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1514 Rio Sina, El requerimiento Han navegado mucha mar y tlempo y estan hartos de calores, selvas y mosquitos. Cumplen, sin embargo, las instrucciones del rey: no se puede atacar a los indigenas sin requerir, antes, Su sometimiento. San Agustin autoriza la guerra contra quienes abusan de su libertad, porque en su libertad peligrarfan no siendo domados; pero bien dice San Isidoro que ninguna guerra es justa sin previa declaracién, Antes de lanzarse sobre el oro, los granos de oro quizés grandes como huevos, el abogado Martin Fernéndez de Enciso lee con puntos y comas el ultimatum que el interprete, a los tropezones, demorandose en la entrega, va traduciendo. Enciso habla en nombre del rey don Fernando y de Ia reina, dofia Juana, su hifa, domadores de las gentes barbaras. Hace saber a los indios del Sin que Dios ha venido al mundo y ha dejado en su lugar a San Pedro, que San Pedro tiene por sucesor al Santo Padre y que el Santo Padre, Sefior del Universo, ha hecho merced al rey de Castilla de toda la tierra de las Indias y de esta peninsula. Los soldados se asan en las armaduras. Enciso, letra menuda y silaba lenta, requiere a los indios que dejen estas tierras, pues no les pertenecen, y que si quieren quedarse a vivir aqui, paguen a Sus Altezas tributo de oro en sefial de obediencia. El intérprete hace lo que puede. Los dos caciques escuchan, sentads, sin parpadear, al raro personaje que les anuncia que en caso de negativa o demora les hard la querra, los convertira en esclavos y tambien a sus mujeres y a sus hijos y como tales los vendera y dispondré de ellos, y que las muertes y los dafios de esa justa guerra no serén culpa de los espafioles. Contestan los caciques, sin mirar a Enciso, que muy generoso con lo ajeno habia sido el Santo Padre, que borracho debia estar cuando dispuso de lo que no era suyo, y que el rey de Castilla es un atrevido, porque viene a amenazar a quien no conoce. Entonces, corre la sangre. En lo sucesivo, el largo discurso se leeré en plena noche, sin intérprete y a media legua de las aldeas que seran asaltadas por sorpresa. Los indigenas, dormidos, no escucharan las palabras que los declaran culpables de los crimenes cometidas contra ellos. (78, 81 y 166) El sacrilegio Bartolomé Colin, hermano y lugarteniente de Cristobal, asiste al incendio de ‘came humana, ‘eis hombres estrenan el quemadero de Haft. El humo hace toser. Los seis ‘estan ardiendo por castigo y escarmiento: han hundido bajo terra las imdgenes de Cristo y la Virgen que fray Ramin Pane les habia dejado para su protecciin y consuelo. Fray Ramon les habia ensefiado a orar de rodilas, a decir Avemaria y Paternéster y a invocar el nombre de Jess ante la tentacion, la lastimadura y la muerte. Nadie les ha preguntado por qué enterraron las imagenes. Ellos esperaban ‘que los nuevos dioses fecundaran las siembras de maiz, yuca, boniatos yfrijoles. El fuego agrega calor al calor humedo, pegajoso, anunclador de lluvia fuerte, Motolinia Fray Toribio de Motolinia camina, descalzo, cerro arriba. Va cargando una pesada bolsa a la espalda. Motofinia llaman, en letania del lugar, al que es pobre o afligida, y él viste todavia el habito remendado y haraposo que le dio nombre hace afios, cuando lego caminando, descalzo como ahora, desde el puerto de Veracruz. Se detiene en lo alto de la ladera. A sus pies, se extiende la inmensa laguna y en ella resplandece la ciudad de Mexico, Motolinia se pasa la mano por la frente, respira hondo y clava en tierra, una tras otra, diez cruces toscas, ramas atadas con cordel, y mientras las clava las va ofreciendo: Esta cruz, Dios mio, por las pestes que aqui no se conocian y con tanta sana se ceban en los aturales. Esta por la guerra y ésta por el hambre, que tantos indios han matado como gotas hay en la mary granos en la arena. —Esta por los recaudadores de tributes, zénganos que comen la mie! de los Indios; y ésta por los tributos, que para