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Historia de América Latina Dirigida por Nicolés Sanchez-Albornoz Historia de América Latina, 3 1 América indigena Pedro Carrasco La conquisia Guillermo Céspedes 3. Reforma y disolueién de los Imperios ibéricos, 1750-1850 Tulio Halperin Donghi Tulio Halperin Donghi Monografias Reforma y disoluci6n de los imperios ibéricos Poblacién y mano de obra en América Latina 1750-1850 ‘Compilacién de Nicolés Sénchez-Albornoz Breve Historia de Centroamérica Héctor Pérez Brignoli w 208 Historia de América Lat Tercera parte litana y hasta qué punto son, en cambio, agentes locales de soci EN BUSCA DE UN NUEVO ORDEN basadas en Ia metrépoli; si lo son, es obvio entonces que el control I HISPANOAMERICANO hha sufrido un dafio mas grave de lo perceptible. Esta problemética que hoy nos apasiona era, sin embargo, quienes vivian el proceso. Para ellos era evidente que, del mismo que Ia guerra y Ia revolucién politica habian reemplazado el equilibrio del antiguo orden con un alarmante desequilibrio, 1a cin mercantil habja destruido otro aspecto igualmente detestab viejo orden sin set capaz de reemplazarlo. La obra de ambas del tonces ser completada: a la destruccién del viejo orden debia st construccién del nuevo, que ibe a sistematizar las innovaciones cionarias y ampliar Ia gravitacién de la nueva economia metropa cuya fuerza transformadora habia sido menos vigorosa y menos uni ‘mente benélica de lo esperado s6lo porque no se habia aplicado ciente intensidad, Esas previsiones contribuyen a estimular el avan liberalismo que caracteriza a los primeros afios de la década de 1 frogilidad agrava las reacciones antiliberales que van a surgi en artes en Ia segunda mitad de ese década, reacciones nostélgicas excepto en México— se agotan pronto cuando se revelan apoy: Ssupuestos tan irreales como aquellos que recusan. El conservadurris on la década siguiente triunfaré desde Guatemala a Venezucla, Chil Plata significa ya en cambio una tentativa de reconciliacién con trafio mundo que emerge lucgo de la tormenta, 7. Completar la emancipacién La economia [Al abrirse la segunda década tras Ia crisis de emancipacién, la pansién mercantil estaba agotando sus posibilidades. Como en Bra en Rio de Ia Plats y Chile la febril ampliacién del mercado dio con el techo que imponfa la estrechez del sistema productivo, no tanto en cuanto ala capacidad de la nueva economia nacional de costear las importacio- nes (Getas, en efecto, Ia habfan excedido y segutan excedigndola, creando tuna balanza de pagos desequilibrads), sino en cuanto a la de los consu- midores potenciales més allé de las ciudades y aun dentro de elles: en Chile menor atin que en el Rio de la Plata y Brasil, 'A partir de entonces la relacién con la nueva economfa metropolitan comenzaria a reestructurarse: los briténicos, que en la primera década habian actuedo con ten destructor dinamismo Ievando delante una ofen- siva triunfal contra 1a estructura mercantil colonisl, comenzaban a s- cumbir como consecuencia de su propia audacia; en Buenos Aires, en Valparaiso, como en Rio de Janeiro, el espectéculo de mercaderes aven- tureros que deben retirarse tras perder lo ganado en una primera etapa es tan frecuente como el de los que tratan de sobrevivir en el comercio de dotelle, muy cerca de 1a pobreza. 'No todos sufren ese duro destino. Se defienden mejor quienes se adaptan a la nueva situacién, retomando elementos del estilo mercantil de la élite comercial borbénica, a la que imiten también en la preferen- tein por el consumo conspicuo. Han pasado los tiempos en que esos mer- 207 aid 208 Historia de América Latina, caderesaventureros ponfan casa en comin y restringian sus gastos ‘mfnimo; ahora los que se mantienen, a la cabeza de redes de distil cin basada en cl uso del crédito a proveedores y mercaderes locales, quieren pers su residencia las casas més importantes, desde Veracruz Talapa hasta Rogoté y Ruenos Aires, y en loo centros que cl auevo tmercio desorrolla se hacen construit las sinieas decentes, asi en Islay, puerto de Arequipa, o en Pocuro, centro mercantil del notte chileno. De este modo, los mercaderes briténicos que sobreviven a los desens safios que cierran la primera década revolucionaria deben su fortuna que han edvertido @ tiempo que si bien la apertura mercantil ha tuna ampliscién muy real del mercado latinoamericano (todo eélculo al r Peeto 5 aproximativo, pero aun quienes consideran més limitado el ine acto de esa apertura proponen una duplicacién en valor de los const ‘mos ultramarines), ella no inaugura une etapa de expansiGn sostenida dindmica del nexo mereantil con ultramar, En un mereedo que tiende 8 estancarse, vuelve a tener sentido la estrategia aplicada por los mer caderes borbénicos: aumentar la ganancia por unidad y aumenter el con trol del mercado mediante el uso del crédito a productores y comer. ciantes al dotalle, con tantas menos reticencias porque es de nuevo posie ble trasladar el costo de ese crédito a los precios, Esa solucién es, sin embargo, decepeionante para easi todos los que pparticipan en el nuevo nexo mercantil. Lo es para los nuevos Estados, aque obtienen del trtico internacional lo mejor de sus rentas, y—pues: to que aguél tiende a estancarse— estardn tentados de aumentar éstas