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on FITO PAEZ CON ENRIQUE SYMNS PABZ, el libro de Fito Péez con En- rique Symns, nos invita a recorrer a través de palabras y fotos la vida de este artista, figura nimero uno del rock nacional de la ultima déca- da. Las voces de sus tios Charito Péez y Eduardo Carrizo nos guian por su infancia. Sus amigos Juan Carlos Baglietto, Adolfo Aristarain, Gabriel Carémbula, Herbert Vianna, Rubén Goldin, Alejandro Urdapille- ta, Imanol Arias, Fernando Noy, Fe- na Della Maggiora, Horacio Gonzé- lez y Liliana Herrero nos describen je de este chico rosarino desde ismo hasta la cima sin eludir pas més draméticas, como el sinato de su familia. Fabiana ilo cuenta la historia publica de or apasionado y Cecilia Roth ive la historia secreta de un or mégico. En primera persona, Péez opina sobre la musica, el cine, Ja literatura, la fama y el dinero, re- lata sus experiencias con el amor, el dolor y la gente, y en su diario per- sonal revela los detalles de la graba- cién de Circo Beat. Symns, por su parte, como un testi- go indiscreto, nos lleva de gira con Péez y su banda, y nos permite des- cubrir el backstage de una travesia tan inolvidable como insélita. Buenas noches ladies and gentle- men, bon soir, sean bienvenidos a la primera funcién del Circo Beat, el circo mas sexy, mas alto, mas del mundo... Google sug 001. ‘inn 3003876950 beso INGE Aclaracién Las entrevistas a Fito Péez y al resto de los integrantes de Circo Beat, asi como a Cecilia Roth y a amigos de Péez, fueron reali- zadas por mf durante la gira de Circo Beat en las ciudades de Cérdoba, Santiago del Estero, Tucu- man, Catamarca y Mendoza, en los tltimos diez dias de abril de 1995. El resto de los reportajes (que incluyen a misicos, cineastas, periodistas, intelectuales, abogados y familiares de Pez) los realizé Vera Land en Buenos Aires y Rosario du- rante ese mismo periodo. Las desgrabaciones, la estructuracién de los materiales en capitulos y la construccién final del libro también fueron una tarea compartida. Por razones contractuales y de planificacién original del proyecto, ante la mira- da de la ley figuro junto con Fito Paez como co- autor de esta obra. Sin embargo, es necesario de- jar claro ante la mirada de los lectores que Vera Land y Enrique Symns somos, ambos, coautores de la misma, ENRIQUE SyMNS 25 de julio de 1995 Estancia "La Hormiga’, Florencio Varela Google Prélogos: ;Alma, dije? y Mucha- cho, carga ese peso, Lanata & Symns. El mundo segtin Paez: La incertidumbre de dios; El secreto del silencio; Los bravos; Poderoso caballero; Las compulsiones del chaman. En el camino: El] chofer de Mick Jagger; Fantas- mas en el hotel; El grabador Bond; Difunta Co- rrea; Mariani, el cocinero; Tirando televisores al techo; La boca del lobo; Pesadilla; Alguien se oculta bajo la cama de Olme- do; El maestro de Bufalo; Ca- marines. Declaracién de amor, Cupido y Minerva; Rodolfo y Margarita, Charito Paez; El jar- din de la infancia, Charito Paez y Eduardo Carrizo; El chico del altillo rojo; Explorando el mmopullen, El pelado, Alejandro Avalis; Piojos y ladillas, Fena Della Maggiora; Historia publica de un amor apasionado, Fabiana Cantilo; Un gay tan Cantilo, Fernando Noy; “Naides sabe en qué rincén se oculta el que es su enemigo”; Del abismo a la cima; El trova- dor; Prensa gris; Libras de poe- sta, Horacio Gonzdlez; Historia se- creta de un amor magico, Cecilia Roth; Puro cine. Epilogo: Huyémdlagide Séfoclesy: i234) 5-1 ¢2Alma, dije? S. Ia de la ciencia ¢s la historia del acierto, la del arte es la historia de la equivocacién. Los cientificos necesitan la ficcién del futuro pero los artistas se desgarran en el remolino del presente. Los fantasmas que ace- chan