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El rey imprudente: la biografía esencial de Felipe II

Geoffrey Parker es un historiador británico y uno de los mayores conocedores de


historia militar e historia moderna europea. Empezó a investigar documentos para
una biografía del rey en la década de 1960, tomando como fuente principal los
memoriales ológrafos que intercambió con sus principales consejeros; estos
documentos, que pertenecieron a la Colección Altamira, se encuentran ahora repartidos
entre distintos archivos en Nueva York, Madrid, Ginebra y Londres.
- En 1984 Alianza Editorial publicó el ensayo Felipe II, pero la visión del rey ha
cambiado bastante desde entonces. Hay muchas fuentes nuevas o que se han podido
consultar por primera vez, sobre todo miles de memoriales ológrafos pertenecientes al
antiguo archivo de los condes de Altamira y hoy en la Biblioteca de Zabálburu, en
Madrid, que no estuvieron a disposición de los investigadores hasta 1987 debido a una
disputa testamentaria. Además, cuando el autor escribió Felipe II la Leyenda Negra1
aún seguía viva, especialmente en Holanda e Inglaterra, y quizá por eso fue más
indulgente hacia la figura del rey, pero, aunque otros la apreciaron más, el autor se había
vuelto «más exigente para con Felipe II».
- En 2010 público, en Editorial Planeta, Felipe II. La biografía definitiva. Pero al
tiempo de publicado el libro Parker encontró una valiosa fuente de información sobre el
rey Felipe en los fondos de la Hispanic Society of America, en Nueva York: en torno
a tres mil documentos, salidos del despacho del rey y sus secretarios privados Mateo
Vázquez y Jerónimo Gassol, que una vez fueron parte de la Colección Altamira. La
incorporación de los nuevos documentos procedentes de la Hispanic Society marca una
importante diferencia entre El rey Imprudente y La biografía definitiva. Otra es su
extensión. El anterior trabajo aporta toda la documentación sobre los episodios más
polémicos de la vida del rey.
-En 2015 público El Rey Imprudente. En 1599 Antonio de Herrera y Tordesillas
completó el borrador de la historia de los últimos tiempos encargada por Felipe II. En él
señalaba que «todos los reyes del mundo, y en especial los de Castilla y de Aragón»,
habían utilizado un «sobrenombre» como «el católico» o «el Sabio», por lo que facilitó
al Consejo Real una lista de aquellos que él consideraba apropiados para el difunto rey:
«el Bueno, el Prudente, el Honesto, el Justo, el Devoto». El consejo los aprobó, y
Herrera publicó su obra Historia general del mundo del tiempo del señor rey don
Felipe II, el Prudente, dándole al rey el sobrenombre que desde entonces se ha hecho
universal.
¿Por qué Imprudente? En el libro el autor sostiene que Herrera se equivocó al elegir el
epíteto regio ya que algunas de sus decisiones condenaron a España a malgastar sus
recursos, especialmente contra Inglaterra empezando en 1571 cuando por primera vez

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La leyenda negra española es un movimiento propagandístico antiespañol promovido por escritores ingleses, holandeses y de
otras nacionalidades durante el siglo XVI, cuyo objetivo era reducir el prestigio e influencia del Imperio español en su Siglo de Oro.
A pesar de originarse en tiempos de fuerte rivalidad política, comercial y religiosa hace más de tres siglos, algunos historiadores
sostienen que la leyenda ha llegado hasta nuestros días en forma de interpretaciones falseadas de tinte antiespañol sobre episodios
históricos como la conquista de América o la Inquisición.

