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El Roaycagee, Ju gence, > >\Vefanr, (Fas) Curtne Srrd4 S ae Od ou Dees See a) | aco NEP 4s Guynne Levis Nholaip, Wrsime wed , latins © Lenoirs abririan el camino hacia unas nuevas relaciones entre “pa- EL MUNDO DE LAS TRABAJADORAS: IDENTIDADES, tronos” y “obreras”. Por el afio 1815, pequefias ciudades textiles ‘ oN tome Choet, evel Maine-tLoie, a haan iiciado su proceso «|= CULTURA DE ENERO SPACIOS DE ACTUACON de conversion en ciudades “fabrica”. Los departamentos del Gard, Ardéche y los de Lozére, al sudeste de Francia, con veintenas de Mary Nash pequefios burgos que no s6lo habian cultivado y desarrollado la industria de seda cruda sino que, ademas, elaboraban cientos de pequeiios productos textiles para otros mercados del mundo, se habian metamorfoscado en una especie de colonia interna dedi da a la produceién de seda cruda ¢ hilada para los centros manu- facturetos de Lyon y Tours. Valenciennes, en el noreste, y Alés, en el sudeste, eran ahora ciudades industriales productoras de carbén, hierro y acero, El cambio experimentado en los mercados mundia- le ‘A dimensién internacional del Coloquio Cultura social y cul- les, Ia mecanizacién y la concentracién de los procesos produ: tura politica en el mundo de los trabajadores deparé una pla~ vos hablan convertida a la mayoria de los obreros protoindustria: taforma interesante para plantear problematicas comparativas en les en proletarios. cl contexto europea. Dada la orientacién del Coloquio enfocada a aspectos metodolégicos y teéricos, esta aportacién pretende iden- tificar una serie de cuestiones para abrir una reflexién en torno al significado de una lectura de género del mundo del trabajo. Como | punto de partida cabe sefialar mi interés en la construccién del tuniverso de las trabajadoras en relacién a contextos sociales, cul- turales y politicos especificos. Este trabajo aborda algunos aspec- tos del significado de las politicas de identidad-en la-configura- cidn de las opciones de las mujeres en los ambitos del obrerismo, en Ia dofinicién de sus trabajos y espacios de actuacién y en la configuracién de la mirada ajena sobre la figura de la mujer traba- jadora. Me interesan las diferentes formas de identidades de géne- roy su implicacién en el desarrollo de estrategias colectivas como x también Tos interrogantes en torno al rol de las mujeres y las rela- ciones de género en la organizacion socio-politica, la cohesién de ‘grupo y la continuidad en Ja cultura obrera. La definicién de los espacios de actuacién y sus implicaciones de género representa ots ‘una segunda linea de anélisis que plantea un debate en torno a las similitudes y diferencias desde un enfoque més transeuropeo. La discusién podria abrirse entonces desde la lectura de género pero , a 48 Mary Nash también desde una visiOn integradora del mundo laboral desde la perspectiva de las implicaciones del contexto de Espafia como pais mediterrineo, de cultura catdlica, asentado en un mundo poli- {ico de débil consolidacién de los mecanismos de cohesién social ¥en el periodo abarcado, configurado por una cultura politica de ‘escasa consolidacién democritica, de fragil vertebracién del Esta- do y de débil desarrolio industrial El titulo del Coloquio sirve, de entrada, para abrir el debate. Asi, el primer punto de discusién se centra en una posible relectu- 2 de las implicaciones de la propia conceptualizacién de la figura de trabajador/a. En este sentido, es de interés observar la distin- cién que aparece en las versiones castellanas e inglesas del titulo del coloquio. La versién inglesa se configura como Social and po- litical culture of the world of labour, un planteamiento del univer: se laboral que lo define como e! mundo del trabajo. En cambio, la versi6n castellana define el mundo del trabajo, de entrada, como un universo masculino, de los trabajadores: Cultura social y cul- ‘wa politica en el mundo de los trabajadores. Evidentemente, s¢ puede alegar que las dos versiones obedecen a cuestiones de estilo lingiiistico y de traduccién, En todo caso, sirven de pretexto para abrir el debate. Si nos centramos en la version castellana, frente al neutro de world of labour, cabe plantear si la definicién del ‘mundo del trabajo en términos de los trabajadores significa la vo- luntad de adoptar un planteamiento conceptual que pretende prio izar el protagonismo activo de los trabajadores como agentes his- t6ricos activos en la configuracién del mundo del trabajo. Tam- bién se presta a una lectura implicita de establecer una diferencia centre mundo de trabajo y mundo de trabajadores, Este estudio se centra, en todo caso, en otro aspecto de! titulo del Coloquio que define e! mundo del trabajo en términos mascu- linos al formularlo como el mundo de /os trabajadores. Esta defi- nici6n de la figura del trabajador como masculino podria plantear un debate sobre el significado del uso de lo genérico en masculino © la especificacién de lo femenino o la uilizacién de expresiones Reutras en los términos utilizados en los anilisis histéricos. En El mundo de las trabajadoras 9 todo caso, abre la discusién en torno a la problemética de inclu- sidn/exclusién del colectivo de mujeres en el mundo del trabajo, la \atnein de su identidad como trabajadoras y la validez y signi- icado de la proyeccién de lo masculino como genérico universal. Cate lace a Ieicotones ely nei oe Sem cultura social y politica articuladas desde lo genético masculino sen inland epost las sjeys esbajaions, oie abierto, por