarlas de los peligros del campo.
- … si esa es la palabra que usaron. Yo te busqué para rescatarte de
un plan cruel que iba a llevarte a la incertidumbre. Yo te busqué para
traerte a la seguridad. Esa era mi intención. Iba a salvar a alguien que no
conocía...
Quería resistirme a sus palabras. Juraba que me aborrecería a mi
mismo si aceptaba una explicación como esa. Me maldecía a mí mismo,
porque notaba como su voz se volvía aflautada y empezaba a provocarme
el placer que recorría mi espalda y cuello como un relámpago. Me seducía
con su explicación, pero yo no podía ser tan idiota, no podía serlo tanto.
Debería de tener alguna dignidad en mi persona que me alentase a resis-
tirme a rechazar aquella historia, a portarme como un ser humano. Me
despreciaba por momentos porque notaba cómo sus palabras amasaban

328
Los palacios de Kólob

mi mente como si fuese arcilla. ¿acaso yo no tenía poder sobre mi alma


para retener la ira aunque fuese un momento más?
- …pero cuando te conocí, me di cuenta que no era una debilidad,
la tuya, con las premisas de nuestra infancia. Lo que tú poseías era una
comprensión profunda de todas las posturas. Y que eso te impedía abra-
zar con decisión cualquiera de ellas. Me asombró tu independencia y tu
valentía al no encuádrate con el resto. Yo fui a reclutarte en nuestra causa
y en cambio fuiste tú quien me alejó de la mía.
Acudieron las palabras a mi boca ya formadas, no tuve que tomar
tiempo en pensarlas.
- Oh vamos Corina. Tu plan va perfectamente. Si no te hubiese di-
cho lo de Aribel. Probablemente ahora estaríamos conversando acerca de
mi error en las oscuras playas. ¿Por qué he de creerte ahora? ¿y si esto es
parte de algún plan que todavía no veo?
Corina se levantó y se interpuso entre mí y el horizonte del que
yo no me despegaba. Ese es un sitio neutro, me ayudaba a pensar con algo
de claridad. Pero ahora ella se interponía, cómo pensar entonces.
- ¿Recuerdas a Misón? El te avisó de que si hablabas con Carolo no
podrías volver a la casa Jana, a seguir tus labores en tu equipo. Yo lo sabía.
Si conseguía que te entrevistaras con él, no podrías volver a Jana. Aribel
no contaba con eso, yo deliberadamente estropee el curso de su plan. He
intentado solucionar lo que he podido, pero no puedo pedirte que me
perdones. Lo que he hecho ha sido manipularte hasta el momento en que
me di cuenta de todo.
- Si algo me dijo Aribel, “la casa de Silam es cautivadora, pero sus
hijas lo son aún más”.
Ella acusó el golpe, y yo sentí un crujido en mi pecho. Pues era yo
quien se quebraba al infligirle daño a quien tanto amaba. Pensaba que era
justo hacerlo, ella me había engañado. Me había usado. Sin embargo ni esa
constatación era capaz de despojarme de su influjo. Si yo la perdonaba, si
lo hacía, pensaba, ella me despreciaría por ser tan débil y sumiso. Como
podía ser tan pusilánime tan débil de carácter. Solo deseaba abrazarla y
decirle al oído lo desdichado que me sentía. Sin embargo continúe pregun-
tando, ahondando en su respuesta.
- Y dime. El que yo te parezca dotado de cierta profunda compren-
sión, que tiene que ver con tu aceptación del plan de Aribel.
Corina dudaba de seguir hablando, sabía algo más y no se decidía

329
David Moraza Los palacios de Kólob

a revelarlo. Su tensión interior se transmitía a sus manos, luchaban una


contra otra.
- ¿quién crees que es el primero de todos?
- …el primero de todos.
- Si, Kozi, ¿quién fue el primero de nuestra era? ¿quién recibió el
mandato de preparar nuestra llegada?
Su pregunta me confundía
- No sé, quizás Meronte o Minión. Nunca hablan de eso, no son
claros y tampoco sé la importancia de eso.
- Exacto, Kozi. No hablan de eso. Es algo difuso y nadie les pre-
gunta porque nadie se atreve a intimar con ellos hasta ese punto. Son tan
brillantes que solo sabemos de ellos lo que ellos mismos dicen. Pero yo lo
sé. Es Aribel.
Yo asentí y me encogí de hombros. No sabía que trascendencia
tenía eso. Corina continúo hablando.
- Yo oficié en un equipo especial. Un equipo formado en sus pre-
misas, pero aún no trabajando en ellas. Ellos no necesitan permisos ni
maestros de salas. Ellos acceden a cualquier lugar, incluso a la morada del
Gran Gnolaum sin obstáculos. Son amados por todos. La primera vez
atravesamos estancias, pasillos y puertas desconocidas para nosotros. Lu-
gares densos reservados solo para los exaltados. Caminábamos tras el casi
agarrados a su túnica. Asustados. Sin embargo todos le sonreían y ningu-
no se alarmaba de esa irrupción extraña. Fuimos a las oscuras playas con
Aribel en el centro de nuestra formación. Todos estábamos aterrados, no
había ningún denso con nosotros, ninguna voz que nos cohesionara. Ca-
minamos en la acostumbrada formación de presentación y llegamos a la
elevación frente al oscuro océano. Cuando estábamos bajo la mirada terri-
ble, sintiéndonos amenazados hasta el centro, entonces, en ese momento
de máxima alarma, de una fuerte sensación de disolución…escuchamos
risas.
Corina tenía dificultades para seguir, su mirada perdida parecía
estar en otro lugar y vi a su través que estaba viviendo la escena de forma
intensa.
- … ¿puedes creerlo Kozi?... tú has estado en ese terrible lugar. Es-
cuchamos risas… ¡por todos los arcos!… y sin poder evitarlo miramos al
frente ¿sabes qué vimos?... Aribel se bañaba en las oscuras aguas y jugaba
con sus olas.

330
Los palacios de Kólob

Podía entender lo que me decía, pero era incapaz de aceptar una


escena así después de experimentar mi fracaso en ese lugar. Corina habla-
ba lentamente, no repasaba la experiencia, sino que volvía a vivirla en su
memoria.
- …no hubo presentación de premisas, no pusimos nuestras manos
como cuenco en nuestros pechos para mostrar nuestra confianza en la
posición. Tampoco las extendimos para mostrar nuestra esperanza. No
escuchamos la llamada vibrante del maestro de sala para atraer la atención
del oscuro… porque Aribel jugaba en las olas del oscuro océano de la
inteligencia. Como un neófito de Sinabea juega divertido en Irreantum
después de habituarse a conocerlo. Y lo más impensable, las oscuras olas
aceptaban sus juegos como un cachorro los juegos de otro.
No sabíamos qué pensar o qué hacer. Nos mantuvimos como estatuas,
clavados en las arenas como estacas. Cuando entonces, el nos hizo un
gesto con la mano. Gracioso y sublime. Cariñoso, nos llamaba como si
fuésemos sus hijos. ¡Venid, vamos, venid! Mientras reía y jugaba. ¡Venid!
Decía y nos sentimos como niños desafiados a una nueva diversión. Por-
que el convirtió lo más difícil, lo impensable, lo aterrador, en un juego. El
oscuro saltaba a su alrededor, se removía y formaba figuras extrañas e in-
descriptibles. Y el reía divertido así como Taleon juega con sus criaturas.
Pero nosotros no podíamos movernos, la mirada nos rodeaba y escrutaba
de forma aterradora y solo podíamos compadecernos de no poder com-
placerlo en su deseo de que acudiéramos. Yo me sentía maldita por no
poder ir, por no poder obedecer esa simple invitación. ¡Venid! Y me jura-
ba que haría todo lo que ese ser me dijera a partir de ahora. Porque nadie
que pueda hacer lo que mis ojos veían se merecía un grupo incapaz de
despegar los pies de la arena para acudir a su voz cariñosa, amable y se-
ductora. Nos sentíamos desagradecidos. ¡Vamos, venid!
Ante nuestra impotencia, se volvió hacia nosotros y nos contemplo. Y en
ese oscuro lugar, donde no hay compasión ni luz. Donde la vergüenza y el
terror nos tenían dominados…
Corina hizo una pausa. Sus ojos desenfocados yacían inactivos.
Solo sus labios vivían en su rostro y dibujaban esa escena que yo contem-
plaba con total empatía.
- … entonces el nos sonrió. Y se hizo la luz en el oscuro lugar. Su
semblante radiaba más aún que la tenue línea del horizonte. Lo miramos
absortos y la terrible mirada se diluyó de nuestro entorno. Entonces pu-

331
David Moraza Los palacios de Kólob

dimos observar cómo en ese lugar él era capaz de crear una burbuja de
comprensión y afecto por nosotros. Y nos envolvió en su amor.
Caminó unos pasos y cuando las oscuras aguas se despedían de sus tobi-
llos, Aribel se agachó y en el cuenco de su mano recogió una poco de
ellas. No me preguntes cómo lo hizo, pero ellas se dejaron llevar. Las pu-
so a la altura de su pecho hablando al oscuro océano, entonces en un solo
movimiento ejecuto las tres premisas, lanzando el contenido de su mano a
través de la ventana en nuestra dirección. Y entonces una hermosa planta
de pequeño tamaño y delicioso aspecto atravesó jubilosa la oscuridad. Se
dirigió en perfecto gozo hacia la puerta de la existencia, para entrar por
derecho en nuestro mundo y ser inscrita en el libro de la vida. Nosotros
maravillados continuamos en la misma actitud inmóvil y sentimos en
nuestro pecho la inmensa fortuna de ser sonreídos por alguien como él,
en ese lugar. Maravillados de presenciar un milagro nunca visto ni imagi-
nado por nadie en Kólob, un lugar donde todo es imaginado antes de
existir. Cómo no seguir a alguien así. Alguien ante quien, el mismo oscuro,
revolotea como un pajarillo alegre de ser observado. Alguien que ante tu
impotencia y debilidad, te sonríe, y crea, ante tu vista, la vida con un ges-
to.
Después de eso, se acercó a nosotros y nos miró de tal forma que supi-
mos qué había en sus ojos, nos habló a través de ellos, no sé cómo expli-
carlo de otra forma, Kozi, a través de sus ojos vimos la soledad del princi-
pio, la que tuvo que soportar como el primero. Los desiertos parajes de
Kólob vacíos, esperando la vida prometida, el primer destello de Kokau-
bean. El estuvo ahí y canto la canción de la primera estrella. De la mano
de su madre. Era el explorador de Kólob, de cada rincón de sus solitarios
paisajes antes de que viniésemos. Soñaba con nosotros, anhelaba el mo-
mento en que pasáramos a través de la ventana, preguntaba cada día
cuándo vendríamos. “Ya pronto Aribel, pero antes debes crecer, tú serás
su maestro”, le decían. Y Aribel jugaba en las oscuras playas, donde el
oscuro océano lo presenciaba como la primicia del linaje del Gran Gno-
laum.
Cuando lo observé en esa oscura playa, cuando ascendió hasta nosotros
tranquilo, casi inocente, con la emoción de un pequeño neófito, portando
en sus manos su ofrenda hacia nosotros. Tan solo quería decirnos en su
mirada, lo que anhelaba compartir con nosotros. Todo lo que había en-
contrada desde su lejana y solitaria infancia. Sentí deseos de abrazarlo, de
postrarme ante él…
332
Los palacios de Kólob

Corina me miró tratando de ver mi reacción. A esas alturas, casi


había olvidado el motivo de mi enfado y transportado en sus palabras,
volví a ser el eterno sediento de su presencia y de su voz.
- … si Kozi, de postrarme, sé que no es correcto, pero nos enter-
neció encontrar en el más grande a un niño que jugaba en una playa. Y
nosotros ahí, no pudimos ni movernos. Ni compartir el deseo de un igual.
Porque nos dimos cuenta del abismo que nos separaba. Un abismo de
tiempo y conocimiento. Nos desgarró por dentro al ser conscientes de
que nos había elegido como compañeros, a nosotros. Torpes, lentos e
incapaces y que solo su amor podía llenar ese vacío que ni todo nuestro
afán podría aminorar en grado alguno.
Al acercarse nos abrazó tiernamente, uno a uno, diciéndonos “no importa,
no importa” “perdonadme, no importa” “bien hecho, lo habéis hecho
muy bien”.
Más tarde, cuando me pidió que te trajera a nuestro equipo, no pude ne-
garme. Estaba convencida que tu serías un afortunado más igual que yo.
¿qué hubieras hecho tu Kozi?
Yo estaba totalmente en calma. Para mi vergüenza y pesar no
podía mostrar enojo me sentía ridículo porque reconocía que hubiera
hecho lo mismo. No encontraba razones ni deseos de reprocharle nada.
Temía haber perdido mi personalidad o mi espíritu, de convertirme en un
cetáceo dócil y obediente. Corina podría llevarme a la isla de Midela y pre-
sentarme a su amigo Taleon como una criatura de la casa Silam, que obe-
dece sin rechistar, tan sumiso como un pez. Solo me faltaba una corona
de flores.
- Yo hubiera hecho lo mismo por ti, Corina. Si supiese que eso era
lo mejor. Como tú creías saber. Pero no entiendo después de escucharte
cómo has traicionado a Aribel. ¿qué ocurrió para que cambiaras de pare-
cer? ¿qué tengo yo que ver en eso?
Ella pareció salir de su ensimismamiento y recobrar la expresión
en su rostro. Y abrió los brazos girando sobre sí misma.
- Mira Kozi, mira todo esto. Los palacios matriarcales, las multitu-
des de seres densos que entran y salen, las salas de la creación. Los go-
biernos, los emisarios, los consejos de las cuatro puntas, los quórums de
los diez círculos, mira a Carolo y a miles como él. Las escuelas y reinos.
Considera los principados que afluyen como ríos a Silam para dar infor-
mes y presentes. Mira a los exaltados, que en toda su gloria y poder rinden

333
David Moraza Los palacios de Kólob

honor a las madres y al gran Gnolaum. Cuenta las creaciones de las veinti-
cuatro casas y veras que no podrás hacerlo debido a su número. Yo, al
igual que tú, tuve que pasar por el horno de la renuncia. Igual que las es-
trellas tuve que transmutar mi adoración hacia Aribel, en una determina-
ción igual de fuerte en seguir las premisas de mi infancia. Y has de saber
que eso me provocó una herida que aun no ha cerrado en mi interior.
¿Sabes? Me siento mala, mala persona porque pagué con la traición a
quien más admiraba y más me ha enseñado. Me siento desagradecida co-
mo si hubiese tirado con desprecio al oscuro mar aquella hermosa planta
que Aribel hizo para nosotros. No, no sabes lo mal que me siento dentro
de mí. Pero por otra parte, pienso que he salido libre, de una situación
extraña. No sé cómo expresarlo, porque dentro de mí todavía está la con-
fusión de sentimientos.
Corina se detuvo un momento buscando las palabras para expre-
sar algo que adivinaba en sus contornos. Un rostro en la noche.
- Kozi, Aribel quiere el poder. No sé por qué lo sé. Y no tengo ra-
zones. Solo tengo el dolor infligido en su cercanía. Kozi no lo escuches,
debes volver a…
Sabía qué iba a decir y entonces completé su frase
- …¿volver a casa?
Había conocido a un perceptivo sin forma, no podía volver a mi
equipo. No confiarían en mí. Sí, podría hacerlo como uno de los hijos de
Silam, pero mi casa era mi escuela y mi oficio. Qué sería yo sin mi oficio.
Y además, de volver, sería con el deseo de mi madre cumplido.
- No, Corina, nada ha cambiado en cuanto a eso y no debes sentir-
te culpable. Yo tomé mis decisiones y no voy a volver atrás. No temí re-
nunciar, cuando supe el precio y no voy a hacerlo ahora. En cuanto a
Aribel, yo siempre he vivido en el filo de todo asunto importante. Y este
lo es, estoy acostumbrado a batallar en las disyuntivas, así que no temas
por mí.
- Con eso – respondió Corina– me estás diciendo que seguirás con
Aribel.
Me levanté de mi posición dispuesto a llegar a la segunda terraza
y me encaminé a ella. Esta vez Corina me seguía.
- Yo no estoy con Aribel. Lo que hago es explorar, dentro de mis
posibilidades. Entenderlo todo. Y hoy con Aribel he entendido algunos
aspectos que antes no veía, porque para entender hay que situarse en los

334
Los palacios de Kólob

lugares difíciles. En ellos hay que guardar equilibrio porque a veces solo
puedes apoyar un pie. Eso a casi nadie le gusta. Todos queremos solidez y
claridad.
Corina se sentía culpable de ser la causante de mi situación. Y no
me gustaba verla así, con una de sus alas rota. No era la misma. Traté de
explicarle que sin ella, yo habría tomado las mismas decisiones. Aunque
eso no era cierto. Salí de Jana por ella, por lo que sentía a su lado. Pero
reconocer eso sería aumentar su culpa, así que pensé en pasar al lado téc-
nico de la situación, desproveerlo de emociones. Mientras nos acercába-
mos a la segunda terraza, analizamos toda mi conversación con Aribel. Al
acercarnos al acceso que daba a la inmensa llanura de esperanza, Corina
me preguntó.
- ¿Por qué está tan seguro de que caerán muchos, y qué propone el
plan de las casas para los que caigan? Además ¿qué entendemos por caer?
Creo que damos muchas respuestas por conocidas y no lo son tanto.
- Piensa bien esto– contesté yo– imagina, que cuando lleguemos al
paraje Vestas, no te acuerdas de nada, ni siquiera de mí. Entonces yo te
hablo de nosotros de nuestra amistad. Te explico todo el plan que tene-
mos para los lugares densos, te hablo de las premisas. Pero tú no me co-
noces y no tienes ningún recuerdo ni conocimiento de lo que te digo. Solo
sabes del lugar donde te encuentras. Tienes un velo en tu memoria, pero
no lo sabes. Según nos dicen, lo aprendido aquí nos ayudará a reconocer
las premisas en los lugares densos, le llamamos nuestra imprimación.
Entonces me detuve un momento y la miré con intensidad y le
pregunté
- … ¿quieres decirme cuántos de nosotros tiene una fuerte impri-
mación del noble conocimiento en nuestra alma? Tú ves como yo a los
miles de millones que pasan sus días admirando a Kólob y sus maravillas,
que sólo saben del conocimiento lo que reciben en su formación primaria,
que solo beben de las gotas que caen de nuestro trabajo y actividad. Dime
Corina ¿Cuántos de los del cuarto arco soportaran un velo en su memoria
sin perderse? ¿Cuántos de ellos volverán, si aún aquí, viendo las maravillas
que has descrito, no soportan ni una sola de las disciplinas nobles?
Corina me respondió, dulcemente tratando de calmar mi estado
alterado por momentos.

335
David Moraza Los palacios de Kólob

- Kólob les enseña. Graba nuestras almas el recuerdo de nuestro


hogar. Nuestro origen. Todos llevaremos su música en nuestro interior y
luego habrá un guía un salvador que nos rescatará.
La miré por un momento sin saber cómo encuadrar mi respuesta.
- Oh vamos, Corina. Eso que has dicho es una canción. La he es-
cuchado desde que tengo memoria. ¿En realidad crees eso? ¿dónde está
ese salvador? ¿sabes el precio que tendría que pagar?
- Bueno, creo que Aribel, te lo explicó muy bien.
La ironía apareció en su rostro
- Sí, quizás tan bien como a ti. Pero por una vez lo entendí perfec-
tamente. Y créeme, es un precio imposible. Nadie puede equilibrar la de-
manda de justicia que se producirá cuando vayamos en masa a violar las
leyes allá en los lugares densos. Te lo digo claramente romperemos el
equilibrio de las oscuras playas. ¿Crees que el Gran Gnolaum podrá exigir
al oscuro paciencia con nosotros…o… compasión?, no. No podrá evitar
la devolución de hasta la última gota de nuestra conciencia. ¿sabes por
qué? Porque el también obedece las leyes, porque Corina, somos unos
privilegiados. Dotados de conciencia de sí. Dotados del don de los dioses
y toda la creación nos mira con atención y no consentirán un grano más
de generosidad hacia nosotros. Porque para ellos son estrictos y parcos.
No, no consentirán más privilegios hacia nosotros los agraciados, los exi-
tosos. Muchas inteligencias se quedaron en reinos inferiores y cumplieron
su destino. No hubo excepciones en sus posibilidades y no consentirán
que las haya con nosotros. Porque entonces el desequilibrio sumiría a to-
do el Cosmos en el caos y el Gran Gnolaum dejaría de serlo. Y veríamos a
todo un linaje hundirse en las negras aguas primigenias de donde salimos.
¿Por qué la censura? ¿por qué ocultar qué paso en el tercer arco? ¿Por qué
los perceptivos no pueden viajar hasta ellos?
Corina se alteró ante mi salida de tono. Yo hablaba con convic-
ción y eso la aterraba. Sentía cómo iba escapando a su afán de alejarme de
Aribel. Yo lo observaba como quien apretase un pajarillo en su mano.
Con una creciente debilidad en mis coyunturas. Pero había fuego en mi
boca. No hay viento más fuerte que la certeza de algo y yo la tenía. Tam-
bién la certeza deslumbra la razón y la mía lo estaba.
- Yo también – casi me gritaba– puedo hacer las mismas preguntas
¿crees que no las tengo? ¿crees que eres el único que ha estado en el bor-
de? Yo no sé todas las respuestas. Pero convivo con mis incertidumbres,

336
Los palacios de Kólob

no me paralizan. Sé que están ahí. Diciéndome ¿es que no piensas? Vamos


Corina contesta a una sola de nosotras… tu eres de las avezadas en los
misterios de la alteración…no puedes ¿verdad? En qué te diferencias de
los demás, para qué todo tu esfuerzo. La incertidumbre Kozi es lo que me
llevó a Aribel. Pero la incertidumbre es parte de nuestro aprendizaje, el
soportarla, el no saberlo todo, no estar seguro del todo. La bruma.
Desde el borde de la segunda terraza, se contemplaba la primera
como si fuera el pétalo precedente de una colosal flor. Colosal es la pala-
bra más cercana que encuentro a lo que veía. Había un mundo bajo nues-
tra mirada. Solo se podía ser consciente de la magnitud de las proporcio-
nes desde la lejanía. El primer pétalo de la flor de Kólob o la primera te-
rraza de Silam se veía cuajada de habitantes, como granos de arena y sin
embargo podíamos distinguirlos como individuos. No sólo era la grandeza
de ese reino sino poder abarcarla en nuestro entendimiento lo que nos
sumía en momentos de éxtasis, es como si se pudiese desenrollar la esfera
de un mundo y poder abarcarlo todo con la mirada.
La gran terraza del enfoque, la primera de ellas, la mayor de cada
casa. Una permanente exposición de las ofertas de formación de Kólob.
Iniciativas privadas de sus habitantes, autorizadas por las madres y funda-
das en las premisas. Semejante a un inmenso prado lleno de flores donde
los neófitos buscaban el néctar del conocimiento. Era el lugar de encuen-
tro de las escuelas y los neófitos. En esta extensa superficie, semejante a
una península adentrada en el mar, los neófitos de Silam conocían de pri-
mera mano los movimientos de escuelas y oficios. Aquellos que tuvieran
inquietudes y deseos podían unirse a una de ellas y de esa forma participar
como savia nueva en los oficios de Silam. El último peldaño de sus nue-
vos hijos antes de salir al exterior. Pero siempre, en cada zona asignada a
las escuelas, los oficiales instructores no perdían de vista a sus retoños,
esperando el momento en que fuesen investidos con la túnica prima. La
base de su vestimenta, que indicaba la madurez necesaria para elegir su
lugar en el mundo. Sobre ella se añadirían los complementos de las escue-
las elegidas o en su defecto de la actividad deseada. Aún así muchos seguí-
an de la misma forma que salieron de las puertas de Silam o la casa co-
rrespondiente. Como eternas mariposas iban de flor en flor degustando
sin implicarse en una futura transformación.
Corina y yo mirábamos sin decirnos nada. La visión de toda esa
actividad nublaba el juicio.
Sobre esta y detrás, a nuestra espalda, la explanada de la segunda
337
David Moraza Los palacios de Kólob

premisa, la esperanza. De menor tamaño que la anterior, pero igualmente


extensa. A través de su puerta principal, de un solo arco ojival, salían los
hijos de Silam para practicar la comunicación y el lenguaje. La cercanía a
las creaciones, compartir impresiones. Establecer comunicación con otros
hermanos más avanzados. El segundo grado en la evolución de sus con-
ciencias. Cada quince de ellos iban con un instructor, que velaba por el
respeto a las normas de comunicación. Nada de escuelas o asuntos com-
plicados a no ser que hubiese preguntas por parte de ellos. Nada de asun-
tos políticos o polémicas o preguntas comprometidas. Eran conciencias
tiernas como brotes de plantas, receptivos como Osimlibna a la luz de
Kokaubean. Sencillos y transparentes como alevines.
Uno de ellos nos miraba con interés. Corina tiró de mí y nos en-
caminamos a su encuentro. El pareció comprender nuestra intención y
miró inquisitivamente a su instructor. Asintiendo éste nos invitó a acer-
carnos.
Corina era afectuosa con ellos, su cariño destellaba en sus ojos,
alejando la tensión de momentos antes. Miró a su instructor para poder
hablar. Recibió de este una aprobación sonriente.
- Hola me llamo Corina, mi amigo se llama Kozam, pero sus ami-
gos le llaman Kozi.
El joven miró incrédulo a su maestro y este sonrió.
- ¿puede tener dos nombres, yo solo tengo uno?
Corina respondió.
- Veras, cuando hay alguien a quien queremos podemos llamarle
con otro nombre más corto, como forma de demostrarle confianza o
aprecio.
- ¿Puedo llamarle yo también Kozi?
- Pregúntale a él.
El joven me miro esperando que yo lo autorizara a llamarme Ko-
zi. Era muy fácil encariñarse con él. Recordé la mirada de Aribel en las
oscuras playas, cuando no pudimos acudir a su llamada. Fue una mirada
comprensiva y amistosa, llena de afecto.
- Claro que puedes, ya eres nuestro amigo. ¿Dinos cómo te llamas?
- Me llamo Rodibel. Estoy en el grado avanzado de comunicación.
Sé expresar casi todas mis sensaciones y describir lo que me rodea. Pero
tengo muchas preguntas de las que aún no se las respuestas. ¿cómo son
los otros palacios? ¿se visten como yo? ¿hablan igual? ¿tienen madres tan

338
Los palacios de Kólob

buenas como Silam? ¿qué hacen ellos?


Reímos los tres ante la catarata de preguntas de Rodibel. Sentí
deseos de abrazarlo, me llenaba un sentimiento paternal, cálido como si yo
fuese una estrella que pudiese iluminar al menos en alguna de sus pregun-
tas. Pregunté a su instructor si podría contestar y el asintió sonriente. Me
adelanté y puse mi brazo sobre su hombro y le hablé despacio y claro.
- Rodibel, eres un buen alumno y aventajado. Usas el lenguaje co-
rrectamente y describes muy bien tus sensaciones. Estoy seguro que
cuando pases al espacioso enfoque habrá muchas escuelas que se sentirán
honradas de contar contigo.
El sonrió satisfecho y contento por mi reconocimiento. Y yo me
sentí feliz de iluminar su rostro con esa sensación de provecho. Tan fácil
de provocar en los espíritus ligeros y sensibles como los que se encuen-
tran en ese estadio de nuestro periplo en Kólob.
- … Cuando tu maestro lo decida, pasarás a la tercera premisa, la
que puedes ver desde aquí. Entonces ya serás mayor y vestirás la túnica
prima… va a estar muy guapo ¿verdad Corina?
Corina asintió riendo, su rostro brillaba de afecto por ese joven.
Era tan fácil despertar esas emociones. Solo había que dejarlas salir lenta-
mente.
- … entonces, Rodibel, estarás preparado para ascender más allá de
la posición, allí arriba. Donde está la esfera de luz. En cuyo interior mora
el Gran Gnolaum. Esa esfera brilla de día y de noche. De ahí parte la luz
que ilumina a toda criatura de sus creaciones. La luz que brilla en la in-
mensidad del espacio, que da vida a todas las cosas, el poder por el que se
mueven y actúan todas las cosas. Esa luz sale de su presencia iluminando
nuestro entendimiento. Alrededor de esa esfera, rodeada en toda su cir-
cunferencia desembocan todas las creaciones de Kólob y podrás verlas a
todas. Ellas muestran el poder de las casas y de sus habitantes. Se exhiben
orgullosas de su origen y si te descuidas no te dejaran que dejes de obser-
varlas. A ellas les gustan que las admiren sin descanso.
Podrás caminar desde esta posición y recorrer el encaje de los veinticuatro
pétalos de los palacios matriarcales en la morada esférica. Te aseguro que
no podrás hacerlo de una vez. Requiere mucho, mucho tiempo y pacien-
cia. Podrás conocer a tus hermanos de otras casas y lo que hacen y cómo
se visten, cómo hablan y que dicen de sus madres. Si eres capaz de hacerlo
serás el primero de Kólob en conseguirlo. Nadie ha podido verlo todo.

339
David Moraza Los palacios de Kólob

Rodibel, salto de entusiasmo.


- Yo lo haré. Ya he aprendido a describirlo todo y a guardarlo en
mi memoria. Solo necesito un segundo nombre para darlo a mis amigos.
- Eso es cosa mía– contesto Corina– tu nombre para tus amigos
será Rodi.
Rodi miró incrédulo a su maestro que lo observaba con satisfac-
ción y orgullo. Entró en la conversación para cerrarla.
- Bien amigo mío, por hoy son muchas emociones. Has hecho dos
amigos, te han enseñado cosas nuevas que has aprendido por haberlas
preguntado y… un nuevo nombre. Bueno…bueno… un día aprovecha-
do. Ahora debes volver con tus compañeros.
Rodi, se paro ante nosotros y nos miró fijamente y nos preguntó.
- ¿Me esperareis en el espacio de enfoque? ¿Os encontraré cuando
tenga mi túnica prima?
- Busca en la escuela de los encajes, grupo de Misón. Nos encon-
trarás.
Le respondí sin pensarlo. El quedó encantado y salió hacía la in-
mensa puerta ojival que daba acceso a las dependencias del interior. Su
instructor quedó con nosotros con expresión seria, dentro de un aspecto
bondadoso que no parecía abandonarlo.
- Me llamo, Benjamín. Rodibel ha quedado muy impresionado de
vuestra visita. Creo que ya tiene materia para pensar un tiempo. Ellos se
aferran a las nuevas impresiones en su mente como polillas a la luz. Creo
que le has dado un objetivo muy definido. Habrá que trabajar sobre él.
- Espero– respondí de inmediato– no haberme pasado en mi in-
tención de hacer amistad con él.
Benjamín movía la cabeza hacia un lado y otro negando mi pre-
ocupación.
- No amigos míos. No, precisamente es por ese motivo que en esta
fase de su formación acceden a este lugar a relacionarse con vosotros. Ex-
citáis su imaginación con ideas y propuestas. Eso los satura totalmente,
son como playas desiertas, cualquier huella queda nítida en su superficie
convirtiéndose en el centro de su atención. Nuestro trabajo es ayudarles a
componer un paisaje equilibrado a medida que reciban estímulos…
Benjamín se detuvo y empezó a reír. Al mirarnos nos contagió su risa
- … y evitar, en el caso de Rodibel, que el primer día de su vida
adulta salga disparado hacia la morada superior y que empiece a darle

340
Los palacios de Kólob

vueltas como una avispa…


Charlamos durante un corto tiempo acerca de sus tareas. Supervi-
sados por maestros densos, las gobernaciones de las tres terrazas eran los
lugares donde menos distancia había entre seres densos y los habitantes de
Kólob. Había que impregnar esas inteligencias de reciente formación con
los atributos del linaje. Y aún cuando ya estaban insertos en cada uno de
ellos, había que tallar y dar forma correcta a ese milagro de la conciencia
de sí. Máxima de todas las capacidades.
Al cabo de un tiempo nos despedimos de él.
- Gracias Benjamín por tu tiempo. Ahora vamos a hacer una visita
a la terraza del enfoque. Espero ser más cuidadoso en mis comentarios.
El nos miró extrañado.
- No hay nadie en la terraza del enfoque. Podéis visitarla, pero no
encontrareis a nadie.
Esta frase tan sencilla, creó una perplejidad profunda en nuestra
mente. La sola idea de que no hubiese nadie en algún lugar de los palacios
matriarcales era en sí misma una contradicción. Semejante a que alguien te
dijera, no hay agua en los mares de Kólob. O no hay estrellas en su cielo.
Sabíamos que Benjamín no mentía, ni era una broma. La sencillez de su
respuesta y su rostro lo mostraban claramente. Debimos mostrar Corina y
yo una cuadro muy sugerente de nuestro estado emocional, porque el con-
tinuó hablando.
- Ya veo… no comprendéis. Os haré una pregunta ¿acaso no sa-
béis que el arco se cierra? ¿por qué os extraña que dejen de venir?
Corina contesto de forma entrecortada e insegura.
- Si… lo sabíamos… pero… ¿ya?... no sé …
- Sí, ya, amigos míos. Las puertas de la primera premisa se han ce-
rrado para nuestra era. No hay más nuevos hijos de nuestra casa ni de
ninguna otra. Rodibel es uno de los últimos. Estamos acelerando el
aprendizaje de todos ellos. Necesitan estar lo más maduros posibles para
lo que va a ocurrir en el desprendimiento del arco.
Hasta ahora había sido solo un asunto de debate, intelectual. Pero
en ese instante tomó la consistencia terrible de un suceso próximo. Mi
alma se contrajo ante la idea de subir y no ver a nadie. Sentí pánico al
entender que la fuente de vida que manaba desde la cúspide de las casas,
se había cerrado y que lo visto este día era el último remanente que bajaba
de esa estrella increíble que eran los palacios de Kólob. Mi interior parecía

341
David Moraza Los palacios de Kólob

doblarse en sí mismo y una sensación me atenazó como si fuese a com-


primirme en un grano de tierra. Y me sentí perdido.
Todas mis dudas y mis pensamientos se agolparon en mi frente
reclamando una decisión. Una postura, un paso hacia algún sitio. Urgía en
mi alma un lugar donde estar, que no fuesen los bordes inestables de las
cosas. Todo a mi alrededor se estrechaba hasta agobiarme.
Dejé a Benjamín y a Corina. Salí raudo hacia la primera terraza. Tenía que
verlo yo mismo. Desterrar de mi mente al menos las dudas, de fácil solu-
ción. Subí las rampas sin reparar en la hermosura que me envolvía. A me-
dida que me acercaba el paisaje se volvía más y más simple. Los espacios
más vacíos en comparación con las terrazas inferiores. Mi ansía estaba en
un lugar cercano a mi boca, tratando de salir del espacio comprimido en
que se había convertido mi cuerpo. Llegué al lugar de la primera premisa.
Sus hermosos jardines y edificios abiertos estaban vacíos. Sus senderos y
caminos, pequeñas colinas, valles y glorietas, pérgolas, enlosados, palace-
tes y columnatas. Paseos y estanques. Todos vacíos, no había nadie. La
descomunal puerta de acceso a su interior estaba cerrada. Intenté golpear-
la, pero no podía. Grité en voz alta pero nadie atendió. Subí escaleras,
corrí por los espacios desolados y gloriosos. ¿Cómo podía estar toda esa
belleza sin contemplar? ¿qué sentido tenía lo hermoso y vacio? ¿para qué
las formas bellas sin ojos que la admirasen?
Desaparecía mi mundo y lo entendí de un solo golpe. Porque
hasta ahora lo sabía con palabras, pero no había visto la primera grieta en
la piedra hasta ese momento. Me desplomé en una llanura verde, sembra-
da de flores y piedras delicadamente colocadas. No tenía fuerzas para
permanecer de pie. O más bien no lo deseaba. No estaba preparado para
ese instante, porque no sabía cuál era mi lugar en el mundo. Como una
mota de polvo en el ojo, no encontraba salida en ningún camino. Necesi-
taba más tiempo, pero el tiempo se acabó en la primera premisa y lo haría
en la siguiente y después en la tercera.
A mi alrededor todo el espectro de colores se materializaba en
flores y plantas que se movían con el viento. Sus aromas formaban pe-
queños torbellinos en mi mente; se abrazaban unos a otros, se mezclaban
y formaban combinaciones extrañas. Como las palabras de una multitud
componen un lenguaje incomprensible. Me acerque a un grupo de flores
violetas. Más allá de ese color no había nada más. Eran la cúspide del co-
lor, lo más lejano que nuestra vista podía ver. Ellas lo sabían y al ser ondu-
ladas por la brisa generaban olas que contenían su presencia y aroma. Les
342
Los palacios de Kólob

dediqué mi atención sumergiéndome en otros olvidos.


Ellas lo llenaban todo a su alrededor, porque su forma se proyec-
taba en toda dirección del espacio. Su color violeta podía escucharlo como
campanas agudas y delicadas. Golpeándose suavemente unas con otras,
componían una delicada música que me hacía mecer a su compás y enten-
derlo todo en ese color. Pensar en violeta es hacerlo en los tonos altos de
lo que son las cosas, mirar sus cúspides para entender sus cuerpos. Per-
manecer impasible a las emociones, observarlas a media altura. Entender
las cosas desde cinco pasos con tu alma en el reposo del atardecer. Es un
tono en que bordeas las emociones, ya que estas son objetos, tuyos, pero
están fuera de ti a cinco pasos. Sin embargo pensar en violeta, te libera de
ellas, de los temores y miedos, del amor o del odio. Tu pensamiento es
ligero y ágil, es capaz de adquirir las ideas de las fronteras, las que solo se
ven de un lado. Tu interior empieza a emitir sonidos altos y prolongados,
como una campana que se golpease con las flores violetas de tu entorno.
Empecé a bailar con ellas y a pensar en las mismas cosas que ellas. Deseos
intraducibles y opacos a la descripción que podamos hacer de seres como
nosotros.
Sentí la presencia de alguien que tocaba mi hombro.
- ¿Estás bien Kozi? No debes prestar tanta atención a eses flores.
Son atrapadoras, hay que mirarlas en compañía.
Cuando recobré la conciencia normal, puede preguntar.
- ¿Tocaste mi hombro mientras estábamos en las oscuras playas?
- No, – contesto– no podría en ese momento ni tocar mi oreja.
¿por qué lo preguntas?
Esa pregunta yacía pendiente de explicación en mi mente y surgió
como la primera hoja al remover un estanque.
- Cuando el oscuro nos miraba, yo perdí atención en las premisas.
Alguien tocó mi hombro con su mano. Si no fue Toban ni tu ¿quién pudo
hacerlo?
Corina no respondió.
- Kozi, no sé quién pudo tocarte. Solo puedo decirte que estoy
asustada también. Se acerca un momento difícil para todos. Pero no de-
bemos perder la esperanza.
Sonreí con su comentario. Señal de que me recuperaba, la ironía
volvía a subir a mi boca.

343
David Moraza Los palacios de Kólob

- Benjamín en el lugar de la esperanza, me ha dejado sin ella. No sé


qué voy a hacer.
Corina se irguió y con sus manos en las caderas me miró retadora.
- ¿Qué es lo que estoy escuchando? Eres tú el Kozam de la casa
Jana, conocido por muchos por su valentía o locura. ¿Ahora estas en la-
mentación? Vamos, voy a decirte lo que haremos. Vamos a entrenar, can-
temos un poco ahora que nadie nos escucha.
- Oh vamos Corina. Ahora no.
- Por supuesto que sí.
Cantamos mientras regresábamos, a las zonas exteriores de la
casa Silam. Cantar con ella me hizo sentirme más acompañado, batíamos
nuestras voces hasta que se sumaban en una sola nota. Variábamos nues-
tra onda y creábamos sonidos curiosos que parecían no salir de nuestra
garganta. En eso consistía nuestro trabajo. En conseguir la unidad perfec-
ta de nuestro esfuerzo estando a distancia y a oscuras. Sin un director que
pusiera su mano en el hombro. Y bajo una presión aplastante. Conseguir
la unidad en la fase de nuestra voz, nos ayudaba a pensar como una sola
persona. Eso atraía al oscuro océano de la inteligencia, mostraba nuestra
pericia. Y él se movía en atención a los logros.
No bien estuvimos en la explanada, frente a las puertas de acceso
a Silam, delante de su arco, cuando vimos un tumulto fuera de lo normal.
Por todos lados había parejas ataviadas con un nuevo emblema. La mitad
de una estrella de borde rojo, sobre el fondo blanco de su vestimenta.
Portaban una piedra de inscripción colgada de su cuello. Esta piedra del
tamaño de un hueso de melocotón servía para registrar la asistencia o co-
laboración en el asunto por parte de cualquier persona que la tocara. No
era esta la novedad, sino la agitación de los que realizaban esto. Se movían
y urgían a todos con el que se tropezaban a registrar su apoyo en lo que
proponían. Se notaba una actitud urgente, pero organizada.
Como tantos otros, nos acercamos a uno de ellos para ver de qué se trata-
ba.
- Hermanos, necesitamos vuestro apoyo para el gran concilio. El
arco se cerrará en breve y queremos presentar una propuesta maravillosa.
Lo harán los primeros, os aseguro que será para el bien de todos. Pertene-
cemos al movimiento de salvación, porque eso perseguimos, la vuelta de
todos. Por favor dejad vuestro toque y presentaos en el auditorio mañana
en la mañana.

344
Los palacios de Kólob

Corina y yo permanecimos inmóviles. Nos asombró el hecho de


pedir nuestro apoyo con tan sólo ese argumento. Sin embargo el asunto
estaba latente en el ambiente, larvado de forma sutil. La incertidumbre de
los menos preparados, era un gancho fácil para apoyar esa simple pro-
puesta. En cualquier cosa se puede creer cuando los cimientos del mundo
se conmueven. El conocimiento de los más formados, servía para enten-
der la magnitud de la propuesta hasta rivalizar con las casas. Por lo que
tanto habitantes de conocimiento como los carentes de oficio tocaban esa
piedra registrando su voluntad de escuchar qué tenían que decir los prime-
ros en el concilio.
Al comprobar nuestra actitud distanciada, nos miraron con des-
precio y se marcharon.
Una vez que nos quedamos solos, Corina me hizo una observación.
- Los primeros no necesitan apoyos para convocar. Saben que a
una palabra suya se llenaran los auditorios ¿A qué viene el uso de inscrip-
ción? No tiene sentido.
Salí corriendo tras ellos, iban presentado su propuesta a otros.
Corina me seguía preguntándome si iba a pasar el día corriendo detrás de
mí. Pero había algo que no entendía. Llegué a su altura y les pregunté de
forma directa.
- ¿Por qué nos habéis mirado así?
Corina me miraba perpleja. No entendía nada. Ellos se observa-
ron entre sí extrañados. Uno de ellos se dirigió a Corina.
- ¿qué le pasa a tu amigo?
Corina se acercó a mí, tomó mi brazo e intentó alejarme con una
sonrisa forzada. Pero yo no iba a moverme e insistí.
- Antes, cuando nos habéis invitado a dar nuestro toque a la con-
vocatoria de un concilio no lo hemos hecho y nos habéis mirado con des-
precio. Quiero saber por qué
El que parecía llevar la iniciativa, no salía de su mirada entre per-
pleja y educada, pero su acompañante, más temperamental, saltó hacia
delante y tomó la palabra.
- Yo voy a responderte, oh gran alterador, que en tu sabiduría no
sabes qué ocurre a tu alrededor.
Su compañero intentaba dominar la situación, pero quien hablaba
estaba desatado de toda contención. Parecía sacar algo comprimido en su
interior por mucho tiempo.

