Está en la página 1de 27
NARRATIVA HisTORICA loqueleo ‘© SANTILLANA Un valiente bajo la mesa Un valiente heey bajo la mesa sustraciones de Gerardo Bars Ena casa de los abuelos de Vicente todos Maria Inés Falconi estan muy ocupados. Yno es para menos: el general José de San Martin y su ejécito estan en camino y celebrarén ali su reciente victoria cn la batalla de Chacabuco! Pero los nifios no tienen permitido asistr. Vicente ysu amigo Ramén necesitarin hacer uso de todo su ingenio para colarse en la festa. Solo asilograran ver de cerca al famoso general! ustraciones ae Gerardo Baré Una historia de leattad, amistad y valentia, inspirada en.un hecho real de la historia latinoamericana. " (© 2001, 2017, Mania Inés Fatcowt (© De esta edicion corregia yaurnentad: 2017, orciowss SawTitLaNAS.A ‘Av. Leandro Alem 720(C1001AAP) Cadad Autor de Buenos Ais, Argentina IsBW978-950-46-5197-0 Hecho el depésito que marcala Ley 11.723, lenpreso en Argentina. Printed i Argentina Primer edn: febrero de 2017 Direceién editorial: Mania FeROUANDA MAQUI Edin: VEROWICA CHAMORRO Tustacones: GaRARDO ARO Direccdn de Arte: Jost CnEsrOY Rosa Manis Proyecto grifce Manso Det BoRco, Ren CHUMILLAS¥ JULIA ORTEGA Falcon), Maria Ines Ua vallentebaola mesa / Mata Ins Falcon! ustrado por Gerardo Baro, 14d, -Chdad Autom de Buenos Aies Santillan, 2017, S6p.il:20x14em.-(Morada) 2. Leratra infantil. Baro, Gerardo, To. cop e6s.0222 “odostos derechos reservados. Bota publlacin no puede ser reproduc, nen todo nen pute nl reglstrada en, oansmitida or un sistema de recuperacin de nformacién, en ninguna forma n por ningin medio, seamecinic,fetoquimico electeenco, magoétlo, electtoepto oe fotocopia,o cualquier oto sn el permiso previo por escrito dela editorial [Esta PRIMERA DICK D6 000 RJEMFLARES cB TERBING DF MPR [EN EL MES De FEBRERO DE 2037 EN ARTES GRAFICAS COLOR EFE, PASO 192, Un valiente bajo la mesa Maria Inés Falconi Iustraciones de Gerardo Baré loqueleg Esa mariana me desperté un movimiento inusual. Yo estaba pasando unos dias en la casa de mis abuelos, en Santiago de Chile. Tenfa en ese momento nueve afios y no habia nada que me gustara mas que esas cortas. vacaciones en el enorme caserén, donde, debo decirlo, me mimaban bastante. Como me dejaban dormir hasta tarde, el movi- miento de la casa empezaba siempre mucho antes de que yo me levantara, pero nunca hacfan tanto ruido. Intrigado por la novedad del batifondo, salté de la cama y corri a la cocina. Tomasa, la cocinera, que siempre me tenia listo el 5 chocolate para el desayuno, iba esa mafiana de olla en olla y del chocolate, ni noticias. —jFuera, nifio! Hoy no hay chocolate para nadie —me dijo, y me eché dela cocina poniéndome un pedazo de pan casero en la mano como todo desayuno. Sali al patio esperando encontrar a alguien un poco més comunicativo y me sorprendi todavia més. El patio estaba lleno de hom- bres a los que yo no conocia, demasiado ocu- pados transportando espejos, mesas, tablas y bayonetas como para prestarme atencién. Las cosas que llevaban no me daban ninguna pista: gqué tenfa que ver un espejo, que es para mirarse, con una bayoneta, que es para disparar? No podia entenderlo. Todavia no habia podido imaginar qué era lo que estaba pasando cuando vi entrar a Ramén, el hijo de Tomasa, ayudando a un hombre a cargar unos enormes bultos de tela blanca. Era mi salvacién, Ramén era mi me- jor amigo. Cuando yo iba ala casa de mi abuelo, compartiamos juegos, secretos y correrias. Ramén trabajaba en la casa, pero cuando yo estaba, todos hacian la vista gorda a su va- gancia o yo lo ayudaba para que terminara antes y pudiera venir a jugar. El, seguro, me iba a decir lo que estaba pasando. —{Qué es toda esta revolucién, Ramon? —le pregunté todavia masticando mi pan. —Que viene el ejército, don Vicente. 