tanto, un doble interrogante: jexiste una neutralidad de género en su formulacién y/o evidencia una visién que compatibilice la experiencia colectiva masculina y femenina? En la actualidad uno de los retos de la historia de las mujeres cs el de suministrar una lectura de género del mundo obrero, Hace mucho que la historia de las mujeres arrancé con la denuncia mi tante inicial de la invisibilidad de las mujeres en la historiografia y de la distorsién que se efectuaba en la interpretacién de los proce- 808 hist6ricos al ignorar la experiencia especifica de las mujeres como colectivos sociales. ' Fue clave la constatacién de que k F equiparacién tradicional de la trayectoria especifica de los hom-| bres. con la experiencia universal de la humanidad signified la identificacién de la historia de la humanidad con la del varén y la consiguiente exclusién de las mujeres del escenario histérico. Al integrar la subjetividad creadora de las mujeres como sujetos his- téricos capaces de transformacién social, la historiografia actual Lita cuestionada estos esquemas interpretativos, También ha svar “ado en el desafio hacia marcos analiticos més matizados y com- plejos que cuestionan esquemas rigidos de signo oposicional basa- "ues 8. AMuLANG y May NAS (et) stra» geo, Lx murs or 1a Europ moderna y onemprine, WEUAlonel Magen, Vleet Gh Boe," ra kn moc ya a ghee St iain ra St 91991), pp. Karen Orv ath Rawcr PexGony Jao REALL (ot), Wing omer hoy tea! opel Main, Lod 9B1; Ate Fak Lata de ge SC’ oer ns mae nye de roa sor Se 19 (99D, gp POL, Tam dase ono a ee aie Jura ef Wome’ try, 1 (389) 50 Mary Nash dos en conceptos confrontados entre piiblico o privado, poder 0 sumisidn, victimizacién o heroicidad, confrontacién 0 consenti- Gaiento para interpretar Ia dinimica histérica de las mujeres. ? Desde esta perspectiva analitiea, se pueden formular propuestas interpretativas que partan de Ia interseecién de espacios y la inte raccién en Ia diversidad de Ins experiencias histéricas y la subjeti- vvidad colectiva en ta dinimica de las relaciones de poder de géne- toy Ia articulacién de la experiencia colectiva de las mujeres. REPRESENTACIONES CULTURALES, POLITICAS DE. IDENTIDAD Y PERFILES DE TRABAJADOR/A Como ha argumentado Pilar Pérez-Fuentes, la extensién del _ nuevo concepto de trabajo como mercancia constituyé un elemen- to estructurador del sistema de género en las sociedades industria- les al negar el valor econémico al trabajo de las mujeres y, de este modo, colocar su actividad laboral al margen de las consideracio- nes econémicas. Cabe destacar ademis que la opacidad de la re lidad laboral de las mujeres en Ia sociedad industrial se efectud ‘mediante el desarrollo de representaciones culturales que definian tun modelo de feminidad que ocultaba su perfil de trabajadora. ‘La historiografia social reciente ha puesto de relieve Ia impor= tancia de la eonstruceién social de las representaciones culturales 2 Judith Bayer, “Feminism and history", Gender and History, vol. Va? 3 (1989); y "Women’s history: a study in change and continuity”, Women's History Review, vol, in? 2 (1993), pp. 173-184. También Bridget Mit, "Women's bi tory: a study in change and continuity or standing stil?™, Women's History Re- ew, vol 2/1 (1993), pp. 5-22. » Pilar PEnez-FurNTeS, “El trabajo de las mujeres en la Espatia de fos siglos xy Xx: eonsideraciones metodologicas", Arenal Revista de Historia de las Mu _jeres vol. 2" 2 (1995), pp. 219-245, También Enriqueta Cars Cura, “Capital ‘comercial i tebll industrial: les estratégies familias durant la transcié al sistema fabri", en Josep M, Bexaut, Jordi CaLver y Esteve Dev (eds), Indstria i cia. ‘Sabadell (1800-1980), Publicacions de I’Abadia de Montserrat, Barcelona, 1994, pp. 153-192. El mundo de las trabajadoras sl ‘cuya articulacién siempre ha sido decisiva en la construccién de nuevas identidades.* Constituye un mecanismo singular al enun- ciar identidades de clase o de género. Es un elemento clave en la ‘construccién socio-cultural de la diferencia, del otro, del colectivo social diferente, y, por tanto, en la constitucién de una identidad de clase y de género. Desde la perspectiva de la construecién de la ‘dentidad de clase, es cierto que las distintas experiencias colecti- vvas representan una causa vertebradora de los movimientos socia les que esiructuran Ia mentalidad colectiva, * Las experiencias co- Iectivas incorporan realidades socio-econémicas y percepciones ideologicas que inspiran programas y estrategias de accién colec- tiva obrera 0 del movimiento de las mujeres. La formacién de una identidad de clase y la estructuracién de una mentalidad colectiva obrera caracterizan el obrerismo como movimiento social. En el mismo sentido, la constitucién y percepcién de una identidad co lectiva especifica se consolida mediante una representacién men- tal, de un imaginario colectivo que define el obrerismo o el femi- nism y marca sus limites con respecto a otros grupos sociales. Hace afios Edward P. Thompson desarrollé en The Making of the English Working Class la idea de la experiencia colectiva como plataforma de concienciacién de la clase trabajadora.