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POR UNA ETICA DE LA INTERVENCION

notas acerca de la dimensión ética de la


práctica psicológica

Alejandro Raggio

Versión corregida y brevemente ampliada del artículo con el mismo


nombre, presentado en el 2º Congreso de la Asociación Uruguaya de
Psicoterapia Psicoanalítica (AUDEPP)-"Intervenciones Psicoanalíticas",
Montevideo Agosto de 1994. Publicado en Lans, A. (Ed.) (1999),
Comunidad: clínica y complejidad (65-73), Montevideo: Multiplicidades.
"¿Cómo puede un ser atraer a otro
a su mundo, aún conservándole o
respetando sus propios mundos y
sus propias relaciones?"

G. Deleuze

La intención de estas notas es ubicar algunas cuestiones acerca de la dimensión ética


de la práctica psicológica, sus modos de intervención y sus tecnologías. Se debe
remarcar, desde ya, el nivel de la experiencia. La ética, lejos de lo que se cree, desde
sus orígenes, está ligada a los requerimientos y problemas prácticos de la vida
comunitaria y política. Es desde sus inicios una reflexión práctica1.

Por otra parte, la problemática de la ética ha sido consecuentemente una ausencia en


nuestras reflexiones y cuando se la incluye generalmente, es a través de una operación
que diluye su especificidad en el problema de la moral: "éticas profesionales", códigos de
ética" y otros tipos morales.

Es necesario establecer una discriminación entre estas dos dimensiones: la moral, está
referida a valores trascendentes, válidos en cualquier espacio-tiempo, la ética, es algo
diametralmente opuesto, en tanto lógica de los encuentros y las afecciones, se refiere a
los valores inmanentes producidos en el encuentro de los cuerpos. La ética es por ende
amoral2.

Por lo tanto, ninguna vocación sacerdotal alienta nuestras reflexiones, por lo contrario,
apuntamos a producir un movimiento que nos permita pasar del universo trascendente
de la clínica, la cura, la técnica, a la consideración efectiva de los procesos en los que
intervenimos y a la valoración inmanente de nuestra intervención en ellos. Hay entonces
un despliegue crítico, un impulso político y transformador, un cuestionamiento de lo
establecido como natural, un acto vital contra la trascendencia, un acto inmoral. Y es al
mismo tiempo un acto afirmativo, propositivo, una propuesta que sólo adquiere sentido
en tanto propuesta de trabajo.
1
La experiencia griega es la referencia. La aparición de la pólis, la democracia, la filosofía, unida a
los nuevos problemas que la vida social había colocado en el mundo griego de los siglos V y VI,
constituyen la compleja realidad en la cual la reflexión ética se inaugura.
2
Acerca de la diferencia entre una ética y una moral, ver la obra de G. Deleuze (1984). Spinoza:
filosofía práctica. Barcelona: Tusquets.
Simultáneamente estas notas son un primer movimiento hacia una labor más audaz y
compleja: una precisa formulación del pasaje de la clínica a la intervención. Una
inflexión que nos posibilite trascender la herencia médica y sacerdotal que alienta
nuestros quehaceres y nos permita la producción de modalidades no violentas capaces
de orientar nuestras prácticas. Otro título para estas notas podría ser: por una ética de
la no violentación.
Para que esto sea posible es necesaria inicialmente, una labor genealógica y
necesariamente crítica -la cual apenas esbozaré- que despliegue las diferentes líneas
que componen esta problemática, las cuales escapan consecuentemente a cualquier
intento de reducción, de apresurada explicación, de consideración "en última instancia", o
didáctica simplificación.

LAS TECNOLOGIAS DE CONTROL

La violencia de la que hablamos es invisible, o por lo menos de muy escasa visibilidad,


ahí radica en gran medida su efectividad. Tan poco visible es, que muchas veces la
padecemos y la ejercemos sin percibirlo. Poder verla requiere nuevos ojos, más ojos,
más y nuevos puntos de vista. Una cierta distancia de nosotros mismos, de nuestras
profesiones, de nuestras sacrosantas profesiones.