son eternos, Esta temeraria afirmacién inicial demuestra la imposi- bilidad de transmitir el arte (“Sea artista”, decfan en los afios cuarenta los cursos por correspondencia); puede aprenderse un acierto pero no un er- ror, hay slo una manera de acertar pero millones de equivocarse. La idea del progreso esencial en la ciencia no existe en el arte: el amor, la vida o la muerte no progresan. Los caminos abiertos por la cien- cia admiten otros caminantes que limpien la maleza; por el contrario el arte influye pero no genera discipulos, el camino que se abrié no ¢s una recta, sino un laberinto estrictamente personal. B artista estd ah{abrien- do esa puerta: lo que veamos dentro seré nuestro. El siglo veinte es el siglo de la publicidad: la ciencia-madre que en- gendré otras subciencias como la psicologfa y la estadistica. La ciencia del siglo se propuso dotar de una estética al consumo; estandarizar bella- mente la necesidad, recortar el error. Ast, las canciones se arrinconaron en tres minutos, la mayorfa de los libros se acomodé a doscientas pagi- nas, las pinturas dejaron de ser pequefias, y la atencién en clase se redu- jo a perfodos de cuarenta y cinco minutos. La ciencia de la necesidad estandarizé el formato y creé los cédi- gos y construyé los robots més parecidos a un artista. Sin embargo, no pudo inventar el error: Billie Holiday siguié tosiendo en las grabaciones, Jimbo Morrison lela poemas extensos ¢ insoportables y se murié en una bafiadera, Hendrix insulté a los blancos con su guitarra, Roberto Arlt se reunié con chorros en los bares de la Avenida de Mayo, Truman Capote ‘tomé anfetaminas en su dormitorio de la YMCA, Caetano volvié de Lon- dres al Brasil como un turista, Salinger huyé de los bidgrafos, Lennon di- bujé a Yoko, Picasso se volvié nifio y Bufiuel se bajé de todos los colec- tivos en marcha. Algo pasaba con todos estos tipos que viajaban por las diagonales del sistema y algo pas6 también con todos los demds, con los que fueron artistas peto no quedaron, porque serfa idiota confundir el arte con el éxito 0 pensar que la sola firma del formulario del artista ga- rantiza la eternidad después de la confesién. Desconozco si, a la hora de evaluar a un artista, sirven las medidas de la fisica elemental: no s¢ si Van Gogh es mejor que Kandinsky o si Gershwin es peor que Bach; s{ sé que Google fueron, que son, que estan ahi parados diciéndome alguna cosa que de- bo escuchar. ‘Sf me siento victima de una incontenible vergiienza ajena frente ala cantidad de personas que se autodenominan artistas, que dicen tener una “obra’, o que se califican de “poetas” con la seguridad del que clava una chapa en la puerta de su casa. Si todo eso fuera cierto, la vieja Atenas que- darfa reducida a un pequefio club de griegos ignorantes. Muchos de esos “artistas” llegaron incluso més all4: desarrollaron un envase plistico perfecto y apetecible: un encantador globo rojo, o amari- Ilo, que nunca podra ser tocado porque esté vaclo, Si hubiera escrito al comienzo la palabra “alma”, todo el palabrerfo posterior desaparecerfa. Era eso lo que querla decir desde este lugar donde las palabras estén tan distorsionadas que necesitan de otras palabras que las expliquen. Queria decir que en las paginas siguientes habla un artista, que ese artista se llama Fito Péez y que tiene cosas para decir, y que necesito es- cucharlas. ;Alma, dije? Si, eso: error, pelea, belleza. JORGE LANATA Septiembre, 1995 Muchacho, cargé ese peso E. los primeros capitulos de los més complicados tratados de biolo- g(a. en las primeras paginas de los manuales mas basicos de botanica zoologia, el buscador de misterios se encuentra siempre con una misma decepcién. AY del origen fascinante ¢ imposible