* Melueci ha argumentado que los nuevos movimientos sociales se han desarro- (lado a partir del cje de las politicas de identidad y de redes su » mmergidas de actuacién.” Una idea aplicable al movimiento hist6ri- co de las mujeres y, quizé, al movimiento obrero. “ Véanse los dossiers “Formacién de Ia clase obrera” © “Historia, lengua, percepeitn" en Historia Socal n° 12 (1992) y n° 17 (1993), respectivamente "Mary Nasity Susana TaveRA, Experiencias desiguaes. Los movimientos sociales en e sito xy primeras décadas de siglo, Sintess, Madrid, 1994 Edward P. THonson, La formacion histérica de la clase obrera‘en Ingla- terra, Critica, Barcelona, 1989. También el nimero monogrifieo dedicado a ‘Thompson en Historia Social,” 18 (1994). Alberlo MECC, “The symbolic challenge of contemporary movements", Social Research, 1° 52 (1985), pp. 789-816; y Nomads of the present social imovemens and individual needs in contemporary society, Temple University Press, Philadelphia, 1989, 52 Mary Nash ‘A mi modo de ver, las politicas de identidad son claves para | entender la definicién de la figura del trabajador/a y la configura- * cin de las pautas culturales y sociales del universo del trabajo. En ese sentido, quisiera argumentar que la identidad colectiva de gé- nero fue crucial en la creacién y consolidacién de la identidad de la figura de trabajador y en la asociacién de valores diferenciados | Vinculados con el trabajo. De entrada me parece importante dife- renciar entre el discurso de género que atribuye una serie de ras- g0s a la masculinidad y la feminidad y la realidad social de los trabajadores/as, es decir, entre el mundo de las represe culturales y de la experiencia laboral. Me interesan los discursos como medios de control social y de vehiculacién de comporta- mientos colectivos. En el caso de la Espaiia de finales del siglo xx el discurso de género y los valores culturales y politicos deri- vados del mismo se articulaban en torno a la nocién de Ia domes- ticidad. Cabe destacar que, a pesar de algunos intentos de entender la experiencia histérica de las mujeres espafiolas desde Ia clave interpretativa de la “Espatia Negra” y del predominio de valores culturales religiosos tradicionales y del conservadurismo politico, centiendo que la cultura de género vigente en Espafia se inserta dentro de los parmetros de la ideologia occidental de Ia domesti- | lad, aunque con un ritmo algo diferente en cuanto a su evolucién yy reformulacién modernizadora, * Otro elemento general a debatir €esla connotacién de clase del discurso de género predominante en la sociedad espafiola y occidental. ;Se trata de un diseurso de clise, atribuido a menudo a la clase burguesa, o de una formula cion transclasista? En este sentido cabe plantear la cuestién de si laclase obrera espaiola o europea fue capaz de generar un discur- * Victoria L. Eneks y Pamela B. Rancurr (es), Constructing Spanish wo- ‘manhood: female identity in modern Spain, Sate University of New York Pres, Albany, 1998; Pilar Foucueta (comp.), i feminismo en Espa: dos silos de ‘sora, Editorial Pablo Iglesias, Madrid, 1988; Mary Nasi, "Experencia y sprendizaje: Ia formacién histérica de los feminismos en Espaia", Hiszoria Social, n° 20 (1994), pp. 151-172; Geraldine M, Scanton, La polémicafeminista en a Espaa contemporinea (1868-1974), Akal, Madrid, 1986, El mundo de las trabajadoras 3 so de género alternativo con respecto a las mujeres o de formular un sistema de género més equitativo. LLos regisiros culturales enuncian a la vez que teafirman la di- ferencia de clase y de género y son claves en la articulacién de identidades y en la formulacién de estrategias de lucha.’ Son cru- ciales en la construccién de una mirada que define la identidad Asi, por ejemplo, la construccién del modelo de masculinidad se centra en el eje del trabajo como elemento configurativo de la rmasculinidad, el hombre se define como el breadwinner, el gana- dor del pan y sostén econémico de la familia. A pesar de la reali- dad de ta trayectoria laboral de las mujeres de les clases trabajado- as, se les niega una identidad de trabajadora ya que se construye cl eje de la feminidad en torno a la maternidad y la reproduccién. ‘Abordar el discurso de género de forma comparativa con la construccién y configuracién del discurso de raza y sus represen- taciones culturales puede ser ilustrativo. Del mismo modo que el discurso de raza propone trasladar diferencias éinicas a categorias culturales jerarquizadas de inferioridad /superioridad, "el discurso de género, de diferencia sexual, se articula también trasladando la diferencia de sexo al plano cultural ideolbgico y la justificacién de un orden jerdrquico de género basado en la subordinacién de la mujer." De hecho, tanto el discurso de género como el de raza se sostienen a principios del siglo xx en un pensamiento biosocial de {alante esencialista que considera ta diferencia biolégica como * Gareth Sreosian Jones, “El proceso de a configuracinhistérca de la elase ‘obreray su conciencia histrica, Historia Social, n° 17 (1993), pp. 115-129. Floya AxTitas y Nira Yuval-Davis, Racialized boundaries: Race, nation, gender and class and the anti-racist struggle, Routledge, Londres, 1992; Robert NN, Poctok, Racal hygiene, Medicine under the Nazi, Harvard University Pres, Cambridge (Mass), 1988; Vron Wate, Beyond the pale White women, racism ‘and history, Verso, Londres, 1992; y Michel Wisviowk, El espacio del racismo, Paidés, Barelona, 1992, "Mary NASH, “Identidads, epresentacidn cultural ydseurso de género en Espaia Contemporines", en Pedro CuaLMetA, Fernando Citsca etal, Cultura y ‘ultras en la Historia, Universidad de Salamanca, Salamanca, 1995, pp. 191-205. s4 Mary Nash 10 de Ia diferencia humana. Las distinciones biolégicas y ana- s se trasladan a categorias sociales y culturales de diferen- ciacién étnica o sexual que establecen una jerarquizacién social de supetioridad y