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¿PORQUÉ NADIE ENTRA A ENGRID´S BOOKSHOP?

En el intrépido atardecer de Autumnville, los chicos cruzaron el


boulevard frente a Engrid's Bookshop, en busca de una respuesta,
quizás un tanto arriesgada. Iban desafiantes, sobre la acera,
contemplando mil chimeneas humeantes y ventanas con aroma a
pastel recién horneado.
Mojo y su inseparable amigo Oliver, forjadores de una exquisita
amistad, sospechaban que en Engrid's Bookshop, la librería más
antigua del pequeño pueblo, se guardaban repugnantes secretos de
magia negra y ocultismo. Además de una perpetua sensación de
gritos ahogados, que se percibía al pasar por el frente del local.
—Solo pensar en Engrid´s, imagino las gárgolas de Notredame, que
me producen pesadillas y veo una tumba con vivos muriendo sin
respirar. Ve tu primero Mojo, tu madre a entrado allí alguna vez.
—¡Vaya que eres miedoso Oliver! Y que imaginativo te has vuelto.
Entraremos juntos, como lo acordamos. Mi madre nunca entró, por
cierto.
Sobre el pavimento, los charcos de la lluvia matinal, descansaban
accidentalmente. Oliver hundió su bota derecha en uno, y gritó como
si un martillo hubiese aplastado su dedo gordo.
—¡Shhh! Oliver, no debemos llamar la atención de…
—¿A mi atención te refieres? —sorprendió una mujer
interponiéndose a la entrada.
—¡Señora Bolan! Nosotros…
Mojo no pudo continuar su diálogo, porque ya estaban dentro de la
librería, aunque quisieran arrepentirse y volver.
Desde las profundidades del viejo mobiliario, una voz perdida
murmuró: “Bienvenidos”.
—Oye Mojo, ¿no es qué, era de día afuera?
—Si, lo es amigo, pero aquí pareciera que la luz tuviese prohibida la
entrada.
—Eso no es cierto. —Desde la oscuridad, alguien se precipitó,
sacudiendo sus brazos y liberando los escaparates, dejando pasar la
luz de sol en forma de rayos y polvo. Era como si millones de
partículas danzaran al son de un destello, fabricando relámpagos,
tibios fulgores que ahora acariciaban la espalda de los chicos.
—¿Cómo es que…? ¿cómo hizo eso, sss…señora Bolan?
—¿Lo de hacerlos entrar sin cruzar la puerta? ¿o lo de correr las
cortinas sin tocarlas? Mmm… digamos que son viejos trucos de
ilusionismo. ¿Qué libros estáis buscando niños?, estoy por cerrar.
Mojo, tembloroso, adelantó un pie sobre el piso crujiente del
recibidor. Eso puso nervioso a Oliver, que también aportó su
“estruendo” tragando saliva.
—En realidad, no buscamos ningún libro señora Bolan, solo
queremos preguntarle si sabe algo de nuestro amigo Tom.
La señora era Sandra Bolan, una sexagenaria librera de poca vida
social que cualquier poblado de un cuento como este, debería tener.
Era soltera, indescifrable, temida y extranjera quizás…
—¿Tom? ¿Tom? ¿Tom?... ¡Tom! Si, que adorable criatura, ¿qué le ha
ocurrido?
—¿No lo sabe? —gritó Oliver—. ¡Todo el pueblo lo busca, todos aquí
quieren que aparezca Tom, nuestro amigo! ¿Cómo es que ud…?
Mojo giró de un golpe seco y clavó su mirada en Oli, haciéndole
entender que esa no era la forma de interrogar, digamos… ¿a una
bruja?
Digo esa palabra y ¡me aterroriza! Y ya que lo menciono, quizás
sea ocasión de contar esta parte del relato en primera persona. Mi
nombre es Tom. Retomemos. Mis dos amigos, luego de una semana
de mi desaparición, tomaron el coraje suficiente para interpelar a
la señora Bolan, dueña de la librería Engrid's Bookshop. La mayor
sospechosa en este asunto puesto que fue allí donde entré, pero
nunca me vieron salir.
El sábado anterior, montados en bicicletas, recorriendo los
pastizales rociados de Inglaterra, decidimos terminar a travesía,
sedientos como momias, en la cafetería conjunta a Engrid's
Bookshop.
Recuerdo la insensata idea de adelantarme a Oliver y Mojo y verlos
pasar, desde adentro de la librería de la señora Bolan. Algo
imprudente de mi parte.
Entré sin el miedo que el coraje de una travesura te otorga y me
paré como un maniquí en la vidriera, saludándolos desde el
interior de la tienda.
Sus caras de estupor eran de angustia, de viejas supersticiones; de
creer en demonios de medianoche, con insomnio y soledad.
Sus gritos mudos coincidieron con el llamado de Sandra Bolan, que
me invitaba a su escondrijo más íntimo, aunque sin permitirme
decidir.
—Ven conmigo pequeño, te mostraré como puedes serme útil. —Me
susurraba sin mover su boca.
Mientras, allí dentro, escuchaba a Mojo y a Oli rogar que salga.
Una espesa niebla cruzó mi visión, y un torrente de obsesiones,
monstruos, bestias y vicios desenfrenados me arrollaron, me
escurrían por los oídos y se deslizaban por la cuenca de mis ojos,
que ardían.
Un tumultuoso vendaval de alaridos y chillidos de ultratumba
resonó en mi cabeza y desperté sobre el suelo frio, portando un
pelaje incapaz de pertenecer a un ser humano.
Bolan me alzó como a un recién nacido y nos mostró en el espejo de
una recamara. Ya no era humano, ¡ahora era un perro! ¡Un
maldito espécimen de raza Bobtail!
—Nadie usa mi librería para travesuras, niño —me dijo—. Si lo
haces, pagarás un precio. Y el precio aquí lo pongo yo.
Y la bruja río tanto que sus dientes repiquetearon y sus huesos
castañearon dentro de su cuerpo.