screciendo los aranceles. Lo es para los productores que —salvo en muy contados rubros— no encuentran en el nuevo comercio la fuente de capi- tales que le permitan expandir su produccién. Esto es particulermente grave en cuanto a la mineria, cuyos productos cuentan con un mercado Potencial muy vasto. Lo es para las economias metropolitanes mismas, que no encuentran en Hispanoamérica el mercado en progresiva expen. sién que habin esperado. La nocién de que lo ocurtido en el decenio comenzado en 1810 es sélo un comienzo, de que para hacer sentir todos sus efectos la apertura comercial debe encontrar complemento en una corriente de capitales metropolitanos capaces de desencadenar esa onda ex: pansiva que Is liberalizacién del comercio no fue capez de inducir —en parte por razones propias, en parte por la coyuntura sociopolitica—, esa hocién encuentra asentimiento en todos esos actores, Lo que le vino a dar relevancia préctica fue el cambio en In economia melropolitana, que ‘ba a caracterizar a Ia primera mitad de le década de 1820, En ella se dio un aumento progresivo de ta disponibilided de capital y un interés reciente por el mercado que podia ofrecer Ia Amética latina, Entre 1825 y 1825, los valores latinoamericancs cstimularon un verdadero 209 ‘boom en ta Bolsa de Londres, Pese a evocaciones que gustan de subra- yar la disposicién de esos capitales por volcarse en proyectos extrava- ia destinada a favorecer Ja emigracién de doncellas de lecheria escocesas al Rio de la Plata) y pose a la formucién de algunas. companias de tierras y colonizacién, ia abrumadore mayoria de ellos encontré eanales més convencionales: el éré- dito al gobierno, mediante la colocacién de titulos de los nuevos Estados, y la formacién de compaiiias para la explotacién de minas. En uno y otto rubro las especulaciones iban a sor poco afortunadas: para 1827 todos los Estados hispanoamericanos (aunque no Brasil) habfan suspendido el servicio de la deuda externa (principal e interés) y todas las compaiiias mineras de la Sudamérica espafiola (aunque no en México y Brasil) se hallaban en cesaciin de pagos, seguida de bancarrota sbierta o disimulada, Este desenlace particularmente sombrio no fue por cierto la causa del fin del boom, que prevedié a la mayor parte de esos contratiempos y en eierta medida los hizo inevitables. Las sumas inver- tidas en papeles latinoamericanos (18.000.000 de libras oro, equivalentes 1 90.000.000 de pesos plata, de los cuales quiz 50.000.000 fueron efecti- vvamente ingresados en los tesoros de las naciones deudoras) superaron fen mucho las que se volcaron en la mineria (algo més de 3.000.000 de libras, de las cuales los dos tercios en México). Ello sugiere cudl fue el efecto de esa corriente de crédito e inversién: més que poner las ba- ses pata una expansin sostenida del tréfico, concedié unos afios de res- pito al vinculo mercantil tal como se habia establecido en la época ante- rior; fueron sin duda el erédito y la inversin los que hicieron posible que México viviera en esa década transformaciones que repiten las que conoci6 el sur del antiguo imperio espafiol en Ie anterior. De un modo u otro, el crédito al Estado volvia a tener las mismas con- secuencias que el acrecido ingreso del Estado habia tenido en la década anterior: estimular el consumo antes que la inversién. Hasta la inversién minera se revel6 més eficaz en el primer sentido de lo que hubiese sido esperable: Ia exportacién de maquinarias y materiales para uso de la mi- nerfa fue, en efecto, muy limitada, y aunque una parte considerable del gasto de las compafias se voles hacia inversiones prociuctivas (en particu lar en México) estuvo lejos de set el tnico empleo de esos recursos. eCémo se gastaron [os empréstitos? En cubrir gastos corrientes para los euales los inaresos corrientes no aleanzaban; el hecho de que en mde de uno de los Estados receptores —Colombia, Perd, las provincias del Plata— los gastos corrientes fuesen a la vex de guerra, no impedia que incluso éstos se volcasen, por los mecanismos ya examinades, en el const mo de productos corrientes, en buena parte importados, 20 Historia de Amética Latina, Esa dura experiencia ofrecia algunas lecciones, mis allé de a que los inversores iban @ atesorar devotamente por un cuarto de sigh a saber, Ja prudencia de no invertir en titulos sudamericanas. Los blemas creadlos por la simulténea modificacién del orden sociopolitica del nexo externo en Latinoamérica eran de tel indole que la mera int duccién de capitales, por lo menos en a magnitud que la economia ‘ropolitana en esa etapa de su desarrollo podia orientar hacia la regi no bastaba para resolverlos, y s{ en cambio para agravarlos al posible posponer el momento en que se haria indispensable buscat ‘modo de atenuar los demasiado violentos desequilibrios. La experiencia de la mineria parecia ofrecer lecciones iguelment famarges, que de nuevo se imponfan, en primer lugar, a los inversor Los de las compafifas que no habfan hecho bancarrota pereibian gan cias minimas 0 nulas y el valor de sus acciones sufrfa en consecuenci De modo més general, la experiencia parecia ensefiar los limit Jo que podia obtenerse mediante la inversién de capitales. La Bilidad de éstos parecta peligrosa en cuanto invitaba a una renove teenel6gica costosa que