345
David Moraza Los palacios de Kólob

- … sí, yo te lo diré, aunque no sea más que un simple observador


y practicante de danzas. ¡Oh perdona! ¿no soy digno de que me escuches?
Soy peor... pues hazlo ahora porque pocos te serán tan claros como yo. Es
mi defecto en esta pantomima del todo está bien. ¿o no?
Intentaba rimar su respuesta, pero a medida que se alteraba, la
prosa salía sin la modulación de su arte.
- … ellos, si los primeros, buscan y se afanan por nuestro futuro.
Se arriesgan a perderlo todo por nosotros. Ellos que no tienen por qué
complicar su existencia, pues son los mejores, han preparado a un plan
para proponer en el gran concilio, no éste próximo, sino el del cierre del
arco. Ah, pero claro, vosotros no queréis saber nada, al parecer las condi-
ciones futuras no van a ser las mismas para todos. Claro habéis pasado
una era en la imprimación de vuestro espíritu de las serias disciplinas. Sin
embargo, nosotros, los ociosos, ya ves, como yo, seremos la masa acom-
pañante, el decorado de vuestro triunfo, en ese plan falaz y clasista, hecho
para sus campeones. Sin embargo, ellos se acuerdan de nosotros, los que
vivimos sencillamente en nuestro hogar, sin más pretensión que gozar
simplemente lo que nos ha sido dado. ¿qué falta hemos cometido? ¿vivir?
- ¡Vamos! –exclamo su compañero–
Y arrastrándolo de un brazo, lo alejo de nosotros. Corina y yo
nos quedamos silenciosos. Perturbados por esta escena, no sabíamos qué
decir. Mi asombro no era fruto de sus argumentos, sino por el efecto que
habían tenido en esa persona. Estaba seguro que ambos pensaban lo
mismo, solo que uno de ellos no contuvo sus pensamientos. Y sobre todo
mostró su ira, algo desconocido entre nosotros.
- ¿Qué piensas Corina de esto?
Ella se tomó su tiempo para contestar, estaba tan turbada como yo.
- Han intentado ocultar su estado de ánimo, cosa difícil. Piensan
que somos traidores.
- Sí – respondí – y no solo eso, se sienten víctimas.
Corina no tardó en reaccionar.
- Cómo que víctimas, qué es eso de víctimas. Aquí no hay tal cosa.
Es absurdo, todos estamos igual de la misma forma ¿no crees?
Ella esperaba una respuesta por mi parte, una confirmación. Pero
yo solo podía guardar silencio, entendía cómo pensaba nuestro acusador.
Estaba lleno de miedo e incertidumbre. No por falta de conocimiento, los
planes de las casas eran claros y familiares. Sino porque las dudas sobre

346
Los palacios de Kólob

estos, las objeciones se transmitían como el fuego entre todos los habitan-
tes de Kólob, la incertidumbre avivaba la llama que prendía en el miedo y
el nerviosismo de muchos. Los temperamentos no templados por las dis-
ciplinas nobles, flaqueaban ante lo gigantesco de los sucesos próximos.
Pero nunca hubiera esperado que esas dudas se convirtiesen en odio. Ese
paso impensable y extraño. Una alquimia contra natura en nuestro mundo
que creaba una extraña sustancia, el rencor y eso me asustaba. Veía infa-
marse la llama de la contención en una chispa, ante el tercer arco. Detrás
de una mirada encendida por el fuego de la razón.
A veces los silencios ofenden más que las palabras y en este caso,
así fue con Corina.
- Bien Kozi, ya veo que sigues en tu eterna espera, si en algo tan
simple como lo que acaba de pasar tienes dudas, entonces es posible que
Moses tenga razón.
No podía ofenderme con ella, ni aun cuando su aguijón intentaba
penetrar mi orgullo y despertarme de ese profundo sueño donde me veía.
Por eso más la amaba y más sentía defraudar su esperanza al mostrarme
insensible a su dulce poder de ofensa. Y nuevamente sentí crujir el cuerpo
de un pajarillo en mi mano, y estremecerse mis coyunturas como si estas
decidiesen no soportar más a alguien como yo.
- ¿Me acompañas a Middiani? Hay una presentación de nuevas es-
pecies. Podíamos hacer preguntas comprometidas y divertirnos con sus
caras.
- De acuerdo, pero iré más tarde –respondí–
Ella sabía que necesitaba caminar y pensar. Encajar todo lo que
había ocurrido desde mi caída en las oscuras playas. El suave discurrir de
los asuntos de nuestro tiempo, entraban una fuerte pendiente y aunque
aún podía discernir los sucesos, presentía que en breve todo sería impre-
decible. La vi marchar como una florecilla llevada por el viento, tan ligera
que podía remontarse a la cúspide sin esfuerzo, ni aún la conmoción que
empezaba a aturdirnos hacía mella en su equilibrio. Y sin embargo ella
atravesó un valle tenebroso al buscarme como pareja en una alteración
extraña.
Caminé sin rumbo fijo, solo guiándome por el borde de un cami-
no que serpenteaba en el universo de parajes en las cercanías del tercer
arco. Sería muy fácil perderse sin la descomunal presencia del palacio Jana,
que, como un faro, siempre proporcionaba una referencia.

347
David Moraza Los palacios de Kólob

De pronto alguien de la escuela de las arenas, se acercó por donde


caminaba. La escuela de las arenas se distinguía por su trabajo en conjunto
con la casa Jana. La evolución de la superficie a través del tiempo, la sin-
cronización geológica para la aparición de la vida, la adaptación de las
plantas a los terrenos. La agreste superficie del mundo debería ser trans-
formada para la aparición de la vida vegetal. Una mujer, de esa escuela me
preguntó.
- ¿Eres Kozam, de la casa Jana?
- Sí, ¿que deseas?
- Me llamo Sara. Me envía Minión, de Silam. Quiere hablar conti-
go, si puede ser ahora, si no tienes inconveniente…
Minión me invitaba a una entrevista con él. Técnicamente no era
una invitación era una orden. El era mi superior en la jerarquía en la casa
Silam. Era muy elegante al hacerlo de esa forma. En cuanto a su persona,
no lo conocía pero había escuchado sobre él. Uno de los primeros de la
casa Jana, unos de sus líderes. Formaba parte del consejo de los doce en
Silam y además uno de los tres miembros de la presidencia de la casa. Esta
presidencia supervisaba el trabajo de los doce, que a su vez disponían de
una compleja red de maestros, gobernadores de terrazas, instructores y
escuelas. También formaba parte de los 72 sumos consejeros en Kólob,
estos consejeros asesoraban e informaban y recibían instrucciones del
quórum del círculo Madán, el primero en autoridad y el más cercano al
Gran Gnolaum.
Así que un pez muy gordo me llamaba y eso me cohibía. Sin embargo
pude tener reflejos y pensar por qué enviaba a alguien sin autoridad. Un
salto demasiado grande para una simple invitación.
- Por supuesto, estoy a su disposición.
Ella sonrió y me invitó a seguirla. A paso ligero, atravesamos en
línea recta senderos y parajes. No serpenteábamos ya sino que acortába-
mos distancias como una flecha lanzada a un punto concreto. No era esa
forma la acostumbrada para nuestros desplazamientos, respetábamos las
lindes y senderos porque nos ayudaban a contemplar y disfrutar del cami-
no. En este caso lo importante y único era llegar al lugar convenido. Algo
nuevo para mí. Decididamente algo estaba cambiando a mi alrededor y
esas sutilezas no pasaban desapercibidas. Me preguntaba si ese era el ca-
rácter de Minión, al menos sí lo era el de Sara, su mensajera.

348
Los palacios de Kólob

Nos dirigíamos al primer arco. Mi guía no parecía muy dispuesta a con-


versar, así que tomé la iniciativa.
- ¿Cuál es tu oficio en la escuela de las arenas?
- Trabajo en la manera de acelerar la formación de tierras de granu-
lación fina. Erosión, cambios de temperatura, viento. Ya sabes hay que
facilitarles a nuestras campeonas un poco las cosas, ya es suficiente mila-
gro el nacer en lugar tan hostil.
- ¿Conoces a Minión?
- ¿Sabes de alguien que no?
Ella sabía a qué me refería, con su respuesta me decía que no era
una buena dirección para la conversación.
- ¿Has estado alguna vez en las oscuras playas?
- He estado, aunque no necesito ir a ese lugar para hacer mi traba-
jo. Somos una escuela de conocimiento no de creación. Intentamos la
coordinación. Y lo hacemos bien. A propósito tú eres de Jana. Deberías
de saberlo.
Me di cuenta que era mejor no hacer más preguntas, así que me
resigné a seguirla como un neófito a su instructor. Sin embargo cada vez
aceleraba más el paso, hasta el punto que llamábamos la atención de los
que nos veían saltar setos, atravesar caminos y glorietas. Esquivando gru-
pos y viandantes.
- ¿Puedo saber a qué viene tanta prisa?
Al parecer no podía porque no contestó. Sin embargo empecé a
recordar el lugar al que me dirigía. Estuve allí con Corina, bajo el primer
arco. Entonces, al recordar a mi compañera, sentí la nostalgia de su com-
pañía, como una punzada en mi interior. Debí de haber ido con ella a re-
írnos un poco a costa de los de Middiani. Hacíamos preguntas tontas co-
mo ¿ha pasado esta planta los permisos de Jacon? ¿ah no sabes que son
esos permisos? ¿Será compatible con la especie de insectos camabosas?
¿Ah, no sabias de ellos? Ahora estaría riéndome y olvidaría por momentos
ese peso que llevo dentro de mí, y que continuamente me arrastra más allá
del firme donde piso.
Llegamos a un claro en el bosque, uno amplio. Me estaba acer-
cando al lugar donde estaba Osimlibna, ese era nuestro destino.
- Ve hacia ese claro, donde está el árbol. Hay una pequeña glorieta,
Minión te espera.
- ¿Tú no vienes?

349
David Moraza Los palacios de Kólob

- ¿Siempre haces tantas preguntas?


Se dio media vuelta y se fue. Nunca pensé que mis preguntas fue-
sen tantas. Debería de contarlas a partir de ahora.
Me dirigí hacia la glorieta. No la vi la primera vez que me acom-
pañó Corina, pero allí estaba cerca de Osimlibna. Traté de que no me pa-
sar con él lo mismo que con las flores violeta, pero era difícil pasar por su
lado y no contemplar en silencio a ese árbol. Minión estaba sentado mi-
rando cómo me acercaba y estaba solo. Al entrar en el lugar de encuentro
se levantó y estrecho mi mano sonriendo. Me sentí apabullado de esa
muestra de consideración.
- Gracias por venir Kozam. Espero que no te haya causado incon-
venientes mi invitación.
- Por favor, Minión para mi es un honor inesperado. Hace poco
conocí a Aribel y ahora a ti. Muchos pasan un arco y solo ven de lejos a
los primeros y yo en un día conozco a dos. Tengo motivos para reflexio-
nar largo tiempo.
Minión me miró con detenimiento, asintiendo para sí mismo.
- Me han hablado de ti y no han exagerado. Eres osado y claro en
tus ideas. No hay muchos como tú amigo mío. Dime cómo va tu expe-
riencia entre nosotros, ¿echas de menos tu casa?
- Todo es nuevo para mí. Me estoy adaptando a mis nuevas tareas
y si echo alguien de menos es a mi madre Jana.
- Si, las madres de Kólob…nadie como ellas ¿verdad? Dulces, cari-
ñosas y a la vez poderosas y terribles.
Me desconcertó lo de terribles. Y Minión sabía detectar cualquier
partícula de emoción en alguien que tuviese enfrente.
- ¿Te extraña? Veras recuerdo en el principio que mi madre Silam
encargó a Albitel llevar una túnica viviente realizada en tejido de una rara
especie que florecía cada pocos días. La prenda era de una hechura mara-
villosa, quien la portaba permanecía en la fragancia de sus diminutas flo-
res, finas como cabellos, nunca perdía color, pues se renovaba permanen-
temente y sus tonos y fragancias cambiaban de un día a otro. La túnica era
un regalo para el linaje exterior de Baraam, uno de los más antiguos y exal-
tados. Nosotros no dependíamos de ellos, ni teníamos parentesco con su
origen. Pero colindábamos en el acceso al oscuro mar de la materia. Po-
dríamos decir que sacábamos agua del mismo pozo.
Nuestra madre Silam agradecía con esta túnica el intercambio de conoci-

350
Los palacios de Kólob

mientos y experiencia con ellos. La misión de Albitel, consistía en llevar


este presente y regresar al día siguiente, después de aceptar la hospitalidad
de la casa.
Cuando fue presentado ante los miembros principales de la casa de Ba-
raam, Albitel quedo tan deslumbrado como una polilla ante la luz. Cuando
recordamos ese momento nos reímos, él todavía sabe recomponer la
misma expresión que tuvo su rostro ese día, pero hay que insistirle bastan-
te en que lo haga. Te aseguro que es para no parar de reír.
Bien, nuestro Albitel se quedo tres días agasajado por nuestros amigos del
linaje Baraam. Maravillado por la gloria de sus miembros. Por el afecto y
atenciones de las amistades que hizo. Lo peculiar y extraño de sus criatu-
ras. En definitiva se olvidó de regresar. Aducía, después, que estaba
creando puentes de amistad para el futuro.
Lo que pasó en realidad es que dejó en mal lugar a nuestra casa, pues el
hecho de no obedecer puntualmente demostraba poca disciplina en al-
guien que representaba un linaje y la evidente maravilla que demostraba
disminuía nuestra propia gloria a los ojos de otros. Nuestra madre envió a
un perceptivo con un mensaje sellado. Al abrirlo se le invitaba a no regre-
sar hasta que se le fuera a buscar. Su sonrisa desapareció de inmediato al
saber que sería acompañado por el mensajero hasta el oscuro borde del
océano de la materia.
Se que has estado en las oscuras playas y que has sentido la oscura mirada
retándote a mostrar quién eres. Te aseguro que eso no es nada compara-
do con el lugar en que dejaron a Albitel. En ese lugar no hay nada. Imagí-
nate el lugar más solitario que puedas, pues aun ahí, no está solo. Está
acompañado de inteligencias, pequeñas y simples, pero están ahí, compo-
nen el aire, las piedras, la arena… Albitel pasó de estar en un paraíso don-
de él era la novedad del momento a soportar el paraje más impersonal y
solitario que puedas entender. En el fondo de nuestra alma siempre hay
una sed permanente de percibir, de interactuar con el exterior. Aún la per-
sona más solitaria puede entablar una relación con el agua, el aire o la luz.
Y sin saberlo no afrontará nunca la completa soledad. Esa sed de interac-
tuar está implícita en nuestra naturaleza.
Albitel anduvo como un sediento durante mucho tiempo. No podía con-
versar ni consigo mismo, pues su espíritu se resecó como un sauce plan-
tado en un pedregal. Aquel suceso fue para nosotros un recordatorio de lo
que sucedería si desatendíamos nuestras obligaciones.
Cuando regresó, hubo que recomponerlo. Necesitó una reeducación, nada
351
David Moraza Los palacios de Kólob

quedó intacto en el salvo su memoria. Cuando le preguntamos después


sobre esa experiencia su semblante cambió a una expresión neutra, casi sin
vida. Nunca más volvimos a hacerlo, ni él lo mencionó en ninguna oca-
sión.
Se produjo un silencio entre nosotros. Nos rodeaba de fondo el
sonido de las ramas de Osimlibna al ser acariciadas por la brisa que sopla-
ba. Intenté no mostrar mi aturdimiento ante esa historia, porque mientras
la contaba yo había puesto rostro a Silam, el de mi madre Jana. No podía
aceptar su imagen en esa historia, cruel desde mi punto de vista. Pero Mi-
nión era alguien que leía el alma y comprendió mi situación en todo deta-
lle.
- Joven Kozam. La divinidad se basa en la obediencia. Hay muchos
reinos, pero todos obedecen. Albitel tuvo que aprender esa lección.
- ¿Por qué me cuentas esto?
Me miró satisfecho, como si fuese un neófito que realiza bien sus
tareas.
- Esa es una pregunta correcta. Y merece una respuesta clara. Te he
contado esta historia para que entiendas algo. Primero para que sepas que
los linajes tienen dos caras la hermosa y la terrible. Y segundo para que
entiendas que la obediencia es crucial y la desobediencia, cuando llega el
momento, se castiga de forma muy severa.
Minión manejaba los silencios de forma magistral, daba tiempo
en ellos a analizar las ideas y eso es lo que yo estaba haciendo en ese mo-
mento al preguntar.
- Creo que hay un tercer motivo ¿no es así?
Sonrió de nuevo y supe que había acertado. Entonces señaló ha-
cia Osimlibna.
- Creo que ya lo conoces ¿no es así?
- Sí, es una de las primeras cosas que vi.
Minión me miró serio pero con un reproche fingido,
- No le llames cosa y menos estando tan cerca.
El humor de Minión era difícil de detectar a veces. Y más aún en
asuntos que yo desconocía.
- Osimlibna es un ser exaltado, no se creó en el primer arco. Vino
con ellos, los densos, antes de que Kólob existiera. Tiene forma de árbol
pero no lo es en el sentido estricto de la palabra. Simplemente luchó por
ser lo que es.

352
Los palacios de Kólob

Yo no tenía necesidad de decir que no entendía, porque Minión


escrutaba mi rostro y sabía si lo acompañaba en la exposición. De pronto
su semblante se iluminó con una sonrisa de oreja a oreja. Una idea cruzó
su mente, no es que yo también pudiera leer, pero algo sabía de emocio-
nes. Aun así no olvidaba que lo que fuera a hacer o decir componía la ter-
cera razón que yo esperaba. Se levantó y me dijo que lo siguiera en silen-
cio.
Nos dirigimos a la base de Osimlibna, ancha como diez personas
tomándose de las manos. Y ante mi asombro Minión empezó a escalar
por su tronco hacia las ramas. Mientras lo hacía reía de la forma más di-
vertida y natural que recuerdo haber escuchado. Eso me impresionó más
que el hecho de subir a un ser de esa naturaleza. Si alguien me dijese que
ha visto a uno de los setenta y dos sumos consejeros de Kólob, uno de los
cercanos al círculo Madán subirse a el árbol Osimlibna y hacerlo riendo
como un principiante el día de su primera salida a la terraza de la posición,
hubiese creído que la locura se había introducido por una abertura de
nuestro mundo. Pero ahí estaba y yo lo veía con mis ojos. Es más me de-
cía que lo siguiera y eso lo consideré una orden, pues si no lo enfocaba así,
era como para pedir socorro. De modo que sin pensar mucho lo que hacía
comencé a subirme encima de un ser exaltado que ya existía antes de que
yo tuviese un nombre. Como para salir corriendo.
Nos detuvimos en lo alto de una de sus ramas donde sorprendentemente
pudimos sentarnos sin ser fulminados.
- Mis hermanos y yo veníamos mucho aquí y hacíamos lo que ves
ahora. Osimlibna es paciente y generoso. Nos decía que éramos sus pajari-
llos.
Las hojas de ese árbol, eran densas con una presencia individual
de cada una de ellas. Formaban una sociedad compleja y laboriosa. La luz
de Kokaubean se materializaba visiblemente al acercarse a ellas, como
finos filamentos de una tela de araña. Toda la superficie de sus hojas esta-
ba erizada de luz, como un pelaje de naturaleza vibrante y destellante.
Cuando nuestros dedos entraban en contacto con las hojas, la luz nos re-
corría con un cosquilleo especial, inundándonos una calidez de pensa-
miento especial.
- Antes que vayamos a los lugares densos, Osimlibna ya estará allí,
cargado de frutos. Cada fruto portará la posibilidad del conocimiento para
los habitantes de los lugares densos y hará realidad la virtud del libre al-

353
David Moraza Los palacios de Kólob

bedrio. Veras, sólo nosotros, los hijos del Gran Gnolaum, tendremos li-
bertad, pero no será efectiva hasta que el fruto de Osimlibna nos intro-
duzca en el conocimiento, mediante una forma especial de pensar. Sin su
fruto nuestro libre albedrio no tendrá la posibilidad de convertirse en una
libertad efectiva. Cuando comamos de ese fruto…
Minión hizo una pausa y miró si yo estaba en el lugar correcto de
su charla.
- … entonces y solo entonces, podremos decidir si quedarnos unos
días con el linaje Baraam o renunciar a las maravillas que están ante nues-
tros ojos y regresar a nuestro deber. Y créeme no subestimes a Albitel, el
es disciplinado hasta que dio con una prueba que pudo con su carácter.
Ese lugar del que te hablé, donde estuvo mi hermano, es sólo un pequeño
castigo para un hijo algo alocado en su juventud. Que usó su libertad de
forma ingenua y teniendo total conocimiento de quién era.
Joven Kozam, no habrá excepciones. La desobediencia se castiga dura-
mente, no puede haber excepciones, de lo contrario una sola de estas, le-
vantaría en rebelión a todo el Cosmos.
Osimlibna, ajeno en apariencia a nuestra conversación, murmura-
ba con miles de vocecillas creadas por la brisa de la tarde. Yo me sentía
inquieto porque presentía que todas esas molestias que alguien como Mi-
nión se estaba tomando era para pedirme algo. Y estaba a punto de hacer-
lo.
- Muchos de nosotros estamos dispuestos a presentar un plan al-
ternativo en el gran concilio. Lo hemos estudiado con detenimiento. Te-
nemos muchos apoyos y al decir muchos me refiero a casi la mitad de tus
hermanos.
No podía creerlo. No era posible, eran demasiados. Como espe-
raba Minión se hizo cargo de mi alarma.
- … ya veo que te resulta difícil de creer. Pero sólo un puñado de
arena en una playa podría regresar con éxito y eso lo presienten muchos.
Con nuestro plan quizás un puñado se perdería. La diferencia la hace una
nueva concepción de las premisas. Vamos a proponer su rotación y el en-
foque pasará a ser la principal. El enfoque habría conseguido que Meronte
hubiese regresado al día siguiente, el deber sería el eje de su vida, no el
libre albedrio. Necesitaremos a algunos que recuerden todo para dirigir el
plan, para ser nuestros dirigentes y tú has sido propuesto, Kozam, para ser
uno de ellos.

354
Los palacios de Kólob

- Pero hay un factor que no estás considerando Minión…


El sonreía cuando yo hablaba. Daba la impresión de no estar
acostumbrado a ser contestado de igual a igual por alguien de bajo rango.
Yo no lo hacía por soberbia o jactancia. Era mi naturaleza y Minión lo
sabía y le gustaba.
- … no has mencionado la decisión del Gran Gnolaum, podría ser
diferente a vuestro plan.
- Si, Kozam, es una observación lógica. Pero aplícala tu mismo.
Nosotros tenemos a la mitad de la población a nuestro favor, perdona casi
la mitad algunos no aceptan dar su toque en la piedra de inscripción.
Me dirigió una simpática mirada de reprimenda, como si hubiese
pisado la flor de un jardín.
- Tocar la piedra no significa apoyar vuestra causa.
- Dar tu toque a la piedra de inscripción, significa: vivo en la incer-
tidumbre y quiero escuchar algo nuevo que la elimine. Significa: quiero
escuchar eso que necesito que alguien diga. A medida que se acerque el
desprendimiento del arco muchos más se unirán. Nosotros iremos a su
trono, al lugar donde el mora rodeado de sus seres densos, quienes le rin-
den obediencia y lealtad. Iremos y nos postraremos ante su presencia y
uno de nosotros le dirá: “Envíame y traeré las obras de tus manos y no se
perderá ni una de ellas. Porque son tus hijos, los traeré a todos de vuelta,
ninguno se perderá”. Y todos lo escucharán. Y el corazón de la mayoría
anhelará escuchar de sus labios las palabras que podrían ser. “Ve y haz
conforme a lo dicho”
- ¿Cuándo se producirá la rotación en las premisas?
- Por eso te hemos elegido Kozam, podemos conocer a una perso-
na por lo que no sabe, pocos en Kólob pueden permitirse no saber eso.
La rotación se producirá a partir de ese momento. Pues para ello su poder
nos será entregado, es decir las llaves del acceso al oscuro océano de la
materia.
- ¿No parece eso una usurpación?
Minión empezó a reír, pero yo no pude hacerlo. Estaba asustado,
me asombraba yo mismo de mis preguntas. La escena era de lo más irreal.
Montados en una rama del más extraño árbol de Kólob y hablando de una
usurpación del reino. No pude reír de puro miedo.
- Kozam, te repito iremos a su presencia y nos postraremos como
hijos suyos y le propondremos nuestro plan. Un simple no, acabará con la

355
David Moraza Los palacios de Kólob

usurpación. No es la primera que hacemos, infinidad de veces hemos pre-


sentado cambios, ideas, planes unos se han aceptado otros no. La palabra
no, es familiar en nuestros oídos de la misma forma que si también lo es.
Sabemos obedecer, Kozam, lo aprendimos de jóvenes.
- ¿Quién presentara la propuesta?
- Creo que ya lo sabes.
Era cierto, lo sabía. Lo supe desde que hablé con él. Emanaba
seguridad y no se esforzaba por aparentarla. Su liderazgo era nato, una
cualidad intrínseca nacida en las oscuras aguas y traída a través de la ven-
tana hasta este instante de nuestra historia.
- ¿Qué queréis de mí?
No hubo risas ni rodeos. Minión me miró fijamente y en tono
serio. Volvía a ser uno de los presidentes de los doce de la casa de Silam.
Uno de los setenta y dos sumos consejeros de Kólob. Un candidato al
círculo Madán. Uno de los primeros.
- Mañana te esperan en las inmediaciones del segundo arco. Diríge-
te a la columnata de Pikamón, junto a la columna sensata. Pregunta por
Melanto. Intentareis la alteración bajo las nuevas premisas.
Sentí miedo, la sensación de un lazo acercándose a mi cuello. Un
lazo fino y delicado, pero indestructible. Podía huir en ese momento, sal-
tar de Osimlibna y perderme en la muchedumbre que circulaba por todas
partes. Protegerme en mi grupo, en Corina. Aferrarme a ellos como las
enredaderas lo hacen a los antiguos muros.
O bien, marchar en línea recta a través de praderas, valles y mon-
tañas. Atravesar lagos donde nadie se haya reflejado. Buscar un lugar soli-
tario y esperar los acontecimientos, ser un factor nulo en toda aquella
ecuación que pronto se despejaría. Pero aún hasta el lugar más remoto
sentiría el aullido de la tierra en el nacimiento del arco.
Pero también había curiosidad dentro de mí, deseos de explorar
esa incógnita que se me presentaba de la mano de una persona de cono-
cimiento. Mi doble naturaleza me colocaba de nuevo en equilibrio sobre
una rama.
Minión rompió mi equilibrio paralizante.
- Kozam, solo es una prueba. Puedes añadirla a tus experiencias.
- ¿Y si falla?
- No habrá ningún denso.
- ¿quién entonces?

356
Los palacios de Kólob

- Uno de nosotros.
- No sé de ninguna prueba que se haya hecho anteriormente como
esta. No hay precedentes.
Minión empezó a reír. Al parecer yo había dicho algo muy cómi-
co, pero no sabía decir qué.
- Perdona Kozam, no pienses que me burlo de ti. Nosotros siem-
pre hemos realizado cosas sin precedentes. Nunca nos hemos parado a
pensar si había o no precedentes en algo. Verás en los linajes que conozco
no hay ninguno que permita el acceso al oscuro océano a escuelas que no
sean fundadas directamente por las casas. Sólo nosotros permitimos a
escuelas de fundación externa que lleguen a las oscuras playas. Un día nos
preguntamos si no sería mejor alentar la creación con la posibilidad de
que todos pudieran llegar hasta el final… ¿sabes quién propuso la idea?...
Se divertía con la pregunta y yo me intrigaba en los detalles de su
conocimiento. Me encogí de hombros.
- Fue Diantha, de la casa Camí–Olea. Nos habló de la excesiva ri-
gidez en el acceso a la creación a través de la ventana. Y nos propuso algo
sin precedentes no solo en nuestro linaje sino en muchos otros. Tuvimos
que presentar un plan de control para toda esta iniciativa. La sala de la
prueba, fue una de nuestras medidas. Fue aprobado, algo sin precedentes
en los anteriores arcos. Las casas estaban satisfechas con nuestra iniciativa,
nos ganamos no sólo la confianza de los densos que ofician en los pala-
cios de nuestro padre sino su respeto. Realmente Kozam todos nosotros
somos los constructores de nuestro propio destino.
Alterar bajo otras premisas, si, realmente algo sin precedentes…
Y me miró sonriente con ojos brillantes. Un brillo penetrante,
capaz de incendiar al más frío de los temperamentos en Kólob.
- … algo en lo que tú podrás formar parte.
Deseaba conocer nuevos caminos, cambié de casa, algo con po-
cos precedentes. Lo llevaba dentro de mí. Si localizaba un detalle extraño
en cualquier paisaje, muchas veces abandonaba lo que iba a hacer hasta no
comprobar de qué se trataba. A veces era exasperante para quien me
acompañaba. Tuve que ir hasta la primera terraza para comprobar por mí
mismo la soledad de su paisaje. Y ahora sabía que intentaría ver qué había
dentro de esa oquedad que Minión me había señalado con su dedo.

357
David Moraza Los palacios de Kólob

- ¿por qué yo?


Minión señaló las pequeñas ramas de Osimlibna que se mecían
acariciadas por la brisa.
- Por tu flexibilidad. No eres rígido en las premisas, puedes conce-
bir otras posibilidades.
Si alguien de mi equipo me hubiese dicho esas mismas palabras,
en ese día, hubiesen sido mortificantes. Porque no había ninguna de ellas
que fuese aceptable en un alterador. Flexible, otras posibilidades, falto de
rigor. Esas palabras de Minión, rompieron dentro de mí algunas paredes
maestras en las que siempre se habían apoyado cosas importantes. Cierto
que había tenido problemas de convicción. Pero eran problemas. Elevar
estos a virtudes suponía una inversión súbita de todo lo que conocía. Y
como de costumbre me inundaron sensaciones contradictorias, por una
parte el sentimiento de abandonar mis principios y por otra el halago de
emprender algo sin precedentes en la historia de nuestro mundo.
- Tengo miedo de fallar de nuevo. Ya lo hice la última vez, estuve a
punto de caer.
Minión acercó lentamente su mano izquierda hacia mí y la puso
sobre mi hombro derecho. Entonces reconocí ese toque maestro, de equi-
librio y seguridad. El estuvo allí, en las oscuras playas y no pude verlo.
Toban lo sabía y no me dijo nada. Me estremecí al comprobar hasta qué
grado podían moverse y alterar el normal curso de las cosas. Aún hasta un
maestro de sala, un ser denso, admitía una irregularidad de ese calibre, la
presencia de alguien ajeno al equipo y permitir un toque de atención en el
hombro de alguien que está siendo observado por el oscuro.
En ese momento empecé a confiar en él y a concebir la nueva
propuesta como algo posible o en el peor de los casos como un intento
honrado de mejorar las cosas. Lo miré asombrado y observé su expresión
calmada e integrada en sus poderes. Una persona completa y resuelta.
Abandonamos aquél lugar y dando la espalda a Osimlibna me encaminé al
encuentro con Corina. Mientras, sentía como iba disminuyendo el suave
empuje, que por oleadas, emanaba ese ser exaltado en forma de árbol.
Caminé despacio y reflexionando en el cambio de estructura que se había
producido en mí, no sentía dolor en la cirugía que se había producido en
mi alma y me preguntaba en qué acabaría todo esto. Deseaba poder mirar
a través de un agujero cómo sería todo una vez se cerraran todas las puer-
tas.

358
Los palacios de Kólob

En esta reflexión me encontraba cuando me acercaba a Middia-


ni. Era este lugar un inmenso museo de lo viviente donde se exponían las
últimas creaciones de Silam. Los pabellones se sucedían uno tras otro y las
escuelas mostraban orgullosas las joyas elaboradas tras grandes esfuerzos
por sus secciones y equipos. Habían arrancado de la arena las criaturas
escondidas en ella y eso representaba el sentido de todo su tiempo y es-
fuerzo. Los pabellones se disponían en círculos concéntricos y en seccio-
nes, atravesadas por amplias avenidas atestadas de jardines y elementos
arquitectónicos leves. Busqué en los lugares acostumbrados por Corina y
yo. En todos sitios había una gran animación, pero el tinte era distinto al
acostumbrado.
El interés no estaba ya en lo expuesto sino entre los propios visi-
tantes, que haciendo caso omiso de lo que veían, se enfrascaban en deba-
tes, en lo que parecía ser, más bien, una muestra de opiniones y no de
creaciones. Rivalizaban en argumentos que desde la distancia mostraban
un panorama intempestivo, muy alejado de lo que había sido hasta enton-
ces ese agradable lugar, donde tantas veces nos reímos de situaciones có-
micas.
Divisé a Corina acompañada de Quebel y Celem. Al acercarme pude
ver un debate espontáneo que se desarrollaba frente a un llamativo con-
junto de plantas. Destacaba una de ellas por su belleza. Sus pétalos esta-
ban listados en bandas de colores amarillos, rojos y violeta. Su forma
acampanada invitaría a muchas criaturas a acercarse a su polen y expandir
su existencia a través del tiempo y el espacio. Era ofensivo ver a toda esa
gente discutiendo acaloradamente, en presencia de algo tan bello. Sentí
malestar y me puse en el lugar del equipo que realizó esa maravilla, esa
falta de consideración debería ser muy hiriente para quienes habían soña-
do tanto tiempo con ese momento, el de mayor gloria para los alteradores.
A medida que me acercaba a Corina me di cuenta de algo sor-
prendente, eran los miembros del propio equipo presentador los que de-
batían con otros. Algunos de ellos con el nuevo símbolo del movimiento
de salvación. El impacto fue tal que sentí en mi interior un crujido, como
si alguien hubiese estrujado una parte de mí, provocando un agudo gemi-
do. Era cruel observar cómo el valor de una creación bajaba en la estima
general, hasta ese punto. Me entristecía observar el vano esfuerzo de esas
nuevas criaturas en ser observadas y admiradas. Algo que nunca imaginé.
Turbado de forma creciente, llegué a donde ella estaba. Tomó mi mano
sin mirarme, sabiendo que era yo quien estaba a su lado.
359
David Moraza Los palacios de Kólob

Al tocar su mano la mía, palpé con un sentido superior al tacto, la


verdadera razón por la que estaba allí. Y esa razón era ella, su leve presen-
cia, ligera como una pluma y su carácter franco y decidido. Era su voz
líquida que me empapaba cada vez que se dirigía a mí, que como a un
campo sediento, bebía de sus palabras. Era ella el motivo y aún su inten-
ción torcida de un principio, no fue capaz de sustraerme a su encanto, ni
todo mi orgullo y esfuerzo pudo vencer el genuino afecto que yo encon-
traba en su rostro. Yo estaba derrotado ante ella. Un simple roce de su
mano hacía temblar mi recuerdo en las ramas de Osimlibna como si un
vendaval lo azotase.
Corina, se volvió, y sin soltar mi mano la apretó y sonrió y desbarató
cualquier construcción anterior. Sin embargo había mucho peso en todo
lo que Minión me confió. Si, volví a mi acostumbrada situación de eterno
caminante de los espacios estrechos, de las lindes que separan a los hom-
bres.
Al observar mejor, encontré de nuevo la mirada iracunda de aquel
afecto a la causa de la salvación que nos invito a dar un toque a la piedra,
que me habló de su rencor, de su herida, de nuestra falta de consideración
a los demás. Vi esa mirada multiplicada en cada uno de los que defendían
sus palabras como si estas fuesen creaciones que hubiesen salido del oscu-
ro lugar y no del oscuro recipiente de sus almas.
Estaba naciendo en nuestro mundo una nueva criatura, pero a
diferencia de las flores ignoradas en su primera y fracasada exposición, no
venía del esfuerzo prolongado, ni del arte de la alteración, ni de los suaves
paisajes de Kólob, ni de las cristalinas aguas de Irreantum. No, había ve-
nido de un lugar desconocido que siempre habitó en nosotros y que re-
pentinamente había dado a luz un ser flamígero que llameaba en nuestros
ojos y en nuestra lengua. Que se multiplicaba sin necesitar madre o padre.
Solo precisaba una abertura por donde verter su fuego. Y abiertas todas
las puertas en el alma de mis hermanos, sedientos de certidumbre en el
futuro que se precipitaba sobre nosotros ruidosamente, esa criatura de
múltiples nombres, rencor, ira, orgullo, todas estas palabras, facciones de
un solo rostro, esa criatura empezó a exponer ante la turbada mente de
todos nosotros sus razones y a derramar por los resquicios de nuestra
conciencia su especial relato de las cosas.
Un miembro del equipo se dirigía a su oponente con las palmas hacia arri-
ba en actitud de de mostrar sus razones o de recoger algo de sensatez en
aquella tormenta.
360
Los palacios de Kólob

- … no venís a conocer nuestro trabajo sino a sembrar la polémica


entre nosotros. Nunca he visto algo así, a qué viene esa actitud de vuestra
escuela de la salvación.
El aludido negaba con la cabeza, a la vez que sonreía para sí mismo.
- No somos una escuela. Yo pertenezco a la casa Origia, escuela de
la fructificación de la materia. Soy alterador como tú y no considero que
conversar sea sembrar polémicas. Lo hemos hecho durante toda una era y
nunca he visto una actitud como la tuya, tan a la defensiva. No entiendes
que, aparte de pertenecer a una escuela o no, participamos en un movi-
miento llamado de la salvación. Pero tú pareces escuchar de la… conde-
nación.
Al decir esto último se giraba con mostrando sus manos en gesto
teatral y miraba al resto de congregados. Las risas salían espontáneas, al
parecer estimuladas por la ocurrencia.
- ¿qué movimiento es ese? ¿A qué casa pertenecéis? Nunca hemos
sabido nada de vosotros… salvadores de qué.
Sentí la misma pena por su débil defensa que por el infructuoso
esfuerzo de sus flores. La acometida del movimiento de salvación era lo
novedoso. Tenían en sus manos el cuestionarlo todo. El plantear una ju-
gada inconcebible y a continuación decir ¿por qué no?
- Somos un movimiento y como tal desplazamos. ¿qué desplaza-
mos? Pues a las viejas propuestas que te hacen parecer tan nervioso por
un simple debate. ¿A qué casa pertenecemos? A ninguna y a la mayor de
todas. Somos los hijos de Kólob que buscamos un futuro más seguro y no
una simple posibilidad.
Había alzado la voz y captado la atención de todos. Sus argumen-
tos estaban ensayados con sus gestos. Jugaban con ventaja ante personas
que sólo exponían el fruto de su trabajo.
- … salvadores de qué. De nadie o de todos. De nadie si nuestra
propuesta no es aceptada o de todos si nos apoyáis, si os unís en asamblea
para mostrar a las casas que hay otras formas que podemos hacerlo de
otro forma.
En ese punto todos miraban fijamente al desconocido orador de
Origia, todos habían sido conscientes por un momento de su propia inse-
guridad y de la creciente sensación opresiva en su interior.
Adelanto su torso y extendió sus manos. Alzo la voz con todas sus fuer-

361
David Moraza Los palacios de Kólob

zas, pero sin perder un timbre equilibrado. Fue un grito calculado, que no
traspasó la línea de lo impropio.
- ¿Es acaso mucho pedir a los habitantes de Kólob?
Y con esta pregunta trazó una nueva identidad, desvinculada de
las casas. La pertenencia de todos los habitantes a un mismo mundo, el
concepto de habitantes de Kólob como identidad por sí misma. Presentía
que no era solo el apoyo a una propuesta sino el inicio de un camino dis-
tinto. Vi claramente el surgimiento de una nueva casa, sin ser ninguna
nueva punta de la estrella. Una casa inmaterial hecha de voluntad y núme-
ro. Me di cuenta que la afirmación de Minión al reclamar casi la mitad de
apoyos de la población podía ser cierta. Pues la pequeña muestra que ob-
servaba estaba compuesta de dos grupos enfrentados casi iguales. Decidí
hacer una pregunta.
- ¿en qué términos se planteará la propuesta si os apoyamos?
Me miró con interés. Ahora tendría que explicarse con más detalle.
- Una propuesta se plantea con la opción de ser aceptada o recha-
zada. No creo que haya más. Pero vuestro apoyo le dará más solidez, más
seriedad antes las casas.
- Las casas– contesté– siempre han escuchado, no hay necesidad
de tanta parafernalia para una propuesta a qué viene toda esta escenifica-
ción.
Recibí el apoyo entusiasta del bando favorable al plan original.
Vítores de una parte y por otro lado voces increpándome. Y empecé a
sentir la sensación embriagadora de liderar un debate. De sentir detrás de
mí la mirada y el empuje de los demás, que me lanzaban como un dardo
hacia sus oponentes.
- La propuesta deber contar con el apoyo de todos, porque afecta a
todos. No solo a una parte de nosotros.
Se repetía en su razonamiento. Noté cómo llegaba al fondo de
sus argumentos, como el que cava en arena hasta llegar a la piedra. Ani-
mado por mis partidarios y afrontado por los gritos de los suyos, empecé
a entender el placer que existe en la contienda. La sensación de quebrar en
tus manos la estructura de un pequeño esqueleto hecho de ideas, desco-
yuntar lo que parecía un armazón lleno de lógica y desposeerlo de movili-
dad, reducirlo a la mudez y la quietud. Ninguna palabra había en Kólob
para expresar lo que sentía, el poder que recorría mi cuerpo, me susurraba

362
Los palacios de Kólob

que con una simple frase podía reducir la vida ante mí a sólo una muda
presencia. Lo hice, pues no pude contenerme.
- No queréis solo nuestro apoyo, necesitáis amasarnos como al ba-
rro, para presentar en el concilio a un gigante, queréis llevarlo a las puertas
doradas y hablar a través de él. Eso no es una propuesta es un dilema.
Gritos de euforia por parte de mis partidarios. Corina me miraba
orgullosa. Quebel y Celem asentían y expresaban su aprobación. Me sentí
por un momento redimido de mi caída en las playas oscuras.
Mi adversario me miró silencioso y creí ver una sutil sonrisa
cuando se giraba despacio para abandonar el pabellón, que paradójica-
mente, en lugar de contener la belleza olvidada de unas criaturas huérfa-
nas de miradas, ahora esta rebosante de voces alteradas, poseídas por la
extraña creación surgida en nuestras almas y que incendiaba las que eran
antes pacíficas y equilibradas apariencias de mis hermanos.
Me embargaba una sensación triunfante, embriagadora. Diferente
a la experimentada al oficiar en las disciplinas de las escuelas. Esta era tur-
badora, me sentía poderoso. Era el concepto más cercano.
Al terminar la celebración de ese pequeño triunfo, nos encaminamos a un
lugar de descanso, en un atardecer seductivo. Íbamos a dejarnos conquis-
tar esta vez por lo que Kólob nos preparase junto a las playas de Irrean-
tum.
Pero el paisaje de mi interior se oscurecía por momentos. Había usado a
esa persona, derrotada, para examinar hasta qué punto conocía aquello
que defendía. Lo había usado para aprender en voz alta. Al día siguiente
iba a alterar con premisas diferentes y ahí estaba combatiendo de forma
opuesta.
Ese doble juego me angustiaba y a la vez me atraía. No por sacar prove-
cho sino por adquirir el amplio punto de vista que dan los límites de las
tierras. Nada define más a un pueblo que los que habitan en sus fronte-
ras. Los que de forma permanente evalúan un pasado establecido en el
centro con las posibilidades que ofrece lo desconocido detrás de la línea.
Ese conocimiento apaga cualquier fuego y lo convierte en un calor suave,
que invita a acercarse a todo a considerarlo todo. Y yo era un habitante de
esas lindes. Pero cómo explicarlo a quienes viven en la intensidad de la
verdad completa.
Nos dirigimos hacia una playa, donde los jardines se adentraban
valientemente hasta la orilla. Nos sentamos dispuesto a disfrutar de nues-
tro descanso.
363
David Moraza Los palacios de Kólob

- Kozi has estado fenomenal. Yo no sabía cómo pararlo.


