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Loa Listorta de mt vida La historia del velo que cubrié una infancia como una neblina dorada *%° 3222 2 Stelen Heller “es Con textos tomados 13a de los informes y de las cartas cot de su profesora Anne Mansfield Sullivan — ukE«, Helen Heller Qued6 ciega, sorda y muda cuando apenas comenzaba a vivir; sin embargo, al cumplir veinticuatro anos se gradu6 cum laude en el Colegio de Radcliffe y durante mas de cincuenta afios ha realizado una fecunda labor en beneficio de quienes como ella eran sordomudos y ciegos. Boston Public Library Boston, MA 02116 LA HISTORIA DE MI VIDA EDAAAEX LIBROS PARA SER LIBRES HELEN KELLER LA HISTORIA DE MI VIDA Incluida la correspondencia de Helen Keller (1887-1901) asf como un relato suplementario sobre su educacién, con textos tomados de los informes y de las cartas de su profesora Anne Mansfield Sullivan POR JOHN ALBERT MACY INTRODUCCION POR LA PROFESORA EMMA COLMENARES VARGAS DE RIOU Titulo de la obra en inglés: THE STORY MY LIFE Titulo de la obra en espafol: HELEN KELLER: LA HISTORIA DE MI VIDA Publicado por: Doubleday & Company, Inc, Garden City, New York Copyright © 1902, 1903, 1905 por Helen Keller Derechos Reservados © en el 2004 por EDAMEX, S.A. de C.V. para la versin castellana Prohibida la reproducci6n parcial o total de esta obra por cualquier medio, Se autorizan breves citas en articulos y comentarios bibliograficos, periodisticos, radiofénicos y televisivos, dando al autor y al editor los créditos correspondientes. Traduccién de Luisa Maria Alvarez Portada: departamento artistico de EDA MEX. Decimotercera edicién: 12 de abril de 2004. Ficha Bibliografica: Macy, John Albert Helen Keller: La historia de mi vida 416 pag. De 14 x 21 cm 6. Biografia ISBN-968-409-560-0 EDAMEX, Heriberto Frias No. 1104, Col. del Valle, México 03100. Tels: -8588. Fax: 5-0! y 03 Para enviar un correo electrénico dirijase a: infolibros@edamex.com www.edamex.com Impreso y hecho en México con papel reciclado, Printed and made in Mexico with recycled paper Miembro No. 40 de la Camara Nacional de la Industria Editorial Mexicana. E] simbolo, el lema y el logotipo de EDAMEX son marcas registradas, propiedad de: EDAMEX, $.A. de C.V Helen Keller y el Doctor Alexander Graham Bell. A ALEXANDER GRAHAM BELL que ha ensefiado a hablar a los sor- dos e hizo posible que el ofdo atento captara palabras pronuncia- das desde el Atlantico hasta las Montafias Rocallosas, dedico esta historia de mi vida. CONTENIDO Preambulo de John Albert Macy Introduccién por la profesora Emma Colmenares de Riou PRIMERA PARTE La Historia de mi Vida SEGUNDA PARTE Introducci6n a las cartas Cartas TERCERA PARTE Relato suplementario de la vida y educacién de Helen Keller Cémo se escribié el libro Personalidad Educacién Lenguaje Estilo literario Indice onomastico y terminolégico 1 23 129 135 245 247 250 263 362 373 419 INDICE DE ILUSTRACIONES Helen Keller y el doctor Alexander Graham Bell Helen Keller a los siete afios Facsfmile de un manuscrito en ‘’Braille’’ Helen Keller y Anne Sullivan “Mark Twain” (Samuel Langhorne Clemens) Facsimile de parte de una carta dirigida a Phillips Brooks “\Iwy Green”, la casa de los Keller (puede verse también la casita en donde nacié Helen) Helen Keller y su hermana Mildred Helen Keller, Anne Sullivan y el doctor Edward Everett Hale Helen Keller, Anne Sullivan y Joseph Jefferson 13 19 126 131 134 244 379 417 Helen Keller a los siete afios. PREAMBULO DE JOHN ALBERT MACY Este libro esta dividido en tres partes. Las dos primeras: la historia de Helen Keller y los extractos de sus cartas forman un relato completo de su vida, hasta donde ella puede proporcionarlo. Le es imposible explicar mucho de lo relacionado con su instruccion y co mo para comprender lo que ella ha escrito es indispensable una am- plia explicacion al respecto, se consideré conveniente agregar a su autobiografia los informes y las cartas de su maestra, la sefiorita Anne Mansfield Sullivan. Quizé no fuese necesaria una relacién adicional por lo que se refiere a la personalidad y a los logros de la sefiorita Keller; sin embargo, si ayuda a poner en claro algunos rasgos de su caracter asi como la naturaleza de la labor que ella y su profesora han realizado. La tercera parte del libro se debe al compilador de ta obra, aunque hay que hacer notar que todo lo valido que hay en ella se debe a informes auténticos y a los consejos de la misma sefiorita Sullivan. Tanto él como las sefioritas Keller y Sullivan desean expresar su gratitud a la revista The Ladies’ Home Journal y a sus directores, los sefiores Edward Bok y William V. Alexander, por su bondad inaltera- ble y por haber proporcionado para publicarse en este libro todas las fotograffas tomadas expresamente para la mencionada revista. Ade- mas, el compilador da las gracias a los muchos amigos de la sefiorita Keller que le proporcionaron las cartas escritas por ella asi como informes valiosos; agradece muy especialmente a la sefiora Laurence Hutton el haber puesto a su disposicion su amplia coleccion de notas y anéedotas; al sefior John Hitz, Superintendente de la Oficina Volta para el Fomento y Difusion de Conocimientos Relacionados con los Sordos; y a la sefiora Sophia C. Hopkins a quien la sefiorita Sullivan escribio las cartas reveladoras de las cuales se han tomado pasajes que en mayor grado que todo lo antes publicado al respecto, hacen posi- ble una mejor comprension de los métodos empleados por la profeso- ra con su discipula, Los sefiores Houghton, Mifflin y Compafiia amablemente conce- dieron el permiso necesario para que se volviese a publicar la carta de la sefiorita Keller al Dr. Holmes, ya aparecida en “Over the Teacups”, asi como una carta escrita por Whittier a la sefiorita Keller. E! sefior S. T. Pickard, albacea testamentario de Whittier en lo que se refiere a derechos literarios, tuvo la bondad de enviar el original de otra carta que la sefiorita Keller escribio al sefior Whittier. John Albert Macy Cambridge, Massachusetts, 1° de febrero de 1903. ” 28 8 oF%oS $F v0 fo 8g Q°"e I Celats the well -house Ps: aoa Se eagea to Kcajr n . Ever y th ing > o = ° ° new thought to qui v er with Facsimile del manuscrito en “Braille” del pasaje citado en la pagina 37, con equivalencias, ligeramente reducidas. (Las letras combinadas que se encuen- tran subrayadas tienen un signo en “Braille”, Nétese la omisién de tas vocales antes de la “r”” en “learn” y la unién del signo que representa “a’’ ("to en linglés) con ta palabra que sigue), INTRODUCCION Por Ja Profesora Emma Co/menares Vargas de Riou, Ex Inspectora Escolar en el Distrito Federal Un destino crue! aprisiond a una nifiita de diecinueve meses dentro de una carcel de silencio y obscuridad, Lapso brevisimo de luz y sonido para que ella hubiera podido fijar en su mente el recuerdo de las cosas. Forma, color y luz; distancia y voz desaparecieron de su mundo. Helen Keller quedo ciega, sorda y muda cuando apenas co- menzaba a vivir. No obstante, veinticuatro afios después la