s6lo la experiencia mostraria que no era renté ble: asi Ia compaiiia Real del Monte, briténica, que adquirié derecho, explotar la més rica mina del México central, construyé una carretet que le permiti6 reemplazar por costoso transporte con mulas por el arato por carros, pero ese ahorro no alcanz6, durante toda la vide 1a empresa, a compensar la fuerte inversién inicial. Las innovaciones més directamente vinculadas a Ia tecnologia minera no se revelaron si més rendidoras: particularmente decepcionante fue el traslado de mine- hharto dudosas. Desde México a Chile, quienes tienen oportunidad de Sdquirit experiencia en Ia miner‘a hispanoamericana, a diferencia de los ‘muy numerosos que no logran siquiera iniciar la explotacién y retornan, con sentimientos comprensiblemente negativos hacia las nuevas naciones y sus habitantes, concluyen a menudo que las explotaciones mineras trae dicionales, tecnol6gicamente atrasadas y adaptadas a una crénica pent ria de capital, por deplorables que parezean, son las que mayores probabi- lidades tienen de sobrevivit en el nuevé contexto creado por la liberas lizacién mereantil, que innovaba tan poco respecto del vigente en el ‘mateo del pacto colonitl. Sin duda esta perspectiva sombefa no estaba siempre justificada, Det rivaba en parte de la concentracién del interés local y ultramarino por la minerfa, que de todas las ramas productivas era Ja que requeria més fuertes inversiones de capital —atin mayores pot el deterioro creado durante la guerra, en que hasta los gastos corrientes de mantenimiento Tercera parte, Ea busea de un nuevo orden hispancamericano au fueron a menudo suspendidos— y cuyos Iucros, si bien podfan ser muy altos, eran también extremadamente aleatories, Otras ramas de la produc. cién parecfan aclimatarse mejor al nuevo orden mercantil, pero aun asf su ‘ksenvolvimiento no cra lo bastante répido como para tracr inmediain alivio « un fisco que habia esperado obtener Jo mejor de sus ingresos de un tréfico internacional constantemente acrecido, y # un sistema con mercial que pareefa condenado a mantener, en el futuro inmediato, el desequilibelo creado por una expansin de las importaciones més répida y regular que lade Ias exportaciones, El desenlace del breve boom de inversiones confirma, pero a la vez ‘erava, las alarmas que el impacto del nuevo orden mercantil despertaba y# hacia 1820. Las agrava porque obliga a renunciar a la esperanza de que una intensificacin y ampliacién del lazo con los nuevos interlocu- ‘ores mercantiles hasta Ia esfera de inversién y crédito corregitia tantos rsgos alarmantes del nuevo orden. El extremo pesimismo que paca a Garacterizar los prondsticos es entonces en parte una reaccién frente ol optimismo generado por el boom burst, Esos modos contrapuesios de concebir el futuro de las economies hispanoamericanas contibuirfan a definir el temple dentro del cual His. Panoamérica aftontarfa las tareas poiticas impuestas por la independen- cia, @ la vez que la intensidad de las crisis politicas de Ia década de 1820 incidiria en el proceso econémico, agregéndole su cuota de incer. tidumbre y contratiempos. Sélo retrospectivamente es posible descubrir slgén orden, alguna regularidad en 1o que a los contemporéneos se les sparecfa como una caética, desintegrada, incongruente vida econdmica. Las realidades de la nueva economia Tuego del derrumbe de Ia primera oleada de inversiones ultramarinas, en 1825, se hace evidente que ciertos rasgos del nuevo orden econdmico estén destinados @ durar: entre ellos, el papel del comercio exterior como tlimanador de la economéa; Ia necesidad de ampliar la exportacién para hacer viable ese comercio exterior; In escasez de capitales, necesaros para ampliar la produccién para la exportacién, y, por dlitimo, las dificultades ylisbles, pero en casi ninguna parte ausentes— para reorientar la fuerza ds trabajo de acuerdy con las necesidades de Ie nueva economia exporta. dora, egravadas por la renuncia legal a los métodos coercitivos aplicados durante ef Antiguo Régimen, La consecuencia de estas constricciones era que las ramas de 1a eco- noma més capaces de expendirse eran las que requerian menor capital y 7m 212 Historia de América Latina, fuerza de trabajo: ta ganaderfa estaba asi en ventaja sobre la agricul y sta sobre la mincria; el nicleo del antiguo impetio, organizado, des ‘México al Alto Pert, en torno a la mineria, se edapta peor al nuevo ordet que dreas antes marginales. Venezuela, que ha suftido més que ningun otta secciGn hispannamericans los extragos de la Guerra de Independe © las provincias del Rfo de la Plata, que viven luego de ella una civil recurrente, complicada por conflictos externos, son dos ejemp particularmente felices de adaptacién exitoss al nuevo orden econémi Las ventajas de ganaderia y agricultura aparecen potencialmente co trarrestadas por una limitacién que la mineria de metales preciosos deb temer menos: Ia del mercado. Pero éste es en general favorable entond En la primera mitad del siglo xrx, el centro industrial erece més répid que el drea que esté estructurando como su perferia; la relacién de pr ios favorees entonces a ésta en casi todos los rubros importantes exportacién (¢l tabaco es una excepcién significativa). Aun el azticar, qu haa afrontado antes el problema, no