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EL CABRITO, JUDAS Y EL POETA

Por Silvano Caña, El Procurador


He perdido el humor. Nada me causa gracia. Lo descubro luego de ver una obra de teatro en la
que tuve que fingir y forzar algunas risas para acompañar a los actores y a la platea. Solo me río de
mis chistes (de los que expreso y de los que no). No hay película, serie ni situación que me
arranque una carcajada. Mientras miraba la obra buceaba en mi memoria, tratando de recordar la
última sonrisa, risotada o carcajada sincera y no la encuentro. Descubrí también que a pesar de no
sonreír, soy feliz. No es un signo o síntoma de tristeza o depresión. Entiendo que con ésta
confesión muchos de los que me conocen se sentirán traicionados si en ocasión de una charla he
reído. Sabrán ahora que he dibujado, con mucho esfuerzo, una sonrisa cortés y condescendiente
ante un chiste, chascarrillo u ocurrencia de mi interlocutor. Por suerte hoy me reúno con un poeta
lavallino (que supo ser un sólido zaguero central en su infancia). Los buenos poetas suelen ser
personas serias, ensimismadas, sombrías, atormentadas en muchos casos. Me relajo sabiendo que
hoy no tendré que fingir.
El poeta llega a mi estudio, no quiere café, té, ni mate. Me pide que le sirva un whisky con hielo.
Ya no vive en Lavalle y no viajó tantos kilómetros para tomar infusiones calientes en pleno verano.
Me pide que lo acompañe, me niego, cuando trabajo sólo tomo mate.
Me cuenta que lee mis columnas, que escribió un poema sobre un evento paranormal que le
contó su abuela cuando era un niño y quiere compartirlo conmigo.
Ensaya un gesto grave, melancólico y comienza relatando que su abuela conoció a un puestero,
Don Mario, de Asunción que criaba y comercializaba cabras. Un día Don Mario en la zona de Los
Altos Limpios encontró (otras fuentes dicen que lo robó) un cabrito precioso, blanco, sano. Lo llevó
a su puesto, sin decirle nada a Sara, su esposa y sus dos hijos, Román y Vanesa. Don Mario conocía
las leyendas que cuentan que una civilización extraterrestre (el término más adecuado sería
intraterrestre) habita el inframundo de Los Altos Limpios. Dicha civilización, a pesar de lo que se
cree, y según nuestros estudios, no tendría un gran avance tecnológico superior al nuestro, serían
más bien nuestros "primos", ya que sus costumbres, organización política, familiar, legal e
industrial sería similar a la nuestra, aunque un poco más ordenada por una cuestión temporal o
cronológica. Eso se explica porque dicha civilización sería anterior a la nuestra y también, más
pequeña en número (1.400 habitantes). Pertenecerían, como nuestra especie, al tipo Atmosférico
(las otros tipos son Elementales, de Gravedad, Temperatura, Eléctricos, Energizadores e
Innominados). Serían criaturas mortales y bípedos. Diferirían en su respiración, ya que ellos
pertenecerían a los denominados subrespiradores (nosotros somos respiradores medios) porque
vivirían en un atmósfera fina (subterránea). Vale aclarar que habitan en otros planetas (no en
nuestra esfera) criaturas mortales denominadas superrepiradores y no respiradores, de los que
podemos hablar en otra salida.
Este pueblo o civilización sería autosuficiente, es decir, podrían subsistir tiempo indefinido sin
importar nada de nosotros. Sus recursos naturales son abundantes y, mediante técnicas científicas
habrían aprendido a subsanar sus deficiencias en los elementos esenciales de la vida (como la falta
de sol para sus cultivos y animales).
El cabrito en cuestión pudo aparecer ante Don Mario por un descuido (se les escapó) de la
civilización intraterrestre; lo dejaron allí como parte de un primer paso para estrechar lazos
amistosos (y luego comerciales) con los lugareños; lo dejaron salir para estudiar las posibilidades
de vida y la adaptación de sus animales a nuestro medio (sol directo y natural).
La abuela del poeta contó que el animal trajo a la familia de Don Mario mucha fortuna. Al poco
tiempo de su adopción pudo escriturar unos terrenos, y así, aumentar su producción. Eso le trajo
contratos comerciales para exportar (y facturar en moneda extranjera). Proyectó construir
cabañas para turistas y viajeros. Nada parecía presagiar el trágico final que se avecinaba.
La fortuna, la riqueza y la bonanza traen envidia, celos y resentimiento. Y fue en el casamiento de
Vanesa que comenzó el triste desenlace.
En un momento de distracción, durante la fiesta de casamiento, algunos cuentan que Don Mario
tuvo que retirarse en su caballo para buscar algo, otros cuentan que fue durante el baile ya pasada
la madrugada aprovechando la borrachera de todos que Judas, un pariente de Sara, se ausentó de
la fiesta, cegado por el alcohol, la envidia y los celos que le provocaron ver la bonanza en la que
vivía Don Mario, para matar al cabrito. Primero lo golpeó, lo pateó. El animal gritaba y corría por
todo el corral pero la música y la diversión hicieron imposible que sus balidos y gritos llegaran a
oídos de sus dueños. Una patada certera quebró una de las patas del cabrito, ya no pudo correr,
fue en ese momento que Judas sacó el puñal de su pantalón y comenzó a descuartizar a su víctima
con furia y alevosía. Finalmente cortó el cogote del animal dejando que se desangrara hasta su
muerte.
Fue ese el fin de la fortuna de Don Mario y su familia. Fueron estafados, perdieron animales, sus
ahorros en dólares se quedaron en el corralito de Cavallo, la sequía y más hicieron estragos en sus
negocios y bienestar. ¿Turbulencias de nuestro país, brujería o maldición?

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