subalternidad. Desde esta perspectiva quisiera gumentar la necesidad de reflexionar en torno a la construccién cultural de la feminidad como categoria cultural que traslada a un el hecho bioldgico de la reproduccién y la materni- dad. Descifrar el discurso de género y los mensajes que transmiten ‘para hombres y mujeres representa, a mi modo de ver, uno de los ‘¢jes claves de comprensién de la trayectoria histérica de las muje~ res trabajadoras y de la ausencia de un perfil de trabajadora para Jas mujeres obreras. La tepresentacién cultural de la mujer tiene una funcionalidad decisiva en la creacién de los roles de género y de los prototipos de masculinidad y feminidad. En gran medida, la identidad cultu- ral de género se consolida y se difunde a través de la imagen de la ‘mujer. A su vez, los modetos de feminidad trasmitidos a través de Ja tepresentacién simbélica de las mujeres representan una instan- ccia clave de control social informal en la canalizacién y manteni- ‘iento de las mujeres en las relaciones sociales de género historica- mente construidas. Légicamente las imagenes y representaciones de las mujeres no constituyen un espejo de la compleja realidad de las mujeres. No obstante, sirven como vehiculo para identificar y seguir las normas de comportamiento de género vigentes. Diluci- dar los cmunciados del discurso de género permite, a su vez, iden- tificar los mecanismos de funcionamiento de las relaciones de poder en el Ambito obrero, Habria que plantear, pues, las formula cciones de la representacién cultural de la diferencia sexual, las ca~ racteristicas de la evocacién simbélica y de las nociones culturales que constituyen un imaginario colectivo de género en las cuales se sostienen la construccién social de la diferencia sexual en el mundo de los/las trabajadores/as. __ En el caso de la Espavia del siglo x1x y primeras décadas del siglo xx la construccién socio-cultural de género demarcé el am- bito de actuacién y la funcién social de la mujer. El discurso de la El mundo de tas trabajadoras 55 domesticidad articulaba un prototipo de mujer modelo —“Angel del Hogar” y “Perfecta Casada"— basado en el culto a la materni- dad como maximo horizonte de realizacién de la mujer. Generé la nocién de que la trayectoria social de las mujeres se tenia que cir cunscribir forzosamente a un proyecto de vida cuyo eje era la fa~ milia. De este modo, las mujeres tenian que forjar su identidad personal en el matrimonio y la maternidad sin posibilidad de crear hingiin proyecto social, cultural 0 laboral auténomo como indivi- duos, Desde esta perspectiva, las sefias de identidad femenina se formulaban a partir de su funcién social como madres y de su di- ferencia sexual biolégica de la reproduccién. La identidad cultural de las mujeres derivaba, pues, de su capaci lad biolégica de repro- duccién. La naturalizacion de Ja diferencia sexual se traslado de esta manera a una categoria social ya que se entendia que el desti- no biolégico de la reproduccién determinaba el cometido social de las mujeres en la sociedad. Como “Perfecta Casada”, la formula- cién de su funcién como esposa y madre dedicada a la familia era clave en el discurso de la domesticidad que evocaba como mi én Sagrada femenina el sustento de su familia y Ia gerencia capaz y cficiente del hogar. Implicito en esta formulacién era la dedica- cién laboral de las mujeres a las tareas domésticas y, ademis, la consideracién de las prestaciones domésticas como de exclusiva jncumbencia femenina y tinico eneargo social de las mujeres. De ste modo, la identidad cultural de las mujeres no se formulaba Jsegin su identificacién con un trabajo remunerado sino segiin la ‘asuncién de los servicios inherentes en la figura de madre y espo- 4 sa. Alconcebir el trabajo doméstico como prestacion inherente, de forma natural, a la condicién femenina, se le negé la categoria de trabajo. Del mismo modo, al priorizar las tareas domésticas como cometido femenino, el trabajo remunerado de las mujeres no tuvo Ja misma consideracién que el trabajo asalariado masculino. Fren- te a esta negacién se adjudicd, en cambio, un valor significativo al trabajo asalariado masculino definido como eje de la identidad ‘masculina. Evaluado de forma positiva a nivel de la cultura pol ca, considerado de gran prestigio social, portador de un estatus S0-, 56 ‘Mary Nash cial y de reconocido valor monetario fue entendido como elemen- to clave y permanente en la identidad masculina tanto por su ca- rercia como por su existencia. En cambio, el trabajo remunerado de las mujeres careci6 de valoracién positiva, no fue econcebido en térmninos de un trabajo sino de ayuda, algo complementario y ac- cesorio limitado a momentos de penuria cuando el breadwinner ‘masculino no podia cumplir con su obligacién de sostén de la eco- noma familiar Este conjunto de elementos faciité la invisibilidad del trabajo forsenino, tanto el doméstico como el asalariado. El reconoci- ‘micnto del perfil de trabajadora no se convirtié en elemento signi- ficativo de las seiias de identidad femenina, Esta ausencia de iden- tidid como trabajadora tenia implicaciones significativas en la ‘configuracién del universo laboral de las mujeres y en sus res- ppuestas colectivas e individuales frente a sus condiciones labora- Jes, Tal como planteé Taylor en el contexto de la sociedad multi- ‘cultural norteamericana, el reconocimiento det otro o la distorsion de su imagen en sentido negativo 0 subalterno puede resultar deci- siva como freno a la cohesién social y, podrfamos