Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Los Palacios de Kólob-1 PDF
Los Palacios de Kólob-1 PDF
3
David Moraza Brito
1ª edición
ISBN: 84-614-4655-1
5
A mi padre,
1. Un boom en mi cabeza 7
2. Mi nombre es Belisario 14
3. Corina ¿qué haces aquí? 25
4. Recapitulación con las vacas 44
5. El linaje Jana 54
6. Los días después. 76
7. Una chica puede correr más que tu. 93
8. Una clase con Bisnan 106
9. Mensaje en una botella al mar 137
10. Los mares de Kólob 177
11. Sísifo 219
12. En la isla de los lotófagos 272
13. Los vientos de Kólob 290
14. Alea iacta est 365
15. Ruidos estrepitosos 399
16. En el segundo estado 459
7
Capitulo 1
Un boom en mi cabeza
David Moraza Los palacios de Kólob
11
David Moraza Los palacios de Kólob
sos. La escuela de los encajes, donde conocí a Corina, donde pisé por
primera vez las oscuras playas bañadas por el océano de la inteligencia.
Las alegres multitudes de Kólob entregadas a las artes y a la observación
de toda novedad que salieran de las salas de creación. Expectantes a toda
nueva invención que como pajarillos revoloteaban por cada rincón. La
casa Alesiam y sus ritos graves y solemnes. ¿Dónde estaba la casa Miena,
en su pulcritud y comedido oficio? ¿Qué era de la casa Gaviana y su oficio
en la transición de la vida? La casa Tinabi, en su labor centrada en el as-
censo de la inteligencia en los seres densos ¿dónde se encontraba? ¿Dónde
la casa Arisada, esta que insertaba la inteligencia en la cúspide de la vida de
los lugares densos? ¿Cuándo vería de nuevo a Libel–Toban la que provee
el impulso de vivir ante el vacio destructor? Todas ellas, Isaboam, Eval,
Najara, Origia, Raquel, Camí–Olea, Alesiam, Maat, Plamia, Meri, Pazis–
Olea y Elentra. Todas ellas se habían disuelto como gotas de lluvia en
aquella nube de contención que emitía un ruido sordo de contienda.
Nuestro mundo había desaparecido, tragado en dos bloques. Dos
cuadrados negros, donde ningún rasgo distintivo proclamaba la belleza
que siempre tuvieron nuestras casas.
Lo que observaba en la lejanía era semejante a bandadas de pájaros en
perfecta sincronía, o bandadas de peces huyendo armoniosamente de pre-
dadores. Formaban un gigantesco cubo, que excedía a lo que Kólob podía
contener en su horizonte. Sus bordes, siempre definidos por hermosas
nubes o montañas, ahora eran difuminados por una escena de guerra
creando una realidad propia, alejada del escenario familiar acostumbrado.
El aire vibraba y el suelo se conmovía como nunca lo había experimenta-
do. Parecía nuestro mundo dolerse de la violenta escena que sobre él se
debatía. Kólob, que siempre se había esforzado en deslumbrarnos con la
belleza de sus paisajes en claro concierto con Kokaubean, nuestra estrella.
Un mundo intencionadamente bello, que ahora recibía la ira de sus habi-
tantes, poseídos de una locura única en nuestra historia.
Así me encontraba, paralizado en una escena que me era ajena, imposible
de aceptar y entender.
En un momento dado una voz como un torrente se dirigió a mí. La voz
era un estandarte en sí misma, templada, como una daga que penetra hasta
el centro. Y esto me mostró lo vacio que estaba, pues no pude responder
hasta después de enfocar un poco mi atención. Era un oficial del linaje
Origia, comandante de escuadrón. Se dirigió a mí con impaciencia.
14
Los palacios de Kólob
15
David Moraza Los palacios de Kólob
Capítulo 2
Mi nombre es Belisario
16
Los palacios de Kólob
18
Los palacios de Kólob
20
Los palacios de Kólob
21
David Moraza Los palacios de Kólob
23
David Moraza Los palacios de Kólob
26
Los palacios de Kólob
Capitulo 3
27
David Moraza Los palacios de Kólob
sentido más que nada reflejo, del impulso juvenil. Nosotros éramos la jus-
ticia atrasada que lo visitaba, en recuerdo de los caídos bajo la recia férula
del pasado. No obstante, sin confesarlo a nadie, lo admiraba cuando des-
arrollaba en la pizarra la raíz latina de nuestro lenguaje, que es lo mismo
que nuestro pensamiento. Me daba motivos de reflexión de camino a
casa.
Esa mañana, inicio de clases era algo relajada. Íbamos a recibir una se-
rie de charlas de presentación. Buenos consejos, lo que se esperaba de
nosotros. Y una visita especial de un técnico en orientación laboral, este
de procedencia desconocida. En el comienzo era patente su acento cata-
lán. Por lo tanto adoptamos la guardia alta porque estos daban sin avisar.
Al cabo de unos minutos, nos opusimos en bloque a lo que allí se nos
estaba diciendo. Vino a decir el sujeto la tendencia a la molicie que tiene la
personalidad sureña de nuestro país, a punto estuvo de decir raza. Para
nosotros acostumbrados a cavilar en profundidad en el cálculo de funcio-
nes, aquello era pan comido. Ese tío nos estaba llamando gandules en
función de su idiotez y delante de 38 caras asombradas. Y esa función la
sabíamos al dedillo, la de la idiotez. El pronóstico para ese día de relajadas
presentaciones, de saludos amistosos, paso a ser de maniobras militares.
Fue acosado, el dicho técnico, sin piedad por todos, incluso yo tuve tiem-
po de hilvanar mis pensamientos y, por fin, dispararlos a tiempo. Ya era
hora. Se puso nuestro visitante nervioso y salió de estampida llamando a
voces a Don Enrique. El prestigio del Aula M subió como la espuma,
pensamos en cotizar en bolsa. Don Enrique vino y para mayor gloria
nuestra, nos miro con ojos torvos y confirmo a su colega... “no… si es-
tos... ya… ya “. Eso y decir retirada es lo mismo.
Nos miramos con orgullo, con camaradería. Habíamos defendido
nuestros ancestros, nuestra región, a nosotros mismos y yo diría que hasta
el tejido industrial que no terminaba de engancharse al resto del país. Y de
esta guisa nos dispusimos a entrar en el aula, dispuestos a enfrentarnos al
mismísimo Atila que pasara por la tarima del encerado.
Al entrar, todos nos quedamos de piedra. No estábamos preparados y
aún Molina, lleno de recursos, pudo improvisar algo, así que se sentó en
su pupitre como el cangrejo ermitaño en su caracola.
Había un grupo de chicas en las primeras filas. Con eso no contá-
bamos. Sabíamos que existían, pero no allí. Nos escondimos detrás de
nuestros pupitres. Más asustados que si entrara Don Enrique con armadu-
ra ceñido de espada y escudo clamando venganza por la ofensa al gremio
31
David Moraza Los palacios de Kólob
Nuestra amistad era especial, no teníamos que decir nada, a veces solo con
estar en el mismo lugar batíamos nuestros pensamientos como hacen los
delfines con su charla. Nos conocimos en un intercambio de actividades
que menudo se hacen entre las escuelas de Kólob. El objetivo era cono-
cer otros equipos y sus trabajos. Ella era animosa y al cruzarse nuestras
miradas, encajamos como las montañas y el cielo.
- ¿Deseos de ascender y crecer?, Corina los deseos son cosa de
mamíferos. No me dirás que habéis generado un vegetal vertebrado.
- Veras Kozi—me llamaba Kozi, este recuerdo me atravesó de par-
te a parte – los árboles son amamantados por la tierra. La tierra es su ma-
dre y nunca son destetados. La relación entre ambos es maternal no mine-
ral, algo que en los mamíferos es más lejano, pues está la matriz por me-
dio. Sin embargo ellos son concebidos en la Tierra y nunca hay un parto,
siempre unidos a la madre. Sólo un crecer hacia arriba.
A veces le hacía preguntas solo para escucharla, no sé si ella se
daba cuenta. Sus palabras eran hermosas en sí mismas, aún si no tuviesen
significado. Diría que los sonidos que salían de su garganta, no se produ-
cían en ella sino en algún sitio que no acertaba a definir, no creo que fuese
a tres metros abajo, pero desde luego en un sitio con mucha luz, eso segu-
ro.
Yo hablaba, solo lo justo para poder escucharla.
- Corina, a mí la tierra no me dice nada, supongo que tú la escucha-
ras también.
- No, no puedo, pero si puedo preguntarles a ellos.
- ¿Qué te dicen?
- No mucho son pensamientos sencillos pero muy emotivos, se fi-
jan muy fuerte en ti. Puedo conservar las sensaciones de sus mensajes du-
rante mucho tiempo. Creo que van a modelarme bastante. Dicen algo así
como “Vivimos abajo y arriba”, “conocemos la tierra y el cielo”. Pero ve-
ras, es difícil explicar lo que dicen, porque lo poderoso es cómo lo dicen.
Te hacen bajar… puedes sentir a veces cómo sienten. Es algo muy estable
y pacífico. Pocas ideas en el tiempo pero son casi sólidas, podría palpar
esas lentas emociones. Son permanentes, pueden sentir varias cosas a la
vez y enfocarlas todas durante bastante tiempo. Nosotros sin embargo
somos más volátiles, menos estables.
Corina perdía la noción del tiempo cuando se introducía en temas
33
David Moraza Los palacios de Kólob
34
Los palacios de Kólob
que no manifestara autenticidad. ¡Qué mundo era este!, bajo la luz de Ko-
kaubean. No había sitio para la mentira las palabras eran parte de la reali-
dad de nuestro paisaje. Eran vivientes tal como todo lo que se describía,
parecían proceder de lo que se contemplaba, parte de la atmosfera. Noso-
tros al hablar solo exhalábamos su realidad en nuestro aliento. Podía casi
ver lo que ella relataba tan solo por mi confianza en sus palabras. Esto
alentaba la observación, pues al compartirla ensanchábamos nuestros ho-
rizontes sin tener por qué viajar hasta ellos.
Soltamos nuestras manos y caminamos por la orilla del riachuelo, en un
pequeño sendero entre los álamos.
El cielo era de un azul oscuro en nuestro cenit, la luz de Kokaubean
no ensombrecía la de las estrellas y podían verse muchas en lo alto. A
medida que nos acercábamos al horizonte, la atmósfera, iba tornándose
celeste hasta aparentar un fondo casi sólido como en la Tierra. Kokaubean
describía un arco perfecto, como si Kólob fuese plano o como si viviése-
mos todos en un ecuador permanente. Nuestro mundo estaba en forma-
ción. La vida bullía por todos lados, una vida perfecta, llena de conciencia.
Cada conciencia por pequeña que fuese, era perfecta, llenaba cada hueco
de este mundo. Andábamos descalzos, confiados. Nuestra vestimenta
eran túnicas sencillas, con un ceñidor en la cintura. Del color del trigo.
Mangas hasta las muñecas. Túnica hasta las rodillas. Salvo que actuásemos
de oficio, entonces adoptábamos la indumentaria de nuestro linaje y es-
cuela.
Corina pertenecía a la casa matriarcal de Silam, al igual que yo de
la cuarta era. Esta casa figuraba como una de las primeras. Una de las fun-
dadoras de nuestro mundo. La madre Silam cuidaba mucho que las líneas
básicas de conocimiento no se alterasen y se entendieran con total clari-
dad, no permitía turbulencias en lo fundamental. Sin embargo en contras-
te esta casa era una de las más ricas en movimiento social y en propuestas.
Se distinguía esta por la exactitud en los conceptos, pero en la parquedad
de detalles. El conocimiento transversal que aportaban sus escuelas no
oficiales, daban motivos de sobra para elucubrar sobre sus enseñanzas,
pues eran casi acertijos. Yo sostenía que las escuelas transversales, aquellas
sin un origen en la rama materna, eran tan necesarias como las originales.
Estas eran dogmáticas, de una sola dirección. Éramos iniciadas en ellas
desde nuestro nacimiento y constituían el núcleo de nuestro conocimien-
to. Su organización y dirección partían desde la misma presencia de nues-
tra madre. Las transversales, eran llamadas así, porque atravesaban el co-
35
David Moraza Los palacios de Kólob
36
Los palacios de Kólob
37
David Moraza Los palacios de Kólob
39
David Moraza Los palacios de Kólob
40
Los palacios de Kólob
41
David Moraza Los palacios de Kólob
- No
- Pues mira en eso coincidimos. Porque estar diez minutos es esta-
do psicótico y babeante en un aula de 40 alumnos mientras una chica pasa
el peor rato de los últimos cinco años, y señalándola en su primer día de
clase en un centro hasta ahora masculino, eso no es enamorarse ni enamo-
rarla, ni siquiera es elegante, eso es una mala jugada. Y estar casi cuatro
minutos observando una foto de dos fósiles tampoco es mirar es obser-
var. Así que si quieres solucionar esto por lo oficial, descuelgo el teléfono,
hablo con tus padres y ya sabes haloperidol en inyectables, para que no
sustituyas por harina o azúcar el interior de la cápsula o no vomites en el
lavabo. Si quieres por lo religioso te vas y buscas un cura al que le confie-
ses tus miedos. Y si quieres por lo amistoso me respondes la verdad. Y me
cuentas por qué observabas esa foto. Te aseguro que no soy tonto, que lo
seas tú o no, está por ver.
La contundencia que usaba, no ocultaba un interés personal en mi si-
tuación. O debería decir en mi caso, pues tenía la sensación de estar a
punto de convertirme en su caso. Pero no me estaba hablando como a un
enfermo. La impresión primera que tuve desapareció. Estaba siendo Don
Enrique el mismo de siempre y eso me dio confianza, pues ese aspecto
familiar de su persona me devolvía a cierta rutina en la entrevista.
- Observaba, que usted parece muy contento y mira hacia el hom-
bre mayor. Tiene su brazo por encima de su hombro. Pero el tiene la mi-
rada ausente, no muestra emoción alguna y parece que desea que el tiem-
po pase… – En ese momento tomé la revancha y quise devolverle el
guante, quería sinceridad, la iba a tener –… usted está casi girado hacia él,
le ofrece su mirada de afecto… – el tono de mi voz se iba alzando por
momentos –...pero él no la acepta, quiere acabar. Se hizo esa foto a peti-
ción suya, el no la deseaba. Usted quería su afecto, pero él nunca se lo
dio… parece un mendigo ¿por qué tiene esa foto ahí? Cualquiera puede
verlo, hombre.
Entonces ocurrió algo que yo no esperaba. Me sonrió. De manera
franca. Casi orgulloso. No se alteró. Se volvió en su sillón, me miró y si-
guió sonriendo. Algunos asesinos lo hacen también antes de acabar con
su víctima, sonríen mientras afilan su daga. Volvió a girarse hacia la ima-
gen colgada en la pared sin dejar de sonreír y se cruzó de brazos.
- Vaya, vaya con Belisario. Muy bien, muy bien. Supongo que el
año pasado, cuando seguías el tratamiento, no podrías haberlo visto tan
42
Los palacios de Kólob
43
David Moraza Los palacios de Kólob
44
Los palacios de Kólob
45
David Moraza Los palacios de Kólob
Capítulo 4
46
Los palacios de Kólob
48
Los palacios de Kólob
49
David Moraza Los palacios de Kólob
ella lo sabe.
Miguel me hacía reír con sus ocurrencias y a veces me dejaba
pensativo con sus comentarios. Le gustaba leer y eso se le notaba cuando
charlabas con él. Pero lo cierto es que su vida transcurría junto a sus vacas
y viceversa. Los acuerdos que hubiese entre ellos, no eran de conocimien-
to público.
- ¿Por qué ordeñas a algunas y a otras no?
- Porque no podría ordeñarlas a todas, estaría todo el día y no aca-
baría. Tu pregunta es por qué ordeño a ésta en concreto. Bueno simple-
mente por afecto, Mariola está mayor y pronto habrá que llevarla a sacrifi-
car, es una forma de despedida….Anda bebe un vaso, está caliente…
- Bueno una cosa es beber leche en casa, de un tetrabrik o viéndo-
la en el cazo y otra directamente de la vaca. Mi cara debió ser muy expre-
siva.
- Ja..ja…ja… – Miguel rio– Se os pone a todos la misma cara. Si
veis de dónde sale, entonces no bebéis. ¡Qué cosas!…Anda ponte aquí, te
enseñaré.
Miguel me hizo acariciar a Mariola y hablarle algunas palabras, no
muchas. Dijo que ella ya me conocía de las veces que había estado allí.
Que es posible que me dejara ordeñarla.
- Las vacas no dejan que cualquiera las ordeñe. Debes de acercarte
con cuidado al principio. Estimular las ubres durante un minuto o dos,
entonces ella se prepara para dar la leche.
Miguel me explicaba que los pezones tienen un grupo de músculos
llamados esfínter, que son como válvulas que dejan pasar o no la leche.
Las vacas deben ser ordeñadas con regularidad, de lo contario sufren do-
lores por la presión de la leche. Me contó que en Normandía, cuando se
produjo el desembarco, los soldados aliados que eran hijos de granjeros,
arriesgaban a veces su vida por ordeñar a vacas abandonadas, incapaces de
moverse a causa del dolor de las ubres llenas de leche. Se acercaban con
sus cascos y aliviaban su dolor a la vez que los traían llenos a sus asom-
brados compañeros.
- Eso sólo lo hace alguien que conoce a las vacas. Mira, hay que
vencer la fuerza de presión de los esfínteres para que salga la leche. El
ternero lo hace chupando, creando un vacio. Nosotros lo hacemos así
50
Los palacios de Kólob
51
David Moraza Los palacios de Kólob
52
Los palacios de Kólob
55
David Moraza Los palacios de Kólob
Capitulo 5
El linaje Jana
56
Los palacios de Kólob
57
David Moraza Los palacios de Kólob
mano “Vamos Kozi, voy a hablar con la madre para que vuelvas a entrar
otra vez, seguro que ya te das cuenta de la importancia” Esther siempre
más seria y formal se limitaba a mirarme con media sonrisa, una sonrisa
que me turbaba más que nada, ya que me hacía sentir un novato en todo.
Cuando Kokaubean salía en el horizonte las puntas de las tres terrazas
del palacio de Jana reflejaban destellos dorados. El palacio de Jana era
triangular, estando uno de los lados unido a la cúpula central y el vértice
opuesto hacia el exterior. Este palacio, especie de península por su tama-
ño, podría considerarse un accidente natural, si no fuese porque al obser-
var sus perfiles perfectos, su pulida superficie, sus miríadas de ventanales
de hermosa disposición, manifestasen que era obra de unas manos y por
seguro de una mente portentosa. Había tres plataformas superpuestas,
también de forma triangular, de mayor a menor tamaño. Cada vértice ter-
minaba en forma de cuerno dorado. De forma que el leve ascenso le con-
fería la forma de la proa de un barco. El espacio en esas terrazas eran
bosques con toda variedad de especies de plantas y aves, pájaros y criatu-
ras. Riachuelos diseñados de la forma más inteligente para conferir a todo
un aspecto intermedio entre lo natural y lo edificado. Edificios, sedes de
escuelas oficiales, pabellones de congresos y una variedad inmensa de es-
pacios pensados para la enseñanza y el coloquio.
Pero ¿cómo expresar lo que recuerdo para transmitir aunque sea un
reflejo pálido de la magnificencia de aquella estructura?
Al mirar de frente, bajo la perpendicular de la piedra angular en cualquiera
de los arcos, a este palacio resaltaban sus tres puntas doradas, superpues-
tas, como una constelación bajo Kokaubean, nuestro Sol. Las tres premi-
sas del linaje. Cada una de ellas, posición esperanza y enfoque, en forma
de cuerno simbolizaba el poder; su punta redondeada la bondad. Su incli-
nación hacia fuera del plano vertical transmitía una sensación de lugar in-
expugnable, sin embargo cada uno de ellos era el comienzo de un maravi-
lloso itinerario en las terrazas. Había un solo camino para acercarse a La
Casa Jana, mostrando que solo hay un camino para la verdad. En este ac-
ceso, a medida que alguien se acercaba a su puerta, las puntas de las pre-
misas se alineaban hasta fundirse en una sola. En esa conjunción, el fulgor
de Kokaubean destellaba en un solo punto. Y este punto brillante se si-
tuaba en perpendicular sobre cada piedra angular de los tres arcos sepa-
rados y en paralelo. Estos representaban las tres eras de las que se guardan
registros. En cada arco estaba escrito el nombre de cada habitante de Kó-
lob que había nacido en el linaje de Jana en esa era. Y sé que eso supone
60
Los palacios de Kólob
61
David Moraza Los palacios de Kólob
- No es por vosotros…
- Ya lo sabemos – comento jocosa Esther – somos de lo mejor,
nadie querría irse de una compañía como la nuestra, por eso no compren-
demos.
Sonreí al escucharla. Pero ella estaba molesta, aunque intentara ocul-
tarlo.
- Me gustaría deciros es por esto o por lo otro. Pero no sabría decir
bien por qué.
- Dinos, entonces, por qué a La Casa Silam. Quizás así puedas ex-
plicarnos mejor los motivos.
Por eso Varanto era el líder del grupo, por eso yo lo admiraba. Por su
claridad de pensamiento. Algo que yo no poseía; mi pensamiento era ven-
toso y cambiante. Turbulento y borrascoso. Me daba cuenta al conversar
con Varanto. El me revelaba sin saberlo el medio de conocerme a mí
mismo.
- Conocí a una mujer del linaje Silam, Corina se llama. Ella me ha
hablado del trabajo se su grupo. Están preparando un plan de comunidad
arbórea. Me ha atraído mucho lo que escuché. Deseo pertenecer a su gru-
po o más bien conocer lo que hacen.
- Ella te ha hablado – comentó Abiola tristemente – Con eso bas-
ta. No tienes que decir más.
Yo le estaba haciendo daño. Y ella no ocultaba su dolor. No para pre-
sionarme o para hacerme cambiar mi decisión. Ella era tan transparente,
que no podía defender ni sus más íntimos sentimientos. Y los presentaba
con tal inocencia que me hacían sentir cruel y despiadado. Morón se diri-
gió a mí adelantando su cuerpo y su brazo derecho como buen Formador.
Ese gesto profesional de Alterador, ensayado una y otra vez junto a Est-
her se habían tejido tan intrincadamente en su persona, que su ejecución
natural en una conversación hacía que cualquiera lo escuchara con gran
atención, pues se disponía a dar lo mejor de sí.
- Kozi, recuerda que las premisas en La Casa Silam son las mismas
que aquí. Creo que llevaras allí tus mismas preocupaciones o dudas.
- Dices bien Morón – respondí – las llevaré allí, porque no busco
respuestas a ellas. Creo que es una tormenta permanente en mi cabeza. Ya
os he explicado por qué deseo marchar. Sé que no encontraré a un grupo
mejor que vosotros ni a mejores amigos.
Esther me miro sin su sonrisa.
62
Los palacios de Kólob
- Ni a mejor madre.
Eso me hizo salir de mi actitud medrosa o suplicante. Yo no quería
ofender ni molestar. Pero eso no estaba dispuesto a soportarlo. Elevé mis
ojos y los mire directamente uno a uno.
- La madre Jana es mi madre. Soy de su linaje. Eso que os quede
claro. No es una renuncia a lo que soy. No busco una Casa, ya la tengo…
- ¿Entonces? – pregunto Esther –
Su pregunta era lógica, renunciaba a aquello que muchos miraban de
soslayo, trabajar en la gran ignición, era un sueño. El hecho de ocuparse
de la gran ignición, aun cuando fuese en modelos teóricos, hacía de catali-
zador de nuestro más profundo deseo. Ir a los lugares densos. Nuestro
trabajo en Jana estaba enfocado a la materia densa, en la que algún día
migraríamos y eso nos hacía estar en permanente contacto con maestros y
seres de mundos exteriores. Sus conocimientos y experiencia conseguían a
veces llevarnos a escenas fantásticas y depositaban en nuestras mentes
conocimientos secretos, que no podíamos compartir. Querer renunciar a
eso, podía considerarse un insulto entre mis compañeros, un desprecio.
Yo no sabía qué contestar, porque no tenía nada qué decir. No había cosa
más desconocida pará mí que yo mismo en ese momento. Yo mismo que-
daría asombrado si alguien tomase una decisión como esta con estas razo-
nes. Ante mi perplejidad Varanto tomo la iniciativa. Y en vez de hablar
propuso hacer.
- Bien amigo mío, siempre sospeche que te distes en la cabeza con
la ventana de la inteligencia. Nunca pensé que el golpe fuera tan serio…
Todos estallaron en risas. Incluso Abiola esbozó una sonrisa que lue-
go se amplió al ver a los demás. Varanto sabía cuando la situación no lle-
vaba a ningún sitio. Sabía cuándo el intento de batir no estaba encajado
del todo en las premisas. Se daba cuenta antes que nadie cuando el grupo
caía en la rutina y el esfuerzo no estaba sincronizado. A veces pensaba que
no pertenecía a nuestra era, que no había marchado con los de la tercera y
se había quedado a soportar a novatos como yo. Cómo podía alguien co-
mo yo estar en su grupo.
- Te diré lo que haremos – puso su mano en mi hombro y me miró
con seriedad – iremos esta tarde a hablar con Bujan. El verá el asunto y,
si lo estima conveniente, lo propondrá al guardián de la puerta. Si no, seré
yo mismo quien te dé en esa cabezota a ver si te arreglo de una vez. Pero
con una condición.
63
David Moraza Los palacios de Kólob
- ¿Una condición?
Yo estaba dispuesto a escribir por triplicado los nombres grabados de
un arco si me lo pedían. Era tal mi turbación, que esa sonrisa anterior fue
como un regalo. Éramos capaces de reírnos juntos después de hablar de
separarnos. Qué gran equipo qué grandes amigos. Yo empezaba a creer
casi con certeza que lo del golpe en la ventana no era una broma, que
realmente estaba trastornado.
- … la condición es que busques a alguien para que haga tu oficio y
que… bueno ya sabes… que no haya tenido accidentes en su infancia.
Una vez que le hayas enseñado, tu compromiso con nosotros estará aca-
bado.
- Sí, estoy de acuerdo, Varanto. Supongo que los demás también –
Vienzian hablaba directamente a Varanto de forma sutil le estaba diciendo
que el grupo debía opinar en esto – pero yo añadiría que Kozi debería
compartir con nosotros de vez en cuando sus experiencias y relatos… no
nos gustaría dejar de verte Kozi…
Esther algo incómoda por el cariz de los sentimientos que afloraban
en todos en ese momento tercio, esta vez con su media sonrisa. Y eso me
tranquilizó. Volvía a ser ella.
- Si Kozi, estoy de acuerdo, te has convertido en nuestro proyecto.
Queremos ver los resultados de este experimento. Eres todo un ejemplar.
- Creo que damos por hecho que las cosas irán como lo hablamos,
pero ni siquiera lo hemos propuesto a Bujan.
Comentó Abiola.
Buscar a alguien para ocupar mi puesto no era una condición, era
una formalidad para hacerme sentir cómodo. Sólo mencionar la posibili-
dad de entrar a formar parte de este grupo de la sección Bujan en la Es-
cuela de los Accesos supondría generar una nube de candidatos que me
cubriría constantemente. Así que la palabra era seleccionar no buscar.
Ese detalle por parte de Varanto me mostro cuan equivocado estaba
yo en relación a su actitud conmigo. Claramente yo no tenía la agudeza en
discernir a las personas que poseían él y otros como él. Esta decisión esta-
ba poniendo mi autoestima a niveles muy bajos. Dudaba de llegar hasta el
final en condiciones aceptables.
La vida en Kólob se organizaba en torno al conocimiento. El
punto central eran las zonas densas. Se llamaban de esta forma a la resi-
dencia de los linajes. Esa inmensa estrella de veinticuatro puntas, único
64
Los palacios de Kólob
65
David Moraza Los palacios de Kólob
66
Los palacios de Kólob
consumía la labor de las eras anteriores. Los tres arcos daban muestra de
ello.
Bujan empezó a hablar pausadamente.
- Kozam. Reconozco que tu petición me ha sorprendido y conse-
guir eso no es fácil, muchacho. Conozco a Varanto desde hace mucho,
antes que a ti. Su presencia aquí, contigo, me sorprende más aún. No es la
primera vez que se me requiere este sello para algún asunto en especial.
Son muchas las ocasiones en las que lo he rechazado porque la cuestión…
digamos que era baladí… en tu caso estar sorprendido es una de las con-
diciones para meditarlo. Pero… – Buján parecía haberlo meditado ya –
¡Por el oscuro! Eres un alterador de primer grado en el grupo de Varanto.
Hay que andar mucho camino para llegar hasta aquí. Y ¿quieres cambiar
eso para trabajar en Silam? con todo el respeto hacia nuestra madre Silam.
¿vas a crear plantas en vez de mundos donde estas habiten? ¿Qué buscas
en realidad?
Y esa pregunta me sumió en el vacío. No podía dar a Bujan la res-
puesta que di a mi grupo. Pero no sabía que decir. Pasaron los segundos
como rocas rodando por una leve pendiente. Varanto iba a intervenir,
pero Bujan alzó su mano prolongando un poco más mi confusión. Era
muy incómodo estar bloqueado ante mi jefe de sección, era como mostrar
mi incompetencia a esas alturas, una caída desde lo alto.
- Creo que sé lo que ocurre. Tú eres uno de esos.
Salí de inmediato de mi aturdimiento
- ¿Uno de esos? ¿a qué te refieres?
Hizo caso omiso de mi pregunta
- Veras, llevo mucho tiempo escuchando peticiones, he relevado a
muchos líderes de grupo por no diferencia una petición formal de un de-
seo espontáneo – miro de reojo a Varanto – sin embargo no tengo refe-
rencia en la escuela de los accesos de algo semejante. Así que, me haré a
un lado y te daré el sello de Jana. Con esto quedamos a evaluación por
parte del guardián de la puerta tanto Varanto como yo mismo. Así que te
ruego, que cuando te presentes ante él, lo hagas correctamente vestido y
preparado para sus preguntas. No será tan cordial como yo.
Imagino que mi sonrisa fue de lo más evidente.
- Te lo agradezco Bujan, no te defraudaré.
- No está eso en tu mano hacerlo o no – comento rápidamente –
sigues a tu naturaleza y con ella la de nuestra decisión.
67
David Moraza Los palacios de Kólob
68
Los palacios de Kólob
69
David Moraza Los palacios de Kólob
70
Los palacios de Kólob
algún día se durmiera, quizás ella me preguntara cómo sabía yo que eso
ocurriría. Y si no lo hacía yo estaría allí como un árbol o una flor. Sin mo-
verme, quieto. Ella ni lo notaría. Si venia por aquí el guardián de la puerta
me escondería. Yo sé hacerlo muy bien. Sería un jardinero de palabras o
historias. Sólo quería estar allí, solo para verla.
Nos miraba sonriente. Sus dientes asomaban como perlas, también
sus ojos sonreían.
- Se llama Oblishi. Es la columna de la reverencia. Le encanta que
se fijen en ella. Venid conmigo, os contaré su historia.
Nos extendió sus dos manos a Abiola y a mí. Podía tocarla. Cómo
podía ser eso.
Caminábamos con ella y yo me sentía a su lado un niño pequeño, consu-
miéndome de amor. Casi derretido por su sonrisa. Nos acercábamos a una
columnata rematada de flores cantoras de voces suaves y aflautadas. Sus
colores se abrillantaban a nuestro paso y celebraban nuestro honor de
estar caminando junto a ella. El agua que fluía como lluvia fina a través de
las flores estaba completamente viva y transmitía colores y perfumes co-
mo lluvia fina. No podía enfocar muchas cosas a la vez pues tan solo la
contemplación de este pequeño detalle de la escena saturó totalmente mi
capacidad de entendimiento.
- Cuando Oblishi no tenía nombre, dormía en las montañas de Kó-
lob. Yo soy Jana y pedí a El Gran Gnolaum un lugar agradable y bello
donde pasear con mis hijos. El como buen esposo, quiso agradarme con
suntuosos estanques y jardines y los veis aquí. Le pedí un pórtico de co-
lumnas para descansar de la luz de Kokaubean. Ellas dormían en las mon-
tañas y a una palabra suya fueron despertando de una en una. Todas ellas
ocuparon su lugar, tan felices de estar aquí y eran muy obedientes. Todas
menos Oblishi.
- Madre ¿por qué no quería venir a este lugar Oblishi?
Abiola preguntaba sin temor estaba encantada, parecía no entender
con quien estaba hablando. Entonces Jana rio y en ese momento todo se
silencio, el riachuelo, las flores cantoras y el tiempo. Tal era su risa que
todo se detenía para escucharla.
- Oblishi esperaba allí en las montañas porque no sabía su nom-
bre…
Al decir esto se paro y miro a Abiola con una sonrisa divertida y a la
vez asegurándose que entendía. Lo hacía con mucha amabilidad y era muy
72
Los palacios de Kólob
difícil creer que ella era una Reina que ejercía dominio en muchos mun-
dos. Un ser a quien se rendía obediencia por puro amor, sin compulsión.
¿Quién podría decir no a alguien así? Pensaba yo. Ella no necesitaba ser
amable, pero lo era de forma indescriptible.
- … cuando fue llamada le pareció tan hermoso su nombre que
pensó que ella no podía ser. Y quedo esperando sin saber qué hacer. Fue
el Gran Gnolaum, quien a petición mía, mando a su mensajero de más
confianza, para hacerle saber de nuestra espera. Nos conmovió tanto su
humildad que le dimos el sitio de la entrada al jardín. De esa forma ella
disfruta de la primera mirada y comunica al visitante que la reverencia en
este lugar, es lo que se espera.
Yo no podría quedarme para contar historias, no podía imaginar ninguna
como esa. Además, hasta las columnas de piedra las tenían, porque allí
todo estaba vivo y mi ingenio solo podría dar, con dificultad, color a una
sola flor al día. Había olvidado el motivo de mi visita, La Casa de Silam,
Corina, mis dudas… todo había desaparecido. Solo sabía que quería que-
darme allí, junto a Oblishi. ¡Qué afortunada era al ser de piedra! No podía
articular mis pensamientos con claridad, estaba tan saturado de su presen-
cia que solo podía admirarla.
Entonces Abiola, como una pequeña neófita preguntaba sin temor.
- Madre Jana ¿por qué quiere irse Kozi?
Debió ofenderme esta pregunta de Abiola, esa intrusión. Pero no en
ese lugar, allí era imposible. La hizo con tal inocencia y cariño, que me
partió de nuevo el alma. Desee abrazarla y decirle que no me iba, que me
iba a convertir en jardinero, aprendería a ser el mejor.
