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Eduardo Ramos-Izquierdo La dama sombria Eduardo Ramos-Izquierdo La dama sombria Universidad Autonoma de Chiapas M. en C. Jorge Ordétiez Ruiz Rector Dr Jorge Lapez Arévalo Searaarto general Dr Carlos Eugenio Ruiz Hemandez Secretaria académico CP Radl Ovilla Lépez Secretario adtninistiativs Dt Hugo Guillén Trujillo Director general de investigacién y Posgyade Lic. Blanca Estela Parra Chavez Directora general de Planeacites Dr José Alfredo Medina Meléndez Dinctor genceat de Extensién Universitaria Dr José Martinez Torres Director editorial Portada: “Muchacha que lee", Christie’s Colour Library. Cuidado de la edictén: Seella Cuellar Disefic: Lizbeth B. de Lucio © Derechos reservados conforme a la ley EL VIIO POZO Matamoms 140 B-3 Col. Ampl. M. Hidalgo 14250 México, D.E mevital@fenteradonline.com Impress y hecho en México Printed and maste in Mexico ISBN: 968-7495-96-3 Primera edicion: 2003 Indice Lacita 0... eee eee eee eee i Latina cee eee en neee 21 Labolsa 2.0... cece eect 37 Elsafari oo... cece eee eee eee 45 El brindis eterno 6.02... eee eee t La travesia cc cee eect eee eee eed 69 Elbale6n oo... cece eee at Elelevador .... 0 ccc cc cece eee es 85 Ladama sombria 22.00... eee eee 93 El eco de larisa cc. ccc eee eee eee ee 113 Elcasete esputio ..... 1... ee eee eee aes 125 La linea de laluna........0220220000.00004 141 Las veinticuatro horas de Le Mans ........-... 159 Eduardo Ramos-Izquierdo Nacié en la Ciudad de México. Realizé estudios mu- sicales (en el conservatorio nacional); cientificos, litera- rios y de lenguas extranjeras en la UNAM, en Londres y en Paris. Trabajé en Radio Universidad y en la UNAM durante los afios setenta. Radicado en Paris a partir de 1977, ha ensefiado literatura latinoamericana e icono- grafia desde [os afios ochenta hasta Ja fecha en diversas universidades francesas (Paris, Saint-Etienne, Limoges). Apasionade viajero, ha tenide [a oportunidad de vi- sitar una cincuentena de paises. Em particular, estan- cias prolongadas en la India, Egipto, Italia y Espafia han nutrido profundamente su creacion literaria. Ha publicado dos libros de poesia: i* (Paris, 1981) y 7 (México, 1982), poemario finalista del Premio Villau- rutia. En 2002 aparece el volumen de relatos Los affos vacios (México, Siglo xx!). A manera de prélogo Paul Valéry escribié alguna vez. que no hay obras ter- minadas sino abandonadlas; Alfonso Reyes, a su vez, afirmé que hay que publicar los libros porque si no, uno se pasa la vida escribiéndolos. Los relatos de este volumen fueron terminados a fines de les afios noventa en Paris, aunque los prime- ros esbozos de algunas de sus tramas procedan de épocas anteriores. Contemporaneos de Los atios vacios, los cuentos a continuacién son nuevas reescrituras de temas eternes como la extrafieza de lo fantastico, la angustia de la existencia cotidiana y las inconsistencias del amor. Es harto sabido que [a literatura fantastica posee grandes maestros del género en América Latina; en México, en particular, su cultivo ha sido menos fre- cuente en comparacién a una nutrida tradicién hist6- rico-realista. Estimo algunes de mis relatos como un eslabén en la tradicién de lo fantastico, a pesar de al- gunos perfiles de ruptura que quizé algunos lectotes quieran apreciar. En el giro secular en que viviros, hemos asistido a una intensificacién del sentido de la soledad, del sess y de la violencia. De manera similar, vivimos las mo- dificaciones de los vinculos de pareja ¢n variadas for- mas del sentimiento amoroso y en la bisqueda de nuevos horizontes erdticos. Pocos son mis relatos en donde no aparezean estas preocupaciones del ser Residir en el extranjero implica estar.en una zona de interseccién de diversas cultutas. He procurado, con- forme a los limites de mis posibilidades, abrirme a [a voz de los otros y transmnitér también la mfa. Varios re- latos de este libro se sitdan en ciudades europeas en las que he vivido y he intentado compattir una cotidianei- dad. Silos personajes que en ellos deambulan poscen usos, habitos y