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gasto mucho dinero para destronar a Isabel Tudor. La Armada no fue el único sueño
caro. La guerra de las Alpujarras también era innecesaria.
Los documentos de la Colección Altamira son únicos. Felipe II tramitaba por escrito
todos los asuntos que podía, y sus mensajes para los ministros de mayor rango —a
menudo escritos en los márgenes de los informes que le llegaban— abordaban
informaciones, peticiones y problemas que arribaban a su mesa desde todas las partes
del mundo. Él resolvía algunos asuntos en un solo documento; otros, en una serie de
intercambios que se prolongaban varios días o que podían cerrarse en la misma jornada.
A menudo, Felipe II caía en una verborrea que no solo revelaba los procesos mentales
que subyacían a sus decisiones, sino que también mostraba detalles de su vida personal:
cuándo y dónde comía y dormía; qué acababa de leer; qué árboles y flores quería que se
plantasen en sus jardines (y dónde); cómo las afecciones que padecía en los ojos, las
piernas o la muñeca, o un resfriado o un dolor de cabeza, habían retrasado su
correspondencia. Muchos mensajes se ocuparon también de lo que sus ministros
llamaban despectivamente «menudencias», es decir, decisiones que ellos consideraban
innecesarias. Por ejemplo, un muchacho morisco afirmaba que podía detectar dónde
había agua en el palacio de El Pardo, dónde necesitaban riego los jardines. Respuesta
del rey: «Sí, pero solo tendrá una oportunidad». ¿Dónde han de colocar los
constructores «las necesarias» en El Escorial? «Hagan estas necesarias de manera que
no den olor a la pieza de los mozos de la cocina». La afición del rey a estos asuntos
triviales irritaba y, en algunas ocasiones, enfurecía a sus ministros, en parte porque el
mismo documento en que se trataba de los zahoríes o de la situación de los retretes
podía incluir una decisión vital para el destino de la monarquía: cómo convencer a don
Juan de Austria para que se marchase a los Países Bajos y aceptara ser gobernador
general; si firmar o no una tregua con el sultán otomano; cuándo y cómo invadir
Inglaterra (por tomar tres ejemplos de un mismo año, 1576). En la mayoría de sus
respuestas, el rey pasaba de los asuntos públicos a los personales sin previo aviso,
según las diferentes ideas que le cruzaban por la mente. En consecuencia, sus
desbordados ministros se veían obligados a leer cada palabra que escribía. Al igual que
los historiadores.
La extensión de su monarquía, en combinación con la larga duración de su
reinado, produjo un exceso de documentos y de datos. «Filipizar» (como Prescott
bautizó su tarea de biógrafo del rey) es trabajo para toda una vida. Paradójicamente, el
segundo obstáculo interpretativo al que se enfrentan los biógrafos de Felipe II parece
contradecir al primero. Aunque un equipo de historiadores diligentes y
minuciosos juntaran sus energías y lograsen consultar todos los documentos relevantes
que se han conservado, muchas cuestiones continuarían siendo oscuras porque, por
más que el rey pusiera por escrito más pensamientos y decisiones que prácticamente
ningún hombre de Estado, por lo general instaba a sus ministros a seguir sus
instrucciones «con secreto y disimulación» (una expresión habitual en su
vocabulario) y, por ello, comunicaba muchas decisiones oralmente («de palabra y no
por escrito»). También, en ocasiones, procuraba destruir todas las pruebas escritas
con el fin de ocultar lo que había hecho. Por añadidura, como escribió el emperador
Carlos V en sus célebres Instrucciones secretas para su hijo en 1543, algunas decisiones
políticas «están tan oscuras y dudosas que no sé cómo dezyrlas ny qué os devo de