se encuentra desfavorecido, en cunt que Cuba esté a la vanguardia de su produccién mundial, y la baja dl precios sigue los progresos de la productividad en la gran Antilla, I situacién s6lo comenzaté a cambiar para algunos rubros a mediados dal iglo por competencia entre productores Jatinoamericanos (por ejemplo la del café brasilefio y el venezolano), pot la de las propias economfas te tropolitanas (el azticar que deja de ser producto exclusivo de la agricul tropical), y, en parte, también por la concurrencia de éreas extraeuro} do més reciente incorporacién (asi para el algodén y més adelante cacao 0 el café). La necesidad de reducir eostos de produccién (y Ia d mejorar Ia calidad del producto) se haré sentir entonces con mayor in tensidad. Mientras ello no ocurre, la felta de presién por reducir precios de a acentuar el estancamiento tecnolégico, favorecido por Ia escasez de capital. Este es extremo, y colorea de un igualmente extremo primitivi ‘mo Ia vide en las fronteras expansivas de la nueva economia hispano ‘americana: en el Buenos Aires del boom pecuario los viajeros hallan ta salvaje el aspecto de los ganados como el de los pastores; en Venez Ja, durante a febril expansion del café, observadores apresurados n siempre perciben el lite sutil que separa a los cafetales de la jun ePor qué? Porque hacendados y cafetaleros trabajan con tierra ab dante, pero con capital tan escaso quo parece més decoroso mencionar Ia tasa de interés mensual que la anual. Esta, en efecto, s6lo en tiempos di relativo estancamiento duplica la usual antes de la emancipacidn; cuando le expansién se acelera puede Megar al 2 y 3 por 100 mensual. fuerza de trabajo es igualmente escasa y es preciso pagarle un salar ‘Tercera parte, En busca de un nuovo orden hispancamericano a3 ‘cuando el capital es tan costoso. En esta etapa, In caida de precios (és- tos bajan, en efecto, secularmente, pero més despacio que los industria- les) no impone, por cierto, mejoras tecnolégicas destinadas a aumentar Ia productividad y abandonar un estilo productivo que sin duda derrocha uno de los factores de produccién. El resultado es una expansién cuantita- ‘iva en un marco que incluye algunas innovaciones teenolégicas menores, como en el Rfo de la Plata el balde voleador, que reduce a la mitad Ia fuerza de trabajo necesaria para dar de beber al ganado cuando faltan cursos de agua, que se fabrica con un par de palos, tientos de cuero y cuero sin curtir y —como iinico insumo industrial importado— una tole dana, La expansi6a tiende asf a mantener, ¢ incluso a agravar, el arcaismo heredado. Sobre esa base eahen expansiones vertiginosas: en 1850, el Rio de la Plata habré decuplicado en valor, y mis que decuplicado en volumen, sus exportaciones pecuatias de 1800, pese a que Ia guerra ha disminuido drdsticamente la participacién de las zonas que las habian dominado en la €poca colonial; Venezuela habré triplicado sus exportaciones agrico- las, més diversificadas, en que el café ahora domina aunque el cacao con- serva un Iuger, y las ganaderas no estén qusentes. En contraste, salvo en Chile, las zonas mineras se han limitado » recuperar los niveles de los altimos afios coloniales (es el caso de México) o se mantienen por debajo de ellos (asf en Nueva Granada, Perd y més atin Bolivia). Chile —se ha indicado ya— seré la excepci6n. Aunque aqui las con- secuencias negativas del clima econémico dominante se hacen sentir tan negativamente como en otras partes, las contrarresta la ubicacién més favorable de las zonas mineras, que reduce los costos de transporte por tierra y, sobre todo, la riqueza de éreas recién descubiertas (1831, plata de Chafarcillo). Estas ofrecen mayores provechos con inversiones mas modestas que las explotadas de antiguo, cuya rehabilitacin exige inver- siones ingentes y en las cuales les venas més ricas a menudo han sido ya explotadas: aun en México la modesta rehabilitacién alcanzada para ‘mediados del siglo debe més a la produccién nueva de Zacatecas que a Jos centros tradicionales. Entre la getteralmente deprimida minerfa y esas formas de ganaderia y agricultura capaces de adaptarse al clima econémico postemancipatorio fe ubica la agricultura de plantacién, que habia tenido en Hispanoamé- rica continental sélo gtavitaviGn lueal: en el drea del cacao en Venezue- Ja, en el Alto Cauca neogranadino, en la costa peruana, en los valles de transicién a las tierras bajas al sur de la ciudad de México, Esta se acli- mata de momento menos bien a la nueva situacién, en parte por Ia falta de la mano de obra esclava antes predominante. La escasez de capitales 7 oa 1 apc maton ot ae ee cn, ol Jos paises herederos de las sntiguas colonias habian sufrido entorpeci« Pinca Caan aera cola de la costa peruana, a . ee ee coe eee sepa age nel gran nb se laos dejados en la fuerza de trabao por Ia movilizacion de los eclvos Men bance ems tn nk SP Sec ct, ee de brazos» sobre Ia cual las lamentaciones van a ser frecuentes) parecen en cuanto a la mineria, cuyo general estancamiento alivia la necesidad Soon a es omen eh me Las nuevas condiciones de la economia crean ast una brecha mas angosta de lo esperado para la expansién. Esta abre, a ‘pesar ‘de todo, posibilidades de acumulacién; sin duda, ahora como en la ‘primera, etapa oe a er aprovecharlas