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UNIVERSIDAD NACIONAL DE ROSARIO

FACULTAD DE HUMANIDADES Y ARTES

ESCUELA DE HISTORIA

HISTORIA DE ASIA Y ÁFRICA I

PROFESORA TITULAR: CRISTINA I. DI BENNARDIS

BRIEGER, Pedro “La revolución árabe”en: http://pedrobrieger.blogspot.com/2011/02/la-revolucion-


arabe.html#links
Publicado, 9 de febrero de 2011

La revolución árabe
A mediados de los setenta un pequeño grupo de marxistas de varios países del Medio Oriente publicó
un folleto titulado “La revolución árabe”. En ese entonces pensaban que los pueblos se levantarían
contra los regímenes reaccionarios árabes que estaban impulsando una Pax Americana con Egipto a
la cabeza, y que los obreros y campesinos llevarían adelante una revolución socialista. En 1970 había
fallecido Gamal Abdel Nasser el gran líder del nacionalismo árabe, y su sucesor Anwar Sadat
expulsaba a los soviéticos para tejer una alianza con Estados Unidos. Sadat pensó que podría
reemplazar al Estado de Israel como aliado estratégico de Washington en la región y afianzar la
hegemonía norteamericana a través de una alianza tripartita con Arabia Saudita y el "Sha" de Irán. El
acuerdo de “Camp David” firmado con los israelíes tuvo como objetivo central afianzar la relación
con la Casa Blanca y anular la creciente influencia del mayor factor revolucionario en la región, la
Organización para la Liberación de Palestina liderada por Iasser Arafat.
Sin embargo, se consolidaron gobiernos autoritarios y corruptos en Irak, Egipto, Siria, Túnez o
Argelia. Por el otro, monarquías hereditarias y represivas como la saudí, la jordana y la marroquí, o
familias reales bañadas en petróleo con sus extravagantes golpes palaciegos donde los hijos deponen
a sus padres para quedarse con el poder como en Omán o Catar. Durante unas décadas en la mayoría
de los países se impuso una “estabilidad” autoritaria y el sueño de la “revolución” se esfumó.
Hasta que una chispa encendió la pradera como dice el antiguo proverbio chino. La revuelta popular
en Túnez cambió todo el panorama. En tres semanas los tunecinos en las calles lograron la renuncia
y posterior fuga del presidente Ben Ali. La mayoría de los gobernantes árabes y sus acólitos no
creyeron que los afectaría, convencidos ilusoriamente que lo de Túnez era una “excepción”. Apenas
diez días después millones se lanzaron a las calles en Egipto pidiendo la cabeza del presidente
vitalicio Husni Mubarak.
Estamos asistiendo a unas movilizaciones sin precedentes en el mundo árabe que tienen como primer
objetivo el desplazamiento de gobernantes atornillados a sus sillones. Pero está claro que el reclamo
es mucho más profundo y ataca los cimientos de casi todos los regímenes árabes. Como si hubiera un
brusco movimiento de las placas tectónicas se exige democracia, libertad de prensa, un cambio en las
políticas económicas que dictan los organismos internacionales, distribución de la riqueza, mayor
acceso a la educación, eliminación de la pobreza y un distanciamiento de la política instrumentada
desde Washington o algunas capitales europeas. La revuelta en Túnez dejó en claro lo que en el
mundo árabe todos saben respecto de los intereses de los países capitalistas desarrollados, muchos de
los cuales ocuparon durante décadas el Medio Oriente y se lo repartieron en su beneficio. A los
norteamericanos y europeos poco les importa el bienestar de las grandes mayorías árabes. Sí les
interesa que les garanticen inversiones y fabulosas ganancias con la complicidad del Fondo
Monetario Internacional que no se cansó de elogiar al gobierno de Túnez sabiendo que el Estado
estaba manejado por una mafia familiar. Además, quieren que les aseguren el acceso al petróleo
barato y que ningún país árabe ose cuestionar al Estado de Israel en su política represiva hacia los
palestinos.
El mundo árabe estuvo siglos bajo el dominio del Imperio Otomano. Luego fue dividido y ocupado
durante décadas por las potencias coloniales europeas. En el siglo veinte conoció monarquías
dictatoriales y corruptas (muchas de las cuales todavía están allí), el fracaso del nacionalismo
socializante de Nasser y movimientos islámicos a los cuales se les impidió gobernar.
El movimiento tectónico actual fue comparado por un diario saudí a las revoluciones burguesas de
1848 en Europa y la caída del muro de Berlín en 1989 que llevó a la disolución del bloque soviético.
Esto es, una verdadera revolución que todavía cuesta saber cuál será su dimensión.
Nadie imaginaba que esto sucedería, que las grandes masas árabes aplastadas por décadas y lideradas
ahora por una nueva generación de jóvenes levantaran cabeza. Y vaya que lo están haciendo. Debajo
de las arenas del desierto los topos trágicos de Shakespeare 1 que estuvieron excavando durante
décadas sin poder salir a la superficie están muy cerca de encontrar una salida. Y si lo hacen,
seguramente encontrarán a Marx diciendo “bien has cavado viejo topo!”

1
“Hay dos tipos básicos de tragedia histórica. El primero se basa en la concepción de que la historia tiene un sentido, que cumple una
misión objetiva y que se dirige a un punto determinado. Es racional o al menos inteligible. La tragedia es, pues, el precio que se cobra
la historia por el progreso de la humanidad. Marx comparó la historia como un topo que excava la Tierra implacablemente. El topo es
irreflexivo, pero excava la Tierra en una dirección determinada. El topo se convertirá en trágico si queda sepultado por la Tierra antes
de que tenga tiempo de salir a la superficie.
Existe otro tipo de tragedia histórica que surge de la convicción de que la historia no es lineal y que está parada en el mismo sitio o
siempre repite el mismo ciclo cruel. El topo excava la Tierra pero nunca saldrá a la superficie. Las siguientes generaciones de topos
siguen excavando la Tierra en todas direcciones y continúan sin encontrar la salida. El topo se da cuenta de que la Tierra, el cielo y las
estrellas no han sido creados para él. Seguirá excavando la tierra que le sepulta una y otra vez. Y entonces el topo se dará cuenta de
que es un topo trágico. Es la visión de Shakespeare.”, en: KOTT, Jan (2007 [1965]) Shakespeare nuestro contemporáneo, Madrid,
Alba Editorial. [N. de la Càtedra]

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