Celem hablaba animada. Mientras, Kokaubean incendiaba la su-
perficie de Irreantum. Las estrellas comenzaron a brillar ocupando poco a
poco el protagonismo. Formaban en el cielo como las ramas en un sauce.
Pendían del vacío como ramas desgajadas que hubiesen sido lanzadas al
azar. Las estrellas eran extraordinariamente brillantes, podíamos diferen-
ciar sus colores y brillos con facilidad. Nebulosas de varios colores y ta-
maños, formaban un fondo a lo largo de una línea que cortaba la bóveda
casi en vertical. Era tal la luminosidad en la noche que podíamos orientar-
nos sin problemas a causa de esa luz sedosa y multicolor. El largo día en
Kólob contrastaba con el rápido viaje de sus estrellas en el firmamento.
Pues se sumaba la rotación propia de nuestro mundo al movimiento de
los mismos cuerpos celestes, que a causa de su proximidad, nos brindaban
un baile nocturno de lo más atrayente. El fondo estable de sus nebulosas
creaba una sensación de profundidad cautivadora. Era este nuestro des-
canso, el de la contemplación de sus maravillas. La cuna de nuestro sueño
que Kólob realizaba cada noche.
Las palabras, entonces, salían de nuestra boca al compas de las
olas de Irreantum, suaves y sin intención de erosionar voluntad alguna. Y
así conteste a Celem.
- Quizás sólo deseen conocer la opinión de todos. De esa forma
proseguir o no con su propuesta.
- Entonces– continuó Celem– por qué le dijiste aquello de que
queréis amasarnos como a barro, no entiendo.
Entonces tuve que sustraerme de mi descanso, tuve que elaborar
una respuesta lúcida.
- No me dejaba observar las flores que había detrás. Hay que guar-
dar las formas.
Rieron suavemente, lo suficiente para no escuchar el murmullo
del esfuerzo de mi alma al tener que mentir ante el cielo estrellado de Kó-
lob. No hubo peor proceder ese día, que el que protagonicé en su final.
En las playas de nuestro mar, bajo su bóveda estrellada, frente a la sencilla
generosidad de nuestro mundo, que nos regalaba lo mejor de sí cada no-
che. Ante la sencillez y sinceridad de mis compañeros, que lucían como su
entorno.
No hubo peor conducta que la mía, que no ante flores, sino ante
nuestro hogar presente en todo su sincero esplendor, que deposité la ne-

364
Los palacios de Kólob

gra estrella de la mentira, en su cielo. Me dolió, como si fuese en mí donde


clavase esa negra aguja. Pero qué podía hacer. Mi naturaleza era distinta,
hecha para estar en la fina estela de las estrellas fugaces y no en la amplia
expansión del cielo.
Así empecé a acostumbrarme a la sensación de tener una abeja
pequeña, zumbando de forma grave y permanentemente en la parte iz-
quierda de mi pecho, a tres dedos de mi piel. En el volumen de un hueso
de melocotón.
Allí donde algún día estaría mi corazón.

365
David Moraza Los palacios de Kólob

Capitulo 14

Alea iacta est

366
Los palacios de Kólob

Fui encontrado por la policía nacional que de forma extraña pasó


por aquella zona y vio en aquella tapia a alguien inconsciente por lo que
supusieron era una sobredosis o una dosis adulterada. Al ver mi aspecto,
no en concordancia con el de alguien de ese mundo, procedieron a inten-
tar identificarme y a localizar a mis padres. Como medida de precaución
yo nunca llevaba encima nada que me identificase y en el móvil, la agenda
vacía y las listas de llamadas borradas. Sólo mantenía un mensaje: “si
puede leer esto le informo que no necesito ninguna medicación, solo debo
estar en un lugar tranquilo hasta que la emergencia termine. Por favor
puede llamar al….” Era el número de Corina. No podía alarmar a nadie
más, porque nadie podía entenderlo como ella, y aún esto lo dudaba.
Cualquier otra persona se sentiría en la obligación de llamar a mis padres.
Imagino que los agentes no quisieron complicarse con decisiones arries-
gadas, llamaron al 061 y me llevaron a urgencias del hospital García Mora-
to.
Siempre había calculado esa posibilidad, ya que no tenía opción.
Necesitaba un margen de tiempo para poder articular un final conveniente
antes que mis padres se enterasen. En esos momentos me sentía total-
mente agotado, era incapaz de moverme. Me dirigía hacia el mismo lugar
donde estaban mis padres con mi hermana Mari. Pero en vez de visitante
iba como paciente. Era difícil imaginar algo peor que eso.
Había leído en internet recientemente acerca de la muerte de un
montañero por el mal de altura. Al ser la presión atmosférica muy baja la
sangre se filtra de los capilares y sobreviene un cansancio extremo. No
puedes mover ni un músculo, mueres durmiendo. Mi situación era pareci-
da, pero no estaba en el Annapurna, sino en una ambulancia que volaba
como una avispa, con su zumbido especial, iluminando de colores las fa-
chadas vecinas. Yo me esforzaba en hablar, pero no tenía fuerzas, quería
que apagasen la sirena, que apagasen las luces. Con todo ese jaleo mis pa-
dres iban a enterarse.
Me imaginaba a mi madre en la entrada de urgencias, reconocién-
dome en la camilla, dolorida por ver mi fracaso. Veía a mi padre anulando
cualquier acuerdo con José, mi nuevo profesor como él se hacía llamar.
Aquello estaba tomando el aspecto de un desastre. Notaba las
vibraciones del habitáculo como si estuviese acercándose una avalancha,
como las que frecuentan las verticales paredes del Annapurna. Una ava-
lancha cuyas consecuencias terminarían enterrándome bajo metros de
367
David Moraza Los palacios de Kólob

precauciones y tratamientos para salvarme de mí mismo. Odiaba a esa


ambulancia acusadora, insistente, que despertaba a todo el mundo en mi
cabeza y gritaba por las calles “el loco esta aquí, lo llevo dentro”.
Me extrañó el zarandeo al que estaba sometido, considerando que
era un paciente, aquello no cuadraba con el cuidado al que suponía se me
debía. Casi estuve a punto de saltar de la camilla, lo que no dejo de provo-
car una situación bastante cómica; me habría reído si hubiese tenido fuer-
zas.
Pasados unos minutos, apagaron las luces y la sirena. Me sentí
aliviado, al menos no llamaría la atención. De nuevo empezaron las sacu-
didas en el interior, al parecer el firme estaba en malas condiciones. El
polvo se filtraba entre los resquicios del portón trasero. Estaba solo detrás
y no podía preguntar, a nadie qué ocurría. Pero empecé a preocuparme,
era demasiado tiempo desde las dos mil viviendas hasta el hospital. Quizás
había algún desvío por, obras. Sin embargo no escuchaba ruido de tráfico
o el alboroto normal en esas circunstancias. Eso unido a la zozobra y de-
presión que soportaba después de cada emergencia me tenían totalmente a
merced de lo que ocurriera.
La ambulancia ralentizó la marcha, pero yo, sin embargo, pensa-
ba a toda velocidad, dejando de lado mi propia sensación de estar a punto
de sucumbir. El escenario del que salí, momentos antes, contemplando el
suave atardecer junto a mis compañeros y el zarandeo ruidoso en el que
estaba, destemplaba mi estado de ánimo como si me introdujesen en agua
helada. Escuché abrirse una cancela y a partir de ese momento fui com-
poniendo lo que ocurría en el exterior. Nada tranquilizante para mí, no
estaba en ningún hospital.
Unos momentos de silencio, pasos y al fin abren el portón. No
encontré las luces de la sala de emergencia, siempre abarrotada. No escu-
ché la megafonía llamando a consulta. No vi los pasillos con su trasiego
acostumbrado. En lugar de eso un enfermero de aspecto corriente, con
cara de ser el vecino de cualquiera, me saco con destreza de la ambulancia.
Por sus movimientos sabía que trabajaba en un hospital. No plagiaba sino
que sus gestos profesionales indicaban lo auténtico de su actuación. Esta-
ba totalmente confuso. Quizás estuviese en unas nuevas instalaciones o un
hospital privado con un concierto con sanidad. No sabía qué pensar.
Desde la camilla veía las luces fluorescentes ascender, tenía a mi enferme-
ro detrás. Empujó una puerta con la camilla y me dejó sólo en una sala
totalmente vacía e inmaculadamente blanca. La iluminación y la especial
368
Los palacios de Kólob

disposición de sus paredes sugerían un espacio ilimitado, como si estuvie-


se sumergido en una piscina de leche.
No sé exactamente cuánto tiempo permanecí tumbado, intentan-
do recuperar fuerzas, estaba muy débil, más aún que en la emergencia del
museo. Esta última experiencia me dejo totalmente sin fuerzas. Escuché
cómo abrían la puerta de la habitación donde me encontraba. Tres perso-
nas entraron y una de ellas empezó a levantar el respaldo de la camilla has-
ta situarme a cuarenta y cinco grados frente a la pared del frente. Después
de esta operación salió. A continuación, a mi izquierda tomó asiento al-
guien a quien no conocía.
- ¿Cómo se encuentra?
Tenía la boca reseca y me encontraba débil.
- Oh, perdón.
Se levantó y de nuevo apareció a mi izquierda con un vaso de
agua. Me animó a tomarla. Lo hice lentamente, estaba fresca. La apuré
hasta el final.
- ¿Mejor?
Asentí, todavía sin hablar.
- Me puede llamar Nelson, aunque eso no tiene importancia. Puede
olvidarlo si quiere. Quiero que mire al frente y me diga si ve algo.
El hecho de beber me había devuelto claridad a mi mente, supo-
nía que estaba deshidratado. Por supuesto no para contestar a sus pregun-
tas, sino para formular las mías.
- Vera doctor no tengo problemas de visión. Padezco de tensión
baja, iba a casa de un compañero cuando empecé a marearme. Al parecer
he perdido el conocimiento. El agua que me ha dado me ha sentado bien.
Nelson miró hacia mi espalda y comenzó a reír silenciosamente
mientras negaba con su cabeza. Arrimó la silla a donde estaba y me miró
fijamente y esta vez su expresión se tornó seria.
- Verá, Belisario, no tenemos mucho tiempo. Sabemos todo sobre
usted, estamos siguiendo su caso desde hace años. Solo quiero que mire al
frente y me diga si ve algo.
No entendía nada. Un extraño servicio de psiquiatría. Supuse que
mi historial había pasado a ese departamento. Miré delante y no vi nada
que no fuese una pared blanca, realmente de una uniformidad extraña. No
conseguía detectar las esquinas. La iluminación y la uniformidad en la pin-
tura lo hacían casi imposible.

369
David Moraza Los palacios de Kólob

- No veo nada más que blanco. Si apagasen las luces quizás podría
ver las esquinas.
Nelson miraba atrás como confirmando con la vista mis respues-
tas.
- Necesito que se esfuerce más. Respire tranquilamente, y fije su
atención en el centro. Tómese tiempo e intente ver algo más.
- Donde estoy – contesté– y quienes son ustedes
- No debe preocuparse, todo está bien. Pero le aseguro que no sal-
drá de aquí mientras no haga lo que le digo. ¿Me ha comprendido?... ahora
fije su atención al frente e intente ver.
No estaba inmovilizado, no veía ninguna amenaza para mi segu-
ridad. No obstante no sabía a dónde me habían llevado. Parecía una con-
sulta un tanto extraña. Algo me decía que no había motivo de alarma por
más anormal que fuese la situación, pero no era una situación normal.
- Intentar ver qué. No entiendo, qué tengo que ver. Solo veo blan-
co.
- Haga lo que le digo.
Más por terminar que por ver, hice lo que me decía. Así que em-
pecé a observar esa pared blanca que había ante mí. Quizás si lo intentase
durante uno o dos minutos me dejaran en paz y me sacaran del maldito
lugar.
Miré fijamente hasta ver, los puntitos que flotan en la vista. Los
veía a veces cuando miraba al cielo, recorrían mis ojos y a menudo conse-
guía atraparlos en mi visión durante unos segundos. Esas pequeñas tela-
rañas que según dicen aumentan con la edad. Seguí entreteniéndome en
ellas, mientras pasaba el tiempo. Llegué hasta olvidarme de ese extraño
cometido de intentar ver. No recuerdo cuanto tiempo pasó pero empecé a
notar que la pared no era uniforme, sino que había leves irregularidades en
su pintura. Instintivamente alcé la mano en dirección a aquella zona que
notaba de una textura diferente.
- Si, Belisario ¿ve algo?
Me costaba expresarme, volví a sentirme cansado.
- Sí, bueno no está pintada igual por todas partes. Hay algunas zo-
nas que, bueno…son más oscuras.
Las manchas empezaron a moverse como volutas de vapor y lo
que parecía una pared blanca empezó a transformarse en una especie de
niebla. Donde a poco se fue definiendo algo.

370
Los palacios de Kólob

- … parece que es como una neblina… una especie de …


- ¿Ve algo más?
- Espere un momento, creo que si puedo…
Sabía que había algo más, solo necesitaba un poco de tiempo. Me
encontraba agotado. Nelson me alargó un vaso, esta vez, de naranja azu-
carada. Sin apartar la vista seguí enfocando hacia ese extraño lugar que
estaba empezando a adquirir la apariencia de una bruma densa e insólita.
Entonces exclamé.
- ¡No hay ninguna pared!
Alguien debió de lanzar alguna señal a Nelson y este se dirigió a mí.
- Gracias por su colaboración. Es suficiente.
Nelson miró al personaje desconocido y asintió. Yo estaba des-
concertado. No me dejaron levantarme de la camilla. La pusieron en mo-
do horizontal. Intente protestar, incorporarme. Pero cada vez que lo hacía
me sentía más débil. Al pasar el quicio de la habitación escuché que el tal
Nelson le decía a su acompañante “pronto”.
Elevaba mis preguntas cada vez más despacio. ¿Quiénes son?
¿Qué lugar es este? ¿Cómo han hecho lo de la pared? Nadie contestaba, el
enfermero me volvió a introducir en la camilla y la ambulancia salió hacia
algún lugar desconocido. Seguro que a las playas de Irreantum. Y en ese
pensamiento quedé dormido plácidamente.
Al despertar lo primero que vi fueron dos estrellas en los ojos de Corina.
Brillantes como Kokaubean y sentí la dicha de volver al lugar que corres-
pondía. Ella me sonreía.
- Corina, he tenido un mal sueño.
En ese mismo instante, me di cuenta que nunca había soñado en
Kólob. Nuestros sueños eran ensueños. Fugaces estados parecidos al de
los delfines. Flotábamos en nuestra conciencia de forma parecida a como
lo hacíamos en el oscuro océano de la inteligencia. Ella puso los dedos en
sus labios y me dijo al oído.
- No, Beli aquí no.
Y esa frase me depositó en la triste realidad de mi existencia. Cogí
la mano de Alicia y empecé a sollozar involuntariamente. Tragándome las
lágrimas y un grito apagado que pugnaba por salir.
- Alicia, he estado allí. ¡Dios mío! ¡Es tan hermoso todo! Y tú,
eres… eres… oh Alicia… no puedo expresarlo.
Poco a poco tomaba conciencia de donde me encontraba, de

371
David Moraza Los palacios de Kólob

forma dolorosa, empecé a reconstruir de nuevo mi vida. Era un proceso


penoso después de cada regreso, semejante a renacer a un mundo oscuro
y triste. Imaginaba el lento caminar de un viajero que vuelve a su cabaña
envuelta en brumas y en permanente invierno. Tendría que abrir la puerta
y volver a aceptar que aquel triste paraje era donde se desenvolvía su vida.
Algo difícil de aceptar después de regresar de una primavera luminosa y
radiante. Sin embargo Alicia estaba a mi lado y representaba la unión de
esas dos realidades.
- Beli, llamé a mi madre para que me acompañase. Fuimos en co-
che a las dos mil viviendas. Estuvimos mirando cerca de la parada. Yo
sabía que tenías casi cuarenta segundos de tiempo. No podías estar muy
lejos. Pero no te encontré. Preguntamos a algunas personas de los alrede-
dores y nos dijeron que una ambulancia te recogió.
- ¿tu madre?
Aún no tenía una composición clara de mis circunstancias y lo
que menos entendía es qué hacía su madre en todo este lío. Alicia vio la
duda instalada en mi rostro.
- Beli te dirigías al hospital a ver a tu hermana. Te quedaste en las
dos mil viviendas en una de tus emergencias y me dijiste que no viniera
sola. Cómo piensas que puedo llegar hasta allí desde Nervión ¿en auto-
bús? Y buscarte ¿andando sola por un lugar así? Y si te encuentra alguien
y llama a la policía o al 061 a dónde te pueden llevar. No hay otro lugar
más cercano que este, te aseguro que un adulto en estas circunstancias es
lo más conveniente. Mi madre le dijo a la policía que estabas en casa, que
tus padres están fuera. Que ella está a cargo de ti. Creo que puedes esca-
par de esta.
Me sentí como un tonto. La intuición de Alicia era sorprendente,
sabía prevenir los desastres de forma eficaz.
- Creo que voy a contratarte. ¿Qué ha dicho tu madre?, supongo
que estará echando chispas por todo esto.
Bueno en realidad está echando humo en la entrada, aquí no se
puede fumar. No te preocupes por ella. Siente que ha de compensarme
por mi situación monoparental, ya sabes quiere ser además de mi madre,
mi amiga. Ha sido una oportunidad para nosotras de ser cómplices en la
ocultación de un prófugo.
- ¿Y ahora?
- Ahora nos vamos a ver a tu hermana.

372
Los palacios de Kólob

- Pero y el ingreso en urgencias, no podemos irnos…


- Todo está arreglado. Mi madre hablo con el de la ventanilla y to-
do listo.
Me incorporé de la camilla y observé a través del cristal de recep-
ción. El mismo enfermero de la ambulancia observaba atento y con una
sonrisa en sus ojos. Me dirigí lentamente hacia él. Se mantuvo inmóvil y
atento, sin alarma alguna. Al llegar a su altura me preguntó
- ¿qué desea?
Supe en ese momento con total claridad que aquello que me ocu-
rrió mirando hacia esa pared inexistente no formaba parte de ese hospital
sino de algo extraño que estaba conectado de forma misteriosa conmigo.
Me quedé paralizado, sin saber cómo reaccionar. Me pareció que la sala de
espera se encogía hasta engullirme en un embudo. Me sorprendí por no
haberme dado cuenta de lo inusual de la experiencia. No era una pared,
era algo más. Me sedaron. No eran del personal hospitalario, no ellos que-
rían comprobar si yo podía ver. Sabían mi nombre y mi historia.
- Deseo que me aclare algo
- Vaya a información. Por favor aquí es recepción… Gracias… por
su… colaboración.
Dijo esta última frase sonriendo, deletreando las palabras y mi-
rándome con connivencia. No iba a sacar nada claro de él. Yo estaba en
inferioridad. Cualquier historia que contase empeoraría mi frágil situación
de aspirante a la cordura. Así que desistí de hacer más preguntas, aunque
sabía que detrás de ese cristal habría algunas respuestas. Me volví hacia
Alicia.
- Alicia, una cosa sé. No volveré con mi hermano Hal. De eso
puedes estar segura. Nadie me obligará a regresar a ese estado angelical.
- ¿Qué vas a hacer?
- Voy a saludar a tu madre, creo que le debo una cena y un rescate.
La mujer era de lo más razonable. Ante los intentos de explicar-
me, me calmó y me dijo que otro día podíamos hablar con más tranquili-
dad del asunto. Al dar la última calada al cigarrillo lo lanzó como a una
canica, con fuerza lejos de ella. Tuve la sensación de una vida insatisfecha
de su intento de alejarse o alejar sus infortunios con el pitillo.
Alicia le explicó nuestra intención de ir a ver a mi hermana. La
convenció de vernos luego en casa y de explicarle todo. Yo supuse que lo
de todo se refería a lo justo. Al parecer había que añadir un nuevo miem-

373
David Moraza Los palacios de Kólob

bro a equipo, tuve la sensación de iniciar la fundación de una secta. Pron-


to tendrá que registrarla y diseñar un logotipo. Asociación de la memoria
retornada. Estaba claro que a medida que se aclaraban las cosas para mí en
la misma medida tomaban conocimiento los demás.
Preguntamos en recepción y había sido trasladada a planta. Subi-
mos a la segunda y en la habitación 223 estaba mi hermana Mari, asustada.
Cuando me vio empezó a llorar. La abracé y al hacerlo fui consciente de
cuanto la quería. Su cuerpecillo temblaba en aquel sitio hostil, tan diferen-
te de su habitación llena de muñecos de peluche. El estrecharla con mis
brazos, fue como una especie de resorte que abrió un espacio secreto
entre nosotros. La distancia que la diferencia de edad creaba entre noso-
tros, de golpe se deshizo y note cuanto me necesitaba.
- Beli tengo miedo. Me han dicho que tengo apendicitis. Van a pin-
charme y a hacerme cosas dentro.
Mi madre nos miraba sonriente y enternecida. Pocas veces nos
había visto así. Hablaron brevemente con Alicia, ella los tranquilizó y les
dijo que no se preocuparan, que estaría bien. Hizo un gesto a mi padre y
ambos salieron a la cafetería a tomar algo. Debían estar hambrientos.
- Voy a contarte algo.
Ella quitó su cabeza de mi hombro y sin dejar de abrazarme, me
miró con sus ojos grandes y negros.
- Vas a contarme un cuento. Y quien es esa niña ¿tu novia?
Alicia sonrió y se sentó a su lado.
- Me llamo Alicia y soy su amiga Mari, Y ¿sabes por qué? Porque
Beli conoce unas historias increíbles. Así que escucha lo que va a contarte.
Ah y no te preocupes mira…
Alicia me pidió que me diera la vuelta. Supuse que había sido
operada también de apendicitis. Mostraba su cicatriz a Mari para tranquili-
zarla.
- … ni me enteré. Tenía miedo como tú pero si llego a saberlo, me
hubiera reído mucho.
Mari tomó la mano de Alicia e inmediatamente la adoptó como
su amiga. Alicia parecía encantada de tener alguien como ella. Tan frágil
en su mano. Me dispuse a contarle algo que le hiciera volver a sentirse
tranquila y acompañada.
- Veras hermanita hay un lugar secreto donde todos los gusanos
duermen, pero ninguno de ellos recuerda nada.

374
Los palacios de Kólob

Mari me interrumpió
- Pero Beli, qué gusanos, los de seda, los de las manzanas, las lom-
brices…
Iba contando con sus dedos todos los tipos de gusanos, lo hacía
con la paciencia de alguien que no entiende cómo se puede hablar de gu-
sanos en general cuando hay tantas clases. Debería de concretar más. Ali-
cia reía de lo más divertida.
- Bien Mari, los de seda. Esos gusanos ¿vale? Pues como te decía
cuando duermen sueñan con el mundo de las mariposas. Todas ellas viven
en un mundo donde hay flores de todas clases y beben su zumo de todos
los sabores. Tienen alas de colores vivos y vuelan por el cielo.
- Colores como rojo, azul, amarillo…
Mari empezó de nuevo a contar con sus dedos los colores que
conocía
- Sí y no solo esos sino de color mermelin, parobi y senalia. Que
son colores que solo los gusanos de seda conocen. Pues bien cuando des-
piertan de su sueño no se acuerdan de nada. Entonces ¿sabes lo que ha-
cen? Empiezan el día comiendo las hojas del árbol de la morera.
Me convertí en un gusano de seda y empecé a comer morera.
Mari reía y Alicia empezó a imitarme. Mari lo hizo a su vez. Tres gusanos
de seda en García Morato comían morera en la segunda planta habitación
223.
Pero un día un gusano llamado Minión, encontró una hoja de
color azul entre todas las hojas del árbol. Había una leyenda entre los gu-
sanos de seda, acerca de una hoja azul que aparece cada cien años en un
solo árbol en el mundo. Nadie sabía por qué y nadie sabía qué había que
hacer con ella si alguien la encontraba. Pero Minión solo entendía de co-
mer morera y dormir así que pensó…
Volví a convertirme en gusano de seda, esta vez Alicia no me imi-
tó sino que escuchaba quedamente la historia.
- …Una hoja azul. Hummm… no puedo dormirla solo puedo co-
merla… Así que Minión empezó a comer la hoja azul y le gustó tanto que
se la zampó enterita.
Mari sin soltar la mano de Alicia se dirigió a ella
- A mí me pasa igual con las natillas que hace mi madre. Me las
como todas, no dejo nada. Una vez me puse mala de la tripa… entonces
Beli ¿se puso malo Minión por comer tanto?

375
David Moraza Los palacios de Kólob

- Mari una hoja de morera, aunque sea azul, no es nada para un gu-
sano de seda. Es como una tacita de natillas para ti. ¿Vale?
Mari asintió satisfecha
- Pues bien Minión se fue a dormir después de ese día agotador y
como todos los gusanos empezó a soñar con mariposas de colores. Vola-
ban por todos sitios, batían con sus alas en las flores de flautas y creaban
música. Mientras hacían esto otras formaban círculos en el aire y bailaban
la danza del bosque. Pero en este sueño Minión era una de ellas y nunca
había soñado con eso. El siempre las veía volar a su alrededor, pero de ahí
a ser una de ellas había un abismo.
Entonces empezó a sentir miedo de caerse. Imagínate, un gusano de seda
con lo blanditos que son si se caen desde muy alto pueden hacerse papilla.
Se asustó tanto que se despertó de golpe. Cuando abrió los ojos ¿sabes
que vio?
Mari escuchaba casi sin respirar
- Todos sus compañeros dormían profundamente. Vio lo nunca
visto, vio a todos los gusanos durmiendo.
- Y qué tiene eso de nunca visto. Yo me he despertado por la no-
che y estabais todos durmiendo, entonces me he ido a la cama con mama.
Gesticulé como si ella hubiese descubierto un misterio.
- ¿Qué tiene de nunca visto? Pues que… el solo sabia…a ver qué
sabía hacer Minon…
- Dormir y comer morera– dijo Mari imitando al gusano –
- Muy bien. Pero esa noche el aprendió a despertarse cuando todos
duermen. Y eso ningún gusano en la historia de los gusanos lo había con-
seguido nunca. Solo dormir y comer.
- Pues vaya cosa, no es para tanto.
- Para ti no porque eres muy lista. Pero para Minión fue un descu-
brimiento ver que podía estar despierto mientras todos no sabían más que
dormir. Pero pasó otra cosa más. Lo más importante de todo. Recordaba
su sueño, recordaba sus alas y sus colores, recordaba la danza del bosque y
sus compañeras mariposas tocando música en las flores flautas y recorda-
ba unos capullos de seda de donde escapaban mariposas como si se trata-
se regalos de navidad. Como esos huevos de chocolate que nos gustan.
Entonces Minon empezó a despertarlos a todos, uno por uno y les habló
de su sueño. Pero ninguno lo creía, pensaban que estaba loco. Les contó
que comió una hoja azul. Todos se reían pues pensaban “solo es una le-

376
Los palacios de Kólob

yenda” y le decían si fuera cierto una sola hoja cada cien años en un solo
árbol. ¿por qué ibas a encontrarla tú? otros que le envidiaban por contar
esa historia; le recordaban: “en la leyenda no dice lo que hay que hacer
con una hoja azul de morera”. Nosotros solo comemos las verdes.
Y desde entonces le llamaban Minión el loco
- Y… ¿por qué se comió toda la hoja azul? Si hubiera dejado un
poco podía habérsela enseñado a sus amigos y le hubieran creído.
- Porque Mari, la hoja azul es solo para un gusano de seda cada
cien años. Solo para uno y Minión no pudo remediarlo. Tuvo que comerla
enterita.
Alicia escuchaba mirando la mano de Mari. Su mirada desenfoca-
da estaba en otro lugar, quizás con Minión mirando los restos de la hoja
azul.
- Cuando se acabó la morera, los gusanos tenían que hacer su ca-
pullo para encerrarse dentro de ellos, todos lo hacían tristes y sin esperan-
za. Para todos ellos era como apagar la luz para siempre y nunca más des-
pertar. Sin embargo Minión estaba feliz mientras lo hacía, porque él sabía
que saldría de nuevo y esta vez con sus alas de colores. Con ellas podría
volar.
Nos quedamos en silencio mirando a Mari, ella jugaba con la ma-
no de Alicia, con quien había conectado de forma inmediata. Cogía sus
dedos uno a uno y los observaba como si viese una mano por primera
vez. Mientras lo hacía me pregunto.
- Beli, harás como Minión y te irás a un lugar oscuro, porque tú te
acuerdas siempre de tus sueños y algunos dicen que estás loco.
Me reí a pesar de ver la crueldad de que alguien depositara esas
ideas en los oídos de mi hermana.
- Si es verdad, estoy loco pero es porque… tú me vuelves loco con
tu manía de comerte todo el postre y porque te crees la más lista de la fa-
milia…
Mientras le hice cosquillas con cuidado, quería pasar por aquellos
temores suyos alegremente. Ayudarle a saltarlos como cuando le desafiaba
a brincar de la mesa. Disfrutaba verla lanzarse al vacio cerrando los ojos,
confiando ciegamente en mí. Cuando regresaron, mi padre nos informó
que pasaría a quirófano mañana por la mañana, se ofreció a llevarnos, pe-
ro preferimos hacerlo en autobús. Mi madre nos despidió con una sonrisa
hacia Alicia, al parecer le gustaba verme en su compañía, le mostraba la

377
David Moraza Los palacios de Kólob

normalidad que podía adquirir mi vida, Alicia representaba para ella la


estabilidad que tanto necesitaba. Como si por fin engranase en la maqui-
naria de lo cotidiano. En el fondo me sentía culpable por ocultar a los que
más se preocupaban por mí los avatares de mi jornada, pero aún así valo-
raba más mi deseo profundo de conocer la verdad, porque a esas alturas
yo no dudaba que había algo importante en toda mi historia.
Sentado en la parte trasera del autobús, dudaba en compartir con
Alicia lo que me sucedió en la ambulancia. Temía saturar su capacidad de
mantener su confianza en mí. En realidad no sabía si me creía de forma
completa y no tenía interés en comprobar hasta qué punto lo hacía. Era
como tener miedo de mirar el saldo de tu cuenta, ignorar la realidad de tu
solvencia.
Recordé la técnica jesuita de analizar las situaciones en tercera
persona. Monte mi escena particular con Alicia, con estos precedentes.
Después de todo lo que ella ha escuchado y visto sobre mí, en el corto
espacio en que nos conocíamos, me observé anunciándole la existencia
de personajes misteriosos que me raptaron durante media hora, que me
situaron frente una pared, preguntándome insistentemente ¿qué veía?
Observando al final algo extraño. Le conté, en mi recreación, que des-
pués me durmieron en la camilla y desperté en el hospital. Es más vi al
enfermero, el cual me lanzo una indirecta de olvidar el asunto.
Realmente era demasiado para cualquier ser humano con algo de
raciocinio. De la misma forma que en la física la velocidad de la luz era el
marco de referencia, en la vida lo era el sentido común y no deseaba pro-
poner paradojas demasiado intensas por miedo a perder su confianza en
mí. Así que preferí guardar el asunto hasta un momento más propicio o si
la ocasión lo requería.
Al llegar a casa de Alicia, Loreto, su madre nos esperaba con la
mesa dispuesta para la cena. Había preparado canelones con queso, la pas-
ta era el recurso para una invitación improvisada. Sin embargo todo estaba
preparado con esmero, yo no encontraba motivos para suponer que mi
visita era grata después de que ella estuviese al corriente de mis anomalías.
La constante observación de Loki me había provisto de cierta habilidad en
detectar las actitudes ajenas. Por eso esperaba una hostilidad natural hacia
alguien que solo podía traer problemas a la vida de su hija. Sin embargo
me encontré con una amabilidad no fingida, sino natural.
Pensando en el comentario de Alicia, en cuanto al deseo de Lore-
to por compensarle por un hogar roto, consideré que era excederse al
378
Los palacios de Kólob

atender de esa manera a un personaje inestable como yo, totalmente in-


apropiado como compañía para una hija. Así que esperé a ver por dónde
derrotaba la conversación y cuánto sabía ella sobre mí.
Nos sentamos en el salón y no en la cocina como la última vez.
Estaba preparando un ambiente adecuado, cómodo porque su madre
esperaba una historia y no sólo respuestas. Decidí aprovechar la ocasión
para fijar algunas ideas que en ese momento tenía claras. Ya no era el mu-
chacho inseguro y confuso, avergonzado ante todos por sus escenas, ya
no me escondía, aunque tampoco me exhibía voluntariamente. Tenía un
fuego dentro de mí y no iba a sofocarlo con drogas ni con evasivas. Mu-
cho había cambiado en mi interior y una extraña fuerza me llenaba de de-
cisión. Tenía mi propia ruta de cómo iban a ser las cosas y aceptaba cada
revés como parte del camino. Estuvimos hablando al principio de mi fa-
milia, de mi hermana. Llegamos al instituto y cuáles eran mis planes para
el futuro.
Entonces me di cuenta de algo que hasta ese momento no me
había planteado con seriedad. Fui consciente de cómo mi futuro había
sido un tema copado totalmente por mi hermano Hal. Toda mi vida se
centraba en ser cuidado por él y nunca me había planteado qué hacer más
allá del corto horizonte de un año. Mis posibilidades se habían limitado a
nubes pasajeras en las que cualquier opinión duraba lo que el viento tar-
daba en cambiarlas.
- Aún no estoy seguro, por ahora me centro en sacar el curso lo
mejor que pueda.
Agradecí a Alicia el no intentar rescatarme de ninguna pregunta,
como hubiese sido mi intención de hallarme en su lugar. Pero al final lle-
gamos a donde todos sabíamos.
- Belisario, no pretendo ser indiscreta, pero qué te ha sucedido
hoy.
Me dispuse a presentar por primera vez de una forma clara y or-
denada una descripción de mi situación. En el fondo agradecí la oportuni-
dad, porque lo que iba a decir iba a ser el encabezado de mi vida. Deseché
las palabras que hasta ahora me habían acompañado como sufro, padezco,
anomalía etc. y empecé a adoptar otras.
- Vera, desde mi infancia tengo recuerdos que no están relaciona-
dos con mi vida presente. Esos recuerdos no los puedo enmarcar en el
mundo que conocemos y no tengo control en su aparición en mi con-

379
David Moraza Los palacios de Kólob

ciencia. Cuando lo hacen, pierdo contacto con la realidad. En un principio


me diagnosticaron esquizofrenia. Actualmente estoy aprendiendo a con-
trolar las emergencias, es decir, los momentos en que emergen estos re-
cuerdos. No es una enfermedad ni sus efectos son patológicos. Obedecen
según mi opinión a un mundo tan real como éste.
Por su expresión supe que Alicia no le había comentado nada. Así
que empecé a presentar la psicología transpersonal como piedra de apoyo
para que me tomara en serio. Y poco a poco desgrané todos los sucesos
que me llevaron hasta la consulta de José Mateo. Sentía mucha curiosidad
por la descripción de mis recuerdos y me explayé hablándole de las esce-
nas y paisajes, palacios y personajes de Kólob. Entre los personajes que
describí, estaba Corina en quien me detuve con la intención de que ella
entendiera mejor quién era y que representaba en toda esta situación. Por-
que de seguro habría ocasión esa tarde para hablarlo.
Hubiera sido un mejor escenario la fogata de un campamento a
la orilla de un rio. En eso se convirtió su salón, pues no había cansancio
en mis oyentes en seguir mi relato. Poco a poco la ventana que daba al
balcón empezó a recoger los dedos rosáceos del atardecer del que nos
habla Homero.
En un momento dado, Loreto me interrumpió y me preguntó.
- Y Alicia ¿qué tiene que ver en todo esto?
Temía llegar a este punto, pues si yo fuese la persona que estaba
frente a mí echaría a patadas al perturbado que tenía delante después de
escuchar la respuesta que iba a darle.
- Alicia es Corina.
Se produjo un silencio. De la clase amenazante, de esos que pre-
dicen desgracias allá donde se produzcan. Loreto me miro por unos se-
gundos intentando entender lo que le decía.
- ¿Quieres decir que conocías a mi hija en ese mundo?
Me sentí como si me hubieran pillado robando en unos grandes
almacenes.
- Sí, se que parece increíble. Por lo que voy viendo, creo que todos
estábamos allí, usted, Alicia, yo, mis compañeros, vecinos. Creo que toda
la humanidad estaba allí. Una gran casualidad que nos encontremos aquí.
La verdad es que yo no sé cómo es posible que hayamos terminado en-
contrándonos…
Loreto terminó sonriendo y mirando a su hija. Conocía este tipo

380
Los palacios de Kólob

de tormentas eran de las suaves, de las que descargan toda su furia cuando
duermes, no te asustan, pero al despertar lo ves todo trastornado. Los
efectos a las siete horas.
- Y tú qué piensas Alicia.
- Mira mamá. Al principio creí que solo quería ligar conmigo. Des-
pués pensé que estaba enfermo. Ahora creo que es sincero en lo que dice.
Loreto mantenía un control perfecto de sus emociones. Nada en
su apariencia podía delatar si había alguna lucha en su interior.
- Si – contesto su madre– pero ser sincero no quiere decir que sea
verdad.
Su madre me miro para ver qué pensaba de su afirmación.
- Estoy de acuerdo. No puedo demostrar nada ni pretendo con-
vencer a nadie. Corina y yo solo somos amigos. Lamento, de verdad, las
molestias que les he ocasionado hoy. José Mateo, mi psicólogo, y yo esta-
mos trabajando en el control de las emergencias. Esta tarde cometí un
error, espero no volver a caer en el mismo… verá estoy progresando bas-
tante, cada vez tengo más margen para no alterar mi entorno cuando ocu-
rre…
Ella asintió a lo que le decía.
- Veo que entiendes bien las cosas, pero hay algo que quiero que os
quede claro a los dos. No puedo oponerme a que sigáis siendo amigos, no
puedo porque aunque quisiera, conozco a mi hija lo suficiente como para
saber que no conseguiría nada. Pero lo que no quiero es que tú, Alicia,
termines pasando de creer en su sinceridad a protagonizar su historia. Eso
me parece que sería un error. Y por otra parte Belisario, hoy nos has pues-
to en una situación delicada. Dices que intentas no alterar tu entorno, pe-
ro si yo no hubiera estado aquí, Alicia hubiera ido sola a las dos mil vi-
viendas ¿entiendes lo que podría haber ocurrido? No quiero ese tipo de
protagonismo para mi hija. La amistad incluye responsabilidad, y tú estás
en una situación que requiere mucho control de tu parte… porque ella
es…
Loreto hacía esfuerzos para continuar. Y yo quería que la tierra se
abriese bajo mis pies. Hubiera sido un alivio una brecha de un metro don-
de sumergirme en ese momento, pero entonces recordé que asomaría en
el salón del piso de abajo. Alicia que hasta ese momento había permaneci-
do observando se levantó y abrazó a su madre, quien a duras penas con-

381
David Moraza Los palacios de Kólob

tenía sus emociones. Le habló al oído y acariciaba su pelo.


Quise romper la tensión de ese momento, pero no sabía cómo.
- Señora Loreto… agradezco su comprensión y su talante. La ver-
dad es que no lo esperaba. Alicia para mí representa mucho y no volveré a
poner su seguridad en riesgo.
Las dos me miraron, como si hubiese aparecido en la puerta de su
casa envuelto en una manta dentro de una cesta de mimbre. Con una nota
“ahí lo tenéis”
- También le agradezco estos canelones y sobre todo por el queso
curado de oveja con el que los ha cubierto. Mi madre lo hace con queso
de gratinar. Para mí es insípido. Pero este toque que usted les ha dado…
están de muerte.
Me miraron perplejas, o se inclinaba a verme como idiota o a to-
marlo a broma. Pude arrancarles una sonrisa, que a punto estuvo en des-
puntar en risa. Aún cuando me encontraba en su casa y a pesar de yo era,
con todo mi bagaje, amigo de su hija, Loreto hacía sus preguntas con tac-
to, como si no quisiera tocar ninguna herida. Quizás era su estrategia para
adquirir toda la información que pudiera. Su pensamiento podía ser, “estas
en deuda conmigo si no me opongo a que mi sea tu amiga” Yo me encon-
traba algo desorientado por su reacción, había esperado más beligerancia
de su parte, y por eso mismo estaba obligado a contestar a sus preguntas
que parecían no cesar.
Al preguntarme por mi familia, tuve que admitir, mi ejercicio de
censura de muchos aspectos de mi experiencia. Quería evitar sufrimientos
inútiles a los míos.
- Belisario, creo que deberías hablar con tus padres y mostrarles lo
mismo que nos dices a nosotras. Creo que es lo justo, a veces los adultos
podemos comprender más de lo que pensáis.
Hablamos hasta tarde de mi familia. Y se afirmó en mi algo que
ya empezó a fraguarse lentamente. Mi decisión de aceptar mi vida tal co-
mo era y sacar el máximo aprendizaje y no aceptar nada que no fuese vivir
de frente lo que viniese. Acordé con Loreto hablar con mis padres, aun-
que ya lo tenía pensado atribuí a su consejo mi decisión, de esta forma
quería agradecerle su proceder inesperado conmigo. Fijado esto y de for-
ma asombrosa, Loreto me preguntaba acerca de Kólob y sus maravillas.
- A propósito de los canelones, Belisario. ¿qué se comía allí
en…ese mundo?

