La Buena Voluntad y el Imperativo Categórico en Kant
La buena voluntad
Facultad gracias a la cual podemos determinarnos (podemos determinar nuestra
conducta) en virtud de principios. Es el «motor de la acción». Kant distingue la voluntad santa y la voluntad humana: Voluntad santa es aquella que sólo puede ser determinada por la razón, nunca por la inclinación, como ocurre en Dios. Para esta voluntad la ley moral no tiene la forma de imperativos puesto que inevitablemente, dada su constitución, cumplirá la ley. La voluntad humana puede ser determinada, además de por la razón, por la inclinación. Dado que la inclinación puede movernos a realizar una acción contraria al deber, en nuestro caso la ley moral tiene la forma de imperativo («debes hacer X»). Buena Voluntad La voluntad que es buena en sí misma, que es buena no porque gracias a su actuación el sujeto pueda alcanzar un determinado fin sino porque actúa exclusivamente por deber. La buena voluntad no se cifra en el éxito de lo que realice, sino por el querer, en el propósito que la mueve. Ni en el mundo, ni, en general, tampoco fuera del mundo, es posible pensar nada que pueda considerarse como bueno sin restricción, a no ser tan sólo una buena voluntad. Si no existe una buena voluntad que rectifique y acomode a un fin universal el influjo de esa felicidad y con él el principio todo de la acción; sin contar con que un espectador razonable e imparcial, al contemplar las ininterrumpidas bienandanzas de un ser que no ostenta el menor rasgo de una voluntad pura y buena, no podrá nunca tener satisfacción, y así parece constituir la buena voluntad la indispensable condición que nos hace dignos de ser felices. La buena voluntad no es buena por lo que efectúe o realice, no es buena por su adecuación para alcanzar algún fin que nos hayamos propuesto; es buena sólo por el querer, es decir, es buena en si misma. Considerada por sí misma, es, sin comparación, muchísimo más valiosa que todo lo que por medio de ella pudiéramos verificar en provecho o gracia de alguna inclinación y, si se quiere, de la suma de todas las inclinaciones. Tres ejemplos nos ayudaran a entender este pasaje. Primero: supóngase que una persona se esta ahogando en un río; trato de salvarla, hago todo lo que me sea posible para salvarla, pero no lo logro y se ahoga. Segundo: Una persona se está ahogando en un río, trato de salvarla, y finalmente la salvo. Tercero: Una persona se está ahogando; yo por casualidad, pescando con una gran red, sin darme cuenta la saco con algunos peces, y la salvo. Cuarto: salvo a la persona porque se me ha ordenado hacerlo a fin de que sea sometida a un tipo de castigo o muerte más cruel. Por su parte, Kant describe la voluntad como la capacidad para actuar de acuerdo con los principios de la razón, sin motivos o inclinaciones. La cuestión es que, el ingenio, el juicio y las «cualidades del temperamento» (como el valor, la determinación y la perseverancia en la voluntad), son las cualidades o «talentos del espíritu» con los que cuenta la razón. Y, así como estos dones naturales pueden ser «buenos y deseables», también pueden convertirse en «malos y dañinos» si la voluntad que utilizamos no es buena. Estas cualidades no pueden considerarse absolutamente buenas, porque están limitadas por las acciones e intenciones en las que se usan. Sin duda hay personas que poseen una o más de estas cualidades, pero no las reconocemos como buenas personas porque sus acciones no son buenas. La calidad de estas propiedades, por lo tanto, siempre depende de la intención subyacente a ellas. Lo “efectuado o realizado” es el salvamento de la persona que estaba a punto de ahogarse: en el primer caso no se logra; en los otros dos sí. En cuanto se pregunta por el valor moral de estos actos, fácilmente coincidirá todo el mundo en que el tercer acto no lo tiene, a pesar de que allí se ha realizado el salvamento; y carece de valor moral porque ello ocurrió sin que yo tuviera la intención o voluntad de realizarlo, sino que fue obra de la casualidad: el acto, entonces, es moralmente indiferente, ni bueno ni malo. Los otros dos actos, en cambio, son actos de buena voluntad, es decir, moralmente buenos y -aunque en el primer caso no se haya realizado lo que se quería, y en el segundo sí- tienen el mismo valor, porque éste es independiente de lo realizado. Kant dice que la buena voluntad no es buena por lo que “efectúe o realice”, sino que “es buena en sí misma”.