Nuestra madre miro a Abiola con tal dulzura, que no creía posible que
los rasgos de un rostro pudieran transmitir tal cosa. ¿Acaso ella ya sabía lo
que yo iba a pedir? Si lo sabía ¿Por qué no se enfadaba como Bujan?
- Venid
Nos llevó al riachuelo. ¿Cómo podía sentir yo celos de un riachuelo?
A un gesto de su mano, sus aguas lentas empezaron a correr y a borbo-
tear, salpicando sus orillas. Se le notaba orgulloso de hacerlo tan bien, de
servir. En realidad lo hacía bastante bien. Me di cuenta que yo no podría
sustituirlo con mis baldes de agua. Mis posibilidades se agotaban.
- Mirad esas gotitas que escapan de la corriente. ¿las veis? – noso-
tros asentimos en silencio – Ellas son las más valientes. Salen de donde
otras se sienten seguras y saltan a un destino incierto. Pero fijaos, las flores
73
David Moraza Los palacios de Kólob
de alrededor beben de ellas. Esas gotas son muy valientes. Viajan a lugares
lejanos para refrescar con su agua.
Nuestro Kozi es una de ellas.
Entonces lloré. No sabía que podía hacerlo. Era una habilidad que te-
nía escondida y no lo sabía. Yo era una de esas gotas. Ella me lo decía y yo
lloraba. Porque el ser más increíble que podía imaginar, sabía mi nombre
familiar, Kozi. Porque me contó la historia de Oblishi, porque me decía
que era valiente. Porque era mi madre y me cogió de la mano en el jardín
más hermoso que se pueda concebir.
- Pero, yo ya no quiero irme. Quiero estar aquí siempre a tu lado…
quiero…
Iba decir cuidar tus jardines. Pero ya me di cuenta antes que allí todos
obedecían con pasión.
- Kozi y tu también Abiola. Mirad la luz de Kokaubean. Decidme
¿qué os parece?
Podíamos mirar directamente, sin ningún problema. La luz de Ko-
kaubean tenía un matiz azulado. Era una estrella joven, impetuosa y su
tiempo estaba ligado a Kólob. La creación de las estrellas era algo que iba
a echar de menos. Aún cuando yo no intervenía directamente, me apasio-
naba hablar con Telim. El estaba en una sección que encajaba en este ofi-
cio.
- Es brillante y azulada – respondí yo.
- Muy bien Kozi, pocos ven ese tono azul escondido en su brillo.
Eres buen observador.
A partir de este momento yo me esforzaría en ser el mejor observador
de todo Kólob. Quizás podría quedarme en ese jardín como observador.
Yo contestaría a todas sus preguntas.
- ¿Qué veis más?
- Nada más – respondió Abiola –
Ella se puso a nuestra espalda con cuidado, parecía no querer asustar
a alguna criatura. Colocó una mano sobre mi hombro y la otra sobre el de
Abiola. Entonces nos susurró al oído, como si no quisiera molestar en
nuestra observación.
- Cuando se mira a una estrella todo lo demás desaparece. No po-
demos ver nada más. El día que nació Kokaubean, Kólob había estado
casi a oscuras, solo con la luz de las estrellas, durante mucho tiempo, es-
perando luz y calor. Sus montañas estaban vacías, su agua escondida, sus
74
Los palacios de Kólob
75
David Moraza Los palacios de Kólob
ria de esa flor y estaría tan orgullosa de mí como del riachuelo o de Oblis-
hi.
- Si Madre Jana, ¿de qué color la quieres?
Los tres nos reímos ante mi respuesta. Yo no era capaz de construir
un pensamiento más elaborado que ese.
- ¿Podré yo algún día tener tantas historias como tú para contar?
Abiola preguntó con tal confianza, que me asombró. Yo no podía
hacerlo así. Creo que Oblishi, la columna de la reverencia me había afec-
tado de lleno.
Mi madre Jana, giro su cuello con gracia y su trenza de pelo negro y
brillante se posó en su hombro derecho. Sonrió a Abiola y a mí entornan-
do sus hermosos ojos almendrados, con una mirada traviesa, dejándolos
en una línea a través de la cual se veía su pupila brillante como un amane-
cer.
Nos extendió de nuevo las manos y se dirigió a nosotros
- Venid, os voy a dar vuestra primera historia. Vamos a visitar a
El Gran Gnolaum, vuestro Padre.
Nunca he podido rescatar recuerdos de la casa del Gran Gnolaum. Mi
memoria siempre se quedo ahí, caminando de su mano en esa columnata
indescriptible. Nunca he podido llegar más allá y a veces quedo esperando
a que algo surja en mi mente y me lleve más lejos de ese patio. Pero siem-
pre de su mano.
Ahora este recuerdo me hace daño. Si, daño porque no sé por qué los
tengo. Cuando vienen a mi memoria, el mundo que me rodea se hace os-
curo y silencioso. Me gustaría volver allí, pero no sé cómo. Anhelo de
nuevo ser una piedra de ese jardín, estar escondido en un rincón solo para
aspirar el liviano aire de Kólob para ver a mi madre Jana andar graciosa-
mente por el pavimento dorado. Para escuchar una historia más. Para lle-
varle una flor prestada, pues aquí no sé hacer nada de valor.
Las amapolas me rodeaban de nuevo. Y el rio seguía su camino hacia
mi izquierda. No veía la torre de la Universidad, pues estaba a mi espalda.
El Sol ya levantaba un palmo del horizonte.
Fue muy difícil volver a levantarme y aceptar los esbozos de mi vida,
que se iban dibujando ante mí. Mis recuerdos eran cada vez más vívidos y
reales, pero me planteaban una cuestión. ¿Qué significaban? ¿Por qué los
tenía? Además de su riqueza y belleza, ellos me producían un dolor com-
parativo con mi vida real. ¿Qué sentido tenía vivir exiliado en una realidad
76
Los palacios de Kólob
oscura?
No tenía ningún aliciente para caminar hasta el Instituto. No había nada
que me compensara de alguna forma. Solo alguien, en quien encontraba
un reflejo de mis recuerdos. Pero ese alguien, Corina, a estas horas debería
tener miedo de encontrarme. Me vería como una muestra de su mala suer-
te en esa nueva etapa de su vida. Fue por ella por quien abandone La Casa
Jana, ahora soy yo quien debe hacerle detestar el lugar donde su juventud
debería mostrarse con confianza y no con recelo de una nueva escena con
un demente.
Lo único que podía hacer era intentar controlar esos accesos, no hacer
daño a nadie. La posibilidad que me planteo Don Enrique se presentaba
como la única. Y sin mucho entusiasmo me dispuse a obtenerla.
77
David Moraza Los palacios de Kólob
Capitulo 6
78
Los palacios de Kólob
79
David Moraza Los palacios de Kólob
Su pelo era negro como el de mi madre Jana. Su pelo era rizado, como las
ondas que producía al tirar piedras al rio desde el puente. Caían hasta sus
hombros y yo con ellas.
So… Maite le preguntó qué representaba el personaje Alonso Quijano
en la novela de Cervantes. No sé su respuesta, porque solo escuché su
voz, yo inspiraba su voz con So… y la devolvía sin aliento con
Ham…toda su voz se quedaba en mi interior, grabada en las cornisas de
mi particular Partenón ¡Por Dios!, debería acostumbrarme a esa voz rápi-
damente.
So… Su voz era la vívida prueba de Corina. Me toco el alma como si
fuera yo un diapasón. Vibré de forma perfecta y por un momento, por un
instante, pude atisbar una unión perfecta entre mis recuerdos y la realidad
de ese momento. Por un segundo entendí que no había dos mundos sino
uno sólo. Que solo de memoria se componía ese muro divisor en mi men-
te. Ham… En ese segundo mis recuerdos pasaron como un torbellino y
supe que Corina, la mujer de la Casa de Silam, de la escuela de los encajes,
grupo de Misón, cuya voz me encantaba como a una serpiente, por cuya
compañía renuncié a mi escuela y llegue hasta la misma Jana, estaba allí a
cuatro metros a cuatro pasos.
Miré al frente, no podía perder el control, intenté concentrarme en la cla-
se. Estaba emocionado del hallazgo, pasé mi mano por mi cabeza como
queriendo calmar todo esto.
Pero Maite estaba demasiado pendiente de mí.
- Si, Belisario, ibas a decir algo.
Pero bueno, cómo me preguntaba esta tía, acaso no le habían avisado
de que yo era inflamable. O... no sabía… nada y yo lo daba por supuesto.
Todos se giraron hacía mí, excepto Alicia, era la única persona que me
ignoraba en ese momento. Ahora podían mirarme sin excusa. Alguna risa,
murmuraciones. Alicia miraba al frente.
Bien, la bandera de memo, ¿Dónde la puse? Vale ya la buscaría. Ahora
tenía que decir algo, pero no estaba dispuesto a babear. Era una oportuni-
dad para un Ruiz de salir un poco del atasco.
- Silencio, por favor – tercio Maite–
Las risas, las murmuraciones ascendían. Bueno ya estaba todo desata-
do y creo que Maite no sabía nada del día anterior.
- ¡Silencio!, no lo repito más
- Creo que Cervantes…
81
David Moraza Los palacios de Kólob
83
David Moraza Los palacios de Kólob
sin alguien diferente como él no hay historia. Pues Sancho Panza hay mu-
chos. Pero Alonso Quijano solo uno en todo el relato.
- Claro – respondió al instante con sus típicos reflejos Molina – sin
un chalado la cordura pasa desapercibida
Esta vez sí. Tocado. Las risas fueron generales. Todo el mundo lo
captó. Todos me miraban a mí. Me lo merecía. Mi bandera de pirado no
me permitía adoptar el papel de sabio, de listillo, de empollón de enterado.
Ya tenía un rol asignado, iba a ser difícil cambiarlo. Cualquiera de ellos
por torpe que fuera sería capaz de juntar cuatro ocurrencias para hacer
reír al más tonto de la clase a mi costa.
- Silencio – Maite no sabía nada, estaba claro – Silencio a qué viene
tanta risa.
Al menos no empecé a sonreír como el otro día. Me la habían
clavado y no iba a decir “vaya que gracia tiene, pero no duele, es solo
broma” Así que taponé la herida lo mejor que supe y miré al encerado,
negro como el momento presente. A mi izquierda Alicia, al menos no se
reía, Su apostura era elegante, en el mar agitado que la rodeaba, con Maite
resignada a esperar la calma, ella impávida, no se contagiaba de la algara-
bía.
Estéticamente era bella en su actitud. Independiente de la escena y sus
causas, era hermoso mirarla, diría que si ella fuese un cuadro su título seria
“la dignidad” o “la renuncia”. Así que en esa misma línea los dos compar-
tíamos en ese momento, al menos, la misma compostura y pose. Aunque
había un detalle más, que luego me inquietó. Molina se dio cuenta en una
mirada rápida. El oteaba su público cada vez que deseaba evaluar el efecto
de sus palabras. Era todo un líder y como tal necesitaba saber las corrien-
tes que recorrían sus dominios. Siempre sentado junto a una pared lateral
de la clase. Esto, le daba, un ángulo de ciento ochenta grados, desde el que
oteaba las diversas especies que componían ese mundo en miniatura, que
era el aula M. Yo no encontraba un valor práctico en ello, pues el benefi-
cio de tal proceder solo podía pertenecer al de un cachorro que afila sus
garras o perfecciona su olfato para el futuro. Estaba ante una persona pú-
blica en embrión.
El detecto un hilo de araña entre Alicia y yo antes de que cada uno
viese o imaginase nada.
Maite se cruzó de brazos ante todos y miró a Molina. Este volvió a
sentarse mirando al frente, dejó de reír, con lo que indicó al auditorio que
84
Los palacios de Kólob
85
David Moraza Los palacios de Kólob
86
Los palacios de Kólob
88
Los palacios de Kólob
89
David Moraza Los palacios de Kólob
tienes tiempo.
Don Enrique, era un perro viejo, mis condiciones no iban a torcer su
experiencia profesional, pero yo no podía establecer una relación de con-
fianza con un director. El iba a renunciar tan fácilmente a tener el con-
trol.
Pasé 10 minutos narrando mi recuerdo con Corina junto a Tuki.
Me preguntaba una y otra vez por detalles. Me sugería recuerdos que yo
no había mencionado por si los incluía en el relato. Mientras hablaba to-
maba notas. Me interrumpía y me hacía volver al inicio y repetir algunas
escenas, volviendo a describirlas. Me hacia continuar de nuevo y vuelta a
empezar.
Tuve que llenarme de paciencia, porque sabía que estaba haciendo “su
trabajo”.
Una vez que concluí. Permanecí en silencio esperando que me hiciera al-
gún comentario sobre la historia. Algo como “Uf nunca escuché algo pa-
recido”, pero pensé que alguien como él debería haber escuchado cosas de
todo calado.
Se recostó en su sillón y desvió la mirada hacia la pared.
- Esa foto llama la atención ¿verdad? A ti te la llamó desde un pri-
mer momento
- Bueno Don… Enrique – él se rio. Creo que por primera vez des-
de que lo conocí – la verdad es que la imagen canta por sí misma.
- Don José Manuel del Monte, era salesiano también. Yo, como te
dije era su pupilo. Su alumno aventajado, iba a promocionarme en el de-
partamento de psicología en Madrid. Me estaba ayudando en mi tesis. No
tenía hijos, pero yo era como si lo fuera. Sin embargo siempre hubo algo
en su planteamiento de la psicología moderna que no me terminaba de
encajar.
La Iglesia quería también ser luz en la razón, adoptando los métodos cien-
tíficos en el estudio de la mente no del alma. Esa palabra estaba desecha-
da. Sin embargo Jung decía que todo problema psicológico era en última
instancia un asunto religioso. La psicología quiere salvar al hombre en los
síntomas, pero sin el alma, no creemos en ella. Yo pensaba que la psicolo-
gía y la espiritualidad debían ir unidas, porque esta es una cualidad del al-
ma.
Si Santa Teresa hubiese caído en nuestras manos, le hubiéramos prepara-
do un estupendo tratamiento a base de clorprozamina. Yo le decía a Juan
90
Los palacios de Kólob
Manuel que la psicología no debería ser una ciencia sino una manera de
relatar al hombre. De contarlo. Y que estaba harto de mendigar la aproba-
ción de nuestras conclusiones como científicas. Al final me sinceré con él
y eso nos enfrentó, pero no acabó nuestra relación.
Le dije que el tono salvador que nos arrogábamos al dictaminar sobre los
sufrimientos de nuestros pacientes, no se basaba en la verdad sino en
nuestra obcecación en aplicar el método científico en el estudio del dolor
humano. Que deberíamos buscar el alma detrás de los síntomas, que estos
hablaban del descuido y el olvido que hacíamos de ella. Aún con estas
ideas, me soportaba, lo consideraba fruto de la juventud académica y que
con el tiempo pasarían a ser recuerdos. Hasta que conocí en una confe-
rencia a Stanislav Grof, uno de los fundadores de la psicología transper-
sonal.
Hizo una pausa y me sentí obligado a hacerle la pregunta. Porque
pensé que ese momento iba a ser el decisivo para entender la ruptura con
su profesor.
- ¿Qué es la psicología transpersonal?
- Es alguien que se coló en la fiesta y que nadie invitó. En los años
sesenta un grupo de psicólogos y psiquiatras crearon una rama de la psico-
logía que trataba fenómenos de la psique que hasta entonces eran inter-
pretados como enfermedades o anomalías del comportamiento. Algunas
de ellas son experiencia cumbres, místicas, metafísicas… ya sabes como
Santa Teresa o San Juan de la Cruz. Maslow, uno de sus fundadores la
consideró el cuarto poder. Primero estaba el conductismo, luego el psi-
coanálisis. En estas dos fui formado y descollé. Eran las oficiales, las co-
múnmente aceptadas pues aspiran a ser ciencias naturales. Obsesionadas
por una poltrona en la ciencia. La psicología humanista y la transpersonal
entienden al ser humano como algo más global y trascendente. Es un in-
tento de encontrar su alma y atenderla.
Bueno cuando, después de conocer a Groff, comuniqué a José Manuel
mis intenciones, adopto la actitud que encuentras en esa imagen. Yo le
decepcioné totalmente. Esas fueron sus palabras “has sido una decepción
total” Me desheredó y me expulso de sus planes. En aquellos tiempos,
escogí mi ostracismo más bien que aceptar un futuro brillante pero vacío
de contenido.
Siempre quise que me admirase, que estuviese orgulloso de mí. No conocí
a mi padre, murió antes de nacer. Pero creo que todos necesitamos que
91
David Moraza Los palacios de Kólob
92
Los palacios de Kólob
93
David Moraza Los palacios de Kólob
94
Los palacios de Kólob
Capitulo 7
95
David Moraza Los palacios de Kólob
dificaba mis sentidos y mis pensamientos. Igual que la luz resaltaba los
colores o el aire húmedo de una tormenta nos permitía escuchar más le-
jos. De la misma forma que una masa en el espacio atrae a cualquier obje-
to en su cercanía. Mis sentimientos estaban muy alborotados, muchas im-
presiones en tan poco tiempo no ayudaban a aclarar las cosas.
Sin embargo tenía que aceptar que ella no necesitaba hablar conmigo.
Tampoco me miraba. Yo podría no haber nacido y su vida sería igual. Eso
me golpeaba en el estómago de forma dolorosa. Yo sentía que no era jus-
to. Pero no caí en la trampa de sentirme con derecho a algo, yo no soy tan
tonto. Ella simplemente no sabía, porque no recordaba y yo no podía
conseguir que lo hiciera.
Nunca había estado en la posición de poder decir tantas cosas a al-
guien y sin embargo no poder ni decir hola. Esa diferencia de potencial en
la comunicación me creaba una tensión muy grande. Deseaba tener una
ocasión para poder al menos presentarme. “Hola, soy Belisario, el pirado
de la clase. El que te llamó Corina manteniendo una mirada vidriosa y
babeando cerca de ti. Me gustaría conocerte” Dios mío, era patético, si me
pusiera en su lugar, pediría una orden de alejamiento.
Sin embargo, a veces, solo a veces ocurren cosas inexplicables. Al no creer
en las coincidencias, creo que los milagros es lo que más se acerca.
Cerca de mi barrio, hay un parque llamado Amate. Era sábado por la
mañana. Mi plan era correr una hora en el parque y después ir a Los Paja-
ritos para comer todos con mis abuelos. Después volveríamos todos a
casa.
Me gustaba más la carretera solitaria de costumbre, pero al menos entre-
naría ese día. En el parque había, todavía está, un bar donde nos gustaban
las aceitunas rellenas y los camarones. Se me hacía la boca agua cuando
pasaba en las cercanías.
Había un pequeño anfiteatro, observé mientras corría a un joven con
síndrome de Down. Estaba situado en el centro y cantaba gesticulando
como si estuviese en un recital. Se le veía feliz y satisfecho con lo que ha-
cía. Estaba en su lugar en el mundo ese día. Él lo había escogido, yo pensé
en ese momento que ese joven estaba dando lo mejor de sí al mundo. Se
esforzaba bastante en hacerlo lo mejor que sabía, giraba sus brazos, par-
tiendo de su pecho, como entregando oleadas de palabras. Pensé que en el
logro interior bruto de la humanidad en ese momento, ese joven había
aportado creatividad y talento. Que debería anotarse como una entrada en
caja. En el mundo que el observaba, él era un artista.
97
David Moraza Los palacios de Kólob
Porque esa mañana iba a morir. Pero no lo haría como un hombre sino
como un pez sin pulmones. Los pulmones los arrojé hacia dos minutos.
Tenía que concentrarme, ya me había pasado esto otras veces. Sabía qué
tenía que hacer. Debería de visualizar el recorrido que quedaba por hacer,
después sentir las fuerzas de las que disponía y establecer una tregua con
mi cuerpo, llegar a un acuerdo. Mentalizarme del esfuerzo pendiente. La
mayoría de las veces este método hacía que el ritmo se adaptara automáti-
camente.
El problema era que no sabía cuando ella iba a parar y no daba muestras
de cansancio. Ni siquiera la escuchaba respirar.
Nunca me sentí tan mal. Estaba al borde del síncope. Mi corazón empezó
a latir muy rápido. Sabía que tenía que parar. Iba a vomitar. Solo faltaba
eso. Pero no quería perderla de nuevo. Ella se iba sin mirar atrás, cin-
co...seis…siete metros. No iba a dejar escapar esta oportunidad. Lo pru-
dente hubiera sido retirarse a un seto de plantas cercano y morir como
sólo un pez sabe hacerlo. Pero qué es la prudencia ante una visión como
la que yo tenía en ese momento. Su coleta oscilando como el bambú del
rio, cuando sopla el viento de poniente. Eso o la muerte.
- ¡Alicia!
Jadee. No sé cómo salió eso de mi garganta. Pero sé que no iba a
salir una segunda vez. Era la última bocanada que iba a ofrecer al mundo
por ahora, mi última actuación. Necesitaba las demás para mí solo, para
poder vivir un rato más. Milagrosamente y ya iban dos milagros ese día.
Ella me escuchó y se giró. Lo que sucediera a continuación, yo sabía que
era crucial, sin embargo no estaba en las mejores condiciones. La primera
vez que me dirigí a ella babeaba como un idiota y ahora jadeaba como un
moribundo. Todo un record para un mismo tío.
Su mirada fue de sorpresa, y eso era bueno, ya que no era de pánico. Se
dirigió hacia mí. Estábamos… a ver… a unos siete metros. Pensé que al-
guien que entrena de esa forma, deja de hacerlo, como ella en ese momen-
to, por dos razones. Una porque le interesa algo que llama mucho su aten-
ción o dos, porque hay un moribundo que necesita atención urgente.
Pensé que con toda seguridad era la dos.
- ¿Te encuentras bien?
Qué buena persona era Alicia. Se interesaba por mí. Claro que mi
aspecto, debería de disparar automáticamente esa pregunta hasta en Alíen,
que bajase desde la nave Nostromo, una vez liquidada media tripulación.
99
David Moraza Los palacios de Kólob
Intenté contestar lo mejor que pude, pero al final lo hice en piloto auto-
mático.
- ¿Cómo puede correr una chica de esta forma?
Bien, la cagaste. Machista a tope. Ahora ella me contestaría “Qué les
pasa a las chicas, que no pueden correr. Claro somos recolectoras, no ca-
zadoras” Pero para mi sorpresa, empezó a reír.
Por la gran Galaxia. Estaba riendo delante de mí. Había conseguido que se
riera. No podía creerlo. Yo era un pedazo de payaso, el mejor del mundo.
Porque ella se reía en vez de gritar de pasmo, en vez de buscar a la policía.
Empecé a reírme también, más de nerviosismo que de alegría. Pero dejé
de hacerlo, me costaba recuperar y ella se dio cuenta.
- Creo que has forzado demasiado. Ven vamos a la fuente. Échate
agua por la nuca y las muñecas.
Me acompaño. Me temblaban las rodillas. Yo estaba congestionado y
sudaba profusamente.
- Que sudes es buena señal. El cuerpo responde. Agáchate.
Iba a ayudarme, era más de lo que esperaba. No me sentía humillado,
me sentía tocado esa mañana por la fortuna. Cogió agua con sus manos y
me la echó en el cuello varias veces. Después me mojé las muñecas. Poco
a poco volvía a la normalidad. Pero estaría dispuesto a intentarlo el pró-
ximo día con tal de estar esos momentos con ella.
- Tú eras al que pase hace un rato ¿desde cuándo estás corriendo?
- Hace seis o siete meses. – me costaba hablar –
- No deberías forzar tanto, esto cuesta tiempo. Puedes hacerte da-
ño si te obligas demasiado.
- Veras hoy te vi correr y quise aprovechar la oportunidad para de-
cirte algo. Alicia, he buscado durante estos días la manera de disculparme
por lo que pasó el primer día de clase… ya sabes. Siento mucho lo que
paso y… espero no haberte molestado de nuevo.
- Ella se quedó pensativa un momento y yo juraría que sus párpa-
dos inferiores se elevaron, aunque no llegó a sonreír. Aproveché el vacio y
continué
- Perdona, estabas entrenando, siento haberte interrumpido. No
quiero hacerte perder más tiempo. – Bueno reconozco que hasta para mí
ese comentario que hice fue bastante educado –
Ella, miraba alternativamente hacia mí y hacia los lados. Yo no sabía
100
Los palacios de Kólob
qué quería decir eso. Trataba de decir algo o de escoger por donde iba a
salir corriendo de nuevo.
- Qué te pasó ese día. Es una especie de ataque o algo así.
No lo esperaba, pero era previsible. Solo pensando en tonterías en vez
de preparar una respuesta para una pregunta totalmente predecible. Sin
embargo había ya algunas cosas claras en mi mente que no iba a esconder.
- No. No padezco ninguna enfermedad. Aunque lo parezca. Veras,
a veces recuerdo cosas de forma muy viva y eso me hace perder la aten-
ción de lo que ocurre alrededor.
- Pues me prestaste mucha, diría yo. Oye, ¿por qué me llamabas
Corina?
No se cortaba un pelo. Sin embargo no parecía enfadada. Su forma de
hablar era clara y directa. Alguien así me obligaba a pensar con claridad y
en términos reales. Ella tenía delante un caso opuesto a su naturaleza.
Ahora yo tenía una pregunta a la que no podía contestar de forma sincera,
pero que no iba a formularse otra vez posiblemente.
- Veras Alicia. Para contestar a esa pregunta, tendrías que conocer
más sobre mí, porque Corina es alguien importante en una historia que
también lo es.
- Entonces – continuo ella – ese día estabas recordando algo so-
bre esa chica y ¿me confundiste con ella?
- Si, algo así.
- Ya, pero no totalmente así.
Me estaba acorralando. No pensé que fuera tan contundente. Si trata-
ba los temas como corría, iba a ser difícil salir de esa situación dignamen-
te.
- Dime una cosa Alicia, nos conocemos de hace unos días y mi
primera presentación no ha podido ser peor. Me presento por segunda
vez hecho un pingajo, me arriesgo a morir esta tarde para disculparme. –
de nuevo se ríe, estoy de suerte – ¿qué piensas de mí?... bueno mejor no
me lo digas.
Ella pensó un momento con las manos en las caderas. Era absoluta-
mente encantadora. Mi vida se estaba complicando por momentos.
- Me gustó tu comentario sobre Cervantes. Veras no esperaba que
fueras a asistir a clase después de lo que ocurrió. Cualquiera se hubiera
derrumbado o arrinconado. Pero cuando te escuché exponer tus ideas
sobre El Quijote me confundiste. Bueno ¿lo que tienes es una enfermedad
101
David Moraza Los palacios de Kólob
o algo así?
Ella me halagaba, me mostraba confianza para que le contara la ver-
dad. Un pequeño halago para estimular mi sinceridad. Yo no podía razo-
nar, porque estaba a un metro de ella y en esa cercanía, dentro de su cam-
po de influencia, todo razonamiento era vano.
- No es una enfermedad. Y ahora te voy a decir la verdad cinco
minutos después de hablar contigo por primera vez. Y me arriesgo a que
me des la espalda y no vuelvas a dirigirme la palabra. Pero creo que si no
lo hago harás lo mismo. Tengo recuerdos muy vivos de escenas de otro
lugar. Corina es una persona de ese lugar. Cuando te vi en la clase te re-
cordé en ese sitio pero con el nombre de Corina. Estoy trabajando en
controlar esos recuerdos y en no provocar más escenas desagradables. Es
por eso que me quería disculpar contigo.
La fuente estaba a nuestro lado. Empecé a beber con ansiedad. Ella
callaba y miraba a la explanada de césped. Me inundo una gran tranquili-
dad, no por estar seguro de haber hecho lo correcto. Si no por haberlo
hecho. Ya las cartas estaban echadas y una especie de indiferencia me
acompañaba. No había visto nunca ni en película que alguien se sincerara
tan rápido con otra persona, sino después de algún tiempo. Yo no tenía la
más mínima noción de la defensa propia. Podrían partirme la cara veinte
veces que mi actitud a la mañana siguiente sería de la misma despreocupa-
ción. Sabía que no podría dedicarme a los negocios, alguien como yo, sin
noción de qué se debe decir y cuando estaba destinado a ser un empleado
por cuenta ajena.
Presentía que de un momento a otro Alicia iba a mencionar la reencarna-
ción…
- ¿Quieres decir que te acuerdas de mí, pero en otro lugar donde
me vistes? Algo así como un deja vu. Lo que no entiendo es que me lla-
mase Corina. No tiene sentido.
- Bueno estoy intentado encontrarle sentido yo también.
Quería contarle todo, pero sabía que se asustaría como una mariposa.
Demasiado para un día. Creo que había despertado su curiosidad, pero no
quería agobiarla con más detalles. Presentía que eso podía hacerle daño, la
había implicado en mi situación a los diez minutos de conocerla. Pensé
que estaba invadiendo su vida de forma brusca. Me pregunté a mí mismo
si tenía derecho a involucrarla en esta historia. Sin embargo Alicia demos-
traba una seguridad en sí misma fuera de lo común. Era difícil creer que
102
Los palacios de Kólob
una chica se acercara a alguien como yo, alguien imprevisible que había
actuado como un demente hacía solo unos días. Y que eso no le impidiera
establecer una charla de lo más natural conmigo.
Intente cambiar de conversación, me daba cuenta que de seguir
hablando sobre este asunto terminaría contándole todo.
- Alicia, antes de irte me gustaría hacerte una pregunta. ¿te gustan
las plantas?
Esta vez no miró a los lados, sino me miró fijamente. Sin dejar de
sonreír.
- Bueno, supongo que a todos nos gustan. Todos nos rodeamos de
ellas, forman parte nuestra.
- Supongo que sí – contesté yo – pero, ¿a ti te atraen de manera es-
pecial?
- ¿Esto es un juego de adivinanzas?
Noté que empezaba a surgir cierta tensión de su parte. Pero no pude
evitar hacer una pregunta más. Esta vez sin dar por sentada la res-
puesta.
- Dime una cosa. ¿Te gustan los árboles?
- Mira esa pregunta es infantil. A todos nos gustan los árboles, si
quieres poner una consulta de tarot, puedes contratar un 908.
Estaba un poco enfadada, pero yo sabía que estaba llegando a un
lugar especial de su interior y a pesar del miedo que sentía a perderla, tuve
que decirlo, por eso nunca seré un hombre de negocios sino de tareas, de
traspiés.
- ¿Te gustan los álamos?
- Bueno Belisario. Me tengo que ir. Estoy enfriándome y tu deberí-
as de abrigarte has perdido mucha agua. Nos veremos en clase.
No iba a pedir perdón otra vez, sonaría pesado. Pero, me di cuenta que
era celosa de su intimidad, sin embargo no había dudado en preguntarme
con contundencia sobre temas que eran difíciles para mí. Esa protección
sobre cosas tan sencillas me dejó confuso y buscando en mi mente en qué
le ofendí.
Repasé vez tras vez nuestro encuentro como Mariola rumiaba el
pasto. No conseguía entender por qué se mostró tan suspicaz por tres
preguntas tan sencillas y llegue a tres conclusiones.
La primera, ella reconoció mi acierto al suponer las respuestas y se pre-
guntaría a qué venía eso ¿me quiere impresionar sin hablar del Quijote?
103
David Moraza Los palacios de Kólob
La segunda, el cambio de tema tan abrupto que hice solo podía obedecer a
que este muchacho estaba tocado. Sin embargo había una tercera que no
llegué a expresarla en mi mente y no consideré. Alicia protegía sus espa-
cios reservados porque estaban siendo dañados y yo había puesto un pie
en ellos. Ninguna de las tres me gustaba, pero estaba seguro que una de
ellas era la correcta.
Me despedí de ella, con un peso en el estómago. Tenía la impre-
sión que el encuentro había acabado en fiasco. Al final terminé haciéndola
huir. En conclusión ella sabía de mis extraños problemas, de mis esfuer-
zos, que la confundí con Corina, mis preguntas infantiles y peor aún, que
corría como un pato fumador. Me había visto en dos estados, en el cata-
tónico y el agonizante.
Sería suficiente para cualquiera esperar la aparición en mi pupitre de una
daga ritual de sacrificios humanos. El encuentro en el parque fundaría la
sospecha de acoso con la intención de sacrificar a Alicia a un dios arbóreo.
Eso y mi fama… seguro a televisión.
Cuando llegué a casa de mis abuelos, mi madre me dirigió una
mirada escrutadora. No se impresionó de ver mi camiseta empapada en
sudor. Observaba a mi cara intentando encontrar algo, para ella conocido.
Sabía encontrarlo. Le sostuve la mirada, confiado y satisfecho. Ella sonrió
y me dio ropa limpia para cambiarme.
- Anda dúchate y cámbiate. Pero tú crees que es bueno darte esas
pasadas.
Me encantó ese comentario, tan ajeno y lejano a otros que me han
acompañado toda mi vida. Nuestro acuerdo seguía intacto. Mi padre ajeno
a todo delegaba en mi madre el seguimiento de mis problemas. Confiaba
tanto en su criterio que daba por sentado que el tratamiento seguía su
cauce normal.
Sin embargo mis gafas estaban siempre cerca de mí. Siempre alerta, como
alguien amenazado, que no sabe cuándo ni donde será asaltado por algo
más fuerte que él.
Durante el almuerzo, mi abuela hablaba de sus preocupaciones por
su hijo Miguelin que es como se le llamaba al menor de mis tíos. Era por-
tero de discoteca. Sus amistades, su nueva novia. Una chica de formas
marcadas y miradas lánguidas. Hace dos días vino con una brecha en la
frente. Sus horarios extraños y nunca una explicación.
104
Los palacios de Kólob
105
David Moraza Los palacios de Kólob
106
Los palacios de Kólob
107
David Moraza Los palacios de Kólob
Capitulo 8
108
Los palacios de Kólob
esfera.
Bisnan comenzó su exposición:
INTRODUCCION
- Habitantes de Kólob, os saludo, en esta ocasión con la esperanza
que escuchéis mis palabras y con el deseo que vuestros oídos sean abiertos
y vuestras mentes dispuestas. Honramos en este día a nuestras divinas
madres y a nuestro padre, el sabio y poderoso Gran Gnolaum. Cuya hon-
ra y honor se expande con sus obras. Sin fin son y por innumerables se
las conoce. Nosotros, sus hijos, vinimos de la bruma y recibimos su soplo
a través de la ventana. Ahora tenemos el don de la conciencia y por eso
estaremos eternamente agradecidos y en deuda…
Abiola y yo nos miramos y sonreímos. Bisnan era famoso tam-
bién por sus preámbulos, su apego a las formas antiguas, que se iniciaron
desde el primer arco.