comportamientos afines a su cultura propia, Ja esencia y los sentimientos profundos son universales, Menospreciar al otto es también menos- preciarse a si mismo. Una literatura es ante todo el espiritu de la lengua en que se escribe. Eduardo RamosdTraquterde La cita Fran las nueve de la matiana, el dia era cdlido, [a luz se deslizaba lacerante. Me habia levantado hacia unos minutos para rescatar los viejos recortes del periddico. Mientras despertaba con el sabor del café, fui hojeande Jas carpetas en las que dormian las columnas amati- [lentas. El suetio agitado de la noche anterior me ha- bia ordenado que rastreara el pasado. No recordaba con precision Ja fecha, sélo vislumbraba que lo encontraria en una de las primeras carpetas, en las de la época en. que habia empezado mi misién de coleccionar los re- costes, cuya fragilidad maloliente y polvorienta me itti- taba en ese momento. Empezaron a desfilar incesantes todas los titulos escogidos. Relei en algunos de los bor- des mis anotactones en tinta descolorida por la hume- dad y por el tiempo. EL brusco senido del teléfono interrumpié la revi- sién. Me quise levantar, pero mis miembros no obede- cieron al impulso. Dejé pues que el teléfono sonara y resonara, Ofa ese Ianto suplicante que se repetia in- cansable. Mi cuerpo habia transitado de la rigidez de una tensi6n a una espera indiferente, casi imperturba- ble. No obstante, senti un alivio al escuchar de nuevo La cita of la lisura del silencio. Esperé unos instantes alguna tein- cidencia que nunca se escuché. Volvi a las paginas agobiadas, esas paginas llenas de claves que sélo yo conocia. Ahi estaba la historia de la bicicleta, la del tren nocturno del suburbio, Ja del ani- [lo mutilado. Recuerdo mis multiples lecturas de las crénicas petiodisticas que esa punta de reporteros habia cometido: informaciones imprecisas, hipdtesis absurdas, explicaciones delirantes. Tantas veces que las habia lefdo y tantas risas irénicas y despreciativas. Ahora esas historias me eran tan indiferentes, las sentia tan lejanas y tan initiles. Solamente aquella historia que habia aparecido en mi sueno, en una deslumbrante vision nocturna, podia resucitar en mi mente un poco de interés, La bisqueda resulté menos ardua de lo que me ha- bia imaginado. Un antiguo e intimo placer me ilu- mind. Si, ese placer discreto y silencioso, fruto de la paciencia y la meticulosidad, Cerré los ojos y volvi a Teconstruir cada etapa de mi sueno. Al despertar lo ha- bia hecho con la premura y el temor de olvidarlo; ahora lo trataba de hacer ordenandolo, racionalizando- lo, verificando que los detalles coincidieran. Volvi a las lineas de los recortes y las relei con aten- cién. Me molestaba ese estilo en extremo vulgaz con ex- cesos dramaticos y sensacionalistas. Aun asi, perseveré hasta el Final de los articulos. Copié dos o tres nombres y lugares, revisé de nuevo alguna de mis anctaciones y volvi a archivar los recortes. Disponia por fin de toda la informacién que necesitaba para empezat Eduardo Ramos-lzquierdo Foi al bafio a tomar una ducha fria (me gusta esti- mular mi circulacién) y me afeité acompafiado por el pri- mer movimiento de la Musica de Bartok. En los Gitimos acordes de la fuga ya veia con claridad los proyectos de la siguiente etapa de mi plan. Una sutil cortada produjo una minima mancha de sangre en mi garpanta. No la habia sentido al afeitarme; apenas con el ardot de Ia co- lonia se hizo presente. Ignoro por qué taz6n —siempre se me podra decir que es bastante ilagico—, pero en ese momento lo interpreté come un agiero favorable. Supe que tenia que vestirme sin ninguna prenda llamativa, supe que debia prever suficiente espacio en el portafolios, supe que Ja [lave debia ir en la bolsa de la camisa, junto a la lista de los nombres, Al certar La puerta, of de nuevo el Llanco del celéfono. Mis pasos en la escalera fueron ocultando su sonido. Las calles estaban casi desiertas. En la parada del au- tobias, una anciana se enjugaba el sudor de [a frente y una pareja se quejaba de Ia tardanza del tranvia. A mi me daba lo mismo el calor