Mucho se ha dicho respecto de supuestas ideologizaciones de nuestras profesiones, a


las cuales se aconsejaba desideologizar, analizar sus compromisos con los encargos de
las clases dominantes. Loables pero insuficientes intenciones. Lo medular del problema
quedaba sin tocar, invisible: las profesiones y mas específicamente la profesionalidad y
su función social.

La invisibilidad de estas cuestiones requiere, como decíamos, nuevos ojos, pero


fundamentalmente un ojo que pueda ver históricamente, que reconozca la historia donde
esta ha sido sepultada, trampeada, o sencillamente ignorada.

La modernidad, como nueva época que el capitalismo inaugura, produce una nueva
lógica del control. Una lógica refinada y sutil, que abandonará progresivamente los
castigos directos y crueles sobre el cuerpo del infractor. Los castigos, de mantenerse,
estarán al servicio de otra cosa: del disciplinamiento, del "buen encauzamiento de las
conductas". "El poder disciplinario, en efecto, es un poder que, en lugar de sacar y
retirar, tiene como función principal la de "enderezar conductas"(...) No encadena fuerzas
para reducirlas; lo hace de manera que a la vez pueda multiplicarlas y usarlas."
(Foucault, 1989).
Todo se irá tornando progresivamente motivo de control, de control disciplinario: la
producción, la locura, la delincuencia, el cuerpo, la mujer, los niños, los adolescentes.
Esto supone la implementación de dispositivos sostenidos por el juego de miradas cada
vez más tecnificadas, que encontrarán su efectividad en la medida que vean sin ser
vistas. Las diversas instituciones disciplinarias (fábrica, escuela, hospital) serán las
encargadas de implementar dichos dispositivos de control y vigilancia3.

Las modernas disciplinas científicas y demás cuerpos doctrinarios, acompañando ese


proceso de disciplinamiento, comenzarán a producir los modelos necesarios a los cuales
deberán ajustarse las distintas materialidades que estas instituciones tendrán a su cargo
y a su vez diseñarán y perfeccionarán los dispositivos y tecnologías requeridos por estas
últimas.

La medicina firmemente afincada en el hospital, producirá, en un movimiento tan


científico como político, un estatuto de hombre normal y sano, inefable modelo para
nuestros cuerpos4.

El disciplinamiento se irá tornando suspicazmente técnico, en tanto dichas disciplinas


generarán todo un arsenal técnico, cada vez más especializado, destinado a corregir y
encauzar a los rebeldes cuerpos que no se ajusten a lo esperado, a eliminar cualquier
tipo de anormalidad y a tornar igual lo diferente. La medicina moderna es sin duda a su
vez modelo inefable para otras disciplinas. La Ciencia en su conjunto se irá tornando, en
función de esta inclusión en una estrategia global de administración de la vida humana,
"ciencia de estado"5.

3
Señalemos, en referencia a nuestra actualidad, que las sociedades de control, eclosionan en
nuestro siglo. La moderna sociedad disciplinaria de los espacios de encierro (fábrica, escuela, hospital,
cuartel, prisión) en los siglos XVIII y XIX, buscará el control a través del disciplinamiento, nuestra
sociedad de control buscará el control a través del control mismo, los espacios abiertos diagramados
por los ordenadores reemplazan así al disciplinamiento moderno. Una suerte de tecnofascismo se va
imponiendo cada vez con más fuerza en nuestra vida.(Ref. G. Deleuze (1990). Posdata sobre las
sociedades de control. En Pourparlers, París: De Minuits.
4
Esta temática está brillantemente tratada por Foucault en su obra El nacimiento de la clínica (1991),
obra a la cual remito, ya que el problema de la medicalización de nuestras profesiones es una cuestión
cada vez más difícil de eludir.
5
Cabe señalar en este caso la caducidad de la separación público- privado a la hora de analizar el
Estado y sus ramificaciones.
Emergiendo de este proceso de institucionalización y captura por la máquina estatal,
surgirán delimitadas y funcionales las diversas tecnologías de la subjetividad: son
paradigmáticas en este sentido la psiquiatría, con su fuerte estatuto médico, y más
tardíamente la psicología con su fuerte repertorio de técnicas y dispositivos terapéuticos,
incluido el psicoanalítico.