- Bueno supongo que aún tardaremos algo en entrar en materia. –
le comenté a Abiola–
- ¿es que tienes prisa? – su rostro mostraba una mirada pícara –
- No, Abiola, contigo siempre estoy bien. No tengo prisa – lo dije
sinceramente de forma sentida y me sorprendí a mí mismo dándome
cuenta de lo cierto de mi afirmación. No hay nada como hablar para crear
–
El discurso de introducción de Bisnan siguió un sinuoso recorrido, que
finalizo al nombrar uno por uno a todos los linajes, que eran veinticuatro,
y los oficios principales.
- … La noble y gloriosa madre Najara quien preside la sucesión y el
orden en la vida, todos sus linajes están aquí representados…
Después de agradecer a todos el estar allí y del esfuerzo de cada
uno en cada oficio. Hizo una pausa y todos entendimos que iba a comen-
zar su exposición.
117
David Moraza Los palacios de Kólob
118
Los palacios de Kólob
119
David Moraza Los palacios de Kólob
120
Los palacios de Kólob
121
David Moraza Los palacios de Kólob
122
Los palacios de Kólob
124
Los palacios de Kólob
arriesgado dejar algo tan valioso sin tener una memoria completa de nues-
tra vida en Kólob. Alegan que privados de esta cometeremos errores, fal-
tas, que millones deambularan de forma errática en esperanzas vanas, en-
foques erróneos y en el ejercicio de una libertad estéril, privados de cono-
cimiento…
Una nueva pausa en la que esperamos un argumento en contra.
–… bueno, estoy de acuerdo con ellos, todo esto es cierto…
Consiguió, cómo no, descolocar a toda la audiencia. Los murmullos
hacían de los asistentes un enjambre de abejas excitadas por algo in-
usual a su rutina.
- … ¿y qué?, ¿es eso algo nuevo para nosotros? ¿Acaso no sois vo-
sotros una muestra de las mejores inteligencias que han salido del os-
curo océano? Cuántas de ellas solo han podido tomar la sustancia, la
forma de seres vivos inferiores en conciencia. Sin embargo nosotros,
proviniendo del mismo terrible y oscuro lugar, hemos escalado hacía
la cima al recibir forma humana. Hemos sido hechos semejantes a
ellos. Pero hubo un destello en nuestro viaje desde el oscuro mar has-
ta la ventana, que nos hizo merecedores de ser sus hijos…
En realidad Bisnan no aclaraba mucho acerca de nuestro origen,
pues cuanto más se acercaba uno a la bruma, más oscuro e incierto era lo
que se podía ver y entender, aquello se convertía en un límite para nuestra
comprensión. No obstante, era indudable la intervención de nuestras ma-
dres y del gran Gnolaum. Pero la cuestión de si nuestra identidad como
espíritus era un don recibido o un logro por nuestra parte, era una de las
principales fuentes de polémica en Kólob. No debiendo serlo, pues la
cercanía de la respuesta, debería haber resuelto la cuestión desde antes del
primer arco. Bisnan, se inclinaba a adoptar un punto medio, haciendo de
un supuesto progreso inicial, mérito para ser elevado a la categoría de hijo.
Otros afirmaban, que esta condición era concebida desde el mismo borde
del oscuro océano e impulsaba al individuo hacia la ventana ya como espí-
ritu consciente.
Bisnan en su alegato contra la nueva propuesta, nos hacía ya responsables
de nuestro éxito de llegar hasta donde estábamos, allí en Kólob, por lo
tanto, por qué no seguir aceptando los riesgos del nuevo estado, en los
lugares densos.
- … no obstante, siguiendo con esta propuesta huérfana de escuela,
he aquí la representación de nuestro estado, con una disminución del libre
albedrio, algo así como viajar a un estado tutelado e infantil…
125
David Moraza Los palacios de Kólob
Ante nuestra vista el eje del libre albedrio se desligó del tiempo.
La altura del cono disminuyó paulatinamente. La superficie del límite de
sucesos de la base del cono también lo hizo. El cambio de la perspectiva
provocó un murmullo general en el auditorio. Bisnan había conseguido, al
menos, representar una y otra propuesta de forma clara.
Bisnan prolongó su intervención. Miraba hacia arriba simulando cómo un
127
David Moraza Los palacios de Kólob
128
Los palacios de Kólob
129
David Moraza Los palacios de Kólob
130
Los palacios de Kólob
131
David Moraza Los palacios de Kólob
132
Los palacios de Kólob
133
David Moraza Los palacios de Kólob
Aribel viene a decir que todo eso se perderá, incluso la piedrecita, tallada
por las propias manos de su madre, vendrá a ser quitada de su cuello y de
su memoria.
Él, Aribel, nos dijo que iba a ser desposeído de todo lo que ama-
ba y de toda su vida en Kólob. Nos vino a decir que el perdería mucho
más que nosotros. Pensé en las proporciones tan distintas entre su vida y
la mía.
Los primeros recibieron la primera cosecha de conocimiento y
era lo más valioso para ellos. Era todo lo que tenían y la sola posibilidad
de arriesgarse a perderlo era como retornar a la ventana de la inteligencia y
sumergirse de nuevo en el oscuro océano. Al fin y al cabo nosotros solo
estamos en una pequeña parcela, en una sección de una escuela y si bien
perderíamos algo no sería la totalidad de lo que una inteligencia puede
obtener en el transcurso de un arco.
Ellos ayudaron en la fundación de Kólob, podían realizar cual-
quier oficio de cualquier linaje con maestría sin igual. Poseían todos los
grados y emblemas posibles de Alteradores, formador de grumos y for-
madores. Habían sido historiadores, eran los maestros de maestros como
Bisnan. Crecieron junto al rio de la sabiduría y hundieron sus raíces du-
rante eones en la misma fuente que las casas matriarcales. Vieron crecer
los lugares densos a medida que la obra de sus padres crecía como una
marea de vida continua. Recibieron potestades, mandatos, responsabilida-
des que aún el más fuerte de nosotros temblaría bajo la presión. Vieron
formarse nuevas estrellas y mundos, dieron nombre a algunos. Fueron
abrazados y amados por los más grandes. Fueron ellos quienes iniciaron
las escuelas y las artes. Los que comenzaron a escribir el libro de la vida.
Quienes aprendieron la canción de la creación y la enseñaron a cada uno
de nosotros.
Compusieron el himno de Kólob y lo presentaron orgullosos de
su talento a sus padres, el que cantamos todos al comienzo esta tarde,
“Todos en Kólob alabamos su saber, alzamos nuestra voz hacia Kokau-
bean, no hay fin en su poder” aun se puede captar el inocente desafío para
unos jóvenes al querer sorprender a su padre con esas palabras de admira-
ción. Podía palparse en sus vidas el deseo permanente de conseguir la
aprobación, de escuchar “bien hecho, hijo mío”.
Aribel, fue uno de los pocos que vio la emergencia de nuestro
arco, de la piedra viva de los lugares densos. Escucharon el crujido impo-
nente en el oscuro hueco que llega a las entrañas de cada palacio. Vieron
134
Los palacios de Kólob
137
David Moraza Los palacios de Kólob
creía en ese tipo de casualidades, tendría que haber un por qué. Alguna
razón para habernos encontrado en situaciones distintas.
138
Los palacios de Kólob
Capitulo 9
139
David Moraza Los palacios de Kólob
trol de los sucesos era cada vez más una posibilidad. De esta manera pude
centrarme más en el contenido, que en el cómo se producía. No salía de
mi asombro al recordar cómo pude estar en la última vuelta casi veinte
segundos en automático y realizando tareas complejas. Sin embargo nece-
sitaba una prueba que confirmara todo lo que veía y escuchaba en Kólob.
Necesitaba encontrar a alguien como yo, con la misma facultad. Con eso
estaba suponiendo que había otros como yo. Y eso era suponer mucho,
no tenía nada en lo que basarme solo en la idea de la probabilidad. Entre
tantos millones no creo que sea el único. Tenía que intentarlo al menos y
hacerlo de una forma que no me delatara como el autor de semejante
aventura.
Se me ocurrió la idea de internet. Una página web, con un domi-
nio propio. Muchas veces se contacta mejor por un dominio significativo.
Un dominio como Kólob.es, si alguien estuviese en mi misma situación
solo tendría que teclear Kólob en el google o directamente en el navega-
dor. Mi identidad estaría a salvo y seria una botella lanzada al mar. Había
calculado el costo 10 euros el dominio y el alojamiento gratis en algún
portal de servicios. Pero había un problema, yo no tenía ni idea de cómo
hacer una página web. La idea de tener un blog en un sitio gratuito lleno
de toda clase de contenidos no me seducía. No quería asociar mi demanda
a nada que pudiera quitar o poner otro sentido que el que tenía.
Analizando la situación estaba casi completamente solo exceptuando a mi
consejero espiritual–psicológico, Don Enrique.
A comienzos de Diciembre la situación en casa era de lo más op-
timista. Mis padres parecían haber recuperado una alegría que nunca co-
nocí. Mi madre parecía no preocuparse de que el haloperidol se hubiese
acabado. Curiosamente ninguno de ellos lo mencionaba, parecían no que-
rer tocar ni respirar cerca del castillo de naipes, por miedo a que se viniese
todo abajo. No voy a entrar si eso era un defecto o una virtud por parte
de ellos, solo sé que yo tampoco iba a mencionar el asunto. Por mi parte
estaba bien como estaba.
Yo seguía preparando mis lugares de emergencia para cuando
tuviese constancia de la cercanía de un suceso, planeando todo cuidado-
samente. Las gafas de Sol en mi bolsillo. El móvil siempre cargado listo
para que sonase una llamada o un mensaje que me obligara a salir rápida-
mente. La bicicleta a punto y los itinerarios calculados para mi tiempo de
respuesta. Continuamente exploraba los alrededores para localizar lugares
reservados y poco llamativos. Era una suerte vivir en las afueras de la ciu-
141
David Moraza Los palacios de Kólob
142
Los palacios de Kólob
en bandeja. Don Enrique tenía otro aspecto conmigo que el del primer
día. Se le notaba relajado, no tenía que representar conmigo el papel de
sabes–con–quien–hablas. Así que los dos participábamos de un ambiente
distendido.
- Al repasar tu último recuerdo – este tratamiento de mis sucesos
me costó bastante el conseguirlo – había algo que me era familiar. ¿Sabes
que es un cono de luz?
Me sentí confuso. Cono de percepción de eso hablaba Bisnan,
pero cono de luz…
- Pues no la verdad…
- Un cono de luz es la representación del espacio tiempo en la teo-
ría de la relatividad. Existe un cono de luz pasado y uno futuro. Tienen
una abertura de cuarenta y cinco grados. El cono representa todos los
sucesos accesibles a un observador en el espacio tiempo. Todo lo que esta
fuera del cono pasado o futuro son inobservables y no pueden influirse
mutuamente. El cono de luz futuro reproduce todas las líneas de futuro
posibles en las que puede influir el observador en el vértice del cono. Y el
cono pasado contiene todos los sucesos que pueden afectar al observa-
dor…
Sabía perfectamente a donde quería llegar. Guardó silencio des-
pués de decir esto y esperó a que yo dijera algo. Pero no iba a decir nada.
Por dentro notaba una bola que crecía desalojando cualquier estructura
lógica que hubiera podido construir en esos meses. Tenía la impresión de
hacer de sparring esa mañana. Y allí estaba el director, dibujando en un
folio algo muy parecido a lo que dibujé en mi relato de la clase de Bisnan.
Pero además de la rabia que sentía por tener ante mí al primo hermano de
Bisnan en forma de director, desbaratando mi mundo. Volvía de nuevo lo
que viví en el auditorio y sentí la misma daga de acero introducirse en mis
entrañas, cuando Aribel derribó con una gentil frase mi confianza en el
mapa de mi mundo en Kólob. Ahora estaba traspasado por una evidencia
en forma de un dibujo bastante malo.
Don Enrique me miró y me preguntó.
- Bueno, no sacas ninguna conclusión.
- Si supongo que la misma que la de la profesora de lengua. Una
vez nos encargo escribir un cuento de tres folios. Cuando entregué mi
trabajo me dijo que era una copia del cuento de La habichuela mágica de
Andersen. En mi trabajo contaba la historia de un muchacho que se subía
143
David Moraza Los palacios de Kólob
144
Los palacios de Kólob
145
David Moraza Los palacios de Kólob
146
Los palacios de Kólob
152
Los palacios de Kólob
153
David Moraza Los palacios de Kólob
154
Los palacios de Kólob
- ¿y tú qué crees?
- Yo creo que son auténticas, pero no tengo seguridad completa es
por eso que quiero hacer la web.
Nos sentamos en la parte de atrás del autobús. Mientras le habla-
ba de Jana, mi madre, Varanto, Abiola, Bisnan el maestro de premisas,
Aribel, Morón. Los describía como si estuviesen allí, pero omití la de Co-
rina. No quería entrar en ese tema y esperaba que ella no me lo pregunta-
ra. A medida que mis palabras salían experimentaba una sensación de rea-
lidad. Cuando describía los paisajes de Kólob, los lugares densos, parecía
como si todo tomase consistencia, como si realmente hubiese un lugar
que correspondía a esas descripciones.
Le detallé mis últimos logros en el control de los recuerdos. Ya
no pensaba generar escenas como la que ella vio. Podía tener una margen
de control en el inicio.
Al bajarnos del autobús, en Nervión, caminando hacia su casa, se sentó en
un banco, situado en la calle. Por supuesto yo me senté a su lado. Pero eso
me puso alerta. Se suponía que yo la acompañaba a su casa. Sin embargo
alargó el tiempo al sentarse.
- Cómo era Corina. Te dirigiste a mí por ese nombre ¿te acuerdas?
Yo no quería entrar en ese tema. Era demasiado por hoy. No
quería asustarla. Pero era difícil escapar de Alicia cuando se empeñaba en
algo que quería saber.
- Era de tu estatura. Ojos almendrados y profundos como los de
mi madre Jana. Rostro ovalado y normalmente seria. Pero cuando reía se
le formaban unos hoyuelos muy graciosos en sus mejillas. Le apasionaban
las plantas y los álamos. Me contaba de sus conversaciones con ellos. Los
dos podíamos hablar horas y horas. Yo me contentaba con eso, con escu-
charla. Entonces es como si todo cantara para mí. Veras no era solo su
conversación, también su voz me acariciaba como si fuera una brisa fres-
ca. Sus ojos eran brillantes y sin fondo, podía hablar con ellos sin necesi-
dad de decir nada. Por eso yo siempre atendía a su mirada tanto como a
sus palabras. Ella podía decir las cosas más increíbles como si lo que dijera
fuese común o sin importancia. Y eso para mí le daba una sencillez encan-
tadora.
Nunca destacaba entre los demás, permanecía en segundo plano. Más bien
observadora. Sin embargo sentía que ella comprendía todo, lo captaba
todo con una inteligencia fina y sensible. Si andaba a su derecha, pensaba
155
David Moraza Los palacios de Kólob
156
Los palacios de Kólob
- Se parecía mucho.
Entonces ella se levantó. Y volviéndose me miró a la cara.
- Mira, estoy harta de que me engañen, mi padre, mi madre. Los
colgados que me rodean. Todos buenas palabras, todo sonrisas y luego
que te den. Tú vienes con una bonita historia. Te hago una pregunta y me
dices que se parecía a mí. Después de verte esa mañana cómo me mirabas,
yo diría que la estabas viendo a ella. ¿Por qué no dices? Eras tú Alicia, no
te parecías a ella porque Corina eras tú. Y siempre perdona…perdón. A
qué viene todo este… tiento… ¿vas a venderme un quitamanchas?
Yo me levanté para contestarle. Temiendo perder la última opor-
tunidad que tenía de contactar con ella. Me guarde mucho de alzar la voz
como ella, pero no pude evitar cierta emoción. Son las consecuencias de
mi entrenamiento en la observación de mí mismo.
- ¿Por qué? Te lo diré Alicia. Porque eres la única persona con la
que he hablado de esto y me ha dirigido la palabra por segunda vez. Y
tengo miedo, un miedo atroz a ofenderte, asustarte o a hacer algo que
rompa este hilo. Y tengo miedo a hacerte daño al compartir algo que es
una carga en cierto modo, a ser injusto contigo. Y tengo temor de que
pienses que quiero ligar contigo y monto esto para hacerme el interesante.
Porque maldita la gracia que tendría esto de ser una broma. Si quieres lo
olvidamos y te doy mi palabra que no te molestaré en lo más mínimo por-
que he aprendido a renunciar a muchas cosas, pero por primera vez veo
algo allá al fondo que pude ayudarme a entender. Puedo seguir adelante
solo, lo he hecho hasta ahora. Pero si quieres ayudarme, te lo agradezco y
no voy a atarte con ningún compromiso y quiero que no sientas ninguna
carga, simplemente porque no la tienes. Pero ¿quieres una respuesta? Pues
sí, demonios, sí, tú eras ella, ella era tú. Y no por eso espero nada de ti.
Eres absolutamente libre de mandarme a paseo, es más si lo haces lo vería
de una lógica total. Es más también, me pregunto cómo no me has man-
dado a tomar viento todavía.
- Lo haría, te mandaría a paseo ahora mismo, pero de aquí al Cerro
no es un paseo hijo mío, es una caminata de narices.
Yo quedé perplejo, pasar de mi discurso lleno de convicción a este
comentario me desoriento bastante. Ella empezó a reír y yo sonreí. Siguió
riendo y unos hoyuelos muy graciosos se formaron en sus mejillas. Y su
risa desbarató cualquier cosa debajo de la luz del Sol o de Kokaubean.
Empezamos a reír los dos de tal forma que ya no podíamos parar. Algu-
157
David Moraza Los palacios de Kólob
158
Los palacios de Kólob
159
David Moraza Los palacios de Kólob
160
Los palacios de Kólob
162
Los palacios de Kólob
163
David Moraza Los palacios de Kólob
calcular hasta dónde te sería útil. Pero vas a estar en este pabellón siete
horas al día, así que no me parece mala idea entregártela.
Tuve que reconocer que era una gran idea. Y me sentí embargado
de gratitud. Fue una muestra de confianza que no me esperaba. Su despa-
cho estaba en un recodo del pasillo, un lugar sin bullicio y reservado. Era
una gran idea. Se lo agradecí y le reconocí el acierto al pensar de esa for-
ma. También por su confianza. El cambio de tema y pasó a sacar a cola-
ción un aspecto que no esperaba.
- Espero que no estés pensando en involucrar a Alicia en todo es-
to. Aunque no has escrito mucho de Corina, no hay que ser muy listo para
darse cuenta que ella está muy presente en los recuerdos.
Bueno no era de extrañar, los curas y más los salesianos son lis-
tos. Tienen todo el día para pensar y la noche para meditar. Es como si no
tuviera nada que hacer en todo el día excepto armar un puzle. Por muy
difícil que fuera al final a base de horas lo consigues. No tenía sentido en-
gañarlo, al final se enteraría y perdería su confianza, que por ahora me era
útil. El me daba la llave y a continuación me preguntaba. Toma y daca.
- Ya he hablado con ella. Tenemos cierta amistad.
- Lo imaginaba. Puedes hacerle daño, no sabes sus circunstancias
personales y esta historia donde esta ella, por no decir que es su centro,
puede afectar no a Alicia, sino a cualquiera. A mí también porque ella es
alumna del centro.
Lo pensé por un momento. Llevaba varios meses entrevistándo-
me con Don Enrique, desarrollando mi capacidad de control de las expe-
riencias, y era cada vez más consciente del riesgo que el corría. Si pasaba
algo podían acusarlo de ejercer como médico sin estar en funciones, de no
informar a mis padres.
- Don Enrique, además de lo que le he dicho antes, también quería
pedirle acabar con las consultas por la mañana. He progresado bastante y
creo que podría continuar solo. De esa forma usted quedará al margen de
lo que ocurra en adelante. No quiero que arriesgue su carrera en esto…
El empezó a reírse. Yo lo miré sorprendido, pues no era una son-
risa sino una carcajada que parecía ir creciendo en intensidad. Lo miré
incrédulo, pues era la primera vez que lo veía capaz de algo así. Parecía
otra persona.
164
Los palacios de Kólob
- …mi carrera…
Se quitó las gafas y se seco los ojos con un pañuelo. Sus ojos es-
taban llenos de lágrimas a causa de la risa.
- … perdona es que no escuchaba esa frase desde hace veinte años,
y la última vez cargada de reproche. Mira he arriesgado mi carrera toda mi
vida. De hecho la tiré por la ventana hace diez años. Me importa un pito
mi carrera. Lo que me importa de verdad es el conocimiento. Perdí el ego
hace años ya y los hábitos me facilitan esa tarea. No te preocupes por mi
carrera, pero si es cierto que ya puedes seguir solo. Únicamente te pido
alguna entrevista a modo de charla informal. Veras sigo teniendo la curio-
sidad de los veinte años. Espero que lo entiendas. La única cosa que nos
va a relacionar en todo esto es la llave y lo que hayas contado a Alicia so-
bre nuestras entrevistas. Mi despacho es una dependencia más del institu-
to y puedo autorizar a quien quiera para que lo use como lugar de estudio
o consulta. Ahí no hay problema.
- Trataré de no perjudicar ni a Alicia ni a usted. – dije con resolu-
ción –
- No está en tu mano, Belisario. Cuando una mujer da a luz no lo
hace pensando en molestar lo menos posible. Grita con todas sus fuerzas
y llama la atención del mundo porque de su interior nace un nuevo ser,
una nueva oportunidad al mundo. Y tú, amigo mío, llevas dentro algo que
saldrá por sus propias fuerzas y por mucho que te prevenga del dolor que
puedes causar, creo que no podrás evitar el curso de las cosas.
Nos levantamos y dimos por concluida la entrevista. Me tendió la
mano. Sonreí y la estreche. Me disponía salir de su despacho en dirección
a la calle a esperar a los demás cuando me llamó. Al volverme me miró
fijamente, invitándome a prestar atención.
- Ad astra per aspera
Mi expresión neutra, lo decía todo. Su traducción fue lenta y pausada.
- Ad astra per aspera. A las estrellas pese las dificultades.
Fuera había ya grupos apurando los últimos momentos antes de
entrar. Mezclado entre ellos buscaba a Alicia con la mirada. La vi entre
algunas compañeras. El corazón empezó a latir con fuerza provocando en
mi vista compases oscuros. No tenía el valor de acercarme a ella ni mucho
menos dirigirle la palabra. Entonces nuestras miradas se cruzaron. Si hu-
biese recibido una descarga eléctrica no hubiera sido distinto. Aguante lo
mejor que pude sabiendo que mi rostro podía permanecer mudo ante la-
165
David Moraza Los palacios de Kólob
166
Los palacios de Kólob
167
David Moraza Los palacios de Kólob
mor supersticioso, que no pudimos romper nunca y que hizo que de cada
clase Entrala saliera de ella como el torero después de clavar la espada
hasta la bola.
Expósito parecía tan pequeño en aquella tarima, daba la sensación que se
encogía sobre sí mismo.
- Puede usted sentarse.
Entrala se inclinó de nuevo sobre la lista y Expósito se dirigió
hacia su asiento arrastrando una imagen tocada por el dedo poderoso de
Entrala. No tiene usted ni idea de la pregunta. Frase lapidaria. Puede usted
sentarse, es como decir no sirve para otra cosa. Esta misma escena en otra
hora de clase terminaría con una sonrisa autocrítica “ni idea” y alguna risa.
Entonces levanté la mano. No tenía ni idea de lo que iba a decir, son esas
reacciones típicas del ciudadano mediocre que de pronto salva a una ma-
dre y dos hijos de un incendio ante la atónita mirada de los transeúntes. Y
después piensa para sí, mostrando una sonrisa incrédula, “si lo pienso dos
veces…”. Algo escuché una vez del gen egoísta, al parecer la única fun-
ción de este gen es preservar a la especie a costa de la vida de su portador.
Y eso mismo es lo que iba a hacer yo, salvar a la clase de Entrala a costa
de mi propia integridad, ya que no tenía ni idea de lo que iba a decir en la
tarima.
Noté la mirada de náufragos rescatados, que tenían todos en la clase. Su-
bía a la tarima y cogí una tiza y la apoyé en la negra pizarra, que amenaza-
ba con negarse a colaborar. Fueron así como cinco segundos y entonces
comprendí lo que había ido a hacer allí. Fueron brotes espontáneos de
ideas e imágenes. Recuerdos sin ambientes, sin entornos. Solo recuerdos
puros y concretos.
Comencé tímidamente a medida que brotaban las ideas, y se desplegaban
ante mí con una familiaridad olvidada.
- Actualmente hay una expansión de la Qct (cantidad de conoci-
miento tecnológico) en relación a Qch (cantidad de conocimiento huma-
no). Podemos ver aproximadamente en qué relación.
La medida de la cantidad de conocimiento humano, Qch, está dada por
una magnitud cuadrática, va en función de un plano social. Su expansión
podemos entenderla mejor si asignamos un
valor arbitrario a su radio.
- S = л . R2. Si el radio inicial le ad-
judicamos un valor de R1 = 2, la superficie
168
Los palacios de Kólob
169
David Moraza Los palacios de Kólob
170
Los palacios de Kólob
171
David Moraza Los palacios de Kólob
172
Los palacios de Kólob
lan por internet, al realizarlo, dio como resultado una actitud sumisa. Creo
que si eso fuera cierto yo hubiera desaparecido hace tiempo. Pero con
Alicia o Corina, con ambas, yo tenía una dependencia total. Y eso dicen
que no es bueno.
Al llegar a casa a punto para el almuerzo, seguía pensando en Ali-
cia y en cómo debía hablarle cuando fuese a su casa. Entonces me di
cuenta de que me había invitado a su casa. Tan ciego estaba al compren-
der mis emociones que no medaba cuenta del hecho más importante. Na-
die invita a su casa, aunque sea en el tono más glacial que se pueda, a me-
nos que haya alguna afinidad entre ellos. Y había sido ella quien me lo
había recordado. Realmente yo era un animal rumiante, en vez de usar el
cerebro pensaba con… el test, ¿tendría razón?
El ciclo amenazaba con empezar de nuevo. Mi madre me sacó de él mien-
tras me servía las lentejas en mi plato.
- ¿Vas a querer chorizo?
- ¿eh? Ah no, no gracias mama.
- ¿Qué te pasa hijo que estas como en otro sitio?
Mi hermana Mari tuvo la ocurrencia propia de su edad.
- Eso es que está enamorado.
- Tu qué sabes de eso, eres una cría.
- Porque sea pequeña no soy tonta, a los hermanos de mis amigas
se les pone la misma cara y no saben dónde están. Y se les quita el ham-
bre.
Mis padres reían de los comentarios de Mari.
– Pues veras lista, a ver quién se va a comer este plato.
– No es el plato, es el chorizo lo que ya no quieres, por eso lo sé.
Al salir de casa, con mi portátil, pensaba en lo que dijo mi herma-
na. Indudablemente Alicia me gustaba, pero había además una sensación
de inquietud un sentimiento de aprensión. Tenía miedo de hacerle daño y
a la vez temía el efecto que su indiferencia o desprecio podría ocasionar-
me. Todo esto era a causa de mis recuerdos. Todo estaba afectado por
este hecho.
Procuré no andar demasiado deprisa para llegar presentable. Yo tenía
aversión a los autobuses y solo los tomaba cuando no había otra opción.
A medida que me acercaba a su casa me iba poniendo más nervioso. Eso
de estar en su casa con sus padres me hacía sentir de lo más intranquilo.
Ensayaba en mi mente el saludo, cómo iba a responder a sus preguntas,
173
David Moraza Los palacios de Kólob
174
Los palacios de Kólob
176
Los palacios de Kólob
Capitulo 10
177
David Moraza Los palacios de Kólob
178
Los palacios de Kólob
La vida surgía desde esta casa como una fuente que manara en dos direc-
ciones opuestas, fluyendo ambas hacia las demás puntas de la estrella. Era
un fluir de vida y conocimiento. Confluían las dos líneas en la Casa Arisa-
da, situada en el extremo opuesto a Sinabea, podía decirse el Sur.
La casa Arisada era la culminación de la vida inteligente, la que ensambla-
ría un cuerpo con una mente de inteligencia superior al resto. De modo
que la vida empezaba en el Norte, en Sinabea y bajando ambas ramas por
uno y otro lado atravesaban las casas matriarcales en etapas conocidas
como el inicio y la expansión en el Norte. En el ecuador, coincidiendo
con el este y el oeste las etapas de la maravilla y el equilibrio. En el Sur o
en la casa Arisada, la etapa de la culminación.
La organización era tal que a medida que las creaciones vivas ba-
jaban en ambos sentidos como una cascada, cada casa matriarcal aportaba
y dirigía el flujo vivo según su escuela y oficios. Cada una edificando en
los fundamentos que recibían desde el Norte. Este movimiento circular de
la vida a través de un giro en dos sentidos opuestos a través de las casas
conformaba la capa de la vida. Este movimiento no se producía en la zona
exterior, sino a través de la última sala de creación, la sala del maestro
formador. La más interior y próxima a la esfera central, la morada del
Gran Gnolaum.
Pero este movimiento no era el único, cada una de las veinticua-
tro casas, generaba otra corriente de creación que recorría superpuesta a
las demás el círculo de esa estrella. Cada una hacia girar esa gran rueda de
vida y conocimiento en diversos sentidos y en cada uno de ellos se confi-
guraba el engranaje de la creación, de modo que en un momento dado, en
un instante escogido al azar, los veinticuatro aspectos de la creación coin-
cidían en un momento perfecto, donde todas las condiciones de la vida,
eran las propicias para el desarrollo de las creaciones. En este baile divino,
increíble e incomprensible para cualquiera, consistía el honor y el prestigio
de nuestra línea de creación. El giro eterno del Gran Gnolaum.
Quedé con Corina en vernos por la mañana, donde empezaba la cal-
zada hacia los arcos de Sinabea, justo en la orilla del mar, frente a la puerta
de la casa Gaviana. Los arcos de esta casa tenían un pilar en el mar y otro
en tierra. Simbolizaba esto el oficio de la transición. El noble arte de ex-
traer la vida del mar y llevarla a tierra. Haciendo del mar el hervidero don-
de proveer de vida a la tierra.
Por otra parte la casa Silam, era la imagen especular de la casa
180
Los palacios de Kólob
181
David Moraza Los palacios de Kólob
182
Los palacios de Kólob
orden. Era un mar amigo no hostil. La altura de las calzadas permitía ob-
servar con todo detalle hasta una buena profundidad, pero impedía tocar
la superficie del agua. Pregunté a Corina la razón de esto.
- No interactúan con nosotros, hay una distancia entre ellos y no-
sotros. Sin embargo a donde vamos han cambiado esto. La isla se llama
Midela y reside en ella la escuela Retornos.
Se quedo mirándome, sonriendo, la conocía y sabía que esperaba la
pregunta de rigor. Le gustaba ese juego de exigir las preguntas obvias para
seguir una conversación. Le conteste con resignación fingida.
- Vale…por qué se llama la escuela de los retornos.
Empezó a reír… solo por verla reír seguía su juego con deleite.
- Como ves Midela está cercana a Gaviana, la transición. En Midela
se trabaja en el regreso de muchas criaturas al mar, después de estar en
tierra. En un principio hubo mucho debate en eso. Se consideraba un pa-
so atrás, pero Bento, su fundador, propuso una nueva línea de inteligen-
cia. Algo así como la conciencia de ser en el mar. Así como nosotros lo
seremos en tierra. La idea cautivo a la madre Sinabea, al grado que se dis-
puso participar en persona en el proyecto. Como comprenderás cualquier
oposición a esta idea se esfumó. Se asignó a la escuela de Bento esta isla y
los resultados han sido sorprendentes.
- Pero ¿por qué iban a necesitar regresar al mar después de con-
quistar la tierra?
- No necesitan volver. Desean hacerlo, volver a casa habiendo con-
seguido una inteligencia superior. Es como regresar después de estudiar.
Llegamos a un edificio de paredes blancas, todas sus líneas eran
curvas y esquinas redondeadas, parecía listo para surcar las profundidades
con poco esfuerzo. Su estructura se introducía en el mar a bastante distan-
cia. Daba la sensación que se vertía en el agua como piedra fundida. A
medida que se acercaba a la orilla sus paredes eran traslucidas y pulidas
como el ámbar. Nos recibió un hombre a juego con el entorno. Pantalón
a media pierna de color blanco y una túnica corta ceñida a la cintura con
un cinturón azul oscuro. Se dirigió a Corina.
- ¡Tú por aquí! Corina se bienvenida. Qué alegría.
Se acercó a Corina y la abrazó con efusión. Me miró y preguntó con la
vista
- Es Belisario, un amigo. Veras Taleon, el es Kozam va a estar en
mi equipo.
183
David Moraza Los palacios de Kólob
184
Los palacios de Kólob
185
David Moraza Los palacios de Kólob
186
Los palacios de Kólob
187
David Moraza Los palacios de Kólob
189
David Moraza Los palacios de Kólob
- Vas a tener que trabajar duro para entender nuestro proyecto. Es-
tá avanzado.
- Lo sé. Y no sabes cuánto te agradezco la oportunidad que me
dais. Entiendo que os voy a retrasar.
Ella hizo una mueca de estar molesta y añadió en tono serio.
- Si, si, espero que nuestra decisión no haya sido un error.
Me sentía mal, la verdad es que había tenido en cuenta todos los in-
convenientes que ocasionaría a un equipo en marcha la inclusión de un
nuevo participante. Yo mismo hubiera mostrado mi desacuerdo en una
situación así. Entonces empezó a reír.
- No te preocupes… no ha sido decisión nuestra, de hecho no nos
han consultado. La decisión la comunicó el propio guardián de la puerta.
Ya sabes qué quiere decir eso. El asunto es de alto rango. ¿es que hablaste
con la madre Jana?
- Si
- No me has contado nada, a qué viene tanto secreto. Vamos a tra-
bajar juntos, no debemos de tener secretos entre nosotros.
Ella tenía razón. Me sentí tocado por su comentario, porque era cier-
to. Subió a mi memoria el rostro de Abiola. Mi mal hacer con ella, porque
siempre me reservaba algo para mí. Yo le mostraba afecto, pero nunca
dejé que pasará a mi interior, y eso ella siempre lo supo. Siempre intuía
que había un espacio cerrado en mí, donde nunca tendría acceso. Lo sa-
bíamos sin palabras, en su mirada clara.
Le conté con detalle todos los pasos que tuve que tomar para
elevar mi petición. Recordé con detalle y nostalgia mi visita a mi madre
Jana y su petición de crear una flor para ella. Le dije todo lo que mi me-
moria era capaz de recordar y sentí remordimiento por no haber tenido la
misma confianza con Abiola, mi anterior compañera.
Corina cambio de tema abruptamente.
- Tienes que entender algo…
Señaló con su mano hacia las terrazas coronadas de bosques y casca-
das. Daba la impresión que tanta belleza en la lejanía era como pintada.