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aconsejar sobre ellas, porque están llenas de confusiones y contradiçiones, o por los
negoçios o por la conçiençia». Al igual que su padre, Felipe tomó algunas decisiones
que parecían tan «llenas de confusiones y contradiçiones» que ni siquiera se veía capaz
de explicarlas a sus colaboradores más estrechos. Así, en 1571, el desbordado
entusiasmo de Felipe por un plan totalmente descabellado para «matar o prender» a
Isabel Tudor desconcertó a sus consejeros. «Estraña cosa es quán de veras Su Magestad
está en lo de Ingalaterra», escribió el doctor Martín de Velasco, un pragmático letrado
que había servido al rey durante más de veinte años, y se maravillaba de «quán poco le
ha resfriado el aviso que la reyna tenga entendido» el plan. Por tanto, concluía Velasco,
«va Su Magestad en este negocio con tanto calor que cierto parece bien cosa de Dios», y
por eso todos debían dejar su escepticismo de lado y disponerse a «ayudar y promover
tan santa determinacyón».
¿Cómo pueden los historiadores modernos comprender asuntos que parecían
«impenetrables e inciertos» incluso para sus protagonistas? Un recurso obvio es el
testimonio de los observadores contemporáneos de Felipe y su corte, pero aquí nos
encontramos con otro obstáculo, es necesario desconfiar del pincel de los
contemporáneos, guiado casi siempre por la adulación o por el odio». Y, de hecho,
como observó Robert Watson (contemporáneo de Voltaire y primer biógrafo escocés
del rey): «Jamás hubo personaje pintado por diferentes historiadores con colores más
opuestos que Felipe». Hay, sin embargo, una excepción importante: los despachos de
los embajadores, de una docena de Estados extranjeros, que residían en la corte de
España. Cada uno de ellos dedicó su tiempo, su dinero y su energía a quitar el velo de
«secreto y disimulación» tejido expresamente por el rey para ocultar a otros sus
decisiones y sus planes. Las fuentes diplomáticas abarcan desde Ruy Gómez de Silva (el
privado portugués de Felipe que compartía con regularidad secretos de Estado con su tío
Francisco Pereira, el embajador portugués) al bufón enano francés de la reina Isabel
(quien, como olvidó todo el mundo menos el embajador francés, la acompañaba
constantemente y prestaba oídos a cualquier cosa que se decía). Los despachos
diplomáticos basados en fuentes tan bien informadas proporcionan una perspectiva
crucial sobre el proceso de toma de decisiones. El último obstáculo para comprender
a Felipe II es menos fácil de superar: su exaltada condición. El historiador militar
Eliot Cohen subrayaba «las dificultades que tienen los escritores para ponerse en el
lugar de un dirigente político en tiempo de guerra», ya sea rey o plebeyo, pues esos
dirigentes soportan «múltiples responsabilidades y sufren tensiones» que han
experimentado muy pocos autores. Cohen argumentaba que esta distinción constituye
«el mayor obstáculo para un sólido juicio histórico sobre la calidad de un estadista en
tiempo de guerra».
En su celebrada biografía Felipe de España, Henry Kamen no mostró tales reservas.
En vez de ello, sostuvo que, a diferencia de todos los demás estadistas en tiempos de
guerra, Felipe II había logrado evitar de algún modo estas «múltiples
responsabilidades»: En ningún momento tuvo Felipe un control efectivo de los
acontecimientos ni de sus dominios; ni siquiera de su propio destino. De ahí que no se le
pueda responsabilizar más que de una pequeña parte de lo que, a la postre, ocurrió
durante su reinado... Era «prisionero en un destino en el que poco podía hacer». Lo que
le quedaba era jugar las cartas que tenía en la mano. El autor no puede aceptar un

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determinismo tan extremo. Ciertamente algunos «acontecimientos», e incluso
algunos «dominios», escaparon ocasionalmente al «control efectivo» de Felipe, del
mismo modo que escapan periódicamente al «control efectivo» de todo estadista en
tiempo de guerra. Sin embargo, Felipe pasó su vida tomando decisiones que le
permitieran mantener o recuperar la iniciativa. En 1557 enviaba órdenes, escritas de
su puño y letra, «a la una ora de medianoche». Las decisiones tomadas por Felipe
durante estos largos días de trabajo podían tener consecuencias trascendentales. En 1566
su negativa a prorrogar los mandatos concedidos por su padre cuarenta años antes a la
población morisca de Granada, y en su lugar imponer la conformidad religiosa en ella,
provocó una guerra civil que llevó a la muerte a no menos de noventa mil españoles,
entre cristianos viejos y  moriscos, y al reasentamiento forzoso de unos ochenta mil
moriscos más. De modo parecido, la determinación del rey en 1571 de «matar o
prender» a Isabel Tudor convirtió a la soberana en una enemiga implacable que, durante
el resto de su reinado, ocasionó deliberadamente enormes daños y perjuicios tanto a los
súbditos de Felipe como a la reputación de este. Todavía más costosa, la decisión del
rey de reanudar la guerra en los Países Bajos en 1577 inició hostilidades que durarían
treinta años y causarían la muerte de decenas de miles de hombres, mujeres y niños,
aparte de costar cientos de millones de ducados. En estos y otros innumerables casos,
seguramente «tuvo Felipe un control efectivo de los acontecimientos» así como «de su
propio destino»: pudo haber tomado otras decisiones (prorrogar los mandatos, dejar
tranquila a Isabel Tudor, conservar la paz recién firmada en los Países Bajos), pero no lo
hizo.