mejor. Junto con ellos, sin embargo, hay otros que pueden inte ce ee cou saa mn eo cerca oa am conan tubros de muy limitadas necesidades de capital (como Ia ganaderia rio- platense) 0 en que se obtienen ganancias excepcionalmente altas (como. en la mineria chilena de la plata) aleanzan a independizarse de fuen- tes externas de capital, y defender entonces ‘mejor su parte en los lucros. ‘Tervera parte, En busca de un nuevo orden hispanoemericano 215 Est lejos de ocurrir siempre asf: Ia excepcional expansiGn del café vene- zolano, apoyada en un endeudamiento masivo de los productores, dejar como secuela —al cesar la bonanza de precios— tensiones entre éstos, en riesgo de perder sus tierras hipotecadas, y la oligarquia financiera cara- uefa. Esto se agrege a las causas de Ia inestabilidad politica que pone fin a la reptiblica conservadora. Junto con esas reas expansives de la economfa hay un desemboque rival para los escasos recursos de capital. Una salida tan atractiva como peligrosa: el erédito al Estado. El aparato militar legado por las luchas emancipadoras es més de lo que aquél puede sostener con sus recursos cordinarios; las tentativas de reducirlo slo van a tener éxito relativamen- te duradero en unos pocos de los nuevos Estados (Venezuela, Nueva Gra- nada y, en menor medida, Chile). En México, Peri o el Rio de la Pl ese desequilibrio heredado va, por lo contrario, a acentuarse. Hay para 41 una solucién vista en la época con menos indulgencia que en etapas més tardfas: el uso de moneda de papel. La necesidad imponia a menudo ‘lvidar eseripulos y recurtir a ello, y lo que limité su empleo fue sobre todo Ia resistencia del ptblico a aceptarla; s6lo Buenos Aires pudo em plearla sisteméticamente a partir de 1826. Revelado ese recurso como ineficaz, Ia alternstiva era precisamente cl crédito: desde México hasta Montevideo un mundillo de prestamis- tas-especuladores, los aborrecidos agiotistas, establece con el fisco una relacién recfprocamente parasitaria: impone condiciones leoninas, pero no cs inmune a los manotazos desesperados de un Estado indigente. Los agio- tistas se trasforman en elementos importantes, eunque no siempre osten sibles, de la vida politica, Sus exigencias suelen agravar la penuria del Estado y asf intensificer sus dificultades politicas; a este efecto evidente s© suma a menudo otto influjo no siempre mas disereto; entre Ios inte- grantes de esa menuda comunidad financiera y los del grupo no mucho iis vasto de protagonistas politicos se dan alianzas preferentes cuyo peso es a veces decisivo: en México, Santa Anna fue seguido en sus complejas cevoluciones politicas por un fidelisimo —y temible— séquito de apiotis- tas, a los que sus enemigos acusaban de financiar sus empreses de con- quista del poder para reservarse luego lo mejor del botin de la victoria; en Montevideo, el general Rivera mostré también més constancia en man- tener esos lazos que en sus lealtedes estriciamente politics. La economia y las finanzas imponen asi duros limites a las experien- cias politicas que se inician; las més exitosas serdn Jas que aprenden a acatarlos, pero ese aprendizaje se va a dar a través de intentos de elimi nar 0 ignorar su poderoso dominio, lo que agrega azares y contratiem- pos a le etapa de experimentacién que sigue al cierre de la lucha por la Independencia. m 216 Historia de Amésica Latina, 5 Una etapa de experimentacién politicea EI proyecto boliviano. Cuando se evocan los experimentos politicos de la déveda de 1820, los de signo liberal parecen dominar. El més ambicioso de lodus, sin emburgo, roma desde el comienzo distancia frente al liberae lismo, y en su avance agrega razones, dimensiones e intensidad nuevas @ ese rechazo inicial. Durante la Jucha por la independencia, Bolivar habia buscado en el ‘apego literal a las férmulas de gobierno representativo propias del cons: titucionalismo liberal una de las razones més serias de Ins derrotas sue fridas por Ia revolucién tanto en Nueva Granada como en Venezuela, duda, su argumento se tornaba més persuasive porque se aplicaba una situacién de guerra, pero ya entonces Bolivar no lo juzgaba valida Gnicamente para esa situacién: eran los defectos de cardcter y educacién hneredados de Espaiia y de la experiencia colonial los que hacian impos ble un auténtico gobierno libre en Hispanoamérica. La experiencia acue mulada en Ja guerra misma agregaba razones para el pesimismo: para Bolivar se habian socavado rasgos del orden colonial cuya vigencia se guia siendo necesaria para asegurar Ia supervivencia de cualquier orden politico, desde el equilibrio demogréfico entre las castas (los claros de- ados por la lucha —el Libertador estaba convencido de ello— habian desfavorecido a la poblacién de sangre europea, demasiado poco numero 58) hasta el necesario acstamiento esponténeo a la posicién eminente quienes por origen y fortuna se hallaban en le cima de la sociedad. La ex Esto ciltimo rasgo era sin duda menos excepeional —en el clima ideo [gico dominante en Hispancamérica en la década de 1820— que autoritarismo con el que buscaba integrarse. Uno y otro rasgo eran, todo, menos contrarios al cima de ideas dominante que la justficacién que Bolivar preferfa para ambos: su autoritarismo y su hostlidad al avance de la democracia se inspiraban