y no tenia ninguna prisa. Eran las vacaciones, la oficina estaria cerrada atin du- rante unos dias. En alg momento me dije que a mi edad el desgaste en nimiedacles ya no me estaba per- mitido. Desde hacia afios habia aprendido a elegir mis actividades y a organizar el rigor de mi tiempo. El via- je ala offcina fue como tantas veces: los mismos ros- tros insulsos, las mismas aceletaciones y enfrenadas, el mismo tintineo en las paradas. Al conserje no le asombré verme esa mafana. A lo largo de muchos afios me habia visto ir a trabajar La cita durante las vacaciones y nunca habia dejado de repro- charme mis horas extras gratuitas. La puerta del des- pacho empujé [a correspondencia de los Ultimos dias. La levanté mecdnicamente y la puse en el escritorio sin mirarla, Encendi el ventilador antes de comenzar a re- visar los Ficheros en la computadora. Copié una lista de némeros de teléfono de la pantalla. Marqué los di- gitos para verificar si los ndmeros eran los actuales. Dos de ellos ya no correspondian a los registrados. Una voz andénima me anuncié la muerte del tercero. Para el cuarto, la voz conocida de la contestadora me corroboré que podia contar con alguien. Traté de co- municarme con otro némero, pero sin éxito. Me satis- fizo haber encontrado a Carson. Verifiqué entonces la direccién de Linder. El directorio me dio sus teléfonos. Llamé a su negocio y me dijeron que més tarde [o en- contraria con toda seguridad. Bajé al archivo del subsuelo. El olor seguia siendo rancio, la luz deficiente. Recorri Jas estanterias hasta la caja de seguridad que durante tantos afios habia disi- mulado en la pared del fondo. La abri para seleccionar las tres cosas que mi plan habia previsto, Volvi a la ofi- cina a Ilamar de nuevo, Esta vez nadie respondié. Vi gue en mi reloj ya habian dado las doce, Saqué los ex- pedientes con los que habia abultado el portafolios y guardé los tres paquetes. Senti un poco de hambre. EL retaurante chino de la esquina ya deberia estar abierto. Estaba casi vacio; el periode estival no era muy propi- cio en esta parte de la ciudad. La mesera me recibid con sus timidas sontisas y al menos dos reverencias. Me re- Eduanto Ramos-lzquierdo conocia como uno de sus clientes habituales, y un sim- ple asentir de mi cabeza le recordé mi sempitema or- den. Cuando me vio el buidico patron, entronado en el fondo frente a la caja registradora, esboz6 la misma sonrisa, apenas insinuada, de los dltimos ocho arios. La Mesera me trajo los nems. Me gustaban sus Manos finas, sus senos redondas, sus pietnas en las que latia una sensualidad naciente. Era la menor de las tres her- manas; las otras dos ya habian abierto sus propios restaurantes y no dudé que en unos afios, si no es que ya lo habian hecho, se comprarian [a lujosa lirusina como la que los padtes estacionaban en la reserva de la callejuela lateral. Mientras esperaba los camarones, previ las diversas opciones a las que podria recuttir si me tespondian por teléfono. Cuando Ilegé Ja cuenta con les lichis, ya habia analizado las hipétesis que en ese momento creia més plausibles. Pagué y salf a dar una vuelta para hacer Ia digestion. Llamé de nuevo desde una anénima cabina frente al patque. Me contesté la misma voz joven que esta vez me puso en contacto con Linder. Algunos recuer- dos lo convencieron de que habia sido un buen amigo de juventud del tio desaparecido. (Lo que en cierta forma era cierto.) Mi candida utgencia de dinero logré despertar su interés para que nos viéramos. Me pro- puso una cita para esa misma noche, Rapidamente le sugeri que podria pasar a verlo a su negocio 0 a su casa, No acepté, como supuse, por temor a comprometerse. Le propuse otro lugar, que por fin aceptd. fl me im- puso la hora y me previno que sélo me verfa para una fa cia verificacién, y que si aquello valia la pena, lo artegla- riamos al dia siguiente. Con voz angustiada le insisti en mi necesidad urgente. Su voz se irtité, se volvié amenazante. Cedi con premeditada debilidad. Com- probé que eta tan taimade y ambicioso como su tio, aunque sin lugar a dudas mucho més