Tantos detalles había en su contemplación que perdía el hilo de sus pala-
bras.
- …Silam es la casa de la avanzadilla de la vida. Nosotros prepara-
mos el mundo para recibir a la vida animal. Somos el primer pie que toca
el mar o la tierra. Nuestras creaciones no se alimentan de nada ni nadie.
190
Los palacios de Kólob
Tienen que lidiar con la nada. Solo la luz y una atmósfera hostil. Algunos
no valoran en lo debido al reino de Silam, pero nosotros tejemos el manto
invisible que cubre la vida en un planeta y la protege de la radiación mortal
de las estrellas. Nosotros creamos la primera forma y la belleza primera en
un mundo. Pues nuestra madre Silam no sólo se complace en la perfec-
ción de una tarea sino en la belleza. Por eso las plantas son perfectas en
sus funciones y hermosas en sus formas visibles.
Miré la corona de flores en su cabeza. Tejidas en tallos verdes con
hojas diminutas, asomaban flores pequeñas como miradas de amor
primerizo, como frases tímidas de adolescente. Mirarlas junto a los ojos
oscuros y profundos de Corina me perturbaba más allá de toda
suposición. Al punto de experimentar cierto temor. El realce en su
aspecto era mutuo pues no sabría decir quién adornaba a quien, si el
rostro de Corina a esas pequeñas flores o viceversa.
- Corina, hasta qué punto son conscientes las plantas.
- Veras, a la hora en que tengamos que alterar al oscuro océano, lo
hacemos desde la ventana de la inteligencia de la casa Silam. Cada ventana
tiene una especial configuración que crea cierta disposición allá en lo os-
curo, para solicitar lo que se necesita. Digamos que hay cierto reconoci-
miento de quién llama a la puerta.
Cuando nos acerquemos a ese lugar, ese día, presentaremos un espacio
donde la posición o libre albedrio no será lo principal, sino la esperanza y
enfoque. Necesitamos unas inteligencias, adecuadas a esto, es decir. De
proyecciones a largo plazo. La flecha del tiempo es corta, la conciencia de
su tiempo no es la nuestra. Su libre albedrio es una pequeña parcela de
pocas decisiones, pero de consecuencias muy lejanas. La esperanza las
anima día a día, pues tienen una conciencia exacta de su potencial. Así
como para nosotros el futuro es un velo espeso, para ellas es una imagen
nítida, solo desean llegar a ese potencial.
- Sí, pero tú crees que pueden sentir como nosotros,
Corina me miró de forma curiosa.
- Veras, para tener la conciencia de sí que nosotros experimenta-
mos hay que reunir dos condiciones principales. Una ser del linaje del
Gran Gnolaum y la otra tener energía suficiente.
- La primera la entiendo a qué te refieres con la segunda.
- Las plantas, en general, son la primera vida en aparecer en la tie-
rra y deben de subsistir con los alimentos generados por ellas mismas, ya
191
David Moraza Los palacios de Kólob
que el mundo está vacío. No pueden generar más energía que la que con-
siguen en su propia forma de la luz y del aire. Esa energía no les permite
acceder a estados de conciencia como el nuestro, ni siquiera parecido a los
animales. Sin embargo experimentan una conciencia más general que indi-
vidual, de especie. Además, su unión con la tierra le aportan una satisfac-
ción y seguridad permanentes. Esto es necesario a fin de crear un colchón
vivo para que los demás reinos puedan subsistir en un mundo que se de-
sarrolla desde cero.
En el fondo agradecía que Corina no entrara en detalles en ese mo-
mento. Me gustaba balancearme escuchando los conceptos generales. Es-
tos no requirieren mucho empeño en su comprensión, yo deseaba disfru-
tar del placer que por sí mismo consistía en escuchar sus palabras.
Nos acercábamos rápidamente al final de la calzada, en la entrada de los
arcos de Silam. Pero esta vez los márgenes se veían llenos de vida, plantas
y árboles de todo tipo y tamaño. Y aún el mayor de ellos era minúsculo
bajo los arcos.
Caminamos hacia la puerta de la Casa de Silam, para presentarme ante
el guardián de la puerta. Allí recibiría mi llamamiento como integrante del
grupo de Corina y mis insignias como alterador. Debíamos atravesar antes
el camino bajo los arcos de Silam, a diferencia de la simplicidad en Sina-
bea, allí la exuberancia predominaba por todos lados.
Hay una diferencia entre estar presente ante una persona o ante
una planta. En la vida cotidiana una planta, salvo para personas sensibles,
es un objeto que solo comunica una cualidad estética y esta cualidad crea
emociones en nuestro interior. Sin embargo a medida que me acercaba al
camino de acceso, bajo los arcos, me inundó una sensación de presencias
individuales que abotagaba mis sentidos. Si hubiesen sido multitudes de
personas a ambos lados del camino, lo hubiera interpretado como una
bienvenida a Silam. Pero al observar que eran árboles, plantas, parterres de
toda forma, tamaño y variedad sentía una especie de temor a algo que
desconocía. Tenía la impresión de que me observaban, que se pregunta-
ban quién era yo. Intuía que cada una de esas creaciones estáticas en el
acceso a la puerta realizaba una misión y que eran conscientes de su valor
individual. Empecé a pensar en ellas como si fuesen personas. Nunca ha-
bía experimentado esa percepción con tanta fuerza.
- No son personas, Belisario. No te confundas.
- Es que me lees el pensamiento.
192
Los palacios de Kólob
193
David Moraza Los palacios de Kólob
194
Los palacios de Kólob
195
David Moraza Los palacios de Kólob
196
Los palacios de Kólob
abandonar los sitios densos. Veras no hay nada de lo que dijo que no fue-
ra cierto, pero había un fondo de desdicha de… resentimiento. Y lo que
ahonda más mi temor es el hecho mismo de su presencia en el auditorio y
el aprovechar una pregunta trivial para lanzar ese comentario tan sutil.
¿Por qué? No me cuadra ese desahogo inocente en alguien como él… “se
perderán para siempre…”
Antes de responderme, ella me tomó de la mano y me llevó a una pe-
queña glorieta, donde me esforcé en no observar nada. No quería quedar
de nuevo pasmado con otra novedad de aquel camino bajo los arcos.
Nos sentamos arrullados por una especie de flores cantoras, la ligera brisa
penetraba a través de sus flores en forma de cilindros. Al hacerlo silbaban
como flautas lejanas, cada una de ellas de forma distinta a las demás. Co-
rina, se adelantaba a mi nuevo trance vegetal.
- Kozi, escúchame. No es Aribel, son muchos de ellos. Te repito
que tengo miedo. La conferencia fue un señuelo para identificar a los des-
contentos. La intervención de Aribel fue totalmente calculada, no lo hizo
impulsado por un sentimiento de abatimiento o pena. Ellos no son sim-
ples como nosotros. Controlan sus sentimientos y actúan con un cálculo
al que ni tú ni yo estamos acostumbrados. El quería producir sencillamen-
te lo que sientes ahora mismo.
Este comentario me hizo sentir tocado en mi capacidad de analizar las
situaciones. Cosa en la que yo me sentía bastante hábil. ¿Cómo podía ella
decir qué sentía yo en ese momento, a excepción de estar preocupado?
- ¿Cómo crees que me siento ahora?
- Azorado, inquieto, inseguro.
- ¿por qué estas tan segura? ¿vuelves a leerme el pensamiento?
Corina apretó mis manos contra las suyas, ese gesto deshizo el brote
de amor propio que subía por mi garganta amenazando despertar palabras
en una defensa inútil ante alguien radiante de bondad como ella.
- Creo que es así porque yo me siento igual. Fíjate que el comenta-
rio de Aribel fue sobre sus sentimientos. ¿Cuándo hemos escuchado a uno
de los primeros hablar de sus sentimientos heridos? Ellos son prácticos,
brillantes, seguros son luces entre nosotros. Aribel no quiso aclarar la pre-
gunta sino cuestionar las premisas apelando a la pérdida que todos ten-
dremos. Su mensaje auténtico era “Mirad nosotros que lo dimos todo por
vosotros desde el principio, que hemos cosechado el fruto de una era. Lo
197
David Moraza Los palacios de Kólob
198
Los palacios de Kólob
199
David Moraza Los palacios de Kólob
200
Los palacios de Kólob
201
David Moraza Los palacios de Kólob
202
Los palacios de Kólob
207
David Moraza Los palacios de Kólob
208
Los palacios de Kólob
209
David Moraza Los palacios de Kólob
taba allí, sabía que si abría los ojos no vería el lugar increíble que persistía
en mi retina.
- ¿Te encuentras bien?
Todavía con mis ojos cerrados escuché la voz de Corina y por un
momento pensé que había sido un suceso extraño. Alcé mis manos y pal-
pé las gafas de Sol, los cascos en mis oídos. ¿Cómo era posible? Me costó
un tiempo poner todo en su lugar. Alicia estaba junto a mí. Sentada con
un libro entre sus manos, me observaba preocupada. Empecé a recordar
mi angustia al sentir que estaba perdido, sin refugio en un lugar concurri-
do, cerca de Nervión. Recordé la despedida abrupta y cortante que ha-
bíamos tenido antes de ocurrir el suceso.
Me era cada vez más duro volver en mí. Las experiencias de mis
recuerdos eran cada vez más intensas y resultaba más difícil aceptar el
mundo gris que encontraba al volver a ni conciencia diaria. Sufría una es-
pecie de resaca, un efecto desolador. Si en ese momento un genio me
concediese tres deseos, me hubieran sobrado dos. Solo deseaba no des-
pertar.
- Espera un poco – le respondí –
Al contrario que en una pesadilla, la mía empezaba al despertar. Tenía
que encajar que vivía en un triste y solitario mundo. Y que esa vida debía
de tener un sentido para mí de lo contrario no tendría fuerzas para levan-
tarme, para andar, ni motivos para respirar. Pues no había nada automáti-
co en ese momento, mi cuerpo no daba nada por sentado, ni siquiera la
posibilidad de vivir. Todo debía ser empujado. Recordé, en ese momento
no sé por qué, que el exilio representaba para un romano algo peor que la
muerte. Lejos de Roma no había ley ni luz. Yo me sentía en esos momen-
tos en el más oscuro y lejano exilio. No encontraba ningún sentido a mis
escenas cotidianas que me esforzaba en recordar, y que luchaba por in-
corporar al espacio sediento de mi alma como si esta se hallase en la isla
Pandataria. Esta situación de estar desconectado de todo sentido de la
realidad, había estado latente siempre que vivía un episodio de rememora-
ción. Pero la intensidad de este último era atroz, tenía que recomponer mi
conciencia a fuerza de voluntad, tenía que lanzarme a ciegas en algo tan
simple como mirar, mirar y mirar hasta que algún sentido apareciese por
algún lado y entonces aferrarme a esa brizna de razón con la esperanza
que me elevara de ese lugar ciertamente oscuro.
Deslicé mi mano hacia la de Alicia, aún sabiendo que era un gesto
210
Los palacios de Kólob
211
David Moraza Los palacios de Kólob
lumen cotidiano.
Por otra parte me encantaba cómo Alicia enfrentaba la situación,
su humor y sinceridad me ayudaban como si fuesen una cuerda en un po-
zo.
- Gracias Alicia, pero debo de marcharme y tu tendrás cosas que
hacer.
Ella me miró enfadada, pero sonriendo de nariz hacia arriba. Empe-
zamos a reír.
- Mira Belisario, puedo encajar que cojas mi mano sin mediar pala-
bra y sin que me expliques para qué la quieres. Pero que me diga tu o
cualquiera que tengo cosas que hacer me crispa un poco. Ahora quiero
pedirte algo. Cuéntame lo que has estado haciendo o dónde has estado.
Ya sabes que las chicas somos condenadamente curiosas y cotillas.
Me quedé pensativo, renuente.
- Por favor.
Al escuchar esa frase, hubiese corrido de haberlo necesitado. Habría
hecho lo que me hubiera pedido. Hubiera saltado, volado, ido, realizado o
escrito. Sin embargo tuve la contención de esperar cinco segundos, seme-
jantes a cincuenta sin respiración. Por aquello de las formas y la dignidad.
Comencé a relatarle lo visto en los mares de Kólob sin ahorrar detalles,
nombrándola por su nombre olvidado y mirándola a los ojos. Perdí el pu-
dor y mis palabras manaban sin obstáculo, porque eran de verdad. Perdí el
temor de ser enjuiciado. Yo sabía que lo sabía. Lo vi en mi retina. Yo la vi
en la Casa de Silam. Le describí la puerta de Sinabea, sus arcos emergien-
do de Irreantum. Describí sentados en el banco, en el barrio de Nervión,
la incomparable belleza de la isla de Midela. Taleon y sus criaturas. La
extraordinaria belleza de los accesos a Silam. La impresionante presencia
de Osimlibna, el árbol del conocimiento. Las salas del Palacio matriarcal
de Silam, salas que eran como inmensos parques donde se realizaban la
alteración. El extraordinario orden y organización que lo llenaba todo. La
complejidad del trabajo en las salas. La gloria y majestad que emanaban de
los distraídos seres densos con que nos cruzábamos, humildes y sencillos,
lo que realzaba su majestad. Buscaba palabras de forma casi desesperada
para tratar de reflejar en nuestro lenguaje incoherente y retorcido, la apa-
riencia de ese mundo cuyo recuerdo me atormentaba cada vez con mayor
intensidad.
Ella parecía no oponerse a mi relato, simplemente me escuchaba. No es-
212
Los palacios de Kólob
213
David Moraza Los palacios de Kólob
Loreto me observaba con un interés casi científico. Diría yo, que es-
tuvo a punto de tomar una muestra de mi pelo o de mi boca con uno de
esos bastoncillos.
Cuando pasé al cuarto de Alicia, más bien diría que lo hice a un jardín.
Había plantas en las paredes, en su ventana, en todo espacio que cupiese
una maceta. La disposición de las plantas estaba hecha con un gusto muy
definido. Yo no entendía en cuanto a decoración, pero la sensación que
recibí era pareja a lo que veía. Los potos se extendían por la pared for-
mando una pared verde. Los helechos estaban cuidadosamente podados
de modo que cada rama era perfecta, podían ser tomadas como modelos
perfectos de su especie. Los geranios en su ventana daban un colorido
variado a la vista del exterior. Una maceta de flores azules me llamó la
atención. El tono azul cobalto de sus flores parecía tocar alguna zona de
mí que desconocía.
- Son lobelias, su color me gusta, no es común. Se distancia mucho
del resto de sus compañeras. No debería estar aquí, florecen en primavera.
Pero parece que están cómodas todo el año.
Alicia me iba señalando cada especie y me hablaba de ellas. Junto a la
cabecera de su cama había una…
- No es una palmera, es una Kentia.
Sus hojas perfectas, su color verde brillante. Parecía haber sido ence-
radas previamente. Encontraba una sintonía perfecta en el aspecto de las
plantas. No había ninguna que rompiese la armonía o el tono saludable
general. No pude hablar por unos momentos porque realmente el ambien-
te de ese lugar era único. Esa invitación a pasar a su habitación suponía
más que una cortesía, me mostraba lo más íntimo de su vida. Porque ella y
yo sabíamos que no solo era un gusto por las plantas sino algo más lejano.
Sin poder evitarlo me sentí desbordado por su confianza, intuía que era
una de las pocas personas que accedía a su santuario.
- Cómo puedes mantenerlas en ese estado tan… parecen de ma-
nual.
- Bueno mi madre dice que tengo mano con las plantas. A veces
me traen algunas para que las arregle. Ya ves soy curandera de plantas.
- Me encanta tu habitación, nunca había estado en un lugar así. Pa-
rece que está vivo, que tiene personalidad. ¿Es verdad que con música
clásica crecen mejor?
214
Los palacios de Kólob
Supe en ese momento que había hecho una pregunta tópica. Es decir
es una pregunta salida de revistas pseudocientíficas o de programas de
televisión. Pero Alicia no pareció molestarse.
- Ellas no captan tanto la música como el efecto que ésta causa en
nosotros. Son nuestras sensaciones lo que realmente escuchan. Por mu-
cho Hayden que escuches si por dentro estas hecho polvo al final ellas te
seguirán a ti no a la batuta.
- Y tú, Alicia, las has escuchado alguna vez.
En este momento, ella pudo pensar que mi pregunta era por un inte-
rés objetivo por saber la respuesta. Sin embargo yo solo quería saber si me
admitía en su confianza, porque la respuesta me era indiferente.
- Y qué si te dijera que sí, ¿ibas a creerme por eso?
- Por supuesto que te creería.
Me conformaba con que me hubiese contestado con una pregunta.
Para mí era un sí. Ella desenfocó su mirada, que era como bajar los brazos
en un combate. En esos momentos no sabía que decir y aún cuando ella
parecía no dispuesta a retomar la conversación, no quise improvisar nin-
gún comentario. Tomé una extraña planta que más me pareció un tomate
verde en tierra. Alicia empezó a reír
- Es un cactus, pero sin espinas. Se llama peyote. Es una planta sa-
grada para los chamanes, provoca visiones y experiencias extrañas. Lo
malo es que sus efectos secundarios son muy desagradables.
- ¿Lo has tomado?
Al parecer le divertía todo lo que yo decía.
- … a veces las plantas están envueltas en la cultura que las usa.
Créeme no sería útil tomar peyote a no ser que vivieras en su paisaje.
Yo no podía entender en su totalidad sus respuestas, porque el ritmo
de la conversación no me permitía analizar sus comentarios. Sin embargo
presentía una sabiduría oculta extraída de ese mundo quieto y acogedor.
Sus palabras tenían en mí un efecto sedante, más que escucharlas recorrí-
an mi cuerpo y mis miembros como una lluvia ascendente. La compren-
sión de ellas era posterior a la agradable sensación de sus sonidos y por
eso me costaba seguir una conversación con ella a un ritmo normal.
- No has contestado a mi pregunta. ¿has escuchado alguna vez a las
plantas?
215
David Moraza Los palacios de Kólob
216
Los palacios de Kólob
217
David Moraza Los palacios de Kólob
218
Los palacios de Kólob
Miré mi reloj, eran las 21:20. Me levanté un poco azorado por un sen-
timiento de haber abusado de la confianza de ella y su madre. Siempre fui
un poco corto y tímido en casas ajenas. Siempre temiendo abusar o mo-
lestar. Iba a costarme trabajo despedirme de su madre, sabiendo que le
debía diez euros y que ni siquiera se los había pedido. Salimos de su habi-
tación y al pasar a salón no vi a nadie, pensé que quizás hubiese salido.
- Alicia despídeme de tu madre y dale gracias por su ayuda…
No me contestó. Me señaló hacia la cocina, estaba en la entrada a la
izquierda. Loreto nos sonreía y se dirigió a nosotros.
- Os he preparado algo de cenar. ¿Belisario te gusta el pisto?
Enrojecí, porque conocía esa sensación de convertirme en un surtidor
de calor corporal de mi cuello hacia arriba. Me sentía un faro, una farola,
un cromo, un “miren que colores tengo” y para colmo no supe que con-
testar, me encasquillé. Empecé a acalorarme.
- Es usted muy amable, no tendría que haberse molestado…yo...
Alicia acudió en mi ayuda
- Vamos Beli, se enfría y esto frio...
Y fui Beli desde entonces tal como antes era Kozi.
219
David Moraza Los palacios de Kólob
Capítulo 11
Sísifo
220
Los palacios de Kólob
Siempre supuse que la mitología griega era más que historias fantásti-
cas. Y en ese tiempo la historia de Teseo y el minotauro evocaban muchas
semejanzas con mi situación.
Teseo era el futuro rey de Atenas y conociendo el tributo de siete donce-
llas y siete jóvenes que debían ser enviados a Creta para ser devorados por
el minotauro, decidió acompañarlos para librar a Atenas de esa humilla-
ción. El Rey Minos de Creta construyo un inmenso laberinto en cuyo cen-
tro habitaba Asterión, el minotauro. La princesa Ariadna se enamoro de
Teseo y propuso derrotar a su hermano a cambio de ser su esposa en
Atenas. Proporciono un ovillo a Teseo con el que se orientara en el inter-
ior del laberinto hasta hallar a Asterión, matarlo y después volver.
Pensaba en mi laberinto, yo debía llegar hasta el centro y más que matar,
tenía que entender a ese minotauro que amenazaba con devorar mi razón,
mi sentido de la realidad. Alicia era ese hilo que me guiaba, que me daba
aliento en esa encrucijada, no tenía otra forma de regresar a la realidad,
entenderla, y asumirla que a través de ese hilo que ella me ofrecía sin saber
que lo hacía.
A pesar de su aspecto feroz el minotauro tenía un nombre extraño Aste-
rión, estrella. ¿Sería una estrella lo que yo guardaba en mi laberinto, o solo
algo que amenazaba devorarme? Yo pensaba que en Teseo encontraba un
modelo.
No sabía entonces que antes debería de conocer a Sísifo
La relación entre Alicia y yo era de lo más singular. Éramos amigos.
Ese delicado equilibrio, por supuesto era aparente. Se debía, al menos por
lo que a mi correspondía, a un esfuerzo de la voluntad en contener la ava-
lancha provocada por mis sentimientos. En someter las palabras y accio-
nes al estrecho cerco que me había auto impuesto. Temía perder su com-
pañía si sacaba a relucir mis sentimientos y además, nunca pude des-
hacerme de la sensación de estar en deuda con ella. Yo era consciente de
que Alicia era el único lazo que tenia entre Kólob y la realidad palpable.
El trabajo en la página web había sido un ejemplo del poder del mag-
netismo. Notaba un campo de atracción a su alrededor que orientaba
todo mi pensamiento en su dirección, que era el norte, por aquello de que
siempre se representa mirando al frente. El influjo que producía en mi era
variado y difícil de describir.
Cuando Alicia me preguntaba si íbamos a realizar el contenido a dos o
tres columnas. Cómo quería el menú de navegación. Los colores domi-
nantes que íbamos a usar. Me costaba mucho trabajo concentrarme y con-
221
David Moraza Los palacios de Kólob
Sin embargo había algo que me llamaba la atención de Alicia. Por más
que algunos de la clase lo intentaba ninguno podía ir más allá de unos cen-
tímetros en su campo de fuerza. Ella interponía el tercer polo, no el de
atracción o repulsión, sino un tercer. El del frio. Una bajada de temperatu-
ra en su cercanía, que incluso yo podía notar, y que desalentaba al más
apuesto en la búsqueda de una conversación personal o cercana a su su-
perficie. No se la podía tachar de antipática o creída, en ese caso, solo se
podía notar el gran vacío que había a su alrededor, cuando la intención era
la de atravesar esa distancia. Pensaba en ocasiones en una palabra, cautelo-
sa, recelosa, precavida. Ese tipo de personas que encajan con lo felino al
ser estos afines con sus gustos y tendencias.
Encontraba con desazón para mí, como me sentía con ella. Como
si acariciara mi cabeza, como si rascara mi lomo. Y me alarmaba com-
prender, que si fuese felino ronronearía satisfecho.
Estas cavilaciones me acompañaban a menudo y producían en mí
una actividad rumiante incesante que me desagradaba, pero que no podía
eliminar esa especie de migración al reino bovino. Ahora tengo la certeza
que se debía a ese estado tan común, pero tan nuevo para muchos que es
el de estar enamorado, y en mi caso, desde antes de nacer. Un estado que
te da igual ser felino o reptil con tal de disfrutar de una caricia por peque-
ña que sea o unas palabras aunque estén perdidas o lanzadas al azar.
Se acercaba las vacaciones de Navidad y la propuesta de la profesora
de historia fue como una bocanada de aire fresco. Fue algo más, fue seme-
jante al alivio experimentado cuando el aire te sacia al penetrar hasta el
fondo de los pulmones y estos certifican con una sensación de bienestar
que el oxígeno llegara hasta la última célula del cuerpo. Esa sensación,
curiosamente se transforma en una certeza para la mente. La de estar vivo
y respirando.
El hecho de salir un día de las clases y visitar el museo arqueoló-
gico representaba una gran novedad, podíamos escapar de las manos de
las asignaturas, al menos por un día.
El día estaba lluvioso. Me gustaba, conseguía hacer de la naturaleza
algo más presente en el paisaje de la ciudad. En estas situaciones me en-
frentaba a decisiones complicadas. Era difícil para mí saber qué hacer en
un ambiente general. Alicia iba acompañada de sus amigas y yo estaba de
más en ese grupo. Sin embargo era ridículo no estar a su lado, no era lógi-
co teniendo confianza mutua, habiendo tenido momentos de gran con-
fianza entre nosotros. Nada en su comportamiento me hacía pensar que le
223
David Moraza Los palacios de Kólob
224
Los palacios de Kólob
226
Los palacios de Kólob
227
David Moraza Los palacios de Kólob
228
Los palacios de Kólob
na a las vías del tren. Porque Alicia decía “vamos” con la mano y lo hacía
en la perpendicular coincidente con la barra de hierro que Molina clavo en
mi estómago hacia unos momentos. Detrás de mi estaba el autocar ¿cono-
cería al conductor? ¿Habría alguien detrás de mí? Estuve a punto de mirar
atrás, pero ya estaba cansado de ser el tonto de la película ¿Por qué no
podía ser yo esta vez el apuesto joven a la espalda del tonto?
Empezó a latirme el pulso justo como en la llegada a las vías del
tren, una vez subida la cuesta. Levanté mi mano y el tiempo se paró. Sen-
tía que el corazón golpeaba el jersey que llevaba. Entonces ocurrió. Alicia
acaricio el aire frente a ella atrayéndolo a su cara. Con eso creaba una pe-
queña depresión que me hizo confirmar que ese día yo no era el tonto,
quizás otro lo fuera pero no yo. Sus dos movimientos de mano invitán-
dome a ir hacia ella eran para mí.
Nada más necesitaba para atravesar los cien metros que había, lu-
chando por no correr, por hacerlo de la forma más natural. Un bordillo,
otro bordillo, la acera. Molina.
Ah Molina, eso no es verdad. La cara de Molina sin su media sonrisa.
El albero del jardín flanqueando mi subida al cielo, que fue en lo que se
convirtió la entrada del museo con Alicia en la puerta y las nubes negras
sonriéndome desde arriba, palmeando mi espalda con su frescor húmedo,
a punto de descargar su charla sobre todos nosotros.
- ¿Qué cuenta Molina? – me preguntó Alicia–
- No nada...
Era imposible. Sus facultades telepáticas crecían cada día. Era una
chica mutante. Se paro y empezó a sondear mi mente con su mirada y
antes de que encontrara algo más le contesté.
- Vale, está bien. No se te escapa nada.
Le resumí mi charla con Molina de la forma más ligera que pude. No
detalle lo que pensaba Molina acerca de mis intenciones por puro pudor.
Ese comentario me helaba el alma, como si me quitara la ropa en medio
de una tormenta. No quería hacer de ello un casus belli. Ella no le dio más
importancia y cambio de tema. Me di cuenta que hablar de ello traería una
conversación que ninguno deseaba.
Caminábamos junto al grupo a través de las salas del paleolítico. Nu-
ria, la profesora de historia, iba desgranando las piezas que veíamos como
si fueran las de un rosario. Recitaba sus orígenes y su uso como si descri-
biera su propio ajuar de novia. Y algo así encontramos en el tesoro del
229
David Moraza Los palacios de Kólob
Carambolo.
Se componía de veintiuna piezas de oro de veinticuatro quilates. Una de
ellas se encontraba rota por un extremo. Nuria comenzó la narración de
su descubrimiento. Como todo descubrimiento la anécdota de su hallazgo
decora el propio tesoro, mostrando por qué medios tan simples se en-
cuentran tesoros tan valiosos. Al parecer unos obreros que trabajaban en
la futura sede de una sociedad de tiro al pichón, encontraron casi en la
superficie un brazalete de oro. Siguieron excavando y llegaron al hallazgo
de un recipiente de barro cocido y en su interior el resto del tesoro. Uno
de los trabajadores doblo repetidamente una de las piezas para demostrar
que no podían ser de oro. Al hacerlo la rompió en uno de sus extremos.
- ... la polémica – continuo Nuria – sobre el origen tartesio del te-
soro ha quedado zanjada por recientes estudios sobre la cerámica que
acompañaba el hallazgo su modelado, siendo este de origen fenicio. ¿Por
qué? Pues porque los tartesios no conocían el torno, que fue introducido
por los fenicios.
Hubo dos detalles que captaron mi atención. La pulsera encontrada,
casi a ras de tierra y la forma de los sellos signatarios que colgaban del
collar. ¿Cómo podía estar el brazalete, siendo parte del conjunto tan aleja-
do del resto de piezas? Por otra parte la observación de los sellos captaba
toda mi atención. Había siete sellos, sin embargo colgaban ocho cadeni-
llas, por lo que faltaba uno de ellos. A mi parecer la perdida no era recien-
te, pues el corte de la cadenilla estaba erosionado. Cada sello terminaba en
una pletina que encajaba perfectamente entre el pulgar y el índice de la
mano. Esos sellos verificaron operaciones comerciales y propiedades. Tra-
tos y juramentos. Cada uno de ellos tenía una función y una historia.
Los pectorales tenían forma de piel de toro extendida. Casi podía
ver esos toros perfectos, sin defectos engalanados con esos pectorales de
oro en su testuz. Acercarse a un altar de la misma forma, con la parsimo-
nia de un rito milenario. Serian sacrificados por el bienestar de la ciudad
fenicia a la orilla del rio, llevarían a cuestas las ofensas de los habitantes.
Serian sacrificados a Baal, el dios protector de la tempestad, quien les ayu-
daba en sus viajes de comercio en el norte de África y otras tierras alrede-
dor de ese mar fértil como Astarté. La diosa tenía en su cuello el collar y
los brazaletes. Ella representaba el orden a la Maat egipcia. La paz que da
la ley, que nos libra de la barbarie y la anarquía. Había que ser agradecidos
y mostrarlo al regreso llevando al altar de Baal una res perfecta como
muestra del reconocimiento de la ciudad del rio,
230
Los palacios de Kólob
231
David Moraza Los palacios de Kólob
232
Los palacios de Kólob
Su mirada cargada de rabia. Me decía “si me tomas por tonta otra vez
te pongo la vitrina en tu testuz delante del macho dominante” no hizo
falta mucho tiempo para reaccionar.
- Creo que debí haberlo visto en alguna película.
- Ya
Sabía a ciencia cierta que no me creía. Sabía que ella lo sabía y que por
ese pacto no declarado dejaría de hurgar en el asunto. En ese punto
habíamos desarrollado un conocimiento mutuo que permitía ciertas licen-
cias, como la de no tener que expresar en palabras situaciones embarazo-
sas que ambos conocíamos.
- ¿Sabes Beli?
- Que...que...que
Le interrumpí cuando iba a seguir hablando. No dijo ¿sabes Beli?
Porque me preguntara algo, simplemente era una forma de empezar una
frase. Pero estaba tan ansioso de cambiar de tema que salte como un cole-
gial ante una oportunidad más de adivinar dónde está la sorpresa. Me sentí
tan idiota que creo que mi cara adquirió el aspecto clon de mí que... que...
que... es decir cara de tonto.
La hice reír sin intentarlo. A los cinco segundos empecé a reír yo
también. Entonces ella se doblo sobre sí misma y parecía no poder más.
Tomando un poco de aire consiguió articular
- ¿puede saberse de que te ríes?
Y doy fe que en este momento mi respuesta fue sincera. Y creo que
continuo en la senda abierta por mí que... que... que.
- Por mi parte de lo que tu digas.
Bueno no tuvimos más opción que reírnos con tranquilidad delante
de un busto de Alejandro Magno. Una copia romana de Lisipo. Mirarlo
era escucharlo preguntar ¿de qué vais? Si alguien mira a ese busto en la
sala XV, entenderá a que me refiero. Su expresión es la previa a un intento
de entrar en conversación. Así que los tres nos reímos sin estar muy segu-
ros de que.
Después de recuperar el aliento, esto de reír puede ser agotador, Alicia
retomo la misma frase.
- ¿Sabes Beli? –
Me miro con las cejas alzadas, pero yo ya no iba a decir más tonterías,
quería saber lo que iba a decirme. De hecho para mí era mi Astarté. Ocu-
paba el frente de mi visión.
233
David Moraza Los palacios de Kólob
234
Los palacios de Kólob
235
David Moraza Los palacios de Kólob
236
Los palacios de Kólob
237
David Moraza Los palacios de Kólob
238
Los palacios de Kólob
239
David Moraza Los palacios de Kólob
240
Los palacios de Kólob
243
David Moraza Los palacios de Kólob
244
Los palacios de Kólob
245
David Moraza Los palacios de Kólob
246
Los palacios de Kólob
247
David Moraza Los palacios de Kólob
personas que nos miraban e intentaban seducirnos con una estancia pro-
longada en su interior. Y es que el reconocimiento de los demás es una
cualidad de toda vida. La vida se engalana para seducir al que la observa
de hacer entender que ella en concreto es poseedora de la belleza y que la
expone sin poder evitarlo. Era difícil avanzar sin detenerse, era necesaria
cierta disciplina para no perderse en la tentación de la contemplación. Y
no la observación, pues en Silam, la belleza de sus creaciones no te permi-
tían concretar en qué aspecto seducían. Simplemente absorbían tu aten-
ción como si hundieran sus raíces en tu alma. Tú les proporcionabas aten-
ción y admiración, ellas aleteaban en tu interior inundándote de admira-
ción y maravilla. No podías pensar hasta que no adquirías cierto distan-
ciamiento, que solo el tiempo y la práctica proporcionaban a los neófitos
como yo.
Después de caminar cierto tiempo (cómo medirlo ahora, imposi-
ble) vi una cúpula laboriosamente decorada imitando a cascadas de agua
que desbordaban en los salientes. Su hechura era de una laboriosidad in-
creíble. Las columnas que la sostenían imitaban a árboles, cuyas ramas
encajaban en la estructura que soportaban. Ya el lugar me pareció delicio-
so para cualquier encuentro, más aun para uno tan especial. Subimos cin-
co escalones hasta el enlosado que recubría su interior. En círculos con-
céntricos, había grabados que iban del centro hacia el exterior y que rela-
taban las escuelas y grupos que habían usado ese recinto. Los visitantes y
el arco al que correspondían. Bajo nuestros pies estaba un trozo de la his-
toria de la Casa Silam. Esperaban en animada charla el grupo de Corina.
Éramos nueve. Una vez aceptado como miembro del grupo,
hubo que buscar otro para llegar a la cifra de nueve, tarea nada fácil. El
proyecto del grupo de Misón se encuadraba en la Escuela de los encajes,
esta escuela trabajaba en el diseño de entornos o comunidades de especies
distintas y en cómo organizarlas en comunidades afines. Su objetivo era el
de conseguir sociedades vegetales viables. Para esto debíamos formar un
puzle con los millones de posibilidades que nos ofrecían todas las creacio-
nes de Silam. Ellos trabajaban de común acuerdo con muchas casas en
particular con Gaviana. Cada elemento vegetal de ese rompecabezas apor-
taba al proyecto riqueza, pero también necesidades. Formaba una gran
esfera de vida a la que se iban sumando aportaciones de diferentes casas
matriarcales, cada una según su misión. Toda esta información circulaba
en el interior de esa gigantesca estrella que eran los palacios de Kólob.