invalida se gradud “cum laude’’ en el Colegio de Radcliffe y durante mas de cincuenta afios ha realizado una fecunda labor en beneficio de otros seres que, como ella, eran sordomudos y ciegos. Su vida ha sido activa e incan- sable; su labor abarca toda la gama de actividades inherentes al edu- cador: conferencias, articulos, una serie de libros: Midstream, My Later Life (1929), Helen Keller's Journal (1938) y otros. La Fun- dacion Norteamericana para los Ciegos, tuvo el privilegio de contarla entre sus colaboradores como maestra de personas impedidas y ase- sora de maestros de la especialidad, Ha viajado en mision educadora a Europa, al Cercano Oriente, a la América Central y del Sur, al Canada y por todo ej territorio de la Unién Americana y su presencia en todas partes ha dejado el caudal de su experiencia, un ejemplo de valor y una esperanza. No fue un milagro, no. Fue un triunfo de la educacién y la voluntad; fue el resultado de un proceso educativo y ante todo fue la obra de una maestra, desvalida también, Annie Sullivan, que infundio a su alumna el indomito valor que ella misma habia necesitado para sobrevivir. En este libro Helen Keller relata con sencillez los primeros capf- tulos de su vida, incluye una seleccion de sus cartas y una descripcion 16 INTRODUCCION del método seguido en su ensefianza, asi como e| desarrollo gradual que alcanz6 en sus primeros afios. No hay en 6! dramatismo; ningin tono patético, ni quejas ni reproches, menos alin autocompasi6n, sola- mente hay vivencias de trabajo, ternura y amor logrados por la fuerza de la voluntad; sus paginas son un mensaje de esperanza y juventud, tenia escasos veinte afios cuando lo escribid. A los siete afios Helen Keller era simplemente una nifita invali- da, muy amada de sus padres y, como era natural, sobreprotegida, No habia esperanza para Hellen, su destino era vivir a medias: sin ojr, sin ver y sin hablar, Como en el caso de una espora que el viento lleva hasta el fondo de una grieta en la roca y que sin embargo se repro- duce pese a que todas las condiciones, aire, tierra y luz le faltan y se desarrolla y crece para mirar al sol, asi también para Helen llegd una esperanza: la maestra Annie Sullivan, medio ciega desde pequefia a causa de una infeccién de los ojos contraida en el Hospicio de Tewksbury en el que sus padres, emigrantes paupérrimos de Irlanda, tuvieron que internarla. Chiquilla abandonada, Annie se habia forma- do en la dureza y el desamor del frio hospicio; su ceguera la condujo al Instituto Perkins para Ciegos y de allf salié dispuesta a luchar no s6lo para si misma sino para entregar su vida y la experiencia adquiri- da en carne propia, en beneficio de los que, como ella, estaban priva- dos de la vista. Para una gran maestra, |legd la prueba de fuego: enfrentarse a un caso dificil, Helen Keller de siete afios, ciega y sordomuda a la vez a quien las tinieblas y el silencio habian hecho obstinada, dificil de gobernar, semejante a “un potrillo cerril’”, a la que tuvo que ensefiarle primeramente a obedecer y refrenar sus impulsos, tarea inaudita pues- to que lo logré en unas cuantas semanas, sin palabras y sin gestos, a través de la piel. Piel sensible, avida de percibir el mas leve contacto para sentirse rescatada de su carcel de silencio y obscuridad, hipersensible tacto en las manos que llegaron a ser sus ojos y en cuyas palmas, por medio del alfabeto dactilolégico dibujado, aprendié a asociar los objetos que tocaba con su nombre corrrespondiente. Sus dedos pronto supieron INTRODUCCION 7 formar las letras y Helen comenz6 a escribir. La maestra compartié el regocijo de Helen cuando ésta com- prendid stbitamente “que todo tiene un nombre” y la maestra aprovech6 el interés despertado para ensefiarle muchas palabras, tan- tas, que algunas denominaban cosas que Helen no conocfa ni podia tocar; magnifica motivacibn pues Helen comprendié entonces algo mas importante atin “‘que todo nombre tiene una cosa’ y a cada nombre nuevo, la nifia deseaba saber cdmo era el objeto que asi se Namaba. Maestra y alumna compartieron el entusiasmo, el interés y la agotadora tarea de escribir, de tocar y de pensar cada instante en las cosas del mundo que nos rodea, mundo que para ellas era un lienzo sin colores ni luz, pero iluminado y coloreado con la imaginacion de las prodigiosas invidentes. Tres afios después de infatigable labor Helen aprendié a hablar aunque en forma imperfecta, gracias a que, aunque su oido no capta- ba estimulos auditivos y por lo tanto no podia percibir los tonos, en cambio llegaban a su cuerpo las ondas sonoras y provocaban sensacio- nes vibratorias y ritmicas, Sus manecitas colocadas en la garganta de la maestra o sosteniendo un papel frente a la boca de ésta, perci. bieron las vibraciones de los sonidos emitidos y Helen los reprodujo en su garganta e hizo vibrar sus propias cuerdas vocales que al princi- pio lanzaron simples gritos guturales y después ial fin! sonidos arti- culados. Fue un verdadero triunfo del amor y la perseverancia de la maestra y del esfuerzo y la voluntad de la alumna. Para desenvolverse le bastaron a Helen sus manos, el olfato y la vibracion y a través de ellos conocié cuanto nos rodea, porque con una sensibilidad de poeta, captd la idea de la nieve en la cumbre, la majestad e inmensidad del mar y el imponente azul del cielo e integrd en su corazon un poema a la vida y la amé para siempre como el don mas preciado, puesto que le permite reconocer a la flor por su perfu- me, admirar el sol al sentir su calor sobre la piel y reconocer el mar por su sabor salobre. Especialmente ama la vida porque puede perci- bir la amistad en un apretén de manos y porque puede al pasar sus 18 INTRODUCCION manos por las meijillas de un nifio, sentir si rfe o llora y hasta puede “escuchar”’ el aplauso de su auditorio asombrado, por las vibraciones que bafian ritmicamente su piel. Helen Keller no es una invalida; ciertamente perdid sus principa- les antenas, ofdo y vista, pero desarrollé las facultades de su mente: el juicio, el razonamiento y la comprensién. En lugar de amargura surgid 1a alegria de vivir con ese sentido generoso de la vida: “dar”, lema de todo maestro auténtico, consigna que absorbié a través de su piel, cuando Annie Sullivan le entregd su corazon, su pensamiento y su valor, jamas sus lagrimas, en el contacto beat/fico de sus manos. « Invalidez jamas, porque Helen Keller se ha bastado a si misma y ha servido a los dems; si bien ta vida le cer de golpe las ventanas por donde nos asomamos al mundo, ella aprendié a contemplar las cosas a través de la razon y su mutismo se convirtié en una exalta- cion especial, una compulsion para expresar su pensamiento y leer el de los demés, pasando sus manos por el rostro, ése que a los que vemos y oimos a veces no nos dice nada, pero que a ella le entrega lo mismo la vibracion de una alegria que el rictus del dolor. EI sufrimiento acrecento su sensibilidad; no es su dolor sino el de los demas; no es su tragedia sino los acontecimientos tragicos del mundo lo