382
Los palacios de Kólob

- No recuerdo haber visto comer a sus habitantes. Vamos que si


hubiesen canelones, tú no sé Alicia, pero yo me hubiese quedado allí.
Empezamos a ser un poco nosotros mismos. Se produjo una
distensión, esa tarde empecé a ser un habitante de su mundo. Salieron
asuntos como su divorcio, del que Loreto hablaba como un accidente na-
tural. Algo parecido a caerse en una escalera y dislocarse un tobillo, decía
ella… en fin qué le vamos a hacer.
La recuperación de Mari fue sin contratiempos. No se cansaba de
decir que no le había dolido nada y que ahora podría enseñar su cicatriz
igual que lo hacía Alicia. Me alegraba mucho notar cómo la mencionaba
con frecuencia y cómo la había adoptado como una hermana mayor. Yo le
decía, ante sus insinuaciones, que sólo era una amiga y ella me contestaba
que también lo era suya.
Me había propuesto hablar con mis padres acerca de mi determi-
nación de enfrentar lo que ellos consideraban mi dolencia, no como una
experiencia más en mi vida, sino como una de gran alcance e importancia.
Pero después de todo, decidí postergar esa decisión mientras hubiese cier-
ta normalidad. De hecho el suceso de las dos mil viviendas había pasado
milagrosamente desapercibido por todos, excepto por Alicia y Loreto.
Las sesiones con José Mateo se aproximaban al mes y todo iba
con normalidad. No diferían mucho sus esfuerzos de los que Don Enri-
que y yo realizamos en el principio, salvo que él empezó a interesarse por
si había permeabilidad entre las emergencias y la vida normal. Estuve ten-
tado varias veces en confesarle el episodio de la ambulancia, pero no lo
hice por una extraña sensación de reserva. Dado que yo no era un enfer-
mo, no me sentía obligado a esa especie de comunión con el médico que
tiene el paciente. Además era un episodio que podía confundirse fácilmen-
te con un incidente de confabulación o persecución tan comunes en la
esquizofrenia. Sería como clavar una cuña de hierro en el tronco de un
árbol. Y yo consideraba para mis adentros a José Mateo como un entre-
nador de la ocultación. Su aura del profesional en activo confería a todo
una patina de credibilidad. En la última sesión me quitó la pequeña dosis
que en un principio me recetó en su “terapia”, aunque en realidad nunca
la llegué a consumir, yo empezaba a tomar mis propias decisiones en
cuanto al asunto.
Al final de esa semana, viernes al medio día nos encontrábamos
en el aula de informática. Don Gabriel, el de matemáticas que también
enseñaba informática, aporreaba nuestras mentes con un ejercicio de pro-
383
David Moraza Los palacios de Kólob

gramación básico en visual Basic. El siempre tan original no se regía por el


programa académico y nos llevaba de excursión al mudo de la programa-
ción, donde decía se encontraba el futuro. Las herramientas ofimáticas
como hojas de cálculo o bases de datos deberíamos estudiarlas en casa por
nuestra cuenta. Y como mi futuro era en absoluto programable ni siquiera
a un día de plazo, yo optaba muchas veces por navegar por internet, mien-
tras él se adelantaba por variables declaradas y objetos cual si jardín botá-
nico fuese. Alicia sin embargo disfrutaba de lo lindo y me daba con el co-
do para que prestase atención.
Esa mañana mientras transcurría la clase, fui a mi correo de for-
ma rutinaria en mi cuenta de Hotmail. Entre todos los mensajes había uno
con una marca roja. Al abrirlo, apareció una pantalla de ayuda. Era un
correo con identificación digital, guardé el identificador y lo abrí. Lo remi-
tía un tal Ted Mahonri. Pensé que era spam y estuve a punto de borrarlo,
pero vi una palabra escrita Kólob.
Me quedé paralizado. Deje de escuchar y de percibir mi entorno.
Por un momento temí una emergencia súbita, pero me di cuenta inmedia-
tamente que estaba asombrado como nunca. Había escuchado acerca del
SETI, un organismo internacional para la búsqueda de inteligencia en el
espacio. Mandan señales de radio a los confines del universo y escuchan
cualquier signo de vida que pudieran recibir. Si hubiesen recibido un salu-
do con imágenes en color desde las playas de un distante planeta, viendo
a sus remitentes disfrutar de sus dos soles tostándoles a pecho y espaldas y
con una invitación de visita no hubiera sido mayor que la que experimenté
al leer una palabra, Kólob.
Miré a ambos lados, asegurándome que nadie se había percatado
de mi estado de sorpresa. Intenté tranquilizarme, pensando que cualquiera
podría haber leído los nombres en la página web y que ahora me diría que
esos nombres corresponden a la alineación de futbol del equipo de su ba-
rrio y seguidamente decirme que soy un capullo. Respiré hondo y empecé
a leer, estaba en inglés. Pude traducirlo sin problemas.
“Estimado amigo. Me siento muy impresionado por dos cosas.
La primera haber hallado a un compañero de tribulación y a la vez del
conocimiento de las maravillas de Kólob. La segunda me asusta tu impru-
dencia al colgar una pista tan clara para que cualquiera pueda encontrarte.
Por lo que deduzco que te encuentras en la etapa inicial de tu experiencia.
Así que antes de nada te aconsejo que desconectes la web de internet in-
mediatamente.
384
Los palacios de Kólob

Este correo está cifrado por lo que es relativamente seguro. Sin embargo
esta dirección info@kolob.es debe estar tan pinchada como el torso de
un faquir así que no daré más referencias acerca de mi identidad actual.
Mi nombre es Mahán casa Arisada, cuarta era (como todos), escuela de la
inserción oculta, sección segunda, grupo de Masiah, formador primer gra-
do. Para tu información, te confirmo que estuve en la conferencia de Bis-
nan, realmente estaban preocupados para montar algo así, de lo contrario
hubiesen bastado las instrucciones de las escuelas. Al igual que tú, supon-
go, también fui “invitado” a seguir a los primeros, pero estamos hechos
de una pasta rara. Así que no me decanté por ningún bando. A causa de
esto vine en un estado especial de suspensión del velo.
De los nombres que mencionas reconozco a Molan, director del auditorio,
que por cierto siguió a Aribel hasta el final, es decir hasta aquí. Reconozco
a todas las madres aunque has dejado de mencionar a 17, Misha, Eliam,
Tinabi, Jamil–Toban, Isaboam, Libel–Toban, Eval, Najara, Origia, Raquel,
Camí–Olea, Alesiam, Maat, Plamia, Meri, Pazis–Olea, Elentra y Veronia.
Creo que con esto puedes considerarme versado en esta historia.
Espero que antes de llegar al final de este mensaje, hayas ya dado de baja
la web. Aunque no sé si ya es tarde, hay 20 visitas y sospecho que con
seguridad solo una es amistosa, la mía.
Me pondré en contacto contigo.
Saludos, Mahán

Estaba turbado, y con toda la clase mirándome.


- Se lo repito cómo podemos guardar un valor introducido por un
usuario para su posterior uso.
Don Gabriel me preguntaba a través de sus gafas color caramelo,
con gesto adusto y próximo a tomar un veredicto en mi contra.
- Podemos declarar una variable o una variable de sesión y asignar-
le el valor introducido – contesté yo –
Su expresión de frustración al perder la presa, fue evidente. Alicia
me miraba alarmada y pensé que temía por uno de mis viajes. Una vez
reanudada la marcha de la clase, le hice una seña para que mirase el co-
rreo. Después de leerlo, traduciendo con mayor dificultad que yo, se
me quedó mirando fijamente con una expresión de verdadera sorpresa.
Cogió mi teclado y empezó a diseccionar el mensaje comprobando los
encabezados y la IP de origen. A medida que se cercioraba de la autentici-

385
David Moraza Los palacios de Kólob

dad del e–mail, más nerviosa se ponía. Me di cuenta que en ese preciso
instante, obtuvo el verdadero convencimiento acerca de mi relato. Su ex-
presión era semejante al de haber visto a Don Gabriel transformándose en
su verdadera forma la de un ser de apariencia escamosa y de sangre fría.
- Por todos los santos, Beli, es verdad… joder Beli, no puedo
creerlo… la madre que me… por todos los demonios Beli…
Tuve que pedirle por señas a Alicia que se calmara, Don Gabriel
empezaba a explicar algo sobre los bucles y de eso no tenía ni idea. Alicia
no dejaba de lanzar exclamaciones, algunas de ellas bastante llamativas.
- A ver señorita Alicia, seguro que sabrá de lo que tratamos aquí,
nos lo podría resumir.
Alicia dio un rápido vistazo al encerado.
- Un bucle se basa en una instrucción condicional. Mientras no se
cumpla la condición se realiza las instrucciones. Hay una variable que se
incrementa hasta cumplir el valor establecido.
Don Gabriel, no sabía por dónde salir. Y lo hizo por el único
lugar que no debía haberlo hecho.
- ¿Podrían decirnos qué es eso tan interesante que no pueden espe-
rar a terminar la clase?
Alicia estaba de pie al acabar de contestar y como me temía em-
pezó a reírse. Y después yo la seguí. Pensar en responder a su pregunta
formo en mi imaginación una escena tan chistosa… vera he recibido con-
firmación de la existencia de Kólob y de nuestra estancia allí… y el bucle
ese… empezó… no podíamos parar. En ese momento se abrió una espita
por donde salió toda nuestra incertidumbre, nuestras dudas, al menos las
de Alicia. La tensión entre nosotros, pues sabía que ella no estaba conven-
cida del todo y ni yo mismo me atrevía a espera algo más que su amistad y
comprensión. Don Gabriel estaba perplejo y la clase empezaba a murmu-
rar ante nuestras carcajadas que ya amenazaba con hacernos llorar sin po-
der controlarnos. Entre respiro y respiro, intente decir algo, pero no po-
día.
- Verá… Don Gabriel…no es lo que parece…
Don Gabriel, se relajó de pronto y entendió que no podía hacer
nada con nosotros. Nos invitó a salir de la clase. Lo hicimos y nos senti-
mos aliviados de inmediato.
Al salir supe que teníamos que hacer algo de inmediato. Subimos
al despacho de Don Enrique y le pedimos acceder a su ordenador. A estas

386
Los palacios de Kólob

alturas la confianza entre nosotros no le dejaba muchas opciones. Mien-


tras Alicia entraba en el servidor y borraba los archivos de la página y el
mensaje de mi buzón. Yo mientras le contaba al director lo de la página
web.
- Pero cómo se te ocurrió hacer eso. – me preguntaba–
- Ya ve Don Enrique – le decía Alicia sin despegar los ojos de la
pantalla – el trabajo que me ha costado convencerlo. Quería poner hasta
una foto suya, vamos que si no estoy ahí, lo vemos en la tele.
Alicia envió a la impresora una copia del mensaje con todos los
detalles del encabezado. Fue una operación rápida y después de los agra-
decimientos salimos a toda prisa antes de que el director reaccionara y
empezara a hacer las preguntas que con toda seguridad se estaba haciendo
en ese momento en su cabeza privilegiada. Teníamos media hora de des-
canso y la aprovechamos para ir la pista de frontón, sentarnos tranquila-
mente y analizar el mensaje.
- Oye lo de la foto ha estado de más, he quedado de lo más tonto.
Me ha mirado como si hubiese hecho zapping y me hubiera cazado en
gran hermano.
- Si, – dijo Alicia – pero no negaras que he sido convincente.
- Claro, claro en proporción directa a la cara de tonto que se me ha
quedado.
Por supuesto, su eficacia siempre fuera de toda duda. Llegamos a
un lugar tranquilo bajo un pimentero, junto a la pista de frontón, a esas
horas desierta. Empezamos de nuevo a leerlo, esta vez lo hice en voz alta,
pero Alicia se centraba en los encabezados.
- No hay duda que es auténtico – confirmó Alicia – rastrearé en mi
casa a ver si puedo encontrar la procedencia y miraré las estadísticas de la
página para ver las visitas de dónde son.
Por otro lado me preocupaban otros aspectos y creo que se nota-
ba en mi cara.
- ¿Qué te pasa Beli?… creo que este mensaje resuelve muchas du-
das.
- Ya, pero ¿has visto cómo me previene de un peligro a algo así?
- Hombre, has de reconocer que poner una web, para contactar…
vamos que no es que el tema sea para intercambiar juegos. Creo que se
refiere a que te encuentren chalados de estos que pululan en la red.

387
David Moraza Los palacios de Kólob

- Alicia ya me han contactado y no son chalados.


Decidí entonces que era el momento de contarle el suceso de la
ambulancia. Intenté hacerlo de la manera más suave posible, pero cuanto
más me esforzaba en esto, más patente resultaba mi preocupación por las
advertencias de Ted Mahonri. El hecho de llevarme a un lugar descono-
cido, las preguntas tan extrañas sobre una pared, la insistencia en saber si
veía algo, ¿que se suponía que debería ver? El comentario sobre las veinte
visitas y una sola amistosa y la urgencia en desactivar la web, despertaban
en mi negros presentimientos.
Alicia guardo silencio durante unos momentos y pude darme
cuenta de la hermosa mañana que disfrutábamos.
- ¿por qué no me lo dijiste?
- Alicia, qué hubieras pensado. No quise ponerte en una situación
así.
- Ya, lo entiendo… bueno esto se va pareciendo a un thriller. Pero
mira vamos a verlo de otra forma. No sabemos de qué van esos hombres
de negro. Lo mismo son de una marca de publicidad. “Señores ni Belisa-
rio puede ver manchas en la ropa lavada con nuestro detergente” si quisie-
ran hacerte daño lo hubieran hecho entonces. Podríamos intentar hablar
con ese enfermero en plan guay sin malos royos y ver qué podemos sacar
en claro. Pero hoy ha ocurrido algo increíble y no deberíamos verlo por el
lado oscuro.
Releímos el mensaje una y otra vez y nos deleitamos en los nom-
bres de las madres y en el sonido que creaba en nuestros oídos. Esa hoja
de papel que temblaba en nuestras manos era el objeto más sólido que
tenía en mi vida y sujetándola estaba la mano de Alicia. Misha, Eliam, Ja-
mil–Toban, Isaboam, Libel–Toban, Camí–Olea, Alesiam, Plamia, Meri,
Pazis–Olea sonaban en mis oídos como música celestial. La casa y rango
de Ted me hacían sentir que había encontrado a un hermano a alguien de
mi antigua familia. Entendía cada palabra que mencionaba tribulation and
at a time of knowledge, tribulación y a la vez conocimiento, así era mi vida
partes iguales. El pertenecía a la casa Arisada la casa del Sur en Kólob, la
que se distinguía por el ensamblaje de una inteligencia superior en el cuer-
po correspondiente. La casa Arisada era la generadora del encendido de la
inteligencia en nuestro futuro hogar. Así como Jana se encargaba del gran
destello de la materia en el vacío, Arisada lo hacía de la inteligencia en la
vida.

388
Los palacios de Kólob

Me hacia tantas preguntas a medida que repasábamos el mensaje.


Podía entender perfectamente el sentido de experimentar en Marte para
hallar vida. Si se encontraba, se podría entender mejor como surge al tener
otras referencias. Se podría percibir el relieve de la vida. En ese mismo
sentido el saber que me hallaba en in the initial stage of your experience,
en la etapa inicial de mi experiencia, me sugería que habría una evolución
y las preguntas de esos hombres de negro como Alicia los llamaba, ¿pue-
des ver algo más? Y el último comentario escapado “pronto” creaba en mí
una atmósfera propicia para la aparición de una nueva forma en mi vida
de ahora en adelante.
La suspensión del velo en nuestro caso, el conservar la memoria
al menos en fragmentos. Sugería que obedecía a la decisión de alguien,
suspender el velo que la totalidad de la humanidad tenía en su mente. A
causa de nuestra especial configuración, nuestra dificultad extrema en de-
cidir a quién apoyar o a qué plan sostener. Pensaba que habíamos sido
lanzados como sondas en una tierra extraña, que nada sabía de los artífices
del mundo. La humanidad vivía y caminaba en una naturaleza construida
de objetos y creaciones olvidadas. Como obras observadas en un museo,
huérfanas de artífices.
Recordaba a Molan, su nerviosismo al tener que clausurar la con-
ferencia después de la intervención de un Aribel críptico que dejó en to-
dos un sabor agridulce. Molan que siguió a Aribel ¿hasta aquí? Como to-
dos, pensaba yo, como todos estamos aquí.
Sin embargo Molan siguió a Aribel hasta el final ¿qué final, cuál de ellos?
- ¿Sabes qué me llama la atención del mensaje?
Pregunté a Alicia sin esperar su respuesta
- En la página no puse nada de mi oficio ni grado, sin embargo Ted
me ha descrito su procedencia de forma exacta a la mía con la misma es-
tructura. Me habla de Molan, Bisnan y la conferencia. En la web yo no los
relacionaba. De verdad estoy asombrado. Incluso para mí es algo increíble
encontrar otro testigo que corrobora mis recuerdos y lo que es más. Ex-
plica por qué los tengo, Alicia. Yo no me decidí por ningún plan propues-
to y por eso estoy aquí. Tu sí lo hiciste y por eso no recuerdas nada. Es
decir el no recordar significa que fuiste decidida y valiente. Tú luchaste, yo
me quedé al margen.

389
David Moraza Los palacios de Kólob

- Creo que vas demasiado rápido Beli, yo no lo veo así.


Me levanté de donde estábamos sentados. Las piezas iban enca-
jando y Alicia no las conocía todas.
- ¿Es que no lo ves? Ted le pasó lo mismo que a mí. Somos de una
pasta rara, no nos decantamos por nadie así que hemos venido en un es-
tado especial, suspensión del velo, le llama él. No es que seamos especia-
les. Vosotros, tú Alicia eres especial porque tenéis algo en vuestra mente,
algo especial dentro de vosotros que os impide recordar. Nosotros en rea-
lidad somos casi los mismos a lo que éramos, solo que tenemos un cuerpo
denso. ¿Entiendes?... Aribel ofrecía seguridad, certeza para volver con
éxito, el plan de las casas consideraba la libertad el eje de la vida, porque
valoraban la elección más que la certeza en hacer lo correcto. Tú tienes un
plan para estar aquí, lo decidiste así, sin embargo yo y… Ted no cuadra-
mos en todo esto, recordar es saber, actuar con ventaja. La verdad cada
vez entiendo menos. Que se supone que hemos de avisar a todos ¡ehh! Yo
te conozco, tú eras uno que pasaba de todo el día entre juegos y paisajes y
ahora fíjate vaya casa que tienes.
Haloperidol en inyectables.
Alicia me escuchaba pero su mente estaba en otro lugar.
- Beli, tengo que ver las visitas en la web y ver si puedo sacar algo
del mensaje. En mi servidor tengo un servicio de estadísticas, podríamos
al menos ver de dónde proceden.
Después de las clases nos dirigimos a mi casa. Alicia almorzó con
nosotros. Mi madre estaba encantada y no dejaba de ofrecerle desde post-
res a infusiones. ¿Un chocolate con galletas? ¿Tienes calor? Mari, aun
convaleciente, no se separaba de nosotros. Ella representaba una garantía,
como una señal de tierra a la vista, para viajeros castigados en las incle-
mencias de un hijo náufrago.
Alicia entró en su servidor. En los dos meses en que estaba acti-
vada había tenido 18 visitas. La mayoría de ellas a través de búsquedas del
google. Kólob era un tema muy debatido en la red, sabíamos eso. Lo que
no sabíamos es si había alguna relación de mis emergencias con lo que se
hablaba. Podíamos ver las palabras clave con las que accedieron a través
de google. “situación de Kólob”, “habitantes de Kólob”. A partir de la
tercera visita, donde sólo figuraba la palabra “Kólob”, todas las demás no
venían de buscadores sino de ip es decir directamente a través de navega-
dores. Solo dos visitas de EEUU, supusimos que una, la última, de Ted.

390
Los palacios de Kólob

Las demás aquí en España. Al menos el dominio estaba protegido en sus


datos de contactos.
Alicia movía sus dedos con una agilidad pasmosa por el teclado.
- Veras Beli. Esto es lo que creo que ha pasado. Las primeras visi-
tas han sido casuales, pones algo en google y te encuentran. La primera de
EEUU, obedeciendo sólo a una palabra “Kólob” te encontró y puso en
aviso las siguientes visitas en España que ya no entraron por buscador
sino directa y casi inmediatamente. La última de ellas es la de Ted, a través
de google, fue encontrar la web y escribir el e–mail.
A partir de esa charla revisaba el correo hasta tres veces al día.
Esperaba noticias de Ted. Recibí un mensaje suyo. La forma de encriptar
mi correo en Yahoo con un certificado SSL. Todo un proceso a fin de
que nuestras comunicaciones fueran seguras. A ello me lance con la ayuda
de Alicia, no solo técnica sino financiara. Ambos deseábamos intercam-
biar información libremente pero al parecer había riesgos que descono-
cíamos.
La siguiente semana tenía mi cita con José Mateo. La visita rutina-
ria la aprovechábamos Alicia y yo para tomar un helado e ir al cine si ha-
bía algo que mereciera la pena. Comentábamos la última instrucción y
procedíamos a debatirla entre nosotros. Podría decirse que formábamos
una pareja técnica, siempre hablando sobre nuestro secreto, nuestro mun-
do particular. Nunca reparábamos en que éramos dos jóvenes que podrían
conocerse de otra forma. No nos tomábamos de la mano ni hacíamos
ninguna demostración de afecto que pudiera plantear un asunto distinto
que no fuese el de nuestro empeño. Era un pacto no declarado, que nos
permitía pasar mucho tiempo juntos sin dificultad, sin necesidad de crear
situaciones, ni tener que cumplimentar un rol romántico y toda la carga
emocional que conlleva. Pero yo sabía que eso no duraría siempre y que
algún día acabaría.
Llegamos a la consulta sobre las cinco, planeábamos ver una pe-
lícula una vez terminada la consulta. José Mateo saludó calurosamente a
Alicia y pasé a su consulta.
Repasamos el funcionamiento de Loki, tuve que darle un informe detalla-
do de cualquier alarma que hubiese tenido desde la última emergencia.
Me parecía que comentaba mecánicamente nuestra tarea, como el piloto
que con voz monótona repasa el cuadro de instrumentos sabiendo de an-
temano por su aspecto que todo anda normal. Quería llegar a algún lugar.

391
David Moraza Los palacios de Kólob

- Veras Belisario, he estado pensando en la posibilidad de tomar la


iniciativa. Verás el disparador de las emergencias es impredecible, al me-
nos ahora avisa con casi un minuto de antelación, hemos progresado mu-
cho. Pero esa erupción imprevisible podríamos controlarla si somos noso-
tros quienes la provocamos.
Esperó mi reacción ante lo que parecía una toma de posesión por
su parte.
- ¿A qué te refieres? Quiero decir, cómo se puede hacer eso.
Ante mi pregunta, que presumía mi aceptación, mi profesor mos-
tró un entusiasmo oculto, excepto en el brillo de los ojos. Estos siempre
traicioneros, como si fuesen una ventana indiscreta.
- Se puede hacer mediante la hipnosis, intentaríamos provocar las
emergencias aquí en la consulta, de esa forma estarías más seguro y con el
tiempo crearíamos un mecanismo de control. Podríamos evocarlas a vo-
luntad. ¿qué te parece?
Me sonaba a entregar en sus manos la llave de mi baúl. Aún así
quería saber más acerca de esta nueva vía.
- Hoy podíamos hacer una prueba a ver qué tal tu disposición. Solo
serían unos minutos. ¿ok?
No me dejo responder. Se levantó de su mesa y se dirigió hacia
una esquina del despacho, donde había un sillón para él y un sillón de esos
de relax para mí. Mientras me acomodaba el respaldo. Hablaba despre-
ocupadamente del día que había tenido, me pregunto por la marcha del
curso.
- A propósito antes de empezar ¿has tenido contacto con alguien
recientemente sobre tus emergencias?
Esta vez su pregunta fue directa. No me interrogaba sobre si te-
nía fugas de éstas en la realidad o si veía algo extraño, por cierto muy rela-
cionado con el episodio de la ambulancia, me preguntaba ahora por al-
guien. Fue una pregunta violenta, él sabía de mi absoluta reserva incluso
con mis padres.
- ¿por qué lo preguntas?
Bueno, ayer puse Kólob en Google y te encontré entre decenas
de webs sobre ese lugar. No es de extrañar que te escriban aficionados al
tema.
Esta vez Loki, empezó a parpadear en mi mente, pero no por la

392
Los palacios de Kólob

llegada de una emergencia, sino por algo que no entendí inmediatamente.


Quería que Alicia estuviera allí.
- ¿por qué buscaste…Kólob?
José Mateo hizo la mueca que corresponde a contestar algo muy
evidente. Normalmente el no hacía esos gestos, su lenguaje y su entona-
ción eran suficientes para comunicarse.
- Si un paciente me habla de trolls pues al día siguiente estaría in-
formado de si existe esa palabra. Ya sabes voy a google y pongo trolls.
Pero si ese paciente cuelga una web con las palabras y nombres que son
objeto de confidencialidad por parte de su terapeuta, en mi caso tu profe-
sor, pues tengo que preguntarle qué efecto va a tener en nuestro trabajo
conjunto, ¿no te parece?
La verdad es que no podía negar que tenía toda la razón. Enton-
ces es cuando entendí el parpadeo de Loki, lo entendí perfectamente y me
asombro que funcionase también en cuestiones “diurnas”. Pero no podía
manifestar mis sospechas. Tenía que improvisar. Rápidamente metí la
mano en mi bolsillo del pantalón y simule una llamada en modo silencio.
- Perdona José, tenía que haberlo apagado.
Cogí el móvil y empecé a hablar con nadie. Simulé una cita a la
que llegaba tarde y cómo sentía no haberme acordado de la hora que era.
Él me miraba serio, yo suponía que a la distancia que estaba no podría oír
una llamada real. Colgué y me levanté del sillón con expresión de urgen-
cia. Cosa que no tuve que simular, pues me encontraba deseoso de salir de
allí. Se levantó y sentí su mirada clavada en mí, absorbiendo cada gesto
que hacía.
- Lo siento de verdad, ya sé que es una norma, pero esta vez temía
llegar tarde a una cita y ya ves, no llego. ¿qué te parece si te llamo mañana
y seguimos otro día?
Su expresión me era totalmente desconocida, sospechaba que era
una treta. Por todos los demonios por qué no disimulaba más su contra-
riedad. Me estaba decepcionando. De camino a la puerta, me acompaño y
al salir no quitó ojo a Alicia.
- Alicia –le dije mostrando mi móvil– mira qué hora es. Creo que
vamos no vamos a llegar.
Gracias a Dios, la agudeza de mi amiga era proverbial. Realizó la
mejor interpretación de alguien que se le ha pasado la hora de una cita
importante. Hasta yo tuve que hacer memoria por si en realidad había algo

393
David Moraza Los palacios de Kólob

que olvidé.
Salimos rápidamente, despidiéndonos por el pasillo José Mateo mostraba
su perplejidad ante la salida disparada y apoyada en tan notables argumen-
tos.
– ¿Qué ha pasado? –preguntó Alicia intrigada–
- Veras, hace días que tuve una rara impresión. José Mateo me pre-
guntaba por si había filtraciones de las emergencias a la vida normal.
- Y…– Alicia estaba en ascuas –
- Hoy me ha dicho que ayer encontró en internet mi web.
Alicia, parecía que iba encontrando las palabras de un crucigrama.
- Eso no puede ser, lleva descolgada tres días. Pero bueno decir
ayer, puede querer decir hace unos días o…
- Si, puede ser eso. Pero José Mateo siempre es muy exacto en to-
do, incluso no gesticula como lo ha hecho hoy, al pedirme que me relajara
para una sesión de hipnosis.
Alicia pareció, esta vez, sorprendida.
- Pero, eso debería de haberlo consultado con tus padres. No me
parece bien que…
- Ya, pero no es eso lo que me ha obligado a que tengas que repre-
sentar la obra “Me tengo que ir corriendo”. Me dijo que encontró la web
poniendo en Google solamente Kólob.
Entonces sí pude provocar en Alicia su expresión típica de en-
contrar algo interesante.
- No puede ser, la única visita con esa palabra es desde estados
unidos, todas las de España son por acceso directo a través del navegador.
Y eso es muy improbable a no ser que alguien te facilite la dirección. Así
que tu terapeuta te está mintiendo o es muy difuso en sus comentarios.
- Alicia, cuando simulé la llamada, su expresión cambio totalmente.
Veras es muy malo simulando, estaba alarmado. Creo que se dio cuenta de
que era una treta por mi parte.
- Sí, o podemos decir que es muy bueno sospechando y al tener la
seguridad que lo has descubierto, se ha relajado en su papel de profe de
buen rollito.
No fuimos al cine, estábamos demasiado alterados, como para
concentrarnos en una película. Ya teníamos la nuestra, que iba adquirien-
do tonos de un thriller. Así que fuimos a un Telepizza a dar cuenta de una
carbonara y otra barbacoa. Sentados en la mesa de fuera, nos sentíamos

394
Los palacios de Kólob

más libres de analizar todo lo que estaba pasando y establecer relaciones


entre José Mateo, los hombres de negro, qué significa que Molan vino
hasta aquí, Ted y su mensaje. Teníamos muchas preguntas y pensamos en
ir a un ciber para mandar un mensaje a nuestro nuevo amigo.
Mientras estábamos en esta disposición y teniendo a media tarea la de
barbacoa. Vino alguien y se sentó en nuestra mesa. Era José Mateo. Nos
quedamos literalmente de piedra. No era casualidad, venía por algo y no
iba a tragarme cualquier historia de su parte.
Se sentó y nos miró sonriente.
- Vaya, parece que no llegasteis a tiempo a vuestra cita. ¿Estáis so-
los?
Me costó trabajo reponerme del efecto que causó en mí, ser des-
cubierto in fraganti. Fue Alicia como siempre quien reaccionó con rapi-
dez.
- Bueno tarde… ha llegado usted, ya sólo queda un trozo ¿quiere?
José con gesto divertido, aceptó y de un bocado llegó a la mitad
de la pizza. Empezó a hablar con la comida en la boca. La impresión de
verlo en esa actitud algo grosera, me dejaba descolocado. No así Alicia
que parecía hacer guantes con él.
- Al parecer –hablaba con la boca llena, dirigiéndose a mí e igno-
rando a Alicia deliberadamente – Belisario, hoy en visto en la consulta
que hay cosas que no entiendes, me gustaría aclararte cualquier duda.
Alicia iba a intervenir, sin embargo yo ya había tenido algunos
segundos de recuperación y algunas preguntas que terminaron por tomar
consistencia gramatical. Sólo tuve que leerlas de mi mente.
- Bien ¿Cuándo visitaste mi sitio web y cómo llegaste a él?
- Ya veo que lo has quitado de internet. Pues bien, no recuerdo si
fue hace tres, dos no sé, qué importa eso. En cuanto a cómo lo encon-
tré…bueno ya te lo expliqué, en google.
- José, ninguna visita en España ha sido a través de buscadores.
Son vivitas limpias, directas a través del navegador. Para eso hay que tener
una dirección. ¿quién te la dio?
José Mateo se tomó algo más de tiempo para contestar a la pre-
gunta. Se recostó en la silla. Parecía con este movimiento, haber aceptado
una situación, la nuestra, en que la desconfianza era clara y manifiesta.

395
David Moraza Los palacios de Kólob

- … bien…bien… ya veo…veréis no estoy sólo. Tengo informa-


dores, ellos son como la evolución – emitió una risa casi inaudible– escru-
tan día y noche cualquier indicio o señal que nos hable de vosotros.
- ¿De vosotros? –saltó Alicia– a qué te refieres.
El me miró como si yo estuviera muy lejos, y me preguntó como
si Alicia no estuviese allí.
- ¿Quieres que ella esté en este asunto? Creo que no interesa a na-
die y menos a ella.
- Mire señor licenciado – respondió airada, pero sin perder la com-
postura – puede considerarme su secretaria, albacea, escribana o escudera.
Me da igual, pero si vuelve a ignorarme, nos iremos y sin pagar las pizzas.
Nosotros dos estamos en esto hasta donde llegue. Puede informar a la
evolución que ha encontrado una nueva especie.
No dije nada y la pregunta de mi amiga era correcta, excepto que
las pizzas estaban ya pagadas. Ni siquiera la miré mientras respondía. Mi
expresión fija en José, expectante, le comunicó que Alicia no se iría.
- Bien– se encogió de hombros– de todas formas creo que ya estáis
informados. Os llamamos los invelados o no velados. Particularmente
prefiero invelados porque no velados, ya veis se puede interpretar como
que sois una historia no–velada…
Volvió a emitir la misma risa que antes, al parecer formaba parte
de su nueva personalidad
- … hay dos clases de invelados, los que ven y los que no. Sé que
lo preguntaras Belisario, hemos hecho un buen trabajo con Loki, lo supe
en la consulta. Vi encenderse su luz roja en tu mente.
Hablaba lentamente, si hubiese sido fumador, habría encendido
un pitillo con parsimonia y lo habría cogido entre los dedos corazón y
anular. Habría expulsado una bocanada lenta, recreándose en las volutas, y
habría entrecerrado los párpados.
- … sí, yo era quien estaba detrás de ti en ese lugar frente a esa pa-
red, que no era tal. Y tú empezaste a ver algo ¿no es así? Algo como man-
chas o irregularidades en una impoluta superficie blanca…. Si Belisario
Ruiz, eres un invelado vidente. Y de esos hay pocos. Muy pocos.
Se incorporó hacia delante, mostrando que tenía un as en su ar-
gumento y quería sacarlo.
- Veras, sé que sería bonito – hablaba más rápido – escribir una
hermosa historia sobre Kólob, esos recuerdos tan increíbles, descubrir que

396
Los palacios de Kólob

eras todo un alterador de la casa Jana, ir por ahí con esa perla en tu bolsi-
llo, ser alguien especial entre toda esta mediocridad, una especie de super-
héroe… una persona de conocimiento… sí…sí… de conocimiento. Ya lo
veras a medida que vayas recordando a un nivel más profundo. Ahora
sólo estas en la piel de la manzana. Pero las cosas no son así, Belisario.
Son más equilibradas y no se tiene un don sin la carga que lo compense.
Creo amigo mío que aún no has encontrado la otra parte de la balanza,
pero ella te encontrará a ti.
Yo creía que la otra cara de esa maravilla, de la que hablaba, la
había soportado toda mi vida hasta ese momento, pero no iba a debatir
sobre eso.
- ¿A quién representas? ¿Para qué queréis a los invelados videntes?
– pregunté –
Se volvió a acomodar en su silla de aluminio.
- Paciencia amigo mío. No puedes entenderlo todo ahora y me-
nos… sin pizza. Supongo que ya han contactado contigo ¿me equivoco?
No estábamos en la consulta y ya no era mi profesor. Pero no quería
mentir, el lo detectaría.
- Nadie me ha hablado nada de este asunto, excepto tú ahora – Y
era cierto –
- Solo te diré que necesitamos coordinar con el otro lado. Pero an-
tes deberás ejercitarte en el arte de la llamada. Nadie va a enseñarte eso
excepto nosotros. Puedo ayudarte a que controles toda tu experiencia, a
que no estés en ese estado de alerta permanente. A disfrutar de tu don.
Era esa alerta permanente en la que vivía, la que me enseñó a detectar
las señales en los rostros y situaciones. A detectar los camuflajes y tram-
pas.
- ¿Y si no colaboro, si decido abandonar tu ayuda gratuita?
- No he dicho que sea gratuita. Abandona la idea de independen-
cia… amigo mío, ya te darás cuentas que has entrado en un juego del que
no puedes salir. Si no quieres mi ayuda, entonces, otro te buscara para
guardarte en una vitrina. Has sido… imprudente. Has lanzado una benga-
la al cielo en plena noche. Sé que estarás confuso, incluso, te pareceré sos-
pechoso de malas intenciones. Pero deberías considerarme de nuevo co-
mo tu profesor en una nueva asignatura que has de aprobar, si no quieres
conocer una clase especial de fracaso.
397
David Moraza Los palacios de Kólob

Se levantó para marcharse, caminó dos pasos. Y se detuvo, vol-


viendo la vista hacia nosotros. Supongo que nuestras caras debían ser un
cuadro interesante. El no dejaba su sonrisa.
- Creo que no hace falta que os diga las consecuencias si contáis
todo esto. Ni siquiera nuestro amigo Enrique podría ayudarte, el confía en
mí, un episodio de persecución…confabulación…no, no amigo mío, no
entra en lo transpersonal. Creo que eres listo y tu amiga parece que tam-
bién…pero ella es responsabilidad tuya.
No había que ser muy listo, no. La partida estaba clara. Aún
cuando estábamos rodeados de gente, mi familia, Loreto. Incluso Don
Enrique, nos encontrábamos solos. Cualquier intento de contar esta ex-
traña historia, me sumiría en el callejón sin salida de la esquizofrenia. Te-
nía todos los ingredientes. Una historia irreal, estados catatónicos y para
más regodeo ahora aparecen episodios de persecución y confabulación.
Sospechaba que la advertencia de José Mateo venía en ese sentido. En
cierta forma, el era mi aval ante el mundo de la cordura. Una palabra suya
y yo caería al vacío.
Me sentía atrapado y culpable de haber llevado a Alicia hasta una situación
que se complicaba por momentos. De camino a Nervión, para acompañar
a Alicia, le pedí que me dejara, que no me acompañara en esta historia de
final incierto.
- … además Alicia, el lo ha dicho. Es mi responsabilidad. No pue-
do ponerte en peligro. Esto va teniendo una pinta muy rara.
Pero ella era indomable, de carácter fiero. No se dejaba intimidar
por nada.
- Veras Beli. Voy a decirte algo y no para que tengas pena de mí.
Mi vida hasta ahora era totalmente insípida. Mi madre y sus sentimientos
de culpabilidad, su cuidado hacia mí como si fuera de cristal. Mi padre…
como una figura de cartón en mi memoria. Soy reservada y distante, lo sé,
he tenido que serlo para protegerme desde pequeña. No tengo ambiciones
a corto ni medio plazo. Veras no soy una futura abogada de un gabinete
famoso. No soy alguien que ansié vestir de traje chaqueta con el pelo re-
cogido, así como la mujer aerodinámica. No pretendo ganar tres mil qui-
nientos euros al mes dentro de cuatro o cinco años. Esto es real y quiero
saber que hay detrás, ya conozco bien lo que es un decorado.
No me dejaba resquicio, a veces me exasperaba su contundencia,
yo no consideraba eso un rasgo femenino, pero claro no iba a decirlo.

398
Los palacios de Kólob

- Pero Alicia, puede ser peligroso.


Sus ojos brillaban como ascuas, yo sabía que no iba a renunciar y
temía arrastrarla a un viaje desconocido, donde se incorporaban siniestros
personajes de novela negra. Le prometí a Loreto no poner en peligro a
Alicia, pero era ella quien me empujaba. Presentía que si flaqueaba en se-
guir adelante con esto sería ella quien se plantaría delante con los brazos
en jarras. De todas formas cómo abandonar; estábamos en movimiento
sobre un torrente y con pocas posibilidades de maniobra.
- Prometí a tu madre que no te pondría en situaciones peligrosas.
Alicia, sonreía tensa, apuntaba sus flechas hacia mis últimos es-
fuerzos de resistencia
- Si, supongo que Aurelia, la madre de Cesar, suplicaba de la mis-
ma forma a su hijo de no meterse en problemas.
- Ya, entonces…
Me miró desafiante, demonios de mujer, y sin titubeo dijo lo que co-
rrespondía.
- Alea iacta est.