violento. Vien mi teloj que iban a dar las dos. Disponia pues de mas de diez horas. Pensé en regresar a casa, que hu- biera sido lo mas aconsejable, pero un impulso me hizo desistic A esa hora hacia atin mas calor y el grue- so portafolios comenzaba a pesarme demasiado. Fui a un modemo centro comercial en donde perdi el tiempo caminando entee las tiendas chics y del que s6lo recuer- do [a frescura del aire acondicionade. En algtin mo- mento me senté frente a la fuente deslizante. La ruidosa charla de un grupo de sectetarias me obligé a escaparme a un café. En el Klee, pude hallar una me- sa discreta en la que un expresso me ayudé a soportar las miserias de algtin diario. Mas tarde, en el perimetro de la plaza central, entré en una de las pocas librerias abiertas y acabé comprando una edicion de bolsillo del teatro de Strindberg. La configuracién de las situacio- nes me seducfa; la literatura nérdica en [a canicula de hoy. Tomé un taxi hasta [a costa. La playa seguia a rebosar. Le habia pedido al taxista que me llevata hasta el extremo sur de la costa. La tu ristica playa de arena fina y sillas plegables quedaba atras. Me bajé en ese extreme en el que empezaba [a parte rocosa, Voluntariamente me alejé mas de un ki- lometro. Intuia que no era muy prudente lo que hacia, Eduardo Ramos-zquierdo pero justamente, por ser imprudente me parecia mas atractivo. Estaba bafiado en sudor, Ia ropa me agobia- ba, sentia hinchados los pies. Me acerqué por fin al lu- gar de los pescadores. Al borde def may, una pareja de elles parecia discutir entre bromas mientras sus hijos jugueteaban en la arena, Me quité la camisa y los za- patos antes de sentarme en una cavidad entre las rocas. La vista del mar en reposo era sedante: azul, inmensa- mente tranquila, azul. A lo lejos se veian los barcos mercantes, lentos, infimos, prescindibles, Se deslizaba apenas una brisa, no habia ni una sola nube. Me quise poner a leer el libro, pero me di cuenta de que no lo tenia: lo habia dejado en el taxi. Podia ser un error, quiza realmente era un error. Senti el latigazo de la ra- bia. Sin embatgo, un instante después, me dio gusto haber incuttide en esa falta, Podia interpretarlo como un mal presagio; no obstante, me dije que si habia co- mietido ese error, ya no me equivocaria en lo demas, en Io otro, en lo esencial. Me convenct, sin duda de la manera mas absurda, de que mi dosis de falibilidad hu- mana habia quedado satisfecha al cometer ese minimno descuido. Descarté de manera arbittaria [a repeticidn de otra falla. Me recosté [o mejor que pude entre las ro- cas, certé mis ojos y me dejé arrullar un instante por el ir y venir incesante del mar. Una ola me mojé los pantalones y me despertd. Las cifras de mi reloj me mosttaron que habia dormido mis de una hora. La frente y las mejillas me ardian, los anteojos se me enterraban en Ja nariz, mi vientre se ha- bia enrojecido. Me volvt para buscar el portafolios que ~I La cita debia estar junto a la camisa. No estaba, Alguien me lo habia robado. Colérico me levanté, grité de rabia, in- sulté, maldije mi torpeza. De pronto descubri que le habia servido de almohada a mit suefio. Me burlé de mi propia estupidez. Rei, rei nerviosamente, rei hasta sa- ciarme. Era otro buen presagio, era claro que tode de- bia salir bien, que todo saldria bien. El sol comenzaba a declinar, el calor era menos so- focante. Me puse la camisa sin abtochar todos los boto- nes, tomé el portafolios y lo apreté contra mi pecho a pesar del ardor De vuelta a la ciudad, vi que habia muy pocos automéviles en Ja carretera y ciertamente ningun taxi Revisé la hora para tranquilizarme y comprobar que tenfa tiempo suficiente para volver a la ciudad ca- minando. Me ardian los hombros y el pecho, los brazos y el vientre. Sin embargo, habia apreciado el descanso al haberme dormido. No recordaba haber sofiado. Al borde de las playas turisticas, los dltimos banistas recogian. sus toallas y los negociantes de sillas y carnas las doblaban y ordenaban. La marea ascendia ritmica- mente, Cerré un instante mis ojos pata escuchar mejor su