Pero volvamos a Mojo y Oli. Ellos ahora también estaban dentro de


la librería, solo que la gente, los padres, hijos, vecinos, los guardias,
los curas, todos… ya estaban alertas, esperando lo que ocurriese
dentro. Porque Engrid's Bookshop era un compendio de los
Halloween de todos los tiempos. ¿Por qué nadie quería entrar allí?
¿Quién le compraba libros a la señora Bolan? ¿De qué vivía, qué
comía, como sobrevivía un negocio que durante años, no tenía
visitantes?
¿Quién le proveía los nuevos Best Sellers, las novedades que
mostraba en tras la vitrina? Era hora de saber la verdad y la
desaparición de Tom era ideal para esclarecer todas las dudas. Las
dudas que nuestros antepasados, de su boca, en leyendas, mitos y
escritos, también conservaban.

Tras el mostrador, una manta vieja y sucia era todo el cobijo de Tom.
Bueno… del Tom perro. Y con una taza de agua oscura se
alimentaba, por cierto. Esquivó el mueble y sin que la señora Bolan
lo viese, como pudo, le guiñó un ojo a Oliver que arqueó sus cejas y
ahogó un comentario delator. Pero un amigo reconoce la mirada de
otro amigo. En cualquier lugar del mundo, sea en la circunstancia
que sea.
Mojo continuó.
—Es que la última vez que lo vimos a Tom, él estaba parado justo
aquí señora Bolan. —Señaló el espacio de alfombra y escuchó a
Oliver susúrrarle: “es él, el Bobtail”
—¿Desde cuándo tiene usted un perro Bobtail, señora Bolan? —
increpó el más audaz, Mojo, ahora que se comenzaban a desterrar
viejos espantos.
Bolan, como toda pérfida víbora, enemiga del buen gusto, sacó a
relucir su veneno, despreciando la palabra de un niño.
—¡Eso no te incumbe, crio repugnante! —Pero se detuvo. Sandra
Bolan enmudeció cuando observó que ahora la luz del atardecer no
la tapaban las cortinas, sino una muchedumbre de vecinos hartos de
presunciones y más cercanos a una confirmación, a una certeza que
corría por los corredores de cada generación.
Apabullada, sintiendo como nunca antes la amenaza de dejar de ser
lo que aparentaba y mostrar su apestosa existencia, tomó por el
cuello al Tom perro, y se posó mediante un fugaz resplandor, sobre
el cielo sombrío y eclipsado de Autumnville. Cerniéndose
amenazante, a 10 metros de altura, sobre el boulevard. Su figura ya
no era la de una sexagenaria. Era la de un engendro, la de un
prodigio de parábola. Sobre unas garras, Tom Scarry, aun
transformado en un Bobtail inglés; sobre las otras, un texto
milenario sobre encantamiento y hechicería: ¡El “Actus Mortis”!
Mojo y Oliver convalidaron a los adultos que el can era Tom. Los
más ingenuos blandían escopetas y los bomberos preparaban sus
mangueras con agua bendita, mientras un clérigo apuntaba su
crucifijo a aquella aberración.
—¡Dejadme ser libre, infames! —clamaba, lo que ahora era la señora
Bolan. Tom convertido en perro, ascendía con ella, y su familia se
alejaba cada vez más, veía a sus amigos como pequeños gusanos. Las
balas golpeaban sobre el pecho de la bestia, que se balanceaba con
cada impacto. El reflejo de los últimos rayos solares en el cristo de
metal que empuñaba el cura, le dejaba surcos en la piel negra, y eso