de la vida, qué tienen para con- tarnos? ;Cémo sucedié que esos primitivos gargajos de materia fueron atra- pados por la fiebre de la energia? ;Quién escupié esos gargajos? zY qué cuer- po imposible irradiaba el calor de la fiebre? ;Cémo se contagjaron la fiebre vital esas primitivas vesiculas insignificantes? Si hay un momento para celebrar en toda la historia del planeta, es el instante en que se producen esas simultdneas y sincrénicas revoluciones que recorrieron un charco y obligaron a unas vesiculas de nada a echarse Google sobre s{ —como quien se pone un guante— una membrana, y forzaron al charco a soportar el brote de todos esos ojos y orejas que trataban de espiar lo que no se sabfa que habia. Esa fue la primera nota de la gran partitura de las especies, el guién original de la tragedia genética. Para qué diablos empollaron una membrana, construyeron la cue- va del nticleo y se separaron del mundo? La parte de afuera de la membrana, la que palpaba el calibre de los es- timulos, era todavia el mundo, Pero la parte de adentro de la membrana es la que, a partir de ese momento, digo que es la parce del mundo que soy yo. Unos alvéolos de morondanga, enfervorizados por el gas de las cir- cunstancias césmicas, involucrados en un plan tan incomprensible para el- los come para los complejisimos y ultrasofisticados seres que se iban a ir montando sobre su 4rbol genealégico. Estas primeras amebas tienen que haberse enfrentado al problema del suicidio. Para qué seguir adelante? ;Por qué no romper la membrana y dejar escapat los calcios y las otras porquerfas? Por qué no retroceder y derretir- se otra vez en la fronda de lo indistinto? Por qué dejarse arrastrar por el torbellino angustioso de ese jadeo que continuamente soplaba sobre la nu- ca de sus pasos? El pintor Jorge Pirozzi tiene una respuesta: “No se puede retroceder”. Emigraste, cagaste. Mucho antes de que llegara la civilizacién ameboidal —es decir, cuan- do advino el imperio romano unicelular y surgicron los paramecios—, ya los charcos vigilaban la noche eterna de los tiempos, hundidos en el abis- mo oscuro y cenagoso del existir, reando una y otra vez nuevos dispositi- vos para controlar la recepcién de estimulos y desechando otros. Sobre esos primitivos estremecimientos del miedo fue creciendo la pesadilla del co- mando. Los paramecios ya sofiaban la espina dorsal. Y mucho antes de que un aterrorizado reptil pensara “me arrastro: por tanto, existo”, en las primeras cadenas ribonucleicas debfan estar escri- tas las sentencias de Nietzsche (“el desierto avanza’), las cavilaciones de Hamlet (“ser 0 no set”) y hasta la cancién de los Beatles (“Muchacho, car- ga exe peso”), El casete del pensamiento debfa estar ya instalado en el nii- cleo de aquella asombrada ameba que al asomarse desde la gota de agua re- cibié la estocada del infinito y comprendié que debfa huit. jAcaso no ¢é la historia de la vida y del hombre la historia de una fu- ga? {De qué terror césmico 0 catéstrofe molecular escapaban esos movi- Google REC mientos alienigenas que irrumpieron en el universo de las cosas de moron- danga y las encerraron en la prisién de la existencia? Fue un largo y sinuoso camino el que recorrié ese peregrino insom- ne desde la noche perdida cuando nacié el tiempo hasta que desperté con los ojos de un pez que daba ese salto imposible desde el agua a la tierra —iy respird!