que la hacen meditar, plantear y proponer soluciones; no es su invalidez sino la de otros infortunados lo que motiva su accion, Y en el fondo de si misma, como la espora que cayo en la grieta, estan la fe, el valor, la tenacidad y la sabiduria que le entregd esa gran sefiora de la esperanza, la maestra Annie Sullivan. Un maestro de verdad siempre encuentra un camino por e! que avanzan alumno y mentor impulsados por la fuerza de la voluntad, Helen Keller y Anne Sullivan. PRIMERA PARTE LA HISTORIA DE MI VIDA CAPITULO | Al empezar a escribir la historia de mi vida siento una especie de temor, Me embarga algo asi como una irresolucién supersticiosa al levantar el velo que cubre mi infancia como neblina dorada. Escribir una autobiografia es tarea muy ardua. Cuando intento clasificar mis primeras impresiones me doy cuenta de que la realidad y la fantasia se confunden a través de los afios que unen e! pasado con el presente. La mujer ejecuta su propia trama imaginativa con las experiencias de la nifia, Unas cuantas impresiones recibidas en mis primeros afios de existencia se destacan vivamente pero ‘’sobre el resto cae la sombra de la prisién’. Ademas, muchas de las alegrias y de las penas de la nifiez han perdido su acerbidad y muchos incidentes de vital impor- tancia en mi primera educacion han quedado relegados al olvido a causa de la emocidn de los grandes descubrimientos. De manera que Para no ser pesada, procuraré presentar en una serie de bosquejos tan s6lo aquellos episodios que me parecen de mayor interés y relieve. Naci el 27 de junio de 1880 en Tuscumbia, una pequefia pobla- cién en el norte de Alabama. Mi familia paterna desciende de Caspar Keller, nativo de Suiza, quien se establecié en Maryland. Uno de mis antepasados suizos fue el primer profesor de sordos en Zurich y escribid un libro sobre la ensefianza de los carentes de oido, lo cual me parece una coincidencia singular; aunque bien es cierto que no existe rey que no cuente un esclavo entre sus ancestros ni hay esclavo que no pueda ufanarse de tener un rey entre los suyos, Mi abuelo, hijo de Caspar Keller, ‘'denuncio” grandes extensio- nes de tierras en Alabama y por fin se establecio alli. Se me ha dicho que una vez al afio viajaba a caballo, de Tuscumbia a Filadelfia, con objeto de comprar las provisiones para la granja y mi tia conserva muchas cartas escritas por él a su familia que contienen animados relatos de tales viajes. 24 LA HISTORIA DE MI VIDA Mi abuela Keller era hija de Alexander Moore, uno de los ayu- dantes de Lafayete, y nieta de Alexander Spotswood, uno de los primeros gobernadores de la Virginia colonial, Era prima en segundo grado de Robert E, Lee. Mi padre, Arthur H, Keller, fue capitan del ejército confederado; cas en segundas nupcias con mi madre, Kate Adams, mucho menor que él, Benjamin Adams, abuelo de ella, contrajo matrimonio con Susanna E. Goodhue y vivid muchos afios en Newbury, Massachu- setts. Charles Adams, hijo de este matrimonio, nacié en Newburyport, Massachusetts, y posteriormente se establecio en Helena, Arkansas. Al estallar la guerra civil, luchd al lado del Sur y llego a obtener el grado de general brigadier. Casé con Lucy Helen Everett, de la familia Everett a la cual pertenecian Edward Everett y el Dr. Edward Everett Hale. Después de la guerra la familia se traslad6 a Memphis, Tenessee. Hasta que padeci la enfermedad que me privé de la vista y del ofdo, vivf en una casita pequefifsima que consistfa en una gran habi- tacion cuadrada y otra pequefia en la cual dormia la sirvienta. En el sur se acostumbraba construir una casa chica cerca de la residencia familiar, como anexo que se utiliza en determinados casos. Después de la guerra civil, mi padre, al contraer matrimonio con mi madre, construy6 una casita semejante que ellos dos ocuparon, Estaba total- mente cubierta de enredaderas, rosales trepadores y madreselvas. Vista desde e! jardin la pequefia morada parecia un cenador, Rosas amari- las y esmilaceas formaban un biombo que escondia la diminuta galeria al frente, lugar preferido de colibries y de abejas. La casa solariega de los Keller, donde vivia la familia, quedaba a unos cuantos pasos de nuestra casita cubierta de rosas, Se le did el nombre de “Ivy Green” ("Hiedra verde’) porque tanto la casa como los arboles que la rodeaban y las cercas estaban tapizadas de hermosa hiedra inglesa. Su jardin, de tipo antiquo, constituia el paraiso de mi infancia. Incluso antes de que llegara mi maestra yo acostumbraba cami- nar a lo largo de los setos de boj, deslizando la mano por las hojas tiesas, y luego, guiada por el aroma, encontraba las primeras violetas HELEN KELLER 25 y los lirios tempraneros. Era también allf donde, después de un be- rrinche, solfa ir en busca de consuelo y escondia mi rostro enardecido en el césped y entre las hojas Illenas de frescura, iQué alegria perder- me en aquel jardin florido, deambular al azar de un extremo al otro, hasta que al tropezar con una hermosa enredadera, la reconocia por sus hojas y sus flores y sabia que era la que cubria la derruida casita veraniega que se alzaba al extremo opuesto! También crecian clema- tis y jazmines cuyas ramas caian hasta el suelo asf como unas flores raras y dulces, llamadas lirios mariposa porque sus pétalos fragiles semejan alas. Pero las rosas eran las mas bellas. Jamas he encontrado en los invernaderos del norte rosas que colmen el corazon de conten- to como aquellas que florecian en mi hogar surefio. En el portico, al frente de la casa, cafan en largos festones y su fragancia limpia im pregnaba el ambiente; en las horas tempranas, bafiadas de rocio, pa- recian tan suaves y puras que me preguntaba si no se parecerian a los asfodelos del jardin de Dios, Mis primeros dias transcurrieron de manera sencilla, muy se- mejantes a los de cualquiera otra vida que empieza, Llegué, vi y venci, como suele hacerlo el primogénito. Surgié la discusién usual en cuanto al nombre que se me debia imponer. Todos estuvieron de acuerdo en que escoger nombre para el primer hijo de la familia no deberia hacerse a la ligera. Mi padre sugirié el de Mildred Campbell, nombre de una antepasada a quien él profesaba gran estimacién y rehusO discutir mas el asunto. Mi madre solucioné el problema al indicar su deseo de que yo llevara el nombre de soltera de su madre, Helen Everett. Pero mi padre, presa de emocidn al llegar a la iglesia, se olvidé, lo cual era muy natural ya que habia rehusado tomar parte en la discusion. Cuando el clérigo le pregunté el patronimico escogido solo pudo recordar la decision de que yo me llamara como la abuela y dio el nombre de Helen Adams, Se me ha informado que cuando todavia estaba en mantillas di numerosos indicios de un temperamento vehemente y exigente. Insis- tla en imitar todo lo que veia hacer a los demas. A los seis meses podia decir: “écomosta?”’, y un dia llamé la atencién de todos al 26 LA HISTORIA DE MI VIDA Pronunciar claramente: “té... té... te’. Todavia después de mi en- fermedad recordaba una de las palabras aprendidas