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David Moraza Los palacios de Kólob

Capítulo 15

Ruidos estrepitosos

400
Los palacios de Kólob

Temprano en la mañana, cuando el disco de Kokaubean era cor-


tado a mitad por el horizonte de Irreantum, me encontraba camino a
la columnata de Pikamón. Esta era una amplia avenida en el exterior
del segundo arco, corría paralela a los pilares de la vertiente terrestre
de la avenida de acceso a Silam. Parecía no avanzar ante una sucesión
de formidables columnas de fuste con acanaladuras de ángulos vivos.
De capiteles decorados profusamente con motivos sugerentes al
nombre de cada una de ellas. Yo buscaba la sensata.
No sólo por los capiteles, sino por la misma columna podía adi-
vinarse su nombre antes de llegar a ella. Es una de las cualidades del
arte en ese mundo, hacía hablar a la piedra. Por eso divisé después del
conocimiento a la sensatez, una secuencia aconsejable para todo aquel
que adquiera el primero y olvide que la segunda no va incluida. Desta-
caba en ella la idea del equilibrio y la prudencia. No dejaba de ser pa-
radójica una cita de naturaleza arriesgada bajo una columna de tal
nombre.
Me dirigí hacia un hombre que con las manos cruzadas, parecía espe-
rar.
- ¿Melanto?
- Tú debes ser Kozam, de la casa Jana.
- Sí, soy yo, me envía…
Me interrumpió con un gesto de su mano, y miró a su alrededor
asegurándose de que nadie escuchaba.
- Lo sé. No es necesario que des detalles. Acompáñame.
Retomamos el camino de vuelta caminando a través de Pikamón.
Poco transitado en su ancha avenida, donde no podría identificarse a al-
guien conocido que estuviese en el lado opuesto. Aún así el tamaño de sus
columnas, empequeñecía las proporciones de todo, acercando las orillas
del camino. Supuse que el fijar la cita en el segundo arco, serviría para
contar con tiempo para aclarar la tarea que íbamos a realizar ese día.
- Nos esperan en una sala de acceso directo al oscuro –– Melanto
hablaba con la vista puesta al frente y dando a entender que no repetiría
nada de lo que dijera — todos los que están son experimentados alterado-

401
David Moraza Los palacios de Kólob

res.
Hizo una pausa y me dirigió una mirada de soslayo
- … puede que seas el menos experimentado, ¡pero! – y ese pero
me produjo un sobresalto – pero… eres de la casa Jana y eso es una rare-
za, dime ¿cómo te han dejado salir?...
Iba a contestar, pero antes de hacerlo Melanto continuo su mo-
nólogo.
- Bueno no importa. Como te habrán informado vamos a alterar
con un cambio en las premisas. No hay precedentes en esto y no hay
tiempo para muchos ensayos. Han acelerado el cierre de era y se nos echa
el tiempo encima. Iras de compañero con Sara, creo que ya la conoces.
La conocía, fue quien me llevó hasta Minión.
- Sí, pero ella no es alteradora, trabaja en una escuela de conoci-
miento, no de creación.
Melanto sonrió moviendo la cabeza de un lado a otro.
- Sara es… algo peculiar ¿no crees?... te aseguro que podrás apren-
der mucho a su lado. Préstale atención.
Me sentí de nuevo un primerizo. Todo el mundo me daba leccio-
nes. Estaba seguro de si parase a cualquiera en cualquier lugar me sentaría
a sus pies a escuchar la sabiduría manar por sus labios. Por qué ese interés
en mi cuando todos sabían y eran más experimentados que yo. Iba a pro-
testar, cuando Melanto continuo su adoctrinamiento hacia su nuevo pupi-
lo, es decir, yo.
- Hasta ahora la formación de presentación al oscuro ha sido en
cuña y la secuencia, primero mostramos la posición con nuestras manos
en forma de cuenco a la altura del pecho y la mente en el valor del libre
albedrío. Segundo la esperanza con los brazos y mirada arriba y pensa-
miento en las expectativas y tercero enfoque con nuestros brazos extendi-
dos, palmas hacia arriba y presentación de nuestro oficio.
Melanto hizo una pausa y una mirada rápida hacia mí. Quería
asegurarse que no había dudas en cuanto al punto de partida.
- Bien, hoy lo haremos de otra manera. La formación será la mis-
ma, pero la secuencia variará. Primero presentaremos nuestro enfoque y
llevaremos nuestras manos en forma de cuenco al pecho, segundo la espe-
ranza con su movimiento correspondiente y por último la posición exten-
diendo los brazos y palmas hacia arriba. Es decir alteramos el orden de la
primera y tercera premisa, pero no sus movimientos, que sigue el orden

402
Los palacios de Kólob

acostumbrado.
Querían presentar al enfoque como el eje director de las premisas.
El deber como conductor de la inteligencia en los lugares densos. La espe-
ranza y el enfoque como extensores de la existencia. Decirlo en el trayecto
por Pikamón era una cosa y recordar cómo me tambaleaba ante las em-
bestidas del oscuro día antes era otra. El oscuro océano escudriñaba en
nuestro interior los logros y el conocimiento adquiridos por aquellos que
se acercaban a sus orillas y por otro lado azotaba con su ojo el temple del
aspirante. No era fácil mantenerse en pie y lucido. No realmente no lo era.
- ¿Qué posibilidades de éxito tenemos?
- ¿Para qué quieres saber eso?, vamos a hacer algo único en la his-
toria no sólo de nuestra era. Dudo que en otras alguien haya intentado
algo así. La mayoría de nosotros somos algo… intrépidos. Tu también lo
eres, solo que no te has enterado todavía.
- ¿Quién estará en el centro de la formación?
- Primabel, el dirigirá.
Había escuchado de Primabel, todos le conocían. Se le considera-
ba uno de los de confianza de Aribel. Al igual que Minión era uno de los
setenta y dos consejeros de Kólob y un aspirante más que cualificado al
círculo Madán. En éste círculo no estaban representadas las casas, sólo
había una dirección de las comunicaciones: del Gran Gnolaum hacia Ma-
dán y de ahí hacia los setenta y dos. No había vuelta. Sin embargo en los
setenta y dos había flujo de información e instrucciones en ambos senti-
dos de ellos hacia los consejos de doce de cada casa y con gobernadores y
demás altos representantes y de todos ellos hacia los primeros. Eran los
setenta y dos un organismo representativo de las casas.
Primabel destacaba por su templanza y equilibrio. Confería a lo
que íbamos a realizar una pátina de legitimidad indudable.
Mientras fijábamos los detalles al acceso de las playas, llegamos a
la entrada de Silam. Como siempre que íbamos por encargo de uno de
ellos, saltábamos todos los protocolos de acceso. Y así penetramos como
un dardo en las entrañas de las dependencias de Silam.
Caminamos a través de amplísimos pasillos suavemente pavimen-
tados de oro ambarino y paredes de maderas vivientes que florecían en
variedades infinitas y que transmitían una luz tamizada de variados colo-
res. Ventanales migratorios se abrían para seguir la luz de Kokaubean en
todo su periplo. Habían amplios ventanales que se abrían a escenas de

403
David Moraza Los palacios de Kólob

mundos distantes, en ellas podías dirigir la mirada a detalles que inmedia-


tamente adquirían primer plano y de esa forma viajar con tu vista por do-
quier.
Me detuve un instante ante la visión del atardecer, en un pantano
cuajado de plantas exóticas, no se veía vida animal aparentemente. El cielo
estaba cuajado de nubes algodonosas de aspecto amenazante. Sus colores
iban del turquesa al violeta. En el fondo, de azul oscuro, casi oculto por
las nubes, estaba el gigantesco disco de un mundo, en el que podían verse
océanos y continentes. Demasiado cerca, a mi entender, para un lugar tan
hermoso como el que veía, a no ser que ambos fuesen de tamaño seme-
jante y girasen en órbitas muy calculadas para eliminar influencias fatales.
Había una gran actividad eléctrica, iluminando de forma maravillosa los
solitarios parajes cuajados de plantas extrañas. El mar, que se extendía
hasta el horizonte, bullía por la tormenta, su color verde-azulado, acom-
pañaba al entorno casi de forma intencionada en dar a todo un aspecto
cautivador y terrible. La presencia de ese mundo era muy fuerte, aplastan-
te su protagonismo. Qué clase de vida inteligente podría sustraerse a ese
espectáculo para mirar en su interior.
Melanto de acercó.
- Todavía no han salido
- ¿Cómo?
Se extraño que no entendiera lo que decía.
- Ah perdona, lo olvidé, eres de Jana. No han salido del mar… la
vida animal. Es un mundo llamado Gamia. El nido está casi listo, en breve
saldrán. Hay dos linajes operando en este lugar, nosotros y Alba–Ram,
ellos son marinos, hay dos planes distintos en un mismo mundo. Algo
complicado, pero muy interesante….Gamia es… ¿cómo decirlo? Es para
espíritus contemplativos. Sus habitantes no se distinguirán por su alegre
música o jovial temperamento. Pero serán profundos en sus ideas y cono-
cerán a Gamia de una forma especial.
- Ah, entiendo.
Mi respuesta un tanto apurada, hizo que Melanto me mirase es-
céptico, creo que abrigaba dudas sobre mi idoneidad para la nueva altera-
ción que íbamos a realizar.
- Vamos tenemos poco tiempo.
Los cruces con otros itinerarios, estaban abovedados y provistos
de mobiliario, esculturas y fuentes. Cada tramo de la ruta que seguíamos

404
Los palacios de Kólob

podría ser motivo de una estancia permanente para contemplar y extasiar-


se.
Se desplazaba Melanto con naturalidad, yo sin embargo a duras penas
despegaba mi atención de las maravillas que encontraba a mi paso y sentía
cómo dejaba mi alma pegada en aquellas paredes.
Al cabo de un corto tiempo para alguien en mi situación, atrave-
samos un pórtico al final de un pasillo. En la estancia anexa nos esperaban
sentados aquí y allá los integrantes del grupo. Se hicieron las presentacio-
nes y encontré a Sara con su expresión habitual, cabeza un poco inclinada
a la izquierda y brazos cruzados. La sonrisa indefinida entre cordial y sar-
cástica. Una vez conocidos nuestros oficios y el lugar que íbamos a ocu-
par, repasamos cada etapa de la presentación. Aunque a decir verdad creo
que esperábamos a Primabel.
Melanto se dirigió hacia mí y Sara.
- Necesito que lo hagáis bien desde el principio. Seréis los primeros
en presentaros al oscuro y es clave ver su reacción al encontrarse con
vuestro enfoque. Habéis de mostrar vuestros deberes con las manos en
cuenco a la altura del pecho.
- Melanto – Sara hablaba girando su mirada a un lado y asintiendo
– creo que está todo muy claro.
Melanto iba a responderle cuando hizo su aparición Primabel.
Era alto y bien proporcionado. Su constitución nervuda le daba una apa-
riencia de energía contenida. Los pómulos salientes resaltaban su inde-
pendencia de espíritu. Lo primero que noté es la ausencia de cualquier
expresión de preocupación en su rostro. Y seguido a esto un aura de segu-
ridad y control en todo su ser, de tal naturaleza, que excedía su presencia
misma. La extendía más allá de nosotros. Nos hizo un gesto para agrupar-
nos en formación de alteradores.
- Estimados hermanos. Habéis sido elegidos para llevar a cabo una
hazaña. Las hazañas son hechos que trascienden las eras y así será con
vuestros nombres. No habrá censura para este día, se sabrá de él por to-
dos los tiempos. Trabajaremos hoy en una alteración modificada, en la
que el enfoque ocupara el lugar de la posición. Será la prueba viva de que
un mundo nuevo es posible, donde nuestros hermanos que vayan a los
lugares densos vuelvan victoriosos. Estaré a vuestro lado como en tantas
ocasiones desde el principio de nuestra era. Aribel espera el resultado de
nuestra demostración y será presentado ante el gran concilio como un

405
David Moraza Los palacios de Kólob

testimonio de la verdad de nuestro plan. Hagámoslo lo mejor que sepa-


mos.
- A mi todo esto me parecía precipitado, estaba habituado a planear
y ensayar todo con esmero y pulcritud. Notaba en cada aspecto de la ex-
periencia una urgencia anormal. Sin embargo la presencia de Primabel era
cautivadora y despejaba temores y dudas. Su seguridad y porte eran seduc-
tores. Al observarlo tenías la impresión de contar con el beneplácito de
todas las columnas de Pikamón, y pensé que la sensata no había sido ele-
gida al azar.
Antes de precipitarnos en la oscuridad, Primabel nos hizo guardar
silencio hasta aclimatarnos en lo posible a la nada. Entonces a una señal
suya, nos dispusimos a franquear el umbral hacia las playas. Sara y yo fui-
mos los últimos en hacerlo. No miré hacia atrás, porque sabía que no ve-
ría nada. Como anteriormente empezamos a caminar por la arena, esta vez
no a una colina sino a una pequeña ensenada, de la que vislumbrábamos el
contorno de su orilla. La soledad del paraje era agreste, casi dolorosa a
nuestros ojos, una vaharada de triste melancolía subía desde su orilla. No
había vuelta atrás sino en formación de premisas, un ataque de pánico
perdería a su protagonista en esos parajes prohibidos, donde no puede
existir la conciencia a menos que se diluya en el oscuro océano. La pre-
sencia de un denso o en este caso de Primabel dada cohesión desde atrás.
Al llegar al sitio indicado, frente a la ventana de la inteligencia,
nos detuvimos y esperamos la invocación de Primabel, suponiendo algo
parecido a lo que hizo Toban días atrás. Pero me di cuenta que lo que los
densos llamaban solo con su voz, los primeros habían de ir hacia la orilla y
palpar sus oscuras aguas. Debían de llamar la atención de una forma más
directa. Lejos de la familiaridad de Aribel, que jugaba en sus olas como un
niño, divertido. Primabel, hierático, ejecutó el saludo de la llamada con
voz grave mirando hacia el oscuro horizonte. Con las negras aguas hasta
la cintura. Ya de por sí esa escena era para nosotros algo inalcanzable, de
una valentía y conocimiento sin parangón en todas las casas. Una ejecu-
ción solamente reservada a un puñado entre miles de millones.
Una vez terminada su parte, comenzando a brillar la línea del
horizonte, Primabel ascendió del agua y se colocó en el centro de la for-
mación. Observé que estaba totalmente seco. Nadie puede extraer un solo
ápice de conciencia sin el consentimiento del oscuro océano.
En cada lugar de las oscuras playas era distinto, en esa triste ense-
nada, noté cómo perdía el sentido de lo cotidiano. Se representaba mi
406
Los palacios de Kólob

vida como algo hueco y vacío de contenido. No existía un sentido en las


cosas ni en la existencia. En esos momentos nada de mi historia personal
o de mi presente era capaz de crear en mi conciencia anhelo de vivir, no
entendía por qué debía coexistir con esa realidad de barro y silencio. En
esos momentos me sentí desposeído de cualquier herencia, y sólo mi con-
ciencia se enfrentaba al infinito. Me encontraba desnudo, desincorporado
de todo. Me invadió la angustia de tener conciencia y sin embargo no en-
contrar nada donde apoyarla o con qué ocuparla, los recuerdos eran escul-
turas ajenas y silenciosas, sin relación con el vacío de mi existencia. El
oscuro océano me había despojado de todo. Me redujo a la miseria de
saber que no soy nada. Nunca había recibido un golpe tal como éste. Era
la ensenada oscura de la reducción a la pura conciencia. La única parte
familiar que me quedaba y a la que me aferré con todas mis fuerzas, era mi
persistencia en soportar ese momento, mi única salvación era la resisten-
cia, que milagrosamente atravesó ese desierto emocional. Y sollocé, un
hecho que nunca supe de su existencia. Emergió el sollozo en mí como
un brote de agua desconocido.
- No puedo volver, no puedo vivir sin mi nueva naturaleza.
Lo dije sin palabras. Y él me miró con algo parecido a la intriga
y a la curiosidad. Pero sin intriga ni curiosidad porque aquello era comple-
tamente impersonal. Quizás esas palabras las añada de mí mismo para
poder entender que ocurría en esas playas. Supongo que durante ese tiem-
po la consistencia de nuestro grupo, superó la prueba de “la mirada” y
entonces sonó la voz de Primabel, imperiosa y suave a la vez.
- Avanzad.
Éramos Sara y yo los alteradores, quienes habían de caminar hacía
el borde de la orilla, los que fijábamos las puntas de la uve invertida y
quienes pasábamos a ser la vanguardia de la formación. Nadie, que no
haya estado en esa situación, sabe del esfuerzo y voluntad necesarios para
vencer la presión de la mirada y caminar. Es como lanzarse al vacío, todo
lo que eres se resiste a realizar algo antinatural y es sólo una voluntad en-
trenada en estas artes la que te posibilita vencer ese límite.
Sara y yo caminamos en paralelo con admirable sincronía. Al lle-
gar al punto exacto nos detuvimos. Supe que ningún entrenamiento hu-
biera facilitado ese cambio en la secuencia. Sólo había que hacerlo y ver
qué ocurría.
Intentamos el enfoque. Integré en mi pensamiento todas mis la-

407
David Moraza Los palacios de Kólob

bores como alterador, mi experiencia, mi lento ascenso en las disciplinas.


Fui a ese museo sombrío y lúgubre en que el oscuro océano había conver-
tido mi memoria y trate de avivar, de recobrar vida en lo que era algo leja-
no y muerto. Concentré toda mi capacidad de resistencia y me olvidé de
mi dolor. Tal como aprendimos en las escuelas, agrupé en una esfera del
tamaño de una ciruela, lo que aporta el enfoque a la vida, los logros y vi-
sión de ese eje fundamental. Una vez conseguida esa visión, uní mis ma-
nos en forma de cuenco y fui elevándolas lentamente hacia el pecho y pu-
se en ellas mi adhesión al conocimiento, a las reglas de las premisas e hice
ver el valor de la obediencia. Mostré mi disposición a vivir en torno a la
ley del enfoque a guiarme por su eje. Una vez que el cuenco estuviese en
el pecho, esa esfera debería ser una imagen perfecta del valor de la premi-
sa en las manos del ejecutante. La realización debería de haber sido impe-
cable y sincronizada en ambas puntas, de no ser así no habría un segundo
paso, esta vez para los formadores de grumos, que se unirían a nosotros
para presentar la esperanza y por último los formadores con la posición.
Lo hicimos perfecto. Sara y yo, ejecutamos la presentación de
forma impecable. Lo supe en ese instante en que sientes que tu compañe-
ra está en tu misma actitud como una imagen especular de ti mismo. El
oscuro océano de la inteligencia sabría que dos miembros de la formación
testifican al unísono de la veracidad de su empeño, y el resto del equipo
merece su atención. Esa era la primera fase de la alteración, agitar al oscu-
ro de su indiferencia, reclamar su atención o en otras palabras, agitar. Di-
ferente a la segunda fase creativa en la que deberíamos batir y arrancar
espuma consciente de su seno. Pero no era ese el objetivo este día.
Habíamos captado su atención, pero ocurrió algo sorprendente e
inusual. Las aguas que teníamos delante de nosotros empezaron a agitarse,
no con oleaje sino en sí mismas, borboteaban. Se alzaban como una mare-
jada, como si soplase un fuerte viento. No había precedentes.
- Formadores de grumos, avanzad.
Primabel daba paso a la esperanza, y mientras Sara y yo permane-
cíamos manteniendo nuestro esfuerzo en el enfoque, Jozim y Mara toma-
ron la iniciativa alzando brazos y mirada sin perder el equilibrio ante la
ancha expansión de la nada. No bien avanzaban en la ejecución de su la-
bor, la situación en las aguas no cambio. Era difícil mantener el esfuerzo
en unas circunstancias tan extrañas.

408
Los palacios de Kólob

- Formadores avanzad.
Abel y Belca tomaron su lugar. Realizaron la presentación de la
posición con los movimientos del enfoque. Realmente era un equipo ex-
cepcional, los flancos no desmayaban y podía notar cómo el oscuro reci-
bía nuestra presencia sin desviar su atención. No exageraba Melanto al
alabar la destreza de estos alteradores, aún en una situación desconocida
como esta no descuidaban su oficio ni cedían al pánico.
Mientras ambos alteradores mantenían su premisa frente a ese
espectáculo aterrador, la espuma empezó a saltar enloquecida y las aguas
amenazaban con traspasar los límites del pacto.
A esas alturas yo no sabía si se podía tener más miedo, pues mi
tope estaba más que rebasado, pero aún así no rompimos la formación.
Eran extraordinarias la clase de personas que había allí.
Para nuestro asombro, Primabel, se adelanto hasta llegar a la
misma orilla, donde columnas oscuras se levantaban amenazantes, para
caer con estrépito. Había que poseer un temple de acero para estar allí a
un paso de ese oscuro mar enfurecido. Estábamos a punto de descuidar
nuestra labor; lo que estaba haciendo Primabel no tenía descripción. No
era posible tal escena, una cosa es jugar con las oscuras olas como hizo
Aribel, aun así algo inimaginable, y otra acercarse a una inmensidad arre-
batada que podría asimilarte en su interior como a un insecto, que podía
diluir tu existencia como una gota arrojada al mar. ¿Cómo no admirarles?
¿Cómo no sentirse conmovido cuando alguien así te dice bien hecho?
Eran los más grandes.
No salíamos de nuestro asombro, cuando lo vimos adentrarse en el abis-
mo negro hasta la cintura y extender sus manos. Nosotros no soportába-
mos la mirada del oscuro océano, sin embargo Primabel se dejaba abrazar
por él. En un principio nada parecía cambiar en aquella tempestad de mo-
vimiento, como si las negras aguas protestaran por aquel cambio súbito en
las premisas. La espuma creaba figuras extrañas, en muchas de ellas se
adivinaban formas vivas apresadas en la esfera de lo no pensado, de lo no
imaginado. En aquel limbo de lo que espera ser pronunciado para existir.
Y por un instante presentí que nuestras creaciones sólo eran memorias
recuperadas de aquello que conocíamos de nuestro sueño en el oscuro
regazo.
A medida que Primabel bajaba sus manos, la agitación se reducía
hasta que repentinamente sus manos tocaron las aguas y todo se silenció
de modo que nuestros oídos zumbaron por la mudez reinante en sus
409
David Moraza Los palacios de Kólob

aguas.
Tranquilo y majestuoso subió de las aguas a donde estábamos y
nos indicó con un gesto que replegáramos la cuña como al principio de
nuestra llegada. No dijo ni una palabra mientras regresábamos a la sala de
acceso.
Mientras caminaba sentía un honor inmenso por haber sido llamado para
ese momento, ya no por el resultado, sino por haber sido considerado
digno de formar parte de un equipo de tal calidad. Si me hubiesen reque-
rido mi apoyo a la nueva propuesta en ese instante lo hubiese dado sin
duda alguna. Y sin embargo el resultado del intento era incierto.
Nos sentamos en los cómodos divanes sin atender al manteni-
miento de la formación hasta que se nos diese permiso, al parecer se go-
zaba de cierta familiaridad en las normas. Primabel se dirigió hacia noso-
tros.
- Amigos míos – y eso era suficiente para exaltar nuestro ánimo –
no recuerdo haber visto mejor ejecución y maestría que la vuestra. Ha sido
un trabajo impecable y realizado con gran valor. Informaré a Primabel de
vuestro trabajo.
En cuanto al resultado, sólo os puedo decir que lo hemos sorprendido.
No lo esperaba, necesitaremos varias sesiones para sujetar a ese océano a
la nueva propuesta. Tengo la impresión que nunca se ha encontrado de
cara con algo como lo que hemos hecho. Vuestros nombres pasarán de
arco en arco a partir de este día.
Acto seguido fue uno a uno abrazando y agradeciendo lo realiza-
do. Este gesto procedente de uno de los setenta y dos consejeros de Kó-
lob y uno de los contados aspirantes al círculo Madán, parecía abrasar
nuestra alma. Pues el contacto con su cuerpo, parecía cedernos por un
instante, la calidad y conocimiento acumulado en un espíritu que desde
remotas eras cumplía con cometidos heroicos, y en oficios que requerían
hazañas constantes. Como la que acabábamos de contemplar y de la que
ni siquiera hizo mención. Tal respeto sentíamos por él que ni una pregun-
ta se escapó de nuestros labios, cuando yo mismo sentía detrás de los mí-
os el ardor de los interrogantes pugnando por salir.
Terminada su felicitación, salió con rapidez, supongo que para
informar del resultado de la alteración. Noté unos toques en mi hombro
derecho de alguien a mi espalda. Me volví para confirmar que se trataba
de Sara. Podía ya hacer conjeturas sobre su proceder.

410
Los palacios de Kólob

- Vaya, parece que te ha impresionado.


- ¿Tú no lo estás?
Ella sonrió despreocupada, sin dar importancia al hecho.
- Veras, nosotros estamos ahí delante haciendo cosas extrañas,
desde hace tiempo. El oscuro está considerando nuestra opción a su rit-
mo, es decir lentamente.
- Y a qué conclusión habéis llegado.
Suspiró lentamente y se dio un tiempo para responder.
- Yo no conozco al oscuro océano con la familiaridad de ellos así
que no puedo sacar conclusiones. Ellos se introducen ahí dentro y hablan
o ven algo. No sé como astros lo hacen sin desaparecer, alguna especie de
pacto. Solo sé que por ellos haría cualquier cosa que me pidieran. Son fia-
bles como los arcos.
Por una vez Sara hablaba algunas palabras más de las estrictamen-
te necesarias. Lo que interpreté como un acto amistoso hacia mí. Me inte-
resé por su vida en la escuela, la escuela de las arenas.
- En realidad, la arena era un tipo de suelo poco propicio para la
mayoría de plantas, es una muestra del paso del tiempo por un mundo. El
desgaste de sus rocas, los depósitos de sus ríos. Sin embargo en ellas la
vida surge con una fuerza e inteligencia poco común. Silam y nosotros
jugamos una partida extraña. Proponemos entornos, que de seguro surgi-
rán, y en Silam proponen creaciones que habitaran en ellos, suministra
problemas a mi casa, Isaboam. Y al contrario, a veces se entusiasman tan-
to con una ocurrencia que nos piden que busquemos un lugar adecuado
para ella. Y eso es difícil porque hay que coordinar con la casa Plamia, la
que vela por el orden y la sucesión, el momento adecuado para la intro-
ducción y ver si en este se encuentra el tipo de arena adecuado. Lo que es
un enigma a resolver. Supongo que en las escuelas de creación no se dan
cuenta de todo lo que hay detrás de sus adorables propuestas.
- ¿Y cómo llegaste a ser alteradora y por cierto una muy buena?
Ella sonrió sin mayor complicación. Pareció una sonrisa humana.
- Me atrajo la propuesta de los primeros. Ellos me enseñaron todo
lo que sé.
- ¿Pero en tan poco tiempo has aprendido?
Sara se rió por primera vez. Su risa iba de izquierda a derecha y
volvía al centro, como si quisiera mostrar a otros que era capaz de reír
durante doscientos setenta grados.

411
David Moraza Los palacios de Kólob

- ¿quién te ha dicho que llevo poco tiempo? No hemos alterado an-


tes para no despertar prejuicios tempranos. Ahora es el momento y según
creo vamos retrasados. El desprendimiento del arco es inminente.
Nos despedimos con el compromiso de un próximo intento el
cual me sería comunicado con antelación. Ella se marchó con su grupo y
yo fui conducido por Melanto de nuevo por aquellos caminos asombrosos
y nuevos para un ojo tradicional como el mío. Melanto me felicitó,
haciendo hincapié en algunas palabras como una forma de ocultarse, co-
mo si estas fueran señuelos a su auténtico sentir. Aún así, parecía sincera-
mente satisfecho de mi actuación.
Me sirvió esta experiencia para sucesivas sesiones con Corina y el
grupo de Misón. Estos se felicitaban por mi repentina mejoría en las pla-
yas, donde ya me movía con cierta resolución, siendo mi flanco una sólida
pared sin fisuras ante las miradas, siempre terribles del oscuro.
Una mañana se nos informó de que al día siguiente se produciría
un acontecimiento importante. Deberíamos formar frente a Silam por
escuelas, secciones y grupos. Suponíamos que era para comunicar el cer-
cano desprendimiento. No nos extrañó pues se usaba este tipo de activi-
dad como forma de construir el espíritu de linaje, de sentirnos parte de
algo grandioso e inteligente. Y a la vez para comunicar asuntos primordia-
les, como el apoyo a mano alzada hacía los oficiales, consejeros y demás
cargos de las casas. Excepto del círculo Madán que era de elección perso-
nal del Gran Gnolaum.
Yo disfrutaba de esos momentos en que tenía la oportunidad de calibrar la
gloria de Kólob y sus casas al ver el número de sus hijos. Pero siempre
cedía a la imposibilidad de abarcar, siquiera en la mente la vastedad de sus
huestes. Numerosas como las arenas del mar. Sin embargo Los palacios
de Kólob siempre marcaban un marco de referencia, siempre alzándose
sobre cualquier magnitud, desafiantes y victoriosos. Mostrando su poder,
aun en la inmensidad de un mar de habitantes, dispuestos como forma-
ciones cristalinas alrededor de esa estrella.
Nos encontrábamos entre el tercer arco y el acceso principal a
Silam, en la margen derecha. Las terrazas, rebosantes de escuelas, grupos,
seres densos y los nuevos habitantes que se incorporaban a la vida exte-
rior.
Estábamos exultantes, conversando y riendo. Me encontraba ple-
namente aceptado por Misón, Celem, Quebel, Caliandro, Moses, Alinia.
Pero había algo en mi interior. Un zumbido, como un aleteo en la parte
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Los palacios de Kólob

izquierda de mi pecho. Molesto y permanente cuando pensaba en el doble


trabajo que realizaba. Pero intentaba justificarme pensando que era por el
bien de todos. Que posiblemente agradecerían mi proceder. Cómo expli-
car lo que un habitante de las lindes experimentaba, me sentía casi justifi-
cado. Hasta el momento en que se cruzaba la mirada de Corina con la
mía. Entonces aquel zumbido del tamaño de un hueso de ciruela vibraba
con persistencia sin atender a explicaciones.
Pero ese zumbido interior se vio rebasado por otro que desde mis
pies, sacudió todo mi cuerpo.
No podría decir de dónde procedía el sonido, pero lo cierto es
que lo sentía en todo mi cuerpo, de dentro a fuera. Reverberaba en cada
parte de mi interior y provocaba un miedo intenso. Estaba inmovilizado,
porque todas mis facultades se esforzaban por entender lo que percibía,
aquello qué estaba ocurriendo ante nuestros ojos; pero en mi historia per-
sonal no había una clase o una categoría para adjudicarla a lo que experi-
mentaba en ese momento. Es decir no tenía nombre para describirlo ni
palabras para expresarlo. Así que me limité a mantener una postura lo más
digna posible y una expresión lo más parecida a la normalidad.
Aquel era un estruendo reservado para ese día. El día del des-
prendimiento del arco de la cuarta era. Nuestro mundo parecía resquebra-
jarse, partiéndose por su mitad. No entendía cómo Kólob podía soportar
esos ruidos estrepitosos sin palidecer su cielo, sin que Kokaubean se tor-
nase rojizo.
La visión de los arcos había sido siempre una imagen de equili-
brio, de perfección. ¿Cómo era posible alcanzar una altura semejante con
solo dos pilares? Ante la imagen maciza y consistente de los palacios, los
arcos eran como silbidos, que lanzados al cielo bajaban de forma exacta y
pulcra en la otra orilla. Nunca hubiera relacionado su existencia con el
estruendo vibrante, de tono grave que azotaba a todos los que estábamos
esa mañana presentes en el fin de nuestra era. No habíamos sido apercibi-
dos de la experiencia y yo suponía que esa iba a ser la última enseñanza de
las casas.
Nos sentíamos pequeños y vulnerables. Aquel retumbar de piedra contra
piedra, no era sólo algo físico. Había una intención en todo ello. De la
misma forma que la estridencia de una trompeta llama a la batalla, esa
mañana el desprendimiento del arco nos llamó a la realidad del nuevo es-
cenario. Nos hizo sentir que junto a toda la maravilla de nuestro mundo,
limítrofe a todo el afecto recibido y a su apacible rutina. Contiguo a todo
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David Moraza Los palacios de Kólob

el esplendor de los palacios y sus linajes, había realidades consistentes,


ajenas a nuestras vidas que, subterráneas a nuestro conocimiento, daban
espesura a todo.
Esa mañana de conmoción, se nos arrebato de la infancia en
nuestro mundo. Por primera vez entendimos que nuestro reino tenía una
faceta que se mostraba repentinamente y su aspecto era terrible. Todo lo
que escuchamos desde la infancia, toda la preparación en las disciplinas
nobles, las enseñanzas de las escuelas y las casas. Las premisas y sus con-
secuencias. La alteración y sus salas. Todo parecía haber sido un juego
hasta ese momento. Todo había flotado suavemente en el mundo apacible
de Kólob. Pero ahora se encarnaban en un estruendo vivo y amenazante,
imponente, como el lento avance del cuarto arco de la cuarta era en la casa
de Silam.
Corina, a mi lado, se aferraba con fuerza a mi mano, su cuerpo se
apretaba con el mío buscando un refugio que yo torpemente lo simulaba.
A mi alrededor, nuestro equipo, impactado por la escena, se mantenía en
su formación ritual, cristalizado e incapaz de realizar comentario alguno.
Había veinticuatro arcos en esa mañana, lacerando la superficie de Kólob,
y arrancando de sus entrañas, estrépitos subterráneos, como si unos dedos
colosales tocasen las cuerdas tensadas por largo tiempo para la ocasión.
Lentamente, el arco, liberado de la matriz pétrea que lo hospedó
durante toda esa era, avanzaba como lo hace un infante en sus primeros
pasos. No había oscilaciones en toda su curvatura, la solidez extraordina-
ria de su estructura, daba a todo una solemnidad extraña. Lentamente
atravesó nuestra posición, con su vértice sobre nuestras cabezas. Por un
momento ocultó la luz de Kokaubean, nos giramos lentamente, acompa-
ñando su movimiento.
Como una montaña parturienta, las casas matriarcales, daban a
luz. El tercer arco había esperado una era impávido, a su espalda la gran
puerta del palacio Jana.
Todos observábamos el lento acople de esa elipse increíble a su
nueva posición, enmarcando en su interior en exactas proporciones a sus
tres precursores. Nosotros de espaldas a palacio sólo pensábamos en so-
portarlo hasta el final.
De pronto, se hizo el silencio tan repentinamente como surgió el
estruendo inicial. Y fue este silencio tan terrible como lo anterior. Porque
nos dejo en un vacio momentáneo. No pudimos articular palabra, pues
supongo, que al igual que yo, todos estábamos tratando de convivir con
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Los palacios de Kólob

un nuevo sentimiento de madurez, de haber llegado al final, no relatado,


sino presente. De eso que siempre comentado, siempre estudiado, pero
¡oh, por mi vida! Que nunca imaginamos de esa forma.
Silenciosos, no dejábamos de apreciar ese cambio en el paisaje
que era la suma de nuestro arco, parecía todo más complejo, un mundo
más extenso que antes. Sumábamos gloria al esplendor de Kólob y sus
dueños. En ese momento despertamos al sonido de un primer bramido de
las trompas, que desde las terrazas de los palacios, abrían la nueva etapa
de nuestra partida. Nos dispusimos a entonar el himno del fin de era a la
tercera llamada. Todos los habitantes alzamos nuestras voces, al unísono.
Nuestra voces eran vibrantes, todo el pavor retenido en nuestro interior
salto de nuestras gargantas como una cascada. Si no fuese por ese himno,
nuestra alma se hubiera resquebrajado por la presión en nuestro interior.
Más que cantar, las primeras estrofas huyeron de nuestra boca como la
gacela escapa del leopardo.
Llegó el momento final, hijos del más grande
partiremos con valor, como se nos enseño.
A medida que templábamos la voz, una fuerza extraña surgió de-
ntro de nosotros, infundiéndonos coraje. Si la tierra bramó hacía unos
instantes, ahora era nuestro turno y no íbamos a dejar sin nuestra voz el
mayor día de nuestra vida.
Dejaremos todo aquí, para algún día volver
no temáis, no dudéis, sed fieles oh vosotros.
Los rescatados del oscuro abismo
aquellos escogidos por el brillo de sus ojos
aquellos que volverán con estrellas en sus manos.
Éramos como una tempestad rompiendo en los palacios de Kó-
lob. Porque nuestra voz estaba enfocada en ellos. Al fondo la gran cúpula
de luz de nuestro padre. Queríamos que todos supieran que ni el fragor ni
lo aterrador de ese día podía dominar el temple de los hijos del Gran
Gnolaum. Entonces empezamos a mirarnos unos a otros, alentándonos,
mostrando nuestra fuerza. Y ya en ese momento sentimos vibrar el suelo
de nuestro mundo por la resonancia de nuestra voz. Si, lo sentimos ¡mara-
villa de las maravillas! Sentimos a nuestro planeta resonar, como un tam-
bor, a causa del crepitar de las voces de sus hijos. Reverberó como si fuese
luz lo que salía de nuestras bocas, como si nuestra voz tocase, al igual que
los arcos, las cuerdas de sus profundidades. Pero esta vez no para aterrar
sino para extasiar a todo ser que habitase en su piel, para proclamar sin
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David Moraza Los palacios de Kólob

temor la grandeza de la inteligencia que surge de lo oscuro.


Somos nosotros, las arenas del cielo
Somos nosotros, las gotas del oscuro
Gloria sin fin para aquel que tiene el cetro
Honor sin límite para quien sustenta y hace crecer
Cuando terminó esta última estrofa, sonaron con extraordinaria
fuerza todas las trompas de los palacios, millones, empuñadas por densos.
Sus ondas, visibles como olas en un mar atmosférico, nos barrieron con
dedos translúcidos que ondulaban por instantes la visión de las cosas. Y
nosotros gritamos de júbilo, olvidando el temor, nos inundó el éxtasis del
momento. Gritamos y lo hicimos sin orden ni concierto, cosa desconoci-
da hasta ese instante, lo hicimos por el puro placer de la victoria sobre
nuestro miedo. Gritamos a los arcos de las eras, a Irreantum, a las ondula-
das colinas de Kólob, lanzamos nuestras voces a Kokaubean, gritamos
hacia los cuernos dorados de las premisas. Gritamos respondiendo a las
trompas que en manos de esos seres libres y exaltados, desde su interior,
arrojaban toda la fuerza de las casas. Lo hicimos espantando para siempre
el terror, ese depredador que a punto estuvo de vencernos. Lo hicimos
para mostrar nuestra fuerza y nuestro empeño.
Nos abrazamos, nos besamos unos a otros y rompimos con el
delicado y ordenado fluir de los acontecimientos de nuestro mundo.
Ese fue un día grande, el día que se daba por concluida nuestra infancia y
nuestra era. El de nuestra partida.
Pero también lo era el de la convocatoria del gran concilio, donde
se sellarían las leyes de nuestro viaje a los lugares densos. Nunca pensé
que tanto gozo tuviese que pasar por la criba de bordes afilados en que se
convirtió lo que aparentemente era un trámite previsto.
Una vez que dejaron de sonar y sólo se escuchaba el bullicio de la
multitud. Poco a poco nos fuimos calmando como el salto de agua que
llega al valle. Ahora todos sabíamos los acontecimientos que nos espera-
ban. Mis compañeros de equipo se dirigieron hacia mí. Corina hizo un
gesto con la mirada a Misón y éste pareció recordar las palabras.
- Kozam, hemos decidió que vayas al concilio como nuestro repre-
sentante.
Me negué. Una y otra vez. Consideraba un honor demasiado alto
y los suyos un sacrificio demasiado grande, para que un extranjero lo reci-
biese. Al cabo de porfiar un tiempo con Misón, Caliandro zanjó la disputa.

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Los palacios de Kólob

- A ver Kozam, el problema es éste. Todos nos sentimos con dere-


cho a ir, tu eres el menos indicado. De acuerdo. Por eso iras tú, de otro
modo todos nos sentiríamos agraviados con el que fuera. Así que contigo
se soluciona el asunto porque cedemos todos en lo mismo. Tú eres la so-
lución, no es un favor.
Ante sus palabras quedé pensativo unos instantes, que Corina
aprovechó
- De todas formas, todos escucharemos y veremos lo que ocurre.
Pero estarás allí representándonos.
Me abrazaron uno a uno, no dejándome lugar ni tiempo en mi
resistencia.
Después de la conversación, Corina cogió mi brazo y salimos a
visitar el gran auditorio del Norte, donde se celebraría el concilio casi de
inmediato al desprendimiento.
Caminamos por el trayecto interior de las terrazas para evitar las
muchedumbres que aún se encontraban por todos lados dominadas por
los acontecimientos del día. Nosotros, aunque impresionados, contába-
mos con el temple que se recibe en las playas. Subimos hasta los senderos
de la terraza de la posición, la más elevada. La tranquilidad de sus espacios
vacíos invitaba a la reflexión.
- Kozi ¿tienes algo que decirme?
Supe perfectamente que debía contarle todo. Ella no merecía me-
nos que eso y empecé desde mi entrevista con Minión hasta la sesión con
premisas alteradas. A medida que lo relataba ella tuvo cuidado en no es-
candalizarse. Algo que le agradecí. Me preguntó algunos detalles aquí y
allá. Muchos sobre lo que vi en las oscuras playas.
Una vez terminé, se produjo un alto del zumbido en la parte izquierda de
mi pecho, esa abeja pertinaz. Y a la vez Corina meditaba en lo que escu-
chó.
- Kozi… el oscuro océano os ha rechazado. No acepta las premisas
alteradas. No vayas más.
Al Contrario que Sara, Corina sí tenía una idea clara del resultado.
Y en el fondo yo estaba de acuerdo. Ella los simplificaba todo, me fasci-
naba su seguridad. El oscuro os ha rechazado… ¡estaba tan claro! Sin
embargo sabía que si fuese de nuevo junto a Primabel y a Sara, si de nue-
vo lo intentase, volvería a seducirme el buen hacer y la maestría de ese

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David Moraza Los palacios de Kólob

equipo singular. A veces me preguntaba si mi dolencia era la falta de crite-


rio o su abundancia.
- ¿Por qué estas tan segura?
- Bueno por lo que me cuentas, no fue precisamente con interés
como acogió los cambios en las premisas.
- Necesita tiempo.
- Vamos Kozi, solo quieres escucharme decir lo que ya sabes en el
fondo. Ellos, los primeros os llevan a las playas. Se bañan en ellas y reali-
zan sus hazañas, os atan un cordel al cuello. Os maravillan os seducen
porque sí, es cierto, son los mejores. Pero hay que tener más control al
tratar con ellos que al visitar al oscuro en sus playas, estas son temibles
pero aquellos son seductores… el oscuro océano… está ganando tiempo
hasta el concilio.
No pude más que reírme la escuchar su frase final.
- Corina, ¿vas a decirme que el oscuro tiene intenciones o una es-
pecie de estrategia? Te aseguro que es algo completamente impersonal.
- ¡Oh, perdona! Gran Kozam, ya veo que en poco tiempo, te has
convertido en todo un sabio sobre la alteración. Tu nuevo equipo y tu
nueva compañera te han enseñado mucho.
- ¿Sara? Pero…pero si… yo…
Y entonces me miró como solo sabe hacerlo ella. Su expresión…
diciéndome ¡Ay…ay…Kozi! No puedo dejarte solo. Cómo podía decir
tantas cosas sin decirlas solo con mirarlas y plantarlas en el rictus de su
boca en sus ojos entornados. Entonces desarmaba todo mi razonamiento
y me convertía en un neófito que salía por primera vez a la terraza de la
posición. Entonces pensé que fue idea suya el proponer mi asistencia al
concilio.
El gran auditorio del Norte estaba emergiendo como lo hace una
flor. Su forma de tronco de cono invertido, ascendía disminuyendo su
sección inferior y desplegándose la superior en 24 secciones de un tamaño
algo inferior a los palacios matriarcales. Toda esa estructura había estado
oculta en su interior durante toda nuestra era. Esperando este momento
en que se expandiera por primera vez, mostrando una distribución que
rivalizaba con los palacios de Kólob. Desde lo alto, nuestro asombro era
absoluto. Callamos y nos sentamos en silencio a contemplar el crecimien-
to de esa flor que desplegaba lentamente ante nuestros ojos el plan de sal-
vación de la cuarta era.