afiadir aqui, a la convivencia igualitaria de género. En este sentido la ereacién de ‘una imagen propia resulta imprescindible para el reconocimiento y el posicionamiento de las mujeres, situadas en los limites entre ja inclusién y la exclusién del universo obrero. La ausencia identidad como trabajadoras fue un eficaz impedimento para la creacién de una identidad colectiva femenina como obreras. Tam- bign funcioné como mecanismo dual de autoexclusion y de recha- zo del movimiento obrero, con el consiguiente refuerzo de lal subalternidad femenina en el mundo obrero y laboral. En el caso de Espafa el discurso de la domesticidad y de la se- paracién de las esferas no puede atribuirse de forma exclusiva al "© Charles TavLoR, “The politics of recognition”, en Amy GUTMAN (ed), Muticultralism. Examining the polities of recognition, Princeton Univesity Press, Prnecton, 1994, pp. 25-73 El mundo de las trabajadoras 37 pensamiento burgués. Pese a la realidad generalizada del trabajo remunerado de las mujeres y de su aportacién econdmica decisiva 1 la economia familiar, de forma paradéjica, cabe destacar que el ‘obrerismo espaiiol suscribia estas pautas de género en la defini- ccién de la mujer como esposa, madre y ama de casa y el hogar como exclusivo ambito laboral femenino. "? De hecho, con pocas excepciones, el pensamiento obrero espaiiol no elaboré una pro- puesta alternativa de identificacién cultural de género que definie- se a Jas mujeres trabajadoras como tales. Parece claro la acepta- cin del discurso de la domesticidad en los émbitos obreros de di- versas tendencias politicas y el rechazo de la presencia femenina cn el mercado laboral. Ademas se admitian los supuestos atributos femeninos en la configuracién de la feminidad inherente al proto- tipo de mujer “Angel del Hogar” como argumento justificativo de su exclusién del trabajo asalariado: “se les ha considerado siempre moral y fisicamente por un sexo débil y como tales exentas y ex- cluidas de los cargos, oficios, faenas y trabajos propios de los va- rones”. * Un articulo publicado en octubre de 1884 en La Demio- cracia reivindicé, en nombre de los obreros, la dedicacién exclusi- vva de “la mas débil mitad del género humano, el angel del hogar” a los trabajos “propios de su sexo”. Aiin més significativa desde la perspectiva de las relaciones de género, fue su legitimacién a par- tir de valores culturales que defendian la asimetria entre los sexos: y garantizaban el ordert jerdrquico de género con su autoridad imasculina, Asi, la independencia econémica de las mujeres fue considerada como una subversién del orden fundamental de la fa- milia y, en particular, como amenaza al poder jerdrquico del mari- do, De este modo la exclusion de las mujeres del trabajo extrado- Mary Nasu, “Idenidad cultural de género,diseurso de la domesticidad y le efinicidn del trabajo de las mujeres en la Espa del siglo xix", en Genevitve Frawsst y Michelle Peanor (dts), Historia de las mujeres. B! siglo x0, Taurs, “Mauri, 1993, vol 4, pp. 985-597 8 Tusancia de Mariano Llorens, Juan Burses y Agustin Codorniu dirigida a a Junta Revolucionaria de Igualade, 16 de ostubee de 1868. ae Mary Nash ‘méstico fue justificado por los obreros por la necesidad de mante- ner el respeto y poder masculino en la familia Muchos obreros se expresaban en contra del trabajo femening cen las fabricas y eran especialmente reacios al ejercicio del trabajo Femunerado en el caso de las mujeres casadas. Asi, de igual modi que para los hombres de la burguesia, Ia identidad de la masculini dad trabajadora fue construida sobre su definicién como sostén eeonémico del hogar y, por consiguiente, como responsable tinico del bienestar de su esposa e hijos. Es cierto que la construceién de sénero tiene a su vez una lectura de clase, ya que el significado de los modelos de masculinidad y de feminidad no son necesaria- ‘mente equiparables en el caso de la clase obrera y de la clase bur- guesa. No obstante, en términos globales, el discurso de la domes- | ticidad transcendié las fronteras de clase para encontrar una acep-, || tacién poco matizada entre los varones del universo de los trabaja- ‘una ligiea econémica: el miedo a la competencia y el desplaza- ‘miento de larmatio de obra masculina por la femenina. El caricter ‘competitive de Ia mano de obra femenina que habitualmente reci- bia_un salatio muy inferior provocé un manifiesto recelo obrero. Otro argumento decisivo fue el peligro que representaba la com- Petencia ccondmica de tas trabajadoras. La revista anarquista Acracia seals de forma contundente que la defensa de los intere- ses econémicos de los obreros exigia la exclusién de las mujeres del mercado laboral: “Ademés, es un hecho probado que en los trabajos en que la mujer puede hacerle la competencia, e! hombre gana un jornal mas reducido que en aquellos otros en que esta competencia no es posible; de modo que el obrero, aunque s6lo fuera por egoismo, deberia tratar de sacar a la mujer del taller o de ' Mary Nasi, “Trebal,conMictivitat social i estratégies de resistencia: Ia dona obrera a la Catalunya contemporinia", en Mary NAStt(e.), Més en del silench Les dones a la historia de Catalunya, Generalitat de Catalunya, Barclo- na, 1988, pp. 153-171 El mundo de tas trabajadoras 39 la fabrica, para que pudiera dedicarse ‘nica y exclusivamente a los, quehaceres domésticos”. La clara hostilidad de los trabajadores con respecto @ la incor- poracién de las mujeres al proceso productivo fue frecuente en la prictica cotidiana, La disuasién ideotégica