ambos en la preocupacién pot contrartestar —o por lo menos limitar— la erosién del viejo orden que fra consecuencia de la revolucién y la guerre, Mientras el liberalism de la década de 1820 proponfa innovaciones, a veces no muy alejadas dc las preferidas pur Bolivar, que presentaba como 1a culminacion del procsso emancipador, Bolivar preferfa ver en ellas el medio de devolvet eficacia a lo que del viejo orden no hebia muerto para siempre. Ese retorno al pasado no se apoyaba en ninguna imagen idealizada del viejo orden: Bolivar le reprochaba con més energia que nunca el haber ‘Tercera parte, En busca de un nuevo orden hispancamericano a7 formado una humanidad que slo podia ser gobernada tel como ese orden lo habia hecho. Por afiadidura, ese redescubierto conservadurismo, inspirado en un pesimismo acerca del futuro antes que en nostalgia dei pasado, encontraba su limite en la lealiad de Bolivar al nticleo tiltimo de su. VoedciGn libertadora y revolucionaria: este hombre de temperamento fuerte, cuyo autoritarismo fue fortalecido por una experiencia que a cada paso le confirmaba su superioridad frente a quienes osaban discu- tir su direccién del movimiento revolucionario, veta en el autoritarismo sélo un mal necesario: la introduccién de éste en su proyecto politico estaba sobre todo destinads @ salvar lo que seguia haciendo de él un pro- yecto republicano, Si visto a la distancia Bolivar puede aparecer como tuna figura napoleénica, ese supuesto modelo era para él un modelo negativo: lz confiscacién de la Republica para incorporarla al. patri- monio de una persona y una familia hubiera privado de sentido una vida puesta al servicio de la revolucién, Porque Boliver es, en efecto, un revolucionario, y no un aventurero capaz de explotar genialmente las oportunidades de una coyuntura revolucionaria; su creciente autorita- rismo y antidemoeratismo buscan salvar lo que atin puede ser salvado de una revolucién que traté de arraigar en tierra inhdspita y se conta ‘min6 gravemente en el azaroso camino que la levé finalmente a la vic- tora Se ha sefalado ya un elemento del antiguo orden cuyo rescate se le aparece esencial para Ia supervivencia del nuevo: es el de un equi librio étnico y social que asegure Ia preeminencia a las élites criollas. La solucidn politica adecuada —que también ha de servir para conciliar 1 motivo autoritario-entralista y el liberal— es de abolengo irreprocha- blemenie tradicional: la adopcién de una forma de gobierno mixta, que integra y equilibra los principios de le democrecia, Ia aristocracia y Ia monarqufe. La constitucién que redacta para Bolivia oftece la expresién més completa de la solucién bolivariana @ los problemas vinculados com Ja organizacién interna de los nuevos Estados: en 1826, cuando la redac- taba para la replica que habia tomado su nombre, Bolivar esperaba verla adoptada por las demés, desde Venezucla hasta el Perd. El texto mismo era menos original que el complejo proceso de reorientacién ideo- logica que en é habia hellado provisional expresiGn: la constituciSn boli- variana se parece a ta adoptada por la Francia revolucionaria en el um- bral de su transformacisn en imperio. Comprende una presidencia y un senado vitalicios, una cémara de censcres y otra de tribunos, la ereacion de cuerpos clectorales regionales en los cuales Bolivar quiere ver un hhomenaje al federalismo, pero que tienen por funcién primordial poner distancia entre el poder y su temible fuente: el pucblo soberano... La constitucién bolivariana fue ju2gada aberrante no s6lo por Ia extrema aie Hora de Amd Lat i sop xp ales case ete, como la presidencia vitalicia, i acre ht 2 al Deer mate Tage dels eae ec Oe eal de toda as antiguas calonias en un stoma polio que conserves tado del Congreso de Panamé, convocado en diciembre de’ 1824 reunirse en 1826: a mas de los territorios colocados bajo la influene directa de Bolivar, slo México y América Central enviaron represe fanies, y tnicamente Colombia iba a ratificar los scuerdos aleanzad en Panamé. Gran Bretafa y los Paises Bajos enviaron observacores, To delegados de los Estados Unidos hallaron modo de quedarse en el cats no. El Congreso no podia considerar un éxito; aun en st fracaso refleja en Bolivar una conciencia més aguzada que en el resto de la dirigencia revolucionaris de los problemas que planteaba a Hispanoamérica su te- uubicacién en el sistema politico atléntico, y a la vez el reconocimiento de que las soluciones centalistas, que habla esperado contrarrestaran Ia disgregacién dejada en herencia por la revoluciGn y la guerre, no contac bban, por los avances de esa disgregacién, con la base necesaria para im Ponerse: complemento de esa laxa confederacién americana debia ser luna algo més estricta entre las repablicas por él liberadas, EI lezo entre las antiguas colonias no quedarfa asegurado tan séla Por ese sistema de alianzas permanentes y vinculos confederales. En la mente de Boliver debfa ser consolidedo por un agente externa: Gran Bretalia, como protectora de hecho de las nuevas reptblicas, debia con- vertirse en su aliada privilegieda, a In vez que en su més importante interlocutora mercantil. La relacidn con Gran Bretaia serfa ast el ele- mento dominante y casi tinico de Ia politica exterior de las nuevas rept blicas, y debia