En la biografía Parker rebela aspectos sobre la personalidad de Felipe, el


intercambio epistolar con sus hijas aporta un conocimiento único de la capacidad de
Felipe para amar. Luego de la muerte de su esposa, mientras Felipe proseguía su viaje
hacia Lisboa envió a las infantas y al príncipe hacia Madrid. Hasta su regreso en 1583
su único contacto fue epistolar: sus hijas mayores escribían con regularidad a su padre y
todos los lunes, este se sentaba con sus cartas a escribirles una respuesta. Cuando
margarita abandono España tras su casamiento con el duque de saboya se llevó consigo
cartas de Felipe y recibiría cien cartas mas de Felipe. Las formas de la correspondencia
resultan engañosas. Por un lado, Felipe nunca se dirigía a sus hijas por el nombre (vos la
mayor, y vos la menor). Por otro lado, afirmo que destruía sus cartas una vez que las
había respondido. Pero sus cartas están llenas de cariño y amor. El rey podía ser
bromista en sus cartas y a veces regañaba a sus hijas por ejemplo cuando se habían
portado mal.
Las prolongadas separaciones de Felipe con sus parientes les impulsaban a escribir
en sus cartas las cosas que de otro modo se habrían comunicado en persona. Felipe
mantenía correspondencia con su cuñado Maximiliano, también con su hermana María.
Leía sus cartas con atención porque muchas tenían anotaciones de puño y letra. En
general la correspondencia de Felipe con maría trataba del bienestar de sus hijos
residentes en la corte de España y a partir de 1570 empezó a aconsejar a Felipe sobre
crianza, recuerdos o favores para aquellos que le habían servido. La finalidad de esta
correspondencia eran mantener los lazos entre los tres hermanos “que tanto nos
amamos”.