Paradigmático es el caso de la psiquiatría, que disfrazándose de médica y exhalando


un aroma a respetable cientificidad, se incorpora funcional y políticamente, a una
estrategia global de normalización, vigilancia y tutela de la vida en las sociedades
modernas, resolviendo al mismo tiempo el problema de la administración de la locura
(Castel, 1980)6. Y no sólo de la locura del supuesto "enfermo mental", sino de la de
cualquier ciudadano. Al decir de Foucault nos hemos convertido todos en
psiquiatrizables.

La locura plantea un doble problema al nuevo orden burgués: por un lado un problema
de gobierno, administrativo, ya que el loco por carente de razón e irresponsable de sus
actos, no puede ser objeto de sanción jurídica. Como plantea R. Castel "debe ser
administrado, pero según normas distintas de las que se asignan a los sujetos
'normales'" (Castel, 1980). Por otro lado un problema moral o quizás ideológico, ya que,
el loco con su sola existencia irracional cuestiona el pretendido basamento racional del
orden burgués, sus normas y sus arbitrarios modelos. El delincuente no respeta el orden
jurídico, el loco no respeta el orden racional, la lógica respeto-transgresión es la misma y
la lógica de la sanción, aunque disfrazada, también será la misma. La psiquiatría,
apadrinada por la medicina (aun siendo pre-médica en un sentido epistemológico),
proporcionará la racionalización necesaria requerida por la administración
jurídico-policíaca del nuevo orden burgués. En otras palabras, dotará de racionalidad a la
sanción de la que será objeto el loco.

La psicología y su incipiente tecnología emergen para dar cuenta de fenómenos que


son radicalmente nuevos. El escenario social, industrial y urbano, se revolucionaba con
la aparición de fenómenos colectivos inéditos. Las masas de Le Bon irrumpían en la
sociedad civil de forma alarmante y peligrosa.

6
Diferencio especialmente la locura de la enfermedad y de la anormalidad. Enfermedad, anormalidad,
desequilibrio, son formas de captura simbólica, social e históricamente producidas, destinadas a dar
cuenta de un fenómeno que no pretendo por ahora categorizar: la locura.
Desde sus orígenes en tanto psicología experimental (umbrales, tiempos de reacción,
etc), y sus primeras aplicaciones técnicas como psicología laboral, así como los estudios
de Le Bon sobre la psicología de las masas, como respuesta a las demandas de la
sociedad industrial y urbana, irá lentamente medicalizándose y tornándose una
sofisticada tecnología de la subjetividad humana. Este proceso es por cierto lento y
sumamente complejo aunque claramente constatable.

La llamada psicología social nos remite quizás a las mismas condiciones de


surgimiento de la psicología en general, aunque tendrá un desarrollo particular no menos
interesante. Desde la célebre intervención de Elton Mayo en la Western Electric
Company, hasta el surgimiento de los primeros dispositivos grupales con la
microsociología y la dinámica de grupos (K.Lewin), esta joven disciplina respondía a la
necesidad de investigar y controlar experimentalmente los microfenómenos
sociales que se planteaban en el seno de una sociedad cada vez más urbanizada y
compleja (Fernández, 1989). El encuentro de esta polifacética disciplina con las
tecnologías terapéuticas inaugurará un nuevo campo de intervención para la psicología,
y multiplicará enormemente su arsenal técnico.

Formando parte de los movimientos antes mencionados surgirá un vasto ejército de


técnicos y especialistas, que imaginariamente autoconsiderados "profesionales liberales"
serán los agentes encargados de dar un buen encauzamiento a nuestras vidas, corregir
nuestras anormalidades y terapizar nuestras angustias. Esta figura -la del profesional
liberal- como lo ha señalado ya G. Baremblitt (1990) en otra oportunidad, desde sus
orígenes liberales y corporativos, va cambiando el estatuto jurídico y epistemológico de
sus funciones, tornándose lenta pero inexorablemente funcionario del Estado,
dependiente de sus intereses y del poder científico dominante. El Estado estatiza
nuestros propios consultorios, e incluso se podría decir que llega a producirlos y
reproducirlos como dispensarios estatales al servicio del control de la angustia social y
de la vigilancia de la diferencia.