y la presién social fue- ron los mecanismos habituales para reforzar la identidad cultural femenina como madre y esposa. No obstante, la realidad de la sig- nificativa presencia dé las mujeres en el mercado laboral, y en particular, en el sector textil, puso de relieve en momentos de con- flictividad laboral la ineficacia de estos mecanismos de control social disuasorios. Asi, aunque de manera muy excepcional, los obreros adoptaron, en ocasiones, medidas mas directas para impe- dir la presencia de las mujeres en las fibricas. Pocas veces, pot lo que sabemos, lleg6 al extremo de una masiva movilizacién colec- tiva de los hombres para reivindicar la prohibicién del trabajo asa- lariado femenino. En todo caso, un indicio del grado de hostilidad ‘que podia alcanzar la reticencia masculina frente al trabajo asala~ riado femenino fue la movilizacién masiva de los obreros textiles de Igualada en 1868 cuyo ee fue la denuncia del empleo de las ‘mujeres en las fébricas del textil del pueblo. Esta movilizacion lugar una semana después a un acuerdo entre empresarios y obre- 10s donde se pact el despido masivo de as mujeres de las filbri- as, la limitacién de sus posibilidades laborales y la adjudicacién | de una remuneracién inferior ala que percibian los obreros para el trabajo realizado a domicilio. ” Segrin este acuerdo se procedia al despido de las mas de 700 operarias de las fabricas igualadinas, medida que denota el grado de oposicién hacia Ia figura de las obreras de fabrica. Es significativo que esta denuncia de los obre- 10s se legitimara por el discurso de la domesticidad, aunque habia ‘otro motivo mis significativo en el trasfondo de este conflicto de 'w G, "BI dit del trabajador”, Acracia, Revista Socioléica, enero de 1887. " Convenio otorgado entre la Camisién de Fabricantes nombrada al efecto y la de rabajadores. Yala, 24 de otubre de 1868, @ ‘Mary Nash sénero: el miedo a la competencia de la mano de obra femenina més barata, ‘Los resultados del Jnforme de la Comisién de Reformas Socia- ‘cs (1883) confirman que esta mentalidad sigui6 vigente hacia ft. males del siglo xx al asegurar la mayoria de los informadores que cx Espafa solamente se admitia el trabajo asalariado femening-en rmiomentos de necesidad ineludible de la familia obrera. "El mo. delo de mujer ama de casa predominé ya que tinicamente en una siacién de absoluta falta de recursos econdmicos se admitis eo los dmbitostrabajadores que la mujer podia desempeniar un puesto de trabajo remunerado y, aun asi, se entendia como algo cayuntu. fa. Esta concepcién perduré y condicioné la vision del trabajo Saletado femenino como accesorio, tansitorio y complementa,| rio del trabajo masculine, Como consecuencia, se sentaron lag bases para legitimar Ia discriminacién salarial y las condiciones laborales desfavorables para las trabajadoras. Efectivamente, ste {uecién laboral se caracterizé durante este periodo por la discrimi naci6n salaral, 1a segregacién ocupacional, el desempedo de un {rapajo descualificado, la infravalorizacin del estatus de la mujer trabajadora y la inhibicién del movimiento obrero frente a sus rei, Vindicaciones especificas. Los salarios de las trabajadoras solian oscar entre el 50 y el 60 por cien del sueldo pereibide por los Cbreros. Esta discriminacién salarial fue habitual incluso hasta bien entrado el siglo xx y el principio de igualdad de salarios tuvo ‘poea aceptacién en los dmbitos obreros, Comisiin de Reformas ‘Speines. Informacion oral y escrta, practcada en virtul de la Real Onten da 3 4d: jelembre de 1883 on Madrid, reproduc en Mary Nas, Mujer, fone > ‘abajo en Espaia (1875-1936), Anttopos, Barcelona, 198% " Alber BalctLis, Trabajo industrial y organizacion obrera en la Cataluka contemporénea (1900-1936), Laia, Barelona, 1974; Rosa Maris Carta Mn Tints, El trabajo y la educacin de a mujer en Espara (1900-1930), Minin, de Ciltura/instituto de la Mujer, Madrid, 1986; Silvia Putntns, driecones ee Rtktatladores de Vault ala Barcelona contemporinia, Dario La Mater; ‘Alguats, 1995, El mundo de las trabajadoras 6 La presién ideolégica contraria al trabajo extradoméstico fe- ‘menino basado en el discurso de la domesticidad tuvo un arraigo / importante en las pautas culturales de la época. Justificé sus con-. diciones laborales desfavorables, foment6 su desvalorizacién so- Gil Ja vex que impidié Ia consrucein de una dentidad cultural alternative de trabajadora. A mediados del siglo pasado, con la ex- cepcién, quizi, de la figura de ta cigarrera que goz6 de cierto Prestigio como trabajadora, la figura de la obrera era mal vista Las obreras del textil catalan eran conocidas popularmente con el nombre denigrante de “chinches” o “mecheras” de fabrica. La ‘mala reputacion de las obreras y su progresivo ¢eterioro moral era ‘motivo de discusién frecuente entre obreros, higienistas y refor- madores sociales. Las alegaciones de corrupcién de la moral pi blica por la supuesta promiscuidad de obreras y obreros en las f- bricas y talleres como también por los abusos deshonestos perpe- trados contra las obreras eran frecuentes. 2" Los propios obreros equiparaban las fabricas con lupanares y “focos constantes de de- sgradacién y prostitucién”.