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Todos sabemos que Felipe apoyo durante todo su reinado a la iglesia católica y
lucho porque todos sus territorios e incluso otro siguieran siendo católicos. Pero
además Felipe tenía una gran FE personal, nunca abandonaría las costumbres
religiosas aprendidas de chico: acude a misa, excomulga, se confiesa. Pasa mucho
tiempo con devociones privadas, su cuarto está lleno de imágenes devotas santos. El rey
también trata de movilizar la fe de otros en ocasiones ordena que los prelados llamasen
al rezo público para causas que él consideraba importantes (unión de la iglesia, la salud
de la reina, el final de una epidemia). Establecía cadenas de oración para solicitar
protección divina. Además, temeroso de que al menos que sus vasallos llevasen una
vida devota podría perder el apoyo divino, el rey apelaba a su clero para que instara a
sus feligreses a seguir el buen camino. Felipe también recurría a la intercesión de los
muertos para movilizar la ayuda divina. Mostraba una avaricia santa por las
reliquias. Reunió en el Escorial al menos 7.422 reliquias (cuerpos enteros, cabezas,
relicarios). Incluso cuando quedo ya postrado en cama (julio de 1598) aunque en las
últimas semanas el rey no podía moverse aun podía ver y escuchar, sus devociones
durante sus últimos días resultan reveladoras respecto a su fe personal. Guiado por su
confesor Felipe estudio ciertos pasajes de la biblia y obras espirituales. Tanto Isabel
como otros le leían y el los repetía hasta tres veces. El rey también encontró consuelo
espiritual en las imágenes en su aposento en San Lorenzo el rey tenia a todos los lados
de la cama y por las paredes crucifijos e imágenes. Los sirvientes del rey cada día
hacían una selección diferente de las reliquias para llevárselas junto a su lecho desde
donde el las veneraba y besaba. Además, el rey continuaba con sus habituales
devociones. Pedía que le rociaran con agua bendita, así podía lavarse los pecados,
pasaba mucho tiempo escuchando a sus predicadores, se confesaba regularmente y
recibió la extremaunción2 dos veces.
Felipe atribuía cada éxito y cada victoria a la intervención y el favor divinos “Dios
lo ha hecho” decía Felipe. Este racionalizaba cada fracaso y derrota como una prueba
divina a su perseverancia. Felipe no distinguía entre sus propios intereses y los de dios.
El entusiasmo de Felipe por la persecución de la herejía constituye el reflejo mas
famoso de una convicción que le llevaba a creer que sabía exactamente lo que dios
quería. Auspicio la quema en la hoguera de 300 protestantes en Inglaterra entre 1555/58
y mando ajusticiar a otros 300 mas en los PB entre 1556/65. Una muestra de su creencia
en la intervención divina fue el mausoleo que decidió crear para honrar a San Lorenzo
(santo) en honor a la batalla de San Quintin. El mausoleo se llamaría San Lorenzo el
Real, cerca del pueblo del Escorial en las inmediaciones de Madrid (nueva capital). En
1563 colocación de la primera piedra. En 1571 los frailes jerónimos cantaban misa por
primera vez en la nueva iglesia. El complejo incluía un palacio real, una basílica, un
panteón, una biblioteca, un colegio y un monasterio.
Sin embargo, pese a su evidente piedad religiosa los papas temían a Felipe porque
sus dominios rodeaban los Estados pontificios (Paulo IV). La visión mesiánica de
Felipe tendría consecuencias de muy largo alcance. Su absoluta certeza de que estaba
cumpliendo los mandatos de dios a veces le hacía poco realista en lo tocante a la
política. Por un lado, el rey se negaba a diseñar planes de contingencia porque si dios
luchaba del lado de España cualquier intento de prever un fracaso podía interpretarse
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ungir con aceite bendito (santos óleos) a una persona cristiana que está próxima a la muerte.

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como síntoma de falta de fe. Solía ignorar cualquier sugerencia de sus subordinados
respeto a la falta de realismo de sus órdenes. Estrategia basada en la fe: sus relaciones
con Inglaterra. El plan de reemplazar a Isabel por María Estuardo era incoherente.
La inquebrantable piedad y fe de Felipe lo llevo en varias ocasiones a ver el
fracaso e incluso la derrota como una señal de que dios los estaba poniendo a prueba:
convencido de que debía perseverar a lo largo del camino que había elegido. Aunque
podía quedar abatido temporalmente por una derrota que había sufrido como el desastre
de La gran Armada, pronto se las arreglaba para ver un hilo de esperanza. Como dijo a
un ministro en 1588 “yo espero que dios no habría permitido tanto mal como algunos
deben temer” y comenzó a planear una nueva invasión a Inglaterra. Esta confianza llevo
a Felipe a adoptar iniciativas poco realistas y a rechazar las presiones para cambiarlas
cuando empezaban a fracasar.
Parker describe a Felipe como un rey “muy trabajador” siempre esta con sus
papeles, en su oficio. El vasto de imperio de Felipe producía una gran carga de papeles
(correspondencia etc). Durante su reinado la mayoría de los asuntos llegaban a la mesa
de Felipe procedentes de trece consejos y una junta permanente en Madrid. Felipe
insiste en que todos los asuntos pasen por el (no delega el poder) lo que provoca una
gran tardanza en la toma de decisiones. Muchos se quejan de su interés por cosas sin
importancia, el rey a menudo se dilata escribiendo sobre menudencias. Parker reconoce
que las críticas que Felipe recibe tienen algo de razón, si bien este se queja de que las
muchas ocupaciones le impedían hacer las cosas que quería los mismos documentos
muestran que si podía encontrar tiempo para las menudencias que le interesaban.
Ejemplo: asignación de celdas a los religiosos. Según el rey la principal causa de los
retrasos eran las audiencias.
La ansiedad del rey por acertar subyacía a su insistencia en tomar todas las
decisiones importantes el mismo y dio lugar a un sistema de gobierno comprable a un
“panóptico” en el que solo la persona situada en el centro podía verlo todo. Pero este
método era peligroso. Felipe reducía a sus empleados a meros funcionarios. Antes de
dar aprobación definitiva a cualquier acción esperaba a que todo pareciere estar en
perfecto orden. Felipe nunca llego a comprender la necesidad de reconocer sus propias
limitaciones, sobre todo en las crisis que multiplicaban el número de decisiones
urgentes que debían tomarse.
Rivalidades entre los ministros de confianza del rey. Felipe introdujo una
innovación para contrarrestar el riesgo de que las rencillas y facciones dieran
oportunidad a sus ministros para engañarle. Insto a sus principales ministros que cuando
quisieran comunicarle algo y que solo el rey sepa había que especificar en la carta, para
el rey en a mano.
Felipe nunca renuncio a su control microscópico, el escorial es una prueba de
ellos. Cada hora que Felipe destinaba a estos detalles mientras tenía las
responsabilidades del estado comprometía su capacidad de solucionar cualquier
inconveniente que se produjera. Muy pocos hombres pueden sobresalir a la vez como
inspectores de obras y estadistas de superpotencias.