EL PROBLEMA DE LA TECNICA

Todo el mundo tiene una o varias técnicas, mas aún, a cada práctica, a cada
"operación", a cada intervención parece inevitablemente corresponderle
-imperativamente- una o varias técnicas. En el universo de todos aquellos que de una
manera u otra desarrollan su quehacer en el denominado campo psicológico,
institucional o comunitario, las técnicas se instalan como algo en lo que naturalmente hay
que adiestrarse, instruirse y luego aplicar, para obtener entonces los esperados
resultados y previstos efectos que detalladamente figuraban en el manual que guió el
adiestramiento. Se han tornado producciones sumamente estables y perdurables, se han
incorporado sutilmente en el modo de existencia dominante, de forma tal que son
fuertemente valoradas y apreciadas por una correlativa comunidad de diestros técnicos,
sagaces aprendices y usuarios casi permanentes.

En cierto sentido podemos decir que trabajan solas, a lo sumo podrá haber una
diferencia de grado en su aplicación, pero no de naturaleza. Nuestro primer movimiento
es entonces este: poner en cuestión esta naturalidad y este valor "en si" que las
técnicas parecen tener.

Nuestras mas sofisticadas técnicas de diagnóstico y tratamiento de los "males del alma",
las mas eficaces técnicas educativas, las diversas técnicas grupales no son azarosas,
tienen condiciones específicas de producción, un sentido histórico de surgimiento y una
funcionalidad propia en la vida social 7. Son el destilado inevitable y necesario de las
distintas tecnologías del poder disciplinario, los engranajes específicos que
conectan en el nivel práctico las profesiones, sus agentes y sus destinatarios, los
instrumentos que hacen que un técnico sea técnico de algo, que manipule algo.

Cualquier técnica, sea esta buena o mala, psicoanalítica o conductista, operativa o


sistémica, remite siempre a algo que debe ser manipulado de determinada forma e
implica necesariamente un ejercicio determinado del poder. Alguien -el técnico- a la
manera de un prestidigitador conoce sus alcances, efectos y consecuencias, y
consecuentemente aplica la técnica, buscando el efecto esperado. Y esto lo sabe
cualquier técnico, conciente o inconcientemente. Toda técnica es en si misma
anticipatoria, anticipa un campo fenoménico, aprioriza y reduce a sus esperados efectos
el campo de intervención. En esto radica su violencia, la imposición (aplicación) de "su
orden" a las realidades que manipula.

7
Las primeras técnicas de investigación psicológica tienen su emergencia en el preciso momento en
que el factor humano empezaba a ser un problema en las nuevas urbes industrializadas. Francis
Galton (el "padre" de los tests), por requerimientos propios de sus investigaciones acerca de las
variaciones individuales produjo los primeros tests de rendimiento así como los primeros métodos
estadísticos para analizar la gran cantidad de datos obtenidos. Ciertamente Galton se asombraría de
la vigencia que sus aportes tienen actualmente, insertos en la tecnología informática.
Dejamos por ahora este problema planteado en estos términos, para retomarlo mas
adelante.

POR UNA TRANSVALORACION DE LOS VALORES

"A nuestro ojo le resulta más


cómodo volver a producir, en una
ocasión dada, una imagen
producida ya a menudo que retener
dentro de si los elementos
divergentes y nuevos de una
impresión."

F. Nietzsche

Formularé ahora, tres enunciados éticos, nodales en cualquier intento serio de


producción de nuevos sentidos (no ya solamente de recuperación) en nuestra práctica.
Lo que está planteado entonces, es el pasaje del universo moral de la técnica y los
dispositivos instituidos a la inmanencia del encuentro con los procesos en que
intervenimos. Una transvaloración de los valores técnicos, médicos, terapéuticos,
clínicos, curativos. Un no rotundo a la normalización tecnológica y una afirmación
simultánea de los valores de la vida.