® Bl ensalzamiento de los valores mora les en el obrerismo espaiiol pasé por la denuncia de la degrada- cién humana suftida de forma especifica por las obreras de fibri- a en razén a su sexo y por la consiguiente reivindicacién de la climinacién de las mujeres de los talleres y fibricas. De este ‘modo, la construccién de la masculinidad en los ambitos obreros espaiioles se fundamenté también en una definicién de la respeta- bilidad y 1a honra obrera’basada en la responsabilidad exclusiva del varén como guardian de la moral y decencia de las mujeres de su clase. * La Knee, Hira dna abrera. Noveta sca, lps Foatenll Barelon, sa L’esla dl sole", deri, Reva Soest iS (oe lemony de 1886 PT uae 6A J mer ra, Tyga, aca Litera de Leino Simtnez Marino, Cste 1913 pp. 01s Prices dans 4 Bl raj de la mujer ln, Matin Nae Semper Maui 9D, 8 % “Lila del spl x, race, Rests Sovilcn, 3 (aplonents may do 88). — 2 Mary Nash La postura de los trabajadores parecia aceptar como espejo de la realidad el discurso de la domesticidad en el sentido de que ig- noraba el trabajo remunerado de las obreras. No aceptaba Ia reali- ddad de su vivencia laboral y rechazaba su papel crucial en el man- tenimiento de la economia familiar obrera. Las mujeres de la clase ‘abajadora aportaban ingresos vitales a la economéa familiar. > No obstante, no se produjo un reconocimiento del trabajo remune- rado de las mujeres como contribucién decisiva que permitiera amortiguar el hambre y prover unas condiciones de vida de sub- sistencia minima ni tampoco Ia realidad de su experiencia como trabajadora renmunerada, La experiencia laboral de muchas muje- res abarcaba una extensa gama de actividades remuncradas que suplementaban los ingresos y hacian viable la cconomia familiar. ‘No obstante, el peso del discurso de la domesticidad impedia su Feconocimiento explicito y dificultaba la definicién de! trabajo re- ‘unerado de las mujeres en los mismos téinos que el trabajo masculino, GENERO Y ESPACIOS DE ACTUACION La divisin de las esferas y el asentamiento de una rigida s paracién entre el ambito piblico y el espacio privado representa 9tro aspecto sobresaliente del discurso de la domesticidad, De forma sistemética asigna al varén un papel social en la esfera prix blica de la produccién y de la politica y, en contrapartida, delimita el ambito de actuacién femenina a la esfera doméstica, al hogar y a la familia, La casa es el maximo horizonte de realizacién feme- nina y el modelo de feminidad se define por el prototipo de madre, esposa y ama de casa cuyo cometido social se realiza en la 2 Pilar Peesz-Fupsres, Vivir y morir en fas minas, Universidad del Pais Vasco, Bilbao, 1993; Alvaro Soro CaaMowa, "Cunntificaciin de la mano de obra femenina (1860-1930)", en La mujer en la historia de Esparia, Universidad Aut noma de Madrid, Madrid, 1984, np. 279-298, hte El mundo de las trabajadoras 6 esfera doméstica. El discurso de la domesticidad marcaba de forma muy clara los confines de la actuacién femenina al émbito doméstico del hogar. ‘A diferencia de los varones, cuya identidad cultural se sostenia en su ocupacién en el espacio piblico, a las mujeres no se les atri- buyé una trayectoria en este Ambito. De este modo, las normas de conducta de género influyeron de forma significativa en la defini- cidn de los espacios y en determinar los ambitos de actuacién de las mujeres. En este sentido el predominio de una cultura de traba- jo hostil hacia las mujeres y la negacién de su identidad como tra- bbajadoras en pie de igualdad puede explicar la presencia, ausencia © paulas diferenciales del comportamiento de las mujeres en cl “obrerismo y el sindicalismo. Es cierto que algunas interpretacio- nes han atribuido la escasa presencia de las mujeres en los émbi- tos obreros organizados en Espafia a su supuesto conservadurismo politico. Las implicaciones de la transgresién del cédigo de com- portamiento de género que podia implicar la presencia femenina cn los espacios puiblicos del sindicalismo y del obrerismo nos da otra clave interpretativa para plantear la hipétesis de que los espa- cios organizados del obrerismo como los sindicatos, partidos pol ticos o grupos de afinidad eran Ambitos poco asequibles ¢ incluso hostiles a las mujeres. En la medida en que adquirieron una identi- dad propia como mujeres algunas trabajadoras acabaron organi, zindose en espacios definidos por ellas, tal como fuc la iniciativa de creacién de una Federacién Auténoma de Mujeres Trabajado- ras en 1891 en el anarquismo catalén o las miltiples iniciativas de organizacién femenina durante la guerra civil. * - ‘Como mecanismo de control social a través de la violencia simbélica, el discurso de la domesticidad actué como artificio cconstrictivo eficaz.en limitar el ambito de actuacién de la mujer a Ja esfera privada. Cualquier transgresién de esta norma significa- ba [a ruptura de las pautas de conducta socialmente aceptadas y, 2» Mary Nash Defing mate civilization, Women inthe Spanish Civil War, Arden Press, Denver, 1996. 4 Mary Nash Por tanto, la descalificacién social de la mujer en cuestién. Exis- tian trabas frente a la actuacién femenina en el émbito sindical y bste rechazo social de su presencia en el movimiento obrero dif. Sulté enormemente ta integracién de las mujeres en el sindicalis. imo. Queda claro que la realidad histérica y la trayectoria de vida de las trabajadoras fue mas allé de las limitaciones propuestas en ¢l discurso de género del siglo pasado. En su actuacién, traspasa. ‘on las fronteras de lo piblico y de lo privado, aunque su proyee- én socio-laboral qued6 indudablemente muy marcada por las ‘estriciones impuestas por la configuracion de los roles de géne- r0 del momento, La invasién del espacio prohibido del imbito piiblico que rea- {zaron las mujeres en acciones colectivas de protesta social siem. sre fue pereibido como una transgresién de las normas de conduc. {a de género que limitaban la presencia de las mujeres al ambito doméstco, Durante Ia primera mitad del siglo xix las mujeres que tansgredian las normas e invadian el espacio piblico se conver. tian en “hienas” 0 “mujeres piblicas” con una connotacién signi. Feativamente diferente del respetable ciudadano, el hombre pabli co. A modo de ejemplo, una disposicién dirigida a las mujeres {ue participaron en los disturbios del verano de 1835 en Barcelo. 