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Los palacios de Kólob

Todo se había detenido después del desprendimiento. Las escue-


las, sus trabajos y las salas de creación. El concilio ocupaba todo el hori-
zonte de nuestras conversaciones y todos se preparaban para el aconteci-
miento. El movimiento de salvación recorría de Norte a Sur, de Este a
Oeste el diámetro de nuestro mundo, atrayendo a partidarios, en un afán,
incomprensible, de adelantarse a los acontecimientos. En un principio lo
interpreté como una toma de opinión, para saber el criterio de la mayoría,
pero la actitud de sus partidarios era claramente proselitista, buscaban
atraerse voluntades antes de saber la decisión del concilio. El ardor de sus
representantes, la contundencia de sus razonamientos y la continua refe-
rencia a la falta de garantías que había en el plan de las casas había estado
ganando adeptos por días. Sin embargo todo el grueso de sus filas prove-
nía de aquellos de voluntad relajada en el deleite de las cosas ligeras. Aque-
llos que se conformaban con el devenir de los días sin más ocupación que
la contemplación de las maravillas de Kólob, propensos a la risa fácil, a los
juegos, a la curiosidad sin compromisos y ajenos a las disciplinas de las
casas.
En ellos fue donde el desprendimiento rompió la débil estructura
de su mundo y los hizo despertar ese día terrible, a aquello que tantas
veces escucharon y que nunca entendieron que llegaría. Al sentir el formi-
dable bramido de los dos pilares cortando la roca viva de Kólob, al ver la
formidable estructura asentarse junto al tercer arco, sus espíritus se con-
turbaron, flaquearon sus rodillas. Inquietos, se les veía caminar de un lado
a otro buscando alguna idea que los tranquilizara, que compensara una era
perdida en prácticas y pasatiempos inútiles.
Representaba el plan de las casas con la posición o la libertad co-
mo eje, un panorama inquietante. La débil imprimación de sus almas en
las disciplinas de las premisas desalentaba cualquier aventura en un mundo
denso gobernado en esos ejes. Un mundo donde se situarían como futu-
ros desafectos al conocimiento que susurraría desde atrás del velo. La ma-
yoría no atendía a la promesa de rescate de esa situación. No creían en un
Redentor, que sacara de la esclavitud a aquellos que cayeran en la transgre-
sión de las leyes. Simplemente era demasiado grande para ser cierto.
Las palabras de Minión venían en estos momentos a mi memoria
“Joven Kozam, no habrá excepciones. La desobediencia se castiga dura-
mente, no puede haber excepciones, de lo contrario una sola de estas, le-
vantaría en rebelión a todo el Cosmos” Había visto al oscuro, agitarse en
un cambio de premisas. ¿Qué pasaría si se reclamase una tolerancia infini-
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David Moraza Los palacios de Kólob

ta con nuestra raza en los lugares densos? Cómo compensar al oscuro del
peso de nuestra culpa, cómo compensar la existencia del peso de nuestro
fracaso. La onda de choque que produciría la caída de nuestra era en los
lugares densos nos reduciría de nuevo a oscuras gotas del océano de la
inteligencia. Ni el Gran Gnolaum podría impedirlo, de intentarlo podría
perder su posición.
En este panorama el movimiento de salvación que encabezaba
Aribel, traía esperanza y seguridad a los espíritus desalentados y oportuni-
dades de liderazgo a los ambiciosos. Aquellos que no podían aspirar a
puestos de renombre y que de forma repentina sintieron esa sed descono-
cida de fama y gloria.
Las casas no daban detalles, su plan carecía de la piedra angular.
¿Quién se proponía para soportar la estrella de dolor? ¿Quién soportaría la
onda de choque al precipitarse toda nuestra era, hacia la culpa y el error?
¿Quién convertiría nuestra imperfección en conocimiento aceptable para
el oscuro? ¿Quién compensaría a las inteligencias del cosmos para que
aceptaran nuestros errores en los lugares densos sin que todo el linaje
perdiera su cetro? Pero ellos sólo decían “confiad” frente a esa simple
palabra, los argumentos del movimiento de salvación, que repetían hasta
la saciedad que no habría nadie dispuesto a pagar el precio, que de haberlo
dónde estaba. Ellos argumentaban “¿Confiad, os dicen? sí hacedlo, con-
fiad en encontrar un grano para traer uno a uno a los miles de millones de
las incontables arenas de Kólob”. Y así alentaban a encomendarse al cam-
bio de premisas para rescatar a todos sin excepción. Convenciendo, inclu-
so a miembros destacados de escuelas y equipos, quienes iban engrosando
sus filas como líderes y príncipes. Su jerarquía se organizaba continuamen-
te hasta desafiar, por su complejidad y estructura con las misma casas.
Cuando llegó el día del concilio las multitudes acudían a él con la
convicción de ver confirmadas sus expectativas y no para conocer cuál de
ellas se elegiría.
Ese día Corina me ayudó a colocarme mis vestiduras de alterador,
con mis insignias. Una de ellas nueva, la de ser veterano en la alteración.
Los colores de la casa Silam pero el símbolo de mi nacimiento en Jana.
- El más apuesto de todos los cabezotas de Kólob.
- La más aguda y penetrante de todas las batidoras.
Corina se esmeraba en mi aspecto y hasta que no se dio por satis-
fecha no salí hacia el auditorio. Al partir ella me abrazó y me deseó un

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Los palacios de Kólob

buen día. Su mirada me acompañó largamente mientras yo me volvía y me


despedía una y otra vez.
Describir toda aquella muchedumbre acceder a la inmensa mole
del auditorio sería tan difícil como narrar los atardeceres en Irreantum a
alguien velado en sus recuerdos. Cada casa tenía su sección, cada escuela
su lugar. Desde cada uno de ellos se podía estar tan presente en el centro
de la escena como si se estuviese allí. Sin embargo, si se dirigía la atención
hacia las gradas se podía contemplar, a lo que daba la vista, un firmamen-
to de multitudes inabarcables. Sólo eran los representantes de casas y es-
cuelas, grupos y terrazas, artes y movimientos. Personas independientes
que constituían talentos valiosos y que a su vez tenían sus legiones de
practicantes. Era la reducción de Kólob a sus mínimos delegados, multi-
plicando lo que veía por algún número desconocido resultaría en la pobla-
ción del cuarto arco.
Sonaron las trompas. Desde nuestras espaldas, situadas en el bor-
de más alto, dirigieron su sonido hasta el centro y en ese punto comenza-
ron a emerger como si de una fuente se tratara, los veinticuatro integran-
tes del círculo Madán. Formaron un círculo y uno de ellos pasó al centro,
tomando la palabra.
- Habitantes de Kólob, renuevos de la cuarta era, descendencia del
Gran Gnolaum, hijos de madres, reinas y sacerdotisas, ellas cuyos nom-
bres se reverencian en mundos sin fin. Ha llegado el momento de escu-
char de labios del más grande su voluntad tocante a la salvación y exalta-
ción del cuarto arco. Preparaos pues para recibir su presencia. ¡Gloria sea
a su nombre por siempre!
Todos respondimos a una voz, que adquirió una consistencia pa-
recida a una lluvia densa. Después de sus palabras y ante un silencio impo-
sible, dada la multitud que había, las trompas sonaron, esta vez como si
quisieran derrumbar las paredes y soportes del mismo auditorio. Fue una
conmoción para todos ver surgir en el centro del círculo Madán, allí don-
de las ondas procedentes de las trompas convergían, ver reverberar el aire
como si fuese líquido y surgir como estrellas a nuestras veinticuatro ma-
dres, las reinas y sacerdotisas que dieron origen a las casas. Cada una de
ellas con sus consejos orbitando en su alrededor como sistemas de mun-
dos. Descollando su presencia, convirtiendo el centro del auditorio en
una fuente de luz y poder. Allí estaba mi madre Jana y hacia allí manaba
mi dolor por no haber cumplido mi promesa de llevarle una flor con su
nombre. Cada una de ellas miraba hacia sus hijos y cada uno de nosotros,
421
David Moraza Los palacios de Kólob

si enfocábamos nuestra atención, podíamos sentir nuestra alma arder con


el amor de su mirada.
Cuando estuve ante ella, un caudal de agua fresca de aquel ria-
chuelo de su jardín llegó hasta donde me encontraba. Entonces le hable
en mi alma y le supliqué su perdón por no haberlo conseguido. Sus ojos
negros me miraban a mí, personalmente, y supe que lo hacía igual con
cada uno de sus millones de hijos.
- Sigo esperando, Kozi, pero no te di un plazo. Quizás vengas co-
mo denso algún día, triunfante, entonces, traerás mi flor al lugar reservado
en mi jardín.
Y así como profunda era mi vergüenza, repentina fue mi libera-
ción a través de ese conocimiento.
Una tercera vez fuimos despertados por la potencia de las trom-
pas, que esta vez recibieron el esfuerzo de miles de densos, que expelie-
ron, a todo lo que daban sus cuerpos exaltados, el aire de Kólob a través
de sus bocas. El sonido hizo vibrar al mismo suelo y esta vez se consiguió
la resonancia en la misma masa del auditorio, siendo este mismo quien
vibraba al compas de las trompas.
En el centro del círculo de nuestras madres, rodeadas de sus con-
sejos, rodeados a su vez del círculo Madán y a su vez circundados por lo
más selecto de la representación de las veinticuatro casas, convergieron de
nuevo las traslúcidas ondas del sonido de miles de trompas y allí rodeado
de los consejeros del Norte, Sur, Este y Oeste, estaba el Gran Gnolaum.
Y una vez más, como en aquel regalo que nuestra madre Jana nos hizo a
Abiola y a mí, no puedo penetrar esa esfera de luz que en mi memoria se
muestra inaccesible. Y sin embargo recuerdo que había en ese lugar cen-
tral un rostro familiar y querido. Un rostro en el que me recreaba. El ros-
tro de mi padre, cuyas facciones se niegan a acudir a mi llamada. He inten-
tado muchas veces componer el aspecto de aquél que estaba ese día en el
centro del auditorio pero he fracasado siempre llegando a esta conclusión:
que es el único aspecto de mi recuerdo que ha sido velado de forma in-
tencional.
Una vez que todo estuvo preparado, el consejero del Norte dio
paso al comienzo del concilio.
- ¡Acudid! ¡Acudid! Todos los habitantes de Kólob. El gran conci-
lio comienza. El más grande nos preside y su voluntad será la ley que go-
bierne nuestro mundo. Ante él se detiene el oscuro océano, y las estrellas

422
Los palacios de Kólob

se inclinan en adoración por el que porta el cetro.


Después del protocolo que fijaba en nuestra mente la trascenden-
cia de lo que estaba ocurriendo, el consejero del Norte ordenó los aconte-
cimientos de la cuarta era de forma sucinta y acabó planteando la cuestión
que nos reunía.
- Se nos presentan en éste día dos planes para la ida de los hijos a
los lugares densos. Una, la planteada por las casas y que todos conocéis, se
basa en las premisas enseñadas desde vuestra infancia o el libre albedrío
como eje, la otra ofrecida por Aribel basada en el enfoque como eje es
decir la obediencia a la ley sin otra opción.
Ahora pasaremos a escuchar a nuestros proponentes.
Primeramente escucharemos a Aribel, hijo de Camí–Olea, uno de los cien
primeros. Maestro de todos los oficios, embajador en el Gran cúmulo,
príncipe Madán, Escrutador de los misterios de Kólob–Isem e hijo predi-
lecto por derecho propio.
Esa primera frase del consejero del Norte, despertó la sorpresa de
todos. Y el pavor de muchos. Estaba claro en sus palabras que había al-
guien que representaría el plan de las casas. Muchos guardaban la esperan-
za de que nadie se presentara para el plan de las casas al que muchos cali-
ficaban de “la locura del grano”, pero había alguien y eso debió de sem-
brar el desconcierto en las filas del movimiento de salvación. Sin embargo
ni un murmullo se elevó en el auditorio, ante la presencia del gran Gno-
laum.
El círculo Madán se abrió hacía el Sur del auditorio, dejando una
cuña de un cuarto. Las madres y sus consejos se colocaron rodeando al
lugar donde estaba nuestro padre, a derecha e izquierda. Los consejeros, a
un escalón más abajo frente al lugar donde los dos planes se expondrían.
Aribel entró en el centro del auditorio acompañado de Minión y Primabel,
con sus vestiduras ceremoniales y todos sus emblemas. Majestuoso y a la
vez sencillo. Pero no me recordaba la primera impresión que tuve de él
porque ahora estaba ante la majestad de mis padres y eso eclipsaba cual-
quier otra apariencia. Deberían de ser sus argumentos lo que estableciera
su posición.
Dejando a sus acompañantes atrás, caminó sin prisa, con sem-
blante sereno. Daba la impresión de suficiencia y no parecía afectado por
la noticia de un oponente en el lado opuesto. Creo que era algo que él ya
había asumido como un hecho de última hora. El linaje del Gran Gno-
laum no había llegado hasta allí improvisando en las situaciones graves.
423
David Moraza Los palacios de Kólob

Cualquiera que hubiese pensado con calma, habría llegado a esa conclu-
sión. La reserva en el nombre del redentor había sido clave para cernir a
los habitantes de Kólob, para ver el temple de su alma y la lealtad a las
casas. Aún así todos estaban a tiempo de orientar su decisión hacia donde
quisieran.
Aribel llegó al lugar previsto desde donde hablaría, se inclinó con reveren-
cia hacia la presencia de los padres y al incorporarse, cogió con su mano
izquierda el borde de su manto, a la altura del pecho.
- Heme aquí, padre. Soy Aribel, tu hijo e hijo de la reina Camí–
Olea, sea honrado siempre su nombre en los reinos y mundos de Olea.
Desde el principio antes que se poblasen los desiertos espacios de Kólob
conté con tu dirección y sabiduría y bajo tu consejo llevé a cabo los traba-
jos del comienzo, representado en el consejo de estirpes, en el centro del
gran cúmulo, a nuestro linaje. Por largo tiempo, alejado de mi casa, añoré
tu compañía, y aunque rodeado de otros gloriosos cetros, nunca estuvo tu
nombre vedado de la honra que merece.
Llegada la hora del regreso y establecida tu fama más allá de toda distan-
cia, me dispuse, con los pocos de tus hijos, que pisábamos esta sagrada
tierra, para establecer la cuarta era de tu glorioso creación, que en su giro
eterno llena de vida e inteligencia el oscuro vacio de fuera.
Ahora vengo presto, como en otras ocasiones, ante un nuevo reto, el más
importante. Salvar las obras de tus manos, traerlas de vuelta de los lugares
densos. Traerlas victoriosas tal como lo eres tú de todo reto.
Así como en multitud de ocasiones, oh Gran Gnolaum, escucha mi ofre-
cimiento. Pues si en el pasado fui útil no es menos mi afán por serlo aho-
ra. Envíame a los lugares densos como hijo engendrado de tu misma es-
tirpe, como tu unigénito en los lugares densos. Y tal como ha sido mi leal-
tad hasta ahora lo será en el futuro. Redimiré a todo el género humano, no
se perderá ni una sola alma de tu incontable descendencia.
Es por este deseo, por el de aumentar tu gloría más si cabe, que presento
una forma de hacerlo y para ella pongo ante ti mi plan. Hacer de la obe-
diencia a tus leyes la principal premisa del mundo que se creó para que
estos puedan morar.
Gran Gnolaum, tu ojo penetra todo lugar y tiempo. Sabes de los innume-
rables que no regresaran. Aquellos que contamos desde el principio con
alegría y gozo cuando sus ojos brillantes emergían del misterio de tu san-
tuario. Aquellos que fueron poblando con sus miradas nuevas y pasos
inquietos los desiertos parajes de Kólob. Ellos que portaban las promesas
424
Los palacios de Kólob

de llenar la oscuridad con nuevas luces. Estos que cuidamos bajo tu direc-
ción, como hermanos mayores. A estos, todos, traeré de regreso. Dame
pues tu linaje corporal, e iré a los sitios densos y los traeré de vuelta. Da-
me tu poder sobre el oscuro y aceptará la propuesta que le presente. Da-
me la honra que te manifiestan las inteligencias de todas las obras de tus
manos y te la devolveré extendida más allá del consejo de estirpes. De
modo que tu nombre sea la luz de todo linaje. Se convertirá tu ley en una
obediencia segura y será la vía de tus hijos en los lugares densos tan certe-
ra como el periplo de los mundos a través del espacio.
Una vez que acabó de presentar su plan se inclinó ante aquellos
que escrutaban sus palabras como nuevas aves, nunca antes vistas en Kó-
lob.
El consejero del Este se adelantó y tomó la palabra.
- ¿Entiendes, Aribel, que tu propuesta afecta al diseño de las pre-
misas? Desde antes que se fundase la morada de las veinticuatro puntas,
antes de que el primer arco fuese iluminado por Kokaubean, ya esas pre-
misas fueron propuestas en el consejo de estirpes. Se aprobaron porque es
de esa forma en que la inteligencia asciende hasta la exaltación. Ahora tú
vienes a cambiarlo todo, ofreciendo la seguridad de una salvación comple-
ta, pero ¿qué ocurre con el libre albedrio? Adónde la relegas, ¿a un mero
extensor de la existencia? ¿te has preguntado qué consecuencias tendría?
Una vez terminó regresó a su lugar. Aribel mantenía una aparien-
cia de calma retadora, una seguridad en sí mismo y en su destino casi de-
safiante.
- Estimado consejero del Este. Durante mi estancia como embaja-
dor en el gran cúmulo pude ver mundos y linajes de lo más variado. Mun-
dos que se regían por premisas variables en el tiempo. Ejes de valores re-
versibles según el sector del espacio en que viajaban esos lentos mundos
donde una vida duraba lo que una revolución. He visto el lento ascenso de
linajes de inteligencias planas, donde sólo había un eje en el que transitar,
porque no había percepción de nada que no fuese lo único. Recuerdo el
linaje Rendrop–Alam, tan complejo su sistema de salvación como reduci-
do el número de los que lo conseguían. He visto linajes expansivos de
logros sencillos y dominios parcelados en la inmensidad del espacio, suje-
tos a vasallaje por la eternidad.
Si he pensado mucho, consejero, y he llegado a esta conclusión. Si tan
variados son los planes, si hay tanta variedad como linajes, por qué no

425
David Moraza Los palacios de Kólob

hemos de mejorar el nuestro y así poder alcanzar mayor número de hijos


de vuelta de los lugares densos. El oscuro baña muchas playas con sus
aguas y está acostumbrado a la variedad de premisas y con todas negocia
el ascenso de la inteligencia por los caminos extraños que proponen los
linajes y en esta variedad está su interés en seguir el pacto.
Acto seguido, un miembro del círculo Madán se adelantó hasta el
lugar desde donde se hablaba.
- No has contestado a la pregunta que te ha hecho el consejero del
Este ¿qué será del libre albedrio?
No parecía que iban a renunciar a una postura clara en cuanto a
este punto y Aribel se preparó para atacar el nudo de la cuestión.
- Un giro de los ejes de un cuarto, no hará desaparecer el libre al-
bedrío de la vida de los hombres. Simplemente le marcará un límite en su
actuación, podrán elegir en muchos aspectos de la existencia en los lugares
densos, será una vida rica en matices. Y también será segura en el cum-
plimiento de las leyes, porque no podrán concebir la desobediencia a és-
tas. No tendrán la capacidad de sospechar algo distinto a lo justo. Por lo
demás su vida no se diferenciara de la fomentada con las premisas actua-
les. Podrán imaginar, crear, vivir, aprender, experimentar. Y lo harán en la
seguridad de volver después de haber completado su aprendizaje en el
dominio de los elementos. No se perderá ninguno.
Más tarde me di cuenta que miles de millones escuchaban esa
frase “no se perderá ninguno”, más tarde comprendí que esas muche-
dumbres como granos de las playas, ansiaban esa frase, la escuchaban con
ansia y alivio. Aribel lanzaba su proclama desde el mismo centro, ante la
presencia del más grande. A los oídos de todos.
- Ya veo Aribel – terminó por decir el miembro del círculo Madán
– nunca vi a nadie, hasta ahora, aconsejar al Padre de cómo dirigir su lina-
je. Lo que no entiendes es que cada linaje tiene un curso trazado en el
tiempo y su giro es un giro eterno.
- He aconsejado y he propuesto a este consejo y ante el mismo
Gran Gnolaum muchos aspectos nuevos en nuestro arco y muchos han
sido aceptados y otros no. No veo por qué he de dejar de trabajar para
esta era. Siempre lo he estado haciendo.
El consejero del Norte se adelantó y con eso se cerraba la pro-
puesta de Aribel con una última pregunta que sería formulada por él mis-
mo.

426
Los palacios de Kólob

- ¿qué pretendes al pedir el poder del Padre sobre el oscuro? ¿por


qué necesitas ser su hijo unigénito en los lugares densos? ¿no te parece
esto último un exceso en tu plan?
Aribel se mostro aliviado al poder contestar a la pregunta. Las
madres asistían imperturbables ante la presentación y dentro de esa esfera
de luz que nunca puedo penetrar imaginaba al Gran Gnolaum escuchando
paciente todo lo que se hablaba.
- Consejero del Norte, y todos los que me escucháis. El plan basa-
do en un redentor, también incluye el adquirir un linaje directo del Padre
en los lugares densos. Si ya sé que la redención no se podría lograr sin este
punto. En el plan de salvación que veis, es necesario presentar al oscuro
océano las nuevas premisas a través de alguien denso y nadie está prepa-
rado para eso como lo estoy yo…
A mi memoria vino en ese momento que quizás fuera esa la razón
del rechazo del oscuro a nuestras premisas alteradas. Quizás por eso Pri-
mabel no considerase un fracaso nuestro intento y sí un paso hacia delan-
te.
- … yo sería el guardián, el que velaría por la consecución del fin.
No puedo hacer esto desde un cuerpo mortal, solo es posible desde un
cuerpo denso de linaje directo del Gran Gnolaum. Pido el mismo privile-
gio que se otorga en el plan de redención. Necesito la colaboración de las
inteligencias existentes, aquellas que viven en sus esferas actuales, y sólo
con el honor del padre puedo llevar a cabo esta salvación completa.
Una vez que acabe, entregaré las obras de sus manos en perfecto estado
para su exaltación. No se perderá ni una.
El consejero del Norte, hizo una señal con su mano y sonaron las
trompas rituales. Aquellas que daban por terminada las palabras de Aribel
y daban paso al siguiente proponente, esta vez, del plan de redención de
las casas.
La expectación era máxima, nadie sabía la identidad de quien de-
fendería el plan de las casas. Aunque se mencionaban cien nombres, la
misma cantidad hacía desconfiar de todos.
Caminando despacio y como si soportara una gran carga en sus
hombros, hizo acto de presencia alguien vestido con la túnica básica de
Kólob, ceñida con un cinturón rojo. Sobre ella una sencilla sobretúnica
blanca. No le conocía al principio, pero al momento de ver sus facciones
más de cerca, pude nombrarle en mi mente con sorpresa. Era Yahavhe,

427
David Moraza Los palacios de Kólob

uno de los primeros. De los más antiguos, un poco más joven que Aribel,
pero uno de los cien primeros. El orden en sus nacimientos no era del
dominio general y se guardaba en secreto para no distorsionar el valor de
las propuestas.
Nadie pudo evitar una exclamación reprimida al verlo llegar y
pararse ante las madres. Ante el Gran Gnolaum. De forma tan sencilla
que casi podría achacarse a un error el motivo de estar allí.
El consejero del Sur se adelanto y tomó la palabra.
- Escucharemos ahora a Yahavhe hijo de Libel–Toban, uno de los
cien primeros, Escultor de premisas, maestro de todos los oficios, Ofi-
ciante de la cúpula Norte, Maestro escrutador de las tres direcciones e hijo
predilecto por derecho propio.
El silencio parecía ser una sustancia espesa que hubiese inundado
aquél gigantesco escenario. Al fin podía verse al paladín que se ofrecía
como pedestal para soportar el extraordinario desafío de la estrella de do-
lor.
Yahavhe había sido hasta ahora alguien brillante, como todos ellos, pero
transparente a la gloria y notoriedad. Su casa, Libel-Toban oficiaba en la
estabilidad de la vida, la defensa ante el vacio de fuera, en definitiva la
continuidad de la voluntad de perdurar ante las fuerzas de la disolución,
que de manera permanente lo asedian todo. De ahí que Yahavhe fuese un
notable y único escultor de premisas, pues sin variarlas sabía cómo pre-
sentarlas en cualquier esfera de creación para que fuesen aceptables a cada
inteligencia según su nivel. De ahí la universal lucha por la supervivencia,
que obedece a un conocimiento mudo y oculto del valor propio ante el
vacío o la nada.
La inteligencia pura del oscuro océano tiembla ante el vacío, no
sabe cómo enfrentarlo. Por eso los pactos con los linajes conducen a su
organización de tal forma que la vida se expande en sus infinitas varieda-
des, más allá de sus límites llenando la inmensidad del espacio. Yahavhe,
por decirlo así, ayudaba a que las tímidas y simples inteligencias creyeran
que, obedeciendo esas premisas, podrían inundar una pequeña esfera de
ese espacio agreste, colmándolo con la luz que portaban.
El ser oficiante de la cúpula Norte le permitía conocer de cerca
todo el torbellino de conocimiento y vida que converge desde las puntas
de aquella estrella hacía el centro, en la cúpula y de ahí, en una gestación
compartida por innumerables escuelas, secciones y equipos alteradores y
oficiantes encaminar esas iniciativas hacía las oscuras playas.
428
Los palacios de Kólob

Como maestro escrutador de las tres direcciones era notable en


su previsión del devenir, es decir de las consecuencias que había en la in-
tervención de las casas. Algo así como el efecto mariposa, pero a una esca-
la mucho mayor. Él, de acuerdo con los otros tres oficiantes de la cúpula,
sus escuelas y equipos, ordenaban aquél tráfico ingente de iniciativas y
conseguían que el orden imperase en esos ríos caudalosos de vida que
desembocaban en la cúpula central, la morada brillante. Para este llama-
miento era condición necesaria ser maestro escrutador de las tres direc-
ciones y muy pocos tenían esa capacidad entre los primeros. Hijo predilec-
to, era un título reservado para aquellos, que por sus servicios, habían ga-
nado la consideración de los densos y eso no era fácil. A propuesta de
estos se presentaban a las casas. Una vez sopesado sus méritos otorgaban
este galardón que concedía a sus poseedores privilegios, como acceder
libremente a las oscuras playas o poder oficiar temporalmente como pre-
ceptivo sin forma.
Yahavhe, ocupo el lugar que anteriormente lo hiciera Aribel y tomó la
palabra.
- Gran Gnolaum, padre mío, soy Yahavhe, mi madre es Libel–
Toban. Fue su hermoso rostro lo primero que vi en este mundo. De su
mano aprendí a conocer la luz de nuestro linaje y la sabiduría de mi padre.
Yo contemplé las vastas soledades de Kólob junto a mis hermanos mayo-
res y de ellos aprendí obediencia. Iré a los lugares densos. Pagaré al oscuro
el precio del rescate, contentaré su demanda de justicia y los términos del
pacto. Cumpliré tu voluntad, y la voluntad de las casas y tuyo será el po-
der y la honra.
Su breve exposición correspondía al hecho de que el plan de re-
dención era conocido por todos, el único elemento desconocido era quién
iba a ejecutarlo. Y eso ya estaba desvelado. Nadie de los que presidian el
concilio hizo ademan de preguntar algo. No así Aribel, usando su derecho
a hablar en cualquier asamblea como uno de los primeros e hijo predilec-
to.
- Permite expresarte mi admiración por tu disposición, hermano,
sólo te pregunto una cosa ¿cuál será el costo de esa hazaña? ¿cuántos de
los que hoy están presentes y que te escuchan este día se perderán para
siempre?
La pregunta cargada de intención apelaba a los temores de los
miles de millones, seguía en la línea de la campaña que se había iniciado

429
David Moraza Los palacios de Kólob

hacía tiempo y tocaba fibras ya de por sí sensibles. Aribel, considerando a


Yahavhe, solamente un competente oficial, encerrado en sus trabajos, sin
aspiraciones de altura esperaba la respuesta que todos siempre escuchaban
“muchos se perderán”.
- No se perderá ni uno mientras guarden su primer y segundo esta-
do.
No se podría describir la conmoción que produjo en toda la au-
diencia presente estas palabras, hasta el punto que se elevó un murmullo,
como un pequeño rugido apagado. Incluso la presencia del Gran Gno-
laum no pudo evitar que saliera de cada garganta la exclamación de la es-
peranza. Nadie pensaba en rebelarse en ningún estado. Eso supo-
nía actuar de acuerdo a la luz recibida. Ya no era una cuestión de cantidad
de perfecta obediencia, sino de no rebelarse a la luz o conocimiento que
se poseyera. De aceptar el conocimiento recibido y de obrar en justicia.
Eso lo cambiaba todo, pero cuanto más factible se presentaba la opción
más alto era el precio que habría de pagarse. Aribel se adelantaba hacia
donde estaba Yahavhe, quería ver de cerca al que se enfrentaba. Aribel era
el primero de todos, un secreto celosamente guardado por unos pocos. El
fue el primero de todos, el maestro de todos, el precursor, la estrella de la
mañana. Y sin embargo ahí estaba aquel muchacho, diciendo cosas de un
peso que desconocía, un peso que lo tumbaría como una espiga preten-
ciosa que dijera poder soportar el peso de uno de los veinticuatro palacios
de Kólob. Lo más increíble de todo es que Yahavhe apuraba el plan de las
casas hasta sus últimas posibilidades. Pagaría el precio máximo para resca-
tar al máximo número. Pero el máximo no son todos. Y eso es lo que
aprovecho en la réplica.
- Guardar el primer estado… ya lo hacemos. Míranos estamos
aquí...
Mientras hablaba giraba lentamente mirando a la multitud, per-
diendo así la composición del lugar donde estaba.
- … guardamos nuestro primer estado. ¿Guardar el segundo? ¿En
los sitios densos te refieres? Bien ¿cómo haremos eso si no sabemos quié-
nes somos? A los ojos de cualquiera, en ese mundo, seremos sólo materia.
¿estará nuestro conocimiento disponible para todos en cada época? No, tu
sabes que no. ¿Regresaremos todos aquí? No, tú lo sabes. ¿Cómo puedes
decir: no se perderá ni uno, si esa decisión no es tuya? Ya sabes, la posi-
ción es tu eje. ¡Oh! Sí el libre albedrio, quién está contra él. ¿He dicho yo

430
Los palacios de Kólob

de destruirlo? No, solo propongo su uso controlado, así evitaremos que el


dolor y el sufrimiento sean los auténticos ejes de la vida de nuestros her-
manos, allí donde irán.
El consejero del Sur, se adelantó y alzó su mano reclamando silencio
- Te recuerdo Aribel dónde estás. Esto no es un debate. Informa-
mos al Gran Gnolaum, de nuestra proposición. Has expuesto claramente
tu oferta, ahora escucharemos lo que Yahavhe tenga que decir
Aribel, guardó silencio, retrocedió un paso atrás, pero no volvió a
su lugar. Las cosas estaban tensas en el auditorio. Yahavhe tomó la pala-
bra.
- Cierto consejero del Sur, sin embargo sus preguntas quizás sean la
de multitud de nuestros hermanos y si mi padre me lo concede, podría
aclararlas.
Se volvió el consejero hacia la presencia central y asintió en la
petición.
- Nadie volverá al oscuro océano, nadie perderá la identidad que
consiguió aquí. Ese es el plan de las casas y eso me propongo cumplir.
Nuestra conciencia es como una llama que asciende en la oscuridad para
dar gloria a nuestro linaje y de paso brinda gozo a quien la porta. Eso ocu-
rrirá. ¿De qué nos extrañamos? Fuimos creciendo sabiendo que uno de
nosotros pagaría para que esto fuera así. Ya sabíamos que la justicia del
oscuro es implacable y dice “Aquel que desobedezca debe regresar a las
oscuras aguas” Sabíamos que después del velo en nuestra memoria, mu-
chos se perderían en caminos extraños, incluso prohibidos, allá en los lu-
gares densos. Que habría oposición y dolor. Muerte, enfermedad, guerras.
Nada de eso es nuevo para nosotros, pero esa es la escuela de los linajes,
la fragua de los dioses, el horno de la inteligencia. Así lo ha sido siempre.
Aribel me pregunta ¿regresaremos todos? Y yo pregunto a la vez, regresa-
remos ¿a dónde? ¿Acaso todos estamos en Kólob en el mismo lugar? Co-
nozco a multitudes que jamás acuden a las casas, que no pertenecen a una
escuela, que sólo saben de oídas acerca de las disciplinas nobles. ¿Acaso
vivimos todos en el mismo lugar aún cuando vivamos en un mismo mun-
do? Los linajes no obligan a nadie a elevarse ni a descender. Cada inteli-
gencia ocupa el lugar que desea. Las gotas del oscuro acuden a la llamada
de los alteradores, pero sólo las que lo desean saltan a la espuma que es
batida con el proyecto presentado. Una hermosa flor, lo es porque lo de-
seó, porque fue seducida por esa posibilidad. Y nosotros fuimos y ascen-

431
David Moraza Los palacios de Kólob

dimos a la cúspide porque escuchamos y vimos a nuestros padres llamar-


nos desde su morada oculta y supimos que ese era nuestro nombre desde
el principio, desde ese lugar oscuro y sin tiempo siempre esperamos su
llamada.
El plan de las casas, proporciona a cada inteligencia la oportunidad de
dominar y expandirse en lugares densos y allí ocupar el lugar que desee,
sin importar el que ocupa aquí. Y de esa forma dominar los elementos con
nuestra inteligencia que, ya en esos lugares, será un alma viviente.
Yahavhe, se detuvo un instante y miró hacia el suelo del audito-
rio. La expectación era general. Nunca habíamos escuchado una exposi-
ción tan sencilla y a la vez tan clara.
- En cuanto al libre albedrio, permitidme que hable ahora como
escrutador de las tres direcciones. En cada creación, su eje director se
convierte en un campo de contienda. El libre albedrio será el campo de
batalla en los lugares densos. Y eso nos será familiar, porque es en ese eje
director, donde hemos crecido desde antes de ser formados, es esa liber-
tad la que nos impulso al ascender en la espuma. Debe haber una conti-
nuidad en ese movimiento, de lo contrario sobrevendrá un letargo en
nuestro progreso. Lucharemos en los lugares densos por mantener el ca-
mino de nuestro primer estado y eso irá en sintonía con nuestra sustancia.
Si soy enviado, sé que tendré que beber una amarga copa, sí. Soportar el
peso de la caída de un arco. Tendré que absorber esa onda de choque en
el centro de la estrella de dolor. Expulsar las culpas de mis hermanos al
exterior transformadas estas en rico conocimiento para el oscuro. Con-
mover a misericordia a las inteligencias y que estas permitan el ascenso.
Pero para eso fuimos preparados desde el principio. Se esperaba que uno
de nosotros lo hiciera.
Yahavhe, hizo una pausa. Sopesando la enorme carga de la que
estaba hablando.
- …y yo tengo la esperanza que siendo de su misma carne en los
lugares densos, siendo un hijo suyo según el cuerpo denso…eso será sufi-
ciente para soportarlo todo. Pues él es el más grande… así me lo enseño
mi madre, Libel–Toban, y decidme, todos los que la conocéis… ¿quién
podría mirar su rostro y dudar de las palabras de sus labios?
Una vez terminó de hablar se produjo un silencio elocuente. Na-
die lo había conocido hasta ahora. Su nula notoriedad lo había hecho
transparente a la mayoría, pero ahora se mostraba con toda su lucidez y

432
Los palacios de Kólob

determinación. Hacían falta muchas agallas para proponerse como cor-


dero para un sacrificio de ese tamaño. Uno para el que se hacía necesario
un cuerpo especial, diferente al resto. Un cuerpo del linaje del mismísimo
Gran Gnolaum. Pero era de tal calibre el precio a pagar y se conocía con
tanto detalle la magnitud de la deuda que caló profundamente en muchos
la imposibilidad de llevara a cabo un plan que pivotaba en un solo grano
de arena.
El Consejero del Sur se adelantó de nuevo y tanto Aribel como
Yahavhe, permanecieron en pie ante la presencia de toda la familia de Kó-
lob.
- Ahora reclamo silencio, pues escucharemos la voz de aquel que
nos trajo a la vida. Escucharemos la voz del Señor de los ejércitos de los
cielos y de sus habitantes, quien dirá aquello que se hará.
Nunca he conseguido recordarle, pues el velo me lo impide. Pero
si guardo en mi interior la voz dulce y apacible. Una voz madura y joven a
la vez. Casi podría decir que humilde y penetrante que hizo arder mi alma
como una antorcha. Nunca comprendí cómo no se disolvió cualquier dis-
crepancia al escuchar sus palabras, pero creo que un fuerte viento, que
soplaba sobre Kólob, avivaba otra llama en muchos pechos, la llama de la
ambición, la del poder y la gloria.
No se si se levanto a hablar, no recuerdo nada de ese momento solo le
escuché una frase.
- Enviaré a mi amado Yahavhe, el salvará las obras de mis manos,
excepto a aquellos que nieguen la luz, una vez que penetre en sus almas.
Después de sus palabras las trompas irrumpieron con un fragor
indescriptible, que hizo temblar a cada asistente al concilio. Fue como si
una mano gigantesca sellará en el mismo suelo de aquel lugar la sentencia
de su voluntad. Reverbero el centro del auditorio desde el foco hacia el
círculo Madán. Todo se convirtió en una fuente de luz que se expandió
hasta iluminar más que Kokaubean a todos los asistentes.
Aribel y Yahavhe se retiraron. Este con la misma expresión que al llegar.
Aquel igualmente, sin embargo sus puños, apretados, enviaban un mensa-
je diferente.
El enorme concilio terminó entonando el himno del final y también de
partida.
El arco de nuestra era está iluminado
Ve salir y esconderse a Kokaubean

433
David Moraza Los palacios de Kólob

Nosotros saldremos pronto


y veremos una nueva estrella
La veremos salir y esconderse
La veremos en un mundo nuevo
Nosotros, los rescatados del oscuro abismo
aquellos escogidos por el brillo de sus ojos
aquellos que volverán con estrellas en sus manos.
A partir de ese día todo sucedió con increíble rapidez. Por más
clara que fue la intervención de Yahavhe, el trabajo previo del movimien-
to de salvación asentó con sorprendente solidez sus argumentos en las
mentes de sus miembros. De tal forma que no encontraron los términos
claves en la propuesta de las casas. Las palabras “de seguro”, “todos”, “no
se perderán ni uno”, “volveremos juntos”, “recordaremos y sabremos”.
Todo esto había cristalizado de tal forma en muchos que cualquier otro
argumento tropezaba en las rocas translúcidas que había en sus mentes.
Dando a ellos mismos la sensación de razonar, cuando solamente veían
los impactos de cualquier otro mensaje en ese cristalino enjambre de pala-
bras petrificadas.
El movimiento de salvación fue convirtiéndose cada vez más en
una avalancha dotada de palabras poderosas como “todos somos iguales”
lo que era una verdad evidente, solo que ellos la utilizaban en el sentido de
que todos deberíamos tener un mismo destino. En cuanto a los logros
personales, defendían que son fruto de la constitución de cada cual y que
por lo tanto, todos tenemos igual mérito, ya que cada uno logra lo mucho
o poco que hay en su naturaleza interior. Y dado que esa naturaleza inter-
ior ha sido extraída del oscuro y dotada de conciencia de sí por nuestros
padres, no se puede excluir a nadie por algo de lo que no es responsable.
Otra frase que se pegó al común entendimiento era “seguiremos a
tu lado” circulaba de boca en boca y muy bien podría pertenecer al plan
de redención. Sin embargo la tupida red de activos prosélitos del movi-
miento se apoderaba de las palabras y modificaban su sentido. Seguiremos
a tu lado no de forma inspiradora, o mediante la ministración de dispensa-
ciones de conocimiento a través de la historia como en el plan de Ya-
havhe. Ellos querían más bien decir “estaremos tras de ti” ya que ellos no
inspirarían a una conducta en los lugares densos, ellos marcarían a sus
habitantes de cerca y se asegurarían de que los ejes siguieran en su innatu-
ral posición y no volviese el libre albedrio a recuperar la elasticidad que le
es natural. Guardarían celosamente ese árbol del jardín en un lugar ignoto.
434
Los palacios de Kólob

Era extraordinario ver esa especie de cazadores permanentes en


que se convirtió el movimiento de salvación. Y para más efectividad, sur-
gió su mejor arma. Se corrió la voz de que Aribel era el primero, el hijo de
la mañana. Hasta ahora el pudor y la prudencia, habían mantenido este
dato secreto en bien de la ecuanimidad en las propuestas. Para no crear
falsos derechos en virtud del orden en el nacimiento. Solo se sabía de los
cien primeros. Pero el dato salió y nadie lo desmintió, por lo tanto se dio
por cierto. En realidad lo era.
Por lo tanto se unió a los batallones de palabras e ideas tergiver-
sadas, la causa de la primogenitura. Y donde muchos no cayeron, esto es,
no fueron seducidos por los escuadrones de salvadores y sus argumentos
propalados como un viento tempestuoso. Se rindieron a la noble causa de
los derechos del primogénito, el desbancamiento de Aribel por el “joven e
inexperto” Yahavhe, que si bien era brillante y preparado (hacían en estas
cualidades mucho hincapié) no tenía la experiencia suficiente que da ser el
primero. Y de esta forma la novedad, de ser Aribel el hijo de la mañana, se
convirtió en el primero de sus argumentos.
Las grietas que surgían en esta propuesta, a bien que se la analiza-
ba con tranquilidad eran muchas. En el fondo pretendían cambiar la reali-
dad, mediante el simple enunciado de su doctrina. Toda su base radicaba
en que Aribel, llegase a ser un hijo de linaje directo del Gran Gnolaum
según el cuerpo denso. Aribel sabía que esta era la llave para oficiar con
autoridad, tanto en el oscuro océano de la materia como en el de la inteli-
gencia. Que sin esta llave no obtendría el poder ni la honra del Padre, ga-
rantía de colaboración de las inteligencias. Lo que yo y muchos nos pre-
guntábamos era cómo iba a producirse esto si el Padre no quería. Muy
pronto íbamos a encontrar la respuesta a esta pregunta.
Por otra parte suponían a priori que una vez obtenidos los cuer-
pos densos, al menos el de su paladín, podrían alterar con el oscuro con
las nuevas premisas. Yo después de todo y a pesar de mi admiración por
ellos, no veía muchas garantías en que esto se produjese.
Sin embargo todas las grietas, eran cerradas por el mejor aliado
que tenían. El miedo, que hizo súbita aparición, el día del desprendimien-
to del arco.
Y este razonamiento no es que hiciera decantarme por la otra
parte. Me encontraba en la tierra de nadie, mi lugar de residencia habitual.
Siempre habíamos trabajado en equipos, secciones, escuelas y casas. En
proyectos, a veces compartidos por muchos. No concebía hacer nada que
435
David Moraza Los palacios de Kólob

no fuese en el marco de un grupo y con la posibilidad de intentarlo otra


vez. De ahí a esperar que la colosal e increíble obra de la redención del
arco dependiera de una sola persona y de un instante del tiempo en los
lugares densos, me parecía tan arriesgado tan imposible, que no entendía
cómo se podía proponer algo así. En este caso si Yahavhe fracasara, si en
el momento clave se echaba atrás. Algo que cabía en lo posible y algunos
decían que en lo probable. Digo que si eso ocurría, todo se vendría abajo.
Y decir todo, es decir demasiado. Todo, sería volver al oscuro mar de la
conciencia, devolver a la cantera de la inteligencia, todo el material que
nuestro linaje no habría sabido salvar de los sitios densos. Esta posibilidad
helaba el alma de cualquiera, secaba cualquier garganta y demudaba cual-
quier rostro. Nuestro linaje se jugaba su honra y nosotros la conciencia de
sí como humano, que es la más preciada adquisición que puede una inteli-
gencia poseer.
Y lo peor de todo es que no teníamos ninguna referencia de los
anteriores arcos, ese conocimiento estaba sellado. Por eso Aribel en su
propuesta apelaba, yo diría que desesperadamente, a la experiencia de
otros linajes exteriores. Todos sabíamos que eso no puede aplicarse como
referente a un linaje distinto. Pero realmente el miedo es condescendiente
cuando no hay otro lugar donde acudir.
Corina sabía de mi situación e intentaba ayudarme en la dirección
del plan de las casas, pero en Kólob no podía forzarse una sonrisa sin per-
turbar el aire junto a tu piel y yo no podía simular nada que no fuese mi
permanente equidistancia con las propuestas de cada parte.
Nuestro proyecto de comunidad arbórea había sido un éxito. El
distintivo de alterador completo lucía alrededor de nuestro cuello. Un
cordón verde y brillante, que iba a juego con la indumentaria y la comple-
taba de manera natural. De forma que al recordar nuestro anterior atuen-
do, nos dio la sensación de que siempre le falto este complemento.
Nuestra comunidad vegetal incluía especies ya realizadas por
otras escuelas y que ahora sumada a nuestras nuevas aportaciones, creaban
el concepto de bosque diverso. Una comunidad autosuficiente y con me-
canismos de defensa. Un concepto que a nosotros se antojaba nuevo, pe-
ro que luego supimos que se llevaba a cabo en otros equipos desconoci-
dos de otras escuelas que ni habíamos oído nombrar.
Cuando comentábamos entre nosotros, hasta la saciedad, las be-
llas formas y aspectos de nuestra obra no podía más que sentirme perplejo
por la soledad del proyecto de redención de Yahavhe. Tanta soledad en la
436
Los palacios de Kólob

ejecución de su labor y tan extremadamente difícil de aguantar, sí, cuan


difícil de aguantar nadie lo sabía. Pero el padecimiento debería ser tal que
incluso él, aún siendo para entonces el más grande, si llegaba a ese mo-
mento, padecería tanto en el cuerpo como en el espíritu y desearía no te-
ner que beber esa amarga copa y desmayar. Y en ese punto es donde to-
dos sentíamos como si paredes invisibles se precipitaran sobre nosotros
hasta reducirnos a la nada.
Tuvimos una especie de vacaciones, terminadas nuestras tareas
como equipo. Días después decidí mostrarle a Corina cómo subir a un
árbol denso sin ser fulminado en el intento. La idea le parecía una locura,
una falta de respeto. Pero yo le dije que Osimlibna me había aceptado
como uno de sus pajarillos. Si ella se atrevía podía conocer a alguien espe-
cial. Ahora era yo quien iba a presentarle a ese mismo árbol desde un
punto de vista más cercano y esa idea le divertía sobremanera, pues recor-
dábamos que fue este árbol denso lo primero que me enseñó de Silam mi
primer día de invitado.
Mientras caminábamos excitados como niños, Misón nos alcanzó pasando
el tercer arco. Parecía nervioso.
- Han tomado el centro de Middiani.
Nos quedamos igual, esa frase no tenía sentido para nadie.
- Ya veo, me ha pasado igual. Me lo han tenido que explicar varias
veces. Os lo repito el movimiento de salvación ha tomado el centro de
Middiani. Se han instalado en multitud de pabellones y algo parecido está
ocurriendo en todos los centros de exposición de todas las casas ¿Enten-
déis?
No era fácil entenderlo a la primera. Solo acerté a preguntar algo
elemental.
- ¿Para qué quieren…Middiani? Aquello es descomunal. ¿Qué van
a exponer?
- ¿A exponer? – Misón parecía impaciente – no van a exponer na-
da. Van a demostrar fuerza y lo están haciendo bien. Llegan de todos la-
dos a escuchar su plan de salvación. Están bien organizados, no tienen
escuela y por lo tanto no tienen zona asignada en Middiani, ¿qué han he-
cho? Han echado a los que estaban allí y se han posesionado de toda la
zona centro y se van extendiendo hacía fuera.
Aquello se salía de toda lógica. Era difícil hacer una pregunta co-

437
David Moraza Los palacios de Kólob

rrecta y temía exasperar a Misón, que ya de por si lo estaba. Corina pasó a


formular la pregunta que era previsible.
- ¿Por qué se fueron los de Middiani si estaban en sus lugares asig-
nados?
Asentí con la cabeza, pues la pregunta era de una lógica total. Mi-
són, entonces, pudo mostrarse un poco más tranquilo. Habíamos llegado
al punto que deseaba.
- Porque llegó alguien a quien nadie podía oponerse y dio la orden
de que desalojaran los pabellones.
- Por todos los astros, Misón, ahora eres tú el que me exasperas –
dije realmente impaciente – ¿Por qué hicieron caso de algo así?
Nos miró muy serio y preocupado
- Aribel dio las instrucciones y ha tomado los pabellones para su
movimiento de salvación. ¿Quién iba a negarse? Yo mismo hubiera salido
al momento.
Es difícil entender algo cuando no tienes ninguna referencia ante-
rior y cuando no existe ningún modelo de referencia. Entonces tienes que
empezar a modelar una nueva clase de objeto. Para eso has de reconocer
que tu mundo anterior no era completo pues había sido construido en
bases truncadas. Y ahí estaba casi la mitad de la población de Kólob, acu-
diendo en masa a escuchar una propuesta desechada en el gran concilio
por el mismo Gran Gnolaum, rechazada por las madres de todas las casas
y sus consejos, vetada por el círculo Madán y los cuatro consejeros. Ahí
estaba el movimiento de salvación apropiándose de Middiani para expo-
ner su fruto, un fruto excluido de Kólob y su arco. ¿Cómo llamar a eso?
Misón nos miraba, siguiendo nuestras expresiones de perplejidad y espe-
rando escuchar algo de nuestras bocas. Pero Corina y yo nos mirábamos
perplejos y yo solo intentaba buscar alguna contestación lógica.
- Pero eso es… la propuesta de Aribel fue rechazada.
Misón salió de su mirada escrutadora y se introdujo de nuevo en
la conversación. Cosa que agradecí para mis adentros.
- Efectivamente, pero yo añadiría que más que su propuesta, quien
ha sido rechazado es él. Porque ahora ha cambiado algo, la causa del mo-
vimiento de salvación es la del primogénito. Ellos declaran que suyo es el
derecho de realizar la redención, claro que dicen la salvación. Para redimir
hay que pagar y Aribel no está dispuesto a eso. Es un subterfugio. Quieren
cambiar las premisas, pero como eso es algo complicado de explicar a sus

438
Los palacios de Kólob

seguidores y algo poco dado a frases cortas, han optado por la causa del
primogénito desbancado por un joven Yahavhe, algo fácil de entender y
que reúne a los descontentos que…
Corina pareció recordar algo e hizo un gesto para que Misón se detu-
viera
- Misón ¿recuerdas en la escuela Bessast un equipo…?
- ¿Un equipo de Bessast? solo puede ser el de Tonad–Thur. Tuvie-
ron problemas con uno de sus árboles. Por cierto que era espléndido pero
no aceptaba las premisas.
No pude menos que asombrarme y pregunté
- ¿Cómo, Misón, una de las criaturas de Silam que no obedece? Re-
cuerdo que me dijiste: nuestras creaciones son muy obedientes.
- Kozam, también te dije que algunas necesitan mundos diferentes.
Esta fue una excepción y todos la conocemos. Fue estudiada y se intento
rescatar. Pero no nos quedemos en la anécdota, creo que Corina quiere
decirnos algo.
Corina me rogó con la mirada que me centrara en lo que estaba
diciendo y que no buscara un debate con Misón, ya sabía todo Silam que
teníamos ambos una memoria excelente. No sé cómo lo hacía, pero todo
esto lo decía con la mirada.
- … lo siento no quiero perder la idea. Tonad-Thur es un equipo
de Bessast que trabaja en las lindes de las premisas. Sus creaciones siem-
pre viven en las periferias de cualquier sistema, apurando posibilidades.
Trajeron un árbol, sí, era muy hermoso, no recuerdo cómo se llamaba…
- Daryzade-Thur – Misón y su prodigiosa memoria, tuve que reco-
nocerlo –
- Si, gracias Misón, Daryzade-Thur tuvo la singularidad de aceptar
las premisas y atravesar la ventana de la inteligencia, pero una vez en Kó-
lob rechazó el eje de la esperanza. Esto causó que su movimiento alrede-
dor del presente no fuera circular sino rectilíneo, al igual que las criaturas
de Sinabea, Misha o nosotros mismos. Al no ser circular la esperanza ca-
recía de fundamento en su vida, no existía ese avance a partir del presente
que produjera el movimiento de alzado.
Ellos se entendían muy bien, pero mi expresión debió de ser algo
clara.