Por una ética de la crítica

Dos puntualizaciones preliminares. La censura, la denigración, o cualquier tipo de


violencia simbólica que se ejerza sobre un discurso, una idea o un despliegue práctico,
son operaciones que nada tienen que ver con la crítica. Estos movimientos se asemejan
más a una suerte de ejercicio moral y moralizante opuesto a cualquier labor
pretendidamente crítica. Por otra parte, la crítica, al mismo tiempo de ser, como señala
J.C. De Brasi (1988: 100), "uno de los tantos «desaparecidos» de nuestra cultura", es
curiosamente profundamente temida, quizás porque las desapariciones hablan de algo
que inesperadamente puede retornar, aún bajo la forma del fantasma y hacer temblar a
sus verdugos.

Si considero que la cuestión de la crítica se inscribe en una perspectiva ética, es por su


carácter inmoral, opuesto a toda operación tendiente a regodearse en lo dado como
natural y situado mas allá de todo cuestionamiento, ya que "su acto no recae sobre lo
establecido, sino inaugura formas inéditas de pensamiento y acción" (De Brasi, 1988:
119). La crítica como modo de existencia del pensamiento, removedora de todo
aquello que se consideraba inmóvil y eterno, capaz de sacudir, de fragmentar lo
que se creía unido y conforme a si mismo. Y al mismo tiempo, práctica
transformadora, acto propositivo y afirmador, capaz de inaugurar caminos inéditos y
dimensiones impensadas.

Es entonces también, un posicionamiento ético. Ubicarse en un lugar desde el cual sea


posible una consideración de los sentidos de nuestra práctica, una denunciación 8 de los
encargos y demandas que asumimos, una clarificación de los lugares que ocupamos y
funciones que cumplimos en relación a otros.

El análisis de la implicación.

Esta afirmación se desprende directamente de la primera, ya que el análisis de la


implicación (Lourau, 1975), entendida ésta como el conjunto de relaciones
concientes e inconcientes que mantenemos con los sistemas institucionales que
diagraman nuestro campo de acción y hasta nuestra acción misma, se torna un
instrumento imprescindible que permite desarrollar una labor crítica ligada directamente a
nuestro quehacer. Señalo fundamentalmente la implicación con la máquina técnica
estatal, sus diversas instituciones (jurídica, familiar, médico-asistencial, etc.) y la
implicación con las instituciones del saber psicológico, sus doctrinas y sus derivados
tecnológicos9.

Para marcar la importancia de esto que se quiere transmitir, consideremos brevemente


las consecuencias de todo "lo no pensado" por el psicoanálisis en relación a la familia
como institución. ¿Por qué el psicoanálisis inicia toda su reflexión acerca del mito de
Sófocles, partiendo de Edipo enamorado de su madre, olvidando que antes existía un
padre paranoico que manda matar a su hijo recién nacido? Sutilmente la reflexión
psicoanalítica va elevando a la categoría de culpable a Edipo. Layo víctima, Edipo
victimario. En este sentido, el psicoanálisis "no innova, sino que concluye lo que había

8
"Tampoco se tiene ya por fin de si misma [la crítica] sino sólo por un medio. Su pathos esencial es
la indignación, su trabajo central la denunciación.(Marx, K.: Crítica de la filosofía del Derecho de
Hegel)
9
Desde la perspectiva abierta por el Análisis Institucional francés, la institución ya no se confunde con
su evidencia empírica. Desde ella, la institución es una red simbólica socialmente sancionada en la
cual se articula junto a su componente funcional un componente imaginario. (Castoriadis, 1983).
empezado la psiquiatría del siglo XIX: hacer aparecer un discurso familiar y
moralizado de la patología mental, vincular la locura "a la dialéctica semi-real
semi-imaginaria de la Familia", descifrar en ella "el atentado incesante contra el padre",
"el sordo estribo de los instintos contra la solidez de la institución familiar y contra sus
símbolos más arcaicos" (Deleuze, Guattari, 1985: 54). La familia, patriarcal y
monogámica, es tomada por el psicoanálisis como algo dado y natural, en un movimiento
que desconoce tanto sus condiciones históricas de producción, como su función en la
sociedad de clases y más específicamente en la sociedad capitalista10.