Las comunidades vegetales que diseñábamos debían de aportar,
248
Los palacios de Kólob
249
David Moraza Los palacios de Kólob
250
Los palacios de Kólob
una renuncia cruel al ser más dulce y amoroso que alguien pueda concebir
y eso traspasó mi alma con una profunda herida, que hoy, al recordarla me
sume en un intenso padecimiento del que no se si algún día seré rescata-
do.
- Misón y a todos los que escucháis, no emprendí este camino para
volver atrás ante el primer desafío. No se nos confió, a nosotros los hijos
de Jana, el gran destello por ser pusilánimes, sino por todo lo contrario. Si
Carolo nos visita, no solo lo escucharé sino, que si me lo permitís, le haré
preguntas y si estas preguntas me llevan solo al conocimiento y a la sole-
dad, sea. Pero no voy a renunciar a saber.
Misón se quedo contemplándome sin expresión alguna. Por un
momento conocí su verdadero rostro, hasta el punto de parecerme un
desconocido. Se había mostrado a mí como era y me dijo.
- Recuerda que hay un pacto con ellos en cuanto a las preguntas.
A esas alturas, yo había renunciado a todo y me sentía más libre
que de costumbre en mis respuestas. Tenía la sensación de estar solo y por
lo tanto de no responder ante nadie. Aún así sentía la punzante impresión
del rostro de mi madre y del susurro de su voz detrás de mi oído compa-
rándome a una de las gotas saltarinas del riachuelo de su jardín.
- No sé de ningún pacto. Sé de los míos él sabrá de los suyos.
Antes de que Misón me respondiera, comenzó a escucharse un
murmullo del resto de asistentes. Al parecer nuestro visitante estaba lle-
gando.
Venía con alguien más y sin que yo preguntara Corina me explicó
que el acompañante era el anfitrión del recinto donde nos hallábamos. Su
misión era tomar nota de las preguntas y de todo cuanto se hablara allí.
Ese control era necesario, como garantía de cumplimiento de los pactos.
La voz de Corina me delataba su pesar por la conversación anterior, don-
de un buen oyente habría deducido una negligencia o una intención por su
parte.
El perceptivo sin forma tenía forma. Humana por supuesto, sin
embargo enseguida percibí lo que podría llamarse un aura distinta. Era
alguien ajeno a nuestro mundo y sin embargo procedente de este. Si dijera
que me inundó una dulce tristeza, mentiría, pero no encuentro otra des-
cripción a lo que experimente al observarlo. Aquí podría asemejarlo a un
viajero polvoriento y experimentado que exuda una veteranía que le hace
inmutarse por aquellos asuntos nuestros que nos sacuden y conmueven.
252
Los palacios de Kólob
253
David Moraza Los palacios de Kólob
254
Los palacios de Kólob
255
David Moraza Los palacios de Kólob
256
Los palacios de Kólob
257
David Moraza Los palacios de Kólob
258
Los palacios de Kólob
259
David Moraza Los palacios de Kólob
260
Los palacios de Kólob
261
David Moraza Los palacios de Kólob
262
Los palacios de Kólob
263
David Moraza Los palacios de Kólob
tener que defenderte de nada. No ser amenazado por nada y también que
nadie repara en ti como elemento en ninguna contienda.
- De qué contienda hablas. Podemos diferir en ver las cosas de
formas distintas, eso en Kólob es normal. Yo no diría que eso es una con-
tienda.
Carolo se volvió hacia mí. Su mirada era neutra, yo no podía in-
tuir cuál era el estado de ánimo de ese ser peculiar. Ajeno a toda ironía.
- El oscuro océano de la inteligencia es goloso con lo suyo. Ha
existido siempre, aún antes que el Gran Gnolaum. Su avaricia solo es su-
perada por su afán de percibir, de cosechar y sólo puede hacerlo a través
de los linajes. No lo interpretes como que es malvado. Eso son juicios
humanos y el no lo es. Alzar a la inteligencia desde la oscuridad a la luz es
la labor de nuestros padres y en eso te aseguro que la pericia y sabiduría
del nuestro no es superada por nadie…
Carolo hablaba pausadamente y aunque yo había escuchado eso
mismo muchas veces, hasta ese momento no supe de la veracidad de las
palabras. El hablaba con un conocimiento directo y eso le otorgaba un
aura certera.
- ..¿dónde está la contienda?... te lo dije hace un momento. Dentro
de nosotros. Tenemos miedo a caer de nuevo en ese lugar oscuro, a per-
der todo lo que hemos adquirido y entregarlo de nuevo a esa avara oscuri-
dad, a eso que muchos lo llaman muerte. Y no entendemos – y llevó su
mano al pecho no a la cabeza – que ya no podremos volver allí sin dejar
de ser lo que somos, pues somos linaje del más grande. Sin embargo caer
de nuestro segundo estado, en los lugares densos, supondría no volver
con honor. No haber superado la prueba. Ahora se avecina el final de la
era, la partida. No hay parto sin lucha. El final del arco siempre es el co-
mienzo del viaje a los lugares densos. En esa transición siempre ha habido
una contienda y esta, la nuestra, será formidable.
A esas alturas de la conversación y sin Partal con nosotros, me
sentía libre de preguntar cualquier cosa.
- ¿Ocurre lo mismo en linajes exteriores?
Se volvió de nuevo de espaldas a mí y bajo su cabeza. Guardo
silencio y entendí que calibraba lo que iba a responderme. Yo estaba te-
niendo una oportunidad que nadie que yo supiera había tenido y eso me
hacía sentir como irreal como si fuese un momento imaginado.
264
Los palacios de Kólob
- Dime una cosa antes… ¿te encargó algo nuestra madre Jana antes
de salir de su Casa?
La pregunta me asombró. Por dos detalles, dijo nuestra madre y
por otra parte creía que solo yo Abiola y Corina lo sabíamos. Y no me
imaginaba que alguna de ellas hubiera tenido la ocasión de comunicarlo a
Carolo.
- Si, lo hizo
- ¿qué fue?
- Me pidió que hiciera una flor para ella.
- Bien, amigo mío. Una cosa es segura. Tú no serás un perceptivo
sin forma. Tu madre te ha atado con un vínculo. Ella te conoce mucho
mejor que tú mismo. Por lo tanto formarás parte de lo que aquí va a acon-
tecer. Sin embargo Misón tiene razón, no podrás volver a tu escuela, ya no
Le volví a preguntar algo impaciente. Aunque sabía que eso no iba a
afectarle.
- ¿Y eso me impide saber qué ocurre en los linajes exteriores?
El se volvió bruscamente y por primera vez en esa tarde vi una emo-
ción en su rostro.
- No entiendes. Eso no te lo impide, eso te protege de saberlo. No
puedes dar más pasos en esa dirección y yo no voy a ayudarte en eso. Sin
embargo te diré algo. Tu forma es humana pero eres distinto a todos. He
encontrado a muy pocos como tú. Estáis a medio camino entre todas las
partes, camináis por los bordes y preferís las laderas a las planicies. Sois
exploradores de los caminos intransitados, pero aún así pertenecéis a
vuestro mundo. Estáis con los demás pero siempre os sentís extranjeros,
no pertenecientes a ningún lugar. Sois de pocos afectos, pero intensos.
Jana sabía esto y dejó que salieses, pero no que rompieses el vínculo.
El me conocía. A medida que hablaba iba encajando cada suceso
de mi alma en su lugar, recomponiendo un rompecabezas que hasta ahora
había sido un paisaje caótico. Aún así, ese conocimiento de mi naturaleza,
que ahora se revelaba de forma nítida, nunca evitó que mi clima interno
sufriera los ciclos que le son naturales. Siempre me he mantenido en esos
lugares poco transitados y solitarios y no por obligación a un ideario sino
porque mi propia naturaleza me conducía a ellos.
Sabía que el tiempo se acababa y que quizás no volviese a tener la oportu-
nidad de una nueva cita con Carolo. Y volví a preguntarle una cosa más.
265
David Moraza Los palacios de Kólob
266
Los palacios de Kólob
267
David Moraza Los palacios de Kólob
268
Los palacios de Kólob
“tiene otro ataque”, suficiente para cambiar todo el hilo de los aconteci-
mientos. Como aquella teja lanzada por una madre vengativa sobre la ca-
beza de Pirro, invicto ante los romanos, lo que no consiguieron senadores
y legiones, lo hizo un trozo de barro cocido. Allí estaba Molina contem-
plando la escena desde su muralla, teniendo la gentileza de no reír, pero sí
la de mirar satisfecho. ¿Cómo pueden los ojos hablar tanto?
Miré a Alicia y entonces todo se desmoronó, porque vi con la
misma claridad que en Kólob, leí en sus ojos como en un libro abierto,
quizás reteniendo alguna habilidad todavía algo de ese lejano mundo, leí
en ellos la alarma provocada por una traición. Supe que él me había en-
contrado y que había avisado en contra de Corina a Nuria. Y algo más,
que deseaba mi caída a cualquier precio.
Por eso no me extraño ver aparecer a dos enfermeros del 061
trayendo una camilla y dirigiéndose hacia mí. Entonces supe que todo
estaba perdido, yo sería una pieza más en un laboratorio de restauración y
que alguien me contemplaría y se preguntaría cómo se puede tener esa
expresión perdida siendo tan joven.
La situación fue de lo más violenta para mí, me sentía lúcido e
intenté explicar que no era necesaria la camilla, pero me encontraba débil
y vulnerable. El protocolo se desarrolló como se extiende un mantel, casi
sin mirar. Me cogieron de ambos brazos y me obligaron a tumbarme. En-
tonces empecé a llorar de impotencia y de vergüenza. Me sentía humillado
y vencido. Alicia me acompañaba a un lado a través del pasillo y si difícil
fue el primer transito por el pasillo del instituto, ahora yo era un enemigo
vencido del general Molina, expuesto en el desfile su triunfo a través de las
calles de Roma. Su rostro pintado de ese rojo satisfecho y su aura de justi-
cia acompañándole.
Empecé a realizar el cálculo de las consecuencias igual que lo
haría el propietario de un negocio en quiebra, con lucidez y espanto. Su-
puse la llegada de mis padres al hospital, el reproche de mi padre, la an-
gustia de mi madre y de nuevo esa gran piedra que corría cuesta abajo en
mi vida atándome a su rodar pesado y lento. Había luchado con ese peso
y tenía la sensación de tenerlo sujeto y controlado, esa piedra que amena-
zaba con aplastarme pero que a la vez, subido a ella, divisaba parajes de
extraordinaria belleza. Empujada día a día a través de mi vida como un
escarabajo su bola de estiércol. Igual yo sentía que en ese peso estaba algo
de enorme valor, pero de amenazante compañía. Y entonces me acordé
de Sísifo y me di cuenta que yo no era Teseo y que estaba solo ante esa
271
David Moraza Los palacios de Kólob
272
Los palacios de Kólob
Capitulo 12
273
David Moraza Los palacios de Kólob
276
Los palacios de Kólob
do Don Enrique paro de hablar, recuperando una calma que pareció apa-
recer de repente. Y se dirigió a mí.
- Muchacho, ya veo que estas tomando una buena dosis. Todo a tu
alrededor te es ajeno ¿verdad?
Perdidos mis reflejos solo acerté a contestar algunos monosíla-
bos eeeh…. Hummmm… pues…. El se reclinó atrás en su sillón y miró
hacia la pared, de donde había desaparecido aquella fotografía junto a su
profesor.
- Siempre quise que se sintiese orgulloso de mí. Ya sabes, mi profe-
sor Don Manuel del Monte. A falta de un padre, el representaba mi as-
cendente intelectual. Uno siempre busca ese reconocimiento en los pa-
dres, nos hace sentir que podemos dirigir la posteridad con éxito. Nos da
seguridad contar con el beneplácito de los ancianos. El no conseguirlo por
cualquier motivo nos desenlaza, nos separa de la cadena familiar. Nos sen-
timos como un intento fallido de la naturaleza. Una fuente de desgracias y
dolor. Entonces hay dos posturas mandar a todos a paseo y seguir nuestro
camino o intentar convencerlos de que no somos tan malos y pedir volver
al rebaño, a la seguridad de lo conocido. Luego está el camino del medio,
pero está reservado para Buda y los santos. ¿me entiendes Belisario?
Y lo entendía a un nivel puramente intelectual, sin embargo ese
entendimiento no humano, me desligaba de toda implicación. Claro que lo
entendía. Su caso y el mío eran parecidos. Yo con mi mundo olvidado y
Don Enrique con la herejía de la psicología transpersonal. Yo lo entendía
todo perfectamente. Pero no veía que podía hacer con eso salvo asentir
educadamente.
- Veras, Belisario, tengo cincuenta y seis años. No tengo muchas
aspiraciones por cumplir. En cierta forma comprendo a Galileo, cuando
se presentó ante el papa Julio. Eran amigos, pero aun así, tuvo que escon-
der su mundo orbitando alrededor del Sol, para seguir en este inmóvil en
el centro del universo. Yo he hecho algo parecido, pedí volver al redil y
olvidé mi sueño. Sin embargo desde que te conocí me he dado cuenta que
tú estás luchando la batalla que yo abandoné. Tantos años dirigiendo este
instituto, siendo un buen chico y sabes, todo para tener un despacho y
una fotografía de un anciano de mirada condescendiente.
Miré a la pared. Sólo había un calendario de un almacén de frutas.
Un niño sonrosado mordía sonriente una manzana roja y brillante. Casi
parecía irreal.
277
David Moraza Los palacios de Kólob
278
Los palacios de Kólob
279
David Moraza Los palacios de Kólob
280
Los palacios de Kólob
281
David Moraza Los palacios de Kólob
ra vez que adquiría esa expresión. Siempre estaba en guardia y lista para
un movimiento de defensa. Después de una pausa continúo hablando.
- …supongo que a causa de esto me he vuelto más introvertida y
más recelosa. Seguro que el director sabría dar un diagnóstico más profe-
sional. Me cuesta confiar porque no me fio de nadie. ¿Ves? Al final las
cosas son siempre simples. Pero todavía no he contestado a tu pregunta
¿por qué estoy aquí contigo? … me impresionaste cuando me hablaste de
Corina y su trabajo con las plantas, al principio creí que lo habías prepara-
do, pero luego acepté que no había intención de impresionarme o ligar
conmigo. Además si la hubo creo que ha acabado en un desastre total.
Nos reímos tímidamente al principio y después si control, porque
hasta yo en mis circunstancias pude darme cuenta de cómo mi historial
iba fortaleciendo la imagen tragicómica de mi vida. Realmente era tan la-
mentable mi imagen pública que hasta mi me daba la risa.
- Si, la verdad – comenté– que en una fiesta de disfraces yo solo
tendría que asistir sin más complicaciones.
- Bueno ya empezaron a mirarnos algunos extrañados de tanta risa.
Alicia respondió
- Y yo con unas gafas de culo de vaso haría de tu escribiente.
No fue esta una broma solamente, pues decidimos, sobre todo
por parte de Alicia, llevar una relación mucho más detallada de toda mi
experiencia. Su sentido del orden y de la estética hizo de mis borradores
algo organizado, más completo y de mejor lectura. Me obligo desde en-
tonces a escarbar en mi memoria y me exprimió como un limón al grado
que nuestras sesiones de redacción eran extenuantes. Ella estaba ávida de
detalles, sentía a veces la impresión de su ansia por estar en mis lugares.
- Quiero decirte algo, pero solo te lo diré una vez. Yo no sé si tu
historia es real, es decir si existe ese mundo al que llamas Kólob. Solo sé
que si fuese verdad sería maravilloso. Pensar que vivíamos antes en ese
lugar tan increíble. En cierta forma tú me has sacado del lugar gris donde
estaba, pero no puedo evitar reservarme, no quiero creer, me da miedo.
Cuando mi padre me contaba un cuento antes de dormir, la protagonista
siempre llevaba mi nombre, yo protestaba pero el siempre me decía “no
tengo la culpa “y se encogía de hombros. Siempre me veía triunfante al
final, porque él con sus palabras me llevaba por castillos, ríos, barcos atra-
vesando el mar. Siempre regresaba al final para darme el beso de buenas
noches…
282
Los palacios de Kólob
283
David Moraza Los palacios de Kólob
siderarla como parte del equipo. La palabra equipo consiguió que me mi-
rase escéptico.
- Muchacho esto no es una operación a corazón abierto. No nece-
sito a nadie que me pase el escalpelo
Al parecer había en Sevilla un colega de Don Enrique, que si bien
no ejercía su profesión bajo el epígrafe de sicólogo transpersonal, si admi-
tía de forma confidencial, la realidad de esta rama de su profesión. Aceptó
presentar sus servicios con la ayuda de Don Enrique. Pero en realidad
solo era un aval para que mi padre entendiera que no eran brujos o mé-
diums; sino personas de universidad, que han sido testeadas por las auto-
ridades competentes. Don Enrique presentaría la opción tras la frase “…
conozco a un colega que su consulta trata este tipo de trastornos de forma
eficaz”. Eso tranquilizaría a muchos. Conozco a un colega viene a decir
que estoy en activo en mi profesión, de lo contrario sería “conozco a un
amigo”, al decir en su consulta, entendemos que ese colega vive de su pro-
fesión lo suficiente como para pagar los gastos de un local donde van gen-
te a solicitar su ciencia. Y al decir “este tipo de trastornos” se infiere que
Don Enrique los conoce y se ha visto frente a ellos en todo tipo de situa-
ciones. Lo que no sabía mi director es que mi padre no era cualquiera a
quien se pudiera impresionar con palabras.
Mi madre preparó un bizcocho de nueces. Una especialidad que
nadie como ella sabía elaborar. El contraste entre la suavidad de la masa y
el crujir de las nueces era delicioso. Debido a mi tratamiento todos había-
mos dejado el café por la malta, sin embargo podíamos repetir todo lo que
quisiéramos sin temor a los efectos de la cafeína. Y en esa merienda a la
que Don Enrique se aplicó sin reservas, comenzamos a charlar de educa-
ción, la vocación religiosa y de cómo surge.
Fue en la infancia de donde empezó a sentir el acicate de las misiones y el
afán de ir a tierras lejanas. Sin embargo ese afán de aventura vino a con-
cretarse en la psicología, elegida como campo de batalla contra todos
aquellos que hacían de la religión asunto de viejas y supersticiones. Don
Enrique se propuso combatir a favor de la fe en el campo de la ciencia.
Un relato que nos interesó a todos y que escuchábamos con cierta emo-
ción de su parte. Poco a poco la conversación fue ribeteando el asunto
que todos teníamos en mente.
Cuando mi director empezó a hacer una breve exposición de las
virtudes y características de esta rama del conocimiento humano, mi pa-
dre levantó su mano, resumió brevemente las escuelas transpersonales,
284
Los palacios de Kólob
sus fundadores y quiso saber con cuál de ellas simpatizaba y por qué.
Don Enrique tardó un poco en reaccionar, estaba acostumbrado a tratar
con padres retraídos y casi subordinados de entrada. Ya se sabe nunca
porfíes con tu dentista ni con los maestros e tus hijos. Y empezó esta
tarde, en el salón de mi casa a lanzar sus preguntas.
- ¿Por qué la psicología transpersonal no se contempla como servi-
cio en la seguridad social?
Se lo dije días antes. Debería de prepararse antes de venir. Pero
no me hizo caso, mi director se sentía seguro de sí mismo, estaba acos-
tumbrado a despachar a padres llenos de respeto y admiración por ese
salesiano que era sicólogo y matemático. Y además sabía de latines. Sin
embargo esa clase de personas eran ya cada vez menos frecuentes y mu-
chas veces el respeto se había sustituido por demostraciones gratuitas
de… porque usted sea cura no va a…o el típico a mi hijo no vuelva a de-
cirle o hacerle. Un claro síntoma de que los tiempos habían cambiado de
forma drástica, que su ascendente iba decayendo con el tiempo. Sin em-
bargo ahora estaba ante alguien que le pedía razones concretas.
- Vera… la psicología transpersonal hace una diferencia entre pato-
logía y emergencia espiritual. Emergencia no en el sentido de alarma, sino
de emerger desde el fondo de la persona, experiencias que las escuelas
clásicas no contemplan como cualidades naturales del hombre. Este plan-
teamiento que roza, si quiere llamarlo así, lo espiritual no puede ser asu-
mido por la escuela clásica, pues está es netamente materialista. Así que se
ve relegada, como rama de la psicología al terreno de la docencia privada.
Mi padre escuchaba con interés, pero sin mostrar ninguna emo-
ción en su rostro. Sin embargo mi madre mostraba un brillo en su mirada
al ver una puerta diferente a la que conocía.
- ¿Por qué me presenta esta alternativa con mi hijo, qué le hace
pensar que se le aplica?
En la medida que escuchaba a mi padre me sentía orgulloso de
que Don Enrique se diese cuenta que mi familia sabía llevar una conversa-
ción de esa naturaleza. Sin embargo mi madre se veía nerviosa y angustia-
da y rogaba con la mirada a mi padre que fuese más amable.
- Vamos a ver, su hijo, Belisario es una joven con un sentido de la
realidad que ya quisiera yo para el resto de los alumnos…
Mi padre le interrumpió
285
David Moraza Los palacios de Kólob
- Por favor le rogaría que hablase sin halagos, hable de forma con-
creta, no necesito que adule a mi hijo, necesito ser objetivo a la hora de
valorar lo que tiene que decirme y no hay cosa peor para esto que me de-
talle su admiración. Solo hábleme de los hechos o sus conclusiones.
Don Enrique se quedo literalmente de piedra, ni siquiera intentó discul-
parse o aclararse
- Su hijo, no confunde la realidad con sus experiencias. No muestra
ningún temor o amenaza exterior. Sufre por los efectos en su entorno
causado por sus emergencias. Es totalmente consciente de los límites en-
tre estas y su vida personal. Su comportamiento es totalmente responsa-
ble. Su juicio y valoración de sus emociones es normal, es objetivo en el
análisis de las situaciones y sus emergencias no influyen, al menos de for-
ma negativa, en su raciocino. Pide ayuda para controlar los efectos en su
entorno.
- Con eso – continuo mi padre – me está diciendo usted que no
presenta ningún cuadro de patología del comportamiento, según su escue-
la.
Don Enrique apoyó su espalda contra el sofá adoptando una pos-
tura más cómoda. No debía haberlo hecho mi padre, yo lo sabía, lo inter-
preto como una señal de ganar terreno
- Vera Don Manuel – una sonrisa en el párpado inferior de mi pa-
dre por lo de Don Manuel – hay muchachos superdotados con un coefi-
ciente de inteligencia superior a la media, si se les encuentra, se les valora y
se les ayuda. Otros sin embargo si no se les detectan lo pasan mal por eso
mismo. Pero en definitiva en una sociedad como la nuestra que se centra
en la resolución de problemas, este tipo de habilidad o dotación se valora
positivamente, se las contempla con admiración. Su hijo está dotado de
una habilidad o capacidad especial para saber cosas o recordarlas que no
posee nadie que yo conozca. Pero no sirve para deducir el sentido de giro
de un engranaje o para despejar una incógnita en una ecuación, o para
establecer patrones en series de números, por lo tanto a estas personas,
en la seguridad social, se les trata como dueños de problemas más que de
capacidades. Y sus problemas los tratan con drogas que los esconden.
Nosotros intentamos ayudarles, a convivir con lo que son. A conocer qué
tienen que decir.
Mi padre guardaba sus pensamientos como en una partida de po-
ker. Era imposible saber qué pasaba por su mente. Salvo la pequeña sonri-
286
Los palacios de Kólob
sa en sus ojos que puede ver momentos antes. Nada hacía ver su postura.
Sin embargo mi madre era un libro abierto, por momentos pensé que iba
a invitarlo a cenar.
- Dice usted que sus emergencias no influyen negativamente en su
raciocinio, por lo que deduzco que guarda un registro clínico, o como us-
ted lo llame. O es sólo una impresión ¿ha hecho usted un estudio formal o
solo son impresiones de pasillo como director?
Yo rezaba en ese momento para que Don Enrique no sacara su
famosa habilidad en los diagnósticos. Si lo hiciera ya seríamos dos “su-
perdotados”, pero mi director no era tonto era salesiano.
- Verá Don Manuel, voy a responderle de forma clara pero permí-
tame contarle algo antes. Yo he ejercido durante años en la psicología,
digamos oficial, llegue a esta nueva rama con un extenso bagaje, no lo hice
con la inocencia o el candor del neófito. Lo hice después de años de ex-
periencia. Y eso me ha costado mucho. Puedo distinguir perfectamente un
comportamiento esquizoide de otro paranoico. De la misma forma que
usted, y perdone la comparación, distingue a simple vista una vaca de un
becerro. Su hijo no es ni lo uno ni lo otro.
Y en ese momento, todos nos quedamos callados, porque no sa-
bíamos si se refería a mi catalogación como paciente o como mamífero.
Sabía que mi padre no iba a desaprovechar la ocasión.
- Bueno, vera, creo que tanto mis antepasados como los de mi mu-
jer dejaron esa rama de la evolución, nos gustaban más los árboles.
Don Enrique se deshizo en disculpas.
- No se preocupe – tercio mi padre – entiendo lo que quiere decir.
Y bien dígame. Si no hay un efecto negativo en su rendimiento como es-
tudiante, y eso lo sé, sin embargo si hay efectos negativos en su relación
con los demás. El pierde la conciencia, eso afecta – y lo recalcó– negati-
vamente a su imagen, que en esta edad, es vital. Sus antiguos colegas, so-
lucionan esto con el tratamiento que tiene en la actualidad, quizás no sean
tan comprensivos, pero solucionan el problema.
- No se engañe, Don Manuel, no lo solucionan. Lo esconden. A
costa precisamente de pagar un precio en sus relaciones con los demás
con un distanciamiento, un dejar pasar. Yo recomendaría que se siguiera
ese tratamiento si el caso fuera otro, pero en este no.
- ¿qué podrían conseguir su colega y usted en caso de que decidié-
ramos seguir adelante? Y… ¿Cuál sería el precio?
287
David Moraza Los palacios de Kólob
288
Los palacios de Kólob
289
David Moraza Los palacios de Kólob
290
Los palacios de Kólob
Capítulo 13
291
David Moraza Los palacios de Kólob
292
Los palacios de Kólob
293
David Moraza Los palacios de Kólob
294
Los palacios de Kólob
mis coetáneos, se quedó espantado de mis casi cinco kilos. La gente pre-
guntaba de quién era ese niño tan grande y que lloraba tan fuerte. Nadie
lo creía cuando decía que él era el padre de la criatura. Usted– decían–
usted no puede ser. Esa fue mi entrada en este mundo, dando el cante, y
ahora seguía en lo mismo aunque por otras razones y de otra forma.
Viajaba en el autobús mirando pasar las palmeras que flanquea-
ban la carretera Su Eminencia, eran altas pero desangeladas en la cúspide.
Quizás esa misma altura empequeñecía los méritos de sus copas. A mi
izquierda, en el horizonte, la torre de la Universidad Laboral, me recor-
daba los exámenes que se acercaban. Siempre esa imagen emergente, pro-
vocaba una pequeña presión en mi estómago. Una presión parecida a la de
una bola de plomo en un colchón de gomaespuma. La presencia de esa
torre lejana hundía el espacio a mi alrededor lanzándome la influencia de
una pequeña depresión hasta mi espíritu.
Loki saltó de improviso.
La depresión producía un tirón muy familiar hacia el miedo, el no
saber si podré superar las pruebas de química o el examen de funciones
derivadas. La persistente dificultad en plantear una ecuación y despejar las
incógnitas. Toda esa materia intelectual gravitaba con rabia y de forma
impersonal. Sin necesidad de saber mi nombre. Yo solo era un objeto en
su campo, deformando mi espacio como si fuese suyo. Loki saltó de nue-
vo, había detectado un movimiento extraño en mi estado habitual, un des-
lizamiento hacía una fantasía sin control. Me avisaba que me estaba dejan-
do llevar, sin embargo era la atracción de ese horizonte singular el que me
arrastraba sin remedio al agujero negro de la torre. Le pedí al Capitán Kirk
potencia máxima, había que salir de la trampa. Toda la tripulación se diri-
gió a los puestos de emergencia. La nave vomitaba chorros de plasma en-
loquecido por sus toberas. Vibraba por el esfuerzo y por un momento se
mantuvo en el horizonte de la singularidad, pero se producía una lenta
derrota hacia la popa. Yo y la Enterprise navegábamos sin control en el
rumbo. Aún no había notado ese embudo que en otras ocasiones me tra-
gaba, pero ya detectaba su gravitación radiada desde la aguja de la torre.
En medio del recorrido se encontraban algunos barrios de ambiente de-
primido y de gran nivel de delincuencia. Veía acercarse el barrio de las dos
mil viviendas a mi derecha. Y presentía que esa parada sería la mía. A tres
paradas del Hospital. Un mal sitio para ocultarse, peligroso y solitario. La
policía no solía entrar en él. Tuve el acierto de llamar a Alicia.
- Dime Beli
296
Los palacios de Kólob
297
David Moraza Los palacios de Kólob
del mismo color, suelta hasta arriba de los tobillos. Mangas anchas hasta
arriba de las muñecas. Encima de su túnica un sobretodo de color arena.
Sus insignias en su hombro derecho. Caminaba despacio. Y sus ropas os-
cilaban acompasadamente. Toda esa materia textil, densa moviéndose con
elegancia daba un toque majestuoso a su portador. Todos deseábamos
llegar a ese estado, para poder adquirir dominio sobre los lugares densos.
Llegamos a la antesala de la ventana de la inteligencia. Era un lu-
gar cerrado de una luz cenicienta. Se accedía a esta sala cruzando un pórti-
co ricamente elaborado con dos imágenes casi tres veces del tamaño natu-
ral de una persona. Mostraban a dos maestros de sala extendiendo su ma-
no derecha hacia el acceso a la ventana. Toda la bóveda sobre nosotros
estaba cruzada de una abigarrada exposición de follaje, plantas, ramas en-
trecruzadas de admirable ejecución. La altura y la formidable multiplicidad
de detalles daban la impresión de movimiento, de estar vivo. Pero la apa-
riencia era pétrea, pobre palabra para expresar el aspecto de las construc-
ciones en Kólob.
Tobán nos pidió que formáramos en nuestras posiciones de gru-
po. Misón como responsable en el centro adelantado, como vértice de la
cuña. A ambos lados izquierda y derecha como formadores a Caliandro y
Melen. Atrás como formadores de grumos Quebel y Celem, Moses y Ali-
nia. Alinia había sido incluida debido a mi llegada, de modo que habría
dos parejas de formadores de grumos. Al final como Alteradores o bati-
dores yo y Corina. Varones a la izquierda y mujeres a la derecha, mirando
hacia la oscuridad. Tobán tras Misón, en el centro de la cuña. En ese pun-
to y a treinta pasos del último pórtico, Recibimos las últimas instrucciones
de nuestro maestro de sala, que por momentos se convertía en el mayor
consuelo y protección que podíamos anhelar.
- Mis amigos – todos nos sentimos honrados por ese título– es de
vital importancia que conservemos nuestra formación con exactitud. Ya
sabéis que, os sentiréis completamente solos. Porque básicamente todos
estamos solos ante la eternidad. Vuestro entrenamiento os ha provisto de
una coordinación excepcional. Conocéis hasta el ritmo de respiración de
cada uno, sabéis conservar la posición incluso después de horas sin visión.
Habéis de confiar en lo aprendido y practicado miles de veces.
Sin embargo cuando lo que hay al otro lado os mire, os perturbará y cim-
breará profundamente vuestro espíritu. Hoy solo mantendremos la forma
y nuestra templanza. Hoy lo oscuro sabrá que sois un equipo de poder.
Que sabéis mantener la mirada de lo completamente impersonal. Hoy
299
David Moraza Los palacios de Kólob
conocerá que los hijos del Gran Gnolaum siguen conservando su centro
inmóvil, ante el embate de las densas y oscuras olas del océano de la inte-
ligencia.
Marchamos despacio, manteniendo nuestra formación, como si
en ello nos fuera la existencia. A quince pasos de la entrada, empecé a sen-
tir cómo mi mandíbula se cerraba herméticamente temiendo alguna tem-
pestad extraña. Misón al frente rebasó el dintel del pórtico. Este flan-
queado por dos colosos que de espaldas miraban hacia la oscuridad, refor-
zaban nuestra atención a lo que hacíamos. Tobán ocupaba el centro
geométrico de esa falange que se adentraba en lo desconocido. Una vez
que Corina y yo rebasamos esa línea, nos hallamos inmersos en una oscu-
ridad total, no había ninguna luz, que desde la sala anterior, nos guiara en
aquel sitio. Caminamos durante unos minutos que se hicieron eter-
nos y para mi asombro empezamos a hacerlo por una pendiente ascen-
dente, una especie de colina. La consistencia del suelo era arenosa y uni-
forme. Caminábamos a través de un lugar desierto y lúgubre, parecía no
estar hecho para nuestra presencia. Empecé a sentir una opresión en mi
pecho cada vez más intensa, una tristeza dulce me invadía invitándome a
parar y dejar pasar las cosas. Al cabo de un tiempo Tobán susurró a Misón
y este nos dijo que parásemos. Nos encontrábamos en una pequeña mese-
ta sin bordes definidos. Podíamos ver sólo un pequeño círculo a nuestro
alrededor, no identifiqué ninguna fuente de luz de aquella fosforescencia
parda.
Yo sabía lo que iba a ocurrir ahora. Pero no estaba preparado
para ello. Tobán empezó a cantar su canción de llamada. Pero su voz no
sonaba como antes de cruzar el dintel. Su voz era sólida se extendió al
frente como si abriese unos brazos, hasta ahora desconocidos. En ese
silencio formidable, su voz potente y vibrante nos clavo al suelo como
estacas eliminó nuestros temores como el embate de un torrente de agua
que bajase de la montaña.
Al que habita en el profundo abismo
Al que acuna en sus olas las inteligencias dormidas
Volvemos a ti, maduros y formados
Contempla a aquellos que flotaban en tu seno
Somos los hijos de los antiguos y grandes
Somos los que soportan la mirada terrible
Aquellos que durmieron en el profundo abismo.
Si en ese instante, hubiese habido algún defecto en nuestra posi-
300
Los palacios de Kólob
303
David Moraza Los palacios de Kólob
- Me llamo Kozam,
Escuche decir, me pregunté quién hablaba en mi nombre, cómo
era eso posible.