7 Aunque teniamos la misma edad, Ramén insistia en tratarme de “don”, por eso de que yo era el nieto del duefio de casa y él, el hijo de la cocinera. No habia forma de conven- cerlo de que me dijera Vicente, como todo el mundo, gl ejército? —repeti. Un escalofrio me corrié por la espalda—. {Qué ejército? gE] realista o el patrio? {Van a dar batalla en la casa? {Nos dejardn pelear? jEstan armando trincheras para protegerse? —Los espejos, sobre todo, son muy iitiles en las batallas —se rio Ramén. —Tal vez los usen para encandilar al ene- migo —traté de justificar mi tonteria, aunque ya me habia dado cuenta de la pavada que habia dicho. Era claro que yo nunca habia estado en el frente, si no, me hubiera dado cuenta de que Jo que estaba pasando no tenia nada que ver con los preparativos para una batalla. Pero Ramén, sentandose en el fardo de tela que acababa de traer y aceptando el pedazo de pan que le ofreci, me explicé todo. —Viene el ejército del general San Martin... —me aclaré. El pan se me atraganté. Hacia dias que en la casa no se hablaba de otra cosa: que el ejército argentino habia cruzado la mon- tafta, cosa dificil de creer; que se habia enfrentado con los espatioles en la cuesta de Chacabuco, eso si podia ser cierto porque la cuesta de Chacabuco si existia; que Marcé, el gobernador realista, se habia ido corrien- do, eso era divertido; y que San Martin se habia quedado con la bandera espafiola, yo no entendia para qué. En medio de todo esto, no se hacia otra cosa que nombrar a San Martin, asi que bien puede entenderse mi sorpresa. 10 —{B...€.. el general San Martin?.. tamudeé—. ;San Martin, San Martin? —EI mismo, don Vicente. Hay uno solo. Vienen ély sus oficiales. igSan Martin en la casa de mi abuelo?!.. —tar- —~A qué viene? sPara qué? {Cuando llega? —ahi bajé la voz—. Hay realistas escondi- dos en esta casa? Ramén se eché a ref otra vez, con esos dientes blancos y grandotes que siempre le envidié. —Un realista jamas se atreveria a venir a esta casa, don Vicente... yo no conoce a su abuelo? —¥ entonces para qué es todo esto? —Estén preparando una fiesta para cele- brar el triunfo en la batalla de Chacabuco. Una fiesta elegante, parece, porque su abuelo quiere cubrir el piso de ladrillo. —Cubrir el piso? {Se volvié loco? 12 —Creo que si, Para eso es la vela. Qué vela? jBsta, donde estoy sentado, don Vicente! {lodavia esta dormido, que no ve nada? Las trajeron de los barcos de Valparaiso. Dicen que con eso van a hacer como una alfombra enlos patios, y también un toldo, por si Ilueve. Mis ojos no podian estar mas abiertos. No sabia si era porque iba a conocer al ge- neral San Martin o porque la casa estaba dada vuelta o porque por primera vez iba a estar en una fiesta. Alguien le pegé un grito a Ramén y eso me volvié los pies a la tierra. Ramén sali corriendo y yo detras de él. No queria perderme nada. En mi apresurada carrera, choqué contra la panza de un gordo enorme que venia cami- nando a ciegas detrés de una pila de instru- mentos que cargaba. Yo reboté y me caf al piso. Al gordo, por supuesto, no le pasé nada, pero los instrumentos se desparramaron ha- ciendo tanto ruido que, si no hubiera sido por la musicalidad del sonido, se podia haber pensado que los realistas estaban atacando. El batifondo atrajo a todo el mundo y, en- tre ellos, a mi abuelo y a Mancha, mi perro. Mi perro se entretuvo en lengiietearme la cara, pero mi abuelo, mucho menos conten- to, me levanté de un hombro y me arrastré 3 14 hasta la sala. Yo ya sabia que se venia el ser- mén y no me equivoqué: que era un dia muy importante, “sabe por qué, m’hijito?”, si sa- bia: venfa San Martin; que no anduviera mo- lestando, “isabe por qué, m'hijito?”, sf sabia: porque todo el mundo estaba muy ocupado; que me comportara como era debido, “isabe por qué, m'hijito?”, eso no sabia, pero igual le dije que si; y etcétera, etcétera, etcétera. Prometi a mi abuelo no solo ser cuidado- so y no molestar, sino también ayudar en todo lo que me fuera posible y, desde ya, ba- flarme, peinarme, ponerme esa noche mis mejores ropas y comportarme como un ver- dadero patriota durante la fiesta... Y ahi se agué mi ilusion. la fiesta no es para nifios —dijo mi abuelo—. El general y sus hombres no querrén, después de