en aquellos pri- meros meses: agua, y ya perdida el habla, segufa formulando un sonido reminiscente de aquel vocablo. Dejé de emitir aquel “uaua’’ tan solo después de aprender a escribir “‘agua’’. Me dicen que empecé a caminar el dia en que cumpli un afio, Mi madre acababa de sacarme de la baiiera y me tenia sobre su regazo cuando me llamaron la atencién las sombras inquietas de las hojas que parecian danzar en la luz solar reflejada en el piso. Me deslicé del regazo materno y casi corri hacia ellas. Perdido el impulso, cai y lloré hasta que mi madre me levant6 en sus brazos. Pronto Ilegaron a su fin aquellos dias felices. Pasé una breve primavera, alegre con el canto de petirrojos y de mirlos, luego un verano abundante en frutas y flores y en seguida un otofo de oro y carmesi, que dejaron sus dones a los pies de una nifia feliz y avida, Después, en el triste mes de febrero, se presento la enfermedad que cerra mis ojos y mis ofdos y me sumid en la inconsciencia de un recién nacido. Dijeron que se trataba de una congestién aguda del cerebro y del estomago. E! médico creyd que no sobreviviria. Sin embargo, una mafiana muy temprano la fiebre desaparecié tan repen- tina y misteriosamente como habia Ilegado. Hubo gran jUbilo en la familia, pero nadie, ni el mismo médico, sabia que yo jamas volveria aver nia oir, Creo que conservo impresiones confusas de aquellos dias de en- fermedad, Recuerdo especialmente la ternura con que mi madre in- tentaba tranquilizarme cuando yo despertaba irritada y atenazada por dolores, y recuerdo la agonia y la confusion que me embargaron al despertar cierto dia de un suefio inquieto y volver mis ojos, secos y ardorosos, hacia la pared, lejos de la luz antes tan amada que cada dia se hacia mas débil. Salvo por esos recuerdos vagos, si es que realmente son recuerdos, todo me parece irreal, como una pesadilla. Poco a poco me fui acostumbrando al silencio y a la oscuridad y olvidé que no siempre hab/a sido asi, hasta que lleg6 la que habria de liberar mi espfritu: mi maestra, Pero durante los primeros diecinueve HELEN KELLER 27 meses de mi vida yo habia entrevisto amplios campos verdes, un cielo luminoso, arboles y flores que la oscuridad que me envolvid posterior mente no logré borrar del todo. Si una vez hemos logrado ver, “el dia es nuestro, asi como todo lo que ese dia nos ha revelado” CAPITULO II No puedo recordar io sucedido durante los primeros meses que siguieron a mi enfermedad. Lo Gnico que sé es que permanecia senta- da en el regazo de mi madre o me aferraba a su vestido mientras ella desempefiaba las labores de la casa. Mis manos tentaban todos los objetos y observaban todo movimiento y en esa forma aprendi muchas cosas. Pronto senti la necesidad de comunicarme con los demas y empecé a recurrir a ademanes torpes. Para negar movia la cabeza y la inclinaba para indicar asentimiento; tiraba de alguien para indicarle que querfa que se acercara y le empujaba si queria alejarle. Cuando deseaba pan hacia ademan de cortar una tajada y de untarle mantequilla; si queria que mi madre hiciera helados para !a cena, movia un brazo en ademan giratorio, como quien da vueltas a la heladera, y tiritaba para indicar frio, Ademas, mi madre logro que yo entendiera bastante; siempre comprendia si ella queria que le llevara alguna cosa y corria al segundo piso o a cualquier lugar que me indicara, En verdad, todo lo que hubo de bueno y de luminoso en mi larga noche se lo debo a su amorosa sabiduria. Advertia mucho de lo que acontecia a alrededor. A los cinco afios aprendi a doblar y guardar la ropa recién lavada y distinguia la mia de la de los demas, Por sus vestidos me daba cuenta de si mi madre o mi tia iban a salir e invariablemente suplicaba que me Ileva- ran con ellas, Siempre se me |lamaba cuando habia visitas y cuando se despedian yo agitaba la mano, Creo que al hacerlo ten/a un vago recuerdo del significado de tal ademan. Un dia |legaron unos sefiores a visitar a mi madre y senti cuando se cerré la puerta de entrada asi como otros ruidos que me indicaron la Ilegada de los extrafios. Una idea repentina me Ilevd a correr al piso superior antes de que alguien 28 LA HISTORIA DE MI VIDA pudiera detenerme. Me puse un vestido que supuse apropiado para recibir visitas. De pie ante el espejo, como habia visto hacerlo a otras, me puse brillantina en el cuello y polvos en la cara; en seguida colo- qué un velo sobre mi cabeza, de manera que cubria mi rostro y caia sobre mis hombros, y por Ultimo, sujeté a mi breve cintura un enor- me polizon que me colgaba por detras, casi hasta la orilla de la falda. Asi ataviada bajé para ayudar a hacer los honores de la casa. No recuerdo en qué momento empecé a advertir que yo era distinta a los demas pero fue antes de |a Ilegada de mi maestra. Habia notado que cuando mi madre y mis amigas querian algo no empleg- ban ademanes sino que hablaban con la boca. Algunas veces me colo- caba entre dos personas que conversaban y tocaba sus labios. No podia comprender, y eso me molestaba. Movia !os labios y gesticula- ba desesperadamente, pero sin resultado alguno, Algunas veces me enfurecia a tal grado que pateaba y chillaba hasta agotarme. Creo que me daba cuenta de que me portaba mal porque sabia que lastimaba a Ella, mi nifera, si le daba una patada, y una vez pasado el berrinche sentia algo como arrepentimiento. En cambio, no recuerdo un solo caso en que tal sentimiento me impidiera repetir la mala accién cuando no obtenia lo que deseaba. Por aquellos dias una nifita negra, Martha Washington, hija de nuestra cocinera, y Belle, |a vieja perdiguera, magnifica perra de caza en sus buenos tiempos, eran mis compajieras constantes. Martha Washington comprendia las sefias que yo hacia y pocas veces tropecé con dificultad para obligarla a hacer exactamente lo que yo deseaba, Me agradaba ejercer dominio sobre ella y por lo general la nifia se sometia a mi tiranfa antes que arriesgarse a un mano a mano con- migo. Yo era fuerte, activa e indiferente a las consecuencias. Sabia lo que queria y siempre me salia con la mia, aunque tuviera que pelear con dientes y ufas para lograrlo, Pasébamos mucho tiempo en la cocina; amasaba harina, ayudaba a hacer helados, a moler el café y le disputaba a Martha el recipiente en que se habian mezclado los in- gredientes para el pastel o daba de comer a las gallinas y pavos que se arremolinaban al pie de los escalones. Muchos eran tan mansos que HELEN KELLER 29 comian de mi mano y me dejaban tocarlos. Un dia un enorme pavo me arrebatO un tomate y se alejO precipitadamente con su botin. Quizé inspiradas por el éxito del pavo, nos apoderamos de un pastel que la cocinera acababa de decorar, nos !o llevamos hasta el depdsito de la lefia y comimos hasta el Gltimo pedazo. Después me senti bastante enferma y me pregunto si también el pavo pagaria el precio de su pecado, La gallina de Guinea esconde su nido; buscar los huevos entre la hierba crecida constituia uno de mis maximos placeres, No le podia decir a Martha Washington que queria ir en