2 Jas calficaba de “mujeres piblicas”, es decir, de prositutas S¢ les penalizé en funcién de ls disposiciones en torno a la prost tuci6n: “Las mugeres que sigan el tumulto sobre contravenir los bandos, demuestran alma poco delicada y ser de procedencia poco decorosa, por tanto se reputarén como mugeres publicas, y se les aplicard la pena que las leyes tienen establecidas”.® La nocion de ‘ve las mujeres presentes en el movimiento obrero eran transgre- Faloma DE VittoTa “Los motnes de Casilla la Vieja de 1856 y a patel Pacdn de la mujer. Aproximacin a su estudio", en Nuevas perpection say Iie, Universidad Auténoms de Madd, Madi, 1982, pp. 136-162, Le imijer castllano-leonesa en los origens del movimiento obero (1895), oa La ‘muerenla historia de Espa, pp. 85-103, sr Bando del Mariscal de Campo, José Masia de Pastors, 31 de julio de 1835", Diario de Barcelona 31 de julio de 1835, El mundo de las trabajadoras 65 soras, ineémodas en un espacio masculino perdur6, Un siglo des- pués, en julio de 1935, un militante anarquista, A. Morales Guz- Inn densi Tera» iberiad contin maria ar un cei ua mesa ane torpor tmenfe In presencia de une docena de mujeres; cuando nvestas compara hacen ura preguna acerca de seas, ns econ mos de hombros y no les prestamos ninguna atencin; cuando una mujer expres opinion en un conersacin, ue asanble 0 en casa, preguntamos perplejos: gest loca?”.”” (Con el deaarrolia del slodcalisme espanol y del motiicato obrero durante la segunda mitad del siglo xtx, se abrieron ciertos espacios de acta als mires, ero apenas se ntepraon en igalad de condiciones con los trbajadores, Su comet sin cal y obrero se ened desde otros primes, Hacia fin de sgl, cn i tevin consoldacin den proceso de conic cidn de las obreras como colectivo social especifico a raiz de su partciptibn en movilakiones sci y labors algunos clos detrbsadorasempecaron v ogunzarse. Eons, algunas mujeres, om I digente seal anarqusta Teresa Carat, denunc sersn epson dn tags como a femenino ys wlvsnion mca De ete edo, desde fn siglo, las mujeres obreras introdujeron algunas perspectivas crit ci con reapoao al modelo de it domes dad del “Ange! el Hogar” a la vez que plantearon una ciertaredefinicién de su iden- tidad cultural como trabajadoras. Este cuestionamiento de los es- avemas de definein de aaj femenino se cent en as eras deat de sgl con a formulcion de un nuevo mote lo de género, In “Mujer Moderna”, mis en consonancia con los cambios estructurales en el proceso de modemizzcién de la socie- 7 Mowss Gua, "Ocpmonn J mit Tek amen" Tray Libertad, 12 do e193 val TP Rhay Nas Tek, confit soc estates de esto os ‘Mary Nash dad espaftola, que, entre otras cosas, planted una redefinicién det trabajo de las mujeres y una ciertareformulacién de Ins bases dl modelo decimondnico dela domesticidad y de los roles de género, También enfonces algunas propuestas de feminismo socialista re- clamaron el reconocimiento de la identi femenina como hucha- dora sindialista y rabajadora,® : ‘A modo de ejemplo, ya centrado en el siglo xx, el volumen coletvo Women and soil, Soin and women. Europe hetween the two World Wars ha plantend mest ha plantendo que las implicaciones de Ie define masse om Seance tender los procesos de inelusién 0 exclusién de las mujeres jc clusiém de las muy movimitteolete europe. Los codiionants del dsc de gener represenian un for exit de reduc nidencia de las mujeres tanto en el sineaismo soit emo en spar tds scat en Earp, Encl cao de, gata tnbin se nuede argumentar que las organizaciones socialstas re ede a ialstas representaron i escenario mse, eeszas volniad de integra as tes, Desde su fundcin el PSOE habia segudo un programa en focado hacia euestiones laborales en el cual apenas se habia pres- 4 temas de género, Hasta 1910, el partido era esen- ntonces las mujeres miembros de In Agru pacién Sosa de Madd una de ls mis inportantes de mas solo representa ol 1.2 por cien del toa de alias Hacia 194 slo conten de mujeres, deca a aeuacones di , $e encontraban entre los 37.000 afiliados de Ia C ; iliados de la Casa del Pablo de Maid. EL nivel de aici meni dl sneto socials a UG, bin ea muy tao, Iso ene momento ‘maxima afliacién en los ais treinta, cuando llegé a tener mas 2 Maria Case 5 2 Helmut Gnuocr y Pamela GRAves (od rama Graves (eda), Women and socio, Social and women, Eur ween the two Nuova York, and won. Burp even eo Word Was, Bega Boks, Nev York 3 Andrés, “La Casa del Pueblo de Madrid, Acc ial. Pucblo de Madrid”, Accién Socialist, 10 de octubre Feninismo socialisia, Tipografia Las Artes, Valencia, El mundo de las trabajadoras 6 de-un millén de afiliados, las mujeres representaban ain una pe Gqueza minoria en torno al 4 por efen en 1932. La mayoria J os pesnbres socialistas entendieron cl rol de las mujeres en el obreris- ‘mo como algo periférico y complementario. ‘Como hipétesis de trabajo, se puede argumentar que la ine\- dencia de la dentidad de género, al incidir en la feminidad desde fn figura de la mujer madre y esposa y al delimitaria

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