haber pasado tantos peligros, que los mocosos les anden corriendo entre las piernas. Habiéndose salvado de las balas realistas, no es bueno que mueran de dolor bajo los pisotones de las criaturas. —?Al menos podré ver desde la cocina? —Al menos podra ir a dormir temprano —contesté mi abuelo. —Pero, abuelo, no puede hacerme esto... jEs el general San Martin! —Es el general San Martin, usted lo ha 15 16 dicho. Cuando sea hombre, ya tendra tiem- po de estrecharle la mano, Nada més para discutir. Conocia lo se- vero que era mi abuelo cuando dictaba una norma y sabia que ni pidiendo ni rogando ni poniéndome a llorar, cosa que no pensaba hacer, hubiera conseguido algo. Un grito de mi abuela interrumpié nues- tra conferencia. Una criada habia dejado caer una fuente de porcelana china, esa que solo se usaba para las grandes ocasiones y que ahora estaban desempolvando. Mi abuelo salié a tranquilizar los animos yyano se acordé mas de mi Corri a buscar a Ramén. Ese dia si que- ria trabajar tanto como él. Entramos todas las velas, hasta que se nos doblé la espalda, ayudamos a extenderlas en el piso y a armar unos extrafios apafatos con las bayonetas para sostener los velones que iban a iluminar 18 los patios. Después nos tocé enlazar bande- ras en las paredes. Los miisicos seguian tra- yendo sus instrumentos {Dos orquestas iba a haber! Tomasa cocinaba a cuatro manos, mi abuela iba de un lado a otro protestando por todo: que el mantel tenia arrugas, que la porcelana no iba a alcanzar, que las copas no brillaban... Imposible tranquilizarla. Los hombres colgaban el toldo y enlaza~ ban banderas en las paredes y hasta llegaron soldados del cuerpo de artilleria que, segin escuchamos con Ramén, iban a pararse en la puerta para festejar con disparos los brindis ylos discursos. :Seria cierto? No podia irme a dormir, decididamente, no podia. Y como tampoco iba a poder con- vencer a mi abuelo, le propuse un plan a Ramén, que también tenia la fiesta prohibida. Ala hora de acostarse, saludamos como to- das las noches y, obedientes, nos fuimos a la cama. De més est decir que nos acostamos vestidos. Mi abuela siempre hacia una recorri- da y, esa noche, ni por el mismisimo general San Martin se olvidé de hacerla. Nosotros fingimos roncar a pata suelta y ella no sos~ peché. Una vez terminada la ronda, ya no habia peligro. Nadie iba a venir a buscarnos. Escuchamos con la oreja pegada ala puer- ta la legada de los caballos, las bandas que empezaban a tocar, las voces de las sefioras y los infaltables gritos de Tomasa dando ordenes en la cocina, 19 20 Cuando calculamos que ya habria bas- tante gente como para que nadie nos pres- tara atencién, nos escabullimos a la sala, y nos ocultamos detras del cortinado. Desde ahi, en un répido movimiento, legamos en cuatro patas debajo de la mesa. El mantel de hilo que mi abuela habia escogido para Ia ocasi6n Hegaba hasta el suelo, asi que ese era un lugar més que seguro para escon- derse. Aunque alguien se agachara, no podria vernos. No contamos con Mancha, que nos descu- brié en seguida y comenz6 aladrar moviendo Ja cola junto a la mesa, mientras nosotros, desde abajo, tratabamos de ahuyentarlo sin hacer mucho ruido. Mancha ladraba y trataba de levantar el mantel para entrar por algiin lado a nuestro escondite. La porcelana china tintine6 peligrosamente. Entonces escucha- mos la voz de mi abuelo: —A ver, Alvaro, si me sacés ese animal de acé antes de que rompa toda la vajilla. No podiamos ver, pero, por lo que escu- chamos, Alvaro persiguié a Mancha alrede- dor de la mesa como dos o tres veces antes de atraparlo. El perro ladraba y brincaba, encantado con el juego y, por un momento, la mesa se convirtié en el centro de atencién de toda la concurrencia. Ramén y yo tem- blébamos. Si Mancha o Alvaro tropezaban con el mantel, estabamos listos. Por suerte, Mancha se cansé antes que Alvaro y se dejé evar al fondo, donde terminé la fiesta atado auna cuerda. Yo no pude resistir la tentacién y levanté un poco el mantel para espiar. Lo que vi me