- Soy del linaje Jana, cuarta era
Las palabras brotaban en mi mente por la inercia de la práctica,
por reflejos. A eso me reduje. Ofrecí mi pajarillo a la voracidad infinita
que me rodeaba y pensé que no sería nada que pudiese satisfacer. Aquel
era el lugar sin misericordia, sin amor. No había tolerancia ni compren-
sión. Solo la justicia imperaba, y yo estaba fallando.
Notaba cómo ascendía por mi cuerpo la disolución de mi ser. Iba
combinándome como el azúcar en el agua. Devolvía todo lo aprendido,
mis recuerdos al oscuro océano, como el pescador al que se le requieren
todos los peces capturados durante su vida y los va entregando uno a uno.
Entonces sentí que junto con el agua ascendía también una cuestión plan-
teada en los mismos términos que la anterior.
- ¿Qué haces aquí?
Me sentía incapaz de contestar, había abandonado toda esperanza
de volver con honor o si acaso volver de una pieza. Y ya resignado a mi
suerte notaba como mi cuerpo ligero y tembloroso se disponía a entregar-
se, vencido.
En ese momento de renuncia a cualquier resistencia, vino a mi
mente una imagen desconocida. Una flor. Su color amarillo y una pregun-
ta entre sus pétalos “madre Jana ¿de qué color la quieres?”. Corrí hasta esa
flor, quería llevarla a palacio. Hablaría con el guardián de la puerta y ten-
dría que dejarme pasar porque ella se acordaría de mí y de su encargo. Me
daría la piedrecita colgada a mi cuello y me conduciría ante la columna
Oblishi, después de una reverencia, la esperaría en el jardín.
La esperanza es la tercera de nuestras premisas. Quizás la mayor
de todas, pues exige libertad y deber. Podemos ser libres pero sin esperan-
za, podemos ser rectos como árboles de un bosque pero ser sin esperanza.
Para ella es necesario tener la chispa inextinguible. Extendí mis brazos, ya
sin fuerzas los abrí a pesar del plomo que había en ellos y le mostré que yo
era débil y no quería compasión, pero que tenía algo que mostrar, tenía
una esperanza.
- Vengo a buscar una flor, es para Jana, mi madre. Y la arrancaré de
ese prado oscuro de donde vine. Sé que está allí en algún lugar.
Me aferré a esa esperanza como si colgase de ese simple tallo so-
304
Los palacios de Kólob
306
Los palacios de Kólob
307
David Moraza Los palacios de Kólob
308
Los palacios de Kólob
309
David Moraza Los palacios de Kólob
rincón. Las escuelas de toda índole que pululaban como abejas entre sus
habitantes. Los narradores de mundos, que si imaginaban o eran relatos
de perceptivos sin forma, no había forma de saber, pero su verbo era po-
deroso y te mantenía inmóvil sin poder dejar de oír. Los transformistas
que podían modificar su forma para representar cualquier raza de la que se
tuviera noticia. Los creadores de ropajes y peinados. Los juegos forestales,
acuáticos, de toda índole en los que se formaban equipos y linajes de
maestros. La narrativa y poesía en las que había competiciones. Las escue-
las de danza donde se traducían poemas y canciones a ritmos corporales
que parecían hablar.
En una de las exposiciones había una expectación especial. La
escuela agreste mostraba una planta que guardaba el agua en su interior y
la tomaba de la atmósfera. Al parecer trabajaban de acuerdo con la Casa
Najara y proponían plantas adaptadas a entornos áridos, cosa difícil de
imaginar en un lugar como aquél. Había que explicarlo con hermosas pin-
turas que recreaban entornos desconocidos en Kólob como los desiertos.
Lo ingenioso de sus creaciones atraía a muchos y las soluciones que pre-
sentaban asombraban a la mayoría presa de una curiosidad insaciable.
Como esponjas absorbían cada novedad que se producía en los entornos
de la Casa Silam, extensa como un continente que albergaba a innumera-
bles habitantes. A menudo pensaba en lo inexplicable del hecho que sien-
do de una misma familia, procediendo de un mismo lugar y habiendo re-
cibido una misma instrucción en las casas matriarcales hubiese tal variedad
de actitudes e intereses. Yo me consideraba alguien aparte del tumulto,
pero con un peso en el alma que bien podría no ser necesario si mis inter-
eses fuesen otros. Pero en el fondo yo quería saber y conocer la
profundidad de todo y me asombré a mí mismo deseando volver a la pla-
ya oscura de la inteligencia ese lugar del que no volví siendo el mismo. De
alguna manera roto, pero más sabio. El saber que fuimos una sombra de
lo que somos.
Me dirigí a los parajes solitarios y tranquilos de las afueras. A nuestros
desiertos, redondeadas y suaves colinas del más hermoso césped, salpica-
do de flores innumerables. Revoloteado de insectos de toda clase, todo en
una perfecta armonía. En el fondo árboles frondosos y espaciados realza-
dos en su perfección por el horizonte de Kólob. Poblado este de nubes
bajas y conforme ascendía la vista, las estrellas, brillantes como pequeños
soles lejanos y desapareciendo a medida que en mi cenit radiaba Kokau-
beam su azulada luz. No había forma de acostumbrarse a ese paisaje, no
310
Los palacios de Kólob
312
Los palacios de Kólob
313
David Moraza Los palacios de Kólob
315
David Moraza Los palacios de Kólob
316
Los palacios de Kólob
las premisas. La luz de la verdad iluminará a todo ser que nazca en ese
mundo. Dime Kozam, ¿no te has preguntado por qué somos tantos?
Callé por respuesta.
- Has estado en la isla de Midela pero hay otra isla que se llama Ta-
ramis. En ella existe una criatura encerrada entre dos caparazones. Cuan-
do desove en las playas sus huevos, solo uno de cinco mil sobrevivirá has-
ta llegar a su regreso de nuevo a esa playa donde nació. Hay muchos
enemigos esperando y el número soluciona la supervivencia. Kozam,
ellos, los densos, esperan muchas pérdidas. Lo tienen asumido. Nosotros
no, no aceptamos tantas bajas. Nosotros buscamos el éxito de todos, no
sólo de los mejores. Queremos volver con todos vosotros, que no se pier-
da ni uno solo. Nuestra propuesta, no es, como dice Bisnan, el reducir el
eje de la libertad. Más bien rotar ese eje hacia un extremo y dejar que el
enfoque predomine sobre los demás. Guiaremos a esas pequeñas criaturas
a desarrollarse, a volver de nuevo a la playa.
Por otro lado, no veo en ese plan al depredador, quién se va a oponer,
quién o qué va a provocar el peligro en los sitios densos de modo que se
pierdan muchos. Un simple velo, no justifica tanta alarma. Y por otra par-
te si la posición es el eje director, requiere opciones para escoger, de lo
contrario el libre albedrio no tendría sentido. Luego está el salvador, tema
espinoso
- ¿Qué se dice sobre esto último? – pregunté –
- El plan de las casas requiere un reequilibrio con el oscuro océano
y eso amigo mío es algo inimaginable.
Aribel hablaba con calma, mientras caminábamos hacia el tercer
arco. Al mencionar al oscuro océano, me sobrevino de nuevo la sensación
terrible y magnífica de ese día con mi equipo. Según las leyes de los linajes,
sólo la justicia impera en el Universo, la misericordia no existe en su me-
cánica, es un lugar sin compasión. Ésta, la compasión, sólo es un territo-
rio privado de las criaturas conscientes. En todos los linajes se guarda un
delicado equilibrio entre los fracasos de sus habitantes en los lugares den-
sos y las demandas de justicia del oscuro océano. Si alguien, en su estado
denso, no seguía el camino de las premisas, generaba un déficit de justicia
en su causa personal, un desequilibrio. Ese déficit reclamaba una conse-
cuencia, que pasaba por una disminución en su conocimiento y en su glo-
ria postrera. Es decir reclama su caída, su destino miserable en un lugar
despojado de luz y conocimiento. Sólo así se reequilibra la balanza con la
317
David Moraza Los palacios de Kólob
demanda de justicia del oscuro océano. Uno recibe el lugar que le corres-
ponde de igual forma que la materia recibe la porción de luz que com-
prende y su gloria correspondiente. De igual manera que cada criatura
llena su esfera y recibe la luz que habita en ella. Nosotros éramos un caso
especial. Éramos su linaje y por tanto la prueba era mayor y también la
recompensa.
- Aribel, he estado hoy en la oscura playa. Pensé que me iba a di-
solver en sus aguas, creo que defraudé a los míos…
No me importaba reconocerlo ante él. No había sentido en man-
tener una imagen exitosa ante alguien que lo era por naturaleza, inalcanza-
ble. Alguien maestro de todos los oficios, y cotidiano de la morada central.
- … vi al oscuro océano de la inteligencia, en su presencia inexpre-
sable, observe la línea de sus olas. No osaban traspasar la ventana. Me
asombra el poder de nuestros padres. Si pueden sujetar esas olas a su vo-
luntad, también pueden obligarlo a soportar la tolerancia que requiere la
compasión hacia nosotros.
Aribel sonreía, de forma paternal. Como si escuchase las primeras
frases de una inteligencia al penetrar en su nuevo estado de humanidad.
- Hay un pacto, Kozam. Se permite el ascenso de la inteligencia
desde el oscuro, siempre que guarde las leyes. De lo contario ha de caer.
Es la ley. Si el Gran Gnolaum no cumpliese su parte del pacto, haciendo
una excepción con nosotros el perdería su poder y su linaje. Las oscuras
olas del mar de la inteligencia inundarían nuestra conciencia obligándonos
a volver a nuestro origen. Sumiéndonos en la oscuridad, hay un lugar para
eso y es carente de luz y conocimiento. Entiéndelo, Kozam, sus creacio-
nes le obedecen por su prestigio y el oscuro le cede sus aguas por su
maestría, por su crédito y reputación. Reconozco que esta es conocida en
todo rincón.
De repente entendí su exposición. La alternativa al plan de las
casas, proponía pasar por los estados densos sin violentar el equilibrio de
la justicia, mediante la supremacía del eje del enfoque, del deber. Una
obediencia impecable a las premisas. No habría fracaso personal y por lo
tanto la vuelta de todas las tortugas a la luz y el conocimiento. Intenté si-
mular mi sorpresa ante la idea de éxito general.
- ¿Y entonces cómo equilibra el plan de las casas las demandas de
justicia generadas por nosotros en los lugares densos?
Realmente, yo lo sabía, cualquier alterador podría contestar a esa
318
Los palacios de Kólob
319
David Moraza Los palacios de Kólob
hasta lo indecible.
A medida que las palabras salían de su boca, se desplegaba ante
mí el panorama exacto de la situación en Kólob. Los elementos desfilaban
ante mí orquestados en una narración clara e inteligente. Aribel no atacaba
el plan de las casas matriarcales, lo conocía y lo exponía sin prejuicios.
- ¿Puede hacerse algo así?
Aribel se detuvo y me miró, de forma quieta durante un instante.
Parecía sorprendido por una pregunta de cuatro letras.
- No eres alguien común, amigo mío. No te pierdes en las ideas,
eso me gusta. Creo que llegaras lejos, a pesar de tus problemas en las os-
curas playas…
Reímos un buen rato. Y yo empecé a dudar si estaba quemando
demasiado rápido esa ocasión de oro para adquirir información. Tenía la
sensación de ir demasiado rápido en mis preguntas y de falta de pudor por
mi parte. Sin embargo Aribel no parecía molesto, sino más bien sorpren-
dido.
- ¿Puede hacerse?... supongo que sí. Pero fíjate, no hay nadie que se
presente voluntario para algo así. Y no se puede asignar a nadie sería un
castigo.
Volví a hacerle la pregunta de otra forma. Jugué mi última baza.
No seguiría insistiendo más. Me parecía algo sorprendente haber llegado
hasta este punto.
- ¿Puede alguien con un cuerpo denso soportar la presión del peso
total de la caída de las capas de fracaso?
Aribel, miro hacia el arco, cuya cúspide se elevaba a nuestra izquierda
- No, ningún cuerpo denso de los que obtengamos, puede soportar
esa carga. Ni siquiera podría equilibrar con el oscuro océano la caída de las
premisas de diez de nosotros, no está diseñado para eso. Moriría en el
acto.
Yo no entendía entonces. Todo el plan de las casas se basaba en
eso y fallaba en su base. Éramos incontables, como las arenas de las playas
de Kólob, entonces cómo era posible llevar a cabo ese plan. Mientras pen-
saba en esto, sabía que la cuestión estaba sin dilucidar, pero no pensaba
presionar más en este sentido, pues las respuestas de Aribel iban hacién-
dose más cortas a medida que avanzaba la conversación. Nos dirigíamos
hacia el pilar del arco de la tercera era. De lejos era como la línea que traza
una piedra lanzada a un sexto del horizonte de Kólob, contando desde la
320
Los palacios de Kólob
321
David Moraza Los palacios de Kólob
interactuar hasta cierto límite. Eran como seda suave que se deslizaba por
nosotros. En su interior las criaturas de Sinabea pululaban como insectos
en las praderas. Todas ellas conscientes, en su plenitud. Con el mismo
afán de mostrarse que el mundo que los sustentaba. Si me paraba y obser-
vaba, podía tener conciencia de cada una de ellas. No era a través de la
vista solamente que podía contactar con su presencia, podía presentirlos
allá en las cristalinas aguas. Notar su volumen desplazando a las aguas un
tanto, golpeando suavemente la realidad para mostrar que estaban allí.
Que son parte del libro de la vida. Ese reclamar la atención constante de
los observadores les reportaba alimento a su conciencia de sí. Como niños
necesitaban de permanente asentimiento a su realidad viviente. Las islas
de Sinabea mimaban a sus criaturas, las acariciaban les hablaban y mol-
deaban su espíritu como se amasa la arcilla. Tardé en acostumbrarme a
contemplar esas escenas y ser capaz de parar de forma voluntaria, literal-
mente actuaban para ti. Buscaban despertar la admiración de todo aquel
que las observara.
Pasado el tercer arco, el imponente frontispicio de Silam, ocupaba
toda mi visión frontal. Sus tres terrazas se alzaban al cielo con su vértice
dorado, símbolo de sus premisas. ¿Cómo se podía rotar a un extremo la
posición y elevar el enfoque? Se tendrían que volver a reconstruir las te-
rrazas, modificarlo todo. Había algo que me inquietaba y era la calmada
normalidad con que Aribel hablaba de un cambio total, como si anunciase
un cataclismo en tono coloquial. Al pensar sobre esto me reía de mis pro-
pias elucubraciones, es difícil reconocer algo cuando no hay referencias
anteriores, cuando nuestra percepción no es capaz de distinguir una for-
ma, cuyo contorno nunca ha impregnado nuestra conciencia. Era así con
la conversación de Aribel, demasiado nueva para poder entender sus di-
mensiones. ¿Cómo establecer el valor de una palabra, cuando el jinete que
la monta es desconocido?
Me encontraba frente al frontispicio de la entrada a la casa de
Silam. Las ciclópeas dimensiones de cada elemento de su arquitectura y su
disposición emanaban un mensaje contundente acerca del poder de los
lugares densos. Para mí era impensable no doblar mi rodilla o ser capaz de
albergar una disposición diferente de sus principios. Hacerlo requería de
una energía desconocida, una energía que Aribel poseía detrás de la apa-
rente suavidad de sus formas.
La afilada punta de cada casa, no era tal. El enorme arco de la era
cuarta, residía en el interior de una concavidad del frontispicio. Pulida
323
David Moraza Los palacios de Kólob
325
David Moraza Los palacios de Kólob
326
Los palacios de Kólob
327
David Moraza Los palacios de Kólob
admiración. Pero antes de que eso fuese realidad, aquí en mi casa, Meron-
te y su hermano Aribel me plantearon un problema. El plan necesitaba
acceso a las oscuras playas de equipos con nuevas configuraciones de
premisas. Necesitaban contactar con el oscuro océano desde otra perspec-
tiva a la usual. Había que tener a esos equipos preparados para el momen-
to acordado. Y una pieza clave era el equipo de la casa Jana. El momento
de la gran expansión debería recalcularse de otro modo para que el eje del
enfoque encajara en una posición preeminente.
Una sensación extraña fue subiendo desde mis pies hasta mi ca-
beza, recordándome la llegada de la mirada oscura en sus playas. Una pe-
sadez de espíritu subía hacia mí a medida que las palabras de Corina gol-
peaban el horizonte del mar de Kólob hasta llenarlos de bruma. Y sor-
prendentemente a medida que esa bruma llenaba mi alma, la claridad se
abría en mi mente.
- La casa Jana tenía la llave, pues solo ella daría el primer paso con
el oscuro océano de la materia. Entonces ese día Aribel pronuncio tu
nombre, Kozam. Ellos te conocían desde hace mucho y sabían de tus…
problemas con las premisas.
Iba a protestar por eso, pero ya la inmovilidad me invadía y decidí
dejarme llevar por las palabras de Corina y no me resistí como lo hice en
las oscuras aguas.
- Ellos me animaron a rescatarte para nuestro plan.
Sonreí con ironía ante la idea de mi rescate. Bonita palabra para
cazar mariposas, rescatarlas de los peligros del campo.
- … si esa es la palabra que usaron. Yo te busqué para rescatarte de
un plan cruel que iba a llevarte a la incertidumbre. Yo te busqué para
traerte a la seguridad. Esa era mi intención. Iba a salvar a alguien que no
conocía...
Quería resistirme a sus palabras. Juraba que me aborrecería a mi
mismo si aceptaba una explicación como esa. Me maldecía a mí mismo,
porque notaba como su voz se volvía aflautada y empezaba a provocarme
el placer que recorría mi espalda y cuello como un relámpago. Me seducía
con su explicación, pero yo no podía ser tan idiota, no podía serlo tanto.
Debería de tener alguna dignidad en mi persona que me alentase a resis-
tirme a rechazar aquella historia, a portarme como un ser humano. Me
despreciaba por momentos porque notaba cómo sus palabras amasaban
328
Los palacios de Kólob
329
David Moraza Los palacios de Kólob
330
Los palacios de Kólob
331
David Moraza Los palacios de Kólob
dimos observar cómo en ese lugar él era capaz de crear una burbuja de
comprensión y afecto por nosotros. Y nos envolvió en su amor.
Caminó unos pasos y cuando las oscuras aguas se despedían de sus tobi-
llos, Aribel se agachó y en el cuenco de su mano recogió una poco de
ellas. No me preguntes cómo lo hizo, pero ellas se dejaron llevar. Las pu-
so a la altura de su pecho hablando al oscuro océano, entonces en un solo
movimiento ejecuto las tres premisas, lanzando el contenido de su mano a
través de la ventana en nuestra dirección. Y entonces una hermosa planta
de pequeño tamaño y delicioso aspecto atravesó jubilosa la oscuridad. Se
dirigió en perfecto gozo hacia la puerta de la existencia, para entrar por
derecho en nuestro mundo y ser inscrita en el libro de la vida. Nosotros
maravillados continuamos en la misma actitud inmóvil y sentimos en
nuestro pecho la inmensa fortuna de ser sonreídos por alguien como él,
en ese lugar. Maravillados de presenciar un milagro nunca visto ni imagi-
nado por nadie en Kólob, un lugar donde todo es imaginado antes de
existir. Cómo no seguir a alguien así. Alguien ante quien, el mismo oscuro,
revolotea como un pajarillo alegre de ser observado. Alguien que ante tu
impotencia y debilidad, te sonríe, y crea, ante tu vista, la vida con un ges-
to.
Después de eso, se acercó a nosotros y nos miró de tal forma que supi-
mos qué había en sus ojos, nos habló a través de ellos, no sé cómo expli-
carlo de otra forma, Kozi, a través de sus ojos vimos la soledad del princi-
pio, la que tuvo que soportar como el primero. Los desiertos parajes de
Kólob vacíos, esperando la vida prometida, el primer destello de Kokau-
bean. El estuvo ahí y canto la canción de la primera estrella. De la mano
de su madre. Era el explorador de Kólob, de cada rincón de sus solitarios
paisajes antes de que viniésemos. Soñaba con nosotros, anhelaba el mo-
mento en que pasáramos a través de la ventana, preguntaba cada día
cuándo vendríamos. “Ya pronto Aribel, pero antes debes crecer, tú serás
su maestro”, le decían. Y Aribel jugaba en las oscuras playas, donde el
oscuro océano lo presenciaba como la primicia del linaje del Gran Gno-
laum.
Cuando lo observé en esa oscura playa, cuando ascendió hasta nosotros
tranquilo, casi inocente, con la emoción de un pequeño neófito, portando
en sus manos su ofrenda hacia nosotros. Tan solo quería decirnos en su
mirada, lo que anhelaba compartir con nosotros. Todo lo que había en-
contrada desde su lejana y solitaria infancia. Sentí deseos de abrazarlo, de
postrarme ante él…
332
Los palacios de Kólob
333
David Moraza Los palacios de Kólob
honor a las madres y al gran Gnolaum. Cuenta las creaciones de las veinti-
cuatro casas y veras que no podrás hacerlo debido a su número. Yo, al
igual que tú, tuve que pasar por el horno de la renuncia. Igual que las es-
trellas tuve que transmutar mi adoración hacia Aribel, en una determina-
ción igual de fuerte en seguir las premisas de mi infancia. Y has de saber
que eso me provocó una herida que aun no ha cerrado en mi interior.
¿Sabes? Me siento mala, mala persona porque pagué con la traición a
quien más admiraba y más me ha enseñado. Me siento desagradecida co-
mo si hubiese tirado con desprecio al oscuro mar aquella hermosa planta
que Aribel hizo para nosotros. No, no sabes lo mal que me siento dentro
de mí. Pero por otra parte, pienso que he salido libre, de una situación
extraña. No sé cómo expresarlo, porque dentro de mí todavía está la con-
fusión de sentimientos.
Corina se detuvo un momento buscando las palabras para expre-
sar algo que adivinaba en sus contornos. Un rostro en la noche.
- Kozi, Aribel quiere el poder. No sé por qué lo sé. Y no tengo ra-
zones. Solo tengo el dolor infligido en su cercanía. Kozi no lo escuches,
debes volver a…
Sabía qué iba a decir y entonces completé su frase
- …¿volver a casa?
Había conocido a un perceptivo sin forma, no podía volver a mi
equipo. No confiarían en mí. Sí, podría hacerlo como uno de los hijos de
Silam, pero mi casa era mi escuela y mi oficio. Qué sería yo sin mi oficio.
Y además, de volver, sería con el deseo de mi madre cumplido.
- No, Corina, nada ha cambiado en cuanto a eso y no debes sentir-
te culpable. Yo tomé mis decisiones y no voy a volver atrás. No temí re-
nunciar, cuando supe el precio y no voy a hacerlo ahora. En cuanto a
Aribel, yo siempre he vivido en el filo de todo asunto importante. Y este
lo es, estoy acostumbrado a batallar en las disyuntivas, así que no temas
por mí.
- Con eso – respondió Corina– me estás diciendo que seguirás con
Aribel.
Me levanté de mi posición dispuesto a llegar a la segunda terraza
y me encaminé a ella. Esta vez Corina me seguía.
- Yo no estoy con Aribel. Lo que hago es explorar, dentro de mis
posibilidades. Entenderlo todo. Y hoy con Aribel he entendido algunos
aspectos que antes no veía, porque para entender hay que situarse en los
334
Los palacios de Kólob
lugares difíciles. En ellos hay que guardar equilibrio porque a veces solo
puedes apoyar un pie. Eso a casi nadie le gusta. Todos queremos solidez y
claridad.
Corina se sentía culpable de ser la causante de mi situación. Y no
me gustaba verla así, con una de sus alas rota. No era la misma. Traté de
explicarle que sin ella, yo habría tomado las mismas decisiones. Aunque
eso no era cierto. Salí de Jana por ella, por lo que sentía a su lado. Pero
reconocer eso sería aumentar su culpa, así que pensé en pasar al lado téc-
nico de la situación, desproveerlo de emociones. Mientras nos acercába-
mos a la segunda terraza, analizamos toda mi conversación con Aribel. Al
acercarnos al acceso que daba a la inmensa llanura de esperanza, Corina
me preguntó.
- ¿Por qué está tan seguro de que caerán muchos, y qué propone el
plan de las casas para los que caigan? Además ¿qué entendemos por caer?
Creo que damos muchas respuestas por conocidas y no lo son tanto.
- Piensa bien esto– contesté yo– imagina, que cuando lleguemos al
paraje Vestas, no te acuerdas de nada, ni siquiera de mí. Entonces yo te
hablo de nosotros de nuestra amistad. Te explico todo el plan que tene-
mos para los lugares densos, te hablo de las premisas. Pero tú no me co-
noces y no tienes ningún recuerdo ni conocimiento de lo que te digo. Solo
sabes del lugar donde te encuentras. Tienes un velo en tu memoria, pero
no lo sabes. Según nos dicen, lo aprendido aquí nos ayudará a reconocer
las premisas en los lugares densos, le llamamos nuestra imprimación.
Entonces me detuve un momento y la miré con intensidad y le
pregunté
- … ¿quieres decirme cuántos de nosotros tiene una fuerte impri-
mación del noble conocimiento en nuestra alma? Tú ves como yo a los
miles de millones que pasan sus días admirando a Kólob y sus maravillas,
que sólo saben del conocimiento lo que reciben en su formación primaria,
que solo beben de las gotas que caen de nuestro trabajo y actividad. Dime
Corina ¿Cuántos de los del cuarto arco soportaran un velo en su memoria
sin perderse? ¿Cuántos de ellos volverán, si aún aquí, viendo las maravillas
que has descrito, no soportan ni una sola de las disciplinas nobles?
Corina me respondió, dulcemente tratando de calmar mi estado
alterado por momentos.
335
David Moraza Los palacios de Kólob
336
Los palacios de Kólob
338
Los palacios de Kólob
339
David Moraza Los palacios de Kólob
340
Los palacios de Kólob
341
David Moraza Los palacios de Kólob
343
David Moraza Los palacios de Kólob
344
Los palacios de Kólob
345
David Moraza Los palacios de Kólob
346
Los palacios de Kólob
estos, las objeciones se transmitían como el fuego entre todos los habitan-
tes de Kólob, la incertidumbre avivaba la llama que prendía en el miedo y
el nerviosismo de muchos. Los temperamentos no templados por las dis-
ciplinas nobles, flaqueaban ante lo gigantesco de los sucesos próximos.
Pero nunca hubiera esperado que esas dudas se convirtiesen en odio. Ese
paso impensable y extraño. Una alquimia contra natura en nuestro mundo
que creaba una extraña sustancia, el rencor y eso me asustaba. Veía infa-
marse la llama de la contención en una chispa, ante el tercer arco. Detrás
de una mirada encendida por el fuego de la razón.
A veces los silencios ofenden más que las palabras y en este caso,
así fue con Corina.
- Bien Kozi, ya veo que sigues en tu eterna espera, si en algo tan
simple como lo que acaba de pasar tienes dudas, entonces es posible que
Moses tenga razón.
No podía ofenderme con ella, ni aun cuando su aguijón intentaba
penetrar mi orgullo y despertarme de ese profundo sueño donde me veía.
Por eso más la amaba y más sentía defraudar su esperanza al mostrarme
insensible a su dulce poder de ofensa. Y nuevamente sentí crujir el cuerpo
de un pajarillo en mi mano, y estremecerse mis coyunturas como si estas
decidiesen no soportar más a alguien como yo.
- ¿Me acompañas a Middiani? Hay una presentación de nuevas es-
pecies. Podíamos hacer preguntas comprometidas y divertirnos con sus
caras.
- De acuerdo, pero iré más tarde –respondí–
Ella sabía que necesitaba caminar y pensar. Encajar todo lo que
había ocurrido desde mi caída en las oscuras playas. El suave discurrir de
los asuntos de nuestro tiempo, entraban una fuerte pendiente y aunque
aún podía discernir los sucesos, presentía que en breve todo sería impre-
decible. La vi marchar como una florecilla llevada por el viento, tan ligera
que podía remontarse a la cúspide sin esfuerzo, ni aún la conmoción que
empezaba a aturdirnos hacía mella en su equilibrio. Y sin embargo ella
atravesó un valle tenebroso al buscarme como pareja en una alteración
extraña.
Caminé sin rumbo fijo, solo guiándome por el borde de un cami-
no que serpenteaba en el universo de parajes en las cercanías del tercer
arco. Sería muy fácil perderse sin la descomunal presencia del palacio Jana,
que, como un faro, siempre proporcionaba una referencia.
347
David Moraza Los palacios de Kólob
348
Los palacios de Kólob
349
David Moraza Los palacios de Kólob
350
Los palacios de Kólob
352
Los palacios de Kólob
353
David Moraza Los palacios de Kólob
bedrio. Veras, sólo nosotros, los hijos del Gran Gnolaum, tendremos li-
bertad, pero no será efectiva hasta que el fruto de Osimlibna nos intro-
duzca en el conocimiento, mediante una forma especial de pensar. Sin su
fruto nuestro libre albedrio no tendrá la posibilidad de convertirse en una
libertad efectiva. Cuando comamos de ese fruto…
Minión hizo una pausa y miró si yo estaba en el lugar correcto de
su charla.
- … entonces y solo entonces, podremos decidir si quedarnos unos
días con el linaje Baraam o renunciar a las maravillas que están ante nues-
tros ojos y regresar a nuestro deber. Y créeme no subestimes a Albitel, el
es disciplinado hasta que dio con una prueba que pudo con su carácter.
Ese lugar del que te hablé, donde estuvo mi hermano, es sólo un pequeño
castigo para un hijo algo alocado en su juventud. Que usó su libertad de
forma ingenua y teniendo total conocimiento de quién era.
Joven Kozam, no habrá excepciones. La desobediencia se castiga dura-
mente, no puede haber excepciones, de lo contrario una sola de estas, le-
vantaría en rebelión a todo el Cosmos.
Osimlibna, ajeno en apariencia a nuestra conversación, murmura-
ba con miles de vocecillas creadas por la brisa de la tarde. Yo me sentía
inquieto porque presentía que todas esas molestias que alguien como Mi-
nión se estaba tomando era para pedirme algo. Y estaba a punto de hacer-
lo.
- Muchos de nosotros estamos dispuestos a presentar un plan al-
ternativo en el gran concilio. Lo hemos estudiado con detenimiento. Te-
nemos muchos apoyos y al decir muchos me refiero a casi la mitad de tus
hermanos.
No podía creerlo. No era posible, eran demasiados. Como espe-
raba Minión se hizo cargo de mi alarma.
- … ya veo que te resulta difícil de creer. Pero sólo un puñado de
arena en una playa podría regresar con éxito y eso lo presienten muchos.
Con nuestro plan quizás un puñado se perdería. La diferencia la hace una
nueva concepción de las premisas. Vamos a proponer su rotación y el en-
foque pasará a ser la principal. El enfoque habría conseguido que Meronte
hubiese regresado al día siguiente, el deber sería el eje de su vida, no el
libre albedrio. Necesitaremos a algunos que recuerden todo para dirigir el
plan, para ser nuestros dirigentes y tú has sido propuesto, Kozam, para ser
uno de ellos.
354
Los palacios de Kólob
355
David Moraza Los palacios de Kólob
356
Los palacios de Kólob
- Uno de nosotros.
- No sé de ninguna prueba que se haya hecho anteriormente como
esta. No hay precedentes.
Minión empezó a reír. Al parecer yo había dicho algo muy cómi-
co, pero no sabía decir qué.
- Perdona Kozam, no pienses que me burlo de ti. Nosotros siem-
pre hemos realizado cosas sin precedentes. Nunca nos hemos parado a
pensar si había o no precedentes en algo. Verás en los linajes que conozco
no hay ninguno que permita el acceso al oscuro océano a escuelas que no
sean fundadas directamente por las casas. Sólo nosotros permitimos a
escuelas de fundación externa que lleguen a las oscuras playas. Un día nos
preguntamos si no sería mejor alentar la creación con la posibilidad de
que todos pudieran llegar hasta el final… ¿sabes quién propuso la idea?...
Se divertía con la pregunta y yo me intrigaba en los detalles de su
conocimiento. Me encogí de hombros.
- Fue Diantha, de la casa Camí–Olea. Nos habló de la excesiva ri-
gidez en el acceso a la creación a través de la ventana. Y nos propuso algo
sin precedentes no solo en nuestro linaje sino en muchos otros. Tuvimos
que presentar un plan de control para toda esta iniciativa. La sala de la
prueba, fue una de nuestras medidas. Fue aprobado, algo sin precedentes
en los anteriores arcos. Las casas estaban satisfechas con nuestra iniciativa,
nos ganamos no sólo la confianza de los densos que ofician en los pala-
cios de nuestro padre sino su respeto. Realmente Kozam todos nosotros
somos los constructores de nuestro propio destino.
Alterar bajo otras premisas, si, realmente algo sin precedentes…
Y me miró sonriente con ojos brillantes. Un brillo penetrante,
capaz de incendiar al más frío de los temperamentos en Kólob.
- … algo en lo que tú podrás formar parte.
Deseaba conocer nuevos caminos, cambié de casa, algo con po-
cos precedentes. Lo llevaba dentro de mí. Si localizaba un detalle extraño
en cualquier paisaje, muchas veces abandonaba lo que iba a hacer hasta no
comprobar de qué se trataba. A veces era exasperante para quien me
acompañaba. Tuve que ir hasta la primera terraza para comprobar por mí
mismo la soledad de su paisaje. Y ahora sabía que intentaría ver qué había
dentro de esa oquedad que Minión me había señalado con su dedo.
357
David Moraza Los palacios de Kólob
358
Los palacios de Kólob
361
David Moraza Los palacios de Kólob
zas, pero sin perder un timbre equilibrado. Fue un grito calculado, que no
traspasó la línea de lo impropio.
- ¿Es acaso mucho pedir a los habitantes de Kólob?
Y con esta pregunta trazó una nueva identidad, desvinculada de
las casas. La pertenencia de todos los habitantes a un mismo mundo, el
concepto de habitantes de Kólob como identidad por sí misma. Presentía
que no era solo el apoyo a una propuesta sino el inicio de un camino dis-
tinto. Vi claramente el surgimiento de una nueva casa, sin ser ninguna
nueva punta de la estrella. Una casa inmaterial hecha de voluntad y núme-
ro. Me di cuenta que la afirmación de Minión al reclamar casi la mitad de
apoyos de la población podía ser cierta. Pues la pequeña muestra que ob-
servaba estaba compuesta de dos grupos enfrentados casi iguales. Decidí
hacer una pregunta.
- ¿en qué términos se planteará la propuesta si os apoyamos?
Me miró con interés. Ahora tendría que explicarse con más detalle.