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A la muerte de Felipe este había dejado el imperio empeñado en dos guerras sin
terminar, una grave crisis económica en el interior y siete provincias de los PB todavía
estaban en rebelión. Muchos pensaban q había dejado su monarquía mucho más débil
que cuando retorno a España en 1559 y propusieron dos explicaciones:
-una herencia problemática: algunos echaban la culpa al tamaño de la monarquía. Los
fracasos eran debido a elementos estructurales, ni Felipe ni ningún otro gobernante
podría haber mantenido unida su herencia. En un principio esta parece la más verosímil.
Con el tiempo esta estrategia de imperialismo matrimonial, creo una estructura que era
en termino territoriales como políticos insostenibles. Se creo un estado que abarcaba la
mitad de Europa y luego América. Carlos v era el único común denominador de estas
vastas y diversas posesiones: su imperio no tenía ni una lengua ni una moneda
compartidas, ni leyes ni instituciones comunes, ni un plan de defensa conjunta ni un
sistema económico integrado. Era una ingenuidad esperar que un solo monarca
pudiera llegar a gobernar eficientemente, sobre todo cuando ese imperialismo
matrimonial perjudico la capacidad de generar sucesores competentes. Felipe tenía
tantas regiones de las que ocuparse que no podía ocuparse de todo, esta preocupación
creció cuando Felipe subió al trono de Portugal en 1580.
-un rey problemático: otros argumentaban que el problema no era que Felipe careciera
de suficientes activos, sino que los había empleado ineficazmente. Un monarca con
suficientes aptitudes políticas podría haber tenido éxito donde fracaso Felipe. La culpa
la tenía el agente no la estructura. ¿Acaso sus victorias iniciales (San Quintín, paz de
Cateau Cambresis) convencieron a Felipe de que era invencible cuando realiza lo que
entendía como la obra de dios? Cuando Felipe decidido que por el momento no quería
una tregua con el sultán otomano, resulto en un error catastrófico: una paz o tregua en
1559 habría dejado el mediterráneo occidental como un lago cristiano mientras que en
1577 cuando Felipe se aseguró el sece de las hostilidades el sultán se había apoderado
tanto de Túnez como de la goleta y había atraído a marruecos a su órbita.
La creencia de que estaba haciendo la voluntad de dios llevo a Felipe en persistir en sus
fallidos intentar de matar a Isabel a pesar de invertir inmensos recursos en ello y de que
los ingleses capturaron o hundieron embarcaciones y mercancías españolas cada año y
dañaron diversas posesiones de Felipe y tomaran Cádiz en 1596. Cuando llego la paz en
1603-4 Jacobo Estuardo se negó a satisfacer los tres principales objetivos de la guerra
de Felipe: retirar las guarniciones inglesas de las ciudades holandesas rebeldes,
conceder tolerancia a los católicos ingleses y reconocer el derecho exclusivo de España
a comerciar con América. Los recursos que gasto en Francia tampoco le produjeron
beneficios permanentes.

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