murmullo. Cuando Ilegué a la plaza, oi [a campanada del cuat- to de hora de 1a torte de Ja iglesia. En Las calles habia ese monétono deambular de los tutistas embrutecidos por el sol. Habia colas en Ios expendios de helados y refrescos, las terrazas estaban llenas, las tiendas de ar- tesanias y objetos de playa rebosaban también, Habia gente por todos lados, gente y mas gente. Escotes y shorts, piernas y hombros bronceados, olores de cre- Eduardo Ramses Lequierdo mas. Los senos acompasados se dibujaban y trans- parentaban en las i-shins. Voces, gritos, ruido, barullo. En algdn momento Megué a la puerta de Ia iglesia y sentf un poco de alivio al entrar La nave estaba ilu- minada, demasiado iluminada para tan pocaos fieles. E] cura salmodiaba los Gltimos Eragmentos de la misa. Un coro de voces destempladas, casi todas viejas y feme: ninas, proferia los responsos. Me quedé aislado en al- guna de las ultimas filas. Senti horror ante la idea de tener que estrechar alguna de esas htimedas, blandas y quizé fervorosas manos desconocidas. Por fin el érga- no dio la caclencia final. Las luces comenzaron a apa- garse, los fieles se desvanecian en las puertas de salida, el sacristan extinguia los cirios. Permanect en el solita- rio rincén de las dltimas bancas. El templo se volvié intime, discreto, sagrado. Repasé mentalmente las principales etapas de mi proyecto. El sacristan termi- naba de cerrar [as puertas. No se habia dado cuenta de mi presencia. Qué placer el no ser visto, el no set no- tado, ef sentir la inmensa fuerza de set invisible. Me dirigi silenciosamente hacia la puerta de [a izquierda del altar Una tos, mas fingida que evitada, resoné en el aire. AI sacristan le sorprendié, pues debid sentirse burlado. Apenas murmuré algo, con un tono irascible pero contenido y ni siquicta se impuso mirarme. No me sorprendié el brusco portazo después de mi salida. En aquella callejuela lateral {a luz era penumbra. Los faroles ain no se encendian. Apenas se oia el eco lejano de algun televisor. Pasos mas adelante encontré una cabina con una fila de tres muchachos. Consulté La cita Eduardo Ramos-frqsterdo mi reloj: ya pronto convendrfa hacer la otra amada. Media cuadra abajo, entré en el bar, donde pedi la copa de ving blanco para poder disponer del teléfono. Oi de nuevo la monétona voz de la contestadora; colgué el auticular sin esperar el fin de-‘[a grabacién, En una mesa cercana al mostrador, un viejo y un muchacho de bigotes jugaban una partida de ajedrez. La disposi- cién de [as piezas en el tablero anunciaba el final de la partida. La torre blanca amenazaba la fragil defensa negra. El bigote acentu6 una sontisa ironica cuando el caballo negro desprotegié a un pedn para ir a apoyar a la defensa. Ei alfil blanco tomé el peén més avanzade y amenazé al otro caballo. Las cejas del joven se alza- ron otgullosas, un tic colérico en la quijada del viejo co- rrobord [a derrota. Volvi a Ja cabina del teléfono. Esta vez, por fin, escuché la espontaneidad de la voz. No recuerdo con precision lo que Je dije; de lo que estoy seguro es de que mi tono fue en extrema cordial, casi afectuoso, Le recordé mi nombre y jos detalles inciertos de la investigacion antes de informarle de Ja aparicién milagrosa de una pista (cuidadosamente falsa) que pro- metia una implacable venganza. Crco haber Iogrado que mi voz pasara de [a serenidad a un ansia jubilosa- mente exaltada. Eta imprescindible que nos viéramos lo mas pronto, no habia un minuto que perder, una oca- sién asi no se volveria a presentar. Por fin pude vencer todas sus dudas y reticencias, fijamos la cita a la media- noche en punto. Colgué la bocina satisfecho. Me pagué una segunda copa de vino blanco, que bebi con avidez, antes de salir a tomar el taxi para la casa. Liené la tina con agua apenas tibia para lavar con cuidado mi torso y mis brazos. Momentos después, la erema logré aliviar un poco-el ardor. Me recosté en el sofa y encendi el televisor para escuchar las iltimas no- ticias (todas irrelevantes). Alumbré un prohibido

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