IMPERATIVO CATEGÓRICO
En la filosofía de Kant, el imperativo categórico significa un mandato moral interno,
incondicional; la aspiración hacia la conducta moral, inherente a la naturaleza humana por toda eternidad y que guía la actuación de los hombres. El imperativo categórico tiene un carácter meramente formal y abstracto. Al no comprender que las normas morales son históricas y que a cada clase social de cada época le son inherentes sus propias concepciones ético-morales, Kant inventó una especie de moral universal, que sirve supuestamente para todos los tiempos y para todas las clases. Exige lo imposible y que jamás llega por eso a nada real. La teoría de Kant sobre el imperativo categórico fue la base para muchas teorías liberal-burguesas sobre moral. Con el neokantismo, la teoría ética kantiana se infiltró a fines del siglo XIX en los círculos de la socialdemocracia. Bajo su influencia surgió una de las variedades del reformismo: el llamado socialismo ético. Todos en algún momento hemos hecho o pretendido hacer lo correcto, o nos hemos sentido mal por no hacerlo. El concepto de imperativo categórico de Kant está profundamente vinculado a este hecho El acto o proposición que se lleva a cabo por el hecho de ser considerada necesaria, sin que existan más motivos para ser llevada a cabo que dicha consideración Serían las construcciones que se realizan en forma de “debo”, sin estar condicionados por ninguna otra consideración, y serían universales y de aplicación en cualquier momento o situación El imperativo es un fin en sí mismo y no un medio para lograr un resultado determinado. Por ejemplo, generalmente podemos decir “debo decir la verdad”, “ el ser humano debe ser solidario”, “ debo ayudar a otro cuando lo está pasando mal” o “hay que respetar a los demás”. El imperativo categórico no tiene por qué tener un sentido aditivo, sino que también puede ser restrictivo. Es decir, no se trata solo de que hagamos algo, sino que también puede basarse en no hacerlo o dejar de hacerlo El imperativo categórico es un constructo eminentemente racional, que pretende tratar la humanidad (entendida como cualidad) como fin y no como medio para alcanzar algo. Sin embargo, se trata de imperativos difíciles de ver en la vida real en este sentido, puesto que también estamos muy sujetos a nuestros deseos y guiamos nuestra actuación en base a estos La noción de imperativo categórico se basa principalmente en el hecho de hacer algo por el hecho de hacerlo, siendo el acto en sí mismo un fin y sin que medien condiciones. Sin embargo, aunque podemos encontrar algunos exponentes de imperativo categórico en la vida real, la mayor parte de nuestras acciones están motivadas por aspectos diferentes al propio hecho de hacerlas . Por ejemplo, estudiamos para aprobar un exámen o vamos de compras para poder alimentarnos. Voy a clase para aprender, trabajo para satisfacer mi vocación y/u obtener un salario o hacemos ejercicio para relajarnos u obtener una buena forma física. Estamos hablando de lo que el mismo autor consideraría imperativo hipotético, una exigencia condicionada que es empleada como un medio para alcanzar un fin. Concretamente destacan cinco grandes fórmulas complementarias y enlazadas. Ellas se basan en la existenci de máximas que guían nuestra conducta, siendo estas subjetivas cuando únicamente son válidas para la voluntad de quien las posee u objetivas si son válidas tanto para uno como para los demás, teniendo el mismo valor para todos independientemente de quien las realice. Las formulaciones en cuestión son las siguientes. Fórmula de la ley universal: “Obra sólo según una máxima tal que puedas querer al mismo tiempo que se torne ley universal”. Fórmula de la ley de la naturaleza: “Obra como si la máxima de tu acción debiera tornarse, por tu voluntad, ley universal de la naturaleza. Fórmula del fin en sí mismo: “ Obra de tal modo que uses la humanidad, tnto en tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre con el fin al mismo tiempo y nunca solamente como un medio”. Fórmula de la autonomía: “Obra como si por medio de tus máximas fueras siempre un miembro legislador de un reino universal de fines”. En conclusión, estas fórmulas proponen que actuemos en base a valores morales universales o que considerásemos racionalmente que todos debiéramos seguir, autoimpuestos por nuestra propia razón y considerando estos valores un fin en si mismo. Siguiendo estas máximas actuaríamos en base a nuestros imperativos categóricos, buscando la felicidad ajena y actuando moralmente, de tal manera que también viviríamos haciendo lo que es correcto y obteniendo gratificación de este hecho. Fórmula de la ley universal «Obra sólo según aquella máxima por la cual puedas querer que al mismo tiempo se convierta en ley universal» (AA IV:421). Fórmula de la ley de la naturaleza «Obra como si la máxima de tu acción debiera tornarse, por tu voluntad, ley universal de la naturaleza» (AA IV:421). Fórmula de la humanidad «Obra de tal modo que trates a la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre al mismo tiempo como fin y nunca simplemente como medio» (AA IV:429). Fórmula de la autonomía «El principio de toda voluntad humana como una voluntad legisladora por medio de todas sus máximas universalmente» (AA IV:432).[3] Fórmula del reino de los fines «Obra por máximas de un miembro legislador universal en un posible reino de los fines» (AA IV:439). Lo que estas fórmulas indican es que sólo la autonomía de la voluntad, fundamentada en la racionalidad del sujeto que actúa, puede ser un principio de moralidad. Dicha autonomía constituye propiamente la libertad: el sujeto racional que actúa por deber, respetando el mandato que proviene de su propia razón, es libre. En cambio, la heteronomía de la voluntad se opone por completo a la moralidad y constituye para Kant una forma de esclavitud, ya que implica una negación de la racionalidad en un sujeto dotado de razón.