busca de aquellos nidos pero cerraba los pufios y los colocaba sobre el suelo, con lo cual indicaba algo redondo entre el césped y ella siempre entendia. Si tenfamos la suerte de encontrar un nido, no dejaba que Martha llevara los huevos; le indicaba, con mimica elocuente, que podia caer y romperlos. Las trojes en que se almacenaba el maiz, los establos de los caballos y el patio donde cada mafiana y cada tarde se ordefiaba a las vacas, eran fuentes inagotables de interés para Martha y para mi. Con frecuencia los ordefiadores me permitian colocar las manos sobre las vacas mientras ellos extraian la leche y no pocas veces el animal eastigaba mi curiosidad con latigazos de su cola. Los preparativos navidefios siempre me proporcionaron gran pla- cer. Claro esta que no sabia por qué se hacia todo aquello, pero disfrutaba de los agradables olores que inundaban la casa y de los bocadillos que nos daban a Martha Washington y a mi con objeto de tenernos quietas. Estorbabamos a todos pero eso no disminuia nues- tro placer. Se nos permitia moler las especias, escoger las ciruelas pasas y lamer las cucharas con las que se habfan movido las mezclas culinarias, Yo colgaba mi media porque los demas colgaban las suyas, pero no recuerdo que tal ceremonia me hubiera interesado de manera especial ni que mi curiosidad fuese lo suficientemente fuerte para incitarme a abandonar la cama antes de! amanecer con objeto de ir en busca de mis regalos. Martha Washington era tan traviesa como yo. Una tarde calurosa 30 LA HISTORIA DE MI VIDA del mes de julio dos nifias estaban sentadas en los escalones del porti- co, El rostro de una era negro como el ébano y de su cabeza se elevaban madejas de cabello semejante a lanilla, amarradas con cordo- nes de zapatos. La otra nifia era de rostro blanco enmarcado por largos rizos dorados. Una tenia seis afios; la otra era dos © tres afios mayor. La mas pequefia (yo) era ciega y la otra se llamaba Martha Washington. Estabamos muy ocupadas recortando mufiecas de papel pero pronto nos cansamos de esa diversién y después de cortar los cordones de nuestros zapatos y todas las hojas que pudimos alcanzar de la madreselva cercana, fijé mi atencion en los tirabuzones que adornaban la cabeza de Martha, Ella se opuso, al principio, pero luego cedid, Suponiendo que ella también podia hacer lo mismo, la nifia se apoder6 de las tijeras y corté uno de mis rizos. Los hubiera cortado todos de no haber sido por la intervencién oportuna de mi madre. Mi otra compafiera, nuestra perra Belle, era vieja y perezosa; preferia dormir cerca de la chimenea a corretear conmigo. Repetida- mente intenté ensefiarle mi lenguaje de sefias pero era torpe y no ponfa atencién. En ocasiones parecia sobresaltarse, temblaba ligera- mente y en seguida se ponia rigida, como suelen hacerlo los perros cuando sefialan la caza. Yo no sabia por qué se comportaba de aque- lla manera pero sf que no me obedecfa, lo cual me enojaba y la lec- cién terminaba siempre con una sesién de boxeo en que yo era la Unica contendiente activa, Belle se levantaba, se estiraba perezosamen- te, olfateaba con desprecio y se alejaba hasta el otro extremo de la chimenea donde volvia a echarse, mientras que yo, cansada y desi- jusionada, iba en busca de Martha. Muchos incidentes ocurridos en aquellos primeros afios han que- dado grabados en mi memoria, aislados, pero claros y precisos y dan un sentido aun mas intenso a aquella vida sin dias, silenciosa y carente de propésito. Un dia, sin intencién de hacerlo, verti agua en mi delantal; me lo quité y lo puse a secar frente a la chimenea de la sala. Como no secaba lo suficientemente aprisa, lo tiré sobre los rescoldos. En seguida se produjo una llamarada que incendié mis ropas. Emiti un HELEN KELLER aa sonido de terror que provocé la venida de Viny, mi vieja nifiera. Me echo encima una manta con lo que sofoco el fuego y casi también a mf. Unicamente sufri quemaduras de alguna gravedad en las manos y perdi algo de cabello. Por aquella época supe para qué sirve una llave. Cierta mafiana encerré a mi madre en la despensa donde tuvo que permanecer duran- te tres horas ya que los sirvientes se encontraban en una parte alejada de la casa. Mi madre golpeaba la puerta mientras yo, sentada en un escalén del portico, refa feliz al sentir la vibraci6n de los golpes. Esta travesura, la peor de todas, convencid a mis padres de la necesidad de que cuanto antes se me sometiera a algiin método educativo. Poco después de la Ilegada de mi maestra, la sefiorita Sullivan, busqué la primera oportunidad para encerrarla en su habitacion, Le Ilevé alguna cosa que mi madre me hizo entender que deb/a entregarle, pero tan luego como se la di, cerré la puerta de un golpe, di vuelta a la llave y escondi ésta bajo el armario del corredor. No hubo manera de per- suadirme a que explicara donde |a habia escondido. Mi padre se vid obligado a traer una escalera y a sacar a la sefiorita Sullivan por la ventana, para diversion mia, Meses después entregué la llave. Cuando tenia unos cinco afios nos mudamos de la pequefia casita cubierta de enredaderas a una nueva y muy grande. Mis padres, dos medios hermanos mayores que yo, y posteriormente una hermani- ta, Mildred, constitufamos la familia. El primer recuerdo claro que tengo de mi padre forma parte de una escena: yo me abria camino entre enormes hojas de periédico hasta llegar a su lado; lo encontraba solo, con una parte del periddico ante su rostro, Me intrigaba lo que ha- cfa, Imité su postura, e incluso me puse sus anteojos creyendo que me ayudarian a descifrar el misterio. Pero pasaron varios afios antes de que descubriera el secreto, Entonces me enteré de lo que eran aquellos papeles y de que mi padre era director de un diario, Mi padre era carifioso e indulgente, totalmente dedicado a su hogar; rara vez se separaba de la familia salvo en la temporada de caza, Se me ha dicho que era gran cazador y tirador experto. Sus grandes amores, después de su familia, eran sus perros y su escopeta. 