- Una propuesta se plantea con la opción de ser aceptada o recha-
zada. No creo que haya más. Pero vuestro apoyo le dará más solidez, más
seriedad antes las casas.
- Las casas– contesté– siempre han escuchado, no hay necesidad
de tanta parafernalia para una propuesta a qué viene toda esta escenifica-
ción.
Recibí el apoyo entusiasta del bando favorable al plan original.
Vítores de una parte y por otro lado voces increpándome. Y empecé a
sentir la sensación embriagadora de liderar un debate. De sentir detrás de
mí la mirada y el empuje de los demás, que me lanzaban como un dardo
hacia sus oponentes.
- La propuesta deber contar con el apoyo de todos, porque afecta a
todos. No solo a una parte de nosotros.
Se repetía en su razonamiento. Noté cómo llegaba al fondo de
sus argumentos, como el que cava en arena hasta llegar a la piedra. Ani-
mado por mis partidarios y afrontado por los gritos de los suyos, empecé
a entender el placer que existe en la contienda. La sensación de quebrar en
tus manos la estructura de un pequeño esqueleto hecho de ideas, desco-
yuntar lo que parecía un armazón lleno de lógica y desposeerlo de movili-
dad, reducirlo a la mudez y la quietud. Ninguna palabra había en Kólob
para expresar lo que sentía, el poder que recorría mi cuerpo, me susurraba
362
Los palacios de Kólob
que con una simple frase podía reducir la vida ante mí a sólo una muda
presencia. Lo hice, pues no pude contenerme.
- No queréis solo nuestro apoyo, necesitáis amasarnos como al ba-
rro, para presentar en el concilio a un gigante, queréis llevarlo a las puertas
doradas y hablar a través de él. Eso no es una propuesta es un dilema.
Gritos de euforia por parte de mis partidarios. Corina me miraba
orgullosa. Quebel y Celem asentían y expresaban su aprobación. Me sentí
por un momento redimido de mi caída en las playas oscuras.
Mi adversario me miró silencioso y creí ver una sutil sonrisa
cuando se giraba despacio para abandonar el pabellón, que paradójica-
mente, en lugar de contener la belleza olvidada de unas criaturas huérfa-
nas de miradas, ahora esta rebosante de voces alteradas, poseídas por la
extraña creación surgida en nuestras almas y que incendiaba las que eran
antes pacíficas y equilibradas apariencias de mis hermanos.
Me embargaba una sensación triunfante, embriagadora. Diferente
a la experimentada al oficiar en las disciplinas de las escuelas. Esta era tur-
badora, me sentía poderoso. Era el concepto más cercano.
Al terminar la celebración de ese pequeño triunfo, nos encaminamos a un
lugar de descanso, en un atardecer seductivo. Íbamos a dejarnos conquis-
tar esta vez por lo que Kólob nos preparase junto a las playas de Irrean-
tum.
Pero el paisaje de mi interior se oscurecía por momentos. Había usado a
esa persona, derrotada, para examinar hasta qué punto conocía aquello
que defendía. Lo había usado para aprender en voz alta. Al día siguiente
iba a alterar con premisas diferentes y ahí estaba combatiendo de forma
opuesta.
Ese doble juego me angustiaba y a la vez me atraía. No por sacar prove-
cho sino por adquirir el amplio punto de vista que dan los límites de las
tierras. Nada define más a un pueblo que los que habitan en sus fronte-
ras. Los que de forma permanente evalúan un pasado establecido en el
centro con las posibilidades que ofrece lo desconocido detrás de la línea.
Ese conocimiento apaga cualquier fuego y lo convierte en un calor suave,
que invita a acercarse a todo a considerarlo todo. Y yo era un habitante de
esas lindes. Pero cómo explicarlo a quienes viven en la intensidad de la
verdad completa.
Nos dirigimos hacia una playa, donde los jardines se adentraban
valientemente hasta la orilla. Nos sentamos dispuesto a disfrutar de nues-
tro descanso.
363
David Moraza Los palacios de Kólob
364
Los palacios de Kólob
365
David Moraza Los palacios de Kólob
Capitulo 14
366
Los palacios de Kólob
369
David Moraza Los palacios de Kólob
- No veo nada más que blanco. Si apagasen las luces quizás podría
ver las esquinas.
Nelson miraba atrás como confirmando con la vista mis respues-
tas.
- Necesito que se esfuerce más. Respire tranquilamente, y fije su
atención en el centro. Tómese tiempo e intente ver algo más.
- Donde estoy – contesté– y quienes son ustedes
- No debe preocuparse, todo está bien. Pero le aseguro que no sal-
drá de aquí mientras no haga lo que le digo. ¿Me ha comprendido?... ahora
fije su atención al frente e intente ver.
No estaba inmovilizado, no veía ninguna amenaza para mi segu-
ridad. No obstante no sabía a dónde me habían llevado. Parecía una con-
sulta un tanto extraña. Algo me decía que no había motivo de alarma por
más anormal que fuese la situación, pero no era una situación normal.
- Intentar ver qué. No entiendo, qué tengo que ver. Solo veo blan-
co.
- Haga lo que le digo.
Más por terminar que por ver, hice lo que me decía. Así que em-
pecé a observar esa pared blanca que había ante mí. Quizás si lo intentase
durante uno o dos minutos me dejaran en paz y me sacaran del maldito
lugar.
Miré fijamente hasta ver, los puntitos que flotan en la vista. Los
veía a veces cuando miraba al cielo, recorrían mis ojos y a menudo conse-
guía atraparlos en mi visión durante unos segundos. Esas pequeñas tela-
rañas que según dicen aumentan con la edad. Seguí entreteniéndome en
ellas, mientras pasaba el tiempo. Llegué hasta olvidarme de ese extraño
cometido de intentar ver. No recuerdo cuanto tiempo pasó pero empecé a
notar que la pared no era uniforme, sino que había leves irregularidades en
su pintura. Instintivamente alcé la mano en dirección a aquella zona que
notaba de una textura diferente.
- Si, Belisario ¿ve algo?
Me costaba expresarme, volví a sentirme cansado.
- Sí, bueno no está pintada igual por todas partes. Hay algunas zo-
nas que, bueno…son más oscuras.
Las manchas empezaron a moverse como volutas de vapor y lo
que parecía una pared blanca empezó a transformarse en una especie de
niebla. Donde a poco se fue definiendo algo.
370
Los palacios de Kólob
371
David Moraza Los palacios de Kólob
372
Los palacios de Kólob
373
David Moraza Los palacios de Kólob
374
Los palacios de Kólob
Mari me interrumpió
- Pero Beli, qué gusanos, los de seda, los de las manzanas, las lom-
brices…
Iba contando con sus dedos todos los tipos de gusanos, lo hacía
con la paciencia de alguien que no entiende cómo se puede hablar de gu-
sanos en general cuando hay tantas clases. Debería de concretar más. Ali-
cia reía de lo más divertida.
- Bien Mari, los de seda. Esos gusanos ¿vale? Pues como te decía
cuando duermen sueñan con el mundo de las mariposas. Todas ellas viven
en un mundo donde hay flores de todas clases y beben su zumo de todos
los sabores. Tienen alas de colores vivos y vuelan por el cielo.
- Colores como rojo, azul, amarillo…
Mari empezó de nuevo a contar con sus dedos los colores que
conocía
- Sí y no solo esos sino de color mermelin, parobi y senalia. Que
son colores que solo los gusanos de seda conocen. Pues bien cuando des-
piertan de su sueño no se acuerdan de nada. Entonces ¿sabes lo que ha-
cen? Empiezan el día comiendo las hojas del árbol de la morera.
Me convertí en un gusano de seda y empecé a comer morera.
Mari reía y Alicia empezó a imitarme. Mari lo hizo a su vez. Tres gusanos
de seda en García Morato comían morera en la segunda planta habitación
223.
Pero un día un gusano llamado Minión, encontró una hoja de
color azul entre todas las hojas del árbol. Había una leyenda entre los gu-
sanos de seda, acerca de una hoja azul que aparece cada cien años en un
solo árbol en el mundo. Nadie sabía por qué y nadie sabía qué había que
hacer con ella si alguien la encontraba. Pero Minión solo entendía de co-
mer morera y dormir así que pensó…
Volví a convertirme en gusano de seda, esta vez Alicia no me imi-
tó sino que escuchaba quedamente la historia.
- …Una hoja azul. Hummm… no puedo dormirla solo puedo co-
merla… Así que Minión empezó a comer la hoja azul y le gustó tanto que
se la zampó enterita.
Mari sin soltar la mano de Alicia se dirigió a ella
- A mí me pasa igual con las natillas que hace mi madre. Me las
como todas, no dejo nada. Una vez me puse mala de la tripa… entonces
Beli ¿se puso malo Minión por comer tanto?
375
David Moraza Los palacios de Kólob
- Mari una hoja de morera, aunque sea azul, no es nada para un gu-
sano de seda. Es como una tacita de natillas para ti. ¿Vale?
Mari asintió satisfecha
- Pues bien Minión se fue a dormir después de ese día agotador y
como todos los gusanos empezó a soñar con mariposas de colores. Vola-
ban por todos sitios, batían con sus alas en las flores de flautas y creaban
música. Mientras hacían esto otras formaban círculos en el aire y bailaban
la danza del bosque. Pero en este sueño Minión era una de ellas y nunca
había soñado con eso. El siempre las veía volar a su alrededor, pero de ahí
a ser una de ellas había un abismo.
Entonces empezó a sentir miedo de caerse. Imagínate, un gusano de seda
con lo blanditos que son si se caen desde muy alto pueden hacerse papilla.
Se asustó tanto que se despertó de golpe. Cuando abrió los ojos ¿sabes
que vio?
Mari escuchaba casi sin respirar
- Todos sus compañeros dormían profundamente. Vio lo nunca
visto, vio a todos los gusanos durmiendo.
- Y qué tiene eso de nunca visto. Yo me he despertado por la no-
che y estabais todos durmiendo, entonces me he ido a la cama con mama.
Gesticulé como si ella hubiese descubierto un misterio.
- ¿Qué tiene de nunca visto? Pues que… el solo sabia…a ver qué
sabía hacer Minon…
- Dormir y comer morera– dijo Mari imitando al gusano –
- Muy bien. Pero esa noche el aprendió a despertarse cuando todos
duermen. Y eso ningún gusano en la historia de los gusanos lo había con-
seguido nunca. Solo dormir y comer.
- Pues vaya cosa, no es para tanto.
- Para ti no porque eres muy lista. Pero para Minión fue un descu-
brimiento ver que podía estar despierto mientras todos no sabían más que
dormir. Pero pasó otra cosa más. Lo más importante de todo. Recordaba
su sueño, recordaba sus alas y sus colores, recordaba la danza del bosque y
sus compañeras mariposas tocando música en las flores flautas y recorda-
ba unos capullos de seda de donde escapaban mariposas como si se trata-
se regalos de navidad. Como esos huevos de chocolate que nos gustan.
Entonces Minon empezó a despertarlos a todos, uno por uno y les habló
de su sueño. Pero ninguno lo creía, pensaban que estaba loco. Les contó
que comió una hoja azul. Todos se reían pues pensaban “solo es una le-
376
Los palacios de Kólob
yenda” y le decían si fuera cierto una sola hoja cada cien años en un solo
árbol. ¿por qué ibas a encontrarla tú? otros que le envidiaban por contar
esa historia; le recordaban: “en la leyenda no dice lo que hay que hacer
con una hoja azul de morera”. Nosotros solo comemos las verdes.
Y desde entonces le llamaban Minión el loco
- Y… ¿por qué se comió toda la hoja azul? Si hubiera dejado un
poco podía habérsela enseñado a sus amigos y le hubieran creído.
- Porque Mari, la hoja azul es solo para un gusano de seda cada
cien años. Solo para uno y Minión no pudo remediarlo. Tuvo que comerla
enterita.
Alicia escuchaba mirando la mano de Mari. Su mirada desenfoca-
da estaba en otro lugar, quizás con Minión mirando los restos de la hoja
azul.
- Cuando se acabó la morera, los gusanos tenían que hacer su ca-
pullo para encerrarse dentro de ellos, todos lo hacían tristes y sin esperan-
za. Para todos ellos era como apagar la luz para siempre y nunca más des-
pertar. Sin embargo Minión estaba feliz mientras lo hacía, porque él sabía
que saldría de nuevo y esta vez con sus alas de colores. Con ellas podría
volar.
Nos quedamos en silencio mirando a Mari, ella jugaba con la ma-
no de Alicia, con quien había conectado de forma inmediata. Cogía sus
dedos uno a uno y los observaba como si viese una mano por primera
vez. Mientras lo hacía me pregunto.
- Beli, harás como Minión y te irás a un lugar oscuro, porque tú te
acuerdas siempre de tus sueños y algunos dicen que estás loco.
Me reí a pesar de ver la crueldad de que alguien depositara esas
ideas en los oídos de mi hermana.
- Si es verdad, estoy loco pero es porque… tú me vuelves loco con
tu manía de comerte todo el postre y porque te crees la más lista de la fa-
milia…
Mientras le hice cosquillas con cuidado, quería pasar por aquellos
temores suyos alegremente. Ayudarle a saltarlos como cuando le desafiaba
a brincar de la mesa. Disfrutaba verla lanzarse al vacio cerrando los ojos,
confiando ciegamente en mí. Cuando regresaron, mi padre nos informó
que pasaría a quirófano mañana por la mañana, se ofreció a llevarnos, pe-
ro preferimos hacerlo en autobús. Mi madre nos despidió con una sonrisa
hacia Alicia, al parecer le gustaba verme en su compañía, le mostraba la
377
David Moraza Los palacios de Kólob
379
David Moraza Los palacios de Kólob
380
Los palacios de Kólob
de tormentas eran de las suaves, de las que descargan toda su furia cuando
duermes, no te asustan, pero al despertar lo ves todo trastornado. Los
efectos a las siete horas.
- Y tú qué piensas Alicia.
- Mira mamá. Al principio creí que solo quería ligar conmigo. Des-
pués pensé que estaba enfermo. Ahora creo que es sincero en lo que dice.
Loreto mantenía un control perfecto de sus emociones. Nada en
su apariencia podía delatar si había alguna lucha en su interior.
- Si – contesto su madre– pero ser sincero no quiere decir que sea
verdad.
Su madre me miro para ver qué pensaba de su afirmación.
- Estoy de acuerdo. No puedo demostrar nada ni pretendo con-
vencer a nadie. Corina y yo solo somos amigos. Lamento, de verdad, las
molestias que les he ocasionado hoy. José Mateo, mi psicólogo, y yo esta-
mos trabajando en el control de las emergencias. Esta tarde cometí un
error, espero no volver a caer en el mismo… verá estoy progresando bas-
tante, cada vez tengo más margen para no alterar mi entorno cuando ocu-
rre…
Ella asintió a lo que le decía.
- Veo que entiendes bien las cosas, pero hay algo que quiero que os
quede claro a los dos. No puedo oponerme a que sigáis siendo amigos, no
puedo porque aunque quisiera, conozco a mi hija lo suficiente como para
saber que no conseguiría nada. Pero lo que no quiero es que tú, Alicia,
termines pasando de creer en su sinceridad a protagonizar su historia. Eso
me parece que sería un error. Y por otra parte Belisario, hoy nos has pues-
to en una situación delicada. Dices que intentas no alterar tu entorno, pe-
ro si yo no hubiera estado aquí, Alicia hubiera ido sola a las dos mil vi-
viendas ¿entiendes lo que podría haber ocurrido? No quiero ese tipo de
protagonismo para mi hija. La amistad incluye responsabilidad, y tú estás
en una situación que requiere mucho control de tu parte… porque ella
es…
Loreto hacía esfuerzos para continuar. Y yo quería que la tierra se
abriese bajo mis pies. Hubiera sido un alivio una brecha de un metro don-
de sumergirme en ese momento, pero entonces recordé que asomaría en
el salón del piso de abajo. Alicia que hasta ese momento había permaneci-
do observando se levantó y abrazó a su madre, quien a duras penas con-
381
David Moraza Los palacios de Kólob
382
Los palacios de Kólob
Este correo está cifrado por lo que es relativamente seguro. Sin embargo
esta dirección info@kolob.es debe estar tan pinchada como el torso de
un faquir así que no daré más referencias acerca de mi identidad actual.
Mi nombre es Mahán casa Arisada, cuarta era (como todos), escuela de la
inserción oculta, sección segunda, grupo de Masiah, formador primer gra-
do. Para tu información, te confirmo que estuve en la conferencia de Bis-
nan, realmente estaban preocupados para montar algo así, de lo contrario
hubiesen bastado las instrucciones de las escuelas. Al igual que tú, supon-
go, también fui “invitado” a seguir a los primeros, pero estamos hechos
de una pasta rara. Así que no me decanté por ningún bando. A causa de
esto vine en un estado especial de suspensión del velo.
De los nombres que mencionas reconozco a Molan, director del auditorio,
que por cierto siguió a Aribel hasta el final, es decir hasta aquí. Reconozco
a todas las madres aunque has dejado de mencionar a 17, Misha, Eliam,
Tinabi, Jamil–Toban, Isaboam, Libel–Toban, Eval, Najara, Origia, Raquel,
Camí–Olea, Alesiam, Maat, Plamia, Meri, Pazis–Olea, Elentra y Veronia.
Creo que con esto puedes considerarme versado en esta historia.
Espero que antes de llegar al final de este mensaje, hayas ya dado de baja
la web. Aunque no sé si ya es tarde, hay 20 visitas y sospecho que con
seguridad solo una es amistosa, la mía.
Me pondré en contacto contigo.
Saludos, Mahán
385
David Moraza Los palacios de Kólob
dad del e–mail, más nerviosa se ponía. Me di cuenta que en ese preciso
instante, obtuvo el verdadero convencimiento acerca de mi relato. Su ex-
presión era semejante al de haber visto a Don Gabriel transformándose en
su verdadera forma la de un ser de apariencia escamosa y de sangre fría.
- Por todos los santos, Beli, es verdad… joder Beli, no puedo
creerlo… la madre que me… por todos los demonios Beli…
Tuve que pedirle por señas a Alicia que se calmara, Don Gabriel
empezaba a explicar algo sobre los bucles y de eso no tenía ni idea. Alicia
no dejaba de lanzar exclamaciones, algunas de ellas bastante llamativas.
- A ver señorita Alicia, seguro que sabrá de lo que tratamos aquí,
nos lo podría resumir.
Alicia dio un rápido vistazo al encerado.
- Un bucle se basa en una instrucción condicional. Mientras no se
cumpla la condición se realiza las instrucciones. Hay una variable que se
incrementa hasta cumplir el valor establecido.
Don Gabriel, no sabía por dónde salir. Y lo hizo por el único
lugar que no debía haberlo hecho.
- ¿Podrían decirnos qué es eso tan interesante que no pueden espe-
rar a terminar la clase?
Alicia estaba de pie al acabar de contestar y como me temía em-
pezó a reírse. Y después yo la seguí. Pensar en responder a su pregunta
formo en mi imaginación una escena tan chistosa… vera he recibido con-
firmación de la existencia de Kólob y de nuestra estancia allí… y el bucle
ese… empezó… no podíamos parar. En ese momento se abrió una espita
por donde salió toda nuestra incertidumbre, nuestras dudas, al menos las
de Alicia. La tensión entre nosotros, pues sabía que ella no estaba conven-
cida del todo y ni yo mismo me atrevía a espera algo más que su amistad y
comprensión. Don Gabriel estaba perplejo y la clase empezaba a murmu-
rar ante nuestras carcajadas que ya amenazaba con hacernos llorar sin po-
der controlarnos. Entre respiro y respiro, intente decir algo, pero no po-
día.
- Verá… Don Gabriel…no es lo que parece…
Don Gabriel, se relajó de pronto y entendió que no podía hacer
nada con nosotros. Nos invitó a salir de la clase. Lo hicimos y nos senti-
mos aliviados de inmediato.
Al salir supe que teníamos que hacer algo de inmediato. Subimos
al despacho de Don Enrique y le pedimos acceder a su ordenador. A estas
386
Los palacios de Kólob
387
David Moraza Los palacios de Kólob
388
Los palacios de Kólob
389
David Moraza Los palacios de Kólob
390
Los palacios de Kólob
391
David Moraza Los palacios de Kólob
392
Los palacios de Kólob
393
David Moraza Los palacios de Kólob
que olvidé.
Salimos rápidamente, despidiéndonos por el pasillo José Mateo mostraba
su perplejidad ante la salida disparada y apoyada en tan notables argumen-
tos.
– ¿Qué ha pasado? –preguntó Alicia intrigada–
- Veras, hace días que tuve una rara impresión. José Mateo me pre-
guntaba por si había filtraciones de las emergencias a la vida normal.
- Y…– Alicia estaba en ascuas –
- Hoy me ha dicho que ayer encontró en internet mi web.
Alicia, parecía que iba encontrando las palabras de un crucigrama.
- Eso no puede ser, lleva descolgada tres días. Pero bueno decir
ayer, puede querer decir hace unos días o…
- Si, puede ser eso. Pero José Mateo siempre es muy exacto en to-
do, incluso no gesticula como lo ha hecho hoy, al pedirme que me relajara
para una sesión de hipnosis.
Alicia pareció, esta vez, sorprendida.
- Pero, eso debería de haberlo consultado con tus padres. No me
parece bien que…
- Ya, pero no es eso lo que me ha obligado a que tengas que repre-
sentar la obra “Me tengo que ir corriendo”. Me dijo que encontró la web
poniendo en Google solamente Kólob.
Entonces sí pude provocar en Alicia su expresión típica de en-
contrar algo interesante.
- No puede ser, la única visita con esa palabra es desde estados
unidos, todas las de España son por acceso directo a través del navegador.
Y eso es muy improbable a no ser que alguien te facilite la dirección. Así
que tu terapeuta te está mintiendo o es muy difuso en sus comentarios.
- Alicia, cuando simulé la llamada, su expresión cambio totalmente.
Veras es muy malo simulando, estaba alarmado. Creo que se dio cuenta de
que era una treta por mi parte.
- Sí, o podemos decir que es muy bueno sospechando y al tener la
seguridad que lo has descubierto, se ha relajado en su papel de profe de
buen rollito.
No fuimos al cine, estábamos demasiado alterados, como para
concentrarnos en una película. Ya teníamos la nuestra, que iba adquirien-
do tonos de un thriller. Así que fuimos a un Telepizza a dar cuenta de una
carbonara y otra barbacoa. Sentados en la mesa de fuera, nos sentíamos
394
Los palacios de Kólob
395
David Moraza Los palacios de Kólob
396
Los palacios de Kólob
eras todo un alterador de la casa Jana, ir por ahí con esa perla en tu bolsi-
llo, ser alguien especial entre toda esta mediocridad, una especie de super-
héroe… una persona de conocimiento… sí…sí… de conocimiento. Ya lo
veras a medida que vayas recordando a un nivel más profundo. Ahora
sólo estas en la piel de la manzana. Pero las cosas no son así, Belisario.
Son más equilibradas y no se tiene un don sin la carga que lo compense.
Creo amigo mío que aún no has encontrado la otra parte de la balanza,
pero ella te encontrará a ti.
Yo creía que la otra cara de esa maravilla, de la que hablaba, la
había soportado toda mi vida hasta ese momento, pero no iba a debatir
sobre eso.
- ¿A quién representas? ¿Para qué queréis a los invelados videntes?
– pregunté –
Se volvió a acomodar en su silla de aluminio.
- Paciencia amigo mío. No puedes entenderlo todo ahora y me-
nos… sin pizza. Supongo que ya han contactado contigo ¿me equivoco?
No estábamos en la consulta y ya no era mi profesor. Pero no quería
mentir, el lo detectaría.
- Nadie me ha hablado nada de este asunto, excepto tú ahora – Y
era cierto –
- Solo te diré que necesitamos coordinar con el otro lado. Pero an-
tes deberás ejercitarte en el arte de la llamada. Nadie va a enseñarte eso
excepto nosotros. Puedo ayudarte a que controles toda tu experiencia, a
que no estés en ese estado de alerta permanente. A disfrutar de tu don.
Era esa alerta permanente en la que vivía, la que me enseñó a detectar
las señales en los rostros y situaciones. A detectar los camuflajes y tram-
pas.
- ¿Y si no colaboro, si decido abandonar tu ayuda gratuita?
- No he dicho que sea gratuita. Abandona la idea de independen-
cia… amigo mío, ya te darás cuentas que has entrado en un juego del que
no puedes salir. Si no quieres mi ayuda, entonces, otro te buscara para
guardarte en una vitrina. Has sido… imprudente. Has lanzado una benga-
la al cielo en plena noche. Sé que estarás confuso, incluso, te pareceré sos-
pechoso de malas intenciones. Pero deberías considerarme de nuevo co-
mo tu profesor en una nueva asignatura que has de aprobar, si no quieres
conocer una clase especial de fracaso.
397
David Moraza Los palacios de Kólob
398
Los palacios de Kólob
399
David Moraza Los palacios de Kólob
Capítulo 15
Ruidos estrepitosos
400
Los palacios de Kólob
401
David Moraza Los palacios de Kólob
res.
Hizo una pausa y me dirigió una mirada de soslayo
- … puede que seas el menos experimentado, ¡pero! – y ese pero
me produjo un sobresalto – pero… eres de la casa Jana y eso es una rare-
za, dime ¿cómo te han dejado salir?...
Iba a contestar, pero antes de hacerlo Melanto continuo su mo-
nólogo.
- Bueno no importa. Como te habrán informado vamos a alterar
con un cambio en las premisas. No hay precedentes en esto y no hay
tiempo para muchos ensayos. Han acelerado el cierre de era y se nos echa
el tiempo encima. Iras de compañero con Sara, creo que ya la conoces.
La conocía, fue quien me llevó hasta Minión.
- Sí, pero ella no es alteradora, trabaja en una escuela de conoci-
miento, no de creación.
Melanto sonrió moviendo la cabeza de un lado a otro.
- Sara es… algo peculiar ¿no crees?... te aseguro que podrás apren-
der mucho a su lado. Préstale atención.
Me sentí de nuevo un primerizo. Todo el mundo me daba leccio-
nes. Estaba seguro de si parase a cualquiera en cualquier lugar me sentaría
a sus pies a escuchar la sabiduría manar por sus labios. Por qué ese interés
en mi cuando todos sabían y eran más experimentados que yo. Iba a pro-
testar, cuando Melanto continuo su adoctrinamiento hacia su nuevo pupi-
lo, es decir, yo.
- Hasta ahora la formación de presentación al oscuro ha sido en
cuña y la secuencia, primero mostramos la posición con nuestras manos
en forma de cuenco a la altura del pecho y la mente en el valor del libre
albedrío. Segundo la esperanza con los brazos y mirada arriba y pensa-
miento en las expectativas y tercero enfoque con nuestros brazos extendi-
dos, palmas hacia arriba y presentación de nuestro oficio.
Melanto hizo una pausa y una mirada rápida hacia mí. Quería
asegurarse que no había dudas en cuanto al punto de partida.
- Bien, hoy lo haremos de otra manera. La formación será la mis-
ma, pero la secuencia variará. Primero presentaremos nuestro enfoque y
llevaremos nuestras manos en forma de cuenco al pecho, segundo la espe-
ranza con su movimiento correspondiente y por último la posición exten-
diendo los brazos y palmas hacia arriba. Es decir alteramos el orden de la
primera y tercera premisa, pero no sus movimientos, que sigue el orden
402
Los palacios de Kólob
acostumbrado.
Querían presentar al enfoque como el eje director de las premisas.
El deber como conductor de la inteligencia en los lugares densos. La espe-
ranza y el enfoque como extensores de la existencia. Decirlo en el trayecto
por Pikamón era una cosa y recordar cómo me tambaleaba ante las em-
bestidas del oscuro día antes era otra. El oscuro océano escudriñaba en
nuestro interior los logros y el conocimiento adquiridos por aquellos que
se acercaban a sus orillas y por otro lado azotaba con su ojo el temple del
aspirante. No era fácil mantenerse en pie y lucido. No realmente no lo era.
- ¿Qué posibilidades de éxito tenemos?
- ¿Para qué quieres saber eso?, vamos a hacer algo único en la his-
toria no sólo de nuestra era. Dudo que en otras alguien haya intentado
algo así. La mayoría de nosotros somos algo… intrépidos. Tu también lo
eres, solo que no te has enterado todavía.
- ¿Quién estará en el centro de la formación?
- Primabel, el dirigirá.
Había escuchado de Primabel, todos le conocían. Se le considera-
ba uno de los de confianza de Aribel. Al igual que Minión era uno de los
setenta y dos consejeros de Kólob y un aspirante más que cualificado al
círculo Madán. En éste círculo no estaban representadas las casas, sólo
había una dirección de las comunicaciones: del Gran Gnolaum hacia Ma-
dán y de ahí hacia los setenta y dos. No había vuelta. Sin embargo en los
setenta y dos había flujo de información e instrucciones en ambos senti-
dos de ellos hacia los consejos de doce de cada casa y con gobernadores y
demás altos representantes y de todos ellos hacia los primeros. Eran los
setenta y dos un organismo representativo de las casas.
Primabel destacaba por su templanza y equilibrio. Confería a lo
que íbamos a realizar una pátina de legitimidad indudable.
Mientras fijábamos los detalles al acceso de las playas, llegamos a
la entrada de Silam. Como siempre que íbamos por encargo de uno de
ellos, saltábamos todos los protocolos de acceso. Y así penetramos como
un dardo en las entrañas de las dependencias de Silam.
Caminamos a través de amplísimos pasillos suavemente pavimen-
tados de oro ambarino y paredes de maderas vivientes que florecían en
variedades infinitas y que transmitían una luz tamizada de variados colo-
res. Ventanales migratorios se abrían para seguir la luz de Kokaubean en
todo su periplo. Habían amplios ventanales que se abrían a escenas de
403
David Moraza Los palacios de Kólob
404
Los palacios de Kólob
405
David Moraza Los palacios de Kólob
407
David Moraza Los palacios de Kólob
408
Los palacios de Kólob
- Formadores avanzad.
Abel y Belca tomaron su lugar. Realizaron la presentación de la
posición con los movimientos del enfoque. Realmente era un equipo ex-
cepcional, los flancos no desmayaban y podía notar cómo el oscuro reci-
bía nuestra presencia sin desviar su atención. No exageraba Melanto al
alabar la destreza de estos alteradores, aún en una situación desconocida
como esta no descuidaban su oficio ni cedían al pánico.
Mientras ambos alteradores mantenían su premisa frente a ese
espectáculo aterrador, la espuma empezó a saltar enloquecida y las aguas
amenazaban con traspasar los límites del pacto.
A esas alturas yo no sabía si se podía tener más miedo, pues mi
tope estaba más que rebasado, pero aún así no rompimos la formación.
Eran extraordinarias la clase de personas que había allí.
Para nuestro asombro, Primabel, se adelanto hasta llegar a la
misma orilla, donde columnas oscuras se levantaban amenazantes, para
caer con estrépito. Había que poseer un temple de acero para estar allí a
un paso de ese oscuro mar enfurecido. Estábamos a punto de descuidar
nuestra labor; lo que estaba haciendo Primabel no tenía descripción. No
era posible tal escena, una cosa es jugar con las oscuras olas como hizo
Aribel, aun así algo inimaginable, y otra acercarse a una inmensidad arre-
batada que podría asimilarte en su interior como a un insecto, que podía
diluir tu existencia como una gota arrojada al mar. ¿Cómo no admirarles?
¿Cómo no sentirse conmovido cuando alguien así te dice bien hecho?
Eran los más grandes.
No salíamos de nuestro asombro, cuando lo vimos adentrarse en el abis-
mo negro hasta la cintura y extender sus manos. Nosotros no soportába-
mos la mirada del oscuro océano, sin embargo Primabel se dejaba abrazar
por él. En un principio nada parecía cambiar en aquella tempestad de mo-
vimiento, como si las negras aguas protestaran por aquel cambio súbito en
las premisas. La espuma creaba figuras extrañas, en muchas de ellas se
adivinaban formas vivas apresadas en la esfera de lo no pensado, de lo no
imaginado. En aquel limbo de lo que espera ser pronunciado para existir.
Y por un instante presentí que nuestras creaciones sólo eran memorias
recuperadas de aquello que conocíamos de nuestro sueño en el oscuro
regazo.
A medida que Primabel bajaba sus manos, la agitación se reducía
hasta que repentinamente sus manos tocaron las aguas y todo se silenció
de modo que nuestros oídos zumbaron por la mudez reinante en sus
409
David Moraza Los palacios de Kólob
aguas.
Tranquilo y majestuoso subió de las aguas a donde estábamos y
nos indicó con un gesto que replegáramos la cuña como al principio de
nuestra llegada. No dijo ni una palabra mientras regresábamos a la sala de
acceso.
Mientras caminaba sentía un honor inmenso por haber sido llamado para
ese momento, ya no por el resultado, sino por haber sido considerado
digno de formar parte de un equipo de tal calidad. Si me hubiesen reque-
rido mi apoyo a la nueva propuesta en ese instante lo hubiese dado sin
duda alguna. Y sin embargo el resultado del intento era incierto.
Nos sentamos en los cómodos divanes sin atender al manteni-
miento de la formación hasta que se nos diese permiso, al parecer se go-
zaba de cierta familiaridad en las normas. Primabel se dirigió hacia noso-
tros.
- Amigos míos – y eso era suficiente para exaltar nuestro ánimo –
no recuerdo haber visto mejor ejecución y maestría que la vuestra. Ha sido
un trabajo impecable y realizado con gran valor. Informaré a Primabel de
vuestro trabajo.
En cuanto al resultado, sólo os puedo decir que lo hemos sorprendido.
No lo esperaba, necesitaremos varias sesiones para sujetar a ese océano a
la nueva propuesta. Tengo la impresión que nunca se ha encontrado de
cara con algo como lo que hemos hecho. Vuestros nombres pasarán de
arco en arco a partir de este día.
Acto seguido fue uno a uno abrazando y agradeciendo lo realiza-
do. Este gesto procedente de uno de los setenta y dos consejeros de Kó-
lob y uno de los contados aspirantes al círculo Madán, parecía abrasar
nuestra alma. Pues el contacto con su cuerpo, parecía cedernos por un
instante, la calidad y conocimiento acumulado en un espíritu que desde
remotas eras cumplía con cometidos heroicos, y en oficios que requerían
hazañas constantes. Como la que acabábamos de contemplar y de la que
ni siquiera hizo mención. Tal respeto sentíamos por él que ni una pregun-
ta se escapó de nuestros labios, cuando yo mismo sentía detrás de los mí-
os el ardor de los interrogantes pugnando por salir.
Terminada su felicitación, salió con rapidez, supongo que para
informar del resultado de la alteración. Noté unos toques en mi hombro
derecho de alguien a mi espalda. Me volví para confirmar que se trataba
de Sara. Podía ya hacer conjeturas sobre su proceder.