protegerlas, a la vez que contra las fucrzas disgregadoras gue Mevaban en au sen0, contra el peligro del Norte: Bolvar Yla eh efecto con extrema y proféica alarm el dinamismo expansive de ls Esa alarma —que ha ganado a Bolivar el reconocimiento de tantos antiimperialistas de hoy— nacia en parte de a proyeccién a le ecfera de as relaciones internacionales de otra que éstos hallarian menos ad. tirable: ra la que despertaba en Bolivar el potencial expansivo de la democracia, euyo representante en el sistema mundial era a su jucio los Estados Unidos, y que parecia particularmente dificil de frenar en His ‘Tercera parte, En buses de un nuevo orden hispancamericano 219 panoamérica: se ha visto ya e6mo a su juicio sélo una restauracién tan completa como fuese posible del antiguo orden podia hacer menos inevi- table su triunfo total. Se advierte hasta qué punto los proyectos de nuevo orden interno ¢ internacional eran en Bolivar solidarios, y también cémo las aspiraciones subyacentes lo integraban més de lo que él mismo advertia en el con- senso ideol6gico de Ia élite postrevolucionaria, incluidos equellos que se definian a si mismos como liberales. Conservar en beneficio ahora ex- clusivo de le élite eriolla las jerarquias del antiguo orden e innovar sobre Ge, primordialmente mediante el establecimiento de un lazo externo poli- ticamente menos rigido y menos oneroso a los intereses fiscales y econd- ‘micos de tas antiguas colonias {no habfa sido el desenlace sofiado para el proceso emancipador por quienes lo habian desencadenado desde Ca- racas hasta Buenos Aires? sa coincidencia bésica no impedia, sin embargo, que tanto Bolivar como sus contemporéneos consideraran st. proyecto politico como pun- tualmente opuesto a los que iban a disputarle el terreno en la década de 1820. Se han sefalado ya dos elementos que sus contempordneos solfen hallar chocantes en ellos, Uno era la aspiracién a dar compleja envoltura institucional a datos y tendencias de la realidad que estaban lejos de ad ‘uirir con ello la presencia vigorosa que Bolivar queria conferirles por ‘ese medio. Otro era la distancia frente a la experiencia emancipadora misma, que —més que una promesa, aun incumplida, pero siempre vi- gente de redencién— parceia haber aporiado, a jicio de Bolivar (por Jo menos en sus momentos més desesperanzados, Ia confirmacién y exac- peracién de los males heredados de Ia colonia: en ese juicio cerradamen- fe pesimista la generacién que habia lanzado el proceso emancipador se negaba a reconceer una imagen vélida de su propia obra, ero la disidencia de Bolivar frente al consenso postrevolucionario te- quizé més importante: los més liberales dentro de ese consenso aspiraban a completar la emancipacién, a borrar por entero la herencia del antiguo régimen; quienes descubrian frente a ese pasado tun eco de nostalgia que no estaban dispuestos a confesarse ni aun a s{ mismos lo juzgaban ya imposible de resucitar; la consecuencia fue ‘que esa élite criolla que en la intencién de Bolivar debia ser la prota gonista y la beneficiaria de su proyecto politico revel6 pronto que care- cia a la vez de la posibilidad y de Ia ambicién de desemperiar ese papel en el marco politico-institucional definido por el proyecto bolivatiano. Este, en sma, se apoyaba en la nocién de que Hispanoamérica debia op- tar entre el antiguo orden y el desorden; primero los liberales —negé dose a aceptar toda transaccién con ese pasado que Bolivar seguta hallau do tan detestable como ellos— y Iuego los conservadores —aceptando \09 Historia de América Latina, 3 @ ofrecer a 1a vez las claves y la solucién Ello ocurrié incluso en esa repiblica de Colombia nacida de sus victor tias y trasformada en Ta plataforma para su influjo continental. En la 44 través de intervenciones discontinuas en favor de tendencias con nite guna de las cuales puede identificarse por entero. En Colombia, como en el resto de Hispanoamérica, es en cambio el proyecto liberal el que ‘ogra ubicarse en el centro del debate politico, al precio de transformarst en el nudo de las tormentas politicas de esa década borrascosa El proyecto liberal Se ha sugerido més arriba que las soluciones liberales —Jo mismo ue 12s del proyecto bolivatiano— hacian suyos no pocos de los motivos dominantes en un consenso de ideas cuyo imperio permaneefa en buena medida implicito. Charles Hale, en el pr6logo a su libro EI liberalisma ‘mexicano en la época de Mora, nos cuenta su sorpresa al descubrit cuén Sélidamente conservador habia sido en tantas cosas ese padre fundador del iberalismo mexicano y figura representativa de una etapa de pensa- tiento hispanoamericano que fue el doctor José Matia Luis Mora, As, el recelo a Ia ignorancia de las masas —agravado cuando son predomi, nentemente indias, o tenidas por tales— expresa sin duda en el Tengu del liberalismo esa adhesién @ una imagen jerarquizada de la sociedad que es comén a toda Ia élite eriolla, y excluye de ese primer liberalismo hispanoamericano todo motivo democrético, Para una posteridad obsesionada por las revoluciones sociales del siglo xx basta a menudo advertir que Ia audacia innovadora de ese pri mer liberalismo se detiene frente a las jerarquias sociales vigentes para concluit que el escéndalo que evocs se basa en un malentendido, Pero Ja presencia