Por una ética de la no violentación11

Es aquí donde la reflexión ética demuestra su carácter propositivo por excelencia. Lo que
inicialmente adopta la forma negativa, una negativa a la violentación de los procesos en
los que intervenimos, pasará necesariamente a una forma afirmativa, a la afirmación de
una modalidad (no ya un modelo) de intervención.

Si criticamos la noción de técnica, las manipulaciones técnicas y la sutil violencia en ellas


contenida, fue también para despejar el camino que nos permitiera afirmar, al mismo
tiempo, la idea de instrumento.

El instrumento adquiere sentido cuando es requerido por una situación concreta. No se


quiere decir que haya que olvidar las técnicas, o que las mismas no sirvan para nada,
sino que requieren ser pensadas como instrumentos. En realidad, algunas técnicas no
son otra cosa que instrumentos cristalizados, arrrancados de las realidades que les
dieron vida y considerados con un valor "en si" de carácter universal. Hay, o puede haber
un devenir-instrumento de las técnicas, una reintroducción del devenir en ellas que
las haga moverse a los ritmos de la vida. Lo planteado por Foucault (1992) para la teoría,
vale también para las técnicas: "caja de herramientas".

Si las técnicas devienen instrumentos, es formando parte de un movimiento, en el cual

10
Señalemos -como dato interesante- que el primero en denunciar esta situación fue un psicoanalista:
Wilhem Reich.
11
Despliego esta temática guiándome por ciertas ideas indicadas por J.C. De Brasi; fue a el a quien
por primera vez escuché enunciar esta cuestión términos de una ética de la no violentación.
(Seminario sobre "Concepción operativa de grupos", llevado a cabo en el Centro de Investigación,
Formación y Asistencia en Psicología Social y Grupal "Enrique Pichón-Riviere", Montevideo 1989)
-simultáneamente- el campo de intervención sólo puede ser considerado un campo de
problemas, procesual por naturaleza. Una técnica funciona como tal aplastando o -en el
mejor de los casos- ignorando los procesos. Su lógica sólo se conecta eficazmente con
la lógica de la estructura: la historia detenida, las temporalidades aplastadas, el tiempo
vuelto "tiempo cronológico" (fases, etapas, estadios).

Ya sea considerándolos o no, siempre intervenimos en procesos. Ya no hay, desde esta


perspectiva, "individuos", "grupos", "organizaciones", o sea, cuerpos organizados y
modelizados. Y si parece haberlos, o bien serán alucinaciones técnico-disciplinarias de
nuestro ojo, o bien cristalizaciones destinadas precisamente a ocultar los complejos
procesos de subjetivación, sus agenciamientos colectivos y sus maquinaciones
deseantes.12

Una ética de la intervención implica, por lo tanto, un riguroso ejercicio de la observación y


la escucha. Y simultanea-mente una negativa a la captura de sentidos y a la violencia
interpretativa. De lo que se trata es de trabajar rigurosamente con la noción de
inconciente, dejar venir, permitir que el libre flujo asociativo se despliegue, aún cuando
despliegue algo inesperado.13

La intervención así considerada requiere una inclusión en un plano de inmanencia. No


ya el plano trascendente (profesional) de organización y desarrollo, que como estrategia
tiene una rectificación de la organización en función de un estado ideal a alcanzar o
perdido (modelo de ocasión) según la lógica del desarrollo. Sino un plano de inmanencia,
que es plan de composición.

Una dimensión que permite valorar el proceso de acuerdo a las relaciones que lo
constituyen y no según modelos y códigos disciplinarios preestablecidos. La
práctica guiada no ya por un "Bien" trascendente ("cura", "salud", o como se le quiera
denominar), sino dirigida al sostén de la producción deseante y de la interrogación