le hacía perder el control sobre Tom y el libro. Entonces el engendro
advirtió a todos:
—¡Basta de jugar, pueblo maldito! Dejadme tomar el alma de este
niño y les daré prosperidad y fortuna a toda la población. —Mojo
observó como algunos vecinos dejaban de apuntar sus armas al
escuchar esa oferta.
Otros insistían en derribar aquello que surcaba los cielos, junto a un
perro-niño y un libro. Allí desde casi 20 metros del suelo, en una
tormenta inusitada, surgida como una perversa artimaña para
provocar pavor, con nubes más grandes que un abismo, los dos
amigos, los que nunca negociaron su lealtad para encontrar a Tom, y
a pesar del pánico que significaba entrar en Engrid's Bookshop,
ellos, Mojo y Oliver comenzaron a gestar el fin de este aborrecible
capítulo en Autumnville.
El Demonio, los vecinos con armas, los padres de los niños, los
ancianos, el alguacil y los clérigos, observaron como los amigos de
Tom rociaban la librería de la señora Bolan con combustible y
provocaban la hoguera más cálida y pura de la que se tenga
conocimiento. Un incendio de pasión y de ímpetu.
Pronto miles de libros que nadie compraba, ardían y explotaban,
lanzados al aire; millones de hojas girando con el viento, almas que
escapaban con alaridos, centenares de gritos desesperados de todas
las víctimas, que se metían y retumbaban en la conciencia de cada
pueblerino. Muchos de ellos, inesperadamente, suplicaban e
imploraban misericordia, sabiéndose colaboradores de una
blasfemia que se escondía, contada entre familias y callado por la
cobardía. Algunos más complicados como el sacerdote y el aguacil,
comenzaron a arder espontáneamente, conscientes de su
complicidad.

Mojo y Oliver corrieron en busca de Tom que se encontraba desnudo


sobre el césped del boulevard. Lo taparon con una campera y vieron
sobre un costado una mancha de cenizas, con los restos del “Actus
Mortis”. La tienda se calcinaba por completo y al mismo tiempo, la
señora Bolan rugía injurias y maldiciones y acababa carbonizada en
el pavimento.
Los padres de los tres amigos se unieron en un abrazo junto a sus
hijos, empapándose con un chaparrón, una lluvia sanadora. Una
multitud de almas libres convertidas en seres luminosos, sobrevoló
el firmamento.
Oliver gritó: “Eh… ¡mirad ese perro!”
Un Bobtail, salvaje, inquieto, se revolcaba a unos pocos metros.
Corrió hacia los niños a toda carrera, embarrándolos.
—La cara del perro, los ojos, siguen siendo los de Tom —observó
Mojo— ¿no será?
Tom se palpó el cuerpo, riendo a carcajadas y Oliver lo tranquilizó:
—Te reconocemos Tom, No te asustes, ya eres humano, ¡aunque
hueles terrible!
El Bobtail se escurrió tras un sauce, y no volvió a aparecer.

En Engrid's Bookshop siempre era Noche de Brujas, aunque el sol


derritiera los helados antes de servirlos. En Engrid's Bookshop, esa
esquina por la que los niños no querían pasar ni con su madre, todo
estaba oculto: el horror se encarcelaba en viejos tomos, en
enciclopedias sacrílegas, que nadie leía. Dentro de Engrid's
Bookshop no existían las sombras, porque todo era sombras dentro
de Engrid's Bookshop.
Eliseo Bouquez, Julio 2020.

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