32 LA HISTORIA DE MI VIDA Excesivamente hospitalario, rara vez llegaba a casa sin un invitado. Se enorgullecia especialmente de nuestro espacioso huerto y era opinion general que cosechaba las mejores sandias y fresas de la region. Me traia las primeras uvas y escogia para mi la fruta mas perfecta, Re- cuerdo la caricia de su mano al guiarme de un arbol a otro, de una mata a la siguiente y su placer en todo lo que me agradaba. Tenia un talento especial para relatar historias; después de que adquirf el len- guaje, 4 solfa tomar mi mano y con su dedo iba escribiendo torpe mente sus mejores anécdotas; nada le agradaba tanto como que yo las repitiera en un momento oportuno, ~ Me encontraba en el norte, disfrutando de los Gitimos dias bellos del verano de 1896, cuando supe que mi padre habia muerto. Tuvo una enfermedad breve; hubo algunos dias de gran sufrimiento y luego todo termind, Fue aquella mi primera gran pena y mi primer encuentro con la muerte, éComo escribir acerca de mi madre? Esta tan cerca de mi que hablar de ella me parece casi una falta de delicadeza. Durante mucho tiempo consideré a mi hermanita una intrusa. Comprendia que yo habia dejado de ser la consentida de mi madre y sentia unos celos tremendos, La nifia ocupaba continuamente mi sitio en el regazo de nuestra madre y parecia acaparar todas sus atencio- nes, Cierto dia sucediO algo que me parecié agregar el insulto a la ofensa, En aquel tiempo tenia yo una mufieca a la cual acariciaba y maltrataba de continuo y a la que después puse el nombre de Nancy. Era la victima indefensa de mis rabietas y de mi carifio, de manera que la pobre se encontraba en muy mal estado, Tenia otras mufiecas que hablaban, lloraban y abrian y cerraban los ojos pero nunca amé a ninguna de ellas como a la pobre Nancy. Esta tenia una cuna y con frecuencia me pasaba una hora meciéndola, Cuidaba celosamente tanto a la mufieca como a su cuna y una vez descubr/ a mi hermanita durmiendo tranquilamente en ella. El hecho de que aquella criatura a la que alin no me unja lazo alguno de afecto se atreviera a semejante cosa me llend de enojo, Me lancé contra la cuna y la volteé. Si mi HELEN KELLER 33 madre no rescatara a la nifia en el momento preciso de caer, bien pudiera haber muerto a causa del golpe que habria sufrido, Cuando caminamos por el valle de una doble soledad nada sabemos de los tiernos afectos que surgen de las palabras, de los actos amorosos y del dulce compaiierismo. Pero después, cuando recuperé mi herencia humana, Mildred y yo crecimos una en el corazon de la otra, de manera que con gusto ibamos de !a mano por donde el capricho nos llevara, a pesar de que ella no podia comprender el lenguaje de mis ademanes ni las letras delineadas con un dedo, como yo tampoco entendia sus infantiles balbuceos, CAPITULO III Mientras tanto, crecia mi deseo de expresarme. Las pocas sefias que empleaba se hacian cada dia menos adecuadas y mi impotencia para hacerme entender invariablemente me provocaba explosiones de rabia. Sentia como si me sujetaran manos invisibles y hacia esfuerzos desesperados por librarme de ellas. Luchar no conducia a beneficio alguno, pero yo luchaba impelida por !a misma fuerza de la tendencia que me embargaba; generalmente acababa agotada y hecha un mar de lagrimas. Si mi madre se encontraba cerca, buscaba refugio en sus brazos, demasiado desdichada para recordar siquiera el motivo de la tempestad, Pasado algiin tiempo, la necesidad de un medio de comu- nicacién se hizo tan imperioso que tales explosiones ocurrian diaria- mente, casi cada hora. Mis padres estaban profundamente acongojados y no sabian qué hacer. Cerca de nuestra casa no habia escuela alguna para ciegos o para sordos y no parecia probable que encontréramos quien quisiera ir a un lugar tan apartado como Tuscumbia para ensefiar a una nifia sorda y ciega, En realidad, mis amigos y parientes !legaron a dudar de que se me pudiera ensefiar algo, Mi madre encontré un Unico rayo de luz en las “Notas Americanas’ de Dickens. Habja leido su relato acerca de Laura Bridgman, recordaba vagamente que ésta era sorda y 34 LA HISTORIA DE MI VIDA ciega y que sin embargo, la habian instruido, Pero también recordaba con dolorosa desesperanza que el Dr. Howe, autor del sistema para la instruccién de sordos»y ciegos, habia muerto hacia muchos afios. Lo mas probable era que su método desapareciera con él y en caso contrario, écomo podria aprovecharlo una nifia que vivia en un apar- tado pueblo de Alabama? Cuando tenia yo aproximadamente seis afios, mi padre oyd hablar de un eminente oculista de Baltimore que habia logrado cura- ciones en casos desahuciados, El y mi madre decidieron inmediata- mente llevarme a Baltimore para ver si algo se podia hacer en mi caso. El viaje, que recuerdo bien, fue muy agradable. Hice amistad con muchas personas que viajaban en el tren. Una sefiora me obse- quid una caja de conchas y mi padre las perford para que yo pudiera ensartarlas. Aquella tarea me tuvo ocupada y contenta mucho tiempo. También el revisor del tren se porto bondadosamente, En varias oca- siones, al efectuar su recorrido para recoger los boletos de los pasaje- tos, le acompaiié, asida de los faldones de su chaqueta. El pequefio aparato con que perforaba los boletos y con el cual me perm jugar, me divirtio mucho. Hecha un ovillo en el rincon del asiento, pasé horas enteras ocupada en perforar trocitos de carton. Mi tla me regalé una mufieca grande confeccionada con toallas. Era de lo mas comica e informe; no tenia nariz ni boca ni ojos ni orejas, nada que la imaginacion de una nifia pudiera convertir en rostro, Cosa curiosa, la carencia de ojos me Ilamé la atencion mas que todos los otros defectos juntos. Se lo hacia notar a todos con una persistencia provocativa, pero nadie parecia poder dotar de ojos a la mufieca improvisada. Sin embargo, se me ocurrid una idea brillante. El problema quedd resuelto. Bajé precipitadamente del asiento y busqué debajo de 6! hasta encontrar la capa de mi tia, adornada con cuentas de gran tamafio. Arranqué dos de ellas e indiqué que queria que las cosiera en el rostro de mi mufieca, Mi tia llevo mi mano a sus ojos, como si me hiciera una pregunta; yo movi la cabeza enérgica- mente, en sefial de asentimiento. Las cuentas quedaron cosidas en el HELEN KELLER 35 lugar que correspondia a los ojos y yo no podia contener mi alegria, pero inmediatamente perdi todo interés en la mufieca. Ni una vez en el curso del viaje fui presa de berrinches. iHabia tantas cosas en que ocupar la imaginacién y las manos! En Baltimore el Dr. Chishold nos recibio amablemente, pero nada podia hacer por mi. Sin embargo, aseguré que se me podia instruir y aconsejo a mi padre que consultara al Dr, Alexander Graham Bell, de Washington, quien podria informarle acerca de escue- las y profesores para nifios carentes de vista o de oido. De acuerdo con el consejo recibido, partimos inmediatamente hacia Washington. Mi padre iba triste y sin grandes esperanzas. Yo, sin sospechar siquie- ra su angustia, encontraba gran placer en desplazarme de un lugar a otro, A pesar de mi corta edad, adverti inmediatamente la ternura y la simpatia que hacian del Dr. Bell un ser tan estimado como admira- do por sus extraordinarios logros, Me tuvo sobre sus rodillas mientras yo examinaba su reloj. En obsequio mio hizo que sonara la hora. Entendia las sefias que yo hacia, lo cual advert/, y el hombre me inspiré un gran carifio. Pero no imaginé que aquella entrevista habria de ser el umbral que yo traspasaria, de la oscuridad a la luz, del aislamiento a la amistad, la comunicacion, los conocimientos y el amor, El Dr. Bell sugirié a mi padre escribir al sefior Anagnos, director del Instituto Perkins de Boston, donde el Dr. Howe habia desa- trollado una labor magnifica en favor de los invidentes, y le pre- guntara si tenia algun profesor competente que se encargara de iniciar mi educacién, Mi padre asf lo hizo y a las pocas semanas recibiéd una amable carta del sefior Anagnos en la cual le aseguraba que encon- trarfa un profesor para mi. Esto sucedié en el verano de 1886. Pero la sefiorita Sullivan no lego hasta el mes de marzo del afio siguiente. Asi salf de Egipto y me encontré frente al Sinaf y un poder divino inund6 mi espiritu y le dio la facultad de ver, de manera que contemplé muchas maravillas y escuché una voz que ven{a de la mon- tafia sagrada y que decfa: “La sabiduria es amor y luz y revelacion”. 