provocé tal ataque de risa que me tuve que volver a esconder. Ramén me miraba sin en- tender, tratando de taparme la boca para que nadie me escuchara, 2a 22 —{Qué es tan gracioso, don Vicente? —me pregunté en un susurro, casi enojado. —Miabuelo, Ramén. {Mi abuelo se disfraz6! Ramén no pudo resistir y también se asom6. —No es su abuelo, don Vicente. Estén to- dos igualitos. No sé qué les dio... Ramén mis que divertido parecia preocu- pado, Entonces nos asomamos los dos, pe- gando la cara contra el piso para tener que levantar el mantel lo menos posible. Ramén tenia razén: todos los hombres de la fiesta Hevaban unos gorros rojos, como el goto frigio del escudo que mi abuelo una vez me habfa mostrado, y todas las mujeres lleva- ban coronas de flores en la cabeza. Buscamos a mi abuelo entre la multitud, porque para mi era el més gracioso de todos, pero no llegamos. a verlo porque tres oficiales se acercaron peli- grosamente y tuvimos que bajar el mantel. —(Usted dice que O'Higgins no acaté la orden, Zapiola? —preguntaba uno con la boca lena. La comida de Tomasa era irresistible. —Asi es. O'Higgins tenia érdenes de espe- rar que llegara la columna de Soler antes de atacar, de tal forma que uno los sorprenderia por el frente y otro por detras, los dos al mis- mo tiempo. Pero dicen los que iban con él que al llegar frente al campamento enemigo fue tanto su entusiasmo que atacé sin esperar que Soler llegara por el otro frente. 23 24 —Me extrafia, me extrafia mucho —co- menté el primero—. El general O'Higgins no haria una cosa asf. —Bueno, yo tengo otra versin —dijo un tercero. —Cuente, Necochea, cuente. —A mf me comentaron que O'Higgins se encontré con los realistas cara a cara. Habian subido el cerro antes de lo previsto y entonces no tuvo mas remedio que atacar. —Eso también escuché yo —dijo el pri- mero de los hombres. —Sea como fuere, el general San Martin salvé la batalla. No sé qué podria haber su- cedido si no entraba con su columna —dijo Zapiola. —Es verdad —contesté Necochea—. A su salud. Los tres hombres brindaron. Nunca pudimos verles las caras, solo sabiamos sus nombres. Fue entonces cuando volvimos a escuchar la voz de mi abuelo: —Por aqui, general, por aqui. Permitame que le sirva una copa, ‘Sé que me puse palido. Estaba tan emocio- nado que casi no podia respirar. jEI general San Martin estaba al alcance de mi mano! Con sefias, decidimos volver a levantar el mantel para verlo. Otra desilusién: estaba tan pegado a la mesa que solo pudimos ver sus botas. Imposible sacar la cabeza y mirar para arriba. El general San Martin hablaba con mi abuelo de las dificultades de su cruce a través de los Andes y de las crueldades de la batalla. iQué no hubiera dado por estar ahi! —Me han dicho que usted mismo entré en la batalla —comenté mi abuelo. Miré a Ramén sonriendo, Nosotros ya lo sabfamos. 25 26 —Bueno, si. Era una situacién riesgosa Los realistas estaban rodeando la columna del general O'Higgins y se necesité algin refuerzo. Nada de importancia. —jCaramba, general! No trate de engafiar- me. $é muy bien que puso en riesgo su vida. —Mi vida vale tanto como la de todos mis soldados, usted sabe. Solo hice lo que tenia que hacer. Y por suerte, salié bien. —Muchas bajas? —Menos de cien hombres. El enemigo se llevé la peor parte: cuatrocientas bajas y seiscientos prisioneros. La guerra es cruel, Solar. Uno nunca se acostumbra. Los acordes del Himno Argentino interrum- pieron la conversacién. Chile no tenia himno atin, pero ese dia, argentinos, chilenos y uruguayos eran, como decia mi abuelo, “hijos de América” y tenian una sola patria. Todas las voces se unieron. Yo me hubiera 28 parado, como corresponde, pero es compren- sible que, dada mi situacién, fuera imposible respetar la ceremonia debajo de la mesa. Por sobre todas las voces se destacaba la de San Martin, con tal entusiasmo cantaba. Finalizado el himno, los soldados de la artilleria que estaban parados en la puerta de calle dispararon sus armas en una salva. La porcelana china tembl6, lo