439
David Moraza Los palacios de Kólob

- … oh perdona Kozi. Sin esperanza ni árboles ni criatura alguna


de Silam asciende hacia Kokaubean, no buscan su luz, ese es el movimien-
to de alzado. Recuerdo que un escultora de premisas…
Corina miró a Misón y espero, no en vano
- Sysesila–Thur
- …gracias Misón. Ella intentó que Daryzade-Thur volviera a las
premisas que aceptó cuando estaba en la espuma y ascendió. Pero fue im-
posible, pues había rechazado de plano esa condición de esperanza, al
hacerlo perdió la capacidad de enfocarse en las restantes de forma equili-
brada. Cuando Daryzade-Thur alcanzaba cierta altura solo emanaba silen-
cio, no transmitía nada que no fuese vacio y silencio. Su copa se inclinaba
a tierra y sus ramas se hundían en Kólob buscando la luz que rechazaba.
A ese comportamiento se le llamó rebelión, tuvo que ser llevada fuera de
Kólob, a
- ¿Fuera? Dónde fue llevada – pregunté – ¿por qué?
Corina, con sus ojos desenfocados, parecía estar en aquel lugar
del que hablaba. Misón se hizo cargo de mi pregunta.
- Ese árbol espera en un lugar neutro, un lugar llamado Shadoom,
donde no puede alterar ningún entorno, espera un mundo que se adapte a
su forma. Pero desgraciadamente, en ese lugar, no hay luz que lo alumbre,
porque para ver la luz hay que realizar el movimiento de alzado y él lo ha
rechazado. No puede estar en Kólob porque ha violado el conocimiento
que adquirió al aceptar las premisas, se ha rebelado en su primer estado
por lo tanto no puede acceder al segundo y carece de luz. Esas caracterís-
ticas son incompatibles con la vida en Kólob.
- Pero…pero es ¡tan triste lo que me dices!
- Piénsalo bien, Kozam – contesto Misón – Daryzade-Thur si es-
tuviese aquí introduciría su copa en Kólob, se retorcería en su búsqueda.
Nuestro intentos de ayudarlo lo mortificarían. Nuestro entorno solo agra-
varía el estado al que su decisión lo ha llevado.
Aunque mi memoria no era comparable a la de Misón, había
otras cosas que las tenía en abundancia. A esas alturas podía reconocer el
símil entre ambas situaciones. También reconocía el temor de Misón a
nombrar las cosas claramente y la huidiza mirada de Corina cuando dela-
taba su miedo a establecer la relación. Sin embargo, yo, siendo un habitual
de las lindes, de las periferias, donde me hubiera sentido muy cómodo con

440
Los palacios de Kólob

las creaciones de Tonad-Thur, sentía cierto placer en describir los parajes


amenazantes que se iban dibujando ante mí y a ello me apliqué.
- Entonces de lo que estamos hablando, es que la mitad de la po-
blación de Kólob, se ha rebelado contra el plan aprobado en el gran con-
cilio. Es eso ¿no?
Ambos me miraron al unísono y con una expresión de consterna-
ción, como si mi respuesta fuese la culpable de la situación. Pero fue Co-
rina quien habló.
- ¡Por los palacios de Kólob¡ Kozam
Cuando Corina se enfadada conmigo, me llamaba Kozam. Nor-
malmente la razón era alguna inconveniencia que se me escapaba o más
bien que yo liberaba.
- … se pueden decir las cosas de otra forma. El hecho de perder
una criatura para un equipo es trágico. Tú hablas de…de…miles de millo-
nes de…de…
Y yo no iba a disculparme por poner nombre a lo que ellos des-
cribían tan técnicamente que me hacían sentir un neófito. Me estaba can-
sando de esa permanente sensación. Y seguí su misma frase.
- De…de… miles de millones que en estos momentos han tomado
Middiani, que no reconocen a Yahavhe como elegido por el linaje y que
tienen a Aribel en un pedestal cual columna de Pikamón, y en su base
puede leerse “El primogénito desbancado”. Que han echado contravi-
niendo el orden a las escuelas de sus pabellones. Y que al igual que Dary-
zade-Thur no reconocen el eje de una premisa, en este caso la posición,
como eje rector. Pero estos no esconden su copa en tierra, están acogien-
do a millones de habitantes de Kólob como pajarillos en sus ramas y les
da de comer su plan mágico de salvación.
Sus protestas se acallaron. Y ahora me miraban esperando más,
pues en el fondo escuchaban en mis palabras lo que ya sabían y no querí-
an pronunciar por miedo a que la realidad tomase forma subiendo en sus
voces.
- … ahora entiendo, ahora sí
Y ciertamente se produjo la luz en mi mente, en ese momento
encajaron todas las piezas.
- Veréis nunca entendí por qué todo este movimiento antes del
concilio, siempre me he preguntado la razón de toda esta campaña del
movimiento de salvación.

441
David Moraza Los palacios de Kólob

Ahora era yo quien miraba con mirada inquisitiva a Misón y Corina


- Es evidente que si Aribel se presentaba en el gran concilio a la par
que el candidato de las casas y solicitaba ser el unigénito en los lugares
densos, un simple no del Gran Gnolaum desbarataba todo su plan…no
tendría tiempo de reaccionar.
Sentí una gran agitación y empecé a dar vueltas allí en las cercaní-
as del tercer arco, con el de nuestra era a la espalda, casi hablando conmi-
go mismo, casi olvidándome por completo de mis amigos. Me miraban
sorprendidos y me pidieron que me calmara.
- Él lo sabía, Cori, Misón, el sabía que iba a ser rechazado, lo sabía.
Lo tenía planeado. Fue al concilio con la amenaza velada de su movimien-
to. El sabía que las casas lo sabían. Lo intentó y no pudo. Pero eso lo tenía
asumido y ahora sigue adelante.
Corina, me habló más tranquila, pero su voz, que siempre me
embelesaba, parecía asustada.
- Pero Kozi, ¿a dónde quiere llegar?
Pensé por un momento en un pajarillo en mi mano, vibrante y
frágil, así era Corina por momentos. Sin embargo decidí terminar lo que
tenía en mente. Después de todo ellos lo sabían ya, pero se negaban a arti-
cularlo en palabras.
- Tú misma lo has dicho Cori, el hecho de perder una criatura para
un equipo es trágico, ¿y perder a casi la mitad de la descendencia de las
casas? ¿quién podría soportar eso? ¿Podría el padre soportar la mirada
implorante de las madres de Kólob sin ceder ante una pérdida tal? Aribel
quiere ser el unigénito en los lugares densos y llevar a cabo su plan, de lo
contrario, miles de millones esconderán su copa de la luz de Kokaubean,
tendrán que ir a un lugar donde no habrá luz que los alumbre. Tendrían
que habitar en ese mundo…Shadoom. Sería la catástrofe de la cuarta era,
el cuarto arco sería trágico. Una era teñida de dolor y pérdida. Es una re-
belión en masa, un desafío que jamás pudimos imaginar.
A nuestro alrededor las multitudes iban y venían. Muchos en di-
rección a Middiani, animados por una excitación febril, sus pasos ligeros y
casi tropezando unos con otros.
- … en pocas palabras o las casas aceptan el plan de Aribel o per-
derán la mitad de sus hijos y eso es demasiado… no hemos sabido verlo a
tiempo. Es algo nuevo, una nueva criatura llamada rebelión.
Una extraña calma se asentó en nosotros, saciados de respuestas

442
Los palacios de Kólob

vino la comprensión que aunque terrible a nuestra mente, quitaba la incer-


tidumbre. Corina volvió a peguntar.
- ¿Y la casas? No creo que los padres fuesen ajenos a lo que se es-
taba produciendo. El Gran Gnolaum lo sabía y la madres también.
- Sí – contestó Misón – de eso estoy seguro. Nadie los puede sor-
prender. Pero no tengo ni idea de por qué no han parado esto desde el
principio.
Corina planteó la pregunta clave y que sería la que explicaría mu-
cho de lo que estaba ocurriendo. Recordé la conferencia de Bisnan, las
casas lo sabían, pero su intento de reconducir la situación fue sutil, ¡tan
correcto en las formas! Apelando a la razón a los convenios y las premisas.
El intento de las casas, incluso pasó desapercibido para mis amigos. En
cambio la acción de Aribel era decidida, arriesgada, clamorosa e impactan-
te. Apelaba a sentimientos desconocidos hasta el momento del despren-
dimiento del arco. Aprovechó la inercia de esa masa de piedra cur-
vada en el aire, usó el rugido increíble de la piedra para gritar en el alma de
cada habitante que él tenía el camino de vuelta, y ahora que él era el pri-
mogénito.
Quedamos en silencio, comprendiendo el alcance de lo que ya
habíamos nombrado y descrito. Esa palabra adjudicada a creaciones soli-
tarias y olvidadas, esa palabra de rara e infrecuente aplicación, conocida
por pocos, rebelión. Esa palabra adquirió en un instante la virulencia de
un fragor subterráneo que amenazaba con reducir a escombros nuestro
mundo. La vimos salir de las salas de creación, la vimos ascender de las
oscuras playas y tomar posesión de la mitad de nuestro mundo. La vimos
inflamar el alma de miles de millones conduciéndolos hacia el abismo o
por otro lado conduciéndonos a todos a un mundo extraño, una posibili-
dad inexplorada.
Hacer sitio en nuestra mente a esta nueva situación, desplazo la
idea de la paz y orden, de la belleza, como aspecto principal de nuestro
mundo. Y ya el rojo y hermoso atardecer que se perfilaba en el horizonte
de Irreantum, sugería en nuestra mente funestos días, donde el dolor y la
incertidumbre ascenderían a nuestro alrededor como llamas candentes.
Corina se acercó y me rodeo con su brazo. Yo la estreché contra
mí y noté como si de un pajarillo se tratase, buscaba un hueco en mi cuer-
po donde esconder su quebranto.
Recibimos al día siguiente la orden de reunirnos en la sede de

443
David Moraza Los palacios de Kólob

nuestra escuela. Acudieron todas las secciones con sus grupos. Todos
formados de manera impecable. Pero algo fallaba, había muchos huecos,
no todos acudieron y podía verse la consternación de muchos líderes de
grupos y jefes de secciones al comprobar cómo aquella doctrina extraña
había agujereado lo siempre fue la imagen compacta y perfecta de la es-
cuela de los encajes. Pensar que las escuelas eran la élite de Kólob nos
hacía temer lo peor al trasladar la situación a la población en general. Un
murmullo de fondo acompañaba a toda esta escena. Hasta que Halim–
Bean, el director, tomó la palabra y pidió silencio.
- Estimados oficiales de la escuela de los encajes, nos reunimos hoy
aquí por una cuestión delicada y de consecuencias graves para todos noso-
tros. Imagino que sabréis los últimos acontecimientos en Middiani, la re-
belión del movimiento de salvación y la consiguiente alteración del orden
en Kólob. Sé que todos estáis confusos sobre qué derrotero tomarán las
cosas a partir de ahora.
Bien, os diré algo, no nos instalaremos en la polémica ni pasaremos este
tiempo en la elucubración. A partir de éste momento se completaran los
huecos que haya en los equipos y secciones. Cada sección formará escua-
drones de cincuenta equipos a su vez organizados en diez grupos de cinco
equipos. A partir de este momento la situación es de alerta. Se suspenden
todos los trabajos de alteración y las salas de creación permanecerán ce-
rradas. Las instrucciones se comunicaran a través de la línea de costumbre.
La dirección de las prácticas de las secciones y equipos correrán directa-
mente a cargo de los densos asignados a nuestra escuela. Tendremos in-
formación más adelante, por ahora esto es todo.
Los seres densos fueron implacables con nosotros. Nos decían
que iban a ser tiempos duros, donde íbamos a tener que templar nuestras
almas. Ellos sabían que la batalla sería sin piedad. Nos acostumbramos a
usar unas plataformas en las que cinco equipos podían situarse a cualquier
altura. No eran necesarias, pues nuestra naturaleza liviana podía trasladar-
se en cualquier dirección, pero daban referencia exacta de nuestra posición
y por lo tanto mostraban la ubicación exacta de los grupos y escuadrones.
Una vez que los movimientos fueron coordinados y adoptamos las nuevas
formaciones como las rutiarías, empezamos a entender cuál era el objetivo
de todo esto.
Empecé a darme cuenta que el ejemplo de Daryzade–Thur se
acercaba cada vez más a nuestra situación y eso me atenazaba. Templar mi
alma con la idea de expulsar a mis hermanos de Kólob a un lugar oscuro y
444
Los palacios de Kólob

hostil, me hacía temblar como una hoja de álamo al viento. No sólo se


trataba de expulsarlos sino que perderían el primer estado y no accederían
jamás al segundo, es decir adquirir un cuerpo denso. Me fallaban las rodi-
llas y se debilitaban mis coyunturas, cuando pensaba en eso. Me parecía
cruel y extremado. Hasta tal punto me acongojaba esta situación, que soli-
cité hablar con Zhia–Couji, el ser denso asignado a nuestro escuadrón.
No sabía si su conversación iba a ser cálida y agradable como en
la ocasión en que hable con Toban, las circunstancias no propiciaban las
delicadezas y se esperaba de nosotros la máxima disciplina y determina-
ción.
Fui a verlo, me citó en los jardines de la escuela de los encajes, en una glo-
rieta dedicada a la verdad. Rodeada de majestuosos cipreses, alfombrada
del césped más verde e intenso que pudiera imaginar. Una fuente en for-
ma de llama ascendente y realizada en piedra roja, elevaba el agua a seme-
janza de fuegos danzantes. Todo ello elaborado con un esmero asombro-
so.
Para mi sorpresa, no estaba sólo, había un grupo de unos quince o veinte
oficiales alteradores. Al parecer no era el único con escrúpulos ante la ta-
rea que se vislumbraba.
La apariencia de Zhia-Couji era en extremo intimidatoria, su ex-
presión disuadía de hacerle perder el tiempo y si hacía alguna pregunta,
cosa que empezaba a descartar, debería ser muy meditada.
- Oficiales de Silam, he aceptado resolver las dudas que podáis
formular antes de que las circunstancias os hagan desmayar. Pero habéis
de saber que cuanto más conocimiento más se os requerirá. Saber no es
gratuito.
El silencio se formó a su alrededor, nadie se atrevía a formular la
pregunta que, supongo, todos teníamos. Y en tal escena, siempre surge lo
mejor de mí, no podía evitarlo. Corina me censuraba a menudo, decía que
si me colaba en cualquier conversación, por grande que fuera, yo iría ins-
tintivamente al centro.
- Estimado maestro Zhia-Couji, soy Kozam de la casa Jana, gracias
a la hospitalidad de la madre Silam tengo el honor de oficiar como altera-
dor en la escuela de los encajes, grupo de Misón. Hablo en mi nombre
solo, aunque quizás alguno de mis hermanos compartan mi pregunta. ¿Por
qué expulsar al movimiento de salvación de Kólob? Podemos vencerlos
simplemente y desposeerlos del derecho a ir al segundo estado ¿Por qué

445
David Moraza Los palacios de Kólob

llegar a un extremo tan doloroso para todos? Ellos han hecho grandes
cosas por nuestro arco ¿no tendremos memoria de ello?
Zhia-Couji, meditó durante un momento y se dispuso a contestar.
Hablar con uno de los densos siempre era una experiencia impactante.
Casi podía considerarse la aparición de un fenómeno inexplicable, pues
veíamos a la materia densa adoptar la apariencia real y perfecta de un al-
ma, en una unidad enigmática. Es difícil de explicar nuestra admiración al
ver al alguien dominar dos estados al mismo tiempo sin esfuerzo, como
una extensión de su naturaleza.
- Tu pregunta, Kozam de la casa Jana, es correcta. Excepto en un
punto, no sé si me estimaras próximamente. Os haré descubrir y dominar,
espero, una faceta vuestra, que no conocéis y que está latente en vuestro
interior.
Nos dio la espalda y miro a la copa de los cipreses que murmura-
ban en lo alto movidos por el viento. Al cabo de unos segundos se volvió
con rapidez hacia nosotros y preguntó.
- ¿Qué es la verdad?
La pregunta no era para contestar, era para que pensáramos.
Después de unos instantes siguió hablando con las manos a la espalda
dando cortos pasos de izquierda a derecha.
- La verdad engloba cuatro cosas distintas entre sí. La verdad es
conocimiento pasado, presente y futuro. La verdad es luz, porque ilumina.
La verdad es el entendimiento de las cosas. La verdad es su comprensión,
es decir el orden en nuestra mente.
Pero, entre sus propiedades, hemos de distinguir entre el conocimiento y
la luz. Si como he dicho antes la verdad es conocimiento y la verdad es luz
¿Qué es la luz?
De nuevo nos dio la espalda y dejos transcurrir un corto tiempo
al cabo del cual se volvió con energía
- Aunque el conocimiento está emparentado con la luz, y pertene-
cen a la familia de la verdad, no son lo mismo. La luz es claridad en el co-
nocimiento, por eso la luz vivifica nuestro entendimiento de las cosas, la
luz es el medio por el que conocemos las cosas, de lo contrario, aunque
estas cosas existieran verdaderamente, no podríamos conocerlas. La luz
que brilla y alumbra, viene por medio del que ilumina vuestros ojos, es la
misma luz que vivifica vuestro entendimiento. Esa luz procede la presen-
cia del Gran Gnolaum para llenar la inmensidad del espacio1.

446
Los palacios de Kólob

La luz es el poder del Padre, por ella, organiza las inteligencias y la mate-
ria por eso la gloria de nuestro linaje es la inteligencia o luz y verdad. Su
luz ilumina al oscuro océano y este acude presuroso porque lo alumbra.
Así ocurre con nosotros, en cierta forma, somos como un pequeño oscu-
ro océano, que se acerca al más grande para recibir verdad y luz. Pero el
primer paso es la obediencia. Si, incluso el oscuro se sujeta a los pactos y
no los traspasa en las playas ¿no deberíamos hacerlo nosotros también?
Zhia-Couji se estaba tomando muchas molestias para contestar a
mi pregunta, pero estaba claro que respondiendo en ese lugar se multipli-
caría su efecto en poco tiempo.
- Recordad la primera enseñanza que recibisteis en vuestra primera
terraza, la de la posición “El que guarda sus mandamientos, recibe verdad
y luz, hasta que es glorificado en la verdad y sabe todas las cosas”2 una
cosa lleva a la otra. Esa palabra, hasta, prolonga el proceso y hace nece-
sario ir a los lugares densos. Así que vemos que partiendo de la obediencia
se recibe verdad y luz y tened en cuenta que son cosas distintas.
Zhia-Couji, se detuvo y miró a los altos cipreses que parecían
comunicar con el cielo de Kólob sus impresiones de lo que se hablaba.
Sus manos a la espalda, le hacían parecer concentrado en lo que decía.
Mucho de lo cual no entendí hasta mucho después. Quizás algo tarde.
- …pero hay algo que no comprendéis todavía plenamente. Pero
habéis de creerlo porque así se os ha enseñado. La verdad y la luz son in-
dependientes para obrar por sí misma así como la inteligencia. De lo con-
trario no habría existencia3. Nosotros, la descendencia del Gran Gnolaum,
salimos del oscuro con vocación de poder y gloria. Es nuestra naturaleza
la de organizar, gobernar, crear. Pero antes hay que obedecer, recibir y
crecer en la luz y verdad. Pero amigos míos, ellas dos son independientes,
no pueden ser obligadas. Tienen su particular libre albedrio. El cual es
anterior a todos los linajes y no puede ser creada ni hecha, al igual que la
inteligencia.
Cuando pasasteis por la ventana de la inteligencia, hace ya de eso mucho.
Fuisteis dotados de una porción de esa luz y verdad, pues obedecisteis el
convenio de las premisas, pero si desecháis la luz a causa de vuestra des-
obediencia, esta os abandonará y la verdad será oscuridad a vuestros ojos,
decidme entonces ¿obligareis a la luz y la verdad a conduciros hasta la glo-
ria y el poder?
Zhia-Couji cambió su expresión a un semblante grave y pensati-

447
David Moraza Los palacios de Kólob

vo. El había tenido bajo su influencia a muchos que ahora estaban en


Middiani. Todos habíamos sufrido pérdidas de amigos y conocidos a los
que admirábamos y queríamos.
- …¿por qué expulsar al movimiento de salvación de Kólob?
Se volvió de nuevo hacia los cipreses de su espalda, dando la im-
presión de recibir instrucciones de ellos. Sin embargo yo presentía de un
dolor sólido residente en su interior.
- … Aribel quiere un atajo para llegar al poder y la gloria, pero sin
pasar por la obediencia, esa de la que él hace tanta gala al darle categoría
de eje rector. Quiere que el padre le dé su poder y gloria, pero olvida que
este poder y gloria se sustenta en la luz y la verdad y ellas no pueden ser
gobernadas sino por persuasión, longanimidad y amor sincero, nunca por
compulsión. Por lo tanto él y todos los que lo acompañan en ese movi-
miento de caída al abismo, corren el peligro de perder esa luz que ilumina
a todo ser que viene a Kólob y entrar en rebelión manifiesta. Una vez que
eso ocurre no hay salida, no hay vuelta atrás. Si Aribel y sus seguidores
permanecieran aquí en abierta oposición a todo convenio y pacto, en co-
ntra de la luz y la verdad, serían reclamados por el oscuro para su disolu-
ción y la ruptura de los pactos con nuestro linaje sería inmediata. La única
salida es proporcionarles un lugar donde no hay luz ni verdad. Donde los
pactos no pueden alcanzarlos. De lo contrario ellos y nosotros estaríamos
en contra del orden y la armonía conseguida por nuestro linaje.
Una mujer tomó la palabra para preguntar
- Maestro Zhia-Couji, soy Ailam de la escuela Perenne Polar oficio
como batidora de grumos. No comprendo cómo Aribel no se da cuenta
de esto que tan claramente has explicado. ¿cómo es posible que continúe
en esa dirección?
Nuestro jefe de escuadrón, alzó su mano y señaló arriba y nos dijo
- Si Kokaubean se negara a dar su luz, si las estrellas cayeran ¿po-
dríais encontrar el camino de vuelta en el caso que lo desearais? Cuando
alguien desecha la luz a causa de la desobediencia, paulatinamente la susti-
tuye por una fuente que lo ciega a la anterior. Esa fuente halaga su orgullo
y lo ensoberbece, haciéndose una luz a sí mismo. Y este Aribel, viene y
despoja a los hijos del linaje de la luz y la verdad, por medio de la des-
obediencia.
Zhia-Couji se tornó pensativo y por unos momentos habló para
sí mismo.

448
Los palacios de Kólob

- Ciertamente, como en otros lugares, los cielos lloraran la pérdi-


da…
Volviendo en sí y antes de dar tiempo a la pregunta que brotaba
en mis labios se envaró y adquirió el tono y aspecto que al principio.
- Bien, nuestra misión ahora es crear una ventana de una sola di-
rección, hacia fuera de Kólob. Como ya sabéis, el espacio es una sustancia
que podemos horadar. Esa es nuestra misión o en otras palabras hay que
expulsarlos de Kólob o su movimiento de salvación os empujara a todos a
las negras aguas.
Por qué no sentía sostén en mis piernas. Por qué todas esas razo-
nes no afirmaban mis coyunturas con determinación. Por qué sentía un
peso en mi pecho como si tuviese piedras en su interior. Imaginaba a
Vienzian y detrás esa ventana fratricida por la que yo debía precipitarlo,
¿soportaría su rostro al ver cómo se transformaba en una máscara de es-
panto? Vienzian y yo pertenecíamos a mi antiguo grupo de Varanto en la
escuela de los accesos, en la casa Jana. El era callado y reservado por
naturaleza, aunque en privado, caminando por las colinas de los
alrededores de la casa de mi madre, mostraba un mundo interior rico y
reflexivo. La gustaba la poesía y a menudo me recitaba algunas de ellas.
En una ocasión me confesó su deseo de salir de la escuela y del grupo e
ingresar en la sociedad de coleccionistas. Éstos eran viajeros cuya misión
consistía en visitar linajes exteriores y sus escuelas, para intercambiar ideas
y experiencias, catalogarlas y ponerlas a disposición de las casas. Su
trabajo aportaba un punto de reflexión y nos ayudaba a tener otra
perspectiva de las cosas. Tenían que salir en condiciones de mucha
seguridad, ciñéndose exclusivamente al objetivo de su misión y siempre
acompañados de un denso. Vienzian deseaba conocer nuevos horizontes,
se hubiese agarrado a un tronco espinoso si éste lo hubiese llevado más
allá del cinturón cardesiano, un grupo de estrellas cercano a Kólob.
Los coleccionistas no disfrutaban de la libertad de los perceptivos
sin forma, pero si tenían una idea de la riqueza inmensa de los linajes exte-
riores. En cambio podían optar a pasar al segundo estado algo, a lo que
los perceptivos, tenían que renunciar.
A través de su poesía Vienzian se recreaba en horizontes imagi-
nados. Yo le apreciaba por compartir sus más íntimos pensamientos con-
migo y a menudo me preguntaba por qué me eligió a mí. Ahora me doy
cuenta que él y yo éramos parecidos en una inquietud extraña a la corrien-

449
David Moraza Los palacios de Kólob

te general. La afinidad entre nosotros fue creciendo con el tiempo. En


otra tesitura, es probable que no rememorase estos momentos de mi vida
en Jana. Sin embargo ahora se presentaban ante mí, con toda su crueldad,
una escena en la que me acercaba a Vienzian y lo lanzaba a través de esa
sima abierta por nosotros. ¿Cómo podría hacerlo? ¿Qué le diría?
La herida abierta en la población se reproducía en el interior de
cada uno de nosotros, pues nadie estaba exento de pérdidas dolorosas
más allá de la simple amistad.
Después De las últimas palabras de Zhia-Couji, supe que no con-
taba con la constitución necesaria para ello. Los motivos para apoyar a
Yahavhe no me daban las fuerzas suficientes para oponerme hasta el final
contra Aribel. No era una cuestión de razones sino de mi naturaleza. En-
tendía que si la mía, me provocaba tan grande parálisis en el asunto que se
planeaba, quizás a los de Middiani, les pasara lo mismo pero en una direc-
ción diferente u opuesta. De esa forma sin darme, cuenta me veía razo-
nando con los mismos argumentos de los rebeldes, y esto me dejaba tan
perplejo que temía que aquella broma de Varanto, sobre un golpe con la
ventana en mi cabeza al entrar en Kólob, fuese cierta.
Por todo esto sufría lo indecible, no me sentía con fuerzas de
mirar a Corina y soportar cómo sus ojos penetraban en mi interior desve-
lando mis secretos. Rehuía la posibilidad de defraudarla y me atormentaba
el abandonar de nuevo, una segunda vez a los amigos con los que tan gra-
tas experiencias había tenido. Ya una vez dañé a Abiola, allí en Jana y
ahora presentía que seguiría con una afilada trayectoria en el universo de
Kólob. Mi ruta no era estable como la de los planetas, más bien era la
trayectoria de las estrellas fugaces que, no de acorde al movimiento ar-
monioso de los astros, siegan a su paso la luz de sus hermanas. Entendí
que era mejor la soledad cuando se viaja en caminos poco transitados.
Me apliqué esos días a la nueva tarea de enfocar nuestro esfuerzo
en un solo punto. Fuimos llamados para la vanguardia, aquellos que debí-
an formar un frente espeso e impenetrable. Inmune a la fractura, sin flan-
cos que cedieran. Pero ante nosotros no estaría el oscuro océano sino un
inmenso mar de habitantes, desposeídos de esa luz de la que se nos habló.
Sin embargo, dotados de los rasgos amistosos del pasado reciente, de
voces familiares, podía sentir la voz de Vienzian, su cara siempre vuelta
hacia mí mientras caminábamos por el valle de Deneng, sintiendo cómo
orbitaba su confianza a mi alrededor.
La táctica era sencilla de entender, pues no había otra posible. Se
450
Los palacios de Kólob

trataba primeramente de forma un embudo que los rodease y una vez he-
cho esto, horadarlo en su final hacia Shadoom. Teníamos tres ventajas
principales.
La parte más experimentada de las escuelas estaba con nosotros y por lo
tanto la eficacia del segundo paso estaba asegurada. Por otra parte los
densos nos dirigían y asesoraban. Una garantía a nuestro favor.
Ellos procedían de ciclos anteriores. Por ciclos entendíamos hu-
manidades cuyo tiempo había terminado, en su caso, en la exaltación de
su naturaleza humana. La adquisición de un cuerpo denso por la eterni-
dad. Aún así tenían un límite, no podían tener progenie, por eso, su mi-
sión consistía en oficiar para el linaje al que sirvieron en su primer y se-
gundo estado. Y aún así ¡Cuántos de nosotros hubiésemos aceptado eso
con los ojos cerrados! Hubiésemos llorado de gozo, yo hubiese corrido a
los pies de mi madre a guardar su jardín, no imaginaba nada más grande.
Y sin embargo ellos ministraban en mundos sin fin como potentados del
más grande. Los mirábamos como seres afortunados, tremendamente di-
chosos, a salvo de todo y con total conocimiento. Ellos tenían infinita-
mente más saber que un perceptivo y el poder y majestad de un cuerpo
denso. Gozaban de todo privilegio y tenían potestades y mandatos que
desconocíamos. Tan sólo entreveíamos, en la ocasión en que nos dirigían,
sólo percibíamos algo del dominio que tenían asignado. Sencillos como
palomas, guardaban en su interior una grandeza fuera de nuestro alcance.
Con su jefatura al frente de nuestros escuadrones, nadie dudaba de la vic-
toria.
ºLa tercera es la que me hacía más daño y la que debilitaba mi
espíritu. Aribel y los suyos no lo esperaban. No esperaban que las casas
estuviesen dispuestas a perder la mitad de los habitantes, si era necesario.
Tampoco nosotros esperábamos llegar al final de todo esto. Pero veíamos
que día a día nuestro entrenamiento se endurecía y se afinaba más la pre-
paración. Veíamos una determinación clara y resuelta por parte de las ca-
sas. Eso realmente empezó a asustarnos, pues nos dimos cuenta que todo
iba en serio y no con ánimo de disuadir.
A medida que los de Middiani, Ald'nali, Endelia, Biarskel y otros
lugares donde el movimiento se concentró observaban nuestros movi-
mientos y determinación, empezaron a reconsiderar sus posturas. Enton-
ces hubo algunas deserciones hacia nosotros, pero antes de que fuese en
aumento, cercaron sus lugares de escuadrones afectos a sus líderes y una
labor de adoctrinamiento se empezó a clavarse en sus filas como pivotes
451
David Moraza Los palacios de Kólob

de un inmenso edificio.
En esta situación favorable ocurrió lo inesperado. Una mañana en
Middiani sucedió algo, que todos los que estuvimos en el auditorio y es-
cuchamos a Aribel, entendimos.
Un fuerte estruendo, persistente y parecido a la salida de nuestro
arco, hizo temblar la tierra en Kólob. Acudimos a la región de Stomoren,
en la llanura de Ackque, en las cercanías de Middiani. Una colosal monta-
ña cuya altura rivalizaba con los palacios, había surgido de la nada. Aque-
lla mole espontánea, sin vegetación, yerma de vida, dejaba sin habla a todo
el que la miraba. Más tarde nos enteramos que la hazaña realizada por
Aribel tenía un nombre, Camí–Olea, su madre. Entonces recordé la men-
ción que hizo éste en la conferencia de Bisnan, de un colgante que su ma-
dre le regaló, con una inscripción “Aribel el que levanta montañas” Este
episodio se propagó desde ese día como el viento entre todos los habitan-
tes de los palacios, un detalle de su vida, era algo de gran valor, era como
acceder a la memoria primera.
Esa montaña elevó la moral de los suyos a la misma altura que la
cima, nunca se supo de nadie que hubiese sido capaz de dominar los ele-
mentos de esa forma, a excepción de la familia cercana al Gran Gnolaum.
Incluso muchos pudieron observar la expresión perpleja de algunos den-
sos.
En la mente de todos se plasmaba esa prominencia en el horizonte, como
una ofrenda de un hijo amoroso a su madre, con un mensaje. Ya soy ma-
yor, he aprendido. Conmovió a muchos hasta hacerles derramar lágrimas,
cómo podíamos expulsar de Kólob a alguien así. Alguien que recuerda un
episodio de su vida y rinde tributo a quien lo vio nacer. Otros se conmo-
vían de forma diferente al dudar de la propia capacidad, incluso de los
densos, en echar a alguien que era diestro en dominar la materia de forma
semejante. Se extendían las frases como proyectiles lanzados, ¿Quién po-
drá con Aribel, si la misma tierra le obedece?
Dos días después, se alzo un pendón en lo alto de aquella mon-
taña, una estrella roja de veinticuatro puntas sobre fondo blanco. Y a par-
tir ese día supimos que todo llegaría hasta el final y que no había marcha
atrás. Esa iniciativa, decidida, de Aribel hizo frente a las casas dando a
entender que no renunciarían.
Fue necesaria la intervención decidida de los densos para mante-
ner la disciplina y la razón entre nuestras filas. En respuesta al desafío
adoptamos como emblema la misma estrella de color azul sobre fondo
452
Los palacios de Kólob

blanco, que es el color base de los palacios.


A esas alturas de la situación, yo no podía más. No tenía fuerzas
de simular un ardor y decisión del que carecía. Fue Corina quien se dio
cuenta de mi situación. Ese día terminamos una jornada más de entrena-
mientos, donde debíamos formar un muro con los efectivos de cincuenta
equipos, es decir unas trescientas personas. Al regreso me empezó a pre-
guntar, aunque sus preguntas siempre llevaban respuestas escondidas.
- ¿Te pasa algo Kozi? Te noto extraño, como ausente.
Yo no tenía fuerzas para suavizar nada. Solo tenía el aliento nece-
sario para contar la verdad.
- Corina, no puedo más. Me ahogo. No puedo luchar para expul-
sarlos a Shadoom. Sé todo lo que tengo que saber, no albergo dudas de las
razones que nos impulsan a apoyar a Yahavhe en esta batalla que se apro-
xima. Pero no puedo lanzarlos fuera, a la oscuridad. Cuando pienso en
ello me fallan las fuerzas.
- Ella me escuchó en silencio. Y cuando pensé que iba a decirme “a
todos nos pasa algo parecido” o “no te preocupes, me siento igual”. Me
sorprendió.
- Lo sé, sabía que no llegarías al final. Creo que te conozco muy
bien. ¿Qué harás?
Era un pragmatismo fuera de serie, creo, fruto de las circunstan-
cias. Su respuesta me dejo sin palabras. Pensé que empezaría su reproche
diciendo “Kozam, de la casa Jana”. Creí que lucharía por convencerme de
mi error. Pero simplemente lo dio por hecho y me preguntaba ¿ahora
qué?
- ¿Qué haré?... no lo sé. No sé qué debo hacer. Cuando estoy con-
tigo, primero te lo cuento y luego pienso. Lo único que se me ocurre es
presentarme ante Zhia-Couji, para que me ate de pies y manos y me lance
al oscuro.
- Kozi, sé que no es por miedo. Eres diferente al resto, he ido
comprendiéndolo poco a poco. No sé qué debes hacer, pero estoy segura
que tiene un lugar en todo lo que está pasando. La creación en nuestro
linaje, no desaprovecha nada. Y tú debes encajar en algún lugar y en algu-
na misión, sólo debes seguir tu naturaleza.
Un velo opaco bajó sobre sus ojos. Su voz chispeante se quedó
sin los movimientos sinuosos que adormecían mis pensamientos. Nueva-

453
David Moraza Los palacios de Kólob

mente el dolor de Abiola se presentó en una nueva apariencia, aún más


querida y por lo tanto más dolorosa.
- ¿Cuándo te distes cuenta Corina?
- Creo que siempre lo supe. Aunque lo vi claramente el día que re-
gresaste del concilio. Abrigué la esperanza que una vez que conocieras al
que defendería el plan de las casas, se produciría un cambio en ti, una in-
clinación determinante hacía nuestro lado. Pero no encontré nada nuevo
en tu mirada. Tú fuiste el que puso palabras a lo ocurrido en Middiani.
Cuando a nosotros se nos hacia un nudo en la garganta, tú señalaste cla-
ramente lo que estaba ocurriendo allí. Sin embargo Misón y yo sentimos
como nuestra alma se partía por la mitad. Mientras, tú estabas exultante,
porque las respuestas salían de tus labios y en eso estaba tu gozo. No ne-
cesitabas más que el conocimiento, porque tu alma está libre de ataduras a
veces pienso que eres una clase especial de perceptivo, pero con forma. Y
es esa forma humana que a veces me hace concebir esperanzas de que lo
seas conmigo. Sin embargo no puedo reprocharte nada porque actúas se-
gún tu naturaleza.
Empecé a hilvanar una disculpa, algo así como lo siento pero sa-
bía que eso solo la enfadaría. Así que no pude hacer otra cosa que guardar
silencio.
- Mañana a primera hora me presentaré ante Zhia-Couji y hablaré
con él. Iré solo – la miré antes de que dijera de acompañarme – y luego te
contaré lo que me diga.
Así hice. Me dirigí hacia su lugar de mando. Con bastante temor,
ya que las circunstancias no eran las mejores para ir con historias como la
mía. Pero sería peor dado el momento fallar a todos.
Mientras me dirigía hacia allí, las trompas de formación sonaron
con toda su fuerza. Sólo podían hacerlo por un motivo. El movimiento de
salvación habría hecho alguna maniobra inesperada. Y eso es lo que ocu-
rrió.
Siempre supusimos que llevaríamos la iniciativa, que ellos estaban acanto-
nados, esperando ociosamente un cambio en la postura del concilio. Pero
Aribel era el primero y eso empezaba a decir mucho más de lo esperado.
Sorprendente en su estrategia, no sólo preparó sus fuerzas, sino que toda
la organización del movimiento de salvación estaba diseñada para mover a
sus multitudes en formaciones de alteración en pocos minutos. De esta
forma pasó al ataque de una forma inesperada.