36 LA HISTORIA DE MI VIDA CAPITULO IV Recuerdo como el dia mas importante de mi vida aquel en que mi maestra, Anne Mansfield Sullivan, se acercd a mi, Me maravillan los contrastes inconmensurables entre las dos vidas que quedaron uni- das por ese encuentro. Fue el dia 3 de marzo de 1887, tres meses antes de cumplir yo siete afios. En la tarde de aque! dia memorable me encontré en el portico, muda, en espera de algo. Por las sefias que hacfa mi madre y por el ajetreo en la casa comprendia vagamente que algo desacostumbrada, estaba por suceder, asi es que salf al portico y esperé en la escalinata, El sol posmeridiano penetraba la masa de madreselva que cubria el portico y caia sobre mi rostro vuelto hacia arriba, Casi inconsciente- mente mis manos acariciaban las hojas y flores de la enredadera, que me eran familiares y que habian brotado hacia poco para darle la bienvenida a la dulce primavera del sur. No sospechaba lo sorprenden- te y maravilloso que me deparaba e| futuro. Durante muchas semanas me habian atormentado sentimientos de ira y de amargura, seguidos de profunda languidez. dHabéis estado alguna vez en alta mar cuando os envuelve una neblina espesa como tangible oscuridad blanca, y el gran barco, tenso y ansioso, se va abriendo camino a tientas hacia la playa, con ploma- da y sondaleza, mientras uno, con e| coraz6n latiendo apresuradamen- te, espera que algo suceda? Antes de que diera principio mi educa cién yo era como ese barco, solamente que sin brijula ni sondaleza y no podia tener idea de cudn cerca me encontraba del puerto. Mi alma gritaba sin palabras: ’iLuz! iDadme luz! ” y precisamente en aque- lla hora la luz del amor me iluminaba. Adverti pasos que se acercaban. Tendi el brazo, ya que supuse seria mi madre. Alguien me tomo de la mano y me estrecho en sus brazos, los brazos de aquella que habria de revelarme todas las cosas, y mas ain, habria de amarme. A la mafiana siguiente de su llegada mi maestra me llevo a su habitacibn y me did una mufieca, Los nifios ciegos del Instituto HELEN KELLER 37 Perkins me la enviaban y Laura Bridgman la habia vestido; pero eso no lo supe hasta después. Cuando hube jugado con la mufieca un rato, la sefiorita Sullivan dibujé con sus dedos en mi mano la palabra “mufieca’’. Inmediatamente me interesd aquel juego y traté de imitar- lo, Cuando por fin logré formar las letras correctamente me senti orgullosa y contenta, Corri escaleras abajo en busca de mi madre, levanté una mano, y con la otra escribi en ella “mufieca’. No sabia que habia escrito una palabra; ni siquiera sabia que existieran pala- bras; simplemente hice que mis dedos imitaran el juego iniciado por mi maestra. En los dias siguientes, de igual manera y sin saber lo que hacfa, aprendi a deletrear muchas palabras, entre ellas pin (alfiler), hat (sombrero), cup (taza), y algunos verbos como sit, stand y walk (sentarse, ponerse de pie y caminar). Pero pasaron varias semanas antes de que comprendiera que todo tiene nombre. Cierto dia jugaba con mi mufieca nueva cuando la seflorita Sullivan puso sobre mi regazo la voluminosa mujieca de trapo, escribié la palabra “m-u-fi-ec-a”, e intenté hacerme entender que “mufieca’” se aplicaba a una tanto como a otra. Algunas horas antes se habia empefiado en hacerme comprender ta diferencia entre “vaso” y “agua”; trataba de que me diera cuenta de que un vaso era un vaso y el agua era agua, pero yo seguia confundiendo las dos cosas. Ella, desesperada, dej el asunto pendiente, pero con intencion de reanudar sus esfuerzos en la primera oportunidad. Yo me impacienté cuando de nuevo inicié la lucha y estrellé la mufieca nueva contra el suelo. Me llené de jubilo al sentir los pedazos cerca de los pies. Pasada la rabieta no senti pena ni remordimiento. No habia tenido amor a la mufieca, En e! mundo de tinieblas y silencio en que vivia no existia ni ternura ni sentimientos profundos. Adverti que mi maestra barria los fragmentos hacia un lado de la chimenea y senti satisfaccién por haberme librado de la causa de mi molestia. La sefiorita Sullivan trajo mi sombrero y comprendf que saldriamos a gozar de la tibieza del sol. Tal pensamiento, si es que una sensaciOn sin palabras pueda Ila marse pensamiento, me hizo saltar de gusto. Caminamos por la vereda que conducia a la casa del aljibe, 38 LA HISTORIA DE MI VIDA atraldas por ta fragancia de la madreselva que la cubria, Alguien estaba bombeando agua y mi maestra colocé mi mano debajo del surtidor, Mientras la fresca corriente Iiquida me bafiaba una mano, ella escribria en la otra la palabra ‘‘agua’’, primero lentamente y luego de prisa, Me quedé inmovil, toda mi atencion fija en los movimientos de sus dedos. De pronto se desperté en mi un recuerdo vago de algo olvidado, la emocién de un pensamiento ya conocido, y no sé como se me reveld el misterio del lenguaje, Entonces supe que ““a-g-u-a” era aquella cosa maravillosamente fresca que bafiaba mi mano y la pala bra viviente desperto mi alma, le comunicé luz, esperanza y alegria, la liberto. Todavia existian barreras, es verdad, pero barreras que con el tiempo podrian superarse.” Abandoné el aljibe !lena de entusiasmo por aprender. Cada cosa tenia un nombre y cada nombre engendraba un nuevo pensamiento. Al regresar a la casa, cada objeto que tocaba parecia vibrar y cobrar vida, Esto se debia a que todo lo vefa con aquel sentido de vista nuevo y extrafio que se habia despertado en mi, Al traspasar el umbral recordé la mufieca que habia roto. Tentaleando, llegué hasta la chimenea y recogi los pedazos, Indtilmente intenté juntarlos, Mis ojos se Ilenaron de lagrimas. Comprendi lo que habia hecho y por primera vez senti arrepentimiento y pena, Aquel dia aprendi muchas palabras nuevas. No las recuerdo todas, pero si que entre ellas se contaban mother, father, sister y teacher (padre, madre, hermana y maestra), palabras que harian que el mundo floreciera para m/ ‘‘como la vara de Aaron”. Al atardecer de aquel dia memorable habria sido dificil encontrar una nifia mas feliz que yo. Acostada en mi cuna revivia las alegrias pasadas y por primera vez tuve el deseo de que Ilegara un nuevo dia, CAPITULO V Recuerdo numerosos incidentes ocurridos en aquel verano de 1887 que siguid al despertar repentino de mi alma. Continuamente *Véase Ja carta de la sefiorita Sullivan, pagina 286, HELEN KELLER 39 exploraba con mis manos y aprendia los nombres de todos los obje- tos que tocaba, y conforme aumentaba su numero, se afirmaba mi sentimiento de parentesco con el resto del mundo y se hacfa mas confiado y alegre. Al llegar el tiempo de las margaritas y de los raninculos, la sefiorita Sullivan me tomo de la mano y juntas