—, 0 hasta que volvié a despertar dando los pasos de un rep- til que se subié a la espalda de un mono para ocultarse. Observando esa trayectoria, resulta obvia la tentacién de adjudicar- le a todo ese proceso la existencia previa de un Plan. No un dios a imagen y semejanza del ser mas famoso del planeta, sino un plan genético a ima- gen y semejanza de esa ameba vagabunda. Ese plan, ese disquete genético, es el origen de la tragedi: ‘Aun hoy, aquella aterrorizada ameba asomada desde la cima de la mente del hombre trata de comprender aquello que la persigue. En su fu- ga de lo siniestro, Ilegé al escenario de la eragedia para encontrarse con lo siniestro. Cuando un ser nace lo aguarda el decorado de un escenario muy pre- ciso, un guién implacable que determina las probabilidades combinatorias del destino de cada actor. Y no son sélo las primeras impresiones. Son las primeras impresio- nes de unos determinados elementos preexistentes, de cierta clase de cir- cunstancias, de ciertas formas de sed y satisfaccién disponibles en el entor- no en que cada alma irrumpe. Es el dolor de la memoria lo que motoriza la evolucién de la vida; es el peso de Ia herencia lo que el muchacho ha de cargar. En esa tirada azarosa de circunstancias que reparti6 seres y probabi- lidades sobre el tapiz de la vida, algunos de esos seres han quedado coloca- dos mds cerca del niicleo del destino. Llamamos tragedia ala liturgia de ese destino. Este libro trata de uno de esos muchachos que surgié en un charco de una calle de Rosario, que cargé un peso tan grande que, paradéjicamen- te, hizo més leve su andar. Y cuyo paso va modificando el mundo, por don- de anda. ENRIQUE SYMNS n Googl Declaracién de amor Decreto N° 11.900 Rosario, 14 de marzo de 1952 Visto el comportamiento y el alto grado de eficiencia demostrada en el transcurso del afio 1951 y parte del corriente por la Sefiorita Margarita Z. Avalos hacia el Sefior Rodolfo Paez, actual estudiante de notariado e insigne empleado del organismo municipal, y considerando que el vinculo sagrado que une a ambos entes esté por encima de los mas elementales principios convencionalistas y extramundanos, y en concurrencia con el acuerda de vo- luntades de los interesados, que a través del tiempo y la distancia se ha man- tenido firme € irrevocable debido a la dulce virtud del amor, Cupido, Intendente del Amor, Decreta: Art. 1°.- Congratular a la Sefiorita Margarita Z. Avalos, insigne represen- tante de la ciencia musical, por tan brillante y digno comportamien- to que la ha hecho merecedora del carifio imperecedero ¢ inquebran- table del Sefior Rodolfo Péez. Art. 22 Encomendar al Sefior Rodolfo Péez —vinculado estrechamente la homenajeada— a que, en representacién del Sr. Intendente Cu- pido, entregue como simbolo de amor eterno un suave beso en sus labios divinos. ‘Art. 3¢.- Hacer cumplir lo dictaminado por medio de la coaccién, en caso de serle negado o de resistencia. Art. 4.- Conferir al Sefior Rodolfo Pez poderes irrevocablemente adqui- ridos por un lapso de 100 afos, sin condiciones previas, por parte de la citada Sefiorita. ‘Art, 5¢- Comuniquese a la interesada, publiquese en el diario de la vida y archivese en el Registro Mundial de los Enamorados. Rodolfo ° Margarita CHARITO PAEZ Villa Constituci6n es una pequefia ¢ciu- dad, a pocos kilometros de Rosario, de techos bajos y veredas limpias. Cada tanto pasa un auto o algu- na persona se asoma a la puerta de su casa. Hay una. plaza muy podada y prolija y sin nadie que la reco- rra. Llego a las cuatro y media de la tarde y me cru- zo con un sefor canoso que baja de un auto rojo; pa- rece que va a hablarme, pero no lo hace. Sigo caminando y voy hasta el numero de la calle Sar- miento que tengo anotado en un papelito. La casa de los tios de Fito tiene un fren- te de ladrillos a la vista y dos entradas: una, al ni- vel de la vereda, que es del consultorio del doctor Eduardo Carrizo; la otra, luego de una escalerita, que va de la puerta de entrada al living-comedor, En el interior hay dos sillones enfrentados y una mesita ratona