juro, aunque creo que nosotros fuimos los tinicos en dar- nos cuenta. Después se hizo un silencio. Me asomé para ver qué pasaba. jjjTodos miraban hacia la mesall! Estuvimos a punto de ser descubiertos. Por suerte Ramén me agarré del cuello de la camisa y me metié para adentro. En verdad, no nos miraban a nosotros, sino al general, esperando que dijera algunas palabras. El general hizo un brindis enérgico y lleno de patriotismo. Me dieron ganas de llorar. Después, se ve que levant6 su copa, porque todos dijeron “Por la libertad!” a coro. Entonces, el general le dijo a mi abuelo: — Solar... es permitido? Yo no sabia de qué hablaban. —General —contest6 mi abuelo—, esa 29 30 copa y cuanto hay en la mesa esta puesto aqui para romperse. “Mi abuela lo mata”, pensé. —Por la patria, entonces —dijo San Martin y, después de beber, arrojé la copa para que se estrellara contra el suelo. Muchos siguieron su ejemplo, asi que por ‘un momento se llené el salén con ruidos de cristales rotos. —Estén rompiendo todo —me dijo Ramén alarmado. ~Y....si el abuelo les da permiso... Muertos de curiosidad, sacamos la cabeza de nuestro escondite para ver qué pasaba, con tanta mala suerte que Ramén apoyé la mano sobre uno de los vidrios rotos y, claro, el do- loro hizo gritar. Esta vez fui yo el que lo tird para adentro del cuello de la camisa. La mano de Ramén sangraba bastante. —Vamos a ver a tu mamé —sugeri, un Poco asustado, pensando que mi amigo se podria llegar a desangrar debajo de la mesa y que al dia siguiente iban a encontrar su ca- daver debajo del mantel. —éSe volvié loco, don Vicente? :Sabe el reto que me daria mi mamé? Primero por estar acd y segundo, por ser tan tonto como para cortarme. —Entonces vamos que te vendo la mano con algo. —No se preocupe, don Vicente. Usted quédese acé, que yo ya me las voy a arreglar con la mano. —No, sefior —le dije—. La idea fue mia, yssi te cortaste es por mi culpa. Tengo la obli- gacién de ayudarte y voy a cumplirla, me cueste lo que me cueste. —Asi se habla, caballero. Quedé mudo, petrificado, ahogado, ta- tado. Abi, frente a mis narices, levantando 31 32 el mantel con una mano estaba, en cuatro patas, el mismisimo general San Martin. En realidad, lo reconoci por la voz, porque nun- calo habia visto en mi vida ¢Qué podia hacer? Lo miré a Ramén y estaba igual que yo. Peor, porque a él le sangraba la mano. Me quise poner de pie y di con la cabe- za contra la mesa. La porcelana china tembl6. Elgeneral San Martin largé una carcajada, —No es un buen lugar para cortesias —me dijo—. Qué estan haciendo acd abajo? —Disculpe, general —contesté, creo que tartamudeando—. Yo sé que esto no se hace. Ramén no tiene la culpa, vino para acompa- fiarme... y se lastimé... pero no queriamos perdernos la fiesta... y mi abuelo... —$u abuelo?... —pregunté el general, como desconfiando. 35 36 —Si, sefior, digo, general, digo “mi” gene- ral, Mi abuelo es el duefio de casa, aquel del gorro rojo —serialé tontamente, porque to- dos tenian gorro rojo—, y no tengo permiso para estar acd, pero ya mismo nos vamos, no se preocupe. Yuniendo alas palabras la acci6n, empeza- mos a gatear para irnos por donde habfamos venido. —Un momento, jovencito —dijo el gene- ral, Usted ha desobedecido a su abuelo, por lo que me doy cuenta. La sangre se me congelé en las venas. El general me iba a entregar a manos del ene- migo: mi abuelo, —Si, general. Eso estuvo mal, ya lo sé. @Pero quién puede dormir cuando se festeja el triunfo de la libertad? Mi abuelo dice que no hay nada més importante. ~Y tiene razén. Por eso usted no debiera 38 entre estar debajo de una mesa, sino aqi nosotros. Ademis... su amigo se lastimé con la copa que yo rompi, asi que también yo tengo algo de responsabilidad en todo esto. —No, general. Fue mi culpa. Yo le voy a con- fesar ami abuelo lo que hice, le doy mi palabra. —Y yo la tomo. Ahora, antes de volver a la cama, esperen unos minutos. En ese momento se escuché la voz de mi abuelo, que por alguna raz6n se habia distraido. —

También podría gustarte