cruzamos los campos donde los hombres preparaban Ia tierra para la siembra; llegamos a las méargenes del rio Tennessee y allf, sentadas en la hierba tibia, me dio las primeras lecciones sobre la bondad de la naturaleza, Aprendi que el sol y la lluvia hacen crecer cada arbol grato a la vista y proveedor de alimento; en qué forma los pajaros construyen sus nidos y viven y prosperan desde una tierra a otra; como la ardilla, el venado, el leon y toda criatura, encuentran refugio y alimento. Al aumentar mis conocimientos me sentia mas y mas feliz de vivir en el mundo. Mucho antes de aprender a sumar o a describir la forma de la tierra, la seflorita Sullivan me ensefid a percatarme de la belleza de los bosques fragantes y a discerniria en cada hoja de hierba asi como en las curvas y hoyuelos de la mano de mi hermanita. Busc6 un lazo de union entre mis primeros pensamientos y la naturaleza y me hizo sentir que “los pajaros, las flores y yo éramos iguales y felices’’. Pero por aquel tiempo tuve una experiencia que me hizo ver que la naturaleza no siempre es bondadosa. Un dia regresdbamos mi maestra y yo de una larga caminata, Habfa sido una majfiana esplén- dida pero cuando emprendimos el retorno a casa empezaba a hacer calor y a sentirse bochorno, Hicimos una Gitima pausa al abrigo de un cerezo silvestre a corta distancia de la casa, La sombra era grata y el arbol facil de trepar, Con ayuda de mi maestra puede subir a él y encontrar acomodo entre sus ramas. Estaba tan fresco y agradable aquel lugar que la sefiorita Sullivan propuso que almorzéramos allf. Le prometi quedarme quieta mientras ella iba a la casa por el almuerzo, De pronto ocurrid un cambio en e! arbol. Todo el calor solar desaparecio del aire. Yo sabia que el cielo se habia oscurecido porque el calor, que para mi significaba luz, huyo de la atmosfera, Del suelo 40 LA HISTORIA DE MI VIDA subfa un olor extrafio, Conocia aquel olor; era el que siempre precede a la tormenta, y mi coraz6n se |lendé de un terror sin nombre. Me sen- tf totalmente sola, apartada de mis amigos y de la tierra firme. Me envolvia lo inmenso y desconocido, Permaneci quieta y en espera, a la vez que me invadia un terror paralizante, Deseaba, desesperadamen- te, que volviera mi maestra, pero sobre todo, bajar de aquel arbol, Hubo un instante de silencio siniestro y en seguida un murmu- llo de hojas. El arbol se estremecid y una rafaga me habria hecho caer de no haberme asido a la rama con todas mis fuerzas. El arbol se mecia hasta combarse. Las ramitas pequefias se rompian y caian se- bre mi. Me movid un impulso salvaje por saltar a tierra, pero el terror me aherrojaba. Me acurruqué en la horcadura. A mi alrededor las ramas se agitaban con violencia, Sentia golpes intermitentes como si algo muy pesado hubiera caido y el estremecimiento del golpe subiera desde la raiz hasta la rama donde yo estaba, Mi terror subi al punto mas algido y precisamente cuando cre{ que el arbol y yo caeriamos irremisiblemente, mi maestra se apodero de mi mano y me ayudé a bajar. Me estreché a ella, temblando de alegria al sentir de nuevo la tierra bajo mis pies. Habia aprendido una nueva leccion: que la natu- raleza “libra una guerra abierta contra sus hijos y bajo la més suave caricia esconde zarpas traicioneras’’, Después de aquella aventura paso mucho tiempo antes de que yo trepara a otro arbol, La sola idea me llenaba de pavor. La dulce invitacion de una mimosa en plena floracion fue la que por fin vencid mis temores, Una bella mafiana primaveral me encontraba sola en la casa de verano y leia un libro cuando adverti una fragancia sutil y maravillosa. Me incorporé e instintivamente tendi los brazos. Parecfa como si el espfritu de la primavera pasara por la casita de verano. “2Qué es?” pregunté, y casi enseguida reconoci el aroma de las flores de imosa, Tentaleando |legué hasta el extremo del jardin. Sabja que el arbol estaba cerca de la barda, donde la vereda formaba recodo, Si, alli estaba, estremeciéndose bajo la caricia del sol, sus ramas Cargadas de flores se inclinaban hasta casi tocar la hierba creci- da. éHabfa en el mundo algo tan exquisitamente bello como aquel HELEN KELLER 41 &rbol? Sus flores delicadas se contrafan ante el mas leve contacto terrenal; parecia como si en la tierra se hubiera transplantado un 4rbo! del paraiso, Entre una lluvia de pétalos avancé hasta el grueso tronco y permaneci allf un instante, indecisa, pero luego puse un pie en.el amplio espacio entre dos ramas y subi. No fue facil trepar; las ramas eran muy gruesas y la corteza me lastimaba las manos. Me invadid una sensaci6n deliciosa de estar haciendo algo extraordinario y maravilloso, asf es que segu{ subiendo mas y més, hasta llegar a un Pequefio asiento acomodado alli por alguien hacia ya tanto tiempo que se habia convertido en parte de! arbol, Permaneci mucho tiem po; me sentia un hada sobre una nube rosa, Después solia pasar muchas horas felices en mi arbol de! parafso, pensando bellos pensa- mientos y sofiando suefios luminosos. CAPITULO VI Ya tenia la clave de todo el lenguaje y deseaba ardientemente aprender a hacer uso de ella. Los nifios que pueden o/r adquieren el lenguaje sin esfuerzo; es como si, alborozados, recogieran las palabras que caen de los labios de otros; en cambio, el nifio sordo se ve obligado a atraparlas por medio de un proceso doloroso, Pero cual- quiera que sea el procedimiento, el resultado es maravilloso. Desde poder nombrar un objeto, avanzamos paso a paso hasta recorrer la enorme distancia que media entre nuestra primera silaba balbuceada hasta el amplio pensamiento encerrado en una linea de Shakespeare. Al principio, cuando mi maestra me hablaba de algo nuevo, yo hacia pocas preguntas, Mis ideas eran vagas y mi vocabulario inade- cuado, pero al aumentar mi conocimiento de las cosas y aprender mas y mas palabras, se amplid el campo de mis interrogaciones, y solfa volver una y otra vez al mismo tema, anhelosa de obtener mayores informes. En algunas ocasiones una palabra nueva hacia revivir una imagen que alguna experiencia anterior habia grabado en mi cerebro. Recuerdo la mafiana en que pregunté el significado de la pala- bra “amor”. Todavia conocia pocos vocablos. Encontré en el jardin 42 LA HISTORIA DE MI VIDA unas cuantas violetas tempraneras y se las llevé a mi maestra. Ella quiso besarme, pero por aquel tiempo no me gustaba que me besara otra persona que mi madre. La sefiorita Sullivan me abraz6 suavemen- te y escribid en mi mano ‘Amo a Helen”. — Qué es amar? — pregunté, Ella me estrecho mas contra su cuerpo y respon Esta aqui’, a tiempo que sefialaba mi corazon, cuyos latidos adverti por primera vez. Sus palabras me dejaron sumamente perpleja porque no entendfa nada que no pudiera tocar con las manos, Aspiré el perfume de las violetas que mi maestra conservaba eg la mano y, empleando palabras y sefias a la vez, pregunté si !a dulzura de las flores era amor. —No. Volvi a meditar. Nos envolvian los tibios rayos del sol. —

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