en el centro; atras la enorme mesa con seis sillas y luego el piano que fue de Margarita Paez y después de Fito. Sobre el piano hay tres fotografias treinta por cuarenta; una de ellas muestra a Fito y las otras a sus primos Eduardo y Guillermo, todos vestidos de comunién. Charito Péez me recibe carihosamente. Nos sentamos un ratito en el living. Tiene ganas de charlar pero le molesta un poco el grabador. Al mo- mento interrumpe la charla y propone ir a la cocina. Nos metemos en la maquina del tiempo para bajarnos cuando Rodolfo y Margarita, los pa- dres de Fito, se conocen. Google Y. me estaba preparando para ingresar a primer grado y Margarita, con su familia, vivia enfrente de un tfo mfo. Ahi empieza la relacién, desde chicas. Pe- 10 ella era mayor, bastante mayor, Me Llevaria scis ais. ‘Margarita y Rodolfo empezaron a afilar, a conversar... Ibamos, venfa- mos, como se hacia en aquella época. Se acompafiaba: uno iba a la escuela, el otto le trafa cartitas... Ellos deben haber empezado a afilar cuando estaban en. séptimo y sexto, eran chicos... Y me llevaban de acé para allé. Se hace una re- lacién, pero a él la familia de Margarita no lo querla, porque era un afio me- nor que ella. ‘Van estudiando y ella, que estudiaba piano, se recibe de concertista. Si- guen afilando. En aquella época el paseo obligado era Calle Cérdoba. Real- mente nosotras éramos unas chicas alegres, nos gustaba salir, ir a coros, a ies- tas, a cumpleafios. Siempre con problemas con los padres, porque antes no se permitia salir tanto, Ni de noche. Ibamos a fiestas juntas —con Margarita, y otras amigas— pero siempre tenia que ir el hermano: el hombre, el mayor, el (que te acompafiaba. ‘Yo le decfa a Pichuca: “Margarita, decile a Rodolfo que quiero ir al bai- le”. Me encantaba. Pero no se podia ir a bailar. Se hacfan “asaltos” en la casa de alguna compafiera, o fiestas de graduacién, o de fin de curso. A Rodolfo no le gustaba mucho bailar, entonces él decfa “Hasta las doce”, y a las doce se para- ba. Y las repartia, una por una en su casa, Eramos una barra hermosa, Después Margarita hizo una amistad muy buena con Eduardo, mi es- oso, Eran ellos contra los Pée2: Rodolfo y yo nos peledbamos con nuestros respectivos novios, y entonces se reuntan ellos. Nos agarraban ataques de his- teria... No sé si habrd actualmente... Cosas de novios: que venfa, que no ventas que era tarde, no era tarde; que saliste, no saliste... lo que ocurre siempre en. las parejas. Entonces ellos se encontraban en la confiterla Palace, que estaba en Cérdoba y Cortientes, donde ahora esté la Galeria Garden, y hablaban de no- sotros, de como nos podian arreglas, de nuestro cardcter, Pero nos llevabamos bien. Yo les hacia mucha pata. ‘Una tipa muy capaz, Margarita. Fue mi profesora de piano. Cada vez que tenfa que dar las lecciones me acuerdo que me retorcfa los dedos, porque yo estaba tocando el piano pero estaba pensando en que Eduardo me espera- baa la salida.... A mi me gustaba tocar el piano, pero asi només; ella, en cam- bio, estudié con una vocacién tremenda para los conciertos. Nos casamos antes nosotros, afio y pico de diferencia. Cuando me ca- sé, mi hermano estaba muy malo... Tendrfa celos. Me acuerdo que, en uno de ‘ Google Sie 505 nervios que se pasan en los casamientos, nos habjamos olvidado el ramo y Margarita se fue en taxi a buscarlo y me lo trajo. Era una tipa dispuesta, sti- per inteligente. Después se casaron Margarita y Rodolfo y empezaios con los proble- mas: que la panza o no la panza, que tu panza o mi panza... Mas o menos estd- bamos parejas. Me acuerdo que una tarde —cuando Pichuca ya no andaba bien— nos recostamos las dos en la cama, en lo de mi mam4. Era verano, ha- ia calor y Margarita