410
Los palacios de Kólob
411
David Moraza Los palacios de Kólob
416
Los palacios de Kólob
417
David Moraza Los palacios de Kólob
418
Los palacios de Kólob
ta con nuestra raza en los lugares densos? Cómo compensar al oscuro del
peso de nuestra culpa, cómo compensar la existencia del peso de nuestro
fracaso. La onda de choque que produciría la caída de nuestra era en los
lugares densos nos reduciría de nuevo a oscuras gotas del océano de la
inteligencia. Ni el Gran Gnolaum podría impedirlo, de intentarlo podría
perder su posición.
En este panorama el movimiento de salvación que encabezaba
Aribel, traía esperanza y seguridad a los espíritus desalentados y oportuni-
dades de liderazgo a los ambiciosos. Aquellos que no podían aspirar a
puestos de renombre y que de forma repentina sintieron esa sed descono-
cida de fama y gloria.
Las casas no daban detalles, su plan carecía de la piedra angular.
¿Quién se proponía para soportar la estrella de dolor? ¿Quién soportaría la
onda de choque al precipitarse toda nuestra era, hacia la culpa y el error?
¿Quién convertiría nuestra imperfección en conocimiento aceptable para
el oscuro? ¿Quién compensaría a las inteligencias del cosmos para que
aceptaran nuestros errores en los lugares densos sin que todo el linaje
perdiera su cetro? Pero ellos sólo decían “confiad” frente a esa simple
palabra, los argumentos del movimiento de salvación, que repetían hasta
la saciedad que no habría nadie dispuesto a pagar el precio, que de haberlo
dónde estaba. Ellos argumentaban “¿Confiad, os dicen? sí hacedlo, con-
fiad en encontrar un grano para traer uno a uno a los miles de millones de
las incontables arenas de Kólob”. Y así alentaban a encomendarse al cam-
bio de premisas para rescatar a todos sin excepción. Convenciendo, inclu-
so a miembros destacados de escuelas y equipos, quienes iban engrosando
sus filas como líderes y príncipes. Su jerarquía se organizaba continuamen-
te hasta desafiar, por su complejidad y estructura con las misma casas.
Cuando llegó el día del concilio las multitudes acudían a él con la
convicción de ver confirmadas sus expectativas y no para conocer cuál de
ellas se elegiría.
Ese día Corina me ayudó a colocarme mis vestiduras de alterador,
con mis insignias. Una de ellas nueva, la de ser veterano en la alteración.
Los colores de la casa Silam pero el símbolo de mi nacimiento en Jana.
- El más apuesto de todos los cabezotas de Kólob.
- La más aguda y penetrante de todas las batidoras.
Corina se esmeraba en mi aspecto y hasta que no se dio por satis-
fecha no salí hacia el auditorio. Al partir ella me abrazó y me deseó un
420
Los palacios de Kólob
422
Los palacios de Kólob
Cualquiera que hubiese pensado con calma, habría llegado a esa conclu-
sión. La reserva en el nombre del redentor había sido clave para cernir a
los habitantes de Kólob, para ver el temple de su alma y la lealtad a las
casas. Aún así todos estaban a tiempo de orientar su decisión hacia donde
quisieran.
Aribel llegó al lugar previsto desde donde hablaría, se inclinó con reveren-
cia hacia la presencia de los padres y al incorporarse, cogió con su mano
izquierda el borde de su manto, a la altura del pecho.
- Heme aquí, padre. Soy Aribel, tu hijo e hijo de la reina Camí–
Olea, sea honrado siempre su nombre en los reinos y mundos de Olea.
Desde el principio antes que se poblasen los desiertos espacios de Kólob
conté con tu dirección y sabiduría y bajo tu consejo llevé a cabo los traba-
jos del comienzo, representado en el consejo de estirpes, en el centro del
gran cúmulo, a nuestro linaje. Por largo tiempo, alejado de mi casa, añoré
tu compañía, y aunque rodeado de otros gloriosos cetros, nunca estuvo tu
nombre vedado de la honra que merece.
Llegada la hora del regreso y establecida tu fama más allá de toda distan-
cia, me dispuse, con los pocos de tus hijos, que pisábamos esta sagrada
tierra, para establecer la cuarta era de tu glorioso creación, que en su giro
eterno llena de vida e inteligencia el oscuro vacio de fuera.
Ahora vengo presto, como en otras ocasiones, ante un nuevo reto, el más
importante. Salvar las obras de tus manos, traerlas de vuelta de los lugares
densos. Traerlas victoriosas tal como lo eres tú de todo reto.
Así como en multitud de ocasiones, oh Gran Gnolaum, escucha mi ofre-
cimiento. Pues si en el pasado fui útil no es menos mi afán por serlo aho-
ra. Envíame a los lugares densos como hijo engendrado de tu misma es-
tirpe, como tu unigénito en los lugares densos. Y tal como ha sido mi leal-
tad hasta ahora lo será en el futuro. Redimiré a todo el género humano, no
se perderá ni una sola alma de tu incontable descendencia.
Es por este deseo, por el de aumentar tu gloría más si cabe, que presento
una forma de hacerlo y para ella pongo ante ti mi plan. Hacer de la obe-
diencia a tus leyes la principal premisa del mundo que se creó para que
estos puedan morar.
Gran Gnolaum, tu ojo penetra todo lugar y tiempo. Sabes de los innume-
rables que no regresaran. Aquellos que contamos desde el principio con
alegría y gozo cuando sus ojos brillantes emergían del misterio de tu san-
tuario. Aquellos que fueron poblando con sus miradas nuevas y pasos
inquietos los desiertos parajes de Kólob. Ellos que portaban las promesas
424
Los palacios de Kólob
de llenar la oscuridad con nuevas luces. Estos que cuidamos bajo tu direc-
ción, como hermanos mayores. A estos, todos, traeré de regreso. Dame
pues tu linaje corporal, e iré a los sitios densos y los traeré de vuelta. Da-
me tu poder sobre el oscuro y aceptará la propuesta que le presente. Da-
me la honra que te manifiestan las inteligencias de todas las obras de tus
manos y te la devolveré extendida más allá del consejo de estirpes. De
modo que tu nombre sea la luz de todo linaje. Se convertirá tu ley en una
obediencia segura y será la vía de tus hijos en los lugares densos tan certe-
ra como el periplo de los mundos a través del espacio.
Una vez que acabó de presentar su plan se inclinó ante aquellos
que escrutaban sus palabras como nuevas aves, nunca antes vistas en Kó-
lob.
El consejero del Este se adelantó y tomó la palabra.
- ¿Entiendes, Aribel, que tu propuesta afecta al diseño de las pre-
misas? Desde antes que se fundase la morada de las veinticuatro puntas,
antes de que el primer arco fuese iluminado por Kokaubean, ya esas pre-
misas fueron propuestas en el consejo de estirpes. Se aprobaron porque es
de esa forma en que la inteligencia asciende hasta la exaltación. Ahora tú
vienes a cambiarlo todo, ofreciendo la seguridad de una salvación comple-
ta, pero ¿qué ocurre con el libre albedrio? Adónde la relegas, ¿a un mero
extensor de la existencia? ¿te has preguntado qué consecuencias tendría?
Una vez terminó regresó a su lugar. Aribel mantenía una aparien-
cia de calma retadora, una seguridad en sí mismo y en su destino casi de-
safiante.
- Estimado consejero del Este. Durante mi estancia como embaja-
dor en el gran cúmulo pude ver mundos y linajes de lo más variado. Mun-
dos que se regían por premisas variables en el tiempo. Ejes de valores re-
versibles según el sector del espacio en que viajaban esos lentos mundos
donde una vida duraba lo que una revolución. He visto el lento ascenso de
linajes de inteligencias planas, donde sólo había un eje en el que transitar,
porque no había percepción de nada que no fuese lo único. Recuerdo el
linaje Rendrop–Alam, tan complejo su sistema de salvación como reduci-
do el número de los que lo conseguían. He visto linajes expansivos de
logros sencillos y dominios parcelados en la inmensidad del espacio, suje-
tos a vasallaje por la eternidad.
Si he pensado mucho, consejero, y he llegado a esta conclusión. Si tan
variados son los planes, si hay tanta variedad como linajes, por qué no
425
David Moraza Los palacios de Kólob
426
Los palacios de Kólob
427
David Moraza Los palacios de Kólob
uno de los primeros. De los más antiguos, un poco más joven que Aribel,
pero uno de los cien primeros. El orden en sus nacimientos no era del
dominio general y se guardaba en secreto para no distorsionar el valor de
las propuestas.
Nadie pudo evitar una exclamación reprimida al verlo llegar y
pararse ante las madres. Ante el Gran Gnolaum. De forma tan sencilla
que casi podría achacarse a un error el motivo de estar allí.
El consejero del Sur se adelanto y tomó la palabra.
- Escucharemos ahora a Yahavhe hijo de Libel–Toban, uno de los
cien primeros, Escultor de premisas, maestro de todos los oficios, Ofi-
ciante de la cúpula Norte, Maestro escrutador de las tres direcciones e hijo
predilecto por derecho propio.
El silencio parecía ser una sustancia espesa que hubiese inundado
aquél gigantesco escenario. Al fin podía verse al paladín que se ofrecía
como pedestal para soportar el extraordinario desafío de la estrella de do-
lor.
Yahavhe había sido hasta ahora alguien brillante, como todos ellos, pero
transparente a la gloria y notoriedad. Su casa, Libel-Toban oficiaba en la
estabilidad de la vida, la defensa ante el vacio de fuera, en definitiva la
continuidad de la voluntad de perdurar ante las fuerzas de la disolución,
que de manera permanente lo asedian todo. De ahí que Yahavhe fuese un
notable y único escultor de premisas, pues sin variarlas sabía cómo pre-
sentarlas en cualquier esfera de creación para que fuesen aceptables a cada
inteligencia según su nivel. De ahí la universal lucha por la supervivencia,
que obedece a un conocimiento mudo y oculto del valor propio ante el
vacío o la nada.
La inteligencia pura del oscuro océano tiembla ante el vacío, no
sabe cómo enfrentarlo. Por eso los pactos con los linajes conducen a su
organización de tal forma que la vida se expande en sus infinitas varieda-
des, más allá de sus límites llenando la inmensidad del espacio. Yahavhe,
por decirlo así, ayudaba a que las tímidas y simples inteligencias creyeran
que, obedeciendo esas premisas, podrían inundar una pequeña esfera de
ese espacio agreste, colmándolo con la luz que portaban.
El ser oficiante de la cúpula Norte le permitía conocer de cerca
todo el torbellino de conocimiento y vida que converge desde las puntas
de aquella estrella hacía el centro, en la cúpula y de ahí, en una gestación
compartida por innumerables escuelas, secciones y equipos alteradores y
oficiantes encaminar esas iniciativas hacía las oscuras playas.
428
Los palacios de Kólob
429
David Moraza Los palacios de Kólob
430
Los palacios de Kólob
431
David Moraza Los palacios de Kólob
432
Los palacios de Kólob
433
David Moraza Los palacios de Kólob
437
David Moraza Los palacios de Kólob
438
Los palacios de Kólob
seguidores y algo poco dado a frases cortas, han optado por la causa del
primogénito desbancado por un joven Yahavhe, algo fácil de entender y
que reúne a los descontentos que…
Corina pareció recordar algo e hizo un gesto para que Misón se detu-
viera
- Misón ¿recuerdas en la escuela Bessast un equipo…?
- ¿Un equipo de Bessast? solo puede ser el de Tonad–Thur. Tuvie-
ron problemas con uno de sus árboles. Por cierto que era espléndido pero
no aceptaba las premisas.
No pude menos que asombrarme y pregunté
- ¿Cómo, Misón, una de las criaturas de Silam que no obedece? Re-
cuerdo que me dijiste: nuestras creaciones son muy obedientes.
- Kozam, también te dije que algunas necesitan mundos diferentes.
Esta fue una excepción y todos la conocemos. Fue estudiada y se intento
rescatar. Pero no nos quedemos en la anécdota, creo que Corina quiere
decirnos algo.
Corina me rogó con la mirada que me centrara en lo que estaba
diciendo y que no buscara un debate con Misón, ya sabía todo Silam que
teníamos ambos una memoria excelente. No sé cómo lo hacía, pero todo
esto lo decía con la mirada.
- … lo siento no quiero perder la idea. Tonad-Thur es un equipo
de Bessast que trabaja en las lindes de las premisas. Sus creaciones siem-
pre viven en las periferias de cualquier sistema, apurando posibilidades.
Trajeron un árbol, sí, era muy hermoso, no recuerdo cómo se llamaba…
- Daryzade-Thur – Misón y su prodigiosa memoria, tuve que reco-
nocerlo –
- Si, gracias Misón, Daryzade-Thur tuvo la singularidad de aceptar
las premisas y atravesar la ventana de la inteligencia, pero una vez en Kó-
lob rechazó el eje de la esperanza. Esto causó que su movimiento alrede-
dor del presente no fuera circular sino rectilíneo, al igual que las criaturas
de Sinabea, Misha o nosotros mismos. Al no ser circular la esperanza ca-
recía de fundamento en su vida, no existía ese avance a partir del presente
que produjera el movimiento de alzado.
Ellos se entendían muy bien, pero mi expresión debió de ser algo
clara.
439
David Moraza Los palacios de Kólob
440
Los palacios de Kólob
441
David Moraza Los palacios de Kólob
442
Los palacios de Kólob
443
David Moraza Los palacios de Kólob
nuestra escuela. Acudieron todas las secciones con sus grupos. Todos
formados de manera impecable. Pero algo fallaba, había muchos huecos,
no todos acudieron y podía verse la consternación de muchos líderes de
grupos y jefes de secciones al comprobar cómo aquella doctrina extraña
había agujereado lo siempre fue la imagen compacta y perfecta de la es-
cuela de los encajes. Pensar que las escuelas eran la élite de Kólob nos
hacía temer lo peor al trasladar la situación a la población en general. Un
murmullo de fondo acompañaba a toda esta escena. Hasta que Halim–
Bean, el director, tomó la palabra y pidió silencio.
- Estimados oficiales de la escuela de los encajes, nos reunimos hoy
aquí por una cuestión delicada y de consecuencias graves para todos noso-
tros. Imagino que sabréis los últimos acontecimientos en Middiani, la re-
belión del movimiento de salvación y la consiguiente alteración del orden
en Kólob. Sé que todos estáis confusos sobre qué derrotero tomarán las
cosas a partir de ahora.
Bien, os diré algo, no nos instalaremos en la polémica ni pasaremos este
tiempo en la elucubración. A partir de éste momento se completaran los
huecos que haya en los equipos y secciones. Cada sección formará escua-
drones de cincuenta equipos a su vez organizados en diez grupos de cinco
equipos. A partir de este momento la situación es de alerta. Se suspenden
todos los trabajos de alteración y las salas de creación permanecerán ce-
rradas. Las instrucciones se comunicaran a través de la línea de costumbre.
La dirección de las prácticas de las secciones y equipos correrán directa-
mente a cargo de los densos asignados a nuestra escuela. Tendremos in-
formación más adelante, por ahora esto es todo.
Los seres densos fueron implacables con nosotros. Nos decían
que iban a ser tiempos duros, donde íbamos a tener que templar nuestras
almas. Ellos sabían que la batalla sería sin piedad. Nos acostumbramos a
usar unas plataformas en las que cinco equipos podían situarse a cualquier
altura. No eran necesarias, pues nuestra naturaleza liviana podía trasladar-
se en cualquier dirección, pero daban referencia exacta de nuestra posición
y por lo tanto mostraban la ubicación exacta de los grupos y escuadrones.
Una vez que los movimientos fueron coordinados y adoptamos las nuevas
formaciones como las rutiarías, empezamos a entender cuál era el objetivo
de todo esto.
Empecé a darme cuenta que el ejemplo de Daryzade–Thur se
acercaba cada vez más a nuestra situación y eso me atenazaba. Templar mi
alma con la idea de expulsar a mis hermanos de Kólob a un lugar oscuro y
444
Los palacios de Kólob
445
David Moraza Los palacios de Kólob
llegar a un extremo tan doloroso para todos? Ellos han hecho grandes
cosas por nuestro arco ¿no tendremos memoria de ello?
Zhia-Couji, meditó durante un momento y se dispuso a contestar.
Hablar con uno de los densos siempre era una experiencia impactante.
Casi podía considerarse la aparición de un fenómeno inexplicable, pues
veíamos a la materia densa adoptar la apariencia real y perfecta de un al-
ma, en una unidad enigmática. Es difícil de explicar nuestra admiración al
ver al alguien dominar dos estados al mismo tiempo sin esfuerzo, como
una extensión de su naturaleza.
- Tu pregunta, Kozam de la casa Jana, es correcta. Excepto en un
punto, no sé si me estimaras próximamente. Os haré descubrir y dominar,
espero, una faceta vuestra, que no conocéis y que está latente en vuestro
interior.
Nos dio la espalda y miro a la copa de los cipreses que murmura-
ban en lo alto movidos por el viento. Al cabo de unos segundos se volvió
con rapidez hacia nosotros y preguntó.
- ¿Qué es la verdad?
La pregunta no era para contestar, era para que pensáramos.
Después de unos instantes siguió hablando con las manos a la espalda
dando cortos pasos de izquierda a derecha.
- La verdad engloba cuatro cosas distintas entre sí. La verdad es
conocimiento pasado, presente y futuro. La verdad es luz, porque ilumina.
La verdad es el entendimiento de las cosas. La verdad es su comprensión,
es decir el orden en nuestra mente.
Pero, entre sus propiedades, hemos de distinguir entre el conocimiento y
la luz. Si como he dicho antes la verdad es conocimiento y la verdad es luz
¿Qué es la luz?
De nuevo nos dio la espalda y dejos transcurrir un corto tiempo
al cabo del cual se volvió con energía
- Aunque el conocimiento está emparentado con la luz, y pertene-
cen a la familia de la verdad, no son lo mismo. La luz es claridad en el co-
nocimiento, por eso la luz vivifica nuestro entendimiento de las cosas, la
luz es el medio por el que conocemos las cosas, de lo contrario, aunque
estas cosas existieran verdaderamente, no podríamos conocerlas. La luz
que brilla y alumbra, viene por medio del que ilumina vuestros ojos, es la
misma luz que vivifica vuestro entendimiento. Esa luz procede la presen-
cia del Gran Gnolaum para llenar la inmensidad del espacio1.
446
Los palacios de Kólob
La luz es el poder del Padre, por ella, organiza las inteligencias y la mate-
ria por eso la gloria de nuestro linaje es la inteligencia o luz y verdad. Su
luz ilumina al oscuro océano y este acude presuroso porque lo alumbra.
Así ocurre con nosotros, en cierta forma, somos como un pequeño oscu-
ro océano, que se acerca al más grande para recibir verdad y luz. Pero el
primer paso es la obediencia. Si, incluso el oscuro se sujeta a los pactos y
no los traspasa en las playas ¿no deberíamos hacerlo nosotros también?
Zhia-Couji se estaba tomando muchas molestias para contestar a
mi pregunta, pero estaba claro que respondiendo en ese lugar se multipli-
caría su efecto en poco tiempo.
- Recordad la primera enseñanza que recibisteis en vuestra primera
terraza, la de la posición “El que guarda sus mandamientos, recibe verdad
y luz, hasta que es glorificado en la verdad y sabe todas las cosas”2 una
cosa lleva a la otra. Esa palabra, hasta, prolonga el proceso y hace nece-
sario ir a los lugares densos. Así que vemos que partiendo de la obediencia
se recibe verdad y luz y tened en cuenta que son cosas distintas.
Zhia-Couji, se detuvo y miró a los altos cipreses que parecían
comunicar con el cielo de Kólob sus impresiones de lo que se hablaba.
Sus manos a la espalda, le hacían parecer concentrado en lo que decía.
Mucho de lo cual no entendí hasta mucho después. Quizás algo tarde.
- …pero hay algo que no comprendéis todavía plenamente. Pero
habéis de creerlo porque así se os ha enseñado. La verdad y la luz son in-
dependientes para obrar por sí misma así como la inteligencia. De lo con-
trario no habría existencia3. Nosotros, la descendencia del Gran Gnolaum,
salimos del oscuro con vocación de poder y gloria. Es nuestra naturaleza
la de organizar, gobernar, crear. Pero antes hay que obedecer, recibir y
crecer en la luz y verdad. Pero amigos míos, ellas dos son independientes,
no pueden ser obligadas. Tienen su particular libre albedrio. El cual es
anterior a todos los linajes y no puede ser creada ni hecha, al igual que la
inteligencia.
Cuando pasasteis por la ventana de la inteligencia, hace ya de eso mucho.
Fuisteis dotados de una porción de esa luz y verdad, pues obedecisteis el
convenio de las premisas, pero si desecháis la luz a causa de vuestra des-
obediencia, esta os abandonará y la verdad será oscuridad a vuestros ojos,
decidme entonces ¿obligareis a la luz y la verdad a conduciros hasta la glo-
ria y el poder?
Zhia-Couji cambió su expresión a un semblante grave y pensati-
447
David Moraza Los palacios de Kólob
448
Los palacios de Kólob
449
David Moraza Los palacios de Kólob
trataba primeramente de forma un embudo que los rodease y una vez he-
cho esto, horadarlo en su final hacia Shadoom. Teníamos tres ventajas
principales.
La parte más experimentada de las escuelas estaba con nosotros y por lo
tanto la eficacia del segundo paso estaba asegurada. Por otra parte los
densos nos dirigían y asesoraban. Una garantía a nuestro favor.
Ellos procedían de ciclos anteriores. Por ciclos entendíamos hu-
manidades cuyo tiempo había terminado, en su caso, en la exaltación de
su naturaleza humana. La adquisición de un cuerpo denso por la eterni-
dad. Aún así tenían un límite, no podían tener progenie, por eso, su mi-
sión consistía en oficiar para el linaje al que sirvieron en su primer y se-
gundo estado. Y aún así ¡Cuántos de nosotros hubiésemos aceptado eso
con los ojos cerrados! Hubiésemos llorado de gozo, yo hubiese corrido a
los pies de mi madre a guardar su jardín, no imaginaba nada más grande.
Y sin embargo ellos ministraban en mundos sin fin como potentados del
más grande. Los mirábamos como seres afortunados, tremendamente di-
chosos, a salvo de todo y con total conocimiento. Ellos tenían infinita-
mente más saber que un perceptivo y el poder y majestad de un cuerpo
denso. Gozaban de todo privilegio y tenían potestades y mandatos que
desconocíamos. Tan sólo entreveíamos, en la ocasión en que nos dirigían,
sólo percibíamos algo del dominio que tenían asignado. Sencillos como
palomas, guardaban en su interior una grandeza fuera de nuestro alcance.
Con su jefatura al frente de nuestros escuadrones, nadie dudaba de la vic-
toria.
ºLa tercera es la que me hacía más daño y la que debilitaba mi
espíritu. Aribel y los suyos no lo esperaban. No esperaban que las casas
estuviesen dispuestas a perder la mitad de los habitantes, si era necesario.
Tampoco nosotros esperábamos llegar al final de todo esto. Pero veíamos
que día a día nuestro entrenamiento se endurecía y se afinaba más la pre-
paración. Veíamos una determinación clara y resuelta por parte de las ca-
sas. Eso realmente empezó a asustarnos, pues nos dimos cuenta que todo
iba en serio y no con ánimo de disuadir.
A medida que los de Middiani, Ald'nali, Endelia, Biarskel y otros
lugares donde el movimiento se concentró observaban nuestros movi-
mientos y determinación, empezaron a reconsiderar sus posturas. Enton-
ces hubo algunas deserciones hacia nosotros, pero antes de que fuese en
aumento, cercaron sus lugares de escuadrones afectos a sus líderes y una
labor de adoctrinamiento se empezó a clavarse en sus filas como pivotes
451
David Moraza Los palacios de Kólob
de un inmenso edificio.
En esta situación favorable ocurrió lo inesperado. Una mañana en
Middiani sucedió algo, que todos los que estuvimos en el auditorio y es-
cuchamos a Aribel, entendimos.
Un fuerte estruendo, persistente y parecido a la salida de nuestro
arco, hizo temblar la tierra en Kólob. Acudimos a la región de Stomoren,
en la llanura de Ackque, en las cercanías de Middiani. Una colosal monta-
ña cuya altura rivalizaba con los palacios, había surgido de la nada. Aque-
lla mole espontánea, sin vegetación, yerma de vida, dejaba sin habla a todo
el que la miraba. Más tarde nos enteramos que la hazaña realizada por
Aribel tenía un nombre, Camí–Olea, su madre. Entonces recordé la men-
ción que hizo éste en la conferencia de Bisnan, de un colgante que su ma-
dre le regaló, con una inscripción “Aribel el que levanta montañas” Este
episodio se propagó desde ese día como el viento entre todos los habitan-
tes de los palacios, un detalle de su vida, era algo de gran valor, era como
acceder a la memoria primera.
Esa montaña elevó la moral de los suyos a la misma altura que la
cima, nunca se supo de nadie que hubiese sido capaz de dominar los ele-
mentos de esa forma, a excepción de la familia cercana al Gran Gnolaum.
Incluso muchos pudieron observar la expresión perpleja de algunos den-
sos.
En la mente de todos se plasmaba esa prominencia en el horizonte, como
una ofrenda de un hijo amoroso a su madre, con un mensaje. Ya soy ma-
yor, he aprendido. Conmovió a muchos hasta hacerles derramar lágrimas,
cómo podíamos expulsar de Kólob a alguien así. Alguien que recuerda un
episodio de su vida y rinde tributo a quien lo vio nacer. Otros se conmo-
vían de forma diferente al dudar de la propia capacidad, incluso de los
densos, en echar a alguien que era diestro en dominar la materia de forma
semejante. Se extendían las frases como proyectiles lanzados, ¿Quién po-
drá con Aribel, si la misma tierra le obedece?
Dos días después, se alzo un pendón en lo alto de aquella mon-
taña, una estrella roja de veinticuatro puntas sobre fondo blanco. Y a par-
tir ese día supimos que todo llegaría hasta el final y que no había marcha
atrás. Esa iniciativa, decidida, de Aribel hizo frente a las casas dando a
entender que no renunciarían.
Fue necesaria la intervención decidida de los densos para mante-
ner la disciplina y la razón entre nuestras filas. En respuesta al desafío
adoptamos como emblema la misma estrella de color azul sobre fondo
452
Los palacios de Kólob
453
David Moraza Los palacios de Kólob
454
Los palacios de Kólob
458
Los palacios de Kólob
Capitulo 16
En el segundo estado
459
David Moraza Los palacios de Kólob
463
David Moraza Los palacios de Kólob
464
Los palacios de Kólob
465
David Moraza Los palacios de Kólob
466
Los palacios de Kólob
con ella, era un vaso comunicante con mi vida y no podía evitar trasvasar
todo lo que sabía. Por eso me sentía culpable. Prometí a Loreto cuidarla,
no exponerla a peligros y sin embargo la estaba enganchando a un para-
pente enfrentado a una profunda borrasca. Lo cierto, es que ella poseía un
sentido común del que yo carecía. Una calma envidiable, esa seguridad
que yo necesitaba y más aún después de volver de las emergencias. Pero
sobre todas esas cosas, había algo en su interior que iba mostrándose cada
vez con más claridad ante mí. Me costó tiempo encontrar la palabra para
ello, pero ella se estaba se estaba desprendiendo. Como cada uno de noso-
tros, estamos unidos por un cordón al mundo, de donde succionamos
nuestra forma de enfrentar la vida. Asimilamos la manera de formar parte
de lo que nos rodea, y eso incluye vivir y hacer lo esperado. Yo notaba
cómo ese vínculo, en el caso de Alicia, se iba haciendo cada vez más débil
y en la medida que eso ocurría, tomaba consistencia su compromiso con
mi situación. Sin embargo yo la presentía como un espíritu liviano en su
relación al mundo presente.
Esta situación empezó a darme miedo. A pesar de sus protestas
en contra de mis reparos y temores, no me sentía preparado para cargar
con algo así, con esa responsabilidad.
Ella estaba formando parte activa en unos acontecimientos que
no la tocaban de forma directa, ella no los recordaba sino a través de mí.
- Escribí a Ted ayer por la mañana.
- Terminemos y vámonos a un ciber.
Mientras nos dirigíamos al ciber analizábamos la situación. Ted
aún no sabía que yo había visto, pero le mencioné el episodio de la ambu-
lancia. Estaba al tanto de la propuesta de José Tomas, así que su respuesta
podría aclarar mucho la situación. Nos fuimos al puesto más reservado
que había e ingresé en mi cuenta.
Ahí estaba, un mensaje. El asunto “from Ted”
Estimado amigo Belisario. Por lo que deduzco eres un invelado
vidente y ellos lo saben. Yo soy uno igual que tú. Por experiencia sé que
estás confuso y sin saber qué hacer. Voy a tomar un tiempo para explicar-
te qué ocurre. Supongo que a estas alturas estarás al tanto de la batalla en
Kólob o la batalla de los cielos como se la conoce….
Corina me tiró de la oreja al llegar a este párrafo
… el resultado fue que la tercera parte de la población fue expulsada a
Shadoom. Entre Shadoom y nosotros se permite cierta influencia pero
468
Los palacios de Kólob
con restricciones. Son éstas limitaciones las que nosotros podemos salvar
y por eso somos objetos de deseo por ambas partes. Ya ves si se tratara de
básquet seríamos estrellas millonarias.
¿Quiénes son ellos y quiénes nosotros? Por supuesto nosotros somos los
buenos, qué puedo decir distinto a esto. Juzga tu mismo, Aribel y los su-
yos pretendieron destruir el libre albedrio mediante una alteración del
plan, acuérdate, de Bisnan. La batalla de Kólob no ha terminado, simple-
mente ha cambiado de escenario. La rebelión esta pujante en su lado y la
población de la tierra se acerca peligrosamente a un punto de mutación en
las premisas. Ha habido intentos de cambio que han conseguido éxitos
momentáneos y aislados. Pero ahora están mejor organizados y tienen
miles de años de experiencia. Nosotros simplemente nos hemos limitado
a resistir durante toda la historia.
Todo esto es mucho más largo y complicado. De hecho “historia de la
contienda” es una de mis asignaturas en nuestra universidad y te aseguro
que no es sencilla de aprender. Te asombrarías. Por lo pronto has de saber
que la maniobra de Yahavhe fue brillante y arriesgada, pero sólo ha diferi-
do el resultado. Estamos en plena batalla, pero su naturaleza es transpa-
rente a la vista normal.
Bien, ahora la situación es esta.
Por un lado puedes seguir con José Tomas, el te ayudará a controlar la
memoria (por favor deja de llamarlo emergencias, pareces un bombero) te
ayudará a evocarla y a cerrarla. Esto es, controlar lo que hasta ahora ha
sido una penosa prueba desde tu infancia. Algunos han sido seducidos por
esta oferta, la contrapartida es que ellos, los rebeldes, tendrán la llave entre
Shadoom y tú. Por lo que no te los podrás quitar de encima nunca. Y te
aseguro que son persuasivos, dulces y te llenaran de conocimiento. Te
harán sentir afortunado con su compañía. Sin embargo serás una pieza
más en su juego, llevaras y traerás mensajes. Incluso los conocerás en ese
triste tugurio de mundo en el que viven. Lo sé porque lo he visto y he
hablado con ellos, tuve suerte de escapar a tiempo, es muy difícil sustraer-
se a su encanto.
Por otro lado puedes venir y matricularte en nuestra Universidad, un sitio
singular, nuestro centro de preparación. Nuestra fundación se encargará
de los gastos y te proporcionaremos una cobertura cabal ante tu familia y
amigos. Serás un afortunado estudiante en Kansas, EEUU. La contrapar-
tida. Tendrás que abandonar tu vida actual. Te darás cuenta de la realidad
y eso va a ser difícil de aceptar al principio, tendrás que trabajar duro para
469
David Moraza Los palacios de Kólob
FIN
1. DyC 88:11
2. DyC 93:28
3. DyC 93:30
470
Los palacios de Kólob
Personajes en el presente
Nombre Detalle
Manuel Padre de Belisario
Josefa Madre de Belisario
Mari Hermana de Belisario
Belisario Protagonista
Francisco Abuelo de Belisario
Don Javier Profesor de gimnasia
Pachón Compañero de clase
Pedro Compañero de clase
Moldes Compañero de clase
Molina Delegado de clase
Rigote Compañero de clase
Entrala Compañero de clase
Toro Compañero de clases
Don Enrique Director del instituto
Don Andrés Tutor
Alicia Amiga de Belisario
Hal Haloperidol
Antonio Amigo de Belisario
Miguel Vaquero amigo
Mariola Vaca
Maite Profesora de lengua
Reyes Compañeros de clase
Reina Compañeros de clase
Miguelin Tío de Belisario
José Entrala Profesor de sociales
Expósito Compañero de clase
Loki Programa mental de seguridad
Loreto Madre de Alicia
Nuria Profesora de historia
Loli Amiga de Alicia
Nui Fenicio
Alimai Esclava de Nui
Ulises Rey de Ítaca
José Mateo Psicólogo amigo de Don Enrique
471
David Moraza Los palacios de Kólob
Personajes de Kólob
Nombre Casa Escuela, oficio/ naturaleza Grupo o detalle
Solam Jana Amigos de Kozam
Barin Jana Amigos de Kozam
Iloa Jana Amigos de Kozam
Abiola Jana Escuela de los Accesos Varanto
Varanto Jana Escuela de los Accesos Varanto
Vienzian Jana Escuela de los Accesos Varanto
Miguel Jana Escuela de los Accesos Varanto
Morón Jana Escuela de los Accesos Varanto
Esther Jana Escuela de los Accesos Varanto
Merit Jana Escuela de los Accesos Varanto
Kozam Jana Escuela de los Accesos Varanto
Corina Silam Escuela de los Encajes Misón
Minyor Jana Escuela de los Accesos Fundador de escuela
Buján Jana Jefe de sección
Telim Jana Formador de Estrellas
Bisnan Tinabi Maestro de premisas Conferenciante
Molan Jana Director del auditorio
Aribel Camí-Olea Uno de los primeros
Bento Sinabea Escuela de los Retornos Fundador de escuela
Taleon Sinabea Escuela de los Retornos Amigo de Corina
Loudin Sinabea Delfín de Midela Escuela de los retornos
Osimlibna Silam Árbol denso Árbol de conocimiento
Densos Todas Seres exaltados y libres
Temidiona Silam Enseñanza persistente Creo la flor de loto
472
Los palacios de Kólob
473
David Moraza Los palacios de Kólob
474
Los palacios de Kólob
475
David Moraza Los palacios de Kólob
476
Los palacios de Kólob
477