de un érea de consenso sin duda importantisima no hacia ‘menos desgarrador el conflicto desencadenado en torno a otres que ata. ‘ian tamblen @ aspectos esenciales de la vide hispanoamericana, En el liberalismo de la década de 1820 conflufan tendencias y trae diciones sélo parcialmente armonizadas en el reino de las ideas y no slem- pre capaces de orientar univocamente cursos de accién. La més evidente Tercera parte. Bn busea de on aueyo arden hispanoameticano za «8 Ia adhesién al modelo liberal-constitucional, no ya como uno entre varios posibles, preferible a otros por tal o cual rezén precisa, sino como uno de los rasgos necesarios a la vida civilizada a esa altura de siglo xtx. sa adhesin no es, sin embargo, exclusiva al liberalismo; le es més propia la disposisidu w Mevar husta sus extremos la implantacion de ese ‘modelo politico, hecho extensivo aun a reformas que en ultramer reco: nocieron inspiracién democrética, aunque no era seguro que la conser vyasen en su versiGn hispanoamericana, Entre ellas cuenta, en primer tér ino, el federalismo que —segin una nocién entonoes muy aceptada— ofrecia el marco institucional més adecuado a la democracia, No pocos vieron en el federelismo a veces adoptedo por los liberales ms extremos tuna confirmacién de que —Io advirtiese 0 no— su accién abria una bre- cha para nuevos avances democréticos. Bolivar en particular lo iba @ creer asi, y nunca dejaria de extrafiarse de la simpatia que tantos en Ia élite eriolla mostraban por una orientacién politica que amenazaba soca- ber su posicidn en la sociedad. Aunque el liberalismo se identificaba a veces con soluciones fede- rales (México, Venezuela y Chile, pero no en esta etepa en Nueva Gra- nada o el Rio de Ia Plata), la afinidad era generalmente reconocida, En Ja orientacién federal es diffeil no ver las aspiraciones de los excluidos por la élite principal de cada nuevo Estado, a Ia cual la solucién cen- tralista facilta una gravitacién politica, Ast crey6 advertirlo en México ese agudisimo observador y firme amigo de las fuerzas conservadoras que fue el briténico Ward; para él el liberalismo mexicano eta, sobre todo, 1a expresién politice de las élites letradas provincianas, y Ward deploraba que sus aliados mexicanos no las satisfcieran con algunas mi- agjas del festin burocrético. Solo excepcionalments Iss cosas son tan cla- yas como se le aparecen a Ward en el México de 1827; no solo son variadas las orientaciones politicas, sino también las inserciones en la sociedad de quienes prefieren —por motivos también muy diversos— Ta solucidn federal o Ia centralista. ‘Asi parecen entenderlo Ios contemporéneos: al federalismo de algu- nos liberales, asi como al perfeccionismo institucional que es resgo més comtin entre ellos, le reprocharén sobre todo su irvelevancia en la excué- lida y debilitada Hispanoamérica que emerge de la ctisis de indepen dencia, Centralistas 0 federalists, los liberales buscaban a tcavés de Ia refor- ma del Eatado correr cl hiato entie éste y In suviedad: innovaciones In- ‘roducidas en orden disperso, como Ia instauracién de jurados de impren- fa (que sin duda limitan la libertad de prenss, pero la aseguran mejor que ta censura pretrevolucionaria y la arbitreriedad administrativa que Ja reeemplazé mientras duré la luche, y, sobre todo, dejan a la opinién 22 Historia de Amévica Latina, Piiblica establecer concretamente en ada caso los limites dentro de cuales esa libertad es garantizada) o la descentralizacién del control toral suclen reconocer esa inspiracién, Ahora bien, en ausencia de quiet aspiracién democrética, el acercamiento entre Estado y sociedad nifica, sobre todo, acercamiento entre éte y le élite: se entiende aaf Simpatia de tantos de sus integrantes por ef liberalismo, en la que var se obstinaba en ver una alianza antinatural de arisiGeratas siguiente: esa fuerza armada, que en la Europa 0 etior a ta como tn ejécito del pueblo, en su versin hispanoamericana un ejército de los hacendados, Como antes, lo que finalmente aparta a la oj Soluciones liberales (0 més bien del espititu con que fueron primero Puestas, pues més de una de ellas iba a perdurar) no es el temor a sus potencialidades democraticas, 9 fetigads Hispanoamérica nada necesita menos, por el momento, que politica de reformas audaces, capaz de agregar nuevas razones de di ‘Poco propicias, Las ambiciones de reforma do los liberales no se circunscriben, efecto, tan sélo al drea politica. Hay toda otra dimensién del idea liberal en que éste se muestra heredero y continuador del reforms borbénico, en su versién més ambiciosa: la que se habia propuesto ab kos lazos comunitarios y corporativos que impedian a la sociedad y a campesinas indigenas; el proyecto no despert6 ninguna vive oposiel de principio, pero su vastedad misma impidié que las tentatives del varlo a Ta préctica avanzasen demasiado, i sge:S5I fetaba el otro gran obstéculo legal a la realizacién plena de ese ideal: el patrimonio de la Iglesia y de las Grdenes, retirada de los canw. Jes normales de circulacién econdmica. Aqut venfa el liberalismo a reco. over un adversario que volveria a encontrar oponiéndose a més de una de sus demés aspiraciones, y a confirmar asf que la reforma politica y Ja econémico-

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