me dice: “Tengo chuchos de frfo”. Yo tampoco me sentia muy bien. En eso viene mi marido y me dice que la va a acompafiar a Marga- rita a-ver otro médico. Esa noche me internan a mf y a la mafana siguiente a ella. A mi me operan —una cesirea— y mi marido desaparece. Se hacen las on- ce de la noche y él esté un rato conmigo, pero al otro dia no lo-veo. Pregunta- bay me decfan: “Ya va‘a venit”. Pero no venia y yo no sabfa cudl era el motivo. —Pero, jobmo no viene a ver el nene? —Ya viene, ya va a venir —me decfan, siempre con un pretexto distin- to: que tenfa pacientes, que... Hablan desaparecido todos, toda la familia. Después me dijeron que Margarita estaba por internarse. “;Vamos a comprar juntas!”, pensé. Pero a todo esto ya se le habla muerto en la panza. ‘Una nena, Iban a llamarla Valeria. Aparecié una tia, después unos padrinos de ella... Me enteré cuando vol- viacasa. Feo, porque vos llegs a tu casa con un nene en los brazos... Yo a Mar- ‘gatita la querfa como a una hermana, y ella suftfa mucho, mi hermano tam- bin suftia por lo que le habia pasado. Después Pichuca tuvo un problema de familia. En aquella época los pa- dres eran muy intolerantes... Se le echaba la culpa de lo que ocurrfa al esposo, pero lo que pasé fue cosa de la naruraleza, de Dios, qué se yo... A ella se le mue- een la panza... Ya cuando le hicieron la cesirea... Yo eso no lo pasé, lo pas mi marido. Eramos todos jévenes, mi marido tenia veintipico de afios. Pichu- ‘ca, como se llevaban tan bien, no querla que Eduardo se separara de ella, y él sestuvo con el doctor Filleri, que era el médico que la atendla a ella... A todo es- to, yo escondiéndome: claro, estaba amamantando. A Margarita le costé mu- cho, estuvo en tratamiento psiquidtrico, habia quedado muy deprimida. Me acuerdo cuando Margarita vino a pasar unos meses a casa y lo lle- -vaba a pasear a mi nene: Eduardito tendria meses y la queria muchisimo. Pe- ro, claro, estaba ese fantasmita que le habia quedado... Después se fue subsa- nando, con el tiempo; y cuando vino la alegeia de Fito, te imaginds: toda la familia estaba contenta. La familia de ella también. Fue una alegria para todos. ‘ Google Fj = bre dios EL M uN DO 8 BEGUN PAEZ Una vee, hablando de la muerte, dijste: “Lo tinica cierto es quue varnos a marir’. Pasa el tiempo y cada dfa tengo mis cerca la impresién del absurdo de la existencia; posiblemente la mfa sea una mirada un poco escéptica. No me refiero al absurdo como humor, al absurdo como forma de enfrentar el absurdo, sino como violencia de la nada. Esa violencia de la nada que es un golpe que te pone ante todo esto. Entonces, ;Dios ¢s una excusa, una justificacién? Parece que Dios nos redimiera 0 nos culpara, dependiendo de nuestros ac- tos. Como si le diera una suerte de sentido a nuestros actos insigni- ficantes y a nuestras miserias, Alguna vez fuiste ereyente? Creo que soy creyente, No puedo despegarme de las creencias. Yo crefa en los diez mandamientos, hice el catecismo, tomé la comunién, y esas cosas no se borran... Racionalmente, el hecho de la fe es lo que me hace activar. La idea sola del existir, con o sin dios, no establece una diferencia: el absurdo del existir es el mismo. El absurdo de un mun- do en el cual es conveniente mantener la cdmara fria respecto de los acontecimientos, porque cuando uno se vuelve tendencioso se tor- naen un tipo jodido ante ese misterio de la existencia. El otro dia le comentaba a Liliana (Herrero) que la mejor mirada era la que abar- caba la mayor cantidad de puntos de vista posibles. Por eso, cuando uno va a mirar por un solo agujero, con normas claras y firmes, se- guramente se esta perdiendo la visién completa.

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