454
Los palacios de Kólob

Puso a multitudes de legiones y escuadrones a semejanza de los


nuestros, en formaciones perfectas de alteración. No, no iban a dejarse
expulsar sino que pretendían alterar con el oscuro directamente en el
mismo espacio de Kólob. Cambiar el propio orden de nuestro mundo,
mediante un golpe en la misma cúpula. Y entonces entendí, repentina-
mente qué es lo que intentaba.
Aribel iba a alterar desde fuera de los palacios mediante la fuerza
combinada de quizás millones de equipos entrenados opacamente a las
casas, usando sus privilegios y los de muchos de los primeros que lo si-
guieron. La sorpresa fue tal, que reinó la confusión por momentos en to-
do el perímetro de los palacios. Todos esperaban un escenario distinto
hasta que vimos cómo enjambres de formaciones con sus estandartes se
posicionaban sobre la gran cúpula con una clara intención.
Las órdenes se sucedían con rapidez y todos tuvieron que volver a sus
antiguas formaciones de alteradores, aunque conservando la organización
que Halim-Bean propusiera en un principio.
Yahavhe conocía perfectamente la situación, había dedicado gran
parte de su tiempo a oficiar en aquella especie de mundo semiesférico
que era la cúpula central. Emanaba una luz propia, que penetraba la pro-
fundidad del cielo. Un pilar de luz, familiar y cotidiano que ahora me cau-
sa maravilla recordar, pero que entonces era un aspecto más del paisaje en
el que ni reparábamos. Las formaciones de Aribel fueron rodeándolo en
un cuadrado, cuyos vértices tenían una mayor concentración de escuadro-
nes. Todo ello realizado de la manera más escrupulosa y ordenada que
había visto.
Contemplado desde donde me encontraba era algo imposible de
haber imaginado. En poco tiempo había tenido que admitir hechos que
no eran concebibles por nadie y es curioso cómo nuestra mente se ralenti-
za y en momentos llega a paralizarse hasta que encuentra una forma de
hacerlo razonable. Esa era mi situación cuando me di cuenta que aquel
cuadrado era en realidad dos formaciones colosales de alteración en posi-
ción de presentación. Estaban realizando nuestra misma estrategia, pero
para horadar la cúpula y penetrar en el centro de los palacios. Todo estaba
ocurriendo muy deprisa. Me encontraba entre Middiani y la cara Oeste del
palacio de Jana, en un paraje llamado Shiblón. A mi alrededor la gente
corría a un lado y otro, sin orden ni concierto y esto daba un tinte dramá-
tico a la situación. ¿Dónde estaba la respuesta de las casas?
Sabía cuál sería el próximo movimiento de Aribel. Los vértices de
455
David Moraza Los palacios de Kólob

ese cuadrado avanzarían hacia el centro y en ese momento, toda la fuerza


de esa gigantesca formación se concentraría en un punto, el centro de la
cúpula.
Todo esto, a mi entender, no iba a conseguir nada. El Gran Gnolaum y su
familia no necesitaban defensa de nadie. Y recordé las palabras de Zhia-
Couji, Esa fuente halaga su orgullo y lo ensoberbece, haciéndose una luz
a sí mismo. Toda la estrategia de las casas era la de expulsarlos, no la de-
fensa de los lugares densos. Y esa confianza debía obedecer, no a un exce-
so de ésta, sino a un completo conocimiento de la situación.
En pocos instantes, comenzó el movimiento de avance de aque-
llos vértices hacia el centro, entonces, en el momento de mayor alarma, vi
a las fuerzas de Yahavhe, comandadas por él personalmente, tomar posi-
ciones bajo sus oponentes, en formaciones gemelas a las de Aribel. Habí-
an entendido su estrategia e iban a hacerles frente en su misma intención,
anulando cualquier intento de penetrar en el interior. Los rebeldes tuvie-
ron que retroceder, hasta ocupar las posiciones anteriores.
Era una situación equilibrada, en la que el fiel de la balanza no estaba ni a
un lado ni a otro.
Mientras me encontraba extasiado en la visión de esta formidable
contienda, escuché la voz marcial de un oficial del la casa Origia. Se dirigía
con un escuadrón hacia la contienda, al igual que ellos, cientos marchaban
hacia el centro de la batalla. Me preguntó mi linaje y puesto. Nunca me
sentí más avergonzado, ni más inútil. Había tal abismo entre su apariencia
y la mía, que contesté de forma atropellada, como un colegial de la prime-
ra terraza. Entonces él respondió de la forma más paradójica que podía
esperar.
- Vaya, eres uno de esos. Ve a la base derecha del cuarto arco y allí
pregunta por Namor-Trend. El te dirá a dónde debes ir. Rápido.
Uno de esos. Al menos era algo. Uno de esos, luego había más
como yo y al parecer debíamos ir a algún sitio, probablemente alguno no
muy agradable.
Me quedé estupefacto observándolos marchar hacia el centro de
ese cubo imaginario que se había formado. A medida que se acercaban,
iban uniéndoseles más escuadrones con un propósito desconocido para
mí. No recuerdo haberme dirigido hacia el cuarto arco pues mi mente se
encontraba absorta en lo que estaba ocurriendo.
Era un pulso entre dos planos en formación de premisas, unas de
un signo distinto, las de Aribel y otras según los pactos. A medida que el
456
Los palacios de Kólob

oficial de Origia y su escuadrón llegaban al centro, ocurrió algo increíble.


De la base de ese cubo, donde estaban los escuadrones de Yahavhe, fue-
ron saliendo fuerzas disparadas al centro a reforzar la labor que allí se iba
a realizar. A la vez, de esas mismas formaciones salían otras fuerzas hacia
un plano superior a los rebeldes, que eran reforzadas por escuadrones que
entraban en escena desde sitios diversos.
Después de un corto tiempo, las fuerzas de Aribel estaban rodea-
das por abajo y por encima por formaciones que ocupaban sus líneas en la
misma extensión. Sin embargo las filas de Yahavhe eran más abiertas,
dado que tuvieron que dividirse en los dos planos. Esa maniobra de en-
volvimiento, sólo era posible debido a la mayor calidad y experiencia de
las fuerzas que defendían los pactos. Aribel no podía realizar muchos mo-
vimientos, pues todas sus fuerzas sólo podían contrarrestar a un mismo
tiempo el intento del cuadro inferior. No se podía improvisar en un corto
entrenamiento, el trabajo concienzudo de casi una era.
En esas circunstancias, difíciles para los de Middiani, empezó a
surgir bajo ellos una sombra oscura que fue aumentando en tamaño y
densidad. Yo no sabía nada de esa estrategia, que creía improvisada. Si
sorprendente fue el primer movimiento de Aribel, magistral fue la reac-
ción de Yahavhe.
En ese punto los de Middiani, empezaron a flaquear, y muchos de
las líneas exteriores empezaron a salir precipitadamente. Mientras el plano
superior de las fuerzas de las casas empezó a cerrar el cuadrado y bajando
sus bordes. Estaban formando un embudo. Al ver esto los rebeldes, hicie-
ron un esfuerzo colosal para presionar hacia arriba y romper el cerco. Pe-
ro sólo con una sincronización perfecta era posible una salida airosa, y
esta era difícil, intentando contener la deserción que se producía como si
el agua escapara por los bordes de un vaso. Yahavhe, no se oponía a la
desbandada, de los rebeldes, hasta que disminuyó su caudal, quedando en
sus filas los elementos más tenaces. Entonces dio la orden de completar el
embudo. Las fuerzas del plano inferior, formaron una pared circular que
se unió a los bordes del embudo creado por las del plano superior. En el
centro el trabajo de aquel oficial de Elentra y sus compañeros. Habían
horadado el espacio de Kólob y abierto una ventana a Shadoom. Cosa
imposible si no fuera por el apoyo de los densos. Esta oscura ventana au-
mento en tamaño y fue bordeada por el imponente muro circular ejecuta-
do con maestría singular.
Aribel se encontraba rodeado, atrapado en una gigantesca jaula,
457
David Moraza Los palacios de Kólob

que esperaba la orden de apretar sus filas e ir reduciendo el espacio, em-


pujando a los rebeldes a su oscuro destino.
La escena debería ser atroz. Todos sabían a qué se enfrentaban y
los esfuerzos desesperados de los rebeldes por salir de aquella jaula se per-
cibían desde mi posición como el fragor del mar embravecido sobre las
rocas. Era algo de tal violencia que me doblé sobre mí mismo y puse mi
cabeza en el suelo. No quería escuchar ni ver la aterradora visión de miles
de millones precipitados a Shadoom, donde la ausencia de luz y verdad
componen el paisaje más lúgubre que pueda describirse. No podía sopor-
tar ese ruido y el recuerdo de Vienzian, no podía asociarlo ese fragor leja-
no y su memoria hacia crujir mi alma.
Algo se tuvo que romper ese día en el interior de todos nosotros,
pues no se puede ver despeñarse un tercio de la población a un abismo de
perdición abierto por nosotros mismos, sin consecuencias.
Las filas del embudo se cerraban, aumentaban su grosor, como si
de una gigantesca matriz se tratase. Una matriz de dolor que daría a luz
una era victoriosa pero que lloraría la pérdida de muchos de los mejores.
De grandes hombres y mujeres que trabajaron por esta era. Cuyos nom-
bres aún siguen grabados en el cilindro ciclópeo del cuarto arco.
Bello pueblo de Kólob, cómo pudisteis caer tantos en ese error
fatal. Cómo habéis perdido la luz que iluminó vuestras mentes desde aquel
primer día. ¿Acaso no veían sus casas desde esa montaña extranjera que
surgió de repente? ¿Estaban los amorosos rostros de sus madres en aquel
paraje de Middiani? ¿Estaba en Ald’nali el guardián de la puerta señalando
el paso a las salas de creación? ¿Estaban en Endelia los dorados cuernos
de las premisas brillando sobre las terrazas? ¿Estaba en Biarskel la morada
de nuestro padre de donde parte la luz que ilumina nuestras mentes?
Mi lamento surgía en oleadas dolorosas que consumían mis fuerzas. Aun-
que aquello fue una victoria, mi alma estaba dolorida por la pérdida. Yo
era tan extraño. ¿Cuál sería mi lugar?

458
Los palacios de Kólob

Capitulo 16

En el segundo estado

459
David Moraza Los palacios de Kólob

Nunca he bebido y no sé qué es una resaca, según dicen una es-


pecie de dolor de cabeza que se agarra a ti como un luchador de lucha
libre. No te suelta hasta que el árbitro se apiada de ti. En mi caso no
hay árbitro, lo único que me alivia es contemplar cómo ese profundo
dolor traspasa mi alma igual que un rio crecido, arrasándolo todo a su
paso, cambiando la apariencia de las cosas hasta hacerlas irreconoci-
bles. Y no es que olvidara a Alicia o a José Mateo, simplemente no
despertaban sensación alguna dentro de mí. Todo mi ser estaba des-
perdigado en un área de tres manzanas y por lo tanto no podía dar
cohesión a las sensaciones que recibía. Sólo eran espuma en la super-
ficie de ese río caudaloso. Debía recomponerme hasta volver a ser
humano y sentir como tal. Pero mientras estaba fuera de mi forma, el
mundo solo era barro y silencio. Un escenario solitario y silencioso,
como lo es toda catástrofe una vez resuelta. Ese vacío persistente era
demoledor y despertaba el ansía de construir de nuevo mi vida, a par-
tir de los restos que encontraba. Era mi naturaleza humana la que
construía el mundo razonable en el que me sentía cuerdo, me di cuen-
ta que sin mi forma humana, el mundo era un lugar desolado y vacio.
Un cuadro abstracto e incomprensible.
Abrir los ojos y enfrentarme de nuevo a la realidad de mi vida era
cada vez más difícil, uno de los trabajos de Hércules para alguien hijo
de mortales.
Me encontraba en un cómodo sillón de la consulta de José Mateo,
el se había levantado y preparaba algo en una mesa alejada de donde
yo estaba. Para alivio mío, Alicia estaba sentada cerca de mí. Lo cual
me daba alguna garantía de lo que se haya hecho en mi ausencia. José
Mateo se acercó con un vaso en la mano y la intención de que tomase
el preparado. Imagino algún remedio para mi postración. Yo no que-
ría, pero no tenía fuerzas de oponerme ni ganas de hablar. Fue Alicia
quién le hizo desistir de su intención mediante un diálogo que yo es-
cuchaba, como emitido por cuerdas vocales de caucho, podía notar
las densas vibraciones del aire. Generaban palabras pesadas que rebo-
tando en el suelo, me producían ganas de vomitar y rogaba en mi in-
terior para que me dejaran unos momentos en paz.
460
Los palacios de Kólob

José Mateo parecía no entenderlo y Alicia trataba de que permi-


tiera recuperarme. Volver de Kólob al mundo del segundo estado, era
cada vez más duro, cuanto más conocimiento acumulaba de aquel lu-
gar, más difícil se me hacía volver a éste. Más oscuro parecía, incluso
me daba la sensación de ver en tono de grises, hasta que mis ojos se
resignaban a recoger los débiles matices de nuestro mundo. Era un
lento proceso de renuncia y aceptación. De admitir mi Shadoom par-
ticular. A fuerza de volver una y otra vez fui consciente de que era mi
voluntad la que creaba la realidad. Pero no la voluntad de la vigilia, si-
no una de apariencia inerte, aquella que Libel-Toban y su casa inser-
taban en cada vida y que le daba el impulso interior de prevalecer en
el vacío. De quedar amputada a esa parte de mí, creo que me hubiese
disuelto en aquel sillón, siendo imposible convencer a las células de
mi cuerpo que colaborasen en aquel proyecto imposible de vivir sin
forma humana ante el vacio de fuera. Al final Alicia, siempre repre-
sentaba un asidero para apoyarme, ella era como traer algo de Kólob a
este lugar.
Dirigí mi vista hacia el techo buscando un lugar neutral, donde no
establecer comparaciones y donde mi mente pudiera alcanzar algo de
flotabilidad en el oscuro mundo donde me encontraba.
Esa fue la primera vez que vi. Mirando al techo y sin tener que
enfocar nada concreto, los vi. No estaban arriba ni debajo, simple-
mente se abrió un hueco en mi vista y aparecieron.
Eran cinco personas, lo primero que me llamó la atención eran
sus vestiduras. Llevaban mantos largos hasta los pies, de colores oscu-
ros, pero bordados de filigranas delicadas, en el mismo color del fon-
do. Bajo este llevaban túnica, que a su vez estaba ceñida por un fal-
dón. Dos de ellos llevaban un medallón en su pecho pendiente de una
cadena de eslabones manifiestos. Conversaban entre ellos de forma
queda y sin vivacidad. Aproveche para detenerme en el paisaje, ya que
no reparaban en que los miraba.
Tras ellos un lugar sin foresta y con el cielo de una luminosidad
parda, no había ningún punto de luz concreto, era una luz lechosa y
amarillenta que parecía destilar del mismo espacio. Las nubes eran ba-
jas y sin forma definida. Al fondo una bruma baja intentaba cubrir el
horizonte, pero en vano ya que éste subía y bajaba en quebrados per-
files en lo que aparentaba una ciudad ajena a la vida, quizás abando-
nada. Aquél lugar no emanaba sensación que no fuese de una
461
David Moraza Los palacios de Kólob

suave melancolía que fuese pintada con algo de desgana. Me llamó la


atención en la parte derecha del horizonte un resplandor rojizo, que
recordaba a un lejano incendio o a una quema de rastrojos. Ese extra-
ño panorama era contenido entre la bruma y las nubes de ese insólito
lugar. Para nada hermoso ni deseable; sin embargo ejercía una extraña
atracción sobre mí, pues al perderse mi vista en su lejanía, vi, escondi-
da en la bruma, una especie de fortaleza suspendida en la pendiente
de una montaña. Y por un momento deseé viajar a ese lugar y explo-
rar la tristeza que emanaba de su aspecto. Esa escena despertaba en
mí un deseo perverso de adentrarme en sus misterios.
Pude observar a uno de ellos, más cercano a mí. Él y los demás
llevaban una barba rala, pero cuidada. Su cabellera era ondulada por el
viento y le confería un aspecto irreal. Toda su apariencia era majes-
tuosa y a la vez de una soledad romántica como la pintura de Frie-
drich. Al pensar en esto uno de ellos dejó de conversar y se fijó en mí.
Se dio cuenta que lo estaba viendo.
Su mirada me provocó alarma, pensé que no era bueno que mis
facciones estuviesen en aquel lugar, habitando en la memoria de uno
de ellos. Su mirada creó un puente emocional, que trajo un crecimien-
to en las sensaciones que ya tenía. Sentí un miedo supersticioso que
causo sorpresa a mí mismo, pero era tarde. Supe que me miraba a tra-
vés de su expresión enérgica, disonante con el entorno. Su barbilla re-
dondeada y ligeramente bajada, sus labios cerrados y apretados, su
cabeza levemente inclinada a la izquierda. La mirada, enmarcada en
unas cejas finas y fruncidas, de una intensidad ajena a ese mundo, que
palidecía si cabe aún más, ante el porte de quien me observaba. Los
rasgos finos y perfilados en ángulos vivos denotaban una inteligencia
brillante y aguda. Su nariz, recta y fina, todo su rostro componía la
expresión severa de alguien habituado a conocer los principios de las
cosas. Había algo dentro de mí que empezó a agitarse en círculos,
como un remolino interior, empecé a notar vértigo.
Los que lo acompañaban, repararon en mi presencia, para enton-
ces me sentía como una pieza de caza. No quería habitar en sus men-
tes, deseaba esconderme de sus miradas, como un indígena que no
quiere ser fotografiado.
Y entonces él se acercó hacia donde yo estaba hasta que se detu-
vo en una especie de límite. Su expresión se relajó, sus ojos sin perder
su brillo comenzaron a sonreír. Y vi cómo me hablaba, intentando
462
Los palacios de Kólob

hacerme llegar un mensaje. No había en su actitud desesperación ni


urgencia. Todo en el era equilibrio y comedimiento sin embargo su
energía era cautivadora. Yo no podía entender y entonces él se dio
cuenta.
Sonrió y se detuvo unos instantes. Esa sonrisa no podía habitar
en aquel lugar. Era algo extraño, pero supe que un mundo crea las ex-
presiones de las criaturas que lo habitan. Y la que yo observaba no
pertenecía a ese lugar ocre y brumoso que la enmarcaba. Aquél ser de
apariencia humana, no pertenecía a ese tierra, había sido arrojado en
allí. Era un extranjero, un desterrado. Entonces mientras percibía to-
do esto escogió sólo una palabra y la vocalizó despacio, mirando hacia
mí.
Llamé a Alicia con urgencia, ella acudió y tomó mi mano. En esos
momentos sudaba copiosamente.
- Alicia necesito tomar el aire, estoy agotado.
Ella asintió y me miro con complicidad. Como esperaba José Ma-
teo no me dejaría ir tan fácilmente.
- Bueno, Belisario. Ha sido una sesión interesante, tienes buena
memoria y respondes a todas mis preguntas con detalle. Podríamos llenar
volúmenes sobre el primer estado…ya ves, empezamos a hablar en los
mismos términos. Ahora el próximo paso será la provocación de la emer-
gencia…
Alicia intervino.
- ¿Es que no lo ve? No puede con su cuerpo. Tendrá que ser otro
día.
Aquello era evidente e incluso él se daría cuenta
- Bien, es verdad. Seguiremos otro día. Me encantará informar a tus
padres de lo bien que va tu tratamiento.
Esa última frase, salió de sus labios cargada de segundas intencio-
nes. Y yo no iba a comentarla. Sabía que tenía la situación de su parte por
el momento. Me apoyé en Alicia y simulé algo más de agotamiento del
que sentía. No quería desvelar a sus ojos clavados en mí, la desazón que
me invadía.
- Belisario… ¿has visto algo?
Su pregunta, hecha a mi espalda me detuvo. Entonces decidí vol-
verme y encararme con él.

463
David Moraza Los palacios de Kólob

- Supongo que si así fuera, tú te darías cuenta ¿no? Ese es tu traba-


jo, por eso alguien te paga esta consulta tan elegante... No, no he visto
nada
Y me volví de nuevo, temiendo que mi rostro se mudara a la ex-
presión a la que se precipitaba.
- Belisario, cuando empieces a ver, necesitaras mi ayuda. Porque ya
no habrá marcha atrás. Tendrás que aprender a evocar y a cerrar. Solo eso
mantendrá tu cordura. De lo contrario caerás. Aunque no lo entiendas, no
soy tu enemigo.
No volví la vista atrás y salimos de la consulta. Una vez en el as-
censor empecé a sollozar de manera incontrolada. No podía detenerme y
sufría por Alicia. Ella intentaba calmarme. Pulsó el botón del ático y su-
bimos hasta la puerta que da al terrado del edificio. Allí pude recuperarme
poco a poco.
- Beli, mírame. Ahora vamos a bajar, vamos a ir a una heladería y
pediremos un pijama para cada uno. Invito yo, he cobrado dos dominios
con sus alojamientos.
Me hizo sonreír.
- Pero dime, qué te ha pasado, no te he notado nunca así de ner-
vioso.
Entonces se lo conté todo sin esfuerzo. Y a medida que lo hacía
la presión de mi interior bajaba, hasta recuperar su equilibrio. Mientras,
tomamos de nuevo el ascensor y salimos a la calle en dirección a la Valen-
ciana, sus helados eran especiales. Alicia me preguntaba.
- Y entonces dices que el noto que no lo entendías.
- Sí
- Y qué palabra pronunciaba lentamente
No sabía si decirlo o no. No quería haber llegado a ese detalle y
me arrepentí de haberlo dicho. Con ella bajaba todas mis defensas.
- Kozam, pronunciaba mi nombre lentamente. Kozam
Permanecimos en silencio durante un tiempo. Las implicaciones
de ello eran desconocidas, pero inquietantes. Pensaba que de haber alguna
clase de iniciativa por parte de aquellos personajes hacia mí, me sacaría de
quicio más de lo que lo estaba. No solo tendría que lidiar mi propia bata-
lla, sino que ahora, amenazaba con entrar en escena unos personajes,
cuando menos extraños, desde un lugar oscuro y lúgubre. Luego estaba
José Tomas ¿qué quería? Ayudarme a evocar y cerrar, enseñarme a llamar.

464
Los palacios de Kólob

Eso me sugería una especie de control en toda la emergencia. Pero a la


vez hablaba de coordinar con el otro lado. Yo ya había viso el otro lado y
no me gustaba nada lo que había visto, pero sin embargo había una cierta
belleza oscura, una grandeza apagada que me hacía sentir atraído. Pensaba
atenazado por haber visto y entonces recordé aquellos labios pronuncian-
do mi nombre. Aquel personaje que conocí junto a la glorieta situada en
las inmediaciones de Osimlibna.
- Alicia, sé quién era
- A quién te refieres
- Sé quién me llamaba por mi nombre
Me miró sorprendida, aunque yo no lo estaba menos.
- Era Minión, aquel con quien me entrevisté junto a Osimlibna y
me dio instrucciones para encontrarme con Primabel. Sabía que lo cono-
cía, pero en aquel lugar su aspecto es muy diferente.
Llegamos a la heladería y nos sentamos bajo una sombrilla en la
acera. Pedimos dos pijamas, una vez en la mesa, añadieron algo de ánimo
y esperanza a mi vida. Curioso el efecto del azúcar, anima al cuerpo a em-
prender los asuntos con renovada energía. Alicia permanecía callada hacía
rato como si no supiera qué decir, mientras yo la miraba esperando escu-
char algo. Hundía pensativa la cuchara en los rojos relieves de la fresa y
navegaba en olas de nata. Parecía no querer entrar en un tema que le ron-
daba en su cabeza y eso ya no pasaba desapercibido para mí. Empezaba a
conocerla muy bien.
- En qué piensas, sé que piensas en algo que no me has dicho – le
dije-
Ella abrió su móvil y empezó a buscar.
- Veras, no quiero que saques conclusiones precipitadas, pero todo
esto me ha sonado a algo desde hace tiempo. Creo que a ti también pero
supongo que no queremos reconocerlo. Lee aquí.
Me entregó su móvil. Tenía cargado un texto en un programa de
lectura de archivos pdf. Era del Apocalipsis.
- ¿El apocalipsis? Alicia no soy Robert Langdon en una de las no-
velas de Dan Brown ¿no crees que es muy aventurado?
- ¿Aventurado? Beli, por todos los santos, por el maldito toro de
Osborne ¿te parece lo que está sucediendo algo normal? ¿Prefieres pensar
que todo son alucinaciones? Eso quizás fuese mejor, más razonable. José
Tomas quiere hacer su doctorado usando el caso más espectacular de la

465
David Moraza Los palacios de Kólob

psicología transpersonal, Ted es un bromista que lo pasa en grande lle-


vándote al huerto. Tú eres un sujeto esquizoide que vive en los mundos
de Yupi. Y yo estoy aburrida y me lo paso de lo lindo con esto. ¿Prefieres
verlo así? Porque si no deberíamos dejar abiertas posibilidades sin miedo a
sentirnos algo incorrectos políticamente. No pertenezco a ninguna comu-
nidad científica y pienso lo que me da la gana. Lo que sucede me recordó
algo hace tiempo y ahora te lo digo. ¡Nadie te está grabando hombre! ¡Lee!
Cuando Alicia llegaba a ese punto, era tremenda. No me atreví a
contestar nada. Así que comencé a leer.
- Beli, en voz alta por favor.
- Ah sí, perdona – contesté a punto de comenzar una de mis largas
disculpas – Y hubo una gran batalla en el cielo: Miguel y sus ángeles lu-
chaban contra el dragón; y luchaban el dragón y sus ángeles, pero no pre-
valecieron, ni fue hallado más su lugar en el cielo. Y fue lanzado fuera
aquel gran dragón, la serpiente antigua, que se llama Diablo y Satanás,
quien engaña a todo el mundo; fue arrojado a la tierra, y sus ángeles fue-
ron arrojados con él…Y su cola arrastraba la tercera parte de las estrellas
del cielo, y las arrojó sobre la tierra.
Pensé durante unos momentos y di a luz una de mis ideas
- Luego, según esto, lo que acabo de ver son demonios. Y Minión
una especie de jefe de ellos.
Alicia impaciente elevó la mirada hacia arriba. Yo era su azote y
evidentemente mis comentarios la atormentaban. En ese punto me habla-
ba con inusual calma.
- A ver Belisario. No podemos leer y aplicar como si esto fuese un
manual de un mueble de Ikea, ten un poco de imaginación. No hay que
ser muy listo para entender qué significa todo esto. Según tus recuerdos o
emergencias, como prefieras, antes de esta vida vivíamos en otra sin cuer-
pos físicos. Vinimos a la tierra bajo el plan de Yahavhe, Aribel fue recha-
zado y lo lanzamos a esta tierra todos los que estamos en ella. Todos me-
nos tú y Ted, por ahora. Pero toda la apariencia del relato es distinta a lo
que se nos ha enseñado. Tú pareces simpatizar en cierta medida con los
caídos, no hablas de seres deformes ni maléficos, sino todo lo contrario.
Ahora nos encontramos a una organización que busca a los neutrales co-
mo tú que vienen con memoria de aquel lugar y que pueden ver a los caí-
dos.

466
Los palacios de Kólob

No pude discutir con ella sobre el asunto, yo no había leído nunca la


Biblia, reconocía las similitudes en el párrafo que tenía ante mí, pero re-
cordar a Aribel y la reciente mirada a Minión no me hacía pensar en dra-
gones, ni serpientes y menos aún en demonios.
- Bueno – dije al final – Langdon siempre es un poco escéptico a la
hora de llegar a esta parte
Sonreí para tratar de no enojar a Alicia, pero eso es un error con ella.
Empezó a dar muestras de impaciencia. Así que cambie de tema.
- Por otra parte no sabemos nada de Ted y haría falta contarle lo
que está pasando. Necesitamos saber su punto de vista.
- Deberíamos de escribirle – dijo Alicia –
- Ya lo hice, espero respuesta ya.
- Oh vale, gracias por avisar.
- Perdona, te lo iba a decir. Alicia no es que simpatice con… ¿por
qué les llamas los caídos?... ya…bueno vosotros los arrojasteis aquí.
- ¡Beli!
- Perdona no quería… Veras, es que su apariencia, si es que son
ellos, no es en absoluto como he leído. Solo viven en una especie de triste
destierro en un lugar lúgubre y oscuro. No encuentro otras palabras para
describir eso. Viven en Shadoom, quizás en el mismo lugar que aquella
creación… Daryzade-Thur. ¡Dios mío, esto es de locos! ¿Las plantas pue-
den ir al infierno?, ¿te das cuenta a donde nos lleva este planteamiento?
Mejor no seguir tirando del hilo por ahora ¿Quién quiere coordinar con
ellos? ¿Qué cosa? Lo cierto es que Minión quería decirme algo, pero no lo
vi apremiado por ello, más bien como…
Alicia intervino
- Como si aún no estuvieses preparado para escuchar. Como si ne-
cesitaras aprender a evocar y cerrar.
- Bueno, sí, algo así.
Ella me miró seria por un momento
- Oye, me he dado cuenta que has cambiado de tema con lo del
Apocalipsis, espero que no me tomes por tonta. Además de eso, ¿Cuándo
escribiste a Ted?
Tenía que decirle la verdad, lo cierto es que no había motivo para
ocultarlo. Pero yo deseaba filtrar la respuesta que recibiera. No quería
preocuparla más de la cuenta y en el peor de los casos, desaparecer de su
vida si el peligro se tornara cierto y grave. Pero había perdido todo control
467
David Moraza Los palacios de Kólob

con ella, era un vaso comunicante con mi vida y no podía evitar trasvasar
todo lo que sabía. Por eso me sentía culpable. Prometí a Loreto cuidarla,
no exponerla a peligros y sin embargo la estaba enganchando a un para-
pente enfrentado a una profunda borrasca. Lo cierto, es que ella poseía un
sentido común del que yo carecía. Una calma envidiable, esa seguridad
que yo necesitaba y más aún después de volver de las emergencias. Pero
sobre todas esas cosas, había algo en su interior que iba mostrándose cada
vez con más claridad ante mí. Me costó tiempo encontrar la palabra para
ello, pero ella se estaba se estaba desprendiendo. Como cada uno de noso-
tros, estamos unidos por un cordón al mundo, de donde succionamos
nuestra forma de enfrentar la vida. Asimilamos la manera de formar parte
de lo que nos rodea, y eso incluye vivir y hacer lo esperado. Yo notaba
cómo ese vínculo, en el caso de Alicia, se iba haciendo cada vez más débil
y en la medida que eso ocurría, tomaba consistencia su compromiso con
mi situación. Sin embargo yo la presentía como un espíritu liviano en su
relación al mundo presente.
Esta situación empezó a darme miedo. A pesar de sus protestas
en contra de mis reparos y temores, no me sentía preparado para cargar
con algo así, con esa responsabilidad.
Ella estaba formando parte activa en unos acontecimientos que
no la tocaban de forma directa, ella no los recordaba sino a través de mí.
- Escribí a Ted ayer por la mañana.
- Terminemos y vámonos a un ciber.
Mientras nos dirigíamos al ciber analizábamos la situación. Ted
aún no sabía que yo había visto, pero le mencioné el episodio de la ambu-
lancia. Estaba al tanto de la propuesta de José Tomas, así que su respuesta
podría aclarar mucho la situación. Nos fuimos al puesto más reservado
que había e ingresé en mi cuenta.
Ahí estaba, un mensaje. El asunto “from Ted”
Estimado amigo Belisario. Por lo que deduzco eres un invelado
vidente y ellos lo saben. Yo soy uno igual que tú. Por experiencia sé que
estás confuso y sin saber qué hacer. Voy a tomar un tiempo para explicar-
te qué ocurre. Supongo que a estas alturas estarás al tanto de la batalla en
Kólob o la batalla de los cielos como se la conoce….
Corina me tiró de la oreja al llegar a este párrafo
… el resultado fue que la tercera parte de la población fue expulsada a
Shadoom. Entre Shadoom y nosotros se permite cierta influencia pero

468
Los palacios de Kólob

con restricciones. Son éstas limitaciones las que nosotros podemos salvar
y por eso somos objetos de deseo por ambas partes. Ya ves si se tratara de
básquet seríamos estrellas millonarias.
¿Quiénes son ellos y quiénes nosotros? Por supuesto nosotros somos los
buenos, qué puedo decir distinto a esto. Juzga tu mismo, Aribel y los su-
yos pretendieron destruir el libre albedrio mediante una alteración del
plan, acuérdate, de Bisnan. La batalla de Kólob no ha terminado, simple-
mente ha cambiado de escenario. La rebelión esta pujante en su lado y la
población de la tierra se acerca peligrosamente a un punto de mutación en
las premisas. Ha habido intentos de cambio que han conseguido éxitos
momentáneos y aislados. Pero ahora están mejor organizados y tienen
miles de años de experiencia. Nosotros simplemente nos hemos limitado
a resistir durante toda la historia.
Todo esto es mucho más largo y complicado. De hecho “historia de la
contienda” es una de mis asignaturas en nuestra universidad y te aseguro
que no es sencilla de aprender. Te asombrarías. Por lo pronto has de saber
que la maniobra de Yahavhe fue brillante y arriesgada, pero sólo ha diferi-
do el resultado. Estamos en plena batalla, pero su naturaleza es transpa-
rente a la vista normal.
Bien, ahora la situación es esta.
Por un lado puedes seguir con José Tomas, el te ayudará a controlar la
memoria (por favor deja de llamarlo emergencias, pareces un bombero) te
ayudará a evocarla y a cerrarla. Esto es, controlar lo que hasta ahora ha
sido una penosa prueba desde tu infancia. Algunos han sido seducidos por
esta oferta, la contrapartida es que ellos, los rebeldes, tendrán la llave entre
Shadoom y tú. Por lo que no te los podrás quitar de encima nunca. Y te
aseguro que son persuasivos, dulces y te llenaran de conocimiento. Te
harán sentir afortunado con su compañía. Sin embargo serás una pieza
más en su juego, llevaras y traerás mensajes. Incluso los conocerás en ese
triste tugurio de mundo en el que viven. Lo sé porque lo he visto y he
hablado con ellos, tuve suerte de escapar a tiempo, es muy difícil sustraer-
se a su encanto.
Por otro lado puedes venir y matricularte en nuestra Universidad, un sitio
singular, nuestro centro de preparación. Nuestra fundación se encargará
de los gastos y te proporcionaremos una cobertura cabal ante tu familia y
amigos. Serás un afortunado estudiante en Kansas, EEUU. La contrapar-
tida. Tendrás que abandonar tu vida actual. Te darás cuenta de la realidad
y eso va a ser difícil de aceptar al principio, tendrás que trabajar duro para
469
David Moraza Los palacios de Kólob

poder ser útil a nuestro estandarte. Nosotros no buscamos poder, sino


que tratamos de abatirlo. Buscamos mantener el orden de Kólob aquí,
hasta que se cumpla el tiempo.
Éramos distintos al resto de nuestros hermanos. Siempre hemos existido
en la tierra, pero ahora somos más y mejores. También los tiempos son
tardíos y peores. Quizás te hayas acordado que fuimos citados en plena
contienda en el pilar derecho del cuarto arco para ver a Namor–Trend.
En realidad ese nombre era un plan. Un plan de emergencia por si se diera
el caso de que la rebelión se intensificara hasta un punto que hiciera falta
un grupo de personas especiales con conocimiento especial. Somos esa
válvula de seguridad en el plan. Nosotros somos la resistencia organizada
y formada en el conocimiento de las casas para garantizar la existencia de
las premisas y para evitar el acceso de los rebeldes a los lugares prohibi-
dos.
Y has de saber algo amigo mío. Te he presentado dos opciones. No tienes
ninguna más. Ya no puedes ser neutral, eres visible en la contienda y has
de tomar bando. Olvídate de seguir siendo un ciudadano anónimo con
ciertos problemas, que pueden mejorar.
Espero una respuesta en tres días. Más tarde de este tiempo, creo que es-
tarás conversando amigablemente con Primabel y Minión en ese mundo
amarillento y nuboso.

FIN

1. DyC 88:11
2. DyC 93:28
3. DyC 93:30

470
Los palacios de Kólob

Personajes en el presente
Nombre Detalle
Manuel Padre de Belisario
Josefa Madre de Belisario
Mari Hermana de Belisario
Belisario Protagonista
Francisco Abuelo de Belisario
Don Javier Profesor de gimnasia
Pachón Compañero de clase
Pedro Compañero de clase
Moldes Compañero de clase
Molina Delegado de clase
Rigote Compañero de clase
Entrala Compañero de clase
Toro Compañero de clases
Don Enrique Director del instituto
Don Andrés Tutor
Alicia Amiga de Belisario
Hal Haloperidol
Antonio Amigo de Belisario
Miguel Vaquero amigo
Mariola Vaca
Maite Profesora de lengua
Reyes Compañeros de clase
Reina Compañeros de clase
Miguelin Tío de Belisario
José Entrala Profesor de sociales
Expósito Compañero de clase
Loki Programa mental de seguridad
Loreto Madre de Alicia
Nuria Profesora de historia
Loli Amiga de Alicia
Nui Fenicio
Alimai Esclava de Nui
Ulises Rey de Ítaca
José Mateo Psicólogo amigo de Don Enrique
471
David Moraza Los palacios de Kólob

Minión Gusano de seda de un cuento


Ted Mahonri Colega de Belisario en EEUU
Don Gabriel Profesor de matemáticas
Friedrich Pintor romántico alemán

Personajes de Kólob
Nombre Casa Escuela, oficio/ naturaleza Grupo o detalle
Solam Jana Amigos de Kozam
Barin Jana Amigos de Kozam
Iloa Jana Amigos de Kozam
Abiola Jana Escuela de los Accesos Varanto
Varanto Jana Escuela de los Accesos Varanto
Vienzian Jana Escuela de los Accesos Varanto
Miguel Jana Escuela de los Accesos Varanto
Morón Jana Escuela de los Accesos Varanto
Esther Jana Escuela de los Accesos Varanto
Merit Jana Escuela de los Accesos Varanto
Kozam Jana Escuela de los Accesos Varanto
Corina Silam Escuela de los Encajes Misón
Minyor Jana Escuela de los Accesos Fundador de escuela
Buján Jana Jefe de sección
Telim Jana Formador de Estrellas
Bisnan Tinabi Maestro de premisas Conferenciante
Molan Jana Director del auditorio
Aribel Camí-Olea Uno de los primeros
Bento Sinabea Escuela de los Retornos Fundador de escuela
Taleon Sinabea Escuela de los Retornos Amigo de Corina
Loudin Sinabea Delfín de Midela Escuela de los retornos
Osimlibna Silam Árbol denso Árbol de conocimiento
Densos Todas Seres exaltados y libres
Temidiona Silam Enseñanza persistente Creo la flor de loto

472
Los palacios de Kólob

Misón Silam Escuela de los Encajes Jefe de equipo


Carolo Tinabi Perceptivo sin forma Visita Los Encajes
Primabel Tinabi Uno de los primeros
Meronte Camí-Olea Uno de los primeros Hermano de Aribel
Celem Silam Escuela de los Encajes Grupo de Misón
Partal Silam Anfitrión en Silam
Quebel Silam Escuela de los Encajes Grupo de Misón
Caliandro Silam Escuela de los Encajes Grupo de Misón
Arpangea Silam Directora, los Encajes
Tobán Silam Ser denso Asignado a Misón
Melen Silam Escuela de los Encajes Grupo de Misón
Moses Silam Escuela de los Encajes Grupo de Misón
Alinia Silam Escuela de los Encajes Grupo de Misón
Melkar Elamba Padre de Tobán
Minión Gaviana Uno de los primeros
Metrón Sinabea Uno de los primeros
Arelia Silam Nombre, tercer arco
Rafael Uno de los primeros
Rodibel Silam Neófito de Silam
Benjamín Silam Instructor de Rodibel
Albitel Silam Uno de los primeros Embajador
Melanto Silam Alterador de Aribel
Diantha Camí-Olea Alteración en escuelas
Mahán Arisada Nombre de Ted en Kólob
Masiah Arisada Jefe de equipo de Mahán
Sara Escuela de las arenas Al servicio de Aribel
Jozim Silam Alteradores modificados Al servicio de Aribel
Mara Silam Alteradores modificados Al servicio de Aribel
Abel Silam Alteradores modificados Al servicio de Aribel
Belca Silam Alteradores modificados Al servicio de Aribel
Zhia-Couji Silam Ser denso Jefe de escuadrón
Ailam Silam Escuela Perenne Polar Batidora de grumos

473
David Moraza Los palacios de Kólob

Lugares y elementos de Kólob


Nombre Lugar Detalle
Brisnán Casa Origia Escuela
Midela Casa Sinabea Retornos, es una isla
Kólob Mundo anterior
Kokaubean Estrella de Kólob
Tuki Un álamo de Kólob Favorito de Corina
Arco Símbolo de una era Uno por era
Oscuro océano Materia de la inteligencia
Oblishi Columna del jardín de Jana
Irreantum Mar de Kólob
Padem–Beam Secuoya de Kólob
Sigroom Linaje exterior Visitado por Carolo
Kadeth Mundo de Sigroom Visitado por Carolo
Lisam Linaje exterior Visitado por Carolo
Elamba Mundo de Tobán
Mayons Animales de Elamba Ganado
Boxtar Predadores en Elamba Predadores de Ma-
Belka Elamba yons
Kujavi Elamba Estrella nocturna
Contemplación Escuela de Silam Montañas
Yahomma Linaje exterior Escuela
Taramis Sinabea Visitado por Meronte
Crómina Kólob Isla de las tortugas
Círculo Madán Kólob Foros de encuentro
Consejo cuatro puntas Kólob Gobernantes
Quórum diez círculos Cada Casa Gobernantes
Consejo de los doce Cada Casa Gobernantes
Presidencia de casa Cada Casa Gobernantes
72 Sumos consejeros Kólob Gobernantes
Vestas Silam Gobernantes
Posición Libertad Paraje
Esperanza Esperanza Premisa
Enfoque Ley Premisa
Middiani Silam Premisa

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Los palacios de Kólob

Baraam Linaje exterior Zona de exposición


Pikamón Silam Visitado por Albitel
Gamia Silam Columnata
Alba-Ram Mundo exterior Mundo en formación
Rendrop–Alam Linaje exterior Opera en Gamia
Bessast Escuela de Silam Visitado por Aribel
Tonad–Thur Equipo de Bessast Trabaja en las lindes
Daryzade–Thur Creación de Tonad-Thur Trabaja en lindes
Sysesila–Thur Escultora de premisas Planta rebelde
Shadoom Reino sin luz Trabajó con Daryzade
Halim-Bean Escuela de los encajes Lugar de condenación
Deneng Un valle de Kólob Director
Ald´nali Lugar de los rebeldes Lugar familiar Kozi
Endelia Lugar de los rebeldes
Biarskel Lugar de los rebeldes
Stomoren Localidad de Middiani
Ackque Llanura de Middiani Región cerca Middiani
Camí-Olea Montaña alzada por Aribel Cercanías de Middiani
En Middiani
Shiblón Paraje al Oeste de Jana
Cara oeste de Jana
Namor-Trend Plan para los indecisos Base derecha 4º arco

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David Moraza Los palacios de Kólob

Los palacios y casas matriarcales


Alesiam Registro libro de la vida
Arisada Culminación de la vida inteligente
Camí-Olea Casa de la ley, madre de Aribel
Elentra Casa de la disolución
Eliam Casa de la defensa
Eval Casa de la seguridad del plan
Gaviana Transición de la vida
Isaboam Casa de la arcilla
Jamil-Tobán Estabilidad en las constantes
Jana Casa del gran destello
Libel-Tobán Estabilidad de la vida, madre de Yahavhe
Maat La conciencia de los seres vivos
Meri Casa de la energía vital
Miena Casa de la intervención
Misha Casa de los enlaces
Najara Preside la sucesión y el orden en la vida
Origia Enlace de la materia con la inteligencia
Pazis-Olea Casa del orden en la materia y la vida
Plamia Casa la relación y la sucesión
Raquel Casa de la estabilidad del pacto
Silám La vida vegetal
Sinabea La vida marina
Tinabi Ascenso de la inteligencia en seres densos
Veronia Casa de los afectos
Gran Gnolaum Padre del linaje

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Los palacios de Kólob

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