cumplir con ellos han de vender los indios sus hijos y sus tierras. Esta por las minas de oro, que tanto hieden @ muerto que a una legua no se puede pasar. Esta por la gran cludad de México, alzada sobre las rulnas de Tenochtitlan, y por los que a cuestas trajeron vigas y piedras para construirla, cantando y gritando oche y dia, hasta morir extenuados o aplastados por los derrumbamientos. Esta por los esclavos que desde todas las comarcas han sido arrastrados hacia esta ciudad, como manadas de bestias, marcados en el rostro; y esta por los que caen en los caminos llevando las grandes cargas de mantenimientos a las —y ésta, Sefior, por los continuos conflictos y escaramuzas de nosotros los espafioles, que slempre terminan en suplicio y matanza de Indios. Hincado ante las cruces, Motolinia ruega: —Perdénalos, Dios. Te suplico que los perdones. De sobra sé que contindan adorando a sus idolos sanguinarios, y que si antes tenian cien dioses, contigo tienen ciento uno. Ellos no saben distinguir la hostia de un grano de maiz. Pero si merecen el castigo de tu dura mano, también merecen la piedad de tu generoso corazén. Después Motolinia se persigna, se sacude el habito y emprende, cuesta abajo, el reareso. Poco antes del avemaria, llega al convento. A solas en su celda, se tiende en la estera y lentamente come una tortilla. (60 y 213) A511 Yara Hatuey En estas islas, en estos humilladeros, son muchos los que eligen su muerte, ahorcéndose 0 bebiendo veneno junto a sus hijos. Los invasores no pueden evitar esta venganza, pero saben explicarla: los indios, tan salvajes que piensan que todo es comun, diré Oviedo, son gente de su natural ociosa e viciosa, e de poco trabajo... Muchos dellos por su pasatiempo, se mataron con ponzofia por no trabajar, y otros se ahorcaron con sus propias manos. Hatuey, jefe indio de Ia region de la Guahaba, no se ha suicidado. En canoa huyo de Haiti, junto a los suyos, y se refugio en las cuevas y los montes del orient de Cuba. Alli sefial6 una cesta llena de oro y dijo: —Este es el dios de los cristianos. Por él nos persiguen. Por él han muerto nuestros padres y nuestros hermanos. Bailemos para el. Si nuestra danza lo complace, este dios mandara que no nos maltraten. Lo atrapan tres meses después. Lo atan a un palo. Antes de encender el fuego que lo reducira a carbén y ceniza, un sacerdote le promete gloria y eterno descanso si acepta bautizarse. Hatuey pregunta: —En ese cielo, cestan los cristianos? Hatuey elige el infierno y la lefia empieza a crepitar. isi. Santo Domingo La primera protesta En la iglesia de troncos y techo de palma, Antonio de Montesinos, fraile dominico, esté echando truenos por la boca. Desde el pullpito, denuncia el ‘exterminio: —<éCon qué derecho y con qué justicia tenets a los indios en tan cruel y horrible servidumbre? ¢Acaso no se mueren, o por mejor decir los matais, por sacar oro cada dia? éNo estéis obligados @ amarios como a vosotros mismos? ¢Esto no entendéis, esto no sentis? Después Montesinos se abre paso, alta la cabeza, entre la muchedumbre atonita. Crece un murmutlo de furia. No esperaban esto los labriegos extremefios y los pastores de Andalucia que han mentido sus nombres y sus historias y con un arcabuz oxidade en bandolera han partido, a la ventura, en busca de las montaiias de oro y las princesas desnudas dé este lado de la mar. Necesitaban una misa de perden y consuelo los aventureros comprados con promesas en las gradas de la catedral de Sevilla, los capitanes comidos por las pulgas, veteranos de ninguna batalla, y los condenados que han tenido que elegir entre América y la cércal o la horca —ISeré denunciado ante el rey Fernando! ISera expulsado! Un hombre, aturdido, calla. Ha llegado a estas tierras hace nueve afios. Duefio de indios, de veneros de oro y sementeras, ha hecho buena fortuna. Se llama Bartolomé de Las Casas y pronto serd el primer sacerdote ordenado en el Nuevo Mundo.

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