12
Nada mas ajeno a la idea de proceso, que incongruencias conceptuales como "proceso evolutivo",
"proceso de desarrollo". A un proceso "no hay que tomarlo por una finalidad, un fin, ni hay que
confundirlo con su propia continuación al infinito" (Deleuze, Guattari, 1985: 13). Acerca de los tres
sentidos de proceso, ver los comentarios de Deleuze y Guattari en el texto referenciado.
13
En este punto se vuelve necesario marcar las limitaciones de la noción de inconciente como
inconciente representativo, expresivo, en tanto, sustituye las fuerzas productivas del inconciente, por
un sistema representacional. El inconciente no podrá hacer otra cosa que expresarse. Acerca de la
idea de un inconciente productivo. (Deleuze, Guattari, 1985).
acerca de su modo de existencia14. O sea, el sostén de la vida misma y de una
interrogación de sus modos de producirse, de sus bloqueos, de sus frenos, de sus
sentidos actuales y posibles.

Una aclaración quizás necesaria, el abandono de la clínica como referencia práctica no


debe entenderse como un descuido del sufrimiento humano, sino la efectiva
consideración de éste en tanto inmanente a una realidad social y colectiva, que se
despliega más allá de los límites impuestos por el dispositivo semiótico de la medicina.

A partir de este punto la intervención será necesariamente un problema a formular


en cada situación concreta. Es necesario remarcar la idea de problema, entre otras
cosas, porque ésta supone una cierta ética, que es la ética del investigador. Desde aquí
la cuestión central es entender al campo de intervención como campo de problemas
y por ende campo de análisis e investigaciones.

En ella está jugada, además, otra cuestión ética cardinal: ¿quien formula los problemas?
y por consiguiente ¿quien y como funda el campo de análisis? Resignificamos, de este
modo, el aporte psicoanalítico y ubicamos el espacio de análisis en una dialogía
inmanente al campo, relanzando así, la reflexión acerca de la función del analista.

Plantear una ética de la intervención, implica, como se habrá notado, abdicar de la


tentación de proponer un "nuevo modelo", la imposibilidad de cualquier suerte de
apropiación profesionalista de la modalidad. Esta última no tiene aplicación de ningún
tipo y no contiene ninguna "ética profesional", adquiere sentido en tanto se la ejerce
como ética de vida.

Si la moral es desplazada, es para dejarle su lugar a la vida. Nuestra referencia a


Spinoza no es un recurso retórico de ocasión, es referencia necesaria. Como dice
Deleuze, en el se encuentra toda una filosofía de la vida, dedicada a denunciar todo lo
que nos separa de ella, a denunciar todos los valores trascendentes vueltos contra la
vida.

14
La reflexión ética, al plantear una consideración de "los modos inmanentes de existencia", desplaza
las preocupaciones acerca del Bien y del Mal, reemplaza la moral y sus valoraciones trascendentes.
"Sustituye la oposición de los valores (Bien-Mal) por la diferencia cualitativa de los modos de
existencia (bueno-malo).(Deleuze, 1984)
Bibliografía
Baremblitt, G. (1990). Ponencia presentada en la mesa redonda "Poder, ciencia y
profesionalidad". En: 1er. Congreso Uruguayo sobre grupos, familia e instituciones,
Montevideo, octubre 1990. (versión desgrabada).
Castel, R. (1980). El orden psiquiátrico. Madrid: De la Piqueta.
Castoriadis, C. (1983). La institución imaginaria de la sociedad. Barcelona: Tusquets.
De Brasi, J.C. (1988). Crítica y transformación de los fetiches. En: Baremblitt et al. Lo Grupal 6.
Buenos Aires: Búsqueda.
Deleuze, G. (1984). Spinoza: filosofía práctica. Barcelona: Tusquets.
Deleuze, G.-Guattari, F. (1985). El Anti-Edipo. Capitalismo y esquizofrenia. Barcelona: Paidós.
Fernández, A. M. (1989). El campo grupal. Notas para una genealogía. Buenos Aires: Nueva
Visión.
Foucault, M. (1989). Vigilar y castigar. México: Siglo XXI.
(1991). El nacimiento de la clínica. México: Siglo XXI.
(1992). Microfísica del poder. (2ª ed.). Madrid: De La Piqueta.
Lourau, R. (1975). El análisis institucional. Buenos Aires: Amorrortu.
Marx, K. Crítica de la filosofía del Derecho de Hegel. s/d.

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